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Buena parte del plástico que va a parar al medio ambiente lo hace a los mares y
océanos. El agua, el sol, el viento y los microorganismos van degradando el plástico
vertido al océano hasta convertirlo en diminutas partículas de menos de 0,5
centímetros de largo conocidas como microplásticos. Estas partículas son ingeridas por
el plancton, los bivalvos, los peces y hasta las ballenas, quienes las confunden con
comida. En 2016, un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación (FAO) informaba de la presencia de microplásticos hasta en 800 especies
de peces, crustáceos y moluscos.
Según investigadores de la Universidad John Hopkins (EE. UU.), cualquier europeo que
consuma marisco de forma habitual ingiere aproximadamente 11.000 microplásticos al
año. Pero esto no es todo: a finales de 2018, un estudio de Greenpeace y la
Universidad Nacional de Incheon (Corea del Sur) también concluyó que el 90% de las
marcas de sal muestreadas a nivel mundial contenían microplásticos. Y además se sabe
que el agua del grifo es otra de las fuentes por la que los humanos ingerimos pequeñas
partículas de plástico.
Preocupados por estos hallazgos, los científicos han empezado a estudiar el efecto de
los microplásticos en el organismo humano. Los plásticos encontrados con más
frecuencia fueron el polipropileno y el tereftalato de polietileno (PET), ambos
componentes principales de las botellas de plástico y los envases de leche y zumo. Sin
embargo, los investigadores reconocieron no poder determinar la procedencia de cada
partícula y apuntan a que, probablemente, la comida sea contaminada durante varias
etapas del procesado de alimentos o como resultado del empaquetado.
Hace más de cuarenta años que se empezaron a sintetizar estos pequeños plásticos,
pero siguen llegando al medio marino de manera continúa. Ya debería haberse
aplicado algún tipo de gestión que implique reducir esta gran cantidad de
componentes, pero el mundo no parece darse cuenta de las graves consecuencias que
implica la contaminación de mares y océanos, por lo que aún faltan muchas medidas
de regulación.