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6/07/2021

Movilización social: ¿cómo


construimos con ella?

Foto: Alhena Caicedo


Un diálogo constructivo entre academia, gobierno y manifestantes debe
reconocer las iniciativas de estos para tratar los problemas que
diagnostican.

Por: Alhena Caicedo y Laura Quintana


Profesoras de Uniandes

A partir del trabajo que la asistente para esta reflexión llevó a cabo en sitios
en resistencia en Bogotá1, teniendo en cuenta las conversaciones virtuales
que tuvimos y escuchamos con personas de primeras líneas de Bogotá,
Cali, Buga y Pereira2, y del trabajo previo con movimientos sociales
campesinos, étnicos, y urbanos3 que hemos realizado, quisiéramos
proponer las siguientes consideraciones:
1. Que la experiencia de movilización pueda canalizarse en
transformaciones sociales constructivas implica reconocer, de
entrada, que ella no es un estado de anomia o caos, o un estallido
ciego que deba conducirse y normalizarse a través de canales
institucionales dados.

Las movilizaciones que comenzaron el pasado 28 de abril con el llamado


a paro nacional, y se continuaron por varias semanas en distintas ciudades
y regiones del país, han sido interpretadas de disimiles formas, no sólo por
el alcance de muchas de las acciones promovidas por la presión en las
calles, sino por el protagonismo de múltiples formas de violencia,
especialmente la perpetrada por la fuerza pública contra los manifestantes.

Las razones y justificaciones sobre la movilización son igualmente


disimiles. Para algunos sectores el paro generó una crisis social, mientras
para otros fue la crisis social la principal motivación del paro. Un ejercicio
de aproximación etnográfica a la movilización, como el que aquí nos
hemos propuesto, nos hace considerar esta última posición como un punto
de partida. El estallido social iniciado el 28A está antecedido por un
progresivo proceso de politización de amplios sectores de la sociedad que
hasta no hace mucho pertenecían al amplio espectro de ciudadanos
descreídos de la política, o que no expresaban su posición públicamente.

Este paro, sin embargo, sacó a las calles a miles de personas


descontentas. Ciertamente, este ha sido un paro polifónico en el que
convergieron distintos procesos de movilización y agendas. Ha sido un
paro urbano en el que se han manifestado estudiantes, jóvenes muy
precarizados de los barrios, sindicatos obreros, maestros, personas de
clase media; pero también han tenido una importante participación
sectores rurales, transportadores, comunidades étnicas y campesinos con
exigencias y necesidades diferenciadas, y distintos repertorios de acción,
que exceden, también, las configuraciones partidistas tradicionales. A
pesar de sus recurrencias, continuidades y discontinuidades, ha sido una
movilización que se ha expresado nacionalmente en regiones, ciudades y
municipios diversos.

Foto: Alhena Caicedo

Pero en la movilización también son visibles algunos aspectos en común,


que hemos escuchado y leído en múltiples testimonios: la gente expresa
que quiere cambiar un orden social tremendamente excluyente y que ha
perseguido diversas instancias de producción del disenso. Por eso no se
trata sólo de una movilización reactiva, que rechace simplemente las
condiciones de precariedad extrema en la que se encuentra hoy en día al
menos un 42,5 % de la población en condiciones de pobreza monetaria,
para obtener cómo sea alivios económicos para esta situación. Se trata de
una movilización que apunta a transformar condiciones sociales que han
reproducido e intensificado esta situación de extrema desigualdad y una
serie de fenómenos de violencia con la que ha estado aparejada.

Por esto, pensamos, no se trata meramente de traducir las demandas


sociales, que estas manifestaciones políticas han creado, en instituciones
dadas que no se ponen en cuestión, sino que se trata de producir
transformaciones institucionales de largo alcance. Unas que puedan
permitir la participación popular, desde ámbitos locales, una que permitan
elaborar mejor los conflictos inevitables que pueden surgir en el mundo
social y reconocer los daños a la igualdad, allí donde se produzcan.

1. En efecto, en las movilizaciones que se han dado, hemos visto que


al ocupar la calle y los espacios públicos se expresa que las
personas se han sentido excluidas e invisibilizadas frente la toma de
decisiones que los afectan directamente.

