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¡ABAJO LA TIRANÍA!

AMÉRICA Y ESPAÑA EN REVOLUCIÓN


1776-1835

Manuel Chust
José A. Serrano
(eds.)
© Manuel Chust, 2018
© José A. Serrano, 2018

Editor: Ramiro Domínguez Hernanz

© Imagen de cubierta: The Conquerors of the Bastille before the Hotel de Ville in 1789.
Hippolyte Delaroche, 1839.
Petit Palais Museum, París

C/ San Gregorio, 8, 2, 2ª
www.silexediciones.com

ISBN: 978-84-7737-685-9
Depósito Legal: M-35153-2018
Colección: Sílex Universidad

Dirección editorial: Cristina Pineda i Torra

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contenido

la revolución, la revolución, ¿la revolución?


Manuel Chust
José Antonio Serrano
11

el mundo atlántico, las revoluciones atlánticas


y la participacion ibérica
Marcello Carmagnani
19

revolución de “revolución”. el giro del concepto


“revolución” a finales del siglo xviii
Lluís Roura i Aulinas
41

estados unidos:
una revolución por la independencia
y la república permanentemente revisada
Aurora Bosch
67

la revolución francesa en la américa española


Michael Zeuske
95

la revolución haitiana, una mirada historiográfica


Javier Laviña
143

la estela de la revolución
francesa en la independencia del perú.
debates políticos y perspectivas historiográficas
Claudia Rosas Lauro
161
la guerra de la independencia
española a la luz del bicentenario.
usos públicos y tendencias historiográficas
Pedro Rújula
183

de la revolución insurgente
a los divergentes procesos de independencia.
la historiografía mexicana y mexicanista, 1995-2015
José Antonio Serrano Ortega
231

pensar, comprender y hacer la revolución.


el debate en torno
a las historiografías “académicas” y “militantes”
Mariano Schlez
259

revolución… ese “fantasma”


que sigue recorriendo la historiografía (1950-1970)
Manuel Chust

301

fuentes
329

bibliografía
335

autores
379
“Cuando la tiranía hace sentir toda su amargura […]
entonces se forman con facilidad las revoluciones”

Álvaro Flórez de Estrada


la revolución, la revolución, ¿la revolución?

Manuel Chust
José Antonio Serrano

Entre 1763 y 1848 el Mundo cambió. El capitalismo, como modo


de producción, se consolidó en buena parte de Europa y América.
De forma desigual, lo sabemos. No solo territorial sino también
social. Sus orígenes, su crecimiento, tal y como argumenta en este
libro Marcello Carmagnani, su expansión fueron motivo de miles
de páginas de sus coetáneos que aseveraban sus efectos benefacto-
res, la riqueza que iban a recibir las Naciones, el progreso, impa-
rable, de la humanidad, el fin de la ominosidad de la Tiranía y del
“mal Gobierno”, la llegada de la Luz que despejaba las tinieblas
de siglos de oscurantismo… De Revolución fueron calificadas las
múltiples y diferentes tomas de las “Bastillas”, las revueltas urba-
nas, las movilizaciones campesinas… de revolucionarias también
fueron recibidas las cartas constitucionales que aseveraban que la
Nación tenía la Soberanía, que los ciudadanos debían tener Dere-
chos, sus juramentos, las fiestas que celebraban su sanción… sona-
ron campanas por doquier, no solo en Filadelfia, que anunciaban
la “Libertad”.
El giro del concepto Revolución, como muestra Lluís Roura
en este libro, fue un hecho. Copérnico dejó paso a Voltaire. De
“gloriosas” fueron calificadas múltiples revoluciones, de héroes a
sus líderes, de gestas sus acciones militares, de “divinas” sus car-
tas constitucionales… Sin duda, una “ilusión heroica” se instaló
en la época, como célebremente argumentó Manfred Kossok.
Y se libró una guerra, entre el que empezó a calificarse como
“antiguo” Régimen y un “nuevo” Régimen que pugnaba por
sustituirle. El primero se resistió, con todas sus armas, las terre-
nales y las celestiales, a ser superado. Así, Revolución y guerra

11 5
manuel chust y josé antonio serrano

trazaron un lazo indisoluble. Unas guerras, diferentes, revolu-


cionarias, que subvirtieron el orden social, que ascendieron a los
no privilegiados, en ocasiones vertiginosamente, a altos mandos
militares, que enramaron a políticos a puestos relevantes, que
politizaron a la muchedumbre, que alzaron en armas a sectores
étnicos y raciales subordinados y que quebraron, en fin, los es-
tatus coloniales seculares convirtiéndolos en estados naciones
independientes.
En el primer tercio del Ochocientos, tras medio siglo desde
que en Concord y Lexington sonara el tiró que “se oyó en todo el
mundo”, el liberalismo triunfó, si bien en América. Dado que en
Europa, tras la restauración absolutista implantada por el sistema
del Congreso de Viena, la pugna liberalismo-absolutismo no solo
se recrudeció sino que se mantuvo en confrontación. Conviene
recordarlo. Y con América no nos referimos tan solo a los Estados
Unidos, sino a Hispanoamérica. Si bien, respecto al primero, el
trabajo de Aurora Bosch pone de relieve tanto su tratamiento his-
toriográfico como histórico.
Pero también, en estas décadas, empezó a llegarle al liberalismo
su crisis, sus contradicciones, sus decepciones sociales, económicas
y políticas. Estas fueron motivo de protesta, de oposición, de lu-
cha, la mayor parte de las veces clandestina, y también de crítica.
Cuándo esta adquirió la categoría de Manifiesto, en 1848, aseveró
que el capitalismo tenía los días contados, además de proclamar,
tétricamente, que un “fantasma” recorría o iba a recorrer el mundo
capitalista en mor de su destrucción. El pasmo de importantes
intelectuales, de capitalistas notables, de grandes comerciantes,
etc. fue tremendo. No era una bravuconada más de “radicales” o
“exaltados”, ni si quiera un mero juicio de valor como se habían
producido cientos hasta el momento. Los que suscribían argumen-
taban sus considerandos en leyes que decían ser “científicas” basa-
das en la experiencia empírica que les proporcionaba el estudio de
la Historia. Marx y Engels, como sabemos y entre otras cuestiones,
manifestaron que las sociedades no solo evolucionaban, sino que,
en un momento coyuntural se podían transformar mediante una

5 12
la revolución, la revolución, ¿la revolución?

relación dialéctica crisis-revolución. Sonó, o les sonó a las clases


dirigentes, a amenaza. Y, a pesar de los tiempos, incluso hasta hoy.
Pero el liberalismo también cambió en esta época. Como sus
circunstancias, como su temporalidad. Es decir, pasó a ser his-
tóricamente determinado. Sin embargo, su ideología sintetizada
universalmente en consignas, tuvo la gran virtud no solo de au-
nar fuerzas contra la Tiranía, en todas las formas que esta pudiera
representar, sino en sobrevivir, con cierta buena salud, al paso del
tiempo, de las crisis, de la crítica y de sistemas antagónicos que
triunfaron. Es decir, el liberalismo, su ideología, su política, pasa-
ron de revolucionarias frente a la tiranía del Antiguo Régimen, a
conservadoras del Estado que había logrado conquistar. Solo que
tanto el liberalismo como su forma económica, el capitalismo, no
solo se moderaron sino que, especialmente tras 1914 y 1917, en-
gendraron nuevas formas de Tiranías frente a sus oponentes. De
fascismo fue calificada una de ellas.
Hoy sabemos que Libertad, Igualdad, Fraternidad siguen vi-
gentes. Basta recordar la última campaña presidencial francesa.
El haz de esta trilogía fue tan potente que no solo contribuyó a
derribar una sociedad de más de mil años… sino que socavó, len-
ta pero constantemente, desde sus comienzos, a sistemas estatales
socialistas, arrumbó propuestas socialdemócratas y consolidó, tras
su crisis, un sistema neoliberal aún más injusto y desigual. Y, para-
dójicamente, vencedor indiscutible. Ya no hay otro boxeador en el
ring. En este sentido, conviene adjuntar también la reflexión que
hace Mariano Schlez entre historiografía, sin matices, y la deno-
minada “militante”.
Como cantan, recitan en realidad, Vetusta Morla: “Fue un atra-
co perfecto/Fue un golpe maestro/Dejarnos sin ganas de vencer/
Fue un atraco perfecto/Fue un golpe maestro/Quitarnos la sed.”
Al término de la Segunda Guerra Mundial, el mundo se
quebró. Los bloques dominantes forzaron al resto del mundo a
alinearse sectariamente. Los que se resistieron fundaron la organi-
zación Países No Alineados. De occidental y atlántica se autocon-
sideró la civilización liberal y cristiana. De orientales, se calificó a

13 5
manuel chust y josé antonio serrano

lo que Churchill acuñó como los países que estaban tras el “telón
de acero”.
Revolución, como categoría histórica, pasó a tener una no-
table centralidad historiográfica. Desde la academia liberal para
negar sus transformaciones, desde el campo socialista para seguir
abogando por su inevitabilidad, desde diversos campos inter-
medios, para negar o confirmar unas y otras afirmaciones. Qué
duda cabe que el contexto de la Guerra Fría puso en el centro de
la discusión historiográfica a la Revolución, así, como categoría
atemporal. Y se inició un intenso debate que rápidamente pasó
de los términos históricos e historiográficos a considerandos y
consecuencias dictaminadoras del presente.
El hecho fue que la discusión se retrotrajo a la Historia con-
temporánea. Y ahí se puso el eje de discusión en las revolucio-
nes o independencias del siglo xviii y xix. Y en esa discusión
aparecieron dos temáticas inherentes con las circunstancias de
la época: Imperios/imperialismo y colonia/anticolonialismo. Por
supuesto que ambas temáticas estuvieron muy relacionadas con
el derrumbe en las décadas de los cincuenta a setenta de los im-
perios coloniales europeos en África y Asia y el surgimiento de
dos Imperios colosales como los Estados Unidos de América y
la URSS. De esta forma, a Revolución se le unió en la discusión
histórica e historiográfica: Imperio y cuestión colonial.
Cuestionar, rebatir o negar la Revolución históricamente fue
el objetivo de una parte de la academia occidental. Y se empezó
por el ojo del huracán. Así uno de los primeros que abrió fuego
fue el historiador inglés Albert Cobban en 1955. Este atacó uno de
los presupuestos neurálgicos de la argumentación de los marxistas
franceses sobre el papel de la burguesía como sujeto revoluciona-
rio al negarle no solo su protagonismo sino también, diametral-
mente, al otorgarle a la nobleza un destacado rol reformador. Es
decir, la Revolución francesa en realidad no fue tal, y menos la
protagonizó una fuerza revolucionaria… sino que fue producto
de reformas ilustradas nobiliarias. El mensaje fue claro, la clase
ascendente no tenía por qué tener un papel revolucionario, sino

5 14
la revolución, la revolución, ¿la revolución?

que las “revoluciones” en el caso de existir fueron producto de


las reformas de la clase en el poder. Con ello, no solo negaba
el cambio, sino el motor de la revolución. Su estela, desde los
años setenta, la retomó la historiografía revisionista francesa con
François Furet a la cabeza.
Robert Palmer, desde Havard, le siguió también en 1955. Sin
embargo, Palmer pasó a la ofensiva, no a la defensiva como Cob-
ban. Puso en el centro de las explicaciones no solo la política y
la ideología sino también un notorio norteamericano-centrismo,
al situar la revolución de independencia de Estados Unidos de
América como la vanguardia de las revoluciones en pos de la Li-
bertad y frente a la Tiranía. Con ello situó la Campana de la
Libertad de Filadelfia de 1775 por delante de la Bastilla parisina
de 1789. No fue Francia la primera en anunciar al Mundo las pro-
clamas de derechos civiles y de la libertad contra la Tiranía, sino
los Estados Unidos. Es más, junto a Jacques Godechot, fraguó
el concepto de “revoluciones atlánticas”, que explicaban que la
“era de las revoluciones en Europa y América” no era más que el
reflejo de lo acontecido en Estados Unidos en 1776 y en Francia
en 1789.
Este contundente y novedoso planteamiento cristalizó en
modelos revolucionarios, producto también de la influencia de
las ciencias sociales: el Norteamericano de las Trece Colonias y
el revolucionario francés. Modelos que fueron tan estudiados y
cuyas historiografías alcanzaron tal envergadura, la anglo y la
francesa, que fueron capaces de trasladar pautas de comporta-
miento revolucionarias y anticoloniales a otros espacios en ebulli-
ción, tanto americanos como europeos. El rigor de estos modelos
revolucionarios dejó un rastro de consecuencias historiográficas
pesimistas y deprimentes en muchas historiografías, tanto euro-
peas como hispanoamericanas: no hubo revoluciones en el resto
de países americanos y europeos porque ninguno de ellos pasó
por las mismas características y logros de la experiencia nortea-
mericana y/o francesa. O bien, la revolución española y las revo-
luciones de independencia hispanoamericanas fueron producto

15 5
manuel chust y josé antonio serrano

de la asunción de ideas y acciones de la Ilustración francesa y


anglo, de la Independencia de las Trece Colonias y de la Revo-
lución francesa. Así surgió toda una historiografía que, desde
incluso posiciones historiográficas no coincidentes o antagóni-
cas, coincidieron a la hora de calificar con adjetivos parecidos las
otras “revoluciones” –europeas y americanas– de malas copias,
inconclusas, inmaduras, poco revolucionarias “en comparación
a”…, conservadoras o finalmente, inexistentes. De esta forma,
muchas conclusiones fueron contundentes: no hubo revolución,
sino guerras de independencias… en España e Hispanoamérica.
Para el caso español, Pedro Rújula hace un meritorio balance so-
bre los estudios acerca del periodo de la guerra de independencia
española a propósito de su bicentenario.
Qué duda cabe que estas interpretaciones se han puesto no-
tablemente en discusión. Una buena prueba de ello son los tra-
bajos en este libro de Michael Zeuske y Claudia Rosas sobre la
influencia de la Revolución francesa en la independencia de His-
panoamérica en general o en la de Perú en particular, respectiva-
mente. Así, lejos de seguir interpretando la Revolución francesa
como el modelo a seguir, Zeuske y Rosas argumentan que sirvió
como efecto contrarrevolucionario por el “horror” que desperta-
ba entre la clase criolla no solo 1789, sino especialmente toda la
“publicidad” que habían dado a 1793, el “horror” jacobino. Ni
qué decir tiene que la Revolución de Haití, tal y como muestra
Javier Laviña, contribuyó a horrorizar a los criollos adinerados
superlativamente. Una Revolución haitiana que durante décadas
fue invisibilizada por la historiografía y que, como se muestra en
este libro, alcanzó un notable protagonismo e influencia en toda
Iberoamérica. El “fantasma” de Haití sí que recorrió todos los
campos latinoamericanos.
Y el debate historiográfico se intensificó en América Latina
al ¿conmemorar, padecer, festejar, olvidar? el Bicentenario de las
independencias. 1808/2008. Un poco antes y hasta la fecha se ha
debatido si las independencias de los nuevos países latinoamericanos
supusieron La Revolución, en mayúscula, o la revolución con muy

5 16
la revolución, la revolución, ¿la revolución?

minúsculas palabras o de plano sólo continuaron las estructuras


coloniales. Este libro se une entusiasta a ese debate con los artí-
culos publicados.

17 5
el mundo atlántico, las revoluciones atlánticas
y la participacion ibérica

Marcello Carmagnani
El Colegio de México-Fondazione Luigi Einaudi

Mi intención es la de abordar tres problemas. El primero discute


las principales novedades en las ideas del mundo atlántico y de las
revoluciones atlánticas así como el papel desempeñado por la par-
ticipación de las áreas ibéricas europeas y americanas. El segundo
insiste sobre la importancia que tuvo la renovación de la cultura
económica y la transformación del comercio y del consumo en el
desarrollo del mundo atlántico, de las revoluciones atlánticas y su
participación en las áreas ibéricas. El tercero analiza específicamen-
te el sendero de la libertad comercial y su conexión con la libertad
política.

revoluciones y mundo atlántico

La idea de un momento histórico caracterizado como revoluciones


democráticas es formulada por vez primera por Jacques Godechot
y Robert Palmer. Estos dos historiadores argumentaron que se tra-
ta de un único movimiento que acontece en el mundo atlántico
europeo y americano y es un ciclo revolucionario en oposición al
absolutismo sostenido por la ideología de la libertad, de la sobera-
nía, del patriotismo y por la acción política de la ciudadanía.1

1 Robert R. Palmer, The age of democratic revolution: a political history of Europe and
America, 1760-1800, Princeton University Press, Princeton, 1959. Edoardo Tortarolo,
“Eighteenth-century Atlantic history old and new”, History of European Ideas, 4,
(2008), pp. 369-379.

19 5
marcello carmagnani

La nueva y controvertida reflexión de estos dos historiadores


despertó un notable interés en Europa y América pues permitía
ofrecer una visión mundial del siglo xviii. Estas ideas fueron suce-
sivamente profundizadas por Palmer quien planteó la existencia de
un espacio político y social que comparte características comunes
en todas las regiones atlánticas y que los movimentos revoluciona-
rios que allí se dan entre el último tercio del siglo xviii y el primer
tercio del siguiente podían ser vistos en sus conexiones mutuas.2
El repunte del interés por las revoluciones atlánticas en los
últimos años ha permitido la revalorización del republicanismo
a nivel político y su relación con la cultura económica.3 Al mis-
mo tiempo la idea que las revoluciones atlánticas comprendían el
mundo británico y el francés ha conocido una expansión geográfi-
ca por la integración del Atlántico sur y las áreas iberoamericanas.4
Esta expansión geográfica favorece la superación, que espero sea
definitiva, de la idea que el mundo ibérico fuera una área atasca-
da por la ignorancia y el obscurantismo, ajena a la Europa de las
Luces.
Persiste sin embargo la orientación que las revoluciones atlán-
ticas sea un asunto exclusivamente político. Un reciente volumen
presenta la participación del mundo iberoamericano como una
ruptura política y cultural sostenida por el republicanismo que
permite una nueva concepción de la legitimidad política gracias al
constitucionalismo y al federalismo.5
Para superar y conjugar la connotación política con la econó-
mica y social se requiere sostener que las revoluciones atlánticas son
imposibles de comprender si no se toma en cuenta que el mundo

2 Robert R. Palmer, The age of democratic…


3 Manuela Albertone y Antonino De Francesco (comp.), Rethinking the Atlantic world,
Europe and America in the age of democratic revolution, Palgrave Macmillan, Basing-
stoke, 2009, pp. 1-14.
4 Bernard Baylin, Atlantic history: concept and contours, Harvard University Press,
Cambridge, 2005.
5 Federica Morelli, Clement Thibaud y Geneviève Verdo (comp.), Les Empires atlan-
tiques des lumières au libéralisme (1763-1865), Presses Universitaires de Rennes, Rennes,
2009, pp. 9-17.

5 20
el mundo atlántico, las revoluciones atlánticas ...

atlántico nace a mediados del siglo xv y se articula definitivamente


con la historia mundial a mediados del siglo xix.6
No obstante la novedad de la propuesta de Armitage y Brady
de comparar la historia atlántica británica con las otras, la espa-
ñola, la portuguesa, la holandesa y la francesa, la historia atlántica
parece no tener nada que ver con las revoluciones atlánticas7.
David Armitage y Michael J. Braddick sostienen que la historia
atlántica abarca toda la Edad Moderna, desde el descubrimiento
de América hasta la edad de las revoluciones del siglo xviii y los
primeros decenios del siglo xix, y su objetivo es estudiar “un siste-
ma social, con fronteras permeables, creados por la interacción de
migrantes, colonos, comerciantes, y una gran variedad de sistemas
políticos. Estas conexiones fueron vectores para la trasmisión de
ideas y se convirtieron en medios a través de los cuales las identi-
dades fueron construidas y reconstruidas”.8
Las revoluciones atlánticas son una discontinuidad en la con-
tinuidad de la Historia Atlántica lo cual requiere superar nuestras
ideas de la periodización tradicional así como tener presente que el
mundo atlántico gracias a las conexiones marítimas rompe nues-
tras ideas de la historia moderna y revaloriza la concepción del
Antiguo Régimen.9
Convendría que tomáramos en cuenta las consideraciones de
Alison Games quien argumenta que el Atlántico es una unidad
neohistórica y una construcción conceptual capaz de satisfacer las
necesidades de los historiadores de establecer comparaciones entre
las diferentes áreas que asoman hacia el Océano.10
Comparto la idea de Games que la Historia Atlántica y, por
lo tanto, las revoluciones democráticas no son otra cosa que un

6 Marcello Carmagnani, Le conessioni mondiali e il mondo atlántico,1450-1850, Einaudi,


Turín, 2018.
7 David Armitage y Michael J. Braddick, The British Atlantic world, 1500-1800, Palgra-
ve Mcmillan, Basingstoke, 2002, pp. 3-4.
8 David Armitage, “Three concepts of Atlantic history”, en David Armitage y Michael
J. Braddick, The British Atlantic..., p. 12.
9 Marcello Carmagnani, Le connessioni mondiali ....
10 Alison Games, “Atlantic history: definitions, challenges, and oppurtinities”, American
Historical Review, 3, (2008), pp. 741-757.

21 5
marcello carmagnani

pedazo de la historia mundial, como lo he tratado de mostrar


en mi libro, y por lo tanto no es necesariamente un estudio de
una unidad geográfica pues sus características principales es el de
presentarse como una historia que interconecta directamente las
áreas europeas, americanas y africanas que se prolongan, además,
hacia los otros océanos, el Índico y el Pacífico.11
Inicialmente las revoluciones atlánticas excluían el mundo
iberoamericano que fue progresivamente incorporando gracias a
los estudios del tráfico de esclavos hasta que Bernard Baylin, reto-
mando la idea de Mc Neill de las redes humanas, bosquejó la par-
ticipación del mundo iberoamericano en la Historia Atlántica12.
Si son las conexiones y las redes los elementos fundamenta-
les de la historia mundial, el análisis comparado no es el único
instrumento de análisis disponible. La exclusiva utilización de la
comparación nos llevaría a una simple yuxtaposición entre las
áreas atlánticas sin necesariamente establecer la coordinación que
acontece entre ellas y, por lo tanto, nos hace perder de vista el
conjunto. Axial acontece con la propuesta de Armitage que indi-
vidualiza tres formas de historia del mundo atlántico, la historia
transnacional, la historia internacional y la historia nacional o
regional en un contexto atlántico.13
La valorización de las conexiones y de las redes mercantiles y
financieras, de los ejes materiales, de los flujos culturales y de las
manifestaciones políticas y sociales permitirían comprender que
el mundo atlántico y, por lo tanto, las revoluciones atlánticas no
son comprensible sin un análisis de las interacciones, es decir de
las relaciones y de las influencias recíprocas, que se dan entre la
economía, la sociedad, la política y la cultura.
En la medida que no se logre tener presente las interacciones
atlánticas no se logrará precisar que dichas revoluciones son una

11 Marcello Carmagnani, Le connessioni mondiali...; Marcello Carmagnani, El Otro


Occidente. America Latina desde la invasion europea a la globalizacion, F.C.E-El Cole-
gio de México-Fideicomiso Historia de las Américas, México, 2005.
12 Bernard Baylin, Atlantic history…
13 David Armitage, “Three concepts...”, pp. 16-25.

5 22
el mundo atlántico, las revoluciones atlánticas ...

forma que asume la historia mundial a partir de la Revolución in-


glesa hasta llegar a las revoluciones por la independencia latinoa-
mericanas, sin olvidar obviamente la americana y la francesa. En
efecto, no obstante que las revoluciones atlánticas estén todavía
cargadas de un contenido exclusivamente político y cultural ellas
son también el producto de las transformaciones materiales de
la revolución comercial, del nacimiento del consumo moderno
y de una nueva forma de sociabilidad que se dieron en estrecha
conexión con la política y las instituciones, visible en el derecho
internacional, el constitucionalismo y las formas de gobierno re-
publicanas y de la monarquía constitucional.

transformaciones materiales y culturales


del mundo atlántico

Concentrémonos ahora en la interacción que acontece entre las


transformaciones materiales y culturales entre 1750-1825 por efec-
to de los cambios económicos y culturales del mundo atlántico
dando la debida importancia al nacimiento y a la difusión de la
economía política en Europa y las Américas.
Recientemente sostuve que la revolución comercial inaugura-
da en los últimos decenios del siglo xvii no es solamente un cam-
bio material sino también inmaterial pues transformó la cultura,
dando vida a la cultura económica liberal, y modificó profun-
damente las percepciones, gustos y hábitos del comportamiento
productivo y del consumo de todos los actores sociales.14 Gracias
a esta investigación comprendí que las revoluciones atlánticas en-
cuentran su momento desencadenante con la crisis de la concep-
ción mercantilista entre fines del siglo xvii y comienzos del siglo
xix que favorece una nueva asociación entre la virtud política,
de derivación maquiavélica, y la virtud económica fundada en

14 Marcello Carmagnani, Las islas del lujo. Productos exóticos, nuevos consumos y cultu-
ra económica europea, 1650-1800, Marcial Pons-El Colegio de México, Madrid, 2012.

23 5
marcello carmagnani

la libertad de comercio y de consumo que favorecerá la auto-


nomización de la dimensión económica del poder político y en
especial del monarca.
También hay que mencionar la nueva cultura económica en
el curso del debate que se dio sobre el comercio. Este debate con-
cierne la naturaleza del intercambio y del sistema de intercambio
pero también de las nuevas relaciones sociales y culturales que
genera entre los individuos que terminan por afectar la moral
pública y religiosa en el curso del siglo xviii.
Jean François Melon, que perteneció al círculo de Voltaire e
influenció a la naciente economía política, sostiene que el motor
de la riqueza de la nación está en el comercio, que no es otra cosa
que el “intercambio de lo superfluo por lo necesario”, gracias al
cual el consumo de los bienes favorece el trabajo de los hombres
que destruye la pereza y la ociosidad. Emerge progresivamente
una nueva idea de la economía política según la cual todas las
producciones y no solo las nacionales deben difundirse, com-
prendiendo no solo los bienes de primera necesidad sino también
los bienes de lujo, antes reservados solo a los estamentos privile-
giados de la sociedad. 15
El debate sobre el comercio hizo emerger la idea utilitaria.
Comienza a sostenerse que el comercio es útil incluso porque
excluye el “espíritu de conquista” de la vida de las naciones y
favorece por lo tanto a la paz. Gracias a la circulación y consumo
de los bienes, especialmente de los superfluos, los estados crecen
en potencia.
Así, debido a los economistas franceses del denominado “dul-
ce comercio” (Melon, Dutot, Forbonnais) se afirmó en la pri-
mera mitad del siglo xviii la idea que los bienes excedentes a
las necesidades de un país deben moverse hacia los países donde
escasean, con el resultado que la vieja idea prohibicionista del
mercantilismo se desvanece. Jovellanos expresa así esta idea, “el

15Sobre la escuela comercial y su difusión en Europa, véase Marcello Carmagnani,


Las islas del lujo…, pp. 51-80.

5 24
el mundo atlántico, las revoluciones atlánticas ...

comercio llena con lo superfluo de un país la necesidad de otro; y


en este movimiento continuo, después de algunas oscilaciones, se
nivelan periódicamente la necesidad y la abundancia”.16
La nueva concepción de la economía considera que en la so-
ciedad renovada por el espíritu del comercio se difunden nuevas
costumbres de civilidad con el resultado de que el estado deja de
ser despótico, respetará la paz y se favorecerá la justicia y la ins-
trucción de la población. El comercio termina así por dar vida a
una nueva sociedad más interesada en la riqueza y en el bienestar
y la felicidad de la población.
La libertad de comercio y la libertad de consumo de todos
los bienes se convierten en los motores de una transformación
que Gerónimo de Uztáriz definió “comercio útil” en oposición
al comercio “dañino”. El comercio útil es aquel fundado en “la
concurrencia de muchas y buenas manufacturas” las cuales “no se
pueden establecer y conservar sin una adecuada política arance-
laria, “vender a los extranjeros más de lo que se le compra” y con
una marina mercantil “con barcos construidos en estos Reinos”.17
La competencia económica entre las naciones comienza a con-
siderarse una práctica capaz de enriquecer el país y en grado de
contrarrestar la rivalidad militar y por lo tanto contener la guerra
entre las naciones.
Entre 1750 y 1770 la libertad económica se incorpora a los
derechos naturales, es decir, los que pertenecen a los hombres
en cuanto hombres y se conjugará por lo tanto con los derechos
de propiedad, de seguridad y de justicia. Gracias a los fisiócratas

16 Gaspar Melchor de Jovellanos, Apuntes para una memoria sobre la libertad de co-
mercio de granos (1785), en Vicent LLombart (ed.), Escritos Económicos, Laxes ed.
Madrid, 2000, pp. 469-470.Véase el desarrollo en España de la nueva economía
política en Marcello Carmagnani, “En los orígenes del liberalismo. La revolución at-
lántica y el nacimiento de la economía política”, en Encarna García Monerris, Ivana
Frasquet, Carmen García Monerris (eds.), Cuando todo era posible. Liberalismo y an-
tiliberalismo en España e Hispanoamérica (1780-1842), Sílex, Madrid, 2016, pp. 17-30
y Marcello Carmagnani, “De la economía política a la economía pública: José Canga
Arguelles”, Journal of the History of Economic Thought´, 2, (2016), pp. 221-228.
17 Gerónimo Uztáriz, Theórica y práctica de comercio y de marina, Imprenta de
Antonio Sanz, Madrid, 1742, pp. 2, 7, 9-10 y 396.

25 5
marcello carmagnani

y, sobre todo, a Étienne Bonnot de Condillac que influenciaron


entre otros a Pedro Rodríguez de Campomanes, Gaspar Melchor
de Jovellanos y Bernardo Ward en España, a Manuel Belgrano
en el Río de la Plata y a Manuel de Salas en Chile y a José Ba-
quíjano del Carrillo en el Perú. Se establece un nexo definitivo
entre economía y política que se visualizará en la constitución
norteamericana, en la constitución de Cádiz y en las primeras
constituciones americanas.
¿Cómo impactó la nueva idea de competencia en la
vida económica? Sin lugar a dudas potenció el comercio
intercontinental y dio vida al comercio multilateral entre las
naciones permitiendo el nacimiento de los puertos francos, la
reexportación de los productos, la difusión de los seguros marí-
timos y el crecimiento de los instrumentos financieros que mini-
mizan la transferencia de los metales preciosos.18
Gracias a la competencia comercial el mundo atlántico ofre-
ció a los consumidores europeos los nuevos productos america-
nos y asiáticos que no son productos de primera necesidad sino
de comodidad, es decir bienes capaces de satisfacer la convivencia
familiar y social, exaltar los gustos y las fantasías y ser compatibles
con el ingreso de las familias. Son las indianillas, tejidos indios,
el azúcar, el tabaco, el café, el té y el chocolate los motores que
revolucionan el comercio y generan recaídas inmateriales. Entre
1640 y 1780 estos cinco productos americanos y asiáticos triplican
su volumen comercial pues las importaciones en Europa pasan de
20 a 64 millones de libras esterlinas. La participación de los pro-
ductos exóticos en las importaciones totales de Holanda, Gran
Bretaña y Francia se expande desde el 31 al 78%.
Las tres gráficas que les presento permiten entender el impacto
económico de los productos extraeuropeos. El gráfico 1 sintetiza
la evolución de los productos importados por las tres principales
naciones atlánticas– Holanda, Gran Bretaña y Francia –una parte
de los cuales será consumida en los países de importación y la

18 Marcello Carmagnani, Las islas del lujo..., pp. 19-34.

5 26
el mundo atlántico, las revoluciones atlánticas ...

restante será reexportada hacia las diferentes regiones de Europa


y del Medio Oriente. El gráfico nos permite ver que los cinco
productos tienen una evolución sintónica: una tendencia cíclica
en la segunda mitad del siglo xvii, una fase de crecimiento mo-
derado en la primera mitad del siglo xviii, y una fase expansiva
en la segunda mitad del siglo xviii.
La tabla 2 permite ver hasta que punto las tasas de crecimien-
to de las importaciones de los productos americanos y asiáticos
son significativas pues superan la tasa de crecimiento del comer-
cio internacional. Finalmente, la tabla 3 nos muestra que la corre-
lación es muy positiva para cuatro productos, azúcar, tabaco, té y

27 5
marcello carmagnani

café. Es en cambio baja entre los algodones indios y el azúcar, el


té y el café. Débiles también entre el tabaco, el té y el café.
Si se leen las correlaciones a la luz de la evolución histórica se
puede decir, en primer lugar, que se da una orientación sinérgica
de los bienes extraeuropeos. La incorporación de los productos
ultramarinos en el consumo europeo es un proceso que dura me-
dio siglo: comienza en la segunda mitad del siglo xvii y se conso-
lida en la segunda mitad del siglo xviii. En la segunda mitad del
siglo xvii el ingreso de los bienes exóticos favorece una mutación
en la percepción de los objetos, de los bienes materiales, por par-
te de los primeros consumidores de los productos americanos y
asiáticos. Hasta entonces, los objetos y los productos –sillas, me-
sas, trigo y azúcar– como las entidades abstractas e inmateriales
–miedo, cólera, desdén– son percibidos exclusivamente a partir de
su uso práctico o del sentido común que derivan de estructuras
cognitivas similares. Con la primera difusión de los nuevos pro-
ductos asociado a la difusión del conocimiento científico de los
fenómenos naturales, aconteció por lo tanto una trasformación
de este tipo de percepción material e inmaterial que favoreció la
apertura mental de los actores sociales a las novedades.
Quisiera insistir en la novedad que acompaña el concepto de
competencia que atañe a la capacidad de obtener ventajas econó-
micas en el comercio internacional tomando en cuenta las mo-
dificaciones culturales que se dieron a nivel social a partir de la
segunda mitad del siglo xvii. Gracias a la competencia comercial
entre las naciones asistimos al nacimiento del multilateralismo co-
mercial, la difusión de los puertos francos que facilitan la llegada
de los productos sin pago de derechos aduaneros a condición de
ser reexportados, la diferenciación que acontece entre comercian-
tes y comerciantes-financieros que descuentan letras de cambio y
participan en los seguros marítimos de comercio a larga distancia.19

19 Antonio Miguel Bernal, La financiación de la carrera de Indias (1492-1824). Dinero


y crédito en el comercio colonial español con América, Fundación El Monte, Sevilla,
1992, Guillermo Pérez Sarrión, La península comercial. Mercado, redes sociales y Esta-
do en España en el siglo xviii, Marcial Pons, Madrid, 2012.

5 28
el mundo atlántico, las revoluciones atlánticas ...

En un siglo y medio acontecen también algunos desplaza-


mientos significativos entre las áreas americanas y asiáticas, por-
que en la competencia entre estas dos áreas extraeuropeas son
las americanas las que ofrecen a los consumidores europeos los
productos exóticos a precios más competitivos. Entre 1640 y 1750
los productos americanos comercializados se multiplican por 7,3,
mientras los asiáticos se multiplican solo por 3,4. También en la
segunda mitad del siglo xviii, mientras los valores de las merca-
derías americanas duplican, las asiáticas aumentan solo 1,2 veces,
la mitad de la oferta americana.
Hasta ahora se ha dado escasa importancia a la participa-
ción de las áreas iberoamericanas en esta transformación del
comercio y del consumo. El principal producto iberoamerica-
no que participa en la revolución comercial es el tabaco cuya
producción se concentra en Brasil, Cuba y Venezuela. El taba-
co venezolano de Varinas, cotizado en la bolsa de Amsterdam,
era de altísima calidad, superior a su competidor producido en
Virginia, llegaba directamente a Amsterdam a través del co-
mercio holandés a partir de Curasao. El tabaco producido en
el nordeste de Brasil era de hojas negras, capaz de competir
con el de tabaco rubio de Virginia, y era muy demandado por
las clases populares y en especial por los marineros. El tabaco
brasileño desempeñó un importante papel en el comercio ne-
gro pues más de la mitad de sus exportaciones fueron a parar a
África ya sea directamente desde el Brasil o vía Gran Bretaña.
El tabaco brasileño comerciado era cuantitativamente superior
al de Barinas, pero representaba apenas un tercio del tabaco
de Virginia que se comercializa en toda Europa a partir de los
puertos de Escocia.
Hasta mediados del siglo xviii América hispana exporta 1.000
toneladas anuales de tabaco, pero en el último tercio del siglo
exporta 15.000 toneladas anuales. Brasil exporta en el siglo xviii
unas 10.000 toneladas anuales mientras Virginia registró una ex-
pansión en la exportación de tabaco que pasó de 12.000 a 80.000
toneladas anuales en el curso del siglo xviii.

29 5
marcello carmagnani

del comercio libre a la libertad comercial

Las líneas directrices de la cultura económica siguen en América


un sendero interno similar al que se dio en España y en otras
áreas europeas y tienen que ver con la libertad de comercio y
de consumo en su vinculación con la libertad económica. Esta
orientación se expande durante los trastornos ocasionados por la
Revolución francesa la cual permitió la reflexión iberoamericana
relativa a la libertad económica y a la potenciación de la compe-
titividad del comercio de las diferentes áreas latinoamericanas.
El obispo brasileño José Joaquim da Cunha Azevedo escribe
que “todos saben del alto precio que ha alcanzado el azúcar en
toda Europa, por la desgraciada revolución de las colonias fran-
cesas, nuestras mayores rivales en este género de agricultura”.20 Si
se desea aprovechar la coyuntura favorable que presenta el mer-
cado europeo convendrá, por una parte, reducir los impuestos
que favorecen la competencia pues la producción de azúcar “es
por su naturaleza, muy dispendiosa”. Agrega que se debe seguir el
ejemplo de los ingleses y de los holandeses en el Caribe y liberar
además su exportación para evitar, como sucedió con el tabaco,
su contrabando21.
Con el fin de expandir la producción de azúcar sugiere atraer
a los franceses expulsados de las Antillas como productores de
azúcar en Brasil, aprovechando las ventajas naturales del país res-
pecto a las áreas del Caribe. Sostiene que los principios de la
competencia valen también para los otros productos susceptibles
de ser exportados, es decir, el cacao, el café y la canela pues si
“aumenta el gusto de ellos, tanto más necesaria se hará una ma-
yor abundancia aquí”.22 Argumenta también que solo “la com-
petencia sabrá bajar gradualmente el precio del producto, hasta

20 JoséJoaquim da Cunha de Azevedo, Memórias Económicas da Academia Real das


Ciencias (1791), en Obras Económicas, Companhia Editora Nacional, Sao Paulo,
1966, p. 175.
21 Ibídem, pp. 177 y 179.
22 Ibídem, pp. 183-184.

5 30
el mundo atlántico, las revoluciones atlánticas ...

lograr que la nación rival no logre sacar una ganancia, o sucumba


por sus mismos esfuerzos” pues “el comercio sigue la naturaleza
de todas las cosas que, después que tomaron una cierta orien-
tación no es fácil hacer tomar otra”. De allí que con el fin que
la producción brasileña se aventaje de la coyuntura europea “es
necesario dejarle toda la libertad al incremento del precio del azú-
car; cuanto más lo suba, más se expandirán nuestras fábricas y
nuestro comercio”.23 Su conclusión es que para desarrollar todas
las exportaciones a partir del azúcar conviene “dejar a cada uno
la libertad de obtener el máximo interés de su trabajo”, como lo
han demostrado los ingleses y los holandeses.24
Más radical es Francisco de Arango y Parreño, síndico del
Consulado de La Habana, quien propone que para superar “el
actual abatimiento de nuestros frutos” y por lo tanto de las expor-
taciones cubanas de azúcar, tabaco y café, la metrópoli por medio
del gobierno de la Isla debe impedir “los males que nos hace el
contrabando” y aumentar “los ingresos del erario” que acontecerá
al “permitir al extranjero libre entrada en esta Isla con moderados
derechos” los cuales deben ser todavía más moderados para los
nacionales.25
Desde Nueva España Tomás Murphy escribe en 1793 que
conviene aprovechar los precios altos del azúcar en Europa para
impulsar su producción en las diferentes regiones del virreinato
pues “volverán sucesivamente a tomar sus antiguos valores”, con
el fin que los trapicheros novohispanos logren “dar sus azúcares
con la [misma] equidad que los isleños”.26 Murphy insiste que el
espíritu del comercio puede dar vigor y desarrollar la actividad a
la nación que lo cultiva pues “la libertad es el alma del comercio,

23 Ibídem, pp. 184-185.


24 Ibídem, p. 185.
25 Informe de Francisco de Arango y Parreño para sacar la agricultura y el comercio de
la Isla del apuro en que se hallan (1792), en José Carlos Chiaramonte (comp.), Pensa-
miento de la Ilustración, Biblioteca Ayacucho, Caracas 1979, pp. 20-21.
26 Informe de Tomás Murphy (1793), en Enrique Florescano y Fernando Castillo,
Controversias sobre la libertad de comercio en Nueva España, 1776-1818, Instituto
Mexicano de Comercio Exterior, México, 1975-76, vol. I, pp. 391-392.

31 5
marcello carmagnani

y la únicamente capaz de llevarlo al ultimo grado. Hablo de una


libertad que no sea contraria al espíritu del comercio, porque es
máxima sabida que ciertas restricciones lejos de impedir o retar-
dar el comercio, lo animan y lo fomentan”.27
Bernardo Ward en España argumenta que es necesario quitar
las cargas que tienen las exportaciones y “aumentar la cosecha y
perfeccionar la calidad en disminuyéndose el de contrabando”, lo
cual redundara “en un cambio en el método presente con que se
hace el comercio de nuestras Indias“.28 Años antes Campomanes
escribe que el tabaco “es el renglón mas provechoso que el Rey
saca de la América; su producto asciende a cinco millones de
pesos líquidos” y “si entendiésemos bien nuestros intereses, la isla
de La Habana, teniendo salida sus tabacos, podría dar lo sufi-
ciente, no solo para el consumo de España, sino para el resto de
Europa”.29 Lo mismo debería acontecer con el azúcar que “es un
género de indispensable necesidad en España” y reprochaba a la
Corona que mientras el azúcar francés de Martinica y Guadalupe
incrementa constantemente su producción, “Santo Domingo se
mantuvo ociosa en esta cultura, sin tomar estímulos de los pro-
gresos que los franceses hacían en Haití”.30 Argumenta también
que el principal obstáculo al desarrollo del comercio del azúcar
dependía de la existencia de la Compañía de La Habana que “im-
pide la producción en Cuba de la misma forma que lo hace para
el tabaco” con el resultado que el azúcar que se consume en Euro-
pa es el de Brasil que llega por Portugal. 31 Sostenía que las com-
pañías privilegiadas perjudican el desarrollo del comercio pues
“es un yerro tan nocivo creer que una sola compañía puede hacer
el comercio” así como lo es pensar “que desde el puerto de Cádiz

27 Ibídem, p. 387.
28 Bernardo Ward, Proyecto económico (1777), Instituto de Estudios Fiscales, Madrid
1982, pp. 318-319.
29 Pedro Rodríguez Campomanes, Reflexión sobre el comercio español a Indias (1762),
Instituto de Estudios Fiscales, Madrid, 1988, pp. 70-71.
30 Ibídem, p. 72.
31 Ibídem, pp. 73-74.

5 32
el mundo atlántico, las revoluciones atlánticas ...

se pueda abastecer toda la América”.32 “Igual opresión padece el


comercio del cacao por parte de la Compañía de Caracas”, con
el resultado que se unen “el extranjero y el americano para hacer
el comercio, por la ventaja que uno y otro reciben”.33 Por el gran
comercio ilegal la compañía privilegiada “ni aun el tercio de estas
cosechas traen en sus navíos” pues “puede el extranjero dar más
barato el que saca de contrabando”.34
Los obstáculos preexistentes al comercio americano y los pro-
vocados por las guerras de la Revolución francesa expandieron así
las reflexiones en torno a la libertad de comercio y por lo tanto
los efectos de la Revolución francesa en el mundo americano fue-
ron más significativos de lo que nos han mostrado hasta ahora los
diferentes estudios.
En las áreas americanas se insiste especialmente en que la li-
bertad de comercio favorecerá la competitividad a condición que
se removieran los obstáculos a la libre circulación de las mer-
caderías entre las diferentes regiones. Ya en 1791 José Baquíjano
y Carrillo, un óptimo conocedor de la escuela comercial y de
la fisiocracia, escribe que el libre comercio de 1778 no autoriza
“en hacer todo lo que se puede, porque sería desorden y desarre-
glo, sino en practicar todo lo que se debe, es decir combinar con
método y reflexión las empresas y sus resultas”. Especifica clara-
mente que en la vida económica también el comercio se regula a
partir de dos principios, “interés y libertad”, que son regulados
por el gobierno mientras todas las decisiones económicas perte-
necen al ciudadano que se guía por la búsqueda de la felicidad.35
El rioplatense Hipólito Vieytes considera que a nivel comer-
cial debe eliminarse “cualquier estorbo que se oponga a la mas
pronta y rápida circulación” incluso los que aceptan “nuestro co-
mercio interno” que “nos es absolutamente necesario”.36 Insiste
32 Ibídem, pág. 75.
33 Ibídem, p. 74.
34 Ibídem, pp. 74 y 77.
35 José Baquíjano y Carrillo, Disertación histórica y política sobre el comercio del Perú
(1791), en José Carlos Chiaramonte, Pensamiento de la Ilustración…, pp. 20-21.
36 Juan Hipólito Vieytes, El comercio (1803), en Antecedentes económicos de la Revolu-

33 5
marcello carmagnani

que no puede haber comercio libre “mientras se mantenga entor-


pecido el comercio interior entre todos los distritos de un mismo
territorio por falta de caminos o canales navegables para conducir
y vender en todas las partes los frutos de la agricultura”.37
Manuel Belgrano, por su parte, escribe que el comercio es
“el alma de los estados pues con él es que se da vida a todos los
ramos del trabajo de los hombres que lo promueven” gracias a las
innovaciones representadas por los “caminos, puentes, navega-
ción de ríos, canales, posadas cómodas, postas y diligencias”. De
la ausencia de estas innovaciones en el Río de la Plata depende
el “estado miserable de industria que tenemos” que genera “la
pobreza e infelicidad de sus habitadores”.38
En la Nueva España, en cambio, la necesidad de liberar el
comercio interno es apenas mencionado por Murphy quien
reconoce, sin embargo, que “el comercio procura extender el
mercado”.39 La escasa importancia asignada a la libertad del co-
mercio interno depende probablemente, como sostiene Posada,
porque en la Nueva España “suelen ser encontrados los intereses
de unas provincias con los de otras” no obstante “todas tienen un
recíproco interés”.40
El comercio libre de 1778 es visto como el momento desenca-
denante pero perfectible del nuevo curso económico tanto que los
americanos comienzan a elogiar la libertad comercial total conce-
dida por Gran Bretaña a sus colonias luego de la Independencia
de Estados Unidos. El decreto de 1778 es también elogiado por
haber eliminado los impuestos a “los utensilios necesarios para
la agricultura, trapiches e ingenios” que favorecen la innovación

ción de Mayo. Escritos publicados en el Semanario de agricultura, industria y comercio


(1802-1806), Ed. Raigal, Buenos Aires, 1953, pp. 242-243.
37 Juan Hipólito Vieytes, Ventajas que se deben esperar del nuevo camino (1803), en
Antecedentes económicos..., pp. 263-264.
38 Manuel Belgrano, Correo de Comercio (9.06.1810), en Escritos económicos, Ed. Rai-
gal, Buenos Aires, 1954, pp.153-156.
39 Thomas Murphy, Informe..., p. 389.
40 Dictamen del fiscal de real hacienda (27.01.1792), en Enrique Florescano y Fernan-
do Castillo, Controversias..., vol. I, p. 264.

5 34
el mundo atlántico, las revoluciones atlánticas ...

productiva.41 Mariano Moreno en 1809 cita a Jovellanos y a Adam


Smith para sostener que si se rompen “las cadenas” que atan el
comercio y se pone “franca la carrera” se logrará “una circulación
que haga florecer la agricultura, de que únicamente debe esperar-
se nuestra prosperidad”.42
Es el comercio libre entre la metrópoli y sus colonias el vector
que favorece la difusión de la libertad comercial desde el último
decenio del siglo xviii. José de Los Iriberri del Consulado de Co-
mercio chileno, después de criticar el sistema de flotas, las com-
pañías privilegiadas y el monopolio que ejercen los comerciantes
de Cádiz, considera el comercio libre de 1778 como el comienzo
de la nueva era de la libertad comercial.43 Un funcionario del rey
en Nueva España sostiene que la libertad de comercio “propor-
ciona mejor y mas ventajoso expendio” a los productos america-
nos y a los provenientes de España todos los cuales se abaratan
por “el mayor consumo”.44 Manuel de Salas, síndico del Consu-
lado, escribe que “España necesita consumidores de sus frutos
y artefacto, Chile consumirlos y pagarlos”, a condición que no
embarace su exportación.45
Más radical es Juan Hipólito Vieytes quien afirma que “la
experiencia de todos los siglos nos demuestra que el grado de
civilización, cultura y opulencia a que puede llegar una nación
es solamente debida a más o menos acogida y libertad que haya
dado a su comercio” porque “el interés del comercio general con-
siste en favorecer o fomentar un gran consumo“.46
En Nueva España, como en otras áreas de Iberoamérica, co-
mienza rápidamente a leerse en los escritos económicos que “la
conveniencia del libre comercio ha de explicarse por principios
41 Memoria de José de Los Iriberri (20.09.1797),en Miguel Cruchaga, Estudio sobre
la organización económica y la hacienda pública de Chile, Imprenta de los Tiempos,
Santiago, 1878, p. 301.
42 Mariano Moreno, Representación…, p.135.
43 Memoria de José de Los Iriberri..., pp. 297-308.
44 Dictamen del fiscal de real hacienda..., p.264.
45 Representación de Manuel de Salas (1.01.1796), en Miguel Cruchaga, Estudio sobre
la organización económica..., p. 286.
46 Juan Hipólito Vieytes, Industria y comercio..., pp. 162 y 175.

35 5
marcello carmagnani

de política y economía”.47 Esta conjunción entre libertad econó-


mica y libertad política está presente ya en los textos de fines
del siglo xviii cuando argumentan, como lo hace Manuel de Sa-
las en Chile, que la libertad comercial favorece la expansión del
consumo interno, reduce los precios, potencia la competencia y
expande la división del trabajo.48 En estos escritos se refleja el
utilitarismo presente en la economía política clásica y en especial
el de Adam Smith.
La libertad de comercio que reducirá el contrabando y favo-
recerá las nuevas producciones susceptibles de exportarse contri-
buirán, escribe Vieytes, “al engrandecimiento y esplendor de su
Metrópoli y la América misma […] no obstante la falta de “bra-
zos suficientes para poder cultivar […] estos fecundos canales de
opulencia más duradera”.49 El desarrollo del comercio exterior e
interior permitió la difusión de las innovaciones de las comunica-
ciones, cuyo retardo contribuye al “estado miserable de industria
que tenemos, y en consecuencia, la pobreza o infelicidad de sus
habitadores”.50 De allí que exista la necesidad de “caminos, puen-
tes, diligencias y tantos otros medios” que deben ser “los objetos
de la primera atención de los gobiernos ilustrados”.51
El salto cualitativo acontece en el primer decenio del siglo
xix cuando con la invasión francesa de España se resquebraja el
control sobre las publicaciones y encontramos una notable con-
cordancia a favor de la libertad económica. Es Mariano Moreno
quien expresa lúcidamente la idea de la libertad comercial conec-
tando las importaciones con las exportaciones. Escribe, como lo
había hecho Baquíjano y Carrillo en 1791, que “los que creen la
abundancia de efectos extranjeros como un mal para el país, ig-
noran seguramente los primeros principios de la economía de los
estados” pues “a la conveniencia de introducir efectos extranjeros
47 Representación en favor del comercio libre (1817), en Enrique Florescano y Fernan-
do Castillo, Controversias..., vol. II, p. 241.
48 Representación de Manuel de Salas..., p. 277.
49 Juan Hipólito Vieytes, Agricultura e industria…, p. 185.
50 Manuel Belgrano, Correo de Comercio…, pp. 155-156.
51 Ibídem, p. 153.

5 36
el mundo atlántico, las revoluciones atlánticas ...

acompaña en igual grado la que recibirá el país por la exportación


de frutos”.52 Concluye que “la justicia pide en el día que gocemos
un comercio igual al de los demás pueblos que forman la monar-
quía española”.53
Gracias a la completa libertad comercial se “daría un nuevo
valor al suelo que cultivan los colonos” pues la supresión del co-
mercio exclusivo “bastaría tal vez para hacer prosperar las colo-
nias y por consiguiente la metrópoli”.54 La libertad de comercio
hará decaer “el giro clandestino”, eliminará “los ocultos introduc-
tores que se llaman contrabandistas”, desaparecerán los resguar-
dos, disminuirá la intervención de la burocracia y “se reducirá el
espíritu militarista”.55
La generación de 1810 identifica con gran claridad los princi-
pales obstáculos a una mayor participación de Iberoamérica a la
revolución comercial que se dio en el siglo xviii. Según ellos los
principales obstáculos son “La falta de igualdad y justicia con sus
colonos, privándolos de los derechos y prerrogativas que como a
ciudadanos correspondía” y “todo lo que sea restringir la libertad
de comercio es introducir una epidemia en el cuerpo político del
estado” 56.
Gracias a la nueva conjugación entre libertad económica
y libertad política se destruirá el comercio exclusivo que obli-
ga a América “limitar sus productos a las necesidades de la
metrópoli”57; y acabar con el monopolio de Cádiz, ciudad que
“teme con razón decaer de su riqueza y esplendor pues es este “ti-
rano monopolio que los comerciantes de Cádiz habían usurpado

52 Mariano Moreno, Representación..., pp.126-128; José Baquíjano y Carrillo, Diser-


tación histórica y política..., pp. 23-24.
53 Ibídem, p. 132.
54 Ibídem, p. 143.
55 Ibídem, p. 155.
56 Anselmo de Cruz, Memoria sobre la verdadera balanza del comercio que conviene
al comercio de Chile (12.01.1809), en Miguel Cruchaga, Estudio sobre la organización
económica..., pp. 347 y 349.
57 Representación a favor del libre comercio…

37 5
marcello carmagnani

para ejercer el comercio de América con exclusión de los demás


pueblos de España”.58
No sorprende por lo tanto que el movimiento de apertura
de los puertos “a los extranjeros” acontezca mucho antes de las
declaraciones de la independencia. A partir del ejemplo de La
Habana que declara la libertad de comercio para los extranjeros
en 1808, la oleada de la apertura comercial se extiende a Campe-
che, Tabasco, Portobelo, Panamá en los demás puertos del Océa-
no Pacífico “desde Guaymas hasta el de Castro en el Reino de
Chile”.59
La madurez de la cultura económica liberal está presente en
el debate constitucional de Cádiz. El encargado del Ministerio
de Hacienda de Indias lee a los diputados un memorial en cual
sostiene que el Consejo de Regencia “abrió las puertas de la isla
[de Santo Domingo] al comercio de españoles y neutrales (…)
con tal alivio de derechos de entrada y tan pocos de salida, que
la agricultura ha de sentir infaliblemente dentro de poco tiempo
inexplicables ventajas”.60
En las Cortes el diputado Dionisio Inca Yupanqui en el curso
del debate sobre la igual de los americanos con los de la península
presentó una iniciativa con once proposiciones. Seis de ellas tie-
nen que ver con la libertad económica: la primera, a favor de la
libertad de comercio con España, con sus aliados y los países neu-
trales en barcos nacionales y extranjeros habilitando para este fin
todos los puertos existente en América, la segunda a favor de la
libertad de comercio entre los puertos de América con Filipinas y
con Asia; la tercera, liberalizaba el movimiento de las mercaderías
agrícolas e industriales al interior de América; y, otras dos propo-
siciones establecían el fin de todos los monopolios reales en suelo
americano.61 Esta iniciativa ilustra el enraizamiento de las ideas a
58 Manuel Belgrano, Representación…, p. 147.
59 Reflexiones sobre el comercio libre (1817), en Enrique Florescano y Fernando Casti-
llo, Controversias..., vol. II, pp. 175-187.
60 Diario de Sesiones de Cortes, 8 de junio 1811, pp. 1211-1217.
61 Humberto Tandrón, El comercio de Nueva España y la controversia sobre la libertad de
comercio 1796-1821, Instituto Mexicano de Comercio Exterior, México, 1976, pp. 71-98.

5 38
el mundo atlántico, las revoluciones atlánticas ...

favor de la libertad de producir y comerciar y la oposición a los


monopolios y los grupos de interés corporativos que se anidan no
solo entre los comerciantes de Cádiz sino también en los que se
cobijan en los consulados de comerciantes en América. No es ca-
sual que José Blanco White escribe que para evitar “que se excite
universalmente en los americanos el espíritu de independencia y
aun de odio a la metrópoli, quiten la traba a su comercio”.62

consideraciones finales

La generación de 1810 se caracteriza así por identificar los princi-


pales obstáculos a la mayor participación de Iberoamérica en la
revolución comercial del mundo atlántico. Ellos señalan que los
obstáculos son:

1.º La falta de igualdad y justicia con su población, priván-


dolos de los derechos y prerrogativas que les corresponden en
cuanto ciudadanos.
2.º Que se continúe el comercio exclusivo obligando a los
americanos a limitar sus productos a las necesidades de la
metrópoli.
3.º El monopolio de Cádiz. Se argumenta que Cádiz teme,
con razón, ver decaer su riqueza y esplendor y es por lo tanto
un monopolio tiránico que ejercen los comerciantes de Cádiz
en relación con el comercio de América y con exclusión de los
demás pueblos de España.

No sorprende por lo tanto que el movimiento de apertura de


los puertos a los extranjeros acontezca antes de la declaración de
la independencia. A partir de La Habana en 1808, la libertad de
comercio se aprueba en Campeche, Tabasco, Portobelo y Panamá
y en los demás puertos del océano Atlántico y Pacífico.

62 Ibídem, pp. 74-83.

39 5
marcello carmagnani

La publicista tercermundista sostiene que el liberalismo eco-


nómico es un producto que se difunde por la presencia de los
comerciantes ingleses en América luego de la Independencia. Son
los ingleses, en suma, que imponen el nuevo credo de la libertad
de comercio en Iberoamérica. Nada más erroneo. La difusión de
la libertad económica y su conexión con la libertad política acon-
tece, como he ilustrado, en el curso del siglo xviii y se difunde en
escritos y publicaciones que revelan la participación, la reflexión
y la capacidad de reelaboracion de los actores latinoamericanos
influenciados por su conocimiento de la capacidad de holande-
ses, ingleses y franceses de obtener ventajas de las exportaciones
de mercaderías americanas.
Una atenta lectura de los economistas españoles, portugueses
e iberoamericanos permite negar la idea del atraso cultural respec-
to a Europa y comprender que todos ellos habían comprendido
el alcance de las transformaciones aportadas por la revolución
comercial en el mundo europeo y extraeuropeo. Comprendie-
ron también que los obstáculos a una mayor participación de
América española y portuguesa a la economía atlántica dependía
de los impedimentos de las metropolis ibéricas y demandaban,
por lo tanto, en un primer momento una mayor autonomía en la
monarquía compuesta y, una vez negada, la independencia para
poder decidir libremente.
Los escritos analizados nos muestran también que cultural-
mente ibéricos e iberoamericanos participan de un horizonte
político, cultural, social y económico común al mundo atlántico.
Las propensiones de los ibéricos y de los iberoamericanos es similar
entonces a las que visualizamos en el mundo atlántico en la edad
de las revoluciones democráticas. A partir de esta constación se
puede así comenzar a comprender mejor las interconexiones que
se dieron entre las áreas americanas y europeas y al interior de las
diferentes áreas americanas.

5 40
revolución de “revolución”.
el giro del concepto “revolución” a finales del siglo xviii

Lluís Roura i Aulinas


Universitat Autònoma de Barcelona

«Le despotisme a toujours produit des révolutions»


(Mirabeau, 17821) 

La sucesión de despotismo y tiranías que presenta la historia de la


humanidad remite el origen de las revoluciones a los mismos ini-
cios de la sociedad. Reaccionando frente al despotismo, a la tiranía
y a los excesos del poder, las revoluciones ponen de manifiesto al
mismo tiempo el profundo y constante afán de la humanidad en
la lucha por la libertad.
Cuando Mirabeau formulaba la sentencia que encabeza este ar-
tículo, revelaba un uso culto del concepto “revolución” que, a pesar
de estar impregnado del legado de la Ilustración, no escapaba a las
limitaciones que todavía arrastraba de etapas anteriores, tal como se
pondría de manifiesto unos años más tarde, ante los acontecimien-
tos de Francia, a partir del 1789. Entre estas limitaciones estaba su
frecuente intercambiabilidad con el concepto “revuelta”, acentuado
especialmente por el carácter genérico que implicaba el plural “revo-
luciones”. Se ponía así de manifiesto tanto la indefinición del con-
cepto como su superficialidad y versatilidad, algo que contrastaría a
partir de 1789 con la entronización de la palabra en singular que, con

1 Honoré Gabriel Riquetti, conde de Mirabeau, Des lettres de cachet et des prisons
d’État, 1782, cap. VII, citado por Rolf Reichardt en Michel Délon (dir.), Dictionnaire
européen des Lumières, PUF, Paris, 1997, p. 939.
Este estudio se ha llevado a cabo en el marco del “Grup d’estudis de les Institucions i la
Societat a la Catalunya Moderna” (SGR 2009/ 000318) y del proyecto de investigación
del Ministerio de Ciencia e Investigación HAR 2008-03291.

41 5
lluís roura i aulinas

carácter fundacional y universal, llevó a cabo la Revolución francesa.


Era el mismo tipo de indefinición que pudo convertir en un mal-
entendido, o en un cierto enigma, la apreciación formulada en el
supuesto diálogo entre Luís XVI y La Rochefoucault-Liancourt el
12 de julio de 1789, cuando ante la pregunta del monarca respecto
de si los acontecimientos que estaban sucediendo en París eran una
“revuelta”, éste le contestó: “Non, sire; c’est une révolution”. Para
La Rochefoucault, así como para Mirabeau el vocablo “revolución”
tenia, en sentido político, el mismo significado que le había dado
De Jaucourt en la Enciclopedia: “un changement considérable arrivé
dans le gouvernement d’un État”, que no se diferenciaba demasiado
del que el mismo autor daba al término “revuelta”: un “soulèvement
du peuple contre le souverain”.
Los conceptos definen o describen una apreciación de la reali-
dad, y no la realidad misma. Pero tanto ésta como su apreciación,
son permanentemente dinámicas, de modo que cualquier término
que pretenda expresarlas experimenta necesariamente variacio-
nes notables de significado a lo largo del tiempo. Sin embargo la
sucesión de variaciones semánticas de un vocablo no implica la
substitución de los viejos usos por otros nuevos, sino que unos y
otros tienden a acumularse –aunque que en muchos casos pueda
ser de forma residual–. En un momento dado, pues, la expresión
de un mismo concepto puede responder, tanto por parte de quien
lo utiliza como de quien lo percibe, a significados notablemente
distintos; y eso, que podría considerarse como un hándicap en la
comunicación, en realidad puede convertirse también en un re-
curso o una estrategia, especialmente cuando afecta a la confron-
tación de intereses –sean éstos jurídicos, políticos o ideológicos–.
Sin duda la palabra revolución es una expresión de este tipo, por
lo que cualquier aproximación a su significado no sólo debe tener
en cuenta la acumulación de sentidos diversos con los que ha sido
utilizada a lo largo del tiempo y que en cualquier momento se
manifiestan en una semántica plural, sino también los intereses
en juego que genera la problemática jurídica, política o ideológica
que la impregna.

5 42
revolución de “revolución”. el giro del concepto “revolución”

“revolución” en la época moderna

El origen latino de la palabra, como ha mostrado profusamente


Alain Rey,2 asoció progresivamente, a partir de inicios del siglo xvi,
el amplio campo semántico del término volvere y revolvere a los
ámbitos social y político. De este modo los términos revolutio,
revolutus, etc., así como sus derivaciones latinas y románicas ad-
quieren una especificidad semántica nueva que refleja claramente
su vinculación con el marco Renacentista. El sentido vulgar de
aquellos términos –“vuelta”, “volver hacia atrás”, “girar”, “girar de
nuevo”, “rotación”, etc.– adquiere una dimensión nueva al referir-
se al ámbito social o político, de la misma manera que se entroniza
como un término culto en la aplicación astronómica que formula
Copérnico al referirse a las “revoluciones” de las órbitas celestes.
El llamado sentido copernicano del término “revolución” se
mantendría así, con escasos cambios de significado a lo largo de
la Época Moderna. “Revolución” significa el retorno al punto de
partida (por tanto, en el fondo el retorno a lo antiguo, a los funda-
mentos…), pero también el recorrido que para ello establecen las
leyes inmutables por las que se rigen las cosas. El significado que
en la Época Moderna tenía el término revolutio (y revolución) en
el sentido social, era más bien aquel que en los siglos xix y xx le
ha correspondido principalmente al término “restauración”, y se
hallaba prácticamente en las antípodas de todo aquello que tuviera
resonancias de “ruptura”, “innovación” o “cambio”. En todo caso
sería más bien en las derivaciones vulgares de lenguas románicas
como el italiano, el francés, el español o el catalán donde se ge-
neralizaría el uso de los derivados de “revolutus –a -um” (rivolta,
revolta, revuelta, révolte) con un significado próximo al de “giro”
entendido como cambio o transformación (aunque siempre aso-
ciado, también, al sentido de agitación, trastorno o desorden).
La fuerza del significado renacentista de revolución, se mantuvo
a lo largo de toda la Época Moderna, a pesar de que por el camino

2 Alain Rey, “Revolution”, histoire d’un mot, Gallimard, París, 1989.

43 5
lluís roura i aulinas

se le asociaron en algunos momentos cambios de significado no-


tables. Es el caso, particularmente destacado, de la calificación
generalizada de los trascendentales acontecimientos políticos de
la Inglaterra del siglo xvii como una “Glorious Revolution”. Sin
duda el término “revolución” adquiría, a raíz de su aplicación a
los acontecimientos de la Inglaterra, un nuevo significado. Pero
tampoco hay que olvidar que en el uso que en este caso hicieron
sus propios protagonistas, no había desaparecido el sentido re-
nacentista de “revolución” –especialmente en la medida que esta
palabra remitía a la legitimidad de aquellos sucesos por el retorno
a una supuesta autenticidad ancestral.

revolución de “revolución”

El pensamiento político y filosófico del siglo xviii iba a suponer


un paso destacado para el término “revolución”. Por un lado, re-
forzando el carácter culto del término y, con ello, su tendencia a
la singularidad; y por otro, impregnándolo de principios propios
del clima ilustrado de la época, como las ideas de progreso y de
transformación. No es casualidad, por tanto, que en el sentido
copernicano del término “revolución” que hallamos todavía en la
Encyclopédie (artículo “révolution”), merezca una atención espe-
cial el carácter creativo de toda “revolución”. Ésta capacidad no
sólo se ilustra a través de la realización de las parábolas orbitales,
sino sobre todo por su capacidad de generación de una nueva
dimensión y de una nueva realidad, como la que se da en la for-
mación de los volúmenes geométricos, que surgen directamente
del giro (de la “revolución”) llevado a cabo por cualquier super-
ficie plana.
La atención prestada por Jaucourt a la Revolución inglesa,
asociaba políticamente la palabra “revolución” a la lucha nece-
saria por la libertad y contra el despotismo; más allá, pues, de la
explosión prácticamente espontánea contra los abusos, que carac-
terizaba –también según Jaucourt– a las “revueltas”. Este sentido

5 44
revolución de “revolución”. el giro del concepto “revolución”

positivo del término “revolución” en la Enciclopedia es el que


hallamos también en buena parte de los autores más destacados
de la Ilustración. Voltaire, en su correspondencia utiliza reite-
radamente el término “revolución” como sinónimo de cambio
y “transformación”, especialmente llevados a cabo en este siglo
gracias a las luces y a la razón.3 Para él, como para Diderot (por
ejemplo en el artículo “Encyclopédie”), se trata en el fondo de la
“revolución del espíritu”, y del progreso que ello implica.
Sin embargo en la Ilustración -y también en Diderot, así
como en Rousseau- el uso del término “revolución”, expresaba
a menudo un significado oscilante entre la idea de progreso y la
tradicional de regreso al punto de partida… Probablemente fue
con la independencia de las colonias inglesas de América cuando
surgió una formulación unívoca, al menos desde la clandestini-
dad y entre los ilustrados americanos, calificando aquellos acon-
tecimientos de “feliz revolución”; un indiscutible sentido positivo
de “revolución” que surge en estrecha amalgama con el raciona-
lismo ilustrado y que se aplica a un acontecimiento fundacional.
La revolución de América anticipaba así el giro radical en el sen-
tido del concepto “revolución” que se daría en Francia, aunque
tan sólo a partir de la “Revolución francesa” puede hablarse pro-
piamente de un concepto no sólo nuevo, sino también específico
y universal de “revolución”.
Antes de la Revolución de América, se había dado ya, entre
ciertos ilustrados, un significado claramente innovador al con-
cepto “revolución”; al cual se llegaba a través del análisis histórico
y de la reflexión filosófica. Baste citar nombres como los del ba-
rón de Montesquieu, Jean-Jacques Rousseau o Gabriel Bonnôt
Mably. Aunque sería sobre todo en Immanuel Kant y en Ni-
colás Condorcet donde probablemente el concepto “revolución”
mostraría con mayor evidencia el giro que venía registrando su
significado.

3Veáse «Recueil des lettres de M. de Voltaire (1768-1770)» en Ouvres complètes de M.


de Voltaire, Tomo 93, Aux-deux-ponts, 1792.

45 5
lluís roura i aulinas

Mably se refería a la “revolución” como única alternativa a la


esclavitud:

J’ai étudié votre gouvernement, vos mœurs, vos préjugés, vo-


tre doctrine, et je vous prie de m’indiquer quelque autre moyen
de rendre à votre nation une âme, un caractère et les vertus qui
lui sont nécessaires, et que détruit insensiblement le despotisme.
Par quelle autre voie préviendrez-vous l’abaissement honteux
que vous prévoyez déjà, et où tomberont certainement vos ne-
veux ? Choisissez entre une révolution et l’esclavage ; il n’y a point
de milieu. 4

Un pensamiento que unos años más tarde sería formulado por


Condorcet, aunque ceñido en este momento a la esclavitud es-
pecífica de los negros. Consideraba este autor, cuando escribió
sus Réflexions sur l’esclavage des nègres, en 1781, que tan sólo como
fruto de una revolución que transformara profundamente la so-
ciedad y el poder, podía ser viable el reconocimiento completo de
los derechos de los esclavos.5
Por su parte, Kant manifestaría en diversas ocasiones la valo-
ración positiva de la revolución por su aportación al progreso de
la humanidad. El carácter universal de su apreciación se refor-
zaría precisamente con las referencias concretas a la Revolución
francesa:

Quand même une révolution violente –escribía en 1796–6 néces-


sitée par les défauts du gouvernement, auroit amené, par des
voyes injustes, un meilleur ordre de choses; il ne seroit plus per-
mis de faire rétrograder le peuple vers fon ancienne constitu-
tion, quoique chacun de ceux qui, pendant la durée de cette

4 Gabriel Bonnôt Mably, Des droits et devoirs du Citoyen. Lettre VI, à Marly, 18 août
1758, en Œuvres complètes de l’abbé Mably, Lyon 1796, t. XI p. 403 [la cursiva es mía].
5 Marquis de Condorcet, Esquisse d’un tableau historique des progrès de l’esprit humain
[1793], suivi de Réflexions sur l’esclavage des nègres [1781], Masson et Fils, Paris, 1822,
p. 348.
6 Immanuel Kant, Projet de paix perpétuelle, Köningsberg, 1796, p. 78.

5 46
revolución de “revolución”. el giro del concepto “revolución”

révolution, y ont participé, ouvertement ou en secret, ait encou-


ru le juste châtiment de la rébellion.

Y en un sentido parecido afirmaba en 1798, completando su


argumentación:

Si tampoco ahora se alcanzara el fin que abriga ese aconte-


cimiento, si la revolución o reforma de la constitución de un
pueblo a fin de cuentas fracasara, o si, habiendo regido durante
algún tiempo, las cosas volvieran a su antiguo cauce (como los
políticos anuncian ahora), no por eso pierde aquella predicción
filosófica nada de su fuerza. Porque ese acontecimiento es de-
masiado grande, demasiado ligado al interés de la humanidad,
demasiado esparcido, en virtud de su influencia sobre el mundo,
por todas sus partes, para que los pueblos no lo recuerden en
alguna ocasión propicia y no sean incitados por este recuerdo a
repetir el intento; porque en asunto tan decisivo para el género
humano, algún tiempo llegará en que, por fin, la constitución
anhelada logre aquella firmeza en el ánimo de todos que la ense-
ñanza de frecuentes experiencias no podrá menos de producir. 7

El verdadero testimonio de la efervescencia y de la conciencia de


transformación social y política que se vive en el siglo de las luces
en torno al término “revolución”, lo da la notable frecuencia de
afirmaciones que se refieren a la consideración que una impor-
tante revolución o una época de revoluciones está muy próxima.
Vaticinio compartido tanto por quienes depositaban en ella las
esperanzas de una necesaria transformación, como por quienes
temían sus peores consecuencias. No hay duda, sin embargo, que
la novedad radicaba en las expectativas optimistas de los más des-
tacados ilustrados. Entre ellos sobresale, sin duda, Voltaire, quien

7 Immanuel Kant, “Si el género humano se halla en progreso constante hacia mejor”
(1798) en Immanuel Kant, Filosofia de la historia, (prólogo y traducción de Eugenio
Imaz), Fondo de Cultura Económica, México, 1992, p. 109.

47 5
lluís roura i aulinas

el 2 de abril de 1764 había escrito a Chauvelin, unas apreciaciones


que algunos han calificado de proféticas:

«Tout ce que je vois –decía– jette les semences d’une révo-


lution, qui arrivera immanquablement, et dont je n’aurai pas
le plaisir d’être témoin. Les françois arrivent tard à tout, mais
enfin ils arrivent. La lumière s’est tellement répandue de proche
en proche, qu’on éclatera à la première occasion et alors ce sera
un beau tapage ; les jeunes gens sont bien heureux, ils verront
de belles choses» 8

Ese tono optimista es el mismo que hallamos profusamente, en


pleno contexto de la Revolución francesa, en el pensamiento de
Condorcet, plasmado ahora en su Esquisse d’un tableau histori-
que des progrès de l’esprit humain, redactado en 1793. Condorcet
identificaba revolución con el progreso de la sociedad, fruto de la
aplicación de los principios ilustrados. Para él la revolución es el
factor clave para comprender el contraste con aquellas sociedades
que tan sólo han registrado progresos “técnicos” o económicos…
La revolución surge del enorme contraste entre la transformación
del pensamiento y la realidad; como ha sucedido en América.
Pero además la revolución es, para Condorcet, un fenómeno de
vocación universal; así, la revolución americana debe conllevar
necesariamente su expansión hacia Europa, y la revolución euro-
pea debe empezar, previsiblemente, por Francia que es donde se
dan las circunstancias más próximas a los factores que la origina-
ron en América.9

8 Voltaire, Correspondance Générale, 1821, t. VIII, p. 317.


9 “La révolution américaine devoit donc s’étendre bientôt en Europe; et s’il y existoit
un peuple où l’intérêt pour la cause des Américains eût répandu, plus qu’ailleurs,
leurs écrits et leurs principes; qui fût à-la-fois le pays le plus éclairé et un des moins
libres; celui où les philosophes avoient le plus de véritables lumières, et le gouverne-
ment une ignorance plus insolente et plus profonde ; un peuple où les lois fussent
assez au-dessous de l’esprit public, pour qu’aucun orgueil national, aucun préjugé ne
l’attachât à ses institutions antiques ; ce peuple n’étoit-il point destiné, par la nature
même des choses, à donner le premier mouvement à cette révolution, que les amis
de l’humanité attendoient avec tant d’espoir et d’impatience? Elle devoit donc com-

5 48
revolución de “revolución”. el giro del concepto “revolución”

Condorcet utilizaba además, por derivación, el término re-


volución en un sentido semejante al que adquiriría de manera
generalizada a lo largo de los siglos xix y xx; el que se suele aplicar
a las profundas transformaciones derivadas, por ejemplo, de la
invención de la pólvora, de la imprenta, de la filosofía y la cien-
cia, de los descubrimientos geográficos… a las cuales no duda en
calificar de transformaciones revolucionarias.
De este modo, a fines del siglo xviii, a pesar de la perviven-
cia de los antiguos o tradicionales usos del término revolución,
surge con fuerza un nuevo significado, que se corresponde con la
pretensión de expresar la conciencia de las transformaciones pro-
fundas que están teniendo lugar. Unas transformaciones especial-
mente puestas de manifiesto a través del movimiento ilustrado y
de las revoluciones americana y francesa. En realidad, por tanto,
aparece un significado de revolución que deriva globalmente del
legado tanto del pensamiento ilustrado como de la propia expe-
riencia revolucionaria. Como han señalado algunos especialistas,
entre sus rasgos esenciales están el carácter radical y fundacional
del cambio que designa; su dimensión “rupturista”, y la inevita-
ble fuerza o violencia con que debe enfrentarse a las resistencias
que genera.10
La generalización del nuevo concepto de revolución se pon-
dría especialmente de manifiesto tras la Revolución francesa.
Momento en el cual los sectores inmovilistas se aglutinaron pre-
cisamente en formulaciones anti- y contra- revolucionarias. Es
decir: identificando también “revolución” con los cambios lleva-
dos a cabo en Francia.

mencer par la France”. Nicolás de Condorcet, Esquisse..., op. cit., p. 220.


10 Jacques Moutaux, “Révolution française et révolution copernicienne. Le concept
kantien de révolution” en Roger Bourderon (dir.), L’an I et l’apprentissage de la démo-
cratie, Éditions PSD, Saint Dénis, 1995, pp 361-387.

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lluís roura i aulinas

revolución y moderación. el ejemplo español

Precisamente esta demonización de “revolución” estimularía pro-


gresivamente estrategias muy diversas entre los partidarios de
alcanzar los fines “revolucionarios” de transformación de la so-
ciedad. Algunas de ellas claramente paradójicas, llegando a abju-
rar de la Revolución precisamente para intentar aproximarse con
mayor eficacia a algunos de sus principales objetivos. Para el caso
francés Pierre Serna ha subrayado el interés de esta realidad; y
recientemente Matthijs Lok lo ha hecho para los Países Bajos.11
Estos historiadores reclaman la atención sobre la “moderación”
como fuerza revolucionaria, y señalan entre sus rasgos principales,
los siguientes: un comportamiento político que deriva del pensa-
miento de Montesquieu; que se expresa en la defensa de los prin-
cipios ilustrados de la razón, de la mesura, y de la templanza; que
se materializa en la defensa del constitucionalismo, de la represen-
tación y de la libertad de expresión; y que tiende a inspirarse en la
imagen mitificada de la “revolución” de Inglaterra.
Aunque surgido entre los años 1750 y 1770, el “extremo centro”
iba a tener su mejor momento de expresión en Francia entre 1814
y 1815. Recientemente me referí, por mi parte, al interés que en
este sentido tiene el análisis y comprensión del comportamiento
político español entre 1808 y 1814, especialmente entre los renova-
dores –o liberales.12 En ese período, la radical contraposición entre
11 Pierre Serna, La république des girouettes, 1789-1815 et au-delà. Une anomalie politi-
que: la France de l’estrême centre, Seyssel, 2005. Véase también el dossier “Radicalités
et modérations en Révolution” publicado en Annales Historiques de la Révolution
Française, n.º 357, 2009. Matthijs Lok, “L’extrême centre est-il exportable? Une
comparaison entre la France et les Pays-Bas, 1814-1820” en Annales Historiques de
la Révolution Française, n.º 357, 2009, pp. 143-159. Tiene también interés para lo
que nos ocupa el artículo de Robert Howell Griffiths, “Modération et centrisme
politique en Angleterre de 1660 à 1800”, publicado en este mismo número de los
AHRF, pp. 119-142.
12 Sin embargo, dadas las connotaciones políticas actuales del concepto “extrême
centre”, me parece más ajustada a la realidad que analizamos, el concepto de “radi-
calismo de centro” o el de “centro perfecto”... Lluís Roura, “Sacudir el yugo y cons-
tituirse en Revolución. La “Consulta” de 1809, expresión de un Antiguo Régimen en
crisis” en Cuadernos del Bicentenario, Universitat Autónoma de Barcelona, 8, (2010),
pp. 27-41.

5 50
revolución de “revolución”. el giro del concepto “revolución”

liberales y absolutistas (revolucionarios y contra-revolucionarios)


tendía a ser irreconciliable, aunque las propias circunstancias de
la invasión napoleónica y la defección de los “afrancesados” im-
pedían una ruptura total y reclamaban una mínima convergencia
entre ellos. Así, ambos, pero especialmente los liberales, iban a
verse abocados a importantes dosis formales de moderación; y el
tesón de algunos liberales iba a consistir precisamente en hacer de
la moderación el escudo de su voluntad revolucionaria.
Sin embargo, el protagonismo de los comportamientos po-
líticos moderados no supuso la desaparición ni del absolutismo
más ultraconservador, ni tampoco del radicalismo liberal. Pre-
cisamente la omnipresencia del primero, que podríamos ver
simbolizado en personajes como Manuel Bonifaz y Quintano,
Antonio Valdés o Pedro de Rivero, sería en gran parte el factor
que abocaría al resto en el campo de la moderación. De modo
que al radicalismo liberal más extremo apenas le quedaría más
campo que el del ostracismo, como quedó puesto de manifiesto
en actitudes como la de José Blanco White.13
Esta compleja situación del panorama político e ideológico
español se halla en buena medida reflejado en los usos del tér-
mino “revolución”; un concepto abundantemente presente, de
forma destacada, en todo tipo de escritos, desde los que aparecen
en los inicios de la sublevación frente a la ocupación napoleónica,
hasta las más significativas historias de aquellos hechos, escritas
en la primera mitad del siglo xix.
Esto daría como resultado un uso muy diverso del concepto
“revolución”. De un lado se acentuaba el grado de indefinición
que el término había tenido a lo largo de la Época Moderna; de
otro, aparecía muy viva la fuerza semántica de un concepto que
remitía inexorablemente a la Revolución francesa –y a la ilustra-
ción– y a la vocación universal de ambas. Pero a ambos se añadi-
ría un nuevo grado de ambigüedad, procedente de la aplicación

13 André Pons, Blanco White y España, Instituto Feijóo de Estudios del siglo XVIII,
Oviedo, 2002.

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lluís roura i aulinas

del término “revolución” al alzamiento de la población peninsu-


lar contra la ocupación napoleónica en 1808.

revolución e insurrección antinapoleónica

Este nuevo significado, el de “revolución” definiendo el alza-


miento y la lucha contra las tropas napoleónicas, adquirió de
inmediato un claro protagonismo, eclipsando al resto de con-
notaciones, aunque sin eliminarlas. De este modo “revolución”
es una palabra que hallamos tanto en las proclamas del primer
momento como también en las primeras grandes síntesis histó-
ricas de aquellos acontecimientos. Sin embargo quisiera destacar
aquí que más allá de la identificación automática de “revolución”
con la lucha antinapoleónica, dicho término no perdió el signifi-
cado heredado de la Revolución francesa, definiendo el proceso
necesario para la transformación de la sociedad de Antiguo Ré-
gimen y la superación de las caducas relaciones e instituciones
de poder que le eran propias. El nuevo significado, específico
de la realidad española de aquel momento concreto se convirtió
así, en realidad, en el velo que dejaba en un segundo plano la
noción más profunda y universal de “revolución”, la que deriva-
ba principalmente de la Ilustración y de la Revolución francesa;
un significado que, sin embargo, resulta siempre perceptible para
quien vaya más allá del sentido más inmediato de las palabras.
Este juego de significados se apoyaba en buena medida en la acti-
tud política del radicalismo de centro a la que me he referido antes
y a la cual se vieron abocados la mayor parte de los liberales. El
concepto “revolución” podía convertirse así, paradójicamente, en
un punto de coincidencia de los diversos sectores liberales entre sí
–también con los afrancesados-, e incluso con los reaccionarios–.
En realidad, una coincidencia que giraba en torno a la necesidad
de exhibir ante los demás una incuestionable fidelidad patriótica.
De hecho, el término revolución acababa tiñéndose de emoción
y de sentimientos más que de racionalidad.

5 52
revolución de “revolución”. el giro del concepto “revolución”

Algunas observaciones pueden ilustrar las consideraciones


que he formulado. Un texto anónimo, titulado Revolución Gene-
ral de España y por lo que respecta a Cataluña, acahesida en junio de
1808,14 señalaba que a primeros del mes de junio “prendió como
una llama la revolución”.15 Sin duda su autor utilizaba el término
en su sentido tradicional, ya que de manera inmediata se refería a
la violencia y a la venganza de sus protagonistas, a los que califica
de forajidos. Sin embargo para él, el concepto revolución tenía al
mismo tiempo connotaciones más amplias y profundas, ya que
a renglón seguido no tenía ningún reparo en relatar como acon-
tecimientos propios de la revolución, la formación de Juntas de
Gobierno, así como su actuación política (es decir, la publicación
de proclamas o el dictado de medidas fiscales), la proliferación de
impresos y periódicos o la actuación política de los predicadores
en los púlpitos.
De manera más directa y solemne se expresó la Suprema Jun-
ta Gubernativa del Reyno. Acabada de constituirse como Junta
Central, el 26 de octubre de 1808 dirigió desde Aranjuez un Ma-
nifiesto a los españoles en el que proclamaba: “la revolución españo-
la tendrá […] caracteres enteramente diversos de los que se han
visto en Francia”.16 La conciencia y voluntad de equiparación con
esta última es bien explícita. Los caracteres distintos que señala el
texto son: la unanimidad política de los españoles, el control que
ejercen de la violencia, el respeto con que siguen a los principios
proclamados, la negativa a aceptar el despotismo… La Junta,
pues, no rechazaba el sentido revolucionario de revolución; más
bien al contrario: pretendía “tan sólo” depurar la revolución espa-
ñola de lo que habían sido sus defectos en Francia. No es extraño,
pues, que a renglón seguido señalara que los españoles “sabrán,
sin trastornar el Estado, mejorar sus instituciones y consolidar su
14 Arxiu Històric Ciutat Barcelona, Ms. B-57.
15 La cursiva es mía.
16 La Suprema Junta Gubernativa del Reino a la Nación Española, Aranjuez 26 octu-
bre 1808, p. 14. Puede consultarse en línea en el fondo “Guerra de la Independen-
cia” de la web “Memòria Digital de Catalunya”: http://mdc.cbuc.cat/cdm4/browse.
php?CISOROOT=/guerraInd; la cursiva en el texto es mía.

53 5
lluís roura i aulinas

libertad” 17 –utilizando por tanto el término revolución de mane-


ra estrechamente unida al significado que derivaba de la Ilustra-
ción y la Revolución–.
Un año más tarde, el 28 de octubre, en otro manifiesto de la
misma Junta Suprema, dictado esta vez desde Sevilla, quedaba
todavía más clara la acepción política del término revolución. Un
concepto que remitía a los principios entronizados por la Ilus-
tración y por la Revolución francesa, asumiéndolos como pro-
pios, aunque no mencionando directamente aquellos episodios
históricos: “Una posición política nueva enteramente –decía en
su manifiesto–, inspiró formas y principios políticos absolutamente
nuevos. Expeler a los franceses, restituir a su libertad y a su tro-
no a nuestro adorado rey y establecer bases sólidas y permanentes
de buen gobierno, son las máximas que dieron impulso a nuestra
revolución, son las que la sostienen y dirigen, y aquel gobierno
será mejor que más bien afiance y asegure estos tres votos de la
nación Española”. 18
En los inicios del conflicto contra la ocupación napoleónica
el término revolución tenía en los escritos del entorno de la Corte
un significado variable, pero relativo a conceptos o acontecimien-
tos concretos y puntuales. Así, según reproduce Juan Antonio
Llorente, Carlos IV manifestó tras los hechos del 2 de mayo en
Madrid: “…había reinado para la felicidad de mis súbditos y no
quiero dejarles la guerra civil, la revuelta, las juntas populares y la
revolución”.19 La revolución, pues, es considerada como algo dis-
tinto a la guerra civil, a la revuelta y al protagonismo de las juntas
populares. Para el monarca, “revolución” es un término que va
asociado, con toda probabilidad, a la caída de la monarquía y al
establecimiento de la república. Es decir, es la imagen que deriva
de la Revolución francesa. No es raro que en España tras la crisis

17 Ídem, p. 15.
18 La Junta Suprema del Reyno a la Nación Española, Sevilla, 28 octubre 1809, p. 6.
Las cursivas son mías.
19 Juan Antonio Llorente, Mémoires pour servir à l’histoire de la révolution espagnole,
Paris 1814-1816, la cita en el volumen I, p. 47.

5 54
revolución de “revolución”. el giro del concepto “revolución”

monárquica de los motines de Aranjuez, a la que suele aplicarse


generalmente el epíteto de “revolución”, esta palabra se asociara
también a la caída de la monarquía. Todavía en 1814 Juan Anto-
nio Llorente, que como vamos a ver utiliza el término revolución
de forma mucho más compleja, se refería reiteradamente a los
sucesos de Aranjuez como una revolución.20
La sucesión de grandes acontecimientos en los años siguientes
a 1808 (convocatoria y reunión de Cortes en 1810, proclamación
de la Constitución en 1812, abolición de la Inquisición en 1813…)
propició que el término “revolución” se aplicara con cierta am-
bigüedad al conjunto de todos ellos. Incluso en textos franceses
de esta época se utiliza el sentido genérico de “revolución” para el
conjunto de sucesos que han tenido lugar en España y que han
afectado especialmente a su población y al ejército. Es el caso,
por ejemplo, del secretario general de la Intendencia francesa en
Gerona, Mr de Livoys, que escribió, por ejemplo, un Essai sur la
Catalogne considérée dans sa Révolution, dans son agriculture, son
commerce et son industrie21 en el que subrayaba que

La révolution d’Espagne, loin d’affaiblir le caractère des cata-


lans, n’a fait que le fortifier. Elle a augmenté leur haîne pour les
françois…

De esta forma, si por una parte el término “revolución” pudo per-


der concreción (y convertirse en un término asumible por secto-
res que defendían principios y visiones claramente contrapuestas
entre sí de la realidad), por otra adquiría un sentido de realidad
global y conjunta que se aproximaba mucho más al sentido nue-
vo, derivado de la Ilustración y de las revoluciones americana y
francesa que al simple sentido cortesano que hemos mencionado
antes.

20Ibídem, pp. 22 y 69.


21Texto manuscrito fechado en Gerona a 30 de marzo de 1812. Archives de l’Armée
de Terre –Vincennes–: 1M 1341 [18-19].

55 5
lluís roura i aulinas

Seguramente en esta relativa ambigüedad puede radicar la


razón de la familiaridad con la que llega a utilizarse el término
revolución, que se convierte en un motivo de orgullo y prestigio
para definir los acontecimientos de esta etapa histórica. Para unos
se trata del orgullo nacional con que se tiñe al aplicarlo a la suble-
vación masiva de la población contra los franceses; para otros, se
trata especialmente de la trascendencia de los cambios llevados a
cabo y del sentido fundacional de los mismos.
En cualquier caso se trata de episodios dignos de pasar a la
historia.

“revolución” e historia de la revolución

El carácter “acumulativo” de los acontecimientos calificados de


“revolucionarios” que se registraron en España a partir de 1808
quedaba especialmente resaltado en un manifiesto anónimo de
1814, dirigido a A los representantes del heroico pueblo español, con
motivo del inicio de las sesiones de las Cortes que iban a tener
lugar en Madrid.

