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Prólogo
0 Mi camino
3 Para siempre
5 Señor desastre
6 No es obsesión
8 Me quiero bajar
10 Gris ceniza
11 El sobrino de Schrödinger
12 Destrudo
13 El mundo es ***
14 ¿Por qué?
17 Alma gemela
?¿ Un sueño indecente
19 Si no juegas no es perder
20 Rompe
21 Hogares
22 Osito amoroso
23 Assemble!
24 Una imagen
25 Nuestra burbuja
27 Like a virgin
28 As days go by
101 Hey!
31 Pardon moi
Epílogo
Prólogo
❤
—Acompáñalo hasta arriba, por favor. —Anthony se cambia de
oreja el teléfono—. Sí, cariño, ya sé que lo sabes... Pero yo te lo
recuerdo. —Se masajea la sien. ¿Cuánto ha bebido esta noche? Ese
coito va a tener que posponerse.
Nino recoge servilletas y papel de regalo, va agrupando la basura
mientras le observa. Todos se han ido ya. Annie achispada con la
abuela en un taxi, y Kyle ha llevado a Marc en su monovolumen
porque Anthony se lo ha pedido.
Conque sea lo que sea la abuela tampoco lo sabe, si no Marc habría
ido con ellas.
Espera a que su padre cuelgue para preguntar.
—¿Qué le pasa al tito? —inquiere.
—A tu tío le dispararon hace unas semanas —suelta sin más.
Anthony sigue recogiendo. La bolsa de basura ya rebosa. Mete una
lata y se cae una pelota de papel arrugado. No la coge, gruñe y
expone una mano muy preocupado.
—Parece que fue bastante grave y le dieron una baja, pero
tampoco volverá después al GEO porque ya no puede hacer esas
operaciones peligrosas llenas de tiros, y saltos, y explosiones, y... —
farfulla cabreado, con la policía por admitirle en ese puesto, con el
mundo entero por tener pistolas, y con Marc por no meterse a
panadero. Seguidamente suspira con un profundo alivio—. Volverá a
la comisaría donde empezó, donde debe estar. Que ayude a los chicos
que pierdan el monedero, que requise cigarrillos..., que se esté por
aquí quietecito.
—¿Se quedará aquí? —repite Nino en un susurro.
Avista el sofá, el hueco donde su tío ha estado sentado. Después de
haber hecho esa mueca de dolor no recuerda que se haya levantado
más que para irse.
Terminan de adecentar el salón y guardar la comida de sobra y
Kyle aún no ha vuelto. Nino le da las buenas noches a su padre y va a
lavarse los dientes. En el espejo se ve las cejas apretadas, pero no las
puede destensar; también se le ha quedado un nudo en el pecho que
no se quiere ir.
Si esa bala hubiese ido un poco más arriba, o si la herida fuese un
poco más grave, puede que esta Navidad hubieran sido uno menos.
2
¡Por el amor y la justicia!
❤
Abre la puerta. Cierra la puerta. Marc deja en el suelo la mochila con
el uniforme y pega un larguísimo jadeo de cansancio que le
comprime los pulmones.
—Hola...
—Joder —farfulla con la mano en el pecho. Por un segundo se ha
olvidado de que estos días no está solo. Le sigue con los ojos, y se
agacha cuando ve a Nino ponerse de puntillas para darle su beso en
la mejilla. Luego vuelve a marchar decidido a la cocina—. ¿Has
cenado?
—No, te estaba esperando... —responde con vergüenza, pero de
pronto le mira. Centellea con ilusión—. He hecho una cosa...
Marc se desabrocha el primer botón de la camisa, se quita el reloj y
se masajea el puente de la nariz con los ojos cerrados mientras. No
sabe qué quiere su sobrino, pero está muy cansado; solo quiere ir a
darse una ducha. Pelusa le saluda llenándole la pierna de pelitos
rubios.
—¿Qué cosa has...? Vaya.
No sabía que tenía un mantel, ni esas servilletas de tela, ni...
comida. Pero ahí está todo. Perfectamente colocado sobre la
minúscula encimera de la cocina, que no es ni una encimera, es un
murito cutre con el que algún lumbreras ha querido separar los
espacios para que la buhardilla se vea menos triste, sin éxito.
Nino porta un plato en cada mano, es carne con una salsa que no
sabe qué llevará pero cuando pasa por delante el aroma le acaricia las
papilas. No sabía que tenía tanta hambre hasta que se descubre
teniendo que tragar saliva.
—¿De dónde has sacado la comida? La nevera estaba vacía.
—De la tienda...
Si hubiese sido un tono menos apacible juraría que el dulce de su
sobrino acaba de vacilarle porque se jacta en una tenue risita.
—No tienes que hacer esto. Eres un invitado, no tienes que
encargarte de...
—¡Lo sé, lo sé! Lo he hecho porque quiero, me gusta cocinar y
tenía que hacerme la cena de todas formas... Solo he hecho el doble...
Marc sonríe persiguiéndole con los ojos. Es una nube de amor y
colorido, se está moviendo y le ve dibujar una estela de purpurina
con su pijama de ovejita con capucha incluida... Sube las cejas
cuando ve que hasta tiene un pompón ahí detrás.
En el sofá, Nino junta las rodillas para apoyarse el plato y Marc se
recuesta con las botas cruzadas sobre una pila de libros que
representa una mesita.
Al ver que Marc ojea la tele, Nino ahoga un jadeo dramático. Está
puesto Doraemon. ¡Tendría que haber cambiado de canal, se va a
pensar que es tonto...! Con mal disimulo le acerca el mando.
—No, pon lo que quieras —responde Marc al gesto.
—Me da igual, es tu casa...
—He visto cámaras por la comisaría, creo que eran de esta cadena.
Estaban haciendo un reportaje del índice de nosequé, que ha subido
o ha bajado. Hacían muchas preguntas y estaban todo el rato en
medio. Eran muy molestos —protesta.
Nino come despacio con la vista fija en la pantalla. ¿Marc va a salir
en la tele? Aunque sea en una cadena local lo van a ver un montón de
personas. Qué guay.
¿Saldrá hablando con profesionalidad explicando cosas
complicadas con un rótulo de su nombre abajo? Igual aparece
corriendo tras un ladrón, o atrapando a un sospechoso. Oh, ¿saldrá
con su uniforme de policía? Solo le ha visto así vestido en la foto de
graduación que le ha enseñado la abuela unas mil veces, y en otra del
periódico hace muchos años de un reportaje local...
«Y le queda superbien».
—Ahí estoy.
Nino curva las cejas.
—¿Dónde...?
—Detrás de Lenny. —Nino afina la vista. Deduce que Lenny es el
que está hablando, porque es el único policía que sale en el vídeo. Las
imágenes son de esta mañana, el cielo se ve azul.
Como parece que no le encuentra, Marc añade con fastidio:
—En el árbol.
Ahora sí. Sus labios rosados se separan. Marc está subido en una
escalera, en la esquina y muy al fondo, sale desenfocado.
—¿Estás...?
—Bajando a un gato de un árbol. —Come un trozo de lo que sea
esto que está rico; y gruñe—: Esos bichos son idiotas.
Pelusa lo mira como si le hubiese entendido pero luego baja la
cabeza porque Marc le acaricia entre las orejas.
El Marc del vídeo se acerca y se le ve mejor. Pasa al lado del tal
Lenny con el animal a cuestas, un arañazo en el moflete y una cara de
indiferencia tirando a asco monumental. Nino no quiere ofenderle,
por eso no se ríe. Lo está consiguiendo hasta que en una breve pausa
que hace el bueno de Lenny al hablar, desde detrás de la cámara se le
escucha claramente:
—No sé qué coño se creen que van a encontrar ahí arriba —
espeta. A Nino se le escapa una risueña carcajada. Queda rarísimo su
aspecto siniestro, tan alto y tan serio con una cría de gatito en su
brazo más ancho.
—¿Te hace gracia? No me hice policía para esto —bromea él.
Le cuenta de su día, que ha sido extremadamente aburrido, pero a
Nino parece interesarle una barbaridad saber a cuántos guiris le ha
dado direcciones o cuantos porros ha requisado hoy.
—Y tú, ¿qué has hecho en todo el día?
—P-pues... InstaFlash, Snoopchat, Whattza, Skype...
Marc asiente.
—He entendido una palabra de todo eso que has dicho.
—¿Whattza...? —pregunta con una sonrisa, pero Marc no tiene ni
idea de lo que es eso, le parece que su móvil no lo tiene.
—«P-pues...» —balbucea en respuesta, le está imitando; con una
vocecilla inocente que no le pega para nada. Las mejillas de Nino
entran en combustión.
Marc se jacta de su propia imitación y recoge los platos, pero
camino a la cocina Pelusa se cruza y lo esquiva por los pelos, pero se
le resbalan varias cosas que atrapa en el aire excepto una cucharita,
que pisa con la bota para que deje de rodar y tintinear.
Se rasca el ojo mirando fastidiado el hilo de yogur que ahora tiene
que limpiar. Qué rápido ha sido el karma.
A Nino se le escapa la risa por la nariz.
—Policía en cubierto... —murmura con voz boba. Enseguida se da
cuenta de que lo ha dicho en voz alta y en toda la minúscula
buhardilla se ha escuchado perfectamente; y Marc también se ríe,
con la boca cerrada, sutil. No porque le haya hecho gracia, porque le
han entrado cinco tipos distintos de dolor de cabeza al oírlo; es que
no se lo esperaba de Nino. Le gustaría saber qué pasa por esa
cabecita suya en los silencios que dedica al suelo y esos balbuceos.
Un rato después, con una camiseta y unos boxers de tela puestos
sobre otros boxers normales a modo de pantalón corto, su tío abre la
caja de cartón. Se pregunta qué se pondrá Marc usualmente si no
tiene un pijama. O puede que se haya puesto eso porque está Nino
delante, pero que normalmente no se ponga nada. Si llega cansado
de trabajar lo más normal sería que llegase, se quitase la ropa de la
calle, y punto, porque claro...
—Princesito, el dormitorio es tuyo —bromea servicial, señalando
la cama con la nariz mientras saca toda la parafernalia de la caja. El
colchón, el inflador, las... ¿instrucciones? ¿Hay que hacer algo más
que meter aire?
—Esta cama es grande, no tienes por qué dormir mal ahí...
Marc va inflando el colchón con el pie y sus ilusiones rebotan en él
y vuelan lejos.
—No quiero que estés incómodo.
—No estaría incómodo... Para eso son las camas dobles, para
dormir dos... —Se levanta para ayudarle a extender las sábanas, pero
sigue suplicando para sus adentros que acepte—. Trabajas mañana,
y esta cama grande es mejor que ese colchón...
Nada, no le sirve.
—Ni Pelusa ni yo te vamos a comer... —musita para sí,
enfurruñado. Marc le escucha y sonríe, pero nada más.
Con pena en el alma se enfunda en la cama. Era bastante
improbable, pero aun así tenía una habichuela de esperanza. Marc
apaga la luz y se dan las buenas noches. Y eso es todo.
Menuda tristeza. Para los tres días que va a estar aquí no quiere
pasarse un tercio durmiendo y otro sin verle.
Como la ventana va hasta el suelo, aplanado contra el colchón ve la
calle. El cielo está azul marino y la medialuna blanca. Ve los
cochecitos de juguete recorrer el asfalto.
Pelusa suelta pelos blancos y todo lo que tiene Marc es negro, pero
no le ha dicho que le moleste. Es muy bueno con él, le consiente todo
a su sobrino. ¿Qué podría hacer para que deje de verle como tal?
Ambos levantan la cabeza al escuchar el disimulado silbido.
—¿Qué es eso...? —musita Nino. Es algo así como aire
comprimido saliendo lenta y sinuosamente de alguna parte.
Ahoga una sorpresa hacia dentro, se lleva todo el oxígeno
circundante cuando ve la bola rubia contonearse con el rabo
levantado hacia aquí. En la parte baja del colchón hinchable recién
comprado hay ahora dos pares de cuatro marcas tan pequeñas que se
disimularán cuando haya terminado de vaciarse.
—¡Pelusa...! —le regaña en voz baja cuando el gato se sube al lado
suya. Hasta se da la vuelta para que se le propinen sus
correspondientes mimos en la panza.
Marc enciende la luz y comprueba los daños. Nino le sigue con la
mirada, lo ve de espaldas rebuscar en un armario de la cocina. Se
agobia imaginándose lo mucho que le va a regañar o lo decepcionado
que va a estar con él, pero cuando le ve la cara se le esfuma la idea:
Marc está riéndose de verle tan agobiado.
Es verdad. Nunca se ha enfadado con él.
—No te preocupes, le pongo cinta aislante. —Levanta el círculo
para que lo vea antes de agacharse.
—Habrá querido subirse contigo, y ha puesto las patitas... Lo
siento mucho, Pelusa es muy bueno...
—No pasa nada, sigue durmiendo —le excusa cortésmente. Pero
no es verdad, sí que pasa. Después de cortar cinco tiras en horizontal
y cuatro en vertical, deja de respirar para seguir escuchando el
mismo silbido silencioso, imperturbable; la cama ya ha perdido un
tercio. Alguno de los agujeros entre los pliegues para enganchar las
sábanas son complicados de alcanzar.
—Aquí hay sitio... —le recuerda tímidamente. Marc le mira.
Parece que por primera vez lo está considerando...
Y, no. Sigue esmerándose en salvar el colchón viscoelástico Plus
Premium de doscientos euros que acaba de comprar.
Pasa un rato largo, los ojos azules cada vez más afinados desafían
el dichoso plástico mientras lo maldice para sus adentros.
Hasta que resopla. El flequillo le sobrevuela la frente.
—¿No sería raro?
—¿Raro? —Se ríe nervioso—. ¿Raro por qué...?
—Porque eres mi sobrino.
—Por eso... —Ya que es un fastidio que sirva para algo.
—Pues. —Hincha el pecho, lo vacía como si tan solo esa acción le
pinchase el cuerpo—. Sí —cede. Lo repite ligeramente más
convencido. Incluso da la sensación de disculparse por insinuar algo
extraño; es Nino, por favor—. Mañana veré cómo arreglar esto.
El collar de Pelusa tintinea cuando le deja sitio y el colchón se
hunde al recibir su peso. Marc agarra la sábana, se recuesta de lado y
cierra los ojos. No tiene más. Nino apaga la luz sin creérselo.
Le está dando la espalda, pero está ahí. Tan cerca que si estira la
mano podría tocarle, tan cerca que puede ver perfectamente las
suaves líneas que forjan los músculos marcados de su brazo
izquierdo y su espalda ancha metida en la camiseta del pijama. La luz
azul que se cuela por la ventana le enmarca como un perfecto cuadro
monocromo.
—Buenas noches —le desea su voz masculina.
—Buenescanses —responde Nino. Se corrige con apuro—. Q-que
descanses, y buenas noches..., eso...
5
Señor desastre
Cuando abre las pestañas está solo con Pelusa en la gigantesca cama.
Marc está agachado a un lado, metiéndose los pantalones con la
camisa echada al hombro. Se está riendo de su pelo rosa despeinado
y las marcas de las telas en sus mejillas rojas.
—¿Por qué te despiertas tan pronto? —le sonríe su tío.
Le contestaría si no estuviese usando toda su concentración en no
mirarle ese bulto que estira exageradamente hacia abajo en mitad de
sus boxers. Desaparece cuando se sube el pantalón y se lo abrocha,
pero ya le ha dejado aturdido. Aún con el vaquero oscuro puesto se
nota que hay una hinchazón que carga hacia la derecha... Y no parece
que esté duro siquiera, es decir...
¿Cómo demonios será cuando...?
—¿Princesito? —reitera porque no le contesta. Hace que le
recorra un escalofrío, porque Marc no lo pronuncia siquiera como un
apelativo cariñoso, sino como un verdadero caballero pidiendo un
momento de atención de su soberano.
—Ah... Siempre me levanto por esta hora...
Marc se yergue, tiene el pelo mojado y se masajea el lumbago con
el puño cerrado. Cuando se quita la camisa del hombro Nino coge
aire y no es por sus abdominales ni por su parche blanco que cubre el
disparo: un tatuaje recorre el espacio entre sus omóplatos, es
pequeño, una sola letra en cursiva con trazos largos, con dos
diminutas alas y un halo: «B». La tinta y sus músculos marcados se
esconden cuando se coloca bien el cuello y se abrocha.
—Creía que los policías no pueden llevar tatuajes...
—No en zonas visibles. —Abre la nevera. Quería probar suerte
pero Nino debió comprar ayer lo justo para la cena, porque podría
haber salido una mosca de dentro pero no hay ni eso.
Ah, sí. Hay un medio limón en la puerta. ¿De cuándo es esto?
Como suele almorzar o cenar rápido en algunos de los bares de la
zona no acostumbra a hacer la compra. Su sobrino le señala una
cesta sobre la encimera, parece ser que ayer compró algunas
naranjas para el desayuno, solo hay que exprimirlas. Le saca el
aparato de una balda y Marc lo toma preguntándose si esto suyo o lo
ha traído Nino. Está nuevo.
—¿Trabajas los sábados...? —pregunta Nino preocupado, pero es
retórico, está viendo su mochila ya preparada junto a la puerta.
Entonces se le acerca muy dispuesto, y Marc lo ve llegar y se
agacha para que de puntillas le deje su beso de saludo en la mejilla.
«¿Para las mañanas también se aplica?», si no se han despedido, solo
estaban durmiendo. Marc sonríe exprimiendo naranjas.
—Papá también tiene un tatuaje parecido... —Se toca el pecho
sobre el pijama—. Por aquí, por el pectoral... Pone «Anthony», es así
curvado, hacia arriba —recrea una curva con nerviosismo.
—Vaya.
—F-fue un regalo por su cumple el año pasado, y él se emocionó
tanto cuando lo vio que se puso a llorar...
—Típico de Kyle y típico de Anthony. —Hace dos zumos, se bebe
el suyo de un único trago y va a ponerse los zapatos.
Nino se levanta de un brinco, pisa las zapatillas sin metérselas por
el talón y le saca brillo a la madera arrastrando los pies por el
dormitorio, o el salón, o la cocina. Es que todo es un mismo espacio
comprimido en uno, no sabe cómo llamarlo.
—Es... Es romántico, ¿no? Significa que le quiere tanto que quiere
llevarlo por siempre a todas partes... —Intenta que Marc le hable del
suyo, pero lo está haciendo fatal—. Es... es eso, ¿no?
—Sí, es un detalle. —Se ata las botas y se levanta—. Me voy a
trabajar, tienes dinero para almorzar encima de la nevera. Vengo
para cenar.
—E-entonces yo voy a salir esta tarde..., pero antes de las nueve
vengo... ¿Quieres ver una película esta noche...?
Marc sonríe viéndole balbucear.
—Claro, escoge la que quieras.
—¡Espera! —Marc se frena con la mochila en la mano y el pomo
en la otra. Nino desaparece un instante bajo la encimera, surge con
una bolsa de papel—. Te he hecho magdalenas... Se ven algo sosas
porque no me llegaba el dinero para comprar colorantes, ni virutas,
ni envoltorios un poco más bonitos...
Marc toma la bolsa despacio. Sus cejas negras dibujan dos
interrogantes preguntándose cuándo las ha hecho, cómo las ha
hecho.
Nino lo ve en su expresión, le contesta antes:
—Las hice ayer mientras se hacía la salsa, se tarda muy poco. Las
dejé metidas en el horno...
—¿Horno? —pasa por su lado. Se agacha escudriñando cada
puerta de la cocina—. ¿Tengo horno?
❤
—¡Qué bonitooo! —chilla Lara—. ¡Preparándole magdalenitas
como si estuvierais casados! Pero ten cuidado eh, que si cocinas
siempre tú se acostumbrará y cuando viváis juntos no hará nada.
¿Casados? ¿Vivir juntos? ¿¡Qué dice!?
—Solo vi que no había nada y preparé algo... —desmiente,
cogiendo de la estantería del súper una lata de comida para Pelusa
calidad Supreme, como premio por pinchar el colchón.
Lara sale de la tienda comiéndose unos panchitos, ondeando con
brío su melena; se baja el short que se le sube todo el rato.
—Tu gato tiene algo raro —Crunch, crunch.
Nino sonríe guardándose la bolsa del súper en la mochila. Lara
siempre dice eso, le acaba de contar lo que pasó anoche y ha vuelto a
la carga con su teoría. Está obsesionada con que Pelusa es una
reencarnación de alguien que le quería mucho, el espíritu de una
monja que ahora le protege, o algo por el estilo; cada día se le ocurre
un ente nuevo.
—Creo que puede ver el futuro —comenta con aire indiferente—.
Al principio creía que tenía dentro un fantasma, porque siento una
presencia cuando voy a tu casa, sabes; pero ya lo entiendo, no es que
haya nada de más, es que él tiene poderes. Y como es tan poderoso
emite vibraciones y yo las percibo.
—Pues menos mal que es bueno, si fuese un maloso mis padres no
me dejarían tenerlo —bromea comiéndose un panchito.
Lara saca la lengua en un graznido de cansancio, se cambia de
mano la bolsa con libros de esoterismo.
—Tenía que haberlos comprado después —se queja. Nino se
ofrece a sujetarle uno, se lo pega al pecho con los dos brazos. Es
verdad que pesa un quintal, y ha comprado tres porque estaban
rebajados en la librería. Cada finde se compra mínimo uno. «Es
cultura» suele decir, le salen floripondios de la lengua.
El local donde paran a merendar es pequeño, humilde y de barrio.
No es muy conocido, pero aquí tienen los helados de fruta más ricos
del mundo. Lo sabe porque solía venir de pequeño, está a medio
camino entre el orfanato y la comisaría de Marc.
—Nino, ¿quieres compartir un maxibatido de triple chocolate con
donut? Es que yo estoy a dieta.
—¿Qué van a pedir?
—Han desaparecido otros dos, de doce y catorce.
Lara, encaramada a la barra, fulmina con una sonrisa al chico
joven que les atiende. El murmullo colectivo, el ruido de las
cucharillas, la cafetera; se solapan en un batiburrillo del que no sacas
nada en claro si no prestas atención. Por eso Nino no se habría
percatado si no lo reconociera: ha escuchado la voz de Marc.
Efectivamente lo ve. En pie frente a un taburete y detrás un diván
entretejido de chapón que trata sin éxito aplacar el ruido. No está
solo, sentada frente a él hay una chica. La melena rubia le cae en
cascada y se le curva en un flequillo ondulado. Viste unas exageradas
las lentes de sol mientras bebe de una pajita con muchos rizos
innecesarios. Está muy cerca de Marc. O más bien es Marc quien está
muy cerca de ella.
Pensaba que era una niña hasta que escucha su voz de adulta.
—... puesto de cocineros...
—Nino —Lara le busca con la mano sin mirarle, tiene los ojos
clavados en el muchacho—, ¿tú que quieres?
—Yo un... —Mira atrás de hito en hito—. Lo mismo que tú.
—...relajarte...
—...cada día que pasa... más...
No es consciente de que se está alejando. Marc lleva puesto el
uniforme, y todavía está en horario de servicio. Su gesto
deliberadamente inexpresivo y sus hombros abiertos con esas gafas
de sol oscuras inspiran un respeto que sin la placa y a las doce de la
noche en un callejón se transformaría en terror absoluto.
—No sé —resopla ella, y le da un largo sorbo al batido, desciende
un trecho—. Ah, pásate luego, Dab quiere verte.
Marc sacude la cabeza, cansado, o afligido.
—¿Has terminado ya? —la apremia mirándole la copa vacía, se
masajea la sien—. Tengo que volver al trabajo. Y preferiría que no te
pasearas por aquí, puede ser peligroso. Ya voy yo a tu piso, pásame la
dirección del nuevo por mensaje.
—¡Qué frío eres! ¡Con lo que te había echado yo de menos...! —
dramatiza de mentira. Marc hace una mueca disgustada con el labio.
Seguramente Bé estaría aburrida y sin nada mejor que hacer.
Ella se levanta de un salto. No susurra cuando suelta una risa
aterciopelada e irregular, sin mirarle y caminando hacia la salida:
—¡Me han dicho que has cambiado de puesto, que ahora te
dedicas a bajar gatitos de los árboles!
Marc gruñe, y ella se ríe todavía más exagerada con lo que sea que
él farfulla, Nino no lo oye bien... afina los ojos en la mujer, intenta
leerle los labios.
—Pues cuando acabe todo esto yo me iré a México. Así que cuando
vengas pregunta por... Plátano amarillo —decide ahora mismo
abriendo la puerta del bar. Está llevándose el vaso de cristal, eh, lo
está robando.
—Sí, porque como te acortes más el nombre va a acabar siendo un
suspiro, Bé.
Se cierra la puerta, y Nino ya no escucha nada más. Solo los ve: en
la salida van a separarse sin más, sin tocarse, pero él le recoge tres
dedos en el último momento que la frenan. Mira a los lados de la
callejuela vacía y parece decir algo que a ella la incomoda porque
rueda los ojos y asiente, y mueve deprisa los labios. «Te veo luego»
cree que ha podido leer. O «Te amo mucho». O «Soy perfecta y
preciosa no como tu sobrino que está ahí dentro y solo es un niño
chico». Cada uno se marcha en una dirección.
Nino no entiende nada de nada, pero su cara se ha quedado pálida
y tiene que menearla para que no vengan a darle sepultura. La ha
llamado Bé, que se escribe literalmente “B”, de «Yo soy la que está
entre sus omoplatos en su espalda ancha», eso sí que lo ha oído. Lo
ha oído claramente. Lo sigue oyendo ahora mismo.
—Toma guapi. —Lara se acomoda en una mesa, luego se echa
encima con el moflete pegado mirando lejos—. ¿Qué te parece el
chico de la barra? Me ha dado su número, se llama Steve.
—Parece simpático —responde robótico. Ya no ve a esos dos pero
no le hace falta, los está dibujando en la cabeza y más pegados que
charlando como estaban ahí fuera.
—Tiene dos años más que nosotros —levanta las cejas con
superioridad con el dato, ondeando su melena con la mano, tensando
la espalda y sacando pecho—. ¿Está mirando? —cuchichea.
—No... ahora sí.
—¿A qué es superguapo? —se ríe tontamente en voz baja.
Nino se siente muy mal.
Se suponía que este bar, pequeño y acogedor, era su sitio. Aquí le
traía Marc siempre cuando le sacaba del orfanato para dar una vuelta
porque está cerca. Se sentaban en los taburetes y cada día pedían un
helado nuevo. Han probado cada nombre de la carta y muchas veces
el de turrón con caramelo. Hoy esa chica estaba donde se sentaba el
Nino de los cuatro a los siete años, antes de ser adoptado, e
intermitentemente y muy de vez en cuando hasta los diez; luego ya
nada. Hoy estaba ella.
No es como si... No es como si el asiento o este local fuesen de su
propiedad, claro, es solo que... No lo sabe. Simplemente sabe que,
ahora mismo, se siente horriblemente mal.
Lara está hablando de algo, muy rápido y con mucha ilusión, de
vez en cuando echa un vistazo coqueto al chico, que está ocupado
trabajando. Luego saca su móvil, le enseña varias capturas de un
maillot con incrustaciones que está pensando en comprarse para las
clases de baile.
—He visto un pantalón superparecido al que lleva Lisa en el
videoclip de Whistle, pero vale veinte eurazos, sigue siendo
megacaro. Mi madre me da cinco euros a la semana, es un mes
entero de paga —trastabilla las pestañas al poner los ojos en blanco.
—Oye Lara..., no me encuentro bien.
—¿Qué te pasa? —curva las cejas, es verdad que tiene mala cara
—. ¿Te duele la cabeza? ¿La barriga?
—Sí, no sé, un poco todo... Me quiero echar un rato.
Lara se levanta con él preocupada, le cuela un brazo bajo el suyo y
andan pegados. Nino se ve obligado a añadir algo.
—Además, es que Marc mencionó que hoy podíamos ver una
película —Lenta e inexorable, su cara entera se tiñe—, por eso
también quiero tener tiempo de prepararle algo rico de cenar.
Lara se ríe entendiéndolo ahora mejor.
—¿Cuándo vas a lanzarte? Eres un lento, al final te lo van a robar...
—le chincha recostándose en sus hombros mientras andan. No ve la
expresión de dolor de Nino porque él la maneja para dibujar una
sonrisa delgada justo a tiempo—. Es broma, tienes mogollón de
tiempo. Todavía es sábado, tienes el domingo así que no te preocupes
amor —trata de animarle, a su manera.
Se despiden en la parada con un abrazo apretado y dos sonrisas,
una más visible que la otra. Lara dice que vuelve dentro con «ese
chico mono», y Nino saca los auriculares y se sienta sin expresión ni
sentimiento en el asiento individual del bus.
Hincha los pulmones lentamente. La verdad es que llegar a casa,
de Marc, solo, se ve una idea aún peor que quedarse con su amiga...
Pero no tenía ganas de quedarse ahí disimulando que no se ha puesto
triste ni de hablar de ello. Además, es cierto que quiere prepararle de
cenar y para eso tiene que ir al súper...
La música le dura poco, la canción se corta a la mitad.
Tiene una llamada entrante.
—Hola Nino, soy tu tío. Lo siento mucho. —Empezamos mal.
Nino se teme la caída del Imperio Romano. Y efectivamente eso es lo
que pasó—. Me ha surgido un asunto y llegaré tarde hoy, ¿te importa
si dejamos lo de la película para mañana domingo?
—No, claro...
—Y cena tú, no sé a qué hora voy a llegar. Puedes escoger dos
películas para mañana y pedimos comida italiana, ¿te parece?
—Vale... Te quiero... —Escucha a Marc reír por la nariz.
—Y yo a ti, no te acuestes tarde.
Marc cuelga.
Nino mira fijamente el cartel frente a su asiento.
Sale un perro, con una mujer y un niño, y el perro lleva una correa
roja y larga; hay letras alrededor. No se fija en los detalles,
simplemente está ahí, en la trayectoria de su ojo muy abierto... El
año tiene trescientos sesenta y cinco días. Eso son cincuenta y dos
fines de semana.
A amante por semana, multiplicado por el número de años desde
que habrá empezado Marc a tener sexo, que va a estipular fueron los
diecisiete, o los dieciséis... Desengancha el llavero de oveja de la
mochila y lo convierte en un fidget spinner mientras piensa... Bien.
Pues haciendo cálculos con la precisión milimétrica de la NASA le
sale que Marc ha tenido sexo como mínimo, con ochocientas treinta
y dos personas hasta el día de hoy. Teniendo en cuenta claro que solo
se acuesta con una persona a la vez, y tampoco está contando los
años bisiestos.
Le crece un ardor por la garganta y le duele la barriga.
«Es normal, es un adulto, es su vida». Puede que hubiese ido a
tener sexo con esa chica al piso si no estuviese su sobrino molestando
por allí este fin de semana, puede que sea su novia.
¿Y qué? Evidentemente a Marc no debería serle problema
conseguir pretendientes si es lo que quiere, es muy guapo, y esa chica
era perfecta y su pelo largo parecía de anuncio de champú; por
supuesto harían buena pareja. E incluso si esa mujer no es su novia,
obviamente sí que habrá tenido sexo con otras personas. Todo el
rato, además, porque es guapo y está soltero. Una persona por fin de
semana como mínimo... No.
¡No, mentira! ¿Pero qué diantres está pensando?
Marc no es de esos. No es de los que salen y buscan ligues de una
noche, no es de los que tienen sexo porque sí con cualquiera; él es
reservado, y tranquilo. Sencillo y cariñoso; nunca lo ha oído debatir
el tema por más que Anthony insista en emparejarle antes de la
cuarentena. Los findes los pasará descansando de tirarse trabajando
en comisaria toda la semana, o leerá un libro del aluvión que
acumula en casa.
Pero... No puede obviar que también es un hombre. Es un humano,
un ser vivo que habita el mundo y se mueve. Que necesita comida, y
oxígeno para respirar, y... tendrá que hacer sus... erh... en algún
momento tendrá que aliviarse, vamos, supone Nino. Entonces, si no
sale con nadie ni frecuenta otras camas, ¿lo hace él solo? ¿O no lo
hace nunca? Es decir no es como si fuese algo obligatorio, pero en
algún momento lo habrá hecho, en algún momento tiene que
hacerlo. ¿No?
Es incapaz de imaginárselo. Quiere, pero se le colorean las mejillas
y se revuelve sonrojado en el asiento ante la idea de encontrarse con
él después y mirarle a la cara...
Lo intenta de todas formas: puede que por las noches, las que su
sobrino no está, llegue tan cansado a su buhardilla que se limite a
colgar su bomber, desabrocharse la camisa, y descender lo suficiente
el pantalón. O puede que lo haga antes de irse a trabajar, por las
mañanas justo antes de pasar por la ducha para así eliminar las
pruebas, porque él es ordenado, y pulcro.
Seguro que si jadea mientras se ocupa de sí mismo gruñe y aprieta
los dientes varonil, con el pecho y el vello al descubierto, con sus
abdominales moldeados de ser policía. Marc es tan masculino pero al
mismo tiempo tan educado y servicial... Sus manos son muy grandes,
como todo su cuerpo, así que ahí abajo también debe serlo, además,
según lo que ha podido intuir está mañana...
¡Ah! ¿Pero en qué diablos está pensando ahora?
Vuelve al presente y escoge otra canción más movida que se le lleve
los pensamientos.
Si Marc supiera lo que piensa de él sus cejas negras se levantarían
y sus ojos azules saldrían a relucir por completo. Luego,
probablemente, los bajaría con un simple «Oh», porque ese es el
máximo drama que le ha visto evidenciar, pero por fin dejaría de
verle como un amish o un muñeco rematado entre las piernas.
Precisamente eso es lo que debería hacer. Meterse en su visión con
unas cejas fruncidas y exhibir su cuerpo de casi hombre, no de niño;
y su mente y carácter de persona, no de sobrino.
¿Pero cómo?
Atisba el encuadre de la calle, el cristal sucio del autobús. Acaba
sacando aire por la nariz al sonreír. Es un catastrofista, Lara se lo
dice mucho y tiene razón, pero esa mujer de hace un momento no
tiene por qué ser su novia. Se mordisquea el labio por el medio en
una pretensión de convencerse a sí mismo.
Será una amiga.
❤
La noche es gélida y la luna está eclipsada, la contaminación
lumínica se ha extendido ya hasta los alrededores de la ciudad. Marc
comprueba el reloj de su muñeca y se cerciora definitivamente de
que hoy no podrá tener lugar esa sesión de cine con Nino, porque
este sitio está en el quinto pino y todavía tardará en volver al coche.
Se masajea el entrecejo cansado del trabajo en comisaría. No es que
no le encante pasar tiempo con su sobrino, que es una bola de
algodón suave, es que Anthony y Kyle no han escogido el mejor
momento para meterle en casa.
Espera que esté cenando sin él. No sabe cuánto va a retrasarse.
Pega dos veces, la puerta llena de rayajos con el marco picoteado se
abre enseguida.
—¡Dios mío, no me mates...! —exagera la rubia. Lo único que lleva
puesto son unas braguitas muy finas de encaje y una bata abierta tan
transparente que debe abrigar menos que un film de cocina, mal
sujeta por dos pezones en punta.
—¿No había pisos más lejos, o si te pasabas ya era otra provincia?
—sonríe de medio lado, entra quitándose la bomber.
Bé se va al sofá, sus piernas se recogen de lado y se recuesta en un
nido de cojines. En la televisión echan Hora de Aventuras, y ella lo ve
con indiferencia dándole tragos a la cerveza.
Marc la sigue echando un vistazo al piso de esta semana. Es una
pena que alguien haya puesto tanto esfuerzo en darle un aire
moderno y acogedor al pequeño espacio, porque los exteriores
desconchados y carcomidos del edificio presagian lo que debería
estar señalizado como un evidente peligro de derrumbamiento.
—¿Has comprado eso? —le pregunta ella, sin mirar.
Él saca una caja de condones de su bolsillo. La extiende desde el
respaldo sofá, pero Bé la ojea sin llegar a cogerla.
—Guay, ¡gracias! —aspea la mano para que la deje por ahí.
—De nada, pero a la próxima ve tú —gruñe.
—¡Si te pillaba de camino!
Cuando dejó las drogas, Bernadett se volvió más estable y
descubrió cosas nuevas, como las plataformas de streaming, que los
supermercados te traen la compra a casa, y que solo necesita poner
ojitos para mangonear —con cariño— a Marc. Ahora su hábitat
natural es el sofá rodeada de cervezas. También aprendió a aparcar
sin tumbar las farolas.
—Caerme por el fin del mundo me pillaba de camino, esto está a
tomar por culo —farfulla tirándola a la mesa, y se sienta al lado de
ella—. ¿Dab está de camarero o tiene otro concierto?
Ella asiente en dos veces. La cerveza la deja en el suelo rozando
con otras tres, y se estiraza sobre Marc como un felino. Su poco
pecho se difumina en los laterales y desaparece, tumbada le mira
mientras le delinea la mandíbula rasposa.
—Estará tocando ahora porque no me coge el teléfono. Oye, el otro
día se quejaba de que le dejó tirado la moto. Para su próximo
cumpleaños le puedes regalar una en vez de tantos vales para clases
de arte... No las necesita, ¡ya va por ahí soltando frases raras!
Marc le aparta un pedazo de la bata, le recorre el abdomen con la
palma en una caricia suave. La línea horizontal de una cicatriz que ya
no tiene relieve compite con la aspereza de otra reciente que la
atraviesa en trasversal, irregular, más fina, de arañazos de cuchillo u
otro objeto punzante... Lo raro es que tenga sólo dos o tres con la de
encargos que le dan y lo acelerada que va por la vida.
Berna cierra los ojos concentrándose en el tacto de la caricia que le
escala por la barriga. La piel de Bé es nívea, casi tanto como la suya, y
su vello rubio sobresale con disimulo por la fina tira de la ropa
interior.
—Podrías comprársela tú —dice Marc—. Tú ganas más que yo.
—«Ti ginis mis qui yi» —le devuelve sin esfuerzo, y se da la vuelta
pegando el moflete al reposabrazos. Sus pechos se aprietan el uno
contra el otro y aumentan su escaso volumen.
Marc apoya la cabeza en el respaldo. El suelo debe ser térmico y la
calefacción estar puesta a tope, porque en la calle se le han congelado
los dedos pero ahora está pasando calor.
—¡Matemático...!
Los dibujos exclaman de fondo y el sofá es cómodo. Entre eso, lo
cansado que está de fijar la vista en la pantalla de la comisaría y las
horas que son, le sería fácil quedarse dormido.
Con Berna todo es siempre fácil. Su forma de ver la vida también
es tétrica y simple como la suya. Si quieres algo lo coges antes de
morirte, porque cualquier día adiós sin hasta luego y los dos tienen la
sensación de que ese día ya llega con retraso.
Con Bé, tampoco tiene que mentir, ya que es la única que sabe que
ha matado fuera del GEO y bromea con ello; por ejemplo fingiendo
que se asusta al verle cuando ella es la sicaria. Las bromitas suelen
variar entre eso y un exagerado «¡Mierda, un poli!» que habrá
escuchado doscientas veces sólo en el último año.
Berna es para él una hermana mayor. Ella siempre ha sido el algo
que lo ha mantenido a salvo de zambullirse en la nada... Su relación
es tan cómoda que se olvida de que una vez tuvieron sexo. Más
parecido a un trámite que a una experiencia de amor o romance, con
pocos besos y cero corridas, pero perdió la virginidad con ella en una
litera del orfanato.
Pocos hombres hay en el mundo nocturno que Berna no se haya
beneficiado.
Le aparta un mechón rubio y uno de sus ojos azules de largas
pestañas lo atisba antes de volver a los dibujos.
—¿Si pido un bazooka me lo cuelas por la aduana?
—¿Para qué lo vas a usar? —pregunta Marc sin sorpresa. Ya está
acostumbrado.
—No sé, ya veré cuando lo tenga. Es que he encontrado un
vendedor en la Deepweb, pero en los comentarios dicen que a
muchos los han parado en las aduanas —Rueda los ojos fastidiada
con eso—. Tú eres poli, ¿si lo pido me lo puedes colar?
«¿A muchos? ¿No a todos?».
Bé sigue hablando y delirando, pero él se queda imaginando para
qué demonios quiere nadie un bazooka en su casa.
—Ah, que lo del vídeo ya está —dice cortándose a sí misma, tira
una risita larga que le mueve los hombros—. Casi se me pasa.
Y sólo se habrá acordado de decírselo porque en el capítulo que
están echando acaban de meter un VHS en una tele.
—Joder, Berna, eso dímelo esta mañana.
—He recortado un frame donde no se te ve la cara y eso son los
cuatro minutos, porque si lo borro se darían cuenta de que falta el
archivo. No van a juzgarte, podría ser cualquiera.
—¿De todas partes?
—Sí, del fichero y de la memoria externa donde meten la copia de
seguridad. De la cuenta en la nube de Bill y de Jota ya lo había
cambiado hace tiempo, eso fue megafácil y no lo revisan nunca.