La gente desea ser contada y tenida en cuenta. Reconocer esta dimensión


transformativa, que impulsa a la protesta, es, además, importante para
hacer valer y visibilizar la dimensión creativa que ésta ha tenido: las calles
se han ocupado en los puntos de resistencia y en las marchas
multitudinarias no sólo para presionar soluciones por parte del gobierno;
se han ocupado para hacer oír y hacer visibles propuestas que lxs
manifestantes están elaborando en la dirección de lo que llaman
condiciones para una vida digna, hoy en día inexistentes en Colombia.
Esto es, condiciones de salud, educación, posibilidades de empleo,
garantías laborales reguladas públicamente, pero también la posibilidad
para la gente de decidir mucho más sobre estos aspectos y sobre las
decisiones que atañen a los territorios que habitan.

Si bien se mantienen estrategias de demandas y pliegos como las del


comité nacional de paro, —un órgano hoy en día bastante cuestionado
respecto de su legitimidad, pero que sigue siendo la forma de
representación clásica de las organizaciones sindicales—, las recientes
movilizaciones ponen en evidencia la emergencia de nuevos sujetos y
nuevos repertorios de movilización. Como ya se sugirió antes, algunas
interpretaciones sobre la movilización parten de entender la protesta como
un momento de excepcionalidad, cercano a la anomia social. Aunque se
reconoce el derecho democrático a la protesta, en muchos sentidos esas
interpretaciones invisibilizan la faceta más democrática de la movilización
social: cuando la gente sale a la calle a protestar cuestiona la manera en
que se viene dando la democracia representativa, la hace ver insuficiente,
y coaptada también por intereses que traicionan la función de
representación popular. Y a la vez, ejerce una forma de participación y de
democracia directa. Como se ha dicho con respecto a los espacios
asamblearios de los puntos de movilización, los espacios pedagógicos,
artísticos y culturales, comunitarios etc., los repertorios se desdoblan en
acciones donde la gente ejerce poder directo en lo que hace, y exige a la
vez otras formas de representación.
Foto: Alhena Caicedo

1. Además, algo que ha sido característico de estas emergencias es


que se trata de propuestas territorializadas, en las que los
manifestantes producen diagnósticos sobre las problemáticas que
sufren en los lugares que habitan y les buscan salidas. Por eso se
han creado en los lugares de resistencia asambleas populares, ollas
comunitarias y cabildos abiertos en los que se piensa y delibera
entre unxs y otrxs, y se producen nuevos relatos sobre lo que implica
la democracia, la vida en común, la igualdad, el reconocimiento de
la pluralidad.

Entre estos relatos hemos visto en particular que han cobrado fuerza
una lectura de la movilización en clave de reapropiación de lo público,
visible no sólo en los discursos e intervenciones estéticas que se han
producido, sino en la creación de nuevos espacios en los que se hacen
valer formas de solidaridad y otras maneras de entenderse como
habitantes de un lugar: se han armado ollas comunitarias y, en algunos
casos, huertas urbanas; se han creado bibliotecas populares en lugares
de detención y vigilancia; se han promovido jornadas pedagógicas con
enfoque de educación popular, intervenciones estéticas (murales, grafitis
en las calles, consignas, cánticos, performances).

Allí está en juego un trabajo organizativo, y toda una reelaboración de la


experiencia que empezó por resignificar espacios de marginalidad,
condenados a la mayor impotencia, como lugares de resistencia, en los
que se afirman la capacidad y la agencia de sus habitantes. Por eso,
“Puerto Rellena” se convirtió en “Puerto resistencia”, la Loma de la Cruz
en “Loma de la dignidad”, Portal Américas en “Portal de la resistencia”, el
puente de Santa Librada en “El puente de la dignidad”, el Paso del
comercio en Paso del “aguante”, entre muchos otros.

