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Los escritores ateos del siglo XVIII reflexionaron mucho sobre la moral, a pesar de (o gracias a) la

acusación de la iglesia de que el ateísmo es inmoralismo.

El primero en considerar que una sociedad atea podía ser moral fue Bayle, que era protestante.
Meslier criticó la apología cristiana del dolor y el rechazo del placer para defender una moral
respetuosa con la naturaleza. La Mettrie, aunque consideraba que la moral era arbitraria y creada
socialmente, pensaba sin embargo que debía ser respetada, porque mantenía el orden de la sociedad.
Diderot defiende la posibilidad de que un ateo actúe moralmente, pero deja que su interlocutor crea
para seguir siendo moral, e invita a librar la moral de los excesos de puritanismo. Deschamps señala
que la sociedad, bajo el estado de las leyes, nos priva de la armonía; aboga por la abolición de la
propiedad privada y de las jerarquías para alcanzar el estado moral. Holbach quiere encontrar la
base científica y natural de la moral, definida esencialmente por el interés bien entendido. Y Sade
llama a luchar contra la moral que impide que la naturaleza se exprese.

Todos coinciden en el fundamento de una moral objetiva, pero la fuente de la moral difiere entre la
naturaleza y la sociedad. Todos ellos intentan definir un contenido universalizable, pero las
cuestiones de sexualidad o de igualdad dan lugar a un amplio abanico de posiciones. Todos, excepto
Sade, emprenden una reflexión para moralizar el mundo, pero algunos proponen una ligera
adaptación mientras que otros quieren trastornar la organización social para alcanzar el estado
moral. Por lo que puso en marcha y por la variedad de temas tratados, esta corriente de pensamiento
es de interés para nuestro tiempo y anuncia conceptos que siguen en juego hoy en día.

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