—Gracias —agradece medio molesto. Le podía avisar según hace
las cosas, lleva agobiado con esto media vida y se lo dice como quien
avisa de que ha comprado pan. Se mira el reloj y frunce el ceño; pues
ahora falta que llegue Dab a ver para qué quiere verle—. No quiero
estar mucho tiempo aquí, Nino está en mi casa este fin de semana.
—¿Cómo le va a tu sobrino? —pregunta para darle el gusto. Marc
siempre acaba sacando el tema por activa o pasiva, siempre tiene
algo que contar de ese crío.
—Bien. Ha crecido —escueta. Bé asiente, pero sabe que hay más.
Su voz ronca y pausada no tarda—: Se ha puesto el pelo rosa y está
mayor, pero sigue costándole hablar. Lo hace siempre en voz baja.
No sé si es tímido o tiene algún problema, pero le hicieron pruebas
antes de entrar en el orfanato y no le vieron nada.
—Mm.
—Le he dicho que no hace falta que me espere ni me prepare nada
de cenar porque no sé cuándo voy a volver, pero creo que lo va a
hacer de todas formas. Ayer para la cena cocinó algo que estaba
bueno, no sé lo que era... Tofu, creo que dijo.
—¿Tofu?
—Es vegano ahora. Así que no será carne, ni queso, ni nada con
nata o leche. —Se rasca una ceja con discreción mientras piensa—.
Ni huevos tampoco si no son de “gallinas felices”, que no sé a qué se
refiere mi hermano pero dice que valen tres veces más que unos
normales.
No lo ven desde el sofá, lo oyen: una mochila que se deja en el
suelo y las cuerdas de una guitarra que rebotan, seguidas de un
larguísimo resoplido de cansancio. Dab entra al salón abriendo y
cerrando el puño. Que Bé le haya dado llaves es nuevo.
—Ey, Marc. —Le palmea la espalda. Lanza el casco de la moto que
acierta en el puf de la esquina y se estiraza en alto, suena adolorido y
gastado. Tiene las fuerzas para arrodillarse y al revés, asomado en el
reposabrazos, le deja a Bé un beso en la boca.
—Berna ha arreglado el vídeo —le informa Marc. Está bien, pero
la verdad, lleva años escuchando largas sobre la operación, llevan
años postergándolo—. No me creo que por fin vayamos a hacerlo.
¿El mes que viene?, no me lo creo. Seguro que a Gamell se le ocurre
algo para retrasarlo. Gamell es imbécil —esputa.
—Mmm —gruñe Bé. Gamell, el comisario que colabora con ellos,
es un remilgado asqueroso que la trata mal solo por “haber matado a
algunas personas”, pero en esto le daría la razón. Antes de cualquier
operación, a las que por cierto Marc está acostumbrado, está la
planificación y eso lleva tiempo. Tiene que saberlo de sobra. No
obstante con esta concreta Marc parece querer entrar pegando tiros y
luego ir a tomar unos kebabs o algo así.
—¿Para qué querías verme, Dab?
El pelirrojo se incorpora pero se queda de rodillas. Le mira,
pensando, a punto de hablar quizás, pero no empieza.
—He hablado con Ayo esta noche —libera acelerado. Marc arruga
el entrecejo enseguida, y su voz se torna autoritaria, tosca.
—¿De qué?
—De nada, de tonterías de allí. Estaba en El Podio.
Bé ha cerrado los ojos, Dab ha levantado la cabeza. Marc solo le
mira fijamente, esperando, porque sabe que sigue.
No tarda.
—Creo que se lo voy a decir —apura Dab.
—No.
—Ahora no, digo cuando vaya a ser la operación.
—No.
—Un par de horas antes, solo. Para que tenga tiempo.
—No —reitera, el mismo tono seco todas las veces. Dab se va
poniendo nervioso—. ¿Esto era de lo que querías hablar? —Mira a
Bé pidiendo reclamaciones pero ella se encoge de hombros. No
puede creer que haya venido hasta aquí por esto.
—Si te lo digo por teléfono me hubieses colgado. Ayo es como
nosotros, no merece que lo arresten.
—Claro que te habría colgado.
—¡Él no se va a chivar, no es un chivato!
Marc sacude la cabeza, sus brazos cruzados sobre el pecho y su
mirada fría hablan por él. También es que han hablado de esto
muchas veces, Bé ni se molesta en prestar atención.
—Es como nosotros —repite—. Hemos estado juntos muchos
años, ¿de verdad me estás diciendo que no te importa?
—No, Dab. Él es como ellos. Como todos ellos. Ahora es una
prolongación innecesaria de Jota —farfulla entre dientes. Se levanta
y se va para la cocina. Coge una cerveza cero. No va a seguir
hablando de esto por quincuagésima vez.
—No se va a chivar.
Marc menea la cabeza.
—Vamos a hablar con él, tú y yo. Que vaya con Jota no significa
que sea como él, ¿qué más opciones tiene? Tú sabes lo que pasa
cuando no se hace lo que La Familia...
—Dab —hablan a la vez, Dab no se calla y a él le da igual—, como
se echen a perder todos estos años de mierda, te juro por Dios que...
Bé resopla, intenta ver la tele pero no escucha nada, cada vez
discuten más alto. Marc habla despacio y Dab deprisa. ¿No se cansan
de hacer siempre lo mismo, del monotema?
Tararea la intro de un capítulo que está empezando.
—¡...solamente es avisarle para que le dé tiempo a escaparse, no
diré nada de vosotros te lo juro, no va a pasar nada...!
—...como pongas en peligro la operación, a mi familia o a alguno
nosotros, voy a ser yo quien te va a...
—...Hora de Aventuras llegó-ó...
—¡...somos amigos, no puedo creer que te hayas vuelto tan
capullo, es imposible que te de igual...!
—¿...que tienes ganas de morir? No tienes que ir a pedírselo a
gritos a La Familia, eso lo puedo hacer yo ahora...
—...coge a tus amigos, y vámonos...
—¡...dijiste que ibas a venir a visitarnos todas las semanas y te
piraste, volviste siete años después! ¡Pues claro que está cabreado
contigo, pero no es un capullo, solo...!
—...me importa tres putos cojones que...
En un batiburrillo de oraciones sus voces se entrecruzan y ninguno
escucha lo que dicen los demás. Dab va pasando de la petición a la
exigencia y a Marc se le nota cabreado, pero ya venía disgustado y
reventado de cansancio cuando ha cruzado la puerta. Bé se ha dado
cuenta porque se le ha olvidado afeitarse un par de mañanas, o no ha
tenido las ganas de hacerlo, y hace mil cuando le preguntó por qué
no se la dejaba afirmó con mucha seriedad que le desagrada verse
con barba.
—...lo pasaremos guay, Hora de Aven...
Se hace el silencio en cuanto suena un móvil. Es instantáneo, la
vibración los interrumpe a los tres al mismo tiempo.
Se quedan quietos, afinan el oído; es un timbre que suena hueco,
escondido entre una tela o un cojín, tal vez. Cada uno se estira en una
dirección buscando el suyo.
Marc se lo saca del pantalón, lo mira, no es, lo guarda. Se saca otro
móvil del bolsillo trasero.
—Es el mío —dice.
—¿Es Gamell?
—No, no es el prepago. —En la minúscula pantalla ve número y
nombre—. ¿Ha pasado algo? Te dije que no me esperases, Nino.
Hablando por teléfono aprovecha para quitarse de enmedio, se
despide con la mano y se va, Dab le ve irse con la queja en la boca,
pero Marc simplemente cierra la puerta y adiós.
Dab resopla fastidiado, laaargo y tendido.
Bé va a por otra cerveza. Está bebiendo cuando el pelirrojo se le
acerca despacio, le rodea la cintura y le planta un beso en la
coronilla. Se le tuerce la cabeza a un lado cuando Dab se encoge y le
reparte otros en la mejilla con mucho énfasis.
Ella tampoco protesta.
—¡Oh, mi princesa —clama al cielo con la mejilla en la cabeza
rubia—, tus labios carmesí me llevan y me apresan...! ¡Con tu busto
expuesto mi bestia clama libertad pues mi sangre se espesa...!
Sus manos grandes recorren la piel luminosa desde las caderas
para concentrarse en sus pechos, que se llevan un apretón.
—Tenemos que buscarle pareja a Marc —cavila Berna meneando
el líquido en círculos. Al mirar hacia arriba encuentra los ojos del
pelirrojo. Estira una mano, y le toca una mejilla donde Dab se frota
con gusto.
—¿Tío o tía?
—Lo que sea. Va a todas partes agobiado.
—No sé si querrá líos, yo no recuerdo que me haya hablado de
nadie en... No sé, en mogollón de tiempo.
La achucha entera antes de apartarse.
—Ni me lo imagino follando por follar —añade. Afina los ojos
cogiendo una camiseta tirada en el sofá. La ojea, la huele, y le da el
visto bueno—. Se folló a una en el Trébol hace mil, pero fue por
dinero. Ah, espera, y a su hermanastro también se lo tiró, creo.
Después de eso ni idea. Siempre se le han acercado muchas chicas,
pero él pasaba. Yo es que me lo imagino asexual.
—No. Es que sólo se le pone dura si hay amor.
—Pero es imposible estar tanto tiempo sin mojar... Voy a pegarme
una ducha, a ver si se me ocurre alguien.
Bé permanece encaramada a la encimera, pensando también
candidatos o candidatas. Encuentra el móvil que buscaba hace un
momento al lado del rollo de cocina, parpadeando en un punto azul
brillante. Perezosa se estira y abre las notificaciones.
Es White, otro trabajo.
«Síguelo» dice, «Con fotos».
Escupe la cerveza cuando se descarga la imagen.
❤
«La policía continúa la búsqueda de los menores fugados de los
centros de tutela, por favor difunde esta imagen y ayuda a...».
«¡La feria gastronómica ya está en la ciudad!».
«[Última hora]: Desmantelada una red de tráfico de órganos que
operaba en el sótano de una funeraria local. Hallan entre los cuerpos
a una de las huérfanas desaparecidas hace tres años».
«steve no sabia q te buscaba hasta q te encontré te amo mi niño tu
y yo desde hoy pero ya x siempre <3».
Nino ya se ha metido en la cama, lleva un rato escuchando a
Sinatra y pasando el dedo por la timeline de Twitter sin realmente
leer nada; está muy preocupado. Acaban de dar las doce de la noche,
así que en teoría ya es domingo, y Marc todavía no ha llegado. Ha
preparado cena para dos, pero la suya a estas alturas se habrá
enfriado...
«¿Por qué trabaja tanto?».
La buhardilla está a oscuras, y de espaldas y ahuecado en la cama,
escucha el abrir de la cerradura y corta la canción; finge dormir como
si estuviese haciendo algo malo.
Marc entra y se saca las botas. Se nota que está intentando no
hacer ruido, porque cuando se tumba soltando un largo jadeo de
cansancio lo hace sosegado, pero el colchón viejo se hunde y cruje de
todas formas.
Nino se da la vuelta. Le observa con las manos planchadas bajo la
mejilla, y cara al techo y en un hito, Marc también le mira.
—¿Te he despertado? —habla bajo. Ve a Nino reptar para darle un
beso de saludo o de buenas noches, o de las dos cosas.
—No...
Marc asiente con gesto cansado, y cierra los ojos. Está tirado,
abandonado con descuido sobre el colchón traído por la marea. No
parece que vaya a quitarse la ropa de la calle.
De fondo se escuchan los coches circulando. Todavía no se
acostumbra a que las ventanas no tengan doble acristalamiento
como en casa. Antes pasó una ambulancia y se quedó petrificado
como un conejo; parecía que fuese a entrar y aparcar en el piso.
—¿Qué tal tu día...?
A Marc debe hacerle gracia el comentario, porque suelta un par de
carcajadas soñolientas.
—Bien.
No huele a perfume ni porta ningún aroma nuevo a mujer... y es
evidente que ha estado fumando.
—Papá dijo que habías dejado de fumar. Por la herida, y los
medicamentos...
—¿Te molesta el olor? Puedo dormir en el sofá.
—No —desmiente rápido, ¡que no se vaya!—. No me molesta.
Marc se desabrocha un botón y despega la espalda para buscar la
sábana.
—Papá llamó esta tarde... Dice que allí no hace nada de frío, y que
se pasan todo el día en el jacuzzi o en la piscina.
—Vaya.
—Pagaron el todo incluido, pero Kyle se quejaba de que no incluía
nada, y que sumando todos los precios del minibar se le iría el sueldo
de un mes como mínimo... Yo creo que estaba exagerando un poco...
—Ahá.
—El vuelo sale mañana, pero llegan por la noche o de
madrugada... Les he dicho que podría pasar esa noche aquí, que no
tienen que venir corriendo a recogerme, porque cuando tú vayas a
trabajar el lunes me puedes acercar a casa... ¿Puedo quedarme?
Ya no usa sílabas, Marc hace un ruido muy fino sin despegar los
labios que presume es una afirmación.
Nino deja de molestarle.
Tiene muchas ojeras. Más de lo habitual, incluso. Tumbado el
flequillo azabache le queda sobre la frente y a Nino le dan ganas de
estirar una mano para apartárselo detrás de la oreja. Menos mal que
mañana por fin es domingo y descansará.
Marc se acomoda de lado con los brazos cruzados. Nino contiene la
respiración aunque su tío tenga los párpados pegados, porque le ve
de cerca: su expresión relajada se le hace extraña, es inusual verle
con las cejas sin inclinar y falto de ese par de arrugas en el
entrecejo... Se da cuenta de que no acostumbra a mirarle a la cara, y
desde luego no a esta distancia, porque encuentra un lunar bajo el
ojo en el que no había reparado antes. Si no tiene los ojos cerrados
no se le ve...
Anonadado, le estudia y se imagina como un pueblerino queriendo
robarle una moneda de oro al dragón, como si fuese cuestión de
tiempo que ese brillante par de azules se claven en él cuestionándole
qué está haciendo.
Pero no está haciendo nada malo. ¿Verdad? No está haciendo nada
lunático, no le está tocando.
Solo le observa.
Se fija en sus labios que dejan escapar un silbido raso que no
consigue ser ronquido, en que la luz de la luna le esclarece solo
media faz porque su propia sombra le resguarda el resto, y en el
pequeño lunar que tiene encima del labio, bajo un fino bigote y una
barba sin afeitar que no tenía el viernes por la mañana.
¿Cuántas horas suele dormir? ¿Cuántas horas va a dormir hoy
antes de que salga el sol?
No lo hace aposta, le sale sin querer: su índice se estira en su
dirección, muy despacio, está temblequeando. Le recoge el flequillo
de la frente y su rostro perfecto queda todavía más visible.
Esto tampoco es cosa de Nino, es su cuerpo quien decide con libre
albedrío avanzar por el colchón con mesura. Los muelles chirrían
pero procura reducir al máximo la vibración, comprime el hueco
entre ellos engurruñando la sábana. Levanta el brazo de Marc..., se
cuela debajo..., apoya la cabeza en su bíceps...
Cuando Marc habla lo hace en un susurro extremadamente
calmado, pero él se queda de puntillas al acantilado de un infarto.
—¿Tienes frío? —pregunta ronco, tampoco abre los ojos.
—...sí, un poco —miente.
Entonces le late raro el corazón. Por un momento pensaba que iba
a hacer un «pum» gigantesco que iba a espabilar a Marc, porque su
brazo le ha rodeado la espalda, y sus labios han quedado casados a su
maraña rosa cuando le ha apretujado contra él.
Tiene que apoyar la mano en su pectoral para crear una oquedad y
no asfixiarse. Los latidos de Marc son relajados y uniformes, y siente
la brisa que sale de su nariz mecerle los mechones.
Sus torsos deben estar más o menos entre el largo de una hormiga
y la nada absoluta de unirse al otro.
—¿Qué has cenado? —susurra Marc con los ojos cerrados, como si
acabara de acordarse.
—Pasta, con tomate... y zumo de melocotón... —le contesta su
sobrino. Bien, quería asegurarse de que lo había hecho.
Marc sonríe. No sabe si es posible una conexión, pero es curioso
cómo a Nino le pierden los zumos y la mermelada de melocotón,
porque él también huele a eso. Pensaría que tiene que ver con su
champú, pero no, ya desde pequeño le pasaba igual, y cuando le da
un abrazo de saludo o despedida el aroma es fuerte. Como ahora, que
se ha pegado porque tiene frío.
Es muy agradable. Le recuerda a las tardes que pasaban juntos,
cuando iban de excursión en familia a alguna parte pero Nino se
cansaba de andar con sus piernecitas cortas y él acababa llevándole
en brazos. Y siempre se quedaba dormido. Anthony le metía en el
arnés del asiento y cerraba el coche con mucho cuidado; se tenían
que despedir en silencio.
Marc le deja un beso en el pelo, escueto, sin fuerzas, y Nino se
revuelve nervioso y se acurruca mejor.
Lo último que ve es el vello de Marc que desciende desde su nuez y
se pierde en una línea recta que corre a esconderse en las
profundidades. Los latidos pacíficos de su corazón le ayudan a
sumirse con Morfeo, y las últimas fuerzas las usa para rezar.
Pide por favor, para esta y para todas las noches, poder soñar con
Marc.
6
No es obsesión
❤
Nino abre los párpados en una inhalación súbita que absorbe todo el
oxígeno del cuarto, la almohada se cae de la cama.
—Buenos días —le sonríe Marc—. ¿Eso era una pesadilla?
Lady Gaga está cantando en la radio “You and I”, y Marc le da la
vuelta a una tortita que hace un flip en el aire y se tiende en el borde
de la sartén pidiendo auxilio. Se gana una mirada de decepción del
azabache.
—No... No sé...
—Estabas haciendo ruiditos raros, no sabía si despertarte —
comenta sin más. Señala las tortitas—. ¿Cuántas quieres?
Deja de mirarle enseguida. Dios mío. Quería soñar con él pero no
así. Se aparta el flequillo regulándose los latidos y lo toca mojado,
¿ha sudado? Ay, Dios. Menos mal que Marc no puede leerle el
pensamiento, si supiera la clase de cosas que le pasan por la cabeza
no le estaría hablando con ese cariño fraternal. De hecho seguro que
dejaría hasta de hablarle. ¿Qué dice? Le echaría de su buhardilla, de
su bloque, de su vida entera y del país incluso. Eclosionaría la Tierra
y moriríamos todos, así que menos mal.
—¿Princesito?
Eso ha sonado raro. Lo ha dicho distinto a otras veces, con más
interrogantes, con menos sonrisa. Además le está mirando
atentamente, como si... ¿¡Seguro que no puede leerle el
pensamiento!? ¿¡No puede, verdad!?
Nino se levanta aturdido y mirándose los pies. La tortita de arriba
está tostada y las que están debajo deformes. No es nada escandaloso
comparado con lo que ha podido ver en casa.
Marc le planta un bote de chocolate y dos de mermelada, y se le
queda mirando, esperando. Se acaba de afeitar y tiene un montón de
ojeras. A través del delgado murito que separa la cocina y hace las
veces de barra americana, Marc le planta un beso en la frente y
sonríe, porque Nino está tan adormilado que no se ha acercado a
darle el suyo.
—A ver si te gustan.
Sus dedos y su mano grande se parecen una barbaridad a los del
sueño. Y su voz es igual de dulce pero robusta...
—Gracias —musita en un hilillo.
«Qué triste...». Se ha imaginado que tiene la mayoría de edad, un
cuerpo estupendo en el que Marc podría fijarse y que no es un bobo
que solo sabe musitar... Hasta en sueños recuerda que tal y como
están las cosas es rematadamente imposible que tenga interés en él.
¿Pero será Marc así? ¿Así de decidido, así de dulce, así de
cuidadoso y metódico en el sexo...? Porque puede que en la vida real
no tenga nada que ver con cómo se lo imagina él; puede que en la
intimidad sea rudo, quizás impulsivo y descortés. Tiene un cuerpo
trabajado y unas manos grandes para atraerle y levantarle el cuerpo
o las piernas a merced, podría hacer lo que le venga en gana con él y
su estatura.
Pero le sería raro verlo de esa forma. Por más caprichoso que se
vuelva sin ropa es imposible que le desaparezca por completo la
dulzura con la que cita el nombre de su sobrino.
—¿Qué quieres hacer hoy? —le pregunta Marc—. Sé que he
estado ocupado con el trabajo estos dos días, pero hoy no. Hoy
quiero pasar tiempo con mi sobrino. ¿Qué quieres hacer? —Sonríe
recogiendo la cocina mientras Nino piensa. Le ve masticar la tortita
sin levantar la vista del plato—. Me tienes a tu entera disposición —
añade levantando las cejas, esperando con las manos en la encimera
como un barman.
—Vamos de compras —decide—. Los domingos abre el centro
comercial del puerto...
—¿Quieres ver ropa?
—Sí, pero no para mí...
Marc proyecta falso dolor ante tal ultraje, y ve cómo Nino sonríe
con timidez con la pulla.
—¿Qué le pasa a mi ropa? —cuestiona divertido.
❤
Marc da un parpadeo muy largo. Cuando abre los ojos, suspira.
Nunca había visto un pantalón vaquero rosa, sin embargo, ahí está.
El hombre del espejo lo tiene puesto. Él no entiende mucho de moda,
pero supone que va lo que se dice conjuntado, porque si con algún
color conjunta el rosa debe ser con más rosa; y su polo rosa es rosa.
Descorre la cortina.
—El otro está mejor —veredicta su asesor de imagen.
Marc echa un vistazo atrás, a las prendas que se apelotonan en el
taburete y a las que todavía cuelgan en su percha. No sabe a cuál se
refiere. Por lo menos a Nino se le ve muy animado. Está tan
concentrado en dictarle órdenes que parece que se ha olvidado de su
timidez. Entre su repentino autoritarismo y su ropa toda rosa podría
ser la imagen de una marca de cereales.
—¿Cuál?
—El amaranto.
Puede ser el pantalón colgado en la percha, puede ser el que está
en el suelo, o a lo mejor se refiere al que le queda por probar...
Cuando han entrado en esta tienda no parecía que hubiese tantas
prendas de este color, pero Nino no deja de duplicarlas como panes.
No le molesta llevar alguna prenda rosa, no es eso, es que, esta...
cosa con brillantina en los bajos, exclamaciones en los bolsillos y
velcros en las rodillas, es un poco demasiado. Se le va la vista al
parqué de la tienda, luego a las paredes blancas y las luces celestes y
brillantes, hasta que se le escapa lo que está pensando.
—No sé cuándo me voy a poner esto.
—Los polos te los tienes que probar con el pantalón magenta
alejandrita o el fondant de las tachuelas. ¡Ah, la camisa durazno con
hombreras no te la pongas todavía! Tengo que buscarle una corbata a
juego. —No tenía intención de lanzarse a por ella, no tiene de qué
preocuparse. Luego ya musita con el pulgar en el labio—: Celeste
pegaría con sus ojos...
—Creo que ya soy mayor para vestir así, Nino.
—Después te vas a poner la camisa de flecos rosa coral índico con
el pantalón vaquero salmón noruego bisoño, y a eso le añades la
corbata lichi carmesí espigado.
No recuerda cuántas palabras tienen los esquimales para la nieve
pero Nino tiene más para el color rosa. Lo único que ha sacado en
claro de esa frase es que ahora tiene hambre.
Se aclara la voz reclamando su atención para quejarse un
momento, pero su sobrino no le escucha, está buscando de entre
todas las telas que trae en el brazo la siguiente que va a probarse.
Acaba por tenderle un bonito polo. Este es azul, para variar.
—Póntelo con el cinturón lavanda y el cuello estilo club. También
he cogido unas bermudas semientalladas de tiro bajo, de pijama.
Tiene rinocerontes en aparador palisandro de pino y el fondo azúcar
turbinado.
«¿Qué cojones es un palisandro?». ¿Se está inventando los
nombres? ¿Nino le está vacilando? Está soltando una risita mientras
se revisa las prendas. Le está vacilando, eh. Pero... ¿Nino?
—¿Sabes qué? No es justo. Yo estoy aquí, probándome toda esta
ropa —Sigue la masacre de purpurina y felicidad esparcida por el
suelo—, y tú estás ahí aburrido.
Marc sale del cubículo. Nino no sabe si seguirle pero han dejado
aquí sus chaquetas, y por lo menos el tercer pantalón que se ha
probado, el caramelo con las florituras, se lo tiene que llevar.
No tarda en regresar. Pero Nino no lo comprende, porque todo lo
que trae es negro, nada de color.
—Salgo así vestido si me dejas que te compre esto y te lo pones
conmigo —sugiere Marc.
Es increíble que Nino haya heredado el gesto torcido de
desaprobación de la abuela. De todas formas, examina atentamente
la ropa que ha traído. ¿Su tío acaba de aceptar ponerse ese pantalón
que le aprieta exactamente donde le tiene que apretar?
Un rato más tarde Marc ya ha devuelto lo que no va a llevarse, y se
acerca a la cortina y le pregunta si le queda mucho mientras se mira
las pintas en el espejo de enfrente. Probablemente esta sea la
primera y la única ocasión que vista así.
Bueno, la última vez que gastó dinero en ropa fue hace dos años en
un pack de calcetines negros.
—¿Te queda mucho, princesito?
Tiene que esperar otro rato largo para ver ondear la cortina.
—Tito... —lo llama en un suspiro, sin abrir.
Medio minuto después y con pesadumbre, Nino descorre la
cortina. Lo primero que hace Marc es doblarse para reírse de él.
—¡Estoy raro! —protesta de inmediato.
—No, no. Me ha hecho gracia tu expresión. —Recostado en la
madera le echa un vistazo de arriba abajo que a Nino se le lleva la
respiración. Marc se está mordiendo la mitad del labio para no
reírse, y la luz intensa del probador hace que sus ojos se vean más
cristalinos todavía.
—Me siento raro —musita.
Unos pantalones desgastados que valen más caros que unos sin
roturas, una sudadera ancha con un grupo que no conoce pero tiene
muchas calaveras en el rótulo y unas botas con innecesarias hebillas
de metal alrededor; todo negro.
—Te falta un detalle.
Se mete en el probador con él. Desde su espalda le estira el pelo
hacia arriba, luego hacia atrás. No tiene agua ni gomina pero como
llevan en esta tienda bajo estos focos infernales media vida el sudor
lo mantiene en posición.
Terminado, le agarra los hombros y se encuentran la mirada en el
reflejo. Le aparta con delicadeza sus manos pequeñas para verle
entero.
—Perfecto.
No le queda duda, Marc está haciendo esto para fastidiarle.
Echando ascuas pero esforzándose por mantener el gesto
inexpresivo, Nino se da la vuelta porque no quiere verse más.
Marc se ríe a carcajadas cuando se da cuenta de que él se ha dado
cuenta, y lo aprieta en un abrazo de disculpa pero se sigue riendo de
él descaradamente.
—¿No te gusta? —le pica. Nino no conoce a ese “bloque de hielo”
del que se queja papá cuando le ve tratar seco o con seriedad a lo que
él considera un posible pretendiente; con él no lo es en absoluto. Su
Marc es dulce, es cariñoso, es divertido, es tonto por chincharle como
ahora—. Si hasta vamos a juego.
De reojo y por encima del hombro, Nino se busca. Es verdad, van
conjuntados. Marc es un polo de fresa pero su pelo es azabache, y él
es uno de esos adolescentes que salen en las fotos de tumblr, con la
piel pálida y la ropa oscura pero el pelo teñido. Ambos descordinan
también en sus zapatos: unas botas desgastadas y unas zapatillas
rosas que se iluminan si las activas.
Marc se aparta el sudor de la frente, se peina hacia atrás. Ha
pasado mucho tiempo desde el último día que se rió tanto.
Se muere de vergüenza cuando Marc saca su cartera para pagar:
lleva en el hueco del tarjetero una foto suya de cuando era pequeño, y
sale tirado encima de él con el pulgar en la boca. Marc también está
dormido en esa foto, con un brazo escurrido por el borde de la cama
sujetando pobremente un cuento con dibujos.
Recuerda cuando todos los fines de semana eran así y Marc le
aupaba con una mano en la espalda y otra en las piernas, y cómo le
abrazaba, apretujándolo contra él como si reclamase su custodia
para defenderle hasta de las polillas del ambiente.
Medio día después, tras recorrer todas y cada una de las tiendas
del edificio de cinco plantas, merendar un par de helados en el
BurgerKinki y pasar por el súper a comprar ingredientes para la
cena, Marc entra en su buhardilla cargado de bolsas.
—Y ahora hay que amasar —anuncia el raro espécimen de Nino
parlanchín. Del neceser de su maleta saca una hebilla que le encarta
a Marc. Luego, bajo la mirada confusa de su tío, desperdiga medio
bote de harina por la encimera y lo ensucia todo. Se pone a menear la
masa de un lado a otro—. Hay que hacerlo así para que no se quede
pegado por todas partes y sea complicado de quitar —explica con
profesionalidad.
En el reflejo del ventanón y porque la noche ya es oscura, Marc se
ve un clip de cerdito justo en la cima de la cabeza.
Nino, concentrado en el mazacote, pega un espasmo cuando habla
detrás de su oído:
—¿Lo puedo hacer yo? —Extiende sus manos alrededor, Nino
acaba atrapado en medio.
Retira las suyas..., pero se lleva una cantidad importante pegada, y
es Marc quien se encarga de recogerla. Entrelaza todos sus dedos a la
vez para llevarse la pegajosidad consigo al tirar hacia arriba, y él se
queda absorto en cómo le envuelve, cómo le acaricia por cada parte
sin olvidar un centímetro.
Su mano queda tan pequeña en comparación que es extraño. Todo
él está reducido, por eso no tiene que agacharse ni apartarse y Marc
sobresale sin dificultad sobre él, no le roza ni el último pelo de la
cabeza.
Esas manos moldean la pasta con facilidad, y Nino puede ver en
primera fila las venas de sus brazos anchos cambiar de forma al
aplicar presión. Da la sensación de hacerlo con suma delicadeza,
pero se amolda a sus dedos como plastilina y él acaba de intentarlo,
hace falta aplicar mucha fuerza para adiestrarla.
Es breve, pero le da tiempo a encaramarse a las nubes. Lo remata
cuando Marc le deja un beso en la coronilla.
—¿Está bien así? —pregunta con cariño. Nino es tan pequeño y
adorable que le dan ganas de mimarlo todo el tiempo. No le
importaría pasar más días como este.
—Ah... —Pestañea, le cuesta reubicarse—. Sí, nevera...
Al terminar, Nino recoge los pies y los frota en la orilla del sofá. Le
duelen los dedos de ponerse de puntillas para probarle corbatas a
Marc y los brazos de cargar bolsas de ropa.
—Ven. —Nino no asimila lo que está proponiendo hasta que le
hace una señal con los azules. Se está apuntando al regazo.
Incrédulo, se dobla a cámara lenta. Marc le coloca un cojín en la
cabeza y le descansa la mano en el hombro.
—¿Es un musical? —Nino niega.
Los personajes bailan, charlan, bailan; y vuelven a bailar. En
treinta minutos más de quince cuentan con efectos musicales.
—Si no cantan no es un musical... —se defiende.
Marc afina los ojos en esos adolescentes que se refrotan cada dos
por tres, ¿esto es apto para menores siquiera? Nino hace rato que ha
dejado de prestarle atención a la película, porque en algún momento
los dedos de Marc han empezado a moverse, muy suavemente, y muy
despacio. Dibujan trazos irregulares sobre la piel de su antebrazo, se
han colado bajo la manga. Las puntas se antojan ásperas, pero
dibujan caricias extremadamente sutiles y agradables. Podría
quedarse dormido así. No le importaría. Marc le acaricia a él y él le
rasca a Pelusa.
Levanta las pestañas adormilado cuando le habla, nota la vibración
de su voz con la oreja pegada al cojín sobre sus rodillas.
—¿De qué año es esta película?
—Ochenta y siete...
—Entonces ya estarán todos muertos. Mira a toda esa gente
mayor. Ese señor de ahí —Señala a un anciano con bastón en un
banco al fondo—, está muertísimo.
Nino se ríe por la nariz porque Marc lo dice muy serio. Luego se
pregunta cómo diantres será la fauna de su cabeza para que se le
ocurran esas cosas, y después, reflexionando que tiene razón, se pone
triste. Esos actores se ven bien metidos en sus papeles de ricos
felices, pero la mitad ya no estarán o serán abuelitos.
Se le ha destilado la risa, ahora aprieta las cejas apenado porque ya
no piensa en otra cosa. Los perritos viven unos quince años, así que
ese perrito que persigue la pelota ya no está, se fue hace tiempo.
De todas formas con la cabeza sobre las piernas de Marc, Dirty
Dancing en la tele y el estómago lleno de pizza, desecha seguir
pensando. Deja que su ojo siga los movimientos veloces de los
bailarines, y en un pestañeo se imagina en el cuerpo de ella, a Marc
en el de él. Los visualiza a ambos bailando entre la línea de lo que
debería o no ser inapropiado para espectadores por debajo de los
dieciocho, con la integridad de las extremidades enredadas hasta las
puntas y coordinadas al cero, surcando el espacio con suavidad y
acelerándose en otras partes, pero siempre en conjunción... Siempre
tan pegadas que entre ellas no quepa el aire.
Marc se exalta de repente, menea la cabeza con incomprensión.
Creía que se estaba enterando de qué iba la pesca y hasta le estaba
gustando la trama, pero sin venir a cuento la protagonista está
acostándose con el hombre que la ha enseñado a bailar como si
arrastrase el lastre de la pasión desde el primer minuto. Pensaba que
esto iba de baile.
—Ese hombre tendrá treinta. ¿No tenía ella diecisiete?
Nino le mira de reojo, Marc protesta a la televisión.
—Se está aprovechando de ella porque es una cría. ¿Cómo
normalizan esto? Están romantizando que los viejos persigan a las
menores que todavía no entienden cómo va la vida.
—¿Qué...? Es... es amor.
—Él le saca trece años como mínimo.
—Pero se quieren...
—Si un adulto se fija en una niña trece años menor que él algo
raro hay —sacude la cabeza—. ¿Qué ve la chica en el viejo?
«¿Viejo? ¿Marc se considera viejo?» Nino no sabe dónde meterse.
Esto se ha torcido muy deprisa. El actor de la película no es en
absoluto viejo, ni la chica es tan pequeña, la diferencia es irrisoria...
¡Es una estupidez, porque Marc es mayor que ese hombre y él es
menor que esa chica!
—Puede... Puede que le guste porque él es maduro, y le cuida, y le
hace sentir cosas que otras personas no pueden...
—No. Se está aprovechando de ella porque es inocente y no tiene
experiencia, vendiendo que es místico y sensible. Ten mucho cuidado
con esas personas, Nino —le advierte verdaderamente severo; Nino
es demasiado risueño, demasiado altruista y demasiado blandito
para el mundo real.
Hasta se le han torcido las cejas imaginando a su sobrino
engatusado por un payaso de esos.
Lo acerca apretándole el pecho con los ojos afinados en la tele.
Vale... Pues no es exactamente como Nino se esperaba que fuese la
noche. Ya no quiere seguir viendo la película. Ha dejado de ser una
de sus favoritas de golpe y porrazo. Ahora es tortuoso, se hace
infinito, y acaba por cerrar los ojos y simplemente concentrarse en
las caricias intermitentes de Marc; parece que las esté haciendo sin
darse cuenta.
Cuando termina, se dan las buenas noches y se meten juntos en la
cama; tapiados por una manta gordísima y separados por un grueso
muro, una almohada nueva que Marc le ha comprado “para que
duerma más cómodo”. Justo antes de apagar la luz su tío le dice, con
una radiante sonrisa entre los labios, que esto parece más una casa
con él y que se alegra mucho de haberle tenido por aquí.
Ahora Marc duerme bocarriba. Se ha dormido muy pronto. Su
pecho se está elevando y se contrae entre pausas, suelta algún que
otro ronquido que apenas perturba la oscuridad.
Enrollado en la manta como un caramelo, Nino le observa desde la
trinchera blanca. Las líneas rectas del despertador se proyectan en el
techo para recalcarle lo tarde que es y que ya debería estar dormido.
Sus padres estarán en el avión de vuelta, si no han llegado ya.
Puede que el taxi les esté dejando en casa en estos momentos. Y en
pocas horas Marc le dejará también a él en casa. Su tío le sonreirá,
seguro, y él intentará imitarlo pronunciando un «adiós» que a saber
cuándo vuelve a transformarse en un «hola».
Le da la espalda y echa la vista al ambiente azul de la noche. Si
fuese mayor o de un hogar distinto Marc no hubiese aceptado
compartir cama. Pero esa minúscula ventaja sale del problema
original, que no le ve como nada más. Son solo familia, en negrita y
al final de un par de libros largos.
¿Y por qué habría de hacerlo?
«Solo soy un niño chico» piensa. Un bebé incapaz de hablar como
una persona normal, es extremadamente torpe y cursi, y no sabe
hacer nada bien. Es flacucho, tiene granos horribles por todas partes,
y además... Sorbe la nariz y aprieta las pestañas.
Prefiere no seguir pensando. Hasta el frutero octogenario de la
calle de enfrente tiene más sex appeal y posibilidades con Marc.
—Tito... —susurra, tan ínfimo que ni él puede oírse.
Se aproxima y lo repite. Le pincha el moflete. Forma un bache,
pero Marc no protesta. Sus labios están cerrados y sus pestañas
desplegadas. Se le ve tan pacífico, con la frente relajada y las cejas sin
tensar, y su nariz acabada en punta, su mandíbula geométrica y una
barba que ya asoma porque le crece deprisa... Es como un rey
encantado en la eternidad del sueño.
Se incorpora, la sábana le resbala por el pijama. Posando cada
rodilla con puntilloso escrúpulo el colchón se hunde en dos
concavinaciones, posteriormente en cuatro, sumando sus muñecas.
Queda custodiando a Marc. Sus manos y dedos delgados
abanderan sobre sus hombros, sus piernas le escoltan las caderas sin
llegar a rozar. El flequillo rosa cae en picado. Justo encima suya.
Marc duerme, lo sabe porque el aire sale de su nariz en un
armonioso resoplido. Baja la cabeza, enzarza los dedos en la sábana,
consciente de que esto está mal, de que se le está yendo la cabeza; de
que lenta y progresivamente se le ha ido evaporando el juicio estos
escasos días: con cada sonrisa cincelada, con cada atisbo que esos
ojos azules le han regalado. Cocinando, acurrucados; abrazados por
las noches.
«¿Por qué no pueden ser todos los días así, toda la vida?». Marc es
tonto. Porque no se da cuenta de que con nadie sería más feliz que
con él. Y él también es tonto, porque no le sale la voz para decírselo.
Por eso nunca volverá a verle así, dormido, tumbado y compartiendo
colchón. Nunca más le verá con su pijama viejo, ni recién levantado y
despeinado una mañana. Nunca más le preparará tortitas para
desayunar ni le exprimirá zumo. Nunca jamás le besará con pasión y
nunca jamás harán el amor.
Bate las pestañas dos veces, luego las baja. Sus brazos soportan su
peso, su corazón fatigado, su razonamiento difuso. Sus caderas se
elevan y sus hombros se resaltan como un felino cuando hace la
flexión.
Puede llevarse este recuerdo.
En principio, no le está dando un beso. No los está moviendo. No
genera sonido; simplemente se queda así. Pegado a él en una
miserable caricia sin fricción que no puede considerarse afecto. Marc
los tiene fríos, como la punta de su nariz que le roza la mejilla, pero
él está saturado de un calor que le hace palpitar las pestañas y los
siente consumirse en el fuego, está tocando una llama.
Después, con la magnitud de una pluma recién desprendida, posa
sus labios en los de Marc.
Siente calor en todas y cada una de las partes del cuerpo, pero en
su mayoría se le concentra en la zona del pecho, entre las costillas, en
dificultarle el respirar y mantener el veto de silencio.
Se separa en un murmullo sin eco.
Está hecho. Acaba de dar su primer beso.
Jadea sin querer pero enseguida cierra la boca, se queda en una
ondulada sonrisa. Le ha dado a Marc su primer beso... En silencio
contempla su rostro; sigue dormido. ¿Tan cansado estaba? Debía
estarlo después de toda la semana trabajando como un esclavo, y aun
así ha querido hacer un montón de cosas en su día libre...
«Es tan dispuesto, se esfuerza tanto...».
Gira con extremado cuidado su barbilla masculina, con dos dedos,
y tres toques, son tres intentos. Deja expuesta la piel de su cuello. La
acaricia comprobando cómo debajo del gris que deja la barba su piel
es extremadamente lisa...
Al cruzar el ancho de sus hombros se desvía y encalla en el relieve
de su abdomen: a la vista queda una llamativa cicatriz circular, la del
disparo. La carne se hunde en ese punto y se vuelve rugosa; rellenada
aprisa con masilla.
Tragar saliva. Marc sigue sin despertar, de modo que se toma la
libertad de volver a alinear sus narices.
Se tuerce lo suficiente para no chocar...