Foto: Alhena Caicedo


Así, el espacio público viene siendo apropiado y resignificado
colectivamente, de manera creativa y propositiva. Escenarios como el
monumento a los Héroes fue paulatinamente desmontado, rearmado y
reinscrito en él un sentido de reivindicación colectiva que hoy lo convierte
en un referente espacial del paro para la capital. La producción artística
colectiva y espontánea del puño en alto de “Resiste” en Cali, sin duda es
otro ejemplo de un sentido emergente de apropiación pública, que, por
supuesto no deja de ser conflictiva, tal y como hemos visto con la disputa
por los murales de denuncia del arte urbano y los intentos constantes de
borrarlos, por parte de la fuerza pública, que de este modo ejerce también
sus estrategias de represión, pero también por parte de sectores sociales
reacios a la movilización.

De igual forma, las múltiples intervenciones sobre monumentos —como el


desmonte de las estatuas de los conquistadores protagonizado por
indígenas— permiten leer en la acción un sentido crítico sobre la
construcción de la memoria; pero sobre todo una propuesta emergente del
significado de nación, que trasciende en mucho las versiones promovidas
por el multiculturalismo. Los pueblos indígenas no solo están reivindicando
su historia, sino que nos proponen, a todos, una nueva forma de valorar el
pasado y repensar la nación.

A pesar de los desencuentros que se derivan de la movilización, es


innegable advertir un movimiento crítico del sentido común en los
referentes de la colombianidad. Aparecen nuevos símbolos: monumentos
espontáneos, banderas invertidas, recombinaciones del himno nacional,
narrativas, músicas e imágenes que reelaboran el sentido de lo nacional,
y que no solo advierten sobre la creatividad que inspira nuevos relatos de
lo que somos como país, sino que reflejan una emergente materialidad de
lo común. Pues la gente siente que la nación ha sido más una estructura
vertebrada por diversas formas de violencia, que han consentido múltiples
formas de privatización y desposesión: de territorios, recursos públicos, y
la capacidad de decidir sobre lo que le concierne a la gente en sus
espacios locales. Por eso el lenguaje de lo común y sus prácticas resisten
a estas formas de desposesión y llaman a repensar la nación más allá de
la constante privatización de lo público.

Foto: Alhena Caicedo

1. De la mano con lo anterior, advertimos también cómo la protesta en


la calle también ha dado lugar a una lectura de la movilización en
clave de cuidado. En los puntos de resistencia pudimos seguir el
despliegue de múltiples prácticas de cuidado que contrastan con las
lecturas que sólo ven allí escenarios de bloqueo y confrontación.
En esta dimensión el papel de las mujeres ha sido fundamental. No sólo
participan activamente de la primera línea, sino que como mamás también
han expuesto su cuerpo. Las mujeres están a cargo de las ollas
comunitarias, pero también su presencia ha sido fundamental en las redes
de derechos humanos y en las misiones médicas que atienden los
escenarios de confrontación.

Aquí podría verse a primera vista la persistencia patriarcal de ciertos roles


domésticos asignados a las mujeres. Pero por la manera en que funcionan
estos roles hemos visto algo más: las mujeres lideran estas tareas de
alimentación y cuidado, y en medio de las ollas comunitarias dan consejos
sobre las formas de manejar las emociones y organizar la protesta, dan
confianza a lxs más jóvenes y se convierten en referentes importantes para
ellxs (Ibarra Melo y Recalde García 2021, 77). Pero, como nos lo contaban
en algunas localidades de Bogotá, también la participación cada vez más
activa de colectivas feministas y de organizaciones de mujeres en los
espacios de discusión asamblearia ha dislocado las modalidades de
relacionamiento político de lo popular que habitualmente han estado en
manos de los hombres.

A pesar del énfasis mediático en el papel de los hombres jóvenes de la


primera línea como los protagonistas de la protesta, hemos visto cómo las
mujeres jóvenes vienen ocupando un papel cada vez más contundente en
esos espacios de negociación. De hecho, pensamos que el papel de estas
mujeres debe llamar a pensar la protesta como una más feminizada, en
donde las prácticas de solidaridad, y cuidado juega un rol fundamental, y
no sólo las prácticas de defensa guerrera tenaz, asociadas muchas veces
con la imagen de los jóvenes de la primera línea.

Foto: Alhena Caicedo

1. Podríamos decir entonces que la movilización ha interpelado


directamente a la institucionalidad en distintos niveles.