“Este día –señalaba– hace una época muy señalada en la his-


toria de nuestra gloriosa revolución. Día de gozo y de júbilo,
digno de ser contado entre los memorables 2 de mayo de 1808;
24 de setiembre de 1810 y 8 de marzo de 1813”22

Tanto en ese tipo de escritos directos, como en los más reflexivos


y pretendidamente objetivos que marcaron los primeros pasos
para escribir la historia de aquellos acontecimientos, el término
revolución aparece repetidamente y de forma destacada –a modo
de reclamo– en el mismo título de las obras que se publican. En

22 Puede consultarse este documento, en línea, en el fondo “Guerra de la Inde-


pendencia” de la web “Memòria Digital de Catalunya”: http://mdc.cbuc.cat/cdm4/
browse.php?CISOROOT=/guerraInd. El texto estaba fechado el 15 de enero de 1814
y firmado con las siglas “L.P. de la G.”

5 56
revolución de “revolución”. el giro del concepto “revolución”

ellos se mantiene prácticamente siempre una cierta ambigüedad


polisémica en el término revolución. De este modo el uso de la
palabra se lleva a cabo sin complejos (gracias a sobreentenderse su
aplicación a las iniciativas patrióticas y a la lucha por la indepen-
dencia respecto del intrusismo francés). En cambio su utilización
con un significado político profundo seguía viéndose obligada
a recurrir a eufemismos y a estrategias discursivas de todo tipo.
Sin duda ello favoreció que entre los sectores liberales anidara el
afán por salvaguardar la memoria auténticamente revolucionaria
de la Revolución de España. Se trataba con toda probabilidad de
la conciencia que había, en ciertos sectores, de la necesidad de
salvaguardar para el futuro la memoria de la verdadera dimensión
revolucionaria de aquello que había ido aconteciendo en España.
Algunos ejemplos y referencias pueden ilustrarlo.
En fecha tan temprana como 1810 Francisco Martínez de la
Rosa escribió –y publicó en los números 7 y 8 de El Español– el
texto titulado La Revolución actual de España.23 Del sentido de
ese escrito daría razón el propio autor al reeditarlo tres años más
tarde: “…creí un deber mío ofrecer a mis compatriotas esta su-
cinta historia de la revolución para que sirviéndoles de lección
y escarmiento no dejasen en adelante oprimir su libertad, sin
la cual les sería imposible rescatar la independencia”. Su autor
inicia el relato con el elogio de la “revolución” del mes de mar-
zo de 1808, y la enlaza con los acontecimientos que siguen al 2
de Mayo. Martínez de la Rosa considera el carácter general de
la insurrección que se produce en este mes como “uno de los
fenómenos más admirables de nuestra revolución”, subrayando
el protagonismo que en ella tuvieron “las clases inferiores de la
sociedad”24 que le garantizaban autenticidad así como un empuje
imparable. Para Martínez de la Rosa la revolución no era tan sólo
fruto de la ocupación napoleónica, sino de la reacción de “una
nación que sacudía por primera vez sus miembros, oprimidos
23 Remito a su edición en el volumen IV de las Obras de Martínez de la Rosa, publi-
cadas por la BAE, n.º 151, Madrid, 1962, pp. 367-395.
24 P. 375.

57 5
lluís roura i aulinas

en el transcurso de tres siglos con las ligaduras de la tiranía”.25 Al


mismo tiempo subrayaba la dimensión política de la revolución
española en tanto que inspirada en la Constitución francesa de
1791 (a la que calificaba de “único monumento honroso de su
Revolución”26) especialmente por lo que se refiere a la ruptura
de los españoles con “las antiguas Cortes que menoscababan los
derechos del pueblo para favorecer a las clases privilegiadas”.27 Las
palabras finales de su escrito tienen un interés especial, ya que
partiendo del caso español ofrece una definición universal del
concepto revolución, que es considerado como el tiempo en el
que la severidad y energía del Gobierno y el entusiasmo del pue-
blo son capaces de convertirse en los medios más a propósito para
salvar a una nación recién liberada de la esclavitud; una realidad
que tiene lugar porque la excepcionalidad de un contexto especial
hace posible que se puedan llevar a cabo las transformaciones
necesarias sin las grandes resistencias habituales.28
También fue en 1810 cuando Álvaro Flórez Estrada escribió su
Introducción para la Historia de la Revolución de España.29 Como
en la mayor parte de escritos que en este período hablan de revo-
lución de España, el concepto remitía de manera inmediata a la
resolución con que se produjo la movilización contra las iniciati-
vas napoleónicas y para asegurar la independencia;30 y arrastraba
también la tradicional equiparación de “revolución” con lo que
hoy nosotros denominaríamos golpe de Estado.31 Sin embargo
Flórez Estrada planteaba a su vez un concepto de revolución mu-
cho más complejo y profundo, que derivaba de su admiración
por la Revolución francesa, a la que elogiaba y justificaba,32 y a la

25 P. 376.
26 P. 383.
27 P. 390.
28 P. 395.
29 Cito por la edición publicada dentro de Obras de Álvaro Flórez Estrada, tomo II,
BAE, n.º 113, Ediciones Atlas, Madrid, 1958, pp. 215-305.
30 P. 217.
31 P. 297.
32 P. 219.

5 58
revolución de “revolución”. el giro del concepto “revolución”

que remitía para explicar el origen de “la revolución de España”,33


al mismo tiempo que recurría a ella para hacer un detenido aná-
lisis comparado con la revolución española.34
Para Flórez Estrada la revolución de España no era el simple
resultado de una reacción a las acciones de Napoleón: “las mis-
mas causas que han producido todas las conmociones de los otros
Imperios, han producido la de España”.35 Como las palabras de
Mirabeau que mencionábamos al principio, escribe que “cuando
la tiranía hace sentir toda su amargura […] entonces se forman
con facilidad las revoluciones”; y la tiranía, para Flórez Estrada,
no era únicamente la de Napoleón sino también la de Godoy y
Carlos IV, y la que la sociedad española había venido padeciendo
a lo largo de los últimos trescientos años.36 No me resisto a repro-
ducir uno de los párrafos más memorables en relación con el sen-
tido que la palabra revolución llegó a tener también en la España
de principios del siglo xix, y que es obra precisamente de Flórez
Estrada en su Introducción a la historia de la revolución de España:

“…los verdaderos autores de la revolución –señala– eran las


luces. Los que han contribuido con más calor a inflamar a sus
conciudadanos han sido aquellas personas de todas clases que
más odiaban al despotismo y la injusticia; han sido aquellos
hombres más ilustrados acerca de la libertad y de la dignidad
a la que debe aspirar todo el que no se halle corrompido por
el crimen o degradado por la bajeza; eran aquellos que más se
compadecían de la suerte de sus semejantes; aquellos mismos,
finalmente, que más defendían la causa de los franceses cuan-
do luchaban por recobrar su libertad y reformar la multitud de
abusos con que les había hecho gemir el despotismo de su go-
bierno anterior; aquellos a quienes por desprecio se les llamaba
por los satélites y defensores del despotismo jacobinos, y que por

33 P. 225.
34 P. 301.
35 P. 292.
36 Pp. 230 y ss.

59 5
lluís roura i aulinas

ser más virtuosos y más ilustrados, se hallaban más dispuestos


a hacer todos los sacrificios posibles por conseguir vivir en un
gobierno justo, en donde la ley protegiese igualmente al pobre
que al poderoso y en donde sólo persiguiese al delincuente”. 37

En 1811 otro destacado liberal, Isidoro de Antillón, publicaba


en Mallorca una interesante recopilación de documentos escri-
tos entre 1808 y 1809, bajo el significativo título de Colección de
documentos inéditos, pertenecientes a la historia política de nuestra
revolución.38 Para Antillón, como para Flórez Estrada, en los años
1808 y 1809 se estaba viviendo en España una auténtica revolu-
ción política. Es interesante destacar que las fechas en las que se
aplica ya el calificativo de “revolución” son realmente tempranas
–previas a la reunión de las Cortes y a la Constitución–.39 La
conciencia que de ello tenía Antillón era lo que le llevaba, preci-
samente, a plantear la necesidad de escribir la historia de dicha
revolución. Si consideró que tan sólo podía presentar una reco-
pilación de documentos esenciales no era porque no pensara que
la revolución no había tenido lugar todavía, sino por prudencia
intelectual, cuestionando que él mismo pudiera estar a la altura
de una obra que requería gran destreza, valentía y rigor, talento
y elocuencia, así como la “quietud” y distanciamiento tempo-
ral e intelectual propios del historiador.40 Cualidades que Anti-
llón consideraba imposibles de alcanzar mientras la revolución
siguiera todavía abierta. El prólogo y las notas de la Colección…
de Antillón no ofrecen equívoco respecto al sentido del término
“revolución”. En ellas, a diferencia de los demás textos menciona-
dos, Antillón utiliza dicho término exclusivamente en un único
sentido. Para él la revolución española consiste en la capacidad
que ha tenido el pueblo español de poner fin al despotismo, “bajo
37 P. 293.
38 El título se completaba con la siguiente nota anónima: Publícala con notas Un
Miembro del Pueblo. Se editó en Palma, Imprenta de Miguel Domingo, 1811.
39 Los documentos que publicó Antillón en su “Colección de documentos inédi-
tos...” eran todos de los años 1808 y 1809.
40 Véase el “Prólogo” a la obra citada (pp. III y IV).

5 60
revolución de “revolución”. el giro del concepto “revolución”

cuyas leyes arbitrarias hemos gemido tantos años”. La revolución


requiere substituir estas leyes por leyes justas, que garanticen la
libertad y la igualdad jurídica, así como la libertad de comuni-
cación. Acotando el sentido universal del concepto “revolución”,
a partir de la realidad española, Antillón subrayaba que se trata
sobre todo de un proceso; la revolución existe ya, aunque no haya
culminado, desde el momento en el que, como los españoles, se
es capaz de “sacudir el yugo y constituirse en revolución”;41 es de-
cir, la “revolución” requiere conciencia y voluntad de afirmación,
de creación –o de “fundación”.

revisión de “revolución”

Una vez acabado el conflicto napoleónico en España, recobraría


protagonismo el sentido restringido del término revolución. Es
decir, éste volvería a aplicarse prioritariamente a la insurrección
antinapoleónica; es decir, a una etapa ya cerrada. De este modo
la revolución pasaba a ser considerada, fácilmente, como un pa-
réntesis, una realidad terminada, ya superada –gracias, eso sí, a
la excepcional heroicidad mostrada por los españoles–. La tras-
cendencia de su memoria pasaba a ser considerada, así, como
una pieza clave en la construcción del mito nacional-patriótico.
Y es precisamente en medio de esta secuencia donde se sitúa la
proliferación de iniciativas posteriores al final de la guerra, enca-
minadas a la redacción de la historia de la revolución española. La
más significativa de las cuales fue el decreto de 15 de abril de 1814
por el que se encargaba a la Academia de la Historia la reunión de
todos los documentos y materiales que se estimara conducentes
para escribir la Historia de la Revolución Española.42
Sin embargo, el legado revolucionario –y con él el sentido “re-
volucionario” del término revolución– perviviría bajo la primera

41 Colección,… pp. VII-VIII y 211 (la cursiva es mía).


42 Colección el Fraile, vol. 780, p. 160, Col. 5º, 4ª.

61 5
lluís roura i aulinas

restauración fernandina, reapareciendo con mayor fuerza y cla-


ridad en el llamado Trienio Liberal. Puede ilustrarlo el testimo-
nio del conde de Toreno, quien en 1820, con la publicación de
su obra Noticia de los principales sucesos del gobierno de España
(1808-1814) desde el momento de la insurrección en 1808 hasta la
disolución de las Cortes ordinarias en 1814 anunciaba ya, según
señala Alberto Gil Novales en el prólogo de la edición de 2008,43
los acontecimientos revolucionarios del Trienio. En el título no
aparecía la palabra “revolución”, pero en la presentación el autor
precisaba que “nos ceñiremos a lo que menos se conoce, que es la
revolución interior que se obró en el reino”;44 y el texto se dedicaba
a pormenorizar el alcance profundo de dicha revolución interna,
llevada a cabo entre 1808 y 1814. Según Toreno ésta se manifestó
estableciendo “las bases de una constitución libre, [decretando la]
libertad de imprenta, [aboliendo] la Inquisición, [reformando]
los frailes, [disminuyendo] la influencia del clero, [eliminando]
las trabas de la industria, de la agricultura, del comercio […]”.
Por todo ello Toreno comparaba la revolución española con las
otras dos grandes revoluciones –la francesa y la de Inglaterra–:
“nunca hubo sistema mejor combinado que el de España para
embrutecer una nación –dice sin tapujos–, y vemos que es la
tercera de las grandes naciones en Europa que trata de constituirse
libremente, y antes de otras muchas cuyos gobiernos han sido en
los últimos tiempos incomparablemente más ilustrados”.45 Y con-
cluía subrayando el alcance universal de la revolución española:
“Nunca el despotismo se ha moderado él de suyo. Ojalá que este
ejemplo [es decir, el de la revolución española, aunque aquí no
utiliza explícitamente el término] pueda servir de lección a los
facciosos de todos los países, haciéndoles ver que sus triunfos son
y serán siempre efímeros por más brillantes que parezcan; que
43 Conde de Toreno, Noticia de los principales sucesos del gobierno de España (1808-
1814) desde el momento de la insurrección en 1808 hasta la disolución de las Cortes
ordinarias en 1814, Prólogo de Alberto Gil Novales, Ed. Urgoiti, Pamplona, 2008,
p. LXV.
44 Ibídem, p. 7.
45 Ibídem, pp. 16-17 (la cursiva es mía).

5 62
revolución de “revolución”. el giro del concepto “revolución”

la razón como la naturaleza no pierde jamás sus derechos; y que


cuando una nación ilustrada conoce el bien y lo desea, no hay
fuerza que se le resista”.46
Restablecido el absolutismo en 1823, tal como había sucedido
en 1814, el término “revolución” retornaría a un significado res-
tringido, ceñido al ámbito del patriotismo y de la fabricación del
mito de las grandes gestas nacionales; aunque no desaparecería en
ciertos escritos el sentido del término “revolución” asociado a la
voluntad política transformadora que se había vivido en España
en el período napoleónico. En los años treinta, precisamente, la
obra de Romero Alpuente Historia de la Revolución de España en
los años 1820 a 1823, o sea, explicación de las causas por las que se
perdió la libertad constitucional,47 daría fe de la persistencia de este
sentido profundamente revolucionario del término “revolución”.
En este escrito Romero Alpuente detallaba explícitamente el al-
cance de este concepto, sintetizándolo en siete condiciones que él
consideraba las bases de cualquier revolución.48
Pero el texto de Romero Alpuente es bastante excepcional.
También en los años 30 apareció la obra principal del conde de
Toreno, la Historia del levantamiento, guerra y revolución de Es-
paña.49 En ella el término “revolución”, que aparece pomposa-
mente en el mismo título, prácticamente desaparece a lo largo de
los centenares de páginas de esta obra –incluidas las páginas que
contienen sus reflexiones finales y su conclusión–, alejándose por
46 Ibídem, p. 49.
47 Editado en Juan Romero Alpuente, Historia de la Revolución española y otros es-
critos. Edición preparada e introducida por Alberto Gil Novales, CEC, Madrid, 1989,
vol. 2, pp. 131-394.
48 Véase por ejemplo la “idea preliminar de esta obra” (pp. 141-147) y especialmente
la pág. 145. Estas condiciones eran: 1) ninguna revolución contra el despotismo pue-
de llevarse a cabo si permanece al frente un rey nacido bajo el mismo despotismo
que se ataca; 2) la fuerza física y moral ha de reconcentrarse en los oprimidos; 3) han
de perecer los jefes de la opresión; 4) los demás enemigos han de ser reducidos a la
más absoluta impotencia; 5) han de apagarse con presteza y mano fuerte las primeras
centellas de la contrarrevolución; 6) ha de administrarse justicia con prontitud y
firmeza; y 7) hay que aliviar al pueblo en todo lo posible de las cargas de contribu-
ciones.
49 Véase la reciente edición con estudio preliminar de Richard Hocquellet, publica-
da por Urgoiti editores, Pamplona, 2008.

63 5
lluís roura i aulinas

tanto del sentido que la palabra “revolución” había tenido en el


ya citado escrito de 1820. El término “revolución” en el título de
esta obra se acoplaba, en realidad y sin dificultades, al pensamien-
to ahora moderado de su autor, tras el giro ideológico que Toreno
había llevado a cabo durante del Trienio Liberal. “Revolución”,
en la obra cumbre de Toreno es un término que ha perdido la
fuerza transformadora que dicha palabra había tenido en su No-
ticia de los principales sucesos…, y se había convertido en mera
hipérbole del patriotismo y de la heroicidad de un pueblo y de
un período ya mitificados y a cuya mitificación iba a contribuir
inevitablemente. “Revolución” se convertía al mismo tiempo
prácticamente en sinónimo de “insurrección” (que paradójica-
mente había sido la palabra utilizada por Toreno en el título de
la Noticia…, donde, en cambio, como hemos dicho el concepto
“revolución” había tenido un sentido mucho más profundo). Es
posible que el carácter global de la obra ahora escrita y la expresa
voluntad de llevar a cabo un relato “neutral” (objetivo o positi-
vista) ayuden a entender la escasa presencia del término revolu-
ción en la obra de Toreno; pero sin duda en ello influyó también
su propio giro ideológico, que le había llevado a renunciar a los
afanes revolucionarios tal como los había sentido en 1820. En
cualquier caso el concepto “revolución” del enunciado resultaba
más bien una referencia fosilizada que el reflejo de una manera de
entender los procesos de transformación de la sociedad.
Para que el término “revolución”, asociado a la guerra de la
Independencia, recuperara toda su fuerza en el siglo xix habría
que esperar a que surgiera una nueva forma de análisis social y de
la realidad histórica. Y en este sentido, sin duda, hay que señalar
la importancia de los escritos de Karl Marx del año 1854 sobre
España, a pesar del carácter genérico y circunstancial que en ellos
pudo tener su interés por la Guerra de la Independencia.50 En las

50Karl Marx, “Revolutionary Spain” en New York Daily Tribune (1854). Puede verse
su edición en español dentro de Carlos Marx y Federico Engels, Revolución en Es-
paña. Prólogo, notas y traducción de Manuel Sacristán, Ariel, Barcelona, 1973, 4 ed.,
pp. 66-127.

5 64
revolución de “revolución”. el giro del concepto “revolución”

referencias de Marx el término revolución aplicado a este período


de la historia de España, recuperaba toda la fuerza y proyección
de un concepto que desde el último cuarto del siglo xviii venía
revolucionando el alcance de su propio significado.

65 5
estados unidos:
una revolución por la independencia
y la república permanentemente revisada1
Aurora Bosch
Universidad de València

diversidad de interpretaciones y actualidad


de la revolución americana

Ha habido muchas interpretaciones de la Revolución americana


a lo largo de la historia y sigue habiendo diversas interpretaciones
actualmente. Desde los que creen como Bárbara Clark Smith que
la revolución preservó la desigualdad social,1 a los que como Gor-
don S. Wood consideran que la revolución destruyó la Monarquía
y preparó el terreno para la democracia2 y los que como T. H. Breen
estiman que formas espontáneas de protesta hicieron la revolución
radical3, evidencian así que no hay un acuerdo en como interpretar
la Revolución estadounidense. Sin embargo, a diferencia de lo que
podía ocurrir en los años setenta del siglo xx, cuando cierto para-
digma marxista era dominante, la historiografía coincide en que
hubo una revolución, incardinada en las revoluciones liberales no-
ratlánticas, que precedió y acompañó a la independencia de Gran
Bretaña, sin necesidad de diferenciar entre revolución política y

1El presente texto formó parte del proyecto MCINN-2008-03970 de la Dirección Ge-
neral de Investigación y Gestión del Plan I+D+I del Ministerio de Ciencia e Innova-
ción. Barbara Clark Smith, “The Revolution Preserved Social Inequality,” William
and Mary Quarterly, 3d Series, Volume 51, Number 4, 1994. Este artículo forma parte
de los números de la revista dedicados a hacer un balance de la Revolución Estadou-
nidense.
2 Gordon S. Wood, “Equality and Social Conflict in the American Revolution,” Wil-
liam and Mary Quarterly, 3d Series, vol. 51, 4, (1994), pp. 703-716.
3 T.H. Breen, “Boycotts Made the Revolution Radical,” William and Mary Quarterly,
3d Series, vol. 50, 3, (1993).

67 5
aurora bosch

revolución social y sin menospreciar los logros de la revolución


política.
Al ser una revolución que es el momento fundacional y la
esencia de la identidad de una nación, que ha tenido un éxito
rapidísimo y excepcional en la historia contemporánea mundial,
su naturaleza se revisa constantemente a la luz del presente y es
referente imprescindible en cada momento histórico. Las revisio-
nes traspasan inevitablemente el ámbito académico y están pre-
sentes en la política y el imaginario popular con interpretaciones
encontradas, al ser la política estadounidense muy competitiva y
participativa.
El ejemplo lo tenemos en la política de hace unos años en
Estados Unidos. Por una parte el Tea Party, como movimiento
de base conservador contra la tiranía del Gobierno, que rememo-
ra el Tea Party de Boston, la protesta que en 1773 dirigió Samuel
Adams contra el monopolio del comercio del Té por la Compañía
de las Indias Orientales como expresión del poder tiránico de la
Corona, sin duda un punto de partida incuestionable de la Revo-
lución Americana, pugnaba desde 2010 por controlar el Partido
Republicano y erosionar la agenda política de la administración
Obama. Teniendo como puntos básicos el conservadurismo fiscal
y la crítica a la regulación e intervención del Gobierno Federal, el
movimiento tomó fuerza con la oposición a los estímulos fiscales
y La Ley de Sanidad aprobados por el Congreso en 2009. Con la
Gadsden Flag revolucionaria como símbolo y el don´t tread on me
(no me aplastes ) como eslogan, el movimiento se ha organizado
nacionalmente desde abril de 2010, teniendo como programa un
Contract from America, que a diferencia del Contract with America
de 1994, presume de estar elaborado desde la base4, “not crafted in
Washington with the help of posters”, con las propuestas y votaciones

4 Aunque originariamente se presentó como un movimiento difuso y espontáneo,


su organización como un grupo que puede influir en la política americana se debe al
grupo neoyorquino Freedom Works que desde 1984 lucha por la total libertad de los
mercados frente a las regulaciones gubernamentales. Ver International Herald Tribune,
August 27, 2010, p. 2. Se puede acudir a la página Web de la organización http://www.
freedomworks.org/, para analizar su mensaje político.

5 68
estados unidos: una revolución por la independencia...

de casi medio millón de simpatizantes a través de internet, que


debían servir de guía a los congresistas adheridos.
Entre los diez puntos del programa, con amplia tradición en el
movimiento conservador desde 19645, destacaban por su populari-
dad entre los seguidores del movimiento aquellos que trataban de
preservar la constitucionalidad de las leyes aprobadas por el Con-
greso y auditar las agencias constituidas por el Gobierno federal,
los que se refieren a la reducción de los gastos federales, el presu-
puesto, los impuestos y, finalmente, los puntos que rechazaban la
Ley de Sanidad o cualquier nueva legislación referida al cambio
climático y a favor de las energías renovables.
Por otro lado, la victoria electoral del primer presidente afroa-
mericano en 2008 se fraguó en una campaña electoral, convertida
en movimiento de masas desde la base hasta la cúspide gracias a las
redes sociales de internet, en los que Barack Obama apeló cons-
tantemente a la Unión, a la raíz de la tradición política americana
“en reclamar el sueño americano,” como reza el subtítulo de su
bestseller “The Audacity of Hope: Thoughts on Reclaiming the Ame-
rican Dream.”6
Por lo que respecta a la acción de gobierno, la Administración
Obama y el Partido Demócrata recurrieron a la política inaugurada
por F.D. Roosevelt en el New Deal para, en nombre de la tradición
republicana estadounidense, justificar una intervención del estado
que asegurara el derecho a la libertad, la igualdad y al disfrute de
la felicidad de todos los estadounidenses, ya sea avanzando en la
igualdad de derechos civiles o garantizando la igualdad de oportu-
nidades y el disfrute de servicios sociales básicos.

5 Para una síntesis sobre los orígenes del moderno movimiento conservador ver Aurora
Bosch, Conservadurismo y crisis del liberalismo: ¿Una reacción a los sesenta?, en Juan
José Cruz (coord.), Textural Identities of “Identity Politics”: Debates from Afar on Recent
US Cultutal Texts, Universidad de La Laguna, La Laguna, 2009, pp. 15-34. Un buen
estado de la cuestión en Kim Phillips-Fein, The Journal of American History, 98, 3,
(2011), pp. 723-743.
6 Barack Obama, The Audacity of Hope: Thoughts on Reclaiming the American Dream,
Three Rivers Press, New York, 2006. Este fue también el título y el argumento del
famoso discurso del entonces senador Barack Obama en la Convención Demócrata
de 2004, que le catapultó a la política nacional.

69 5
aurora bosch

Además, la revisión y “la mitología” de la revolución es más


intensa en Estados Unidos al ser reinterpretada y asumida, –como
toda la historia estadounidense–, por las progresivas oleadas de in-
migrantes, que se han ido y se van incorporando a la nación polí-
tica, como ciudadanos y votantes en primera instancia, y después
como políticos, dentro de una política de masas muy temprana,
sofisticada y participativa.
Desde esta referencia a la Revolución americana como un re-
ferente histórico muy vivo, capaz de inspirar constantemente el
discurso político desde las bases hasta las élites, con interpreta-
ciones muy abiertas, voy a examinar brevemente en las siguientes
páginas las interpretaciones dominantes en cada momento histó-
rico desde el siglo xviii, para justificar después mi punto de vista
de que la revolución americana fue una revolución por la inde-
pendencia y la república con capacidad para inspirar la acción y
el discurso político desde entonces.

interpretaciones de la revolución desde finales


del siglo xviii

Si seguimos como guía la síntesis historiográfica que hace Ri-


chard D. Brown7, la interpretación whig dominó desde la misma
revolución hasta finales del siglo xix y principios del xx, en el
momento de la forja de la nación continental. Elaborada inicial-
mente por actores de la revolución, presentaba esta como un mo-
vimiento por la libertad contra la tiranía británica. En el periodo
jacksoniano (1828-1836) la interpretación whig llegó a su máxima
expresión de la mano del historiador y político demócrata Geor-
ge Bancroft, que en los diez volúmenes de su libro History of the
United States of America, from the Discovery of the Continent, pu-
blicados entre 1834 y 1873, mientras el país inauguraba la política

7 Richard D. Brown, Major Problems in the Era of the American Revolution, 1760-1791,
Houghton Mifflin Company, Boston-New York, 2000, pp. 1-3.

5 70
estados unidos: una revolución por la independencia...

de masas con el presidente Jackson, completaba su expansión


continental tras la guerra contra México en 1848 y la república
representativa se convertía en una democracia que tras la guerra
civil (1861-1865) se extendió a los antiguos esclavos, explicaba la
revolución como “una lucha heroica,”8 en la que “rudos peque-
ños campesinos, comerciantes idealistas y plantadores tomaron
las armas para defender su libertad política. En el proceso, crea-
ron una república democrática, que se convirtió en el modelo de
libre gobierno para el resto del mundo.”9 Interpretación que se
completaba con su History of the Formation of the Constitution of
the United States of America, publicado originalmente en Nueva
York en 1882.
Esta interpretación heroica, que no cuestionaba los costos de
la expansión continental sobre las naciones indias o México, ni
los límites de la democracia para los afroamericanos tanto antes
de la guerra civil como después del periodo de la Reconstrucción
(1865-1877), fue la interpretación dominante hasta principios del
siglo xx, está en el fundamento del nacionalismo americano y
desde el principio se asoció estrechamente con el patriotismo, por
lo que mas allá de las universidades, aún pervive con fuerza en el
imaginario colectivo de muchos estadounidenses.
A principios del siglo xx, desde ámbitos académicos y archi-
vos británicos, se fue forjando la llamada interpretación imperial.
Para los prestigiosos historiadores George Louis Beer, Charles
McLean Andrews y posteriormente Lawrence Henry Gipson,
todos ellos pertenecientes a la Escuela Imperial,10 los colonos ame-
ricanos eran libres y no estaban sometidos a la tiranía británica.

8 George Bancroft, History of the United States of America from the Discovery of the
Continent, vol. 6, Section 16, Chapter XXXV, General Books, Copyrighted Material,
2009, pp. 343-353.
9 Richard D. Brown, Major Problems…, p.1.
10 Entre los libros más destacados de esta interpretación estarían: George Louis Beer,
The English Speaking Peoples, Macmillan, Londres, 1917; Charles McLean Andrews,
The Colonial Period of American History, 4 Vols., Yale University Press, New Haven,
1934-1937; y la serie de 15 volúmenes de Lawrence Henry Gipson, The British Empire
Before the American Revolution, 15 vols., The Caxton Printers, Caldwell and Alfred
A. Knopf, New York, 1936-1970.

71 5
aurora bosch

La independencia fue pues el resultado de un malentendido trasat-


lántico y de la mala gestión burocrática y parlamentaria. El he-
roísmo y patriotismo de los americanos eran accidentales en esta
interpretación, pues la clave para entender la revolución estaba
en “la codicia de la cultura política británica a ambos lados del
Atlántico y las insuficiencias del sistema imperial para responder
a problemas y demandas cambiantes.”11
También a principios del siglo xx, pero en el contexto del
reformismo progresista, los llamados Nuevos Historiadores
acuñaron una interpretación crítica de la revolución conocida
como progresista. Charles A. Beard, Carl M. Becker y Arthur M.
Schlesinger en sus libros respectivos An Economic Interpretation
of the Constitution of the United States (1913), The Beginnings of
the American People (1915) o New Viewpoints in American His-
tory (1922) destacaban como los intereses económicos y políti-
cos, los conflictos y grupos sociales, más que la ideología o los
grandes personajes, fueron las causas y los artífices de la Revolu-
ción estadounidense. Así, las fuerzas dinámicas que llevaron a la
Independencia y a la formación de la República Federal fueron
el resultado de los conflictos sociales y económicos entre ame-
ricanos: entre comerciantes y campesinos, entre habitantes del
este y habitantes de la frontera, entre ciudades y campo, entre
aristócratas y demócratas. En una época en que el movimiento
progresista trataba de salvar la esencia de la República utilizando
la acción reformista del Estado Federal y las nuevas ciencias socia-
les para luchar contra el poder de los monopolios, la corrupción
política, la degradación de las ciudades destino de la emigración
masiva y la intensa desigualdad social provocada por la industria-
lización acelerada desde el final de la guerra civil, los historiadores
progresistas interpretaban los conflictos sociales de la Revolución
norteamericana en clave de la intensa conflictividad que Estados
Unidos vivió entre 1870 y 1920.

11 Richard D. Brown, Major Problems…, p. 2.

5 72
estados unidos: una revolución por la independencia...

Esta interpretación progresista fue la dominante en las décadas


de 1930 y 1940 tanto en las universidades, como en la cultura
popular, donde el novelista Kenneth Roberts la utilizó para varias
novelas sobre la revolución escritas entre 1929 y 194012. En medio
de la depresión económica de los años treinta, la Segunda Guerra
Mundial y la intensa movilización política y social que generó en
New Deal, la revolución se convirtió en un referente de las lu-
chas políticas coetáneas y, como la interpretación whig, continúa
siendo una interpretación atractiva para todos aquellos estadou-
nidenses críticos con la complacencia nacional y el statu quo.
Después de la Segunda Guerra Mundial y sobre todo en los
años cincuenta la escuela del consenso, con Louis Hartz13 y Richard
E. Hofstadter14 a la cabeza, desde una perspectiva global y com-
parativa con las revoluciones francesa, rusa y china enfatizaron el
amplio consenso republicano en la Revolución estadounidense, el
pragmatismo político, la búsqueda del compromiso político. Así,
según esta escuela, los revolucionarios podían diferir en tácticas,
pero estaban unidos “en torno a la idea liberal lockeana de una
república asentada en la extensión de la propiedad privada y un
Estado comprometido con los derechos políticos e individuales.”
En medio de la prosperidad posbélica, cuando el pleno em-
pleo, los altos salarios y la casa en los suburbios residenciales
daban la sensación de que Estados Unidos había superado la
pobreza y los conflictos de clase, y la Guerra Fría imponía una
forzada uniformidad ideológica y política, la “interpretación del
consenso” se hizo muy popular más allá de la historiografía pro-
fesional, convirtiéndose en la interpretación dominante en la

12 Destacan entre sus novelas históricas sobre la Revolución Arundel (1929), Rabble
in Arms (1933), Northwest Passage (1937) y Oliver Wiswell (1940).
13 Louis Hartz, The Liberal Tradition in America: An Interpretation of American Political
Thought since the Revolution, Brace & World, Harcourt, 1955 y The Founding of New
Societies: Studies in the History of the United States, Latin America, South Africa, Canada
and Australia, Brace & World, Harcourt, 1964.
14 Richard E. Hofstadter, The American Political Tradition: and the Men Who Made
It, Alfred Knopf, New York, 1948.

73 5
aurora bosch

enseñanza básica, la política y los medios de comunicación hasta


los años sesenta del siglo xx.
A partir de la década de 1960 ha habido distintas críticas a la
interpretación del consenso. Los historiadores llamados neo whig
hacían una crítica tanto de la “interpretación del consenso” como
de la progresista, pues consideran que estas no habían tomado en
serio el papel de la ideología revolucionaria. Ambas consideraban
la ideología como secundaria, mera propaganda en una lucha
política donde los verdaderos objetivos eran conseguir ventajas
políticas o económicas. Bernard Bailyn, el historiador más desta-
cado de esta escuela en su influyente libro The Ideological Origins
of The American Revolution,15 no negaba la importancia de los
intereses materiales ni de la práctica política, pero resalta el papel
central de la ideología en guiar las acciones de los revolucionarios
hacia lo que sería el republicanismo americano. Por tanto, al igual
que la interpretación whig, la retórica del “liberalismo radical”
de los revolucionarios sobre la corrupción del poder, la división
de poderes, la necesidad de constituciones escritas, la declaración
de derechos eran las verdaderas creencias de los revolucionarios
y no simplemente “una cortina de humo que enmascaraba sus
objetivos reales”.16
Los llamados historiadores neo progresistas, muy influenciados
por la presencia del marxismo y la New Left en ámbitos académi-
cos durante las décadas de 1960 y 1970 del siglo xx, así como por
la experiencia de la intensa movilización política y social de aque-
llos años en Estados Unidos, en particular los movimientos de las
minorías, criticaban tanto la interpretación del consenso como
la neo whig. La interpretación neo-progresista, cuyo principal re-
presentante sería el historiador Gary B. Nash,17 reconoce tanto la

15 Bernard Bailyn, The Ideological Origins of The American Revolution, Cambridge,


Harvard University Press, 1972, edición original de 1967.
16 Richard D. Brown, Major Problems…, p. 3.
17 Principalmente The Urban Crucible: Social Change, Political Consciousness and
the Origins of the American Revolution, Harvard University Press, Cambridge, 1979;
“The Transformation of Urban Politics, 1700-1765”, The Journal of American His-
tory, vol. 60, 3, (1973); “Social Change and the Growth of Prerevolutionary Urban

5 74
estados unidos: una revolución por la independencia...

dimensión del consenso republicano en el periodo revoluciona-


rio, como el papel central de la ideología, pero ve la clave de la
revolución, como los historiadores progresistas, en los conflictos
sociales ligados a intereses materiales, capaces de movilizar a las
masas en una lucha por el republicanismo anterior a la Indepen-
dencia, que supuso una constante batalla entre fuerzas elitistas y
democráticas dentro de la coalición revolucionaria.
En los años noventa del siglo xx, Gordon S. Wood trató de ha-
cer una síntesis creativa con las aportaciones de los historiadores
neo whig y neo progresistas, expresada en una obra de referencia
actualmente como The Radicalism of The American Revolution.18
Wood extiende la revolución desde la década de 1760, cuando
comienzan los conflictos ligados a la guerra Franco-India, hasta
la extensión del sufragio para todos los hombres blancos en 1830,
en plena Era de Jackson, en una lucha que tendría en un primer
estadio el objetivo del republicanismo y en un segundo estadio
el objetivo de la democracia, siempre –como se le ha criticado19–
desde el punto de vista de los varones blancos con propiedad, de
los vencedores de la revolución desde la élite a las clases medias.

una revolución por la independencia


y la república, 1776-1789

Teniendo en cuenta todas las aportaciones historiográficas más


recientes, especialmente aquellas que resaltan los distintos con-
flictos inter-coloniales antes y durante la revolución, y una cro-
nología que dataría el comienzo de la revolución en los conflictos
sociales de mediados de la década de 1760, cuando una sociedad

Radicalism”, en Alfred F. Young, (ed.), The American Revolution. Explorations in the


History of American Radicalism, Northern Illinois University Press, Dekalb, 1973,
pp. 7-35.
18 Gordon S. Wood, The Radicalism of the American Revolution, Vintage Book, New
York, 1993.
19 Entre las críticas véase Barbara Clark Smith, “The Revolution preserved Social
Inequality”, The William and Mary Quarterly, 3d Series, vol. LI, 4, October, (1994).

75 5
aurora bosch

en rápido cambio se enfrentó a los efectos de la Guerra Franco-


India, y el final en la ratificación de la Constitución Federal en
1789, no hay duda de que por su planteamiento, desarrollo y re-
sultado, la lucha que llevó a Estados Unidos a la independencia
fue también una revolución. Ciertamente la Revolución ameri-
cana tuvo mayores facilidades en su punto de partida para triun-
far que otras revoluciones atlánticas y menor oposición interna
para establecer un régimen liberal representativo muy amplio,
que podía evolucionar o no a la democracia, aspiraba a la igual-
dad política y la propiedad para todos los varones blancos y se
constituyó en República Federal en un mundo dominado por las
monarquías europeas.

ventajas en el punto de partida y orígenes

Antes de 1776 las colonias británicas del Norte de América eran


una sociedad compleja y conflictiva que crecía muy rápidamen-
te. Sus dos millones y medio de habitantes, que constituía un
quinto de la población colonial20, ya no eran mayoritariamente
británicos ni congregacioncitas, luteranos, cuáqueros, anglicanos
o católicos. El medio millón de esclavos africanos, los sirvientes
contratados que llegaron a constituir la mitad de la población
inglesa y escocesa blanca llegada a las colonias,21 la nueva inmi-
gración libre de alemanes luteranos y escoceses del Ulster daba
cuenta de una sociedad diversa y estratificada, donde los blancos
pobres pugnaban por afirmar sus derechos a la propiedad y la
igualdad política. Así, desde 1740 el movimiento de disidencia
religiosa conocido como el primer Gran Despertar, no solo de-
safiaba la religión institucionalizada, sino que a través de él los
20 John M. Murrin, “Beneficiaries of Catastrophe: The English Colonies in Ameri-
ca,” en Eric Foner (ed.), The New American History, Temple University Press, Phi-
ladelphia, 1997, p. 16
21 Eric Foner, “The Idea of Free Labor in Nineteenth Century America”, Introduc-
ción a Free Soil, Free Labor, Free Men, The Ideology of The Republican Party Before the
Civil War, Oxford University Press, Oxford, 1995, p. XI.

5 76
estados unidos: una revolución por la independencia...

pobres blancos identificaran el “milenio” con el establecimiento


de gobiernos elegidos por el pueblo, libres de las disparidades de
riqueza del “viejo mundo.”22
Los nuevos desafíos políticos tuvieron la ventaja de hacer ma-
durar tanto a las élites coloniales como a las clases medias, pues
aunque las colonias seguían políticamente ligadas a la metrópoli
por la figura de un gobernador con amplios poderes, de hecho
estaban acostumbradas al autogobierno. A través de sus órganos
legislativos, como las asambleas coloniales o los Town Hall, ele-
gidos por una proporción de entre el cuarenta y el ochenta por
ciento de los varones blancos –el veinte por ciento de la pobla-
ción–, lideradas por sus propias élites de abogados, comerciantes
y plantadores, las colonias decidían sobre los asuntos internos de
cada colonia, incluido el poder de aprobar impuestos e iniciar la
discusión de sus leyes.23
Las experiencias de las tres guerras imperiales24 en su territorio
les dieron cierta experiencia militar y aumentaron este sentido
de autonomía respecto a la metrópoli, al comprobar como su
sacrificio en hombres y financiación no revertían necesariamente
en interés de los colonos. De esta forma, al finalizar la década de
22 Gary B. Nash, “Social Change and the Growth of Prerevolutionary Urban Radi-
calism”, en Alfred F. Young (ed.), The American Revolution..., p. 18. También, Gor-
don S. Wood, La Revolución Norteamericana, Mondadori, Barcelona, 2003, p.42.
23 Bernard Bailyn, The Ideological Origins..., pp. 203-205. Las cifras para el sufragio
en la época colonial son de Michael Mann, The Sources of Social Power Vol. II. The
Rise of Classes and Nation-States, 1760-1914, Cambridge University Press, New York,
1993, pp. 137-141. Hay traducción castellana: Michael Mann, Las Fuentes del Poder
Social. Vol. II. El Desarrollo de Las Clases y Los Estados Nacionales, Alianza Editorial,
Madrid, 1997. Christopher Collier establece la proporción de los que ejercieron el
derecho al voto en la época colonial, entre el 10 y el 40 por ciento de los varones
blancos, ver “The American People as Christian White Men of Property: Suffrage
and Elections in Colonial and Early National America”, en Donald W. Rogers (ed.),
Voting and The Spirit of American Democracy. Essays on The History of Voting and
Voting Rights in America, University of Illinois Press, Urbana, 1992, pp. 21-23.
24 La “guerra de la Oreja de Jenkins” (1739-1742) que enfrentó a Gran Bretaña y
España por el control del comercio caribeño; la Guerra del Rey Jorge (1739-1742),
nombre con el que se conocía en las colonias la guerra de Sucesión Austriaca que en-
frentó a Francia y Gran Bretaña por el control de las regiones de Maine, los Grandes
Lagos y el Valle del Río Ohio y, sobre todo, la Guerra Franco-India (1754-1763), como
se llamó en las colonias a las guerra de los Siete Años que enfrentó definitivamente a
Francia y Gran Bretaña por el dominio de Norteamérica.

77 5
aurora bosch

1760 las colonias reafirmaron las particularidades que les dife-


renciaban de Gran Bretaña. A 5.000 kilómetros de la metrópoli
las colonias eran sustancialmente libres e independientes unas
de otras, tenían una economía fundamentalmente agraria, in-
cluso primitiva, pero muy capitalista que suponía un tercio de
la economía británica. Eran sociedades donde el racismo estaba
institucionalizado, pues la prosperidad de los blancos se consi-
guió a base de arrebatar tierras y exterminar a las naciones indias
y explotar a los esclavos negros africanos, y el racismo era así
un elemento de cohesión de la minoría europea. La cohesión y
homogeneidad de las sociedades coloniales aumentaba por una
religiosidad común –casi todas las iglesias eran protestantes y las
comunidades tendían a asentarse juntas y a incentivar la alfabe-
tización masiva– y una relativa igualdad económica, que a pesar
de la existencia de una élite económica y de que aumentaron las
desigualdades sociales en el siglo xviii, permitía a un cuarenta
por ciento de la población ser propietarios agrícolas, artesanos
o tenderos y que la mayoría de los blancos pudieran asegurar su
subsistencia y participación en la sociedad civil y política a unos
niveles mucho mayores que en Europa.25
La prosperidad de las colonias parecía asegurada con el resul-
tado de la guerra Franco-India (1754-1763). Eliminados los fran-
ceses de Norteamérica tras este conflicto, los colonos americanos
podían expandirse sin necesitar la tutela del ejército británico por
un territorio inmenso, que se extendía desde el golfo de México a
la bahía del Hudson y de los Apalaches al Misisipi en el oeste. Sin
embargo, en el momento en que los colonos estaban más seguros
de su autonomía y posibilidades, las necesidades británicas de
administrar su creciente imperio en Norteamérica y de enjugar
las deudas contraídas en la guerra Franco-India recurriendo al au-
mento de la imposición colonial por un lado, y la crisis económi-
ca en que se encontraban las colonias tras este conflicto por otro,

25 Michael Mann, The Sources of Social Power Voll II. The Rise of Classes and…, pp.
137-141.

5 78
estados unidos: una revolución por la independencia...

enfrentaron entre 1763 y 1775 los intereses de los colonos y de la


metrópoli, provocando la crisis fiscal, que llevaría primero a la re-
belión y después a la Revolución y la guerra de la Independencia.
Así, la singularidad y oportunidad de la Revolución ameri-
cana estuvo en que el liderazgo y el discurso moderado de las
élites coloniales en la protesta contra Inglaterra desbordó desde
el primer momento a estas, incorporando a unas clases medias
numerosas y relativamente maduras políticamente, que vieron
también un interés mayor en separarse de Gran Bretaña, en un
momento internacional muy propicio por la rivalidad en la lucha
por la hegemonía imperial y la oposición de los otros imperios
europeos contra Inglaterra, el nuevo imperio hegemónico.

nuevos discursos y formas de articulación política


en la rebelión fiscal contra inglaterra

La sorpresa para la metrópoli fue que la imposición por primera


vez de un impuesto “interno” como The Stamp Act (1765), que
afectaba a todas las colonias y perjudicaba especialmente a los
grupos sociales más poderosos e influyentes, así como la amenaza
de que la Corona pudiera utilizar el ejército del oeste para ase-
gurar el cobro del nuevo impuesto, movilizó a todos los sectores
sociales y a todas las colonias contra Inglaterra.
En un contexto social ya muy convulso desde mediados del
siglo xviii, donde en medio de las tensiones sociales coloniales
comenzaron a gestarse una “ideología whig”, que enfatizaba los
derechos del individuo frente al estado y una “ideología popular”,
que identificaba libertad con representación política e igualdad,
la nueva imposición británica dirigió la protesta social contra In-
glaterra y la Ley del Timbre, convirtiéndola en un movimiento de
masas inter-colonial, que comenzaba a articularse políticamente.
La protesta comenzó entre las élites de las colonias –plantado-
res, comerciantes, abogados, impresores– que expresaron su des-
contento en las asambleas coloniales y lo difundieron por todas

79 5
aurora bosch

las colonias a través de los Comités de Correspondencia, la multi-


plicación de panfletos, periódicos y organizaciones llamadas Hi-
jos de la Libertad, que se reunían bajo los árboles de la libertad. En
los “town meetings” estas élites se encontraban con la clase media
de pequeños agricultores, artesanos y tenderos, organizados es-
pontáneamente en clubs y tabernas, que formaban en todas las
colonias grupos de resistencia locales y expresaban junto a “la
multitud” su descontento contra la Ley del Timbre.
El argumento legal y político de la protesta era la defensa de
los derechos de los colonos, como “ingleses nacidos libres”, a no
poder ser obligados a pagar impuestos, por una institución como
el Parlamento británico, en la que no tenían representación. Este
argumento, contenía tanto una protesta contra el Parlamento,
que por primera vez había vulnerado la costumbre de “no im-
poner impuestos internos”26; como un cuestionamiento de la
“representación virtual” en el Parlamento británico27, por la que
cualquier miembro del Parlamento representaba los intereses de
todo el país y todo el Imperio, aunque las colonias y las ciuda-
des industriales británicas, como Manchester o Birmingham, no
tuvieran ninguna representación. Los colonos americanos, acos-
tumbrados a que votaran entre el cuarenta y el ochenta por ciento
de los varones blancos –mientras que en Inglaterra lo hacía un
quince por ciento– y a que hubiera una relación proporcional en-
tre población, electores y representantes, no podían entender esta
representación virtual. Estos argumentos, así como la petición
de ayuda al rey y la petición al Parlamento para que rechazara
la Ley del Timbre, se decidieron el 7 de octubre de 1765 en el
Congreso Contra la ley del Timbre, que reunió en Nueva York a

26 Alegato del Doctor Franklin en La Cámara Británica De Los Comunes en contra de


La “Stamp Act” Para América, reproducido en Ramón Casterás, La Independencia
de los Estados Unidos de Norteamérica, Ariel, Barcelona, 1990, pp. 168-172. Véase
también Edmund S. and Helen M. Morgan, “The Assertion of Parliamentary Con-
trol and Its Significance”, en Richard D. Brown, Major Problems in The Era of The
American Revolution..., pp. 119-128.
27 Gordon S. Wood, La Revolución Norteamericana..., pp. 71-74.

5 80
estados unidos: una revolución por la independencia...

27 representantes de 9 colonias, para redactar la Declaración de


Derechos y Quejas de las Colonias.
Las resistencias a adoptar el timbre y los movimientos de boi-
cot a las importaciones británicas dirigidos por los comerciantes
de Boston, Filadelfia y Nueva York obligaron a la Corona a re-
vocar La Ley del Timbre en 1766, como tuvieron que revocar en
1770 los Aranceles Townsend, excepto el del té, por las protestas
que lideró Massachusetts, 28 cuya represión culminó en la deno-
minada “matanza” de Boston en marzo de ese mismo año, pero
no acabó con el deseo de la metrópoli de aumentar el control
político y económico de las colonias
En 1772, siete años después de comenzadas las protestas, las
colonias se encontraban en el peor momento de su crisis econó-
mica y comenzaban a calibrar la independencia como la mejor
forma de defender sus intereses económicos. Cuando ese mis-
mo año se reanudaron las protestas, los rebeldes ya no luchaban
por sus derechos “como ingleses nacidos libres”, sino por la li-
bertad americana, como un derecho universal frente a la tiranía
británica.
En noviembre de 1772, bajo el liderazgo de Boston y especial-
mente de Samuel Adams, todas las ciudades de Massachusetts
habían organizado comités de correspondencia y la mitad de ellas
–270 ciudades– aprobaron The Votes of Proceeding, el documento
en que los bostonianos expresaban todas las violaciones britá-
nicas a los derechos de los colonos –imposición de impuestos
y legislación sin el consentimiento de los colonos, el envío de
ejércitos permanentes en tiempos de paz, la supresión del juicio
con jurado, la restricción de las manufacturas y la amenaza de
establecer obispos anglicanos en Norteamérica–. En marzo de
1773, la Asamblea de Virginia propuso la formación de comités
de correspondencia inter-coloniales y una red de estos comités

28 Para la importancia de estas protestas en cambiar y radicalizar la naturaleza de la


lucha de los colonos ver Pauline Maier, “The Townshend Acts and the Consolida-
tion of Colonial Resistance,” en Richard D. Brown, Major Problems in The Era of
The American Revolution…, pp. 128-136.

81 5
aurora bosch

se expandió por las colonias, mientras los periódicos hablaban


abiertamente de independencia. En ese contexto la decisión del
Parlamento de conceder en mayo de 1773 a la Compañía de In-
dias Orientales la venta exclusiva de té en las colonias encendió la
protesta en todas las colonias, en un movimiento contra el mono-
polio de la venta de té, que culminó con el Tea Party de Boston el
30 de noviembre de 1773.
Al malestar que provocaron en todas las colonias las Leyes
Coercitivas para castigar a Massachussetts, se unió en junio de
1774 La Ley de Quebec, que parecía impedir la expansión al oeste
al colocar dentro de las fronteras de Quebec las tierras occidenta-
les al norte del río Ohio, tierras que Pensilvania, Virginia y Con-
necticut habían reclamado hacía tiempo como suyas y por las que
habían luchado en la guerra Franco-India. Una y otra leyes fue-
ron llamadas por los colonos Leyes Intolerables, pues demostraban
que Gran Bretaña estaba utilizando su poder contra los intereses
económicos y políticos de los colonos; reavivando así la protesta,
convertida ya en una rebelión abierta contra el poder tiránico
de la Monarquía británica y en una revolución de las formas de
poder en las colonias.
En Massachusetts, los comités en cada ciudad y condado
tomaron el poder activo, sustituyendo a la autoridad oficial y
organizando milicias, que impedían la apertura de los tribuna-
les. Aunque inicialmente la élite whig de mercaderes y las clases
medias luchaban por el restablecimiento de la antigua Carta de
Massachusetts; en la lucha hubo un desplazamiento del poder
hacia los sectores radicales de la clase media y “la multitud,” más
interesados en la igualdad política y económica, que convirtie-
ron un movimiento limitado de resistencia en un movimiento
popular29.
La sorpresa para los británicos fue que todas las colonias se
sintieron amenazadas por las leyes coercitivas y decidieran ayudar

29Dirk Hoerder, “Boston Leaders and Boston Crowds, 1765-1776, en Alfred F.


Young (ed), The American Revolution..., pp. 240-241.

5 82
estados unidos: una revolución por la independencia...

a Boston y que en esta resistencia emergiera un poder político


paralelo al de la corona –local, de condado y provincial; pero
también interprovincial o intercolonial–. De Nueva York a las
Carolinas, todas las localidades establecieron comités de corres-
pondencia, organizaron milicias y decidieron coordinar inter-
colonialmente el nuevo poder de los comités, convocando en
septiembre de 1774 el Primer Congreso Continental en Filadelfia.
Los 55 delegados del Primer Congreso Continental aprobaron
la postura más radical, que compartían Massachusetts y Virgi-
nia, contenida en las Resoluciones del Condado de Suffolk, Mas-
sachusetts. Estas recomendaban la resistencia abierta a las leyes
coercitivas, reconocían los nuevos poderes y creaba una Asociación
Continental, que ponía en práctica las resoluciones del Congreso
referidas al boicot de productos británicos y la persecución de los
“enemigos de la libertad” mediante la intimidación y la coacción
violenta.
Esta revolución que tuvo lugar en las colonias entre 1774 y
1776 variaba de colonia a colonia, e incluso de unas zonas a otras
de las colonias, dependiendo de las relaciones de poder, la expe-
riencia de las luchas anteriores, la situación política. A pesar de
esta diversidad de situaciones, en general la Revolución comenzó
cuando las élites coloniales lucharon por mantener el poder en las
asambleas provinciales frente a los gobernadores –Massachusetts,
Virginia–; y en esta lucha comenzó una sustitución del poder mo-
nárquico y la administración federal, por los nuevos poderes de
los comités y las milicias. En la mayoría de los casos las antiguas
élites, con la incorporación de las clases medias, siguieron contro-
lando los nuevos poderes revolucionarios; pero en las principales
ciudades –Boston, Nueva York, Filadelfia–, los nuevos estratos
sociales de la clase media se hicieron con el poder incorporando a
los blancos pobres. Todas las situaciones revolucionarias tuvieron
pues en común, la formación de grandes alianzas, que iban de
las élites a las clases medias y el pueblo, pues en ese momento el
enfrentamiento principal no era entre pobres y ricos, sino entre
patriotas y cortesanos, entre aquellos que querían a su país y eran

83 5
aurora bosch

libres e independientes y aquellos cuya posición y rango provenía


artificialmente desde arriba, por herencia o relaciones personales,
que finalmente dependían de la Corona o la Corte30.
La toma de partido se aceleró con los primeros enfrentamientos
armados entre la Milicia de Massachusetts y el Ejército británico
en abril de 1775. Ciertamente el comienzo de la lucha armada hizo
que la principal tarea del Segundo Congreso Continental reunido
en Filadelfia fuera asumir las tareas del gobierno central para las
colonias. Pero el Congreso aún tardaría más de un año en declarar
la Independencia. Fue decisivo para convencer a las clases medias
de artesanos y pequeños agricultores –que ya estaban participando
en la Revolución y peleando contra Inglaterra– la publicación en
enero de 1776 en Filadelfia The Common Sense de Thomas Paine,
panfleto político que por primera vez mostraba que la lucha contra
Inglaterra debía ser a la vez por la Independencia inmediata y la
República igualitaria. Este texto, expresión del radicalismo revolu-
cionario, era también muy capitalista y buscaba la independencia
de un país neutral, que inspirado en Adam Smith, explotara las
ventajas del liberalismo comercial.31
La Declaración de Independencia, aprobada por el Congreso
en julio de 1776 era la expresión de las ideas del contrato de go-
bierno de John Locke y de las ideas de la Ilustración, represen-
tando así a la élite patriota, pero tenía también la impronta de la
radicalidad de Common Sense y la influencia de los acontecimien-
tos que las colonias estaban viviendo cuando en su preámbulo se
referían a la igualdad de todos los hombres, declaraba universales
derechos como la vida, la libertad y el disfrute de la felicidad y
reclamaba el derecho de todos los pueblos a destituir a los go-
biernos tiránicos y elegir a sus gobernantes.32 De esta forma La

30 Gordon S. Wood, The Radicalism of the American Revolution, Vintage Books, New
York, 1993, pp. 175-176.
31 Thomas Paine, El Sentido Común, en Ramón Casterás (ed.), La Independencia de
los Estados Unidos de Norteamérica..., pp. 90-147; Eric Foner, Tom Paine and Revolu-
tionary America, Oxford University Press, New York, 1976, pp. 71-107.
32 Declaración de Independencia de 4 de Julio de 1776, en Ramón Casterás (ed), La
Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica..., pp. 186-188.

5 84
estados unidos: una revolución por la independencia...

Declaración de Independencia justificaba la revolución y con su


lenguaje de libertad e igualdad pudo unir a los distintos sectores
sociales en una guerra de siete años y medio contra Inglaterra.

una guerra distinta, una guerra revolucionaria


por la independencia

Tanto militarmente, porque aparte de la ayuda de Francia y Es-


paña exigió ganarse con una estrategia no convencional, que con-
siguiera el apoyo de la población civil; como porque requirió el
esfuerzo militar de las clases medias y, sobre todo, de los blancos
pobres, sirvientes contratados e incluso de los esclavos negros, la
guerra de Independencia estadounidense fue una guerra revolu-
cionaria.33 Inevitablemente, el esfuerzo bélico sostenido por los
estratos más bajos de la sociedad en las milicias de los estados o
el Ejército Continental profundizó los efectos sociales y políticos
de la revolución. La Milicia de Pensilvania, donde todos los mi-
licianos podían elegir a sus oficiales, fue una verdadera escuela
política para los blancos pobres. La participación en el Ejército
Continental supuso la libertad para los 5000 esclavos negros que
lucharon en él –aunque bastantes más fueron los que se unieron
al Ejército británico consiguiendo la libertad– y permitió la pro-
moción social e integración política para los blancos sin propie-
dad, inmigrantes irlandeses o alemanes y sirvientes contratados.34

efectos sociales: blancos libres e iguales

En general la Revolución supuso un enorme avance para todos


los varones blancos que lucharon por la causa patriota. Las élites

33 John Shy, A People Numerous and Armed. Reflections on the Military Struggle for
American Independence, Oxford University Press, New York, 1976, p. 9, pp. 204-205.
34 Charles Patrick Neimeyer, America Goes to War. A Social History of the Continental
Army, New York University Press, New York, 1996, pp. 15-26.

85 5
aurora bosch

coloniales que habían dirigido la Revolución en los estados ocu-


paron el espacio de las familias tories, permitiendo el ascenso de
algunas familias procedentes de las clases medias.35 Las clases me-
dias de propietarios y artesanos, convertidas en columna verte-
bral de las repúblicas, pudieron acceder a la igualdad política,
que también se fue extendiendo rápidamente a todos los varones
blancos, paralelamente a la posibilidad de que los blancos pobres
accedieran a la propiedad en las nuevas tierras del noroeste, a cos-
ta de las naciones indias, que fueron desplazadas progresivamente
al oeste.36
La igualdad para los blancos hizo así más llamativa las des-
igualdades y por tanto la contradicción con la Declaración de
Independencia respecto a las naciones indias, las mujeres y los es-
clavos negros. La situación de las naciones indias empeoró con la
avidez de tierra que requería la igualdad republicana; los derechos
políticos y la situación legal de las mujeres empeoraron respecto a
la época colonial;37 la esclavitud no se abolió y se reforzó en el sur,
aunque hasta 1790 el impulso antiesclavista que salió de la Revo-
lución aumentó el número de negros libres, evitó la expansión de
la esclavitud a los territorios del noroeste, favoreció su progresiva
eliminación en el norte, la suavizó en el alto sur y puso las bases
de la cultura afroamericana.38

revolución en los nuevos poderes políticos:


de repúblicas contra la tiranía a la república
federal contra la tiranía de las asambleas

En la mayoría de las constituciones republicanas de los trece esta-


dos, que comenzaron a elaborarse en 1776, la élite whig consiguió

35 Gordon S.Wood, The Radicalism..., pp. 176-177.


36 Francis Jennings, “The Indian’s Revolution”, en Alfred F. Young (ed), The Ameri-
can Revolution…, pp. 339-344.
37 Linda K. Kerber, Women of the Republic, Norton & Company, New York, 1986,
pp. 110-113.
38 Ira Berlin, The Revolution in Black Life, en Alfred F. Young (ed), The American
Revolution…, pp. 356-361, 371-377.

5 86
estados unidos: una revolución por la independencia...

controlar el proceso de redacción de las nuevas constituciones


estatales, con el apoyo de las clases medias. La mayoría eran así
expresión del poder whig y para defenderse de la tiranía eran cons-
tituciones escritas, que generalmente incluían una declaración de
derechos individuales, definiendo las libertades que el gobierno
no podía invadir bajo ningún pretexto –libertad de prensa, dere-
cho a la petición, juicio por jurado, habeas corpus–, todas ellas
asumían que el poder derivaba del pueblo y que los cargos gu-
bernamentales debían ser elegidos directa o indirectamente por
el pueblo y limitaban el disfrute de los cargos públicos normal-
mente a un año, excepto en el caso de los jueces. Tendieron a dar
mucho más poder al legislativo, que en general se dividía en dos
cámaras, pues siguiendo el consejo de John Adams, la Cámara
Alta o Senado sería el lugar dónde “la aristocracia natural” –los
hombres influyentes por riqueza, talento o nacimiento–, podía
ser aislada, sin poner en peligro las libertades de las masas, repre-
sentadas por las cámaras bajas o cámaras de representantes39. La
representación no era igual para todos. En muchas colonias, –de
Pensilvania al sur– las zonas de frontera del oeste estaban menos
representadas que las del este. Los que tenían propiedad tenían
más posibilidades de ser elegidos; no podían votar los blancos
que no pagaban impuestos; tampoco los que no eran libres, ni
los no blancos, ni las mujeres, con la excepción de New Jersey
hasta 1807.
Ni siquiera la constitución más radical –Pensilvania– estable-
ció el sufragio universal masculino para los varones blancos, pero
hubo enormes progresos en la representación popular como efec-
to de la Revolución. En el proceso electoral, las designaciones de
candidatos se hicieron más regulares y abiertas, los colegios elec-
torales más numerosos y convenientes, el voto secreto comenzó
a introducirse en muchos estados. Las legislaturas trataban de ser
realmente representativas, réplicas en pequeños de los intereses y

39 Esta idea de John Adams recogida y explicada en Edmund S. Morgan, The Birth
of the Republic, 1763-1789, The University of Chicago Press, Chicago, 1992, pp. 92-93.

87 5
aurora bosch

las divisiones sociales de cada estado, y se dio un avance enorme


hacia el sufragio universal masculino para los varones blancos.
En 1788, el 90% de los varones blancos podían votar en New
Jersey, Pensilvania, Georgia, Carolina del Norte y del Sur, New
Hampshire y muchas ciudades de Massachusetts. En Virginia del
70 por ciento al 90 por ciento, en Maryland el 70 por ciento, en
Nueva York quizá el 60 por ciento. En Rhode Island y Connec-
ticut virtualmente todos los varones adultos blancos protestantes
que tuvieran alguna propiedad podían votar. 40
No menos importantes fueron los progresos en la libertad re-
ligiosa y en la separación entre la iglesia y el estado que supusie-
ron las nuevas constituciones estatales. En la época colonial, las
principales iglesias, como la anglicana en el sur o la congregacio-
nista en Nueva Inglaterra, eran financiadas con dinero público.
Tras la Revolución, los estados de Nueva Inglaterra continuaron
financiando a la iglesia congregacionista durante algunos años41,
pero en el resto de los estados, las distintas iglesias pasaron a fi-
nanciarse con las aportaciones de sus fieles.
Más que ninguna otra cosa la evolución hacia un gobierno
nacional pareció a muchos sectores populares una conspiración
de las élites para domesticar el “espíritu de 1776,” representado
por las constituciones de los estados, que tras la guerra y la Inde-
pendencia las élites sentían como una “tiranía de las asambleas”
estatales, incapaces de resolver los graves problemas políticos y
económicos de los nuevos estados y de permitir que funcionara
la Confederación a partir de 1781.
Al daño de muchos intereses entre los agricultores pobres del
sur y el oeste se unía el recelo a un nuevo poder central. Elabora-
da con secretismo en Filadelfia, la Constitución no era una sim-
ple revisión de Los Artículos de la Confederación, sino un gobierno

40 Christopher Collier, “The American People as Christian White Men of Property:


Suffrage and Elections in Colonial and Early National America”, en Donald W.
Rogers, Voting and The Spirit..., p. 26.
41 En New Hampshire hasta 1817, en Connecticut hasta 1818 y en Massachusetts
hasta 1833.

5 88
estados unidos: una revolución por la independencia...

totalmente nuevo, poderoso, distante y más elitista; que parecía


una traición a los principios y avances democráticos de 1776. Ini-
cialmente la Constitución no tenía una declaración de derechos,
una Cámara de Representantes con 55 miembros iba a decidir
por más de tres millones de personas, en una ratio de un repre-
sentante por cada 40.000 habitantes. En los estados, muchos vo-
tantes temían que tan pocos hombres, representándolos a tantas
millas de distancia, serían más ricos y poderosos y estarían menos
familiarizados con sus problemas, que los representantes de las
legislaturas estatales.42
A pesar de esta oposición, la Constitución se ratificó porque
algunos sectores populares como los artesanos y cierto campesi-
nado del noreste la apoyaron, porque los sectores más influyentes
utilizaron todos los medios tanto lícitos –entre ellos apropiarse
del término federal como si estuvieran en contra de un poder
central fuerte–, como ilícitos para que se aprobara y se hicieron
algunas concesiones a los antifederalistas. Significativamente
consintieron en las primeras diez enmiendas, que garantizaban
los derechos individuales y otorgaban más derechos a los estados
y que se añadirían al texto constitucional en 1791, con el nom-
bre de la Declaración de Derechos.43 The Bill of Rights garantizaba
la libertad de religión, expresión, prensa y derecho de reunión;
el derecho del pueblo a defenderse y por tanto a portar armas;
prohibían a los soldados alojarse en casas particulares sin el per-
miso de sus propietarios, las incautaciones arbitrarias, juzgar a
las personas dos veces por el mismo delito, así como obligar a
una persona a testificar en su contra. Confirmaba rapidez en los
juicios y el juicio por jurado. Prohibían las fianzas excesivas y los
castigos crueles. Aseguraban que el individuo retenía los dere-
chos no enumerados por la Constitución y finalmente declaraba

42 Edmund S. Morgan, The Birth of the Republic, 1763-89, The University of Chica-
go Press, Chicago and London, 1992, pp. 129-144.
43 Leonard W. Levy, Origins of the Bill of Rights, Yale University Press, New Haven,
2001, pp. 35-43.

89 5
aurora bosch

reservado a los Estados todo derecho no concedido específica-


mente al Gobierno Federal.
Ciertamente la Constitución Federal fue una construcción de
las élites,44 pero establecía una forma de Estado totalmente nueva:
una república en un enorme territorio en expansión que apelaba
al pueblo estadounidense, con una estructura federal compleja y
una considerable descentralización, que no resolvía los problemas
prácticos del funcionamiento del Estado en cuanto a la compe-
tencia entre las distintas instancias de poder. Esta construcción
estatal contrastaba con la modernización de los estados europeos,
basada en la centralización y la simplificación de la estructura
del Estado, la subordinación de los poderes autónomos ante un
poder central –fuera monarquía o parlamento–, en el que residía
la soberanía.45
En Estados Unidos la soberanía era compartida entre el
nuevo Gobierno federal y los estados, que mantenían su orga-
nización institucional, su legislación y aparato administrativo;
el Gobierno nacional representaba al pueblo a través de sus tres
ramas –legislativo, ejecutivo y judicial– que tenían jurisdicciones
superpuestas, provocando así una desconcertante interacción de
poderes que reclamaban el poder del pueblo. Esta interacción y
disputa de competencias entre las distintas instancias de poder
sólo podía resolverse con la interpretación por los tribunales de
una Constitución tremendamente ambigua.
Sin embargo, la compleja estructura federal adoptada por
las élites de los estados en Filadelfia era la única forma de dar

44 Para un análisis detallado de los intereses económicos de los miembros de la Con-


vención sigue siendo útil el estudio clásico de Charles A. Beard, An Económic Inter-
pretation of the Constitution of the United States, (edición original 1913), Free Press,
New York, 1986, pp. 149-151. La relación de intereses económicos que apoyaban la
Constitución Federal, puesta de manifiesto por Charles Beard, ha sido posterior-
mente refrendada y cuantificada por Robert A. Mcguire and Robert L. Ohsfeldt,
“Economic Interest and The American Constitution: A Quantitative Rehabilitation
of Charles A.Beard”, en The Journal of Economic History, 40, (1984), pp. 502-519.
45 Stephen Skowronek, Building A New American State. The Expansion of National
Administrative Capacities, 1877-1920, Cambridge University Press, Cambridge, 1982,
p. 21.

5 90
estados unidos: una revolución por la independencia...

representación nacional a intereses territoriales diversos y garan-


tizar al mismo tiempo que el régimen republicano fuera viable en
un inmenso territorio en expansión. Como ninguna élite estatal
podía imponerse sobre las restantes, la Constitución Federal deja-
ba la mayoría del poder a los Estados, incluidos todos los asuntos
relacionados con la propiedad y la vida diaria de los ciudadanos,
de forma que la élite de cada estado seguía dominando en su
estado sin imponerse a las otras zonas del país46. Este pluralismo
gubernamental se acentuaba con la división de poderes entre el
ejecutivo, legislativo y judicial, como una forma de evitar, en pa-
labras de James Madison “la opresión de la mayoría”. 47
Entre las pocas atribuciones concedidas al nuevo Gobierno
nacional había una que preocupaba y unía a todas las élites, in-
tereses y ciudadanos de los estados: la expansión territorial hacia
el oeste. Aunque, como ya había quedado establecido en las Or-
denanzas del Noroeste de 1787, la colonización de ese territorio
era un asunto nacional, se aseguraba que los nuevos territorios
adheridos a la Unión, al hacerlo en forma de estados, con la mis-
ma estructura política de los estados originales, dejaba abierta
la posibilidad de que los colonos de los Estados ya constituidos
pudieran influir sobre los territorios que colonizaban en aspectos
claves como el de la existencia o no de esclavitud, reproduciendo
así la diversidad de intereses amparada por la Constitución48.

46 Theodore J. Lowi, “Why Is There No Socialism in the United States? A Federal


Analysis” en Robert T. Golembiewski and Aaron Wildavsky, (eds.), The Costs of
Federalism, Transaction Books, New Brunswick, 1984, p. 46.
47 En el “Federalista X”, James Madison, el artífice de la Constitución señala entre
otras cosas que “En cambio cuando un bando abarca la mayoría, la forma de gobier-
no popular le permite sacrificar a su pasión dominante y a su interés, tanto el bien
público como los derechos de los demás ciudadanos. Poner el bien público y los
derechos privados a salvo del peligro de una facción semejante y preservar a la vez el
espíritu y la forma de gobierno popular es en tal caso el magno término de nuestras
investigaciones”. Véase A. Hamilton, J. Madison y J. Jay, El Federalista, FCE, Méxi-
co, 1998, p. 38. (Los textos agrupados en este volumen aparecieron originariamente
en la prensa neoyorquina entre 1787 y 1788, para convencer al pueblo del Estado de
Nueva York de la conveniencia de ratificar la Constitución Federal.)
48 Este fue el caso de los primeros Estados constituidos sobre los nuevos territo-
rios. En el Territorio del Noroeste, Ohio fue constituido como Estado libre en 1803,
mientras que en el Territorio del suroeste Kentucky se había convertido en Estado

91 5
aurora bosch

La República Federal era también el sistema político más re-


presentativo del mundo occidental –un tercio de la población–,
que podía evolucionar a la democracia para los varones blancos,
pero cuya prosperidad estaba sustentada en la esclavitud, desa-
fiando así el principio de igualdad que anunciaba la Declaración
de Independencia y acentuando las exclusiones políticas que se
amparaban en la nueva Constitución Federal.

conclusiones

No hay duda de que por su gestación, desarrollo y resultados la


Guerra de independencia estadounidense fue precedida y acom-
pañada de una revolución que contó con enormes ventajas en
su punto de partida –economía muy capitalista, élites maduras,
amplias y educadas clases medias– y una oposición social mucho
menor del orden establecido por la inexistencia de feudalismo
institucionalizado, la distancia de la metrópoli y las inmensas po-
sibilidades de prosperidad para todos que daban las tierras del
oeste.
Aunque los conflictos sociales y políticos fueron evidentes
entre los sectores sociales que componían la coalición revolucio-
naria, la dura oposición de Inglaterra primero y la experiencia de
la guerra después les unieron en un mismo objetivo e integraron
en el republicanismo tanto la ideología whig que resaltaba los de-
rechos del individuo frente al Estado como el igualitarismo de la
ideología popular. Esa capacidad de consenso entre territorios y
sectores sociales diversos no pudo resistir sin embargo la victoria,
amenazando la viabilidad de la nueva Confederación de los Trece
Estados Unidos de América.

esclavista en 1792. precisamente el ejemplo de ambos estados, divididos por el río


Ohio, fue utilizado por Alexis de Tocqueville para demostrar las ventajas económicas
y la superioridad moral de la libertad sobre la esclavitud. Véase Alexis de Tocqueville,
La Democracia en América, Alianza Editorial, Madrid, 1996, vol. 1, pp. 322-325.

5 92
estados unidos: una revolución por la independencia...

La República Federal, producto del consenso entre las élites


de los estados, vino a resolver el problema con la creación de
un Gobierno nacional, pero dentro de un Estado muy descen-
tralizado, que podía así garantizar que un sistema republicano
pudiera ser viable en un gran Estado en expansión. Solo así la
Republica Federal podía tener viabilidad ante los grandes impe-
rios, sin amenazar el poder de las élites estatales y contentando y
uniendo a todos los sectores sociales y territorios con la regula-
ción de la expansión al oeste, la ampliación de la representación
política para los varones blancos y el silencio sobre la esclavitud.
Textos revolucionarios como la Declaración de Independencia o
la Declaración Derechos resaltan desde entonces los límites de la
Revolución, las imperfecciones del “experimento americano” e
inspiran a todos los movimientos cívicos y sociales que tratan de
conseguir el “sueño americano.”

93 5
la revolución francesa en la américa española

Michael Zeuske
Universidad de Colonia

“La abolición de la esclavitud fue la cla-


ve de la independencia hispanoamericana”.1

En otro tiempo, mientras fui miembro del Centro de Investi-


gación “Vergleichende Geschichte bürgerlicher Revolutionen”
(Historia comparada de las revoluciones burguesas, hasta 1992),
en Leipzig, defendí firmemente la tesis que consideraba la Re-
volución francesa una Leitrevolution (no es un concepto fácil de
traducir, significa algo parecido a leitmotiv) en el periodo de las
revoluciones burguesas comprendido entre 1789 y 1848 (la referen-
cia a La era de la revolución de Hobsbawm es obligada).2 Al igual

1 El presente artículo ha sido traducido por Mónica Granell.


Thomas, Hugh, The Slave Trade. The History of the Atlantic Slave Trade: 1440-1870,
Picador, Londres-Basingstoke, 1997, p. 576. La esclavitud y la trata de esclavos eran
realmente la clave de una revolución social, también en la América española. El pro-
blema es que se abolió el comercio de esclavos, pero no se abolió la esclavitud durante
la Independencia de Colombia y Venezuela. Véanse Manuel Chust, “De esclavos,
encomenderos y mitayos. El anticolonialismo en las Cortes de Cádiz”, Mexican Stu-
dies/Estudios Mexicanos, vol. 11, 2, verano, (1995), pp. 179-202; y Manuel Chust e Iva-
na Frasquet, Tiempos de revolución. Comprender Las Independencias iberoamericanas,
Taurus-Fundación MAPFRE, Madrid, 2013. Para el papel de los negros en la indepen-
dencia de México, véase Ted Vicente, “The Blacks Who Freed Mexico”, The Journal
of Negro History, 89: 3, verano, (1994), pp. 257-276.
Me gustaría agradecer a Javier Laviña (Universitat de Barcelona) y a Alejandro E. Gó-
mez (Université de Lille 3) que compartieran sus materiales e ideas conmigo.
2 Josep Fontana, “El grupo de Leipzig y la historia comparada de las revoluciones bur-
guesas“, en Mandref Kossok, Albert Soboul, Gerhard Brendler et alli, Las revoluciones
burguesas. Problemas teóricos. Prólogo de Josep Fontana, Editorial Crítica-Grijalbo,
Barcelona, 1983, pp. 7-10. Para una crítica de todo el concepto (“La era de la revolu-
ción”), desde la perspectiva del imperio portugués-brasileño, véase Gabriel Paquette,
“Portugal and the Luso-Atlantic World in the Age of Revolutions”, História, 32: 1,
(2013), pp. 175-189.

95 5
michael zeuske

que Manfred Kossok (1930-1993), uno de mis profesores, pensaba


que la Revolución francesa (1789-1795, y su historia posterior hasta
1815) y las guerras de Independencia (1808/1810-1825, y su historia
posterior hasta más o menos 1830) estaban directa y estrechamente
vinculadas. Entonces mi trabajo giraba en torno a las élites crio-
llas revolucionarias, Simón Bolívar, Francisco de Miranda y otros
líderes de la independencia (o independencias, las guerras antico-
loniales contra la metrópoli colonial, España, entre 1810 y 1825),
consideradas en ese momento el grupo “hegemónico” de un pro-
ceso revolucionario que acabó por separar las Américas españolas
continentales de España, el centro imperial. Para llevar a cabo esta
investigación utilicé el concepto marxista de “ilusión heroica”,3 y
lo hice examinando al detalle los diarios de Alexander von Hum-
boldt que, por entonces, eran considerados la mejor explicación de
las “condiciones objetivas” de la Independencia como revolución,
dentro de un proceso general dirigido por la Revolución francesa y
estrechamente vinculado a ella.4
3 Michael Zeuske, “Historia social precedente, historicismo marxista y el carácter de
ciclo de las revoluciones. La obra de Manfred Kossok”, en Lluis Roura y Manuel
Chust (eds.), La Ilusión heroica. Colonialismo, revolución, independencias en la obra
de Manfred Kossok, Publicacions de la Universitat Jaume I, Castellón, 2010 (Col·leció
Amèrica, 20), pp. 63-97; véase también Manuel Chust y José Antonio Serrano, (eds.),
Debates sobre las independencias iberoamericanas, Iberoamericana-Vervuert, Frankfurt
am Main-Madrid, 2007.
4 Manfred Kossok, “Alexander von Humboldt und der historische Ort der Unabhän-
gigkeitsrevolution Lateinamerikas”, en Alexander von Humboldt. Wirkendes Vorbild für
Fortschritt und Befreiung der Menschheit. Festschrift aus Anlass seines 200. Geburtsta-
ges. Edición a cargo de la Kommission für die A.-v.-Humboldt-Ehrungen 1969 der
Deutschen Demokratischen Republik von der Deutschen Akademie der Wissenschaf-
ten zu Berlin, Akademie-Verlag, Berlín, 1969, pp. 1-26; Manfred Kossok, “Alexander
von Humboldt als Geschichtsschreiber Lateinamerikas”, en Michael Zeuske y Berd
Schröter (eds.), Alexander von Humboldt und das neue Geschichtsbild von Lateiname-
rika, Leipziger Universitätsverlag, Leipzig, 1992, pp. 18-37; Margot Faak, “Einleitung.
Die ’Tagebücher’ Humboldts”, en Alexander Humboldt, Lateinamerika am Vorabend
der Unabhängigkeitsrevolution. Eine Anthologie von Impressionen und Urteilen aus den
Reisetagebüchern. Edición e Introducción de Margot Faak. Akademie-Verlag, Ber-
lín, 1982, pp. 21-50; Manfred Kossok, “Vorwort. Alexander von Humboldt und das
historische Schicksal Lateinamerikas”, en ibídem, pp. 11-19; Margot Faak, Alexander
von Humboldts amerikanische Reisejournale–Eine Übersicht, Akademie Verlag, Berlín,
2002; Ulrike Leitner, “Los diarios de Alexander von Humboldt: Un mosaico de su co-
nocimiento científico”, en Mariano Cuesta Domingo y Sandra Rebok (eds.), Alexan-
der von Humboldt. Estancia en España y viaje americano, Real Sociedad Geográfica-
CSIC, Madrid, 2008, pp. 163-176.

5 96
la revolución francesa en la américa española

El propio Humboldt mantenía frecuentes contactos con las


élites ilustradas de la América española, pero también era un ob-
servador agudo y crítico, que analizaba las pautas demográficas,
los conflictos culturales, las economías y las jerarquías de clase, así
como los problemas históricos, económicos y sociales. Sin embar-
go, existe una doble perspectiva sobre su figura. Permítanme decir,
en primer lugar, que Alexander von Humboldt, además de un de-
purado analista, fue un claro defensor de la Revolución francesa
hasta 1792 y, después de ese año, aunque se oponía a los “excesos”
de la Revolución, como la gran mayoría de intelectuales europeos,
siguió creyendo firmemente en el humanismo y en los derechos
humanos por ella proclamados. Sabía lo que implicaba una re-
volución. Entre sus colegas más cercanos se encontraban muchos
científicos franceses, así que en 1799 viajó a la América española,
aprovechando sus relaciones con los intelectuales ilustrados espa-
ñoles y las élites de la Corte, que en su mayoría formaban parte del
grupo de afrancesados. Allí no conoció a muchos de estos afrance-
sados, sino a hombres educados en un sistema de colegios, univer-
sidades, conocimiento y estudios propiamente hispanoamericanos.
Esto me parece que es, hasta hoy, uno de los problemas básicos de
la doble perspectiva de la que hablábamos. Ese grupo de hombres
de la América española, educados en universidades o escuelas his-
panoamericanas o españolas, podía tener ideas modernas, pero no
podía tener relación con las “ideas modernas” procedentes de fuera
de España (o de las zonas europeas de la Monarquía), ni con las
“ideas de modernidad” francesas o americanas. Por su parte, los
grupos de plebeyos urbanos, que también formulaban sus agendas
políticas sin tener demasiado conocimiento sobre Francia, eran
identificados por Humboldt en muchas ocasiones con la palabra
pöbel (o Mulatten-Pöbel). Pöbel es una mutilación de la palabra
francesa “peuple”, que en alemán es muy peyorativa.5
5 Federica Morelli, Geneviève Verdo y Élodie Richard, Entre Nápoles y América. Ilustra-
ción y cultura jurídica en el mundo hispánico (siglos xviii y xix), Carreta-Institut Francais
d’Études Andins, Bogotá, 2012. Véanse Pablo Martínez, “The ‘intellectual origins’ of
Spanish American Revolutions: a working proposal”,(enlínea: https://www.academia.
edu/9566931/The_intellectual_origins_of_Spanish_American_Revolutions_a_wor-

97 5
michael zeuske

Humboldt se desplazó a Venezuela y a Cuba occidental, las


nuevas zonas agrícolas en auge del Imperio español con esclavi-
tudes también en auge (1799-principios de 1801), a Cartagena y
los centros más conservadores de los virreinatos (Bogotá, centro
intelectual de alto nivel; Lima, un lugar bastante aburrido para
él;6 Nueva España, por la minería de plata sobre todo, y Ciudad
de México, centro científico de primer orden en la América es-
pañola), que producían y difundían un conocimiento virtual y
móvil sobre la naturaleza, la geografía, las plantas, la sociedad, la
economía, la demografía, la historia y las artes. Sus observacio-
nes, anotadas en los diarios, están llenas de conflictos raciales y de
clase, de problemas económicos y sociales de los indios, negros y
esclavos, de rebeliones, explotación, injusticia y opresión, tanto
de los monjes y la Iglesia como de los burócratas coloniales, y
de todo lo que pudiéramos desear de un observador crítico y un
analista.
Manfred Kossok fue uno de los primeros historiadores en lla-
mar la atención sobre ese aspecto.7 Por eso, la primera edición de
los diarios de Humboldt, publicados en 1982, llevan por título
América Latina en vísperas de la revolución de la Independencia
[Lateinamerika am Vorabend der Unabhängigkeitsrevolution].8 El
problema es que, si se leen atentamente estos textos, queda claro
que Humboldt, en base a sus observaciones, no siente estar en

king_proposal [1 de diciembre de 2014]); Daniel Morán, “La historiografía de la


revolución. La participación plebeya durante las guerras de independencia en el Perú
y el Río de la Plata“, Nuevo Mundo Mundos Nuevos (en línea: http://nuevomundo.
revues.org/61404; DOI: 10.4000/nuevomundo.61404 [30 de mayo de 2011], consul-
tado: 14 de marzo de 2015).
6 David Sobrevilla, “La visión crítica de Humboldt de la sociedad peruana”, Acta
Heradiana. Revista de la Universidad Peruana Cayetano Heredia, segunda época, vol.
32 (2002), pp. 17-34; Teodoro Hampe Martínez, “Humboldt: sus contactos latinoa-
mericanos durante el proceso de la independencia”, en ibídem, pp. 35-45; Teodoro
Hampe Martínez, “Humboldt y el mar peruano. Una exploración de su travesía
de Lima a Guayaquil (1802-1803)”, Humboldt im Netz (HiN), 7: 15 (2007), pp. 13-
22 (en línea: http://www.uni-potsdam.de/u/romanistik/humboldt/hin/pdf/hin15/
hin15_komplett.pdf [14 de septiembre de 2014]).
7 Manfred Kossok, “Alexander von Humbold…”, pp. 1-26.
8 Alexander Humboldt, Lateinamerika am Vorabend…; Alexander Humboldt, Briefe
aus Amerika 1799-1804, Edición de Ulrike Moheit, Akademie Verlag, , Berlín, 1993.

5 98
la revolución francesa en la américa española

“vísperas” de ningún acontecimiento y no cree posible una “re-


volución” en la América española dirigida por las élites locales,
influida o no por otras revoluciones. Por lo tanto, no observó
ninguna relación directa entre las élites hispanoamericanas y la
Revolución francesa. Esto es lo que escribió en 1803, como obser-
vación general sobre las “colonias”:

Les Gouvernements européens ont si bien réussi de répandre


la haine et la désunion dans les Colonies qu’on n’y connait pas
les plaisirs de la société … De cette position naît une confusion
d’idées et des sentiments inconcevables, une tendance révolu-
tionnaire générale. Mais ce désir se borne à chasser les Euro-
péens et à se faire après la guerre entre eux.
[Los gobiernos europeos han tenido tanto éxito en la propa-
gación del odio y la desunión de las colonias que desconocen
los placeres de la sociedad. De ahí nace la confusión de ideas y
emociones inconcebibles, una tendencia general a la revolución.
Pero este deseo se limita a perseguir a los europeos, que entran
después en guerra].9

Aquí podemos señalar tres aspectos. En primer lugar, que Hum-


boldt viajó escribiendo sus diarios por la América española entre
1799 y 1804, lo que significa hacerlo después de la Revolución
francesa, pero entre 11 y 16 años antes del estallido de la indepen-
dencia. En segundo lugar, que poseía muy buena información,
desde dentro, acerca de los criollos y las élites españolas, pero
menos o ninguna, exceptuando algún rumor, acerca de los sen-
timientos y los planes revolucionarios de otros grupos sociales
(pardos, esclavos, indios, negros libres o blancos pobres –cana-
rios–). Y, en tercer lugar, que la recepción de Humboldt esta-
ba dominada, y lo sigue estando, sobre todo en el mundo de
habla inglesa, por el momento en que se publicaron sus obras.

9 Alexander Humboldt, “Colonies” [Guayaquil, 4 de enero-17 de febrero de 1803],


en Alexander Humboldt, Vorabend…, pp. 63-64.

99 5
michael zeuske

Humboldt empezó a publicar, utilizando y reescribiendo el ma-


terial de sus diarios, en 1809, un proceso que se prolongó hasta
1831, es decir, después del inicio de la Independencia (1808) y
después de su regreso a Europa. Las nuevas élites de las diferen-
tes repúblicas latinoamericanas utilizaron las obras de Humboldt
publicadas después de la Independencia para construir sus pro-
pios movimientos revolucionarios, que parecen estar fuertemente
influidos por la Revolución francesa, con un mimetismo ideoló-
gico que casi los convierte en una revolución francesa.10
En los diarios de Humboldt, en sus palabras escritas, y es algo
que también me sorprendió cuando los leí después de 1993 con
una nueva perspectiva atlántica, la Revolución francesa (europea)
y la revolución de los esclavos de Saint-Domingue están prácti-
camente ausentes. Se podría hablar, utilizando la obra y los con-
ceptos de Rolph-Michel Trouillot, no tanto de una “revolución
impensable”, sino de una “revolución indecible” (europea, en
tanto revolución radical), basada en una revolución impensable
(caribeña, en tanto revolución radical de carácter racial contra la
esclavitud, el comercio de esclavos y el colonialismo, así como
contra las superpotencias contemporáneas: Inglaterra, España y
Francia, y después de 1802, contra todos los “blancos”).11
Para las élites locales y las masas de la América española, Eu-
ropa era un mundo lejano, como también lo era la Revolución
de Francia. Las élites coloniales intentaron aislar todas sus in-
fluencias. Para ellos, “la auténtica revolución” era la Revolución
de Saint-Domingue (1791-1803), una revolución de antiguos es-
clavos negros, criollos y gente libre de color en la región que,
dentro de su mundo, contaba con la mayor densidad de esclavos:
el Gran Caribe.12 A las autoridades coloniales del Imperio español

10 Michael Zeuske, Simón Bolívar. History and Myth, Markus Wiener Publishers,
Princeton, 2012.
11 Michel-Rolph Trouillot, “An Unthinkable History: The Haitian Revolution as a
Non-Event”, en Michel-Rolph Trouillot, Silencing the Past: Power and the Production
of History, Beacon Press, Boston, 1995, pp. 70-107.
12 Marixa Lasso, “Race and Nation in Caribbean Gran Colombia, Cartagena, 1810-
1832”, Hispanic American Historical Review (HAHR), 111: 2, (2006), pp. 336-361.

5 100
la revolución francesa en la américa española

y a todas las élites criollas les gustaba algo de modernización y


más autonomismo, pero temían una posible rebelión o revolu-
ción de los indios (sobre todo en Perú)13 y de las “castas de color”
(también llamados “pardos” en el argot colonial),14 lo que explica
por qué describieron todas las conspiraciones y rebeliones como
“francesas” o como “revoluciones”. Ese fue el temor: tenían mie-
do a la revolución (de ahí el famoso título del libro de Miquel
Izard).15 Por esta razón, lo sabían todo sobre la Revolución de
Saint-Domingue, revolución que intentaron suprimir militar-
mente, junto con las élites españolas de la metrópoli.16 Sin em-
bargo, prefirieron silenciar toda información al respecto y tratar
esta revolución como “impensable”. Así que la mayor parte de las
menciones a Francia en los diarios de Humboldt tienen que ver
o con el gran movimiento de la Ilustración y las ciencias, donde
Francia ocupaba el primer puesto a nivel mundial según él, o con
acontecimientos contemporáneos, lo que podríamos llamar la
“Weltpolitik” (política mundial), o lo que es lo mismo: Napoleón
después de 1799 (el año que Humboldt llegó a América del Sur).
13 Mariselle Meléndez, “Fear as a Political Construct: Imagining the Revolution
and the Nation in Peruvian Newspapers”, American Antiquarian Society (2007), pp.
261-275.
14 Frédérique Langue, “Les identités fractales. Honneur et couleur dans la société
vénézuélienne du xviiie siècle”, Caravelle, 65, (1995), pp. 23-37; Frédérique Langue,
“La culpa o la vida. El miedo al esclavo a finales del siglo xviii venezolano”, Procesos
Históricos: Revista de Historia y Ciencias Sociales, 22, (2012), pp. 19-41.
15 Miguel Izard, El miedo a la revolución. La lucha por la libertad en Venezuela (1777-
1830), prólogo de Sergio Bagú, Editorial Tecnos, Madrid, 1979. Véanse también Inés
Quintero, La Conjura de los Mantuanos. Último acto de fidelidad a la monarquía
española. Caracas 1808, Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, 2002; David
González Cruz, (ed.), Extranjeros y enemigos en Iberoamérica: la visión del otro. Del
Imperio Español a la Guerra de Independencia, Sílex, Madrid, 2010.
16 Alain Yacou, “La stratégie espagnole d’éradication de Saint-Domingue français,
1790-1804”, en Paul Butel y Bernard Lavallé (coords.), L’Espace Caraïbe. Théâtre et
Enjeu des Luttes Impériales (xvie - xixe Siècle), Maison des Pays Ibériques, Burdeos,
1996 (Collection de la Maison des Pays Ibériques, 70), pp. 277-293. Ada Ferrer anali-
za esta complicada relación. Véanse Ada Ferrer, “Noticias de Haití en Cuba”, Revista
de Indias, 63: 229 (2003), pp. 675-694; y María Dolores González-Ripoll Navarro et
al. (eds.), El rumor de Haití en Cuba. Temor, raza y rebeldía, 1789-1844, Consejo Su-
perior de Investigaciones Científicas (CSIC), Madrid, 2005; Ada Ferrer, “Talk about
Haiti: The Archive and the Atlantic’s Haitian Revolution”, en Doris L. Garraway
(ed.), Tree of liberty: cultural legacies of the Haitian Revolution in the Atlantic world,
University of Virginia Press, Charlottesville y Londres, 2008, pp. 21-40.