Es un beso ínfimo, minúsculo, irrisorio, no debería perturbar el
mundo; baila sobre su boca moviendo la carne y crea un pequeño
sonido hueco al despegarla lentamente para volver a unirla un
instante después, y ya no puede parar de hacerlo.
Los labios de Marc son muy suaves, la piel se amolda y es blandita.
Siguen fríos, pero su aliento es cálido ahora, y sabe a la hierbabuena
del dentífrico.
Abre los ojos, y su corazón se reduce hasta desaparecer cuando ve
que él también los tiene abiertos.
Marc le mira. Le está mirando. No parpadea, y su ceño está
fruncido de una forma que no es capaz de asociar a ningún
sentimiento porque es la primera vez que la está viendo. Sus pupilas
están congeladas, como un vídeo con poco movimiento que se
camufla como fotografía. Dos puntos negros acorralados por dos
bloques de agua congelada. Dos océanos de hielo.
Despega los labios y estos crean un murmullo que resuena como
un derrumbamiento.
—Nino —No pestañea. No deja de mirarle. Sus ojos rebosan
preguntas—. ¿Qué estabas haciendo...?
Marc le agarra y aprieta los antebrazos al sentarse, con mucha
fuerza; le hace a él también doblar las rodillas. Quedan encarados el
uno al otro en mitad de una estepa difusa de escarcha blanca, porque
todo lo demás desaparece. La imagen es azul por la oscuridad de la
noche; corre un viento helado propio del pueblo más apartado al
norte de la esfera, y Nino siente que le fallan los pulmones y la
garganta.
—...Nada —exhala hueco.
7
Podría ser tu padre
❤
Ya debe ser lunes de madrugada. Agachado en una esquina del baño
de Marc, con la espalda pegada a las baldosas frías y las rodillas
recogidas, Nino vigila la puerta. La sangre le bombea en las sienes
con tanta fuerza que jura estar metido en una pesadilla, porque no es
posible sentirse así de mal y difuso. Debe ser que está soñando, o que
está visualizando en la imaginación algo que teme mucho que llegue
a pasar porque su vida acabaría. Lo que no puede ser es que esto esté
pasando en la vida real.
Tampoco se atreve a abrir la puerta para comprobarlo: no sabe
cuánto tiempo lleva encerrado, pero la dificultad al respirar no ha
disminuido desde que ha venido corriendo a esconderse.
¿Es malo que el corazón te lata tan fuerte y descompasado?
Pegan dos suaves toques en la puerta. Nino afina los oídos, traga
saliva y fulmina la manilla invocando al Dios que se encargue de
estas cosas para que la mantenga recta.
—Nino —La voz de Marc es seca, y Nino jadea en un sollozo
porque eso le recuerda que esto es real—. Abre la puerta.
Niega aunque no pueda verle, y esconde la cabeza entre las
rodillas. Se queda intentando que sus jadeos no rebasen el umbral de
sonido que haga que se escuchen al otro lado.
—Nino. Por favor —le pide burocrático, como un mero trámite.
No le da entonación a la frase porque no tiene ni puñetera idea de
qué timbre debería poner en esta situación—. Abre la puerta.
—No —susurra para sí mismo, porque no está contestando, está
negando que esto esté pasando.
—Tenemos que hablar.
—No —repite en un hilo.
Marc, al otro lado con una mano en la cadera y otra en el puente de
la nariz, inhala en calma. Levanta la cabeza y se queda observando la
madera. El baño no tiene pestillo así que fácilmente podría entrar,
pero no quiere hacer eso.
—Nino. —Carraspea. Su voz suena un poco más relajada—. No
estoy enfadado. Entiendo que estás en una edad difícil, y —Titubea
sin saber qué pretende decir. Qué se puede decir. Esto no venía en el
manual—. Por favor, abre la puerta.
Solo le responde el tictac del reloj de la cocina y el cínico silencio
de la noche, a oscuras en mitad de la minúscula buhardilla.
—¿Puedo entrar yo?
—No —escucha de inmediato—. No entres...
Mira al gato, y el gato le mira a él, parado también frente a la
puerta como si esperasen para usar el baño.
—Vale. No entro. Escucha —Se rasca la nuca, se pone las manos
en las caderas...—. No tiene nada de malo ser gay —suelta.
Con las mejillas empapadas en lágrimas y el labio tembloroso Nino
levanta la cabeza.
«¿A qué viene eso...?».
—Eres pequeño y estás confuso. Entiendo que en el colegio puedas
sentirte presionado..., pero no puedes hacer esto. Eres un buen niño
y no pasa nada —Balancea las manos de un lado a otro. Le salen
palabras de la boca pero ni él sabe cuales está diciendo. No está
preparado para lidiar con los conflictos de un adolescente. Es un
adulto y no está ni para lidiar con los suyos—. Está bien que quieras
explorar tu... —Tose a propósito.
Nunca había escuchado a Marc cortar las frases a medias pero
ahora no para de hacerlo.
—...pero no tienes que tener prisa, y tampoco tiene que ser... No
tiene que ser con tu tío, Nino —susurra sin aliento. El roce suave de
la boca de su sobrino todavía está pegado a sus labios—. Yo podría
ser tu padre...
Se masajea la sien y esputa en un suspiro un «Joder» que ya no le
cabía dentro, y luego Nino pestañea, y ese es el único sonido en el
diminuto baño.
¿Pero qué demonios quiere decir Marc? ¿Se cree que Nino está
dudando de si le gustan los hombres...? Ni siquiera se lo había
planteado. ¿Le gustan los hombres? Le gusta Marc, que sigue
dispersando palabras para formar frases que no vienen mucho a
cuento. Lo de «eres pequeño» y «un buen niño» lo repite muchas
veces. Habla en círculos como un disco rayado.
Se levanta ayudándose del lavamanos. Se le han entumecido los
huesos, el mármol del baño estaba helado. Los sinsentidos de Marc
se cortan en cuanto ve cómo se abre la puerta.
Nino no le está mirando, su vista está anclada al suelo.
—Lo siento —murmura. Sus dedos se entrelazan entre sí porque
no sabe dónde ponerlos. Sus manos se recogen junto a su estómago.
Marc esboza una sonrisa muy fina.
—No llores. —Le pone la mano en el antebrazo y lo frota. Va a
apartarle las lágrimas con el pulgar de la otra, pero se detiene a
medio camino.
Cuando se lleva también la de su antebrazo, Nino jadea.
—Lo siento —Se le escapa un sorbido, y aprieta los ojos. Sus
hombros tiemblan y su nariz se sorbe cada poco, parece que le ha
vuelto el llanto.
Marc mira al suelo. Nino está llorando delante suya y quiere
abrazarle, pero es que eso ahora mismo no parece una buena idea.
—No se lo diré a tus padres, no llores.
Nino se seca con el antebrazo, pero no lo puede parar.
—Eres pequeño —empieza de nuevo, buscando comprender qué
ha pasado—. A veces creemos que queremos algo, y hacemos cosas
sin pensar, y...
No sigue, no tendría sentido repetir el inservible bucle de antes.
—Voy a dormir en el sofá. Vuelve a la cama.
—No... —Le detiene de la camiseta, queda estirada en su dirección
—. Yo duermo en el sofá...
—No. —Sonríe pobremente—. Vete a dormir, venga.
Marc coge solamente un cojín aunque se desbordan de la cama y
pasa delante de él para irse al sofá. Ya medio tumbado, se levanta
porque ha olvidado coger la única otra cosa que le hace falta, la
manta. Pasa por delante otra vez.
Cuando termina de acomodar el nicho y casi sacar la escuadra y el
cartabón para estudiar cómo caber en ese espacio de un metro, ve
que Nino no se ha movido.
—Mañana tienes clase —le recuerda—. Ve a dormir.
No se mueve. En lugar de eso, se sorbe porque las lágrimas
regresan a borbotones. Se cubre la cara con los brazos enteros.
Marc camina hasta él, aunque no sabe qué va a decir, por eso
cuando llega lo único hace es verle llorar pero más de cerca.
—Te he dicho que no pasa nada —Su voz es dulce, tuerce la cabeza
para buscar un escondrijo entre la barrera que ha levantado.
Duda, se lo piensa dos veces, pero le rodea la muñeca con suavidad
y lo descubre. A la vista quedan unos párpados apretados cubiertos
de lágrimas; por sus mejillas rosadas chorrean ríos mojados sobre los
secos.
Le agarra del hombro y lo acerca a su pecho. Lo sumerge en un
abrazo al que el menor se aferra con exasperación, y los dedos
delgados se enredan nerviosamente en la tela de su camiseta
mientras él le acaricia los mechones. Nota cómo Nino abre la boca y
toma una bocanada que se le atraganta sin parar de llorar.
—¡Lo siento...! —solloza; se sorbe con mucha fuerza para dejar de
hacerlo, pero entonces le da hipo.
El corazón de Marc late despacio y tranquilo, pero el suyo va a
explotar. Marc le está estrechando entre sus brazos, Pelusa se pasea
entre sus cuatro piernas buscando unirse a la estampa de cariño,
pero el nudo de su garganta es cada vez más y más grande; no se
siente bien, se siente horrible.
Marc no volverá a pellizcarle la mejilla, ni a besarle el pelo, ni a
rozarle siquiera sin querer después de esto. Pero Lara y sus cartas
tenían razón. Ya puede ponerle fin a algo que lleva rondándole la
cabeza desde hasta donde le alcanza la memoria; estar con Marc. Ya
puede confirmar lo que sabía de sobra, que nunca ha habido ninguna
posibilidad de estar con él.
Se ve atrapado en este abrazo de despedida.
❤
Marc deja de pensar al oír el portazo del coche, aunque ni siquiera
estaba pensando en nada. Nino ya se ha bajado, se está peleando con
las cosas del maletero para sacar su maleta de ruedas. La arrastra
hasta el copiloto y se queda quieto fuera en lo que debería
pronunciar una despedida, pero no le sale nada.
Marc le mira sin hablar tampoco. Se ha tirado lo que lleva el día
así, en silencio, en otra parte. Ahora está distraído fijándose en sus
facciones. Nino tiene la misma exacta mirada, los mismos exactos
pómulos hinchados, el mismo tic de morderse el labio y hundirlo
pero solo por el centro formando una ondulación extraña, que
cuando tenía siete años y le soltó la mano al presentárselo a sus
padres.
Nino echa un vistazo atrás, hacia donde está su casa, y cuando
vuelve a mirarle Marc ve otra expresión que también le suena: la cara
de cachorro abandonado que puso cuando vio cómo él no se quedaba
en ese dúplex, la misma que ponía cada vez que le visitaba o le
recogía para tomar un helado juntos, pero luego volvía a
abandonarle.
¿Esto ha pasado por su culpa? ¿Habría sucedido con alguno de sus
padres? Porque, ¿por qué él y no Kyle, por ejemplo? ¿Es que ha
estado demasiado en su vida, pero también de una forma demasiado
intermitente...? No puede parar de darle vueltas a la cabeza. Debe
haberse quedado en el limbo entre lo que es o no familia y ahora
Nino está confundido. Y él también está confundido. Todo es confuso
e incómodo de repensar ahora mismo.
Inhala suave a trompicones. Y suspira.
—¿Lo llevas todo? —le pregunta con la mano en el volante,
inclinado para ver por la otra ventanilla—. Mira, allí está tu padre.
Kyle saluda de lejos, en la calle contigua junto al portal. Está
sacando el periódico del buzón en bata y pantuflas.
Nino da un paso atrás, sale del asfalto para pisar el césped. Pero
vuelve antes de que Marc haya quitado el freno.
—Tito... —Tiene la vista en los cordones de sus zapatos y se aferra
al asa de la maleta. Pelusa ya está tirando para casa, mira antes de
cruzar la calle por el paso de peatones—. ¿Sigue...? ¿Sigue en pie eso
de pasar tiempo con tu sobrino?
Marc coge aire para hablar, pero lo suelta todo sin decir nada.
Mira al frente, tantea el forrado de cuero...
—Sí —acaba por asentir. Le mira después de lo que a Nino le
parece una eternidad—. Sí, por supuesto.
—¡Hola! —Kyle rodea los hombros de su hijo con el brazo. Está
más bronceado que de costumbre. Con la mano ondea el aire a modo
de saludo y despedida, y Marc le imita antes de irse.
Conduce hasta el semáforo rojo y lo espera sin mirar, tamborilea el
volante con los dedos. Echa un vistazo al asiento del copiloto vacío,
donde estaba Nino..., luego al asiento de atrás...
—Mierda —se le escapa cuando no ve la mochila del uniforme.
Se lleva la mano a la boca, luego a la barbilla entera. ¿En qué
demonios pensaba Nino? Y él podría haberlo apartado antes, un par
de segundos como mínimo, pero no entendía qué estaba pasando o
qué le había despertado. Por eso ahora reproduce su tacto de seda y
su sabor dulce una y otra vez en bucle, y es... como él. Nino sabe
exactamente tal y como se ve.
Da la vuelta en la próxima rotonda para recoger la dichosa mochila
y se mete dos chicles de menta porque no sabe dónde ha puesto los
cigarrillos, le parece que también se le han olvidado.
Tiene que centrarse. Tiene cosas mucho más importantes en las
que pensar. En un mes podrá librarse de las pesadillas sobre
Alejandro y La Familia, eso es lo único importante ahora.
No sabe con qué cara va a ir al almuerzo del próximo domingo
familiar, sea cuando sea, pero a ver si para entonces a Nino ya se le
ha pasado esta tontería.
8
Me quiero bajar
❤
Horas más tarde, Leonard le rodea la cintura. Es un poco pasional y,
aún sentado en el copiloto, hace a Nino tambalear; le estira el
cinturón de seguridad aparcados frente al bloque de Marc.
—No te vayas tan deprisa.
Con el rock de Black Holes de The Blue Stones, el parabrisas
encendido por una llovizna que repiquetea el todoterreno negro y el
tapizado forrado de cuero gris, Nino regresa la espalda al asiento.
Han pasado la tarde en el centro comercial. La luz ya se ha ido
cuando echa un vistazo por la luna delantera y revisa el cielo. No
tenía pensado volver tan tarde, pero después del cine todos querían
pasar por los recreativos, y ha tenido que insistirle mucho a Leo para
que le devolviera a casa antes de que ellos tres se vayan a cenar ahora
al McDaisy.
Lara y Jack se están dando el lote en los asientos de detrás.
—Mañana tenéis que madrugar para ir a la sierra...
—Dormiremos en el autobús.
Leo le echa un vistazo a su cara hoy esquiva. Le pone una mano en
el pantalón y repasa en una caricia firme hacia abajo la tela fina,
luego, juega a darle vueltas al piercing de su ombligo.
—Va a ser muy aburrido sin ti.
Nino evita comentar al respecto. Hasta hace un par de días, tenía
por seguro que el fin de semana en la nieve, entre amigos y hoteles
de madera y pinos significaba aprovechar bien por las noches la
habitación de treinta euros la jornada para... Bueno.
—Mi tío está esperándome arriba...
—Estás raro.
—¿...Yo?
—Sí —recalca recostándose en su asiento, echa la cabeza atrás; se
le levantan los picos de su chaqueta de cuero—. Has estado muy
callado hoy, y no has querido comprar ingredientes ni ver piercings
—Señala sus manos desnudas de bolsas.
Nino le mira a él, a Leo, con sus cejas marrones, su pelo rizado, y
su complexión deportiva de golpear en el béisbol por las tardes. Éste
menea la cabeza esperando una explicación al respecto.
—No le dije a qué hora volvía, y estará preocupado, así que...
—¿Qué te pasa con tu tío? —levanta algo de más la voz por lo que
desconcentra a los dos tortolitos de atrás—. «Tengo que volver
pronto», «mi tío está solo en el piso», «no puedo ir a la nieve con
vosotros porque me quedo con mi tío». Si tanto te agobia la situación
pasa de él y vente. Tienes diecisiete, tus padres no pueden obligarte a
estar ahí. ¿Y no has dicho antes que está siempre trabajando y pasa
de ti? ¿Qué más da entonces que te vengas?
—No pasa de mí, yo paso de él —contesta firme.
Y medita, si verdaderamente de haber insistido un poco más sus
padres habrían cedido a dejarle solo en casa.
—Nene, yo tengo tíos y primos que veo una vez al año. No te
martirices. Que sea familia no significa que tengas que llevarte bien.
—Lo que le pasa es que está enfurruñado porque de chico estaban
muy unidos en plan casa de la pradera y ahora el otro va a su bola —
interviene Jack a cuenta de nada.
Nino se tuerce el cuello para mirarlo, ¿cómo demonios tiene él esa
información? La respuesta está en la mueca culpable de Lara. ¡No
puede creer que se haya chivado! Aunque debería haberlo visto venir.
Con solo dos porros Lara ya se pone a hablar sin parar.
Que por cierto, ahora tendrá que ver cómo airearse el pelo y la
ropa. Aunque él no haya fumado ha estado cerca y está seguro de que
Marc como policía tiene que reconocer el aroma a marihuana a tres
kilómetros a la redonda. Por muy medicinal que Leo y Jack la
defiendan prefiere evitar preguntas.
—Lo siento —A Lara le tambalea la mano al intentar acariciarle
mejilla; el blanco de sus ojos está rojo y sin querer casi le mete un
dedo en la nariz. Nino se la aparta despacio y con un suspiro.
—No importa...
—¿Estabais muy unidos? —le busca Leo los ojos. Primero uno
luego el otro, queda mirando el falso como si fuese el verdadero.
Normalmente eso es lo que hace todo el mundo, se confunden;
excepto sus padres y Marc.
—No.
—¿Por qué no me habías contado que estás triste? Mierda, sabía
que te había notado raro.
—No es para tanto... —Abre la puerta de una vez.
—Yo quiero que me cuentes todo lo que te pasa. Te dije que me lo
contases todo. Nene —Le hace mirar al agarrarle la muñeca con
fuerza—. No te quiero ver así.
—No te tienes que preocupar...
—Sí, por supuesto que me preocupo.
Leo siempre es muy cariñoso. Por ejemplo, le roba besos y abrazos
que no se espera delante de todo el mundo, y por Whattza le
pregunta qué hace a cada momento y le pide fotos, porque dice que
no soporta pasar la entresemana entera sin él. También le insiste
mucho en que le cuente cada detalle de su día o de su vida, «quiero
saberlo todo de ti» suele decir, «Cuando me gusta alguien estoy al
ciento por ciento. ¿Tú no?», o «Eres la persona más especial que he
conocido» y acto seguido le da un beso.
Nino promete que sí, que lo próximo se lo contará..., y se inclina
para darse su usual pico de despedida. A Leo el roce le parece
insuficiente y lo retiene en uno con lengua. A él se le hace raro. Como
que todavía no llega a acostumbrarse a los besos franceses, a mover
la lengua... Es complicado. Y se agobia preguntándose hacia qué lado
debe ir o cuándo parar.
Al bajar se lleva una caricia en el trasero. Lara lo despide asomada
por la ventanilla como si partiera a la mañana siguiente al frente de
guerra.
Marc está sentado en el sofá con los brazos cruzados, la barbilla
ladeada, la cabeza gacha y los ojos cerrados cuando entra a la
buhardilla. Puede escucharle roncar con suavidad acorralado por una
tribu de papeles que se esparcen por toda la mesita, trepan por el
sofá y saturan los cojines.
Él tampoco le despierta. Todo eso tiene pinta de informe policial y
lo confirma en cuanto ve el sello con el escudo en las esquinas. Al
parecer, se ha molestado en volver a casa pronto para nada, porque,
cómo no, Marc ya está muy ocupado trabajando.
Aunque parece que él también ha salido. Ha tenido que salir para
traer la gigantesca caja de adornos de Navidad que ha brotado en
mitad de la buhardilla, antes no estaba.
—¡Dabg! —se despierta Marc en un repullo, con las manos a la
cabeza en un ademán de agacharse y protegerse las orejas; le mete
un buen susto y despierta a Pelusa en la cama.
Se incorpora con dilación y confundido, el corazón golpeándole
repetidamente el pecho. Ve a su sobrino a punto de beber agua en la
cocina pero detenido, observándole con sorpresa.
Tose arreglándose con una mano por el pelo, a posteriori la barba
lampiña, como si también hubiera podido deformarse.
—No te he oído entrar. —Guarda los documentos en una carpeta.
Lo hace más o menos tranquilo, pero queda en evidencia la prisa por
que Nino no lo vea—. Hay polvorones en esa cesta.
Nino deja su vaso sobre el microondas. Marc está obsesionado con
que haga las comidas religiosamente, es la base de su pirámide de
prioridades. Pero en todo caso sería la hora de cenar.
—He merendado fuera.
—También hay roscos —comenta cuadrando las hojas, se mira el
reloj de la muñeca en un acto esporádico de celeridad—. El súper
cierra en un par de horas, si quieres algo dímelo y bajo ahora.
¿No le ha escuchado?
—Ya he merendado.
—He comprado turrón, mazapán, almendras...
Marc está rarísimo.
No es su aspecto, y no es porque le haya dado por comprar
compulsivamente comida y adornos navideños en pleno marzo; es
que no para de zarandear manos y cuerpo entero enumerando lo que
ha traído. No pondría la mano en el fuego, pero es como si
estuviese... nervioso.
Intenta rememorar la última vez que ha visto a Marc nervioso pero
debió ser en otra vida porque no le viene un solo ejemplo.
—¿Decoramos el salón? —sugiere además, al punto del ruego.
Nino tantea los dulces pero no se decide por uno.
—La Navidad pasó hace tiempo...
—Yo me la perdí. ¿Me quieres ayudar?
Encoge los hombros.
—¿Te da igual? —levanta sus cejas negras—. Si siempre vienes a
ponerle sombrero de Papá Noel a mis dinosaurios. Te gusta llenar los
estantes de luz y adornos. —De entre todos los cachibaches escoge
una guirnalda. Abre los flecos aplastados—. Te pones tan triste
cuando hay que recoger que eso siempre me toca a mí.
—Me gustaba —recalca.
Marc o no le escucha, o simplemente lo pretende.
—Hoy no hace falta que te aupe para poner la estrella. Aunque
tampoco te habría hecho falta —se jacta del arbolito. Va sacando
esferas y serpientes centelleantes. Las esparce por el sofá, las lanza,
con tiento pero desatención; alguna de las pelotas de plástico rebota
al suelo y Pelusa se la pide. Le da zarpados con la pata, golpea el
adorno hueco y lo persigue con el plumero en alto. Él sigue
extrayendo brillantes del cartón sin fondo.
¿Pero cuánto dinero se ha dejado? Hay una cantidad considerable
de tonterías.
—¿Recuerdas cuando hicimos la casita de jengibre? Como
manualidad bien, pero sabía a periódico. —Tose un par de veces
raspado, se acuclilla a recoger la guirnalda que se le cae; y sigue.
Marc habla, y habla, entabla un monólogo. Que si Nino soltó un
gritito muy gracioso una vez que él se disfrazó de Papá Noel, que si
todavía conserva el osito de peluche gigante que le regaló hace unos
años, que si ponía una cara muy rara cuando comía los mazapanes
que antes odiaba pero ahora adora...
A Nino se le va frunciendo el ceño.
Que si era adorable dejándole agua a los camellos y vasos de leche
con galletas a los Reyes Magos, que si estaba muy mono el año que le
regalaron el traje de guerrera Sailor con la tiara y la varita, que si le
apetece preparar su tradicional tarta de queso con frambuesa...
—Deja de hablar como si todavía fuese un crío —le corta alzando
la voz.
Marc no termina lo que sea que estaba diciendo. Le ha sorprendido
su apóstrofe dominante, incluso con su voz suave que no da más de
sí.
Enseguida sonríe a modo de disculpa.
—No quería insinuar eso.
A diferencia de esta mañana Nino ahora sí que le está haciendo
caso; le fulmina con su ámbar. ¿Por qué?
Puede que se haya pasado un poco comprando en la tienda.
—Quiero que te sientas cómodo. —Exhala con un movimiento
lento—. Sé que no querías que te dejaran conmigo.
—No quería que te fueses —bisbisea con pesadumbre.
Marc desliga el adorno de su mano a la caja; se peina la ceja
mirando el parqué antes de verle otra vez. Tendría que haber puesto
de fondo uno de esos villancicos espantosos. Sería mejor que esta
tensión que se está chupando el oxígeno del cuarto.
—No quería estropearte el fin de semana.
Ve cómo su sobrino bordea el murito que delimita la cocina y sale
de ese metro cuadrado, pero no se equipa con sus auriculares ni se
tira en la cama a ver la tele; se le aproxima.
—¿Por qué has vuelto? —La buhardilla es minúscula y lo encara,
desde abajo, en pocos pasos. Así que Marc puede confirmarlo mejor:
Nino está... guapísimo, adorable con el pelo de su color natural y las
cejas fruncidas.
No sabría decir si este es ya su aspecto normal, dulce sin quererlo
porque no va a crecer más, o si no tiene nada que ver con su imagen
sino que así es como lo ve Marc. Para él Nino porta simultáneamente
dos estados: casi adulto y todavía niño.
Lo que vendría a ser el adolescente que le está dirigiendo esta
expresión furiosa.
—Quiero pasar tiempo con mi sobrino.
—Eso es lo que dijiste justo antes de irte.
Marc baja la cabeza.
—Incluso ahora estabas trabajando.
—No es trabajo —la levanta.
Nino afina los ojos. Sonríe melancólicamente.
—Si no es trabajo no es secreto policial.
—Pero es aburrido —le depone a la mano que se extiende a él.
No quiere apartar a Nino de mala manera, pero tampoco va a dejar
que revise estos papeles. Levanta la carpeta en alto para alejarla del
suelo. Le hubiese funcionado con un Nino de hace tres años y cinco
centímetros menos: de puntillas como un bailarín no, pero de un
salto roza la carpeta. Pese a que no la atrapa, consigue de manera
involuntaria flexionarla hacia atrás. Se resbalan las hojas en cascada.
—¡No mires! —brama Marc súbitamente, hace a Nino dar un paso
atrás, una contracción muscular automática que pregunta dónde está
la bomba. Marc arruga un par al aire y pisa las que caen bocabajo con
la bota sucia—. No lo mires —Se le quiebra la voz y tiene que toser.
Aunque quisiera verlas no podría; Nino ha quedado descolocado y
Marc se agacha tan rápido que no le deja sacar nada en claro. Le
parece ver que una de ellas es una foto, otra una tabla con números
decimales. No está seguro. Ha quedado aturdido porque es la
primera vez que Marc le grita. Además, ha rozado su mano al saltar y
estaba tremendamente fría.
Le ve engurruñarlas y guardarlas de mala manera, así la carpeta no
cierra.
Nino cruza los brazos en el estómago, se protege de la acidez...
Destartalado. Un coche que se ha quedado fuera en una lluvia de
barro. Se sorprendió el día de la función pero se negaba a
exteriorizarlo: Marc está... desvencijado. Esos músculos que
profesaba de trabajar en el GEO se han ido aplanando, siguen
meridianamente en su lugar por su estructura genética, y las ojeras le
han comido espacio. Al todo se le añade que, ahora que está
agachado, le ve más canas de las que parecía desde abajo; sin olvidar
que tiene la exacta edad de sus padres.
«¿Qué le ha pasado en estos tres años que ha estado fuera...?».
Le da igual.
Le da igual porque no es culpa suya. Y puesto que él a este hombre
ya no lo conoce, tampoco es asunto suyo. ¿Se supone que debe actuar
como sus padres, fingir que el tiempo se ha congelado mientras él se
iba y volvía? No es un perro de un videojuego. No ha estado
esperándole con el rabo en alto.
Y no es el comodín de cariño para el tío solitario.
—Lo único que te importa es tu trabajo —espeta en voz alta.
Marc deja de ordenar apresuradamente los documentos.
—Estás aquí de paso, y cuando terminen tus vacaciones te irás
otra vez, como haces siempre. No sé si te han obligado a cogértelas, o
si te has aburrido o te has sentido solo y te has acordado de que
existo, pero yo no te importo. No has aparecido por tres de mis
cumpleaños ni en verano ni los diciembres. ¿Y ahora qué? ¿Has
venido porque quieres pasar tiempo conmigo? Pues lo siento, pero
soy yo el que ya no quiere verte, porque si vas a —Le brota un
pequeño gallo sin embargo sin perder ritmo pone los ojos en blanco
molesto con su propio cuerpo y le esquiva la mirada, se clava en el
ropero—. Si vas a irte otra vez por mí puedes hacerlo ya.
Marc abre la boca; pestañea varias veces sin sacar palabras.
—Además —Encoge Nino los hombros. Habla dejando espacios,
porque pronunciarlo ocurre tan efímero que es un insulto al Nino
que los ha visto pasar con eterna pesadez—: Han pasado tres años.
Ni siquiera te conozco ya. Es que no sé quién eres; para mí solo eres
un desconocido. Supongo que tú siempre lo has sabido, me lo dijiste
en el acuario, pero yo me he dado cuenta ahora que ya no me
importas.
Marc late con aturdimiento. No hace nada más, eso: late, respira,
su cuerpo lo hace por sí mismo. Definitivamente se ha perdido
mucho en su escapada imprevista; el sobrino tímido que no
terminaba una frase sin balbucear se ha evaporado, no es el
adolescente que le mira ahora con desinterés. Con desdén.
—No me fui porque quise —susurra Marc, no obstante el rechazo
no se debilita un ápice.
Asiente muy pronto; se desajusta el cuello de la camisa porque se
ha ceñido solo y le aprieta la nuez.
—Siento que... —comienza, pero no sigue; otro pensamiento se le
cruza la cabeza a peligrosa velocidad: las fotos que le ha estado
mandando Anthony por carta divergen de la realidad, el Nino del
papel exponía sonrisas enormes que le recogían los carrillos. Y no es
que éste sea un Nino distinto, es que está él delante. Ha sido llegar él
y destruirle esa felicidad.
Aprieta los dedos en la carpeta engordada de papeles. Pega una
bocanada impuesta que le mete el aire a trompicones.
—Siento que te haya tocado yo de tío, princesito —sonríe amargo
con las cejas levantadas, pero está mintiendo porque la frase está
rebajada. Habría de ser un «Menos mal que te encontré unos padres
de verdad» que no pronuncia porque no tiene mérito. Si no hubiesen
sido Anthony y Kyle hubiesen sido otros... se habrían matado por él.
Con un movimiento lento y torpe, Marc descuelga su bomber de
siempre y abrocha la cremallera hasta arriba. Coge las llaves del
coche antes de salir y cerrar la puerta con cuidado.
La buhardilla queda sumida en el silencio.
La serpiente plateada de flecos que trasteaba Marc se ha quedado
entre estar y no en la caja, y Nino la ayuda a meterse dentro. Recoge
el resto de adornos tirados por el sofá y cierra detrás las solapas del
cartón.
Pelusa, que parece haberse enterado de cada palabra que ha salido
de los labios de su humano, le juzga desde el sofá.
—¡Yo no esperaba que se fuera! —se defiende.
Porque, ya ha oscurecido, y hace frío suficiente como para
resfriarse. ¿Para qué se va? Además es su buhardilla, su casa, no
tenía que marcharse. Tenía que... tenía que devolverle las palabras.
Tenía que darle una explicación de porqué Annie estudiando en
Estados Unidos y la abuela perdida en Oceanía venían sin falta cada
cumpleaños, pero su silla al otro lado de la mesa era un hueco vacío.
¡Tenía que pedirle una disculpa, no fluir como un ente hasta la
puerta y cerrarla sin perturbar la celulosa de la madera!
Le palpita muy deprisa el corazón. En la garganta, no en el pecho.
Entrelaza los diez dedos en un puño conjunto que se lleva a la boca,
muerde las uñas de los pulgares obtuso. ¿Adónde habrá ido?
¿Abriga lo suficiente esa bomber vieja que pasea por medio
mundo? ¿A qué hora de la noche o la madrugada piensa volver
exactamente? ¿Le espera para cenar o él cenará fuera?
Con paso dubitativo y una mano temblorosa por la tensión, va a la
cocina a revisar qué puede hacer para cenar. Enseguida verifica que
efectivamente Marc pasó por el súper esta mañana. La luz de la
nevera queda medio tapada por bandejas apiladas de comida. Hay
sobre todo champiñones, pero en general una variedad considerable
de hortalizas. En un bol pequeño hay cerezas rojo escarlata y justo
debajo una barriada de fruta, y queso vegano, y membrillo, y zumo...
Es como si hubiese estirado el brazo por una balda y hubiese traído
todos los productos de la tienda.
Meneando bandejas le vibra el iPear en el bolsillo.
En la pantalla ve a sus dos padres, unos diez años más jóvenes, con
unas montañas de fondo y unas mochilas gigantescas en el suelo de
lo que debe ser la cumbre; Kyle abraza a un Anthony despeinado y
colorado que parece a punto de desmayarse.
Cuando papá vea que la tiene de perfil le va a liar la del pulpo.
—Hola, hijo. ¿Cómo va el fin de semana?
—Bien —miente, erguido tanteando una manzana. Pelusa se
estiraza con el rabo en alto y se refrota en el estampado de T-Rex de
un cojín. Ah, ya no hay papeles a la vista. Ni... tampoco ve la carpeta.
Frunce el ceño y deja quieta la manzana.
Evidentemente.
Marc se ha llevado la maldita carpeta para trabajar en otra parte.
—Tu padre y yo ya hemos vuelto, estamos en el taxi a casa ahora
mismo y... Estoy —se corrige. Cuchichea algo que no se escucha bien
y luego sigue; pero Nino no sabe si se entrecorta la llamada o es su
padre el que lo está haciendo—. Anthz está... Ha habido un
problema con la empresa, y ha tenido que...
—¿Puedes venir a recogerme?
Hay un silencio. Nino pestañea intentando que no se le doble la
voz a la próxima palabra.
—¿No quieres pasar la noche allí?
—Marc tiene trabajo, y yo no quiero molestarle más.
—¿Trabajo? —No les dijo nada, y se supone que está de
vacaciones. Ya se imagina la regañina que le echaría Anthony si
supiera que está usando sus vacaciones para trabaj... Se tantea la
nuca consciente de la incongruencia que significaría eso.
—Sí. Está muy ocupado —insiste con los párpados entrecerrados
—. Y todavía puedo ir mañana a la sierra con Lara, Leo y Jack.
—Pues, no sé hijo... ¿Estás seguro? No sabes cuándo se va a ir.
Nino encoge un hombro. ¿Importa? Se irá de todas formas, así le
dolerá menos.
¿Qué quieren que haga si no? ¿Que le vuelva a llamar “tito” y se
sonroje cuando esté cerca? Él ya no es ese. ¿Es un cambio muy
brusco? Será lo que tiene que te deje de importar lo que piense de ti
una persona a la que le dices que la amas y acto seguido desaparece.
Porque Marc se fue porque quiso. Marc estaba herido, y según
Internet una herida en el abdomen tarda meses si no años en curar
correctamente, es inviable que le readmitiesen tan pronto en el grupo
de operaciones especiales. Por no decir lo curioso que resulta que le
surgiera el trabajo justo después de su confesión y que ni siquiera se
despidiera. E incluso, dándole el remoto beneficio de la duda y por
un casual de verdad tuvo que irse por trabajo, ¿cuales son las
opciones?
¿Se largó por su culpa, o se largó a pesar de él?
Se sorbe la nariz con fuerza.
Desde luego cuando vuelva a irse no piensa llorar.
—¿Me pasas a tu tío?
—No está. —Intuye en los segundos de espacio un Kyle
confundido—. Está trabajando, por eso. Ha estado trabajando en el
sofá y ahora se ha ido, no sé a dónde.
Kyle parece pensar. No está en la mejor de las condiciones para ser
objetivo. Acaba de perder la oportunidad de pasar unos días con su
Anthz encerrados en un hotel sin más preocupaciones que aliviarle el
estrés cuando ha sonado su maldito móvil del trabajo para
arrancárselo de los brazos.
Siempre es igual. El trabajo, el trabajo, el trabajo.
—Pues. Bueno..., pero avísale, ¿vale? Llámalo tú ahora. Mi taxi
está ya por el instituto, así que estaré allí en cinco minutos. De todas
maneras piénsatelo en lo que yo llego que no sabes cuándo va a
volver tu tío cuando se vaya.
—Sí. —Con el teléfono en la oreja recoge lo que ha llegado a sacar
de la mochila, básicamente la plancha y un par de jerséis que al final
no se ha puesto. Pelusa le ve cerrar la cremallera con las orejas en
alto.
Reuniendo sus pertenencias se topa con la bolsa que le ha traído
Marc de Ámsterdam, la observa de lejos con desapego. Acaba por
asomarse mientras su padre le pide que se lo repiense, que solo son
un par de días con Marc. Parece un jersey de Sailor Moon. Asoman
los principios de las mangas que son de color Barbie y el resto es rosa
chicle.
Se frota la manga de su sudadera gris en los ojos y se lleva un par
de gotas de agua. El jersey lo deja ahí.
Si Marc hubiese estado aquí habría sabido que detesta el rosa.
12
Destrudo
—Venga, porfavooor.
—Te he dicho que no —zanja un Marc en los veinticinco.
—¿Por qué? No va a pasar nada —se ríe Dab, pero enseguida se
enfada con un dramatismo exagerado—. Venga tío. En serio.
Marc sonríe abiertamente. Le gusta ver cómo no ha cambiado una
pizca. Se despegó a los dieciocho de él, de Ayo, de Berna y de todo ese
submundo sin volver a pisar ni el Trébol ni La Familia, sin dirigirles
la palabra y sin explicarles por qué.
Pero aquí está Dab. Lo tiene sonriéndole delante como si no
hubiesen pasado siete malditos años en medio.
—¿Es que no confías en mí?
—¿Para qué la quieres?
—Para usarla. ¿Para qué la voy a querer?
Marc gruñe.
—Va, que nunca he cogido una. Quiero sujetarla, tocarla, ver cómo
son de cerca. No se va a enterar nadie. ¿Te has convertido en uno de
esos polis rectos y estirados que ni siquiera le prestan la pipa a un
colega? ¿Ya no somos amigos? Pues si no me la prestas no cuentes
conmigo para la operación —le chantajea, y se acomoda con sobria y
definitiva superioridad.
Marc sabe que miente. Hace un momento cuando le ha contado su
propuesta de cerrar La Familia con ayuda del GEO ha expresado las
mismas caras de confusión extrema, recelo de supervivencia y
disimulada ilusión, por ese orden, antes de aceptar como Bernadett
hizo ayer.
Dab afina la vista en mitad del calor.
—¿Por qué ahora? —pregunta el pelirrojo abandonando el tono de
mofa. Pega un trago a la cerveza.
—No es ahora, es desde siempre.
—Ya, pero ¿por qué intentas cerrarla ahora y no hace dos años, o
hace diez? Y con el GEO igual, ¿por qué no te metiste desde el
principio, qué te dio ganas de intentar que te maten? —se burla.
Él intenta echarse atrás el flequillo azabache, por costumbre, no
recuerda que lo ha perdido. Es una de las normas que rigen al cuerpo
élite de la policía: nada de pelos largos. En su lugar, expulsa el
aliento en un soplo. No se esperaba esta clase de preguntas; aunque
supone que después de haber pasado de él tanto tiempo le debe al
menos la entrevista.
—Tengo un... sobrino, se llama Nino —comenta con reticencia, ve
por el rabillo del ojo la sonrisa burlona de Dab gritándole que se ha
vuelto un blandengue—. Entré en el GEO por él. No quiero que
crezca en el mundo que vemos nosotros.
Apoya su cerveza “sin” en la mesita de rejilla blanca oxidada que
alguien ha abandonado aquí, como estas sillas de jardín carcomidas
por el solano. Le explica cómo lo encontró, cómo lo adoptaron, cómo
hincha las mejillas cuando no entiende algo pero le da vergüenza
preguntar y simplemente se te queda mirando desde abajo
esperando angustiado a que le leas el pensamiento. Con el tobillo en
la rodilla, Marc echa un vistazo a su compañero sonriente medio
segundo, le explica que habla dos idiomas, que le gusta el color rosa,
el helado de fruta, que quiere un gato; antes de negar con la cabeza y
sonreír también, admira el paisaje castellano de litronas y bolsas de
plástico.
Hace calor en este descampado de arena y malas hiervas, pero la
pancarta de publicidad gigantesca les protege los ojos.
—Venga va, déjame la pistola.
—Que no —se carcajea.
—Mira, solo le voy a dar a la botella de allí, y te la devuelvo. ¿La
ves? —vuelve a la carga con todas—. Está sola, no hay nadie cerca,
no hay nada al lado. No va a pasar nada.
—Ya, ya te he visto cómo la has colocado antes —se carcajea
silencioso—. Y no. No puedo usarla para cualquier cosa.
—¡Joder, venga ya! Pues solo cogerla —Marc le analiza con
suspicacia, Dab suplica con los ojos. Cuando ve que no lo consigue,
su tono cambia completamente y se vuelve desinteresado—. Sabes
que voy a estar dando por culo toda la tarde. Qué digo, toda la vida.