Sin desconocer las jurisdicciones y las respuestas diferenciales que han


tenido los gobiernos locales y nacional, lo cierto es que ha habido un
retraso innegable —cuando no cierta displicencia— en reconocer la
profundidad y contundencia de estas movilizaciones con respecto a
experiencias anteriores; y de igual manera, se ha hecho evidente que los
mecanismos de participación institucionales en distintas escalas han
resultado ineficientes e insuficientes.

Mucha de la ciudadanía movilizada desconfía de las instituciones —tal vez


la relación más difícil en ese sentido sea con la fuerza pública—, hecho
que se ratifica en la percepción ampliamente difundida de que no existen
vasos comunicantes para tramitar las demandas más urgentes.

Se desprende de este diagnóstico la necesidad de activar y fortalecer


mecanismos de participación que más allá de sumar números consideren
las voces diversas de quienes están movilizados, y propicien, como ya lo
destacamos, transformaciones institucionales de fondo.

Por lo tanto, a la luz de lo dicho, es clave reconocer la agencia y la


capacidad política de lxs manifestantes y para esto es fundamental dejar
de producir visiones condescendientes de la movilización, al verla por
ejemplo como una protesta joven que necesita formación e iluminación por
parte de la academia o de expertos que la puedan ayudar a canalizar. De
hecho, esta idea de la academia como instancia aséptica, objetiva y neutral
resulta problemática en la medida en que desconoce que las prácticas
mismas de académicos y académicas están situadas y responden también
a posicionamientos sociales con expresividad política.

El papel de la academia debería ser el de la escucha, el trabajo en común


con estos actores, la colaboración de ida y vuelta. No sólo la movilización
puede encontrar en la academia un medio de receptivo para legitimar sus
agendas. La academia también puede nutrirse con las producciones de
conocimiento que en estos espacios sociales se está dando. Pero esto
requiere superar posturas que consideran a la academia como el único
lugar de producción de conocimiento legítimo, y que promueven
aproximaciones instrumentales y jerárquicas a los sectores movilizados,
considerándolos solo como “informantes”.
Sin duda, uno de los retos que como académicas tenemos es cómo
nombrar lo que está sucediendo y aún no ha sido nombrado; cómo
caracterizar el tipo de momento histórico, las emergencias y vitalidades: lo
que ha producido lo común.

Foto: Alhena Caicedo

1. Ciertamente, pensamos que el diálogo es fundamental para


construir desde la movilización social, reconociendo lo que ésta ya
ha construido. Pero el diálogo debe comprenderse como un espacio
complejo, expuesto a tratar a fondo el conflicto.

Esto supone, en línea con lo dicho, acoger la igual capacidad de quienes


dialogan, apuntar a construir formas de mutua comprensión atravesadas
por emociones, experiencias traumáticas, no siempre fáciles de lidiar;
escuchar qué está en juego en las acciones de hecho, no deliberativas, y
no meramente rechazarlas desde una pretendida superioridad moral; abrir
la posibilidad para que quienes conversan se puedan transformar
mutuamente, y puedan formular propuestas en común emergidas de la
conversación.

Por ende, se debe dejar de pensar que el diálogo es para atemperar a


jóvenes rabiosos por lo que sufren, para escucharles y llevar lo escuchado
a otras instancias de deliberación que producirían las soluciones para
ellxs. Habría que evitar así que el diálogo funcionara como un lugar donde
representantes de ONGs, universidades e instituciones estatales les digan
a lxs manifestantes “dígame lo que quieren” y luego yo interpreto cómo
resolverlo. Se debería tratar más bien a estos espacios como lugares de
construcción, a partir del conflicto de posiciones, elaborando desde y con
ellas, y no asumiendo de antemano los lugares del consenso a los que se
quiere llegar.

De ahí que, a nuestro entender, y desde nuestra experiencia investigativa,


la cuestión metodológica para llevar a cabo este diálogo sea fundamental.
Se debe apostar por metodologías colaborativas en las que se asume la
producción de los acuerdos, del horizonte común que permite tejerlos,
como un proceso de construcción que implica un trabajo de traducción,
experimentación y composición elaborado a partir de encuentros y
desencuentros entre narrativas, experiencias corporales situadas en
distintos contextos, en muchos casos afectadas por múltiples formas de
violencia, temporalidades, formas de imaginar el futuro, y lo que es posible
en éste (Quintana, Jaramillo, Caicedo 2021).