101 5
michael zeuske

Y todo ello a nivel individual, de agencia. En este nivel, Hum-


boldt, que había estado en París durante la Revolución,17 trata
con personas: viajeros, franceses que viven y trabajan en la Amé-
rica española, artesanos, artistas, doctores, científicos (muchos de
ellos revolucionarios), pero también con (muchos) funcionarios
franceses leales, comerciantes, etcétera. Voy a rastrear estos gru-
pos de manera sistemática, basándome en las obras de Alejandro
E. Gómez, y el nuevo trabajo de Javier Laviña.18
Antes de hacerlo, analizaré brevemente cómo Humboldt veía
la “tragedia de la Ilustración colonial”, que se basaba, sobre todo,
en la literatura francesa y, en concreto, en los panfletos y los lla-
mados catecismos políticos (solo una élite superior tenía acceso
directo a las obras y a los periódicos franceses),19 y cómo esto

17 Estuvo en París desde finales de junio al 6 de julio de 1790, lo que significa que
pudo estar haciendo turismo; y después de esto, su amigo más íntimo fue François
Arago (Francesc Joan Domènec Aragó), jacobino en su juventud. Véase Petra Wer-
ner, “Humboldt und Arago - Freundschaft und Anregung“, en Jürgen Hamel; Eber-
hard Knobloch y Herbert Pieper (eds.), Alexander von Humboldt in Berlin. Sein
Einfluß auf die Entwicklung der Wissenschaften. Beiträge zu einem Symposium, Erwin
Raumer Verlag, Habsburgo, 2003, pp. 89-106.
18 Javier Laviña, “Venezuela en tiempos de revolución”, Boletín Americanista, 61,
(2010), pp. 111-131. Véanse también Juan Marchena Fernández, “El día que los ne-
gros cantaron la marsellesa: el fracaso del liberalismo español en América, 1790-
1823”, Historia Caribe, 2: 7 (2002), pp. 53-75, (en línea: http://www.redalyc.org/
pdf/937/93720705.pdf [17 de agosto de 2014]); José Antonio Piqueras Arenas (ed.),
Las Antillas en la era de las luces y la revolución, Siglo XXI, Madrid, 2005; José María
Portillo Valdés, Crisis Atlántica. Autonomía e independencia en la crisis de la mo-
narquía hispana, Fundación Carolina-CEHI-Marcial Pons, Madrid, 2006; Manuel
Chust (coord.), 1808. La eclosión juntera en el mundo hispano, Fondo de Cultura
Económica-El Colegio de México, México, 2007; Manuel Chust e Ivana Frasquet
(eds.), Los colores de las independencias iberoamericanas. Liberalismo, etnia y raza,
CSIC, Madrid, 2009; Manuel Chust (ed.), Las independencias iberoamericanas en
su laberinto. Controversias, cuestiones, interpretaciones, Publicacions de la Universitat
de València, Valencia, 2010; José Luis Belmonte Postigo, “El color de los fusiles. Las
milicias de pardos en Santiago de Cuba en los albores de la revolución haitiana”, en
Manuel Chust y Juan Marchena (eds.), Las armas de la nación. Independencia y ciu-
dadanía en Hispanoamérica (1750-1850), Iberoamericana Vervuert, Madrid-Frankfurt
am Main, 2007, pp. 37-52.
19 Barbara Potthast, “Entre revolución y continuidad colonial. Catecismos políticos
y ciudadanía en Paraguay, 1810-1870”, en Pilar García Jordán, (ed.), La articulación
del Estado en América Latina: la construcción social, económica, política y simbólica de
la nación, siglos xix-xx, Universidad de Barcelona, Barcelona, 2013, pp. 107-123.

5 102
la revolución francesa en la américa española

reafirmó su rechazo de una “revolución criolla” de las élites en la


América española.
En mi caso, a partir de 1993, me centré más en los esclavos y
en las llamadas “voces subalternas”. En aquel momento era mu-
cho el trabajo de campo que realizaba en torno a las microhisto-
rias de esclavos y esclavitudes en la América española, primero
en el Caribe, especialmente en Cuba, y después también en el
ámbito atlántico y África. Esto supuso para mí la aparición de
dos nuevas perspectivas, una más atlántica, un alejamiento de las
élites para acercarme a los subalternos (una palabra muy fea, pero
que voy a utilizar por su importancia en los estudios poscolonia-
les), y una más amplia, “desde abajo”.
La esclavitud y los esclavos (a menudo llamados afro-descen-
dientes en los textos españoles) son elementos clave para entender
la independencia como un tipo de revolución social “inacabada”
o superficial en relación con la destrucción de las grandes estruc-
turas del colonialismo, las jerarquías de casta (la base del racismo)
y la esclavitud.20 Fueron tomados en cuenta en las construcciones
de los nuevos estados (repúblicas e imperios) y las nuevas na-
ciones. Jeremy Adelman recordó a los historiadores que habían
escrito miles de libros de historia política, documental o mili-
tar de la independencia, y también trabajos hagiográficos, que la
esclavitud y el comercio de esclavos habían sido las causas funda-
mentales de la Independencia.21
20 Michael Zeuske, “Miranda, Bolívar y las construcciones de la ‘independencia’.
Un ensayo de interpretación”, en Tomás Straka, Agustín Sánchez Andrés y Michael
Zeuske (comps.), Las independencias de Iberoamérica, Fundación Empresa Polar,
UCAB, FKA, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Caracas, 2011,
pp. 279-326; Michael Zeuske, Simón Bolívar…
21 Jeremy Adelman, “Capitalism and Slavery on Imperial Hinterlands”, en Jeremy
Adelman, Sovereignty and Revolution in the Iberian Atlantic, Princeton University
Press, Princeton and Oxford, 2006, pp. 56-100; Javier Laviña y Michael Zeuske,
“Failures of Atlantization: First Slaveries in Venezuela and Nueva Granada”, Review:
A Journal of the Fernand Braudel Center, Binghamton University, 31: 3 (2008), pp.
297-343 (número especial editado por Dale Tomich y Michael Zeuske, The Second
Slavery: Mass Slavery, World-Economy, and Comparative Microhistories, Parte II). Véa-
se también Javier Laviña, “La participación de pardos y negros en el proceso de 1808
en Venezuela“, en Pedro Pérez Herrero y Alfredo Ávila, (eds.), Las experiencias de
1808 en Iberoamérica, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alcalá de Hena-

103 5
michael zeuske

Volvamos de nuevo al relato testimonial de Humboldt y a la


cuestión de los ecos o influencias de la Revolución francesa en la
América española. En los diarios de Alexander von Humboldt
estos ecos tienen que ver, como hemos visto, con el temor y con
un fenómeno que un historiador de la cultura en nuestros días ha
denominado la “tragedia de la Ilustración colonial”.22
Humboldt llegó a América en agosto de 1799 (a Cumaná,
Venezuela oriental), ocho años después del inicio de la revolución
de esclavos de Saint-Domingue. Había cruzado un “Atlántico en
revolución”, como enemigo de la fase jacobina de la Revolución
francesa y enemigo de la esclavitud en el Gran Caribe y en todo
el mundo.23 Humboldt debía tener algún conocimiento sobre la
revolución de Saint-Domingue (como lo tuvieron Georg Friedrich
Wilhelm Hegel y otros)24 antes de su llegada, pero como científico
res, México-Alcalá de Henares, 2008, pp. 165-181; Marixa Lasso, Myths of Harmony.
Race and Republicanism during the Age of Revolution, Colombia, 1795-1831, University
of Pittsburgh Press, Pittsburgh, 2007; Marixa Lasso, “Los grupos afro-descendientes
y la independencia: ¿un nuevo paradigma historiográfico?”, en Clément Thibaud,
Gabriel Entin, Alejandro E. Gómez y Federica Morelli, (dirs.), L’Atlantique révolu-
tionnaire. Une perspective ibéro-américaine, Les Perséides, París, 2013, pp. 359-378;
Hugues Sánchez Mejía y Adriana Santos Delgado, “La presencia de indios, negros,
mulatos y zambos en la historiografía sobre la independencia del Caribe Colombia-
no 1770-1830”, (en línea: www.academia.edu/7923932/La_presencia_de_indios_ne-
gros_mulatos_y_zambos_en_la_historiografia_sobre_la_independencia_del_Ca-
ribe_Colombiano_1770-1830 [16 de agosto de 2014]); Alejandro E. Gómez, “Las
independencias de Caracas y Cartagena de Indias a la luz de Saint-Domingue, 1788-
1815”, Rivista Storica Italiana, 122: 2 (2010), pp.708-734.
22 David Scott, Conscripts of Modernity. The Tragedy of Colonial Enlightenment, Duke
University Press, Durham-Londres, 2004.
23 Julius Scott, “Crisscrossing Empires: Ships, Sailors and Resistance in the Lesser An-
tilles in the Eighteenth Century”, en Robert L. Paquette y Stanley W. Engerman, The
Lesser Antilles in the Age of European Expansion, University of Florida Press, Gainesvi-
lle, 1996, pp. 128-143. Yves Bénot, “L’internationale abolitionniste et l’esquisse d’une
civilisation atlantique”, Dix-huitième siècle, 33 (2001), pp. 265–279. Wim Klooster,
Revolution in the Atlantic World. A Comparative History, New York University Press,
Nueva York-Londres, 2009; José Damião Rodrigues (coord.), O Atlântico Revolucio-
nário: circulação de ideias e de elites no final do Antigo Regime, CHAM, Ponta Delga-
da, 2012; Clément Thibaud, Gabriel Entin, Alejandro E. Gómez y Federica Morelli
(dirs.), L’Atlantique révolutionnaire…
24 Susan Buck-Morss, “Hegel and Haiti”, Critical Inquiry, 26 (2000), pp. 821-865;
Sybille Fischer, Modernity Disavowed. Haiti and the Culture of Slavery in Age of Revo-
lution, Duke University Press, Durham, 2004; Susan Buck-Morss, Hegel und Haiti,
Suhrkamp, Berlín, 2011; Ada Ferrer, “Haiti, Free Soil, and Antislavery in the Revolu-
tionary Atlantic”, The American Historical Review, 117: 1 (2012), pp. 40-66.

5 104
la revolución francesa en la américa española

social estaba más interesado en los procesos de la “longue durée”


que en el corto plazo político (porque antes de finales de 1803
nadie creía en la victoria de los “jacobinos negros” en Haití). La
mejor conceptualización sobre la Revolución haitiana proviene
de Dale Tomich: “Lo que comenzó en 1791 como un conflicto
entre las élites blancas y las de color libres sobre la ciudadanía y el
estatus de la colonia en la nueva república francesa se transformó
en una lucha revolucionaria contra el colonialismo y la esclavitud
por la resistencia de las masas de esclavos”.25 Precisamente, en
relación con los grandes cambios estructurales y el proceso de los
estudios sobre la revolución y la esclavitud, Humboldt se definía
a sí mismo como un “historiador de América [Historiker von
Amerika]”. Desde nuestra perspectiva, su autorretrato refleja una
politización de la historia durante su viaje. Humboldt abre el ca-
pítulo sobre la esclavitud en el Ensayo político sobre la isla de Cuba
(1826) con estas palabras: “Como historiador de la América, he
querido aclarar los hechos y dar ideas exactas, con el auxilio de
comparaciones y de tablas estadísticas”.26
En tiempo real, en 1800, Humboldt viajaba por los paisajes de
plantaciones y esclavitud de masas de Venezuela (Valles de Ara-
gua, Valles del Tuy y Barlovento).27 Este capítulo de sus diarios
presenta uno de los análisis más vibrantes sobre las economías de

25 Dale Tomich, “Econocide? From Abolition to Emancipation in the British and


French Caribbean”, en Stefan Palmié y Francisco A. Scarano, (eds.), The Caribbean.
A History of the Region and Its Peoples, The University of Chicago Press, Chicago-
Londres, 2011, pp. 303-316.
26 Alexander Humboldt, Essai Politique sur l’Ile de Cuba, avec une carte et un supplé-
ment qui renferme des considérations sur la population, la richesse territoriale et le com-
merce de l’Archipel des Antilles et de Colombia, París, 1826, p. 305; la edición más
reciente es de Vera M. Kutzinski y Ottmar Ette, Alexander von Humboldt, Political
Essay on the Island of Cuba. A Critical Edition, The University of Chicago Press,
Chicago-Londres, 2011. [Trad. esp. Ensayo político sobre la isla de Cuba, Fundación
Biblioteca Ayacucho Colección Claves de América, núm. 29, Caracas, 2005, p. 218].
27 El propio Humboldt no pudo visualizar estos paisajes de esclavitud, por lo que,
cuarenta y cuatro años después, le pidió al pintor alemán Ferdinand Bellermann que
lo hiciera. Véase Sigrid Achenbach, “Ferdinand Bellermann (1814-68) en Venezuela”,
en Sigrid Achenbach (ed.), Kunst um Humboldt. Reisestudien aus Mittel- und Süda-
merika von Rugendas, Bellermann und Hildebrandt im Berliner Kupferstichkabinett,
Hirmer, Múnich, 2009, pp. 133-210.

105 5
michael zeuske

plantación y la esclavitud de masas, y de lo que podemos llamar,


en el sentido mencionado anteriormente, los ecos negativos de
la Revolución francesa (y su “prehistoria” en la Ilustración fran-
cesa) en una sociedad esclavista.28 No hay que olvidar las propias
desilusiones de Humboldt sobre la esclavitud; su opinión sobre
Fernando Peñalver (1765-1837) es paradigmática para compren-
der el comportamiento de la élite de los dueños de esclavos. Más
tarde, Peñalver se convirtió en uno de los consejeros más impor-
tantes de Bolívar, la única persona a la que este trató en términos
familiares.
Humboldt escribió:

El portugués [29] decía que se debería fundar una república


blanca, en un tiempo en que la República francesa, sin duda, ha
vuelto a introducir la esclavitud [30...]; en una república blanca

28 Alexander Humboldt, “Von Caracas an den See von Valencia und nach Puerto
Cabello (8.2.-5.3. 1800)”, en Alexander Humboldt, Reise durch Venezuela…pp. 185-
222. En esa plataforma de plantaciones, en la parte oriental llamada Barlovento, tu-
vieron lugar durante la Independencia, que comenzó en 1812, las rebeliones masivas
de esclavos y una supresión extrema por parte de los republicanos, cuyos líderes, a
menudo, eran propietarios de esclavos en la misma región. Por ejemplo: “[La ciudad
de Ocumare del Tuy] cayó en anarquía, las castas [esclavos y negros libres] entregadas
al pillaje y a la embriaguez, se reconcentraron (...) [en varios lugares] y comenzando
ya a hacer la defensa de la igualdad y libertad, incendiaron los libros parroquiales
clasificada las personas por clases, hicieron profugar a los blancos, y continuaron su
inútil resistencia hasta el doce de Agosto, en que se rindieron a discreción, quedan-
do entretanto dos mil y quinientos hombres muertos”. Véase Narciso Coll y Prat,
Memoriales sobre la Independencia de Venezuela, Academia Nacional de la Historia,
Caracas, 1960, p. 181. Para un contexto más amplio, para los temores de contacto
con la rebelión de Coro y la Revolución haitiana, véanse: Lucas Guillermo Castillo
Lara, “La candente disputa por la supremacía entre los negros criollos y los loangos
o de Curazao”, en Guillermo Castillo Lara, Apuntes para la historia colonial de Bar-
lovento, Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1981 (Biblioteca de la Academia
Nacional de la Historia, 151), pp. 479-499, e ídem, “Rebeliones y guerra de colores
en Barlovento”, en ibídem, pp. 595-665.
29 La familia Peñalver era de ascendencia portuguesa, algo que a menudo se vincula
al comercio de esclavos.
30 En un pasaje posterior de sus diarios, Humboldt menciona directamente los
“ecos” de la Revolución francesa y los vincula a la esclavitud y al comercio de esclavos
(en forma de desilusiones profundas). “Voilà donc le fruit de tant de sang répandu
aux Indes, voilà cette espérance dont se flattaient les gens de bien que les Français
suivant à embrasser la Cause de l’huma[nité] proposeraient dans la paix générale
aux autres puissances [referencia al Congreso y al Tratado de Paz de Amiens (1802-

5 106
la revolución francesa en la américa española

ni siquiera tienen derechos las personas libres de color [mulatos,


pardos], los esclavos sirven de rodillas a sus amos, y estos ven-
den los hijos de aquellos [...]. Este es el fruto de la Ilustración
americana. Desenterrad vuestra Enciclopedia y vuestro Raynal,
desvergonzados.31

Era enemigo del racismo y temía que este objetivo político, una
“república blanca” (es decir, más esclavitud y más poder para la
élite criolla blanca, que se conseguía a través de una reducción de
estatus para la gente libre de color), fuera el resultado principal de
una futura rebelión contra España. Su rechazo de una “república
blanca” fue aún más profundo cuando se fijó en Estados Unidos:

En Norteamérica, los hombres blancos han establecido para


sí una república y han dejado intactas las leyes más infames de
la esclavitud…, así los nobles de América del Sur quieren fundar
también para sí una república, a costa de la miseria de la razas de
color [los pardos].32

Humboldt no solo escribió sobre Fernando Peñalver, sino tam-


bién sobre la familia Ibarra (tiempo después, un hombre de esta
familia fue ayudante de Bolívar), la familia Ribas (o Rivas, que
más tarde se presentaron a sí mismos como “jacobinos”), y el
joven Simón Bolívar y Francisco de Miranda. Estos fueron algu-
nos de los representantes más importantes del movimiento au-
tonomista de los criollos y, posteriormente, de los movimientos

1803) – M. Z.] un plan [de] diminuer et abolir peu à peu l’esclavage” [al lado, en una
nota, Humboldt se refiere directamente a la Revolución Francesa, lo marca con un
*:] * “Les loix que les Danois avaient données longtemps avant la révolution françai-
se, les propositions que Pitt certainement de l’aveu de sa Cour fit en 1800 pour la
diminution de l’esclavage donnaient des espérances très fondées …”. Humboldt
concluye: “Que n’excite-t-on pas l’autorité du pape pour les pays Catholiques…?”.
En Alexander Humboldt, Vorabend…, pp. 249-254.
31 Alexander Humboldt, “Von Caracas an den See von Valencia und nach Puerto
Cabello (8.2. – 5.3. 1800)”, pp. 185-222.
32 Alexander Humboldt, “Sklaven”, Cumaná, otoño de 1800, en Alexander Hum-
boldt, Vorabend…, pp. 244-247.

107 5
michael zeuske

de independencia hispanoamericanos.33 Además, como ya hemos


comentado, los diarios incluían la prehistoria más extensa de los
franceses en la América española. En abril de 1801, cuando Hum-
boldt y Bonpland viajaban de Cartagena a Bogotá, se encontra-
ron con el doctor francés Luis (Louis) de Rieux (de Carcassonne),
médico del virrey de Nueva Granada, que viajó con ellos durante
semanas. Humboldt escribió en su diario:

Nuestros compañeros a S Fe [Bogotá] eran el doctor D[on]


Luis de Rieux y su afable hijo, de Carcassonne, y una joven mu-
lata, que servía al padre [de Rieux] como Maîtresse… De Rieux,
ex médico del obispo Góngora [34] fue acusado de atentar contra
el estado y, por la noche, desde su casa en Onda [Honda], con
los grilletes puestos, lo arrastraron a Cartagena [porque había
impreso la Declaración francesa de los Derechos del hombre y
del ciudadano, o lo que es lo mismo, la constitución francesa de
1791 – M. Z.].35

Después de largos años de encarcelamiento en España y una


huida, fue absuelto y volvió a Nueva Granada (hoy Colombia).
Cuando Humboldt y Bonpland visitaron a De Rieux en Honda,
Humboldt anotó:

Indignante me parece que el inmoral De Rieux (el mismo


que fue encarcelado por sus sentimientos revolucionarios duran-
te años, el mismo que luego habló de libertad para los esclavos,

33 Michael Zeuske, “Alexander von Humboldt y la comparación de las esclavitudes


en las Américas”, Humboldt im Netz (HiN), 6: 11, Potsdam (2005), pp. 65-89 [www.
unipotsdam.de/u/romanistik/Humboldt/hin/hin11/inh¬_zeuske.htm]; Michael
Zeuske, “Comparando el Caribe: Alexander von Humboldt, Saint-Domingue y los
comienzos de la comparación de la esclavitud en las Américas”, Estudios AfroAsiá-
ticos, 26: 2 (2004), pp. 381-416; Michael Zeuske, “Humboldt, esclavitud, autono-
mismo y emancipación en las Américas, 1791-1825”, en Mariano Cuesta Domingo y
Sandra Rebok, (coords.), Alexander von Humboldt. Estancia en España y viaje ameri-
cano, Madrid, Real Sociedad Geográfica-CSIC, 2008, pp. 257-277.
34 También fue el médico del virrey Ezpeleta.
35 Alexander Humboldt, Vorabend..., pp. 109-110.

5 108
la revolución francesa en la américa española

y que tanto como le fue útil representó el papel de ciudadano


francés) con sangre fría permita que los negros de Aegyptiaca [el
nombre de una plantación] se pusieran de rodillas ante él. Mise-
rable escoria humana que se hace pasar por filósofo en Europa.36

Este es un ejemplo de la tragedia de la Ilustración (europea) en las


sociedades coloniales esclavistas.
Para terminar este apartado sobre la esclavitud, los derechos
humanos y la revolución (la clave del cambio social en las zonas
atlánticas de las colonias), citaré una nota de Humboldt, escrita
cuando su barco pasó el punto más occidental de Jamaica. Mi-
rando las Montañas Azules, escribió:

In Europa geht man aufs Land, um stille Freuden zu genie-


ßen. Hier hört man Ketten rasseln – und spricht vom Glük von
Jamaica, vom Glanz von S. Domingue. Wer ist, wer war da glü-
klich … Alles unnatürlich verschwindet in der Welt, und es ist
nicht natürlich, daß ein Paar Felseninseln so viel hervorbringen.
[En Europa vas al campo a disfrutar de placeres tranquilos.
Aquí se puede escuchar el traqueteo de las cadenas, y se habla de
la felicidad de Jamaica, del esplendor de Saint-Domingue. Quién
es, quién ha sido feliz allí… Todo lo que no es natural desaparece
del mundo, y no es natural que un par de islas rocosas produzcan
tanto].37

Al final de sus viajes por Hispanoamérica, Humboldt permane-


ció algunas semanas en La Habana, por segunda vez, del 19 de
marzo al 29 de abril de 1804. Allí se enteró de lo que las élites
habían comentado sobre la proclamación de la independencia
de Haití (1804). Esta vez, Saint-Domingue y la esclavitud son
centrales en sus discursos, pero seguimos sin encontrar nada

36Ibídem, p. 258.
37Alexander Humboldt, “Sklaven” [a bordo de un barco, dejando Venezuela de
camino a Cuba, 6 de diciembre de 1800], en ibídem, pp. 247-248.

109 5
michael zeuske

sobre la Revolución francesa. Tomó nota de todo en sus diarios,


sin embargo esta parte, “La Habana, 1804”, aún hoy permanece
inédita.38

actores y transferts culturels de la revolución francesa:


franceses en la américa española y (algunos)
hispanoamericanos (españoles) en francia

Permítanme destacar primero la inmediata prehistoria. Las mo-


narquías en torno a Francia habían aceptado voluntariamente,
más o menos, la Ilustración. En muchos casos, habían empezado
a modernizar el Estado de acuerdo con las nuevas tendencias, algo
que habían extendido a sus colonias. En el caso de España esto se
produjo mediante las llamadas reformas borbónicas.39 Después de
la primera fase de la Revolución en Francia (alrededor de 1793), sin
38 Esta parte de los escritos de Humboldt se encuentra en Cracovia (Polonia):
Alexander Humboldt, Diary of 1804, en Biblioteka Jagiellonska Kraków, Oddział
Rekopisów, Al. v. Alexander Humboldt, Nachlaß 3. Véase Michael Zeuske, “Arango
y Humboldt/Humboldt y Arango. Ensayos científicos sobre la esclavitud”, en María
Dolores González-Ripoll e Izaskun Álvarez Cuartero (eds.), Francisco de Arango y
la invención de la Cuba azucarera, Ediciones de la Universidad de Salamanca, Sa-
lamanca, 2009, pp. 245-260; Michael Zeuske, “Alexander von Humboldt in Cuba,
1800-1801 and 1804: traces of an enigma”, Studies in Travel Writing, 15: 4 (2011), pp.
347-358 (Trad. esp.: “Humboldt en Cuba, 1800-1801 y 1804. Huellas de un enigma”,
en http://www.uni-potsdam.de/u/romanistik/humboldt/hin/hin20/zeuske.htm [26
de abril de 2010]).
39 Para la perspectiva del propio Manfred Kossok sobre la relación entre la “vía de la
reforma” y la “vía de la revolución” en contextos globales, véanse Manfred Kossok,
“Revolutionärer und reformerischer Weg beim Übergang zwischen Feudalismus
und Kapitalismus” [1986], en Matthias Middell (ed.), Manfred Kossok, Ausgewähl-
te Schriften [Selected Writings], 3 vols., Leipziger Universitätsverlag, Leipzig, 2000;
Matthias Middell; Katharina Middell (eds.), Zwischen Reform und Revolution: Über-
gänge von der Universal- zur Globalgeschichte, pp. 67-94. Para una perspectiva actual
sobre esta “vía de la reforma”, véanse Gabriel Paquette, “After Brazil: Portuguese
Debates on Empire, c. 1820-1850”, Journal of Colonialism and Colonial History, 11: 2
(2010), pp. 1-35; Gabriel Paquette, Imperial Portugal in the Age of Atlantic Revolutions:
The Luso-Brazilian World, c. 1770-1850, CUP, Cambridge, 2013; Gabriel Paquette,
“The reform of the Spanish empire in the age of Enlightenment“, en Jesús Astiga-
rraga (ed.), The Spanish Enlightenment Revisited, OUP, Oxford, 2015, pp. 149-167.
Véase también su ensayo sobre las diferencias entre el caso español y el caso del
reformismo en el imperio brasileño-portugués, Gabriel Paquette, “Portugal and the
Luso-Atlantic World…

5 110
la revolución francesa en la américa española

embargo, comenzaron a obstaculizar todo lo que provenía de este


país. Todos los reinos, si no eran conquistados por las tropas france-
sas, ponían impedimentos a los ciudadanos franceses que querían
cruzar las fronteras, para evitar así la entrada de agentes revolucio-
narios. Esto estaba relacionado con una auténtica fiebre o paranoia
antirrevolucionaria, que se acabó convirtiendo en una especie de
cordon sanitaire alrededor de las colonias francesas en el Caribe. En
el caso de España, las medidas adoptadas en la metrópoli también
se aplicaron en las colonias, a través de una serie de leyes que im-
pidieron el paso de “la revolución” a los territorios americanos. Sin
embargo, los diferentes territorios de este imperio colonial tenían
varias zonas de contacto con los territorios franceses, además de
diferentes prehistorias. Los contactos más directos los tuvieron las
ciudades portuarias del Caribe, entre las que se incluían Nueva
Orleans (como parte de La Luisiana, colonia española desde 1764-
1765 hasta 1804-1805), Veracruz, Omoa (hoy Honduras) y Carta-
gena de Indias/Panamá (en aquel entonces el virreinato de Nueva
Granada). Pero los territorios con los contactos más intensos fue-
ron la colonia española de Santo Domingo (junto con la francesa
Saint-Domingue en una sola isla, la antigua La Española, el primer
y más antiguo territorio español en el Nuevo Mundo), Cuba, Puer-
to Rico, y Tierra Firme (las zonas del Caribe de la costa norte de
América de Sur, por entonces Capitanía General de Venezuela y de
las zonas caribeñas de Nueva Granada [hoy Colombia y Panamá]).
Esta Tierra Firme también era llamada, sobre todo por los marinos
no hispanos, la Costa de Caracas.
No empezaré con Santo Domingo, es decir, no voy a comenzar
desde un punto de vista espacial, sino desde un punto de vista
cronológico. Lo haré, por tanto, con el lugar que tuvo un contacto
especialmente intenso (por la esclavitud, el comercio de esclavos, el
comercio de contrabando, la piratería, el cimarronaje y otros movi-
mientos ocultos de todo tipo) con todo el Caribe en su conjunto.40
40 Alejandro E. Gómez, “La caribeanidad revolucionaria de la ‘costa de Caracas’. Una
visión prospectiva (1793-1815)”, en Véronique Hébrard y Geneviève Verdo (eds.), Las
independencias hispanoamericanas, Casa de Velázquez, Madrid, 2013, pp. 35-48.

111 5
michael zeuske

a) Venezuela, punto de referencia del Caribe

Venezuela no existía todavía. Formalmente, desde las refor-


mas borbónicas, la Capitanía General de Caracas o Venezuela,
con capital en Caracas, tenía el control político y militar de al-
gunas provincias periféricas en un extremo un tanto complicado
del imperio español. Javier Laviña afirma que la política española
de inmigración siempre había estado obsesionada con el control
exterior de los comerciantes, mercaderes, profesionales liberales,
médicos, artesanos, artistas, marinos, pescadores, esclavos fugi-
tivos, corsarios y contrabandistas. Aunque las Leyes de Indias
fueron rotundas en este tema y prohibieron la residencia de ex-
tranjeros en América, la verdad es que hubo un asentamiento
internacional importante; su estancia en América pudo ser in-
cluso legal, y pudo registrarse (como en el caso de los llamados
“naturalizados”) o resolverse sin conocimiento público.41
En la prehistoria, las extensas costas del Caribe y el Atlán-
tico de lo que hoy es Venezuela jugaron un papel importante,
una especie de caja de resonancia, cuando empezó la Revolu-
ción francesa. Estas inmensas costas también fueron el punto de
partida del Mediterranée americano, y estaban muy próximas a
las colonias suramericanas y caribeñas de otras potencias (sobre
todo, Curazao y Surinam, pero también Esequibo, Martinica y
Guadalupe; y, desde 1797 en adelante, también la británica Tri-
nidad y Tobago). Durante la década de 1780, los gobernadores
dieron órdenes a los tenientes de justicia (jueces locales) para que
detuvieran a los extranjeros que mostraran un comportamiento
sospechoso. Cuando empezó a conocerse lo que estaba ocurrien-
do en Francia, el capitán general de Caracas decidió expulsar a
todos los extranjeros (la mayoría de las islas francesas) para evitar
la entrada de propaganda. El cumplimiento de la orden quedó en
manos de los tenientes de justicia locales ya mencionados, que no
siempre actuaron de la forma correcta (algunos de ellos tomaron

41 Javier Laviña, “Venezuela en tiempos…”, pp. 111-131.

5 112
la revolución francesa en la américa española

a los canarios, es decir, a los inmigrantes de las islas Canarias es-


pañolas, por extranjeros).42
Después de la muerte en la guillotina de Luis XVI y la decla-
ración de guerra entre España y Francia, en 1793, las sospechas
contra los franceses aumentaron, siendo ahora más violentas.
Las autoridades coloniales decidieron arrestar a todo aquel que
pareciera haber mostrado simpatía o favor por el sistema fran-
cés y, en su intento de tener un conocimiento preciso sobre la
colonia, controlaron a los franceses y ordenaron la expulsión de
todos los ciudadanos franceses considerados “perjudiciales”. El
seguimiento de estos ciudadanos fue muy eficaz, pero supuso una
auténtica caza de brujas y un rebrote de la paranoia en todos los
territorios. Las acusaciones a menudo eran falsas. En 1792, un
“partidario de la revolución” fue detenido y enviado a España. En
un primer momento, las autoridades pensaron que era italiano,
pero era español y su nombre, Fernando Ribas (posiblemente un
miembro de la gran familia Ribas). Fue acusado de haber man-
tenido conversaciones sediciosas y de haber “viajado a Europa y
a las dos Américas”, por lo que el capitán general lo consideró
un elemento peligroso y desestabilizador.43 Las proclamas de la
Convención francesa provocaron más temores sobre la influencia
revolucionaria francesa. En abril de 1793, las autoridades locales
detuvieron a un médico francés en Guanare que, según dijeron,
había celebrado el regicidio.
La conclusión a la que podemos llegar, dado que los casos de
“revolucionarios extranjeros” adictos al nuevo sistema fueron es-
casos, y exceptuando los sentimientos de alegría por la situación
que se había alcanzado en Francia y las conversaciones sobre el
progreso de los franceses, es que no se había producido ningu-
na alteración fuera de lo normal. Hablando claro, esto significa

42 William J. Callahan Jr., “La propaganda, la sedición y la revolución francesa en


la capitanía general de Venezuela, 1786-1796”, Boletín Histórico, 14, (1967), pp. 177-
205; Ada Ferrer, “La société esclavagiste cubaine et la révolution haïtienne”, Annales.
Histoire, Sciences sociales, 2 (2003), pp. 333-356.
43 William J. Callahan Jr., “La propaganda, la sedición…, pp. 177-205.

113 5
michael zeuske

que la influencia de la Revolución francesa fue muy limitada.


Además, hubo muy pocos casos de literatura, material de propa-
ganda y periódicos confiscados. Incluso los dos “acontecimientos
revolucionarios”, la rebelión de Coro en 1795 y el complot de
Maracaibo en 1799, a menudo vinculados a la Revolución france-
sa debido a sus relaciones con el Caribe francés (y holandés), no
tienen nada que ver ni con Francia ni con la Revolución francesa:
“A pesar de que ambos movimientos tenían conexiones con el
Caribe francés, en ninguno de ellos se desarrolló un proyecto
republicano que reemplazara el viejo régimen colonial español”.44
Solo en el caso de la conspiración de 1797, llamada tradicional-
mente la “conspiración de Manuel Gual y José María España”,45
puede demostrarse la existencia de un fuerte vínculo textual,
aunque indirecto, con los discursos políticos de la Revolución
francesa (a saber, la “Declaración de los Derechos del Hombre y
del Ciudadano”, y algunas canciones), adaptados por los liberales
radicales españoles. Los líderes plantearon una propuesta republi-
cana, que gozó de una excepcional variedad de influencias, entre

44 Alejandro E. Gómez, “La caribeanidad revolucionaria…”, pp. 35-48. Véase tam-


bién Javier Laviña, “Indios y negros sublevados en Coro”, en Gabriela Dalla-Corte et
alii. (coords.), Poder Local, Poder Global en América Latina, Publicacions i Edicions
de la Universitat de Barcelona, Barcelona, 2008, pp. 97-112.
45 Este nombre clásico de la conspiración esconde la existencia de pardos entre los
líderes, y de algunos negros libres entre los conspiradores. Estoy de acuerdo con
Alejandro E. Gómez en que esta importante conspiración debería llamarse la “Cons-
piración de La Guaira de 1797”. Alejandro Gómez afirma en una comunicación
personal (agosto de 2014) sobre los líderes pardos y la participación de la gente de
color: “Del Valle, Narciso (muerto en La Guaira, 1799), sargento de milicias pardo
y revolucionario, fue uno de los cabecillas de una conspiración republicana descu-
bierta en la ciudad portuaria de La Guaira (en la costa norte de la Capitanía General
de Venezuela) en julio de 1797, por la que fue juzgado y ejecutado en junio de 1799.
Esta fue indudablemente la conspiración más radical organizada en el Atlántico es-
pañol antes del periodo de la independencia. De inspiración jacobina, los conspira-
dores pretendieron reemplazar el gobierno colonial con una república en la que se
abolieran las distinciones socio-raciales y la esclavitud. Inicialmente dirigida por los
blancos locales y algunos prisioneros españoles que habían sido enviados desde Espa-
ña (donde habían sido arrestados por haber organizado un complot revolucionario
similar), los objetivos igualitarios del movimiento le hicieron ganarse el apoyo de los
cuatro sargentos de las Milicias de Pardos y de, al menos, tres soldados negros. Entre
ellos, destaca la figura de Narciso del Valle, que acabó siendo uno de los líderes más
activos del movimiento revolucionario”.

5 114
la revolución francesa en la américa española

las que destacan las procedentes del mundo político francés y


británico (Trinidad). Alejandro E. Gómez afirma:

Esto se debió a varios factores, en particular a la diversidad


que había entre los conspiradores (españoles que habían lidera-
do previamente una conspiración jacobina en Madrid en 1795,
así como blancos criollos y libres de color locales), y a los vín-
culos directos que estos tuvieron con revolucionarios franco-
antillanos, principalmente en Guadalupe.46

El mayor temor, debido a los acontecimientos de Saint-Domin-


gue, fueron los pardos, tanto para los burócratas coloniales como
para las élites oligárquicas (los mantuanos) de Venezuela. Una
Junta, celebrada en 1793, estimó que ya había cerca de 100.000
esclavos y más de 450.000 libertos, negros y mulatos (pardos) en
el territorio (mientras que solo menos del 0,5% de la población
pertenecía a los mantuanos).47 Este informe muestra el verdadero
temor de los notables de Caracas: la pardocracia (la “ley de los
pardos”), con la posibilidad de que se organizara políticamente

46 Alejandro E. Gómez, “La caribeanidad revolucionaria…”, pp. 35-48, aquí pp.


41-42. Véanse también Pedro Grases, La conspiración de Gual y España y el ideario
de la Independencia, Ministerio de Educación, Caracas, 1978 [primera edición 1949];
Ramón Aizpurúa Aguirre, “La Conspiración por dentro: un análisis de las declara-
ciones de la conspiración de La Guaira de 1797”, en Juan Carlos Rey, Rogelio Pérez
Perdomo, Ramón Aizpurúa Aguirre y Adriana Hernández (eds.), Gual y España.
La Independencia frustrada, Fundación Empresas Polar, Caracas, 2008 (Colección
Bicentenario de la Independencia), pp. 213-344; Carmen L. Michelena, Luces revolu-
cionarias: De la rebelión de Madrid (1795) a la rebelión de La Guaira (1797), CELARG,
Caracas, 2010. Alejandro Gómez también demuestra de manera convincente que
la construcción histórica de la Independencia como una revolución (1811) utiliza
la conspiración de 1791 como punto de partida: “Estos vínculos se pueden ver en
la presencia física de algunos de los implicados [1797] en 1811 en Caracas (como
Picornell y Cortés); en la evocación de lo que los acontecimientos de 1811 tuvieron
que ver con la conspiración de San Blas en Madrid, presuntamente [escrita por]
[Juan Germán] Roscio; y en algunos actos públicos de protesta de corte republicano
(como la liberación de presos)”; ibídem, p. 47 .
47 Frédérique Langue, “Orígenes y desarrollo de una élite regional. Aristocracia y
cacao en la provincia de Caracas”, en Frédérique Langue, Aristócratas, honor y subver-
sión en la Venezuela del siglo xviii, Italgráfica, Academia de la Historia, Caracas, 2000
(Biblioteca de la Academia de la Historia, 252), pp. 46-93.

115 5
michael zeuske

en torno a la igualdad propugnada por la Revolución francesa.48


Por esta razón intentaron declarar como “francesas” (y como “re-
voluciones”) todas las formas de malestar, las conspiraciones y re-
beliones. Además, los pardos eran mayoría en las milicias (en una
relación de 10 a 1 con los blancos). Este temor aparece también
cuando la Corona dictó la Real Cédula de Gracias al Sacar (1795),
por la que los pardos ricos podían comprar la pureza de su sangre
a cambio de un canon estipulado. Lo que más preocupaba a los
notables criollos y al Capitán General de Venezuela era la ruptura
de la jerarquía social impuesta en la colonia desde principios de
la colonización, y que los pardos fueran reconocidos finalmente
como “vecinos” (colonos urbanos de pleno derecho). Los temores
del Capitán General Pedro Carbonell y de la Junta de Caracas,
compuesta por residentes notables de la ciudad, no eran infun-
dados, ya que efectivamente los grupos de color eran proclives
a la igualdad con los blancos. Pero esta situación no necesitaba
del influjo revolucionario francés para desarrollarse. De hecho, la
Revolución podía hacer fracasar las aspiraciones de los pardos en-
riquecidos, que eran los únicos que querían conseguir la igualdad
con los blancos, pero en ningún momento estuvieron dispuestos
a compartirla con los grupos populares de color, y mucho menos
con los esclavos o ex esclavos.49
Por esta razón, el capitán general de Venezuela rechazó todo
tipo de contacto con las personas del Caribe francés, sobre todo
los aliados negros y de color de las tropas españolas en Santo Do-
mingo (considerados un “mal ejemplo” para sus propios pardos),
48 Federico Brito Figueroa describe el complejo de ideas revolucionarias como un
“ideario democrático”, “difundido en estas tierras por vía escrita y oral”. Muestra
las tradiciones de las “rebeliones sociales” en la Venezuela colonial, sobre todo en
“extensas zonas del territorio” dominadas por “negros cimarrones”, organizados en
cumbes y palenques, pero también en los llanos. Véase Federico Brito Figueroa,
“Venezuela colonial: las rebeliones de esclavos y la Revolución Francesa”, Caravelle.
Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien, 54, (1990), pp. 263-289. Véase también
Frédérique Langue, “La pardocratie ou l’itinéraire d’une ‘classe dangereuse’ dans la
Venezuela des xviiie et xixe siècles”, Caravelle, 67 (1997), pp. 57-72. Y Frédérique
Langue, “La pardocracia o la trayectoria de una ‘clase peligrosa’ en la Venezuela de
los siglos xviii y xix”, El Taller de la Historia, 5: 5, (2013), pp. 105-123.
49 Javier Laviña, “Venezuela en tiempos de revolución”, pp. 111-131.

5 116
la revolución francesa en la américa española

pero también los prisioneros de guerra de esa zona (que las auto-
ridades coloniales españolas del imperio utilizaban para prohibir
las fortalezas periféricas como la de Puerto Cabello, en Venezue-
la), y los desertores del ejército francés.
Ahora procederé desde el punto de vista espacial, tomando
como punto de partida la Revolución de Saint-Domingue (agos-
to de 1791).

b) Santo Domingo: la lucha contra los franceses y la utili-


zación de los mulâtres y los ex esclavos rebeldes para corregir la
historia.

El territorio más cercano a Saint-Domingue por tierra (con


una frontera poco clara) era la colonia española de Santo Do-
mingo, hoy República Dominicana. Durante cien años, la co-
lonia francesa fue una colonia de plantación extremadamente
dinámica, mientras que la española Santo Domingo representaba
un colonialismo más pausado con muchos agricultores libres de
color, algunas grandes haciendas ganaderas con pocos vaqueros
esclavizados, y una economía de contrabando fuerte e informal.
En las ciudades también encontramos algunas familias “blancas”
muy poderosas. Los españoles del Caribe aún veían a los fran-
ceses como intrusos; el viejo nombre familiar en español para la
(nueva) parte francesa de La Española era Guarico.
La cuestión más importante es que con la declaración de
guerra entre la Francia revolucionaria y España, esta última de-
jaba de ser una nación neutral para convertirse en beligerante, y
pasaba del apoyo velado a integrar en el ejército español como
tropas auxiliares a un gran número de rebeldes negros.50 Con este

50Para los antiguos esclavos “franceses” en las tropas españolas, véanse Jorge Victoria
Ojeda, “La aventura imperial de España en la revolución haitiana. Impulso y dis-
persión de los negros auxiliares: el caso de San Fernando Aké, Yucatán”, Secuencia,
49 (2001), pp. 70-85; ídem, “Tras los sueños de libertad: las tropas auxiliares de Jean
François al fin de la guerra en Santo Domingo, 1793-1795”, en Salvador Broseta,
Carmen Corona, Manuel Chust et alii., Las Ciudades y la Guerra, 1750-1898. Actas del
I Congreso internacional Nueva España y las Antillas, Publicaciones de la Universidad

117 5
michael zeuske

drástico cambio de posición por parte de los españoles, señala Ja-


vier Laviña, la situación se hizo insostenible para los republicanos
franceses (los más conocidos fueron Léger-Felicité Sonthonax y
Étienne Polverel).51 Los comisionados franceses fueron perdien-
do poco a poco los escasos apoyos que tenían en el campo. Es-
tos acontecimientos debilitaron el poder republicano en la parte
francesa de la isla que se limitaba, en gran medida, a las ciudades,
mientras que las incursiones de las tropas auxiliares y españolas
lograban avances importantes por la frontera con Santo Domin-
go. Las fuerzas británicas desembarcaron en el norte de Saint-
Domingue, separadas de los españoles por los antiguos esclavos y
rebeldes que controlaban el interior de la colonia (muchas de las
partidas eran tropas de soldados africanos).52

Jaume I, Castellón, 2002, pp. 509-524; Jorge Victoria Ojeda, “Jean François y Bias-
sou: Dos líderes olvidados de la historia de la revolución haitiana (y de España)”,
Carribbean Studies, 34: 2 (2006), pp. 163-204; Nicolás Rey, “Les chefs de la Révolu-
tion haïtienne en exil, de Saint-Domingue à l’Amérique centrale”, en Giulia Bonacci
et alii. (dirs), La Révolution haïtienne au-delà de ses frontières, Karthala, París, 2006,
pp. 123-139; Nicolás Rey, “Caraïbes noirs et ‘negros franceses’ (Antilles/Amérique
Centrale). Le periple des Noirs révolutionnaires”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 5
(2005) (en línea: 17 de febrero de 2006 [29 de junio de 2006], http://nuevomundo.
revues.org/document211.html [6 de julio de 2006]).
51 Robert L. Stein, Léger Felicité Sonthonax: The Lost Sentinel of the Republic, Fair-
leigh Dickinson University Press, Rutherford, 1985; Robert Stein, “The Abolition
of Slavery in the North, West, and South of Saint-Domingue”, The Americas, 41
(1985), pp. 48-55.
52 Javier Laviña, “Venezuela en tiempos de revolución”, pp. 111-131. Véanse tam-
bién David P. Geggus, Slavery, War, and Revolution: The British Occupation of Saint
Domingue, 1793-1798, Clarendon Press, Oxford, 1982; David P. Geggus, “Slavery,
War, and Revolution in the Greater Caribbean, 1789-1815”, en David Barry Gaspar
y David P. Geggus (eds.), A Turbulent Time. The French Revolution and the Greater
Caribbean, Indiana University Press, Bloomington and Indianapolis, 1997, pp. 1-5;
David P. Geggus, The Impact of the Haitian Revolution in the Atlantic World, Univer-
sity of South Carolina Press, Columbia, 2001; David P. Geggus, “The Influence of
the Haitian Revolution on Blacks in Latin America and the Caribbean”, en Nancy
Priscilla Naro (ed.), Blacks, Coloureds and National Identity in Nineteenth-Century
Latin America, Institute of Latin American Studies, Londres, 2003, pp. 38-59; David
P. Geggus, “The Sounds and Echoes of Freedom: the Impact of the Haitian Revo-
lution in Latin America”, en Darién Davis (ed.), Beyond Slavery: the Multifaceted
Legacy of Africans in Latin America, Rowman & Littlefield, Lanham, 2006, pp. 19-
36; John K. Thornton, “African Soldiers in the Haitian Revolution”, en Laurent
Dubois, y Julius S. Scott (eds.), Origins of the Black Atlantic, Routledge Press, Nueva
York, 2009, pp. 195-213.

5 118
la revolución francesa en la américa española

Mientras tanto, en Europa, el tratado de Basilea de 1795 (que


suponía la cesión de la parte española de La Española a Francia)
puso fin a la guerra entre España y Francia.53 En 1797, después
de largas y complicadas guerras, Toussaint Louverture y sus ge-
nerales habían derrocado a los otros grupos y poderes e intenta-
ron organizar un nuevo estado, una nueva sociedad y una nueva
economía.54
La llegada al poder de Napoleón y la firma de la paz con Es-
paña reactivó el interés de los franceses por el mundo colonial.
Intentaron reconquistar las Indias occidentales, en especial Saint-
Domingue (que veían como la piedra angular de una renovada
presencia colonial francesa en las Américas, entre Luisiana y Ca-
yenne), destinando para tal misión al general Leclerc; pero la re-
sistencia de los antiguos esclavos y el azote de la malaria hicieron
fracasar la campaña en 1803.55 La independencia de la ex colonia
francesa provocó que un enorme contingente de realistas france-
ses, soldados revolucionarios, antiguos aliados de los españoles o
los ingleses y desertores del ejército rastrearan el Caribe en busca
de un lugar donde establecerse. Todos ellos, como sabemos por
la prehistoria de Tierra Firme, fueron sospechosos ante las autori-
dades coloniales españolas, que vieron ahora en los franceses, más
que nunca, un peligro para la estabilidad del imperio.56 Hum-
boldt menciona a algunos de ellos en Cartagena de Indias: “Nos
pasamos […] seis días muy incómodos en una posada más que
miserable. En ella se encontraban los oficiales que habían huido

53 Fernando Carrera Montero, Las complejas relaciones de España con La Española:


El Caribe hispano frente a Santo Domingo y Saint Domingue (1789-1803), Fundación
García Arévalo, Santo Domingo, 2004.
54 Mats Lundahl, “Toussaint Louverture and the War Economy of Saint-Domingue,
1796-1802”, Slavery & Abolition, 6 (1985), pp. 122-138; Laurent Dubois, “War and Re-
volution”, en Laurent Dubois, A Colony of Citizens. Revolution & Slave Emancipation
in the French Caribbean, 1787-1804, The University of North Carolina Press, Chapel
Hill-Londres, 2004, pp. 222-248.
55 Marcel Dorigny y Marie-Jeanne Rossignol (dirs.), La France et les Amériques au
temps de Jefferson et de Miranda, Société des études robespierristes, París, 2001.
56 Javier Laviña, “Venezuela en tiempos de revolución…”, pp. 111-131.

119 5
michael zeuske

de S[aint]-Domingue, llenos de ira contra Toussaint, el general


de los negros”.57
Los refugiados de la parte francesa de La Española se diri-
gieron a varias colonias europeas en espera de que la situación
se resolviera en favor de sus intereses. En un primer momento,
no pensaron que se tratara de un exilio, ya que podían volver en
cualquier momento a la colonia, motivo por el que decidieron
mantener allí sus propiedades. Sin embargo, los acontecimientos
hicieron que lo que originariamente había sido un refugio para
los emigrados franceses se convirtiera, en muchos de los casos,
en una residencia permanente. Al principio, los emigrantes se
dirigieron hacia zonas próximas al Caribe, en lo que ellos consi-
deraron una fuga. Un grupo considerable se trasladó primero a la
antigua colonia española de Santo Domingo (que aquí significa
la ciudad de Santo Domingo),58 ya que la frontera no era más que
un paso para poner a salvo sus vidas. Allí pudieron encontrarse
con los ex esclavos de Saint-Domingue, ahora aliados militares de
los españoles. Cuando las tropas de Toussaint también ocuparon,
en 1801, la parte española de La Española, declarando la abolición
de la esclavitud, huyeron de nuevo a otro territorio.59 Un segundo
grupo fue a Jamaica, con la esperanza de que los británicos pudie-
ran reconquistar la colonia de Saint-Domingue y restablecieran el
antiguo orden colonial. En Venezuela, como sabemos, no fueron
bien recibidos. Después de un breve paréntesis, muchos de los
exiliados se trasladaron a Cuba, donde establecieron su residencia
permanente e impulsaron el cultivo del azúcar y el café. Por últi-
mo, otro grupo se retiró a Estados Unidos después de la compra
de Luisiana, donde se establecieron de forma permanente (este
57 Alexander Humboldt, Reise auf dem Río Magdalena, durch die Anden und durch
Mexico. Aus den Reisetagebüchern, edición de Faak, 2 vols., Akademie Verlag, Berlín,
1986-1990, vol. I, p. 58.
58 Santo Domingo ha tenido un estatus muy complicado porque, desde el Tratado
de 1795 entre España y Francia, era formalmente una colonia francesa. Véase Fer-
nando Picó, One Frenchman, Four Revolutions: General Ferrand and the Peoples of the
Caribbean, Markus Wiener Publishers, Princeton, 2011.
59 Jeremy D. Popkin, ‘You Are All Free’: The Haitian Revolution and the Abolition of
Slavery, Cambridge University Press, Cambridge, 2010.

5 120
la revolución francesa en la américa española

grupo creció rápidamente tras la expulsión de todos los franceses


de los territorios españoles en 1809).60

c) Cuba y Puerto Rico: “Haití” como símbolo del terror y


motor para el desarrollo de la Segunda Esclavitud

En primer lugar voy a mencionar aquí solo las cifras de los


emigrantes “franceses” (émigrés) que llegaron a la Cuba española
y que fueron expulsados formalmente en 1809. Alain Yacou es-
timó que, entre junio de 1803 y enero de 1804, habían llegado a
Santiago de Cuba 18.213 personas procedentes de Saint-Domin-
gue (en un censo de 1808 se observa que Santiago de Cuba con-
taba con unos 7.500 franceses, el 22% de la población urbana,
de los cuales solo el 28% había nacido realmente en Francia).
Fue entonces cuando la Junta Central, aliada de Gran Bretaña,
decretó en 1809 la expulsión de todos los emigrados franceses de
los territorios hispanoamericanos.
Entre 1791 y 1803, con las oleadas de emigrados, creció la cifra
de los que entraron y permanecieron en Santiago.61 Unos treinta
mil hombres, mujeres y niños (muchos de ellos ex esclavos) lle-
garon a Cuba desde Santo Domingo, de los cuales dos tercios lo

60 Javier Laviña, “Venezuela en tiempos de revolución…”, pp. 111-131.


61 Olga Portuondo Zúñiga, Santiago de Cuba desde su fundación hasta la Guerra de
los Diez Años, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1996, p. 111. Véanse también
Bohumil Badura, “Los Franceses en Santiago de Cuba a mediados del año de 1808”,
Ibero-Americana Pragensia, 5 (1971), pp. 157-160; Gabriel Debien, “Les réfugiés de
Saint-Domingue expulsés de La Havane en 1809”, Anuario de Estudios Americanos,
35 (1978), pp. 555-610; Alain Yacou, “L’expulsion des Français de Saint-Domingue
réfugiés dans la région orientale de l’île de Cuba, 1808-1810”, Caravelle. Cahiers du
Monde Hispanique et Luso-Brésilien, 39 (1982), pp. 49-64; Paul Lachance, “The 1809
Immigration of Saint-Domingue Refugees to New Orleans: Reception, Integration
and Impact”, Louisiana History, 29: 2 (1988), pp. 114-124; Alain Yacou, “Santiago
de Cuba a la hora de la revolución de Santo Domingo (1790-1804)”, Del Caribe,
Santiago de Cuba, 26 (1997), pp. 73-80; María Elena Orozco, “Juan Bautista Vaillant
y la ciudad de Santiago de Cuba (1788-1795)”, Santiago, 79 (1999), pp. 93-111; Olga
Portuondo Zúñiga, “La inmigración negra de Saint-Domingue en la jurisdicción de
Cuba (1798-1809)”, en ídem, Entre esclavos y libres de Cuba colonial, Editorial Orien-
te, Santiago de Cuba, 2003, pp. 58-97.

121 5
michael zeuske

hicieron en 1803.62 En 1809, tras el decreto de expulsión, salieron


de Santiago 8.870 personas en total, la mayoría hacia Luisiana.63
Pero en Cuba, con sus campos sumamente ricos y la presencia
de la élite oligárquica de La Habana, no solo hubo migración
francesa. Muchos de los administradores franceses de las antiguas
habitations (plantaciones) de Saint-Domingue se quedaron en la
isla, contratados por los propietarios de las plantaciones cubanas
(hacendados) para desarrollar una agricultura de exportación de
los cultivos tropicales mediante la esclavitud de masas. En la re-
gión este (Oriente), y cerca de Matanzas, encontramos plantacio-
nes de café (muchos de los cafetales eran propiedades francesas);
en el oeste, en la llamada Cuba grande, encontramos las grandes
haciendas azucareras (ingenios). Sin embargo, los actores de las
comparaciones históricamente rigurosas y de los traslados reac-
cionaron de inmediato ante la revolución en Saint-Domingue.
Francisco de Arango y Parreño (1765-1837), el “Adam Smith” de
la economía de plantación en América, que conoció a Humboldt
en La Habana,64 escribió en 1808: “El 20 de noviembre de 1791 lle-
gó a Madrid la noticia sobre la insurrección de Guarico [antiguo
nombre español de Le Cap]”.65 Ese mismo día, Arango escribía
al rey planteándole una serie de preguntas: ¿cuál era el nivel de

62 José Morales, The Hispaniola diaspora, 1791-1850: Puerto Rico, Cuba, Louisiana
and other host societies, Tesis de Doctorado, University of Connecticut, 1986, Ann
Arbor (Michigan), University Microfilms International [1990]; Rebecca J. Scott y
Jean-Michel Hébrard, Freedom Papers: An Atlantic Odyssey in the Age of Emancipa-
tion, Harvard University Press, Cambridge, 2012.
63 Olga Portuondo Zúñiga, Santiago de Cuba…, p. 118. Véanse también Gabriel
Paquette, “Revolutionary Saint Domingue in the Making of Territorial Louisiana”,
en David Barry Gaspar y David P. Geggus (eds.), A Turbulent Time…, pp. 204-225;
Alejandro E. Gómez, Fidelidad bajo el viento: revolución y contrarrevolución en las
Antillas Francesas en la experiencia de algunos oficiales franceses emigrados a tierra firme
(1790-1795), Siglo XXI Editores, México, 2004; Alejandro E. Gómez, Le spectre de la
Révolution noire: l’impact de la Révolution haïtienne dans le Monde atlantique, 1790-
1886, Presses Universitaires de Rennes, Rennes, 2013.
64 Dale Tomich, “The Wealth of the Empire: Francisco de Arango y Parreño, Politi-
cal Economy, and the Second Slavery in Cuba“, Comparative Studies in Society and
History, 1 (2003), pp. 4-28.
65 Francisco Arango y Parreño, Obras de D. Francisco de Arango y Parreño, 2 vols.,
Publicaciones de la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, La Habana,
1952, vol. I, p. 55.

5 122
la revolución francesa en la américa española

producción de azúcar en Saint-Domingue?, ¿cómo era en Cuba?,


¿qué debía cambiar?66 Como miembro de la élite cubana, Arango
jugó un papel central en la política. En su famoso Discurso sobre
la agricultura de La Habana y medios de fomentarla (1792), insistía
en el uso de las comparaciones para fabricar un mito sobre la
bondad de la esclavitud en América Latina. Este mito fue reto-
mado por Frank Tannenbaum a mediados del siglo xx:

La suerte de nuestros libertos y esclavos es más cómoda y fe-


liz que la de los franceses [en Saint-Domingue]. Su número es
menor al de los blancos y además de esto debe contenerlos la
respetable guarnición de La Habana. Mis mayores recelos [en
cuanto a la seguridad ante una revuelta de esclavos] son para lo
sucesivo, para el momento en que crezca la fortuna de la isla, y
tenga en su recinto quinientos o seiscientos mil africanos. Desde
ahora hablo para entonces, y quiero que nuestras precauciones
comiencen en este mismo momento.67

En agosto de 1790 se publicó un bando que prohibía llevar es-


clavos de las islas francesas a Cuba. En 1793-1794 se extendió el
rumor de que todos los esclavos “franceses” (como eran llamados
en Cuba los esclavos de las colonias francesas) iban a ser puestos
en libertad gracias a los decretos franceses de abolición y a un
nuevo bando promulgado por el rey español.
Un esclavo de Fernando Rodríguez le anunció que los negros
franceses ya habían conquistado su libertad y le pedía lo mismo
a su amo.68 Ante estas declaraciones, lo envió a prisión. Al día
siguiente, Rodríguez organizó una reunión de amos de negros
66 Ibídem, p. 111.
67 Ibídem, pp. 148-149. Para los antecedentes, véase Matt D. Childs, “The Present
Time Is Very Delicate. Cuban Slavery and the Changing Atlantic World, 1750-1850”,
en Matt D. Childs, The 1812 Aponte Rebellion in Cuba and Struggle against Atlantic
Slavery, The University of North Carolina Press, Chapel Hill, 2006, pp. 21-45.
68 Archivo Nacional de Cuba, La Habana (ANC), Junta de Fomento de la Isla de
Cuba (JF), leg. 72, n.º 2774 (13 de noviembre de 1795): “Relativo á las precauciones
y seguridad en orden á los negros en gral., y en particular á los introducidos de las
colonias estranjeras”, f. 30v.

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michael zeuske

franceses y le puso al esclavo un letrero alrededor del cuello en


el que podía leerse: “Este es el fruto de la imaginada libertad de
los Negros franceses: en la virtud se halla la verdadera libertad”.69
Las circulares que prohibían la compra de esclavos de Saint-Do-
mingue y de otras zonas en contacto con la rebelión del gran
Caribe se reprodujeron a menudo, lo que indica su escasa eficacia
frente a una tradición muy arraigada entre los dueños de esclavos,
principalmente de Jamaica y Saint-Domingue: la de traficar con
esclavos rebeldes y cimarrones para enviarlos a Cuba y venderlos
allí.70 En 1796, un bando del capitán general Luis de las Casas
prohibió de nuevo la entrada de esclavos que no fueran “negros
bozales procedentes de la costa de África”.71 Los esclavos de las
colonias francesas no eran admitidos en los puertos cubanos y,
si los capturaban, eran expulsados del país. Sin embargo, todos
los funcionarios coloniales reconocían, dado el éxodo de masas
de Saint-Domingue, la enorme dificultad para hacer cumplir las
órdenes.
En 1803, durante la guerra, el capitán general Someruelos en-
vió a Arango en misión de observación a la costa norte de Saint-
Domingue. Arango escribió en ese momento en su informe sobre
la zona francesa: “La pluma se me cae de las manos cuando trato
de comenzar la triste pintura que en la actualidad puede hacer-
se de la que era poco hace la más floreciente y rica colonia del
orbe”.72 Arango describió las terribles atrocidades que los france-
ses estaban cometiendo contra los negros rebeldes. Sugirió que la
solución no estaba en reconocer la independencia de Saint-Do-
mingue, sino en apoyar a los franceses en su intento de reprimir

69 Ibíd, f. 31r.
70 José Luis Belmonte Postigo, La esclavitud en Santiago de Cuba, 1780-1803. Espacios
de poder y negociación en un contexto de expansión y crisis, Universidad Pablo de Ola-
vide, Sevilla, 2007 (Tesis de Doctorado), p. 394. Véase Archivo General de Indias
(AGI), Cuba 1434: Carta del Gobernador de Cuba al Capitán General de la Isla, San-
tiago de Cuba, 18 de agosto de 1790.
71 AGI, Sevilla, Estado 4, n. 3: Bando del Capitán General de la Isla de Cuba D. Luis
de las Casas, La Habana, 25 de febrero de 1796.
72 Francisco Arango, “Comisión de Arango en Santo Domingo”, en Francisco Aran-
go, Obras…, I, pp. 344-383.

5 124
la revolución francesa en la américa española

la revolución. Sobre el terror de los franceses, jacobinos en su


mayoría, los oficiales y las tropas intentaron presionar a Arango
preguntándole: “¿Qué suerte o destino tienen los negros que caen
prisioneros?”. Él contestó:

Todos mueren, y así sucede desde los últimos tiempos del Ge-
neral Leclerc [el líder de la expedición. Murió en 1803 de fiebre
amarilla – M. Z.]. Lo más dulce para estos infelices es ser pasado
por las armas, y todavía no es lo peor que espalda con espalda,
y de dos en dos, sean arrojados al mar. Lo que me estremece es
haber oído de la boca del Jefe de Brigada Nerau, Comandante
de la Guardia del General en Jefe, que la noche antes había echa-
do a los perros una negra prisionera; y otra tarde, que en aquella
mañana había sorprendido un destacamento de doce insurgen-
tes, cuyo Jefe fue entregado a la tropa que lo pidió para sacarle,
vivo, los ojos.73

Aunque los intelectuales y escritores de las culturas dominantes


en el Caribe intentaron negarlo, este terror “blanco” de los ofi-
ciales jacobinos era bien conocido por sus contemporáneos y, a
pesar de las tibias protestas, algunas dirigidas contra Arango, fue
entendido por lo general como un remedio frente al ataque de los
“negros” insurgentes. Estos respondieron a su vez con la masacre
de los blancos. Esto es lo que Humboldt anotó en su diario de
1804 (La Habana): “Le Terrorisme regnait en 1803 aux Colonies
[El terrorismo reinó en 1803 en las Colonias]”.74
Pero la consecuencia más interesante fue que los portavoces
de la oligarquía criolla, como Arango, desarrollaron la imagen
del “terror negro” como sinónimo de “revolución” en general,
haciendo uso de este símbolo del miedo como propulsor del de-
sarrollo posterior de una nueva forma de esclavitud, la llamada
“Segunda esclavitud”, en Cuba y Puerto Rico (una combinación
73 Ibídem, pp. 344-383, aquí p. 363.
74 Alexander Humboldt, Diary of 1804…, p. 10. Véase también Alejandro E. Gómez,
Le spectre de la Révolution…

125 5
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de esclavitud de masas y modernidad tecnológica en las hacien-


das azucareras que dependían en gran medida del comercio at-
lántico de esclavos). El resultado más importante de la revolución
de los esclavos en el Caribe fue una contrarrevolución muy fuerte
al amparo de la modernidad económica y el reformismo.75 El rey
español temía tanto la pérdida de Cuba que otorgó a la oligarquía
criolla, después de la restauración del absolutismo en la metrópo-
li en 1814, plenos derechos de propiedad “capitalista” y el derecho
a plantar bosques en gran parte de la isla.76 La contrapartida fue
que tuvieron que aceptar a los gobernadores españoles como dic-
tadores militares.
A continuación trataré otros grupos de franceses en el Cari-
be. Estos grupos rara vez tienen, desean o encuentran un asenta-
miento fijo en este espacio.

d) En todo el Caribe español e Hispanoamérica: desertores,


prisioneros y agentes revolucionarios

Desertores leales, oficiales díscolos y corsarios revolucionarios

En 1790 Francia había enviado tropas a las colonias para ha-


cer cumplir el pacto colonial. En principio, los hacendados y los
colonos de Saint-Domingue, Martinica y Guadalupe (y, a cierta
distancia, Cayenne) vieron estos refuerzos militares como la sal-
vación de sus propiedades, que habían sido abiertamente amena-
zadas por grupos radicales. La mayoría de los oficiales y marinos
de refuerzo eran leales a la Corona, y se oponían tanto a los in-
tentos autonomistas de los colonos como a los cambios sociales
de los revolucionarios. Los soldados y los oficiales más jóvenes

75 Segio Guerra Vilaboy, “Frustración”, en Sergio Guerra Vilaboy, Jugar con fuego.
Guerra social y utopía en la independencia de América Latina, Editorial Casa de las
Américas, La Habana, 2010, pp. 223-262.
76 Michael Zeuske, Schwarze Karibik. Sklaven, Sklavereikulturen und Emanzipation,
Rotpunktverlag, Zúrich, 2004; ídem, “The Second Slavery: Modernity, mobility,
and identity of captives in Nineteenth-Century Cuba and the Atlantic World”, en
Javier Laviña y Michael Zeuske (eds.), The Second Slavery…pp. 113-142.

5 126
la revolución francesa en la américa española

eran, a menudo, jacobinos. Sin embargo, la represión llevada a


cabo por el Ejército francés y la Armada no resolvió los proble-
mas en las Indias occidentales. En enero de 1793, Charles-Joseph
Mascarène, caballero de Rivière, jefe de la división de las islas de
Barlovento, y algunos altos oficiales tuvieron que retirarse preci-
pitadamente de las islas porque los jacobinos habían amenazado
con hundir la flota.77 Los colonos de Martinica, donde también
se estaba viviendo un momento revolucionario, no aceptaron la
presencia de las tropas, ya que gran parte de estas había intenta-
do conseguir el autogobierno decidiendo apoyar a los jacobinos.
Esto forzó su retirada y la de los oficiales que permanecieron lea-
les a la Corona. Los oficiales del Ejército realista francés huyeron
a Trinidad, donde esperaban lograr la protección de la Corona
española; para ellos, el monarca español era, sobre todo, un Bor-
bón, y el Pacto de Familia firmado en 1762 seguía en vigor. Es-
tos soldados fueron bien recibidos por las autoridades militares
españolas, porque proporcionaban una información clara de la
situación de las colonias francesas y de las ambiciones de Francia
en la guerra colonial. La Corona española aceptó el juramento
de lealtad al rey, que permitió a los franceses del Ejército español
tener el mismo rango que habían ostentado en Francia.
El comandante español quería enviarlos a la frontera con
Santo Domingo, donde los españoles habían abierto un nuevo
frente. Esto supuso un serio conflicto, ya que el gobernador de
Santo Domingo (y capitán general) no aceptó la propuesta. Con-
tó entre sus tropas con varias unidades negras en la lucha contra
los franceses, y consideró más importante la alianza con los an-
tiguos esclavos que la que podían ofrecerle los oficiales realistas.
De hecho, los españoles, en colaboración con las tropas auxiliares
negras bajo el mando de Toussaint, ya habían iniciado una ofen-
siva en la parte francesa de la Isla y habían recuperado algunos

77 Javier Laviña, “Venezuela en tiempos de revolución…”, pp. 111-13. Véanse tam-


bién Anne Pérotin-Dumon, “Les Jacobins des Antilles ou l’esprit de la liberté dans
les Iles-du-Vent”, Revue d’histoire moderne et contemporaine, 35: 2 (1988), pp. 275-304;
y Alejandro E. Gómez, Fidelidad bajo el viento…

127 5
michael zeuske

territorios. Esto ocurrió entre 1793 y 1795, siendo el origen militar


de la abolición de la esclavitud por parte los comisionados fran-
ceses en Saint-Domingue. Este hecho llevó a Toussaint a cambiar
de bando (del español al francés).78 Los españoles ordenaron el
traslado de los oficiales franceses a Caracas, donde debían esperar
para conocer su destino final. Sin embargo, este nuevo destino
parecía no llegar nunca. Un oficial de alta graduación envió una
carta al capitán general de Caracas en la que se quejaba de la
falta de acción a la que habían sido sometidos, y solicitaba el
envío de otra escuadra de América hacia España para, así, com-
batir la revolución en Europa. Las razones de esa falta de acción
fueron, en primer lugar, la falta de dinero, un problema secular
de la Real Hacienda en las colonias, que no podía asumir gastos
extraordinarios para pagar los servicios de los militares franceses.
En segundo lugar, la fiebre contrarrevolucionaria que afectaba a
las autoridades coloniales, que les hizo temer todo lo relaciona-
do con Francia, fuera del signo que fuera, y los oficiales realistas
no quedaron libres de sospecha. Este delirio afectó en especial al
capitán general de Caracas.79 Después de innumerables conflictos
y sospechas, la corte decidió por medio de una real orden hacer
uso de los emigrantes realistas no en los frentes caribeños, sino en
Europa. Carbonell se encontró con los realistas franceses en La
Guaira, y los envió a Cádiz en diferentes ocasiones.
Los emigrantes y los militares franceses eran un problema
para el capitán general de Caracas. Sin embargo, los mayores
quebraderos de cabeza fueron los generados por los prisioneros
militares franceses capturados en Santo Domingo.

78 David P. Geggus, “From His Most Catholic Majesty to the Godless Republique:
the ‘volte-face’ of Toussaint Louverture and the ending of slavery in Saint Domin-
gue”, Revue française d’Outre-Mer, 65: 241 (1978), pp. 481-499.
79 Ángel Sanz Tapia, Los militares emigrados y los prisioneros franceses en Venezuela
durante la guerra contra la revolución: un aspecto fundamental de la época de la pre-
emancipación, I. P. G. H./ Comisión de Historia, Caracas, 1977; Javier Laviña, “Ve-
nezuela en tiempos de revolución…”, pp. 111-131.

5 128
la revolución francesa en la américa española

Prisioneros de guerra en el Caribe español: el problema más


complicado

La guerra contra Francia en las colonias resultó favorable, al


menos en los primeros meses, al Ejército colonial español. La co-
laboración de los esclavos de Saint-Domingue y su incorporación
al ejército brindaron algunas victorias, con las que se llegaron a
ocupar algunos territorios de la parte francesa de la Isla, que se
tradujeron en la captura de un considerable número de prisio-
neros franceses (de todo tipo, incluidos los negros que habían
permanecido leales a sus antiguos amos). Estos no podían ser
retenidos en la parte española de la isla debido a la falta de segu-
ridad. El gobernador de Santo Domingo temía que la presencia
francesa en la isla pudiera provocar un desastre similar al que
ya había sufrido la parte francesa. Naturalmente, los prisioneros
más peligrosos eran los soldados del Ejército francés, revolucio-
narios, a menudo jacobinos, y adictos a la idea de la República.
Es fácil comprender que, dado el contexto, ningún gobernador
de las colonias aceptara en su territorio la llegada de este tipo de
prisioneros.80
El gobernador de Santo Domingo tuvo un fácil pretexto para
expulsar a los franceses de su jurisdicción, porque la guerra en su
territorio ya estaba causando problemas suficientes como para
añadir ahora la inseguridad que pudiera causar la presencia de los
franceses. Por esta razón propuso que los prisioneros capturados
en la guerra fueran enviados a Puerto Cabello (la mayor fortaleza
de la costa venezolana), y de allí a La Habana81 o a España para
mayor seguridad. La mayoría fueron llevados primero a Vene-
zuela. Sin embargo, las circunstancias de la guerra impidieron el

80 Javier Laviña, “Venezuela en tiempos de revolución”, pp. 111-131.


81El capitán general de Cuba se negó rotundamente a la entrada de prisioneros fran-
ceses por los problemas que pudieran causar. Véanse Consuelo Naranjo Orovio, “La
amenaza haitiana, un miedo interesado: poder y fomento de la población blanca en
Cuba”, en Mª Dolores González-Ripoll Navarro et alii (eds.), El rumor de Haití en
Cuba…, pp. 83-178; y Ada Ferrer, “Cuba en la sombra de Haití: Noticias, sociedad y
esclavitud”, en ibídem, pp. 179-231.

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michael zeuske

traslado de estos prisioneros desde Venezuela a otras prisiones,


pese a las reiteradas protestas tanto de Pedro Carbonell, capitán
general de Caracas, como de la Junta de la ciudad. Tras un primer
envío de prisioneros de Santo Domingo, siguieron varios más,
lo que provocó las airadas protestas de Carbonell que ya sufría,
como sabemos, de fiebre contrarrevolucionaria. El gobernador
de Santo Domingo justificaba el envío de prisioneros a Puerto
Cabello con la difícil situación de su Isla y los problemas relacio-
nados con la propaganda revolucionaria que podían causar los
prisioneros en esa zona.82
A la situación de guerra en Santo Domingo habría que añadir
la falta de recursos de las Cajas Reales, razón por la que Joaquín
García, capitán general de Santo Domingo, se veía en la obli-
gación de enviar los prisioneros a Venezuela. El gobernador de
la Isla distinguía entre dos grupos de prisioneros: los patriotas
(en su mayoría blancos), causa de todos los desórdenes revolu-
cionarios, y los negros. Los patriotas procedían de los cuerpos
expedicionarios de la Francia metropolitana, y eran considerados
los propagandistas de la revolución; los negros, a pesar de ser
quienes realmente habían hecho la revolución y habían logrado
la independencia, no fueron considerados peligrosos por el capi-
tán general de Santo Domingo. Este envió prisioneros negros a
Venezuela, con la recomendación de que fueran vendidos como
esclavos. El problema para las élites venezolanas (y para las cuba-
nas y puertorriqueñas) fue que, a causa de sus pardos, marinos y
esclavos, temieron a estos negros incluso más que a los patriotas.
La actitud del capitán general de Santo Domingo es com-
prensible, ya que en el Ejército español había un cuerpo de ex
esclavos de Saint-Domingue que lucharon contra los franceses
en la isla. Sin embargo, la tolerancia de Joaquín García hacía los
negros no era compartida por Pedro Carbonell en Venezuela, que
veía en los negros franceses el mayor peligro para la seguridad de
la Capitanía de Venezuela, puesto que buscaban la abolición de la

82 Javier Laviña, “Venezuela en tiempos de revolución…”, pp. 111-131.

5 130
la revolución francesa en la américa española

esclavitud y el fin del régimen colonial. Naturalmente, el capitán


general de Venezuela se negó a que los negros fueran vendidos
como esclavos en la Capitanía (igual que hicieron las élites cu-
banas), y asumió que “no habrá en todas estas provincias quien
compre ni aún reciba de balde en su casa algunos de los tales
esclavos; porque nadie querrá introducir en su familia un seduc-
tor pernicioso embebido de las máximas de insubordinación y
libertad”.83
La influencia de los prisioneros franceses y los negros se hizo
sentir principalmente, según las autoridades caraqueñas, en los
grupos más desfavorecidos de la sociedad. De hecho, estos gru-
pos habían ofrecido una resistencia activa al dominio de los crio-
llos, y se habían enfrentado abiertamente a la sociedad creada
en complicidad por la metrópoli y los criollos, sin necesidad de
recurrir a las consignas de los revolucionarios franceses. Si bien
es cierto que las repercusiones de la revolución en Haití abrieron
una brecha en el bloque monolítico de las sociedades esclavistas
americanas, debe entenderse que no se trató de una influencia
ideológica, sino de un estímulo frente a la inercia de la sociedad
colonial. El equívoco proviene del uso que los grupos marginales
hicieron de la palabra “libertad”, que los criollos “afrancesaron”
debido a su temor a una revolución en general y a la revolución
de los pardos en particular.
Las repercusiones de la presencia francesa en la Capitanía de
Venezuela se tradujeron en conversaciones y rumores que las au-
toridades coloniales detectaron entre la población de color, libre
y esclava, y entre los presos de La Guaira. La Junta de Caracas
encargó a sus miembros una investigación para “conocer el ver-
dadero estado de las opiniones insinuadas entre los esclavos y
gente libre de color quebrado”.84 Sin embargo, la única referencia
a la influencia revolucionaria entre la población de color libre y

83 AGI, Sección Estado, leg. 58: Informe de la Junta de Caracas (9 de noviembre de


1793). Javier Laviña, “Venezuela en tiempos de revolución…”, pp. 111-131.
84 Ibídem, Informe de la Junta de Caracas (2 de noviembre de 1793). Véase Javier
Laviña, “Venezuela en tiempos de revolución…”, pp. 111-131.

131 5
michael zeuske

esclava de Venezuela aparece en la Junta del 2 de noviembre de


1793, y se refiere a las conversaciones que algunos informadores
habían oído a los negros.85 Después de largos y complicados con-
flictos entre los diferentes sectores de la burocracia colonial (el
capitán general, el intendente, los oficiales militares, sobre todo
el comandante en jefe de la Armada Real), dentro y fuera de Ve-
nezuela, los venezolanos tuvieron que aceptar a varios cientos de
prisioneros procedentes de Santo Domingo. Dadas las presiones
y las razones del capitán general de la Armada tuvieron que ceder
y llegaron a la cárcel de La Guaira, el puerto de Caracas, cerca de
600 prisioneros, a pesar de la insistencia de la Junta de Caracas
por el peligro que representaba para “estos payses y toda la tierra
firme (con la difusión de) las execrables y contagiosas opiniones
que han pervertido y arruinado la Francia y sus colonias, tras-
tornando todo el orden social, los vínculos y fundamentos más
sagrados de la religión y el estado, constando como contra que los
indicados prisioneros siguen la perjudicial doctrina del sistema
de los regicidas franceses. Su desarreglada libertad e igualdad y
también que algunos abrazan el plan de irreligión y persiguen el
templo y el altar con criminal empeño de difundir tan detestables
ideas”.86
Tal como pone de relieve Javier Laviña, no encontramos ni
un solo rastro de influencia revolucionaria francesa en la Capi-
tanía de Venezuela. Solo una referencia parece dirigir la influen-
cia francesa en la Conspiración de La Guaira de 1797, que pudo
inspirarse en el ejemplo de los prisioneros franceses.87 Narciso
del Valle y José María España fueron ejecutados en 1799; mien-
tras que Manuel Gual murió envenenado en Trinidad (isla) en
octubre de 1800 (San José de Oruña). Sin embargo, desde una
perspectiva espacial, La Guaira, el puerto más importante de la
85 Ibídem.
86 Ibídem, Informe de la Junta de Caracas (13 de noviembre de 1793). Véase Javier
Laviña, “Venezuela en tiempos de revolución…”, pp. 111-131.
87 Ramón Aizpurúa Aguirre, “La Conspiración por dentro: un análisis de las de-
claraciones de la conspiración de La Guaira de 1797“, pp. 213-344; Javier Laviña,
“Venezuela en tiempos de revolución…”, pp. 111-131.

5 132
la revolución francesa en la américa española

Venezuela colonial o de la Costa de Caracas, fue un punto crucial


de transferts culturels entre la Tierra Firme y el mar Caribe, no
en un sentido ideológico, sino en el de la movilidad real (volun-
taria o involuntaria) de las personas. Claro, también en la con-
cepción de algunos, ¿qué se debía hacer frente a la esclavitud y el
colonialismo?
El Caribe, como parte del “Atlántico en revolución” merece
una consideración especial. Julius Scott empezó a analizar hace
muchos años el papel revolucionario de los marinos y sus redes.
Tenían sus propias ideas y sus propios programas de revolución,
pero realmente no sabemos cuántos elementos revolucionarios
franceses llevaron al Caribe con su “radicalismo marítimo”.88 Mi-
rando desde tierra y los territorios “nacionales” (y sus respectivas
historiografías), no podemos entender los mares y los océanos
como espacios revolucionarios por derecho propio. Muchos de
los franceses que se encontraban en el Caribe eran corsarios o pi-
ratas, y muchos de los desertores franceses, y algunos prisioneros
y cimarrones, huyeron con ellos. La rebelión en el mar, liderada
por los revolucionarios franceses, tuvo contacto con las revolu-
ciones que se produjeron en tierra.89
Además, podemos cerrar el círculo volviendo a Venezuela
como punto de referencia del Caribe, no solo desde Tierra Firme,
sino también desde el mar.
Humboldt rara vez hace mención directa de estos rumores,
conflictos, rebeliones y conspiraciones, no porque los descono-
ciera o estuviera bajo presión para mantenerlos en silencio, como
fue el caso de los oficiales imperiales, sino porque consideraba
que era más importante poner fin a la esclavitud mediante un

88 Nyklas Frykman, Clare Anderson, Lex Heerma van Voss y Marcus Rediker, “Mu-
tiny and Maritime Radicalism in the Age of Revolution. An Introduction”, Inter-
national Review of Social History, 58 (2013), pp. 1-14 (número especial: Mutiny and
Maritime Radicalism in the Age of Revolution: A Global Survey. Edición de Clare
Anderson, Nyklas Frykman, Lex Herrma van Voss y Marcus Rediker).
89 Sigue siendo uno de los mejores trabajos el de Carlos Vidales, “Corsarios y piratas
de la Revolución Francesa en las aguas de la emancipación hispanoamericana“, Ca-
ravelle. Cahiers du monde hispanique et luso-brésilien, 54 (1990), pp. 247-262.

133 5
michael zeuske

programa de reformas. Humboldt estaba muy familiarizado con


algunas redes de comunicación oral, incluidas las de Venezuela;
los monjes de las misiones, los capuchinos o los extranjeros le
contaban muchas cosas. Cuando anotó por primera vez el nom-
bre “Gual”, escribió “Wal”, porque nunca lo había visto escrito,
solo lo había oído y, posiblemente, en un murmullo.90 Humboldt
escribe sobre “un viejo irlandés”, Gaspar Juliac y Marmión, en
Puerto Cabello: “Hallaron en los papeles de un conjurado (de
su hijo político que huyó a Francia), que [José María] España
[(1761-1799)] le quiso transferir la gobernación de la provincia
[de Caracas] después de la gran tragedia”.91 Humboldt se refiere
aquí a la conspiración de 1797 y a la trágica muerte de José María
España. Cuando Humboldt se queja de la injusticia del sistema
judicial, en otoño de 1799 en Cumaná, también menciona que
“la historia de la revolución [“Revolutionsgeschichte”, haciendo
referencia de nuevo a la conspiración de La Guaira de 1797] en
Caracas demostró el grado de violencia y la arbitrariedad de la
justicia”.92 El 9 o 10 de marzo de 1800, cuando visita Villa de
Cura, al sur del lago de Valencia, se encuentra con las hermanas
Peraza, cuyo hermano está “preso en la Habana, implicado en
esta misma ‘Revolutionsgeschichte’”.93
Tal como se demuestra en sus diarios publicados, Humboldt
desarrolló una escritura rizomática sobre rebeliones, conspiracio-
nes, “esclavos”, “esclavitud” y Saint-Domingue.
Aquí no mencionaré in extenso los casos más conocidos, inves-
tigados en exceso y presentados como “ejemplos” hagiográficos
de la influencia de la Revolución francesa en la América españo-
la, como los de Francisco de Miranda y Simón Bolívar (Bolívar
más, Miranda menos). Ambos tuvieron y tienen una profunda

90 Alexander Humboldt, Essai politique sur le Royaume de La Nouvelle-Espagne, V


tomos, F. Schoell, París, 1811, t. IV, t. VI, cap. XIV, p. 270.
91 Alexander Humboldt, Reise durch Venezuela…, p. 211.
92 Alexander Humboldt, “Justiz…”, en Alexander Humboldt, Vorabend..., p. 108
(Doc. núm. 44).
93 Alexander Humboldt, Vorabend…, p. 278 (Doc. núm. 201).

5 134
la revolución francesa en la américa española

importancia para los discursos elitistas sobre la Independencia


(además existe un fuerte imaginario popular sobre Bolívar).
Miranda fue un general francés en tiempos de la administra-
ción girondina y experimentó, entre 1784 y 1810 (con una breve
interrupción en 1806 cuando trató de intervenir militarmente
en Venezuela con la ayuda de los estadounidenses, británicos y
el nuevo gobierno de Haití), todas las vicisitudes de la Revolu-
ción francesa y las políticas napoleónicas, así como los efectos
de las políticas británicas en la región. Como consecuencia de
estas experiencias “francesas (europeas)”, tuvo poco impacto en
las primeras etapas de las guerras de independencia de Venezuela
y en los conflictos raciales que marcaron el país. Sin embargo, en
cierto sentido, tuvo una biografía global.94 Esta biografía muestra
los fracasos de las élites liberales cuando se enfrentan a los pro-
blemas de la esclavitud y el racismo, así como a los conflictos
raciales en las sociedades de plantación.95 El resultado fue que
su discípulo Bolívar (que también había estado en Francia entre
1804 y 1806) sabía que tenía que adoptar políticas jacobinas (sin
hacerlo público) y hacer uso de una violencia social abierta (una
guerra a muerte; Bolívar es un estratega cuando juega con la idea
de una revolución de los esclavos “antillanos”)96 para mantener el

94 Sabiendo que Francisco de Miranda tenía como asesores militares a algunos ofi-
ciales franceses, podría ser útil conectar su historia de vida con los ejemplos que
aún existen de literatura más o menos hagiográfica sobre estos franceses durante la
Independencia. Véanse Paul Verna, Tres franceses en la independencia de Venezuela,
Monte Ávila, Caracas, 1973, y Sergio Elías Ortiz, Franceses en la independencia de la
Gran Colombia, Bogotá, Editorial ABC, 1971 (Academia Colombiana de la Historia-
Biblioteca Eduardo Santos, vol. 1) (segunda edición). Véase también, sobre france-
ses en sectores no-bolivarianos del movimiento por la independencia, Paul Verna,
Monsieur Bideau, el mulato francés que fue el segundo organizador de la Expedición de
Chacachacare, Fundación John Boulton, Caracas, 1968.
95 Juan Marchena Fernández, “El día que los negros cantaron la marsellesa…”, pp.
53-75.
96 Demetrio Ramos, Bolívar y su experiencia antillana. Una etapa decisiva para su
línea política, Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1990. Véase la cuidadosa
reconstrucción sobre Haití del sur como el portal caribeño de la revolución y las mi-
graciones en Sibylle Fischer, “Bolívar in Haiti: Republicanism in the Revolutionary
Atlantic”, en Carla Calargé, Raphael Dalleo, Luis Duno-Gottberg y Clevis Headley
(eds.), Haiti and the Americas, University Press of Mississippi, Jackson, 2013, pp.
25-53.

135 5
michael zeuske

control sobre el movimiento. En el caso de Bolívar es interesante


leer sus opiniones acerca de lo que él llama influencias “france-
sas”. Se encuentran escasas menciones de la Revolución francesa
(sin embargo están ahí, en sus obras), pero le gustaba destacar su
deuda con la Ilustración y enumerar sus lecturas ilustradas:

Locke, Condillac, Buffon, D’Alembert, Helvetius, Montes-


quieu, Mably, Filangieri, Lalande, Rousseau, Voltaire, Rollin,
Berthot [sic] y todos los clásicos de la antigüedad, así filósofos,
historiadores, oradores y poetas; y todos los clásicos modernos
de España, Francia, Italia y gran parte de los ingleses.97

En la realidad, Bolívar, que tenía la intención de fundar la Re-


pública Bolívar, estaba más interesado en las teorías de Benjamin
Constant y Jeremy Bentham sobre el liberalismo, el utilitarismo
y los diferentes tipos de libertad.
Aquí no puedo seguir las huellas de otras influencias más ge-
nerales de la Revolución francesa que llegaron a la Independencia
con la internacionalización de las guerras lideradas por Bolívar (y
que empezaron en 1816-1817). Existen algunos ejemplos de perso-
nalidades que están muy influidas por la cultura francesa, como
el almirante Luis Brion, nacido de padres valones en Curazao,98 o
97 Simón Bolívar desde Arequipa, 20 de mayo de 1825, a Francisco de Paula San-
tander, en Simón Bolívar, Obras Completas, 3 vols., Librería Piñango, s. a. Caracas,
[1959], II, pp. 136-139, aquí p. 139. Ni una palabra sobre los alemanes, mientras que
John Locke es más que el primer nombre de esta lista. He escrito mucho sobre
Miranda y Bolívar, así que solo mencionaré los libros más importantes: Michael
Zeuske, Francisco de Miranda und die Entdeckung Europas. Eine Biographie, Lit-Ver-
lag, Hamburgo-Münster, 1995 (books.google.de/books); Michael Zeuske, Francisco
de Miranda y la modernidad en América, Fundación Mapfre Tavera; Secretaría de
Cooperación Iberoaméricana, Madrid, 2004 (Viejos documentos, Nuevas lecturas;
Velhos Documentos, Novas Leituras); Michael Zeuske, Von Bolívar zu Chávez. Die
Geschichte Venezuelas, Rotpunktverlag, Zürich, 2008; Michael Zeuske, Simón Bolí-
var. History and Myth, Markus Wiener Publishers, Princeton, 2012. Véanse también
los trabajos de Marcel Dorigny y Marie-Jeanne Rossignol (dirs.), La France et les
Amériques…; Yves Bénot y Marcel Dorigny (dirs.), Rétablissement de l’esclavage dans
les colonies françaises. Aux orgines de Haïti, Maisonneuve & Larose, París, 2003.
98 Manuel Díaz Ugueto, Luis Brion, almirante de la libertad, El Nacional, Caracas,
2009 (Colección Ares). Véase también Win Klooster, “Curaçao as a Transit Center
to the Spanish Main and the French West Indies”, en Gerd Oostindie y Jessica V.