Aunque te vayas por ahí de misiones aquí estaré esperándote cuando
vuelvas —se ríe con ganas. Ambos saben que es capaz.
Marc sonríe mirando la boca de la botella, coge aire y levanta la
ceja. Parece mentira que tengan la misma edad.
—Pooorfaaa...
—Solo tocar —ordena chequeando que tenga el seguro puesto.
—Claro. —La coge con ansia viva, como un lingote de diez kilos.
Toquetea el cañón, el cargador, que retira y vuelve a meter; la tantea
en la mano calculando el peso del metal—. Oye, pesa un montón.
Pensaba que iba a ser, no sé tío, de plástico ligero. ¿No se te cansa el
brazo al disparar? ¿Esto para qué es?
—El seguro —dice—. Eso no lo vayas a tocar —se apresura en
añadir. Dab pone los ojos en blanco.
—Te crees que soy tonto —masculla.
¡Pum! Resuena en todo el descampado, hace eco con los edificios
cercanos y los pájaros huyen en bandada, los dos se han encogido y
Marc se ha tapado la cabeza.
—¡Me cago en tus muertos Dab! —Se la quita enseguida.
—¡Hostia, qué susto! ¿Estás bien? —grita exageradamente, le
pitan los oídos—. Menos mal que no te ha dado porque estaba
apuntando para... allá. Ehm. ¿La oreja la traías así ya de antes?
❤
Han pasado tres horas desde que ha dejado a Nino solo en la
buhardilla. Pega la cabeza al reposo del asiento, exhala cohibido y
cierra la carpeta. Menos mal que Nino no ha llegado a ver las fotos.
Lo único que le faltaría para la medalla a peor tío de la última década
es traumatizarlo intentando averiguar dónde encajan los pedazos de
carne que ha visto para conformar a lo que antes era una persona.
Lanza la carpeta en el copiloto después de haber estado revisando
los papeles por vez decimotercera.
A la vista queda en rotulador grueso el nombre del expediente,
«Daniel Andrea Burgos», antes de que apague la luz del techo y se
suma con la oscuridad. En los alrededores del cementerio las farolas
son escasas y el césped mal cuidado le da un aspecto fantasmagórico
a la escena que ve por la ventanilla bajada.
No estaba preparado para esto. Ha sido él quien ha llamado al
servicio central esta tarde mientras esperaba el regreso de Nino y
quien ha exigido el informe por fax inmediatamente al conocer la
noticia; pero no estaba preparado.
Tira el cigarrillo apurado al asfalto, saca otro y lo ve de lejos: una
cuadrilla de tumbas de cemento apiladas en una pared larga y sosa
de ladrillo. Ladrillos, muerto, ladrillos, muerto, ladrillos.
No sabe cuál es la de Dab; no se ven desde aquí los letreros. Podría
no ser ninguna y lleva haciendo el ridículo todo el tiempo que lleva
parado como un idiota intentando entender algo, pero no baja del
coche porque no sabe si es seguro, si La Familia estaría esperando a
que él viniese aquí.
Porque la única conclusión a la que ha llegado es que el párrafo del
expediente que relata un accidente de moto hace once meses, es
mentira.
Para empezar la moto de las fotografías no es la vieja Suzuki de
Dab que le daba problemas, es el modelo de Ducati que siempre
alardeaba que iba a comprar; una Ducati que parecía nueva antes de
ser aplastada por el guardarraíl y despedazada en varios trozos en la
caída. El cuerpo es el suyo. La cara, el pelo, los ojos son los suyos. Sí.
Pero no se ha encontrado pintura ni se mencionan golpes de otro
vehículo en los restos, en el análisis de sustancias no se aprecia
alcohol ni drogas, y la puta carretera era recta.
¡La línea que resume una cabezada involuntaria a las tantas de la
madrugada es un insulto a la inteligencia, no se quedó dormido!
¿Pero qué pasó que le hizo desviarse?
Además. Está seguro de que, que al llegar de Ámsterdam su
buhardilla estuviese patas arriba con los cajones partidos, los
dinosaurios por el suelo y los cojines abiertos, tampoco es
coincidencia: no ha sido un robo, han inspeccionado su piso y han
sido ellos.
Se frota los ojos con el brazo para desentumecerse y airear el
humo, y tira el cigarrillo viejo para sacar uno nuevo sin dejar de
menear la rodilla de manera inconsciente, cada vez más deprisa.
Cuando hace tres años Berna apareció por su piso con un billete de
avión y poca explicación se largó porque cualquier médico le
diagnosticaría un evidente trastorno mental pero suele saber lo que
hace.
¿Pero por qué no se fue también Dab, que ni siquiera tenía aquí
una familia que le retuviese o preocupase?
Mira el reloj, acaban de dar la una de la mañana, y conduce.
Se concentra en el color de los semáforos, en la música de la radio,
en el reloj del salpicadero para que se ralentice por la vergüenza. Se
concentra en no pensar, en repensar sin querer, en visualizar algunas
partes de las fotografías de lo que quedó de quien era su mejor
amigo.
Deja el coche mal aparcado sobre la acera, tampoco cree que en
este barrio residencial de adosados haya mucho tránsito de
madrugada. Cruza el asfalto enganchándose la placa en el pecho y la
pistola que guardaba en la guantera ahora en el cinto. La casa de
Gamell es la tercera.
Le ha estado dando largas tres años por teléfono, a ver cómo se las
apaña ahora que está aquí. Aporrea la mosquitera de la puerta, la
bombilla bulbosa del porche está encendida, pero al segundo aporreo
se enciende también la del interior de la casa.
Gamell está en bata de cuadros y vaso en mano cuando abre las
dos puertas. O la sorpresa es insuficiente o el señor está curtido, el
whisky de su copa no fluctúa cuando su índice hinchado se limita a
señalarle el interior de la casa con la tranquilidad de quien se sabe
esperando.
—¿Dónde está Bernadett? —pregunta Marc con los pies fuera.
La televisión se escucha desde la entrada y la luz del salón está
encendida, no obstante no pasan por él al entrar. Gamell le guía por
la casa hasta la habitación del fondo, la lámpara de su escritorio de
nogal enfoca unos papeles pero su propietario la apaga al sentarse en
el butacón.
—Así que ya han terminado sus años de excedencia. ¿Whisky?
—Bernadett cambió de número y no tengo cómo encontrarla.
Marc coge sitio en el borde de otra butaca, con las piernas
separadas y el gesto inexpresivo. Todo en la estancia huele a madera
vieja o a polvo, probablemente se deba a la gigantesca estantería
repleta de libretos e informes que se come la pared donde deberían
estar las ventanas.
La primera vez que estuvo aquí había más personas. Gamell, bajo
la premisa de haber recibido la placa de dedicación al servicio
policial; celebró una especie de fiesta con póker, alcohol y política a
la que acudió como hombre trofeo del comisario por su puntería en
las misiones. Ese día ha quedado enmarcado entre las demás
fotografías de la pared.
—Yo no puedo acercarme al Podio después de tanto tiempo, pero
cualquier agente encubierto podría hacerlo.
Gamell maneja unos papeles, los va recogiendo. Seguidamente
coloca un bolígrafo en su sitio, y entonces saca de un fichero una
carpeta con absoluta parsimonia.
—Bernadett no escapó —la defiende Marc, porque puede ver el
juicio de Gamell en su desinterés, porque se atreve a decir que le
conoce un mínimo como para saber que busca deshacerse rápido de
él—. Tuvo que huir. He vuelto de Ámsterdam porque me dejó un
mensaje de voz.
Se saca el móvil, lo coloca entre ambos para pulsar la tecla.
—«Puedes volver cuando te dé la gana pero yo no voy a seguir con
esto y quiero que me dejes en paz» —sentencia con desgana el eco de
la rubia. Y fin de la cinta. No hay nada más. Tres segundos de
grabación.
Las cejas del hombre se levantan en un suspiro largo.
—Bernadett está en peligro —obvia Marc. Le duele la garganta
por el tabaco.
—Siento lo de su compañero.
—No ha sido un accidente.
Gamell saca un papel que le acerca bajo un bolígrafo. Los desliza a
ambos por la mesa, y pega un trago al alcohol. Marc lo analiza con la
vista, de lejos.
—No voy a cogerme una baja —resuelve con celeridad—. Lo que
tenemos que hacer es movilizar ahora mismo la operación —menea
las manos entre las piernas con la explicación—. Daniel y Bernadett
sacaron todos los nombres, las viviendas de los altos cargos, sus
relaciones. Está todo. Estábamos listos hace tres años y estamos
listos ahora.
—Me alegro de que esté de vuelta, pero la operación se canceló
porque la señorita Bernadett desapareció, y sigue desaparecida.
—Bernadett no ha contado nada si es lo que tanto le preocupa.
Está de nuestra parte y tenemos que protegerla, no tratarla como a
una criminal.
—Un fallo o un fugitivo significaría exponer innecesariamente a
los hombres. Empezando por usted, le recuerdo. Y su familia.
—He pasado tres años en el culo del mundo por mi familia
esperando ese mensaje. No supimos qué pasó entonces pero sí lo
sabemos ahora. Bernadett tuvo que cortar comunicaciones para no
acabar como Daniel porque de alguna forma supieron lo que
estábamos haciendo.
—¿No habrían ido entonces a por usted?
—Bernadett me sacó del país antes de que confirmaran las
sospechas, revolvieron mi piso pero no encontraron nada y estoy
seguro de que ella contribuyó a que cambiasen de opinión.
—¿No vendrían entonces ahora?
—Bernadett no me habría avisado de que podía volver si creyese
que es peligroso. Por eso me ha dejado ese mensaje ahora.
—Confía usted mucho en alguien que le triplica los asesinatos a los
mejores tiradores de nuestro cuerpo.
—La conozco.
—Summer... —exhala pacífico inclinándose hacia delante con
gesto complaciente, fraternal. El tono aderezado que le dirigirías a
quien sabes trastornado... No le toma en serio.
Marc se adelanta:
—Berna no es ninguna desertora y Dab no ha tenido ningún
accidente —repite más despacio, quizás así le entienda.
La hoja vuelve a él.
—Sólo, mientras Bernadett aparece —sugiere Gamell. Aunque no
es una proposición. Es una orden de un superior.
Marc mira la hoja sin tocarla, luego le mira a él. Afina los ojos
azules y apagados, y el ambiente se densa durante un silencio que se
prolonga sin prisa.
El desinterés del comisario le cala los pulmones aflorando una
sospecha que arrastra desde hace tiempo, y que ahora, en este
despacho, puede confirmar con aplomo.
A quien tiene delante es al superior al que no le tiembla un
músculo al retrasar, y obviar, a todos esos niños.
Durante un día. Y otro día. Y otro día, tras otro.
Los modales se le sustituyen por una impotencia sutil que le
consume con rapidez.
—La operación nunca se va a realizar —asevera inexpresivo.
Es consecuente, no obstante pausado: Gamell se recuesta con los
dedos entrelazados sobre su estómago esférico.
—La operación se realizará en cuanto sea preciso hacerlo.
—¿Cuándo será eso?
—Mientras tanto puede descansar. —Señala con descuido su
aspecto demacrado, su voz, su cara en general. Es objetivo y no
necesita más explicación, es evidente que necesita un reposo y con
urgencia—. Puede seguir de vacaciones.
—¿Seguir de...? —se le escapa con los ojos abiertos.
¿Qué ha dicho? ¿Qué cojones acaba de decir?
¡No ha estado de vacaciones! ¡No recuerda unas solas vacaciones!
Incluso las semanas que pasaba en familia hace años nunca se ha
despegado del móvil o sacado este tumulto del pecho.
¿Cómo cojones podría cogerse vacaciones sabiendo que cada día a
un niño más como su sobrino Nino, como su mejor amigo Dab o
como su hermana Berna, se les arranca la posibilidad de tener una
familia?
¿¡Quién podría hacer eso!?
Aprieta los puños sobre las rodillas.
El clic metálico del bolígrafo es audible en un silencio que se crece
y estira como un chicle pegajoso. Gamell lo prepara para él.
—Sé que está frustrado, Summer, pero así es cómo funciona.
Usted ya lo sabe.
Aparta el whisky en la mesa y clava los codos para seguir hablando.
El azabache no le mira, su fijación reside en el papel que con tanta
insistencia requiere su firma.
—En las operaciones de desmantelamiento es crucial la discreción
y eso ralentiza el proceso —prosigue despacio—, es preferible
retrasarlo a perder estos años o a uno de nuestros hombres Tampoco
es la única operación que estamos llevando a cabo y los dispositivos
son limitados. La semana pasada, desarticulamos una red de trata
con treinta y nueve mujeres nigerianas obligadas a ejercer la
prostitución. Siete implicados. Nos llevó seis meses.
Ya.
Ya sabe todo eso, no ha estado en el GEO cultivando flores pero
esto es distinto. Esto lleva ya demasiado tiempo.
—Nueve años jugándonos la vida —le recuerda entre los
mechones, largos, despeinados, necesitan un recorte.
—Comprendo su actitud.
—Hasta que Dab ha muerto —levanta la barbilla—. No somos
peones de ajedrez, somos personas.
—Cada hombre es indispensable —le secunda. Pero es mentira.
Marc sabe que miente, que su preocupación es una carcasa y que por
dentro las palabras que se esfuerza en reforzar no llevan sentimiento:
¿acaso no era Dab indispensable?
¿No lo es Berna, a la que ni siquiera buscan?
A Gamell no le importa. Para él Berna es una criminal, y puede que
sí, que haya matado a unas pocas personas, no lo va a negar; pero
Berna no ha sido siempre una asesina.
La mitad de los niños que ahora pululan confusos por el orfanato
crecerán hasta convertirse en una Bernadett, en un Jota, o en un
donante involuntario de órganos como a estas alturas está casi
seguro fue Ekon. Mientras Gamell, que solo tiene que mover un dedo
para dar la orden, se queda aquí vigilando sin mancharse saboreando
su whisky de importación, los niños a los que tienen que salvar
sustituyen al ellos que deberán exterminar mañana.
Hay espacio para un silencio. Tenso, manido, opulento. Cuando
Gamell se pronuncia, lo hace con amabilidad.
—Lleva años centrado en las operaciones, haciendo horas extra,
preocupado por este proyecto. Relájese. Pase un tiempo con su
familia. Y olvídese de regresar al grupo de especialidad por ahora. En
su estado sería más estorbo que utilidad.
—Los niños valen menos que el dinero —murmura Marc
apuntando al suelo—. Los niños huérfanos..., ¿a quién le importan
unos huérfanos?
Gamell le estudia mientras habla solo.
—Puede que para escribir un libro, ¿pero qué más? Es un asunto
manido..., nada como salir en los periódicos estrechándole la mano
al alcalde por abrir un puto circuito para que los niños aprendan las
señales de tráfico y a conducir coches de ruedines con cinco años.
Levanta los párpados para posarle los azules con desgana.
Está seguro de que Gamell sabe a qué evento y foto del periódico
referencia. Debe tenerlo por aquí. Es posible que colgado junto al
resto de recortes, condecoraciones y memeces.
—Los actos triviales tranquilizan al ciudadano —se justifica con
voz cautelosa, porque le ha enjuiciado mal: Summer está totalmente
inestable. Puede pretender que no está entendiendo sus
insinuaciones si no sigue por ese camino, si no sigue hablando.
Pero Marc sigue hablando.
—¿Por qué insiste tanto en quitarme de enmedio?
Las facciones de Marc se ensombrecen cuando ladea la barbilla con
pereza, o son sus ojeras oscuras y su barba, que vuelven grises
algunas partes de su cara.
El cansancio mental, las madrugadas sin dormir, la soledad, el
tema que lleva sepultándole la cabeza desde que puede hacer
memoria, y la indiferencia del resto del mundo que no comprende o
no quiere mirar; se suma y converge deprisa.
No tiene sentido seguir actuando con respeto.
¡No tiene ni nunca ha tenido sentido, pero lo ve ahora!
«¡Menudo imbécil has sido!».
—Dígame cuánto —sus labios se han cincelado en piedra.
—Esas insinuaciones le pueden costar el puesto.
—No lo estoy insinuando.
—Entonces debería retractarse.
—¿Vais a matarme a mí como habéis matado a Dab?
A la mierda los formalismos, lo acaba de decidir ahora que sabe
que va a morir de todas formas.
¿Será cuando salga de esta bonita casa adosada?
¿Será estando ya en su coche, o antes de llegar a la buhardilla?
¿Por qué cojones no lo han hecho ya?
—¿Eso es lo que hizo Dab, darse cuenta de que debajo del
uniforme sois la misma basura?
Gamell descuelga el teléfono.
Le ignora.
Le está ignorando.
Marc escucharía las pocas palabras que dirige al interlocutor si no
estallase a gritar por encima.
—¿¡Por qué no me habéis matado a mí ya!? —golpea la mesa con
las manos al levantarse—. ¿¡A qué coño estáis esperando!?
No hay reacción por la otra parte, aunque él no deja de gritar.
—¡¡Venid a por mí de una puta vez!! ¿¡Os divierte más esto, os
divierte más ver cómo me vuelvo loco!?
A Gamell no parece perturbarle en lo más mínimo su pataleta.
Por eso Marc barre la mesa. Se lleva ese miserable papel y el
montón de la esquina, la grapadora, los bolígrafos, el teléfono, el
ordenador entero que revienta en el suelo.
—¡Summer! —Él también golpea la mesa al levantarse y la
madera vibra. Su expresión meridianamente afable ya no está y
nadie juraría que alguna vez ha estado—. ¿¡Qué coño le pasa!?
—¿¡Qué habéis hecho con Berna, dónde está!? ¿¡Está muerta!?
—¡Está suspendido de empleo y sueldo! —vocifera grave.
—¡Mis cojones! ¡Deje de hablarme de usted mientras me trata
como a un gilipollas! —grazna volviéndola a golpear.
¿¡Cómo no se ha dado cuenta antes!? Todos esos retrasos en la
operación, todas esas excusas...
—¡Entregue su placa y su pistola! —Increíble, grita todavía más
que Marc aunque apenas gesticula. Su voz seca y notablemente grave
solapa sin problema la ronca de Marc, que habla deprisa con las
ojeras en contrarelieve compungiendo una equis gris.
—¡No os importan una mierda esos niños! ¡Berna también está
muerta, ¿verdad?!
Gamell está con ellos desde el principio. Es él quien ha matado a
Dab y quien ha puesto en peligro a Berna. Es él quien ha dado la
orden de eliminar a Dab cuando ya estaban demasiado cerca.
Ha tirado todos estos asquerosos años de su vida a la basura.
—¡Summer! —grita mientras Marc se acerca bordeando la mesa,
mas él no se mueve un pelo; vocaliza a la perfección y con pausas
vociferando como una estatua—. ¡Este es el último aviso!
Súbitamente se detiene de modo que no le alcanza las solapas de la
camisa. La pelea no llega a producirse porque Marc se ha detenido a
sí mismo al percatarse:
«El teléfono».
Se aleja un paso.
¿A quién ha llamado Gamell?
Están en el Podio, están en la policía... Están por todas partes. Una
sola llamada de Gamell puede desembocar en múltiples finales. ¿Es
eso lo que ha emprendido? ¿Es la muerte de sus seres queridos lo
que ha originado en esta noche? Podrían borrar su mundo en
minutos. Nino, Anthony, Annie, Ellen, el payaso de Kyle.
En tan solo cinco minutos.
Marc endurece el rostro. Lo mira a él, al comisario condecorado
bien nutrido de años en el servicio. Trata de descifrar su cara, sus
manos, su complexión completa; después los objetos que ha
esparcido sin proyecto al suelo. La pantalla del ordenador y los
cristales rotos, las hojas y los clips que se han mezclado y revuelto en
un amasijo, las fotos de los que deben ser su exmujer y sus hijos.
Se lleva una mano a la cabeza, que siente a punto de explotar. Los
dedos se le esconden en los mechones y los aprieta.
No tarda en erguirla con brusquedad.
—Déjelos en paz —implora en apatía y articulación grave—. No
haré nada. No les hagáis daño.
Se despega la placa del bolsillo y la pistola del cinturón. Se limita a
mantenerle la mirada extinta de pasaje a su superior, a quien se le
han hinchado las venas de cuello y manos de su propio vocerío.
—Matadme a mí pero no les hagáis daño —apela.
Gamell mantiene los ojos azules, que ya no proyectan hostilidad:
silenciosos y con el gesto seco, tan solo piden. Un ruego coronado
por un par de cejas negras que de tensas descordinan.
—Lo pasaré por alto por sus años de servicio —proclama sin
posibilidad de recurso, no obstante se antoja incluso cándido
abandonado el grito. Se pasa una mano por la frente, analizando el
destrozo—. Considérese de vacaciones indefinidas.
Lo único que puede hacer Marc, es inclinar el cuerpo en señal de
obediencia.
Abandona el domicilio a zancadas largas. La puerta mosquitera
choca en la madera a su paso y cruza la carretera sin parpadeos;
entra en el coche de un portazo metálico que estruenda en el barrio
mudo.
Del final de la calle no tarda en aparecer un coche de policía sin
sirena pero deslumbrante. El azul y el rojo revolotean en la noche
desierta cuando aparcan en la acera de enfrente. Marc los sigue con
la vista entre su flequillo revuelto con las manos aferradas al volante
sin llegar a arrancar.
Efectivamente se dirigen a la casa del comisario. Los habrá
llamado Gamell, por él, para echarle, pero ya no hace falta. Los
muchachos, jóvenes en contraste con la figura redonda que abre la
rejilla y la opaca que observa desde la lejanía, atienden al comisario
con discreción preguntándole cómo proceder. Este niega con la
cabeza, hace un gesto de aspaviento cansado que les manda a paseo
con sutileza y en un par de frases los despacha. Cierra sus puertas del
mismo modo que un anciano cascarrabias pretende dispensarse de
más necedades por esta noche.
Respira aliviado, y la humedad nocturna le refresca el aliento, de
sus labios escapa una figura abstracta, el frío apegándose a sus
riñones. Al menos puede relajarse ya que esa llamada no iba dirigida
a La Familia.
Los policías se van antes que él. Igual que la luz se manifestó con
ellos la oscuridad retorna a su partida. Persiste el amarillento de la
farola sobre el capó de su coche.
—Joder —murmura.
Ha salido con las manos vacías. Está en el paro. Conoce el
procedimiento, un oficial se pasará por la buhardilla la semana que
viene para retirar también su uniforme de policía.
Parece bastante definitivo.
Tantea el cuero de imitación del volante frío. Tras un momento,
cuadra los hombros. De sus ojos desaparece toda bruma de sumisión,
porque se llenan de una frustración desquiciada. Así que a Berna le
van a dar por culo como a todos los niños, y todavía tiene que
agradecer que no vayan a presentarse con pistolas en su casa o en las
de su familia.
Es muy sencillo: matar a Dab ha sido un aviso para él y para Bé.
Dab era el miembro más prescindible. Sin familiares, sin aptitudes
útiles para La Familia. Un simple camarero y eventualmente
cantante.
Palidece los nudillos al aferrarse al plástico.
—Joder —masculla con los dientes pegados—. Joder. Joder,
joder, ¡joder! —golpea el volante. Trataba de paliar lo que ha hecho,
lleva toda la vida intentando arreglarse, compensar su existencia,
pero no ha hecho nada más que lamentarse, latir por mecánica
caminar por inercia y conseguir asesinar a Dab.
En el retrovisor central asoma el reflejo de un hombre adulto al
que ve de lejos sin interés, y que parecería más joven si se afeitase. Si
le echase más horas al sueño para borrar las ojeras también, a lo
mejor, ayudaría. O podría probar dejar a su garganta reposar del
tabaco unas semanas. Debería. La buena noticia es que las facciones
heredadas de su padre ya comienzan a esclarecer, porque las canas
que le están saliendo en un mechón del flequillo azabache y en la
barbilla lo distinguen: su padre no vivió tanto y él todavía sigue vivo.
«¿Le importaría dejar de estarlo?».
Pestañea despacio, y el hombre del espejo le mira. Está pensando
lo mismo que él.
Lo mismo que él repiensa siete veces cada día.
«¿Lo notaría alguien?».
Conduce hasta su buhardilla por rutina, por repetición, porque no
tiene un lugar más al que ir a ver pasar la vida; hasta que recuerda
que tiene a Nino allí este fin de semana. Lo había olvidado por
completo.
Se reacomoda en el asiento, se echa otro fugaz vistazo de aprecio
que acaba en desprecio y se huele la camiseta con displicencia.
Apesta a tabaco.
Va a tener que darse una ducha antes de tumbarse. A estas horas
Nino estará acostado, no habrá notado su ausencia este último par.
Se mete en el ascensor y se deshace en un suspiro que dura la
mitad del trayecto. Se pasa una mano por la cara pareciendo intentar
esconder las ojeras, la rojez de los ojos o mejorar como sea su
aspecto.
El piso está a oscuras, pero la luna vuelve marino el negro. Escucha
el tráfico reducido de la madrugada como ambientación de fondo.
Cada dos coches que pasan pegados les trasporta a un maldito piso
justo en el centro de Nueva York.
Cuelga el abrigo confirmando que Nino tiene que estar durmiendo
ya porque no ve la luz de su móvil bajo la colcha, y decide que se
disculpará con él mañana. No quiere que piense que ha pasado estos
años porque no le importe.
Se soba los párpados sepultados de ojeras, deja las llaves en el bol
de fruta, y cuando se da cuenta de que ese no es su sitio las recoge y
dubita un momento largo dónde ponerlas, como un intruso que no lo
recuerda; hasta que simplemente las deja en la encimera, al lado de
un papel que no estaba antes.
Lo desdobla y lee con la luz que llega de la ventana para no
molestar, y...
♥ Larita ♥
sábado
? 11:56pm
No sé de qué me estás hablando
11:57pm Me voy a dormir que es tarde adiós
❤
—Diría, que siente culpabilidad por haber sobrevivido al incidente
de sus padres.
La voz gutural del hombre mayor le rebota hasta en los pulmones.
Ya es oficialmente de noche, porque empieza a ver las estrellas por la
ventana.
—Por lo que usted me cuenta, su actitud se ha basado en vivir
desde entonces sin molestar a nadie, sin insultar a los que ya no
están, como su madre —le explica el psiquiatra a Anthony, como si
Marc no estuviera tumbado al lado en una silla extraña sin brazos.
Ha entrecerrado los ojos apuntando al techo hace un rato, buscando
abstraerse, simplemente esperando a que acabe esto.
Si la intención es ayudar no comprende qué utilidad puede tener
rememorarle las miserias de su existencia; pero aparenta
indiferencia con maestría.
—Es común en las personas que han perdido a alguien.
—Pero fue hace muchos años —musita Anthony.
El hombre asiente.
—Su despido podría haber sido un recordatorio, o según usted me
cuenta, el cómo lo único en lo que se ha centrado por ahora es en
trabajar, podría haber sido dejar de sentirse útil lo que le ha llevado
al pensamiento de atentar contra su vida. También es algo muy
común en expolicías y bomberos retirados —añade meneando una
pluma, firmando una prescripción médica.
En cuanto a Marc no hay emoción. Se plantea si debería pedir
perdón por ser tan común y aun así no haber visto esos evidentes
hoyos en los que caen tantísimos estúpidos comunes como él.
—Yo pensaba que estaba bien...
—No se culpe. Verá, cuando alguien sufre depresión no ve más allá
del problema, magnifica los pequeños conflictos del día a día y se
vuelve incapaz de ver las cosas buenas que nosotros sí vemos; que
experimente cambios bruscos de humor o comportamientos
impulsivos como el de anoche es normal. No tiene por qué significar
que de verdad quisiera hacerlo. ¿Le suele notar con baja autoestima
o transmite la sensación de sentirse estorbo?
Marc aprieta los párpados pero no comenta. Esto es absurdo. Está
perfectamente. Se cruza de brazos pero tiene que deshacer la presión
cuando le escuecen los puntos.
—No. Es que, no lo sé... Nos alegramos mucho siempre que viene,
y baja autoestima no veo por qué, si nunca ha tenido problema con
gustarle a las mujeres y en el trabajo le ascendieron rápido y le iba
muy bien. Vaya, yo pensaba que le iba muy bien... —se va apagando.
—¿Suele beber a menudo?
—No. No, que yo sepa ya no.
—¿Ha tenido problemas con el alcohol anteriormente?
—Pues...
El hombre lo ve dudar. Mira por encima de sus gafas al agregar:
—¿Cuando bebe acostumbra a volverse impulsivo? ¿Violento?
—No —se exalta—. Nunca.
—Es normal buscar paliativos a los problemas —mira a Marc—.
Para unas personas pueden ser el alcohol o los cigarrillos, para otros
la música o el deporte, el sexo, bailar, o llorar y desahogarse. Todos
forjamos una costumbre sin darnos cuenta; pero lo ideal es buscar
un paliativo que no empeore el problema.
Marc se quiere ir de aquí.
Al estipular que no va a conseguir hacerle hablar hoy, traslada el
castigo a próximamente y le regala una receta de pastillas que
deberían atontarle para que no intente suicidarse hasta entonces.
El recorrido a casa es de lo más incómodo. Anthony se mira las
manos buscando algo que decir, pero le resulta complicado
encontrarlo; hacen una parada en la farmacia y le abre la puerta del
coche para bajar como a un discapacitado. No hablan por la calle, no
hablan en el establecimiento, y Anthony repite la acción con la
puerta otra vez al bajar en el aparcamiento del dúplex.
—Marc... ¿Recuerdas cuando fuimos a Terramítica? —le pregunta
en el ascensor—. Kyle, Annie y Nino querían subirse en todo y
nosotros y mamá hacíamos cola. Ahí fue donde Annie entendió que
atiborrarse a batidos y luego subir en cacharros que giran y dan botes
no es buena idea, y cuando Kyle se mareó le afectó tanto que ya no
paró de lamentarse porque se estaba haciendo viejo. ¿Te acuerdas?
—Le husmea los ojos, pero Marc se mira la venda. Estaba allí, no
hace falta que le repita las vacaciones enteras—. Pero como Nino
seguía queriendo subirse tú le acompañaste el resto de la tard...
—¿Y qué? —le interrumpe antes de que la voz trémula de Anthony
se transforme en llanto. Éste le tiende agua para ver si le alivia esa
garganta quemada, y endeble cuela la mano con la suya.
—Que no sé qué te ha pasado, Marc. Pero no puedes dejar que los
malos recuerdos se coman los buenos. Te queremos. No te olvides de
que tienes una familia —sonríe un poco, acariciándole la mejilla con
el pulgar—. Yo he echado mucho de menos a mi hermano mayor.
Marc no puede hacer más que soltar aire por la nariz, cansado. Se
pregunta si él viviría en este elegante bloque de pisos; se pregunta si
hubiese escogido un trabajo más sencillo y menos peligroso como el
de Kyle; y se pregunta cómo serían los días si Anthony le hubiese
escogido a él.
¿Habría intentado suicidarse? ¿Estaría casado ahora? ¿Sería
padre? Le cuesta mucho imaginarlo.
Menos mal que Kyle se interpuso, habría sido una carga como lo es
ahora: el hermano con problemas, el hijo descarriado, el pobre tito
mal de la cabeza que quiere matarse y ahora tiene que tomarse unas
pastillas, racionadas y bajo supervisión.
Los ojos verdes rebosan pena y le absorben la libertad, y entiende
enseguida que no va libre sino preso. Pasará un tiempo hasta que
pueda salir sin escolta o ducharse con el pestillo.
En el dúplex, encuentran comida encima de la mesa. Unos
aguacates han sido encerrados en una cúpula sobre una tumba de
verduras y patatas. En el respaldo del sofá que ahora está cubierto de
una manta de pelo blanca hay guirnaldas verdes, rojas y plateadas.
Un árbol decora una esquina del salón, con los adornos colocados
para dejar el mismo exacto espacio entre cada uno.
Anthony entra con una sonrisa, él lo hace más despacio. También
han traído sus dinosaurios y llevan sombrerito.
Nino aparece con el móvil y un jersey de Sailor Moon recién traído
de Ámsterdam al que se le ha olvidado sacarle la etiqueta.
Debe estar muy metido en lo que teclea porque hasta que no le
separan dos metros no intuye la silueta alargada. Alza la cabeza de
sopetón. A dos metros, Marc, en mitad del salón, le está mirando. Un
ciervo vislumbrando los faros de un coche.
—Hola... —Pelusa también saluda, ronroneándole en la pierna.
Un villancico se abre paso pero con disimulo y Nino se agarra el
brazo. Se escudriña las puntas de los calcetines.
Kyle baja y rodea a Anthony, ambos esperan su reacción.
Pero Marc no opina nada al respecto.
—Es un poco pronto, no tenemos que cenar todavía si no tienes
hambre. No me daba tiempo a preparar nada especial así que he
cortado varias cosas y las he juntado... P-pero, si no te gusta o te
apetece algo más hay filetes en la nevera...
Él no quiere que Marc se vaya.
Pues claro que no quiere que se vaya. Marc tiene que saber que no
estaba hablando en serio, que simplemente estaba enfadado y dijo
bobadas, que solo estaba triste y asustado y tenía miedo de no saber
afrontar otra despedida otros a saber cuántos años...
Seguro que lo sabe; tiene que saberlo.
Cuando levanta la cabeza le retumba el corazón. Marc tiene los
ojos húmedos, las cejas curvadas, y no deja de mirar la mesa repleta
de comida. Además a su gesto siempre serio y cansado se le ha
sumado un complemento: un par de círculos rojos y difuminados,
descoloridos alrededor del párpado.
Durante un excesivo minuto ninguno de los dos pestañea. Su tío no
está llorando, se limita a estudiar la decoración con minucia y
sepultura. A Nino le viene de golpe. No lo puede controlar, le sale
solo, le pica la nariz y se esfuerza por no sorberla cuando avanza un
paso inseguro... El espacio restante lo recorre en un pestañeo, se le
tira en un abrazo que Marc acoge con torpeza.
—¡Siento mucho haberte gritado! —arma un escándalo. Se refugia
en sus brazos, se le aferra a la sudadera—. ¡No pensaba esas cosas,
yo no quiero que te vayas! ¡Y no eres egoísta, yo soy el egoísta, lo
siento mucho!
Anthony y Kyle les miran pero no intervienen.
—¡No sabía que estabas triste, y aunque lo hubiera sabido no tenía
derecho a hablarte así! ¡He sido un idiota, lo siento mucho...!
Nino frota la nariz por su pecho mientras traga saliva. Cuando
resurge se sorprende un poco, porque en el último abrazo, ese
horrible de despedida cuando le besó sin su consentimiento, no le
pasaba del pecho. Ahora sus ojos quedan ligeramente más cerca.
—Ya no vas a irte —dicta tembloroso—. No quiero que te vayas
otra vez. Por favor, por favor no te vayas más...
Los segundos pasan, y la reacción de Marc es nula. Un realista
muñeco de hueso y carne. Por eso Nino busca a sus padres, que le
devuelven unos hombros que se elevan pidiéndole tiempo.
Esconde la cabeza en su pecho en una negación débil.
—¡Te he echado mucho de menos...! —gime.
Durante la cena, Marc no habla. Se sienta a la mesa esperando a
que Nino le sirva y se termina todo lo que le pone delante. Los únicos
que charlan son Kyle y Anthony, que comentan de manera extensa
cualquier tema nimio bordeando mencionar lo que ha pasado. La
televisión suaviza las pausas incómodas.
Luego le enseñan la que será su habitación. La cama aún individual
ha entrado por los pelos, y la ropa que han traído de su buhardilla ha
sido colocada junto a algunos dinosaurios en un par de baldas que
Kyle ha atornillado esta tarde. Con eso, una lamparita verde de
aspecto acogedor, un gigantesco póster de Jurassic Pack que adorna
la pared donde debería haber una ventana, y unos pocos peluches,
Nino le ha arreglado un zulo muy mono.
Marc entra en el pequeño espacio. Echa el mismo vistazo inexacto
y desinteresado de la primera vez que apareció por casa de Ellen, y se
sienta.
❤
Llevó solo un par de horas más hasta que sus padres acordaron
descansar del día de prisas y hospital, pero él no tiene sueño.
En el salón a oscuras y tumbado con los párpados levantados está
Nino, enrollado en una manta de lana y flecos. Vigilando. No se trata
de que desconfíe, es que no quiere que Marc intente suicidarse una
segunda vez.
Sube las rodillas, se cubre hasta los mofletes porque por la noche y
sin calefacción en el salón hace frío. Pelusa le calienta la barriga
hecho un ovillo bajo la misma manta, y ronronea en un gutural con
las caricias que recibe entre las orejas.
Tiene miedo. Los hilos que sujetan la vida le parecen ahora muy
finos. Ha comprendido de golpe y porrazo que él no es un espectador
en el banquillo, que el mundo de verdad gira y se mueve, acorde a un
millón de decisiones fútiles donde también entran las suyas...
Baja las pestañas dolido. Ayer y hoy parecen el mismo día estirado
demasiadas horas, le gustaría parar de pensar.
De madrugada, en el silencio absoluto del salón se sobresalta al
oírlo: los muelles de su vieja cama se doblan, de golpe; va
acompañado de una inhalación súbita y una tos intermitente. La
puerta bajo la escalera no está cerrada del todo porque sin ventanas
se convertiría en un sarcófago, pero sin luz tampoco ve a su faraón.
Sólo lo escucha: la cama, la cremallera de una mochila, la tos, otra
cremallera. Nino se levanta envuelto en la manta blanca.
Marc absorbe un jadeo al ver a su espíritu de las Navidades
pasadas.
—¿Has tenido una pesadilla?
Su tío ha quedado quieto. Parecía rebuscar y con bastante prisa en
las pertenencias que han traído de su piso, pero ahora únicamente le
mira con los ojos expandidos. También suda. Le brilla la frente y su
pelo se ha revuelto, varios mechones pegado.
Marc se los aparta y el fantasma ya no está. Espera, preguntándose
si lo ha imaginado. Hasta que Nino regresa.
—¿Quieres esto? —Se ajusta la manta que se le resbala de los
hombros.
Como no le coge los cigarrillos, Nino se los deja sobre la cama.
—Papá dijo que los dejáramos y tiró los que había en tu piso al
contenedor, pero cuando paramos a repostar me ofrecí para correr al
mostrador, para “ahorrar tiempo”, y compré unos nuevos. Le señalé
al señor mayor por el cristal que era para mi padre y me los dio.
Espero que no lo despidan...
Él la coge. Observa los colores vivos, el azul celeste y el plástico que
envuelve la marca que suele fumar, American Spirit.
¿Nino se ha saltado la legalidad para traerle esto?
¿Nino?
¿Con su dinero?
¿Por qué motivo?
—Sé que los tomas cuando estás nervioso...
Marc suelta la cajetilla en el colchón. Es un acto tan lánguido que
más bien el elemento parece haberse escurrido de sus dedos, pero ha
sido él quién la ha dejado caer.
—¿No la quieres? —Ve a Marc negar con el rostro entre las manos
—. ¿Y quieres que te traiga un vaso de agua? Chicles no tengo, pero
mañana puedo comprarlos.
Cree escuchar a su tío soltar un gemido ahogado, y a su vez, tratar
de coger aire. Lo hace dentro del espacio que le dejan sus manos; la
punta de sus dedos pliega su pelo negro y lo dobla en todas
direcciones.
—Marc...
Él niega sin pronunciarse, sin hacer más que menear la cabeza: le
pide a Nino que se vaya, que le deje solo, que no vea esto, y suelta un
estremecimiento cuando siente un tacto cálido y dulce en la barbilla
marcarse a fuego en su piel fría.
Encuentra al descubrirse la sonrisa de Nino, que en un intento de
ser reconfortante surge despacio y fina pero brilla asoleada; se ha
arrodillado delante suya.
Sus dos hoyuelos se marcan como pequeños puntos a rotulador, su
único ojo de verdad le contempla atento, y su carita preciosa le mira
preocupada. En lo que tarda en darse cuenta de que no le va a
contestar, a Nino le sale su tic de recogerse el pelo, y Marc jura que
desde aquí puede apreciar el olor dulce a melocotón que desprende
con el más escueto movimiento. Es tan notorio y agradable que solo
puede preguntarse si los demás también se dan cuenta.
—Te quiero mucho. También papá, y la abuela, y todos.
Tímidamente se tantea las mangas. Le cuesta mantener los ojos
azules que le miran entre los mechones mojados, porque le dejan
alfileres en el pecho.
Nunca habría creído ver a su policía en este estado. No ve su
energía, su sarcasmo ni sus bromas o su sonrisa de medio lado; como
si nunca hubiesen estado ahí. Nunca había visto a este Marc débil
porque siempre ha sido él quien le ha protegido.
—¿Necesitas algo?
Ve a Marc boquear dos veces formando las palabras que quiere
decir. Al final, tan solo es un murmuro lo que fluye calmo entre sus
labios, como vapor, como un prosaico grito de auxilio.
—¿...Me... abrazas?
A Nino se le quiebra el corazón.
Se levanta, le rodea y se pega su cabeza al torso para resguardarle.
