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Los microplásticos

Se trata de pequeñas partículas sintéticas que provienen de derivados del petróleo.


Son difícilmente degradables y su origen se encuentra en la actividad industrial y el
consumo doméstico, estando presente en detergentes, dentífricos, en productos de la
piel como exfoliantes y protectores solares e incluso en muchas fibras sintéticas de
ropa, entre otros. Puesto que estos productos son de consumo diario y siempre se
usan en contacto con el agua, los microplásticos que contienen se vierten a un ritmo
constante en nuestras aguas residuales.

El problema reside en que estos materiales son tóxicos, abrasivos y difícilmente


tratables en la filtración de las depuradoras debido a su pequeño tamaño, pues el
tamaño de los microplásticos es menor de 5 mm. Por lo tanto, estas partículas
contaminantes acaban siendo desechadas a ríos, mares y océanos provocando serios
daños a una gran parte del medio natural.

La presencia de los microplásticos es prácticamente invisible al ojo humano, y es por


eso que la mayoría de la población no se hace cargo de lo perjudiciales que pueden
llegar a ser para aquellos seres que los ingieran, desde invertebrados hasta peces, aves
y mamíferos acuáticos. Estos residuos llevan acumulándose de manera descontrolada
en el medio ambiente des de hace cuatro décadas, y representan más del 50% de los
millones de toneladas de plástico que se vierten anualmente al mar.

Un peso equivalente al de 80 millones de ballenas azules, 1.000 millones de elefantes o


25.000 Empire State Buildings. Esta es la cantidad de plástico que los seres humanos
hemos generado desde que comenzó la producción a gran escala de materiales
sintéticos a principios de la década de los 50: 8.300 millones de toneladas
métricas. Una cantidad suficiente para cubrir Argentina. Son datos del
estudio Production, use, and fate of all plastics ever made realizado en 2017 por la
Universidad de California en Santa Bárbara, la Universidad de Georgia y la Sea
Education Association.

De manera previsible, la producción anual de plástico se ha ido multiplicando con el


transcurso de los años, pasando de 2 millones de toneladas métricas en 1950 a más de
400 millones en 2015. Y esta tendencia no parece remitir: de la totalidad de plástico
generado entre estas dos fechas por los seres humanos, la mitad fue producida en los
últimos años. Y una de las causas principales del incremento imparable en la
producción de plásticos es que tienen una vida útil muy breve: la mitad se convierten
en residuos después de cuatro años de uso o menos. Aunque lo verdaderamente
preocupante es que solo el 9% de esos residuos fue reciclado, mientras que un 12%
fue incinerado y un 79% terminó en vertederos y en el medio ambiente.

Buena parte del plástico que va a parar al medio ambiente lo hace a los mares y
océanos. El agua, el sol, el viento y los microorganismos van degradando el plástico
vertido al océano hasta convertirlo en diminutas partículas de menos de 0,5
centímetros de largo conocidas como microplásticos. Estas partículas son ingeridas por
el plancton, los bivalvos, los peces y hasta las ballenas, quienes las confunden con
comida. En 2016, un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la
Alimentación (FAO) informaba de la presencia de microplásticos hasta en 800 especies
de peces, crustáceos y moluscos.

Según investigadores de la Universidad John Hopkins (EE. UU.), cualquier europeo que
consuma marisco de forma habitual ingiere aproximadamente 11.000 microplásticos al
año. Pero esto no es todo: a finales de 2018, un estudio de Greenpeace y la
Universidad Nacional de Incheon (Corea del Sur) también concluyó que el 90% de las
marcas de sal muestreadas a nivel mundial contenían microplásticos. Y además se sabe
que el agua del grifo es otra de las fuentes por la que los humanos ingerimos pequeñas
partículas de plástico.

Preocupados por estos hallazgos, los científicos han empezado a estudiar el efecto de
los microplásticos en el organismo humano. Los plásticos encontrados con más
frecuencia fueron el polipropileno y el tereftalato de polietileno (PET), ambos
componentes principales de las botellas de plástico y los envases de leche y zumo. Sin
embargo, los investigadores reconocieron no poder determinar la procedencia de cada
partícula y apuntan a que, probablemente, la comida sea contaminada durante varias
etapas del procesado de alimentos o como resultado del empaquetado.

Hasta el momento no se han encontrado evidencias que determinen que los


microplásticos representen un riesgo para la salud de los seres humanos.
Especialmente en el caso de las partículas grandes, como las halladas en el estudio. En
cambio, las partículas pequeñas entrañan más riesgo ya que pueden colarse en el
torrente sanguíneo, el sistema linfático y alcanzar el hígado.

Hace más de cuarenta años que se empezaron a sintetizar estos pequeños plásticos,
pero siguen llegando al medio marino de manera continúa. Ya debería haberse
aplicado algún tipo de gestión que implique reducir esta gran cantidad de
componentes, pero el mundo no parece darse cuenta de las graves consecuencias que
implica la contaminación de mares y océanos, por lo que aún faltan muchas medidas
de regulación.

Inglaterra y Estados Unidos fueron los precursores en prohibir muchos de los


cosméticos, dentífricos, geles y detergentes que incluyeran microplásticos en sus
fórmulas, sobre todo en forma de gránulo. Otros países como Canadá, Suecia, Francia
y Bélgica están actuando des de hace un par de años con prohibiciones y regulaciones
parecida.

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