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La forma del contenido incluye aquellos elementos internos que forman una determinada
historia; es decir, los sucesos y existentes particulares de cada una de las realizaciones
narrativas, que pueden sufrir variaciones muy acusadas de una versión a otra. Por ejemplo,
al hablar de forma del contenido en la película Fausto (1926) de Friedich Wilhelm Murnau
puede apreciarse que el largometraje prescinde en gran medida de los sucesos que Goethe
tratara en la segunda parte de su Fausto (1808-1832) o bien de ciertos personajes presentes
en la primera, la elegida para su adaptación. Así, son exclusivos de Goethe personajes
como la bruja encargada de esa poción de rejuvenecimiento que transforma al doctor o
espacios como el palacio de Menelao en Esparta; si bien el mérito de Murnau es dotar de
nuevos sucesos esa última porción de la primera parte literaria para cerrar la historia de
Fausto en una estructura anular que remitirá al prólogo de los primeros minutos de la cinta.
Aristóteles entendía que el designio moral o el propósito de cada uno de los personajes
debe ser bueno, pues el héroe trágico –y cualquier persona de carne y hueso– no obra mal
de forma consciente: por ejemplo, en el film Faust (1926) de F. W. Murnau, el doctor pacta
con Mefistófeles con el fin de erradicar una epidemia y así salvar la ciudad, rasgo que apela
a la bondad en su construcción.
En la narrativa del film de Murnau el héroe, incapaz de encontrar un remedio con el que
paliar la plaga, inicia un alejamiento progresivo de sus creencias que no sólo abarcan el
ámbito religioso en la idea de finitud del ser humano, sino también el científico al ser
incapaz de dar con la cura necesaria para salvar a la población. Esta novedad introducida en
el film de Murnau permite aunar de forma significativa dos características del héroe: por un
lado, este Fausto se identifica con el benévolo Prometeo por su filantropía, pues el fin
último que persigue es la salvación del pueblo tratando de elaborar el remedio que corte de
raíz sus males. Pero además, el personaje mantiene su escepticismo respecto a la religión
puesto que ninguna de las dos vías, ni la ciencia ni la fe, le sirven para erradicar el
espectáculo grotesco que tiene ante sus ojos. Murnau crea un relato visual tan cercano al
original de Goethe, que complementa el placer del espectador ante la experiencia de Fausto.
Fausto, don Quijote y don Juan, aunque personajes dispares en sus acciones y
comportamientos, encarnan la definición que del individualismo encontramos en los
diccionarios: “sentimiento o conducta egocéntrica por principio…; acción o pensamiento
individual libre e independiente; egoísmo”. Veamos: “Los tres tienen un ego exorbitante; lo
que los tres deciden tratar de hacer es algo que nadie ha hecho antes; se trata por completo
de una elección tomada libremente; los tres llevan una empresa adelante a toda costa, y en
los casos de Fausto y de don Juan no sólo a costa de sus vidas, sino también a costa de la
eterna condenación de sus almas. Entre los tres, al menos dos, don Quijote y don Juan,
buscan la fama personal o la gloria; los tres operan sin el menor respeto a la „raza, el
pueblo, el partido, la familia o la corporación‟, por emplear la frase de Burckhardt”. Los
tres adoptan una postura que se puede definir ego contra mundum. Viven cada uno su vida
sin que les afecte, y sin que apenas se percaten de los intermediarios normativos que
existen entre ellos mismos y las realidades sociales e intelectuales que les circundan. Los
tres, por decisisión libre y personal, son viajeros; los tres, son, ante todo, nómadas
solitarios. Ninguno de los tres mantiene relaciones íntimas o al menos estrechas con otros
hombres y mujeres de talante similar al suyo. Los tres forman un único vínculo más o
menos estrecho con un criado (Mefistófeles, Catilinón, Sancho Panza). Así, pues, sus
similitudes tienen una relación analítica con el concepto del individualismo. Además,
podemos ver, se trata en lo esencial de rasgos negativos, de modo que los tres personajes se
defien por sus carencias (Watt, 1999: 133-136).