No puede pensarse, entonces, que los criterios para llevar a cabo el


diálogo y los términos claves en discusión como “igualdad”, “bienestar”,
“paz”, “democracia”, “desarrollo” son evidentes y son dictados por
instancias institucionales, sino que justamente son términos polémicos,
que están expuestos a debate.

Foto: Alhena Caicedo

Asumir este debate, y la manera en que afecta los acuerdos que se pueden
lograr respecto de la interpretación de los problemas y las propuestas para
abordarlos es también clave para poder lograr transformaciones
institucionales que recojan estos procesos de elaboración en común.

En todo esto es clave también construir de nuevo la confianza. Quienes se


manifiestan han sufrido múltiples formas de violencia por parte de actores
criminales, pero también de instituciones estatales y prácticas
gubernamentales, en muchos casos en colaboración con agentes para-
estatales. Además, muchas de estas instancias han criminalizado la
protesta social, han justificado su represión, y han reducido sus exigencias
y propuestas a manifestaciones vandálicas que no merecen sino un
tratamiento policial o militar.

La construcción de un espacio de diálogo transformativo requiere


evidentemente evitar estas lógicas anti-democráticas que desconocen o
reducen al mínimo el derecho democrático a la protesta. Pero también
analizar a fondo las razones estructurales que han estado en juego en
estas violencias, entre ellas formas de racismo, clasismo, culturalmente
muy arraigadas, junto a paradigmas económicos-sociales que han
generado cada vez más precariedad y exclusión.

El diálogo no puede pasar por encima de estas condiciones que han


impedido que instancias de conversación social transformativa haya
podido darse muchas veces en Colombia. Porque los manifestantes
desconfían que el diálogo se convierta en un medio de desescalamiento
de la movilización que plantea cambios superficiales, hace promesas que
no se cumplen, y no llega nunca al fondo de cuestiones sistemáticas que
han reproducido la desigualdad.

[1] Sara Daniela Ortiz Medina hizo trabajo de campo en Portal resistencia
en mayo 21, 28; junio 7, 8, 12, 22; en el Barrio Las Brisas del Llano, Usme
en mayo 29; en el Parque Nacional el 5 de junio; en la Asamblea nacional
popular en Bogotá el 6, 7, 8 junio; en Portal norte el 17 y 25 de junio; en
Parque Fontibón el 16 de junio; en Parque Intermedios el 28 de julio.
[2] Ver (115) Ciclo de conferencias / Filosofía y cognición - YouTube

[3] Ver Aparicio et al. 2017, Quintana 2020, Quintana, Jaramillo, Caicedo
2021.

Bibliografía

Aparicio, J.R., Caicedo, A., Jaramillo, P., Manrique, C., Quintana, L. 2017.
“Formas de acción política y movimientos populares en Colombia hoy:
anotaciones para pensar un glosario de lo común” en Mauricio Nieto
(comp.) Los retos de la Colombia contemporánea. Ediciones Uniandes

Caicedo, Alhena. 2021. “Diez puntos para pensar el paro nacional”.


Documento de trabajo presentado en el Conversatorio Colombia: crónica
de una resistencia anunciada. Escuela Nacional de Antropología, México-
ENAH. Mayo 25 2021.

Ibarra Melo y Recalde García. 2021. “Al otro lado del miedo está el país
que soñamos”. En: Pensar la resistencia: mayo del 2021 en Cali y
Colombia. Cali: Univalle, pp. 67-94.

Quintana, Laura. Política de los cuerpos: emancipaciones desde y más allá


de Rancière. Barcelona: Herder.

Quintana, Jaramillo, Caicedo. 2021. “What’s up with Methodology? Faults,


Experimentations, and Affective Displacements in the Reinventions of the
Common”. Cultural Studies (First
online): https://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/09502386.2020.186
3996?journalCode=rcus20

Recuperado de https://uniandes.edu.co/es/noticias/antropologia/movilizacion-social-
como-construimos-con-ella, el 12 de abril de 2022

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