5 136
la revolución francesa en la américa española

los oficiales o viajeros franceses. En sus memorias se puede oír el


eco de las influencias de la Revolución francesa.99

no hubo una revolución francesa,


sino diferentes revoluciones y muchos
revolucionarios franceses

En este texto me he centrado en la historia cultural de los trans-


ferts culturels y en la historia social de las migraciones, sobre todo
en los aspectos socio-raciales y en los conflictos entre las oligar-
quías criollas y otros grupos o clases de la población de la Amé-
rica española.100 La verdad es que gran parte de los problemas de
las sociedades coloniales y esclavistas ya estaban presentes cuando
las migraciones “francesas” (entre ellas, las de los esclavos y ex

Roitman (eds.), Dutch Atlantic Connections, 1680-1800. Linking Empires, Bridging


Borders, Brill, Leiden-Boston, 2014 (Atlantic World. Europe, Africa and the Americas,
1500-1830. Edición de Benjamin Schmidt y Wim Klooster, vol. 29), pp. 25-51.
99 Jeanine Potelet, “Introducción“, en Alberto Filippi (dir.), Bolívar y Europa en las
crónicas, el pensamiento político y la historiografía, 3 vols., Ediciones de la Presidencia,
Caracas, 1986-1996, vol. 1, pp. 209-213, y “Documentos”, en ibídem., pp. 215-287, y
Alberto Filippi, “Legitimidad, instituciones jurídico-políticas y formas de gobierno
en la polémica entre monárquicos y republicanos de Gran Colombia y de Francia
(1828-1831)”, en ibídem., pp. 288-360.
100 Uno de los más importantes intentos de conceptualizar “L’Amerique Latine face
à la Révolution Française” fue el volumen antes mencionado de la revista francesa
Caravelle (1990), introducido por François-Xavier Guerra. Véase François-Xavier
Guerra, “L’Amerique latine face à la Révolution française”, Caravelle. Cahiers du
monde hispanique et luso-brésilien, 54 (1990), pp. 7-20. Véanse también Federico
Brito Figueroa, “Venezuela colonial: las rebeliones de esclavos y la Revolución Fran-
cesa“, en ibídem, pp. 263-289; y Matthias Röhrig Assunção, “L’adhésion populaire
aux projets révolutionnaires dans les sociétés esclavagistes: le cas du Venezuela et
du Brésil (1780-1840)”, en ibídem., pp. 291-213; véase el debate sobre el paradigma
de la Guerra de la “Revolución hispana”, en Medófilo Medina Pineda, “En el Bi-
centenario: consideraciones en torno al paradigma de François-Xavier Guerra sobre
las ‘revoluciones hispánicas’”, originariamente en Anuario colombiano de historia
social y de la cultura, vol. 37, núm. 1, (2010), pp. 149-188 (véase el debate en línea:
“François-Xavier Guerra y las ‘revoluciones hispánicas’. Una controversia reciente”,
coordinado por Luis Alberto Romero (CONICET/UBA), en http://historiapolitica.
com/dossiers/fxguerra/ (7 de septiembre de 2014). Estoy de acuerdo con Medófilo
Medina cuando dice, sobre el concepto de historia cultural representado por F.-X.
Guerra, “impacta la exclusión de lo social-racial, así como de las dimensiones econó-
mica, militar y demográfica”, ibídem, p. 169.

137 5
michael zeuske

esclavos de Saint-Domingue) los hicieron más visibles y audibles.


Siguiendo un orden cronológico, las revoluciones hispanoameri-
canas, como parte de la historia mundial o global y, en relación
con esta última, su visualización y audibilidad (que, en términos
de historia cultural, significa una construcción contemporánea del
imaginario, y en consecuencia retórica), no habrían sido posibles
sin la Revolución francesa en Europa.
Aunque Manfred Kossok escribió relativamente tarde sobre
la esclavitud (y sobre su abolición a través de la revolución), el
dispositivo de las grandes narrativas del colonialismo y la escla-
vitud/explotación en espacios extraeuropeos ya se observa en sus
primeras obras.101 Creo que sus concepciones como historiador,
basadas en un marxismo creativo, revelan dos puntos extremada-
mente importantes relacionados con la Revolución francesa: las
contradicciones del radicalismo jacobino y el problema de una
“revolución inconclusa”.
De cara a futuras investigaciones hemos de modificar los ni-
veles. Lejos de las historias nacionales, debemos utilizar un nivel
más micro para las historias de vida personales de actores con
muchas dimensiones (he mencionado solo la importancia de los
artesanos franceses, relojeros, sastres, cocineros, artistas, cartógra-
fos, científicos, expertos en agricultura colonial y guerras tropi-
cales, doctores/farmacéuticos y prisioneros de todo tipo); y un
nivel más macro, para las auténticas narrativas del Atlántico y los
relatos globales (no una prolongación de las historias nacionales
o imperiales).102
En el Caribe y en la América española, las únicas revolucio-
nes que se produjeron como macro-acontecimientos compactos
101 Manfred Kossok, “‘Mögen die Kolonien verderben!’ 1789 und die koloniale Fra-
ge”, en Manfred Kossok, Ausgewählte Schriften…, vol. 3, pp. 231-246.
102 Clément Thibaud, Gabriel Entin, Alejandro E. Gómez y Federica Morelli (dirs.),
L’Atlantique révolutionnaire…, Laurent Dubois y Julius S. Scott (eds.), Origins of
the Black Atlantic, Routledge Press, Nueva York, 2009; David Armitage y Sanjay
Subrahmanyam (eds.), The Age of Revolutions in Global Context, c. 1760-1840, Pal-
grave Macmillan, Basingstoke, 2009; Fernando Picó, “The Atlantic Revolution and
Its Caribbean Scenarios”, en Fernando Picó, One Frenchman, Four Revolutions…,
pp. 1-15.

5 138
la revolución francesa en la américa española

inmediatamente antes de la Independencia fueron las revolucio-


nes de Saint-Domingue, Haití y Guadalupe. No hubo una única
Revolución francesa en las colonias francesas del Caribe, sino una
revolución específica en cada colonia. La historia de Guadalupe
revela, como han destacado Anne Perotin-Dumon, Laurent Du-
bois y Alejandro E. Gómez,103 un proceso revolucionario casi tan
influyente como la revolución en Haití y que, debido a la restau-
ración del Ancient régime colonial (incluyendo el restablecimien-
to de la esclavitud) en 1802, ha sido categorizada por Alain Yacou
como una “revolución confiscada”.104 Martinica es un caso muy
diferente. Aquí la esclavitud no fue abolida en 1794, debido a
que la isla había sido conquistada por los británicos. Con algunas
notables excepciones, la historia de Guadalupe y Martinica, así
como su conexión con Venezuela, se ha mantenido relativamente
ignorada por los historiadores del Caribe en el periodo anterior
a la Independencia. La historiografía del Caribe en tiempos de la
Revolución francesa sigue estando dominada por los estudios so-
bre Saint-Domingue y vinculada a la cronología de la Revolución
haitiana (1791-1804).
La Revolución francesa (o europea) solo tuvo una importan-
cia muy indirecta en la América española. En primer lugar, jugó
un papel decisivo en el desencadenamiento de las oleadas de re-
fugiados, emigrados franceses y prisioneros, y no solo de oficiales

103 Anne Pérotin-Dumon, “Les Jacobins des Antilles ou l’esprit de la liberté dans
les Iles-du-Vent”, Revue d´histoire moderne et contemporaine 35:2 (1988), pp. 275-304;
Michel L. Martin y Alain Yacou (dirs.), De la Révolution française aux revolutions
creoles et nègres, Editions Caribéennes, 1989; Laurent Dubois, Les esclaves de la Répu-
blique: l’histoire oubliée de la première émancipation, 1789-1794, París, Calmann-Lévy,
1998; Laurent Dubois, A Colony of Citizens…; Alejandro E. Gómez, Fidelidad bajo el
viento…; Laurent Dubois y John Garrigus (eds.), Slave Revolution in the Caribbean,
1789-1804: A History in Documents, Bedford Press, Nueva York, 2006. También,
de manera más indirecta, por ejemplo en los usos locales y regionales del francés,
inspiró conceptos políticos como el de ciudadano. Véase Edgardo Pérez Morales,
“Ciudadanos itinerantes y redes de revolución en Colombia y el Gran Caribe, 1812-
1823”, en Jorge Giraldo Ramírez (ed.), Cádiz y los procesos políticos Iberoamericanos,
Universidad EAFIT, Medellín, 2013, pp. 159-177.
104 Alain Yacou, “Una revolución confiscada: la isla de Guadalupe de 1789 a 1803“,
en José Antonio Piqueras Arenas (ed.), Las Antillas en la era de las luces y la revolución,
Siglo XXI, Madrid, 2005, pp. 43-66.

139 5
michael zeuske

franceses leales, que huían a los territorios españoles y buscaban


un lugar para quedarse (especialmente después de la derrota final
de las tropas francesas en Saint-Domingue en 1803).105
En segundo lugar, “Francia”, e incluso la “revolución”, estuvo
muy presente (sobre todo en muchos soldados radicales y oficia-
les) durante la época napoleónica, que culminó en la ocupación
de España y en la usurpación del trono en Madrid (1808). Pre-
cisamente este acontecimiento desencadenó la “revolución”106 de
las élites criollas, que empezó como una rebelión conservadora
contra las élites metropolitanas (con el compromiso de legalizar a
los pardos ricos como ciudadanos) por una mayor autonomía,107
adoptando la forma de guerras locales entre las élites locales (Ca-
racas-Coro), o la de un movimiento preventivo contra los grupos
más democráticos y radicales (pardos, personas libres de color,
plebeyos urbanos, marinos, artesanos, esclavos, llaneros, blancos
pobres de las islas Canarias), donde la Revolución haitiana tuvo
una gran influencia, y muy especialmente sobre las poblaciones
pardas del Gran Caribe.108 Este es uno de los últimos aspectos

105 “Contrariamente a una opinión muy generalizada en el pasado sobre la influencia


directa de la Revolución francesa en la independencia americana, creo que estuvo
mucho más centrada en Saint-Domingue en los primeros días, y muy limitada al
mundo hispano. Pienso que afecta a la fase constitucional (1789-1791), la Declara-
ción de Derechos y la difusión a través de la política y los principios constitucionales
basados en Rousseau, que ya eran muy conocidos en América, circulando entre las
élites ilustradas. Sin embargo, creo que el peso era mucho más alto por el modelo
contractual de la Revolución Inglesa y Americana (Estados Unidos). Los promo-
tores de la libertad y la organización de un gobierno representativo que lleve a la
independencia tuvieron muy en cuenta los principios de Locke, representante inglés
de la práctica y la moderación, así como los textos americanos (Estados Unidos)”,
José Antonio Piqueras, comunicación personal (agosto de 2014). Véase su libro José
Antonio Piqueras Arenas, Bicentenarios de libertad. La fragua de la política en España
y las Américas, Ediciones Península, Barcelona, 2010.
106 Juan Garrido Rovira, La Revolución de 1810. Bicentenario del 19 de Abril de 1810,
Universidad Monteávila, Caracas, 2009.
107 Alejandro E. Gómez, “Las revoluciones blanqueadoras: elites mulatas haitianas
y ‘pardos beneméritos’ venezolanos, y su aspiración a la igualdad, 1789-1812”, Nuevo
Mundo Mundos Nuevos, Coloquios, 2005, [en línea], (puesto en línea el 19 de marzo
de 2005: www.nuevomundo.revues.org/index868.html [23 de septiembre de 2009]).
108 Javier Laviña, “La participación de pardos y negros en el proceso de 1808 en
Venezuela”, pp. 165-181; Marixa Lasso, “Los grupos afro-descendientes y la indepen-
dencia: ¿un nuevo paradigma historiográfico?”, pp. 359-378.

5 140
la revolución francesa en la américa española

del trabajo de Manfred Kossok que me gustaría mencionar: fue


uno de los primeros en discutir el “jacobinismo extra muros” en
América Latina (por ejemplo, en el caso de Bolívar).109
En tercer lugar, hay que reconocer que la Revolución ame-
ricana (1776-1783), como revolución anticolonial, parecía estar
mucho más próxima que la Revolución francesa de Europa, a
pesar de que había tenido lugar una generación antes y no había
dado lugar a grandes cambios en el orden social ni había aboli-
do la esclavitud.110 Pero había tenido lugar en su mundo, en su
hemisferio. Y ahí, a principios del siglo xix, no había una Amé-
rica más grande y más importante que la América española. Esto
explicaría por qué Francisco de Arango y Parreño utilizó el con-
cepto “Nuestra América” para distinguirlo de lo que consideró,
en 1811, dos de los mayores peligros para las élites “españolas” (en
este contexto, las élites criollas se referían a sí mismos como espa-
ñoles): los “terribles riesgos de la vecindad del negro Rey Enrique
Cristóbal [Henry Christoph] y de los Estados Unidos”.111

109 Manfred Kossok, “Das Salz der Revolution - Jakobinismus in Lateinamerika.


Versuch einer Positionsbestimmung“, en Kurt Holzapfel y Matthias Middell (eds.),
Die Französische Revolution 1789 - Geschichte und Wirkung, Akademie Verlag, Berlín,
1989, pp. 231-262.
110 Los cambios fueron mucho más informales y desde la perspectiva de la longue du-
rée. Véase Manuel Covo, “Baltimore and the French Atlantic: empires, commerce,
and identity in a revolutionary age, 1783-1798”, en David Pretel y Adrian Leonard
(eds.), The Caribbean and the Atlantic World Economy: Circuits of Trade, Money and
Knowledge, 1650-1914, Palgrave-Macmillan, Basingstoke-Nueva York, 2015 (Cam-
bridge Imperial and Post-Colonial Studies Series), pp. 61-75.
111 “Representación de la Ciudad de la Habana a las Cortes, el 20 de julio de 1811,
con motivo de las proposiciones hechas por D. José Miguel Guridi Alcocer y D.
Agustín de Argüelles, sobre el tráfico y esclavitud de los negros; extendida por el
Alférez Mayor de la Ciudad, D. Francisco de Arango, por encargo del Ayuntamien-
to, Consulado y Sociedad Patriótica de la Habana”, en Francisco Arango y Parreño,
Obras…, II, pp. 145-189.

141 5
la revolución haitiana, una mirada historiográfica

Javier Laviña
Universitat de Barcelona

los primeros trabajos

Saint-Domingue fue la colonia que más riqueza aportaba a la Fran-


cia del xviii y despertó el interés de viajeros que no sólo describían
lo que veían o interpretaban sino que en algunos casos escribían
sobre el pasado y las costumbres de los habitantes de la isla como
el caso de Moreau de Saint-Mery1, que escribe la historia de la Isla,
y que estuvo en contacto con otro de los grandes historiadores del
Caribe, Alexander von Humboldt que escribió sobre la compara-
ción de la esclavitud en Saint-Domingue durante la revolución2.
Estos primeros viajeros historiadores quedaron enormemente im-
pactados por la Revolución haitiana. Esta fue uno de los aconteci-
mientos más convulsos que se han producido en el Nuevo Mundo,
desde la llegada de los europeos y también uno de los más tratados
por los historiadores.
Una de las primeras historias de la Revolución haitiana es un
opúsculo aparecido en 1806 publicado en México3 a los dos años
1 Moreau de Sait-Mèry, Description topographique, physique, civil, politique et historique
de la partie française de l’isle de Saint-Domingue. Et s’y trouve Chez l´auteur, au coin de
Front & de Callow-Hill ftreets. A Paris, chez DUPONT, Libraire , rue de la Loi. Btà
Hambourg, chez les principaux Libraires. Philadelphie. 1797.
2 Para ver la comparación de las esclavitudes en el Caribe: Michael Zeuske, “Com-
parando el Caribe: Alexander von Humboldt, Saint-Domingue y los comienzos de la
comparación de la esclavitud en las Américas”, Estudos Afro-Asiáticos, 26:2, (2004),
pp. 381-416.
3 Vida de J. J. Dessalines, Gefe de los negros de Santo Domingo; con notas muy circunstan-
ciadas de sobre el origen, características y atrocidades de los principales gefes de aquellos re-
beldes desde el principio de la insurrección en 1791. Traducida del francés por D.M.G.C.
año de 1805. Reimprimese por don Juan López Cancelada. Editor de la Gazeta de esta
N.E. México en la oficina de D. Mariano de Zúñiga y Ontiveros, año de 1806. (He-
mos consultado la edición facsimilar publicada en México en Ediciones Porrúa, 1983).

143 5
javier laviña

de haberse declarado independiente Haití. El interés de este cree-


mos primer trabajo sobre la Revolución haitiana está en que según
el autor se consultaron documentos de algunos testigos de la re-
volución de los esclavos. La obra, pese a las muchas carencias que
presenta, es la visión de los propietarios que narran la barbarie de
los exesclavos, pero oculta que muchos de los líderes de la inde-
pendencia participaron como tropas auxiliares españolas durante
la guerra de la Convención. Esta versión apocalíptica de la revo-
lución, en la que aparecen descripciones detalladas de las torturas
que los negros practicaban a los prisioneros franceses y las trai-
ciones de que fueron objeto los franceses por parte de Toussaint
Louverture fue el primer trabajo. Este panfleto de los propietarios
de ingenios, fue uno de los puntos de anclaje de prevenciones a los
negros, y por extensión a los sectores populares que se fueron ex-
tendiendo a lo largo del continente americano en unos momentos
de cierta inquietud en muchos de los territorios coloniales4.
Años más tarde, con la reinstauración de los Borbones en el
trono de Francia, se publicó en París en 1822 un nuevo manifiesto
en defensa de los intereses de los plantadores franceses expulsados
de la Isla, en el que se reclamaba la intervención de Francia, en él
se recogía una crítica a la política napoleónica que cedió ante los
mulatos, en su escrito pretendían la vuelta al régimen de escla-
vitud y pedían una nueva intervención para poder recuperar sus
bienes5. El libro se publicó en 1822, 18 años después que se procla-
mara la independencia de Haití y que los antiguos amos seguían
reclamando sus bienes en Haití. Este llamamiento a la nación para
que defendieran sus derechos tiene un argumentario importante,
la propuesta de los antiguos propietarios, no para recuperar la co-
lonia, pero sí para hacer una crítica a la revolución y a la política
napoleónica, era proponer una alianza entre Francia y los negros

4 Un ejemplo de este miedo a los sectores populares en Manuel Chust y Claudia Rosas
(eds), El Perú en Revolución. Independencia y guerra: un proceso, 1780-1826, Universidad
Jaume I- El Colegio de Michoacan, Pontificia Universidad Católica, Castellón de la
Plana, 2017.
5 Cri des colons, propiétares a Sain-Domingue, expropiés et réfugiés en France ou Appel a
la Nation. Chez Goujon, Paris, 1822.

5 144
la revolución haitiana, una mirada historiográfica

de lo que para ellos era Saint Domingue, ya que los negros acepta-
rían una devolución de los bienes de los franceses para mejorar la
situación del reino de Haití. De hecho la práctica tanto de Henry
Cristophe e incluso de Jean Jaques Dessalines era mantener a Haití
como un estado exportador y productor de azúcar frente a la repú-
blica mulata que desarrollaba una producción para los mercados
locales controlados por los mulatos. En esta línea veían posible
adaptarse mejor al reino de Haití que a la república de Haití.
Por otro lado era bastante lógico que los grandes propietarios
que ya habían tomado partido por los Borbones en el momento
del estallido de la Revolución recibieran con alegría la restauración
borbónica.
Un segundo trabajo no exactamente en la misma línea, pero sí
que intenta destacar el papel francés en la isla6 es el dedicado a la
expedición de Leclerc. Este trabajo recoge también las memorias
de Isaac Louverture, hijo de Toussaint, que opina sobre la expedi-
ción y escribe una pequeña biografía de su padre. El trabajo desta-
ca la epidemia de fiebre amarilla que diezmó al Ejército francés y
que hizo fracasar la expedición, y hace referencias a la oposición de
los ejércitos negros a la política napoleónica.
Desde esos primeros años la historiografía, excepto algunos au-
tores posteriores, ya de la época de la República trató el tema de la
Revolución haitiana como un asunto interno. La historia de Haití
y de la Revolución haitiana fue temática de la historia nacional,
eso sí con dos versiones, la negra en la que aparecía el valor de los
ex esclavizados como protagonistas de la independencia y la de
los mulatos, que cantaban los avances de la república frente a la
barbarie que representaban los negros. Esta doble visión recogía
perfectamente la división que se dio en la antigua colonia desde el
inicio del proceso revolucionario.
La revolución y el reconocimiento por parte de Francia de la
independencia de Haití se dio a partir de las ordenanzas de Carlos X

6 Antoine Métral, Histoire de l’expédition des Français à Sain-Domingue. Antoine-


Agustin Renouard, Libraire Paris 1825. Hemos consultado la edición de Karthala con
introducción de Jacques Adelaïde Mermelade, Paris, 1995.

145 5
javier laviña

del 17 de abril de 1825 donde recogía las aspiraciones de los plan-


tadores franceses, que si bien no recuperaron sus propiedades se
vieron compensados por sus pérdidas.
Desde el momento del reconocimiento internacional de la
joven república Haití quedó fuera de la historia, casi podríamos
afirmar que la independencia de Haití hizo que desapareciera del
mapa del mundo. No se dieron trabajos en los que Haití apare-
ciera como uno de los países en los que el neo colonialismo se
fijara, en parte por la enorme dependencia de la antigua Perla
del Caribe con su ex metrópoli. La deuda externa de Haití con
Francia, la cual tuvo que amortizar por las pérdidas sufridas con
la independencia, y los intereses galos en su antigua colonia, deja-
ron a Haití fuera de las visiones que se daban en la historiografía
sobre las repúblicas americanas.
Esta realidad de la ausencia de Haití en la historiografía y
el contexto geopolítico mundial se mantuvo hasta la invasión y
ocupación del territorio por parte de Estados Unidos que estuvo
vinculada a la debilidad de Francia tras la Primera Guerra Mun-
dial y a los afanes imperialistas de la incipiente política expansiva
de Estados Unidos sobre el continente sur y centroamericano.
Estados Unidos, que tenía una cierta dependencia de los mer-
cados ingleses para sus materias primas, inició un despegue indus-
trial de dimensiones considerables. Su crecimiento económico,
motivado, en parte, por la guerra mundial de 1914 a 1918, hizo
que se convirtiera en un país exportador de productos manufac-
turados para la destruida Europa. Los capitales que habían ido
de Europa hacia América y que favorecieron la industrialización
dejaron de llegar, pero las bases del desarrollo industrial nortea-
mericano eran más que notables. Las industrias norteamericanas
alcanzaron unos niveles de modernización importantísimos, y
buscaron espacios para asegurarse mercados y dependencias, de
la misma manera que lo habían hecho las potencias europeas en
África y Asia. Estados Unidos miró hacia el sur y descubrió unas
realidades económicas productoras de materias primas de las que
se estaba beneficiando Europa.

5 146
la revolución haitiana, una mirada historiográfica

Desplegaron una política exterior agresiva hacia las repúblicas


independientes del sur continental. El primer ataque se dio sobre
el vecino México al que arrebataron casi la mitad de su territo-
rio, tras afianzar su frontera sur, desplegaron a los marines por
los debilitados países centroamericanos. Ya habían conseguido la
independencia de Panamá y la construcción del Canal Interoceá-
nico que partió al país en dos, se beneficiaron de la interconexión
Atlántico-Pacífico y controlaron la producción de frutas en los
países centroamericanos con la potente United Fruit Company.
En ese afán expansionista redefinieron la región del Caribe. Las
islas en las que ya tenían una gran influencia, especialmente
en Cuba a la que habían ayudado a lograr la independencia, y
Puerto Rico que se anexionaron sine die, formaban parte de la
región caribeña insular, pero con la incorporación de Centroa-
mérica a su política expansionista, redefinieron el Caribe como
región. Para terminar esa re-conceptualización regional caribeña
invadieron Haití y la República Dominicana. Haití pasó a estar
bajo la mirada y la tutela norteamericana. La dependencia llegó
al extremo de que el Banco Nacional de Haití fue comprado por
la Manhattan Chase Bank, que pasó a controlar la economía de
Haití. Con esta intervención Haití se reincorporó a la historia de
la mano de su potencia colonialista.
Los trabajos sobre la “Revolución haitiana”, o “independencia de
Haití” quedaron reducidos a estudios llevados a cabo por historia-
dores o juristas haitianos y publicados en Haití y destacaron varios
aspectos importantes, como la lucha de los esclavos por la libertad, la
personalidad de los dirigentes de la revolución con una idea funda-
mental, la libertad a la que ellos llevarían a los esclavos. Estos trabajos
se dieron durante la ocupación norteamericana (1915-1934).

la historiografía del siglo xx

Frente a esta política expansionista y neocolonialista Haití y su


revolución cobró protagonismo a partir del trabajo de Charles

147 5
javier laviña

L.R. James The black Jacobin publicado por primera vez en 1938.7
En este trabajo los revolucionarios de color fueron concebidos
como sujetos históricos. La obra tenía una clara intencionalidad
política que no era otra que iniciar desde la historia un camino
que permitiese la liberación de los pueblos colonizados. Es una
obra que sigue siendo un referente obligado para quienes pre-
tendan adentrarse en la historia de la revolución haitiana pero
cargado de un pensamiento anti imperialista y anti colonialista.
Esta obra aportó una visión a los estudios de la esclavitud, le
incorporó un cierto giro atlántico y desplazó el foco del desarrollo
de la economía europea hacia el fenómeno esclavista, que siguió
Williams en su obra Capitalismo y esclavitud, publicada en 1944.
Frente a una visión paternalista de la esclavitud en la que los
propietarios concedieron la libertad a los esclavos James plantea
que la esclavitud fue abolida por la lucha de los esclavos en ar-
mas en el momento de la Revolución haitiana. La lucha armada
consiguió romper, en la antigua colonia de Saint-Domingue, las
relaciones amo-esclavo.
Pese al avance que supuso en la adormecida historia de Haití,
la revolución y el mundo atlántico y caribeño, la obra de James
tuvo que esperar unos cuantos años para que la Revolución hai-
tiana volviese a recuperar protagonismo y despertara el interés de
los historiadores. La historiografía europea se ha preocupado de
estudiar las revoluciones burguesas surgidas a partir del Siglo de
las Luces, llegando a incluir como proto-revolución burguesa la
acaecida en Inglaterra entre 1642 y 1689, y considerada como “gue-
rra civil” por la historiografía inglesa. Sin embargo, la Revolución
haitiana ha quedado olvidada y reducida al espacio universitario
de Haití cuyas publicaciones son casi imposibles de encontrar en
las bibliotecas universitarias europeas o norteamericanas.
La escasa presencia de estudios sobre la Revolución haitiana
está en relación directa con el poco peso e interés geopolítico del

7 Hemos trabajado con la versión castellana Cyril L. R. James, Los jacobinos negros,
Ed. Turner-F.C.E., Madrid, 2003.

5 148
la revolución haitiana, una mirada historiográfica

país en el concierto mundial, y con el hecho de que la revolución


e independencia estuviesen protagonizadas por los esclavos. En el
concierto de las revoluciones americanas Haití quedó marginado
de los estudios sobre las revoluciones, parece que el hecho de la
liberación de los esclavos no fuese un tema para tratar al mismo
nivel que las revoluciones llevadas a cabo por las oligarquías de
los países latinoamericanos. Sin embargo desde Haití se plantea-
ron la necesidad de estudiar, no sólo la revolución, sino también
el periodo colonial8.
Alguna bibliografía francesa entiende la Revolución haitiana
como el fenómeno revolucionario en las colonias. Los primeros
trabajos, tras el de James que vieron algo en común con el mundo
atlántico fueron el de Blackburn9 que estudia la revolución desde
el materialismo histórico inglés y el de Bénot10 estos dos autores
incluyeron sus trabajos dentro de la corriente que estudia las re-
voluciones americanas como el logro de la burguesía y la haitiana
como una más de las revoluciones que acabaron con el Antiguo
Régimen.
Desde la historiografía francesa la Revolución haitiana ha es-
tado, en parte interpretada como un derivado de la Revolución
francesa si bien la cuestión colonial se reinterpreta e incluyen a las
Antillas dentro del proceso revolucionario francés y con versiones
diferenciadas en corrientes. Una marcaba los territorios colonia-
les como mundos ajenos y casi cerrados a las influencias de la me-
trópoli y que reflejaron en sus territorios los ecos de la revolución
metropolitana, mientras que otra, entre los que destacan Jean de
Cauna y Lucien René Ábenon11, empiezan a considerar la revolu-

8 Un trabajo sobre la bibliografía de Haití «L’historiographie haïtienne après 1946


sur la révolution de Saint-Domingue», Annales historiques de la Révolution française,
n°293-294, (1993). Révolutions aux colonies. pp. 545-553; http://www.persee.fr/doc/
ahrf_0003- 4436, 1993, n.º 293, 1, 3395.
9 Robin Blackburn, The Overtrow of colonial Slavery, 1776-1848, Verso, Londres-New
York, 1988.
10 Yves Benot, La Révolution français et le fin des colonies, Ed. La Décuvert, Paris,
1988.
11 Lucien René Abénon y Jacques de Cauna, La révolution aux Caraïbes, Ed. F.
Nathan, Paris, 1989.

149 5
javier laviña

ción en un espacio caribeño, más amplio que el francés, y como


un mundo conectado entre sí, de manera que ampliaron el marco
revolucionario al Caribe, pero sólo al Caribe francófono. En esta
misma línea están los trabajos de Gabriel Debien12, en especial el
que recoge ya la idea de espacio antillano como elemento clave
para la explicación de la historia. Así mismo, Cauna retoma la
misma metodología en su trabajo Au temps des isles á sucre. Pese
a que hace referencia a una plantación en Saint Domingue del
siglo xviii el libro se amplía a la esclavitud en el Caribe francés13.
Jacques Adelaïde-Mermelade14 inscribe los sucesos revolucio-
narios dentro del proceso francés, pero con particularidades pro-
pias de las colonias. Por otra parte G. Delgrés en su trabajo La
Guadalupe en 1802, plantea que la Revolución francesa no pudo
desarrollarse del mismo modo en el Caribe ya que la composición
social no estaba establecida en estados, nobles-clero, tercer estado
sino en amos-esclavos y libres esclavos por lo que el componen-
te de color introducía una variable importante. Esta variable la
aplican a todas las colonias francesas del Caribe. En 2002 Lucien
Abénon, Danielle Bégot y Jean Pierre Sainton ofrecieron una
compilación de trabajos en homenaje a Adelaïde-Mermelade,
con un título sugerente y que muestra en parte la realidad de la
historiografía haitiana y caribeña, Construire l’histoire antillaise15.
En esta obra se recogen propuestas metodológicas para la recons-
trucción y estudio de la historia caribeña, dentro de esta línea de
trabajos con una visión más amplia que la meramente local.

12 Gabriel Debien, Les esclaves aux Antilles Françaises aux xviie et xviiie siècle, Societè
d’Histoire de Guadalupe, Basse Terre, 1974.
13 Jacques de Cauna, Au temps des isles á sucre, Karthala, Paris, 1987.
14 Jacques Adelaïde-Mermelade publicó más de una treintena de trabajos relativos al
Caribe y marcó una línea de trabajo sobre la historia antillana.
15 Lucien Abénon, Danielle Bégot, Jean Pierre Sainton, Construire l’histoire antillaise,
Ed. Comité des travaux historiques et scientifiques, Paris, 2002.

5 150
la revolución haitiana, una mirada historiográfica

las revoluciones en clave de historia atlántica e interpre-


taciones desde el materialismo histórico

Desde los años 60 del siglo xx se da una nueva interpretación


a los fenómenos revolucionarios que se dieron tanto en Europa
como en el continente americano, se trata de una visión Atlánti-
ca, en el que el espacio atlántico juega un papel destacado. No se
ven las revoluciones burguesas, o llamadas burguesas como fenó-
menos “nacionales” aislados, sino que se inicia una nueva mirada
sobre el tema desde distintas metodologías, pero confluyentes, en
un punto, el Atlántico.
Tanto Godechot16 como Palmer17 citan de soslayo el caso de
las revoluciones en el sur del continente ya que el modelo pro-
puesto para la clasificación es el norteamericano y francés. Y en
ambos casos la Revolución haitiana queda sumida en el olvido.
La propuesta de Godechot y Palmer fue tomada con pinzas por
los historiadores europeos que vieron en esta nueva propuesta
una visión presentista de defensa de la NATO (OTAN), Estados
Unidos y Europa Occidental gozaban de un pasado democrático
común con las revoluciones liberales. En esta interpretación Hai-
tí no tenía ninguna cabida. De hecho las revoluciones ibéricas
apenas han sido recogidas por los historiadores anglosajones y
franceses. El mundo ibérico queda constreñido a la historiografía
española y latinoamericana, cada vez más abundante y crítica con
las antiguas visiones nacionales, y en las que enmarcan las re-
voluciones de independencia latinoamericanas en un modelo de
historia global18 y de revuelta social, en este sentido vale la pena

16 Jacques Godechot, Las Revoluciones, Labor, Barcelona, 1974. Véase del mismo
autor, La grande nation. L’expansion révolutionnaire de la France dans le monde de 1789
a 1799, Editions Aubier, Montaigne, 1984.
17 Robert R. Palmer, The Age of the Democratic Revolution, Princeton University
Press, Princeton, 2014. En esta edición se publican los dos volúmenes de la obra que
vieron la luz por primera vez en 1959 y 1964 el segundo volumen. Hay una traduc-
ción al castellano, que es la que hemos utilizado para este trabajo Jacques Godechot,
Europa y América en la época napoleónica (1800-1815), Labor, Barcelona, 1969.
18 Rogelio Altez y Manuel Chust (eds), Las revoluciones en el largo siglo Latinoameri-
cano, Iberoamericana Vervuert, Madrid, 2015.

151 5
javier laviña

ver el trabajo de Chust y Frasquet, Tiempos de revolución. Com-


prender las independencias iberoamericanas19.Este es un trabajo de
reflexión e interpretación de las independencias de América en la
línea de Manfred Kossok de historia social comparada.
Manfred Kossok fue uno de los pioneros en estudiar las re-
voluciones de América Latina en una perspectiva comparada de
las revoluciones. El historiador alemán no aplicó un esquema
explicativo sino estudió las revoluciones en cada espacio y extra-
jo los elementos comunes que tuvieron con otros movimientos
revolucionarios. Así llegó a la inserción del mundo ibérico en el
contexto de las revoluciones Atlánticas, destacando los aspectos
sociales20. Los estudios comparados de las revoluciones se estaban
llevando a cabo en la Universidad de Leipzig al menos desde 1969
bajo la dirección de Markov y Kossok que marcan de forma clara
la participación de las masas populares en los procesos revolucio-
narios y llegan a adquirir un papel más relevante que el que se las
había asignado. Las masas populares para Kossok son un elemen-
to básico para la consolidación de las revoluciones.
Siguiendo la línea marcada por Kossok es interesante seguir
la interpretación de la independencia que hace Sergio Guerra Vi-
laboy21, “La independencia latinoamericana comenzó como una
revolución social radical con los violentos acontecimientos que
estremecieron a la colonia francesa de Saint Domingue. La Re-
volución haitiana, iniciada con los levantamientos armados de
19 En este sentido caben destacar los trabajos de Manuel Chust e Ivana Frasquet,
Tiempos de revolución. Comprender las independencias iberoamericanas, Taurus-Fun-
dación Mapfre, Madrid, 2013.
20 Véase Manfred Kossok, Albert Soboul, Gerhard Brendler, Jürgen Kübler, Max
Zeuske, Wolfgant Küttler, Las revoluciones burguesas. Problemas teóricos, Crítica, Bar-
celona, 1983. Manfred Kossok, Ausgewählte Schrifte. Zwischen Reform un Revolution:
Übergänge vor der Universal zur Global Geshichte, en Matthias Middell y Katharina
Middell (eds), vol. 3. pp 231-246, Leipzig, 2000. Para entender la metodología utili-
zada por Kossok ver Lluis Roura y Manuel Chust (eds), La Ilusión heroica. Colonia-
lismo, revolución e independencia en la obra de Manfred Kossok, Universitat Jaume I,
Castellón de la Plana, 2010. Manuel Chust, (ed), De revoluciones, Guerra fría y muros
historiográficos. Acerca de la obra de Manfred Kossok, Prensas de la Universidad de
Zaragoza, Zaragoza, 2017.
21 Sergio Guerra Vilaboy, Jugar con fuego. Guerra social y utopía en la independencia
de América Latina, Casa de las Américas, La Habana, 2010.

5 152
la revolución haitiana, una mirada historiográfica

los mulatos en 1790 y la masiva sublevación de esclavos al año


siguiente, culminó con la creación, el 1 de enero de 1804, del
primer Estado independiente de América Latina. La república
negra, sin paralelo en el mundo, se irguió tras la derrota sucesi-
va de las principales potencias de la época: España, Inglaterra y
Francia. Desde entonces, el imaginario de la Revolución haitiana
soliviantó las dotaciones, aceleró la intranquilidad en las planta-
ciones y actuó como catalizador del proceso revolucionario en
muchas partes de Hispanoamérica. En este sentido, Haití ejerció
una extraordinaria influencia sobre los acontecimientos de las co-
lonias españolas, en particular las del Caribe, aunque se trató de
una influencia contradictoria. Por un lado, fue promotora de la
revolución y la independencia entre los estratos más bajos de la
sociedad y, por el otro, su retranca, pues atemorizó a los grandes
plantadores y esclavistas, alejándolos del proyecto independentis-
ta. Ese efecto doble se puso de relieve en las dos primeras repú-
blicas de Venezuela (1811-1814), donde fue la esperanza redentora
que alteró la tranquilidad de los barracones de esclavos y el fan-
tasma que paralizó las ansias emancipadoras de los mantuanos. El
miedo a la revolución social, protagonizada por esclavos negros
o la peonada indígena, castró también en otras colonias las po-
tencialidades de liberación y propició la incondicional fidelidad
a la Corona por parte de la élite criolla, como pudo comprobar-
se en la Capitanía General de Guatemala y en el Virreinato de
Nueva España, desde que estalló la insurrección popular de Mi-
guel Hidalgo. Esto fue también lo que sucedió en Perú y Cuba,
donde todavía estaban frescas las conmociones provocadas por la
rebelión de Túpac Amaru (1780) y la Revolución haitiana (1790-
1804), respectivamente”22. Guerra Vilaboy retoma la idea que ya
marcó Miquel Izard en su trabajo El miedo a la revolución. La lu-
cha por la libertad en Venezuela (1777-1830), dentro de la corriente

22Sergio Guerra Vilaboy, “El dilema de la independencia Latinoamericana”, Nuestro


Sur. Año 2 / n.º 3 / (2011) / pp. 43-60.

153 5
javier laviña

del materialismo histórico, en que destaca los fenómenos econó-


micos y los enfrentamientos entre clases23.
Unos trabajos en los que se destaca el papel de las masas es-
clavizadas en la revolución e independencia de Haití son los de
Clarence J. Munford y Michael Zeuske24 en este trabajo se analiza
la participación en el proceso revolucionario de los distintos sec-
tores de población que había en la colonia y el papel de cada uno
de ellos en la Revolución. Otro trabajo que va en la misma línea
interpretativa de Mundorf y Zeuske es el de Laurent Dubois25. En
la década de los 60, Aimé Cessaire escribió un excelente trabajo
sobre el padre de la revolución haitiana en el que no sólo hacía
referencia al hecho revolucionario e independentista sino que
trascendía su visión a la realidad de la descolonización de algunos
países francófonos de África, la descolonización estaba presente
en el trabajo de Cessaire como un hito más hacia la libertad26.
Por lo que respecta a obras generales de América Latina, casi
ninguna recoge entre sus apartados la Revolución haitiana, con
la excepción de la publicada por la Universidad de Cambridge,
en la que a partir de trabajos sobre algunos de los aspectos de las
sociedades coloniales de América Latina y el Caribe se analizan
las independencias, incluyendo la historia de la independencia
de Haití27.
Como trabajo general hay que destacar uno relativamente re-
ciente de aparición en español, se trata del trabajo coordinado
por Ana Crespo Solana y Mª Dolores González Ripoll: Historia

23 Miquel Izard, El miedo a la revolución. La lucha por la libertad en Venezuela (1777-


1830), Tecnos, Madrid, 1979. Ver especialmente el capítulo 6, pp. 123-133.
24 Clarence J. Munford, Michael Zeuske, “Black Slavery, Class Struggle, Fear and
Revolution in St. Domingue and Cuba, 1785-1795” The Journal of Negro History, Vol.
LXXIII, 1-4, (1988), pp. 12-32.
25 Laurent Dubois, Les vengueurs du Nouveau Monde. Histoire de la Révolution Haï-
tienne, Les Perséides, Paris, 2005. La primera edición de este trabajo apareció como
Avengers of the New World, Ed. Harvard University Pres, Cambridge, Massachussets,
Londres. 2004.
26 Aimé Cesaire, Toussaint Louverture. La Revolution Francaise et le Probleme Colo-
nial, Lrpt, Paris, 1981. La primera versión del trabajo se editó en 1961.
27 Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina, vol. V, Crítica, Barcelona, 1991.

5 154
la revolución haitiana, una mirada historiográfica

de las Antillas no hispanas28. Este volumen se encuadra en la co-


lección de historia de las Antillas dirigida por Consuelo Naranjo
Orovio29 que se compone de 5 volúmenes y cuyo volumen 3 es el
citado. En el trabajo la Revolución se enmarca en cada uno de
los apartados, Sociedad, economía y vida política. Pese a que se
estudian las Antillas francesas y que en todas ellas la revolución se
plasmó de diferentes formas, es cierto que el decreto de abolición
de la esclavitud de la Convención de París se aplicó en todas las
islas y territorios continentales bajo la hégira del colonialismo
francés.

la revolución atlántica

La interpretación de las revoluciones de América Latina y el Ca-


ribe como revoluciones atlánticas volvió a tomar cuerpo en los
años 90, entre los historiadores anglosajones, y en esta ocasión,
las tradiciones historiográficas europeas más avanzadas ya habían
entrado en la misma dinámica.
Las revoluciones americanas y europeas que se dieron entre
1770 y 1830 no sólo eran atlánticas sino que formaban parte de
un proceso. De esta forma se incluyó el concepto proceso que
ampliaba las miras de los sucesos atlánticos. La obra de Kossok se
había divulgado en Europa y se ampliaba y matizaba, de manera
que se admitía el Atlántico como medio en el que se desarrollaron
procesos análogos durante ese periodo de tiempo. Se incorpora-
ron conceptos no solo del materialismo histórico, sino también
de la escuela de Annales, así espacio, tiempo de más larga dura-
ción o coyuntura fueron agregándose a las interpretaciones de los
fenómenos revolucionarios.

28 Ana Crespo Solana y Mª Dolores Gónzalez Ripoll, Historia de las Antillas no


hispanas, Doce Calles, CSIC, Madrid, 2011.
29 Consuelo Naranjo Orovio, Historia de las Antillas. 5 vols, Doce Calles, CSIC,
Madrid, 2009.

155 5
javier laviña

La revolución entendida como fenómeno atlántico sirvió para


dar un nuevo corpus interpretativo de uno de los procesos más
interesantes que se han dado en la historia ya que su final fue no
sólo la aparición del segundo país del Nuevo Mundo sino que fue
el único lugar en el que la guerra revolucionaria conllevó la aboli-
ción de la esclavitud. Este fenómeno peculiar en el conjunto de las
revoluciones atlánticas ha ampliado el concepto de “revoluciones
burguesas” como fueron clasificadas por Godechot en su trabajo
citado anteriormente para destacar como sujeto de la historia a los
esclavos, que ni tan sólo habían formado parte de la “Historia” de
la colonización más que como mano de obra, y donde se destacaba
la importancia de los productores y comerciantes de coloniales.
Dos momentos hicieron renacer los estudios sobre la Revolu-
ción haitiana, el bicentenario del inicio de la sublevación de los
esclavizados por los franceses en 1791, y el bicentenario de la inde-
pendencia de Haití 1804. Sin embargo no parece que estos acon-
tecimientos ofrecieran demasiado interés para los historiadores30.
Los historiadores de la corriente atlántica empezaron su anda-
dura en los años 80 y cabe destacar a David P. Geggus, en mi opi-
nión el historiador que mejor y con más profusión ha trabajado el
fenómeno haitiano y cuyos primeros trabajos están publicados en
198231. En este trabajo inicial Geggus inscribe la Revolución hai-
tiana en el contexto atlántico de las guerras contra la revolución,
en la que participan, casi todos los países atlánticos europeos y
donde la presencia de las colonias españolas de América es visible.
En 2001 Geggus enfrentó algunas de las interpretaciones que
había en Estados Unidos sobre la Revolución haitiana y publi-
có el trabajo32. En su primera parte cabe destacar las distintas

30 Vale la pena comparar el número de trabajos que se dieron en el bicentenario de la


Revolución francesa o en el bicentenario de las independencias de los países latinoa-
mericanos. En el caso haitiano, muchos de los trabajos quedaron reducidos al ámbi-
to haitiano y son de casi imposible consulta por la falta de difusión de los mismos.
31 David P. Geggus, Slavery, War and Revolution: the British Occupation of Saint-
Domingue, Oxford New York, Clarendon, 1982.
32 David P. Geggus, The impact of the Haitian Revolution in the Atlantic World, Uni-
versity of South Carolina Press. Columbia, 2001.

5 156
la revolución haitiana, una mirada historiográfica

interpretaciones que hacen historiadores como Brian B. Davis,


Seymour Drescher y Robin Blackburn. Desde una posición más
radical, en cuanto a la influencia de Haití en el mundo atlántico
representada por Frederick Douglass, destaca el valor simbólico
que ejerció el ejemplo haitiano en los universos esclavistas ame-
ricanos. En una línea similar Blackburn mantiene que el efec-
to Haití debilitó regímenes esclavistas poco consolidados pero
mantuvo y reforzó a otros más consolidados. Estos son para mí
algunos de los efectos de la Revolución haitiana más destacables
dentro del trabajo donde aparecen otros como el racismo y el
miedo a los negros que marcaron parte importante de la vida
política de Europa y América en el xix. Geggus ha sido el autor
más prolífico y se podría escribir un ensayo sólo dedicado a su
bibliografía, acá citaremos sólo algunos de sus trabajos33.
Bajo esta perspectiva atlántica encontramos los trabajos de
Johanna von Grafenstein que ha trabajado Haití tanto desde la
perspectiva de la propia revolución las repercusiones de la Revo-
lución haitiana en el mundo hispánico34. Este punto de vista de
las repercusiones de la Revolución haitiana en el mundo hispáni-
co se ha trabajado también por nuestra parte35. En estos trabajos
33 David P. Geggus, Haitian Revolutionary Studies, Indiana University Press,
Bloomington, 2002. David P. Geggus, “Unexploited Sources for the History of
the Haitian Revolution”. Latin American Research Review, vol. 18, n.º 1, (1983), pp.
95-103. David P. Geggus, “The Naming of Haiti”, New West Indian Guide/Nieuwe
West-Indische Gids Vol. 71, n.º 1 & 2 (1997), pp. 43-68. David P. Geggus, Haitian
Revolutionary… David P. Geggus, “Sugar and Coffee Cultivation in Saint Domingue
and the Shaping of the Slave Labor Force” en Ira Berlin, Patrick Morgan (eds.),
Cultivation and Culture: Labor and the Shaping of Slave Life in the Americas, Virginia
University Press, Charlottesville, Londres, 1993, pp 23-38. David P. Geggus, “Sex
Ratio and Ethnicity: A Reply to Paul E. Lovejoy”, Journal of African History, 30,
(1989), pp. 395-398.
34 Johanna Von Grafenstein, “La revolución de Independencia de Haití: sus percep-
ciones en las posesiones españolas y primeras repúblicas”, en 20/10 Historia. Mundos
Atlánticos, n.º 1. (2010), pp 131-150.
Johanna Von Grafenstein, “El proceso de independencia haitiano 1789-1804”, Taller,
vol. 7, n.º 20 (2003), pp. 182-208. Johanna Von Grafenstein y Lara Muñoz, “Las An-
tillas francesas Haití” en Ana Crespo Solana, Mª Dolores Gónzalez Ripoll, Historia
de las Antillas no hispanas, Doce Calles CSIC, Madrid. 2011, pp. 23-123.
35 Javier Laviña, “Revolución francesa y control social en Venezuela”, Tierra Firme,
(1989), pp. 272-285. Javier Laviña, “Venezuela en tiempos de revolución”, Boletín
americanista, nº 61, (2010), pp. 111-131 Javier Laviña, “Venezuela entre la ilustración

157 5
javier laviña

hemos estudiado la Revolución haitiana en una perspectiva de


movimiento de masas, incorporando a los grupos subalternos al
proceso revolucionario y destacando su papel hegemónico en la
construcción de Haití. Así mismo, el presente haitiano en clave
histórica en el libro Les profondes arrels del conflicto haitià36.
Por su parte, las influencias de la Revolución francesa en
Cuba están trabajadas por Ada Ferrer37, que nos presenta dos
espacios esclavistas, Cuba y Saint-Domingue en el periodo más
convulso del Caribe, los inicios de la Revolución en Saint-Do-
mingue. Hace un afinado examen de las fuentes para mostrar
una realidad, el fortalecimiento de la oligarquía habanera, que
aprovechando la caída de la producción de azúcar de caña por
parte de Saint-Domingue, (Haití) reforzó su papel esclavista con
el apoyo de la monarquía española para llegar a jugar un papel
predominante en el Caribe exportador.
Alejandro E. Gómez ha publicado un excelente trabajo sobre
las repercusiones de la Revolución haitiana en el mundo Atlánti-
co, sobrepasando los efectos de la revolución negra en el imperio
español y estableciendo las relaciones entre todo el mundo at-
lántico colonial38. Así mismo en la misma perspectiva atlántica
coordinó junto con Clément Thibaud, Gabril Entin y Federica
Morelli un trabajo en el que el Atlántico se convierte en el espa-
cio revolucionario. Es enormemente sugestiva la propuesta, de
alguna manera braudeliana de ver y analizar el mundo atlántico
desde el mundo ibérico39.

y la revolución”, Taller de Historia, vol. 6, n.º 6, (2014), Javier Laviña, “De Saint
Domingue a Haití. Luces y sombras”, en Jordi Benet, Albert Farré, Joan Gimeno,
Jordi Tomás (coords.), Reis negres, cabells blancs terra vermella, Bellaterra, Barcelona,
2016, pp. 178-194.
36 Javier Laviña, Les profondes arrels del conflicte haitià, Universitat de Barcelona,
Barcelona, 2012.
37 Ada Ferrer, Freedom’s Mirror. Cuba and Haiti in the age of revolution, Cambridge
University Press, New York, 2014.
38 Alejandro E. Gómez, Le spectre de la revolution noir. L’impact de la révolution Haï-
tienne dans le mond Atlantique, 1790-1886, PUR, Rennes, 2013.
39 Clemént Thibaud, Gabriel Entin, Alejandro E. Gómez, Federica Morelli, L’Atlantique
Révolutionnaire. Une perspective Ibero-Americaine, Ed. Les Perséides, Bècherel, 2013.

5 158
la revolución haitiana, una mirada historiográfica

La Revolución haitiana ha tenido estudios que han ampliado


la visión de la revolución y que nos han mostrado la complejidad
del fenómeno revolucionario. Quiero destacar entre ellos los tra-
bajos de Jorge Victoria Ojeda Las tropas auxiliares de Carlos IV,
en el que se hace un análisis pormenorizado de las diferencias que
se dieron en el seno de los esclavos en el momento de la revolu-
ción y hasta el final de la guerra de la Convención. Jorge Victoria
Ojeda analiza las posiciones políticas y las estrategias de los diri-
gentes del movimiento negro haitiano, y pone especial énfasis en
el papel jugado por las tropas dirigidas por Jean François, líder de
un grupo nada desdeñable de ex esclavos que se pasaron a Santo
Domingo y que tras la firma de la paz entre España y Francia se
refugió en Cuba y posteriormente fue destinado a Cádiz, donde
finalmente, murió. El otro trabajo es una tesis doctoral dirigida
por José Luis Belmonte en la Universidad Pablo Olavide de Sevi-
lla, y llevada a cabo por Alexis Camille Kimou Atsé, La presencia
africana en la independencia de Haití (1791-1820). En la tesis nos
ofrece todo un conjunto de estrategias y formas de entender el
poder entre los esclavos que no son sino la continuidad de las
luchas que muchos grupos africanos desarrollaron para oponerse,
ya en el continente africano a la trata esclavista.
Con esta última visión de la Revolución haitiana su inter-
pretación cobra su verdadero sentido atlántico. La Revolución se
desarrolló en América, contra la presencia colonial de los france-
ses pero los beneficiarios y protagonista eran, mayoritariamente
africanos, por lo que la cosmovisión que se impuso, al menos
hasta 1820 fue africana.
Finalmente decir que entre los estudios sobre la esclavitud
y la libertad están los de Michael Zeuske, Handbuch Geschichte
der Sklaverei. Eine Globalgeschichte von den Anfängen bis heute40 y
el publicado el año pasado Sklavenhändler, Negreros und Atlan-
tikkreolen. Eine Weltgeschichte des Sklavenhandels im atlantischen

40Michael Zeuske, Handbuch Geschichte der Sklaverei. Eine Globalgeschichte von den
Anfängen bis heute, De Gruyter, Berlin/ Boston, 2016.

159 5
javier laviña

Raum41, en los que la esclavitud y la libertad superan el marco


atlántico para entrar en una historia global.

41 Michael Zeuske, Sklavenhändler, Negreros und Atlantikkreolen. Eine Weltgeschichte


des Sklavenhandels im atlantischen Raum, De Gruyter Oldenbourg, Berlin/ Boston,
2015.

5 160
la estela de la revolución
francesa en la independencia del perú.
debates políticos y perspectivas historiográficas

Claudia Rosas Lauro


Pontificia Universidad Católica el Perú

Desde sus orígenes, el impacto de la Revolución francesa en el


Perú ha suscitado viva polémica entre historiadores y políticos, ge-
nerando en varios momentos de la historia republicana, un debate
muy acalorado. Durante el siglo xix, se discutió la naturaleza de
la influencia de dicho acontecimiento revolucionario en el contex-
to peruano y las posiciones manifestaron desde entusiastas elogios
hasta las diatribas más enérgicas. Más adelante, la polémica dejó
de centrarse en los efectos positivos o negativos que la Revolución
francesa tuvo en nuestro país y pasó a tratar de dilucidar la existen-
cia o no de tal influencia en el Perú. Para algunos, las secuelas del
proceso revolucionario eran profundas mientras que para otros,
fueron prácticamente inexistentes.
Sin lugar a dudas, el tema del influjo del evento revolucionario
en el contexto peruano tiene una presencia gravitante en el discur-
so histórico y político,1 y con miras al Bicentenario de la Indepen-
dencia del Perú, vale la pena trazar algunos derroteros de análisis y
plantearse algunas reflexiones. Para ello, hemos dividido el trabajo
en tres partes, que abarcan periodos amplios: la primera, aborda
el siglo xix, enfocándose en los discursos liberales y conservadores
frente a la Revolución francesa en Perú; el segundo acápite, trata

1 Este artículo se basa fundamentalmente, en el cap. 1 de Claudia Rosas Lauro. Del tro-
no a la guillotina. El impacto de la Revolución Francesa en el Perú (1789-1808). Pontificia
Universidad Católica del Perú-Instituto Francés de Estudios Andinos-Embajada de
Francia, Lima, 2006. Aprovecho para agradecer a Michel Vovelle por su generosidad
al comentar y discutir mi investigación. Asimismo, quiero agradecer a Manuel Chust
por su invitación a participar en este interesante volumen.

161 5
claudia rosas lauro

sobre el tema durante el siglo xx y llega hasta el Sesquicentena-


rio de la Independencia del Perú, mientras que la última parte,
abarca desde el Sesquicentenario y se proyecta al Bicentenario de
la Independencia. En este recorrido, se han seleccionado autores
representativos o que apoyan lo que buscamos evidenciar, por lo
que no cubrimos la totalidad de historiadores que han manifestado
su posición sobre el tema.

debates políticos y perspectivas historiográficas en torno


a la revolución francesa en el perú durante el siglo xix

Como era de esperarse, los historiadores y políticos decimonóni-


cos abordaron el tema sobre la influencia de la Revolución fran-
cesa en el Perú en el marco de la discusión sobre el carácter de la
Independencia, que fue uno de los principales tópicos del discurso
fundacional peruano. Durante el siglo xix, encontramos un dis-
curso histórico de corte nacionalista liberal y de carácter antihispa-
nista, que estuvo representado por figuras como los historiadores
Mariano Felipe Paz Soldán o Sebastián Lorente2 y, por otro lado,
tenemos un discurso caracterizado por un nacionalismo conser-
vador y providencialista, cuyo más fiel exponente fue el sacerdote
Bartolomé Herrera.3 Dichos autores tienen puntos de vista distin-
tos –y hasta opuestos–, sobre la Independencia, tanto sobre sus
orígenes como sobre sus consecuencias.4
Para los historiadores decimonónicos en general, la Revolución
francesa era una causa externa y directa de la Independencia pe-
ruana. Los conservadores señalaron con insistencia su influencia

2 En esta línea, es importante mencionar el estudio de Mark Thurner. “Una historia


peruana para el pueblo peruano. De la genealogía fundacional de Sebastián Lorente”,
en Escritos fundacionales de historia peruana. Compilación y estudio introductorio de
Mark Thurner. Fondo Editorial de la UNMSM, Lima, 2005.
3 Véase Claudia Rosas Lauro, “Loas y diatribas. La historiografía peruana frente a la
Revolución Francesa”, en Félix Denegrí, Sobre el Perú. Homenaje a José Agustín de la
Puente Candamo, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2000, pp. 691-708.
4 Se puede consultar Joseph Dager Alva. Historiografía y nación en el Perú del siglo xix,
Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2009.

5 162
la estela de la revolución francesa en la independencia del perú

negativa, mientras que aquellos que podemos definir como libera-


les, la consideraban como uno de los elementos positivos y desen-
cadenantes del proceso independentista. Si bien es cierto, que no
podemos pensar de forma dicotómica la diferencia entre conser-
vadores y liberales ni desde el punto de vista historiográfico, como
tampoco desde el ámbito político, establecer a grandes rasgos di-
chas oposiciones, resulta útil para nuestros fines.5 Ello no significa
que dejemos de prestar atención a los matices y singularidades de
las interpretaciones que surgieron durante el siglo xix.
Por otro lado, cabe decir que eran recurrentes las analogías que
establecían entre la emancipación peruana y el proceso revolucio-
nario francés, caracterizándolas como peligrosas y negativas, los
conservadores y positivas en opinión de los liberales. Esto era natu-
ral, pues desde su misma época, la Revolución francesa se convirtió
en una suerte de modelo o referente para las revoluciones que le
siguieron a nivel mundial.6
Para citar un caso representativo de los autores que se ubican
entre la Independencia y la República, tenemos a José de la Riva-
Agüero y Sánchez Boquete, quien fuera el autor del revolucionario
texto Las 28 Causas de la Revolución Americana y que posterior-
mente, manifestó una dura crítica a “la revolución de la América
española”, planteando una relación directa entre la emancipación
del Perú y los sucesos revolucionarios franceses, a través del jacobi-
nismo, pues según este autor: “La marcha de la revolución del Perú,
manifiesta la tendencia que ha tomado ésta al Jacobinismo...”.7
Evidentemente, esta tendencia era negativa. Es más, este escritor
estableció una analogía entre la situación de la Francia del Terror

5 Ibídem. También véase Francisco Quiroz, De la Patria a la Nación. Historiografía pe-


ruana desde Garcilaso hasta la era del guano, Fondo Editorial de la Asamblea Nacional
de Rectores, Lima, 2012.
6 Michel Vovelle, “La Revolución francesa, veinte años después del bicentenario” en
Michel Vovelle, Manuel Chust y José Antonio Serrano (eds.), Escarapelas y coronas:
las revoluciones continentales en América y Europa, 1776-1835, Editorial Alfa, Caracas,
2012, pp. 135-150.
7 José de la Riva-Agüero y Sánchez-Boquete. Memorias y documentos para la Historia
de la Independencia del Perú y causas del mal éxito que ha tenido ésta, t. 1, Garnier hnos.,
París, 1858, p. IX.

163 5
claudia rosas lauro

y el período del caudillismo de inicios del siglo xix, afirmando


que “...la República se halla en la misma situación política que
la que tuvo la Francia cuando cayó la dictadura de Robespierre:
los auxiliares del Perú fueron en él otros tantos Robespierres...”.8
Además, Riva-Agüero afirmó que “...las repúblicas de los
tiempos modernos no ofrecen más que desengaños, lágrimas y
víctimas...”.9 Para este autor, el modelo republicano había fra-
casado tanto en Europa como en Latinoamérica y ninguna otra
forma de gobierno podía ofrecer el mismo grado de estabilidad
que la monarquía.10 Así, se refiere al terrorismo, las depredacio-
nes, la anarquía, las persecuciones y los asesinatos que son la con-
secuencia de la imitación de la Revolución francesa y menciona
a caudillos como Bolívar, San Martín y Gamarra, presentándolos
como quienes habrían traído las peores desgracias al Perú.11
Para este autor, la Independencia significó “la sustitución de
la tiranía española por otra peor” y que “...a los defectos del go-
bierno español se han sucedido tales desórdenes bajo las palabras
Independencia y Libertad, que han hecho desaparecer de la me-
moria de los peruanos la tiranía española”.12 Riva-Agüero refiere
que el primer Congreso peruano seguía los pasos de la Asamblea
Constituyente de Francia, ejerciendo todos los poderes.13 Ade-
más, criticó a los ideólogos liberales que, por ignorar los funestos
efectos que estos hechos tuvieron en Francia y las teorías que
guiaron a la asamblea francesa, cometieron desastrosos errores en
el Perú. Es decir, que la Revolución francesa era un modelo de lo
nefasto que podía ser una revolución de este tipo.
A mediados del siglo xix, encontramos que los debates po-
líticos e historiográficos fueron avivados con el impacto de las
revoluciones de 1848, a raíz de las cuales se pronunciaron tanto
conservadores como liberales acerca de la Revolución francesa y
8 Ibídem, p. IX.
9 Ibídem, p. IX.
10 Ibídem, pp. VI y VII.
11 Ibídem, p. IX.
12 Ibídem, p. XIX.
13 Ibídem, p. 159.

5 164
la estela de la revolución francesa en la independencia del perú

su ideario. Precisamente, Jorge Guillermo Leguía hizo un estudio


pionero sobre la influencia de las ideas de las revoluciones de 1848
en el Perú.14 Sobre esta base, posteriormente se realizaron investi-
gaciones no solo desde la historia de las ideas, sino desde renova-
das perspectivas de estudio que involucraban la cultura política,
los espacios de sociabilidad, las elecciones y la opinión pública,15
pues se trata de un período en que se desarrolla un intenso debate
político sobre el sistema representativo y la nación.16 Dicho deba-
te fue más allá del ámbito limeño e involucró a algunas regiones
del país, como el Cuzco17.
El exponente más fiel del conservadurismo fue Bartolomé
Herrera. El sermón por las exequias de Gamarra y su discurso por
el aniversario de la Independencia del Perú, así como su polémica
con Benito Laso y los liberales, ofrecen su visión de la Indepen-
dencia y el papel que jugó la Revolución francesa en esa trama.
Sus escritos giran en torno a la noción de soberanía, la cual ten-
dría su origen en la naturaleza de las cosas y en la ley de Dios,
pero no sobre la base de la voluntad humana.18 Si bien la sobe-
ranía se asienta sobre la base divina, para este autor no se ejerce
legítimamente sin el consentimiento del pueblo. Para Herrera era
“absurda la teoría del contrato social” propuesta por Rousseau y
representaba un monstruoso error, pues había convertido a los

14 Jorge Guillermo Leguía, “Las ideas de 1848 en el Perú”. Panamá, 12 de febrero de


1925, en Estudios Históricos, Aloer, Lima, 1989.
15 Claudia Rosas Lauro y José Ragas, “Las revoluciones francesas en el Perú: una
reinterpretación (1789-1848)”. Bulletin de l’Institut Français d’Études Andines, 36, 1,
(2007). Número temático sobre la presencia francesa en el Perú.
16 Véase Natalia Sobrevilla, “The influence of the european 1848 Revolution in
Peru”, en Guy Thomson (ed.), The european revolutions of 1848 and the Americas,
Institute of Latin American Studies, London, 2002; José Ragas, “Cultura política
y representación en el Perú republicano. La campaña electoral de 1850”. Tesis de
licenciatura, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2004; y Claudia Rosas
Lauro y José Ragas. Marianne dans les Andes. L’impact de las révolutiones françaises au
Peróu, 1789-1968, Mare et Martin, París, 2008.
17 Claudia Rosas Lauro. “Los ecos del 48 en el Cuzco”. Yachaywasi, Revista de la
Universidad Nacional Federico Villareal, n.° 7, (2000), pp. 51-57.
18 Bartolomé Herrera, “Sermón pronunciado por Bartolomé Herrera, Rector del
Colegio de San Carlos, el día 28 de julio de 1846, aniversario de la Independencia del
Perú”, en Escritos y discursos. 1929, Lima, p. VI-VII.

165 5
claudia rosas lauro

gobernantes y ciudadanos en esclavos de la voluntad del pueblo.19


En efecto, Herrera planteaba que la teoría de la soberanía popular
de Rousseau era un error y que unos habían nacido para man-
dar y otros para obedecer.20 Sin embargo, este pensador criticaba
también la teoría del origen divino de los reyes. Tanto esta teoría
como la de la soberanía popular, eran equivocadas porque basa-
ban la soberanía en una voluntad absoluta, ya sea la de los reyes
o la de los pueblos, que se convierte en la única regla de lo justo.
Para este fiel exponente del conservadurismo peruano, la di-
fusión de la soberanía popular tenía su origen en la Revolución
francesa de 1789 y los movimientos del ‘48 tuvieron la virtud de
promover la discusión sobre las ideas democráticas propuestas en
las últimas décadas del siglo xviii a través de la obra de Rousseau.
Dicha filosofía era la que habría inspirado el movimiento revo-
lucionario francés y habría llegado también al país, por lo que
Herrera afirmaba que el Perú: “Tuvo la desgracia de ser presa de
las preocupaciones ruinosas, de los errores impíos y antisociales
que difundió la Revolución francesa...”,21 haciendo una alusión
directa al impacto de los sucesos revolucionarios franceses, cuya
profunda influencia consideraba totalmente perniciosa.
Herrera comparaba la Revolución francesa con la bestia del
Apocalipsis, atacando duramente el asesinato de Luis XVI, tal
como lo criticaban los escritos oficiales y los de la intelectualidad
criolla desde fines del siglo xviii. Citando el Apocalipsis, el sacer-
dote afirmaba que “Francia misma ha sido el monstruo asesino
de su rey”22. Esta crítica se debía al carácter antirreligioso de la
Revolución, originado en la filosofía de las Luces que consideraba
anticristiana y falsa porque la razón se hallaba abandonada a sí
misma, era una razón orgullosa que prescindía del poder divino.

19 Ibídem, p. VI y 33.
20 Véase Ricardo Cubas, “La propuesta nacional y educativa de Bartolomé Herrera:
La Reforma del Convictorio de San Carlos de 1842”. Tesis de licenciatura, Pontificia
Universidad Católica, Lima, 1998.
21 Ibídem, p. 9.
22 Ibídem, p. 10.

5 166
la estela de la revolución francesa en la independencia del perú

Sus representantes, en especial Voltaire, “horrible demonio del


siglo xviii”, eran descalificados por el sacerdote.23
Según este autor, las ideas falsas y antirreligiosas de los revolu-
cionarios franceses se difundieron “con más vigor y más facilidad
en América”. El desorden y la anarquía de los primeros tiempos
republicanos serían producto de estas ideas que llegaron a Amé-
rica, porque en el xviii todo el saber venía de Francia, “como
vinieron por desgracia esos errores”24. La filosofía burguesa de la
ilustración es el sustento del liberalismo de raíces no democráti-
cas y las concepciones modernas de democracia tienen en Rous-
seau, su más alto exponente. Por ello, este autor va a estar en el
centro de un encarnizado debate entre liberales y conservadores a
mediados del siglo xix en el Perú.
Para Herrera, la Independencia no se fundaba en la tiranía
y usurpación de España, sino en la voluntad de Dios.25 Su vi-
sión, entonces, es providencialista e hispanista. Dentro de esta
concepción, Herrera presenta a la Revolución francesa como una
memorable catástrofe que lanzó a un abismo a los gobernantes
y a los pueblos.26 Para este autor, el principio más importante
que adoptó la Revolución hispanoamericana de la francesa fue
la soberanía popular, por la cual habrían luchado los próceres
y que habría dado como resultado la anarquía de inicios de la
República.
Herrera se ubica políticamente dentro de la Restauración
contrarrevolucionaria en Francia y en otros países del mundo,
por eso es adverso a la Revolución francesa y todo el ambien-
te cultural que la acompañó. Esta ideología rechazó la sociedad
nacida del Renacimiento, la Reforma y la Revolución, bajo el

23 Ibídem, p. 29.
24 Ibídem, p. 27-28.
25 Bartolomé Herrera, “Sermón pronunciado por Bartolomé Herrera, Rector del
Colegio de San Carlos, el día 28 de julio de 1846, aniversario de la Independencia del
Perú”, en Escritos y discursos, Lima, 1929, p. 32.
26 Ídem, “Anotaciones al “Derecho Público Interno y Externo” de Pinheiro”, en
Escritos y discursos, Lima, 1929.

167 5
claudia rosas lauro

dominio del racionalismo. Según Basadre, Herrera fue en el Perú,


el símbolo más alto de esta doctrina de 1843 hasta 1864.27
Frente a este discurso, se consolidó una respuesta por par-
te de los liberales. Sin embargo, la interpretación de la Revolu-
ción francesa como modelo para la emancipación americana fue
forjada antes por la primera generación de políticos y escritores
liberales que trataban de romper con todos los vínculos con la
antigua metrópoli considerada atrasada y retrógrada28. Se busca-
ba, en cambio, una relación directa con el movimiento histórico
y el progreso simbolizado en las Luces y la Revolución francesa.
Esta visión se cristaliza a mediados del siglo xix, cuando los libe-
rales liderados por Benito Laso, defendieron la soberanía popular
y las propuestas de Rousseau. Aquí sí encontramos expresiones
favorables para la filosofía ilustrada y la Revolución francesa, has-
ta menciones positivas sobre Napoleón en los escritos de perso-
najes anónimos publicados en el Correo Peruano. Este discurso
liberal califica al de Herrera como de antipatriótico, antiliberal,
anticonstitucional y antiamericano. No solo en Lima, sino des-
de las diferentes provincias del país, los liberales impugnaron al
conservador.29
Por su parte, Mariano Felipe Paz Soldán, en su obra Historia
del Perú Independiente, 1819-1822, explica las causas de la eman-
cipación, entre las cuales se hallan tanto la Revolución francesa
como la Independencia de Estados Unidos, puesto que ambas
“influyeron haciendo más pronunciado el deseo que tenía Amé-
rica de adquirir su libertad”.30 Según este autor, la difusión de la
ilustración y las nuevas ideas fue importante, pues los americanos

27 Jorge Basadre, “Para la historia de las ideas en el Perú. Un esquema histórico sobre
el catolicismo ultramontano, liberal y social y el democratismo cristiano”, Scientia et
Praxis, Universidad de Lima, n.º 11, Lima, 1976.
28 Joseph Pérez, “La Revolución Francesa y la Independencia de las colonias hispa-
noamericanas”, en Enrique Moral (coord.), España y la Revolución Francesa, Pablo
Iglesias, Madrid, 1989, p. 90.
29 Tal es el caso del Cuzco, a través del periódico El Demócrata Americano, n.° 175,
Cuzco, 7 de julio de 1848.
30 Mariano Felipe Paz Soldán, Historia del Perú Independiente, 1819-1822. Editorial
América, Lima, 1919, p. 25.

5 168
la estela de la revolución francesa en la independencia del perú

visitaban Europa y veían los progresos debidos a los principios


proclamados por Francia. De este modo, regresaban con libros y
nuevas ideas convirtiéndose en “apóstoles” del nuevo sistema. Por
otra parte, fue de gran importancia para la difusión de las nuevas
ideas, la llegada de libros como los de Montesquieu, Diderot y
otros ilustrados que la metrópoli buscaba evitar a través de las
aduanas y de la “infernal” Inquisición.31
Paz Soldán tiene una visión positiva de la Revolución francesa
y de la Ilustración; sin embargo, para este historiador, causas más
importantes de la Independencia fueron el despotismo del Estado
español, la ignorancia y la superstición en que quería tener a los
americanos y el desprecio de los peninsulares hacia éstos; en este
contexto, la Revolución francesa sólo habría acrecentado el deseo
que ya tenían los americanos de emanciparse. Por otra parte, este
historiador decimonónico sostiene que la invasión napoleónica
de la península posibilitó que fuera más fácil la Independencia
de América, porque ésta se encontró sin la presencia efectiva de
España en esos momentos.
Finalmente, Paz Soldán proyecta una visión de la gesta eman-
cipadora, donde el espíritu de libertad e independencia se hallaba
muy arraigado en el corazón de una gran mayoría de peruanos y
llega a afirmar que no se logró antes la independencia por ser el
Perú centro del dominio colonial español.32 Por esa misma época,
el destacado historiador chileno Vicuña Mackenna escribía sobre
la Independencia de América y sostenía que junto a las causas
internas “influían simultáneamente los luminosos derrames que
llegaban hasta nosotros de la Revolución francesa”33.

31 Ibídem,p. 15.
32 Ibídem,p. 28.
33 Benjamín Vicuña Mackenna, La Independencia del Perú, Francisco de Aguirre,
Buenos Aires-Santiago de Chile, 1971.

169 5
claudia rosas lauro

nuevos enfoques de la revolución francesa en el siglo xx


hasta el sesquicentenario de la independencia del perú

Si bien no es un trabajo específico sobre el tema, es importante


mencionar los aportes de Rubén Vargas Ugarte, quien realiza una
historia colonial del Perú dividida de acuerdo al periodo de go-
bierno de los virreyes. Cuando se dedica al período de Gil de Ta-
boada, nos dice que “El grito de la Bastilla que sacudió a Europa
hubo de repercutir en América, sólo que aquí llegaron sus ecos,
debilitados por la lejanía y la tardanza”34.
Este autor se ocupa de las medidas oficiales adoptadas por el
virrey para la defensa del Reino, aunque el peligro de un ataque
era remoto, cuando la monarquía española declaró la guerra a
Francia. En base a la documentación publicada por de la Puen-
te Candamo sobre un proceso a franceses por la aparición de
pasquines alusivos al proceso revolucionario, concluye que los
franceses eran ciudadanos pacíficos y la participación de criollos
y mestizos en la confección de los breves escritos era indudable,
pues en esos momentos se buscaban reformas no sólo económi-
cas, sino también sociales, que pronto desembocarían en los idea-
les independentistas.
Finalmente, según Vargas Ugarte, la Revolución francesa no
pudo encontrar muchos adeptos en el Virreinato peruano porque
las exageraciones y crímenes con que se le presentó despertaron
aversión y odio, pero de los Principios y Declaraciones de los
revolucionarios franceses, algunos espíritus dedujeron que el ab-
solutismo de los reyes había desconocido los derechos naturales
del hombre, ahogando su libertad35. Este historiador concede im-
portancia a la influencia en el contexto hispanoamericano de la
Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano así como a
la Independencia de Estados Unidos.

34 Rubén Vargas Ugarte, Historia General del Perú. Postrimerías del poder español,
Tomo V, Milla Batres, Lima, 1981, p. 102.
35 Ibídem, p. 105.

5 170
la estela de la revolución francesa en la independencia del perú

Sin embargo, en el siglo xx es Jorge Basadre el que nos ofrece


una visión equilibrada de este proceso criticando la exagerada im-
portancia que se le daba a acontecimientos de origen externo en
la explicación de la propia historia36. En un texto fundamental,
este mismo autor afirmaba que no faltaba quienes relacionaban
mecánicamente la génesis de la Emancipación americana con el
movimiento de ideas en Europa occidental a partir de la Ilustra-
ción, corriendo con ello el riesgo de ver la historia americana sólo
como un reflejo de la europea37. Dentro de la serie de elementos
que contribuyeron a la erosión del Imperio hispánico en el Perú,
Basadre señala la presencia de la Ilustración en España y América,
que prendió en las élites porque encontró en el propio ambiente
americano un caldo de cultivo favorable, gestándose desde me-
diados del xviii un nacionalismo prerromántico y prerrevolucio-
nario en las élites intelectuales. Por otra parte, este mismo autor
se refiere a la Revolución democrática y burguesa como otro ele-
mento, destacando la importancia del influjo de la Revolución
francesa. Sobre este punto, cita a González Prada, quien opinaba
que “No debe considerársela (a la Revolución Francesa) como
obra consumada sino como un acontecimiento en marcha...”38.
En esta misma época, el historiador Pablo Macera analizaba
el desarrollo de la conciencia nacional a través de tres etapas: la
inicial que estaba representada por figuras como la de Bravo de
Lagunas y Baquíjano y Carrillo, el segundo momento asociado a
la obra de los Amantes del País y, por último, la fase liberal. Este
autor destaca la gran importancia que tiene el análisis del proceso
cultural peruano durante el siglo xviii, sin el cual sí podríamos
considerar la Independencia como una tarea de extranjeros. Al
hablar de la segunda etapa, refiere como los mercuristas atribuye-
ron a las nuevas doctrinas la experiencia histórica de la Revolu-
ción francesa y se opusieron a ella debido, fundamentalmente, a

36 Jorge Basadre, “Historia de la idea de Patria en la emancipación del Perú”, Mercu-


rio Peruano, Año XXIX, n.º 328. Lima, 1954.
37 Jorge Basadre, El azar en la historia y sus límites, P.L. Villanueva, Lima, 1973, p. 91.
38 Jorge Basadre, El azar en la historia…, p. 101.

171 5
claudia rosas lauro

su carácter antirreligioso. En consecuencia, a fines del siglo xviii


los acontecimientos franceses no influenciaron en el desarrollo de
la conciencia nacional peruana39.
Enfatizando aún más el proceso de toma de conciencia a nivel
local, José de la Riva-Agüero y Osma postuló que la idea de revo-
lución americana se dio por la germinación del patriotismo en el
suelo peruano y por el reflejo de lo que acontecía en el continen-
te, no debido a la Revolución francesa. Cuando analiza la causa
de la emancipación, este historiador concluye que “La generación
llamada con justicia del Mercurio, por el nombre del periódico
que fue la principal muestra de su valer, representaría en la histo-
ria peruana el puente entre la Colonia y la República”40.
Porras Barnechea se sitúa en esta línea interpretativa, al resal-
tar la obra de los ideólogos de la Emancipación41. De otro lado, la
publicación de fuentes de primera mano, como las Memorias de
Virreyes y, especialmente, el Mercurio Peruano, ofrecieron nuevas
posibilidades a la investigación del tema, que dio sus frutos más
adelante, como veremos en las páginas que siguen.
Por su parte, César Pacheco Vélez estudió la relación entre las
revoluciones que llama “burguesas” y la emancipación peruana42.
Este autor critica las dos interpretaciones tradicionales de la Inde-
pendencia: la primera es aquélla que se deriva de la leyenda negra
y la historia romántica decimonónica que la retoma; la otra es la
explicación de carácter liberal, donde la Independencia aparece
como hija legítima de la Revolución francesa. Pacheco Vélez no
concuerda con ninguna de las dos interpretaciones y propone
explorar la teoría de la revolución burguesa planteada por el Se-
minario de Emancipación de la Escuela de Estudios Hispano-
Americanos. Finalmente, encuentra que dicho postulado no

39 Pablo Macera, Tres etapas en el desarrollo de la conciencia nacional, Fanal, Lima,


1955.
40 José de la Riva-Aguero y Osma, La Historia del Perú. Tomo II, Studium, Lima,
1953. p. 72-73.
41 Raúl Porras Barnechea, Los Ideólogos de la Emancipación, Milla Batres, Lima, 1974.
42 César Pacheco Vélez, “La Emancipación del Perú y la Revolución Burguesa del
siglo XVIII”. Mercurio Peruano, Vol. XXXV, n.º 332. Lima, 1954.

5 172
la estela de la revolución francesa en la independencia del perú

coincide plenamente con el caso peruano y que la causa principal


sería la toma de conciencia nacional y el legítimo afán de otorgar
a la nación un estado soberano. Según este autor, las influencias
fueron muchas, una de ellas fue la Revolución de 1789 y el enci-
clopedismo francés.
Años antes, José Agustín de la Puente Candamo publicó do-
cumentación del Archivo de Indias sobre un proceso a sospecho-
sos franceses que, años más tarde, aparecería en una publicación
de gran envergadura como fue la Colección Documental para
la Independencia del Perú43. Por esos mismos años, este mismo
historiador afirmaba que el mensaje político de la Revolución
francesa no alcanzaba la fuerza que muchos, superficialmente,
le concedían al entenderla como una de las causas de la emanci-
pación y que los principales precursores y el ambiente limeño en
general, rechazaron los hechos revolucionarios. Con respecto a
la difusión de libros afrancesados postula que su irradiación fue
corta en número y profundidad y que la doctrina afrancesada no
podría ser una de las causas de la Independencia, pues al Perú lle-
gó por medio de la España afrancesada, un liberalismo moderado
y compatible con la ortodoxia44.
Por esta misma época se editaron documentos sobre el in-
flujo de la Revolución de 1789 a nivel regional. Eduardo Ugarte
y Ugarte publicó la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano que circuló en Arequipa, años antes de la traducción
que hiciera Antonio Nariño, y la correspondencia entre el vi-
rrey y el obispo de Arequipa Chávez de la Rosa en la que inter-
cambian información sobre importantes acontecimientos de la
Revolución45.
Un momento conmemorativo importante fue el Sesquicen-
tenario de la Independencia del Perú, una conmemoración que
43 José Agustín de la Puente Candamo, “Un documento sobre la influencia francesa
en el Virreinato Peruano”, Documenta, tomo I, Lima, 1948.
44 José Agustín de la Puente, “Reflexiones sobre la emancipación del Perú”, Gleba,
Año 2, n.º 7, Lima, 1950.
45 Eduardo Ugarte y Ugarte, “La Declaración de los Derechos del Hombre en Are-
quipa”, Fénix, n.° 11, Lima, 1955, pp. 76-93.

173 5
claudia rosas lauro

generó el debate y la discusión, la publicación de trabajos y la


edición de fuentes. Uno de los más duraderos aportes fue la pu-
blicación de la Colección Documental de la Independencia del Perú,
en la cual encontramos información interesante sobre el impac-
to de la Revolución francesa en el Virreinato peruano, tal como
mencionamos antes46.
En 1972 se dio en el Perú una polémica en torno a la inter-
pretación de la Emancipación, cuando Heraclio Bonilla y Ka-
ren Spalding, en un texto publicado por el Instituto de Estudios
Peruanos ese mismo año, criticaron duramente la tradición his-
toriográfica de la Independencia, que –según ellos– había des-
vinculado las palabras de los hechos con el fin de justificar el
presente47. La propuesta fue la de una Independencia concedida
más que obtenida, lograda por los ejércitos de San Martín y Bo-
lívar, porque no había una unidad de la comunidad de peruanos
a favor de la Independencia, sino todo lo contrario. Dicha ex-
plicación descansa, además, en las consecuencias del ascenso de
Inglaterra como potencia, que tuvo un rol de gran importancia
en el desenlace del proceso. Según estos autores, el impacto ex-
terno no se redujo de ninguna manera a las “influencias” de la
Independencia de Estados Unidos y la Revolución francesa, o a
la difusión de las Luces en América. Dichos factores no habrían
tenido la importancia que la historiografía tradicional les había
asignado, puesto que sólo afectaron a un grupo minoritario de la
sociedad colonial y porque, en general, la sociedad hispanoame-
ricana fue “impermeable a este tipo de impacto”.
En efecto, el texto cuestionó de manera tajante toda una
corriente de interpretación del proceso emancipatorio, ésta se
expresa hoy en sólidos trabajos como los de De la Puente Can-
damo, que nos ofrece una síntesis muy clara de la misma en la

46 Colección Documental de la Independencia del Perú. Tomo XXII, Documentación


Oficial Española, vol. 1, Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independen-
cia del Perú, Lima, 1972.
47 Heraclio Bonilla y Karen Spalding, “La Independencia en el Perú: las palabras y
los hechos”, en Heraclio Bonilla (ed.), La Independencia en el Perú, IEP, Lima, 1972.

5 174
la estela de la revolución francesa en la independencia del perú

que la Independencia es fruto de la participación de todos los


peruanos y obtenida esencialmente por ellos48. En la actuali-
dad, con el avance de las investigaciones, se cuestiona mante-
nerse en este debate, que ha constituido por mucho tiempo, un
entrampamiento49.
En esta polémica, otra postura que denominaba mito la hipó-
tesis de la Independencia concedida, se presentó en el trabajo de
Scarlett O’Phelan, quien analizaba los proyectos políticos en el
Alto y el Bajo Perú a fines del siglo xviii y principios del xix50. En
el análisis de dichos programas no aparece el influjo de la Revo-
lución francesa, pero más adelante se observa su impacto político
con la invasión de la Península y la formación de las Juntas de
Gobierno51. De otro lado, encontramos nuevamente posturas,
como la de Alberto Flores-Galindo, que desestiman la influencia
de los eventos revolucionarios en el contexto peruano por prestar
mayor atención al análisis de los procesos considerados mucho
más propios o nacionales que lo llevan a afirmar “cómo poder
pensar el socialismo desde un país tan distante de Europa, con
una tradición cultural diferente, con una experiencia histórica
donde no figuran ni la Ilustración, ni las revoluciones del 89 o
del 48”52.
También encontramos otros trabajos que contribuyen al es-
clarecimiento del tema, como el de Armando Nieto Vélez, quien

48 José Agustín de la Puente Candamo, Teoría de la emancipación del Perú, Universi-


dad de Piura, Piura, 1986.
49 Para una visión crítica, se puede ver Manuel Chust y Claudia Rosas Lauro. “Una
independencia sin adjetivos, un proceso histórico de guerra y revolución”, en Ma-
nuel Chust y Claudia Rosas (eds.), El Perú en Revolución. Independencia y guerra: un
proceso, 1780-1826, Universitat Jaume I, Castellón, El Colegio de Michoacán, México
y Pontificia Universidad Católica del Perú, Castellón, pp. 7-26.
50 Scarlett O’Phelan, “El mito de la Independencia concedida. Los programas políti-
cos del siglo xviii y el temprano xix en el Perú y el Alto Perú (1730-1814)”, en Alber-
to Flores-Galindo (ed.), Independencia y Revolución, Instituto Nacional de Cultura,
Lima, 1987.
51 Scarlett O’Phelan, “Por el rey, religión y la Patria. Las Juntas de Gobierno de 1809
en La Paz y Quito”, Boletín del Instituto Francés de Estudios Andinos. Tomo VII, n.º
2, Lima, 1988.
52 Alberto Flores-Galindo, Obras Completas. Escritos 1977-1982, tomo V, Sur, Lima,
1997, p. 291.

175 5
claudia rosas lauro

investigó de manera acuciosa el fidelismo en el Perú durante la


invasión francesa de la Península y la crisis política de la Mo-
narquía53, analizando la política contra franceses y afrancesados
en el Perú54. Más adelante, los trabajos de Víctor Peralta para
problematizar este periodo, serán relevantes.55 Es más, la figura
del virrey Fernando de Abascal y Sousa (1806-1816), cumplió un
papel importante en el proceso de independencia, o más bien, en
la contraindependencia.56

mirando la revolución francesa del sesquicentenario


al bicentenario de la independencia del perú

Un hito importante en nuestro país fue la publicación que hiciera


José Durand de la Gaceta de Lima en 1983 puso al alcance de los
investigadores un periódico dedicado íntegramente a narrar los
sucesos revolucionarios, el cual recién fue utilizado años después,
a propósito de la celebración de la Revolución en 1989. En el
prólogo, Durand realiza un estudio preliminar del documento,
donde señala cómo lo importante es observar en la Gaceta la ac-
tualidad de las noticias, para valorar en su verdadera dimensión
la importancia política que tuvo la publicación en su tiempo.57
En efecto, creemos que esta desatención se debe, en gran medida,
a que dicha publicación periódica se dedica a tratar un tema de
carácter internacional y a la idealización del Mercurio como para-
digma de la Ilustración peruana.
53 Armando Nieto Vélez, “Contribución a la historia del fidelismo en el Perú (1808-
1810)”, Boletín del IRA, 4. (1958-1960).
54 Armando Nieto Vélez, “La política contra franceses y afrancesados en el Perú”.
Mercurio Peruano, vol. XL, n.º 394, 1960.
55 Víctor Peralta, En defensa de la autoridad: política y cultura bajo el gobierno del
Virrey Abascal, Perú 1806-1816, Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Ins-
tituto de Historia, Madrid, 2002 y La Independencia y la Cultura Política Peruana
(1808-1821), IEP-Fundación M. J. Bustamante De La Fuente, Lima, 2010.
56 Scarlett O’Phelan Godoy y Georges Lomné (eds.), Abascal y la contraindependen-
cia en América del Sur, IFEA-PUCP, Lima, 2013.
57 José Durand (ed.), Gaceta de Lima. De 1793 a Junio de 1794. Gil de Taboada y
Lemos, COFIDE, Lima, 1983.

5 176
la estela de la revolución francesa en la independencia del perú

Un momento importante para la producción historiográfica


en torno de la Revolución francesa fue la conmemoración del
acontecimiento en 1989.58 Se organizaron muchos eventos acadé-
micos, siendo uno de las más importantes, el Congreso Mundial
por el Bicentenario de la Revolución francesa dirigido por Michel
Vovelle, que reunió a investigadores que presentaron estudios so-
bre el proceso revolucionario y su impacto en todas partes del
mundo y cuyas Actas fueron publicadas.59 Para el caso peruano
encontramos tres trabajos, dos de los cuales están dedicados a las
noticias sobre los sucesos revolucionarios en la prensa limeña de
fines del xviii: uno de ellos, se centra en el Mercurio Peruano60
y el otro, en la Gazeta de Lima, que sería el primer periódico
de carácter internacional en la historia del periodismo peruano,
debido a su tratamiento sistemático y ordenado de los eventos
de la Revolución de 1789.61 El tercer artículo, es un análisis de
los elementos iconográficos de la Revolución francesa presentes
en monedas y medallas.62 Posteriormente, se han realizado otros
estudios de la iconografía de Marianne en pinturas, esculturas y
monedas.63

58 A este respecto son importantes las reflexiones recogidas en los capítulos 6 y 7,


“A historiografia da revoluçâo Francesa nas vésperas do bicentenário” I y II, respec-
tivamente del libro de Michel Vovelle. Combates pela Revoluçâon Francesa, Edusc,
Bauru, 2004, pp. 83-122.
59 Michel Vovelle (ed.), L’Image de la Revolution Française. 3 vols., communications
présentées lors du Congrès mondial pour le bicentenaire de la Révolution, Sorbon-
ne, París, 1989.
60 Teodoro Hampe. “La Revolución Francesa vista por el Mercurio Peruano: cambio
político vs. reformismo criollo”, en Michel Vovelle (ed.). L’Image de la Revolution…,
y el mismo trabajo, en Boletín del IRA, vol. 15. Lima, 1982.
61 Fernando Rosas Moscoso, “Imágenes y Temas de la Revolución francesa en la
prensa colonial: la Gazeta de Lima”. Ponencia presentada al Congreso Mundial por
el Bicentenario de la Revolución Francesa. París, 1989. Publicada en Fernando Rosas
Moscoso, “La Revolución Francesa en la prensa colonial: la Gaceta de Lima”. Revista
Internacional de Periodismo Mensaje, n.° 20, (1989), pp.42-48.
62 Eduardo Dargent, “L’iconographie révolutionnaire au l’Amérique espagnole”, en
Michel Vovelle (ed.), L’Image de la Revolution...
63 Por ejemplo, Claudia Rosas Lauro. “Marianne Andina. Imágenes, representacio-
nes y discursos sobre la mujer durante la Independencia del Perú”, en Sara Beatriz
Guardia (editora), Las mujeres en los procesos de Independencia de América Latina,
CEMHAL, UNESCO, USMP, Lima, 2011, pp. 207-218.