Así siente su cuerpo más grande vacilar, retumbar en espasmos que
buscan contener las lágrimas, hasta que sus brazos fuertes también le
rodean con un aplomo que en un primer momento le hace tambalear,
tiene que apoyarse en sus hombros anchos pero encogidos para
mantenerse.
No le escucha llorar pero se mueve de forma extraña, pegado a su
cuerpo. A Nino también le empieza a picar el ojo y la nariz, porque es
una persona horrible. Entiende que el monólogo de Marc, la comida
de su nevera y los adornos de Navidad que compró ayer no eran para
pedirle perdón; le estaba pidiendo ayuda.
«Soy una persona horrible».
Sin embargo es Marc quien musita:
—Lo siento —Voz trémula y raspada, masculina pero suplicante,
una manifestación de saberse estorbo acompañada por la petición de
aun así no quedar solo—. Siento haberme ido, yo no quería irme.
—No estoy enfadado, no tienes que pedirme perdón...
—Lo siento.
—Puedo quedarme aquí hasta que te duermas.
El azabache lo encara dudoso, y la poca luz a la que ya se ha
acostumbrado permite a Nino apreciar dos puntos de diamante azul
de aspecto cóncavo cubiertos por el líquido. La respuesta al
ofrecimiento es Marc pasándole los brazos bajo los costados, le toma
la palabra porque se lo lleva consigo a la cama.
Lo tumba, lo acomoda. Nino contempla en silencio los ojos azules
que no le miran porque completan una tarea: Marc recoge la manta
engurruñada a los pies de la cama con torpeza, como un hombre
torpe, para tensarla y cubrirle a él. Comprueba que no le falte tela
por detrás, la arremete en la rendija entre el colchón y la pared,
después, él también se tumba. Busca para sí un refugio bajo la manta
no obstante un palmo más abajo, queda escondido.
No le importa respirar cuando con mesura, todavía cuestionándose
si de verdad tiene el derecho de hacerlo, hunde el rostro en el pecho
de Nino en un abrazo asiendo la tela de su espalda.
Pelusa decide pronto hacerse un ovillo en la parte de la almohada
que Marc no va a usar, mientras Nino mueve las yemas de los diez
dedos en su nuca. Arriba, abajo. Despacio y a destiempo.
—¿Te gusta? Kyle se lo hace a papá cuando llega muy cansado y
así se duerme más rápido.
Siente a Marc coger aire y temblar, pero cada vez con menos fuerza
en un intento de pausa. Su voz la ahoga el grosor de la manta y el
restringido espacio que le dejan sus cuatro brazos:
—Lo siento.
—No hay que disculparse por ponerse triste, todos nos ponemos
tristes... —asevera preguntándose si ese sería el término correcto
para describirlo—. Cuando yo me pongo triste bajo al súper y
compro un bote de helado de fruta. Luego busco videos de gatitos
monos, y los veo tumbado en la cama. ¿Quieres hacerlo conmigo?
Marc frota su frente en un frágil asentimiento.
Estaba triste. Se ha cortado las venas porque estaba, triste.
Se sorbe la nariz y suelta el aire despacio entre los labios. Le gusta.
Estar triste parece algo fácil de arreglar. Un cíclico cambio a las
ruedas del coche, inevitable, casual. Fastidioso pero sencillo.
Poco a poco pero en una estadística que no decae empieza a
entumecerse. De una buena forma, distinta a la de anoche.
—Para ti compraremos de menta, pero también puedes coger del
mío. Claro que puedes pedir otro sabor, no te obligo —Se humedece
los labios—. Te pedías menta cuando me recogías del orfanato.
Menta con trocitos de chocolate. No sé si te sigue gustando.
Si pudiera arrancarse su tiempo de vida y dárselo a Nino eso es
exactamente lo que haría.
—O podemos prepararlo en casa. Compré una máquina de hacer
helado por Internet pero apenas la he usado.
Dice que los sabores de la marca que a él le gustan, porque no
emplean leche proveniente de animales, son pocos y más caros.
Apenas tienen de fresa, de menta, de fruta. Dice que los de turrón
vienen con trozos de varios tipos de chocolate y los de fresa traen
frambuesas y bien grandes.
Marc le aprieta con mayor fuerza; y a partir de ahí a Nino le cuesta
un pelín respirar. Tras acostumbrarse unos segundos prosigue el
recital sobre productos de crema helada sin leche de vaca.
De repente, el azabache se siente demasiado amodorrado y dichoso
como para acordarse de la soledad que pasó del norte, de los días sin
mirar el reloj, de los libros que devoró con la mente en otra parte
acechando de lejos el móvil. Nino tiene razón. Se ha pasado la vida
preparándose para trabajar, trabajando, o volviendo de trabajar. Ha
estado descuidando partes de su vida que él también quería cuidar
bajo la premisa de ordenarlos en una escala, pero ni siquiera ha
metido los filtros bien: lo que él prefiere no es tumbarse en la azotea
de un edificio con una sniper, tener por nombre un número ni vivir
en una casa que le queda grande.
Lo que él quiere es esto.
Quiere tocarle el pelo a Nino, rodearle los costados, asentir
escuchándole cuando le cueste expresarse o cuando no pare de
hacerlo; abrazarle, auparle, recibir sus besos de buenos días y de
buenas noches en la mejilla. Le ha visto crecer de golpe en
Ámsterdam con cada foto a la luz de la lamparita que tenía junto a la
ventana y bajo el cielo encapotado, escudriñando cada detalle e
intentando no olvidar cómo se sentían sus abrazos y a qué olía su
pelo.
Quiere seguir llorando pero de pronto el sentimiento ya no es
tristeza, porque aún con el daño que le ha hecho desapareciendo tres
años sin contestar a su confesión, Nino ya le ha perdonado.
Su princesito ha venido a cuidarle.
A él, que no es nadie.
—Sé que la vida a veces puede ser un poco fea... Pero también
tiene muchas cosas bonitas —los labios rosas dibujan cada sílaba
con infinita paciencia, hasta que Marc los siente en el pelo dejándole
un beso. Las palmas de sus manos fluyen desde su nuca a sus
hombros con mimo—. Si tú quieres yo te las enseño —musita.
Y Marc entiende que ya ha empezado.
Está sujetando entre los brazos la más bonita de todas ellas.
15
Zanahorias para
el pescador
Aprieta los ojos que nota secos, como su boca, como su cerebro que
todavía arrastra las secuelas de una señora resaca. No recordaba este
destrozo en el sistema cuando se emborrachaba de adolescente... Ah,
ya. Empieza la mañana con un hermoso recordatorio de su
imparable lanzadera a la decrepitud.
Nino está con él. Debe haber pasado la noche aquí, pero han
intercambiado posiciones: es su cabecita la que le descansa ahora en
el hombro, sus dedos se han posado sobre su pecho.
Marc respira, con suavidad de manera inapreciable y sin haberlo
planeado, y con la nariz tan cerca de su coronilla su aroma dulce
actúa como una feromona que se lleva el cansancio y le relaja. Le
acaricia el marcado hueso de la cadera por encima del pijama y le
baja el jersey que se le ha subido un poco. Es curioso. Porque el
mundo parece romperse y divergir en dos; el afortunado que posee a
Nino y el oscuro sinsentido del que no.
Está repasándole la barbilla con el pulgar cuando Pelusa empuja la
puerta y pega un salto a la cama. Le pisotea el estómago a Marc con
sus cuatro adorables puñales, esconde la cabeza bajo su mentón y se
restriega ronroneando en busca de caricias.
Su cola peluda ondea sugerente y le hace cosquillas en la nariz a su
humano: Nino se despierta desubicado por el plumero rubio.
Cuando se da cuenta de que ha pasado la noche aquí se sienta con
tanta brusquedad que Pelusa le pone el ojo encima, pero sin dejar de
frotarse con Marc.
—Buenos días —busca los ojos azules y estos le esquivan.
Se estira las mangas de su jersey de Sailor Moon.
—No sé qué hora es, como aquí no hay ventanas... ¿Quieres un
LocoCao? Yo hoy no voy al instituto.
Con la idea en mente de prender un cigarrillo, para ser capaz de
aguantar las miradas de pena que le van a tirar hoy, porque ya está
viendo la primera, Marc también se sienta.
Y ahí se queda. No llega a cogerlo.
—Voy a prepararte un LocoCao —planea Nino con una gigantesca
sonrisa que ignora esa venda irradiando fosforescente—. ¿Cupcakes
quieres?
Pelusa sigue a su humano, y detrás Marc se sienta a la encimera.
Ve a Nino acuclillarse en pantuflas para servirle el pienso a su gato.
El jersey que le compró le queda muy grande ya que trajo una XL
porque así es cómo le gusta la ropa. Antes, al menos.
—No, más no —responde Nino al maullido insatisfecho de Pelusa.
Pero no convence al gato, le vuelve a maullar—. Pues porque te dijo
la doctora que estás gordito.
«Ha dicho que no va al instituto. ¿Por qué no va al instituto?».
Nino le deja una pastilla al lado de la leche que sustituye un café
incompatible con los medicamentos, y poco después Anthony baja
vestido de traje. No desayuna con ellos, pero le regaña:
—No lo llevas puesto —Saca de un cajón una bolsa de farmacia.
Le deja unos parches de nicotina que Marc observa un segundo y con
reticencia—. Acuérdate de echarte el aceite de cicatrices. Y, estaba
pensando en crearte un perfil en una web de citas.
Ahora sí, consigue que Marc le mire. Pero... no se subiría con él a
una furgoneta ni cargada de chucherías.
—¿Por qué pones esa cara? —rellena un termo—. Te peinamos
con la raya en medio y te sacamos una foto con buena luz, que se te
vean los ojos. O cogemos la del calendario donde saliste, el de la
policía para ayudar a ese país en nosedónde. ¿Sabes cual digo?
Nino se yergue como un conejillo.
—No sé —responde Marc, sus ojos entrecerrados con deje como
ayer; su voz apaleada por las ruedas de un tráiler, como ayer.
Anthony gruñe, le acerca la nicotina sin sutileza.
—Aunque igual es mejor que pongamos una en la que salgas con
ropa —Se masajea la sien avistando el reloj, por eso no ve cómo Nino
se tuerce pegando la oreja—. Así no creen que vas a un aquí te pillo
aquí te mato; y son de hace años, se va a notar.
—¿Que calendario? —musita Nino sin atreverse a elevar la voz, su
ojo se mueve deprisa del uno al otro—. Un calendario de esos...
¿benéficos...? ¿Qué calendario?
—No quiero, Anthony.
—Rellenas un cuestionario y te busca alguien con los mismitos
gustos que tú, básicamente te encuentran a tu alma gemela. Carol
conoció a Jerry así y se casan en verano.
No consigue venderle la moto. Así que maquina una mirada de
«Madre mía ya te digo yo a ti que sí» y se va a trabajar.
Nino trata de imaginar un futuro con su tío en pareja, casado.
¿Transformaría alguien esa línea recta en una sonrisa? ¿Borraría esta
aura de borracho trasnochado de pub recostado en la barra?
❤
En el baño, Marc le dice adiós a la mitad de su pelo.
Nino le devuelve diez años de golpe, y él cierra los ojos con el
sonido envolvente de la maquinilla que le recorta los laterales. Le
mantiene la parte de arriba, como un militar con flequillo. Se relaja
con las caricias inconscientes de Nino al girarle la barbilla con
esmero cuando le hace falta, y en sus dedos gráciles que bailan por su
nuca apartando los restos.
—¿Te lo dejo más corto por aquí o así está bien?
—Sí.
Nino titubea.
—¿Lo quieres a lo Kortajarena o más como RM en Idol?
—Sí.
—Bien...
Nino le peina hacia atrás como siempre se lo pone él, pero le
acompaña en la tarea un tumulto en el pecho: sin barba le destacan
las ojeras. Directamente de un rojo drogadicto en rehabilitación.
De la barba también se despide.
—¿Esa es mi maquinilla? —sonríe Kyle asomado en el resquicio.
Es sólo Nino quien se tuerce para mirarle—. Oye Marc, tengo que
comentarte una cosa. Es un tema de tu piso, sobre la luz, el gas..., el
agua... —Alarga las sílabas con la intención de aburrirlas.
—Voy a por la plancha.
Marc se levanta, y Kyle cierra detrás de Nino.
Su expresión de padre simpático se la ha llevado su hijo al salir.
—¿Has vuelto a beber? —pregunta con su natural voz grave, pero
endurecida con premeditación—. Había botellas en tu piso.
No se sorprende. Por supuesto Anthony le contó que intentó
abusar de él a los dieciocho. Lo que se pregunta es cuando. Desde
hace cuántos eventos familiares intercambiando opinión de algún
tema político entre cuñados.
Comprende que debe haber hecho un esfuerzo colosal para no
correr a matarle en cuanto lo supo. Debe estar haciendo un esfuerzo
sobrehumano ahora mismo al recordarlo.
—Solo esa noche —contesta con carencia de semblante.
—Oye... —Rasca su nuca frenando el enfado—. No quiero ser un
capullo, pero es mi familia. Nino va a faltar a clase para pasar el día
contigo; Anthz y yo no estamos de acuerdo, pero trabaja, y supongo
que tú preferirás pasar el día con él que conmigo. Además a Nino le
hace mucha ilusión, ya ha sacado entradas para un museo, y dice que
quiere llevarte de compras porque todo lo que tienes es negro...
¿Puedo dejarte a solas con él? —pregunta más seco.
Pero es una pregunta extraña. Ha sido una amenaza, de eso está
seguro, pero llevaba interrogaciones a los lados.
—Quiero darte un voto de confianza por Anthz, porque fue hace
años y porque ahora estás pasándolo mal y tal; pero mientras quieras
seguir viendo a Nino no puedes acercarte a una botella.
Y... se encoge de hombros en mitad de un silencio incómodo que
Marc no se ve por la labor de amortiguar. Acaba por resignarse de
discutir. La verdad es que Marc en este estado, tibio y casi etéreo, no
trasmite mucho peligro.
—Cuando yo estoy agobiado voy al gimnasio. Si quieres vamos
juntos. —Pero... nada. El silencio. Referencia el parche de nicotina
que le asoma por el cuello de la camisa—. Siento lo de los cigarrillos,
eso es cosa de Anthz.
Cuando aparece Nino, los ojos azules siguen su línea de visión
extremadamente preocupada: Marc esconde su brazo vendado bajo
el otro.
❤
En la cocina Nino le pone al corriente de estos últimos años.
Dice que él no ha cambiado mucho —parece ser que no se ha
percatado de cómo su cuerpo se ha erguido... que ni siquiera la
fuerza con la que pronuncia las sílabas es la misma—. Ha seguido
practicando baile, Lara sigue siendo su mejor amiga, y el año que
viene va a estudiar Restauración.
—No existe la carrera aquí, pero sí una formación profesional. La
nota está alta pero me dará la media.
—Restauración —procesa.
—¿Crees que es una tontería? La abuela todavía no sabe que no
voy a ir a la universidad, no sé cómo decírselo después de que sus
hijos hayan estudiado Económicas —pronuncia como si pesara tres
toneladas de hierro sólido.
—Yo tampoco he ido a la universidad.
—Pero tú eres diferente.
—¿Un caso perdido?
—¡No...!
Marc acaba por dejar de mirar y se masajea la sien. Se siente fuera
de lugar. Siente que es el único que se ha dado cuenta pero que
pronto lo harán todos los demás.
—¿Quieres un cupcake? —escucha. Nino se lo pone al lado sin
respuesta, pero Marc no lo coge. Lo que hace es levantarse; con su
paso indolente y su altura exagerada se le pone a la espalda.
—Quiero ayudarte —se ofrece con voz rasposa. Le costará
semanas si no meses recuperarla del tabaco.
—No hace falta, solo es mezclar. —Abre la balda de arriba, y de
puntillas tantea un cuenco de metal; sin esfuerzo Marc lo alcanza y
baja para él. Le roza los dedos en el proceso—. Tienes la mano
helada... ¿Tienes frío? ¿Quieres que te baje una bata de papá?
—No quiero una bata de tu padre.
—Bueno, ¡es que las mías no sé si te van a entrar! —esboza una
sonrisa, pero como Marc no, la deshace y se siente tonto.
Nunca se le había ocurrido que Marc fuese un humano más..., ni
que tuviese partes débiles que no son perfectas; pero ahora su cuerpo
entero transmite un aire de dejadez que dista del tito que recuerda,
porque ya no necesita estar atento para protegerle. Es como si el
propio Marc fuese consciente de que ha quedado obsoleto cuando
Nino se ha hecho mayor.
Del sofá, éste trae una manta que le lanza a los hombros como una
carpa esperando acertar por allí arriba.
—¿Crees en el paraíso...? —pregunta Nino.
—No.
—En el orfanato nos obligaban a rezar. Pero yo creo que no tiene
sentido pedirle a niños sin padres que crean en un Dios benevolente
y todopoderoso. No tiene ni sentido que haya personas en el cielo
sabiendo que existe un infierno; si pueden estar allí aun sabiendo
que hay personas abajo sufriendo, ¿cómo van a ser buenos? —
comenta de pasada, por llenar el silencio.
A Marc le cuesta asociar su voz dulce y su aspecto pequeño con su
discurso maduro y razonado.
Le rodea en un abrazo. Los pelos rubios le rozan la mejilla
agachado a medias.
—¿Y si esa persona no puede hacer nada? —pregunta ronco.
—¿Qué persona...? —repite distraído por el gesto.
—La que se ha salvado, la que ha ido al cielo.
—Algo podrá hacer —refuta con suavidad—. Bajar a hacerles
compañía, o intentar ayudar de alguna forma, no sé...
—¿Eso es lo que haces tú?
—¿El qué?
—Eres un ángel.
«¿¡A-a qué viene eso...!?».
—¿Y tú qué eres, un demonio...? —protesta con las mejillas rojas
correspondiendo el abrazo. Marc tira una casi carcajada que sin la
vibración de su pecho se podría haber adjudicado a otro elemento.
«Un demonio no. Un pescador en una barquechuela».
Aparentemente inconsciente Marc inicia un vals discreto y le pega
la frente al pelo. Fastidiado, Nino cae en que ya para siempre tendrá
que observar sus ojos azules desde este tedioso ángulo infantil.
También es que Marc es demasiado alto. Se pregunta si es tan
molesto para Marc que las cosas estén quince centímetros más abajo
de lo que deberían como le pasa a él al revés.
—¿Qué quieres hacer hoy...?
Marc suelta un pequeño gruñido indescifrable.
Así que Nino desiste de alejarse. De todas formas le gusta esta
posición. Este hueco que Marc le hace entre sus brazos, caliente y
mullido como un refugio portátil sin tiempo. Siente su respiración
cálida en la nuca despertándole un cosquilleo agradable, y siente sus
brazos acercarle todavía más en un apretón cuidadoso, con el coraje
risueño de un niño que no quiere soltar su peluche.
—Me gustaba mucho tu pelo rosa —susurra en confesión—. No
entiendo por qué ya no te gusta el rosa.
—No es que no me guste, es que es infantil...
—No es infantil.
Marc le toca entre el cuello y el omoplato una mancha morada y
roja que le ha brotado. Asoma sólo porque este jersey le queda
grande, aunque Nino no puede verse el chupetón a sí mismo.
—¿Tus padres saben que te has hecho un piercing?
—Me lo hice cuando papá fue a tatuarse... Se ha hecho un corazón.
Realista, no de dibujos, con mi nombre en el lado contrario al de
papá como si las palabras fuesen alas que salen del corazón. La
estrellita es de Swarovski y me la regaló la abuela...
—Mm.
—¿Por qué? ¿No te gusta? —Se mira el ombligo.
—El problema no es el piercing —responde vagamente,
adomercido. Tampoco el problema es que lo exhiba. Son los
enfermos que pudiera atraer por el camino con el cuerpo pequeño
que ostenta.
—¿No me queda bien...?
Nino deshace el abrazo, demandando a Marc levantar la frente,
con unos ojos entrecerrados con cansancio y unas mejillas
nacaradas. Las enmarca con sus manos.
—¿Qué hacías por Ámsterdam...?
—Leer —resume con punto y final. Apaga los ojos al recordar la
mentira que justificó su partida, y agrega—. Trabajar.
«¿De verdad trabajabas?». En el GEO no. No con barba, no con el
pelo largo, no con esta complexión que ha perdido músculo.
Nino no es tonto.
—¿Por qué no nos dijiste que estabas mal...? —le reprocha en su
lugar, aunque conoce la respuesta: no quería sentirse estorbo.
Desde luego superdotado Marc no es.
Estático, en silencio, Nino observa esos ojos cerrarse sin fuerzas
esquivando la pregunta; imitan la expresión de la noche que lo
encontró con un hilo de vida.
Cuando los entreabre, Marc se encuentra a Nino absurdamente
preocupado. Peor es cuando se pone de puntillas y aun así no le llega
la mejilla, él mismo tiene que agacharse. Sus labios le impregnan en
frío la marca de la culpabilidad.
Así que erguido atrapa su muñeca, y cerrando los ojos le besa el
reverso de la palma al ángel rubio de las cejas curvadas. Y con ese
gesto innecesario, fútil, cargado de un amor en cúspide por el mero
deseo de proteger, el pecho de Nino palpita anunciando algo que
nunca había sido extinto.
Se sienta en la encimera acortando sus alturas, tira de su camiseta
negra, y le acerca. No quiere ver a Marc llorar nunca más. Quiere que
sonría, que sea feliz, y quiere decirle que el paso de los años no ha
cambiado sus sentimientos. Que si no tiene razones para seguir vivo
fácilmente él puede recordarle una.
Le deja en la mejilla tan solo una caricia sin humedad ni presión,
tan solo condenada mesura. Sus miradas quedan enlazadas.
—No te vayas —le ordena entre sus pestañas largas—. ¿Me lo
prometes? Que ya no te irás, que te quedarás aquí.
—Te lo prometo.
Nino asiente con el labio mordido, le tiemblan los hombros antes
de romper a llorar con reservas. Marc se alarma enseguida; le llama
mientras él se tapa la cara.
—No sabía si estabas muerto —solloza en medio grito.
Marc lo atrae hacia sí, hasta el borde, lo sujeta contra su cuerpo.
—Estabas frío —gime él sin descubrirse—. Estabas blanco.
—Estoy aquí.
—¿Fue por mi culpa? —llora.
—No. —Le acaricia la mejilla, y Nino abre los ojos abruptamente
como si temiese descuidarse cinco minutos y ya no encontrarle.
—¿Por qué lo has hecho? ¿No eres feliz...?
Es difícil de explicar a una persona alegre por qué uno habría de
intentar matarse.
Que puede desearse sin desencadenante exagerado, sin meteorito
devastador, que se puede optar a ello sin prisa ni estruendo. La
ausencia, el nado en el tedio y el mortificante sinsentido que
impregna cada acción cuando esta carece de motivo, es lo que le
drenó la fuerza hasta el punto de extinguirle las ganas de seguir. Es
lo que un padre gritaría a su hijo como vagancia y el psiquiatra del
hospital diagnosticó como trastorno depresivo.
Pero a Nino, con su mirada amable y sus manos tiernas, no sabría
explicárselo. No quiere cederle su visión triste de la vida.
—Se me han juntado varias cosas. Pero... Pero cuando estoy
contigo siempre lo soy.
Nino le alterna besos en las mejillas, la sien, la frente. Unos besos
que sin propósito derrochan el amor que se profesan ambas partes:
el que los lanza con quebranto y el que los acepta sin rechistar.
Medio agachado Marc deja la mano en su brazo pequeño, en su
espalda, un instante después en su cadera huesuda. No sabe dónde
ponerla.
Hasta que Nino coge aire y lo suelta; le deja ir avergonzado.
—Perdona...
—No me molestan —le excusa Marc veloz, casi con ahogue. Y
como para recalcarse le devuelve uno en el pómulo.
Nino se aclara la voz y aparta con disculpa a Marc. Estos numeritos
no deben de ayudar para nada a que se ponga mejor...
Pega un minisalto para bajarse de la encimera, pero... a pesar de
que sus pies consiguen pegarse al suelo por gravedad e inercia, él
desconecta súbitamente a medio camino, con una expresión de
horror y un jadeo que se le ahoga en la garganta.
Ha sentido un pinchazo agudo. De pronto escuece, y bastante,
siente una quemazón de gasolina ondeando fuego en... un punto muy
específico que juega al escondite.
Por cómo las cejas de Nino se han curvado y ya no se destensan,
Marc se da cuenta de que hay algún problema.
—¿Qué te duele?
—Nada —se esfuerza por sonreír y caminar correctamente hasta
uno de los armaritos. Punta talón, punta talón. ¿Era así?
Marc le descoloca cuando se le acerca, porque lo hace calmado
pero a pequeñas zancadas. Le coge del codo con suavidad y se lo
acerca al pecho.
—¿Te duele? —se ha inclinado con ademán protector—. ¿Te
duele si caminas?
No responde. Nino minucia sus zapatos con ojos atentos; porque
Marc no puede haberse dado cuenta. Es imposible.
A su vez, como cavilando no le responde, Marc sube los hombros
cogiendo aire y suma dos y dos: juzga, según este nuevo aspecto de
Nino que reclama el carnet de la adultez, con el espectáculo de besos
que se dio el otro día con ese chico, su novio.
—¿Te duele... detrás? —especifica incómodo, viendo en sus puños
tensos una confirmación inmediata.
—No.
—Nino.
—Por favor no se lo digas a mis padres.
En un tono raro y con su voz ronca..., Marc dicta que van a ir al
ambulatorio ahora mismo, y le pregunta si puede caminar.
Mientras a Nino una sensación de frío le cala todo el cuerpo a
excepción del trasero, que palpita profundo de fuera a dentro
envuelto en lava, Marc no le regaña. Ni comenta. Ni le mira.
Igual había otras formas, pero ¿no quería que le viese como un
adulto? Bien, conseguido. Luego lo celebra.
Le explica con una vocecilla que pueden coger su coche para ir, un
Mini recién salido del concesionario que sus padres le han comprado
para el verano, para cuando tenga el carnet de conducir. El viaje del
ascensor es tedioso y sin una palabra; en cambio en el aparcamiento
escucha hablar a Marc:
—Payaso —masculla—. Una margarita tiesa...
Nino sube al coche cuando le abre la puerta del pasajero, y le ve
mascullar de nuevo cruzando por delante; parece bastante
enfadado... sin embargo al sentarse no lleva expresión.
Abrocha su cinturón ojeando que Nino no se haya roto. Lo
encuentra mordisqueándose el dedo, pero enseguida deja de hacerlo
y finge una posición firme. Así, sus labios carnosos cogen aire con
sigilo y sus pestañas largas baten dos veces antes de perderse en el
parking que le enseña la ventanilla.
Todo él refleja culpabilidad y nerviosismo, pero «Esto no es culpa
suya», piensa Marc. Es culpa de ese payaso de su novio.
También le ve frotarse los muslos que expone con ese short que se
ha puesto. No sabe si tiene frío; podría, de verle el vello en punta,
pero lleva la piel enteramente lisa y depilada. Sus manos delgadas se
reajustan una media sobre la rodilla y luego van a cerrarse en dos
puños sobre estas, quietas, como un buen alumno modelo.
«Ha crecido... bien».
Conduce intentando no mirarle. Se toca el peinado nuevo en cada
semáforo y le echa vistazos fugaces a Nino, nerviosos, como si se
sorprendiera de encontrarle ahí cada vez que gira el cuello.
Aparcan, piden número. Nino va rígido como el cemento. Ayuda
que, sea por pena o compasión, Marc disimule la situación
removiendo la cuerdecilla de la persiana en la sala de espera.
Gracias a Dios no entra en la consulta.
La médico le hace recostarse en una camilla, le manda bajarse los
pantalones, y Nino escucha los trozos de su dignidad al romperse en
el suelo. Le dice que el dolor se debe a una microfisura externa en el
perineo. Que no es notable, tampoco peligroso: «La mitad de las
fisuras se curan solas, pero de no vigilarlas pueden no llegar a
cicatrizar correctamente nunca». Le manda tomar fibra, beber
líquidos y no hacer esfuerzos, lo que incluye saltarse las clases de
baile unas semanas, y le firma una receta.
Al salir ve a Marc levantarse de las sillitas de plástico. Le tiende el
papel y se tapa la cara en el escaparate de la farmacia mientras es
Marc quien compra la crema.
Se abrocha el cinturón de vuelta en el coche después de la media
hora más larga de su vida cobijando la bolsita con la medicina.
Pues se ha quedado una mañana maravillosa.
—¿No traías una chaqueta? —pregunta Marc, echando un vistazo
al asiento de atrás. Eso le obliga a regresar al presente—. La llevabas
cuando hemos bajado.
—Ah... —Se desabrocha pero no llega a abrir.
—Voy yo.
Nino le ve cruzar el paso de peatones, desaparecer por las puertas
automáticas del ambulatorio... Esconde la cabeza entre las piernas
como un avestruz y le da un pinchazo ahí atrás.
—Muy bien, Nino... —se recrimina a sí mismo.
Marc, por su parte, inspecciona los asientos de la sala de espera.
Va a pegar en la consulta cuando abren desde dentro.
—Ya la iba a dejar en recepción —comenta la mujer al dársela.
—Gracias —le devuelve. Ahora, solo faltaría que la suelte.
La ve afinar la vista sin fiarse un pelo. ¿Qué pasa?
—Se lo he dicho a tu pareja y te lo digo a ti también: no puede
hacer movimientos bruscos y eso incluye no mantener relaciones
sexuales —le advierte con la complicidad de la autoridad que
procede a retirarle las esposas al preso—. Tenéis que esperar dos
semanas como mínimo, pero cuantas más mejor.
Pues... No necesitaba esa información. Pero bien. Vale.
La señora expone una palma y separa los labios... ¿Hay más?
—En las próximas prácticas usad lubricante, siempre, y
abundante. Esa parte del cuerpo no está pensada para dilatarse y
podría haber sido mucho peor, y la fisura podría reabrirse una y otra
vez si no se trata.
Marc no sabe muy bien qué decir. Parece ser que no hay más
enfermos que atender y a esta mujer le apetece darle un cursillo en
pie sobre los diferentes tipos de lubricante del mercado. Acaba de
enterarse de que hay tantos. Que si acuoso, que si de silicona, que
cuidado con los de base aceitosa que rompen el preservativo...
Retiene la información casi sin querer apartando los «tú y tu
pareja» y los «tu chico» directamente a la papelera, pero con una
parsimonia que le sorprende y le inquieta; se le acumulan esos
apelativos peculiares en la cabeza. ¿Es que a esta mujer no le parece
rara su abismal diferencia de edad?
¿No te escupe en la cara y te chirría en cuanto los ves juntos?
Sale del edificio confundido, abofeteado por un seminario sobre la
propiedad horizontal pero sin boli gratis.
De lejos ve a Nino cabizbajo en el coche.
¿...No es extraño, repulsivo imaginarse a un viejo como él con un
chico que salta a la vista es mucho más joven? No solo eso: mientras
él es todo tristeza y un aura sombría, Nino es adorable. Sus mejillas
mullidas, su carita de querubín...
Podría ser su padre. Jesús, ¡es su tío...!
Es que incluso tachando el enlace político o la edad, son como un
amanecer despejado y una insufrible noche en el Polo Sur. Se da por
descontado que su rostro puro y ovalado, su talle delgado y grácil, y
su piel de una finura reconfortante son... “hermosos” sería
demasiado pobre para describirlo...
«Y está su voz que es dulce y melodiosa, y su forma de
comportarse. Siempre suave como si no quisiera molestar con su
presencia a la más mínima forma de vida cuando es él quien ilumina,
y calienta, y le da sentido a todo lo que nos rodea; cuando es él quien
me aparta el insomnio, quien me sumerge en un océano de paz y me
embriaga cada sentido con cada gesto, cuando es él qu...»
—¿Marc? —asoma Nino por la ventanilla.
«¿Qué hace ahí parado?». Lo van a atropellar. Además se ha
puesto en muy mal sitio; estaba cruzando fuera del paso de peatones,
pero se ha parado porque sí. Es como si estuviese esperando el
semáforo pero en mitad de la calle.
Se espabila cuando un amable señor le pita y le grita varias cosas;
como adulaciones pero sin la cortesía y con un «¡Capullo!» al final de
cada frase.
Marc llega aturdido, se sienta, y no arranca.
—¿Q-quieres... ir a ver tiendas? —propone Nino, a ver si aleja lo
máximo posible esta visita fingiendo que no ha pasado.
—¿Puedes...?
—Puedo andar —le corta rápido—. Es solo si hago movimientos
bruscos. Me gustaría comprarte algo de ropa porque todo lo que
tienes es muy oscuro y un poco triste...
Mira su ropa. Es cierto, de las varias prendas que le ha prestado su
cuñado ha escogido inconscientemente las más oscuras del montón.
No recuerda ver a Kyle con estos tonos apagados, sin embargo en él
los siente naturales. Negro y negro, sobre su blanco pálido. Como si
no hubiese otra opción posible para él.
—Sí. Vamos. —Pinta una suave sonrisa.
16
Ni una sola cosa
❤
A las tres de la madrugada Nino se despierta con el corazón a mil por
hora. Se frota las manos por la cara, una vez, dos veces, se asegura de
que ya está despierto. Marc duerme. Su pecho ancho sube y baja
pacíficamente, sus labios sueltan y cogen aire. Pelusa se le ha subido
encima, hecho un ovillo al pecho.
Al mismo tiempo, la puerta principal de casa se abre. Le sigue un
desplome de maletín junto al resoplido de un globo pinchado.
Kyle baja las escaleras.
—Bienvenido a casa, mi vida.
Suerte que se acerca porque Anthony no tiene fuerzas ni de seguir
respirando, no recuerda si ha venido en taxi o flotando en una nube.
Se saca la corbata, se quita dos botones y se deja caer.
—Hfola —farfulla contra su pecho caliente.
—¿Estás cansadito?
Kyle le acaricia la espalda. Le ayuda a quitarse el abrigo, y los
brazos de Anthony se le enganchan al pantalón del pijama sin fuerzas
para elevarse más o cerrar bien el puño.
—¿Qué es lo último que has comido? —Oscila la cadera para que
no se duerma, pero da la sensación de que lo amodorra más, como
una cuna.
—No sé. —Ha cerrado los ojos y no manifiesta intención de
despegarlos como mínimo en cinco horas—. Me voy a la cama.
Kyle le impide irse: se lo carga al pecho, no pesa nada. Él lo mete
en la cama, le saca los mocasines y baja. A la luz de la nevera le
prepara un sándwich de queso y pollo que le deja en la mesita.
A Anthony se le inflan los mofletes con los pedazos de pan que
muerde para tumbarse cuanto antes, pero mastica sin energía.
—Eres mi vida entera —susurra dejándole un beso en la frente;
Anthony cree musitar un «te amo» que no llega a su destino porque
apenas sale de puerto. Come con los ojos cerrados y él le ve comer.
No lleva el anillo donde él se lo puso en la boda, está en el dedo
corazón. Probablemente si no se le resbalaría.
Cuando se sienta en la cama Anthony repta, le busca el muslo
cálido y ahí apoya la cabeza aunque queda torcido.
Le recoge un mechón castaño y sigue el desliz de la punta de su
índice hasta su mejilla, viéndole respirar. Hasta que coge el ukelele
de la mesita y toca “Lucky one”, de Mich.
Las cuerdas de nailon vibran con delicadeza, de manera escasa
importunan el disimulo de la madrugada y la luna en un cielo oscuro
que ya ha empezado a abandonar el negro.
A Anthony le gusta esto. Cuando llega cansado, cuando tiene prisa
incluso por dormir porque no tiene tiempo, le pide que le toque una
de sus canciones, que le abrace o que le acaricie el pelo.
—Your big green eyes, stare straight back at mine...
Hoy ha llegado tan cansado que se le ha olvidado pedírselo. Debe
haber estado ajetreado en la empresa. Se esfuerza demasiado. Al
menos, nunca debería haber decidido eliminar los sábados.
—Your rosy cheeks, and the way you smile... —recita con su voz
grave, no obstante, tan taciturno que se vuelven susurros.
No sabe qué tipo de vida habría llevado sin él. Sin su Anthz. Pero
no sería tan feliz; de eso puede estar seguro. Si no se hubiese
confesado, si hubiesen dejado de ser amigos, o si de primeras no le
hubiera conocido, no podría haber sido más miserable sin siquiera
saberlo. Nino y él son su todo. Sin ellos solo sería un hombre más
perdido en la rutina de trabajar, comer, y jugar videojuegos.
—...without you I'm a train wreck...
Pero quiere que Anthony también sea feliz. Que vuelva a serlo,
como era antes.
Haría cualquier cosa para verle feliz.
—Your perfect hands, fits right, into mine...
Feliz, no así. El color rojo de sus mejillas ha ascendido a sus
párpados bajados, que se han amoratado bajo sus pestañas. Sus cejas
castañas están despeinadas, y sus labios finos, quemados de ser
maltratados por su estrés y ligeramente separados, dejan escapar, sin
querer, suaves briznas.
Kyle pega la cabeza a la pared. Cierra los ojos mientras sus dedos
callosos se mueven despacio, mientras Anthony respira y su pecho
pequeño sube al hincharse, gradualmente, cada vez más pausado;
puede sentirlo sobre él. Puede escuchar entre cada nota su
respiración en el dúplex insonorizado.
Odia esto. Y odia que esta escena se haya repetido tantas veces que
hasta sabe calcular que, según los segundos que deja entre pausas y a
juzgar por el hilillo de baba que ya empieza a salir de su boca
entreabierta, está próximo a dormirse encima suya en esa posición
incómoda que ha cogido; mañana le dolerá el cuerpo.
Frunce el ceño cuando se le cae la lágrima. Ama a Anthz más que a
su misma vida. Quiere devolverle el brillo a sus ojos verdes.
Quiere poder hacerle feliz otra vez.
—...I'm the lucky one.
Nino escucha la melodía desde el zulo. Con la mirada apunta al
techo, tiene la espalda pegada, los ojos abiertos, sin ver a Marc.
La habitación y la casa entera permanecen a oscuras pero su visión
ya ha esclarecido lo suficiente las paredes, el techo y el poster del
dinosaurio que coge forma abstracta entre las sombras; no puede
dormir.
—Marc —susurra en un soplo, pero como está dormido sabe que
no le escucha.
Se recuesta despacio.
Tío y sobrino. A estas alturas no haber abandonado la idea de
poder pasar la vida juntos, de algún día comprar una casa, casarse,
compartir besos en la boca o hacer el amor entre las sábanas como
sus padres; debe ser solo propio de un idiota.
19
Si no juegas no es perder
♦ ♦ Princesito ♦ ♦
ayer
10:03am Nino.
10:03am ¿Cómo mando una foto?
A viernes, Kyle usa uno de sus días de asuntos propios para que Nino
no pierda más clase. Marc ha insistido en que no necesita una niñera,
pero al parecer cuando intentas suicidarte se te revoca el derecho a
tomar decisiones.
—Y esta es para trabajar los cuádriceps. Pero tienes que tener
cuidado con esta parte de aquí de la máquina porque a veces...
Está hablando solo. Lleva media hora así. Habla una barbaridad
este hombre cuando le preguntas por un tipo específico de
entrenamiento o qué suplemento energético viene mejor con qué
parte del cuerpo quieres trabajar. Solo que Marc no ha preguntado.
No pasó las pruebas de policía levantando mariposas.
Anthony no le deja presentarse a entrevistas de trabajo aún, insiste
en que lo que debe hacer es buscar una pareja y deprisa, como un
pingüino en época de apareamiento.
Kyle sigue preguntándose y respondiéndose, haciendo evidente
que hizo bien sacándose el título de profesor.
—Claro —contesta Marc, a sea lo que sea.
—Normalmente esto se llena a la hora de la merienda, que es
cuando yo puedo venir. Ya sabes, vuelves del trabajo, almuerzas,
descansas un rato y vienes. Pero ahora que está todo el mundo en el
trabajo parece otro sitio, se está tranquilo.
—Sí, es genial estar en el paro.
—¿Por qué te echaron?
—Demasiado apuesto, distraía a los demás —responde pero para
sí mismo, plano. Kyle pretende que no le oye.
Por lo menos está recuperando el humor.
—Oye siento haberte amenazado..., pero me gustaría que más que
soportarnos cuando esté la familia delante, pudiésemos llevarnos
bien de verdad. A Anthz y a Nino les importas mucho, y sé que ellos a
ti también.
—Aunque sólo sea un violador borracho.
Ahora sí lo ha dicho en alto.
—Venga, ¿qué habrías hecho tú?
Marc balancea la barbilla. Conociéndose su propio historial...,
definitivamente, meterlo en casa no.
—Dejarte en la calle.
—Lo pensé pero Anthz no me habría dejado —sonríe a medias, y
Marc también. Quitando los convencionalismos de los eventos
familiares supone que si que tienen algo en común; se soportaban
por Anthony y ahora se soportan también por Nino.
—Gracias. Por dejar que me quede.
