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Como menciona Bourdieu en su obra En el sentido social del gusto, es la misma sociedad
la que designa o pone en consideración qué es una obra de arte, haciendo que esta sea un
bien simbólico, más que uno económico. A pesar de esto, en gran medida son las élites
quienes tienen una mayor intercesión dentro del arte en el país. Son quienes deciden qué
puede ser socialmente designado y visto como tal.
El rol del artesano, según la ley colombiana, es ejercer su actividad artística como un medio
profesional, el cual se produce por diversidad de técnicas, conocimientos y habilidades para
poder ser reproducido. Como menciona Canclini en su obra Las culturas populares, estas
surgen como una función económica, y al final, artística. Se instrumentalizan las artesanías
como un medio para hacer reproducción social y funicones políticas, vendiéndolas como
elementos simbólicos de la cultura.
Por otro lado, la función de la artesanía, vista desde el Estado, es que sean un “recurso
económico e ideológico para limitar el éxodo de campesinos, la irrupción constante en
medios urbanos de un volumen de fuerza de trabajo que la industria no puede absorver y
agrava las ya inquietantes deficiencias habitacionales, sanitarias y educativas” (Canclini, p
94). Por esto mismo, el Estado no ve en sí el trabajo artesanal como arte socialmente bien
visto, sino como un medio económico y estratégico para la conservación del mismo.
Retomando el propósito económico que tiene la artesanía para el Estado, esta es vista como
un medio capitalista para la expansión del capital. Su cultura popular se vuelve un medio
para capitalizarla a los ojos de extranjeros. Se ven como adornos de culturas con las que no
están familiarizadas, haciéndolas ver como algo primitivo o salvaje. Aún así, los Estados
buscan capitalizar a todas estas culturas populares que rondan en el país.