177 5
claudia rosas lauro

Jean-Pierre Clément realiza un análisis del discurso antirre-


volucionario en las noticias del Mercurio Peruano, destacando
aspectos como la defensa de la religión y de la monarquía de
derecho divino64. Este historiador, que ha dedicado muchos años
de su tarea investigadora al periódico ilustrado, ha publicado los
resultados de su pesquisa, donde nuevamente aborda el tema que
nos ocupa bajo el título: Fe y política: la lucha contra la Revolución
francesa.65
Asimismo, tenemos los trabajos de François-Xavier Guerra,
que abordan la problemática que nos interesa dentro de un mar-
co más amplio, el del mundo hispanoamericano, desde la pers-
pectiva de análisis de la cultura política66. Siguiendo esta línea,
se encuentran las investigaciones de Antonio Annino67 y Marie
Danielle Démelas que abarca Perú, Ecuador y Bolivia68.
En las dos últimas décadas, el tema específico del impacto
de la Revolución francesa en el Perú fue motivo de vivo interés
y se convirtió en mi objeto de estudio, lo que desembocó en la
publicación del resultado de mis investigaciones69. Ahora cono-
cemos las diversas vías de difusión de la información sobre los
sucesos revolucionarios en el contexto peruano y la forma en que
se estructuró la imagen o las imágenes de la Revolución francesa
en la sociedad colonial a fines del siglo xviii. Asimismo, tenemos
más clara la dinámica de los procesos informativos en torno a los
acontecimientos revolucionarios, en el marco de la gestación de
una embrionaria opinión pública en los espacios de sociabilidad,

64 Jean-Pierre Clément, “La Revolution française dans le Mercurio Peruano”, Cara-


velle, n.º 54, (1990).
65 Jean Pierre Clément, El Mercurio Peruano 1790-1795, vol. I, Estudio, Iberoamerica-
na-Vervuert, Madrid-Frankfurt, 1997.
66 François-Xavier Guerra, “L’Amérique Latine face a la Révolution française”, Ca-
ravelle, n.º 54, Toulouse, 1990.
67 Antonio Annino, Leiva Castro y François-Xavier Guerra (eds.), Iberoamérica: De
los Imperios a las Naciones, Ibercaja, Zaragoza, 1994.
68 Marie Danielle Demélas, L’invention politique. Bolivie, Equateur, Pérou au xix sie-
cle, Recherque sur les Civilisations, París, 1992.
69 Véase Claudia Rosas Lauro, Del trono a la guillotina… Los aportes de la investi-
gación son resaltados en el Prólogo del libro, que es de autoría de Michel Vovelle.

5 178
la estela de la revolución francesa en la independencia del perú

articulados con los periódicos y demás textos escritos, que circu-


laban por ese entonces.
Al mismo tiempo, contamos con una aproximación al proce-
so de representación de la Revolución francesa y el impacto de su
imagen negativa en la mentalidad colectiva, más que en las ideas,
incidiendo en el miedo de las élites. Este temor, alimentado por
las noticias del evento revolucionario que subvertía las bases so-
ciales y políticas en la potencia del momento, se orientó hacia la
población indígena, la plebe y los extranjeros70. Además, hemos
encontrado muchas evidencias, a partir de una nueva documen-
tación, sobre el despliegue de actitudes de control, vigilancia y
represión por parte de las autoridades y la élite colonial, que no
sólo abarcó la ciudad de Lima –como generalmente se había pen-
sado– sino también, las diversas regiones del Virreinato del Perú,
destacándose por su intensidad las de Arequipa y Huancavelica,
bajo la dirección del obispo Chávez de la Rosa71 y el intendente
Manuel Ruíz de Castilla, respectivamente.
Las autoridades desplegaron una serie de acciones contrarre-
volucionarias en las que involucraron a la mayor parte de la po-
blación del Virreinato del Perú. En principio, se desarrolló toda
una campaña de propaganda con el fin de recaudar donativos
para apoyar a la metrópoli en la guerra contra Francia. A través
de los periódicos se intentó proyectar por un lado, una imagen
de cohesión del cuerpo social unido en su apoyo de España en la
guerra contra Francia, pues gente de todas las condiciones y ocu-
paciones presentaba su ayuda; y por otra parte, la idea de cruzada
universal, ya que varios países participaban de esta actividad. Sin
embargo, no solo la prensa fue el soporte de este discurso, sino

70 Claudia Rosas Lauro, “El miedo a la revolución. Rumores y temores desatados por
la Revolución Francesa en el Perú, 1790-1800”, en Claudia Rosas Lauro, El miedo
en el Perú. Siglos xvi-xx, Sidea-Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2005,
pp. 139-166.
71 Véase Claudia Rosas Lauro, “Por el Trono y el Altar. El Obispo Chávez de la Rosa
y su campaña contra la Revolución Francesa en Arequipa”, en José Agustín de la
Puente Candamo et alii, Sobre el Perú. Homenaje a José Agustín de la Puente Canda-
mo, PUCP, Lima, 2002, pp. 1107-1139.

179 5
claudia rosas lauro

también las rogativas públicas organizadas por el clero para pedir


por el triunfo de las armas españolas en la guerra. La propaganda
permitió recaudar los donativos a partir de 1793. Finalmente, la
elaboración de un Plan de Defensa de las costas del Virreinato,
que debió redactar el marqués de Avilés, futuro virrey del Perú.
La vinculación directa entre el proceso revolucionario y la In-
dependencia ha sido también un tema de preocupación puntual,
aunque en los textos clásicos sobre la independencia no se aborde
de manera integral y más profunda72. Sin embargo, no solo se
ha replanteado la relación entre los dos procesos históricos, a la
luz de nueva documentación y diferentes perspectivas de aná-
lisis, sino también, se ha prestado atención a casos específicos
que iluminan esta problemática. Por ejemplo, se ha reflexiona-
do sobre personajes como Viscardo y Guzmán, que aceptaba el
principio de libertad que la Revolución defendía, pero –como
representante del grupo criollo– criticaba su radicalización y sus
excesos; considerándola a pesar de ello, un evento favorable para
la causa independentista y un ejemplo para los criollos que se
verían impulsados a reivindicar sus aspiraciones nacionalistas73.
Otro destacado personaje fue el limeño Pablo de Olavide, quien
vivió de cerca los hechos revolucionarios tanto en España como
en Francia.74
No hay que olvidar tampoco aquellos trabajos que abordan la
relación entre Francia y el Perú, a través de miembros de esta na-
ción residentes en nuestro país,75 o de la influencia de la cultura

72 Me refiero a los trabajos reeditados en la primera parte del libro de Carlos Contre-
ras y Luis Miguel Glave. La independencia del Perú. ¿Concedida, conseguida, concebi-
da? Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 2015.
73 Claudia Rosas Lauro, “La Revolución Francesa y el Imaginario Nacional en Juan
Pablo Viscardo y Guzmán”, en VV.AA., Juan Pablo Viscardo y Guzmán: el hombre y
su tiempo, Congreso de la República del Perú, Lima, 1999, pp. 213-241.
74 Véase Juan Marchena Fernández, El Tiempo Ilustrado de Pablo de Olavide. Vida,
Obra y Sueños de un Americano en la España del S. xviii, Alfar, Sevilla, 2001.
75 El estudio más completo que tenemos es de Pascal Riviale, Una historia de la
presencia francesa en el Perú. Del Siglo de las Luces a los Años Locos, Instituto Francés
de Estudios Andinos, Lima, 2008. Además, para el caso específico de los mercaderes,
Sánchez se encarga de mostrar el derrotero comercial de los inmigrantes franceses en
la capital a fines del siglo xviii, en Susy Sánchez, “Temidos o admirados. Negocios

5 180
la estela de la revolución francesa en la independencia del perú

francesa durante el siglo xviii76, en particular de las lecturas fran-


cesas que circulaban clandestinamente, en el Virreinato del Perú,
a pesar de la censura inquisitorial77. Estos aspectos merecerían
una atención detenida y profunda por parte de la historiografía
peruana.
Actualmente, se está estudiando cada vez más el influjo de la
Revolución haitiana, que fue por mucho tiempo, invisibilizada
por la presencia de la Revolución francesa78. Si bien la Revolu-
ción haitiana de 1791 terminó siendo la más “revolucionaria” de
aquellas que se dieron en su tiempo, porque fue una revolución
“negra”, abolió la esclavitud, proclamó su independencia de Fran-
cia y estableció una república; la historiografía no le había dado
la relevancia que realmente tenía en el marco de las revoluciones
atlánticas. En las últimas décadas, se han producido diversas in-
vestigaciones que han puesto en evidencia la importancia de este
proceso revolucionario, que no debe estar eclipsado en el discurso
historiográfico por la Revolución francesa de 1789. De la nueva
producción historiográfica sobre el tema, podemos mencionar el
destacado trabajo de Alejandro E. Gómez que, sin embargo, no
llega a tratar el impacto de dicha revolución en Perú.79

franceses en la ciudad de Lima a fines del siglo xviii”, en Scarlett O’Phelan y Car-
men Salazar (eds.), Passeurs, mediadores culturales y agentes de la primera globalización
en el Mundo Ibérico, siglos xvi-xix, Lima, Instituto Francés de Estudios Andinos-
Instituto Riva-Agüero PUCP, pp. 441-470.
76 Para citar dos casos: por un lado, Macera estudia la imagen que tienen del Perú
los viajeros y escritores franceses a partir de los testimonios escritos que éstos deja-
ron sobretodo en el siglo xviii, en Pablo Macera, La imagen francesa del Perú, INC,
Lima, 1976.; y, por otra parte, Rosas reconstruye los estereotipos e imágenes que crea
la literatura francesa sobre los Incas y sus descendientes, en Claudia Rosas Lauro,
“Del bárbaro al buen salvaje. La imagen francesa de los Incas y los indios en el Siglo
de las Luces”, Revista de historia y cultura Tiempos 6, (2011), pp. 25-44.
77 Pedro Guibovich Pérez, Lecturas prohibidas. La censura inquisitorial en el Perú
tardío colonial, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima,
2013.
78 Véase el acápite “De las reformas a las revoluciones: la blanca francesa y la negra
haitiana”, en Manuel Chust e Ivana Frasquet. Tiempos de revolución. Comprender
las independencias iberoamericanas, Fundación Mapfre y Santillana, Madrid, 2013,
pp. 70-75.
79 Véase, entre otros, Alejandro E. Gómez, Le spectre de la Révolution noire. L’impact
de la révolution haitienne dans le monde atlantic, 1790-1886, PUR, Rennes, 2013.

181 5
claudia rosas lauro

reflexión final

Para concluir, pensamos que aún es necesaria una mayor reflexión


sobre el papel de la Revolución francesa en la transición de la cri-
sis y ruptura del sistema colonial hacia la construcción del Esta-
do-nación peruano y la nueva sociedad burguesa decimonónica.
Esto permitiría desmarcarnos del péndulo en el que ha estado
interpretado el tema, que ha oscilado entre lo negativo y lo posi-
tivo, su importante influencia y su casi inexistente presencia. De
otro lado, sería importante repensar el influjo de la Revolución
en el ámbito político peruano y dentro del imaginario nacional
del siglo xix. Hace falta trabajar varios aspectos como la relación
entre la rebelión de Túpac Amaru II y la Revolución francesa,
así como el impacto de la Revolución haitiana en Perú, dentro
del marco de la influencia revolucionaria de 1789 en el área del
Pacífico, o la referencia a la experiencia revolucionaria francesa en
los debates parlamentarios y los discursos políticos a lo largo del
siglo xix, entre otros temas. Considero que la nueva documenta-
ción, los trabajos de investigación y las diferentes perspectivas de
análisis, permitirían acercarnos desde una nueva mirada y de cara
al Bicentenario de la Independencia, a los ecos de la Revolución
francesa en el Perú.

5 182
la guerra de la independencia
española a la luz del bicentenario.
usos públicos y tendencias historiográficas 1

Pedro Rújula
Universidad de Zaragoza

No estoy muy seguro si las conmemoraciones son de utilidad, o


no, para la ciencia histórica. Pero esto no es algo de lo que los
historiadores debamos preocuparnos en exceso, ya que muy pocas
veces somos consultados antes de ponerlas en marcha. En realidad
las conmemoraciones surgen de otros cenáculos bastante alejados
del mundo científico y más próximos a los espacios del poder po-
lítico donde se considera la oportunidad de celebrar este o aquel
acontecimiento del pasado colectivo con ánimo de reforzar algún
aspecto del presente, generalmente en consonancia con los inte-
reses más inmediatos de quien toma la decisión. Que estos inte-
reses sean partidarios o colectivos dependerá de los casos, pero lo
que resulta bastante evidente es que no nacen de la necesidad de
abordar problemas historiográficos, sino de la voluntad de traer a
la actualidad situaciones del pasado que puedan inspirar ideas y
sensaciones, evocar personajes, momentos o lugares de otro tiem-
po para consumo de públicos amplios. Y, sin embargo, ¡qué inte-
resante es todo lo que en materia historiográfica sucede en torno a
las conmemoraciones!

1Este texto tuvo dos versiones anteriores que ahora se revisan y amplían. La primera
de ellas fue “A vueltas con la Guerra de la Independencia. Una visión historiográfi-
ca del bicentenario”, en Hispania, 235 (2010), pp. 461-492; y algún tiempo después,
“Tendencias historiográficas en el bicentenario de la Guerra de la Independencia”, en
Ramón Arnabat (coord.), La guerra del Francès. 200 anys després, Publicacions Univer-
sitat Rovira i Virgili, Tarragona, 2013, pp. 163-195. Ha sido realizado en el marco del
proyecto HAR2015-65991-P “Entre revolución y contrarrevolución. Ciudades, espacio
público, opinión y politización (1789-1888)” financiado por el Ministerio de Econo-
mía y Competitividad, 2016-2019.

183 5
pedro rújula

Siendo que las conmemoraciones nacen de las instituciones


pero afectan a importantes cuestiones de historia, resulta impo-
sible estudiar lo acontecido en torno al bicentenario de la guerra
de la Independencia española sin atender a una doble dimensión.
De un lado la dimensión pública del bicentenario, es decir, aque-
lla que se desarrolla por iniciativa política y que se resuelve en
el espacio público tratando de conectar con el interés de grandes
auditorios. Y de otro, la dimensión investigadora, que también se
beneficia de la oportunidad de la conmemoración, y que puede
repercutir de manera más directa en el avance del conocimiento
historiográfico. No obstante, como se verá a continuación, ambos
campos no están completamente separados, siendo difícil, en oca-
siones, distinguir lo que pertenece a cada uno de ellos.
Existen ya algunos trabajos sobre la historiografía reciente de
la guerra de la Independencia que se han ocupado de ofrecer dife-
rentes panorámicas sobre el tema y que harán más fácil acercarnos
directamente a los focos de interés que afectan a nuestro argu-
mento sin que ello suponga demérito de aquellos trabajos que, en
esta ocasión, no quedan bajo nuestro análisis.2 En consecuencia,

2 Esta labor ya ha sido llevada a cabo con solvencia en varios artículos recientes por
Gonzalo Butrón y José Saldaña, “La historiografía reciente de la Guerra de la In-
dependencia: reflexiones ante el Bicentenario”, Mélanges de la Casa de Velázquez, 38
(1) (2008), pp. 243-270; Jean-Philippe Luis, “Balance historiográfico del bicentenario
de la Guerra de la Independencia: las aportaciones científicas”, Ayer, 75 (2009), pp.
303-325 y “Déconstruction et ouverture: l’apport de la célébration du bicentenaire de
la guerre d’Indépendance espagnole”, Annales historiques de la Révolution française,
366 (2011), pp. 129-151; Jean-René Aymes, “La commémoration du bicentenaire de
la Guerre d’Indépendance (1808-1814), Cahiers de civilisation espagnole contemporaine,
(2009), URL:http://ccec.revues.org/index2997.html, consultado el 3 noviembre de
2017; Manuel Moreno Alonso, “La Guerra de la Independencia: la bibliografía del
centenario”, Historia Social, 64, (2009), pp. 139-162; y Francisco Miranda, “Nuevas
tendencias historiográficas sobre la guerra de la Independencia en Navarra. A vueltas
con el bicentenario (2008-2014)”, Cuadernos del Bicentenario, 28, (2016), pp. 87-119.
Un buen balance de la producción anterior en Francisco Javier Maestrojuan, “La Gue-
rra de la Independencia: una revisión bibliográfica”, en Francisco Miranda (coord.),
Congreso internacional: Fuentes documentales para el estudio de la Guerra de la Indepen-
dencia, Eunate, Pamplona, 2002, pp. 299-342. También, de interés en torno a diver-
sos problemas, el trabajo realizado por Antonio Calvo Maturana y Manuel Amador
González Fuentes, “Monarquía, Nación y guerra de la Independencia: debe y haber
historiográfico en torno a 1808”, Cuadernos de Historia Moderna. Anejos, VII, (2008),
pp. 321-377.

5 184
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

este texto debe ser considerado, como un ejercicio de lectura muy


particular, seguramente subjetivo, pero que confío posea dos vir-
tudes: ordenar un importante volumen de información biblio-
gráfica producida con ocasión del bicentenario y ofrecer algunas
reflexiones sobre la evolución historiográfica en este ámbito de la
investigación.

conmemoraciones y usos públicos de la historia

En la Historia de España existen conmemoraciones ineludibles,


y la de la guerra de la Independencia es una de ellas. Las autori-
dades lo saben, como saben que los silencios son tan importantes
para la configuración de la historia nacional como la elección de
aquellos momentos del pasado que se sitúan bajo los focos. En el
caso de un icono como este, reconocible y todavía muy presente
en el imaginario social, no cabía el silencio y, sin embargo, el sen-
tido de la conmemoración no era tan evidente como lo había sido
cien años antes. ¿Cuál es la celebración que convenía en contexto
–secular, democrático y autonómico– de comienzos del siglo xxi?
Ya en 2005, el Ministerio de Defensa había creado una Comisión
Ministerial para la conmemoración del bicentenario de la Guerra
de la Independencia que pretendía subrayar aquellos “seis largos
años, de 1808 a 1814, [en que] el pueblo y los militares españoles
se levantaron en armas contra el entonces Ejército más importan-
te del mundo, en una contienda que enfrentó en suelo español
al Imperio Francés y sus aliados, contra la coalición formada por
España, Gran Bretaña y Portugal” 3. Sin embargo, a medida que
se aproximaba la fecha de la celebración, el gobierno decidió dar
a los actos un aspecto menos bélico y se produjo un giro hacia lo
político/cultural/intelectual. Así, cuando dos años después, con los
fastos casi a las puertas, se constituye la Comisión Nacional para
la celebración del bicentenario de la guerra de la Independencia,
3 Orden DEF/3183/2005 de 20 de septiembre, publicada en BOE n.º 247 de 15 de
octubre de 2005.

185 5
pedro rújula

el sentido de su acción tiene un perfil bastante diferente –“La


soberanía nacional, la voluntad popular, el nacimiento del libe-
ralismo, la lucha por la libertad y la idea de un cuerpo social co-
hesionado a través de principios y modos muy distintos a los de
los regímenes políticos precedentes”–, el Ministerio de Defensa
ocupa un papel secundario y el principal protagonismo recae en
el Ministerio de Cultura4. Sobre los límites de la voluntad con-
memorativa del gobierno dicen mucho tanto la tardía formación
de la comisión –28 de septiembre de 2007–, sin apenas tiempo
para una programación pausada y consolidada, como la disposi-
ción adicional segunda que, literalmente, estaba redactada en es-
tos términos: “La constitución y funcionamiento de la Comisión
no supondrá incremento alguno de gasto público y será atendida
con los medios materiales y personales existentes en el Ministerio
de Cultura” .
Las exposiciones son una buena manifestación del enfoque
cívico que las instituciones hacen de la Historia y de la relectu-
ra actualizada de los hechos del pasado llevada a cabo a la luz
de nuevas sensibilidades y nuevos intereses. La impulsada por
el Ministerio de Defensa en colaboración con el Ministerio de
Cultura está inspirada por la idea de mostrar la íntima relación
que durante la guerra de la Independencia se produjo entre mi-
licia y pueblo. Así, desde su propio título, España 1808-1814. La
Nación en armas5, se subraya la importancia de lo militar en el
origen de la España Contemporánea y, por las propias caracterís-
ticas del conflicto, se incide en aquella suerte de plebiscito cuasi-
democrático que supuso la movilización armada genéricamente
interclasista que tuvo lugar frente a la invasión. La propuesta está
arropada historiográficamente por un buen conjunto de reputa-
dos historiadores del período cuyos textos de síntesis, rigurosos
y oportunos, combinan bien con la propuesta expositiva y, sobre

4 Real Decreto 1292/2007, de 28 de septiembre, publicado en BOE n.º 237 de 3 de


octubre de 2007.
5 España 1808-1814. La Nación en armas, Sociedad Estatal de Conmemoraciones
Culturales-Secretaría General Técnica del Ministerio de Defensa, Madrid, 2008.

5 186
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

todo, proporcionan una cobertura académica impecable. Como


afirmaba en el prólogo el entonces ministro de Cultura, César
Antonio de Molina, el espíritu del “ciclo de conmemoraciones
que ahora se inicia” bien podía celebrar “el reencuentro con la
nación liberal nacida en la guerra de la Independencia y concebi-
da por los padres de la Constitución de Cádiz como “una nación
libre e independiente”. La exposición rinde tributo a esa lucha
simultánea por la independencia y por la libertad sin esconder el
dramatismo de aquellos acontecimientos ni el profundo desgarro
que produjo en la sociedad española” 6.
El Real Decreto que regulaba la formación de la Comisión
Nacional, planteaba además la creación de dos subcomisiones de
ámbito municipal, una del Dos de Mayo, presidida por el Alcalde
de Madrid, y otra de los Sitios de Zaragoza, presidida por el Al-
calde de esta ciudad. En ambos casos la condición de subsede de
la conmemoración se expresó en forma de exposiciones cuyo ca-
tálogo refleja bien otros ángulos de la guerra de la Independencia
a través de políticas de la memoria desarrolladas desde diversas
instituciones.
El Ayuntamiento de la capital se sirvió de dos espacios, el
casón del Conde Duque y el Museo de Historia, para desarro-
llar la exposición que dieron lugar a sendos libros de igual título
Madrid 1808, pero distinto subtítulo, “Guerra y territorio” el
primero, y “Ciudad y protagonistas” el segundo7. Con ellas la
ciudad se proponía aprovechar un hecho, como el Dos de Mayo
“que forma parte de nuestra memoria colectiva” y utilizarlo para
reivindicar el protagonismo de “los ciudadanos de Madrid [que],
movidos por un sentimiento común, decidieron luchar por la
libertad de su Nación” . Aquí la Nación ya no es sujeto sino argu-
mento para la movilización de unos “ciudadanos” que, de hecho,
no eran tales, ya que ni disfrutaban de derechos civiles ni vivían

6 Palabras de César Antonio de Molina en uno de los prólogos a la obra. Ibídem,


sin pág.
7 Madrid 1808. Guerra y territorio, Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 2008 y Ma-
drid 1808. Ciudad y protagonistas, Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 2008.

187 5
pedro rújula

en una ciudad. Pero, lo importante era que el Ayuntamiento mi-


raba a su pasado y se encontraba con un acontecimiento “cuyos
efectos cambiaron el rumbo de la Historia de España” y al que
“ni puede ni quiere renunciar” , para lo cual buscaba su propio
dominio conmemorativo8. El sentido de la exposición sería el que
subrayaban en el texto introductorio los profesores Ángel Baha-
monde y Jesús Martínez cuando afirmaban que “todo empezó
en Madrid” 9. Y esta reivindicación de Madrid como el germen
de la Guerra de la Independencia, que posee un gran simbolis-
mo si se asume que este conflicto está en el origen de la España
Contemporánea, se desarrolla mediante una doble reflexión. La
primera, mirando hacia el espacio físico de la época a través de
las representaciones gráficas del territorio. La segunda, hacia la
realidad social, política y cultural sobre la que se proyectan los
acontecimientos madrileños.
Por su parte, la subcomisión de Zaragoza se esforzó en que los
actos de la conmemoración no coincidieran con la celebración de
la Exposición Universal de 2008, que tuvo lugar en la ciudad en-
tre los meses de junio y septiembre de ese año. De ahí que el acto
central del bicentenario, la gran exposición patrocinada por el
Ayuntamiento y la Diputación Provincial en la Lonja y el Palacio
de Sástago, se inaugurara el 20 de febrero de 2009, coincidiendo
con la fecha de la capitulación de la ciudad en el segundo sitio en
vez de con la victoria en el primero. Dejando a un lado la escasa
potencia conmemorativa de una derrota, a partir de un reperto-
rio muy clásico –“una colección de pinturas, grabados, armas y
objetos”– la exposición se planteaba mostrar la importancia que
los Sitios han tenido para la ciudad, subrayar el carácter popular
de la resistencia zaragozana y seguir el proceso de construcción de
Zaragoza como mito nacional e internacional. De nuevo el recur-
so en el catálogo a un buen número de prestigiosos historiadores

8 Palabras de Alberto Ruiz-Gallardón en el texto introductorio de ambos catálogos.


Ibidem, sin pág.
9 Ángel Bahamonde y Jesús Martínez Martín, “El Dos de mayo de 1808”, ibídem,
sin pág.

5 188
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

españoles y extranjeros avalaban la propuesta, y junto a ellos al-


gunos coleccionistas y eruditos autóctonos. Todo esto no impe-
día forzar el sentido histórico de la conmemoración para extraer
de ella lecciones presentes de difícil encaje: “Doscientos años des-
pués, tenemos que hacer que la historia hable. Doscientos años
después la historia habla y nos cuenta que los retos actuales de
la nación son la convivencia pacífica, la sostenibilidad, la educa-
ción, la integración de los inmigrantes, la propia autoestima…”
10
. En esto tenemos que estar de acuerdo con Christian Demange
cuando afirma que “No hay conmemoración del pasado sin pro-
moción de una causa presente: la evocación del pasado sirve para
definir y encauzar el futuro. Por lo tanto, no es sorprendente que
las conmemoraciones hayan sido no sólo una oportunidad para
forjar, promover y reactivar la memoria colectiva, sino también
un lugar de reescritura, manipulación o captación de lo hereda-
do” 11.
De lo visto hasta aquí se deduce que las exposiciones pro-
ponen al espectador/lector un doble discurso, el político-con-
memorativo y el historiográfico que, con frecuencia, no solo no
coinciden sino que pueden ser divergentes. El discurso oficial
está orientado hacia el lugar común de la memoria, hacia el es-
tereotipo del momento histórico creado a lo largo del tiempo,
o a la enseñanza presentista de inmediata utilidad pública. Sin
embargo, la presencia en las páginas de los catálogos de reputados
historiadores especialistas en el tema hacen de ellos, al mismo
tiempo, un eficaz soporte de textos que difunden entre el público
no especializado contenidos elaborados lentamente y con rigor a

10 Los Sitios de Zaragoza, Fundación 2008, Zaragoza, 2009. Entre los autores de
textos figuran Carlos Forcadell, Lluís Roura, Alberto Gil Novales, Pedro Rújula,
Jean René Aymes, Vittorio Scotti Douglas, Charles Esdaile o Herminio Lafoz. Las
citas textuales proceden de la presentación “Los Sitios de Zaragoza” firmada por
Juan Alberto Belloch y Javier Lambán, pp. 9 y 10. La propia Fundación 2008 había
realizado algunas exposiciones anteriores de menor entidad, entre las que cabe desta-
car La Zaragoza de los Sitios, catálogo coordinado por Wilfredo Rincón, Fundación
2008, Zaragoza, 2008.
11 Christian Demange, “El Dos de Mayo: la construcción de una identidad común”,
en Madrid 1808. Ciudad y protagonistas…, p. 171.

189 5
pedro rújula

través de serenas investigaciones12. Cumplen, de este modo, con


su labor de difundir la historia entre la sociedad, aunque mucho
más difícil es penetrar con la Historia la dura coraza de los dis-
cursos oficiales.13

los congresos como referencia científica del bicentenario

Los congresos científicos definen otra de las dimensiones con-


memorativas del bicentenario cuya huella más duradera queda
estampada en los volúmenes de actas que reúnen sus conferen-
cias, ponencias y comunicaciones. A través de ellos quedan defi-
nidos los límites del campo de estudio, los conceptos que guían
la investigación o los temas y sensibilidades de aproximación que
ocupan en cada momento la atención de los historiadores. La pri-
mera de las obras que llama nuestra atención es Guerra, sociedad
y política (1808-1814) coordinado por Francisco Miranda y que
recoge los resultados del congreso desarrollado en Pamplona y
Tudela en noviembre de 200714. El planteamiento está bien defi-
nido en el título. De partida, se trata de una aproximación militar
al periodo de la guerra de la Independencia, que queda perfec-
tamente enmarcada por las dos conferencias que le sirvieron de
inauguración y clausura, la primera de tema napoleónico y la úl-
tima sobre la batalla de Tudela15. Como prolongación inmediata
12 Un buen ejemplo de ello fue el proyecto Ciudades en Guerra, 1808-1814, combi-
nación de exposiciones sobre el territorio y un catálogo con textos de importantes
especialistas. León en la Guerra de la Independencia, Ministerio de Cultura, Madrid,
2009, Pontevedra en la Guerra de la Independencia, Ministerio de Cultura, Madrid,
2009 y Vigo en la Guerra de la Independencia, Ministerio de Cultura, Madrid, 2009.
13 Un ejemplo a medio camino entre lo conmemorativo y lo académico es la publi-
cación impulsada por la Universidad de Jaén: José Miguel Delgado Barrado (coord.),
Andalucía en Guerra, 1808-1814, Universidad de Jaén, Jaén, 2010.
14 Francisco Miranda Rubio (coord.), Guerra, sociedad y política (1808-1804), Univer-
sidad Pública de Navarra-Gobierno de Navarra, Pamplona, 2008, 2 vols. Miranda
es también autor de una monografía Guerra y revolución en Navarra (1808-1814),
Gobierno de Navarra, Pamplona, 2011.
15 Jean-Paul Bertaud, “Napoléon, l’honneur et la gloire” y Juan José Sañudo, “La
batalla de Tudela, 23 de noviembre de 1808”, en ibídem, pp. 1-14 y 1193-1221 respec-
tivamente.

5 190
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

de este mismo planteamiento, también reciben especial atención


las consecuencias económicas y sociales del conflicto. Sin embar-
go, en este temprano congreso, ya comienzan a apreciarse algu-
nos signos del interés de los historiadores por nuevas formas de
abordar la guerra. Así lo ponen de manifiesto las ponencias que
exploran las representaciones del conflicto, tanto en la mirada
del otro16 como en las creaciones artísticas17, el fenómeno de la
opinión pública18, la historia de los conceptos19 e, incluso, la me-
moria20, aspectos todos ellos que serán centrales en otros trabajos
analizados más adelante.
Mucho más definido dentro de los cánones de la historia mi-
litar fue el congreso celebrado en Zaragoza entre finales de marzo
y principios de abril de 2008, cuyas ponencias y comunicaciones
aparecieron reunidas en la obra La guerra de la Independencia Es-
pañola: Una visión militar21. En él se dieron cita un buen número
de profesores, oficiales y estudiosos con la intención de anali-
zar la Guerra de la Independencia “desde la óptica de la historia
militar en el contexto de las guerras napoleónicas, los ejércitos

16 Jean-René Aymes, “Como ven los franceses la Guerra de la Independencia”, ibí-


dem, pp. 101-120; Jan Stanislaw Ciechanowski, “La visión del otro. La guerra vista
por los polacos”, ibídem, pp. 199-208; Charles Esdaile, “Los orígenes de un matri-
monio difícil: la Guerra de España vista desde Gran Bretaña, 1808-1809”, ibídem,
pp. 255-282; y Vittorio Scotti, “La visión del otro. La guerra vista por los italianos”,
ibídem, pp. 723-732.
17 Ana Mª Freire, “La Guerra de la Independencia en el teatro lírico español (1814-
1914)”, ibídem, pp. 283-304; y Jesús Maroto, “La Guerra de la Independencia en la
novela del siglo xx”, ibídem, pp. 355-404.
18 Emilio de Diego, “España: 1808-1814. La propaganda como herramienta en la
formación de la opinión pública: la caricatura”, ibídem, pp. 209-232.
19 Lluís Roura, “Patriotismo y nación en la Guerra de la Independencia. El secuestro
del concepto “nación””, en Francisco Miranda Rubio (coord.), Guerra, sociedad y
política…, vol. I, pp. 603-629.
20 Emilio Castillejo Lacambra, “La función de los mitos sobre “la Guerra de la In-
dependencia” trasmitidos a través de la enseñanza de la historia”, ibídem, pp. 151-198
y Pierre Géal, “Los lugares de memoria en la Guerra de la Independencia”, ibídem,
pp. 305-324.
21 La guerra de la Independencia Española: Una visión militar Actas del VI Congreso de
Historia Militar. Zaragoza, 31 de marzo a 4 de abril de 2008, Madrid, Ministerio de
Defensa, 2009, 2 vols. Los volúmenes reúnen las ponencias y comunicaciones del VI
Congreso de Historia Militar organizado en esta ocasión por la Academia General
Militar y la Universidad de Zaragoza.

191 5
pedro rújula

enfrentados y las operaciones militares, con especial énfasis en los


nuevos tipos de guerra”. El resultado mantenía con coherencia
estos presupuestos, situando sus aportaciones en el plano de lo
factual, ya fuera abordando los cambios que se produjeron en
la forma de actuar de los ejércitos tras la Revolución francesa, el
papel de las tropas extranjeras en la Península, las distintas mo-
dalidades de guerra que se pusieron en práctica a lo largo del
conflicto o los mecanismos de reclutamiento y movilización.
Sin lugar a dudas, el congreso con un planteamiento más am-
plio y totalizador fue el “Congreso Internacional del Bicentena-
rio de la Guerra de la Independencia Española” organizado por
la Universidad Complutense de Madrid con el patrocinio de la
Fundación Dos de Mayo, Nación y Libertad, y que apareció pu-
blicado bajo el título El comienzo de la Guerra de la Independen-
cia22. El campo de estudio fue definido según clásicos criterios de
historia política, militar, social económica y cultural, con algunas
subdivisiones oportunas acordes con la temática, y sus aportacio-
nes se mantuvieron en diálogo directo con los aspectos factuales
de la guerra o, en el caso de las referencias a las manifestaciones
artísticas, con un marcado enfoque positivo. Aparte de algunas
intervenciones aisladas de fondo más interpretativo –como las de
Ricardo García Cárcel, en defensa de los mitos nacionales, o la de
Emilio La Parra, sobre el efecto movilizador de un rey inexisten-
te23–, la apuesta teórica más novedosa se encuentra en el apartado
dedicado a la presencia femenina en la guerra apostando por res-
taurar el papel de la mujer en la historia recuperando los distintos
perfiles del protagonismo femenino, los efectos de la guerra sobre
las mujeres como parte de la sociedad, o la presencia de estas en
los discursos patrióticos24.

22 Emilio de Diego (dir.), El comienzo de la Guerra de la Independencia. Congreso


Internacional del Bicentenario, Actas, Madrid, 2009.
23 Ricardo García Cárcel, “La cuestión nacional en la Guerra de la Independencia”
y Emilio La Parra, “El rey imaginario”, en Emilio de Diego (dir.), El comienzo de la
Guerra…, pp. 35-47 y 199-209 respectivamente.
24 Son los trabajos de Gloria Espigado, “Armas de mujer: el patriotismo de las espa-
ñolas en la Guerra de la Independencia”, María Antonia Lópes, “Mujeres (y hom-

5 192
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

Con la lengua como elemento delimitador del espacio, y la


batalla del Bruch como referente conmemorativo que motivaba
la reunión científica, tuvieron lugar, también en 2008, las jor-
nadas de estudio reunidas posteriormente en la obra La Guerra
del Francès als territoris de parla catalana25. Partiendo de la con-
vención lingüística como vía de aproximación al estudio histó-
rico movilizando el rico asociacionismo cultural existente en el
ámbito catalanoparlante, se desarrolló una amplia revisión del
tema a partir de una estructura tripartita muy eficaz. La primera
de las propuestas tomaba en consideración la rapidez con la que
las tropas napoleónicas se apoderaron de una parte del territo-
rio catalán, abordando genéricamente el tema de “la dominación
francesa”. El segundo introducía el componente dialéctico que el
conflicto mantuvo a lo largo de toda su extensión –“la resisten-
cia”–, pieza indispensable para comprender la violencia desatada
durante sus casi seis años de duración. Finalmente se abordó la
cuestión de los efectos –“las consecuencias”– que ofrecía una di-
mensión en el tiempo de la guerra no siempre valorada en su
justa medida. Todo ello se hacía desde una productiva vocación
de análisis construida sobre el territorio que daba luz con investi-
gaciones construidas desde el ámbito local a muchos aspectos que
se desdibujan desde los grandes planteamientos generales.
Posiblemente los congresos que partían de una nueva defi-
nición del campo de estudio fueron los que se desarrollaron en
Alicante y Zaragoza, durante ese mismo año. El celebrado en Ali-
cante con el título La guerra de Napoleón en España. Reacciones,
imágenes, consecuencias, fruto de la colaboración entre la Uni-
versidad de Alicante y la Casa de Velázquez, proporcionó una
vía de entrada a las aportaciones de los hispanistas franceses que
venían trabajando en temas de cultura y memoria, alejándose de

bres) víctimas de la 3.ª invasión francesa en el centro de Portugal” y Elena Fernández


García, “Dos modelos de feminidad en las defensoras de la patria: las mujeres en los
discursos patrióticos”, en ibídem, parte 8.ª
25 Nuria Sauch Cruz, La guerra del francès als territoris de parla catalana, Afers, Ca-
tarroja, 2011.

193 5
pedro rújula

planteamientos militares.26 Su estructura era tripartita, como su-


giere el título, con un primer bloque con mayor peso de la histo-
ria social y las consecuencias políticas del levantamiento de 1808.
En el segundo toma protagonismo lo cultural con el estudio de
las imágenes, la ideología y las creaciones artísticas. Y, finalmente,
una tercera parte centrada en las consecuencias económicas de
la guerra. Por su parte “Guerra de ideas. Política y cultura en la
España de la Guerra de la Independencia” , que se desarrolló en
Zaragoza, partía de una nueva definición del espacio de estudio
explorando el territorio existente entre política y cultura. En él se
conseguía una ampliación del marco integrando el fenómeno en
el ámbito europeo, proponiendo el análisis de los comportamien-
tos políticos diferenciados ante el hundimiento del estado, el es-
tudio de los medios y los mensajes que transformaron la visión
de la política a través de la experiencia y, finalmente, los aspectos
que proyectaron la guerra en el tiempo: el arte, la memoria y la
historia.27
Los congresos, en definitiva, ponían de manifiesto las conti-
nuidades en la práctica historiográfica anterior, pero también re-
flejaban, en distintos grados, algunos de los cambios que estaban
teniendo lugar en el estudio de la Guerra de la Independencia.
Así, los aspectos militares de la guerra, con sus ramificaciones
económicas, sociales o culturales, seguían ocupando una parte
fundamental del quehacer de los historiadores. Sin embargo,
aunque de forma poco articulada y algo asistemática, empezaban
ya a dar cuenta de otras formas de abordar el conflicto que no
surgían de un estudio directo de los sucesos, sino de una relectura
de los mismos a través de ojos parciales y subjetivos, ya fueran los
de testigos de otras nacionalidades, los del género femenino, los
de las gentes que vivían sobre el territorio donde se desarrollaba

26 Emilio La Parra López (ed.), La guerra de Napoleón en España. Reacciones, imá-


genes, consecuencias, Publicaciones Universidad de Alicante-Casa de Velázquez, Ali-
cante, 2010.
27 Pedro Rújula y Jordi Canal (eds.), Guerra de Ideas. Política y cultura en la Guerra
de la Independencia, Marcial Pons, Madrid, 2012.

5 194
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

la lucha o los de las generaciones futuras que imaginaban como


había sido aquella guerra28.

nuevos relatos de la guerra

Teniendo en cuenta la multiplicidad y dispersión de las cante-


ras historiográficas donde se trabaja la historia del período de la
Guerra de la Independencia, proyectar una visión de conjunto
sobre estos años constituye, en sí misma, una empresa repleta de
dificultades. Para evitar la dispersión de una obra erudita pero sin
espina dorsal, las estrategias narrativas puestas en marcha por los
historiadores al servicio de contar la guerra, han pasado por esco-
ger una beta de género y explotarla por la vía de la especialización.
Con cierta antelación a la fecha del bicentenario Charles Es-
daile ya manifestaba la necesidad de acometer una nueva his-
toria militar del conflicto que, en diálogo con las aportaciones
más recientes, superara la “vieja historia, escrita en gran medida
en términos de batallas, campañas y grandes hombres, [que] no
contempla las nuevas corrientes de la labor histórica que llevan
revolucionando nuestra comprensión del pasado al menos los úl-
timos cincuenta años.” Su aportación fue La guerra de la indepen-
dencia: una nueva historia29, una apuesta muy consistente con la
que se proponía normalizar la presencia de la historia militar en
el ámbito de la investigación universitaria. “La comunidad aca-
démica –afirmaba–, profundamente hostil a la historia militar y
con prejuicios en su contra, ha dejado su estudio a investigadores

28 Somos conscientes de que hubo otros congresos –como el celebrado en Alicante,


del 26 al 28 de mayo de 2008, con el título “La guerra de Napoleón en España.
Reacciones, imágenes, consecuencias”, o el que bajo el enunciado “Guerra de ideas.
Política y cultura en la España de la Guerra de la Independencia” tuvo lugar en
Zaragoza los días 27 a 29 de noviembre de ese mismo año– donde se reflejaban de
manera más clara estos nuevos campos de investigación, sin embargo, al no estar
todavía publicados, asumimos la norma de integrar solo en el análisis las obras que
en este momento se hayan a disposición del público.
29 Charles Esdaile, La Guerra de la Independencia, una nueva historia, Crítica, Bar-
celona, 2004.

195 5
pedro rújula

con carencias en lo referente a las fuentes, los idiomas, el apoyo


institucional y la formación intelectual precisa para ver más allá
del humo y el polvo del combate” 30. Manifestaba además la nece-
sidad de unificar el tratamiento militar y el político de la guerra,
lo que en la práctica significaba, sobre todo, integrar también
factores civiles para comprender el desarrollo del enfrentamiento.
En la misma línea de revisitar la guerra con nuevos ojos y
bajo nuevas luces desde la perspectiva de la historia militar, José
Gregorio Cayuela y José Ángel Gallego plantearon su obra La
Guerra de la Independencia. Historia bélica, pueblo y nación en
España31. En este caso, a diferencia del historiador británico, más
interesado en tomar distancia de lo que denominaba el “mito
nacional” , se impone el interés por los efectos de la guerra como
fenómeno que hizo aflorar entre los españoles un sentimiento de
empresa colectiva, fraguado tanto con elementos que venían del
pasado como por otros que aparecen en ese momento. A través
de una consideración muy amplia de la historia bélica, que in-
corpora como fundamentales sus relaciones con la política y la
sociedad, los autores plantean la necesidad de narrar de nuevo
el conflicto desde esta perspectiva como una forma de mostrar
el decisivo efecto transformador que tuvo la guerra, tanto sobre
una población que reaccionó de forma colectiva a la agresión –“el
pueblo en armas”–, como sobre la realidad política que articuló
esta respuesta –“la nación española contemporánea”–. Todo ello
construido en torno al concepto de “resistencia vital” que per-
mite explicar el carácter excepcional de la respuesta de los espa-
ñoles, no tanto en clave ideológica, como a partir de la necesidad
sobrevenida de hacer frente a un enemigo que se percibe como
amenaza.

30 Ibídem, p. 10.
31 José Gregorio Cayuela Fernández y José Ángel Gallego Palomares, La Guerra de
la Independencia. Historia bélica, pueblo y nación en España (1808-1814), Ediciones
Universidad de Salamanca, Salamanca, 2008.

5 196
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

Sólidamente asentada sobre el terreno de lo militar, y con


vocación de síntesis, se encuentra España, el infierno de Napo-
león32, de Emilio de Diego que toma muy en consideración to-
dos los elementos internacionales, geoestratégicos, económicos e
intelectuales que inciden sobre el conflicto. Así mismo, después
de haber marcado las posiciones respecto a las interpretaciones
anglocéntricas, incorpora también los factores mentales que hi-
cieron de la lucha en tierra española algo diferente. “La apro-
ximación al plano psicológico colectivo –afirma– nos mostraría
[…] que los españoles combatían por patriotismo, incluyendo
en él los elementos materiales y espirituales que significaban so-
brevivir, y odio al invasor, poniendo cuanto tenían, sin medida,
al servicio de su causa. Así, el apasionamiento dominaría a todos
los niveles en el bando «patriota»”33. Es de allí de donde nace una
“guerra popular y nacional” de gran complejidad, con perfiles de
guerra de religión, de guerra de opinión, de guerra civil, y todo
ello en el contexto de una revolución político-institucional.
Dos obras más proponen revisiones globales del período ma-
tizando sus elementos militares con importantes dosis de interés
hacia lo político. La primera de ellas, la de José Manuel Cuenca
Toribio, La Guerra de la Independencia: un conflicto decisivo (1808-
1814), un trabajo que el autor considera “libro de libros” y cons-
tituye un auténtico alarde erudito y combativo sobre el período.
En cuanto a la interpretación, defiende la unicidad de la respues-
ta antifrancesa de 1808 más allá de comportamientos regionales,
el componente tradicional del levantamiento y la Guerra de la
Independencia como expresión de una realidad nacional preexis-
tente. “El nacimiento de España –escribe en este sentido– no se
inscribió en los registros notariales de las Cortes de Cádiz, sino
en los de los escribanos medievales”34. Por su parte, el trabajo

32 Emilio de Diego, España, el infierno de Napoleón. 1808-1814. Una historia de la


guerra de la Independencia, La Esfera de los Libros, Madrid, 2008.
33 Ibídem, p. 21.
34 José Manuel Cuenca Toribio, La Guerra de la Independencia: un conflicto decisivo
(1808-1814), Encuentro, Madrid, 2006, p. 10.

197 5
pedro rújula

de Enrique Martínez Ruiz La Guerra de la Independencia (1808-


1814). Claves españolas en una crisis europea35, aborda el conflicto
en clave de ensayo, lo que le proporciona mayor versatilidad en
el tratamiento de los temas y la posibilidad de ampliar los marcos
de referencia, tanto los geográficos, incidiendo en la dimensión
internacional del conflicto, como los cronológicos, tomando la
secuencia histórica en el siglo xviii para llegar hasta los años 20
del siglo xix, conectando con otra invasión francesa, la de los
Cien Mil Hijos de San Luis.
Entre las propuestas colectivas cabe destacar dos que se carac-
terizan por ofrecer interpretaciones muy compactas en sus plan-
teamientos. La Guerra de la Independencia [1808-1814]. El pueblo
español, su ejército y sus aliados frente a la ocupación napoleónica,
amparado por el Ministerio de Defensa, retoma las ideas que ya
inspiraban el citado decreto de 2005 y realiza un tratamiento mi-
litar del conflicto con la voluntad explícita de mostrar las caras de
una “guerra plural, poliédrica y controvertida de la que surgió la
España contemporánea” en conexión con “el papel desempeña-
do por el pueblo llano en el desarrollo de aquellos acontecimien-
tos” 36. Muy diferente es la obra coordinada por Antonio Moliner,
La guerra de la Independencia en España (1808-1814), concebida
como manual universitario y construida con planteamientos
temáticos muy amplios. En sus capítulos, al cuidado cada uno
de un especialista, puede encontrarse desde el contexto europeo
de las guerras hasta el papel del conflicto como fundador de la
memoria nacional, pasando por el estudio de las campañas, la
propaganda, distintas perspectivas de la España afrancesada o las
Cortes de Cádiz. Todo ello tomando distancia de cualquier tipo

35 Enrique Martínez Ruiz, La Guerra de la Independencia (1808-1814). Claves españo-


las en una crisis europea, Sílex, Madrid, 2007.
36 Palabras de José Antonio Alonso, ministro de Defensa, en la introducción a La
Guerra de la Independencia [1808-1814]. El pueblo español, su ejército y sus aliados frente
a la ocupación napoleónica, Ministerio de Defensa, Madrid, 2007, p. 6 y 7. La obra,
de una gran calidad gráfica, está introducida por las firmas de José Álvarez Junco y
Miguel Alonso Baquer y cuenta con una veintena de artículos que giran en torno a
distintos aspectos de la guerra.

5 198
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

de revisionismo, pues “la Guerra de la Independencia no es un


producto del franquismo ni una simple invención conceptual de
los liberales” 37.

el tránsito de lo social y lo cultural

Posiblemente el libro de conjunto más arriesgado y novedoso


en sus planteamientos aparecido en el contexto del bicentena-
rio fuera el de Ronald Fraser, La maldita guerra de España38. La
obra constituye un proyecto muy sólido para realizar una historia
desde abajo de la guerra de la Independencia con vocación tota-
lizadora, acometido mediante un amplísimo abanico de fuentes
primarias y secundarias y multiplicando los focos de interés del
historiador. Su objetivo prioritario era comprender la lógica de la
participación popular en la guerra que hicieron los españoles ante
la invasión napoleónica, lo que le lleva a analizar los factores eco-
nómicos y demográficos que condicionan la vida de los españo-
les, a estudiar los componentes de la sublevación, los motivos que
hicieron posible la movilización de la sociedad, o la participación
de las mujeres, así como a adentrarse en la evolución del espíritu
público o a valorar también la importancia de la información y
las ideas a la hora de comprender las características de la lucha
en la que estaban inmersos. El resultado es una historia social
del conflicto que, renunciando a planteamientos esquemáticos,
contempla acertadamente el enfrentamiento en su desarrollo
temporal, se esfuerza por insertar los movimientos populares en
el universo mental de su época y asume las complejas combi-
naciones surgidas de “dos guerras” simultáneas, una contra los
franceses y otra por las condiciones de vida.

37 Antonio Moliner, “Introducción”, en Antonio Moliner Prada (ed.), La guerra de


la Independencia, Nabla ediciones, Barcelona, 2007, p. 9.
38 Ronald Fraser, Maldita guerra de España. Historia social de la Guerra de la Indepen-
dencia. 1808-1814, Crítica, Barcelona, 2006.

199 5
pedro rújula

En Resistencia y revolución durante la Guerra de la Independen-


cia39, Richard Hocquellet llevó a cabo una revisión profunda y de
gran rigor teórico de los mecanismos que hicieron de los años del
conflicto un auténtico seísmo político y social. Para ello apostó por
desligar la resistencia ante el invasor francés del proceso de revo-
lución que llevó a la Constitución de 1812, privando así al proceso
de la causalidad que algunos relatos le atribuían y, a partir de ahí,
realizó un ejercicio de deconstrucción de las fases, atendiendo a la
lógica de la movilización y a los protagonistas que la dirigieron en
cada caso. Llegados a este punto, el problema consiste en compren-
der como aquella España considerada como un país arcaico había
buscado una solución revolucionaria como la adoptada en Cádiz.
La obra, presta especial atención a los momentos en los que se
configura la reacción juntista, protagonizada por diferentes grupos
sociales que ya estaban en el poder y que no pretendían la ruptura
con lo anterior. Así mismo, incide en el nacimiento de la opinión
pública y la expansión de la política a la sociedad que tuvo lugar
en el contexto de la convocatoria de Cortes y de la discusión de la
Constitución. Todo ello, prestando especial atención al protago-
nismo individual de aquellos “intermediarios” de la modernidad
que fueron capaces de propiciar una salida inédita a la difícil situa-
ción en la que el país se vio envuelto durante aquellos años40.
Finalmente, lo que Ricardo García Cárcel demuestra en El
sueño de la nación indomable41 es que el espectro de mitos surgidos
de la guerra de la Independencia es tan amplio y profundo que
puede llevarse a cabo una completa historia del conflicto solo con
proponerse una revisión de los más importantes de ellos. El aná-
lisis de los mitos, como construcciones intelectuales que aspiran
39 Richard Hocquellet, Resistencia y revolución durante la Guerra de la Independencia.
Del levantamiento patriótico a la soberanía nacional, Prensas Universitarias de Zara-
goza, Zaragoza, 2008.
40 Sobre este concepto véase Richard Hocquellet, “Intermediarios de la modernidad:
Compromiso y mediación política a comienzos de la revolución española”, en Jeró-
nimo Zurita, 83, (2008), pp. 11-28.
41 Ricardo García Cárcel, El sueño de la nación indomable. Los mitos de la guerra
de la Independencia, Temas de Hoy, Madrid, 2007. Las citas en las páginas 16 y 17
respectivamente.

5 200
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

a ofrecer una interpretación de los hechos y de los personajes del


pasado, abre la posibilidad de estudiar las distintas explicaciones
que se produjeron en cada época y la evolución que sufrieron a
medida que los referentes políticos y culturales iban cambiando.
A medio camino entre la realidad histórica y su comprensión, el
mito plantea el problema de si se trata de un mero artificio parti-
dista inspirado por el interés de quien lo forja, o, verdaderamen-
te, surge y triunfa como realidad social porque refleja mejor que
ninguna otra cosa lo que a todos resulta evidente y se justifica
por su autenticidad y su eficacia. El autor se resiste a aceptar que
sean una completa invención y reivindica tanto su relación con la
realidad como su capacidad para dialogar con la Historia, frente a
esa “historiografía revisionista de los viejos y de los nuevos mitos”
que “parece haberse impuesto”. Desde esta posición, puede afir-
mar que es la crítica a la misma nación que les vio surgir la que
inspira su deconstrucción; toda una pugna entre nacionalismos
con el mito como objeto central de disputa. Ante esta situación
su propuesta es clara: es necesario revisitar los mitos recuperando
su potencial como vehículo para conocer el pasado y también la
carga de pedagogía social que han ido transportando generación
tras generación. “Detrás de toda esta historia –afirma– hay mu-
cha sangre derramada, ilusiones rotas, fracasos políticos, biografías
atormentadas, que exigen respeto por parte de los historiadores.
Pero el respeto no exime de la necesidad de desvelar las legitima-
ciones –verdaderas o falsas– en las que los mitos se fundamentan,
ni de exorcizar las servidumbres sentimentales o las devociones
irracionales a los mismos. Y ello desde la reivindicación de la com-
plejidad, de la exigencia de matices, como vacuna necesaria contra
las interpretaciones reduccionistas o sectarias” .

los problemas a la luz de la política y la cultura

Pocas dudas pueden haber de que la aportación más novedosa de


cuantas han tenido lugar en el contexto del bicentenario han sido

201 5
pedro rújula

los trabajos que abordan la guerra desde una perspectiva cultural.


Hay dos obras, pioneras en este terreno que en unos años se han
convertido en fuente de inspiración y referencia obligada para
los trabajos que se aproximan al tema desde estos presupuestos.
Se trata de Mater dolorosa, de José Álvarez Junco, y El dos de
mayo. Mito y fiesta nacional (1808-1958), de Christian Demange42.
El primero informa el concepto de nación que sirvió de base a
los distintos proyectos políticos del xix, y el segundo propone
una periodización de larga duración para comprender la función
cambiante de los usos públicos de la historia a partir del estudio
de un hecho central. A ellos, como ha señalado Jean-Philippe
Luis, debe unirse el influjo de corrientes historiográficas francesas
que se habían caracterizado por su atención hacia los fenómenos
de politización y las prácticas de sociabilidad que ampliaron los
márgenes de lo político, como la obra de Maurice Agulhon, y
el desarrollo de estas dinámicas en el contexto de las sociedades
hispanas abierto por François-Xavier Guerra43.
No es de extrañar que la obra más contundente en esta di-
rección sea la impulsada por un brillante grupo de hispanistas
franceses, Christian Demange, Pierre Géal, Richard Hocquellet,
Stéphane Michonneau y Marie Salgues, bajo el clarificador título
Sombras de mayo. Mitos y memorias de la Guerra de la Indepen-
dencia en España (1808-1908)44. Para ellos, la Guerra de la Inde-
pendencia constituye una pieza central en la construcción del
nacionalismo español, cuyo estudio desde la perspectiva de las
representaciones podía proporcionar mucha luz sobre la realidad
política de los españoles del Ochocientos. A partir de ahí, los

42 José Álvarez Junco, Mater dolorosa. La idea de España en el siglo xix, Taurus, Ma-
drid, 2001 y Christian Demange, El dos de mayo. Mito y fiesta nacional (1808- 1958),
Marcial Pons-Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2004.
43 Jean-Philippe Luis, “Cuestiones sobre el origen de la modernidad política en Es-
paña (finales del siglo xviii-1868)”, Jerónimo Zurita, 84, (2009), pp. 248-252. Re-
cientemente se ha reeditado François-Xavier Guerra, Modernidad e independencia.
Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, Encuentro, Madrid, 2009.
44 Christian Demange, Pierre Géal, Richard Hocquellet, Stéphane Michonneau y
Marie Salgues (coord.), Sombras de mayo. Mitos y memorias de la Guerra de la Inde-
pendencia en España (1808-1908), Casa de Velázquez, Madrid, 2007.

5 202
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

ejes de la exploración se dirigen al estudio del mito de la guerra,


como acontecimiento fundador de la nación, y de las memorias,
diversas y cambiantes, que lo recrearon en el imaginario político
de los españoles. Los hechos quedan a un lado, y el foco se diri-
ge a comprender las formas en que fueron interpretados, tanto
por los protagonistas como por las generaciones posteriores que
los recrearon adaptados a su sensibilidad, su sentimiento y sus
necesidades en ceremonias, esculturas, textos memorialísticos o
en todo tipo de obras literarias. Una forma coral de mostrar, no
solo que la nación se construye también culturalmente, sino que
los materiales que sirvieron para levantar el edificio fueron muy
heterogéneos y que incidieron sobre la ciudadanía a muy distin-
tos niveles.
La Guerra de la Independencia en la cultura española45, coordi-
nado por Joaquín Álvarez Barrientos, pone toda su atención en
los discursos que nacieron para explicar, recrear, representar la
guerra, incidiendo en su condición de textos y, por lo tanto, de
creaciones intelectuales producto del lenguaje que fueron cons-
truyendo el pasado a lo largo del tiempo. “Podría decirse, se lee
en el prólogo, que esa guerra comienza, precisamente, en 1815, y
no en 1808, cuando diferentes posiciones ideológicas intentan ob-
jetivarla y apropiarse de ella para dar sentido y legitimidad a sus
propios discursos…”. Partiendo de esta idea, que fuerza al máxi-
mo una interpretación en clave textual del conflicto, se revisan
múltiples materiales y perspectivas para constatar esta construc-
ción cultural de la guerra, lo que da oportunidad para adentrarse
en los discursos políticos y memorialísticos y en las visiones lite-
rarias y pictóricas, en la obra de los historiadores y en la forma
de concebir las conmemoraciones, así como en los reflejos que la
guerra tuvo en el futuro. En cuanto al contenido del concepto
de “cultura” al que se refiere el título, encontramos una amplia
variedad de tratamientos que oscilan entre quienes consideran

45Joaquín Álvarez Barrientos (ed.), La Guerra de la Independencia en la cultura espa-


ñola, Siglo XXI, Madrid, 2008.

203 5
pedro rújula

como tal simplemente la producción intelectual en las distintas


ramas del arte, hasta quienes se adentran por los caminos de la
historia de los conceptos y de las culturas políticas. Por otro lado,
buena parte de los artículos muestran su interés por el papel del
pueblo y por lo popular, así como por las reelaboraciones del 2
de mayo, argumentos ambos que terminan operando como hilos
conductores subterráneos de la obra.
Ignacio Peiró, por su parte, sitúa su punto de observación en el
triángulo de relaciones que se establece entre la Historia, el poder
político y el ciudadano. Su libro La Guerra de la Independencia y
sus conmemoraciones (1908, 1958 y 2008)46 propone estudiar los usos
públicos de la Historia en contextos tan distintos como el cente-
nario del conflicto, impregnado de nacionalismo conservador, el
150 aniversario, inspirado por el nacionalismo franquista, y el bi-
centenario de la guerra, democrático y descentralizado. Diversos
contextos, diversos intereses y diversos públicos para un mismo
hecho a conmemorar. La obra, desbordante de erudición y sóli-
damente asentada en el conocimiento de los procesos culturales,
incide, no solo en lo dicho, sino en quienes lo dijeron, analizan-
do con detalle el amplio proceso de socialización de imágenes e
ideas que, tomadas del pasado, se proyectan sobre el presente en
el marco de las preocupaciones y los intereses contemporáneos
coincidiendo con las efemérides de la Independencia47.
No podemos señalar una obra específica sobre historia de
los conceptos dirigida a estudiar la guerra de la Independencia,
pero con solo seguir algunos de los artículos y capítulos de li-
bro escritos por Javier Fernández Sebastián resulta evidente la

46 Ignacio Peiró Martín, La Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones (1908,


1958 y 2008), un estudio sobre las políticas del pasado, Institución “Fernando el Cató-
lico” , Zaragoza, 2008.
47 Sobre políticas de la memoria, véase también Christian Demange, “La construc-
ción nacional vista desde las conmemoraciones del primer cementerio de la Guerra
de la Independencia” y Luis Ferran Toledano y Gemma Rubí, “Las Jornadas del
Bruc y la construcción de memorias políticas nacionales”, en Christian Demange et
alii. (coord.), Sombras de mayo..., pp. 221-236, así como un pionero artículo de Javier
Moreno Luzón, “Entre el progreso y la Virgen del Pilar. La pugna por la memoria
en el centenario de la Guerra de la Independencia”, Historia y política, 12, (2004),
pp. 41-78.

5 204
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

importancia de conocer la vida de las palabras y la evolución de


sus significados, especialmente en los momentos de cambio ace-
lerado cuando se están inventando y reconstruyendo los lengua-
jes que deben nombrar las nuevas realidades48. “En medio de una
conflictividad creciente, afirma este autor, algunas de las palabras
fundamentales del vocabulario político parecían estar perdiendo
rápidamente sus significados, y los contemporáneos fueron muy
conscientes de esa alarmante “avería de las palabras”, de esa súbita
ineptitud de la lengua para servir adecuadamente las funciones
de vehículo de entendimiento entre los hablantes que había veni-
do cumpliendo durante siglos”49. No lejos de estas preocupacio-
nes, pero desde el lado de la literatura, Raquel Sánchez propone
el estudio de las obras de ficción histórica viendo “de qué manera
la literatura sobre la guerra ha ido construyendo representaciones
sobre la misma” que “se encuentran en relación con la identidad
de los españoles como pueblo, una identidad que se intenta re-
elaborar para autocontemplarse y para ser contemplados en los
inicios de la modernidad”50.
El estudio de todo tipo de representaciones y su puesta en
contacto con los contextos en los que fueron creadas han per-
mitido ahondar en las sucesivas relecturas de los hechos y en las
condiciones y estrategias que las inspiraron.51 Representaciones

48 Javier Fernández Sebastián, ““Provincia y Nación” en el discurso político del pri-


mer liberalismo: una aproximación desde la historia conceptual”, en Carlos Forca-
dell y Mari Cruz Romeo, Provincia y nación: los territorios del liberalismo, Institución
“Fernando el Católico” , Zaragoza, 2006, Ídem, “Levantamiento, guerra y revolu-
ción. El peso de los orígenes en el liberalismo español”, en Christian Demange, et
alii., Sombras de mayo…, pp. 187-220 e ídem, “Patria, nación y Constitución: La
fuerza movilizadora de los mitos”, en España 1808-1814. La Nación en armas…, pp.
173-190.
49 Ídem, “Patria, nación y Constitución…, p. 174.
50 Raquel Sánchez García, La historia imaginada. La Guerra de la Independencia en la
literatura española, CSIC-Doce Calles, Madrid, 2008, p. 11. Especial interés muestra
esta autora por la obra de Benito Pérez Galdós, así como también Jordi Canal “Gal-
dós y la España de 1808”, Revista de Occidente, 333, (2009), pp. 41-63. Véase también
Jesús Martínez Baro, La libertad de Morfeo. Patriotismo y política en los sueños lite-
rarios españoles (1808-1814), Prensas de la Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 2014.
51 Fernando Durán López y Diego Caro Cancela (eds.), Experiencia y memoria de la
revolución española (1808-1814), Universidad de Cádiz, Cádiz, 2011.

205 5
pedro rújula

son las imágenes que se pintaron o se estamparon para reflejar los


acontecimientos de la guerra52. Representaciones son las cartogra-
fías que reflejan a escala el mundo que se quería conquistar y que
se deseaba defender53. Y, cómo no, representaciones son las del
teatro patriótico que hizo de los acontecimientos históricos de la
independencia fuente de inspiración de las obras que ocupaban
los escenarios54. “Todo se aprende, hasta la memoria de la Guerra
de la Independencia” , afirma Marie Salgues refiriéndose al valor
didáctico de las piezas teatrales, señalando una de las caracterís-
ticas centrales de la producción intelectual sobre el conflicto: su
conexión con los mecanismos a través de los cuales la memoria se
fija, se construye y se crea a lo largo del tiempo.
En el otro ámbito de la cultura, en el del estudio de las reali-
zaciones intelectuales, también se han producido notables apor-
taciones. Especial atención ha recibido la prensa como crisol de
la cultura política durante los años de la guerra55. La pluralidad
de cabeceras, su fragmentación geográfica y cronológica ha he-
cho necesarias, en muchos casos, guías para andar por un terreno
52 José Álvarez Junco, Nigel Glendinning y Valeriano Bozal, Miradas sobre la Guerra
de la Independencia, Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 2009. Carlos G. Navarro,
“Retrato de una herida. El 2 de mayo en la pintura” y Juan Carrete Parrondo, “Es-
tampas del Dos de Mayo en Madrid. Entre la historia y la propaganda”, en Madrid
1808. Ciudad y protagonistas, Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 2008, pp. 141-158 y
119-136 respectivamente. También José Priego, “Iconografía y guerra”, en La guerra
de la Independencia Española: Una visión militar, Actas del VI Congreso de Historia
Militar. Zaragoza, 31 de marzo a 4 de abril de 2008, Ministerio de Defensa, Madrid,
2009, vol. I, pp. 319-344 y P. de Montaner, Mª José Massot y Joana Seguí, La Guerra
del Francès a Mallorca, 1808-1814, Ajuntament de Palma, Palma, 2009.
53 Cartografía de la Guerra de la Independencia, Ministerio de Defensa-Ollero y Ra-
mos, Madrid, 2008; Agustín Hernando, El geógrafo Juan López (1765-1825) y el comer-
cio de mapas en España, CSIC-Doce Calles, Madrid, 2008; Marie-Anne De Villèle,
“Acerca del trabajo cartográfico de los oficiales franceses en España”; y Juan Carlos
Castañón y Jean-Yves Puyo, “La cartografía realizada por el ejército napoleónico du-
rante la guerra de la Independencia”, en Madrid 1808. Guerra y territorio…, sin pág.
También, Mariscal Suchet, Memorias del mariscal Suchet duque de La Albufera sobre
sus campañas en España desde 1808 hasta 1814, Institución “Fernando el Católico”,
Zaragoza, 2008-2012.
54 Marie Salgues, “La Guerra de la Independencia y el teatro. Tentativa de creación
y de recuperación de una epopeya popular (1840-1868)”, en Christian Demange, et
alii. (coord.), Sombras de mayo…, pp. 267-188, la cita en p. 284.
55 Antonio Checa Godoy, “La prensa durante la Guerra de la Independencia”, en
Emilio de Diego (dir.), El comienzo de la Guerra de la Independencia…, pp. 210-241.

5 206
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

inseguro y plagado de trampas, tanto obras nuevas, como la pro-


puesta por Alberto Gil Novales, Prensa, guerra y revolución56, como
antiguas que vuelven a ver la luz en edición reciente del tipo de
Los periódicos durante la Guerra de la Independencia [1808-1814],
de Manuel Gómez Ímaz57. La relación especial que Cádiz esta-
bleció con la imprenta en inéditas condiciones de libertad58 y el
carácter pionero de su opinión pública ha estimulado numerosos
trabajos tanto en torno a publicaciones59 como a la propia prác-
tica periodística60. Aunque si debiéramos señalar un proyecto co-
lectivo que mide la profundidad del río periodístico en muchas
direcciones y reconstruye el panorama desde el estudio de las ca-
beceras hasta el funcionamiento de las propias imprentas de las
que salían los diarios, pasando por los diversos géneros literarios
e informativos estampados en sus páginas, la opinión pública, los
autores y autoras o los costes de la edición, hay que citar La gue-
rra de pluma. Estudios sobre la prensa de Cádiz en el tiempo de las
Cortes (1810-1814), una extensa y pluridisciplinar empresa coordi-
nada por Marieta Cantos, Fernando Durán y Alberto Romero61.
Señalemos, en esta línea, para concluir la relevancia del proyecto
“Historia de las culturas políticas” cuyo primer título coordinado
por Miguel Ángel Cabrera y Juan Pro titulado La creación de las

56 Alberto Gil Novales, Prensa, guerra y revolución. Los periódicos españoles durante
la Guerra de la Independencia, CSIC-Doce Calles, Madrid, 2009. Véase también
del mismo autor “Estado de la cuestión sobre la prensa de la época”, en Francisco
Miranda Rubio (coord.), Guerra, sociedad y política (1808-1804)…, vol. I, pp. 325-354.
57 Manuel Gómez Ímaz, Los periódicos durante la Guerra de la Independencia, Rena-
cimiento, Sevilla, 2008, prólogo de Manuel Moreno Alonso.
58 Elisabel Larriba y Fernando Durán, El nacimiento de la libertad de imprenta. An-
tecedentes, promulgación y consecuencias del Decreto de 10 de noviembre de 1810, Sílex,
Madrid, 2012.
59 Pedro Gatell i Carnicer, El argonauta español. Periódico gaditano, Renacimiento,
Sevilla, 2008, edición Marieta Cantos Casenave y María José Rodríguez Sánchez de
León; Fernando Durán López (ed.), El patriota en las Cortes (Cádiz, diciembre de 1810
a marzo de 1811), Universidad Autónoma de Madrid, Madrid, 2012.
60 Prensa y libertad de imprenta. Los periódicos en el Cádiz de las Cortes, Ministerio
de Cultura - Consorcio para la celebración del II Centenario de las Constitución de
1812, Madrid, 2010.
61 Marieta Cantos Casenave, Fernando Durán López y Alberto Romero Ferrer, La
guerra de pluma. Estudios sobre la prensa de Cádiz en el tiempo de las Cortes (1808-
1814), Universidad de Cádiz, Cádiz, 2006-2009, 3 vols.

207 5
pedro rújula

culturas políticas modernas, 1808-1833, dedica buena parte de su


atención al surgimiento de un nuevo espacio político como con-
secuencia de la guerra de la Independencia.62

¿historia social versus biografía?

Afirma Gérard Dufour que “los tiempos en los que, como Dios
y Marx mandan, los investigadores nos dedicábamos preferente-
mente (por no decir exclusivamente) a temas económicos y socia-
les han quedado relegados a los anales de la historia” 63. Él mismo
ha dedicado uno de sus últimos estudios a una investigación que
tiene mucho de cultural, una auténtica obra de maestro, sobre
el Goya de la guerra64. No obstante, a pesar de los cambios en
la disciplina constatados por Dufour, la semilla sembrada por el
hispanismo francés durante las últimas cuatro décadas sigue dan-
do sus frutos en ese terreno promiscuo donde siempre es difícil
distinguir los dominios de la historia social y la historia cultu-
ral y cuyo diálogo ha servido para mostrar uno de los rostros
más interesantes de la España que, entre los siglos xviii y xix,
transitaba hacia la modernidad. Buena muestra de ello son dos
publicaciones surgidas en el propio entorno del profesor de Aix-
en-Provence. La primera de ellas es el homenaje publicado en el
Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne bajo el título “Des
62 Miguel Ángel Cabrera y Juan Pro (coords.), La creación de las culturas políticas
modernas, 1808-1833, Prensas de la Universidad de Zaragoza-Marcial Pons, Zaragoza,
2014.
63 Gérard Dufour, “Las relaciones intersociales durante la Guerra de la
Independencia”, en Francisco Miranda Rubio (coord.), Guerra, sociedad y política
(1808-1804)…, vol. I, p. 233. A pesar de la carga de verdad que tiene esta afirmación
siguen viendo la luz trabajos de historia social con un abanico de problemáticas e
intereses muy abierto, como la obra ya citada de Ronald Fraser, La maldita guerra de
España…, los estudios de Emilio La Parra sobre el clero español, “El clero durante la
Guerra de la Independencia”, en España 1808-1814. La Nación en armas…, pp. 273-
284, por ejemplo, o el enfoque social de las guerrillas realizado por John Lawrence
Tone, “El pueblo de las guerrillas”, en Joaquín Álvarez Barrientos (ed.), La Guerra de
la Independencia en la cultura española…, pp. 55-74.
64 Gérard Dufour, Goya durante la Guerra de la Independencia, Cátedra, Madrid,
2008.

5 208
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

Lumières au libéralisme” cuyos artículos intentan dar forma al


huracán de cambios que constituyen la “génesis sociohistórica de
la modernidad” española, atendiendo tanto a los aspectos políti-
cos como intelectuales, a la prensa, a la/s memoria/s, a la sociabi-
lidad, al clero o al rey65. Otro tanto podría decirse de L’Espagne en
1808. Régénération ou révolution?, dirigido por Elisabel Larriba y el
propio Dufour y donde la atención se dirige a la política, la socie-
dad, la propaganda, la administración o al papel del clero durante
la ocupación francesa66. En realidad, por lo tanto, no se trata de
un abandono de la historia social, sino de una ampliación del
campo de estudio y de los registros que permiten comprender
mejor los procesos de cambio, pero sin abandonar nunca la pre-
ocupación de la sociedad como interés central del historiador67.
Los viejos maestros del hispanismo se mostraron unos adelan-
tados en el estudio “cultural” de la guerra de la Independencia.
La definición de su campo de estudio, a medio camino entre la
historia de la literatura y la historia social, les hizo prácticos en los
aspectos intelectuales y mentales de la sociedad del conflicto. Ex-
ploraron fuentes, definieron ámbitos culturales, siguieron ideas y
actitudes, tanto en lo estético como en lo político, y lo hicieron
pausadamente a lo largo de mucho tiempo. Hoy constituyen,
sin duda, un punto de apoyo muy sólido para adentrarse en la
dimensión cultural de la guerra que permite abandonar la super-
ficie de lo bélico para comprender las transformaciones sociales
y los cambios de comportamiento que se operó en la sociedad
española durante el conflicto.

65 Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne, pp. 37-42 (2004-2006). Lleva pie


de imprenta de 2007.
66 Gérard Dufour y Elisabel Larriba (dirs.), L’Espagne en 1808. Régénération ou ré-
volution?, Publications de l’Université de Provence, Aix-en-Provence, 2009. La pu-
blicación recoge los contenidos del monográfico del mismo título publicado el año
anterior en la revista El Argonauta Español.
67 La preocupación por codificar los comportamientos colectivos a partir de la expli-
cación de respuestas individuales y su interpretación historiográfica están presentes
en la obra de Jean-Marc Lafon, L’Andalousie et Napoléon: contre-insurrection, collabo-
ration et résistances dans le midi de l’Espagne (1808-1812), Noveau Monde, París, 2007.

209 5
pedro rújula

En esta línea debemos situar a Jean-René Aymes. Su trabajo se


caracteriza por establecer un diálogo continuo entre los aspectos
sociales y los culturales en el contexto de la guerra. Gran cono-
cedor de las fuentes literarias sobre el conflicto, en su utilización
rompe siempre la barrera del documento haciendo de él un ve-
hículo para el estudio de la sociedad que le dio origen y en puer-
ta de acceso a la mentalidad de los hombres que la integraban.
Así, en La Guerra de la Independencia: héroes, villanos y víctimas
(1808-1814)68, Jean-René Aymes propone un recorrido de la Gue-
rra de la Independencia desde la pluralidad de perspectivas que
concurrieron en ella, con sus justificaciones, sus estrategias, sus
inercias y sus novedades. Un estudio del enfrentamiento desde
la perspectiva de la “guerra de opinión” que eleva el choque por
encima de su condición puramente militar para preguntarse por
las razones y los comportamientos que alimentaron y sostuvieron
la lucha. El contexto conmemorativo ha hecho posible la pu-
blicación de algunos artículos dispersos de este historiador que,
reunidos, definen muy bien su interés sostenido en el tiempo por
la imagen de España en Francia, los usos políticos de la palabra, la
guerra en la literatura y en la historiografía o el estudio de diver-
sas experiencias individuales vinculadas a la guerra69. También ha
permitido la aparición de Españoles en París en la época romántica,
1808-1848, donde revisita y amplia cronológicamente el tema de
la emigración política española a Francia, que ya había sido obje-
to de su atención en su tesis de doctorado casi tres décadas atrás,
insertando ahora la salida de los españoles en el contexto de las
disputas políticas entre el absolutismo y el liberalismo durante la
primera mitad del siglo xix70.

68 Jean-René Aymes, La Guerra de la Independencia: héroes, villanos y víctimas (1808-


1814), Milenio, Lérida, 2008.
69 Ídem, La Guerra de la Independencia (1808-1814): calas y ensayos, CSIC-Doce Ca-
lles, Madrid, 2009.
70 Ídem, Españoles en París en la época romántica, 1808-1848, Alianza Editorial, Ma-
drid, 2008. Anteriormente había publicado Los españoles en Francia (1808-1814). La
deportación bajo el Primer Imperio, Siglo XXI, Madrid, 1987.

5 210
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

En realidad, lo que revelan estos trabajos es la dificultad para


establecer una separación clara entre el individuo y el grupo.
¿Cómo entender la sociedad, sin comprender al mismo tiempo
las razones que mueven a sus individuos? Y, además, ¿qué mejor
manera de entender los comportamientos sociales y políticos en
un tiempo de cambio que seguir la evolución de individuos ca-
racterísticos por su edad, formación, posición o sensibilidad? El
propio homenaje al profesor Gérard Dufour pone de manifiesto
esta cuestión. Las élites y la “revolución de España” (1808-1814)71
explora el comportamiento de los grupos que lideraron la socie-
dad española en el tránsito del xviii al xix mediante un constante
diálogo entre lo individual y lo colectivo, entre el comportamien-
to aislado y la dinámica del grupo. Sirvan de ejemplo el estu-
dio de Emilio La Parra de los tres hombres que dieron forma al
partido fernandino, o el trabajo de Jean-Philippe Luis sobre los
afrancesados que abre una interesante reflexión sobre este grupo
privilegiando el comportamiento “de los actores inmersos en sus
entornos socio-políticos respectivos”, es decir, la importancia de
su toma de postura individual en relación al ámbito en el que se
desenvuelven, o el análisis del comportamiento del clero a partir
de figuras como Joaquín Lorenzo Villanueva, Miguel Cortés o
Ramón José de Arce72.
La combinación del estudio de trayectorias individuales con
la definición de comportamientos tipo del grupo en el contex-
to de la Guerra de la Independencia está presente también en
otras parcelas. En aquellas que tradicionalmente han sido objeto

71 Armando Alberola y Elisabel Larriba (eds.), Las élites y la “revolución de Espa-


ña” (1808-1814). Estudios en homenaje al profesor Gérard Dufour, Publicaciones de la
Universidad de Alicante-Université de Provence-Casa de Velázquez, Alicante, 2010.
72 Los artículos referidos son Emilio La Parra, “Los hombres de Fernando VII en
1808”, pp. 107-126; Jean-Philippe Luis, “Familia, parentesco y patronazgo durante la
Guerra de la Independencia”, pp. 153-168; Vicente León Navarro, “La élite eclesiás-
tica ante la política. Joaquín Lorenzo Villanueva y Miguel Cortés”, pp. 257-278; y
José María Calvo Fernández, “El inquisidor general Arce. En la sombra del poder”,
pp. 279-290. Juan López Tabar, ha hecho balance de las aportaciones de los josefinos
tras la guerra en “El rasgueo de la pluma. Afrancesados escritores (1814-1850)”, en
Christian Demange et alii. (coord.), Sombras de mayo…, pp. 3-20.

211 5
pedro rújula

de debate por el interés que revestía comprender las claves de


su comportamiento político, es el caso de los afrancesados73, o
porque eran un buen testigo para medir la conexión entre socie-
dad y guerra, como el de los guerrilleros74. También ha servido
de método para constatar la huella dejada por la experiencia de
la guerra, tanto en la construcción de la identidad histórica de
las generaciones posteriores al conflicto75, como en la gestación
de futuros episodios bélicos en los que se iba a ver envuelta la
sociedad española76. Otro tanto sucede con el redescubrimien-
to que ha tenido lugar del papel de la mujer en la guerra. Un
redescubrimiento que contempla una novedosa apuesta teórica77
que muchas veces pasa por volver a componer el protagonismo
individual de las mujeres fijando la atención en aquellas cuyos
nombres y acciones son más conocidos como manera de hacer
visible un protagonismo amplio y multiforme oculto bajo el velo
del anonimato78. Finalmente, cabe señalar el enfoque practicado
73 Juan Francisco Fuentes, “Los afrancesados”, en Madrid 1808. Ciudad y protagonis-
tas..., pp. 119-136; Manuel Moreno Alonso, “Los hombres del intruso”, en Francisco
Miranda Rubio (coord.), Guerra, sociedad y política (1808-1804)…, vol. I, pp. 485-
506; y Juan Pro Ruiz, “Afrancesados: sobre la nacionalidad de las culturas políticas”,
en Manuel Pérez Ledesma y María Sierra, Culturas políticas: teoría e historia, Institu-
ción “Fernando el Católico”, Zaragoza, 2011, pp. 205-232.
74 Ronald Fraser, “La guerrilla”, en Madrid 1808. Ciudad y protagonistas, Ayunta-
miento de Madrid, Madrid, 2008, p. 105.
75 Richard Hocquellet, “Una experiencia compleja. La “Guerra de la Independen-
cia” a través de la trayectoria de algunos de sus actores”, en Christian Demange et alii
(coord.), Sombras de mayo…, pp. 45-64.
76 Pedro Rújula, “La guerra como aprendizaje político”, en El Carlismo en su tiempo:
geografías de la contrarrevolución, Gobierno de Navarra, Pamplona, 2008, pp. 41-63.
77 Irene Castells, Gloria Espigado y María Cruz Romeo (coords.), Heroínas y patrio-
tas. Mujeres de 1808, Cátedra, Madrid, 2009, especialmente pp. 15-54.
78 María Antonia Fernández Jiménez, “La mujer en la guerra”, en España 1808-1814.
La Nación en armas…, pp. 299-312; Juan José Sánchez Arreseigor, “Mujeres en la gue-
rra”, en Francisco Miranda Rubio (coord.), Guerra, sociedad y política (1808-1804)…,
vol. I, p. 691; María Antonia Lopes, “Mujeres (y hombres) víctimas de la 3ª invasión
francesa en el centro de Portugal”, en Emilio de Diego (dir.), El comienzo de la Guerra
de la Independencia. Congreso Internacional del Bicentenario, Actas, Madrid, 2009, pp.
750-772; Elena Fernández, Mujeres en la Guerra de la Independencia, Sílex, Madrid,
2009; y Nuria Marín Arruego, Mujeres. Los Sitios de Zaragoza (1808-1809), Fundación
2008, Zaragoza, 2009. Sobre este tema acaba de aparecer un reciente balance bien do-
cumentado, Rosario Ruiz Franco, “Las mujeres en la Guerra de la Independencia: una
historia en construcción”, en Antonio Rodríguez de las Heras y Rosario Ruiz Franco,
1808: controversias historiográficas, Actas, Madrid, 2010, pp. 209-229.

5 212
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

por Maties Ramisa donde, casi como en una biografía colectiva,


aborda el estudio del personal político y del ejército catalanes en
el contexto de la guerra del Francés combinando los itinerarios
personales con el análisis estructural de la guerra79. Si en algún
momento de la historia reciente las personas fueron determinan-
tes en el funcionamiento de las instituciones, este fue durante la
guerra de la Independencia. Difícil hubiera sido comprender la
acción de la Junta Superior de Catalunya o de la Diputació sin
adentrarse en las biografías de los que las integraron, definir sus
actitudes e intereses y conocer sus relaciones dentro de la socie-
dad catalana.
Otras formas de interés por el individuo plantean directa-
mente una aproximación desde la perspectiva biográfica o au-
tobiográfica construyendo, o evocando, la andadura vital de
protagonistas muy diversos durante los años de la guerra, e inclu-
so desbordando el marco cronológico de esta. Una de las líneas
que ha guiado el interés de los historiadores por los personajes es,
indudablemente, su condición de mitos80, tanto positivos como
negativos, susceptibles de ser interpretados a la luz de nuevas
perspectivas y nuevas informaciones, como sucede con Godoy,
José I, Fernando VII o Agustina de Aragón. Sobre el Príncipe de
la Paz, después de la biografía de referencia publicada unos años
atrás por Emilio La Parra, este autor, en colaboración con Elisa-
bel Larriba han dado a la imprenta una edición de sus Memorias
que está llamada a convertirse en canónica por la pulcritud fi-
lológica con que ha sido editada81. José I ha sido objeto de dos
trabajos originales de gran envergadura. El primero, a cargo de Ma-
nuel Moreno Alonso, que muestra a un político incomprendido

79 Maties Ramisa Verdaguer, Polítics i militars a la Guerra del Francès (1808-1914),


Institut d’Estudis Ilerdencs, Lleida, 2008.
80 Ricardo García Cárcel, El sueño de la nación indomable...., pp. 351-354.
81 Emilio La Parra, Manuel Godoy. La aventura del poder, Tusquets, Barcelona, 2002;
y Manuel Godoy, Memorias, Alicante, Universidad de Alicante, 2008, edición de
Emilio La Parra y Elisabel Larriba. Casi simultáneamente ha sido publicada una
edición abreviada con estudio introductorio de Enrique Rúspoli, Manuel Godoy,
Memorias de Godoy, La Esfera de los Libros, Madrid, 2008.

213 5
pedro rújula

en su voluntad de ser un rey para los españoles y convencido de


que podía convertirse en agente de desarrollo económico y de
modernización institucional para el país. El segundo, Napoléon
et Joseph Bonaparte, de Vincent Haegele, donde se presenta a un
hombre con sentido del deber y del sacrificio a quien fascina “el
poder, la representación del poder y su ejercicio” y cuya carrera
se forjó bajo la tutela de Napoleón. Y, más recientemente, el gran
especialista en el imperio napoleónico, Thierry Lentz, ha dado
también a la imprenta su Joseph Bonaparte, un intento deliberado
de comprender al personaje lejos de la sombra de su hermano82.
Sobre Fernando VII, no hay, de momento una biografía, aunque
los artículos relativos al monarca publicados por Emilio La Pa-
rra van dibujando cada vez con mayor densidad los trazos de un
proyecto biográfico83. En el caso de Agustina de Aragón, resulta
patente su condición de referente femenino de la guerra y su fi-
gura ha dado lugar a múltiples aproximaciones84. También jefes
militares como el marqués de la Romana85 y guerrilleros, como

82 Manuel Moreno Alonso, José Bonaparte, un rey republicano en el trono de España,


La Esfera de los Libros, Madrid, 2008; Vincent Haegele, Napoléon et Joseph Bonapar-
te. Le Pouvoir et l’Ambition, Tallandier, París, 2010; y Thierry Lentz, Joseph Bonapar-
te, Perrin, París, 2016. Sobre su viaje por Andalucía merece ser destacado Francisco
Luis Díaz Torrejón, José Napoleón I en el sur de España. Un viaje regio por Andalucía
(enero-mayo 1810), Cajasur, Córdoba, 2008. Guadalupe Soria Tomás, ha coordinado
recientemente un libro sobre el que llama “nuestro primer rey constitucional”: La
España de los Bonaparte, Dykinson, Barcelona, 2016.
83 Emilio La Parra, “El mito del rey deseado”, en Christian Demange et alii (coord.),
Sombras de mayo…, pp. 221-236; “El rey imaginario”, en Emilio de Diego (dir.), El
comienzo de la Guerra de la Independencia…, pp. 199-209; “Fernando VII: impulso
y freno a la sublevación de los españoles contra Napoleón”, Mélanges de la Casa de
Velázquez, 38-1 (2008), pp. 33-52; o “Los hombres de Fernando VII en 1808…”.
84 Jesús Alonso López, “1808-1950: Agustina de Aragón, estrella invitada del cine his-
tórico franquista”, en Joaquín Álvarez Barrientos, La Guerra de la independencia…,
pp. 379-400; Enric Ucelay da Cal, “Agustina, la dama del cañón: el topos de la he-
roína fálica y el invento del patriotismo”, en Irene Castells, Gloria Espigado y María
Cruz Romeo (coords.), Heroínas y patriotas…, pp. 193-265; Nuria Marín Arruego,
Mujeres…, pp. 133-144; o María Pilar Queralt, Agustina de Aragón. La mujer y el mito,
La Esfera de los Libros, Madrid, 2008.
85 Magnus Mörner, El Marqués de la Romana y el Mariscal Bernadotte, Centro de
Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2004.

5 214
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

Xavier Mina86 o Francisco de Longa87, han sido objeto de interés


y se han visto sometidos a nuevas interpretaciones. En medio de
este interés por las biografías, no podemos dejar de mencionar los
instrumentos biográficos que el bicentenario ha puesto a nuestra
disposición, desde el monumental Diccionario biográfico de Es-
paña, obra de Alberto Gil Novales, hasta el valioso Diccionario
biográfico del generalato español de Alberto Martín-Lanuza, pa-
sando por el Diccionario de la Guerra de la Independencia dirigido
por Emilio de Diego y José Sánchez-Arcilla que contiene por un
buen número de entradas biográficas88.
En el ámbito de los testimonios se va abriendo el abanico de
miradas, tanto por los entornos de los que proceden como por los
niveles sociales o graduaciones militares en los que se forja el rela-
to. Contamos con narraciones de soldados, no solo españoles89 y
franceses90, sino también de otras nacionalidades que integraban

86 Xavier Mina Larrea, Proclamas y otros escritos, Trama Editorial, Madrid, 2012,
prólogo Alberto Gil Novales y edición de Manuel Ortuño.
87 Manuel Ortuño Martínez, Vida de Mina. Guerrillero, liberal, insurgente, Trama
Editorial, Madrid, 2008; José Pardo de Santayana, Francisco de Longa. De guerrillero
a General en la Guerra de la Independencia, Leynfor, Madrid, 2007.
88 Alberto Gil Novales, Diccionario biográfico de España (1808-1833). De los orígenes
del liberalismo a la reacción absolutista, Fundación Mapfre, Madrid, 2010, 3 vols.; Al-
berto Martín Lanuza, Diccionario biográfico del Generalato Español reinados de Carlos
IV y Fernando VII (1788-1833), Foro para el estudio de la Historia Militar de España,
Legardeta, 2012; y Emilio de Diego y José Sánchez Arcilla (dirs.), Diccionario de la
Guerra de la Independencia, Actas, Madrid, 2 vols, 2012.
89 Julián Alonso, Un veterano de la Guerra de la Independencia. Memorias de Julián
Alonso, Universidad de Castilla-La Mancha, Ciudad Real, 2008, edición de Manuel
Espadas Burgos; José María Román, Diario del Ingeniero militar Don José María
Román, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Madrid, 2008, edición
de María Zozaya; José M. Guerrero Acosta, Memorias de la Guerra de la Indepen-
dencia (1806-1815). Dinamarca-Rusia-España, Ministerio de Defensa, Madrid, 2009;
Matías de Lamadrid Manrique de la Vega, Diario de un oficial en la Guerra de la
Independencia [1813-1814], Región Editorial, Asturias, 2009; y, con un mayor abanico
de fuentes, Leopoldo Stampa Piñero, Pólvora, plata y boleros. Memorias de testigos y
combatientes en la guerra de la Independencia, Marcial Pons, Madrid, 2011.
90 Antoine Laurent Apollinaire Fée, Recuerdos de la guerra de España, llamada de la
Independencia, 1809-1813, Ministerio de Defensa, Madrid, 2007; Sebastien Blaze de
Bury, Un boticario francés en la guerra de España, 1808-1814. Memorias, Trifaldi, Ma-
drid, 2008; o Léonce Bernard, Soldats d’Espagne. Récits de guerre 1808-1814, Bernard
Giovanangeli Éditeur, París, 2008.