—No te veo como una mala persona. Y también sería más cómodo
si nos llevásemos bien de verdad.
Marc ve a Kyle rascarse la nuca en ese gesto que le sale cuando
piensa o duda. El hombre con la vida perfecta se ofrece a compartir
una parte de su perfección; le ofrece su simpatía.
Pero no es la primera vez. Cree vagamente recordar estrecharle la
mano en la puerta de un cine en algún momento antes de que se
acostase con Anthony mientras todavía salían, e intentar besarle
delante suya en la graduación cuanto todavía creía que estaban
juntos.
Afina los ojos recordando la adolescencia de golpe.
—Marc —le llama él, y le destensa el ceño pronto, porque ha
acartonado su nombre, alargado como el amigo que pide consejo y se
expone—. ¿Tú crees que vale cualquier cosa para hacer feliz a las
personas a las que quieres? Quiero decir, si no tienes más opció...
—Sí.
—No te lo has pensado —Sonríe caminando a ninguna parte, dos
pasos. Luego vuelve—. ¿...Y si hacerlo también le hace daño a la
persona a la que quieres hacer feliz?
—¿Le hace daño sólo si se entera o le hace daño de todas formas?
—inquiere con las facciones gélidas, el tono deliberante. Por dentro
se pregunta qué coño estará planeando Kyle, a qué viene esta
“pregunta casual” que sale de ninguna parte.
Éste acaba por reírse, de mentira pero con ganas.
—Déjalo, creo que no estamos pensando lo mismo.
—Me da igual lo que estés pensando.
Porque qué ejemplo le va a poner Kyle, ¿un asesinato? No.
Tonterías de hombre que ya lo tiene todo. Igual está preguntando
porque ha visto una película repantingado en su sofá con canapé de
su salón de más de dos metros cuadrados.
Kyle asiente pesaroso, reflexionando.
Hasta que suena su móvil, es un mensaje.
—Es Leo. El novio de Nino, creo que lo viste en la función.
Mientras Kyle escribe vibra otro móvil. Se asoma a ver la
adquisición de Marc, todavía con la pegatina de protección.
—¿Te has comprado un smartphone? —El fondo de gatitos en
tazas le desconcierta un poco.
—Me ha obligado Nino. Para que tenga el Watsá.
—Whattza.
—Lo que sea.
❤
—Vaya, así que otra vez has soñado con él —pregunta Lara saliendo
del instituto—. ¿Y qué habéis estado haciendo toda la semana?
—Pues cosas muy normales... Cocinar, ver la tele, un día fuimos al
cine. Está más animado, hace alguna broma. Y yo me meto con él, y
él me abraza... Pero todo como sobrino y tío.
Y antes de que Lara comente lo evidente añade:
—Se me pasará. Como se me ha pasado antes.
Se suponía que hoy, como Kyle no ha venido a trabajar, la madre
de Lara le acercaba a casa; pero cambian los planes cuando un coche
negro pita desde la calle.
—¿Qué haces aquí...? —se abrocha despidiéndose de Lara por la
ventanilla.
—Como no me contestabas le he hablado a tu padre, y me ha
pedido de paso si podía recogerte yo del instituto. Nene ¿por qué no
me has contestado ayer, ni esta mañana?
Leo tiene el número de su padre desde la primera noche que
salieron. A Kyle se le dio bien hacer ese papel de padre alto, de
brazos como croasanes apoyado en el marco metiendo miedo al ver
cómo se llevan a su niño a una cita. Pero le duró poco la severidad.
En cuanto se enteró de que estudiaba medicina y de que comparten
el gusto por los deportes, pasó de recelarle a tratarle como si fueran a
casarse un día.
—Pensaba llamarte ahora al salir —dice Nino. Se exalta en cuanto
repara en dónde están—. ¿Por qué vamos al centro?
—Vamos a comer, luego pasamos por tu casa. No querrás ir con
esas pintas a la fiesta —echa un vistazo a su jersey rosa, a su
pantalón rosa, a su... Ostras, pensaba que era un reflejo del sol, pero
no, se ha teñido el pelo—. ¿Has tenido una función? ¿Por qué llevas
esas cursiladas?
—¿Qué le pasa a mi ropa...?
—No, que entre lo bajo que eres para ser un hombre y lo fina que
tienes las muñecas pareces una nena.
Nino frunce el ceño. Quiere decirle que si eso es lo que piensa se
guarde su opinión, pero le dura poco el enfado porque da paso a la
tristeza: en cuanto dejó de vestirlo las miradas furtivas y los
comentarios a las espaldas en el instituto y la calle desaparecieron, y
en cuanto ha vuelto a vestirlo, han regresado.
Juega con las mangas, después, como si se tratase de un cactus
puntiagudo, le da un tímido toque al llavero de oveja que cuelga de
su mochila, pero no llega a acariciarlo. Contrasta. Todo él, con este
coche. Con la chupa de cuero, el Metal que sale de la radio, su novio.
Un pegote rosa versus un agujero negro.
Se cruza los brazos incómodo con ello.
—Llévame a casa por favor, no puedo ir a comer ni a la fiesta.
—¿Qué dices? ¿Te has enfadado por lo que acabo de decir?
—No..., tengo que ir a casa de verdad.
Va frenando lentamente en un semáforo, y mientras Nino lo espera
con la vista al frente Leo le mira. Hasta que tuerce la boca.
—Vale, dime qué te pasa ahora.
A Nino le sorprende su tono brusco.
—No me pasa nada.
—Nino, te dije que me contases tus cosas.
—Le prometí a mi tío que iba a almorzar con él hoy nada más salir
del instituto —miente, descaradamente—. Da la vuelta ahí, por
favor.
—¿A tu tío? —Se pega al asiento—. ¿Pero no lo odiabas?
—No.
Leo no arranca aunque el semáforo ya está verde mientras Nino
cavila si debería justificarse. Ha sido muy amable al recogerle..., pero
debería haberle avisado. Se plantea por un momento aliviar su
desconfianza con algunas frases simples: «Intentó suicidarse. Está en
casa. Estoy preocupado por él».
Pero no quiere. No quiere contarle nada sobre Marc a Leo. La
debilidad que le ha enseñado estos días, la tristeza, la breve
conversación sobre cicatrices... son suyas. Pequeñas porciones de
Marc que Marc le ha concedido a él.
—¿Tu tío es el que apareció por la función al lado de tus padres?
—Sí.
—Ah. —Ni idea de por qué, pero Leo suelta unas carcajadas.
—¿Qué...?
—No, que está mayor. ¿Cuarenta y tantos, no? Perdona por
ponerme así, nene. Ya sabes que tuve una ex loca que me puso los
cuernos y a veces me pongo un poco paranoico.
—Tiene treinta y cinco —masculla Nino a su vez.
—¿Cómo? Pues, no sé, parece bastante mayor.
Se ha enfadado. Nino deja las cejas fruncidas el resto del trayecto
al dúplex. Pero cuando va a bajar, Leo le coge la muñeca.
—Perdona, sé que me pongo tonto a veces. Te lo compensaré esta
noche —se insinúa—. Ven a la fiesta, anda. Di que te quedas en casa
de Lara y te vienes a la mía. Es en el Trébol, lo vamos a pasar guay,
—¿Es ese sitio adónde fuimos... donde todos los camareros
parecen menores de edad ilegales?
—¿Menores por qué? Tú tienes casi dieciocho y pareces más
pequeño. —Nino gruñe en voz baja—. Quiero decir, que lo pareces,
no que lo seas. Por la estatura y todo eso.
—Da igual... —exhala—. Mis padres van a la barbacoa de la
madre de Lara así que sabrían que no estoy allí. No puedo ir.
La verdad es que nunca ha sentido esa llamada de correr a fiestas y
emborracharse que desprende el resto de su generación. Ha estado
en varias con Lara, a ella le encantan, pero Nino por su parte no
bebe, no fuma y se siente incómodo bailando con desconocidos. Por
eso las pasa buscando habitaciones vacías para practicar besos con
chicos, con Leo ahora que salen; pero hoy no le apetece.
—Ah, perfecto. Entonces vengo yo y lo hacemos aquí.
«¿Hacerlo?». Leo agrega como si le estuviera leyendo:
—Ya llevamos tres meses.
—No podemos, es que, mi tío no sale, así que no estoy solo...
—Joder con tu tío —esputa dándole vueltas al piercing de su labio
—. No le conozco y ya le he cogido asco.
—Tengo que subir...
—Adiós, nene —dice Leo, pero ya fastidiado.
Así que a la hora del almuerzo, Nino entra en el ascensor con la
mochila al hombro.
Se le han ido acumulando los deberes estos días pero los ha
adelantado en clase, durante los intercambios y en una hora libre que
han tenido porque ha faltado un profesor: su padre. Solo le falta
terminar un par de ejercicios que le llevarán diez minutos, y luego
podrá tumbarse a ver una peli con Marc. Hoy escogerá alguna sin
drama, sin romance, y sin perritos que se escapan y se pierden como
la que vieron anoche de un Retriever. No quiere molestar a Marc con
su moqueo y sus lágrimas de drama queen.
Escucha una voz en cuanto se abren las puertas.
—A ver si te veo mañana —ronronea Abel, su vecino de abajo, un
chico joven con una bandana de tenis en la frente y una camiseta de
tirantes fucsia. Está ondulando los dedos en dirección a Marc. En un
tono acaramelado que desconcierta a Nino.
Sale del ascensor caminando despacio.
¿Y por qué le toca el bíceps sudado a Marc?
—Ay, hola Nino, ¡te has vuelto a poner el pelo rosa! Me encanta, te
queda genial —canturrea feliz levantándole un mechón.
Nino no responde. Solo afina los ojos en él.
—Uy... —Abel se lleva la mano al pecho y entra al ascensor
bordeándole con cuidado; supone que le habrá pasado algo, o estará
con la mente en otra parte..., Nino es un amor—. ¡Hasta mañana!
—Adiós —le corresponde Marc con voz grave.
Cambia totalmente el timbre al dirigirse a Nino, se adulza.
—¿Qué tal la clase, princesito? —le sonríe desde el marco, pero el
soberano cruza por delante sin dirigirle una palabra. Marc se extraña
enseguida—. ¿Ha pasado algo?
—¡No sé! ¡Tú sabrás! —sube las escaleras a zancadas veloces.
Marc le sigue confundido.
—¿Te han hecho algo en el instituto? Nino —para la puerta antes
de que el impulso que le ha dado él la cierre—. Si alguien te ha
molestado por volver a teñirte...
—¿Qué haces en mi cuarto? —protesta, pero solo porque se ha
dado la vuelta y se ha pegado un susto. Un palmo más y literalmente
Marc se despeinaría con el marco de la puerta—. Sal...
El cuarto está muy cambiado, ahora es de un gris claro, los
muebles son blancos y la lámpara es de araña. Nino deja la mochila y
cruza los brazos esperando a que se vaya; hasta que ahoga una
exclamación. Recoge apresuradamente algo del suelo que a Marc no
le da tiempo a clasificar.
Luego, intenta empujar ese algo en el cajón de la mesita, pero es
más largo o está topando con otra cosa. Cuando lo saca para girarlo a
ver si de ancho cabe, otro objeto cilíndrico rueda y choca con el
extremo visible del cajón. Él jadea. Hace al vibrador rodar hacia atrás
y empuja el calendario a presión aunque se arrugue. Cree que Marc
no lo ha visto, no ha pasado de la puerta.
—¿Estás enfadado conmigo? —pregunta acercándose. Trata de
rememorar si ha hecho algo mal.
—¡N-no! ¡Vete! —El calendario se dobla, hace una pirueta y suelta
un plof en el suelo. Los contemplan en absoluto silencio.
Ya da igual recogerlo. Nino no puede fingir que es otra cosa porque
sale Marc en la portada. Apoyado con los brazos cruzados en el capó
de un coche patrulla con gorra, guantes, gafas y una pistola. Como si
fuese a salir a pegar tiros sin camiseta y en calzoncillos.
Marc se rasca la sien arrepintiéndose de ese bandazo. Tiene
veintiuno ahí, es de hace catorce años, la época en la que no sabía
qué hacer con su vida antes de encontrar a Nino y mucho antes de
preparar el acceso al GEO. Le dijeron que era para ayudar a no
recuerda qué organismo benéfico, Lenny le insistió, un par de
compañeros también iban a salir, y... en fin, cedió. Nadie le dijo que
le iban a poner en la portada.
Nino lo recoge deprisa, juega al lanzamiento de disco porque
Mordor queda lejos: lo empeña en el techo del armario en un
impulso y el Marc semidesnudo queda escondido. Ahí no podrá
seguir intentando destrozarle la vida a nadie.
—Lo encontré en Internet, papá me dijo que lo buscase —explica
después, con desinterés. Es evidente que miente—. Para ponerla de
foto en tu perfil de Meetic, y tal.
—Ah. —Se cruza de brazos, se frota uno—. Kyle va a pedir pizza.
—Vale. —Nino respira con fingida normalidad, con las mejillas
rojas; le laten las orejas—. Yo la quiero vegana.
—Vale.
—...Vale —repite, porque Marc no se va. No sabe qué más quiere.
¿¡Qué más quiere!?; él no le puede mirar a la cara. Acaba de
confirmarle que todavía siente algo, y ahora encima va a creer que se
masturba con su foto como un mono en celo. A lo mejor, si se queda
muy quieto, el problema no le ve y sigue de largo.
Luego de pasarse una mano por el pelo, Marc asiente.
—Vale —y sale del cuarto.
❤
Nino comió con la cabeza gacha, y después, se recluyó en su
habitación a lamentarse. Frente a su puerta Marc se ha pasado
minutos acercando y retirando los nudillos. Hasta que le ha
preguntado, con duda en su propia proposición, si le apetecía hacer
algo juntos.
Ahora observa cómo Nino selecciona los ingredientes de los
armaritos de memoria, los despliega por la encimera y diestro
empieza a mezclar como si lo hubiese preparado con anterioridad
para un regimiento. Lo que más le gusta a Nino es decorar.
Los cupcakes por ejemplo, los espolvorea con azúcar, escoge para
cada uno un relleno distinto y selecciona una frutilla de color que
haga juego con la falda del bizcocho; esta tiene una mora.
Marc se come todo ese trabajo de un bocado y le rodea con los
brazos, le ve remover la mezcla apoyando la barbilla en su pelo rosa
en un gesto que ralentiza a Nino.
—Tú nunca las pruebas —comenta recogiéndole la manga.
—Sí las pruebo, ayer me comí una... —Inspira tranquilo por la
nariz recordándose no sacar ilusiones de este abrazo.
—Solo una, pero las preparas tú.
—Me gusta hacerlas para los demás.
—¿Si engordo me dejarás de querer? —coge otra.
—¿Qué dices...? Claro que no...
—Yo a ti tampoco.
Ve a Nino titubear, cambiar el peso de pierna antes de pedirle una.
Con las manos manchadas, abre la boca y es Marc quien le pela y tira
dentro la que acaba de coger, era para él.
Igual ha sido absurda la idea de Marc haciendo las maletas,
despidiéndose con dramatismo de él para siempre y pegando un
portazo al marcharse por haber visto el calendario...
Además, si tuviera sospechas de que sigue enamorado no sería tan
cariñoso con él, para no darle esperanzas... Arruga la nariz cuando ve
a su tío atrapar otra magdalena más.
—¿Quieres otra?
—Son pequeñas, me quedo con hambre.
—¿Pequeñas? Son como mi puño. Igual... el problema no son las
magdalenas —le revisa de soslayo. Marc enarca una ceja.
—¿Qué insinúas?
—¡Que desde que estás aquí te hinchas a comer! —suelta sin
miramiento. Marc luce dramáticamente ofendido: sube las cejas
medio centímetro.
Se mira el cuerpo. Es cierto que se ha estado relajando
recientemente. Toda la semana Nino ha cocinado con la excusa de
celebrar, regalar a los vecinos, o ambientar el salón en dulce. ¿No es
entonces culpa suya?
De todos modos no se le nota. Nino está jugando a chincharle.
—Estoy perfectamente.
—No sé... Como te despistes se te van a escapar todos los malos y
ya si que tendrás que trabajar en Please con papá.
La ceja de Marc asciende un considerable trecho. ¿Qué ha dicho
Nino?
—¿Que se me escaparían?
—Como sigas así, sí —asiente, y retrocede pegado a la encimera
con las manos manchadas de harina.
—Mmm.
Nino bordea la isla, y Marc le imita con sutileza. No hay mucho
espacio en la cocina, lo que hacen es rotar.
—¿Qué te pasa? Deja de seguirme —ríe Nino sin dejar de moverse
—. ¿Me vas a comer a mí también?
Marc abre los ojos más de lo usual. ¿De qué se mofa este algodón
de azúcar? ¿Este carácter de abusón tan “graciosín” era lo que
escondían antes sus sonrisitas dedicadas al suelo?
—Me gustabas más cuando no parabas de balbucear —miente.
—Me gustabas más cuando no eras tan viejo.
—Maduro.
—¡Maduro tú de qué! —estalla a carcajadas.
Qué poca disciplina.
El espacio restante Marc lo recorre de una zancada y en un
pestañeo, no le da margen de reacción: Nino sólo tiene tiempo para
darse la vuelta tratando de protegerse cuando le aprisiona con un
brazo y le despacha con el otro.
—¡No! —pide, exige, o suplica; no sabe. Solo piensa en liberarse lo
más rápido posible de las cosquillas. Es todavía más injusto cuando
Marc se yergue, porque le despega los pies del suelo.
—Mira lo que ha atrapado el expolicía gordito —sonríe
esquivando las manos de Nino, que le empujan los brazos hacia
abajo pero sin demasiado ímpetu, igual que sus zapatillas que se
zarandean pero sin golpearle.
—¡Ayuda! —gime entre risas. La sensación le escala rápido por la
espina dorsal y no sabe cómo repelerla.
—¿Resistencia a la exautoridad? Lo vas a complicar más...
Nino no pesa absolutamente nada, lleva dentro los mismos kilos
que una bolsa de patatas fritas.
Suena un ruido arriba, alguna madera, como la de un ropero o un
cajón en las habitaciones, y Marc frena paulatinamente.
Las zapatillas rosas tocan el suelo y él le libera los costados.
A Nino le falta tiempo para darse la vuelta y echarle los brazos a los
hombros, se está riendo. Marc abraza su cintura para ayudarle a
mantenerse sobre las puntas y así lo aprecia: hoy no se ha echado
colonia cítrica, huele a ese deje de melocotón suyo.
Cierra los ojos respirando despacio.
—¿Lo retiras? —pregunta suave.
—¡Lo retiro!
—Bien —susurra separándose.
Nino se hincha los pulmones y los vacía en un suspiro. Todavía
siente el cosquilleo por todo el torso. Está casi seguro de que se le ha
enrojecido la cara entera de la vergüenza...
—¡Eso no lo tires ahí! —grazna viendo a Marc recoger un plástico.
Se apresura y se lo quita—. E-es que, hay que reciclar, esa es la
papelera de orgánico y aquí tenemos otras tres con colorines, ¿ves...?
—Menudo chillido ha metido, se ha asustado hasta Nino de sí
mismo. Intenta explicarse más o menos—. En el Pacífico hay una
isla de basura que tiene millón y medio de kilómetros, el triple de la
superficie de España, y, claro...
Marc sonríe. Se disculpa y Nino sigue haciendo la mezcla.
—¿Cómo ha sido tu día de instituto?
—El examen de Económicas me ha salido bien... Aunque no sé de
qué me va a servir todo si ya sé a qué me voy a dedicar y no tiene
nada que ver. —Marc asiente aliviado. Entonces no se han metido
con él—. ¿Y el tuyo...?
—Tu padre habla mucho. Igual que ese vecino.
—¿Abel?
—Supongo.
—Está soltero ahora —le informa Nino, por inercia con la vista en
la mezcla blanca—. Lo ha dejado con su novio.
—Sí, lo sé.
Nino tiene que tragar saliva, se aparta para enjuagarse las manos y
se las seca en un trapo de espaldas. Quiere que Marc sea feliz, como
lo quiere papá, como lo querría cualquiera para el hombre que le
salvó la vida. Lo está haciendo todo mal si se pone celoso como un
niño estúpido por verle con alguien más.
—Le he dicho que soy hetero —añade Marc.
—¿Eres hetero? —pregunta pasmado.
Marc no le ve sentido a los clasificativos, solo quería que le dejase
en paz. No le sirvió, claramente.
—Se quejó de que todos los hombres somos heteros, y siguió
hablándome de su exnovio Nacho. —Ese nombre sí que se le ha
quedado, lo ha oído medio millón de veces.
—Ah. —Seguramente, lo que Abel habrá soltado es un «Todos los
tíos que estáis buenos sois heteros», porque es lo que le comenta a
Nino cuando charlan en el ascensor o el portal. A veces añade un «O
están blindados como tu padre» con tristeza.
Marc le hace girar, taimado y con cariño para verle la cara.
—Se me ha hecho larga la mañana. Me gustan más los días cuando
estás tú aquí.
—¿...Me has echado de menos? —pregunta cabizbajo, con una voz
más fina, con el flequillo desordenado sobre las cejas, con sus dientes
blancos mordisqueando su labio rosa. Su ojo asoma de hito en hito,
no se atreve a quedarse en los suyos de seguido, y las pecas de su
nariz son muchas y son muy monas. Es la personificación exacta de
un algodón de azúcar, sin pretenderlo.
Nino no le deja tiempo para contestar, cambia la expresión y se
palmea en el delantal terminando de secarse, le bordea.
—Voy a hacer la cobertura, ¿me coges la gelatina? Ahí arriba.
—¿Por aquí...? No la veo.
—Papá —ve a Kyle bajar la escalera con Pelusa amodorrado en el
brazo—. ¿Hay gelatina todavía?
—Pué que yo sepa hay una “y” griega y una “i” latina, no sé si la “g”
la habrán quitao'.
Nino vuelve los ojos del revés. Es culpa suya por preguntarle. Las
carcajadas campechanas de Kyle se atenúan cuando escucha las
llaves de casa.
—¡Ya estoy en casa! —vocifera Anthony a dos metros de Marc; se
asusta cuando lo ve tan cerca.
Kyle le da un beso en la boca.
—Cariño, Nino me ha preguntado si había gelatina, y yo le he
dicho... —le repite la broma con orgullo. Anthony suelta una
pequeña risa, le da otro pico y camina hasta la cocina a beber agua.
—A las nueve, que no se te olvide —regaña a Marc de primeras.
Marc se hace el loco mientras Kyle le ayuda con el abrigo.
—Todavía no sabes lo que significa el doble tic azul, ¿verdad?
Significa que sé que has leído mi mensaje.
Marc disimula. ¿Qué es eso del tic azul? ¿Y qué ser malévolo
inventaría tal cosa?
—Kyle le ha hablado a ella de ti, le ha enseñado fotos y dijo que le
parecías mono. Tú vas, os lo pasáis bien y el próximo día la invitas a
un café o a bailar. Tiene nuestra edad.
—No quiero salir con nadie.
—Marc —lo nombra autoritario, inexpugnable—. Tienes treinta y
cinco años. ¿Cuándo vas a sentar la cabeza?
Anthony ve a su hermano rodar los ojos... Recupera tacto al verle
la cicatriz.
—Te lo vas a pasar bien... Es lista, está divorciada, y dice Kyle que
tiene ese humor tuyo tan estúpido —Está casi seguro de que esas no
fueron las palabras de Kyle—. Es la profesora de baile de Nino,
puede que la vieras en la función, ¿te suena?
Nino levanta las pestañas.
—No sé, Anthony —contesta desganado.
Anthony sigue hablando. Le cuenta sobre la señorita Laurence y lo
maravillosa, fuerte e independiente que es. Que si estudió en no sabe
que país extranjero, que si le gusta nosequé cosa... Llega un punto en
el que Nino deja de escuchar, en su cabeza solo rebota una de las
frases que ha dicho: ella tiene su edad.
Además de una melena larga y pelirroja, un torso contorneado con
una cintura de avispa, una elasticidad exagerada, y el segundo par de
ojos más verdes que ha visto.
Ella tiene posibilidades.
—¿Seguro que quieres ir, mi vida? Llevas toda la semana
trabajando. ¿No prefieres descansar esta noche?
—Me apetece salir a beber y a bailar. Además —Baja el tono, pero
es tontería porque están al lado—. Si no vamos nosotros no irá Marc,
y quiero que deje de estar soltero. No puede pasarse aquí los días con
Nino, en algún momento tendrá que irse, y...
Contra todo pronóstico Marc cambia de idea espontáneamente y se
baja del taburete.
—Voy a ducharme —parte mientras le ponen de vuelta y media.
—¿A qué hora venís...? —escucha de espaldas.
—Volveremos tarde. Acuéstate antes, no nos esperes despierto.
Durante un segundo y por error, a Marc se le ocurre mirar hacia
atrás. Encuentra una expresión triste, confundida y nerviosa que
enseguida se le aparta.
Sigue andando.
Al salir del baño, Anthony le intercepta. No le deja ponerse ni sus
botas desgastadas ni sus vaqueros negros, sino un traje azul marino,
camisa blanca, zapato elegante. No se libra ni de la corbata, que con
estampados diminutos pasea pterodáctilos celestes.
Nino los escucha hablar desde el salón, viendo la tele con Pelusa en
el regazo y las pantuflas de andar por casa: Anthony le manda
muchas cosas y él protesta poco y luego ya nada.
—¿...Cómo estoy? —le pide opinión al bajar.
Comprende que Marc quiere ir a esa fiesta. Podría haber seguido
negándose, es un adulto, pero no lo ha hecho.
—Te queda muy bien —se esfuerza por sonreír.
—¡Adiós, hijo!
—Que Marc coja su coche —agrega Anthony. Coches distintos
para horarios de vuelta distintos. Para, quizá, días distintos.
Iba a llegar este momento; habrá muchos más. Pero está pasando
muy deprisa. Y Laurence es una total desconocida. ¿Por qué no
puede Nino acceder a un café con Marc para charlar, para gustarse,
bajo la posibilidad de acabar la cita en una cama?
Si le pidiese por favor que no vaya, que tenía pensado ver cierta
película o hacer equis cosa juntos, ¿Marc se quedaría?
Su cerebro trabaja a todo gas para articular una frase que le
mantenga a su lado esta noche.
—Que lo paséis bien —es la que encuentra.
Y vuelve a sonreír.
20
Rompe
❤
Marc choca la espalda contra la puerta cuando Laurence le empuja,
abre los ojos y están en el dormitorio del primer piso. La música del
jardín suena lejos y hueca.
Confundido, todavía con la limonada en la mano, ve que Laurence
corre las cortinas.
Marc deja el vaso encima de la cómoda. Se pasa una mano por el
pelo... y cuando ella le agarra de la corbata la sigue y queda sentado
en la cama; tiene que inclinar la espalda atrás cuando se le sube a
horcajadas.
No le da tiempo, no le deja pensar: como un meteorito sus labios
pintados le impactan y prueba sabor a margarita y mojito de su
lengua fría.
Bien... Con una paciencia impropia del jovencito de pelo azabache
que se enredaba en camas ajenas en la veintena, el Marc treintañero
rodea los muslos prominentes de Laurence. La indecisión lo
acompaña cuando aprieta los dedos y recorre el hueso de su cadera
con el pulgar, por cercanía. Cierra los ojos concentrándose en este
beso.
Y para cuando los abre ve a Laurence desabrocharle el pantalón.
La ayuda a bajarlos despegándose por un momento de la cama y en
la misma tajada ve ir también sus boxers.
—Vaya —exhala seguida de una risita. Está blanda, está hacia
abajo, y en cambio todavía deja entrever un tamaño considerable.
Marc vuelve a cerrar los ojos con la ropa por las rodillas. ¿Por qué
no se ha excitado ya con los besos y las manos de esta mujer tan
simpática?
Desde aquí ve sus pechos voluminosos, sorteados de pecas,
escondidos y apretados por el sostén.
—Aah... —se aparta el flequillo negro con una mano, pega la
espalda al colchón cuando Laurence se la mete en la boca. No es lo
que tenía pensado, quiere detenerla... Mira hacia arriba sin
facultades o poder defenderse.
Lleva la mano a la melena pelirroja y le sujeta la cabeza, pero no
necesita hacer presión, es ella la experta. Es ella la que mueve los
labios, la que moja, la que saliva y la distribuye del glande a la base.
Le crece en la boca y muy deprisa.
Con la lengua en cabeza por delante de sus labios, Laurence hasta
encuentra la punta de sus testículos. Abarca entera la carne que no es
poca y enseguida la ha dejado dura. Después de medio minuto de
parecer querer engullirlo, el pene se ha endurecido y duplicado el
ancho y la altura.
Pero va por libre, su cabeza está lejos.
—Espera... —dice Marc con la voz entrecortada, sale con
delicadeza de su boca al echarse hacia atrás—. Espera... —se aparta
el pelo, se agacha para ayudarla a levantarse.
Los ojos verdes le miran preguntándole qué problema tiene, pero
como no encuentran ninguno y él no se aclara, se aburren: saca de la
mesita un cuadrado de plástico rojo.
Marc la ve abrirlo con los dientes.
—Lo siento, no tengo XL —Él se sienta, ella se le lanza a
horcajadas—. Puede que te apriete —susurra acelerada contra sus
labios.
Lo palpa por encima y el preservativo llega acompañado de un
restriegue de pechos en la cara porque se inclina para subirse el
vestido. Marc se esfuerza en concentrarse de una vez.
Pero prácticamente ni se inmuta cuando Laurence le hace entrar
en ella. En lugar de eso, cavila por qué está codiciando que llegue el
momento de poder volver a casa y estrechar a Nino entre sus brazos.
Mañana no despertará con su pelo rosa haciéndole cosquillas en la
nariz, y esta noche no dormirá abrazándole por detrás ni le
acompañará su melocotón dulce hasta el sueño.
Los dedos de Laurence le bailan por el hombro, le repasan en una
caricia los vellos desordenados de la nuca. Como Marc no se aparta,
lo entiende como una predisposición a continuar. Le abre la camisa y
Marc se hace consciente de lo que pasa.
—¡Oh....! —gime Laurence hundiéndose. Marc jadea atontado,
agarrándose a las sábanas. Las pliega entre los dedos cuando las
caderas femeninas empiezan a balancearse—. ¡Aaah...!
La realidad sucede más rápido que su balbuceo mental, pero tiene
que centrarse. Después de haber visto ese calendario de la policía
tiene sospechas de que Nino sigue pensando en él más allá de un
mero familiar. Así que pasa aquí una noche, y así Nino abandona esa
idea, tira ese calendario, y pueden seguir compartiendo sus mañanas,
sus tardes y sus noches de películas abrazados, sin más pretensión
que ver a Nino tener una vida feliz.
Es lo único que quiere. Poder conservar esos momentos con él.
—¡Aahm...!
—Ah... —Le duele el estómago.
Ella ha inclinado las facciones al cielo y no deja de gemir, y él se
está agobiando. Los pechos de la mujer se han apretado y escapado
de su vestido, los pezones estirados apuntan a los lados
desbordándose por su escote... Marc respira a trompicones, pestañea
rápido.
Le pone las manos en las caderas desnudas. Su sexo expuesto es
pelirrojo, no abundante pero difuminado hacia todas partes.
—Uh... —sonríe ella sin disminuir el ritmo, lo acrecienta y se
agazapa sobre él, la mano en el vello de sus pectorales, los dientes
mordiendo su labio escarlata—. Nada mal... tito... —ríe.
Marc jadea.
Los pechos de Laurence se liberan de la presión y ella le
desabotona la camisa lo justo para pegar piel con piel: los senos se
amoldan, se aplastan sobre él como dos ovillos de lana suaves y
tersos. La tira del vestido se le ha deslizado por el hombro, el bajo se
le ha enroscado sobre el ombligo, la camisa de Marc tiene una solapa
arrugada apuntando a cada sentido y sus pantalones se han
arremolinado en los tobillos dejando a la vista sus piernas cubiertas
de vello.
Laurence le abre la mandíbula con el pulgar: en cuanto tiene
espacio introduce su lengua. Encuentra a la otra algo más torpe y
más cortada; pero ella la guía en el baile.
La pelirroja le agarra la mano y la aprieta bajo la suya contra su
cintura desnuda, para que la sujete más fuerte, para que le clave los
dedos y la folle más rápido o más brusco, más... varonil, más
hombre, maldición, ¿por qué se mueve tan despacio? La otra se la
agarra a un pecho y como por inercia allí se queda.
Si tiene sexo con esta mujer... ¿se le pasará el sentimiento
irracional que le molesta en el pecho?
¿Lo paliaría, al menos, enterraría la peligrosidad con la que camina
por la cuerda entre disfrutar un casto beso de Nino en la mejilla y
desear que ese beso se lo deje en los labios?
Está anhelando llegar al dúplex y apoyar la cabeza en su pecho
pequeño... Estar quieto y callado mientras él le acaricia con su
dulzura y comprensión los pelos de la nuca, y le enseña un meme que
le ha hecho gracia para ver si él también se ríe.
Quiere abrazarle, porque tiene miedo ahora.
Miedo de preferir un simple abrazo de Nino a estar aquí.
—Ah... —no tiene que moverse, lo hace todo ella: salta como un
muelle y el pene endurecido es visible antes de esconderse. La vagina
está húmeda, chorrea, y cree que él también se está moviendo porque
escucha los impactos medio insonorizados con tanto grito.
No sabría describirlo porque nunca lo había tenido dentro... pero
este es un sentimiento que cada vez le requiere más, y más, y ahora le
exige. Más de escuchar su risa, más de ver cómo se guarda el mechón
que siempre se le sale, más de sus pasteles, de sus besos tiernos, de
sus cariñosos «Buenos días».
—¡...ah, Dios...! —le arrastra las uñas y ondula las caderas
golpeando el miembro. Grazna al darse a sí misma en el punto G.
Cuando se postra para besarle él la esquiva y el beso acaba en el
aire: torna posiciones y su pene sale como entró, embutido en un
plástico, duro; grueso.
Queda absorto de rodillas sujetando una de las piernas depiladas
de esta mujer que se acaba de quitar de encima.
—¿Qué pasa? —protesta ella—. Por detrás no.
—¿Te importa decirle a mi hermano que he tenido que
marcharme? —jadea sacándose el condón.
—¿...Cómo dices? ¡Eh, oye, ¿adónde vas?! ¡¡Eh!!
Sale abrochándose el pantalón, se plantea volver a por el cinturón
pero lo desecha sin frenar. Vuela por el jardín, tropieza con una
maceta de margaritas. Aprovecha que Anthony y Kyle están
distraídos montándose un trío con uno de los setos decorativos de
esta mujer para huir... Corriendo.
21
Hogares
—Él dice que estás gordito. Pero tú no estás gordito. No, no. Claro
que no. ¿Quién está gordito?
Pelusa tuerce la cabeza.
—Lo que pasa es que eres todo amor.
—Meow. —Se lame la pata y se la frota en la cabeza.
—Estás infladito de amor, eso es lo que pasa.
Marc está hablando solo. En un tono extraño y suave, le rasca a
Pelusa acunado entre sus brazos; y habla solo.
—A mí también me lo ha dicho. Tú no le hagas caso.
—Eh, Marc. Hm...
El domingo por la tarde, Kyle intercepta a Marc en el sofá. Estaba
esperando a que Nino se apartase un momento de su tío y aprovecha
ahora que está en el baño —se han pasado toda la mañana pegados
—, para poder sacar el tema.
—Laurence me ha dicho que no... funcionó. Que no funcionaste...
Bueno, que no... Ya sabes.
El gato se baja y Marc vuelve a su cara natural. Las cejas rectas, los
ojos entrecerrados con desinterés.
«¿Ha dicho que no se me levantó?».
Kyle se encoge de hombros jodidamente incómodo.
—Pero no te agobies, tendrá que ver con los cigarrillos, o la
nicotina, o... ¿Prefieres un hombre? Porque tengo un par de
compañeros que están solteros, y Abel, el tipo del gimnasio del otro
día, cortó con el novio hace unas semanas. No sé si te lo ha
mencionado él. Vive abajo en el tercero.
—Estoy bien así.
Kyle se lleva una mano a la nuca.
—Vale. Sí, vale. Es Anthz el que me pide que busque... Si no, me
regaña a mí —Bromea a medias—. Voy aquí al lado —avisa saliendo
de casa.
Pero no llega al gimnasio, a dos pasos de casa se detiene porque
tiene en el móvil mensajes nuevos. Son de Anthz, que esta mañana
después del desayuno ha volado a la oficina —para sorpresa de nadie
— porque Carol llamó: surgió un «asunto muy urgente que tratar».
• Ojitos verdes •
hoy
Cariño
Kyle 5:12pm
5:12pm dime mividaç
IBAN a ir al gym
5:12pm pudo llegar en Albaricoque minutos
5:13pm ( ͡° ͜ʖ ͡°)
❤
El recinto del banquete es en campo abierto. Árboles, césped, las
mesas circulares visten tapetes con volantes y flores, de los setos
cuelgan guirnaldas de luces y lazos rosas. Justo en el centro del mapa
reina una enorme fuente de piedra blanca con ángeles de aspecto
aniñado lanzando agua por la boca, y al fondo, una carpa sin paredes
con suelos de mármol donde será el baile.
Difiere la mesa presidencial de lo común, en esta hay once
personas. Los padres de Ellen murieron hace mucho y Keilani no
tiene o no ha traído a los suyos, solo a una hija de otro antiguo
matrimonio que rondará la edad de Annie, y a un montón de colegas
que se distinguen entre los invitados por su color de piel y su extraña
presencia: todos han cogido camisas, adrede o sin querer, que
parecen a punto de explotar de sus músculos.
—Y fuimos a París, ¿te acuerdas de cuando fuimos a Paris, cariño?
—cuenta Ellen copa en mano con Keilani detrás, zampándose una
langosta—. Los museos preciosísimos, no te da tiempo a ver el
Louvre en un solo día. ¿Hijo mío no tienes calor?
—Estoy bien —dice Marc en chaleco negro y camisa blanca,
desabrochada por arriba para no cocerse como un pollo pero bien
abotonada en las mangas; cubriendo una herida.
—Mamá ¿pero en cuántos países has estado? —protesta su otro
hijo—. No me cuentas nada.
—Te llamo y Carol me dice que estás en reuniones todo el día. Me
lo coge mi niña, mi nieto, mi yerno; mis hijos nada, ¡no me quieren!
—le regaña a los dos de seguido.
—Significa flor en tailandés —le está explicando Malee a Nino, al
otro lado de la mesa—. Me lo pusieron porque así es como se
llamaba mi bisabuela, pero yo soy americana. —Y tiene algo de
acento estadounidense en su español aprendido de TuTubo. Sonríe y
se aparta la melena rizada—: ¿Y qué significa Nino?
Él enseña una tímida sonrisa hacia Marc, que le está guardando el
pelo detrás de la oreja con el puño en la mejilla y el codo en la mesa.
Esta semana Marc se ha vuelto muy cariñoso...
—No lo sé. Creo que no significa nada. —Marc levanta una ceja,
pero Nino no da más explicaciones porque baja la cabeza al escuchar
el ting: «Pasa una foto de mi Kyle en traje :(» le ha escrito Lara por
Whattza.
Lo guarda; le llega otro: «¿Se ha puesto corbata o pajarita?».
Lo guarda.
Ting. Ting. Ting.
—¿Te va el Kpop? —curiosea Malee viendo su fondo de pantalla.
—Sí, yo bailo.
—En Tailandia todo el mundo habla del Kpop. Es como el deporte
nacional —se ríe—. ¿Te sabes alguna de BlackPink?
—¡Todas! —responde animado—. ¿Tú también bailas?
—Ha trabajado de gogó en el Coachella, baila superbien —se mete
Annie apoyándose en ella—. Así es cómo me conquistó a mí.
Marc se ríe con los hombros.
—¿Qué pasa? —le susurra Nino.
—Que a Ellen no le ha salido uno derecho —sonríe bebiendo
cerveza sin alcohol.
—¿Y Milán? ¡Milán maravillosa!
—Mamá... —Anthony menea la servilleta pensando en cómo, en
cuándo hablar de la empresa. Sería más sencillo si esta fuera su
madre, pero se la han cambiado por otra. Tiene la misma cara, la
misma voz, usa sus diminutivos de vez en cuando; pero ¿dónde está
la verdadera y quién es esta adolescente tostada living la vida que la
ha suplantado?
Necesita que vuelva porque tiene que mencionarle el acuerdo antes
de que lo retiren, y cuando acabe la boda se va de viaje a su luna de
miel, y lo enlazará y enlazará, se perderá por Fiji o Hawai y
probablemente no asomará hasta Navidad. ¿Y cómo le dice a su
hermana que igual para cuando haya terminado de sacarse el
doctorado en Economía y Empresa puede colgarlo en la pared
porque no va a tener necesidad ni oficina donde usarlo?
Pega un silencioso suspiro y bebe vino. Kyle le rodea la cintura y
besa una mejilla.
—Uy, pero qué rico está esto —dice Martha.