215 5
pedro rújula

los ejércitos en liza, como los británicos91, los polacos92 o los italia-
nos93. Especial interés concitan los testimonios de los mariscales
que tuvieron a sus órdenes las operaciones sobre suelo español,
como Soult94, Thibault95 y Suchet96, y los de algunos de sus ofi-
ciales como Marbot97 o Lejeune98. Entre la oficialidad española
cabe destacar las memorias de Palafox99 o las de Espoz y Mina100.
Los hombres de la corte del entorno de Fernando VII tienen un
buen ejemplo en la recuperación de las memorias del canónigo
Juan de Escoiquiz101. Y entre las figuras de la política que vieron
sus vidas marcadas por la guerra son destacables las biografías
de Martín de Garay o Antonio Cornel102. La visión de los civiles
está bien representada por el paciente y sistemático registro del
91 Benjamin Harris, Recuerdos de este fusilero, Reino de Redonda, Barcelona, 2008;
y Charles Richard Vaughan, Narrativa del Sito de Zaragoza, Comuniter-Institución
“Fernando el Católico” , Zaragoza, 2008. Anteriormente había aparecido el notable
trabajo de Carlos Santacara, La Guerra de la Independencia vista por los británicos,
1808-1814, Antonio Machado Libros, Madrid, 2005.
92 Kajetan Wojciechowski, Mis memorias de España, Ministerio de Defensa, Madrid,
2009 o Fernando Presa González, et alii (eds.), Soldados polacos en España durante
la Guerra de la Independencia Española (1808-1814), Huerga y Fierro, Madrid, 2004.
93 Vittorio Scotti Douglas, Dal Molise alla Catalogna / De Molise a Cataluña, Editrice
AGR, Campobasso, 2009, 2 vols. También Vittorio Scotti Douglas (coord.), Ancora
sugli Italiani durante la Guerra de la Independencia, Edizione comune di Milano,
Milán, 2008.
94 Nicolas Jean de Dieu Soult, Memorias (España y Portugal), Ediciones Polifemo,
Madrid, 2010, edición de Fernando Valdés.
95 Paul-Charles Thiebault, Memorias del general Thiebault en España (1801-1812),
Ediciones de la Universidad de Salamanca, Salamanca, 2015, edición de Ricardo
Robledo y Miguel Ángel Martín Mas.
96 Louis-Gabriel Suchet, Memorias del mariscal Suchet…, y Frédéric Hulot, Le Ma-
réchal Suchet, Pygmalion, París, 2009.
97 Barón de Marbot, Memorias. Campañas de Napoleón en la Península Ibérica, Cas-
talia, Madrid, 2008.
98 General Lejeune, Los Sitios de Zaragoza. Historia y pintura de los acontecimientos
que tuvieron lugar en esta ciudad abierta durante los dos sitios que sostuvo en 1808 y
1809, Institución “Fernando el Católico” , Zaragoza, 2009, edición e introducción
Pedro Rújula.
99 José de Palafox, Memorias, Comuniter, Zaragoza, 2007, edición de Herminio
Lafoz.
100 Francisco Espoz y Mina, Memorias de un guerrillero, Crítica, Barcelona, 2009.
101 Juan de Escoiquiz, Memorias [1807-1808], Renacimiento, Sevilla, 2007, prólogo
de José Ramón Urquijo.
102 Nuria Alonso Garcés, Biografía de un liberal aragonés: Martín de Garay (1771-
1822), Institución “Fernando el Católico” , Zaragoza, 2009; y Javier Tambo y Alfredo
Martínez, Antonio Cornel y Ferraz, ilustrado, militar y político, e.a., Zaragoza, 2010.

5 216
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

cronista zaragozano Faustino Casamayor103 y, para la visión de


los religiosos pueden servir muy bien dos ejemplos, la Barcelona
cautiva de Ramón Ferrer104 y la perspectiva del conflicto desde
los claustros femeninos queda de manifiesto en la recopilación
de testimonios Monjas en Guerra105. Del lado de los afrancesados,
varias biografías dan buena cuenta de la diversidad de proceden-
cias y de la pluralidad de destinos que aguardaban a los españoles
que estuvieron del lado de José I, la del inquisidor general Ramón
José de Arce106, el funcionario Francisco Amorós107, la del banque-
ro Alejandro María Aguado,108 o la del eclesiástico y erudito Juan
Antonio Llorente.109

batallas, sitios y franceses

El calendario conmemorativo del bicentenario ha ido establecien-


do una curiosa conexión entre geografía e historia, pues, a medi-
da que las efemérides del conflicto iban avanzando, los congresos
y publicaciones bicentenarias se iban sucediendo y avanzaban

103 Faustino Casamayor, Años políticos e Históricos de las cosas más particulares ocu-
rridas en la Imperial, Augusta y siempre Heroica ciudad de Zaragoza. 1808-1809, 18010-
1811 y 1812-1813, Comuniter-Institución “Fernando el Católico”, Zaragoza, 2008, 3
vols., edición de Pedro Rújula, Carlos Franco de Espés y Herminio Lafoz Rabaza
respectivamente.
104 Raymundo Ferrer, Barcelona cautiva, o sea, diario exacto de lo ocurrido en la misma
ciudad mientras la oprimieron los franceses, esto es desde el 13 de febrero de 1808, hasta el
28 de mayo de 1814, Oficina de Antonio Brusi, Barcelona, 1815-1821, 7 vols. Ha sido
editado y comentado por Antoni Moliner Prada, La Guerra del Francès a Catalunya
segons el diari de Raimon Ferrer, Universidad Autónoma de Barcelona, Barcelona,
2010.
105 Jacobo Sanz Hermida (ed.), Monjas en guerra, 1808-1814. Testimonios de mujeres
desde el claustro, Castalia, Madrid, 2009.
106 José María Calvo Fernández, Ramón José de Arce: Inquisidor General, Arzobispo de
Zaragoza y líder de los afrancesados, Zaragoza, Fundación 2008, 2008.
107 Rafael Fernández Sirvent, Francisco Amorós y los inicios de la educación física mo-
derna. Biografía de un funcionario al servicio de España y Francia, Universidad de
Alicante, Alicante, 2005.
108 Jean-Philippe Luis, L’ivresse de la fortune. A. M. Aguado, un génie des affaires,
Payot, París, 2009.
109 Gérard Dufour, Juan Antonio Llorente. El factotum del Rey Intruso, Prensas de la
Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 2014.

217 5
pedro rújula

como si de los frentes de la propia guerra se tratara. Así se fueron


sucediendo Bailén,110 Gerona,111 El Bruch,112 Zaragoza, Figueras,113
Lérida,114 Ciudad Rodrigo,115 Tarragona,116 Sagunto,117 Chiclana,118
Astorga,119 Cádiz,120 Castalla,121… La efemérides han dado lugar
a la confluencia de intereses entre historiadores e instituciones
públicas y privadas que han permitido encuentros científicos, ex-
posiciones, publicaciones… entre otras manifestaciones más difí-
ciles de encajar desde el punto de vista histórico, pero de enorme
éxito popular, como las recreaciones. Lo cierto es que bajo la fór-
mula de congreso con aportaciones de investigadores locales, o de
lecciones de distintos especialistas, y añadiendo la oportunidad
que se abre para publicar monografías con ocasión del bicentena-
rio, los hitos de la guerra han ido adquiriendo forma ante el ima-
ginario popular, especialmente el local, aunque no siempre estas
manifestaciones han logrado trascender más allá de este ámbito.
Especialmente centrada en las operaciones militares en cam-
po abierto o en el fenómeno de la guerrilla, la explicación de la
guerra pocas veces ha dirigido la atención hacia las ciudades. En

110 Francisco Acosta Ramírez, Baylen 1808-2008: Actas del congreso internacional. Bai-
len: su impacto en la nueva Europa del siglo xix y su proyección futura, Universidad de
Jaén, Jaén, 2009.
111 VV.AA., Girona i la Guerra del Francès (1808-1814), Ajuntament de Girona, Gi-
rona, 2008.
112 Nuria Sauch (ed.), La guerra del francès als territoris de parla catalana…
113 “Las fuerzas combatientes en Cataluña durante la guerra de la Independencia
Española”, número monográfico de la revista Cuadernos del Bicentenario, 7 (2009).
114 Antoni Sánchez Carcelén, La Guerra del Francès a Lleida. La insurgència lleida-
tana contra Napoleó i les seves conseqüencies (1808-1814), Pagès editors, Lleida, 2008.
115 Congreso internacional La Guerra de la Independencia en el Valle del Duero: Los
Asedios de Ciudad Rodrigo y Almeida, 5-8 de octubre de 2010.
116 Tarragona a la guerra del francès (1808-1813), Ajuntament, Tarragona, 2011.
117 “La batalla de Sagunto-Murviedro”, monográfico de Cuadernos del Bicentenario,
13, (2011).
118 Fernando Durán López (ed.), La Batalla de Chiclana (5 de marzo de 1811). Estudios
y testimonios reunidos con motivo del bicentenario, Universidad de Cádiz, Cádiz, 2012.
119 Arsenio García Fuertes, El sitio de Astorga de 1812. Una ofensiva para la victoria,
Centro de Estudios Astorganos, Astorga, 2012.
120 Manuel Moreno Alonso, La verdadera historia del asedio napoleónico de Cádiz
1810-1812. Una historia humana de la guerra de la Independencia, Sílex, Madrid, 2011.
121 Rafael Zurita Aldeguer, Suchet en España. Guerra y sociedad en las tierras del sur
valenciano (1812-1814), Ministerio de Defensa, Madrid, 2015.

5 218
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

realidad, la cantidad de enfrentamientos urbanos que tuvieron


lugar por todo el territorio peninsular constituyen en si mismos
todo un plano explicativo de la guerra. Bien representados en el
marco de la historiografía local de la guerra, los sitios no han sido
considerados en conjunto como uno de los componentes defi-
nitorios del conflicto contra el francés. Ese es el planteamiento
que desarrolla Los sitios en la Guerra de la Independencia: la lucha
en las ciudades122 en el que se reconstruye el mosaico de comba-
tes en torno a los núcleos urbanos recuperando su auténtica im-
portancia a través de un conjunto de monografías realizadas por
especialistas del periodo. Una aproximación que, desde un ám-
bito regional, también abordó el proyecto “Ciudades en Guerra”
del Ministerio de Cultura que puso el foco en localidades como
León, Pontevedra o Vigo.
En el caso catalán, aunque existen algunas formulaciones de
carácter general123 y diversos trabajos que fijan su atención sobre
el territorio inmediato,124 los estudios se han concentrado pre-
ferentemente sobre dos focos de interés. Uno muy reconocido,
Gerona, bien integrado dentro del relato del heroísmo nacional
español que siempre le ha reservado un hueco entre los hitos del
conflicto125. La novedad se encuentra en que con motivo del bi-

122 Gonzalo Butrón y Pedro Rújula (eds.), Los sitios en la Guerra de la Independencia:
la lucha en las ciudades, Sílex-Universidad de Cádiz, Madrid, 2012.
123 Antoni Moliner, Catalunya contra Napoleó. La Guerra del Francés 1808-1814, Pagès
editors, Lleida, 2008; Josep Fontana, La Guerra del Francès: 1808-1814, Pòrtic, Bar-
celona, 2008; “Las fuerzas combatientes en Cataluña durante la Guerra de la Inde-
pendencia”, número monográfico de Cuadernos del Bicentenario, 7, (2009). Curioso
planteamiento es el que desarrolla el cuarto volumen del proyecto “El fet identitari
català al llarg de la història” que coordina Lluís María de Puig, La identitat catala-
na en temps de Napoleó (1808-1814), Generalitat de Catalunya, Barcelona, 2015, que
propone aplicar a Cataluña un análisis de la Guerra de la Independencia en clave
identitaria.
124 Un buen ejemplo de ellos es el número 11 de Miscellania d’Estudis Bagencs cuyo
número monográfico coordinado por María Gemma Rubí lleva por título “De la
revolta a la destrucció: Manresa y la Catalunya Central a la Guerra del Francès”,
Centre d’Estudis del Bages, Manresa, 2009.
125 VV.AA., Girona i la guerra del francés…; Germán Segura García, Álvarez de Cas-
tro y el Sitio de Gerona, Fundación Privada Cultural Les Fortaleses Catalanes, Giro-
na, 2010; VV.AA., Álvarez de Castro y su tiempo / i el seu temps (1749-1810), Ministerio
de Defensa, Madrid, 2010. También, con un ámbito geográficamente más amplio,

219 5
pedro rújula

centenario la atención sobre los hechos ha ido perdiendo fuerza


para fijar el interés historiográfico, cada vez más, en la proyec-
ción de la memoria de los sitios en el tiempo126. El otro foco de
atención que, si bien no tan reconocido, se encuentra en franca
revalorización es Tarragona. Ciudad que resistió al avance francés
hasta entrado ya el año 1811, Tarragona fue escenario del asedio
más violento y sanguinario de todos cuantos tuvo que acome-
ter el general Suchet en su marcha hacia Valencia. Este es, sin
embargo, solo el punto culminante de la andadura del sur de
Cataluña dentro de la guerra de la Independencia127 cuyo estudio
sobre fuentes primarias ofrece interesantes investigaciones, como
La crisi de la Guerra del Francès (1808-1814) al Camp de Tarragona,
de Manel Güell, donde analizando los costes demográficos del
conflicto se alcanza una mejor comprensión de las implicaciones
sociales del mismo128.
Ha tardado en producir resultados la visión del conflicto visto
desde la perspectiva del ocupante. De hecho, una de las primeras
publicaciones era, en realidad, la reedición de un libro pionero
sobre el tema Sevilla Napoleónica.129 Poco a poco, no obstante, han
ido apareciendo algunas obras que son dignas de consideración
porque comienzan a dibujar el mapa de la ocupación tales como
Absolutismo, afrancesamiento y constitucionalismo130, que abunda en
Genís Barnosell (coord.), La Guerra del Francès a les comarques gironines, 1808-1814,
Diputació de Girona, Girona, 2010.
126 Genís Barnosell, “Memòria i mite dels setges de Girona, 1808-2008”, en VV.AA.,
Girona i la Guerra del Francès (1808-1814), Ajuntament de Girona, Girona, 2008, pp.
145-163 y “Los Sitios de Gerona durante la guerra de la independencia, 1808-1809:
más allá del mito”, Historia Social, 71 (2011), pp. 3-19. Véase también Jordi Canal,
“Gerona (1808-1809). El baluarte sacrosanto de nuestra nacionalidad”, en Gonzalo
Butrón y Pedro Rújula, Los sitios en la Guerra de la Independencia…, pp. 39-64.
127 Antonio Moliner Prada, Tarragona (mayo-junio 1811), Una ciudad sitiada durante
la Guerra del Francés, Doce Calles-CSIC, Madrid, 2011 o Juan Gómez Díaz, El ge-
neral Contreras y el sitio de Tarragona, Foro para el estudio de la Historia Militar de
España, Madrid, 2012.
128 Manuel Güell, La crisi de la Guerra del Francés (1808-1814) al Camp de Tarragona,
Cercle d’Estudis Històrics i Socials Guillem Oliver, Tarragona, 2011.
129 Manuel Moreno Alonso, Sevilla napoleónica, Universidad de Sevilla, Sevilla, 2011.
130 Regina Polo Martín, Absolutismo, afrancesamiento y constitucionalismo. La im-
plantación del régimen local liberal (Salamanca, 1808-1814), Junta de Castilla León,
Valladolid, 2008.

5 220
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

los cambios en el ámbito del poder local, La guerra de la Indepen-


dencia en la Bahía de Cádiz centrada en los efectos de la presencia
continuada del ejército sobre un territorio de operaciones,131 Las
instituciones de seguridad en el reinado de José I Bonaparte, que
describe el funcionamiento de la policía132, o un sólido estudio
sobre la Zaragoza ocupada por los franceses Sophie Darmagnac,
Saragosse, ciudad del Imperio napoleónico (1809-1813).133 Por otro
lado, existe una línea de trabajo en la historiografía francesa de la
guerra, la organización del ejército francés para combatir la insu-
rrección en planteamientos de contraguerrilla. Dos trabajos han
venido a ampliar el conocimiento que de estas tácticas, uno de
ellos centrado en la labor de la gendarmería en España y, el otro,
centrado en un territorio, Cataluña que constata la insuficiencia
de las acciones de contraguerrilla para acabar con la resistencia
sobre el territorio.134

fenómenos editoriales en el espectro académico

La recuperación de textos memorialísticos de los protagonistas


de la guerra, no solo ha puesto de manifiesto cierta tendencia
historiográfica hacia formas escritas que privilegian el testimonio
personal y la mirada subjetiva sobre los hechos, sino también la
receptividad editorial hacia este tipo de documentos que hablan
con vivacidad del conflicto. Junto a ellos, el bicentenario también
fue propicio para la recuperación de textos relevantes sobre la

131 Manuel Ruiz Gallardo, José Mª Cruz Beltrán y Rafael Anarte Ávila, La Guerra de
la Independencia en la Bahía de Cádiz. Panorámica desde el Puerto Real ocupado por
las tropas napoleónicas, Diputación de Cádiz, Cádiz, 2012.
132 Las instituciones de seguridad en el reinado de José I Bonaparte. El caso de Córdoba,
Dykinson, Madrid, 2012.
133 Sophie Darmagnac, Saragosse, ciudad del Imperio napoleónico (1809-1813), Asocia-
ción cultural “Los Sitios de Zaragoza”, Zaragoza, 2015.
134 Gildas Lepetit, Saisir l’insaisissable. Gendarmerie et contre-guérreilla en Espagne
au temps de Napoléon, Presses Universitaires de Rennes-Service Historique de la Dé-
fense, Rennes, 2015 y Thierry Gallice, Guérilla et contre-guérilla en Catalogne (1808-
1813), L’Harmattan, París, 2012.

221 5
pedro rújula

guerra. En ocasiones ha sido ocasión para poner a nuestra dis-


posición obras clásicas inéditas hasta el momento en castellano
como Napoleón y España. 1799-1808, de André Fugier, donde se
abordaban por primera vez con profundidad las relaciones entre
España y Francia en el tránsito entre los siglos xviii y xix135, o una
obra básica de historia militar como Contribución a la historia de
la Guerra de la Independencia de Jean Sarramón136. También han
visto la luz nuevas ediciones de las dos grandes obras decimonó-
nicas de referencia sobre la Guerra de la Independencia, es decir,
la Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, del
conde de Toreno y Guerra de la Independencia. Historia militar
de España de 1808 a 1814, de Gómez de Arteche. Asimismo han
aparecido nuevas ediciones de dos de las obras de referencia de la
segunda mitad del siglo xx, como son Los afrancesados, de Miguel
Artola, y La Guerra de la Independencia de Jean-René Aymes137.
Igualmente ha sido una ocasión oportuna para reeditar textos
fundamentales que todavía siguen siendo objeto de productiva
exégesis, como es el caso de Centinela contra franceses, de An-
tonio Capmany, o de Examen de los delitos de infidelidad a la
patria, de Félix José Reinoso138. Algunos manuscritos originales
han llegado por primera vez al lector, desde pequeños escritos
o expedientes139, hasta grandes corpus documentales como la
135 André Fugier, Napoleón y España 1799-1808, Centro de Estudios Políticos y Cons-
titucionales-Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Madrid, 2008.
136 Jean Sarramon, Contribución a la historia de La Guerra de la Independencia de la
Península Ibérica contra Napoleón I, Ministerio de Defensa, Madrid, 2010, 2 t.
137 Conde de Toreno, Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, Ur-
goiti editores, Pamplona, 2008, estudio preliminar de Richard Hocquellet y, tam-
bién, Noticia de los principales sucesos del gobierno de España, 1808-1814, Urgoiti, Pam-
plona, 2008 e Ídem, Noticia de los principales sucesos ocurridos en el gobierno de España
desde el momento de la insurrección en 1808 hasta la disolución de las Cortes ordinarias
en 1814, Urgoiti editores, Pamplona, 2008, con prólogo de Alberto Gil Novales.
José Gómez de Arteche, Guerra de la Independencia. Historia militar de España de
1808 a 1814, , Simtac, Valencia, 2006 vol. 1; Miguel Artola, Los afrancesados, Alianza
Editorial, Madrid, 2008; Jean-René Aymes, La Guerra de la Independencia en España
(1808-1814), Siglo XXI, Madrid, 2008.
138 Antonio de Capmany, Centinela contra franceses, Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, Madrid, 2008; y Félix José Reinoso, Examen de los delitos de infide-
lidad a la patria, Alfar, Sevilla, 2010, edición de Manuel Moreno Alonso.
139 Ángel Bahamonde, “El primer relato del 2 de mayo de 1808”, en Madrid 1808.

5 222
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

meritoria trascripción del primer volumen de Actas de la Junta


Superior de Aragón y parte de Castilla realizada por Herminio La-
foz, la edición definitiva de la correspondencia entre Napoleón y
José I a cargo de Vincent Haegele140, o los Papeles de la guerra de la
Independencia impulsados por la Junta General del Principado de
Asturias.141 Mención especial merece la publicación del manus-
crito de Rafael Pérez que, con el título Madrid en 1808. El relato
de un actor, constituye un interesante recorrido por los aconte-
cimientos de la capital durante este año.142 Otras veces, cuando
no ha sido posible la edición, se ha recurrido a la publicación del
catálogo de referencia de fuentes documentales y bibliográficas
que facilitan el acceso de los investigadores a la información143.
Los nuevos soportes y vías de acceso a la documentación han
inaugurado posibilidades apenas imaginables para el investigador
hace unos pocos años. Los planes de digitalización de archivos y
de puesta a disposición del público a través de la red de fondos
documentales han priorizado los contenidos vinculados con la
Guerra de la Independencia. Es una forma de conmemoración
pionera que abre las puertas y franquea el acceso a la información

Ciudad y protagonista…, pp. 119-136; Interrogatorio a don Pedro Agustín Girón, mar-
qués de las Amarillas y duque de Ahumada, sobre las batallas de Ocaña y Sierra Morena.
1809, Foro para el estudio de la Historia Militar de España, Madrid, 2006, edición
de Juan José Sañudo; Ramón Pívez y Pavía, Apuntaciones sobre el Ejército de Valencia
en 1811, Simtac, Valencia, 2010, edición José L. Arcón.
140 Herminio Lafoz Rabaza, Actas de la Junta Superior de Aragón y parte de Casti-
lla (1809) y (1810), Institución “Fernando el Católico”, Zaragoza, 2009 y 2011. Este
autor también ha publicado un compendio de documentación francesa generada
en Zaragoza: La ley del francés. Estudios y documentos sobre la ocupación francesa de
Aragón, 1809-1813, Comuniter, Zaragoza, 2015. Vincent Haegele, Napoléon et Joseph
Bonaparte. Correspondance intégrale 1784-1818, Tallandier, París, 2007.
141 Papeles de la guerra de la Independencia, I (1808-1810): de la constitución de la Junta
Central a la convocatoria de las Cortes; II: Asturias: 1808, el llamamiento patriótico a
la resistencia; 1810, el año difícil de la segunda invasión; y III El proceso al marqués de
la Romana (Archivo Histórico Nacional. Documentos relacionados con la supresión de
la Junta Suprema de Asturias de 2 de mayo de 1809), Junta General del principado de
Asturias, Oviedo, 2008, 2010 y 2015.
142 Rafael Pérez, Madrid en 1808. El relato de un actor, Ayuntamiento de Madrid,
Madrid, 2008, edición de Joaquín Álvarez Barrientos.
143 Bibliografía de la Guerra de la Independencia, Ministerio de Defensa-Ollero y
Ramos, Madrid, 2008 y Ana María Freire López, Índice bibliográfico de la colección
documental del fraile, Ministerio de Defensa, Madrid, 2008.

223 5
pedro rújula

superando las limitaciones físicas de consulta directa del docu-


mento. Son demasiadas las iniciativas en esta dirección para dar
cuenta de todas ellas pero, entre las de ámbito general,144 cabría
señalar la labor realizada por el Archivo Histórico Nacional a
través del portal PARES, que ha digitalizado documentación
de las secciones de Estado, Consejos y Diversos145, la Biblioteca
Nacional –bibliografía, estampas y prensa146–, el Instituto Jaume
Vicens-Vives, especializado en folletos147, o la Biblioteca de Sena-
do con el fondo Gómez de Arteche148.
Desde el punto de vista de las publicaciones, cabe dar cuenta
de la labor realizada por diversas editoriales, vinculadas de un
modo u otro con la conmemoración del bicentenario, para di-
fundir todo lo relativo a la guerra de la Independencia. En el
marco estatal, el Ministerio de Defensa ha desplegado con nitidez
de planteamientos una labor amplia y coherente orientada a muy
distintos niveles de público, con un importante saldo bibliográfi-
co. El Consejo Superior de Investigaciones Científicas ha impul-
sado, en colaboración con la editorial Doce Calles, la colección
144 Un buen artículo reciente que recapitula sobre la situación de los archivos es el
de María Jesús Álvarez Coca, “Invasión francesa, gobierno intruso. Los fondos de la
Guerra de la Independencia en el Archivo Histórico Nacional”, Cuadernos de Histo-
ria Moderna, 37 (2012), pp. 201-255.
145 Portal PARES (http://pares.mcu.es/). Se han descrito y digitalizado documentos
del gobierno de José I (las Juntas de Negocios Contenciosos, la Comisaría Regia
de Andalucía, o los Ministerios de Negocios Eclesiásticos, Negocios Extranjeros,
Hacienda e Interior), y de Fernando VII. En este caso el investigador accede, tan-
to a la documentación generada durante el conflicto (el Depósito de la Guerra,
dependiente del Estado Mayor, o a las instituciones vigentes antes y después de la
Constitución, como la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino y el Consejo
de Regencia, los consejos de Castilla, Cámara de Castilla, Inquisición, el Consejo
y Tribunal Supremo de España e Indias “Consejo Reunido” , la Sala de Alcaldes de
Casa y Corte, el Negociado de Interceptación de la Secretaría de estado y del despa-
cho de Estado, las Cortes Generales y Extraordinarias de la Nación, las Secretarías
del Despacho de la Gobernación de la Península y de Ultramar y el Consejo de Esta-
do), como a la producida tras el regreso de Fernando VII en 1814 (la Junta Suprema
de Reintegros y la Comisión de Causas de Estado).
146 http://bdh.bne.es/bnesearch/Search.do?text=&field2Op=AND&field1val=Guer
ra+de+la+independencia&numfields=3&field3Op=AND&field3=todos&field3val=
&field2=todos&field1Op=AND&exact=&advanced=true&field1=coleccion&medi
a=&field2val=&language=es y http://hemerotecadigital.bne.es.
147 http://mdc.cbuc.cat/cdm4/browse.php?CISOROOT=/guerraInd.
148 http://www.senado.es/cgi-bin/abweb/X9103/ID7741/G0.

5 224
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

“1808-1814. Guerra y Revolución” , dirigida por Alberto Gil No-


vales y Jean-René Aymes. También las instituciones provinciales
y locales han llevado a cabo una importante actividad editorial,
aunque entre todas ellas tal vez la que más haya destacado sea
la Institución “Fernando el Católico” que, cien años más tarde,
recoge el testigo de la conmemoración nacional que había tenido
lugar en Zaragoza en 1908149.
Finalmente, también las publicaciones periódicas han orien-
tado su atención hacia el espacio historiográfico de la guerra de
la Independencia. Aparte de una revista aparecida expresamente
con motivo del aniversario como Cuadernos del Bicentenario, di-
rigida principalmente hacia la historia militar, son muchas las
cabeceras enfocadas hacia un público universitario y especiali-
zado en historia que han acogido números monográficos sobre
el tema. Así, por ejemplo, el Bulletin d’Histoire Contemporaine
de l’Espagne, del Centre National de la Recherche Scientifique-
Université de Provence, incluía un dossier con el título “Des
Lumières au libéralisme” centrado esencialmente en este perío-
do150. La Revista de Historia Militar ha dedicado varios núme-
ros extraordinarios desde 2005 al tema151, y también la revista
149 Al margen de algunos libros ya citados, como los de Ignacio Peiró Martín, La
Guerra de la Independencia y sus conmemoraciones…; Mariscal Suchet, Memorias del
mariscal Suchet….; Faustino Casamayor, Años políticos e Históricos….; Herminio
Lafoz Rabaza, Actas de la Junta Superior de Aragón…; Nuria Alonso Garcés, Bio-
grafía de un liberal aragonés…; General Lejeune, Los Sitios de Zaragoza…; o Charles
Richard Vaughan, Narrativa del Sito de Zaragoza…, podrían referirse otros como
Luis Alfonso Arcarazo, La asistencia sanitaria en Zaragoza durante la Guerra de la
Independencia española, (1808-1814), IFC, Zaragoza, 2007; María del Pilar Salas Yus,
Descripción bibliográfica de los textos literarios relativos a Los Sitios de Zaragoza, IFC,
Zaragoza, 2007; José Vallejo, La guerra de la Independencia en Tarazona: 1808-1814,
IFC, Zaragoza, 2008; José Francisco Abadía, Ejea de los Caballeros en la Guerra de
la Independencia, Centro de Estudios de las Cinco Villas, Zaragoza, 2008; Enrique
Asín, Los toros josefinos. Corridas de toros en la Guerra de la Independencia bajo el
reinado de José I Bonaparte 1808-1814), IFC, Zaragoza, 2008; José Antonio Buería
Latorre e Ignacio Perurena Borobia, El conde de Fuentes. Vida, prisiones y muertes de
Armando Pignatelli, IFC, Zaragoza, 2009.
150 Bulletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne, 37-42 (2004-2006), aunque lleva
pie de imprenta de 2007.
151 Se trata de los números extraordinarios 1 y 2 de 2005 («Entre el dos de mayo y
Napoleón en Chamartín: los avatares de la guerra peninsular y la intervención bri-
tánica” ), 1 de 2006 («Respuestas ante una invasión” ), 2 de 2007, 1 de 2008, y 2 de

225 5
pedro rújula

Jerónimo Zurita, de la Institución “Fernando el Católico” , en su


número de 2008 incluía el dossier “Aproximaciones a la Guerra
de la Independencia”152, Historia y política, del Centro de Estu-
dios Políticos y Constitucionales, abordaba el tema “1808, crisis
y soberanía”153, Alcores, dedicaba su primer número del año a “La
Guerra de la Independencia”154 y Mélanges de la Casa de Velázquez,
reunía sus artículos en torno al título “Actores de la Guerra de la
Independencia”155, mientras que la publicación de la Universidad
de Cádiz, Trocadero, presentaba el dossier “La Guerra de la Inde-
pendencia. Seis estudios”156. Finalmente, la revista de referencia
en Historia Contemporánea, Ayer, dedicó su monográfico núme-
ro 86, dirigido por Emilio La Parra, a “La Guerra de la Indepen-
dencia”, y unos números más tarde otro a “Los afrancesados”.157

conclusiones

Si dejamos a un lado –por ser ámbitos historiográficos muy es-


pecíficos– la producción sobre las independencias americanas, y
también la literatura más específica relativa al constitucionalismo
gaditano, podemos reconocer incipientes líneas maestras en el
bicentenario de la guerra de la Independencia o de la guerra del
Francés. El tema de la nación continúa siendo una pieza central
en el análisis del período, aunque pueden distinguirse dos con-
ceptos de nación claramente en disputa. Uno, el que defienden
quienes consideran que la nación era una realidad histórica pro-
cedente del pasado que se manifestó con fuerza en la coyuntura
de la guerra. El otro, el de aquellos que argumentan que fue la
guerra la que hizo posible el surgimiento de la nación. De su

2009 («La guerra de la Independencia: una visión militar” ).


152 Jerónimo Zurita, 84 (2008).
153 Historia y Política, 19 (2008).
154 Alcores. Revista de Historia Contemporánea, 5 (2008).
155 Mélanges de la Casa de Velázquez, 38-1 (2008).
156 Trocadero, 20, (2008).
157 Ayer, 86 (2012) y 95 (2014).

5 226
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

aplicación se derivan también interpretaciones divergentes de la


guerra de la Independencia, ya que en el primer caso la respuesta
nacional nacería del Antiguo Régimen, mientras que en el se-
gundo la nación tomaría la energía, precisamente, de la nueva
realidad política surgida del colapso de la monarquía. En cual-
quier caso, el interés por determinar las fuentes de las que surge
la nación se alimenta de la relevancia que ambas interpretaciones
otorgan a este protagonista colectivo en sus explicaciones de la
guerra de la Independencia.
Otro ámbito en el que se detectan discrepancias es en el de
las representaciones de la guerra y su relación con los hechos que
les sirven de base. Resulta evidente que el interés de los histo-
riadores por los acontecimientos de la guerra ha perdido fuerza,
y que son muchos los que han dirigido su atención de manera
preferente hacia la forma en que estos se han transmitido a lo
largo del tiempo. De hecho, historiadores profanos en el período
se han interesado por las representaciones del conflicto en épocas
posteriores sin mostrar demasiada preocupación por los aconte-
cimientos que les habían dado origen, lo que supone asumir que
puede estudiarse, y comprenderse, el reflejo sin conocer el objeto
original que genera la imagen. Ante esta particular situación un
historiador se ha sentido obligado a recordar que “lo sucedido no
es algo mítico, sino circunstancial; un cuándo que está en la his-
toria y un dónde que existe todavía en el presente” y que debería
tenerse en cuenta la relación entre historia y conmemoración,
hecho y representación158.
Una de las principales víctimas de esta tendencia han sido los
mitos. En la medida en que constituían representaciones simbóli-
cas del pasado español podían ser cultivados y recreados como un
ejercicio cívico que ponía en conexión los hechos históricos con las
necesidades del presente. Sin embargo, la reducción de los mitos a
simples discursos, puro texto construido de la nada en el tiempo,
158 Carlos Reyero, “Visiones de la nación en lucha. Escenarios y acciones del pueblo
y los héroes de 1808”, en Joaquín Álvarez Barrientos (ed.), La Guerra de la Indepen-
dencia en la cultura española..., p. 105.

227 5
pedro rújula

pone en tela de juicio la conexión del relato con lo sucedido redu-


ciendo aquellos a simples creaciones del imaginario nacionalista.
La consecuencia es una disolución del mito, y con él de sus valores.
Frente a estas posiciones, denunciadas como revisionistas, han sur-
gido voces que defienden la realidad de los hechos que les dieron
origen por encima de su componente de creación intelectual.
Esta discusión se integra dentro de un panorama historiográ-
fico decantado claramente hacia lo cultural. Las lecturas e inter-
pretaciones que la guerra de la Independencia ha recibido a lo
largo del tiempo –vistas a través del tamiz de las distintas sensi-
bilidades políticas, sociales o regionales y de las distintas modali-
dades de expresión–, se han convertido en un foco de atracción
privilegiado para los historiadores. Desde las creaciones artísticas
hasta las conmemoraciones, pasando por la propia obra de los
historiadores han sido analizadas como reflejo de la sensibilidad
de una época y de su voluntad de configurar una visión del pa-
sado a la medida de los sucesivos presentes. Por encima de todas
estas manifestaciones planean dos problemas historiográficos de
máxima actualidad: el tema de la memoria, como mecanismo de
construcción subjetiva del pasado; y el de los usos públicos de la
historia, es decir, los fenómenos de instrumentalización del pa-
sado tanto desde posiciones políticas partidarias como desde las
instituciones públicas.
Entre los historiadores que dedican su atención al período
pueden identificarse dos grandes grupos. De un lado los que es-
tablecen su eje en lo militar y circunscriben su campo de trabajo
a las circunstancias bélicas. Se trata de un ámbito bastante cerra-
do, autorreferencial muchas veces y no siempre interesado en la
producción universitaria. No obstante es una corriente que ma-
nifiesta gran actividad y dinamismo, como pone de manifiesto el
que su interés se ha ido ampliando hacia territorios en tiempos
poco frecuentados, como la economía de la guerra, la violencia o
la propaganda.
El otro grupo de historiadores está formado por aquellos
que dirigen su atención preferentemente hacia los procesos

5 228
la guerra de la independencia española a la luz del bicentenario

político-sociales considerando que es allí donde se encuentra la


clave para comprender la naturaleza de la guerra. Para ellos, la ex-
cepcionalidad de la guerra de la Independencia no se sitúa tanto
en el plano militar como en las transformaciones sociales, ideoló-
gicas y políticas que tuvieron lugar con motivo de la guerra. En
esta dirección se ha avanzado mucho en el conocimiento de los
mecanismos de movilización social que operaron contra la inva-
sión, en el estudio del proceso de reconstrucción institucional
que se produjo al margen de la estructura de poder de la monar-
quía y en el análisis de la dinámica que permitió el nacimiento
de un espacio público en el que circularon las ideas y apareció
la política con un rostro moderno. También han sido analizadas
con detenimiento las trayectorias individuales que determinaron
las opciones políticas de las élites españolas, ya fuera hacia las filas
de los liberales y serviles, como a las de los afrancesados. Trabajos
todos ellos que coinciden en no considerar la política algo aislado
de la sociedad, sino en derivar los comportamientos políticos de
la propia naturaleza de la sociedad en la que se integran.
Finalizaremos por donde hemos comenzado, haciendo refe-
rencia al efecto sobre la producción historiográfica que resulta de
un gran aniversario como el del bicentenario de la guerra de la
Independencia. La conmemoración ha propiciado la aparición
de importantes obras de síntesis que proponen relatos interpre-
tativos del periodo histórico, y de monografías y artículos que
ahondan en viejos temas y exploran otros nuevos. También ha
sido la oportunidad para publicar muchos trabajos de circuns-
tancias, improvisados y oportunistas llevados a la imprenta sin
el rigor y el trabajo mínimamente exigibles. En las exposiciones,
concebidas para llegar al gran público, se ha puesto de manifies-
to la divergencia entre el discurso oficial-político y el histórico
desarrollado por los investigadores. La justificación política se
instala frecuentemente en el tópico, lo que demuestra que los
asesores no leen libros de historia. Los historiadores, por su parte,
siguen manteniendo en clave de divulgación los mismos argu-
mentos e hipótesis que en sus trabajos de investigación, lo que

229 5
pedro rújula

ha permitido que su trabajo acceda a públicos más amplios. Así,


pues, el aniversario no ha sido del todo estéril, ha servido para
asentar ampliamente la idea de que en la época de la guerra de
la Independencia se encuentra el origen de la modernidad y se
ha visto reforzada su condición de nudo histórico que abre las
puertas de la política y la sociedad características de la España
contemporánea y del mundo actual.

5 230
de la revolución insurgente
a los divergentes procesos de independencia.
la historiografía mexicana y mexicanista, 1995-2015

José Antonio Serrano Ortega


El Colegio de Michoacán

Nunca como en 2010 fue tan evidente la separación de opinio-


nes y valoraciones sobre el inicio del proceso de independencia
en México que se dio entre el discurso de los historiadores, de
un lado, y la llamada “historia oficial” de los gobiernos, de los
partidos políticos y de casi todos los integrantes de la sociedad
mexicana, por el otro. En “el año del bicentenario del inicio de la
independencia de México”, la gran mayoría de los historiadores
mexicanos y extranjeros estaban seguros de que no todo inició con
el Grito de Dolores, de que no fue entonces cuando de inmediato,
el 16 de septiembre de 1810, había comenzado la forja de la nación.
No estaban de acuerdo con la afirmación de que los insurgentes
habían sido los únicos y deseables constructores del Estado mexi-
cano decimonónico. No consideraban cierto que entre 1810 y 1821
los realistas –siempre conservadores– habían sido derrotados por
los insurgentes –siempre liberales– y de que el liberalismo había
sido el omnímodo referente doctrinal de los actores políticos de
la independencia, y lo seguiría siendo después de 1821. Estaban
muy descreídos de que los dirigentes rebeldes eran los inmediatos
representantes del pueblo y de las protestas anticoloniales. Cada
uno de estos temas que nutren y son parte esencial de la memoria
histórica de la sociedad mexicana y de la arenga política y cultural
de las instancias de gobierno nacionales y estatales, fueron puestos
en tela de juicio por los investigadores dedicados al estudio de los
años 1810-1821.

231 5
josé antonio serrano ortega

Si bien en este capítulo destaco la importancia del revisionis-


mo historiográfico que inicia en los años de 1950, me centro en
los años de 1995-2015. Lo que planteo es que a partir de 1995-1997
inició un nuevo ciclo historiográfico que se basaba en nuevas bases
metodológicas y distintas áreas de investigación que habían trans-
formado y en gran medida relegaron a segundo plano a la llamada
historiografía clásica, aquella que se había forjado por lo menos
desde finales del siglo xix y que vivió plenamente hasta 1950.

contra el longevo consenso historiográfico

Como he señalado en otro artículo sobre la historiografía de la lla-


mada guerra de independencia,1 a finales de los años setenta ya no
gozaba de buena salud el canon historiográfico que afirmaba ca-
tegórico que explicaba la lucha entre realistas e insurgentes, entre
gachupines y patriotas, como la forja de la nación y que estudiaba
al “pueblo de México” como un ente homogéneo y sin fisuras que
persiguió la emancipación de la nación “300 años oprimida”.2 En
este sentido el pueblo y la nación estaban acompañados por los hé-
roes, quienes eran los representantes fieles de los intereses sociales
y políticos del “pueblo”. Había una relación inmediata y sin fisuras
entre ambos.3 Pueblo, nación, liberalismo y dirigentes insurgentes,
las cuatro bases del canon historiográfico, si bien fueron forjadas
en el Porfiriato y durante el predominio filosófico del positivis-
mo, no fueron cuestionadas después de la Revolución mexicana,
tan crítica contra el Antiguo Régimen. E, incluso, sobrevivió al

1 He desarrollado con más amplitud los años anteriores a 1997 en “Deshaciendo el


consenso. La historiografía sobre el proceso de Independencia de la Nueva España,
1953-1997”, Mexican Studies/Estudios Mexicanos, vol. 29, n.º 1 (2013), pp. 120-148.
2 Para el canon historiográfico que se forja en el Porfiriato, véanse los trabajos de
Enrique Florescano, “Patria y nación en la época de Porfirio Díaz”, Signos históricos,
n.º 13 (2005), pp. 152-187, e Historia de las historias de la nación mexicana, Taurus,
México, 2002.
3 Charles Hale, “Los mitos políticos de la nación mexicana: el liberalismo y la revolu-
ción”, Historia mexicana, vol. 46: 4, n.º 184 (1996), pp. 821-837.

5 232
de la revolución insurgente a los divergentes procesos...

“naufragio filosófico” del positivismo.4 Así, entre 1920 y 1950, el


tema de la Independencia no suscitó debates políticos fundamen-
tales, ya que estos se concentraron entre defensores y críticos de los
logros de la Revolución mexicana, e igualmente entre hispanistas
e indigenistas.5
A partir de los años cincuenta comenzaron a ser cuestionadas
sistemáticamente las ideas rectoras del canon, del consenso histo-
riográfico. En estos años fue cuando se puso en marcha lo que Al-
fredo Ávila y Virginia Guedea han denominado la “historiografía
revisionista”.6 El dato fundamental es que en estos años se empezó
a cambiar la agenda de investigación, y con ello se comenzaron a
minar las ideas rectoras del canon historiográfico. Tres obras empe-
zaron a cimbrar este consenso historiográfico clásico: La revolución
de independencia. Ensayo de interpretación histórica de Luis Villoro
publicado en 1953; el artículo de Eric Wolf sobre el “Bajío en el si-
glo xviii” y el libro de Nettie Lee Benson, La diputación provincial
y el federalismo mexicano,7 ambos fueron editados en 1955. Benson
afirmaba que en el campo realista hubo mucha política gracias
a que se realizaron elecciones para designar síndicos, regidores y
diputados provinciales y a Cortes, a que se crearon gran canti-
dad de ayuntamientos y, sobre todo, a que empezaron a funcionar
las diputaciones provinciales. Y lo importante es que los cambios

4 Edmundo O’Gorman, “Comentario a la ponencia de Síntesis de la historia de Mé-


xico de historiadores mexicanos de Josefina Vázquez”, en VV.AA., Investigaciones con-
temporáneas sobre historia de México, El Colegio de México, Universidad Nacional
Autónoma de México, The University of Texas at Austin, México, 1971, p. 239.
5 Al respecto véase Marta Terán, “Michoacán en la Independencia. Recuento de li-
bros”, en Gerardo Sánchez y Ricardo León (coords.), Historiografía michoacana. Acer-
camiento y balances, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia,
2000, pp. 161-174.
6 Virginia Guedea y Alfredo Ávila, “De la Independencia nacional a los procesos auto-
nomistas novohispanos: balance de la historiografía reciente”, en José Antonio Serrano
Ortega y Manuel Chust Calero (eds.), Debates sobre las independencias iberoamerica-
nas, Iberoamericana, Vervuert, Frankfurt, Madrid, 2007, pp. 255-275; Virginia Gue-
dea, “La historia política sobre el proceso de la independencia” y Alfredo Ávila, “Inter-
pretaciones recientes en la historia del pensamiento de la emancipación”, en Alfredo
Ávila y Virginia Guedea (coords.), La Independencia de México. Temas e interpretaciones
recientes, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2017, pp. 1-7 y 40.
7 Nettie Lee Benson, La diputación provincial y el federalismo mexicano, El Colegio de
México, México, 1955.

233 5
josé antonio serrano ortega

políticos e institucionales generados por el liberalismo gaditano


sentaron en parte las bases del “Estado federal mexicano”, en par-
ticular uno de sus elementos más relevantes, la descentralización
institucional. Para Alfredo Ávila y María José Garrido,8 La re-
volución de independencia de Villoro se separaba de algunas de
las bases del consenso historiográfico al plantear que el proceso
de Independencia había iniciado en 1808, con la participación
destacada de la clase media criolla del cabildo de la Ciudad de
México; que la Revolución francesa y su hijo, el liberalismo no
habían sido los principales referentes de la cultura política de los
dirigentes insurgentes y que no era cierta la vieja dicotomía de
todos los criollos contra todos los españoles.
En 1955, Eric Wolf publicó “El Bajío en el siglo xviii”,9 en el
que no estudiaba a detalle la participación de las clases popula-
res en la guerra de independencia, pero sí anunciaba un cambio
importante en la historiografía sobre la guerra de independencia,
al proponer nuevas perspectivas de estudio sobre la participación
de las clases populares en los ejércitos y contingentes insurgentes.
Hasta 1955, la inmensa mayoría de los estudios se había centrado
en el liderazgo de los insurgentes, sobre todo, Miguel Hidalgo
y José María Morelos gozaban de una gran fortuna crítica.10 En
cambio, Eric Wolf se preguntaba qué había ocasionado que Mi-
guel Hidalgo concitara el respaldo de las masas abajeñas.
Un libro definió significativamente la historiografía revisio-
nista. Me refiero a The Hidalgo Revolt de Hugh Hamill, publica-
do en 1966 por la Universidad de Florida, y que desgraciadamente

8 Alfredo Ávila y María José Garrido Asperó, “Temporalidad e independencia. El


proceso ideológico de Luis Villoro, medio siglo después”, Secuencia, n.º. 63 (2005),
pp. 77-96.
9 El artículo de Wolf fue publicado en 1955 en el Middle American Research Institute,
vol 17, n.º 3 (1955) y reeditado en Eric Wolf, “El Bajío en el siglo xviii. Un análisis
de integración cultural”, en David Barkin (comp.), Los beneficiarios del desarrollo
regional, Secretaría de Educación Pública, México, 1972, pp. 63– 95.
10 Marta Terán y Norma Páez, “Introducción a la historiografía hidalguista entre
1953 y 2003”, en Marta Terán, Norma Páez y Manuel Carrera Stampa (coords.),
Miguel Hidalgo. Ensayos sobre el mito y el hombre, 1953-2003, Fundación Mapfre, Ins-
tituto Nacional de Antropología e Historia, Madrid, 2004, pp. 15-36.

5 234
de la revolución insurgente a los divergentes procesos...

no fue publicado a buen tiempo por alguna casa editorial mexi-


cana.11 En varios de los capítulos dedicados a la gesta de Miguel
Hidalgo, Hugh Hamill analizó con cuidado los argumentos que
esgrimieron los enemigos jurados de Miguel Hidalgo, los letra-
dos que defendieron la causa realista, y mostró sus principales
referentes doctrinales. Lo que es importante retener son los cali-
ficativos que utiliza el autor para estudiar a los contrarios, a los
insurgentes. O mejor dicho la ausencia de adjetivos adosados a
los realistas. Cuando Hugh Hamill estudia las señeras plumas de
la causa realista no los califica de conservadores, reaccionarios,
contrarrevolucionarios y antiliberales. No regaña a los muertos,
ni polemiza con ellos para demostrar que su causa, en el plano de
la lucha de las ideas, estaba perdida de antemano. Por el contra-
rio, Hamill en el capítulo sexto de The Hildago Revolt, le concede
a la propaganda realista una eficacia fundamental para prevenir
que amplios grupo sociales se unieran a las tropas insurgentes. Lo
que se concluye de este capítulo es que los realistas no eran, desde
siempre, una causa condenada al fracaso.

los años setenta

A mediados de los años setenta, cuatro libros anuncian la en-


trada de la generación de los años cuarenta en el espacio his-
toriográfico sobre el estudio de los años de 1810-1821: Jaime E.
Rodríguez con Emergence of Spanish America: Vicente Rocafuerte
and Spanish Americanism, 1808-32,12 Brian Hamnett en The Poli-
tics of Counter-Revolution: Liberalism, Royalism and Separatism in
Mexico and Peru, 1800-182413, Timothy Anna, con The Fall of the

11 Hugh Hamill, The Hidalgo Revolt, University of Florida Press, Gainesville, 1966.
12 Jaime E. Rodríguez, Emergence of Spanish America: Vicente Rocafuerte and Spanish
Americanism, 1808-32, University of California Press, Berkeley, 1976 cuya edición
traducida al español es: El nacimiento de Hispanoamérica: Vicente Rocafuerte y el his-
panoamericanismo, 1808-1832, Fondo de Cultura Económica, México, 1980.
13 A los dos años de su publicación en inglés apareció la primera edición en español:
Brian Hamnett, Revolución y contrarrevolución en México y el Perú. Liberalismo, realeza

235 5
josé antonio serrano ortega

Royal Government in Mexico City14 y Fernando Pérez Memén con


El episcopado y la independencia de México, 1810-1836.15 Todos tie-
nen en común que siguieron centrándose en estudiar el realismo
novohispano.
En este primer libro, Jaime E. Rodríguez afirmaba que sin
los diputados americanos la Constitución de Cádiz hubiera sido
muy diferente. La labor legislativa de las Cortes gaditanas fue
uno de los principales referentes de pensamiento. Si bien son va-
rias las aportaciones de Hamnett aquí me centraré en uno de los
benéficos saldos de su investigación: la importancia de Calleja,
por un lado, y de Abascal y Pezuela, por el otro, quienes fueron
virreyes de la Nueva España y del Perú, como eficaces dirigentes
de los ejércitos realistas y quienes lograron tejer y sostener contra
viento y marea alianzas estratégicas con las élites políticas y eco-
nómicas novohispanas y peruanas, lo que permitió que la causa
del rey mantuviera como sus posesiones a los dos principales vi-
rreinatos de la América española. En el caso de Timothy Anna
no se requiere expurgar demasiado en su libro para encontrar
los principales ejes que articulan su investigación: “Como señala
Hugh Hamill Jr., la independencia no era inevitable; el régimen
realista evidentemente podía sobrevivir y, desde luego, respon-
dió con vigor a todos los desafíos”.16 1821 no era ineluctable. Los
realistas ganaron la guerra con providencias que les permitieron
derrotar a sus enemigos. A partir de esta conclusión el autor de
La caída del gobierno español puede relativizar la ruptura histórica
que implicó la independencia y la impronta dejada por los insur-
gentes. Por su parte, Fernando Pérez Memén, en El episcopado
y la independencia de México, 1810-1836 defendió que “la” iglesia

y separatismo, 1800-1824, Fondo de Cultura Económica, México, 1978.


14 Timothy Anna, The Fall of the Royal Government in Mexico City, University of
Nebraska Press, Lincoln, 1978. Posteriormente se publicó su traducción con el título:
La caída del gobierno español en la ciudad de México, Fondo de Cultura Económica,
México, 1981.
15 Fernando Pérez Memén, El episcopado y la independencia de México, 1810-1836,
Jus, México, 1977.
16 Timothy Anna, La caída del gobierno…, p. 13.

5 236
de la revolución insurgente a los divergentes procesos...

novohispana no era tal, un ente homogéneo, sino una miríada de


actores, desde Hidalgo hasta Abad y Queipo, que no actuaron
siempre al lado de los realistas.
Si bien las metodologías y los alcances de las investigaciones
de Hamnett y de Anna, de Pérez Memén y Hamill son disímiles,
sus conclusiones son comunes: los realistas no estaban condena-
dos al fracaso, y en particular, la independencia no era ineludible.

autonomismo, grupos sociales, teología positiva


y sin protonaciones

En los años ochenta continuó el desmonte de los principios rec-


tores del consenso historiográfico. ¿Pueblo? No, sólo los encon-
trados grupos sociales. ¿Liberales? Sobre todo una cultura política
con raíces en la ilustración católica o, mejor aún, en la teología
positiva. ¿Sólo independentistas y realistas? No estaban solos,
también vivieron los autonomistas. A estas líneas de investiga-
ción que cuestionaban los argumentos del consenso historiográ-
fico se les puede asignar nombre y apellido.
En el proceso de independencia no sólo hubo dos actores en
lucha, como plantea Virginia Guedea sobre los autonomistas.17
Desde su tesis de licenciatura en historia, de 1964,18 y que a finales
de los sesenta fue destacada como una aportación al estudio del
proceso de independencia,19 Guedea había asentado que no sólo

17 Véanse los siguientes trabajos de Virginia Guedea, “Los Guadalupe de México”,


Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, vol. VI, n.º 23 (1985), pp. 71-91, y “Las
sociedades secretas durante el movimiento de Independencia”, en Jaime E. Rodríguez
(ed.), The Independence of Mexico and the Creation of the New Nation, University of
California Press, Los Angeles, 1989, pp. 45-62, y En busca de un gobierno alterno: los
guadalupes de México, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1992.
18 Virginia Guedea, “Criollos y peninsulares en 1808. Dos puntos de vista sobre lo
español”, Tesis de Licenciatura en Historia, Universidad Iberoamericana, México,
1964.
19 Peggy K. Korn, “Topics, “Mexican Historiography, 1750-1810; the Bourbon Re-
formas, the Enlightement, and the Background of Revolution”, en VV.AA., Investi-
gaciones contemporáneas sobre historia de México, Memorias de la Tercera Reunión de
Historiadores Mexicanos y Norteamericanos, Oaxtepec, Morelos, 4-7 de noviembre

237 5
josé antonio serrano ortega

eran dos los grupos en la lucha, por lo menos eran tres, esto es,
independentistas, realistas y autonomistas, quienes durante los
años de 1808-1821 estaban En búsqueda de un gobierno alterno: los
guadalupes de México. Con el estudio del autonomismo por parte
de Guedea y los artículos publicados por Jaime E. Rodríguez,20
se siguió relativizando la independencia al quitarle su fin ineluc-
table, y se consideró con amplias posibilidades de victoria tanto
a los insurgentes, como a los realistas y a los que buscaban un
gobierno alterno. Estos dos últimos grupos sí existieron y los re-
beldes no eran los predispuestos a ganar. Así, el estudio de los
“otros” proyectos no sólo vino a poner en cuestión lo inevitable
de la independencia, sino también se cuestionó la necesidad his-
tórica de la fundación de la nación.
Y ¿todos los caudillos insurgentes fueron ilustrados y liberales
incluso a pesar suyo? Carlos Herrejón vino a cuestionar este bino-
mio.21 Ya desde los años cuarenta del siglo xx, el debate se había
centrado en los referentes ideológicos de Hidalgo. La polémica se
prodigó en si sus proyectos políticos tenían origen en el “enciclo-
pedismo protoliberal” o en la “teología positiva”. Pero incluso los
autores que destacaban esta última presencia en su pensamiento,
buscaban las raíces ilustradas y liberales del Padre de la Patria.
En cambio, Herrejón de manera tajante propuso que “Las luces
de Hidalgo”, uno de los títulos de sus publicaciones, no eran la
ilustración francesa, con todo y la Francia chiquita. Eran otros los
referentes doctrinales de su cultura política. Hidalgo no fue hijo

de 1969, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones


Históricas, El Colegio de México, The University of Texas at Austin, México, 1971,
pp. 159-195, en especial p. 193.
20 Jaime E. Rodríguez, “Fron Royal Subject to Republican Citizen: The Role of
the Autonomist in the Independence of Mexico”, en Jaime E. Rodríguez (ed.), The
Independence of Mexico and the Creation of the New Nation, University of California
Press, Los Angeles, 1989, pp. 19-43.
21 Véase Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo. Razones de la insurgencia y biografía do-
cumental, ensayo, selección y notas, Secretaría de Educación Pública, México, 1987;
La independencia según Ignacio Rayón. Ignacio Rayón hijo y otros, edición, selección,
notas e introducción, Secretaría de Educación Pública, México, 1985, y Morelos. Do-
cumentos inéditos de vida revolucionaria, edición, selección, notas e introducción, El
Colegio de Michoacán, Zamora, 1987.

5 238
de la revolución insurgente a los divergentes procesos...

de su tiempo, si sólo consideramos a la ilustración francesa como


la única circunstancia que marcó la cultura política del mundo
atlántico y que dio lugar a las revoluciones. El cura de Dolores no
fue un revolucionario ilustrado.22 Para ser “revolucionario” se va-
lió del populismo teológico para cuestionar la tiranía y justificar
la transformación.
En estos años ochenta también se cuestionó otra base só-
lida del consenso historiográfico: el pueblo. La historia social
comenzó a ser replanteada poniendo en su mira el concepto
de “pueblo insurgente”.23 En 1986, se publicaron dos libros que
vinieron a mostrar la amplia variedad de grupos que se habían
encasillado en el concepto de “Pueblo”. Me refiero a From In-
surrection to Revolution in Mexico: Social Bases of Agrarian Vio-
lence, 1750-194024 de John Tutino y a Roots of Insurgency. Mexican
Regions, 1750-1824 de Brian Hamnett.25 Tutino aportó de ma-
nera muy productiva el concepto de simbiosis entre las comu-
nidades campesinas y los propietarios agrícolas. Por su parte,
Hamnett se distanció de las explicaciones que atribuyeron la
causa del movimiento revolucionario encabezado por Hidalgo
no sólo a una causa “primera y esencialmente económica”, sino
a una serie de factores relacionados con el “nivel político... ya
que la insurrección es un acto político”.26 Si bien esas publica-
ciones se sostienen en diversas y, en ocasiones, divergentes me-
todologías y teorías sobre los movimientos sociales, coincidían
en cuestionar la visión nacionalista del periodo 1810-1821 que
asignaba como principal objetivo del “pueblo” la lucha por la
independencia y la fundación de una nueva nación y también

22 Carlos Herrejón, Hidalgo. Razones…, p. 34.


23 Alfredo Ávila, “Interpretaciones recientes…”, p. 24.
24 John Tutino, From Insurrection to Revolution in Mexico: Social Bases of Agrarian
Violence, 1750-1940, Princeton University Press, Princeton, 1986. Traducción al es-
pañol: De la insurrección a la revolución en México. Las bases sociales de la violencia
agraria, 1750-1940, Ediciones Era, México, 1990.
25 Brian Hamnett, Roots of Insurgency. Mexican Regions, 1750-1824, Cambridge Uni-
versity Press, Cambridge, 1986. Traducción al español: Raíces de la insurgencia en
México. Historia regional, 1750-1824, Fondo de Cultura Económica, México, 1990.
26 Ibídem, p. 234.

239 5
josé antonio serrano ortega

coincidían en estudiar determinados grupos sociales de diversas


regiones con específicas condiciones económicas, sociales, ins-
titucionales y políticas. No es gratuito que el subtítulo de Raíces
sea el de “Historia regional, 1750-1824”.
Mas a finales de la década de los ochenta todavía gozaba de
buena salud un elemento central, sino es que el más importan-
te, del consenso historiográfico: la teleología nacionalista. En
1989, Guadalupe Jiménez Codinach se quejaba de que “subsis-
ten (problemas) en la historiografía emancipadora, tanto en la
mexicana como en la anglosajona”.27 Subsistía en particular el
esencialismo nacional, aquel que consideraba que la gesta era
la emancipación de la nación. Éste fue el eje que se transformó
a partir de los noventa con la publicación de Modernidad e in-
dependencia. Ensayo sobre las revoluciones hispánicas de François
Xavier Guerra,28 por una parte, y El proceso de la independencia
de México y La independencia de la América española de Jaime
E. Rodríguez,29 por otro. De las vastas implicaciones historio-
gráficas de las publicaciones de Rodríguez y de Guerra, sólo
me centraré en la relacionada con el desmonte de uno de los
ejes centrales del longevo consenso historiográfico: el naciona-
lismo. Como ha llamado la atención Mónica Quijada,30 ambos
autores coinciden en cuestionar el “protonacionalismo” de los
movimientos insurgentes, en que la nación precedió al Estado.
En contra del esencialismo de las clásicas visiones decimonó-
nicas y del siglo xx que buscaban y encontraban a las naciones
latinoamericanas antes de 1808, Guerra y Rodríguez plantearon
27 Guadalupe Jiménez Codinach, “Hacia una visión realista de la insurgencia y una
visión insurgente de los realistas”, en VV.AA., Memorias del simposio de historiogra-
fía mexicanista, Comité Mexicano de Ciencias Históricas, Gobierno del Estado de
Morelos, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1990, pp. 105-118.
28 François Xavier Guerra, Modernidad e independencia. Ensayo sobre las revoluciones
hispánicas, Fondo de Cultura Económica, México, 1993, primero publicado en 1992
por Editorial Mapfre.
29 Jaime E. Rodríguez O., El proceso de la independencia de México, Instituto Mora,
México, 1992, y La independencia de la América española, Fondo de Cultura Econó-
mica, México, 1996.
30 Mónica Quijada, Modelos de interpretación sobre las independencias hispanoameri-
canas, Universidad de Zacatecas, Zacatecas, 2005.

5 240
de la revolución insurgente a los divergentes procesos...

que la ideología nacionalista no era el único ni el hegemónico


discurso movilizador de los insurrectos y de las élites políticas
de la América española.
Por su parte, Antonio Annino, con sus varios artículos pu-
blicados entre 1992 y 1996, ayudó a que definitivamente el revi-
sionismo historiográfico llegara para quedarse. Annino demostró
que se deberían de particularizar, mejor dicho, corporativizar a
los actores inmiscuidos en la lucha armada en la Nueva Espa-
ña: ya no era el pueblo, sino los pueblos, actores centrales en
las negociaciones entre los insurgentes y realistas y que basaban
su fortaleza institucional, política y social en la cultura de An-
tiguo Régimen, en especial el contractualismo. Ellos fueron los
principales beneficiarios de la retroversión de la soberanía y no
la nación.31
Así, Modernidad e independencia, El proceso de la independen-
cia de México y La independencia en la América española y los
artículos sobre los pueblos vinieron a cerrar el proceso de cuestio-
namiento y de confrontación de las principales ideas eje del lon-
gevo consenso historiográfico que había marcado el pensamiento
histórico sobre la guerra de independencia por lo menos desde
finales del siglo xx.

31 Antonio Annino, “Prácticas criollas y liberalismo en la crisis del espacio urbano colo-
nial”, Secuencia, n.º 24 (1992), pp. 121-159; “Otras naciones: sincretismo político en el
México decimonónico”, Cuadernos de Historia latinoamericana. Imaginando la nación,
n.º 2, (1994), pp. 215-255; “Soberanías en lucha”, en Antonio Annino, Luis Castro Leiva
y François Xavier Guerra (eds.), De los Imperios a las naciones: Iberoamérica, Iber Caja,
Zaragoza, 1994, pp. 152-194; “Cádiz y la revolución territorial de los pueblos mexicanos,
1812-1821”, en Antonio Annino (ed.), Historia de las elecciones en Iberoamérica. Siglo xix,
Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1995, pp.177-226; “Voto, tierra, soberanía.
Cádiz y los orígenes del municipalismo mexicano”, en François Xavier Guerra (ed.),
Revoluciones hispánicas. Independencias americanas y liberalismo español, Universidad
Complutense, Madrid, 1995, pp. 269-292, y “El Jano bifronte. Consideraciones sobre
el liberalismo mexicano”, Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, n.º XXXIX
(1996), pp. 129-140.

241 5
josé antonio serrano ortega

el nuevo ciclo historiográfico, 1995-2010

El revisionismo que había comenzado en el bicentenario del na-


talicio de Hidalgo, que se fortaleció a partir de los años setenta
y que comenzó a ser dominante en los ochenta, para los noventa
se convirtió en el inicio de un nuevo ciclo historiográfico. Para
muestra un botón: entre 1996 y 1997 aparecen editados un grupo
de libros que hacía poco habían sido defendidos como tesis de
doctorado. Lo importante de rescatar aquí es que Peasants, Poli-
tics and State in Ninetheeen Century Mexico: Guerrero, 1800-1857 de
Peter Guardino; El alto clero poblano y la revolución de independen-
cia, 1808-1821 de Cristina Gómez; Guerra y gobierno. Los pueblos y
la independencia de México de Juan Ortiz y Minería y Guerra. La
economía de Nueva España, 1810-182132 de María Eugenia Romero
Sotelo, y Clero y política en Oaxaca. Biografía del Doctor José de
San Martín de Ana Carolina Ibarra, todas estas obras se basaban,
retomaban y marcaban matices a las temáticas estudiadas por el
revisionismo desde hacía 20 años. Estoy seguro de que estos his-
toriadores ya no se reconocían ni tenían como sus principales
referentes al pueblo monolítico en relación inmediata con los
héroes insurgentes, al esencialismo protonacional, al liberalismo
hijo de la ilustración francesa y a los insurgentes como único
bando que patrióticamente valía la pena estudiar. Estas fueron
las bases metodológicas y temáticas del consenso historiográfi-
co que marcaron de manera ineludible las investigaciones sobre
la independencia en los últimos años del siglo xx y la década y
media del xxi.

32. Peter Guardino, Peasants, Politics and State in Ninetheen Century Mexico: Guerrero,
1800-1857, Stanford University Press, Stanford, 1996; Ana Carolina Ibarra, Clero y política
en Oaxaca. Biografía del Doctor José de San Martín, Instituto Oaxaqueño de las Culturas,
Universidad Nacional Autónoma de México, Oaxaca, 1996; Cristina Gómez, El alto
clero poblano y la revolución de independencia, 1808-1821, Universidad Nacional Au-
tónoma de México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, 1997;
Juan Ortiz Escamilla, Guerra y gobierno. Los pueblos y la independencia de México, El
Colegio de México, Instituto Mora, Universidad de Sevilla, México, 1997; y María
Eugenia Romero Sotelo, Minería y Guerra. La economía de Nueva España, 1810-1821,
El Colegio de México, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1997.

5 242
de la revolución insurgente a los divergentes procesos...

En la parte central de este capítulo me gustaría presentar los


debates que, considero, marcaron las investigaciones y los que-
haceres de los historiadores posteriores a 1997 y hasta 2015. Es
necesario afirmar que no pretendo realizar, embarcarme en un
desapasionado análisis y un recuento objetivo de estas polémicas
entre los historiadores interesados en los años de 1808-1821, sino
que aquí presento mi guía personal sobre los debates y mi posi-
ción al respecto.
1. La estabilidad política y social del Antiguo Régimen a fi-
nales del siglo xviii y principios del siglo xix. François Xavier
Guerra, Antonio Annino y Jaime E. Rodríguez coinciden, aun
cuando tienen propuestas metodológicas e historiográficas distin-
tas, en afirmar que el “Antiguo Régimen” era un sistema político,
social e incluso económico muy estable. La palabra crisis no se
encuentra en sus escritos y, sobre todo, no es una caracterización
historiográfica que usen con frecuencia. Como ha escrito con
meridiana claridad Carlos Garriga, las tensiones en el Antiguo
Régimen eran fisiológicas.33
Mi punto de vista es que las tensiones en la Nueva España
unas décadas antes de 1808 eran patológicas, para seguir con la
figura médica. El Antiguo Régimen estaba artrítico y esta valo-
ración historiográfica es fundamental para entender el sistema
societal de la Nueva España, porque si se pone el acento en la
estabilidad y falta de contradicciones irresolubles del Antiguo
Régimen entonces son explicables las continuidades de todo tipo
(sociales, económicas, de cultura política, institucionales, sobre
todo, jurídicas) que marcaron la historia de México por lo me-
nos hasta la primera mitad del siglo xix. En cambio, si se hace
énfasis en un sistema con “desazón social”, como proponía E. P.
Thompson, esto es, en las contradicciones y los enfrentamientos

33 Carlos Garriga, “Continuidad y cambio del orden jurídico”, en Carlos Garriga


(coord.), Historia y Constitución. Trayecto del constitucionalismo hispano, Centro de
Investigación y Docencia Económica, El Colegio de México, El Colegio de Michoa-
cán, Escuela Libre de Derecho, Instituto Mora, Universidad Autónoma de Madrid,
México, 2010, pp. 59-106 y p. 65.

243 5
josé antonio serrano ortega

estamentales, de clases y, sobre todo, étnicas entonces la valora-


ción y apuesta por las contradicciones y rupturas después de 1808
y mucho más de 1810 es evidente y casi podría decir normal.
2. 1808-1809, los años en que inicia el proceso de indepen-
dencia. Como señalé páginas atrás, para Guerra y Rodríguez
1808-1809 es “la” fecha clave para entender el derrumbe de la mo-
narquía española. Y de máxima importancia estos años es porque
para estos imprescindibles historiadores el Antiguo Régimen era
muy estable y con contradicciones que se podían, y que se esta-
ban resolviendo desde la sociedad corporativa (extendiendo los
fueros y privilegios, por ejemplo a los consulados de comercian-
tes de Guadalajara y Veracruz, o a los mineros con su Tribunal
de Minería), sólo la “disrupción del sistema” acaecida en 1808 se
podía producir por un acontecimiento inesperado y, sobre todo,
exógeno.
Por mi parte, destacaría que las contradicciones endógenas
de la Nueva España explican que las circunstancias de 1808 ha-
yan cobrado tal magnitud en ese territorio. Es cierto que hay un
amplio debate metodológico y heurístico sobre la pertinencia de
aprovechar las diferencias entre condiciones exógenas y endóge-
nas en la “Monarquía hispana”, esto es, en la “monarquía com-
puesta”. Pero ambas diferencias de los factores históricos sirven,
por lo menos, o mejor dicho, con mucho, para señalar que las
contradicciones endógenas en la Nueva España son las que ex-
plican la fuerza y la magnitud de 1808 y no se diga septiembre de
1810 en la Nueva España.
3. La valoración historiográfica acerca de los insurgentes y
los realistas. Como indiqué en las páginas previas, uno de los
principales argumentos del relato revisionista fue y es estudiar la
influencia social, política, institucional, económica y cultural que
tuvieron las acciones de los “realistas” en la sociedad novohispana
de los años 1810 y 1821. Ésta fue una importante contribución
a la comprensión de los años de la lucha armada. Sin embargo,
mi impresión es que en las dos décadas antes del bicentenario la
relevancia historiográfica de los dirigentes y de las bases sociales

5 244
de la revolución insurgente a los divergentes procesos...

insurgentes ha disminuido de manera continua y constante no


sólo en número de referencias y estudios específicos; sino, sobre
todo, como un importante tema central para explicar la propia
guerra de independencia. La tendencia historiográfica sobre los
insurgentes va a la baja. Incluso se ha presentado como un en-
foque historiográfico pertinente, más aún, necesario el dejar de
lado a los insurgentes y concentrarse en los acontecimientos del
bando realistas y autonomista. Jaime E. Rodríguez ha afirmado
que “la insurgencia no fue más que una serie de movimientos in-
conexos que tuvo poco impacto directo sobre el proceso político
que condujo a la formación del moderno Estado mexicano”, ar-
gumento que ha sido desarrollado y ampliado en el único capítu-
lo que dedica a los rebeldes en “Nosotros ahora somos los verdaderos
españoles. La transición de un reino de la Monarquía española a la
república federal mexicana, 1808-1824”.34
Por el contrario, estoy convencido de que para entender la
guerra de independencia es necesario analizar al mismo tiempo,
y dándole la misma importancia a los gobiernos realistas y a los
gobiernos insurgentes. Es imprescindible analizar a los dirigentes
y a las bases sociales insurgentes para entender el proceso histó-
rico de 1810-1821, no sólo porque éstos marcaron directamente la
estrategia de los realistas, sino porque por sí mismos en diversas
regiones novohispanas establecieron instituciones de gobierno
que efectivamente cambiaron las instituciones de administración
y las jerarquías sociales. Es cierto que en la historiografía clásica
se exageró la importancia de los insurgentes, al convertirlos en el
único actor de la guerra de independencia, el cual siempre debía
de ser arropado con la bandera mexicana. Ahora en la historio-
grafía se presta mayor atención a los diversos y contradictorios
grupos realistas como actores centrales del relato historiográfico
sobre la guerra de independencia. Para decirlo con otras palabras,
no es necesario reducir la importancia de los insurgentes a niveles
34Jaime E. Rodríguez O., Nosotros ahora somos los verdaderos españoles. La transición de
un reino de la Monarquía española a la república federal mexicana, 1808-1824, El Colegio
de Michoacán, Instituto Mora, Zamora, 2010.

245 5
josé antonio serrano ortega

mínimos, a fin de hacer relevante la dimensión histórica de los


realistas.
4. Los grupos populares insurgentes. Sobre este tema, sigue
estando presente entre algunos historiadores el argumento de que
la guerra fue una lucha encarnizada entre los hijos de la indepen-
dencia desde siempre y los realistas hijos del rey sin absolución
alguna, de los revolucionarios de por sí enfrentados a los contra-
rrevolucionarios, de los republicanos contra los monárquicos y
de los liberales contra los conservadores. En el caso de México,
como vimos, estas dicotomías fueron construidas durante el siglo
xix, y gran parte de los historiadores del siglo xx la reprodujeron
con gran agrado. Relacionado con la sobrevaloración de los in-
surgentes al ser los únicos “revolucionarios”, es decir, los verda-
deros “rebeldes”, está el argumento de que la violencia, la lucha
armada y el enfrentamiento frontal por parte de las clases popula-
res insurgentes contra el sistema colonial o del Antiguo Régimen
no solo es la principal, sino que es la única vía de “transformación
colosal y más importante”.
Y a estos dos argumentos se viene a sumar otro en historia-
dores como Luis Fernando Granados y Carlos Herrero,35 en el
que se considera que investigar a los marginados, pobres y ahora
subalternos insurgentes es lo correcto desde el punto de vista his-
toriográfico y además válido en el arena política actual.
Estos autores continúan entrampados en la contradicción y
deriva metodológica, teórica y políticamente “comprometida” de
la historia social. En otras palabras, analizar a los grupos popu-
lares salva el alma política en el presente. Desde mi punto de
vista, lo fundamental es la perspectiva de análisis y no los gru-
pos sociales o los temas o los periodos a investigar. Añadiría que
es más evidente que la lucha armada entre insurgentes y realis-
tas, y sus efectos de todo tipo, económicos, sociales, políticos,

35 Carlos Herrero, Revuelta, rebelión y revolución en 1810. Historia social y estudios de


caso, Centro de Estudios Históricos Internacionales, Miguel Ángel Porrúa, México,
2001 y Luis Fernando Granados, “Independencia sin insurgentes. El bicentenario y
la historiografía de nuestros días”, Desacatos, n.º 34 (2010), pp. 11-26.

5 246
de la revolución insurgente a los divergentes procesos...

culturales provocaron una transformación fundamental de las


estructuras societales de la Nueva España, proceso que marcó la
historia posterior del siglo xix mexicano. Hasta aquí de acuerdo.
Mis reparos, mis comentarios críticos, son que en esta perspec-
tiva historiográfica no se valora una de las principales aporta-
ciones de lo que se ha denominado la nueva historia política y
que explica los cambios que se dieron entre 1810-1821: también
por medios institucionales, con una amplia participación de los
grupos populares en las estructuras de gobierno insurgentes y/o
realistas, transformó la sociedad de la Nueva España. La nego-
ciación política, a través del establecimiento de las instituciones
normadas por la Constitución de Cádiz, como las elecciones, las
milicias nacionales, la definición del sujeto tributario, la creación
de ayuntamientos, la impartición de justicia, entre otros, tam-
bién transformaron de manera muy importante gran parte de las
estructuras del Antiguo Régimen.
Pero quien ha marcado el debate actual entre los historiadores
sobre los grupos populares es la impresionante investigación La
otra rebelión de Eric Van Young.36 Aquí sólo puedo señalar bre-
vemente, y por consiguiente empobreciendo, su principal argu-
mento: los campesinos insurgentes, en particular la gran mayoría
de ellos, los indígenas, no compartían el nacionalismo de las élites
dirigentes. La identidad política de los campesinos indígenas era
“localocéntrica”, por lo que su accionar y sus proyectos políticos,
así como su sentido de pertenencia no iban más allá del sonido
de las campanas de la parroquia.
Coincido con Van Young en sus críticas al esencialismo na-
cionalista de la historia patria; también en sus convincentes cues-
tionamientos a la historiografía clásica que consideraba que todos
los insurgentes, es decir los dirigentes y el “pueblo”, integraban
36 Eric Van Young, La otra rebelión. La lucha por la independencia en México, 1810-
1821, Fondo de Cultura Económica, México, 2006. Sobre el debate historiográfico
que ha generado este libro consultar Alan Knight, “Crítica Eric Van Young, The
Other Rebellion y la historiografía mexicana”, Historia Mexicana, n.º 214 (2004), pp.
445-515; y Eric Van Young, “Réplica. De aves y estatuas: respuesta a Alan Knight”,
Historia Mexicana, vol. 52:2, n.º 214 (2004), pp. 517-573.

247 5
josé antonio serrano ortega

un sólo movimiento en el que no había fisuras tácticas e ideológi-


cas en la prosecución de la forja de la nación. No obstante, tengo
mis reservas sobre una de las conclusiones de su premisa mayor:
la identidad y la política de los campesinos indígenas era “localo-
céntrica”. No estoy de acuerdo en que los campesinos indígenas,
y menos los campesinos mestizos, criollos y mulatos “pensaran”
y actuaran en términos locales, circunscritos al territorio de sus
pueblos. En efecto, Van Young demuestra que el nacionalismo no
fue el “motor” de los grupos populares insurgentes; sin embargo,
de esta constatación y conclusión no se deriva ineludiblemente
que los grupos populares rurales no asimilaron, concretaron en
las instituciones locales y apoyaron proyectos políticos de alcance
más allá de los pueblos, esto es, de alcance regional o ya en la dé-
cada de los treinta del siglo xix, de extensión nacional. Las inves-
tigaciones de Peter Guardino y Michael Ducey37 han demostrado
el arraigo y eco que alcanzaron partes centrales de la doctrina li-
beral entre los grupos sociales novohispanos y mexicanos, mucho
más entre las élites y menos entre los grupos populares. Después
de 1821, también se movilizaron tras los líderes de los sectores me-
dios en contra de las élites coloniales de algunas regiones. En este
punto coincido con el modelo explicativo de Torcuato di Tella38
sobre las movilizaciones populares: los sectores medios fueron los
encargados de relacionar en proyectos políticos comunes y en co-
yunturas a los grupos populares con las élites políticas.
5. La resonancia social del liberalismo de 1812 en la Nueva Es-
paña. La discusión sobre el liberalismo de la Constitución de 1821
es el tema que más polémicas, deslindes y posturas encontradas ha
generado entre los historiadores interesados en los años de la guerra
de 1810-1821.39 Tema que ameritaría por sí mismo un artículo o ca-

37 Peter Guardino, Campesinos y política en la formación del Estado nacional mexicano.


Guerrero, 1800-1857, Gobierno del Estado de Guerrero, México, 2001; y Michael Ducey,
A Nation of Village. Riot and Rebellion in the Mexican Hustaeca, 1750-1850, University of
Arizona Press, Tucson, 2004.
38 Torcuato di Tella, Política nacional y popular en México, 1820-1847, Fondo de Cultura
Económica, México, 1994.
39 Alfredo Ávila, En nombre de la nación. La formación del gobierno representativo en

5 248
de la revolución insurgente a los divergentes procesos...

pítulo de libro. En esta ocasión prefiero describir mi posición sobre


la resonancia social del liberalismo gaditano en la Nueva España.
Varios de los postulados del liberalismo gaditano trataban de elimi-
nar la estructura estamental, uno de los rasgos esenciales del Anti-
guo Régimen novohispano, ya que intentó eliminar las diferencias
étnicas (indios, españoles, mulatos), los distintos derechos políticos
(los que votaban en la república de españoles y los que lo hacían en
la república de los “naturales”), los fueros y privilegios tributarios
México, Taurus, Centro de Investigaciones en Desarrollo Económico, México, 2002;
Roberto Breña, El primer liberalismo español y los procesos de emancipación de América,
1808-1824 (Una revisión historiográfica del liberalismo hispánico), El Colegio de
México, México, 2006; Melchor Campos García y Roger Domínguez Saldívar, La
diputación provincial en Yucatán, 1812-1823. Entre la incertidumbre individual y la acción
de gobierno, Universidad Autónoma de Yucatán, Mérida, 2007; Karen Caplan, “The
Legal Revolution in Town Politics: Oaxaca and Yucatán, 1812-1825”, Hispanic
American Historical Review, vol. 83, n.º 2 (2003), pp. 255-291; Manuel Chust, La
cuestión nacional americana en las Cortes de Cádiz, Universidad Nacional a Distancia,
Universidad Nacional Autónoma de México, Valencia, 1999; Antonio Escobar
Ohmstede, “Del gobierno indígena al Ayuntamiento constitucional de las Huastecas
hidalguenses y veracruzana, 1780-1853”, Mexican Studies/Estudios Mexicanos, vol. 12,
n.º 1 (1996), pp. 1-26, y “Los ayuntamientos y los pueblos de indios en la sierra
Huasteca: conflictos entre nuevos y viejos actores, 1812-1840”, en Leticia Reina
(coord.), La reindianización de América, siglo xix, Siglo XXI Editores, Centro de
Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, México, 1997, pp.
294-316; Ivana Frasquet, Las caras del águila. Del liberalismo gaditano a la república
federal mexicana, 1820-1824, Universitat Jaume I, Universidad Veracruzana, Xalapa,
2010; Carlos Garriga y Marta Lorente, Cádiz, 1812. La Constitución jurisdiccionalista,
Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2007; Claudia Guarisco,
Los indios del Valle de México y la construcción de una nueva sociabilidad política,
1770-1835, El Colegio Mexiquense, Toluca, 2003; Silke Hensel, “El significado de
los rituales para el orden político: la promulgación de la Constitución de Cádiz en
los pueblos de indios de Oaxaca, 1814-1820”, en Silke Hensel (coord.), Constitución,
poder y representación. Dimensiones simbólicas del cambio político en la época de la
independencia de México, Iberoamericana, Vervuert, Bonilla Editores, Madrid, 2011,
pp. 157-194; Luis Jáuregui, “Nueva España y la propuesta administrativa-fiscal de
las Cortes de Cádiz”, en Virginia Guedea (coord.), La independencia y el proceso
autonomista novohispano, 1808-1824, Universidad Nacional Autónoma de México,
México, 2001; Carlos Juárez Nieto, El proceso de la independencia en Valladolid de
Michoacán, 1808-1821, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Universidad
Michoacana, México, 2010; Marta Lorente, “Esencia y valor del constitucionalismo
gaditano (Nueva España, 1808-1821)”, en Antonio Annino (coord.), La revolución
novohispana, 1808-1821, Fondo de Cultura Económica, Centro de Investigación y
Docencia Económica, México, 2010, pp. 293-383; Terry Rugeley, Yucatan´s Peasantry
and the Origins of the Caste War, Texas, University of Texas, Austin, 1996; y Carlos
Sánchez Silva, “Viejas y nuevas prácticas políticas en Oaxaca: del constitucionalismo
gaditano al México republicano” en Silke Hensel (coord.), Constitución, poder…,
pp. 311-338.

249 5
josé antonio serrano ortega

(el tributo sobre indígenas, y la excepción frente a las alcabalas y


los diezmos) y las restricciones ante el mundo del trabajo (los gre-
mios y consulados de comerciantes). La pregunta es si el liberalis-
mo gaditano también fue anticorporativo. A finales del siglo xviii,
diversos actores económicos y sociales estaban cuestionando el sis-
tema corporativo del virreinato: los pequeños y medianos comer-
ciantes que atacaban el monopolio de los consulados de Veracruz,
México y Guadalajara; los artesanos “rinconeros” que criticaba el
monopolio del trabajo en las ciudades y villas; y los indígenas que
cuestionaban el sistema corporativo de las repúblicas de naturales.
Considero necesario extenderme en este último punto. Lo que he
registrado en diversos fondos documentales es que existían sectores
de indios que estaban atacando el monopolio, “el privilegio” que
ejercían y del que se beneficiaban los principales, los “antiguos” y
los caciques sobre la república de naturales. No todas las facciones
políticas al interior del gobierno de los pueblos indios estaban a
favor de defender con vehemencia los “usos y costumbre” de los
pueblos.
A partir de la constatación de estas tensiones es como se pue-
de analizar la recepción del liberalismo gaditano durante la guerra
entre todos los grupo sociales novohispanos. El liberalismo gadi-
tano con su énfasis institucional en la igualdad vino a resolver en
parte las demandas de los “inconformes” de finales del siglo xviii.
Además, se debe de considerar que la lucha entre insurgentes
y realistas fue una maquinaria institucional que incrementó la
fuerza institucional del liberalismo, ya que acabó con el ejército
estamental y con el tributo como carga étnica, al establecer un
impuesto a todos los contribuyentes y al obligar a todos a pagar
las alcabalas; promovió la elección para diputados, síndicos y re-
gidores y también de oficiales de las milicias patrióticas por parte
de todos milicianos y ayudó a abolir los gremios y los consulados.
En este sentido, el liberalismo gaditano y la guerra generaron
procesos antiestamentales y anticorporativos.
Relacionado con la resonancia social del liberalismo está el
tema de la “revolución territorial de los pueblos” planteado por

5 250
de la revolución insurgente a los divergentes procesos...

Antonio Annino. Sus artículos abrieron una fructífera área de


investigación sobre la importancia de los “pueblos” con sus ayun-
tamientos como actores centrales en la historia política local y re-
gional, e incluso nacional, durante la primera mitad del siglo xix
mexicano.40 La “revolución territorial de los pueblos” implicó el
fortalecimiento del “autogobierno” de los pueblos en el manejo
de sus recursos naturales, en la impartición de justicia y en la
elección de sus autoridades. Este “autogobierno” también marcó
el sistema político mexicano al limitar la fuerza política de las
élites regionales y nacionales, y al restringir el ejercicio de las fa-
cultades administrativas, judiciales y políticas de las autoridades
nacionales y de las provincias y de los estados.
Aquí rescato dos críticas a las propuestas de Annino que sur-
gen a partir de los muchos capítulos y artículos y varios libros
compilatorios que en los últimos 20 años se han publicado sobre
los ayuntamientos.41 Por un lado, sabemos que eran muy diversos
40 Antonio Annino, “Soberanías…”, pp. 152-184; “Voto, tierra, soberanía…pp. 269-
292, “Cádiz y la revolución territorial de los pueblos mexicanos, 1812-1821”, en Antonio
Annino (ed.), Historia de las elecciones en Iberoamérica. Siglo xix, Fondo de Cultura
Económica, Buenos Aires, 1995, pp.177-226; “El Jano bifronte…”. pp. 129-140, e
“Introducción. La política en los tiempos de la independencia”, en Antonio Annino
(coord.), La revolución novohispana, 1808-1821, Fondo de Cultura Económica,
Centro de Investigación y Docencia Económica, México, 2010, pp. 11-34.
41 José Antonio Serrano Ortega, “Sobre la revolución territorial de los pueblos.
Diputación provincial y ayuntamientos en Guanajuato, 1822-1824”, Relaciones.
Estudios de Historia y sociedad, n.º 147, (2016), pp. 155-195. Una amplia enumeración
de la bibliografía sobre los ayuntamientos se encuentra en Moisés Guzmán Pérez
(coord.), Cabildos, repúblicas y ayuntamientos constitucionales en la independencia
de México, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, 2009.
José Antonio Serrano Ortega, Jerarquía territorial y transición política, Guanajuato,
1790-1836, El Colegio de Michoacán, Instituto Mora, México, 2002; Beatriz Rojas, El
“municipio libre”. Una utopía perdida en el pasado. Los pueblos de Zacatecas, 1786-1835,
Instituto Mora, México, 2010; María del Carmen Salinas Sandoval, Diana Birrichiaga
y Antonio Escobar Ohmstede (coords.), Poder y gobierno local en México, 1808-1857,
El Colegio Mexiquense, El Colegio de Michoacán, Universidad Autónoma de
México, Zinancantepec, 2011; Sergio Miranda Pacheco (coord.), Nación y municipio
en México. Siglos xix y xx, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2012
y Laura Machuca Gallegos (coord.), Ayuntamientos y sociedad en el tránsito de la época
colonial al siglo xix. Reinos de Nueva España y Guatemala, Centro de Investigaciones
y Estudios Superiores en Antropología Sociales, México, 2014. Vale la pena tener
en cuenta que Alfredo Ávila y Roberto Breña han evaluado críticamente otros
argumentos historiográficos de Antonio Annino: el primero, el autogobierno y la
soberanía de los pueblos, y el segundo, el “liberalismo de los pueblos”, véase Alfredo

251 5
josé antonio serrano ortega

y muchas veces contrapuestos los intereses económicos, sociales


y étnicos de los grupos políticos de las ciudades, villas, congrega-
ciones y localidades criollas al igual los de los pueblos de indios.
En este sentido, el concepto de “pueblos” no es un instrumento
historiográfico pertinente para analizar tanto la solidaridad que
se pudieron concertar entre los grupos políticos de las distintas
poblaciones, ni mucho menos sus tensiones y confrontaciones.
En otras palabras, los “pueblos” no eran actores políticos con in-
tereses comunes que se enfrentaban a las autoridades intermedias
y a las élites políticas regionales y locales. No conformaban un
frente común ante, de cara a las autoridades o a las “élites”. En
el caso de Guanajuato he planteado que eran muy diversos e in-
cluso contrapuestos los intereses de los patricios de las ciudades
y villas, por un lado, y de los vecinos principales de las villas,
congregaciones y localidades, por el otro. En lo que sí coincidie-
ron los patricios y los vecinos fue en eliminar a otros sectores que
se pueden englobar en el concepto de “pueblos”, es decir, a los
indígenas de las repúblicas que se convirtieron en ayuntamiento
después de 1820.42
Un segundo cuestionamiento a las propuestas de Antonio An-
nino es que los “pueblos” no limitaron extensamente el ejercicio
de las atribuciones administrativas y políticas de las autoridades
intermedias y superiores de las provincias o de los estados de la
primera mitad del siglo xix. Por el contrario, en algunas jurisdic-
ciones de la república mexicana, fueron estas autoridades las que
limitaron la “revolución territorial de los pueblos”. Para Oaxaca,
Silke Hensel ha demostrado que entre 1820 y 1835 el “estrato local

Ávila, En nombre de la nación..., pp. 113-120 y Breña Roberto, “En torno al liberalismo
hispánico: aspectos del republicanismo, del federalismo y del liberalismo de los pueblos
en la Independencia de México” en Izaskun Álvarez Cuartero y Julio Sánchez Gómez
(editores), Visiones y revisiones de la Independencia Americana. México, Centroamérica y
Haití, Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca, 2005, pp. 180-204.
42 José Antonio Serrano Ortega, Jerarquía territorial y transición política. Guanajuato,
1790-1836, El Colegio de Michoacán, Zamora, 2001 y “Ciudadanos naturales. Pueblos
de indios y ayuntamientos en Guanajuato, 1820-1827”, en Juan Ortiz Escamilla y
José Antonio Serrano Ortega (eds.), Ayuntamientos y liberalismo gaditano en México,
Universidad Veracruzana, El Colegio de Michoacán, Zamora, 2007, pp. 411– 440.

5 252
de la revolución insurgente a los divergentes procesos...

de la administración estatal”, esto es, subdelegados, gobernadores


de partido y párrocos, “fortalecieron” el control que ejercían des-
de finales del siglo xviii sobre las repúblicas de indios y sobre sus
sucesores, los ayuntamientos constitucionales. Por ello, concluye
la autora, es cuestionable “la hipótesis de que los pueblos indios
aumentaron su autonomía”; por el contrario, “continuó el con-
trol de los funcionarios locales, e incluso se acentuó”.43 Y Oaxaca
no es cualquier ejemplo: se ha considerado “el caso” que compro-
baba las conclusiones de Annino. Por su parte, Irving Reynoso
Jaime ha destacado que los hacendados azucareros del distrito de
Cuernavaca respaldaron las facultades de los jefes políticos fren-
te a los ayuntamientos de las “comunidades campesinas”. Estas
autoridades intermedias ayudaron a que las “élites regionales” re-
dujeran “la participación de los sectores populares en la toma de
decisiones”. Como señala explícitamente Reynoso, la “revolución
territorial de los pueblos” no benefició el poder institucional de
los ayuntamientos de las “comunidades campesinas”.44
Juan Ortiz y el que escribe destacamos, a partir de la lectura
de varios estudios sobre el desempeño de ayuntamientos en di-
versas jurisdicciones administrativas y políticas de México,45 que
después de 1825 se produjo una “contrarrevolución municipal”.
En las provincias y estados de Puebla, Guanajuato, Veracruz, Mé-
xico, Michoacán y Yucatán las autoridades intermedias (como los
subdelegados y los jefes de partido) y superiores (jefes políticos,
43 Véanse los artículos de Silke Hensel, “¿Cambios políticos mediante nuevos
procedimientos? El impacto de los procesos electorales en los pueblos de indios de
Oaxaca bajo el sistema liberal”, Signos Históricos, n.º 20 (2008), pp. 126-163, y “El
significado de los rituales para el orden político: la promulgación de la Constitución
de Cádiz en los pueblos de indios de Oaxaca, 1814-1820”, en Silke Hensel (coord.),
Constitución, poder y representación. Dimensiones simbólicas del cambio político en la
época de la independencia de México, Iberoamericana–Vervuert, Bonilla Editores,
Madrid, 2011, pp. 157-194.
44 Irving Reynoso Jaime, Las dulzuras de la libertad. Ayuntamientos y milicias durante
el primer liberalismo. Distrito de Cuernavaca, 1810-1835, Nostromo Ediciones, México,
2011. También consultar su artículo “Sistema electoral y élites regionales: elecciones
municipales y de diputados en Cuernavaca y Cuautla Amilpas, 1812-1835”, Mexican
Studies/Estudios Mexicanos, vol. 25, n.º 2 (2009), pp. 189-226.
45 Juan Ortiz Escamilla y José Serrano Ortega, “Introducción”, en Juan Ortiz
Escamilla y José Serrano Ortega (eds.), Ayuntamientos…, pp. 9-16.

253 5
josé antonio serrano ortega

congresos y gobernadores) promovieron diversas medidas para


limitar las facultades que la Constitución gaditana había otorga-
do a los ayuntamientos. Los efectos concretos de esta “contrarre-
volución municipal” fueron variados y dependieron de muchos
factores.
En un artículo que publiqué recientemente planteo que la
diputación o junta provincial de Guanajuato comenzó el proceso
para limitar los efectos políticos, sociales e institucionales de la
“revolución territorial de los pueblos” desde 1820.46 En otras pala-
bras, fue esta institución gaditana la que comenzó la “contrarre-
volución municipal”. Entre 1822 y 1824, los diputados de la junta
provincial de Guanajuato intentaron subordinar política y admi-
nistrativamente a los integrantes de los ayuntamientos ejerciendo
dos de las principales facultades administrativas que se les asignó
en la legislación de las Cortes de Cádiz: “intervenir y aprobar
el repartimiento hecho a los de las contribuciones que hubieren
cabido a la provincia” y “velar sobre la buena inversión de los
fondos públicos de los pueblos y examinar sus cuentas, para que
con su visto bueno recaiga la aprobación superior”. Seguramente
los diputados sabían que para ubicarse en un lugar prominente
en la jerarquía territorial de Guanajuato lo que tenían que hacer
era comenzar a controlar y fiscalizar los ingresos y egresos de los
consejos municipales, así como definir las bases impositivas tanto
de cada uno de los ayuntamientos, como de las finanzas públicas
provinciales.
En este sentido, destaco que el concepto historiográfico de
“pueblos” no ayuda a analizar con precisión la vida política inte-
rior de las provincias, los estados o los departamentos de la pri-
mera mitad del siglo xix mexicano. Los “pueblos” no actuaron
en común frente a otras autoridades e instituciones políticas-
administrativas intermedias y superiores. Por el contrario, lo per-
tinente es identificar y analizar los distintos intereses políticos
46 José Antonio Serrano Ortega, “Sobre la revolución territorial de los pueblos.
Diputación provincial y ayuntamientos en Guanajuato, 1822-1824”, Relaciones, vol.
37, n.º 147, 2016, pp. 155-195.

5 254
de la revolución insurgente a los divergentes procesos...

económicos y sociales de los grupos que controlaban a los ayun-


tamientos. El reparto de la carga tributaria enfrentó a los grupos
económicos políticos mineros y agrícolas quienes actuaron a tra-
vés de los ayuntamientos que controlaban.

palabras finales: los revisionismos de la revolución


mexicana y los de la guerra de independencia

Muchos de los debates y polémicas generados por la denominada


historiografía revisionista de la Revolución mexicana de 1910 per-
mearon e impactaron a los estudiosos o interesados en los proce-
sos de independencia. Es más, el punto de arranque para explicar
la importancia que alcanzó el revisionismo historiográfico sobre
la guerra de independencia no se ubica propiamente en el campo
de estudio acerca de la lucha militar entre realistas e insurgentes.
Es preciso entender que antes de la década de los sesenta del siglo
pasado, la historiografía sobre la independencia fue arrastrada, y
en muchos sentidos revolcada por los resultados y las polémicas
generadas por los estudiosos de la Revolución de 1910.
Es sabido que las preocupaciones de los historiadores de la
Revolución de 1910, alimentadas por teorías societales con tanto
influjo como los marxismos y la Teoría de la Dependencia, así
como los Annales y la New Economic History, se resumían en varias
preguntas: ¿en verdad aconteció una revolución, o sólo fue una
reforma en la que primaron las continuidades, ya no digamos del
Porfiriato sino incluso coloniales –se asentó aún más el concepto
de sociedad poscolonial–, con un mínimo cambio político? ¿Qué
se transformó y qué continuó después de la revolución o, para ser
más acordes con las preocupaciones de los historiadores revisio-
nistas, qué se modificó con respecto a las estructuras económi-
cas y sociales coloniales y decimonónicas? ¿Surgió la revolución
de las injusticias sufridas por los “campesinos”, o sólo fue una
gran rebelión de las élites políticas de clase media? En resumen,
¿se puede seguir hablando de la Revolución y los “Campesinos”,

255 5
josé antonio serrano ortega

escritas así en mayúsculas y con el monismo propio de la lógica


revolucionaria del pri? Los revisionistas no se preguntaban, sino
que afirmaban que los plurales eran lo apropiado para definir a
los grupos sociales que participaron en la revolución: este campe-
sino, este indígena de determinada y específica región, estas élites
políticas de este lugar. Para los revisionistas, los sujetos históri-
cos plurales implicaban que los historiadores tenían que escoger
entre los aguerridos agraristas de Naranja y los contemplativos
rancheros de San José de Gracia. No existía la Revolución ni los
campesinos revolucionarios, sino los revolucionarios y los revo-
lucionados. Además, el amplio cultivo de la historia regional por
parte de los autores revisionistas cuestionó asimismo la imagen
nacional de la Revolución mexicana: las causas del malestar so-
cial, así como los resultados de los procesos revolucionarios de-
pendieron de los muy diversos contextos sociales, económicos y
políticos de los muchos Méxicos.47
Las preguntas sobre la Revolución mexicana de 1910 tuvieron
eco en la historiografía sobre “la revolución de independencia”
de tal manera que a partir de 1960 se afirmaría que el proce-
so de independencia no comenzó en 1810, sino en 1808, cuando
47 Para la historiografía revisionista sobre la revolución mexicana me ha sido
especialmente benéfica la mesa de trabajo en la que participaron Javier Garciadiego,
Alicia Hernández, Alan Knight y Gloria Villegas, y que se publicó en Memoria del
simposio de historiografía mexicanista, Comité Mexicano de Ciencias Históricas,
Gobierno del Estado de Morelos, Universidad Nacional Autónoma de México,
México, 1990, pp. 193-210. También consulté a David Bailey, “Revisionism
and the Recent Historiography of the Mexican revolution”, Hispanic American
Historical Review, 58:1 (1978), pp. 62-79; Luis Barrón, Historias de la Revolución
mexicana, Fondo de Cultura Económica, México, 2004; Luis Anaya Merchant,
“La construcción de la memoria y la revisión de la revolución”, Historia Mexicana,
44:4, (1995), pp. 525-536; Romana Falcón, “El revisionismo revisado”, Estudios
sociológicos, 5:4, (1987), pp. 341-351; Enrique Guerra Manzo, “Pensar la revolución
mexicana: tres horizontes de interpretación”, Secuencia, 64, (2006), pp. 51-78; Alan
Knight, “Revisionism and Revolution: Mexico Compared to England and France”,
Past and Present, 134, (1992), pp. 159-199; Javier Rico Moreno, Pasado y futuro en
la historiografía de la revolución mexicana, Instituto Nacional de Antropología e
Historia, Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, México, 2000,
y Eric Van Young, “Making Leviathan Sneeze: Recent Works on Mexico and the
Mexican Revolution”, Latin American Research Review, 34: 3, (1999), pp. 143-165, así
como Allen Wells, “Oaxtepec Revisited: The Politics of Mexican Historiography,
1968-1988”, Mexican Studies/Estudios Mexicanos, 7:2, (1991), pp. 331-345.

5 256
de la revolución insurgente a los divergentes procesos...

abdicaron al trono Carlos IV y Fernando VIII; que eran muy


diversos los referentes doctrinales de los dirigentes de los bandos
militares en pugna; que la lucha militar, y sobre todo política,
se dio entre insurgentes, realistas y autonomistas; que las rebe-
liones de los grupos populares no fueron producto exclusivo de
la explotación económica y política colonial; que fue una guerra
civil, más que una contienda por la independencia; que no toda
rebelión popular y cualquier descontento criollo tenían como
primer motor establecer la nación mexicana, y que las institucio-
nes establecidas por las Cortes de Cádiz tuvieron una influencia
social, política y cultural mayúscula en la Nueva España, mayor
incluso que las puestas en marcha por los gobiernos insurgentes.
Como queda patente se enunció toda una nueva agenda de inves-
tigación que se distanciaba de los ejes centrales del canon clásico.

257 5
pensar, comprender y hacer la revolución.
el debate en torno
a las historiografías “académicas” y “militantes”

Mariano Schlez
CONICET-Universidad Nacional del Sur

“Quien, sobre todas las rencillas personales, no sienta su deber


moral de entregarlo todo por la Revolución, y esté consciente de
las taras que arrastra y que no debe transmitir; quien en esta hora
no sienta el deber de crear; quien no sienta el deber de estar aquí
aunque sea simplemente quemándose como leña en este fuego;
quienes no estén más allá de tu libro y el mío, de te-escribo-la-no-
ta-de-tu-libro para que luego tú-me-escribas-la-nota-de-mi-libro,
jamás podrán ser historiadores”.

Manuel Moreno Fraginals (1966)

“No ha de sorprender, entonces, que fuera cuando abandona-


ba ese remanso incesantemente agitado cuando podía percibir
más nítidamente el vínculo entre el agitado pulso del mundo y
los cambios que a todos los niveles afectaban nuestro campo de
estudios”.
Tulio Halperín Donghi (2014)

En 1994, Tulio Halperín Donghi planteó que, a diferencia de la


década de 1960, “la gente está mucho más tranquila, y (…) po-
demos tener una historia (…) mucho más académica”, que ya no
sería “un programa de esclarecimiento del presente y del futuro a
través del pasado”.1 Su testimonio expresa un paradigma que opone
1 Entrevista a Tulio Halperín Donghi, en Roy Hora y Javier Trímboli, Pensar la Argentina.
Los historiadores hablan de historia y política, El Cielo por Asalto, Buenos Aires, 1994, p. 45.

259 5
mariano schlez

historiadores “académicos” a “militantes”, es decir, a quienes res-


tringirían su actividad al estricto conocimiento del pasado, de
acuerdo a las reglas y la lógica propia del campo de estudios, y
quienes subvertirían este “normal” desarrollo subyugando la his-
toria a intereses políticos del presente, utilizándola “como arma”
militante, según el legendario texto de Manuel Moreno Fraginals.
Esta dicotomía se desarrolló a fines de la década de 1980, con
la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética,
así como durante los festejos del bicentenario de la Revolución
francesa. En este contexto, François Furet emprendió su ataque a
los “catecismos revolucionarios”, al tiempo que Francis Fukuyama
sentenció el “fin de la historia”.2 La “crisis de los grandes relatos”
representó, entonces, la derrota revolucionaria, y el avance de la
reacción, en el universo académico. Fue durante este proceso que
proliferaron los estudios sobre los vínculos entre política e historia,
los que advirtieron cómo “el traslado al pasado de los intereses
del presente, y su consecuencia de subordinación de la historia a
la política”, implicaba “una traba formidable al ejercicio intelec-
tual crítico y responsable” para “constituir un espacio intelectual
autónomo”.3
A más de tres décadas de estos acontecimientos, estas posiciones
aún gozan de buena salud, a pesar que el “consenso de Washing-
ton” se demostró tan endeble como los “socialismos reales”. En este
sentido, desde inicios del siglo xxi, se han desarrollado proyec-
tos que sostienen la división entre historiografías “académicas” y
“militantes”, señalando el problema de un “mundo exterior” que
permanentemente se entrometería en el “normal” desarrollo de la
2 La intervención de Furet es previa, aunque se amplifica en 1989. Véase François Furet,
“Le catéchisme révolutionnaire”, Annales. Histoire, Sciences Sociales, vol. 26, n.° 2 (1971);
François Furet y Massimo Boffa, L’héritage de la Révolution française, Hachette, París,
1989; Francis Fukuyama, “The end of history?”, The national interest, n.° 16, (1989),
pp. 3-18. Sobre el debate en torno a la Revolución francesa, véase Michel Vovelle,
“L’historiographie de la Révolution Française à la veille du bicentenaire”, Annales his-
toriques de la Révolution française, n.º 272 (1988), pp. 113-126 y Albert Soboul, “La his-
toriografía clásica de la Revolución Francesa. En torno a las controversias recientes”, en
Manfred Kossok et alii, Las Revoluciones Burguesas, Crítica, Barcelona, 1983, pp. 160-189.
3 Diana Quattrocchi-Woisson, Los males de la memoria. Historia y política en la Argen-
tina, Emecé, Buenos Aires, 1995, p. 321.

5 260
pensar, comprender y hacer la revolución...

ciencia.4 Al igual que lo ocurrido en la Francia de 1989, el bicen-


tenario de las revoluciones de independencia latinoamericanas, en
2010, resultó un ámbito privilegiado para los enfrentamientos en-
tre diferentes escuelas, que dio cuenta de la vigencia de la crítica
a las “visiones unidireccionales y progresivas que hacían posible
pensar el pasado como receptáculo especulativo de los dilemas
contemporáneos”, y de la celebración por el “abandono parcial de
nociones afines a las historias militantes por sus implicancias en
los usos políticos del pasado”, que restringirían “el debate al campo
disciplinario en sentido estricto”.5 La necesidad de una historio-
grafía “no contaminada por proyecciones retrospectivas”6, enton-
ces, fomentó la denuncia de los “usos políticos de la historia”, que
habrían llevado adelante marxistas y nacionalistas.7 Proceso que se
habría inscripto durante “el giro copernicano de la historiografía
sobre independencias”, provocado por el crecimiento de la “histo-
ria conceptual de lo político”8, inspirada en Furet, cuya propuesta
tuvo su último capítulo con la traducción de La revolución francesa
en debate, texto que fue cerrado por un posfacio titulado “Epitafio
para la idea de revolución”, y que fue presentado por Luis Alberto
Romero como la última constatación del fin de “la idea misma de
revolución”.9
El que algunos de los principales historiadores latinoamerica-
nos sostengan aún el corazón de la propuesta revisionista, a saber,
la crítica a las historiografías “militantes”, junto a la defensa de una
historia académica profesional, libre de la influencia de intereses

4 Fernando Devoto y Nora Pagano (ed.), La historiografía académica y la historiografía


militante en Argentina y Uruguay, Biblos, Buenos Aires, 2004, pp. 9-10, 13.
5 Beatriz Bragoni, “De los orígenes de la Nación y sus relatos”, en José Nun (comp.),
Debates de Mayo. Nación, cultura y política, Gedisa, Buenos Aires, 2005, p. 61-63.
6 Elías Palti, “Viejos y nuevos idealismos (un comentario y una advertencia)”, en José
Nun, Debates de Mayo…, p. 91.
7 José Carlos Chiaramonte, Usos políticos de la historia. Lenguaje de clases y revisionismo
histórico, Sudamericana, Buenos Aires, 2013.
8 Pilar González Bernaldo de Quirós, Independencias Iberoamericanas. Nuevos proble-
mas y aproximaciones, , Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2015, p. 16.
9 Darío Roldán, “Postfacio. Epitafio para la idea de revolución”, en François Furet, La
revolución francesa en debate. De la utopía liberadora al desencanto en las democracias
contemporáneas, Siglo XXI, Buenos Aires, 2016.

261 5
mariano schlez

políticos presentes, fundamentan la necesidad de reiniciar el de-


bate en torno a los vínculos entre política e historia.

la política ordena a la historia: la conformación


de los latin american studies

Un elemento que debe tenerse en cuenta a la hora de evaluar


la existencia de una historiografía exclusivamente “académica”,
opuesta a la “militante”, es el análisis de los orígenes del campo
que habría impulsado con más fuerza el proceso de “profesiona-
lización”: los Latin American Studies o Area Studies, impulsados
principalmente por las dos principales potencias del mundo oc-
cidental, Estados Unidos y Gran Bretaña.
En Estados Unidos, los estudios latinoamericanos surgieron
a fines del siglo xix, vinculados al ascenso y expansión de la he-
gemonía norteamericana en América Latina. La necesidad del
gobierno de preservar sus intereses en el continente determinó el
predominio de la historia diplomática entre los primeros latinoa-
mericanistas, destacándose los estudios vinculados al conflicto
por la frontera mexicana.10 Posteriormente, los planes paname-
ricanistas, así como la disputa por los mercados sudamericanos,
fomentaron el análisis histórico de los aspectos económicos de los
enfrentamientos por el control del sur del continente.11
En este proceso, los historiadores intervinieron en el ámbito
universitario y en el diplomático, como empleados del gobierno,
así como en Fundaciones, que actuaron como correa de transmi-
sión entre el personal político y la academia.12 De esta manera,
10 Arthur P. Whitaker, The Spanish American Frontier, 1783-1795. The Westward Move-
ment and the Spanish Retreat in the Mississippi Valley, Harvard University Press, Cam-
bridge, 1927 y The United States and the Independence of Latin America 1800-1830,
Johns Hopkins University Press, Baltimore, 1941.
11 Fred Rippy, Rivalry of the United States and Great Britain Over Latin America,
1808-1830, Octagon Books, Nueva York, 1972.
12 Sobre los vínculos entre el primer editor de la Hispanic American Historical Re-
view, el presidente Woodrow Wilson y su Secretario de Estado, véase Mark T. Ber-
ger, “Civilising the South: The U.S. Rise to Hegemony in the Americas and the

5 262
pensar, comprender y hacer la revolución...

los capitales privados, bajo la forma de fundaciones, tuvieron


un rol fundamental en el establecimiento de los estudios lati-
noamericanos, a través del apoyo a diversas asociaciones, como
la Conferencia sobre Historia de América Latina, y programas de
estudios, como el que auspició la Fundación Rockefeller en la
Universidad de Berkeley.13 Por lo que, dado que la mayoría de
las universidades dependían de fondos privados, la denomina-
da “profesionalización” del campo de estudios estuvo atada a los
intereses de poderosos filántropos que, además de financiar los
puestos docentes y de investigación, ocuparon cargos en los con-
sejos de administración, ofreciendo bonificaciones a sus acadé-
micos preferidos.
Posteriormente, la Segunda Guerra Mundial renovó el inte-
rés político y académico por América Latina, debido a la posible
penetración del Eje, primero, y de la Unión Soviética, después.
El gobierno norteamericano creó la Oficina de Servicios Estraté-
gicos (OSS), predecesora de la Agencia Central de Inteligencia
(CIA), organización que suministró personal y una serie de con-
ceptos que se impusieron en las universidades,14 divulgados por
el Departamento de Estado y por fuentes privadas, tales como las
fundaciones Ford, Carnegie y Rockefeller.15 Según Lewis Hanke,
la mayoría de los latinoamericanistas participó, de alguna mane-
ra, en la guerra.16

Roots of ‘Latin American Studies’, 1898-1945”, Bulletin of Latin American Research,


Vol. 12, n.º 1 (1993), pp. 5-6. Un estudio más reciente sobre América del Sur en la
primera mitad del siglo xx en Ricardo Salvatore, Disciplinary Conquest. U.S. Scholars
in South America, 1900-1945, Duke University Press, Durham and London, 2016.
13 Se destacan la Fundación Carnegie para la Paz Internacional (1910); el Consejo
de Relaciones Exteriores (1918); la Fundación Rockefeller (1913) y la Fundación John
Simon Guggenheim (1925).
14 Thomas E. Skidmore, “Studying The History Of Latin America: A Case of Hemi-
spheric Convergence”, Latin American Research Review, vol. 33, n.º 1, (1998), pp.
105-127.
15 Inderjeet Parmar, Foundations of the American Century: The Ford, Carnegie, and
Rockefeller Foundations in the Rise of American Power, Columbia University Press,
Nueva York, 2012.
16 Por ejemplo, Harold Peterson, que estudió las relaciones entre Estados Unidos y Argen-
tina desde 1810, trabajó en inteligencia militar. Lewis Hanke, “The development of Latin
American studies in the United States”, The Americas, vol. IV, n.º 1, (1947), pp. 32-64.

263 5
mariano schlez

A mediados de la década de 1950, las tesis de Robert R. Palmer


expresaron el paso del panamericanismo al “panatlantismo”17, al
calor de la conformación de la OTAN (1949).18 Fue así que, du-
rante la Guerra Fría, los estudios sobre América Latina tuvieron
un nuevo impulso, cuando “la misión civilizadora de Estados
Unidos en América Latina se convirtió en una misión de moder-
nización anticomunista”.19 En este marco, la Revolución cubana
fue el acontecimiento que convirtió a los estudios latinoamerica-
nos en un asunto de primer orden, al punto que el director de la
Fundación Hispana de la Biblioteca del Congreso señaló que la
Latin American Studies Association (LASA) “bien podría erigir un
monumento a Fidel Castro, un padrino a distancia”.20
Desde entonces, la academia norteamericana profundizó su
crítica a las historiografías estructuralistas y al marxismo, atacan-
do fundamentalmente sus categorías de clase, las que fueron re-
emplazadas por las de élite y red social.21 Asimismo, la influencia
del “giro lingüístico” no sólo cuestionó los vínculos entre los as-
pectos ideológicos y materiales en la investigación, reemplazando
el protagonismo de los aspectos sociales por los culturales, sino
que también puso en duda la posibilidad misma de conocer el
pasado y la verdad histórica.22

17 Las tesis de Palmer buscaron “atemperar, diluir y rebajar, en su contenido social”


a las revoluciones norteamericana y francesa, “desclasarlas weberianamente y reorde-
narlas en función de una clasificación política y no económica y social, como hacía el
materialismo histórico”, Manuel Chust, “Sobre revoluciones en América Latina… si
las hubo”, en Las revoluciones en el largo siglo xix latinoamericano, AHILA-Iberoame-
ricana-Vervuert, Madrid, 2015, p. 37. Véase Robert R. Palmer, The age of democratic
revolution: a political history of Europe and America, 1760-1800, Princeton University
Press, Princeton, 1959, (2 vols.).
18 John Elliot se pregunta cuánto estimuló la creación de la OTAN “el pensamiento
en términos atlantistas”, John H. Elliott, Haciendo Historia, Taurus, Madrid, 2012,
p. 104.
19 Mak T. Berger, “Civilising the South…,p. 31. Sobre el mismo proceso, puede
consultarse Richard Morse, “The strange career of ‘Latin American Studies’”, The
Annals of the American Academy of Political and Social Science, n.º 356, (1964), p. 11.
20 Howard F. Cline, “The Latin American Studies Association: A Summary Survey
with Appendix”, Latin American Research Review, vol. 2, n.º 1, (1966), pp. 57-79.
21 Susan M. Socolow, The Merchants of Buenos Aires, 1778-1810: Family and Com-
merce, Cambridge University Press, Cambridge, 1978.
22 Por ejemplo, Eric Van Young concluyó que los rebeldes novohispanos no tenían

5 264
pensar, comprender y hacer la revolución...

Paradójicamente, el ascenso de los Estados Unidos, y el re-


troceso relativo del Reino Unido sobre su antiguo “Imperio in-
formal”, fueron fundamentales para el desarrollo de los estudios
latinoamericanos en Gran Bretaña, los que habían tenido un
escaso desarrollo hasta la Segunda Guerra Mundial.23 En 1948,
Robin Humphreys ocupaba la única cátedra de América Latina
en toda Gran Bretaña, en la Universidad de Londres, a la que se
sumaría John Lynch, en 1961, al mismo tiempo que Jack Street y
David Joslin se establecían en Cambridge.24 En 1962, el Univer-
sity Grants Comitee, órgano del gobierno encargado de distribuir
fondos entre las universidades, estableció un “Comité Parlamen-
tario en Estudios Latinoamericanos”, para evaluar la situación del
área, preocupados por el progreso de la conflictividad política en
la región.25 El comité concluyó que existían serias deficiencias en
el conocimiento que poseía la academia británica sobre Améri-
ca Latina, por lo que propuso la creación de cinco Institutos de
interés alguno en la independencia, ni tampoco los impulsaban las injusticias del
orden agrario o sus necesidades materiales. Por el contrario, se habría tratado de un
movimiento de autodefensa de las formas comunitarias de vida religiosa y política
amenazadas por las reformas borbónicas”, es decir, conservador. Al explicar cómo
moldeó sus conclusiones, Van Young aseguró que “nos cayó encima el ‘giro lingüísti-
co’ y se impusieron la historia cultural, los estudios culturales, la teoría y la antropo-
logía”, Entrevista a E. Van Young, en Christopher Domínguez Michael, Profetas del
pasado. Quince voces de la historiografía sobre México, Ediciones Era, México, 2012,
pp. 286-287. El trabajo al que nos referimos es The Other Rebellion: Popular Violence,
Ideology, and the Mexican Struggle for Independence, 1810-1821, Stanford University
Press, Stanford, 2001.
23 Elliot explicitó los fundamentos de su investigación aseverando que “la admira-
ción por la reforma se asoció en mi mente a una toma de conciencia de la pérdida
del imperio y presentimientos de declive nacional. Era difícil no ver las similitudes
entre la situación de España en la década de 1620 y la de Gran Bretaña en la de 1950:
una potencia imperial exhausta y un gobierno reformista, seguido de expectativas
defraudadas y el fracaso al menos parcial de la reforma. ¿Acaso seguía mi propio país
el mismo camino que España?”, John H. Elliott, Haciendo Historia…, p. 13.
24 Robin A. Humphreys, Latin American Studies in Great Britain: an autobiographi-
cal fragment, Institute for Latin American Studies, London, 1978.
25 Report of the Committee on Latin American Studies, Her Majesty’s Stationery Of-
fice, Londres, 1965. Conocido como “Informe Parry”, debido a que su presidente
era el historiador John Parry, también participaron Robin Humphreys (Londres),
John Street (Cambridge), Charles Boser (King’s College de Londres), Peter Russell
(Oxford) y William L. Burn (Newcastle). Véase Harold Blakemore, “Latin Ameri-
can Studies in British Universities: progress and prospects”, Latin American Research
Review, Vol. 5, no. 3 (1971), pp. 111-134.

265 5
mariano schlez

Estudios Latinoamericanos, en las universidades de Cambridge,


Glasgow, Liverpool, Londres y Oxford. El informe fue rápida-
mente aprobado y dio origen a un desarrollo inédito: en 1964,
Oxford fundó un Centro de América Latina, financiada por la
Fundación Ford; en 1965, inició sus tareas el Instituto de Londres,
designado Centro Nacional para el Estudio de Latinoamérica;
entre 1966 y 1967, se sumaron Cambridge, Glasgow, Liverpool y
Essex. Gracias a este impulso, se formaron más de treinta latinoa-
mericanistas, algunos provenientes del hispanismo, como John
Elliot (Cambridge), Raymond Carr (Oxford), Alistair Henessy
(Warwick) y Henry Kamen (Warwick). Este boom se expresó, en
primer lugar, en el aumento de las tesis doctorales sobre la región,
que pasaron de siete, entre 1947 y 1960, a veinticinco, entre 1962
y 1969.26 Asimismo, este crecimiento que fue complementado
con la creación de revistas (como el Journal of Latin American
Studies) y editoriales académicas (como la serie Cambridge Latin
American Studies y colecciones similares en Oxford y Liverpool)
que divulgaron las investigaciones realizadas, financiadas por el
Fondo Fiduciario de Publicaciones sobre América Latina, creado
en 1969 por iniciativa del Banco de Londres y América del Sur.27
Este esfuerzo británico por comprender mejor la historia y el
presente latinoamericanos, dio lugar a destacadas tesis doctorales,
que indagaron aspectos políticos, sociales y económicos de la re-
gión, resaltando la producción de D. C. M. Platt (Oxford, 1962),
Leslie Bethell (Londres, 1962), Geoffrey J. Walker (Cambridge,
1963), Simon D. W. Collier (Cambridge, 1965), David Brading
(Londres, 1965), Michael P. Costeloe (Newcastle upon Tyne,

26 Entre 1969-70, fueron 215 las tesis sobre América Latina en progreso. Véase Theses
in Latin American Studies at British Universities in Progress and Completed, Institute
of Latin American Studies, Londres, 1967; 1969 y 1970 y John Fisher, “La historio-
grafía de Latinoamérica en Gran Bretaña durante los últimos 25 años”, en VV.AA.,
Problemas actuales de la historia, Universidad de Salamanca, Salamanca, 1993, pp.
113-130.
27 El Comité Asesor, formado por administradores del Banco y académicos, decidía
cuáles investigaciones se editaban. Blakemore, op. cit., p. 123.

5 266
pensar, comprender y hacer la revolución...

1965); Brian Hamnett (Cambridge, 1967); y Peter J. Bakewell


(Cambridge, 1968).
En lo que hace al estudio de las revoluciones de independen-
cia, los latinoamericanistas británicos influyeron decisivamente
en el desarrollo historiográfico, particularmente desde el aporte
de John Lynch, que se convirtió en el manual por excelencia so-
bre el tema en Iberoamérica.28 Y aunque no podamos confirmar
que el trabajo de Lynch implique una advertencia para el nacien-
te imperialismo norteamericano en América Latina, el afirmar
que el estallido de las independencias estuvo vinculado a un re-
forzamiento del imperialismo borbónico, en relación al imple-
mentado por los Austrias, implica un paralelismo entre el papel
jugado por británicos y norteamericanos en América Latina, en
los siglos xix y xx, respectivamente.
Asimismo, fue durante este proceso que también tuvo su
origen una escuela revisionista que, aunque sin el predominio
que tuvo en EE.UU., enfrentó la teoría marxista, apoyada en el
prestigio de la novedosa historia cultural.29 Fue así que se des-
plegó el programa atlantista, que Palmer había esgrimido para
el universo norteamericano y europeo, sobre América Latina: el
Estado como un agente por derecho propio, que responde a sus

28 John Lynch, The Spanish American Revolutions, 1808-1826, Weidenfeld & Nicol-
son, Londres, 1973.
29 Mientras que Alfred Cobban enfrentaba al marxismo en el campo de la Revolu-
ción francesa, John Elliot lo hizo en el ámbito hispanista al estudiar La rebelión de los
catalanes, apelando a la historia cultural y del lenguaje, su caracterización de que los
rebeldes catalanes fueron, en realidad, reaccionarios. Problema que fue reconocido
por el propio Elliot, quien comentó en sus memorias que “La resistencia basada en
la defensa de una ‘constitución antigua’ confería inevitablemente a las revueltas de la
edad moderna un carácter arcaizante que parecía estar en conflicto con los supuestos
previos convencionales sobre la naturaleza de las revueltas y las revoluciones en el
momento en que yo escribía. Me parecía que esos rebeldes de la edad moderna mi-
raban hacia atrás en lugar de hacia adelante (…). Más tarde algunos de mis críticos
catalanes se quejarían de que mi explicación describía a los rebeldes como reacciona-
rios y a Olivares y sus colegas ministeriales en Madrid como los auténticos represen-
tantes de la modernidad. Pero esta no era mi intención”, John H. Elliott, Haciendo
historia…, p. 35. Véase también John H. Elliot, The revolt of the Catalans. A Study
in the Decline of Spain. 1598-1640, Cambridge University Press, Cambridge, 1963. La
intervención de Alfred Cobban en “The Myth of the French Revolution”, en Alfred
Cobban, Aspects of the French Revolution, Paladin, London, 1971 (1º ed., 1968).

267 5
mariano schlez

propios intereses; la efectividad de los mecanismos de represen-


tación parlamentaria para la consecución de objetivos políticos;
y la categoría de “emancipación”, tomada del hispanismo cató-
lico, en reemplazo de la de revolución, para el caso de las inde-
pendencias.30 Asimismo, se impuso la hipótesis por la cual los
procesos independentistas fueron el resultado del derrumbe del
Imperio Español, así como del influjo de las “ideas liberales” de-
cimonónicas, que produjeron un vacío de poder, por un lado, y la
construcción de una nueva hegemonía por parte de las élites ame-
ricanas, que sostuvieron su poder luego de las independencias.31
En este sentido, el derrotero divergente de las colonias británicas
y españolas no tendría su fundamento en aspectos materiales y/o
sociales, sino en sistemas y culturas políticas diferentes, concre-
tamente, “la falta de preparación” de las sociedades latinoameri-
canas “para la participación política activa” les habría impedido
disfrutar de las bondades del sistema político norteamericano.32
Este programa, que rebajó el movimiento revolucionario a
la mera reacción elitista a una crisis externa que, a lo sumo, im-
plicó tan sólo transformaciones políticas y culturales, representó
un ataque a la concepción materialista, que veía en las revolucio-
nes los procesos fundamentales de la historia humana.33 En este

30 John H. Elliott, Empires of the Atlantic World: Britain and Spain in America, 1492-
1830, Yale University Press, Yorkshire, 2006.
31 David Brading, The First America. The Spanish Monarchy, Creóle Patriots, and the
Liberal State, 1492-1867, Cambridge University Press, Cambridge, 1991.
32 Entrevista a John Elliot, en Christopher Domínguez Michael, Profetas del pasa-
do…, pp. 208; 211-212.
33 Este ataque a la revolución y a la acción independiente de las masas, que se observa
solapado en las investigaciones, o que debe ser dilucidado del relato ofrecido, sale
a la luz abiertamente en las posiciones esgrimidas por algunos de los historiadores
de esta escuela, como el caso de David Brading, quien aseguró en una entrevista
que “La revolución fue una realidad y esa realidad fue muy triste, desastrosa para
la población. No es el mejor modo de hacer las cosas, una revolución, y menos
cuando es tan inesperada (…) Tanto la Revolución como la insurgencia de 1810
fueron movimientos que ocurrieron sin planificación, sin fin predeterminado. La
lógica la marcaron los acontecimientos. Fueron guerras civiles que provocaron otras
guerras civiles (…) Y no hay cosa más terrible que la anarquía de una guerra civil”.
Conceptos que amplió al referirse a “la inutilidad de la rebelión” y al considerar que
“la guerra civil siempre se trata de eso, finalmente, de apoderarse de caballos y de
mujeres”, entrevista a David Brading, en Christopher Domínguez Michael, Profetas

5 268
pensar, comprender y hacer la revolución...

sentido, resulta interesante observar que estas hipótesis sobre las


revoluciones de independencia desarrolladas por la historiografía
anglosajona no fueron producidas exclusivamente por historia-
dores norteamericanos, ingleses y franceses. Por el contrario, el
origen, desarrollo y predomino de este programa debe buscarse
en la constitución de un campo global de estudios, que incluye a
la historiografía latinoamericana. Dada la complejidad y el tama-
ño de semejante observable, tomaremos el caso argentino con el
objetivo de describir la naturaleza política de este proceso.

de la argentina al mundo: la lucha de clases como


motor de la conformación de un campo de estudios global
(1955-1991)

a. golpes militares, democracia proscriptiva, revolución


e historia

Al igual que en el caso anglosajón, el desarrollo de la historiogra-


fía latinoamericana también se encuentra estrechamente vincu-
lada a la política contemporánea. En el caso argentino, debemos
remontarnos al golpe de Estado militar de 1955, que nombró
interventor de la Universidad de Buenos Aires (UBA) al histo-
riador José Luis Romero, por el papel relevante que había des-
empeñado como opositor al gobierno peronista, recientemente

del pasado…, p. 230-232. Por su parte, John H. Elliot reivindicó en sus trabajos
históricos una forma particular de participación política, en la que el pueblo sólo
delibera a través de sus representantes, pero criticó abiertamente los “horrores” de la
Revolución y la Guerra Civil españolas, así como la lucha por medio de la acción di-
recta de los jóvenes “Indignados”, en las calles y plazas: “Las nuevas generaciones no
son conscientes de los logros conseguidos en este país en los setenta y los ochenta. La
Guerra Civil ha dejado una larga sombra sobre la sociedad española. La experiencia
dice que las guerras civiles son tan horrorosas que la gente hace lo que puede para
evitar que se repitan. Aquí se manejó bien la Transición (…). Hay que recordárselo,
porque si no se entra de nuevo en un ciclo de odios”, Entrevista a John H. Elliot, en
Christopher Domínguez Michael, Profetas del pasado…, pp. 208; 211-212 y Público,
18.10.2012, en http://www.publico.es/culturas/john-h-elliott-todavia-piensan.html
(consulta 26/5/2016).

269 5
mariano schlez

derrocado.34 En aquel entonces, comenzó una etapa en la que,


según Tulio Halperín Donghi, se buscó “poner a la enseñanza
superior a la altura de los tiempos”, proceso que fue paralelo a la
conformación de los Latin American Studies, en el cual

“el campo hispanoamericano estaba ampliándose con ritmo


vertiginoso desde que el giro tomado por la revolución cubana
transformó a la América Latina en una de las trincheras avan-
zadas en que se libraba la guerra fría, y los Estados Unidos (…)
respondieron a ese desafío concediendo un lugar creciente a sus
vecinos del sur en los programas de area studies”.35

La cátedra de Historia Social General, en la Facultad de Filosofía


y Letras de la UBA, resultó un ámbito de formación de numero-
sos historiadores, que pudieron acceder allí a las principales co-
rrientes historiográficas del mundo.36 En ese contexto, se instauró
el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET), que ofrecería un programa de becas para investigar
en el exterior.37 Las investigaciones llevadas adelante no se encon-
traban aisladas del contexto político en que se desenvolvían, y fue
así que, bajo la influencia de la Alianza para el Progreso, un grupo
de historiadores vinculados a la economía del desarrollo buscaron
el apoyo de la Fundación Ford para financiar una medición del
Producto Bruto Interno de la Argentina durante un siglo de his-
toria, lo que permitiría ponderar la potencialidad de la economía
en términos comparativos. Ello resultó en uno de los primeros
34 Omar Acha, La trama profunda. Historia y vida en José Luis Romero, El Cielo por
Asalto, Buenos Aires, 2005.
35 Tilo Halperín Donghi, Testimonio de un observador participante. Medio siglo de
estudios latinoamericanos en un mundo cambiante, Prometeo, Buenos Aires, 2014.
36 Participaban de la cátedra Tulio Halperín, Reyna Pastor, Alberto J. Pla y Hugo
Rapopport, entre otros. Juan Carlos Garavaglia, Una juventud en los años sesenta,
Prometeo, Buenos Aires, 2015, p. 98.
37 Una de esas becas le permitió a Halperín Donghi viajar, en 1960 y 1961, a Inglate-
rra y Francia para estudiar la expansión de la ganadería rioplatense en el siglo xix. En
1965, fue visiting profesor del Center for Latin American Studies, de la Universidad de
California en Berkeley, financiado por el programa Fullbright. Véase Tulio Halperín
Donghi, Testimonio…, p. 25.

5 270
pensar, comprender y hacer la revolución...

esfuerzos sistemáticos por medir el comercio exterior argentino,


que concluyó en la famosa hipótesis que asegura que el desarrollo
capitalista rioplatense implicó una “larga espera” hasta la “prime-
ra globalización”, posterior a 1865.38
Pero la inviabilidad del proyecto desarrollista, junto al esta-
blecimiento de una “democracia” proscriptiva (el peronismo no
podía participar de elecciones) no soportó la radicalización de la
lucha política. En 1966, un nuevo golpe de Estado militar enfren-
tó las que se consideraban las principales “trabas” al desarrollo del
capital: los trabajadores y el movimiento estudiantil. Ello con-
dujo, en el ámbito universitario, a la tristemente famosa “noche
de los bastones largos”, que provocó la renuncia de unos 1.400
profesores en Buenos Aires y el exilio de buena parte de ellos.
Paradójicamente, el golpe militar produjo que muchos histo-
riadores tuvieran una “inserción más plena en esa cofradía cada
día más globalizada”, como señaló Halperín Donghi, quien, obli-
gado por las circunstancias, inició un periplo que lo llevó a Cam-
bridge, Oxford, Harvard y, finalmente, Berkeley, período en que
pudo “percibir más nítidamente el vínculo entre el agitado pulso
del mundo y los cambios que a todos los niveles afectaban nues-
tro campo de estudios”.39 En este proceso comenzó a tomar for-
ma la denominada “nueva historia política”40, que encuentra uno
de sus afluentes en los aportes del propio Halperín, cuando, en
el marco de un “cambio en las condiciones de trabajo”, resultado

38 Roberto Cortés Conde, Tulio Halperin Donghi y Haydee Gorostegui de Torres,


Evolución del comercio exterior argentino. Exportaciones, ITDT, Buenos Aires, 1965;
Tulio Halperín Donghi, Storia dell’ America Latina, Einaudi, Turín, 1967. Fue en
este contexto que Halperín realizó sus estudios sobre la economía rioplatense y la
expansión ganadera de la primera mitad del siglo xix, los que servirían de “marco”
para su obra magna, tales como “La expansión ganadera en la campaña de Buenos
Aires (1810-1852)”, en Desarrollo Económico, vol. 3, n.º ½ (1963), pp. 57-110 y “La
revolución y la crisis de la estructura mercantil en el Río de la Plata”, Estudios de
Historia Social, vol. 2, n.° 2, (1966), pp. 78-125.
39 Halperín Donghi, Testimonio…, p. 49.
40 Guillermo Palacios (Coord.), Ensayos sobre la nueva historia política, El Colegio de
México, México, 2007.

271 5
mariano schlez

de su exilio, recibió la influencia de “lo que se ha llamado el giro


lingüístico”.41
Su obra comenzó a dar cuenta de este derrotero, con el im-
pulso de una historia carente de toda legalidad, aleatoria y abierta
a un abanico de desarrollo posible. En ese sentido, los sujetos
sociales se limitarían a reaccionar frente a hechos y procesos que
ocurren fuera de su alcance, antes que a un plan definido de ante-
mano. Revolución y Guerra, redactado en el exilio y publicado en
1972, fue la primera expresión de este programa: el protagonismo
de las “elites”; la invención de la política; y el problema de la
legitimidad del gobierno, frente a una militarización de la socie-
dad que impide la modernización económica.42 Aunque proba-
blemente Halperín no esté de acuerdo, su obra no sólo reflexiona
sobre el Río de la Plata en 1810, sino que también es un balance
de la convulsionada América Latina de los ‘60.
Mientras tanto, en Buenos Aires, la carrera de historia, en la
Facultad de Filosofía y Letras, se convirtió en “un cementerio cul-
tural” en el que “la policía y (…) los servicios tenían las puertas
abiertas y se paseaban como si estuvieran en casa”.43 Al mismo
tiempo, el CONICET estaba cerrado para cualquier persona sos-
pechoso de izquierda, dado que el ingreso de cualquier investi-
gador exigía un control por parte de la Secretaría de Inteligencia
del Estado.
No obstante, las contradicciones sociales y la organización
política de obreros y estudiantes produjeron el estallido del
“Cordobazo”, en 1969, el que abrió un proceso revolucionario,
en el marco de una agudización de la lucha de clases a escala
mundial. Ella constituyó el condicionante fundamental para el
surgimiento de una generación de historiadores que vinculó (o

41 Entrevista a Tulio Halperín Donghi, véase Roy Hora y Javier Trímboli, Pensar la
Argentina…, p. 45.
42 Tulio Halperín Donghi, Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la
Argentina criolla, Siglo XXI, Buenos Aires, 1972.
43 Juan Carlos Garavaglia, Una juventud en los años sesenta, Prometeo, Buenos Aires,
2015, p. 121.

5 272
pensar, comprender y hacer la revolución...

intentó hacerlo) sus investigaciones con su militancia política,


que en aquel entonces era percibida como revolucionaria.
En 1963, un grupo de intelectuales comenzó a editar la revista
Pasado y Presente (PyP), cuya publicación concluyó con la expul-
sión de todos sus integrantes del Partido Comunista Argentino
(PCA), ese mismo año. Desde entonces, el grupo se acercó a ex-
periencias “foquistas” (como la del Ejército Revolucionario del
Pueblo), maoístas y nacionalistas (vinculándose a Montoneros y
al FREJULI peronistas).44 Dirigida por José Aricó y Juan Car-
los Portantiero, participaron de la experiencia los historiadores
Juan Carlos Garavaglia y Carlos Sempat Assadourian.45 También
proveniente del PCA (que abandonó en 1963), José Carlos Chia-
ramonte fue cercano al grupo, publicando incluso en el primer
número de la revista, aunque sin participar de su comité edito-
rial.46 Por su parte, se incorporaron a esta experiencia política y
militante José Luis Romero y Enrique Tándeter, por medio de la
fundación de la editorial Siglo XXI de Argentina, que asoció a los
integrantes de PyP al dueño de Fondo de Cultura Económica de
México, Arnaldo Orfila Reynal.
Fue así que un conjunto de proyectos intelectuales, adscrip-
tos a diversas tendencias políticas, más o menos vinculados a la
academia, expresaron la existencia de un campo dinámico y en
permanente expansión, que no era exclusivo de la historia, sino que
se extendió al conjunto de las ciencias sociales, fundamentalmente
la sociología. Entre ellos se destacó el Centro de Investigación en
Ciencias Sociales (CICSO), constituido por Beba y Beatriz Balvé,
Miguel Murmis, Juan Carlos Marín, Nicolás Íñigo Carrera y otros

44 Daniel Gaido y Constanza Bosch Alessio, “José María Aricó y el grupo Pasado y
Presente. ‘Una rara mezcla de guevaristas togliattianos”, En Defensa del Marxismo,
n.º 44, (2015), pp. 173-208.
45 Raúl Burgos, Los gramscianos argentinos: Cultura y política en la experiencia de Pa-
sado y Presente, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004. Sempat Assadourian no participó de
la segunda etapa de la revista, en 1973, a su regreso del exilio en Chile, debido a que
no acordó con la vinculación del grupo al peronismo. Entrevista a Carlos Sempat
Assadourian, Sevilla, enero de 2017.
46 José Carlos Chiaramonte, “Acerca del europeísmo de la cultura argentina”, Pasado
y Presente, Año 1, n.° 1, (1963), pp. 98-100.

273 5
mariano schlez

importantes científicos sociales. Por su parte, el polo de atracción


peronista fue poderoso entre los historiadores, en el que militaron
Rodolfo Puiggrós, Rodolfo Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde,
Juan Carlos Garavaglia e Hilda Sábato.47 Por otro lado, hubo una
fracción, aunque minoritaria, de intelectuales e historiadores que
militaron en el trotskismo, destacándose los aportes de Silvio Fron-
dizi, Alberto J. Pla, Adolfo Gilly y la experiencia de la revista Fichas
de Investigación Económica y Social, impulsada por Milcíades Peña.
La coyuntura política, inescindible del desarrollo historiográ-
fico en los ámbitos académicos, fue el motor de los problemas
que se planteaban los jóvenes historiadores: mientras que Ga-
ravaglia y Assadourian se interrogaban en torno a los modos de
producción en América Latina; Chiaramonte, Peña y Pla busca-
ban desentrañar la naturaleza de la burguesía argentina, cuestio-
nándose en torno a la existencia de una fracción nacionalista y
progresiva.48 Por su parte, CICSO y PyP buscaban dilucidar la
configuración de fuerzas sociales en el proceso revolucionario49,
mientras que Gilly (preso en México) se cuestionaba en torno a
la revolución interrumpida.50

47 Garavaglia se vinculó primero a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y


luego orgánicamente a Montoneros (que se fusionaron con las FAR), entre 1972 y
1976, como él mismo relató en su autobiografía. Por su parte, Hilda Sábato señaló
que “hacia el ’68-’69 (…) mi giro fue hacia el marxismo más clásico”, aunque “des-
pués del ’71, ‘72, militando en Filosofía y Letras, me encontré cada vez más cerca
de los grupos de la izquierda peronista”, incorporándose a la Juventud Peronista en
1973. Entrevista a Hilda Sábato, véase Roy Hora y Javier Trímboli, Pensar la Argen-
tina…, p. 83.
48 VV.AA., Modos de producción en América Latina, Pasado y Presente, Buenos Aires,
1973; José Carlos Chiaramonte, Nacionalismo y liberalismo económicos en Argentina,
1860-1880, Solar / Hachette, Buenos Aires, 1971; Carlos Sempat Assadourian, Gui-
llermo Beato y José Carlos Chiaramonte, Historia Argentina 2. De la conquista a la
Independencia, Paidós, Buenos Aires, 1972; Alberto Pla, América Latina siglo xx: eco-
nomía, sociedad, revolución, Carlos Pérez, Bueno Aires, 1969 y La burguesía nacional
en América Latina, CEAL, Buenos Aires, 1971; Milcíades Peña, Industria, burguesía
industrial y liberación nacional, Ediciones Fichas, Buenos Aires, 1974.
49 Juan Carlos Portantiero, “Política y clases sociales en la Argentina actual”, Pasado y
Presente, n.° 1, (1963), pp. 18-23 y “Clases dominantes y crisis política en la Argentina
actual”, Pasado y Presente, Nueva Serie, n.° 1, (1973), pp. 31-64; Beba Balvé, Miguel
Murmis, Juan C. Marín et alli, Lucha de calles, lucha de clases. Elementos para su
análisis, La Rosa Blindada, Buenos Aires, 1973.
50 Adlfo Gilly, La revolución interrumpida. México, 1910-1914: una guerra campesina

5 274
pensar, comprender y hacer la revolución...

En mayo de 1973, el regreso del peronismo al poder, primero


con Héctor Cámpora, y luego con el propio Perón, agudizó las
contradicciones sociales, lo que se expresó en el campo univer-
sitario. Cuatro días después del triunfo, una disposición del go-
bierno estableció la intervención de las universidades de La Plata,
del Litoral, del Sur y de Buenos Aires, en la que varios historiado-
res tuvieron un papel destacado. Al tiempo que Rodolfo Puiggrós
asumió el rectorado de la UBA, Rodolfo Ortega Peña asumió
como director del departamento de Historia y Juan Carlos Gara-
vaglia fue nombrado interventor del Instituto de Humanidades
de la Universidad Nacional del Sur.51 Dichas intervenciones te-
nían por objetivo impulsar una universidad que se encuentre en
consonancia con los objetivos políticos del gobierno peronista,
provocando, en ocasiones, un ataque a historiadores que rechaza-
ron vincularse con el nuevo régimen.52
Pero la “primavera camporista” duró poco y, lejos de las ex-
pectativas de la “juventud”, Perón dejó en claro muy pronto que
no había regresado para llevar a la Argentina al “socialismo na-
cional”, sino para poner fin al proceso revolucionario abierto en
1969. Desde el traspaso del poder, que implicó la renuncia de
Cámpora para la asunción de Perón, las bandas paramilitares co-
menzaron a actuar, como cuando un comando quemó la edición
por la tierra y el poder, Ediciones El Caballito, México, 1971.
51 También en Bahía Blanca había ganado un concurso, en 1972, José Carlos Chia-
ramonte, como docente en el Departamento de Economía.
52 En la Universidad Nacional del Sur, luego de la intervención del Instituto de
Humanidades, se le quitó una ayuda económica (que había sido aprobada por el
Consejo Superior de la Universidad, el 16/5/1973, para realizar investigaciones en
España vinculadas a su doctorado), a Rosario Güenaga y Hernán A. Silva, con el
argumento de que “los estudios programados (…) no se ajustan a las referidas exi-
gencias de la política universitaria del gobierno del pueblo” (27/6/1973) y a que no
“se evidencia la inserción del proyecto en un programa nacional y ajustado a prio-
ridades para la liberación nacional y social” (22/7/1973). Esto fue refrendado por el
Interventor, Héctor Benamo, y el Secretario de Asuntos Académicos, Augusto M.
C. Pérez Lindo, quienes anularon la licencia y la ayuda. Poco después, el 27/11/1973,
en nombre del mismo proyecto de “liberación nacional”, el Interventor Benamo,
replicando los homenajes realizados por Perón, nombró Doctor Honoris Causa a
Giancarlo Elia Valori (uno de los dirigentes de la Logia Propaganda Due), al dictador
rumano Nicolae Ceausescu, y a su esposa, Elena. Entrevista a Hernán A. Silva, Bahía
Blanca, 8/11/2017.

275 5
mariano schlez

completa de El marxismo, de Henri Lefevbre, en los talleres de


la Editorial de la Universidad de Buenos Aires (EUDEBA). Es-
tos cambios al interior del movimiento peronista provocaron la
renuncia de Rodolfo Ortega Peña a todos sus cargos y, en octu-
bre de 1973, la salida de Puiggrós del rectorado de la UBA, cuya
renuncia fue exigida por el gobierno.53 Poco después, la políti-
ca contrarrevolucionaria del gobierno se institucionalizó con la
creación de la Alianza Argentina Anticomunista (Triple A), que
incluyó entre sus objetivos a una importante cantidad de histo-
riadores, entre los que se destacaba el propio Puiggrós, y cuyas
primeras víctimas fatales fueron Rodolfo Ortega Peña, asesinado
el 31 de julio, y Silvio Frondizi, el 27 de septiembre de 1974.54
La avanzada contrarrevolucionaria se profundizó con el nombra-
miento de un nuevo ministro de Educación, Oscar Ivanissevich, el
14 de agosto de 1974, que asumió con una consigna clara respecto
de la universidad: “No al ingreso irrestricto, no al gobierno triparti-
to… no a la infiltración marxista”.55 Luego de volver a intervenir las
universidades, comenzaron a ser expulsados los profesores vinculados
a la izquierda (entendida en un sentido muy amplio). En la UBA,
por ejemplo, quedaron cesantes 1.500 docentes. Por su parte, la in-
tervención y clausura de la Universidad Nacional del Sur dio inicio a
un famoso juicio contra la “infiltración marxista”, que llevó al exilio
a cientos de intelectuales, entre los que se encontraban Juan Carlos
Garavaglia, que partió hacia España, y José Carlos Chiaramonte, que
aceptó una oferta de trabajo en México. En 1976, se hicieron públicas
las listas con pedido de captura, confeccionadas por el Ejército argen-
tino, en las que se encontraban ambos historiadores, junto a otros
intelectuales, como Hugo del Campo y Horacio Ciafardini. Un do-
cumento del Departamento de Estado de los EE.UU., que presenta-
mos a continuación, prueba la existencia fehaciente de aquellas listas:

53 Omar Acha, La trama…, op. cit., pp. 238-239.


54 Horacio Tarcus, El marxismo olvidado en la Argentina, Buenos Aires, El cielo por
asalto, 1996; Felipe Celesia y Pablo Waisberg: La ley y las armas: biografía de Rodolfo
Ortega Peña, Buenos Aires, Aguilar, 2007.
55 Juan Carlos Garavaglia, op. cit., p. 194.

5 276
pensar, comprender y hacer la revolución...

“List of the accused in the trial for ‘ideological infiltration’


at the National Southern University (Universidad Nacional del
Sur) in Bahía Blanca, Argentina”

Fuente: State Argentina Declassification Project


(1975-1984), U.S. Department of State, 04 July 1978.

La avanzada reaccionaria no tuvo como enemigos sólo los mi-


litantes, sino también a sus ideas e investigaciones, lo que se ex-
presó en la práctica nazi de “incineración de libros subversivos”,
que incluyó la quema del depósito del Centro Editor de América
Latina y la clausura de Siglo XXI.56 Evidentemente, no se trató de
56Hernán Invernizzi y Judith Gociol, Un golpe a los libros. Represión a la cultura
durante la última dictadura, Eudeba, Buenos Aires, 2010.

277 5
mariano schlez

una batalla limitada a la academia, sino un movimiento reaccio-


nario que tenía por objeto aniquilar a la denominada “subversión
marxista”. El golpe de estado militar, del 24 de marzo de 1976,
continuó y profundizó esta tarea contrarrevolucionaria y, junto
a otras dictaduras sudamericanas, apoyadas por el gobierno de
Estados Unidos, coordinaron un plan de represión autodenomi-
nado Cóndor.57 El impacto sobre la sociedad, en general, y sobre
la academia, en particular, fue devastador.

b. La experiencia del exilio

Desde los inicios de la actuación de la Triple A y el primer año del


golpe militar, se produjo en la Argentina un exilio masivo de in-
telectuales, entre los que se destacaron numerosos historiadores.
Dichos exilios fueron el correlato de la derrota del ciclo revolu-
cionario, cuya magnitud da cuenta no sólo del nivel de militan-
cia, sino de la salvaje represión: desde Argentina salieron, durante
la dictadura, 500.000 exiliados, los que se dirigieron a México,
España, Suecia, Francia, Venezuela, Brasil, Bélgica, Holanda y
Estados Unidos.58 Cada una de estas experiencias tuvo caracte-
rísticas particulares, por lo que nos limitaremos a unos breves
comentarios respecto de los casos que más influencia tuvieron en
la conformación de los estudios latinoamericanos.
Francia constituyó un destino privilegiado para los historia-
dores, debido a que allí se encontraba la famosa École des Hautes
Études en Sciences Sociales (EHESS), la que aceptaba el ingreso
sin ningún título universitario, sirviendo de cobertura para nu-
merosos militantes que llegaron exiliados y buscaban iniciar (o
continuar) sus estudios. Fue el caso de un grupo de militantes de
la organización trotskista Política Obrera, que emigró a París y se
57 Primera Reunión Interamericana de Inteligencia Nacional (CÓNDOR),
28/11/1975, en http://nsarchive.gwu.edu/dc.html?doc=2843989-Document-01 (con-
sulta 1/6/2016).
58 Marina Franco, “Testimoniar e informar: exiliados argentinos en París (1976-
1983)”, Amérique Latine Histoire et Mémoire. Les Cahiers ALHIM [En línea], n.º 8,
en http://alhim.revues.org/414 (consulta 8/6/2016).

5 278
pensar, comprender y hacer la revolución...

incorporó a la École, entre los que se encontraban Jorge Gelman,


Zacarías Moutoukias, Diana Quattrocchi, Edgardo Bilsky, Ber-
nardo Gallitelli, Ricardo Falcón y Osvaldo Coggiola.59 En este
caso, la elección de París estuvo determinada por los vínculos
que Política Obrera poseía con la Organisation Communiste In-
ternationaliste, dirigida por Pierre Lambert, de la que participaba
también el Partido Obrero Revolucionario (POR) boliviano, de
Guillermo Lora.60 Asimismo, Juan Carlos Garavaglia se exilió en
Francia, y gracias a una beca de la École pudo continuar sus in-
vestigaciones sobre el mercado interno colonial, bajo la dirección
de Ruggiero Romano.61 Obtuvo el título de Doctor en Historia
en 1979, con una tesis titulada “La production et la commer-
cialisation de la Yerba Mate dans l’espace péruvien: xvie-xviiie
siècles”, publicada luego en México como Mercado interno y eco-
nomía colonial.62
En 1980, Garavaglia se dirigió al corazón del exilio argen-
tino en el mundo, México, adonde habían llegado una enorme
cantidad de historiadores. La UNAM, el Colegio de México, la
Universidad de Puebla y la Universidad Autónoma Metropolita-
na-Iztapalapa dieron refugio a Assadourian, Chiaramonte, Pui-
ggrós, Garavaglia, Portantiero, Aricó, Terán y Del Barco, entre
otros intelectuales argentinos, constituyéndose en núcleos fun-
damentales para el desarrollo de los estudios latinoamericanos a
nivel global.
Gracias a los altos precios del petróleo, impulsados por el
boicot de la Organización de Países Exportadores de Petróleo
(OPEP) a los países que apoyaron a Israel en la guerra de Yom

59 Entrevista a Osvaldo Coggiola, San Pablo (Brasil), octubre de 2017.


60 Lucas Poy, “Ricardo Falcón (1945-2010). Alcances y límites de una propuesta his-
toriográfica para el estudio del mundo de los trabajadores en Argentina”, en archivos
de historia del movimiento obrero y la izquierda, n.º 3, (2013), pp. 149-167.
61 Mariano Schlez, “La historia como arma. Juan Carlos Garavaglia, investigador y
militante”, VII Jornadas de Investigación en Humanidades. Homenaje a Juan Carlos
Garavaglia, Departamento de Humanidades, Universidad Nacional Del Sur, Bahía
Blanca, 5 al 7 de diciembre de 2017.
62 Juan Carlos Garavaglia, Mercado interno y economía colonial, Grijalbo, México,
1983.

279 5
mariano schlez

Kippur, el Estado mexicano ofreció asilo a una enorme cantidad


de intelectuales, con el objetivo de evitar que “cayeran en la ten-
tación de ofrecer su espaldarazo a movimientos de inspiración re-
volucionaria que no estaban seguros de haber logrado desarraigar
por completo”.63 Fue en esta geografía, entre 1977 y 1983, que se
realizaron una serie de balances en torno a la derrota política que
había sufrido el movimiento revolucionario latinoamericano, al
tiempo que se desplegaba una feroz contrarrevolución a escala
universal. Dicho proceso transformó radicalmente la posición
teórica, política y metodológica de muchos historiadores, que
realizaron un giro respecto de su forma de ver el mundo antes de
iniciar su exilio. En palabras de Halperín, que viajó a la UNAM
en 1981,

“colegas y antiguos estudiantes que, obligados a huir de la


Argentina para salvar la vida, afrontaban desde ese otro extremo
del orden hispánico una experiencia que iba a dejar en ellos una
marca indeleble (…) Esos argentinos, chilenos, uruguayos que
hallaron refugio en México no sólo aprendieron allí muchas co-
sas que les harían imposible seguir dirigiendo al subcontinente
que habían tomado por tema la misma mirada de cuando lo
contemplaban desde su rincón del austral o desde algunos leja-
nos observatorios del primer mundo, sino a la vez comenzaron a
aclimatarse antes que otros en la era posmoderna en la que hasta
hoy seguimos avanzando a tientas”.64

Como relata Oscar Terán, en México comenzó un balance teóri-


co que partió de una “crispada revisión del marxismo (…) obvia-
mente cruzada con la experiencia argentina y con los efectos del
espectacular fracaso que acabábamos de experimentar”.65 En las
63 Tulio Halperín Donghi, Testimonio…, p. 56.
64 Tulio Halperín Donghi, Testimonio…, p. 57.
65 Entrevista a Óscar Terán, véase Roy Hora y Javier Trímboli, Pensar la Argentina…, p.
66. Un mayor desarrollo de su crítica al marxismo, en Óscar Terán, “¿Adiós a la última
instancia?”, Punto de Vista. Revista de cultura, n.° 17 (1983), pp. 46-47 y “Una polémica pos-
tergada: la crisis del marxismo”, Punto de Vista. Revista de cultura, n.° 20, (1994), pp. 19-21.

5 280
pensar, comprender y hacer la revolución...

páginas de las revistas Controversia, Cuadernos Políticos, Dialéctica


y El Machete, comenzó a debatirse la “crisis del marxismo”, cu-
yos resultados condujeron a toda una generación de militantes a
virar, desde las más variadas posiciones de la izquierda revolucio-
naria, hacia el eurocomunismo y la socialdemocracia.66 Mientras
tanto, en la Argentina, todavía en plena dictadura militar, se con-
formó, en 1977, el Programa de Estudios de Historia Económica
y Social Americana (PEHESA), con el objetivo de continuar la
investigación en historia social, reivindicando las experiencias de
Annales y Past and Present.67 En sus textos fundacionales, señalan
que el atraso de la historiografía argentina se debería a razones
políticas, académicas e institucionales, señalando su objetivo de
continuar el impulso de la historia social, interrumpido por pro-
blemas políticos y económicos.68

66 Fernando Claudín, “Vigencia y/o crisis del marxismo” y Etienne Balibar y Geor-
ges Labica, “La crisis del marxismo”, entrevista de Óscar del Barco y Gabriel Vargas
Lozano, Dialéctica, n.º 8, (1980), pp. 107-126; Perry Anderson, “¿Existe una crisis del
marxismo?”, Dialéctica, n.º 9 (1980), pp. 145-158; José María Aricó, “América Latina
como una unidad problemática”, Controversia para el examen de la realidad argenti-
na, Año II, n.° 14 (1981), pp. 19-20. Un análisis particular del caso de la revista Con-
troversia, en Diego Martín Giller, “Crítica de la razón marxista: ‘crisis del marxismo’
en Controversia (1979-1981)”, Revista Mexicana de Sociología, n.° 3, (2017), pp. 487-
513. El debate desde una perspectiva más general, en Carlos Illades, La inteligencia
rebelde. La izquierda en el debate público en México, 1968-1989, Océano, México, 2011.
67 Integrado por Luis Alberto Romero, Hilda Sábato, Leandro Gutiérrez, José Luis
Moreno, Haydee Gorostegui y Juan Carlos Korol, Ricardo González, Miriam Trum-
per y Ofelia Pianetto. Véase Pehesa: Programa de Estudios de Historia Económica y
Social Americana, Latin American Research Review, Vol. 15, n.° 3, 1980, pp. 190-194;
Guillermo A. Makin, “Programa de Estudios de Historia Social Americana (PE-
HESA), Buenos Aires”, Bulletin of Latin American Research, Vol. 2, n.° 1, (1982), pp.
110-112.
68 “The political and social changes experienced by Argentine society in the postwar
years with the advent of Peronism, the rapid consolidation of the labor movement,
and the massive eruption of the working class into the political arena, inevitably
shattered previous interpretations and models. New questions were being posed and
new answers would have to be sought. This challenge to understanding the decisive
changes that were taking place in Argentina did not elude the social sciences, and in
this new environment, they found fertile ground for development in the following
decade. This radical renewal proved to be short-lived, however. Due to the politi-
cal and economic developments of the last decade, social history has not found a
permanent place in the existing institutional framework and has necessarily reced-
ed into the background”, PEHESA, “An Argentine Social-History Group”, Latin
American Research Review, vol. 18, n.° 2 (1983), pp. 118-124.

281 5
mariano schlez

Desde entonces, desarrollaron un programa dividido en cua-


tro grandes temas: formación del mercado laboral; estándares de
vida y experiencias de los trabajadores; orígenes y desarrollo del
movimiento obrero; y formación de la cultura popular. Esta apa-
rente continuidad con la tradición marxista significó, en reali-
dad, una profunda ruptura con el materialismo histórico, que se
vio reflejada en los problemas, las metodologías y las categorías
de análisis utilizadas. En términos de observable, los historiado-
res del programa pasaron de una preocupación por los aspectos
económicos y sociales de la historia, a concentrarse, luego, en el
problema del Estado, las formas de representación política y la
constitución de los sistemas republicanos, aunque desgajados de
las cuestiones materiales, y sujetos a una lógica propia y autóno-
ma.69 El corazón del programa de investigación tuvo por obje-
tivo dilucidar “en dónde anida la democracia”, cuestionándose
en torno a las dificultades que encontraría América Latina para
establecer regímenes representativos estables.70 Conceptualmen-
te, se pasó del “lenguaje de clases” a las categorías de élite, para los
“grupos dominantes”, y de trabajadores o sectores populares, para
los explotados.71
Estos programas que llevaron adelante, en México y la Ar-
gentina, una revisión particular del marxismo, en el marco de
69 De Hilda Sábato, ver Capitalismo y ganadería en Buenos Aires: la fiebre del lanar,
1850-1890, Sudamericana, Buenos Aires, 1989; Ciudadanía política y formación de las
naciones. Perspectivas históricas de América Latina, Fondo de Cultura Económica,
México, 1999; “La ciudadanía en el siglo xix: nuevas perspectivas para el estudio
del poder político en América Latina”, Cuadernos de Historia Latinoamericana, n.º
8, (2000); “On Political Citizenship in Nineteenth-Century Latin America”, The
American Historical Review, 106: 4, (2001).
70 PEHESA, “¿En dónde anida la democracia?”, Punto de vista. Revista de cultura,
Año V, n.º 15, (1982), pp. 6-10.
71 Hilda Sábato señaló que “no parecía apropiado hablar de clase social” por lo que
apeló al concepto de “trabajadores”, Entrevista a Hilda Sábato, véase Roy Hora y
Javier Trímboli, Pensar la Argentina…p. 93. Véase Hilda Sábato y Luis Alberto Ro-
mero, Los trabajadores de Buenos Aires. La experiencia del mercado (1850-1880), Suda-
mericana, Buenos Aires, 1992. Una crítica más amplia que la que aquí presentamos,
en Mariano Schlez, “¿Élites, grupos, sectores o clases sociales? La teoría puesta a
prueba por la Historia”, en Silvia T. Álvarez; Fabiana Tolcachier y Mirian Cinquegra-
ni (eds.): Los usos de las categorías conceptuales como claves interpretativas del pasado.
Historia y Ciencias Sociales, Hemisferio Derecho, Bahía Blanca, 2015, pp. 47-58.

5 282
pensar, comprender y hacer la revolución...

una derrota política a escala global, exigían otra situación política


para desarrollarse, las que se consolidarán en 1983, con la restau-
ración republicana.

c.La restauración democrática y la militancia política


de la historiografía “profesional”

Al fracasar el proyecto dictatorial, que se derrumbó luego de la


derrota militar de la guerra de Malvinas, el llamado a elecciones
dio por triunfadora a la Unión Cívica Radical, que llevó como
candidato al Dr. Raúl Alfonsín, que sintetizó su propuesta social-
demócrata en la consigna “con la democracia se cura, se come y
se educa”. Este proyecto recibió el apoyo de buena parte de los
intelectuales que regresaron del exilio, y de quienes propugnaron
por una historia social en el país. Muchos de ellos lo hicieron or-
gánicamente, a través del denominado Grupo Esmeralda.72 Otros,
como compañeros de ruta, con el Club de Cultura Socialista,
fundado, en 1984, con el objetivo de “contribuir a la renovación
del pensamiento actual atrayendo el esfuerzo de todos aquellos
que se interroguen críticamente sobre el significado del socialis-
mo como identidad ideológica, cultural y política”.73 Asimismo,

72 El Grupo Esmeralda fue organizado por Meyer Goodbar y Eduardo Issaharoff;


coordinado por Margarita Graziano y compuesto por Juan Carlos Portantiero,
Emilio De Ípola, Carlos Nino, Daniel Lutsky, Gabriel Kessler, Claudia Hilb, Pablo
Giussani, Sergio Bufano, Hugo Rapoport, Eva y Marcela Goodbar, Marcelo Cosin
y Damián Tabarosky. Véase Josefina Elizalde, “La participación política de los inte-
lectuales durante la transición democrática: el Grupo Esmeralda y el presidente Al-
fonsín”, Temas de historia argentina y americana, n.º 15, (2009), pp. 53-87 y VV.AA.,
Juan Carlos Portantiero. Doctorado Honoris Causa. FLACSO, Buenos Aires, 2006.
73 El club fue fundado y animado por la fusión de grupos de exiliados que regresaron
a la Argentina e intelectuales que habían permanecido en el país o que habían vuelto
durante la dictadura, particularmente, por el grupo que había impulsado la revista
Controversia, y por quienes conformaban, desde 1978, la revista Punto de Vista, de la
que participaban historiadores del PEHESA. El “grupo fundador” estaba constituido
por José Aricó, principal promotor del proyecto, Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano,
Juan Carlos Portantiero, María Teresa Gramuglio, Sergio Bufano, Marcelo Cava-
rozzi, Alberto Díaz, Rafael Filipelli, Ricardo Graciano, Arnaldo Jáuregui, Domingo
Maio, Ricardo Nudelman, José Nun, Osvaldo Pedroso, Sergio Rodríguez, Hilda
Sábato, Jorge Sarquís, Jorge Tula, Óscar Terán, Hugo Vezzetti y Emilio de Ipola.
Al respecto, véase Pablo Ponza, “El Club de Cultura Socialista y la gestión Alfonsín:

283 5
mariano schlez

mientras que los principales órganos de divulgación fueron las


revistas Punto de Vista y La ciudad futura74, el vínculo entre el
gobierno y este conjunto de intelectuales se dio a través de la
incorporación como funcionarios de Estado de investigadores del
Centro de Investigaciones sobre el Estado y la Administración
(CISEA), centro al que se encontraba adscrito el ya mencionado
PEHESA, destacándose el caso de Jorge Sábato, quien asumió
como ministro de educación, y llegó, incluso, a redactar los dis-
cursos del presidente de la Nación.75
Fue durante este proceso que las universidades nacionales y
el CONICET experimentaron un proceso de “renovación” que
transformó los ejes fundamentales de la enseñanza y la investiga-
ción en la Argentina, al calor de las necesidades de la renaciente
“primavera alfonsinista”. En lo que hace a la investigación histó-
rica sobre el período colonial, las revoluciones de independencia
y la transición al capitalismo, se impuso una transformación, que
ya mencionamos, que evolucionó de un interés por los aspectos
materiales y sociales del pasado, a los político-culturales.

transición a una nueva cultura política plural y democrática”, Nuevo Mundo Mundos
Nuevos, [En línea], Questions du temps présent, (2012) (consulta 09/11/2017).
74 Punto de Vista estuvo conformada por Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano, María Te-
resa Gramuglio, Ricardo Piglia, Hugo Vezzetti, Juan Carlos Portantiero, José Aricó e
Hilda Sábato, a quienes se sumaba la participación del PEHESA y los historiadores
Tulio Halperín Donghi, Luis Alberto Romero, Enrique Tándeter, José Carlos Chia-
ramonte y Juan Carlos Korol, entre otros. Por su parte, los fundadores de La Ciudad
Futura, aunque colaboraban activamente con el gobierno radical, se definían como
socialistas: “(…) no somos ni radicales, ni socialdemócratas. Somos simplemente
socialistas que tenemos una convicción compartida. (…) ha surgido [con Alfonsín]
la posibilidad de construir un sistema político democrático que pueda arrancar a
la República de un funesto destino”, José Aricó, “La Ciudad Futura”, La Ciudad
Futura, n.° 1, (1986), p. 2.
75 El CISEA parte de una escisión que se produjo en 1974 cuando el instituto se
independiza del Instituto Torcuato di Tella y se constituye en una asociación civil
independiente. El núcleo básico de investigadores estaba compuesto por Dante Ca-
puto, Jorge Federico Sábato, Jorge Roulet, Jorge Schvarzer, Jorge Luis Albertoni y
Enrique I. Groisman. El centro contaba además con equipos específicos de investi-
gación como el PEHESA, al que nos referimos en el acápite anterior. Ver Mariano
Plotkin y Federico Neiburg, “Elites estatales, elites intelectuales y ciencias sociales
en la Argentina de los años 60. El Instituto Torcuato di Tella y la Nueva Economía”,
Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, Vol. 14, n.° 1, (2003).

5 284
pensar, comprender y hacer la revolución...

En un proceso que duró más de dos décadas, de interrogarse


en torno al carácter de la burguesía argentina y los modos de pro-
ducción en América Latina, se pasó a la cuestión de los orígenes
del Estado y el sistema político, atendiendo a sus fundamentos
legales y teóricos, mediante el estudio del lenguaje político.76 Al
concentrarse en las cuestiones de carácter político-jurídico, se re-
tomaron, para el Río de la Plata, las hipótesis revisionistas sobre
las revoluciones atlánticas, en torno al vínculo entre las Indepen-
dencias y las ideas liberales, particularmente el constitucionalis-
mo y el republicanismo estadounidense.77 Fue así como este giro
76 En el caso de José Carlos Chiaramonte, los principales trabajos que dan cuenta de
este derrotero son “Acerca de la estructura económico-social de las colonias hispano-
americanas”, Cuadernos de Cultura, Año X, n.° 45, (1960); Formas de sociedad y econo-
mía en Hispanoamérica, Grijalbo, México, 1984; “La cuestión regional en el proceso
de gestación del estado nacional argentino: algunos problemas de interpretación”,
en Marco Palacio (comp.), La unidad nacional en América Latina. Del regionalismo a
la nacionalidad, El Colegio de México, México, 1983; “Formas de identidad política
en el Río de la Plata luego de 1810”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y
Americana “Dr. Emilio Ravignani”, n.° 1, (1989), pp. 71-92 y “La formación de los
Estados nacionales en Iberoamérica”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y
Americana “Dr. Emilio Ravignani”, n.° 15, (1997). Los trabajos de Juan Carlos Gara-
vaglia, que expresan un movimiento similar, que pasó del estudio del comercio y las
relaciones de producción a la cuestión del Estado, aunque sin concluir en la teoría
de los lenguajes políticos, son “Comercio colonial: expansión y crisis”, Polémica.
Primera historia argentina integral, n.º 5, (1970); “Un modo de producción subsidia-
rio: la organización económica de las comunidades guaranizadas durante los siglos
xvii-xviii en la formación regional altoperuana rioplatense” en Modos de producción
en América Latina, Cuadernos Pasado y Presente, n.º 40, (1973), pp. 161-192; “Las
actividades agropecuarias en el marco de la vida económica del pueblo de indios
de Nuestra Señora de los Santos Reyes Magos de Yapeyú, 1768-1806”, en Enrique
Florescano, Haciendas, latifundios y plantaciones en América Latina, Siglo XXI, Mé-
xico, 1975; “Economic growth and regional differentiations: The River Plate region
at the end of the eighteenth century”,The Hispanic American Historical Review, vol.
65, n.° 1, (1985), pp. 51-89 (en coautoría con D. Meléndez); Economías, mercados y
regiones, Ediciones de La Flor, Buenos Aires, 1987; Expansión capitalista y transforma-
ciones regionales. Relaciones sociales y empresas agrarias en la Argentina del siglo xix, La
Colmena-UNICEN, Buenos Aires, 1999 (compilado junto a Jorge Gelman y Blanca
Zeberio); América Latina. De los orígenes a la independencia, Crítica, Barcelona, 2005
(2 tomos, en coautoría con Juan Marchena); Construir el estado, inventar la nación:
El Río de la Plata, siglos xviii-xix, Prometeo, Buenos Aires, 2007; Configuraciones es-
tatales, regiones y sociedades locales: América Latina, siglos xix-xx, Ediciones Bellaterra,
Barcelona, 2011 (en coautoría con Claudia Contente); Latin American Bureaucracy
and the State Building Process (1780-1860), Cambridge Scholars Publishing, Newcastle
upon Tyne, 2013 (en coautoría con Juan Pro Ruiz).
77 José Carlos Chiaramonte, “The principle of Consent in Latin and Anglo-Ameri-
can Independence”, Journal of Latin American Studies, n.º 36, (2004).

285 5
mariano schlez

teórico le habría permitido a toda una generación salir del atolla-


dero de la historiografía nacionalista y de la marxista, y dejar de
hacer un “uso político de la Historia”78, lo que habría implicado
el fin de las historiografías que veían en las revoluciones “una
conciencia independentista previamente elaborada por los crio-
llos” y “una burguesía siempre pronta a desplegar sus intereses de
clase en el marco de una marcha inexorable de la historia”.79
Esto condujo al desarrollo de un programa de investigación
concentrado en los problemas de la representación y la legitimi-
dad políticas, los orígenes de la ciudadanía, el voto y el espacio
público, así como los ámbitos de sociabilidad política. Programa
que, es pertinente señalar, no se restringió a la Argentina, sino
que alcanzó a toda Iberoamérica, que vivía una “transición” de
cuño similar hacia la “democracia”.80 En consonancia con el pro-
78 José Carlos Chiaramonte, Usos políticos...
79 Marcela Ternavasio, “Ser insurgentes frente a la ‘nación de dos hemisferios’. La
disputa argumentativa en el Río de la Plata en los años posrevolucionarios”, en José
Nun (coord.), Debates de Mayo. Nación, cultura y política, Gedisa, Buenos Aires,
2005, pp. 77-97.
80 Para el caso brasileño, ver José Murilo de Carvalho, Os bestializados. O Rio de
Janeiro e a república que não foi, Companhia das Letras, San Pablo, 1987 y Desen-
volvimiento de la ciudadanía en Brasil, El Colegio de México y Fondo de Cultura
Económica, México, 1995; sobre Bolivia, Marta Irurozqui, “A bala, piedra y palo”.
La construcción de la ciudadanía política en Bolivia, 1826-1952, Diputación de Sevi-
lla, Sevilla, 2000; sobre el Perú, Charles F. Walker, Smoldering Ashes. Cuzco and the
Creation of Republican Peru, 1780-1840, Duke University Press, Durham and Lon-
don, 1999 y Cecilia Méndez, The Plebeian Republic. The Huanta Rebellion and the
Making of the Peruvian State, 1820-1850, Duke University Press, Durham y Londres,
2005; sobre Colombia, James E. Sanders, Contentious Republicans. Popular Politics,
Race, and Class in Nineteenth-Century Colombia, Duke University Press, Durham
and London, 1994 y Clemént Thibaud, Républiques en armes. Les armées de Bolivar
dans les guerres d’indépendence du Venezuela et de la Colombie, Presses Universitaires
de Rennes, Rennes, 2006; sobre Argentina, Marcela Ternavasio, La revolución del
voto. Política y elecciones en Buenos Aires, 1810-1852, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002
y Gobernar la revolución. Poderes en disputa en el Río de la Plata, 1810-1816, Siglo
XXI, Buenos Aires, 2007; el caso mexicano, en Rafael Rojas, La escritura de la in-
dependencia. El surgimiento de la opinión pública en México, CIDE-Taurus, México,
2003; Carlos Forment, Democracy in Latin America, 1760-1900.Civic Selfhood and
Public Life in Mexico and Peru, University of Chicago Press, Chicago, 2003. Tam-
bién desarrollaron este programa los trabajos de Jaime E. Rodríguez, quien incluyó
a las independencias americanas en el “mundo atlántico”, y en la “era de las revo-
luciones democráticas”, con el objeto de analizar cómo las sociedades monárquicas
se transformaron en democráticas y los súbditos se convirtieron en ciudadanos de
los estados nacionales, concluyendo que las independencias no representaron un

5 286
pensar, comprender y hacer la revolución...

ceso revisionista que caracterizó a la historiografía francesa, en


la Argentina comenzaron a modificarse las miradas en torno a la
revolución, y sus huellas comenzaron a ser borradas del centro
del campo historiográfico. Hasta qué punto este proceso se de-
sarrolló rápidamente se pudo ver en las 2º Jornadas del Comité
Argentino del Comité Internacional de Ciencias Históricas, que
reunió, en 1988, a los principales académicos del país para evaluar
la situación de la historiografía, y en la que no hubo ninguna
mesa dedicada a las independencias.81
Al año siguiente, cuando el Bicentenario de la Revolución
francesa trajo la cuestión nuevamente a debate, durante su cele-
bración rioplatense, François Xavier Guerra expuso su hipótesis
de que la revolución implicó “una mutación cultural: en las ideas,
en el imaginario, en los valores, en los comportamientos, en las
prácticas políticas, pero también en los lenguajes”.82 ¿Cuál era el
problema general que orientaba su investigación? El mismo que
preocupaba a buena parte de la historiografía argentina:

“¿cómo construir un verdadero régimen representativo, fun-


dado en el voto de los individuos-ciudadanos, cuando éstos son
una minoría? (…) ¿Cómo construir un régimen político estable,
puesto que la legitimidad de todo gobierno puede ser siempre
contestada? Los pronunciamientos, los golpes de Estado o las
insurrecciones desempeñan en estos sistemas políticos el papel

movimiento anticolonial, sino que fueron parte de una “revolución política” más
general, en el tránsito a la sociedad moderna. Véase Jaime E. Rodríguez, “La transi-
ción de colonia a nación: Nueva España 1820-1821”, Historia Mexicana, vol. 43, n.º
170, (1993), pp. 265-322; La independencia de la América española, Fondo de Cultura
Económica–El Colegio de México, México, 1996 y La revolución política durante la
época de la independencia, Universidad Andina Simón Bolívar, Quito, 2006.
81 Comité Argentino-Comité Internacional de Ciencias Históricas: Historiografía
Argentina (1958-1988). Una evaluación crítica de la producción histórica argentina,
Buenos Aires, 1990. El balance que se refirió lateralmente a la revolución de Inde-
pendencia, fue presentado por Noemí Goldman y Pilar González Bernaldo, titulado
“30 años de historiografía política argentina (1800-1830)”, incluido en la mesa “His-
toriografía de la historia política de los siglos xix y xx”.
82 François Xavier Guerra, “La Revolución Francesa y el mundo Ibérico”, en Comité
Argentino para el Bicentenario de la Revolución Francesa: Imagen y recepción de la
Revolución Francesa en la Argentina, GEL, Buenos Aires, 1990, pp. 349-371 y p. 358.

287 5
mariano schlez

que las elecciones no pueden desempeñar: el cambio de los go-


biernos. (…) La lógica representativa triunfó definitivamente en
Francia con la III República, casi cien años después de la Re-
volución Francesa. Quizás sea un problema que queda aún por
resolver en buena parte de América Latina…”.83

Esta “nueva historia política”, preocupada por las cuestiones de


la representatividad y la legitimidad se vinculó, teórica y meto-
dológicamente, con el “giro lingüístico”, dando como resultados
investigaciones sobre los lenguajes, discursos y prácticas de los
revolucionarios rioplatenses, así como sobre las formas y espacios
de sociabilidad política.84 En un campo que alcanzó un volumen
vertiginoso, no sólo se establecieron redes de alcance internacio-
nal, sino que también se radicalizaron algunas de sus posiciones
teóricas.85 En este sentido, se alertó que la dicotomía “tradición-
modernidad” implicaba el origen de un nuevo teleologismo, por
lo que “la versión revisionista merece también ser revisada”.86

83 François Xavier Guerra, “La Revolución…”, pp. 370-371. Programa que tuvo su
mejor expresión durante los festejos por el Quinto Centenario de la llegada de Co-
lón a América, en François Xavier Guerra, Modernidad e Independencia, MAPFRE,
Madrid, 1992.
84 Noemí Goldman, Historia y Lenguaje. Los discursos de la Revolución de Mayo,
CEAL, Buenos Aires, 1992; Pilar González Bernaldo de Quirós, Civilidad y política
en los orígenes de la nación argentina. Las sociabilidades en Buenos Aires, 1829-1862,
Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2000.
85 Javier Fernández Sebastián, (dir.), Diccionario político y social del mundo iberoame-
ricano. La era de las revoluciones, 1750-1850, vol. I, Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, Madrid, 2009; Noemí Goldman (ed.), Lenguaje y revolución. Con-
ceptos políticos clave en el Río de la Plata, 1780-1850, Prometeo, Buenos Aires, 2008;
Federica Morelli, Clément Thibaut; Geneviève Verdo (eds.), Les empires atlantiques
des Lumières au libéralism (1763-1865), Presses Universitaires de Rennes, Rennes,
2009; Véronique Hébrard y Geneviève Verdo (ed.), Las Independencias hispanoame-
ricanas. Un objeto de historia, Casa de Velázquez, Madrid, 2013; Clément Thibaud,
Gabriel Entin, Federica Morelli, Alejandro E. Gómez, L’ Atlantique révolutionnai-
re. Une perspective ibéro-américaine, Presses Universitaires de Rennes, Rennes; 2013;
Marcela Ternavasio, Alejandro Rabinovich, Gabriel Entin, Geneviève Verdo, Sergio
Serulnikov y Jorge Gelman, Crear la independencia. Historia de un problema argenti-
no, Capital intelectual, Buenos Aires, 2016.
86 Elías Palti, “Viejos y nuevos idealismos (Un comentario y una advertencia)” en
José Nun (coord.), Debates de Mayo. Nación, cultura y política, Gedisa, Buenos
Aires, 2005, p. 93. Hipótesis desarrollada en Elías Palti, El tiempo de la política, Siglo
XXI, Buenos Aires, 2007.

5 288
pensar, comprender y hacer la revolución...

No obstante, los historiadores que protagonizaron este “giro”


no realizaron, en la mayoría de los casos, un ajuste de cuentas
científico con las hipótesis estructuralistas y materialistas, salvo
en contadas excepciones.87 Por el contrario, pareció suficiente
señalar la “crisis de los grandes relatos” para justificar teórica-
mente el establecimiento de investigaciones que abandonaron
todo intento por vincular orgánicamente los aspectos materiales,
sociales, políticos y culturales del pasado.88 “Como ha probado
la historiografía profesional” o “según los estudios predominan-
tes en la historiografía”, más alguna cita de autoridad, apareció
como la mejor forma de eludir un balance científico de la su-
puestamente caduca forma de hacer historia, y la adscripción a
las nuevas modas o corrientes predominantes. En este sentido,
la historiografía “profesional” se convirtió en una especie de pa-
raguas para quienes pretendieron escribir una historia que, sólo
en apariencia, estaba desvinculada de toda militancia o interés
político presente.89
No obstante, a fines del siglo xx, el triunfo de la “democra-
cia” y la derrota del “comunismo” no concluyeron en el “fin de
la Historia”, ni en un mundo libre de crisis y pobreza, sino en
la agudización de las contradicciones sociales y políticas. Ellas
hicieron volar por los aires los cimientos de esta nueva “torre de
marfil”, echando luz sobre los intereses políticos que alentaron a
una historiografía que se había legitimado mediante el discurso
profesional:

87 Tal vez el historiador que más abiertamente intentó evaluar los límites de la teoría
marxista fue José Carlos Chiaramonte, quien se desprendió del programa de investi-
gación que lo guió desde sus épocas de militancia en el PCA, a fines de la década de
1980. Véase Mariano Schlez, “La crisis del marxismo en José Carlos Chiaramonte”,
Congreso Internacional “Cem Anos Que Abalaram O Mundo. 1917-2017: Centenário
da Revolução Russa”, organizado por el Departamento de História (FFLCH) da Uni-
versidade de São Paulo, São Paulo, 3 a 6 de outubro de 2017.
88 Uno de los primeros historiadores en Eduardo Sartelli, “Tres expresiones de una
crisis y una tesis olvidada”, n.º 1, Razón y Revolución, 1995.
89 Ver Luis Alberto Romero, “La historiografía argentina en la democracia: los pro-
blemas de la construcción de un campo profesional”, Entrepasados, n.º 10, 1996.