—Fite, el churrimingándano ehte —farfulla el padre de Kyle
removiendo la comida con el tenedor.
—Papá no me seas de pueblo.
—Foé. ¿Pero ques lo qué?
Kyle titubea. Carga el peso a un lado, le susurra a Anthony.
—Mi vida, ¿la cosa verde esta qué es...?
—Gelee de bacalao y caviar con encurtido de espárragos a la sal de
Añana —recita lo que venía en la invitación.
—¿Y lo rosa que parece plastilina...?
—Empedrado de trigo con remolacha al cava.
Asiente estabilizándose.
—Comida, papá. Cómetelo.
—Ellen told me u are a policeman —dice la hija de Keilani, junto
a Marc—. Are u one of these who run with a gun shooting villains
and saving lives or... the party kind? —ronronea.
Nino lanza rayos láser pero no consigue apartar la mano
bronceada que repasa el brazo de su tío palpando músculo.
—The gay kind —responde Marc, y es ella quien la aparta.
—Damn it. Why are all the hot guys gay...?
Abriendo la boca Marc mira a Nino, pero acaba únicamente por
sonreír en una... disculpa extraña.
El cielo se ennegrece entre conversaciones.
La luna brilla inmensa, las estrellas son visibles en el campo, y
hace algo de frío. La atmósfera de la fiesta ha pasado de formal a
festiva y cada invitado la vive entre bailes lentos, bailes movidos.
Malee y Nino han insistido al dj hasta que ha puesto una de Kpop,
y la bailan juntos: a ratos como una profesional al lado de otro, a
ratos con risas cómplices en las pausas de hacer tonterías cogidos de
la mano.
Marc le ve reír, apoyado en una columna de la carpa con las manos
en los bolsillos. Es tan evidente cuánto le gusta a Nino bailar... Se
arrepiente muchísimo de no haber estado en la ciudad para ver cómo
mejoraba, cómo a través de la música su introversión remitía y la
parte dulce y alegre de su personalidad se hacía paso.
Su pelo rosa ha perdido el alisado y se echa atrás los mechones que
enseguida se le escapan con el siguiente paso. Los farolillos inciden
en sus mejillas coloradas y en su cuerpo esbelto.
Marc se fija en sus pies.
Nunca había reparado en lo pequeños que son sus pies.
Van acorde a su cuerpo, claro, pero comparándolos con los del
resto de la pista son ediciones limitadas. Ha sido verlos y ya no puede
parar de mirarlos. De dibujarlos en calcetines y de puntillas tratando
de alcanzar un ingrediente de las baldas de la cocina...
Le regalaría un taburete o una escalerita si no estuviese tan
gracioso pidiéndole las cosas «Por favor...» a él con su vocecita.
Desde aquí también tiene buena visión de cómo Kyle sujeta a
Anthony por la cintura; pasa un camarero con bandeja y el moreno
coge un canapé, el castaño otra copa de vino.
—¿Eres el hermano de Anthony, verdad? —le distrae alguien.
Se gira sin muchas ganas.
—Soy Marc —asiente.
—Yo soy Penélope, encantada. Tu hermano es mi jefe —Lo
deslumbra con una sonrisa de marfil—. Te he visto en los marcos de
fotos que tiene en su despacho... perdona, ¿de qué color son tus ojos?
—se inclina mirándole directamente—. Es que no sé si son grises o
azules, ¡son preciosos!
—No lo sé —sonríe con educación.
Penélope ríe a carcajadas, pero como Marc se limita a sonreír, ella
se arregla el pelo y cambia de tema.
Comenta lo ricos que están los aperitivos, y Marc le da la razón a
ratos mientras piensa. No puede soltarle que es gay a esta mujer si
Anthony le ha estado promocionando como un producto de la
teletienda...
—¡Ay, que me mato! —jadea Nino al tropezarse en la pista de
baile. Malee y él rien cogidos de la mano.
—¡Se te da genial!
—No sé... No como a ti —hace una sonrisa tímida por el halago, y
se siente orgulloso de estar parado delante de tantas personas
bailando. Ahora que lo piensa, ¡hace unos años era impensable!
—Porque yo llevo siglos haciendo esto, pero tú vas a ser mejor que
yo —le guiña Malee.
Nino se ríe con ganas, y la deja ir porque Annie la reclama para
bailar esta más lenta: In the Air Tonight, de Phil Collins. Deja a la
pareja y sale de la pista con las mejillas rojas de bailar y arreglándose
el pelo, camina hacia donde recuerda que estaba parado Marc. Va
esquivando a las personas que bailan pegadas.
—Anthony no para de repetir que estás soltero. Es una de las
pocas cosas que menciona ajeno al trabajo. A veces estamos en la
máquina de café y simplemente se acerca y lo suelta, ¡como quien
avisa de que hay un incendio o una reunión en cinco minutos!
Nino desacelera.
Está tonteando con él. Está tonteando con Marc.
Otra persona más para la lista...
—Vaya —responde Marc con desinterés a lo que dice ella,
apoyado en el poste con los ojos entrecerrados.
En cuanto ve a Nino viniendo hacia aquí se endereza.
—Soy trans —suelta. De pronto, sin conexión con lo que estaba
contando Penélope—. Me identifico como hombre y la testosterona
me da este aspecto, pero no tengo intención de realizarme la
faloplastia. De modo que si estás buscando otra cosa, entenderé que
te marches —expone con pausa y cierta cordialidad.
A partir de ese exacto momento ella balbucea descolocada.
—A-a ver... Yo tengo amigos gays, y lesbianas y tal, claro... Pero es
que eso, eso Anthony no lo había... No lo había comentado...
En silencio, Nino observa a los adultos. Penélope acaba por sonreír
al ver al chico tan cerca, y se aparta con la excusa de renovar la copa;
pero ya no vuelve.
—¿Te has cansado de bailar? —sonríe Marc.
¿Por qué acaba Marc de soltarle a esa mujer tan cándida esa
mentira tan gorda?
—¿Quieres sentarte? —insiste su tío.
«Puede que esa mujer no le parezca lo suficientemente guapa, o
haya dicho algo que lo ha molestado...». La habrá despachado
porque sabe que en menos de dos minutos se le acercará alguien
más.
—No —responde—. ¿Bailamos...?
Marc ríe jovial como si hubiera dicho una locura.
—Yo no sé bailar.
—No me refiero a como hemos bailado Malee y yo. Todo el mundo
sabe bailar un poco... ¿De verdad nunca has bailado?
—No.
—Yo te puedo enseñar —propone animado, ya cogiéndole las
manos, ya buscando la posición propia de un paso lento: un tipo de
baile muy sencillo para un novato. Cuadra la distancia entre sus pies
para no pisarse... y al erguir la barbilla se encuentra de frente un
chaleco negro.
La punta de la nariz de Marc está unos cuarenta centímetros más
arriba de la suya.
Sus hombros ni se acercan, por eso Marc ha tenido que doblar
ligeramente el torso para ponerle la mano en la cintura. Parece un
hombre a medias entre agacharse a recoger algo del suelo y quejarse
de que le duele el lumbago. Y él está a punto de despegar los talones
para agarrar bien el hombro donde debe poner la mano.
—Bien... Te voy a enseñar un paso muy fácil. Cuando yo mueva
este pie hacia adelante, tú tienes que mover este hacia atrás. ¿Lo
ves?, así. Y cuando yo mueva este mismo pie hacia allí, tú tienes que
seguirme. Es todo el rato igual... Adelante, izquierda, atrás, derecha.
Hacemos una caja con los pies.
—Vale.
La música que suena de fondo es lenta, concuerda con la lentitud
de sus pasos.
—Adelante, izquierda... —Guía con la vista fija en sus cuatro
mocasines—. Atrás, derecha. Ves, no es difícil.
—¿Esto es bailar? —cuestiona Marc sin dejar de hacerlo.
—Queda más bonito cuando no tengo que estar estirado y tú
doblado como un viejo...
—Es que tendrías que haber crecido más.
—¡O tú menos!
Resultaría más elegante si no tuviese que mantenerse de puntillas
como un cervatillo. Hacen el cuadrado, bastante bien, Nino aumenta
sutilmente la velocidad para acompasarse bien con la música cadente
y aun así no se pisan ni tropiezan.
También es que es muy sencillo.
—Y de vez en cuando, yo hago así —Da un giro y se aparta de él
sujetado a su mano, del mismo modo regresa y devuelve los pies a la
posición base—. Y también me puedes agarrar bien de la cintura y yo
me inclino, yo lo hago todo —dice.
Pero es Marc el que se parte la espalda sujetándole para que no se
vaya al suelo mientras Nino levanta una pata al aire, se dobla en
horizontal.
—¿Te gusta?
—No sé si me convence.
Nino se incorpora.
—Cuando sabes hacerlo bien es divertido porque se puede hacer
más deprisa. Y además, es... romántico —musita muy bajito.
De sorpresa Marc lo coge, directamente en el aire. Hace el
cuadrado él solo y descubre que así resulta más sencillo, es
sencillísimo manejar a Nino porque es pequeño y no pesa, es
increíblemente fácil hacerle girar, alejarlo y devolvérselo al pecho.
Lo empuja para allá, lo trae para acá, lo gira... Qué fácil.
Descolocado sin entender lo que está pasando Nino intenta no
marearse. A ratos sus pies directamente flotan.
—¡Esto no es bailar! —se queja entre meneos—. ¡Para! —se ríe
hasta que él desacelera—. Se te da fatal —le echa en cara. También
le entra la risa, porque Marc sonríe con falsa disculpa.
Nino queda pegado a él; simplemente se balancean despacio. Es lo
que están haciendo las demás parejas.
—Tengo libros en la buhardilla que pesan más que tú. Y pilas de
libros que miden...
—¡Cállate!
—A veces cuando te abrazo me da miedo estrujarte mucho porque
no sé si vas a...
—¡No me voy a romper! —ríe en su pecho.
Marc le está acariciando la espalda arriba y abajo hasta la cintura
cuando Nino se acomoda: se eleva en las puntas buscando darle un
abrazo, de modo que con el cambio de distancias la mano de Marc
haciendo su recorrido le acaricia el principio de una nalga.
—Ah, lo siento —se disculpa su tío con apuro. Vuelve a posar la
mano bien arriba entre sus hombros, y ahí se queda quieta. Nino
hace un mohín silencioso. «Marc es tonto...».
Kyle lleva un rato mirándoles de reojo.
—¿No te parece... raro que estén tan juntos siempre?
—¿Raroo? —Anthony gira para verlos amodorrados en un abrazo.
Nino de puntillas con el moflete en su pecho y los ojos cerrados,
Marc medio agachado con el moflete en su pelo—. Se quieren
muchoo, desde que Marc está aquí yoo loo veoo coomo un hermanoo
mayoor para Ninoo, le cuida... —concluye sonriendo.
Kyle no comenta lo que está pensando.
Pero ayudar lo que se dice ayudar, no ayuda que hable de
hermanos mayores.
—¿Y tienen que estar tan pegados?
—Noo seas antiguoo —le busca la barbilla y los ojos—. Le gusta
bailar... y mientras esté coon Marc, noo se le acerca nadie...
—No es normal.
—¡Hazme casoo a mí! —protesta buscándole el cuello; le deja un
mordisquito cerca de la nuez.
Marc y Nino vuelven a la zona de las mesas, aunque a esta hora
pocas personas permanecen sentadas. En el camino, Nino va
recordándose que debería alegrarse por Marc de encontrar a alguien
para compartir casa y vida, a medida que un resquemor le crece en el
pecho.
No se lo espera cuando sentado Marc le atrae de la cintura y con la
mirada le señaliza sus rodillas disponibles.
Nino se sienta en ellas de lado, y por la mala cara con la que se
acomoda Marc se preocupa.
—¿Te pasa algo, princesito? —Después de una breve pausa sin
respuesta, añade—: ¿Te duele lo de...?
—No, no. Solo es que estoy cansado de bailar.
Nino se entretiene en arreglarle las arrugas del cuello de la camisa.
Un minuto después, los gemelos de las mangas. Quiere que Marc sea
feliz, por supuestísimo. Pero... ¿por qué no puede ser con él? Se ríen
todo el tiempo cuando están juntos, se dan abrazos, se dan besos de
cariño. ¿De verdad tan grande sería el salto?
Le aparta los trozos de flequillo azabache que han venido a taparle
las cejas.
—¿Tan feo estoy? —bromea Marc al cabo de un rato.
—No. Siempre estás guapo —responde sin entender bien por qué
lo dice, sigue peinándole.
En un suspiro Marc pega la sien al hombro de Nino.
—¿Tú también estás cansado...? —musita éste.
—Un poco.
—La ceremonia ha sido bonita... —deja una manga bien doblada y
pasa a adecentar la siguiente—. El vestido de novia de la abuela era
muy elegante. Cuando yo me case quiero llevar un traje rosa pastel...
¿Y tú? Si algún día encuentras a esa persona especial y te casas...
¿Vestirías de negro?
—No lo sé. Creo que esas cosas no son para mí.
—¿Casarte...?
Marc encoge los hombros sin convicción.
En la pista acaban de poner “On the Floor” de Jennifer Lopez, y
Anthony, que a estas alturas es más vino que hombre, le restriega su
trasero sin miramientos a Kyle, que se aguanta como puede las ganas
de llevárselo corriendo a los setos para bajarse la hinchazón de la
entrepierna. Se nota de lejos la fuerza con la que le aferra las caderas
apretándolo contra sí, cómo le entierra la nariz en el cuello desde
atrás, le besa la mandíbula, se lleva un pedazo de la piel de su cuello
entre los dientes y lo suelta al jadear, mientras Anthony, con los
brazos elevados pero medio caídos sobre los hombros de su marido
no para de frotarse.
Entonces Kyle mira al cielo y tira un suspiro por el que se le escapa
el alma entera.
Anthony lo va a matar.
Por encima de su hombro pequeño Marc ve a Nino otear la pista.
No sabía que él tenía esos pensamientos de imaginar cómo será su
boda. La verdad, no cree que deba llevarle muchos años conseguirlo
si es lo que quiere, porque no le faltarán pretendientes... Nino tiene
algo que llama a desvivirse por él. Y sus padres se casaron a los
veintidós, así que si él sigue sus pasos podría estar presenciando una
boda así, como esta, relativamente pronto. Un día Nino hará a
alguien muy feliz.
«Dichoso sea con quién Nino escoja compartir sus días».
—Papá dice que Keilani es un cazafortunas.
—Sí, puede ser.
—Mm...
—Pero Ellen no es tonta.
—Pues justo después ha dicho eso, que está enamorada y se ha
vuelto tonta.
—Es normal hacer estupideces cuando se está enamorado.
Al mirarle Nino descubre que le está observando con atención.
—Pero... hay estupideces buenas —replica Nino—. Además, han
firmado la separación de bienes así que si lo que Keilani le saca ¡y no
estoy diciendo que sea un cazafortunas...!, son viajes a la playa; sólo
es como si la abuela estuviese pagando a alguien para que la
acompañe y le dé mimos por las noches. Lo que no entiendo es por
qué se casa. Supongo que le hacía ilusión... Se la ve muy feliz
bailando y no la he visto parar de reír hoy.
«Mimos por las noches...». Marc sonríe.
—Estupideces buenas —repite sin dejar de observarle.
Un camarero se les aproxima paseando una bandeja. Nino ve que
no hay agua así que niega con educación, se repasa la frente y se lleva
el sudor de haber estado bailando. Marc pregunta si alguna de las
cervezas es “sin” y esa es la que atrapa.
—¿Sabías que la cerveza “sin” también lleva una parte de alcohol?
—explica Nino cuando se ha ido el chico, mientras Marc empina la
boquilla—. La legislación permite que se marque con la etiqueta de
“sin” o “0,0” cuando lleva menos del 0,9%... Y las normales suelen
tener un 4% —agrega para que pueda comparar.
Marc recela con duda la botella.
—¿De verdad?
—¿Para qué te voy a mentir? —replica risueño.
—Para hacerte el listillo.
—¡No! —sonríe.
Pues aparentemente, se ha estado saltando la promesa que le hizo
a Anthony desde los primeros días. Mm... ¿Entonces no es que se
vuelva impulsivo bebiendo, es que simplemente es imbécil a ratos?
—Sabes, el agua sigue siendo más sana que la cerveza...
—¿Por eso tú bebes LocaCola?
—¡Yo soy joven!
—Ah, es verdad —Sonríe mirándose el zapato—. Yo soy un viejo.
No hace falta, pero Nino responde con un rotundo:
—Sí.
Marc levanta la cabeza.
—¿Sí?
—Sí.
—Mm —gruñe dándole un toque en la nariz con la suya. Nino se
ríe y menea los pies; Marc sin embargo queda en pausa por un
instante, parece arrepentirse—. Voy a por agua. ¿Quieres? —Nino
no le ha respondido cuando él le da un beso en la mejilla y se levanta
—. Te traigo agua.
Con su andar calmado cruza el césped hacia la mesa de bebidas.
Coge una copa nueva de las que están boca abajo y la llena de agua
mineral que se bebe él, y coge otra para llevar.
Mientras lo hace todo de espaldas, Nino también se percata de
cómo una mujer metida en una conversación de cuatro, lo espía por
encima del hombro. Entonces se disculpa con esas personas, y
camina hacia la mesa de bebidas arreglándose el pelo.
«¡Venga ya...!» ¡No sabe si eso de que todo el mundo liga en las
bodas será verdad, pero vaya si hay de los que lo intentan...!
No se lo piensa, de un salto Nino se levanta, corre por el césped
atravesándolo mucho más rápido que la mujer en tacones. Marc se
sorprende al darse la vuelta y encontrárselo de bruces, la cara de
Nino hace pof en su chaleco. También le quita la copa, se la bebe de
un golpe y la deja vacía; le agarra el brazo y lo rapta. Fuera de la
pista, lejos de las personas. Lo recela del gentío.
—¿Qué pasa?
—Quiero ver los setos...
—¿Los setos?
Pero si allí no hay nada, apenas llega la luz de la fiesta.
Acaban por detenerse en la oscuridad entre las plantas. Aún
escuchan la música con claridad pero opacada. El viento mece las
hojas verdes de los setos, perfilados en formas rectangulares, como
un laberinto sin pérdida.
—Perdona. No sé en qué estaba... Vamos a volver...
Es retenido en su intento de darse la vuelta, porque Marc no se
mueve.
—Yo quiero quedarme.
—¿Quieres fumar?
—No, ya no fumo —aunque preferiría que no lo mencione. No
tiene ni idea de cómo está consiguiendo mantener la mente alejada
del sabor del tabaco. Se rasca el cuello. Debe ser que los parches son
efectivos de verdad—. Estoy un poco agobiado de estar ahí. Hay
muchas personas —sonríe a modo de petición.
Deciden dar un paseo siguiendo la línea recta que forman los setos
hacia ninguna parte. Hacia más oscuridad. Si la luna no estuviera
hoy tan brillante no podrían ver nada, pero les guía una estela azul
claro y parece que los aspersores estaban activados hasta hace poco,
porque el suelo se nota un pelín mojado.
Nino se sujeta uno de sus propios brazos y sube los hombros.
—¿No te gustan las fiestas...?
—Prefiero ver películas en casa contigo —Es sincero.
—Podemos ver una cuando lleguemos.
—No creo. Las bodas de tarde suelen durar hasta las dos o las tres
de la noche. La de tus padres duró hasta las cinco.
«¿Cómo?» le coge la muñeca para ver la hora. Pues ya le está
entrando sueño y no han dado las doce.
—¿Y qué hacías? —Le cuesta imaginar a Marc bailando, nunca lo
ha visto hacerlo. Tampoco tenía antes móvil con el que distraerse en
Internet, ni bebe alcohol nunca, y a cada persona que se le ha
acercado la ha despachado sin el menor interés en entretenerse
coqueteando o teniendo sexo esporádico...
¿Qué demonios hace entonces en las fiestas, cómo pasa las horas
en un evento? Porque con esas preferencias... es fácil adivinar por
qué no le gustan.
—Fumaba —responde. En el día más feliz del matrimonio a él le
faltaron cajetillas. Se toca la frente, rememorándolo. La ceremonia
fue en un recinto cerrado, un segundo piso, y se pasó la noche
asomado al balcón con el cigarrillo en la boca.
El cigarrillo es siempre una buena excusa para desaparecer y para
no estar sonriendo.
Caminando en la oscuridad Nino tropieza y jadea porque
equilibrándose mal pisa otra piedra, resbala y se va de espaldas;
Marc intenta cogerle de la cintura y le faltan unos centímetros; la
consecuencia es él yéndose detrás al césped.
Una rodilla en el suelo, la otra estirada, la mano junto al pelo
rosa..., Marc ha dejado el espacio justo para no caer sobre Nino.
—¿A dónde vas tan deprisa? —ríe Marc.
Nino se encoge.
Y viéndole reírse supone que Marc debe tener calor, porque
conforme respira gotas de sudor brillan entre sus clavículas a través
del cuello abierto de su camisa.
Su mano, por libre, decide acariciarle la mejilla de una única y
suave pasada. Marc no la rechaza.
Tampoco cuando le dibuja el contorno de su nariz alargada,
simétrica y masculina. Sus ojos tan claros y tan de cerca parecen los
de un carnívoro de documental agazapado en la penumbra al que se
le ven los ojos justo antes de saltar a por su presa...; pero es su
policía.
Ya sabe que su aspecto no tiene nada que ver con lo que tiene
dentro. Nunca se siente más seguro que cuando está con Marc.
—A mí tampoco me gusta que seas tan alto —protesta con voz
pequeña—. Tengo que subirme a alguna parte si quiero saludarte
con un beso...
Le recorre las ojeras y repasa una de sus cejas pobladas en una
caricia que acaba apartando su flequillo azabache.
Antes no le conocía, es verdad. Tan solo tenía idealizada la figura
de su policía, el hombre valiente, el soldado, el protector, el Dios
defensor de los indefensos que no comete un solo error y camina
dibujando pedazos de hielo a los pies. Pero porque Marc no le había
mostrado más que el cariño con el que se cubre a un niño.
Tampoco el Nino de hoy es el niño del acuario.
Al darse cuenta de lo que está haciendo repliega los dedos.
—¿Volvemos...?
—Estoy bien aquí —susurra Marc que no ha dejado de mirarle.
Parece que mientras le observaba él hacía lo mismo y el tiempo ha
pasado de puntillas entre ellos.
Se distancian al escuchar una rama que se parte.
Justo al otro lado de los setos, se escuchan susurros.
—Anthz —jadea Kyle; van apartando y pisando hojas—. Pero que
nos van a ver...
—Aquí noo hay luz ni viene nadie —cuchichea el borracho.
Marc y Nino se petrifican cuando a través de una pequeña calva del
seto se ve al matrimonio: se refrotan contra el otro, caminan
torpemente hacia atrás, el cuerpo pequeño empuja al grande. No
parece que ellos se hayan dado cuenta de su presencia, las ramas
dificultan la visión aunque les separen dos escasos metros.
—Tampoco tenemos lubricante —susurra Kyle, entrecortado
entre los besos desesperados de su marido.
Besos apresurados y mojados que se escuchan bien en alto.
—Dame cooito. —Se oye un zip de cremallera.
—No sé cuántas copas te has pimplado esta anoche —se carcajea
Kyle—. Siempre te desmelenas... Por eso me casé contigo.
—¿Sí...? ¿Por eso?
—Es que te pones muy gracioso cuando estiras las palabras. Por
eso y porque tienes el culito más bonito del universo...
—Pues qué alivioo saber que cuando se me caiga y esté sobrioo ya
no te interesoo —gruñe en su boca.
Kyle se ríe, pero se le hila la voz porque parece que Anthony decide
buscar el lubricante que les falta en la entrepierna de Kyle: hinca las
rodillas. Le baja el pantalón elegante a los talones.
Le agarra la carne y la repasa desde la base con la lengua extendida
abarcando lo imposible, con los ojos verdes entreabiertos
sensualmente en los marrones sin un mísero titubeo.
Marc huye con Nino a tiempo. Cree, espera. Le tapa las orejas y le
empuja deprisa intentando no quedarse con los gemidos
descolocados de Kyle contra la planta...
Lo lleva más allá del laberinto, de la arboleda de melocotones,
comprueba que ya no se les oye al arribar a una laguna rodeada de
bancos y farolas apagadas. Sigue siendo parte del recinto de este
hotel tan caro, pero está en desuso esta noche.
Le destapa las orejas y en silencio comparten una mirada cómplice,
sin comentarios, rezando para ya no oírlos pero inconscientemente
afinando el oído...
Hasta que Nino empieza a reír.
Su risita es fina y vergonzosa, se tapa la cara, y Marc se carcajea
por la nariz. No cae en la cuenta de que ha visto a Anthony
desesperado por tener sexo con Kyle y no le ha importado en lo más
mínimo, porque Nino se descubre, y sin parar de reír enseña unos
dientes blancos y unas mejillas coloreadas de vergüenza ajena.
Se supera cada vez. Hoy cree que Nino con esta expresión es la
imagen más hermosa que ha visto.
—Qué mal —musita éste—. Como les pillen...
Nino le pega la cabeza al pecho en un abrazo, y Marc le frota la
espalda y se dobla para besarle a un lado del pelo.
—Aquí hace un poco de frío —agrega Nino—. ¿Dónde estamos?
Da un poquito de miedo sin luz...
—Parece una zona de picnic —Está viendo una barbacoa de
ladrillo—. ¿Quieres que te deje mi chaleco?
—No. Es en los brazos donde tengo frío.
Marc procede a frotárselo, pero Nino se aleja. Un poco, no
demasiado; parece que la oscuridad y las escenas cliché de miedo en
el bosque le frenan. Acaba por sentarse en el terreno inclinado.
Él le sigue, pies separados y manos apoyadas sobre las rodillas. En
cuanto ve a su sobrino temblar acorta el hueco y le abraza con una
mano.
Nino apoya la cabeza en su hombro.
—Me gusta tu olor... —musita.
—No me he echado nada.
—Ya lo sé, no es que huelas a algo, es... um. No importa...
Marc le ha entendido.
—Tú hueles a melocotón.
—¿Yo...? —Hace un intento de olerse el pelo pero con disimulo.
No aprecia nada, lo único que hay aquí es el olor de Marc. Olor a
Marc; lo reconocería de lejos.
—¿Y a qué dices que huelo?
—No sé... Antes un poco a cigarrillos, y a menta. Las dos cosas
combinadas. Pero debajo de eso seguías oliendo a ti, a lo que hueles
ahora. No sé cómo explicarlo... Olor a ti; no sé...
—No sé si me estás pidiendo que me duche más.
—¡No...!
—Como no me dices qué es.
—¡No sé decirlo, pero no es malo, de verdad...!
Marc se ríe tontamente, Nino parece agobiado:
—Hueles a peluches y besos en el pelo —suelta con apuro. Es
exactamente eso: Marc huele a abrazos, a cariño.
Sencillez, calor, hogar.
Éste le aprieta un poco más fuerte, y con el pulgar repasa la punta
de su nariz moteada y mona, y sus cejas entre rubias y rosas, teñidas
con ese poco pelo.
Nino se revuelve algo sonrojado.
—Penélope... no era fea.
—¿Quién?
—La mujer que se te ha acercado, la última... Que no era fea.
—Ah. No me he fijado.
—Aquí... hay muchos solteros.
—Sí.
—No quiero ser un estorbo, me puedo quedar en la mesa mientras
tú bailas con otras personas... No me importa...
—¿Por qué quieres emparejarme?
Ha sonado molesto. O al menos así es como Nino lo ha
interpretado, porque su tío se ha vuelto serio y con la vista fija en el
agua inerte.
Es normal, claro... debe estar harto de que toda la familia insista
con lo mismo. Entre el criar de los grillos Nino va a disculparse con
él, cuando Marc se adelanta:
—Nino, ese hombre... que te gustaba hace tres años... ¿No te sigue
gustando?
Nino coge aire sin hacer un solo ruido.
—No —contesta con los ojos bien abiertos en la oscuridad.
—Ah... —Le lleva un minuto hasta que exhala—: Bien.
El viento primaveral mece las hojas en mitad de un silencio. El
agua de la laguna no se mueve, y los grillos crían...
—No quería salir con alguien si eso te hacía daño —agrega.
Pero la expresión vacía que hace a continuación Nino se la ha
podido ver recientemente: llorando en el zulo intentando parar las
lágrimas. Y a la mañana siguiente aun depresivo esforzándose por
aparentar que todo estaba bien y conformar una sonrisa. Miserable,
claro. Como la que está tratando de hacer ahora.
«¿Por qué está Marc...?».
«¿Por qué, en primer lugar, le ha preguntado Marc...?».
No puede ser posible.
Con el corazón en la garganta Nino duda pero se le aproxima. Marc
lo observa sin rechazar el gesto cuando se le sienta a horcajadas: sus
manitas posándose en los hombros de su chaleco, sus rodillas
enmarcándole las piernas que ahora tiene que estirar.
Él responde dejando las manos en su cintura fina: la rodea y sus
pulgares casi pueden tocarse. Sus miradas no se apartan, sus cuatro
manos acarician inconscientemente una porción del otro cuerpo: con
un dedo, un par de dedos. Unas diminutas caricias.
Hace tres años las cosas eran como ahora. Él sigue siendo algo
tímido cuando está con Marc, un poco torpe, y muy bajito.
Pero hay un pequeño cambio.
Esta noche, y poco a poco desde que Marc estuvo ingresado en el
hospital por intentar suicidarse... Nino ha tenido tiempo de
comprender que si quiere conseguir algo, será él quién tenga que
sacarlo del fuego.
Nada de usar la imaginación.
Nada de besos a traición mientras duerme.
Nada de soñarlo.
La única forma de alcanzar un futuro con Marc es luchar por ello
en el presente, porque incluso su Marc, su policía, su héroe, tiene
miedo de lo que siente: Marc nunca haría nada que él no quisiera
hacer, que le perjudique o que le hiera.
Y si hay una remota posibilidad de que eso que sienta sea lo mismo
que siente él...
Será valiente por los dos para sacarla a la luz.
—¿Y si lo hiciera? —pregunta, tan bajito que sólo su policía podría
escucharle, con esa vocecita pequeña que no quiere molestar; ese
ojito ámbar que le pide—. Quererte. ¿Qué harías...?
Sus palabras reverberan en Marc como un cálido sol, dándole unas
esperanzas que no sabía que necesitaba.
Como no responde, Nino le acaricia la barbilla con los pulgares.
Pasa por su barba afeitada y observa su pelo revuelto, y sus ojeras
ahora más finas de las noches que han estado durmiendo juntos.
En lo que Marc contesta también le tantea el chaleco, con la mano
temblorosa y sin conseguir aparentar seguridad.
—No lo sé.
—¿Te irías? —Hablan entre susurros.
—No.
—¿Me odiarías?
—No.
Nino cierra los puños despacio intentando dejar de temblarlos.
—Pase lo que pase... ¿no te irás?
Marc cierra los ojos con dicha.
—Puedes hacer conmigo lo que quieras —es su respuesta. Nino
tiene su corazón y sus pensamientos desde que se levanta hasta que
se acuesta, sería una gigantesca mentira negarlo. Se los ha dado él
voluntariamente; porque por más que intente controlarse no hay
nada que esta vocecita pueda pedirle que él no vaya a darle. Así que,
sí, que su princesito haga lo que quiera.
Con los ojos cerrados siente cómo Nino se inclina sobre él: le tapa
la luna, y su respiración suave le golpea en los labios.
—¿Y qué quieres tú...? —Huele al helado de cereza que se han
tomado de postre.
—No lo sé.
Nino escala las manos de sus hombros anchos a su cuello,
cargando el peso en las rodillas al acercar sus rostros.
Y al acariciarse sus narices por error, Marc suspira por la boca.
—¿...No lo sabes o no puedes decirlo?
No le contesta, así que para asegurarse Nino roza su boca en lo que
no es un beso, sino una caricia entre respiraciones: Marc se tensa y
suelta un ínfimo y extraño gemido. Pero sus labios no llegan a
pegarse en ningún momento. Marc no se mueve, y Nino simplemente
los mantiene sobrevolando en un último replanteamiento.
—¿Tú me quieres...? —susurra en su boca.
—...Más que a nadie en este mundo —jura.
Traga saliva, y temblando, vibrante como su corazón que le va a
implosionar en las pestañas y en la garganta, Nino le pellizca los
labios en lo que, por irrisorio, no debería ser considerado un beso.
Pero Marc puede apreciar su sabor.
Los labios de Nino saben a paz.
Saben a gloria.
Saben a... vida.
Sin embargo es un cuasi beso pequeño, tan minúsculo que no
levanta escándalo: no se atreve a que escape, a pesar de que se lo ha
prometido, todavía tiene miedo.
Por eso Marc busca comprimirlo contra él. Quiere decirle que
nunca dejaría de proteger a la cosa más pura del universo con su vida
propia. Quiere decirle que él le protegerá del dolor que le provoquen
las injusticias del mundo, del peligro de amar a alguien que no le
ame, de la realidad que puede ser muy fría; o del aire, que sopla.
Es Nino quien hace pasar esto, es él quien manifiesta un reclamo,
¿no? Y ya sea por curiosidad, por lascivia, por entretenimiento... a
Marc no le importa dárselo. Cuando se canse de sus besos, de sus
abrazos y de su cariño lo dejará marchar. Incluso si lo que quiere su
sobrino es pretender que esto no ha pasado.
Nino escucha a su tío suspirar profundamente con el desasosiego
de haber necesitado hacerlo, y un segundo después, cuando sus
labios se despegan en un murmuro y va a preguntarle si le odia por
esto, la lengua cálida de Marc se le desliza en la boca.
Gime.
Aprieta las pestañas, y gime, confundido porque Marc lo atrae
entonces de la nuca, lo tumba en el césped cobijándolo bajo su
cuerpo y quedan unidos de verdad: boca con boca, torso con torso.
Tampoco quiere desperdiciar las mariposas de su estómago así que
no pregunta, trepa las manos hasta el pelo azabache y lo aprieta
contra sí perpetuando la unión que de manera exacta suplican ambas
partes.
Bruscamente se le olvida cómo respirar, porque le presta más
atención a que puede sentir el respirar de Marc, el bombeo acelerado
de un pecho contra el otro, la desesperación de sus bocas
separándose con prisa y el diminuto sonido hueco que se amplifica
en el apretado espacio justo antes de buscarse de vuelta.
No sabe si esto está pasando de verdad o se ha dormido cansado de
la fiesta, pero ahora mismo le da igual.
Ni siquiera le desconcentran los fuegos artificiales que a las doce
en punto estallan en el cielo, justo detrás de Marc. Les iluminan y
ensombrecen por turnos dando pie al baile de los novios.
Las pequeñas manos le retienen de las solapas del chaleco por si se
le cruzara la idea de distanciarse, pero sin mediar palabra Marc las
obedece y se queda entre ellas, le cruza los brazos detrás de la
espalda atándose a él en una manifestación de no tener la menor
intención de hacer eso.
Porque ahora, de Nino, saborea con los ojos cerrados un
sentimiento que de tanto esperar ya había creído solo posible en la
ficción o el ensueño. Por fin está en un lugar que le hace preguntarse
por qué ha tardado tanto en llegar.
—¿Te gusto? —susurra Marc sin acabar de creérselo—. ¿Te
gustan mis besos? ¿Te gustan mis abrazos? ¿...Te gusto?
—Te quiero —el gemido quebrado de Nino le eriza el vello de los
brazos y la nuca.
Se besan, se empujan más cerca. Sus ojos se quedan enganchados
en las pausas breves que necesitan sus pulmones y sus estómagos,
que queman porque no saben administrar un fuego que les hierve;
antes de volver a buscarse.
Nino comprende ahora que los besos de verdad funcionan solos
porque saborea la boca de Marc en el pecho y en el estómago, no en
las papilas, y porque no tiene que plantearse cuánto debe durar cada
uno: lo justo para no morir de asfixia.
Marc siente cómo con treinta y cinco años y sin más expectación
por la vida que verla fluir amortiguada se le concede por fin una
razón de ser: cuatro letras de neón que le empujan el pecho y ya no le
dejan pensar, no le dejan ignorarlo; no quiere volver al vacío de días
sin su Nino. Lo anhela como un perro anhela a su dueño, lo vela
como un soldado venera a su rey. Lo desea libre, vivaz y feliz. Pero lo
desea a su lado.
—No quiero que acabes con alguien que te haga daño —se le
ofrece rezumando desesperación—. Yo nunca dejaría que te hicieran
daño.
Nino responde esbozando una sonrisita, entre la vergüenza
extrema y el ensueño. Siente el cuerpo esponjoso, también el césped
es una nube, y el ambiente; le entumece...
—Me das la vida con cada beso en la mejilla, y con... tu risa... Y ni
siquiera te das cuenta, Nino... Me has salvado la vida —confiesa,
porque su corazón nunca ha latido de esta forma. Su corazón nunca
se había pegado a sus pulmones presionando para salir; hacia él.
Palpita hacia donde está él.
—Marc...
Se miran a los ojos antes de que Nino esconda la nariz en su cuello,
y Marc inspira despacio el aroma que se ha vuelto el oxígeno que
necesita para vivir.
—Nino... —susurra contra la piel de su sien.
—No es un capricho, no es una obsesión... No tiene nada de malo
que me haya enamorado de ti y no sé por qué no me lo has dicho
antes si sientes lo mismo... —murmura—, ¿crees que eres malo para
mí...? Eres un hombre dulce, un hombre bueno, cariñoso,
comprensivo, entregado, inteligente, divertido...
—No es por la edad, Nino, y no me importa que seas el hijo de mi
hermano. El problema soy yo. Es... lo que siempre he llevado dentro.
—¿...De qué tienes miedo? —pregunta acariciándole el mentón
con los dedos. Marc disfruta el gesto en un pestañeo largo.
—Me da miedo la imagen que te has formado de mí, con todos
esos adjetivos. Me da miedo no poder darte todo lo que esperas y que
un día te des cuenta de que soy un fraude y de que en realidad no
tengo nada y no soy nadie.
—Eso no es...
—Me da miedo que un día encuentres a alguien mejor que yo y
que de verdad te mereces y me abandones, y yo no sepa qué hacer
porque sé que estarás mejor con él.
—¿Con quién...?
—Con quien sea, Nino.
—Yo quiero estar contigo —refuta con voz suave.
—Y yo no entiendo por qué —jadea con una sonrisa agridulce.
No puede creer que su policía, su héroe, esté hablando en serio.
«¿Quién te ha hecho tanto daño...?» quiere preguntar. Quiere
preguntarle muchas cosas. Quiere saber de dónde sale esta poca
autoestima y explicarle que es una gigantesca absurdez.
En vez de hacer eso con las palabras, le desabrocha el chaleco.
—Quiero que sólo te des besos y hagas estas cosas conmigo...
Desabrocha también la camisa negra bajo la atenta mirada de los
ojos azules; mientras se pregunta cómo alguien tan cariñoso como él,
tan vulnerable detrás de la primera impresión que da su aspecto, ha
podido pasar tanto tiempo solo.
Marc necesita amor y eso es exactamente lo que él quiere darle.
Le rodea la cadera con las piernas, cruza los mocasines rosas en su
espalda. Nunca se le ha dado bien usar la voz pero espera que así lo
entienda.
—¿Princesito...? —le mira Marc con las telas abiertas y el pecho al
descubierto.
Molesta a Nino, que ya comprende que no usa ese diminutivo para
aniñarlo, no cree siquiera que lo emplee a propósito; es más bien
como si sintiera la necesidad de usar palabras suaves para referirse a
él o a su alrededor, como si fuese un ente divino pero el propio Marc
tan solo sucio o poca cosa.
—Te quiero —le espeta mirándole antes de pegar sus labios. De
forma inmediata Marc se relaja, deja caer el peso en los codos
apoyados sobre el césped y pega sus torsos—. Te quiero —gime
hundiendo los dedos en su pelo.
—Nino —jadea él contra sus labios. Se deja envolver en los brazos
que le dan calor cuando se creía condenado a vivir con frío. En las
manos que le tocan las mejillas, y el cuello, y el pelo.
Le doman el estado a calma. Le hacen sentirse tranquilo y, por fin,
con sentido. No se había dado cuenta de que se le estaba escurriendo
la vida entre los dedos.
No sabía que pasarse la vida sin nada que perder era la manera
más impecable de perderlo todo.
Les saca del ensoñamiento una voz grave.
—¡Hijo! ¿Dónde estás?
Es Kyle, seguido de Anthony que se tropieza con la rama de un
árbol y se tambalea al entrar al claro de la laguna. Detrás de él,
también gritando sus nombres aparece Annie. «Nino, Marc, ¿dónde
estáis?» clama preocupada, pero calla y expande los ojos en cuanto
los ve tirados en el césped. El uno sobre el otro, los torsos pegados,
las manos de Nino en el pelo de Marc y las de Marc en el cuerpo
pequeño de Nino.
Le sigue Malee, casi tropieza con ella. Un instante después
arremangándose el vestido llega Ellen con Keilani. Después Martha y
Emmanuel. La fiesta entera se traslada a la laguna.