289 5
mariano schlez

“hoy me doy cuenta hasta qué punto estos temas se vinculan


con el clima de ideas y preocupaciones de la América Latina de la
década del ‘80. En primer lugar, el tema de la participación polí-
tica sin duda se relaciona con la revalorización de la democracia
que hicimos durante los años de las sangrientas dictaduras milita-
res. Pero la cuestión adquiere renovada relevancia una vez estable-
cidos los gobiernos constitucionales, a raíz de las insatisfacciones
y dificultades en la construcción de un orden democrático satis-
factorio. En ese sentido, el viraje que tuvo mi trabajo desde una
pregunta por las formas alternativas y los mecanismos informales
de participación, a una preocupación mayor por las definiciones
generales de la relación entre sociedad civil y sistema político,
y por lo tanto a la cuestión de la ciudadanía, también me pare-
ce, a posteriori, relacionado con la situación actual de nuestras
democracias. (…) Mis preguntas por el pasado están entonces
marcadas por la problemática presente (…) (y) encuentro que en
otros países latinoamericanos hay historiadores con preocupacio-
nes semejantes a las mías”.90

el resurgimiento de un campo en disputa (1991-…)

A principios del siglo xxi, el crecimiento de movimientos de


lucha en Europa (como en España y Grecia) y América Latina
(encabezado por los procesos en Venezuela, Argentina, Bolivia
y Ecuador), junto al estallido de una nueva crisis económica de
alcance global (2008), impusieron el marco en el cual encontró
sus límites la contrarrevolución “neoliberal”, a nivel social, y el
revisionismo conservador, en los ámbitos académicos.91 En tér-
minos de Manuel Chust, “la crisis del capitalismo se ha llevado

90 Entrevista a Hilda Sábato, Roy Hora y Javier Trímboli, Pensar la Argentina…, p. 95.
91 Colin Mooers, “What’s Left After the Cultural Turn”, Historical Materialism, 11:3,
(2003), pp. 215-224; Geoff Eley, A Crooked Line: From Cultural History to the History
of Society, University of Michigan Press, Ann Arbor, 2005.

5 290
pensar, comprender y hacer la revolución...

por delante en corto tiempo a buena parte de los idealismos y


corrientes teóricas de la centuria anterior”.92
Fue así como entró en crisis la “crisis de los grandes relatos”,
gracias a la intervención de una generación que no encontró en la
“democracia” la realización de sus intereses. Fue, entonces, el fra-
caso socialdemócrata-eurocomunista-neoliberal el que sentó las
condiciones sociales y políticas para el surgimiento de una nueva
generación de historiadores que, retomando a sus viejos maes-
tros, comenzaron a construir una historiografía de nuevo cuño,
teórica y metodológicamente rigurosa, al tiempo que abordando
temáticas problemáticamente relevantes para los movimientos en
lucha que se desplegaron a lo largo y ancho de América Latina,
desde fines del siglo xx. Y en tanto se insertaron en una historio-
grafía globalizada, esta transformación no se circunscribió a una
escala nacional, sino que cobró la forma de un movimiento glo-
bal, vinculado por problemas, teorías y metodologías comunes.
En la Argentina, la posibilidad de este renacimiento del mar-
xismo en los ámbitos académicos tuvo como condición la pervi-
vencia de una tradición de izquierda revolucionaria, que unió a
las generaciones de 1960 con la del siglo xxi, mediante la preser-
vación de partidos y organizaciones de diversas corrientes revo-
lucionarias. Fue así como la resistencia a la dictadura militar y al
embate “neoliberal” de la década de 1990, junto con el impulso
recibido por la crisis de los proyectos reformistas y la reanuda-
ción de la movilización popular, en la primera década del siglo
xxi, explican las condiciones de posibilidad de una importante,
aunque aún hoy minoritaria, historiografía de izquierda, que co-
menzó a tener su expresión en el ámbito científico a través del
establecimiento de sucesivos programas de investigación. Aun-
que algunos de ellos son más antiguos, como ya mencionado el
Cisco, la gran mayoría nacieron al calor de la reactivación de
las masas latinoamericanas, como el Programa de Investigación
92Rogelio Altez y Manuel Chust, “Nuestro largo siglo xix”, en Rogelio Altez y
Manuel Chust (eds.), Las revoluciones en el largo siglo xix latinoamericano, AHILA-
Iberoamericana-Vervuert, Madrid/Frankfurt, 2015, p. 14.

291 5
mariano schlez

sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina (Pimsa), el Cen-


tro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales (Ceics), el
Centro para la Investigación como Crítica Práctica (Cocp), el
Centro Interdisciplinario de Estudios Agrarios (Ciea) y el, más
reciente, Centro de Estudios Históricos de los Trabajadores y las
Izquierdas (Cehti).93
Como resultado de este proceso, uno de los primeros grandes
problemas que volvió a la palestra fue el estudio de la revolución
social, retomándose la necesidad de analizarla desde una pers-
pectiva holística, que unifique sus aspectos políticos, sociales y
materiales.94 En este sentido, vuelve a considerarse a los procesos
revolucionarios como claves fundamentales para la comprensión
de la evolución humana, refutando las (ya) viejas hipótesis “at-
lánticas” e “hispánicas” por conservadoras y clericales, y señalán-
dose, a su vez, la necesidad de volver a debatir los “apellidos”
ideológicos, políticos y sociales (liberal, democrática y burguesa;
obrera y socialista) de la revolución.95 Perspectiva que, por medio
de jornadas, actividades docentes y publicaciones, alcanzó una
escala global, colocando a las revoluciones en el primer plano de
la investigación científica en América Latina y Europa.96 En un
93 http://www.pimsa.secyt.gov.ar/; http://www.ceics.org.ar/; http://cicpint.org/es/
inicio/; http://www.ciea.com.ar/; http://www.archivosrevista.com.ar.ca1.toservers.
com/contenido/.
94 Francesco Benigno, Espejos de la Revolución, Barcelona, Crítica, 2000; Juan Mar-
chena Fernández y Manuel Chust, (ed.), Por la fuerza de las armas. Ejército e indepen-
dencias en Iberoamérica, Universitat Jaume I, Castellón, 2008; Juan Marchena Fer-
nández, 28 historiadores en torno a un problema: Guerra, revolución e independencias
en España y América (1808-1824), Universidad Pablo de Olavide-Junta de Andalucía,
Sevilla, 2010.
95 Rogelio Altez y Manuel Chust, “Nuestro largo siglo xix… Para un mayor desarro-
llo sobre esta perspectiva historiográfica, véase Manuel Chust e Ivana Frasquet (eds.),
Los colores de la independencia. Liberalismo, etnia y raza, CSIC, Madrid, 2009; Ma-
nuel Chust, (ed.), Las independencias iberoamericanas en su laberinto. Controversias,
cuestiones, interpretaciones, Universitat de València, Valencia, 2010; Manuel Chust e
Ivana Frasquet (eds.), La Patria no se hizo sola. Las revoluciones de las independencias
americanas, Sílex, Madrid, 2012; Manuel Chust e Ivana Frasquet, Tiempos de revolu-
ción. Comprender las independencias iberoamericanas, Taurus, Madrid, 2013; Manuel
Chust y José Antonio Serrano (eds.), Debates sobre las independencias iberoamerica-
nas, Iberoamericana/Vervuert, Madrid/Frankfurt, 2007.
96 Juan Ortiz Escamilla, El teatro de la Guerra, Veracruz, 1750-1825, Universitat Jaume
I, Castellon, 2008; José Antonio Serrano, Igualdad, uniformidad, proporcionalidad.

5 292
pensar, comprender y hacer la revolución...

proceso que, naturalmente, no partió de cero, sino que retomó


los aportes de la mal llamada historiografía “militante”, de los
viejos “maestros”, como se los llama (los llamamos) cariñosamen-
te, vinculándolos con nuevos problemas de investigación y jóve-
nes historiadores dispuestos a desarrollarlos.97 De esta manera,
la cuestión revolucionaria tuvo su expresión en la historiografía
anglosajona, en los estudios sobre la historia del concepto revo-
lución98, en la revitalización de los debates sobre las revoluciones
“burguesas clásicas”99 y la norteamericana, los que dan cuenta del
carácter global del campo historiográfico.100
El otro elemento que volvió a discutirse en la agenda histo-
riográfica fue la naturaleza de los sujetos sociales y la cuestión de
las clases sociales.101 Desde fines de la década de 1990 se observa
un renacimiento de los estudios sobre los “sectores populares”,
“clases subalternas”, “bajo pueblo” o “plebe”.102 En este aspecto se

Contribuciones directas y reformas fiscales en México, 1810-1846, Instituto Mora-El Co-


legio de Michoacán, México, 2007; Luis Jáuregui y José Antonio Serrano Ortega
(ed.), La Corona en llamas. Cuestiones económicas y sociales en las independencias ibe-
roamericanas, Universitat Jaume I, Castellón, 2010.
97 Michel Vovelle, Manuel Chust y José Antonio Serrano, Escarapelas y coronas. Las
revoluciones continentales en América y Europa, 1776-1835, Editorial ALFA, Caracas,
2012; Manuel Chust, (coord.), El Sur en Revolución: la insurgencia en el Río de la
Plata, Chile y el Alto Perú, Universitat Jaume I, Castellón, 2016; Daniel Morán,
“Borrachera nacionalista y diálogo de sordos. Heraclio Bonilla y la historia de la
polémica sobre la independencia peruana”, Xº Simposio Internacional de Estudiantes
de Historia, Universidad de San Agustín, Arequipa 28 al 30 de septiembre de 2005.
98 Neil Davidson, Transformar el mundo. Revoluciones burguesas y revolución social,
Pasado y Presente, Barcelona, 2013, (1º ed. en inglés, 2012).
99 Alexander Anievas, “Revolutions and International Relations: Rediscovering the
Classical Bourgeois Revolutions”, European Journal of International Relations, Online-
First, (2015); Alexander Anievas, “The Renaissance of Historical Materialism in Inter-
national Relations Theory: An Introduction”, en Alexander Anievas (ed.), Marxism
and World Politics: Contesting Global Capitalism, Routledge, London, 2010, pp. 1-10.
100 Charles Post, The American Road to Capitalism: Studies in Class-Structure, Eco-
nomic Development and Political Conflict, 1620–1877, Brill, Leiden, 2011; Daniel Gai-
do, “The American Path of Bourgeois Development Revisited”, Science & Society,
vol. 77, n.º 2, (2013), pp. 227–252.
101 Geoff Eley y Keith Nield, The Future of Class in History: What’s Left of the Social?
University of Michigan Press, Ann Arbor, 2007; Domenico Losurdo, La lucha de
clases. Una historia política y filosófica, El Viejo Topo, Madrid, 2013.
102 Gabriel Di Meglio, ¡Viva el bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la
política entre la Revolución de Mayo y el rosismo, Buenos Aires, Prometeo, 2006; Da-
niel Morán y María Aguirre, La plebe en armas. La participación popular en las guerras

293 5
mariano schlez

observa cierta reticencia a retomar el “lenguaje de clases”, predo-


minando aún las categorías mencionadas, junto a la de “sector”,
“red” o “actor”.103 Es evidente que, pese a este límite, esta nueva
historia social se distanció de las posiciones revisionistas más ra-
dicales, que entendían a la política como un ámbito autónomo,
vinculando su análisis con aspectos económicos y sociales.104
Asimismo, la primera década del siglo xxi fue testigo de la
reactualización del debate en torno a la transición del feudalismo
al capitalismo, y a la naturaleza de los modos de producción, así
como a la cuestión colonial. En el universo anglosajón, la cri-
sis capitalista y la acción imperialista norteamericana revitalizó
los análisis sobre los fundamentos del sistema capitalista y sus
transiciones, así como la conformación del mundo occidental105.
En América Latina, la apertura de procesos revolucionarios y el
establecimiento de gobiernos bonapartistas y nacionalistas reins-
taló una serie de cuestiones que la reacción conservadora había
buscado enterrar. En primer lugar, volvieron a debatirse antiguas
teorías dependentistas que, más bajo la forma de ensayos que de
de independencias, Fondo Editorial Universidad Peruana Simón Bolívar, Lima, 2013.
103 Zacarías Moutoukias, “Networks, Coalitions and Instable Relationships: Buenos
Aires on the eve of Independence”, en Luis Roniger y Tamar Herzog, The Collective
and the Public in Latin America. Cultural Identities and Political Order, Sussex Aca-
demic Press, Portland, 2000; Raúl Fradkin, “Los actores de la revolución y el orden
social”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Emilio Ravignani”,
n.º 33, 2010. Una crítica de estas categorías, en Marina Kabat y Eduardo Sartelli,
“¿Clase obrera o sectores populares? Aportes teóricos y empíricos para una discusión
necesaria”, Anuario CEICS, n.° 2, (2008), pp. 7-31.
104 Jorge Gelman, “Cambio económico y desigualdad: La revolución y las economías
rioplatenses”, Boletín del Instituto de Historia Argentina “Dr. Emilio Ravignani”, n.°
33 (2011); Raúl Fradkin, “Paradigmas en discusión. Independencia y revolución en
Hispanoamérica y en el Río de la Plata”, en Rogelio Altez y Manuel Chust (eds.),
Las revoluciones…
105 Ellen Meiksins Wood, The origin of capitalism. A longer view, Monthly Review
Press, Nueva York, 1999; Jeffrey W. Moore, “Nature and the Transition from Feuda-
lism to Capitalism”, Review, Año XXVI, n.º 2, 2003, pp. 97-172; Ramón Del Río,
“La Transición del feudalismo al capitalismo: ¿Una transición urbana o básicamente
rural?”, Miscel-lànea, n.º VIII, (2010), pp. 179-198; Neil Davidson, “Centuries of
Transicion”, Historical Materialism, 19/1 (2013), pp. 73-97; Alexander Anievas y Ke-
ren Nisancioglu, “What’s at Stake in the Transition Debate? Rethinking the Origins
of Capitalism and the “Rise of the West”’, Millennium: Journal of International Stu-
dies, vol. 42, n.º 1, (2013), pp. 78-102; Alexander Anievas y Kerem Nisancioglu, How
the West Came to Rule: The Geopolitical Origins of Capitalism, Pluto, London, 2015.

5 294
pensar, comprender y hacer la revolución...

investigaciones inéditas, buscaron mostrar que América Latina se


encontraba a las puertas de su “segunda independencia”.106 No
obstante, fue mucho más rica la reactualización de la cuestión
colonial, disparada por un provocador ensayo que generó una
virulenta respuesta sobre lo que, a esta altura, debiera resultar de
“una obviedad absolutamente desarmante”: la existencia de una
dominación colonial en América, entre los años 1492 y 1810.107
La reflexión en torno a la cuestión colonial fue reimpulsada
por congresos internacionales108, que promovieron nuevas apro-
ximaciones teóricas109, vinculando este antiguo problema a los
nuevos horizontes de la historiografía global.110 En este sentido,
y tal como sucedió en el siglo pasado, el estudio de la cuestión
colonial se dio en paralelo a nuevos avances en torno a la natura-
leza de los modos de producción en América Latina, que no sólo

106 Roberto Fernández Retamar, “Lección Seis. Inicios de la segunda indepen-


dencia”, en Roberto Fernández Retamar, Pensamiento de nuestra América. Autorre-
flexiones y propuestas, CLACSO, Buenos Aires, 2006, pp. 63-69; Hugo Biagini y
Arturo Roig (Comp.), América Latina hacia su segunda independencia: memoria y
autoafirmación, Aguilar, Buenos Aires, 2007; Javier Pinedo, “El concepto Segunda
Independencia en la historia de las ideas en América Latina: Una Mirada desde el
Bicentenario”, Atenea, n.º 502 (2010), pp. 151-177; Mario A. Nájera Espinoza, “Martí
y la previsión de la segunda independencia para América Latina”, InterSedes: Revista
de las Sedes Regionales, vol. XI, n.º 21, (2010), pp. 66-71; Carlos Pérez Zavala, “La in-
satisfecha Independencia”, Cuadernos Americanos, n.º 133 (2010), pp. 117-126; Néstor
Kohan, Simón Bolívar y nuestra independencia. Una lectura latinoamericana, La Rosa
Blindada, Buenos Aires, 2013.
107 Juan Carlos Garavaglia, “La cuestión colonial”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos,
Debates, 2004, [consulta el 1/7/2009] en http://nuevomundo.revues.org/index441.
html. Un reciente análisis de la cuestión en Mariano Schlez, “La cuestión colonial en
el siglo xxi. Balance y perspectivas del debate en torno a los modos de producción en
América Latina”, Revista Eletrônica da ANPHLAC, (2013), pp. 65-83.
108 Heraclio Bonilla (ed.), La cuestión colonial, Universidad Nacional de Colombia,
Bogotá, 2011.
109 Eduardo Grüner, “La ‘acumulación originaria’, la crítica de la razón colonial y
la esclavitud moderna”, Hic Rodus. Crisis capitalista, polémica y controversias, n.º 8
(2015), pp. 11-21.
110 Heraclio Bonilla, “La cuestión colonial y post-colonial en el marco de una Histo-
ria Global”, Coloquio Internacional Latinoamérica y la Historia Global, Universidad
de San Andrés y The World History Center, University of Pittsburgh, Buenos Aires,
8 y 9 de agosto de 2013; Mariano Schlez, “La cuestión colonial en el siglo xxi. Balan-
ce y perspectivas del debate en torno a los modos de producción en América Latina”,
Revista Eletrônica da ANPHLAC, (2013), pp. 65-83.

295 5
mariano schlez

incluyó nuevos balances teóricos e historiográficos111, sino tam-


bién una nutrida gama de nuevas investigaciones, que expusieron
resultados originales para los diversos casos latinoamericanos.112
En síntesis, asistimos a una renovación de la historiografía
marxista a escala global que, a partir de los trabajos clásicos pro-
ducidos a lo largo del siglo xx, se ha dado la tarea de abordar
nuevamente las cuestiones clásicas, por medio de investigaciones
rigurosas.

conclusiones

En 2009, la revista Cambridge Review of International Affairs, pu-


blicó un artículo sobre la historia y los usos del concepto, crea-
do por León Trotsky, de desarrollo desigual y combinado, en un
debate que luego se extendió a la revista Millenium: Journal of
International Studies.113 Sus autores, profesores de la Universidad
de Cambridge y de la Universidad de Sheffield, suelen escribir
en Capital & Class, la International Socialist Review, entre otras
publicaciones de izquierda. Por su parte, el autor de Una historia
111 Jairus Banaji, Theory as History: Essays on Modes of Production and Exploitation,
Brill, Leiden- Boston, 2010; Carlos Astarita, “La historia de la transición del feu-
dalismo al capitalismo en el marxismo occidental”, en Anales de Historia Antigua,
Medieval y Moderna, Vol. 41, (2009); Jhosman G. Barbosa Domínguez, Debate Sobre
el Modo de Producción en América Latina 1960-1970, Editorial Académica Española,
2012.
112 Sólo como aproximación a una enorme cantidad de nuevas tesis sobre el tema,
véase Juan Íñigo Carrera, La especificidad nacional de la acumulación de capital en la
Argentina: desde sus manifestaciones originarias hasta la evidencia de su contenido en
las primeras décadas del siglo xx, Tesis de Doctorado, Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad de Buenos Aires, 2013; Maximiliano MacMenz, Entre dois Impérios.
Formacao do Río Grande na Crise do Antigo Sistema Colonial (1777-1822), Tesis de
Posgrado, Universidade de Sao Paulo, Sao Paulo, 2006; Mariano Schlez, “Los circui-
tos comerciales tardo-coloniales. El caso de un comerciante monopolista: Diego de
Agüero (1770-1820)”, Tesis de Doctorado, Facultad de Filosofía y Letras, Universi-
dad de Buenos Aires, 2014.
113 Alexander Anievas y Jamie C. Allinson, “The Uses and Misuses of Uneven and
Combined Development: An Anatomy of a Concept”, Cambridge Review of Interna-
tional Affairs, Vol. 22, n.º 1, (2009), pp. 47-67; John M. Hobson, “What’s at Stake in
the Neo-Trotskyist Debate? Towards a Non-Eurocentric Historical Sociology of Un-
even and Combined Development”, Millennium, vol. 40, n.º 1, 2011, pp. 147-166.

5 296
pensar, comprender y hacer la revolución...

marxista del mundo (2013), arqueólogo de “profesión”, miembro


de la Society of Antiquaries de Londres y editor de Current Archae-
lology, es asimismo integrante del consejo editorial de la revista
de izquierda Counterfire, definiéndose a sí mismo como “marxis-
ta, socialista revolucionario y activista político anticapitalista”.114
¿Cómo clasificarían, los partidarios de la división entre historio-
grafías “académicas” y “militantes” a estos intelectuales y a su pro-
ducción científica?
Estos casos, que no son excepcionales en universidades an-
glosajonas, y que se multiplican en el ámbito iberoamericano,
como los que hemos mencionado en el acápite anterior, nos con-
ducen a la primera hipótesis de nuestro ensayo: la “historiogra-
fía académica” no existe, ni existió, ni existirá jamás, si por ella
entendemos a una historia ajena a los problemas políticos del
presente. ¿Quiere decir esto que no hubo, ni hay actualmente,
historiadores profesionales que viven exclusivamente de su traba-
jo de investigación y docencia, y que ello da cuerpo a una nutrida
historiografía de características globales? Por supuesto que no.
Quiere decir que ninguno de ellos (nosotros) desarrollan (desa-
rrollamos) sus (nuestras) investigaciones en una torre de marfil
que los (nos) aleje de los problemas políticos de la sociedad pre-
sente, más allá de la conciencia que posean (poseamos) de ello, y
más allá de los esfuerzos por regirse por (inexistentes) leyes inma-
nentes a la academia.
Tal como vimos a lo largo de este trabajo, el proceso mismo
de constitución del campo de estudios que debiera expresar la
mayor “pureza” académica, los Latin American Studies del mundo
anglosajón, estuvo dinamizado por las necesidades políticas de las
potencias imperialistas. Característica que, en el caso latinoameri-
cano, y particularmente en el argentino, se exacerba, dando cuen-
ta de un campo académico plagado de luchas y enfrentamientos
políticos. En este sentido, planteamos una segunda hipótesis, ya
114 Neil Faulkner, A Marxist history of the world: From Neanderthals to neoliberals,
Pluto Press, Londres, 2013 (De los neandertales a los neoliberales. Una historia marxista
del mundo, Ediciones Pasado y Presente, Barcelona, 2014).

297 5
mariano schlez

esbozada por los historiadores en sus memorias: antes que las


publicaciones, becas y congresos internacionales, fue la violencia
abierta de las dictaduras militares latinoamericanas las que con-
formaron una historiografía verdaderamente global, al provocar
el exilio de los principales historiadores latinoamericanos y su
radicación en los centros de investigación del “Primer Mundo”.
Es decir que el proceso de “profesionalización” de la histo-
riografía, pese a presentarse como desvinculado de todo objeti-
vo político presente, estuvo impulsado por el programa de esas
mismas potencias que constituyeron y financiaron el campo de
estudios latinoamericanos para combatir a las “ideologías” mar-
xistas y nacionalistas, mediante el fomento de las democracias
representativas y el desarrollo económico. Es en este sentido que
consideramos que no existe distinción alguna entre historiogra-
fías “académicas” y “militantes”: todos respondemos, abiertamen-
te o no, a programas políticos e intereses sociales definidos. Lo
que dividió, y seguirá dividiendo a la producción historiográfica,
es su calidad teórica y metodológica, la importancia de los pro-
blemas planteados, y la calidad de las pruebas otorgadas para al-
canzar las respuestas. Es decir que la construcción de una historia
científica superior no puede provenir de un apoliticismo impos-
tado, sino de la plena conciencia de los intereses de clase recorren
nuestro campo, y la forma en que ellos lo conforman, de acuerdo
a una correlación de fuerzas a escala global.
Dicha concepción nos permite establecer una tercera hipó-
tesis, a saber, que el predominio de la historiografía revisionista
conservadora no se dio por sus virtudes científicas, ni por la supe-
ración teórica de la propuesta materialista, sino que fue obtenido
gracias a la violencia de las armas y el triunfo de la contrarrevo-
lución conservadora. En este sentido, los casos de intelectuales
que modificaron sus formas de hacer historia luego de sufrir el
terror fascista nos obligan a reflexionar nuevamente en torno a la
influencia de factores políticos en el éxito (y el ocaso) de teorías,
problemas, metodologías y categorías de análisis.

5 298
pensar, comprender y hacer la revolución...

Nuestro análisis, entonces, que advierte sobre la vinculación


orgánica entre las teorías historiográficas y las fuerzas sociales que
le dan sustento, necesariamente debe concluir en que la supera-
ción definitiva de una historiografía que represente intereses par-
ticulares no puede darse por medio de una lucha exclusivamente
teórica. Dado que una historiografía no se impone a otra por
criterios estrictamente científicos, sino debido al grado en que ex-
presa una posición política que hegemoniza, o tiene un lugar, en
el terreno social, la participación militante y la construcción de
una fuerza política y social que supere el estadio prehistórico de
la humanidad en que el hombre explota al hombre, es una con-
dición necesaria para la constitución de una ciencia libre de las
presiones del Estado y el capital. Por esto mismo, no sólo se trata
de pensar o comprender mejor la revolución, sino de hacerla.

299 5
revolución… ese “fantasma”
que sigue recorriendo la historiografía (1950-1970)

Manuel Chust
Universidad Jaume I de Castellón

Los estudios sobre la Revolución…sin matices, tuvieron una eclo-


sión en la primera mitad del siglo xix. La mayor parte de ellos
fueron relatos, crónicas, glosas, epopeyas, diarios… En sus títulos,
sus autores se encargaban de anunciar el surgimiento y triunfo de
levantamientos, guerras, naciones… Ya se ocupó de ello, brillan-
temente, Eric Hobsbawm en su trabajo Los Ecos de la Marsellesa1.
La razón de su proliferación, esencialmente, fue debido al triunfo,
y posterior construcción, de los Estados nación tanto en América2
como en Europa. Es sabido. Conviene subrayarlo.
En el tránsito del siglo xviii al xix, y en el transcurso de este
especialmente, todos los estados naciones en su pugna ideológica,
política y armada contra la monarquía absolutista, bien en su con-
dición colonial bien en su estatus imperial, construyeron un rela-
to3 muy similar: inventaron una crónica del origen de la Nación,

1 Eric Hobsbawn, Los ecos de la Marsellesa, Crítica, Barcelona, 1992.


2 Para el caso español e hispanoamericano: Carlos María de Bustamante, Cuadro histó-
rico de la revolución de la América Mexicana, México, Imprenta de la Águila, 1823-1832.
Alejandro Marure, Bosquejo histórico de las revoluciones de Centro América, Guatemala,
1837. Tipografía de El Progreso, 1877. Fray Servando Teresa de Mier, Historia de la
Revolución de Nueva España, Londres, Guillermo Glindon, 1813. José María Luis Mora,
Méjico y sus revoluciones, París, Librería de la Rosa, 1836. José Manuel Restrepo Historia
de la Revolución de la república de Colombia en la América meridional, París, Librería
Americana, 1827. Mariano Torrente, Historia de la Revolución Hispanoamericana, Im-
prenta de León Amarita, Madrid, 1829. Anastasio Zerecero Memorias para la historia
de las Revoluciones de México, Imprenta del Gobierno, México, 1869. Y para el caso es-
pañol: el conde de Toreno hacía lo propio para la historia de la independencia española:
Levantamiento, Guerra y Revolución en España, Imprenta de Tomás Jordán, Madrid,
1835-1837, V Tomos.
3 Inés Quintero (coord.), El relato invariable. Independencia, mito y nación, Editorial
Alfa, Caracas, 2011.

301 5
manuel chust

justificaron su rebeldía contra una tiránica opresión, aseveraron


la inevitabilidad de su triunfo, crearon una simbología capaz de
amalgamar las diferencias sociales, étnicas y raciales; establecieron
iconos nacionales que se volvieron sacros y, finalmente, legitima-
ron su Revolución en nombre del justo derecho que tenía la Na-
ción a “liberarse” de las cadenas de la ominosa Tiranía que la tenía
encadenada. Era pues de justicia “liberarse” de esta y luchar por la
Libertad. El relato fue convincente. Sus mecanismos de difusión y
comunicación, lentos en ocasiones, consolidaron sólidos cimientos
fundacionales de la Nación que han durado hasta nuestros días.
En esos relatos y crónicas no solo se recolectó una identidad,
existente pero diversa, sino que historicistamente se homogeneizó
una serie de características fundidas en un único crisol: la Nación.
Lo interesante es que estos relatos y crónicas no solo se volvieron
“nacionales” sino que se elevaron a la categoría de Historia Sa-
grada. Su enseñanza se trasladó a la población desde las primeras
letras. Con el paso del tiempo se solidificó en la Verdad Histórica.
Obeliscos, estatuas, bustos y monumentos llenaron las avenidas,
los zócalos, las plazas de armas…
Historia y Nación enlazaron sus destinos. El pasado se estable-
ció, consolidó y asentó. Y la Nación se transformó en la Máter del
pueblo. Incluso se coludió con la Patria, es decir, el origen del “pá-
ter”, de la familia… Cuestionar la historia de la Nación, se volvió
anatema. No defenderla o criticarla, un acto de antipatriotismo.
Los colores de las banderas nacionales recubrieron todas y cada
una de las páginas de estos relatos...
Los héroes4 acapararon el protagonismo y la explicación histó-
rica del triunfo de una nación preexistente a la Tiranía pero oclui-
da y esclavizada por esta. Y, ahora, desencadenada. Su potente
relato individualista dejó sin rostro a los “otros” y las “otras” que les
acompañaban, les apoyaron e, incluso, murieron por un idealismo
de liberación o arrastrados, involuntariamente, por el. El relato na-
cional encumbró en pedestales a individuos, al tiempo que borró
4 Manuel Chust, Víctor Mínguez (eds.), La construcción del héroe en España y México,
(1789-1847), Publicacions de la Universitat de València, Valencia, 2003.

5 302
revolución… ese “fantasma” que sigue recorriendo...

lo social. Quienes se les opusieron, pasaron a ocupar históricamen-


te el “lado oscuro” del relato nacional. O, simplemente, borrados
de este. Un binomio maniqueo –patriotas buenos/realistas-torys
malos– simplificó la explicación de lo ocurrido.
Es muy importante subrayar, aunque parezca una obviedad,
que el liberalismo formuló ideas políticas que se volvieron con-
signas universales, la mayor parte válidas en todos los procesos re-
volucionarios, tanto para asumirlas como para desecharlas. Ideas
universales que se prodigaron en diversos espacios americanos y
europeos. Se creó un lenguaje universal liberador, enunciador de
un tiempo nuevo, de un “hombre nuevo”, que prometía derechos
y libertades, que proclamaba el avance ineludible del progreso de
la Humanidad, el cual se presentaba imparable e irrenunciable por
justicia. Y su altavoz fue muy poderoso. 5 Hasta hoy.
Pero quizá, hubo más. No se puede, con todo, explicar lo acon-
tecido en esta época sin mencionar la “ilusión heroica” –como in-
sistió Manfred Kossok6– que recorrió toda América y Europa desde
1776 hasta 1848. Y con “América” no nos referimos “solo” a Esta-
dos Unidos de América, sino a toda Latinoamérica. El liberalismo
anunciaba la llegada de un mundo mejor sin necesidad, en prime-
ra instancia, de derribar cetros y tiaras, aunque eso sí, cambiando
pendones y emblemas por banderas y escarapelas nacionales. El
Antiguo Régimen, mantenían las proclamas, las hojas volantes,
los periódicos leídos en plazas y cafés, tenía sus días contados. La
campana de Filadelfia, la toma de la Bastilla, la revuelta de indios
y mestizos liderada por un cura en el Bajío novohispano, la resis-
tencia del pueblo de Cádiz a las bombas napoleónicas, los decretos
revolucionarios de sus Cortes, las proclamas rioplatenses, caraque-
ñas y cartageneras, los impactantes edictos de la Banda Oriental,
los catecismos políticos que revelaban las nuevas verdades y los

5 Javier Fernández Sebastián, Diccionario político y social del mundo iberoamericano,


Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2009-2014. En especial el volumen 9
dedicado al concepto Revolución.
6 Lluís Roura, Manuel Chust (eds.), La Ilusión Heroica. Colonialismo, Revolución e
Independencia en la obra de Manfred Kossok, Publicacions de la Universitat Jaume I,
Castellón, 2010.

303 5
manuel chust

nuevos derechos volaron, circularon, se transmitieron de boca


en boca, hasta que el pueblo se creyó Nación. Y todos engran-
decieron su gesta. Se calificó como “antiguo” el “régimen” que se
desmoronaba. Un “antiguo” mundo que inmediata y coetánea-
mente se presentó como caduco, injusto y opresor. La Libertad
tomó forma romántica en la literatura y, más tarde en la pintura,
enfrentándose por las armas, a la Tiranía. En especial, porque ese
“Antiguo Régimen” se resistió, y de ¡qué forma!, con todas sus
armas, las terrenales y las celestiales, a ser superado. Y si la Tiranía
adoptó múltiples formas, su lucha también.
De esta forma, en el tránsito del siglo xviii al xix, Revolución
no solo tuvo un giro copernicano ideológico-político, como ex-
plica magistralmente Lluís Roura en este libro, sino que además
adquirió un signo positivo que se concretó en una lucha legítima
de la Nación, tras siglos de opresión y explotación, contra una
minoría privilegiada, ociosa y tiránica. Publicistas, ideólogos,
pensadores, enciclopedistas se lanzaron a divulgar –he ahí la cla-
ve– un volcán de ideas sintetizadas en consignas, que permearon
en la consciencia de una gran parte de la población, ya de por sí
pauperizada y empobrecida. La imprenta, de monopolio Real,
pasó a propiedad privada. Y, por lo tanto, a multiplicar la difu-
sión de las nuevas ideas. Y el cóctel, ideas versus divulgación de
estas, más la situación pauperizada general, fue explosivo. Si bien,
sabemos que la pobreza social puede explicar la rebelión, pero
tanto en un sentido proactivo como reactivo.
En resumen, un halo heroico se instaló en la época. Y reco-
rrió los campos de América y buena parte de Europa. Una época
bautizada como revolucionaria. La historiografía más reciente7,
nos ha mostrado que una parte de la población se movilizó desde
una perspectiva finalista, pensando que un mundo nuevo solo era
7Cf. Una buena muestra es la magnífica producción de estos autores, si bien para el
caso rioplatense: Raúl O. Fradkin (ed.), ¿Y el pueblo dónde está? Contribuciones para
una historia popular de la revolución de independencia en el Río de la Plata, Prometeo
Libros, Buenos Aires, 2008.
Gabriel Di Meglio, ¡Viva el bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política
entre la Revolución de Mayo y el Rosismo, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2007.

5 304
revolución… ese “fantasma” que sigue recorriendo...

posible derrotando, por las armas, por la vía de la insurrección,


al establishment nobiliario, ancestral, intocable, a modo de casta
divina. Pierre Vilar8 ya lo resumió alegando que el Antiguo Régi-
men no se suicidó, sino que resistió con todas sus armas. Y de ahí,
el inevitable recurso a la Revolución por sus oponentes.
Si en algunos casos, la religión católica o anglicana había ac-
tuado durante decenas de años como muro de contención del
desborde de ira y animadversión social, incluso de odio, el dique
religioso cristiano, incólume durante décadas, empezó a resque-
brajarse al tener entre sus interlocutores en la Tierra la misma
división social que entre su feligresía. La opulenta y privilegiada
jerarquía eclesiástica contrastaba, a veces ominosamente, frente
a una curia parroquial pobre pero que, en ocasiones, se sentía
más próxima a su feligresía en ideas e intereses sociales que a sus
superiores de la jerarquía eclesiástica.
Hay que insistir en que la Historia Nacional se encaminó des-
de sus inicios a explicar la inevitabilidad del triunfo de la Nación
por razones de justicia frente a una Hidra tiránica milenarista
en la que cada una de sus abominables cabezas representaba un
elemento de opresión. Pero esta Historia también justificó el ad-
venimiento y triunfo de la Nación como una evolución histórica
imparable del progreso del Hombre, del Ciudadano y de sus De-
rechos. De esta forma se trasladó a la Historia una dinámica evo-
lucionista positiva. Todo avance era progreso. Los “Hombres”,
poco a poco, descubrieron que su nacimiento en un territorio que
pasaba a considerarse “nacional”, le confería una serie de Dere-
chos civiles, frente a la “antigua” e injusta desigualdad jurídica de
la sociedad privilegiada estamental. Si bien, también, no tardaron
en experimentar que no todos tenían la categoría de Ciudadanos,
es decir, que no podían participar en la representación políti-
ca. Salvo que tuvieran propiedad, rentas o capital. Sorprendidos,
se percataron que la posesión, o no, de propiedad se convirtió

8 Pierre Vilar, Crecimiento y desarrollo. Economía e historia. Reflexiones sobre el caso


español, Ariel, Barcelona, 1964.

305 5
manuel chust

no solo en un signo de poder económico, sino también en un


cribado tanto de participación como de representación política.
Pero hay que matizar que no fue la Nación la que imprimió
exigencias históricas, sino su Estado. Fue este quién articuló, pro-
movió y difundió, hasta la fecha, un meta-relato, aparentemente
homogeneizador, bajo el manto del nacionalismo histórico para
justificar su mito fundacional. Lo cual devino en el relato de mi-
tos interpretativos históricos lineales, ucrónicos, anacrónicos e
idealistas9.
Contar pero, sobre todo, enseñar esta historia nacional se vol-
vió necesario –obligatorio– en las escuelas de primeras letras. La
Historia se incluyó como materia de estudio y aprendizaje entre
la infancia además de la geografía, escritura, lectura y aritmética.
Así, el Estado se encargó, inteligentemente, de difundir y pro-
pagar que la Nación preexistía al Estado, dado que este último
lo único que, historicistamente, había hecho fue recopilar textos
nacionales.
Una de las consecuencias de este relato nacional fue que
las revoluciones se escribieron desde el objetivo fundacional de
la Nación y, por tanto, ocupándose de esta como único sujeto
histórico.
Sintéticamente, durante el Ochocientos y las primeras dé-
cadas del Novecientos, dos escuelas historiográficas clásicas do-
minaron hegemónicamente esta interpretación. Por una parte
los estudios herederos de las historias nacionales románticas del
siglo xix y, por otro lado, el positivismo del siglo xx. El resulta-
do es sabido. Se legó una Historia Sacra de las Revoluciones y
de los héroes de las Naciones. La consecuencia de ello también
fue notable. Se estableció que cada caso “nacional” era singular,
único, diferente, irrepetible. Derivado de ello, en la mayor parte
de los casos, las revoluciones no se van a explicar como un proce-
so universal, sino particular e individual. Lo cual devino en una

9 Manuel Chust y José Antonio Serrano (eds.), Debates sobre las independencias ibe-
roamericanas, Madrid, Vervuert-Iberoamericana, 2007.

5 306
revolución… ese “fantasma” que sigue recorriendo...

importante ausencia de estudios generales de las revoluciones. En


el mejor de los casos, se consideró que las revoluciones afecta-
ron, especialmente a Europa y, como veremos, más tardíamente a
Estados Unidos. Latinoamérica quedó omitida. Tanto la prime-
ra revolución de Haití como las hispanoamericanas del primer
tercio del Ochocientos. Sin embargo, la realidad fue otra muy
diferente pues mientras una ola revolucionaria derribó el Antiguo
Régimen en América en los años veinte, este se reafirmó en gran
parte de Europa.
Estas explicaciones hegemónicas, no tuvieron a penas contes-
tación hasta los años veinte y treinta del siglo xx. Pero fue, espe-
cialmente tras la Segunda Guerra Mundial, cuando comenzaron
a tener críticos aguerridos.
Es fundamental subrayar que, a partir de los años cincuenta
del Novecientos, el mundo se dividió. O, tendríamos que decir,
se volvió a dividir. Los bloques ya no estuvieron formados por
la rivalidad de los distintos países capitalistas previos a la Prime-
ra Guerra Mundial. Las interpretaciones de la Historia entraron
también en una Guerra Fría. Si bien este apelativo habría que
circunscribirlo a Estados Unidos y Europa, en donde no aconte-
ció ninguna “guerra” hasta los años noventa del siglo xx. Por el
contrario, la Guerra Fría se tornó “Caliente” en el resto de conti-
nentes. El término “Tercer Mundo” empezó a prodigarse, debido
a la exitosa invención del sociólogo francés Alfred Sauvy en 1952
inspirado en la división social del sistema absolutista francés y en
el apelativo del abbé Sièyes de “Tercer Estado” para calificar a la
sociedad no privilegiada…
En realidad, hubo toda una revuelta del Tercer Estado, solo
que dos siglos después y desde la dimensión anticolonial. África,
Asia y América Latina, aunque esta no como territorio colonial
de facto, se rebelaron contra el sistema imperialista del capitalis-
mo. Recordemos que, en los años cincuenta y principios de los
sesenta, buena parte de los continentes africano y asiático aún
permanecían en una condición colonial. Por supuesto que ello
implicó la puesta en escena en cuanto a debates, análisis y teorías

307 5
manuel chust

de algo “olvidado” o a “olvidar” por la historiografía: la cuestión


colonial. Para el caso de América Latina supuso todo un debate10,
como sabemos, que afectó tanto a los estudios coloniales como
a los de la independencia. Mientras políticamente los países la-
tinoamericanos eran independientes de “facto” hacía casi ciento
cincuenta años, la cruda y desigual realidad social y económica
latinoamericana hacía que muchos científicos sociales se resistie-
ran a calificarlos de tales. Los diversos marxismos rescataron la
nomenclatura de la Tercera Internacional11 –“semicoloniales”–.
La Teoría de la Dependencia insistió en que era irremediable e
insuperable que la economía de los países del Tercer Mundo de-
pendiera económicamente de los países del Primer Mundo. Qué
duda cabe que ello afectó, superlativamente, a las interpretacio-
nes históricas del liberalismo en Latinoamérica. No solo se negó
su carácter revolucionario sino que este hubiera sido capaz de
triunfar en el Ochocientos. Así, de textos agiográficos, heroicos
y personalistas que loaban las gestas “revolucionarias” de la Na-
ción, se pasó a negar tales logros y a poner el dedo acusador en
el “liberalismo” trasportándolo sin tamices históricos, es decir sin
análisis de su “tiempos y espacio”, al duro, injusto y desigual pre-
sente latinoamericano12.
De esta forma, la “cuestión colonial”13 pasó de inmediato a
formar parte de la agenda de investigación y de análisis de las
ciencias sociales tras la independencia de la India, pero sobre todo
desde los años cincuenta a setenta en los procesos de descoloni-
zación del Tercer Mundo. Procesos anticoloniales que irremedia-
blemente se encarnaron como los procesos revolucionarios del

10 Carlos Sempat Assadourian, Ciro Flamarión Santana Cardoso, Horacio Ciafardi-


ni, Juan Carlos Garavaglia, Ernesto Laclau, Modos de producción en América Latina.
México, Cuadernos Pasado y Presente, 1973.
11 Manuel Chust, “Sobre revoluciones en América Latina… si las hubo” en Rogelio
Altez y Manuel Chust (eds.), Las revoluciones en el largo siglo xix latinoamericano,
Madrid, Iberoamericana-Vervuert, 2015, pp. 21-42.
12 Manuel Chust y José Antonio Serrano (eds.), Debates sobre las independencias
iberoamericanas…, op. cit.
13 Heraclio Bonilla (ed.), La cuestión colonial, Universidad Nacional de Colombia,
Embajada de España en Colombia, CLACSO, Bogotá, 2011.

5 308
revolución… ese “fantasma” que sigue recorriendo...

siglo xx, solo que estos se trasladaron a África y Asia. Europa dejó
de ser el epicentro de la revolución. Mucho más tras el triunfo
de la Revolución china en 1949. Lo destacable, para este estudio
es que “colonia” también comenzó a ser un término del presente
que incomodaba a las diferentes interpretaciones históricas. Y,
cómo no, los estudios “coloniales” también suscitaron el interés
por los estudios de los Imperios. A la vez que por su decadencia
y derrumbe.
Fue notable en este sentido que cierta parte de la historiogra-
fía interpretó desde el presente lo acontecido en la historia. El
presente era demasiado impactante para que científicos sociales
dedicados a tareas de historiadores no trasladaran, con notable
éxito en ocasiones, problemáticas y cuestiones de la actualidad
hacia el pasado. Así a la problemática de “la” revolución, en
América Latina se unió la problemática por calificar y clasificar
la “época colonial” dado que su “carácter” dictaminaría sobre el
siguiente paso a dar en pos de su “liberación”. En este sentido, los
términos de “liberación nacional” adoptados política y militar-
mente por diversas fuerzas opositoras anticoloniales se hicieron
un gran hueco en las luchas anticoloniales en África y Asia. Tam-
bién en América Latina en sus luchas contra las diversas dictadu-
ras y oligarquías. El frentismo se prodigó, tanto en su dimensión
política como armada.
“Colonia”, al igual que “liberal” y “capitalismo”, entraron en
el contingente de conceptos peyorativos, políticamente hablan-
do. El presente se adueñó del pasado. Un pasado que se agrietaba
y había que remendar. La cobertura nacionalista ya no era ga-
rantía de estabilidad social. El mundo, dominado por Imperios,
empequeñeció la amalgama de las historias nacionales.
Hubo quién se lanzó de inmediato al ruedo “legitimador”
con propuestas muy “originales” e impactantes. No fue gratuito
que la conferencia inaugural del I Congreso Hispanoamericano
en Madrid estuviera a cargo de Ricardo Levene, presidente de
la Academia Nacional Argentina, que tuvo el espacio más que
adecuado para enunciar la tesis central que le haría famoso: “Las

309 5
manuel chust

Indias no eran colonias”14. Levene desde las fuentes del Derecho


Indiano cuestionó que el sistema imperial hispano fuera colonial
dado que, mantenía, los territorios americanos estaban estruc-
turados en reinos en “igualdad” legislativa con los peninsulares,
por lo que el concepto de colonia no pudo darse como tal en
América. Para demostrarlo examinó minuciosamente las fuentes
del Derecho Indiano, concluyendo que en las Leyes de Indias no
se mencionaba “nunca” la palabra colonia.
Así aseveró en 1948:

“La investigación histórica moderna ha puesto en evidencia


los altos valores de la civilización española y su transvasamien-
to en el Nuevo Mundo. (…) Como un homenaje a la verdad
histórica, corresponde establecer el verdadero alcance de la ca-
lificación o denominación de colonial, a un período de nues-
tra Historia. (…) Las Leyes de la Recopilación de Indias nunca
hablaban de colonias, y en diversas prescripciones se establece
expresamente que son Provincias, Reinos, Señoríos, Repúblicas
o territorios de Islas y Tierra Firme incorporados a la Corona de
Castilla y León, que no podían enajenarse.
El principio de la incorporación de estas Provincias implicaba
el de la igualdad legal entre Castilla e Indias, amplio concepto
que abarca la jerarquía y dignidad de sus instituciones, por ejem-
plo, la igualdad de los Consejos de Castilla y de Indias, como
el reconocimiento de iguales derechos a sus naturales y la potes-
tad legislativa de las autoridades de Indias, que crearon el nuevo
Derecho Indiano, imagen fiel de las necesidades territoriales”.15

Tesis levenista que tendrá continuadores cuarenta años des-


pués para explicar el carácter hispano16 de las revoluciones de
independencia.

14 Ricardo Levene, Las indias no eran colonias, Espasa-Calpe, Madrid, 1951.


15 Archivo y Biblioteca Histórica de la Academia Nacional de Historia de la Repúbli-
ca Argentina. Sesión de fecha 2 de octubre de 1948. La cursiva es nuestra.
16 François-Xavier Guerra, (dir), Revoluciones Hispánicas. Independencias americanas

5 310
revolución… ese “fantasma” que sigue recorriendo...

Sabemos que la Historia Política tras la Segunda Guerra


Mundial entró en crisis. El relato nacional desde el Ochocien-
tos, prolongado por el positivismo en el Novecientos empezó a
desmoronarse. De “vieja y tradicional” fue calificada la histo-
ria política. Cayó, literalmente, en desprestigio desde los años
sesenta. Varios factores contribuyeron a ello. Qué duda cabe
que el aumento de universidades y de estudiantes universita-
rios fue un hecho relevante que contribuyó a ello. Los jóvenes
estudiantes de Historia ávidos de buscar explicaciones y res-
puestas más convincentes, incluso “científicas”, se multiplica-
ron, dado que la Historia política no las ofrecía. Y sus valedores,
menos. Las injustas realidades sociales vividas en la década de
los sesenta y setenta afectaron a la Historia Nacional, incapaz
ya de seguir tapando las desigualdades sociales, étnicas y raciales
bajo su cubierta nacionalista. Y aquí las ciencias sociales y los
estudiantes formados en sus países o en las academias occiden-
tales, arrasaron en sus interpretaciones históricas. La problemá-
tica se concretó en la década de los años sesenta en América
Latina: ¿Dónde estudiar Historia? se preguntaban muchos jó-
venes estudiantes predoctorales. Por una parte, menos en las
grandes universidades especialmente de México y Argentina,
no había casi Escuelas de Historia, por otra, en general esca-
seaban los doctorados en Historia en los centros universitarios
latinoamericanos. Así, el recurso fue salir al extranjero. Y, en
ese contexto, se evidenció la quiebra del mundo. Entre las dis-
tintas opciones académicas escogidas libremente o forzadas por
las circunstancias, tanto ideológicas como políticas, muchos
jóvenes doctorandos recalaron en las academias occidentales,
pero también en las orientales. Fue por ello que Estados Uni-
dos puso en marcha su exitoso plan de becas Fullbright para
estudiantes latinoamericanos. Distintas Fundaciones como la
Ford, Kellogg o la Rockefeller17 hicieron lo mismo, no solo en
y liberalismo español, Madrid, Editorial Complutense, 1995.
17 Inderjeet Parmar, Foundations of the American Century: The Ford, Carnegie, and
Rockefeller Foundations in the Rise of American Power, Columbia University Press,

311 5
manuel chust

suelo estadounidense sino también en el francés al cofundar la


Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales en París. A ellos
se unió el prestigio académico que aún mantenían los centros
universitarios de la Europa occidental. Por otra, y desde un lado
militante, también muchos jóvenes estudiantes se lanzaron a la
“aventura” de formarse en las también prestigiosas universida-
des y centros académicos de la RDA y la URSS, en especial en la
Universidad de Leipzig o la Universidad Rusa de la Amistad de
los Pueblos conocida como Universidad “Patricio Lumumba”.
Ello no quiere decir que en las academias occidentales se
instaló, al menos, hasta los años noventa un consenso histo-
riográfico. Todo lo contrario. La beligerancia entre las distin-
tas historiografías europeas fue notable. Así distintas escuelas
historiográficas occidentales, trazaron caminos diferentes y no
siempre coetáneos en torno al estudio de las Revoluciones. En
general, muchas corrientes historiográficas renovadoras no pu-
dieron ser ajenas a la incursión del marxismo, o de los marxis-
mos, y ampliaron su horizonte, tanto temático como espacial.
Una parte de la historiografía europea occidental se lanzó a una
renovación historiográfica sin precedentes. Bebiendo del mate-
rialismo histórico, unas a sorbos y otras de un trago, Annales,
la historia social, la historia económica, la sociología –a la que
se le apellidó “histórica”–, la geografía humana, la politología
o la antropología se incorporaron a “hacer” historia. A estas
se sumaron las propuestas de los historiadores marxistas a este
lado del Muro. Y las que permeaban desde “el otro lado”. Entre
los años sesenta y ochenta fue difícil apreciar entre muchos his-
toriadores quién bebía teórica y metodológicamente de quién.
La conclusión fue contundente, la Historia se tiznó de una ver-
tiente netamente social y económica, la historia política quedó
notablemente arrinconada.
Para el caso “Oriental”, la prédica llegaba desde la Academia
de Ciencias de la URRS y las editoriales filiales que traducían al

Nueva York, 2012.

5 312
revolución… ese “fantasma” que sigue recorriendo...

español sus manuales tanto de teoría marxista como de historia.


Manuales que llegaron y se distribuyeron en América Latina e,
incluso, también en España, si bien en la clandestinidad. Libros
que hoy se pueden encontrar, apilados, en las librerías de vie-
jo hispanoamericanas por unos pocos pesos o soles y que dejan
constancia, dado su volumen, de su gran difusión.
No obstante, es interesante señalar la crítica a estos manuales
a fines de los años sesenta. No solo por la desestanilización sino
porque el monopolio del marxismo dejó de tenerlo Moscú. En
especial por la irrupción, triunfo y consolidación de la Revolu-
ción china y, por consiguiente, del maoísmo. Y, posteriormente,
de la Revolución cubana y del guevarismo.
Con todo, el centro de buena parte de la discusión tanto aca-
démica como ideológica-política seguía siendo las Revoluciones.
Es decir, la mayor premisa histórica del materialismo histórico
fue que la historia de la sociedad avanzaba mediante crisis y revo-
luciones… solo que para el marxismo este avance no se producía
por evolución de las sociedades sino por transformación de estas,
esto es mediante revoluciones, dado que el paso a otra sociedad
implicaba necesariamente un conflicto entre las clases dominan-
tes y las dominadas.
Estas nuevas interpretaciones de la Historia, predecían que una
nueva sociedad, también liberadora, estaba por llegar… y al igual
que las explicaciones revolucionarias de la Nación, también inevi-
tablemente. El horizonte, tras la crisis del capitalismo que había
provocado dos guerras mundiales era una revolución, esta vez so-
cialista, que superaría al capitalismo imperialista y depredador, al
igual que este había superado la ominosidad tiránica del Antiguo
Régimen. Qué duda cabe que Revolución, no como concepto sino
como categoría histórica, alcanzó otro giro, no copernicano, sino
ideológico-político con el marxismo. Un marxismo monopolizado
por la praxis revolucionaria europea que había visto organizarse
hasta tres Internacionales y un sin fin de revoluciones liberales,
democráticas y socialistas: 1789, 1793, 1820, 1830, 1840, 1871… y,
finalmente, 1917. Abundaremos en ello más adelante.

313 5
manuel chust

un combate por la revolución

Como hemos dicho la historiografía liberal occidental entró en


combate nada más terminar la Segunda Guerra Mundial. Y em-
pezó a saldar cuentas. Una parte de las escuelas historiográficas
occidentales continuaron acentuando el carácter catastrófico de
las Revoluciones. La novedad residió en comenzar a negar el
carácter revolucionario, transformador, de las revoluciones. Y
comenzaron por negar la validez de la mayor e indiscutible Revo-
lución histórica: la francesa. Fue Alfred Cobban18 quién se lanzó a
mediados de los cincuenta a tamaña empresa. Provocador, desde
el título, –El mito de la Revolución Francesa– negaba su carácter
revolucionario invalidando la premisa mayor: en la Francia del
siglo xviii –mantenía– ya estaba instalado el capitalismo, por lo
que la revolución no pudo transformar las relaciones de produc-
ción feudales –como decían los marxistas de la Sorbona– dado
que ya, para estos años, Francia no tenía un sistema económico
feudal, sino casi capitalista. No fue el primer embate de occiden-
te frente a… la categoría revolución, pero Cobban sí puso en la
mesa de debate varios de los temas que fueron fundamentales en
los años siguientes para su discusión historiográfica, a saber: el
carácter capitalista o feudal del campo francés –lo cual implicó,
por extensión, a los demás “campos” de Europa y América–, el
origen, por lo tanto, del capitalismo, la capacidad revoluciona-
ria de las fuerzas antifeudales, –si no había feudalismo… ¿dónde
estaba su fuerza revolucionaria?– la potencialidad evolucionista,
que no transformadora, del capital comercial como motor de
una transición hacia el capitalismo, la autonomía de la política
frente al sistema económico, y, por lo tanto, la calificación de
revolución política y no necesariamente social y económica de las
revoluciones y, por último, la capacidad reformista de la clase en
el poder, la nobleza. Todo un reto el de Cobban. Especialmente

18Alfred Cobban, The Myth of the French Revolution, Folcroft Library Editions,
London, 1955.

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revolución… ese “fantasma” que sigue recorriendo...

este último. Leer a Cobban en los años cincuenta y siguientes, no


solo se revelaba en clave historiográfica, sino también ideológica
y política. A nadie se le escapaba que lo que Cobban en realidad
trasladaba en sus escritos era el potencial reformista de la clase
social en el poder para transformar el presente. Es decir, para
llegar a un mundo mejor, no eran necesario “revoluciones”, con
reformas desde la política era suficiente. Así, el historiador bri-
tánico terminaba preguntándose ¿por qué estudiar la Revolución
francesa?
porque es la que “quizá, más que ninguna otra, ha sido re-
dactada en términos ideológicos. Y este hecho es de una gran
significación historiográfica, porque la revolución es el centro
estratégico de la historia moderna. Su interpretación resulta clave
tanto para el entendimiento de la era de cambios sociales que la
precedió como del período, que hoy se remonta a casi dos siglos,
de revoluciones que le han seguido”. 19
y concluía:

“En tanto en cuanto estaban vigentes unos desarrollos econó-


micos capitalistas, aquélla fue una revolución no a favor, sino en
contra del capitalismo”. 20

Es decir, para Cobban la Francia revolucionaria lejos de alumbrar


el capitalismo, lo atrasó, lo ralentizó con sus medidas. El binomio
“revolución burguesa-triunfo del capitalismo” quedó desmonta-
do, o es lo que se pretendía, desde la raíz modélica de la Fran-
cia revolucionaria como ejemplo de Revolución burguesa. Si la
burguesía francesa no fue revolucionaria, si esta solo fue una re-
volución “política” contra la tiranía absolutista las demás, por ex-
tensión, obviamente quedaban también anuladas. La conclusión,
desde la historiografía, fue demoledora: las revoluciones podían
ser liberales políticamente, pero no transformadoras socialmente.
19 Alfred Cobban, La interpretación social de la Revolución francesa, Narcea, Madrid,
1976, pp. 22.
20 Ibídem, p. 211.

315 5
manuel chust

Aspectos que luego retomará el revisionismo francés de, entre


otros, François Furet.21
Y no solo la historiografía europea, perdón anglo, entró a la
lid. La estadounidense también se sumó, y casi de una forma
inédita, al romper su tradicional “aislacionismo”. Y tampoco fue
ajeno el contexto político: en pleno gobierno Truman y su Doc-
trina. Ya hemos visto cómo en esta coyuntura se creó la Escuela
de Altos Estudios en Ciencias Sociales en París en 1947 con fon-
dos de las Fundaciones Rockefeller y Ford frente al predominio
de científicos sociales, especialmente historiadores, en la Soborna
calificados de “comunistas”. Pero también vale como ejemplo la
fundación de la Universidad Libre de Berlín en 1948, dado que la
prestigiosa Universidad Humbold había quedado al “otro” lado
berlinés.
Estados Unidos de Norteamérica formaba parte, decía Mar-
shall en su discurso de nombramiento como Honoris Causa
por Harvard, de “la base histórica de la civilización occidental”.
Marshall no solo convirtió en un Plan sus palabras en Harvard,
sino que también mediatizó directamente la orientación política
e ideológica de su presidente concretada en la Doctrina Truman.
Ambos quebraron el tradicional aislacionismo de Estados Unidos
respecto a los “problemas” europeos, el cual había durado más de
un siglo, desde Monroe hasta Roosevelt. Así, en esta nueva etapa
“intervencionista”, dos términos van a alcanzar gran preponde-
rancia: “occidental” y “atlántico”. Su colusión, como veremos,
será uno de los hitos ideológicos-políticos más notables. Y la His-
toria fue uno de los grandes vehículos para conseguir ese objeti-
vo. El combate historiográfico se reflejó en la academia, pero fue
mucho más allá.

21 François Furet, Penser la révolution française, Gallimare, Paris, 1978. En su aver-


tissement antes del comienzo del libro, el entonces director de L’École des Hautes
Études de Sciencies Sociales, fue muy explícito. Sus palabras recuerdan a las de Al-
fred Cobban: “Elle comported ábord une polémique avec les historiens commu-
nistes de la Révolution française, destinée à mettre en relief les incohérences de ce
qui constitue aujourd’hui l’interprétation dominante du phenomène”.

5 316
revolución… ese “fantasma” que sigue recorriendo...

Bernard Bailyn22 fue uno de los primeros que abrió la “caja


de Pandora” al situar el origen de la civilización occidental en
el “mundo” Atlántico. Lo cual no solo entroncaba con el nom-
bre –Organización del Tratado del Atlántico Norte– que se le
había dado al contingente armado desplegado en Europa para
actuar rápidamente contra las fuerzas armadas del Pacto de Var-
sovia, sino que vino a polemizar23 con Fernand Braudel y la es-
cuela de los Annales por situar –o mejor resituar– el origen de
las civilizaciones en el Atlántico en detrimento del Mediterráneo
braudeliano.
Podemos avanzar que, en general, el resultado fue una con-
frontación historiográfica que ultrapasó los términos académicos.
En realidad fue un órdago de altura. Y estaba en confrontación
no solo con la concepción de la historia de los distintos materia-
lismos históricos, los oficiales de Moscú y los desarrollados en la
Europa occidental, sino incluso con la emergente y prestigiosa
Escuela de los Annales.
Una de las grandes novedades historiográficas desde los años
cincuenta fue que la problemática del cambio del Antiguo Ré-
gimen al nuevo, empezó a considerarse continentalmente. Dos
nombres sobre salieron: Robert R. Palmer24 y Jacques Godechot25.
El primero puso en el centro de las explicaciones la ideología y
la política, pero sobre todo fue uno de los primeros en incorpo-
rar –lejos ya del tradicional “aislacionismo” estadounidense– a
22 Bernard Bailyn, The Ideological Origins of the American Revolution, Mass, Belknap
Press of Harvard University Pres, Cambridge, 1967.
23 Manuel Lucena Giraldo, “La Historia Atlántica y el Nuevo Mundo”, Anuario de
Estudios Atlánticos, n.º 56, Las Palmas de Gran Canarias, 2010, pp. 39-60. Rafael
Valladares, “No somos tan grandes como imaginábamos. Historia global y monar-
quía hispánica”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie IV, Historia Moderna, t. 26, 2012,
pp. 57-115.
24 Robert R. Palmer, The age of the democratic revolution: a political history of Europe
and America, 1760-1800, Princeton University Press, Princeton, 1959.
Jacques Godechot y Robert R. Palmer, “Le problème de l’Atlantique du xviiiième
au xxième siècle.” Comitato internazionale di scienze storiche. X8 Congresso inter-
nazionale di Scienze storiche, Roma 4–11 Settembre 1955. Publicado en Relazioni 5
(Storia contemporanea). Florence, 1955, pp. 175-239.
25 Jacques Godechot, Les Révolutions, 1770 1799, PUF, Paris, 1965. Y France And The
Atlantic Revolution Of The Eighteenth Century, 1770 1799, Free Press, New York, 1965.

317 5
manuel chust

Estados Unidos como vanguardia revolucionaria de la Libertad


contra la Tiranía, como pionero –Declaración de Virginia de
1776– en la creación de los Derechos Civiles –que la ONU con-
virtió en los orígenes de su Comisión de Derechos Humanos– y
como impulsor de la propagación de consignas liberales que más
tarde asumirían también los franceses. El aldabonazo de Palmer
fue historiográficamente muy contundente. Es decir, la toma de
la Bastilla en 1789 empezó a dejar de ser el primer sismo univer-
sal que hizo temblar la sociedad del Antiguo Régimen, ya que
Palmer situó por delante de esta a la Campana de la Libertad en
Filadelfia que en 1776 había sonado en “todo el mundo”.
Así, “la” Revolución de Estados Unidos, también llamada de
Independencia, adelantaba a Francia en la carrera de ser los “pri-
meros” gestantes de la Libertad y de los Derechos civiles, aunque
en su propio país no los contemplaran con la población negra. Lo
cual hizo que se enfrentara a las tesis de los prestigiosos historia-
dores marxistas franceses como George Lefebvre y Albert Soboul,
quienes ponían el acento revolucionario en las fuerzas motrices
de las clases populares que habían arrinconado incluso a la bur-
guesía que de revolucionaria, pasaba a contrarrevolucionaria.
A las tesis de Palmer se unieron las de Godechot, uno de los
pocos historiadores franceses que interpretaba la Revolución
francesa como un proceso revolucionario occidental, continen-
tal, más que nacional. El binomio Palmer-Godechot fue demole-
dor al enunciar la tesis de las revoluciones atlánticas.
Estos historiadores, ya contrastados, eligieron un gran escena-
rio –el Congreso Internacional de Ciencias Históricas en Roma
26
en 1955– para presentar su extensa ponencia, en la que enun-
ciaban el concepto de “revoluciones atlánticas”. Así establecieron
que el origen de las “verdaderas” –y deseables– revoluciones residía
en la norteamericana y la francesa, las cuales fundamentaron los
derechos civiles, las libertades políticas y el sistema representativo

26Jacques Godechot y Robert R. Palmer, “Le problème de l’Atlantique du xviiiième


au xxième siècle”, op. cit.

5 318
revolución… ese “fantasma” que sigue recorriendo...

y constitucional: es decir, los valores de los Estados democráticos


27
frente a los totalitarios –así se empezó a acuñar el término– de
los fascismos –vencidos– y comunismos –por derrotar–. El “mie-
do” a tratar la Revolución fue vencido por parte de la academia
occidental y con ello se rescató la bandera no del liberalismo,
ampliamente desprestigiado, sino de la libertad. Es decir, ambas
revoluciones, la norteamericana y la francesa, se produjeron en
pos de conseguir la libertad frente a la tiranía de los reyes –Jorge
III y Luis XVI–.
Esta tesis soltó varias cargas de profundidad. La primera fue
que en el mundo atlántico se había gestado, revolucionariamen-
te, la lucha por la Libertad frente a la Tiranía. La causalidad, y
triunfo, de ello se debía a las ideas creadas en el mundo atlántico
franco-anglo, por lo que la propuesta desbancaba la raíz marxista
de las revoluciones que ponía el acento en la economía y sus cri-
sis. Así para Palmer y Godechot las ideas eran agentes autónomos
revolucionarios. La segunda carga de profundidad fue que esta
tesis no solo desbancó del monopolio revolucionario a la Francia
del 89 como hemos dicho, sino que puso en la vanguardia de
la historia revolucionaria en pos de la “Libertad” a los mismos
Estados Unidos como fundadores de unas ideas y consignas tan
singulares que el resto de países copiaron o se “contagiaron”. La
conclusión fue muy directa. Europa llegó a la Libertad gracias
a la extensión de las revoluciones atlánticas, en especial la inde-
pendencia de Estados Unidos, mientras que las independencias
hispanoamericanas fueron una copia de lo acontecido en Estados
Unidos en su lucha anticolonial. A ello se sumó, especialmente
por influencia de las ciencias sociales, la aparición de los mode-
los históricos de “revolución de independencia” y de “revolución
liberal”: el norteamericano de las Trece Colonias y el revoluciona-
rio francés. De casos pasaron a convertirse en modelos. El rigor de
estos modelos “revolucionarios” dejó un bagaje de consecuencias

Enzo Traverso, La historia como campo de batalla, Fondo de Cultura Económica,


27
México, 2012.

319 5
manuel chust

interpretativas pesimistas para las demás historiografías: no hubo


revoluciones en el resto de países americanos y europeos porque
ninguno de ellos pasó por las mismas características y logros
que la experiencia norteamericana y/o francesa. Así surgieron
no solo los adjetivos que calificaban las otras “revoluciones” de
malas copias, inconclusas, inmaduras, poco revolucionarias en
comparación a…, conservadoras o, finalmente, inexistentes. No
hubo revolución, sino guerras de independencias… en España e
Hispanoamérica.
Lo cierto es que el término tuvo éxito –hasta la fecha–, solo
que en su concepción restrictiva “atlántica” no entró ni el mundo
hispano ni el luso. Palmer lo justificó en su primer libro debido a
que dos de sus grandes amigos y colegas ya se ocupaban de ello:
Stanley y Bárbara Stein28.
Al libro de Palmer se le unió la obra de Hannah Arendt. Esta,
tras una serie de conferencias en Harvard financiadas por la Fun-
dación Rockefeller, tal y como agradece en su prólogo, publicó
su trabajo Sobre las Revoluciones29. La tesis de Arendt se apoyaba
en cuatro pilares: la comparación de las revoluciones “clásicas”
-norteamericana, francesa y europeas del siglo xix– en la que se
sobrevaloraba y realzaba la primera en detrimento de la segunda
–fue un “fracaso”–, la construcción del término totalitarismo –
comunismo y fascismo–, el análisis de la violencia como recurso
inherente de las revoluciones y la caracterización de las revolu-
ciones positivas –como la norteamericana– como estrictamente
políticas, dado que son las únicas que garantizarían una “emer-
gencia” de la libertad. La obra de Arendt, se encuadra también
dentro del colosal sesgo atlantista que se estaba construyendo en
estos años.
Una de las cuestiones más significativas, además de lo escrito
por Eric Hobsbawm en 196530, fue la notable omisión en esta

28 Stanley J. Stein, Bárbara Stein, La herencia colonial de América Latina, Siglo XXI,
México, 1970.
29 Hannah Arendt, On revolution, Faber and Faber, London, 1963.
30 Dice Hobsbawm: “La autora no se toma las revoluciones tal y como vienen, sino

5 320
revolución… ese “fantasma” que sigue recorriendo...

propuesta del proceso revolucionario más importante, y recorde-


mos que triunfante, en el también Atlántico y occidente hispano:
las revoluciones liberales hispanoamericanas que conllevaron las
independencias. Claro que podemos discutir si estas fueron o
no liberales, si realmente fueron revoluciones… pero conviene
destacar aquí que esta no fue la razón por la que en sus oríge-
nes, al menos, las revoluciones de independencia fueron exclui-
das del concepto de revoluciones atlánticas, lo fueron porque no
entraban en la reformulación ideológica y política que se estaba
produciendo de los orígenes de la civilización “occidental” y “at-
lántica”. Ya hemos señalado el debate Braudel-Bailyn. Pero esta
“lección” histórica de una revolución atlántica en el siglo xviii
servía para poder utilizarse como una excelente comparación en
estos años de la Guerra Fría, pues el “occidente” atlántico seguía
luchando en pos de la “libertad” contra el totalitarismo –fascismo
y comunismo–.
Una de las consecuencias de esta formulación atlantista y “oc-
cidental” anglo-franco de la teoría de la revolución en la Historia
fue la que trasladó esta historiografía, triunfante durante décadas,
tanto a la interpretación de la Historia Universal en general como
a la cuestión de las revoluciones en particular. Para buena parte
de esta historiografía el Mundo Hispano –Iberoamericano–, si
bien también atlántico, fue un fracaso, un caos, un mundo de-
pendiente, atrasado, arcaico, lleno de supersticiones y oscuridad,
mediatizado y constreñido por la religión católica –frente a la
lectura weberiana positiva del protestantismo– por lo que difí-
cilmente sus revoluciones del Ochocientos fueron o pudieron ser
“liberales” en un mundo dominado por el catolicismo o fueron
revoluciones “menores” dado que sus ideas estaban totalmente
influenciadas, y por lo tanto subordinadas, por las ideas centra-
les de los modelos revolucionarios atlánticos norteamericano y
francés.
que se construye para sí un tipo ideal de las mismas y define el objeto de su estudio
en función de aquel, y excluyendo lo que no cuadra”, Eric Hobsbawm, Revoluciona-
rios, Crítica, Barcelona, 2010.

321 5
manuel chust

Claro que a esta tesis también contribuyeron las historiogra-


fías hispanas e hispanoamericanas y su “complejo” de inferiori-
dad, a veces masoquista. De esta forma triunfó la concepción no
solo simplista sino también idealista y exógena que explicaba que
las independencias (no revoluciones) se habían producido debi-
do a la influencia de la Ilustración –francesa y anglo, pero no de
raíces hispanas pues esta era reaccionaria y católica–, la influencia
de la Revolución norteamericana y la influencia de la Revolución
francesa. La trilogía idealista más la tesis del “contagio” por ós-
mosis de ideas triunfó durante décadas para explicar las causali-
dades de las revoluciones de independencia iberoamericanas. En
realidad fue una “evangelización” revolucionaria.
El libro de Arendt conllevaba otra gran omisión. En un mundo
post Segunda Guerra Mundial, en un mundo en claro proceso de
descomposición de los imperios territoriales europeos “occidenta-
les”, Arendt insistía en confrontar la Revolución norteamericana
“antorcha de la Libertad”, con lo que para ella eran los “límites” de
la Revolución rusa. Es decir, una interlocución revolucionaria en-
tre revoluciones positivas y negativas, deseables y a desechar, pero
siempre asumiendo comparaciones de revoluciones “clásicas” en
donde la primacía de estas era siempre europea. No obstante a la
altura de los años sesenta, el paradigma revolucionario se resignifi-
có ideológica, política y teóricamente tras el triunfo de la Revolu-
ción china –Asia– y cubana –América Latina–.
Los paradigmas discursivos cambiaron porque las “nuevas”
revoluciones china y cubana no solo no respondían a los mo-
delos clásicos, sino porque se desarrollaron, por vez primera, en
continentes distintos al europeo. Omitidas las revoluciones de
independencias hispanoamericanas del Ochocientos, no fue aje-
no a todo lo explicado anteriormente que, en los años sesenta del
Novecientos, la Revolución norteamericana de 1776 ya no era la
única en… América. Cuba, y con ella América Latina, cobró un
protagonismo inesperado a niveles mundiales. De ahí la prolife-
ración de estudios desde las ciencias sociales que intentaron des-
granar no solo las matrices revolucionarias sino las aconsejables a

5 322
revolución… ese “fantasma” que sigue recorriendo...

seguir, a desechar o a estigmatizar. El libro de Arendt es un buen


ejemplo.

de las historias nacionales a


la historia universal contemporánea

A principios del siglo xx, la Historia comenzó a tener una unidad


universal. Junto a la datación tradicional en “edades” y espacial-
temporal-cultural de “civilizaciones”, se sumaron, especialmente
desde la atalaya de la nueva reinterpretación del “mundo” después
de la Segunda Guerra Mundial, las academias occidentales. Estas
empezaron a reescribir una historia “contemporánea” en donde
la universalidad que vertebraba las distintas historias nacionales
se explicaba por el triunfo, consolidación y extensión del sistema
liberal-capitalista. Así, una parte central de las interpretaciones
de la Historia Contemporánea se volvió “Universal” no porque
abarcara temporal y espacialmente a todos los continentes y sus
distintas sociedades vertebrándolos en una explicación dialéctica,
comparativa o interrelacionada, sino porque el vehículo cohesio-
nador de este universalismo contemporáneo fue el origen, creci-
miento y expansión del sistema capitalista. Abarcando desde sus
orígenes datados en una fecha que no ofrecía dudas como 1789
hasta su triunfo definitivo en 1992. La crítica a este tipo de His-
toria Contemporánea Universal provino de parte de una histo-
riografía económico social que consiguió incorporar los aspectos
sociales y económicos que ese capitalismo también creó, que en
sus lecturas oficiales fueron omitidas o edulcoradas, como el sur-
gimiento y organización del movimiento obrero, las propuestas
anarquistas y socialistas y su crítica al sistema, las organizaciones
obreras internacionalistas, la superación, aparentemente, del sis-
tema con la Revolución rusa…, la crisis de 1929…
Desde la década de los sesenta del siglo xx, en el contexto de
la Guerra Fría y en pleno proceso de descolonización europeo en
Asia y África, se produjo una intensa crítica a esta concepción

323 5
manuel chust

universalista de la Historia Contemporánea. No solo los histo-


riadores asiáticos, africanos e iberoamericanos se rebelaron sino
también los especialistas en estos territorios.
Se desató, sabemos, un notable desacuerdo de la concepción eu-
rocéntrica de esta Historia Contemporánea Universal. Sin embargo,
esta no solo es una conclusión apresurada, sino también un tanto
simplificada. No fue una interpretación eurocéntrica. Si con ello
queremos decir que participaron la mayor parte de las academias
historiográficas de Europa. Hay que matizar, y mucho. A nuestro
entender, fue y es una interpretación triunfante de la Historia Con-
temporánea Universal “anglo-franco-céntrica”. Nos explicamos.
Si repasamos los índices de los manuales de Historia Con-
temporánea Universal, si nos paramos a ver las guías docentes
de estas asignaturas en la mayor parte de las universidades tanto
europeas como latinoamericanas y estadounidenses, constatare-
mos que en su mayoría siguen un guión común: empiezan por
“la” revolución industrial inglesa, prosiguen con “la” Revolución
francesa, la época napoleónica y las revoluciones de 1820, 1830 –
especialmente Francia– y 1848 –Francia y Alemania–; los orígenes
del movimiento obrero –especialmente el inglés y la I Internacio-
nal– y la época del Imperialismo –en especial el reparto de África
y la construcción de los imperios francés e inglés–. Este temario
e interpretación histórica se volvió hegemónico en, al menos, los
31
dos occidentes . Hasta la fecha.
En plena Guerra Fría la lucha ideológica-política tuvo en la
Historia una gran arma, seguimos insistiendo en ello en este tra-
bajo. Y en el centro de las interpretaciones históricas se puso en
discusión a la Revolución, como hemos visto. Las interpretacio-
nes históricas dieron credibilidad a las luchas políticas, ideológi-
cas, sociales, económicas, laborales… Incluso, se argumentaron
desde el conocimiento histórico. La crítica socialista al capitalis-
mo, las evidencias de una palpable desigualdad social general, más
31Marcello Carmagnani, El otro occidente. América Latina desde la invasión europea
hasta la globalización, Fondo de Cultura Económica, Fideicomiso Historia de las
Américas, México, 2004.

5 324
revolución… ese “fantasma” que sigue recorriendo...

los horrores de dos guerras mundiales en donde el capitalismo


imperialista tuvo mucha responsabilidad, hizo que los términos
“liberalismo” y “capitalismo” fueran peyorativos. Anteriormente
ya nos hemos referido a ello. No es que la crítica a estos desde
el campo socialista triunfara, sino que desde el lado “occidental”
tampoco se sostenía. Qué duda cabe que las revoluciones del 68,
no solo la de París, contribuyeron a ello.
Los ideólogos estadounidenses buscaron solventar el proble-
ma potenciando dos términos menos escabrosos y más atractivos:
Libertad y Democracia. Sus orígenes no se situaron en la “vieja”
Europa o las civilizaciones antiguas como Grecia y Roma, sino
en el nuevo Mundo… anglo, claro. A mediados de los años cin-
cuenta se registraron dos cambios notables en las interpretaciones
de la Historia Contemporánea Universal. En primer lugar hubo
una ampliación temporal de la misma. El año de referencia, hege-
mónico hasta esas décadas, se puso en discusión. Todo un sismo
historiográfico. Fruto de los nuevos tiempos de la Guerra Fría, el
peso estadounidense se trasladó a las interpretaciones de la Histo-
ria Contemporánea Universal. Así ganó peso específico la historia
de la independencia de Estados Unidos, tal y como hemos visto
anteriormente. Borradas las interpretaciones de los historiadores
norteamericanos calificados de radicales32, se impuso una con-
cepción idealista de la independencia en el que el leitmotiv de
estas interpretaciones fue a parar a la ideología, a la política y a la
difusión de esta mediante los periódicos y diarios. Así es notable
como la cronología de las Historias Contemporáneas Universales
se amplió. 1789 empezó a dejar de tener el monopolio del refe-
rente de la contemporaneidad. 1776 comenzó a tomarse como
fecha inicial, como origen de la nueva sociedad. Con ello se tras-
ladaba también otro mensaje. La “vieja” Europa, especialmente,
encarnada en los valores de la trilogía de la Revolución francesa
–Liberté, Egalité, Fraternité– dejaba paso a la “nueva” América.
Origen no del “liberalismo” sino de la democracia. Es notable

32 En este libro hay un magnífico resumen de ellos en el trabajo de Aurora Bosch.

325 5
manuel chust

cómo los politólogos norteamericanos se lanzaron a promocionar


y difundir la teoría del “republicanismo clásico”, enfrentado al
“liberalismo”. Así, empezaron a promocionar que Estados Uni-
dos nunca tuvo unos principios liberales, sino inspirados en el re-
publicanismo clásico de Roma y Atenas. Aunque más notable ha
sido ver cómo, después de casi cuarenta años, el republicanismo
clásico se ha impostado sin mediaciones, para explicar el siglo xix
mexicano y colombiano. Si bien, algunos de sus apologetas, tras
una década, ahora mantienen todo lo contrario…
Todo ello se empezó a hacer valer, fuera y dentro de las fron-
teras estadounidenses. Se puso en valor que el origen de la demo-
cracia no fue Francia, o la antigua Grecia, sino Estados Unidos.
Ya hemos visto, lo reiteramos, como la “Declaración de los De-
rechos del Hombre y del Ciudadano” de Virginia de 1776 se es-
grimió como el primer texto de las declaraciones de derechos…
universales. La de París, pasó a ser interpretada como una copia
de esta. Es más, la creación de la ONU y su Departamento de
Derechos Humanos tomó como referencia –ahistórica– a ambas
Declaraciones. Se fraguaba así los orígenes de los Derechos Hu-
manos –frente al “horror” nazi– y estos provenían del mundo
occidental –EE.UU. y Francia–.
Con todo, es incuestionable que en esta construcción de la
Historia Contemporánea Universal hay, sigue habiendo, una
gran omisión: la historia de los procesos revolucionarios de inde-
pendencia hispanoamericanos. Resulta que el mayor proceso de
descolonización del siglo xix, casi un continente, pasó omitido,
ignorado y ocluido por esta interpretación hegemónica. Cuando
mucho, es merecedor de unas pocas páginas. Pero esto no solo
es una cuestión de los temarios y manuales de Historia Con-
temporánea en Europa y Estados Unidos de América. También
en Iberoamérica. Cuando se explica las Historia Contemporánea
Universal en estos países, en estos temarios se sigue los manuales,
en general, no solo de historiadores anglos o franceses, en la ma-
yor parte de las ocasiones, sino los editados en esos países o tradu-
cidos en las editoriales a la lengua pertinente para su divulgación.

5 326
revolución… ese “fantasma” que sigue recorriendo...

Al menos hasta los últimos diez o quince años. Un hecho no solo


a destacar sino, sobre todo, a remediar.

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autores

Aurora Bosch

Catedrática de Historia Contemporánea en la Universidad de Va-


lencia. Ha realizado estancias como investigadora visitante en las
universidades de Londres, Berkeley y UCLA. En las últimas dos
décadas ha centrado sus investigaciones en torno al radicalismo
estadounidense y la historia de Estados Unidos. Destacan entre sus
publicaciones Historia de Estados Unidos 1776-1945 (2005, 2010) y
Miedo a la Democracia. Estados Unidos ante la Segunda República
y la Guerra civil española (2012), Premio Willi Paul Adams 2013
otorgado por The Organization of American Historians. Desde
hace unos años centra sus investigaciones en el conservadurismo
estadounidense desde 1945.

Marcello Carmagnani

Catedrático de Historia de América Latina y profesor investigador


de El Colegio de México. Miembro del Comité Científico de la
Fundación Luigi Einaudi de Turín. Ha publicado recientemente
El otro Occidente. América Latina desde la invasion europea hasta
la globalización (2004), Las islas del lujo. Productos exóticos, nuevos
consumos y cultura económica europea, 1650-1800 (2012), Economía y
política. México y América Latina en la contemporaneidad, (2011) y
Le connessioni mondiali e l’Atlantico, 1450-1850 (2018).

379 5
autores

Manuel Chust

Catedrático de Historia Contemporánea en la Universitat Jaume


I de Castellón.
Entre sus libros destacan: Ciudadanos en armas. La Milicia na-
cional en el País Valenciano (1987), La cuestión nacional americana
en las Cortes de Cádiz (1999) y La Tribuna revolucionaria (2014),
en coautoría Tiempos de revolución. Comprender las independen-
cias iberoamericanas (2013) y ¡A las armas! Milicia cívica, revolución
liberal y federalismo en México (1812-1846), (2018).
Sus últimos libros como editor o coeditor son: Las revoluciones
en el largo siglo xix latinoamericano (2015), El Sur en Revolución. La
insurgencia en el Río de la Plata, Chile y el Alto Perú (2016), El Perú
en Revolución. Insurgencia y guerra, un proceso: 1780-1826, (2017),
De revoluciones, Guerra Fría y muros historiográficos. Acerca de la
obra de Manfred Kossok (2017).
Ha sido Presidente de la Asociación de Historiadores Europeos
de América Latina. (AHILA) durante 2006-2009.

Javier Laviña

Catedrático de Historia de América en la Universidad de Barce-


lona. Especialista en esclavitud en el Caribe. Ha sido profesor in-
vitado en la UNAM, en la Universidad Central de Venezuela, en
la Universidad Pablo Olavide de Sevilla, en UPR Río Piedras y en
UPR Arecibo.
Entre sus publicaciones destacan, Doctrina para negros (1989),
Resistencia y territorialidad, junto con la dra. Gemma Orobitg,
(2008), Les profundas arrels del conflicto Haitiá, (2012); Afroamérica
espacios e identidades (2013), y The second Slavery, Mass Slaveries
and Modernity in the Americas and in the Atlantic Basin, (2014).
Actualmente coordina el doctorado “Sociedad y Cultura. Historia,
Arte, Antropología y Patrimonio” de la Facultad de Geografía e
Historia de la Universidad de Barcelona

5 380
autores

Claudia Rosas Lauro

Doctora en historia por la Universidad de Florencia, Italia, y Ma-


gíster por la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde se
desempeña como profesora Principal de Historia del Departa-
mento de Humanidades. Es especialista en el tema del impacto
de la Revolución Francesa en la independencia, sobre lo que ha
publicado Del trono a la guillotina. El impacto de la Revolución
Francesa en el Perú, 1789-1808 (2006) y en coautoría, Marianne dans
les Andes. L’impact de las révolutiones françaises au Peróu, 1789-1968
(2008). Ha editado, entre otros, los volúmenes El miedo en el Perú.
Siglos xvi al xx (2005), El odio y el perdón en el Perú. Siglos xvi al
xxi (2009), La marginación en el Perú. Siglos xvi a xxi (2011), y co-
editado con Manuel Chust, El Perú en Revolución. Independencia
y guerra: un proceso, 1780-1826 (2017). Es miembro de la Academia
Nacional de la Historia de Perú. Recientemente, ha formado parte
de la Cátedra de América Latina de la Universidad de Toulouse y
la Cátedra de las Américas de la Universidad de Rennes.

Lluís Roura i Aulinas

Catedrático de Historia Moderna en la Universitat Autónoma de


Barcelona. Su actividad investigadora se centra en el estudio de
la época de la Ilustración y de la Revolución Liberal española. Es
cofundador –y en la actualidad subdirector– de la revista Trienio
(Madrid). Entre sus libros podemos destacar Revolución y demo-
cracia. El jacobinismo europeo (1995), con Irene Castells; Sociabili-
dad y liberalismo en la España del siglo xix. Homenaje a Alberto Gil
Novales (2001), con J.F. Fuentes; La Ilusión heroica. Colonialismo,
Revolución e Independencia en la obra de Manfred Kossok (2010)
con Manuel Chust. Editor y autor, junto con Matthias Middell,
del volumen titulado Transnational Challenges to National History
Writing, (2013).

381 5
autores

Pedro Rújula

Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Za-


ragoza. Sus investigaciones se han orientado hacia la política en
época contemporánea y a los fenómenos de violencia ligados a
ella. Es autor de algunos libros como Contrarrevolución (1820-
1840) (1998) o Constitución o Muerte (1820-1823) (2000), ha coor-
dinado otros como Guerra de Ideas. Política y cultura durante la
Guerra de la Independencia (2012) (con Jordi Canal), Los Sitios en
la Guerra de la Independencia: la lucha en las ciudades (2013) (con
Gonzalo Butrón) o El desafío de la revolución (2017) (con Javier
Ramón), es autor de monográficos en revistas como Ayer (2014)
o Pasado y Memoria (2014) y editor de autores como Antonio Pi-
rala (2005), Faustino Casamayor (2008), Louis-François Lejeune
(2009 y 2015), Louis-Gabriel Suchet (2012) o von Rahden (2013).
Dirige la editorial Prensas de la Universidad de Zaragoza.

Mariano Schlez

Investigador Asistente del CONICET, en el Departamento de


Humanidades de la Universidad Nacional del Sur (desde 2016) y
del Programa de Incentivos del Ministerio de Ciencia y Educa-
ción de la Nación Argentina (desde 2011). Docente auxiliar del
Departamento de Historia, Facultad de Filosofía y Letras, Uni-
versidad de Buenos Aires (2005-2017).
Son últimas publicaciones son: “Un fatal golpe a todos los de
mi clase. El combate en torno a la permisión provisoria de comer-
cio con los extranjeros en el Río de la Plata (1809-1810)” en José
Antonio Piqueras y Johanna von Grafenstein (coord.), El pensa-
miento económico del reformismo criollo, (2018) y “Le commerce
atlantique de Buenos Aires à l’ère révolutionnaire (1778-1830).
Bilan historiographique et perspectives de recherche” en Daniel
Emilio Rojas (dir.): Amérique latine globale. Histoire connectée,
globale et internationale, (2017).

5 382
autores

José Antonio Serrano Ortega

Profesor Investigador de El Colegio de Michoacán. Ha editado y


publicado varios libros sobre la historia política, militar y fiscal de
México, y sobre las guerras de independencia en la América espa-
ñola. Sobre este último tema ha publicado como autor Jerarquía
territorial y transición política, Guanajuato, 1790-1836; Igualdad,
uniformidad, proporcionalidad. Contribuciones directas y reformas
fiscales en México, 1810-1846, y con Alfredo Ávila y Juan Ortiz,
Actores y escenarios de la Independencia. Guerra, independencia e
instituciones en México, 1808-1825, También ha editado los volú-
menes Las guerras de independencia en la América española, con
Marta Terán; Debates sobre las independencias iberoamericanas,
con Manuel Chust Calero; Ayuntamientos y liberalismo gaditano
en México con Juan Ortiz Escamilla y El sexenio absolutista, los
últimos años insurgentes. Nueva España, 1814-1820. Es Miembro de
Número de la Academia Mexicana de la Historia.

Michael Max Paul Zeuske

Profesor de Historia comparada/Historia de Iberoamérica en Lei-


pzig (1992-1993); desde 1993 hasta hoy en día: profesor de His-
toria Ibérica y Latinoamericana en la Universidad de Colonia
(Universität zu Köln); miembro (principal investigator) de los
centros Global South Studies Center (GSSC) y Bonn Center for
Dependency and Slavery Studies (BCDSS). Últimas publicacio-
nes: Handbuch Geschichte der Sklaverei. Eine Globalgeschichte von
den Anfängen bis heute [Manual de historia de la esclavitud. Una
historia global desde los comienzos hasta hoy], (2013). Amistad. A
Hidden Network of Slavers and Merchants. Translated by Rendall,
Steven, (2014). Sklavenhändler, Negreros und Atlantikkreolen. Eine
Weltgeschichte des Sklavenhandels im atlantischen Raum [Comer-
ciantes, negreros y criollos del Atlántico. Una historia mundial
de la trata atlántica], (2015). Sklaverei. Eine Menschheitsgeschichte.

383 5
autores

Von der Steinzeit bis heute [Esclavitud. Una historia de la huma-


nidad. Desde la edad de piedra hasta hoy], (2018).

5 384

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