Cuando Marc reacciona y se aparta es peor.
A la vista queda su torso al descubierto, y bajo el estallido de los
fuegos queda en evidencia una ristra de saliva que brilla en la boca de
Nino, tirado en el suelo con las piernas abiertas.
24
Una imagen
Parece ser que ajeno a sus besos el tiempo ha corrido más deprisa.
Han detenido el baile de los novios con su ausencia, y creían que el
recinto era más grande pero los invitados llegan de los árboles. Lo
que han hecho al correr antes es dar la vuelta en círculo.
—¡Te voy a matar! —vocifera Kyle.
—¡Papá...! —jadea levantándose para adecentarse el pelo,
limpiarse las marcas verdes del césped.
De rodillas Marc se abrocha como encarta la camisa, pero sólo
llega a recolocarse dos botones y fuera de sitio porque Kyle aparece a
medio metro y tiene que levantarse.
—¡Espera! —Nino se interpone mientras Marc se remete la
camisa por el pantalón.
Tienen los ojos muy abiertos, los dos, Marc y su padre. Uno con un
total desconcierto impropio de exagente policial y el otro con una
furia que no corresponde a los cariños fraternales y comprensivos
que Nino suele ver todos los días.
Kyle agarra del brazo a su hijo y lo avienta hacia atrás alejándolo
de Marc. Está a punto de caerse al suelo pero Annie lo recoge en un
abrazo. No es que su tía lo retenga, pero la confusión que ve en ella
es suficiente para que no intente liberarse.
Cuando se vuelve, su padre ya tiene el puño en el aire a punto de
alcanzar a Marc.
Él da unos pasos rápidos atrás y lo esquiva.
—¡Noo le hagas nada! —grita Anthony muy lejos, le cuesta ubicar
un pie delante de otro del alcohol y la imprensión.
Nino mira a sus padres por turnos.
¿A qué se refiere con que no le haga nada? ¿Qué es lo que va a
hacer Kyle? ¿Por qué va a hacerle algo?
Es otro exacto grito de Anthony repitiendo esa frase lo que le saca
el entumecimiento y le pone alerta. Esto va en serio. No hay nadie
que conozca a su padre mejor que su otro padre, y ahora mismo
Anthony grita temiendo por Marc.
—¡Papá! ¡Papá no le hagas nada!
Mientras tanto, Marc tiene la misma expresión de desconcierto
que él. Sólo camina hacia atrás con las palmas levantadas.
—¡He sido yo! ¡Yo le he besado! —Los invitados lo ven todo con la
copa en la mano, algunos dan pasos hacia atrás ligeramente
entendiendo la escena, otros nuevos llegan con los gritos...
Nino corre detrás de su padre. Se le agarra al brazo.
—¡He sido yo, he sido yo!
—¡Nino vete con tu padre! —brama Kyle.
Nino se asusta; no sabía que pudiese subir tanto la voz.
Le agarra más fuerte.
—¡Sólo ha sido un beso papá —o unos cuantos—, por favor, lo
puedo explicar...!
Marc deja de alejarse porque Nino forcejea, muy pobremente,
tratando de sujetar el bíceps de Kyle, se le resbalan las manos, y
entonces trata al menos de sujetarle la muñeca.
A su vez Kyle le está fusilando con la mirada: los ojos marrones
ensartados en los azules, sin pestañear siquiera. No le amenazan, le
gritan lo que le va a hacer dentro de un exacto segundo como no
empiece a correr en cuanto Nino se aparte.
—¡Déjale! ¡Papá...!
Las dos mujeres de la familia se alcanzan y comparten una mirada
preguntándose la una a la otra qué pasa. Anthony llega para rodear a
su hijo, se lo lleva al pecho en un abrazo que le cobija, un abrazo que
hace otras dos cosas al mismo tiempo: liberar a Kyle y quebrar a
Marc con una mirada.
La decepción de sus ojos verdes le cala el pecho.
—No hemos hecho nada —trata de explicarle a su hermano.
—Pederasta de mierda —masculla Kyle aproximándose a
zancadas largas.
Marc esquiva otro puño en una finta muy apurada que casi le lleva
al suelo. Los mechones húmedos de césped resbalan, las zonas
próximas a la laguna están mojadas y el terreno inclinado.
—No —murmura en respuesta—. No lo soy.
No sabe si Kyle le escucha, si le entiende, o si son las peticiones
desesperadas de Nino gritando que le deje en paz, que ha sido él
quien se le ha subido encima primero, lo que le aumenta la furia.
Ayudar, desde luego no están ayudando.
De otro intento Kyle lo agarra del chaleco y le salta los botones sin
llegar a engancharlo bien; Marc no deja de hacer fintas para
esquivarle. Un puño por encima del hombro, otro a la barriga del que
se libra al ponerse de lado, otro que va a acertarle pero le desvía con
la mano, como si todo fuera parte de un entrenamiento táctico.
—¡Deja de huir puto pederasta!
—No lo soy —repite ronco pareciendo buscar la aprobación.
Los músculos de Kyle son exagerados y su complexión es más
ancha, pero Marc ha estado en la policía, ¡en el GEO, el cuerpo élite!
¿Por qué no entra a la pelea y la termina?
¿Es que no sabe ninguna de esas técnicas que reducen al
adversario sin hacerle daño...? Por fuerza debe saberlas.
—Sabía que no tenía que dejarte con él —bisbisea Kyle y coge aire
antes de apretar más los puños—: ¡Eres un puto borracho y un
pederasta de mierda!
—No he bebido, espera —A un lado la laguna, al otro la verja, a un
lateral los árboles y justo enfrente un Kyle con los puños apretados y
las venas de los brazos marcadas que bien podría ser bombero y
partir puertas con un hacha—. Espera.
No puede hacer nada si está Nino delante.
No puede hacerle nada a Kyle porque piensa lo mismo que él.
—¡Yo le quiero, papá! —grita Nino, detrás como un eco—. He
sido yo quien ha empezado, ¡él no ha hecho nada, no me ha
presionado, no me ha dado pie a nada, he sido sólo yo! ¡Él no ha
intentado nada nunca, ni siquiera cuando hemos dormido juntos!
—¿...Habéis dormido juntos?
—Él me lo pidió —alega Marc intentando explicar que no le ha
embaucado con flauta ni ha dejado migas de pan.
—¿Y si te pide que te lo folles lo harás también?
Querría imponer un «No» sonoro, pero lo cierto es que no puede
jurarlo. Nunca había tenido tantas ganas de entregarse y tener entre
los brazos a una persona.
—¡Sé que es mayor pero no me importa! ¡No se está aprovechando
de mí porque él sólo me cuida, siempre me protege! —jadea
mientras Kyle levanta el puño—. ¡Le quiero! ¡Yo le quiero!
«¿Querer...?».
¡Marc le ha manipulado!
¡Marc es un pederasta!
—¿¡Qué le has hecho!? —le espeta de nuevo.
—No hemos hecho nada —se apresura Marc.
—¿¡No te he dado tiempo, no!?
El siguiente puño le roza la mejilla, y otro le golpea el brazo al
pararlo; puede esquivarlos porque son lentos: Kyle está
concentrándose en poner toda su fuerza en cada uno.
Y Marc sabe bien que si no fuese por quienes están entre el público
esos puñetazos serían más constantes.
Anthony ya no grita porque la confusión le puede, no sabe a qué
bando atenerse porque le faltan datos para comprender qué es lo que
ha pasado. De todas formas, sus ojos verdes le gritan pidiéndole a su
marido que no pegue a su hermano.
Kyle casi puede volver atrás y verle entre los alumnos del instituto.
También ve la escena de la noria, y recuerda cómo este indeseable
que intentó robarle al amor de su vida por el placer del sexo ahora
embauca a su hijo con el mismo propósito.
Lo engancha. De un puñetazo en la cara lo tira al suelo.
—¡¡Papá!! —Anthony lo retiene de la muñeca con la misma
expresión de horror.
—¡Niño, que lo vá a matá! —grita Emmanuel. Hace un ademán de
acercarse a separarlos, con su pelo escaso y cano y el tembleque en la
rodilla que le ha obligado a jubilarse prematuramente; pero su mujer
tira de él y no le deja. Keilani levanta una mano al pecho del hombre
para quitarle también la idea y mira a Ellen.
Ellen observa a sus hijos con los labios separados, sin usarlos.
Marc se lleva la mano a la cara aturdido. Kyle es exageradamente
más fuerte que cuando se pelearon la primera vez.
También se le sube en el estómago, no le da tiempo a apartarse.
Ya no hay por donde salir. Lo único que puede hacer es cubrirse
con los brazos.
Ojalá la madre de Marc también se llamase Martha.
—¡Papá...! ¡Tú no le conoces!
«¿Y él sí?».
—¿Te ha contado que se folló a tu padre? —pregunta con
desprecio, en voz neutra.
Nino guarda silencio. Y nota cómo Anthony afloja el agarre y hace
más o menos lo mismo que Ellen y Annie, que están lo
suficientemente cerca como para haberlo oído: llevarse las dos
manos a la boca.
—Cuando tu abuela lo adoptó —agrega con el puño cerrado en las
solapas de Marc—. Le faltó tiempo.
—No es lo mismo —susurra Marc.
—¿...es verdad? —inquiere Nino.
Consigue que Kyle le mire por encima del hombro un instante.
—Nino... —jadea Marc en el suelo. Le cuesta respirar con Kyle
encima, está dejando caer todo su peso.
—¿Qué le has hecho? —le espeta éste a Marc.
—Nada...
—¿Que intentaste violar a Anthz tampoco lo sabe, no? —pregunta
esta vez en un susurro, para que nadie más lo escuche.
El azabache no le contesta.
No puede, le falta el aire.
—No es como crees... No es como creéis —musita Nino entonces,
pero pareciendo debatirlo consigo mismo. Marc no le había contado
eso. Aunque, es algo extraño que no tiene un momento específico
para ser contado...: ¿mientras desayunan cereales?
Queda callado asimilando la información.
De lo general a lo personal, desde el punto de vista de los que
miran, Marc es un pervertido que buscaba concretamente a un niño
para traérselo a la soledad de la laguna. Que se ha aprovechado de su
ternura y amabilidad para volcar sus demonios, sus miedos y
reclamar su cariño y su cuerpo.
De lo personal a lo general, también sería peligroso inculcar que
cualquier adulto con la promesa de abrazar, de cuidar, de desear lo
mejor para un chico de diecisiete, no miente y porta amor verdadero.
No sabe cómo explicarle al mundo que no importa la distancia de
edad que se tengan dos personas; sino el cómo se traten.
Por eso cuando Kyle alza otro puño, el pelirrosa intentando
explicarse proclama a viva voz y con todas sus fuerzas:
—¡...Amo a Marc, lo amo, lo amo!
Y ese puño se frena.
Las palabras resuenan en la laguna como si hubiera agarrado un
micro. Se expanden en un eco entre la sorprendente acústica que
crean los árboles del recinto.
Los cuchicheos fortuitos se han apaciguado.
Nino ha conseguido parar ese puño, y también llevarse todas las
miradas de un único grito. Miradas entristecidas al niño manipulado,
miradas tiernas al amor platónico, miradas extremadamente
confundidas de sus familiares más cercanos.
A Marc se le ha erizado el vello de la nuca al escucharlo.
Abstraído, no ve el puñetazo de Kyle que lo deja inconsciente.
❤
Los gritos retumban en la habitación blanca. La sala interior del
restaurante, esta noche en desuso, tiene cubierta cada mesa y silla de
telas blancas. Anthony se ha cruzado de brazos.
Sigue el paseo furioso de Kyle con ojos vacilantes.
—¿Me estás diciendo que me lo planteé? ¿En serio es eso lo que
me estás diciendo? —espeta Kyle.
—Yo solo digo...
—Es increíble. Es... Me cago en la puta, es increíble —farfulla con
las cejas apretadas. Le viene una arcada solo de imaginárselos
pegados en una cama.
—Kyle, por favor, relájate un segundo.
Éste le mira con completa estupefacción.
—¡Es nuestro hijo! ¡No entiendo cómo puede darte igual!
—No me da igual. Sé que como sus padres tenemos que cuidarle y
protegerle de las personas que quieran aprovecharse de él o hacerle
daño, pero Marc no es así. Marc nunca...
—¿Marc nunca qué? ¿Nunca se aprovecharía de un menor?
—Marc siempre le ha cuidado —replica, pero anclado al suelo.
Más que defenderle parece intentar asimilar cómo regresarle la
confianza él mismo—. Nino podría haberse enamorado de otro, pero
ha sido Marc, y a Marc ya le conocemos. Así que al menos sabemos
que no es una mala persona...
—Leonard. Leo es bueno para él. Saca buenas notas, está en el
equipo de beisbol, estudia medicina. Tú viste lo mismo que vi yo en
la función, ese beso; a Nino le gustaba. Y entonces apareció Marc y lo
jodió todo como hizo con nosotros.
—Es Nino quien ha decidido.
—Marc le ha comido la cabeza. Es un niño, era virgen, han tenido
sexo y le ha gustado y ahora cree que eso es amor.
—¿Cómo sabes que lo han hecho?
Kyle no le escucha.
—Le metemos unas semanas en casa y le ha faltado tiempo para ir
a por él. Debería estar en la cárcel que es donde debería haber estado
siempre.
—Kyle...
—¡Tú sabes lo que te hizo, Anthz! ¿Por qué lo defiendes?
—Porque eso fue hace muchos años.
—¡Me importa una mierda! ¡Acabas de ver que sigue siendo la
misma persona! ¿Cómo sabes que no beberá e intentará forzarle
como hizo contigo? ¿¡Cómo sabes que no lo ha hecho ya!?
—No lo sé, Kyle, no lo sé. —Camina hasta la cristalera. La luz de la
ambulancia brilla en mitad de la noche y sus puertas están
entreabiertas, sin embargo no puede ver su interior. Ellen, Keilani,
su hermana, forman un corrillo silencioso sin acercarse a ninguno de
los bandos. Cada rostro irradia más confusión y preocupación que el
anterior.
—Habla tú con él —le pide Kyle—. Dile a Nino lo que te hizo
Marc. Cuéntale cómo te engañó con el sexo y cómo quiso forzarte
aquella noche.
—Marc no me engañó.
—Sabía lo que yo sentía por ti y se lo calló para seguir teniendo
sexo contigo. Y tenía que saber que me querías también cuando
empecé a salir con Noah y tú empezaste a actuar extraño.
—No quiero seguir hablando de esto —decide de soslayo.
—¿Pero no ves que es exactamente lo mismo? —se levanta, con
los brazos extendidos camina hacia él igual de compungido—. ¿No
ves que está haciendo con nuestro hijo lo mismo que hizo contigo?
—Marc no es una mala persona, deja de hablar de él como si fuese
un asesino o un violador.
—Anthony.
—Estás hablando como si me hubiese forzado, como si yo fuese
estúpido y él me hubiese manipulado.
—Ser inocente no es ser estúpido, no estoy diciendo que lo fueses
ni que Nino lo sea, estoy diciendo que repite el patrón: los busca
inocentes y sin experiencia para utilizarlos como quiere.
Anthony rompe el abrazo, aspea las manos en un tic nervioso,
porque la inseguridad del pasado le regresa ahora: ¿es lo que dice
Kyle, que no estaba presente, cierto? ¿Es un recuerdo borroso y
trastocado de crío manipulado lo que le queda de aquellos efímeros
meses...?
«...No».
No, ¡no! Aunque nunca hubo otro que tuviera posibilidades de
tener su corazón como lo retenía Kyle, las noches con Marc no fueron
en absoluto un error a borrar.
¿No debería simplemente aliviarse como padre, de saber a su hijo
en el segundo mejor par de brazos que puede imaginar?
—Éramos los dos. Era siempre consensuado. Era yo quien lo
buscaba.
—Hasta el día que dejaste de hacerlo y casi te violó.
—Pero no lo hizo.
—Me dejas mucho más tranquilo.
La expresión de tristeza de Anthony contesta claramente.
—Incluso con esa noche —admite con los ojos cerrados—. A mí lo
que me ha quedado son los días en familia, su apoyo cuando yo no
me atrevía a ir detrás de ti, y todo el cariño. Él nunca me trató mal. Y
siempre ha cuidado de Nino, eso no podemos negarlo —delibera
para sí mismo, buscando forjarse una opinión en mitad de la
confusión—. Si a mí me cuidaba tan bien cuando solamente
pretendía sexo, y ahora dice que a Nino además lo quiere...
—¡Joder! ¿¡Por qué no vas y te lo tiras tú también!?
—¿¡A qué viene eso!? —parpadea dando paso a una expresión de
hastío.
—¡No lo sé! ¡No sé por qué lo defiendes tanto! ¡No sé porqué te
pones de su parte como si fuese yo el malo de la película!
—¡No estoy de parte de nadie, estoy intentando comprender qué
ha pasado!
Kyle levanta la voz como pocas veces Anthony ha atestiguado.
—¡¡Que tu hermano se ha follado a nuestro hijo, eso es lo que ha
pasado!! —acaba el grito con ansiedad, respirando erróneamente. Se
pregunta hasta qué punto lo ha tocado, dónde, cuántas veces, desde
cuándo.
Nino tiene un cuerpo menudo y estilizado y Marc una complexión
ingente, por eso el histerismo no consiste únicamente en que su hijo
todavía tenga la minoría de edad, nula experiencia en los devenires
de la vida o una inocencia que no le permite ver los intereses ajenos
que tiran de él; es que en cuanto a características físicas, es
imposible. El último pelo rosa de Nino alcanza tan solo los pectorales
de Marc, y su cintura estrecha apenas queda al nivel de la otra
cadera; sin mencionar lo finas que son sus muñecas y sus piernas por
más músculo que haya desarrollado bailando. Así que el pene erecto
de Marc debe llegarle por...
«No, no, no, no...». Tiene que apoyarse en la mesa.
La imagen nítida de ambos cuerpos ensamblados irrumpe su
discurso razonado. No le encuentra lógica a buscar palabras para
ordenar, pronunciarlas y explicarle a Anthz. ¿Por qué él no lo
entiende? A él le ha bastado un vistazo a cómo Marc rodaba las
manos sobre Nino con la necesidad de un viejo que toca terso en un
siglo junto a la laguna para entender el problema.
Recuerda, frustrado, verlos demasiado anexionados preparando
magdalenas en un gesto que antes veía paternal y ahora le inyecta los
ojos en sangre y le llama a malograr los puños.
Ojalá hubiese tenido tiempo para darle su merecido.
—Es un borracho y un pederasta —esputa débil como conclusión
—. No le gustaba Laurence, no le gustaba Abel, no le interesa
ninguna de las personas que se le han acercado hoy porque solo tiene
interés en los chicos menores de edad.
Con tristeza Anthony acepta los hechos que describe. No obstante,
aún le desentona esa imagen de corazón negro que masculla Kyle:
Marc no es así.
—No sabemos bien qué ha pasado, y solo ha bebido una vez.
—¿Cual estás contando la noche que casi te violó o la noche que
nuestro hijo lo encontró desangrándose en el suelo?
Anthony medita por un momento. Intercambian una mirada antes
de que se vea obligado a apartarla.
—Bebió porque ha pasado por cosas que tú y yo no podemos
entender, y aun así sólo ha roto su promesa una vez en casi veinte
años. Además desde que está en casa ha dejado también los
cigarrillos —contesta simplemente—. Tampoco le ha hecho nunca
nada malo a Nino, y no podemos negar el cariño que se tienen —
recalca nuevamente en un murmullo, y procede a enumerarle
bondades.
Kyle le observa levantar un dedo detrás de otro. Sus ojos marrones
brillan furiosos. ¿Anthony quiere tenderle una medalla a Marc por
estar sobrio o por no drogarse e ir disparando a civiles por las calles?
—¿Qué tiene que ver eso Anthz? —inquiere con fuerza,
haciéndose oír en la sala vacía—. Yo no tengo que dar un cursillo
para saber que aprovecharme de un niño que desde siempre me tiene
en un pedestal es una aberración.
Ahoga otro insulto, tragando en seco.
—Pero no lo has hecho Kyle, no has vivido nada de eso. No puedes
saber cómo piensa, cómo se siente, porqué ha dejado que esto pase.
—Kyle está pasmado. Observa alternamente el rostro furibundo de
Anthony al murmurar con la luz de la ambulancia donde sabe está su
hijo, cuidando de Marc—. Es una persona razonable. Estoy seguro
de que se ha planteado todo lo que estamos diciendo antes de darle
un beso a Nino. Tiene que haber una razón de peso para que haya
permitido esto. Tiene que quererle mucho.
Kyle hace ademán de pegar un puñetazo con la mano ya vendada
en la mesa, pero luego se lleva los dedos y un puño tembloroso que se
contiene al puente de la nariz, y espeta un joder grave. Anthony
permanece impasible, un rostro ecuánime en mitad de los insultos
masticados hacia la pared.
—Ha sido culpa mía que estaba en casa y no lo he visto venir. No
sabemos desde cuándo pasa esto. ¿Cuántas veces...? —Tiene que
sentarse en una silla. Se mete los dedos en el pelo.
En silencio, Anthony se acerca.
—...Yo sabía que quería estar contigo desde los diez —suelta.
Los ojos marrones le miran pero todavía turbios. Y precisamente
por ello, conociendo a su marido, Anthony se le sienta a horcajadas.
—Sabía que te quería y que no quería hacer otra cosa que estar
contigo —Sonríe a medias con voz dulce. El enfado de Kyle se rebaja
considerablemente.
No sabe qué responder a esta puñalada trapera.
—Eso no es justo.
—Te amo mucho. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida y
haría lo que fuese para seguir viviendo contigo cada día. Es solo que,
si Nino y Marc sienten eso..., no quiero ser yo quien se lo quite —
dice, habiendo encontrado por fin las palabras para expresarlo.
—Anthz.
—Si va mal confío en que Nino se de cuenta por sí solo. ¿No se
supone que tenemos que hacer eso? Apoyarlo, y estar para consolarlo
si se tropieza. Sé que es raro..., pero Marc no es una mala persona —
insiste, la mano en su mejilla, el pulgar acariciando el vello sobre su
labio—. Lo peor que puede pasar es que lo dejen y se ponga triste,
¿no? Pero Nino ya está triste.
Kyle niega con la cabeza. Eso no es ni de lejos lo peor que él se
imagina que puede pasar.
Entorna los ojos con una exhalación cuando Anthony se inclina y le
besa los labios. Sin palabras se observan y sus cuerpos se relajan
juntos producto de la mera química. Son incapaces de levantarse la
voz más de cinco minutos sin que les regurgite una parte del cuerpo
sabiéndose a contra natura.
—Diecisiete años se llevan.
—Eso es problema suyo. Y Nino dice que le quiere.
—Se le pasará.
—A nosotros no se nos pasó. —Ese par de ojos verdes apenas
emula un pestañeo. Es poca, pero le baña la luz naranja de la
ambulancia y aprecia una fina capa de agua cristalina.
Kyle pega una bocanada. Anthony se está aprovechando, con todas
las letras, de la complicidad que se tienen ellos para que deje el tema
correr; como hace él cuando Anthony le regaña porque ha comprado
demasiados videojuegos caros o soltado una palabrota. Pero este
tema es diferente.
—¿Tú sabes que es una locura, no? No estoy loco, dime que tú
también lo ves.
—Sí. Pero no dejo de pensar qué pasaría si fuese al revés, si tú
tuvieras diecisiete años más, o veinte, o yo. No dejo de pensar cómo
sería vivir sin ti y me cuesta respirar.
—No es lo mismo.
—¿Y cómo lo sabemos? A mí no me han parecido falsas sus
reacciones... Y Nino no ha tenido problemas de falta de cariño que le
hayan dejado una necesidad, también ha salido con otros chicos
antes y nosotros los hemos visto, así que Marc no era el único
candidato...
—¿Y qué?
—Que es por Marc.
—Sí, porque le ha manipulado.
—Es porque lo quiere —corrige—. Ahora mismo Marc es igual o
más vulnerable que Nino —le recuerda el intento de suicidio.
Kyle coge aire.
—No estás siendo justo.
—Solo espera a que hable con Marc.
—¿Qué vas a decirle?
—Quiero ver qué piensa él. No creo que no haya pensado en todo
esto. Tiene que haber una explicación.
—¿Y si te dice que le quiere, ya está? ¿Todos felices?
—No —Menea la cabeza—. No.
Después de un rato largo, Kyle suspira profundamente. Sigue igual
de cabreado, pero se esfuerza en controlarse por él.
—No va a salir bien —afirma.
—Y además... Voy a vender la empresa. —Kyle abre los ojos y la
boca. No demasiado, el enfado le frena la sorpresa.
—¿Por esto?
Anthony niega, y al mirar, tiene el ceño fruncido y los ojos verdes
le brillan con determinación.
—Porque no sabía que mi madre se iba a casar. Porque no sabía
que Annie tenía novia. Porque no sabía que mi hermano y mi hijo
estaban enamorados. —Le repasa la nariz con ternura.
—Anthz...
—Y porque te echaba de menos. Y echaba de menos que
hiciésemos el amor en cualquier parte —murmura en sus labios—.
Te he echado mucho de menos, Kyle...
Mientras tanto, dentro de la ambulancia aparcada a las afueras del
recinto, Marc se despierta.
Mareado, con un nido de abejas en la cabeza, se incorpora para
sentarse en la camilla y le atiende el paramédico. Le pregunta
cuántos dedos ve y qué es lo último que recuerda.
Nota un parche en el pómulo al hablar. Nino está sentado dentro
también. Le mira mientras contesta, pero Marc baja la cabeza y
alarga las sílabas, con incomodidad y vergüenza.
El interrogatorio es breve, no tiene nada, solo han sido un par de
golpes fuertes que le han levantado la piel de la mejilla, amoratado
un ojo y dejado dos puntos sobre una ceja.
Es algo pequeña, pero ya tiene una cicatriz más para la lista.
—Hola... —se acerca Nino. Se sienta con él. Tímidamente, sus
manos se unen sobre la tela papelosa de la camilla.
Marc intenta sonreír para tranquilizarle y siente pinchazos en la
mejilla entera.
—Te han tenido que dar puntos... —le informa su vocecita dulce
—. ¿Te duele mucho...?
—No —miente.
Las puertas del vehículo están abiertas, así que puede ver a su
hermano de brazos cruzados acercarse al paramédico que acaba de
interrogarle. Le dice que no hará falta pasar por el hospital, que se ha
quedado en un susto y ya está despierto.
También le pregunta si quieren un parte médico para presentar
cargos. Cargos contra Kyle.
—¿Le sigues queriendo? —escucha a Nino. Lo ve enredarse los
dedos cabizbajo—. A papá.
—No —le mira él.
—Pero... Lo quisiste.
—No tanto como Kyle.
Nino hace una pausa.
—Y, por lo que pasó con él... —especula—, es por lo que no
quieres salir con nadie... Para que no te hagan daño otra vez...
—No. Es porque no me fío de mí mismo.
Levanta la cabeza sin entender a qué se refiere Marc.
—No te merezco la pena, princesito —murmura éste. Piensa que
es culpa suya, que tendría que haberse apartado hace días. No sabe si
Nino querrá que siga siendo su tío; debería coger sus cosas y volver a
la buhardilla—...No me odies.
Nino le oye compadecerse y frunce el ceño.
Le coge la mano sobre la camilla; los dos las tienen frías.
—Si fueses un hombre que me trata con soberbia, si te
aprovechases de mí y mi inexperiencia para tener sexo... Si no
considerases mis sentimientos o mis gustos, o si me controlases,
chantajeases, y exhibieras como un trofeo... sería yo quien no querría
estar contigo. —Hace una pausa larga mirando sus manos unidas—:
Pero tú... lo único que haces es quererme.
Marc le contempla anonadado.
Su voz, sus labios, su manera de hablar y de mirarle con esta
magna seguridad... Nino es tan perfecto. Está tan orgulloso de él.
Está tan... enamorado de él.
Y todavía sigue sin comprender cómo ha pasado.
—Nos vamos a tu piso, no voy a casa con Kyle —dice su ángel.
Le choca que llame a su padre por su nombre y tan firme.
—Es como hubiese reaccionado cualquier padre.
—Te podía haber matado.
—No. Claro que no.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Vas a pelearte con tu padre por mí?
—No eres tú quien ha gritado que iba a matar a nadie y te ha
dejado inconsciente. —Señala el exterior aunque Anthony ya no está
ahí—. Papá me ha dicho que quiere hablar con nosotros, pero que no
tiene que ser hoy. Los abuelos, la tía Annie... no han dicho nada. Y yo
digo que me voy a vivir contigo —zanja con la magnitud de un rey.
Y se acerca, y le abraza.
Marc lo corresponde enseguida. Con unas manos que envuelven
sus hombros estrechos con solidez y un beso que le tiñe los cabellos
queriendo agradecerle la existencia. Le prometen que él le dará lo
que le haga feliz, y agradecen en silencio que, en este momento, lleve
toda la disposición que a él le falta.
Únicamente deshacen el enlace para crear otro: sus labios se
buscan sin prisa y se saborean con ternura. Marc cierra los ojos.
«Es como si sólo pudiese respirar de esta manera».
Nino gira el cuello cuando les habla el hombre de fuera, pero Marc
ha quedado prendado. Nino le ha atado una correa invisible, y los
ojos azules ya no pueden mirar más lejos.
Los paramédicos les hacen bajar, y Marc ve a su familia a lo lejos.
Se ha llevado la felicidad de Ellen y Keilani, que muy preocupados les
observan junto a la verja de entrada. Kyle está sentado en la acera, su
padre le está gritando que no puede ir por ahí como un animal
porque ya no están en el instituto. Invitados no hay. No sabe qué
hora es, no sabe si han parado la fiesta.
Anthony los ve irse pero no se acerca. Ve cómo, en pasarela
llevándose todos los ojos, Marc camina ligeramente más atrás de
Nino, va cabizbajo. Hasta que él cuela su mano pequeña en la otra
más grande y soportan esos ojos juntos.
Andan a paso calmo, como si no quisieran evidenciar la huida, y al
llegar al taxi Marc pega un pequeño apresure para abrirle la puerta,
como si hubiese estado a punto de cometer perjurio al olvidarlo. Sin
embargo desde dentro Nino se desliza al asiento contrario. Así, le
hace tener que entrar también por ahí, no dar la vuelta y exponerse
tres segundos más para alcanzar la otra puerta.
Anthony contempla, por primera vez sin la cabeza saturada con los
papeles del trabajo, cómo se cuidan en silencio.
Comprende la teoría puesta en la práctica: tan importante es que te
cuiden como tener a quien cuidar.
❤
La buhardilla es un completo desastre. La cocina tiene platos y vasos
en el fregadero de las últimas comidas que se tomaron. La mancha
de sangre que caló junto a la puerta del baño sigue ahí, y todavía
huele a tabaco porque nadie ha aireado correctamente.
—¿...Tienes sueño? —pregunta Marc viéndole descalzarse, sacarse
el abrigo con tedio.
—Un poco...
Marc le ayuda en la tarea y lo deja en la percha.
—No tengo pijama —cae Nino haciéndose un hueco en las
sábanas. Adecenta las almohadas y las ahueca.
—Puedo dejarte una de mis camisetas, y unos boxers —medio
sonríe con apuro. A él le sentarán como un vestido y un short.
Marc va a cambiarse al baño. Cuando sale Nino está metido en la
cama con el lado sobrante al descubierto, esperándole.
Acude despacio como si estuviese presenciando un espejismo que
pudiera disolverse al intentar tocarlo, y en cuanto se ha tumbado,
Nino se encarama a su costado y le pega el moflete al pecho. No se ha
puesto boxers, lleva su ropa interior. Probablemente le quedaban
demasiado grandes.
—Mañana recogeré y limpiaré todo esto —se disculpa Marc
echando un vistazo. Se pregunta cómo podría borrar la marca de la
sangre en las maderas. En menudo vertedero ha traído a dormir a su
princesito—. Mañana domingo... buscaré un trabajo, y limpiaré todo
esto. ¿No te molesta el olor a tabaco?
Nino niega, y él le recorre el brazo con la punta de los dedos. Esta
camiseta queda discorde en él, con su carita fina, porque es muy
negra.
—Pelusa se va a extrañar cuando no me vea llegar.
Marc se lo aprieta al pecho. Lo recela como si Nino considerase
irse ya, tan pronto.
—Te quiero... —dice éste al notar el apriete.
Y un poco descolocado, Marc lo deja estar y no se lo pregunta.
Aunque no entienda nada. Entendería que haya venido con él por
miedo a que hiciese una estupidez o por pena; pero que haya tomado
la decisión de confiar en él, que se haya puesto de su parte aún yendo
en contra de lo que pueda pensar su familia, por... amor a él... es algo
que se escapa a su comprensión.
Nino le deja otro beso en los labios que lo relaja, y su mente olvida
en este mismo instante cómo ha sido vivir sin tenerlos.
—Me gustaría que pintáramos las paredes... —susurra Nino al
separarse.
—¿Las paredes? —repite mirándole los labios, a su ojito precioso,
que se cierra cuando él le acaricia la mejilla.
—De un verde clarito... Creo que con un color suave quedaría
bonito, lo haría todo un poco más luminoso y menos frío...
Marc dibuja una sonrisa delgada.
—Las pintamos —susurra también.
No saben qué va a pasar mañana.
No saben qué va a ser de ellos, qué va a hacer Kyle, qué está
pensando su familia, cómo les mirarán por las calles o cuántas veces
les reconocerán como tío y sobrino o hasta padre e hijo, porque no es
sólo que Nino cumpla una edad, es que su altura ya no dará más de sí
y deja sus diferencias más evidentes.
Se les satura el cerebro de problemas...; de modo que lo apagan.
Y apagado lo que vibra y retumba está más abajo y bombea rojo. Se
susurran, de un corazón a otro, que la necesidad que se profesan se
comparte.
Por ello se funden con mayor fuerza en un abrazo silencioso. Marc
le acaricia el hombro por encima de la camiseta y nuevamente es
Nino quien se acerca para besarle despacio. Un beso pequeño, suave
y dulce que no se escucha y apenas baila.
Le hace suspirar.
Marc le besa la nariz, Nino la mejilla, y sus narices quedan
acariciándose las puntas sobre la almohada en mitad del silencio
pacífico de la noche.
—Buenas noches —susurra Nino.
—Buenescanses —se confunde Marc.
25
Nuestra burbuja
❤
En el intercambio entre clases Nino camina del brazo de Lara.
—¿No te parece un poco fuerte haberte escapado de casa? Me
alegro mogollón de que seas feliz con tu daddy, parece majo en las
fotos que subes a InstaFlash, pero lleváis saliendo una semana.
—Sé que parece raro pero estoy muy feliz... Y él también está muy
feliz... Nunca había estado tan feliz, Lara... —contesta subido en una
nube. Le salen estrellas de la cabeza.
—¿Y cuando llegue tu cumple? ¿Vas a ver a tus padres? ¿O te lo
vas a pasar insistiendo hasta que tu daddy te deje montarle?
—¡Lara...! —jadea en voz baja, mira en todas direcciones
esperando que nadie lo haya oído.
—Bleh, ¡es lo que piensas tú aunque no lo digas! Peroo, que
deberías volver con tus padres.
Luego, Nino adopta una cara algo más seria. Porque cae en que
Kyle debe haberle pedido a Lara que intente convencerle de volver.
«Hm».
—No voy a volver hasta que mi padre se disculpe con Marc.
—¿En serio?
—Estoy esperando a que se disculpe —se reafirma sacando un
libro de su taquilla; espera que ella se lo diga a Kyle y le quede por fin
claro el mensaje.
—¿Y tu familia qué dice? O sea, no sé, tu abuela todavía estará
flipando... —Se ríe de repente a carcajadas, como si dejase de ser una
mandada de Kyle y volviese a ella—. Es que me parece tan fuerte que
hayas hecho eso. Es algo que haría yo pero tú eres el “aluumnoo
modeeeloo” —menea los dedos soltando magia.
Nino esboza una sonrisita.
—Con mi tía y mi abuela sigo hablando por teléfono..., es raro,
porque me preguntan del colegio, o por el trabajo de guardia de
Marc, pero no mencionan el tema en sí. Y mi padre vino ayer para
traerme ropa —Encoge los hombros—. Y un tupper de lentejas.
—¿Tu padre el adicto al trabajo? —pregunta para no confundirlos,
y cuestiona por qué en español no hay adjetivos para diferenciar dos
padres o madres del mismo sexo. Porque «papi» o «mami» suena
demasiado infantil, y que un hijo llame a sus padres por el nombre
de pila queda rarísimo; sería un fastidio si alguien tuviese que, no sé,
por ejemplo escribir un libro y hacer malabares para que se entienda
de quién **** está hablando el niño en cada momento.
—Sí, pero ha vendido la empresa.
—What.
—Y dijo ayer que quiere comprarnos un piso más grande a Marc y
a mí... pero yo no soy un niño mimado. Tenemos el sueldo de Marc y
en verano me buscaré un trabajo y me pagaré mis propios gastos;
incluso puedo trabajar mientras estudio la formación profesional. —
Empieza a planificar con solemnidad—: Por las mañanas iré a clase,
después de comer estudiaré, y por las tardes iré a...
—Hijo —escucha por el pasillo.
De inmediato cierra la taquilla. Agarra el brazo de Lara y echa a
caminar; en cambio pronto Kyle se interpone.
—No voy a volver —le dice mirando a los taquilleros, se lo dice
todos los días, porque todos los días su padre le persigue.
Kyle ha traído fruncido el ceño, y Lara se libera el brazo con
sutileza y se esfuma con un «Te espero en clase».
Comparten un silencio incómodo en mitad del pasillo dando de
qué hablar, llevan siendo los protagonistas de los murmuros toda la
semana; hasta que Kyle le extiende un papel.
—¿Qué es? —Lo coge pero no se fía un pelo; se fija y es un sobre.
Cuando lo abre está repleto de dinero. Demasiado dinero.
—Hijo, vuelve a casa.
—¿Aceptas mi relación con Marc?
Suena el timbre y los alumnos empiezan a recogerse en las clases.
Nino le mantiene la mirada mientras se vacía el pasillo; hasta que da
por sentado que el silencio de su padre responde por él.
Le pega el sobre al pecho sin cuidado y Kyle lo agarra a tiempo
para que no se caiga. Nino camina deprisa, pero él lo sigue.
—¿El dinero es un soborno para que vuelva?
—El dinero es por si no quieres volver —Suben unas escaleras.
—Marc ha encontrado trabajo.
—De eso nada. Usa ese dinero que te doy, no el suyo.
—¿Qué mas da...? —Anda deprisa buscando su clase.
—Yo soy tu padre y él es el hombre que te ha encerrado en su casa
y te ha puesto en contra mía.
«¿Encerrado?».
—Me he ido yo —Camina más rápido, Kyle también.
—No puedes vivir en casa de un tío si no tienes ingresos, te va a
pedir lo que le de la gana y va a usar la excusa del dinero. Hijo, joder
párate un momento; te puede pedir que limpies, te puede pedir que
folles con él, y ya te ha puesto en contra de tus padres para que no
tengas un duro para irte cuando tú decidas que no quieres hacer lo
que te pide.
Nino se ralentiza para mirarle con tristeza.
—Se nota que no lo conoces —dice a punto de cruzar el marco a
clase. Kyle lo agarra con fuerza del brazo y de un aparatoso paso
atrás le obliga a mirarlo.
—¿Qué vas a hacer? ¿Vas a vivir con él para siempre? ¿Eh? ¿Vas a
perder entrar en Restauración por un impresentable que ni siquiera
te trae en coche? Los finales están a la vuelta de la esquina, necesitas
una media alta para que te den plaza y los profesores me han dicho
que has sacado un seis en el último exámen de matemáticas y un
cinco en el de geografía; Lara me ha dicho que ya no quedáis por las
tardes y Laurence me ha llamado para preguntarme por qué has
faltado a baile las tres últimas semanas. Ni tu padre ni yo sabíamos
que te estabas saltando las clases.
Nino baja la vista mientras sigue regañándole.
—Estás dejando tu vida a un lado por él y sólo lleváis una semana.
Una puta semana, Nino. Joder. Gracias a Dios que no puedes
quedarte embarazado.
Reaccionaría con un «¡No soy idiota!» si no le estuviese viendo la
cara: su padre no está enfadado con él. Es frustración. Es impotencia
con lo que sus ojos marrones le avasallan el pecho.
¡Nino también está mal con esta situación, claro...! Quiere a su
padre, le gustaría salir a almorzar los cuatro y charlar como una
familia con sus padres cogidos del brazo y él del brazo de Marc...;
pero Kyle está tratando a la persona a la que ama como alguien peor
que un violador en serie.
—Tú no le conoces —responde después de un rato—. Todos los
días, Marc me despierta con el desayuno en la cama y me da besos en
las mejillas. Soy yo quien le busca la boca. Él dice que quiere esperar
para hacer el amor porque no quiere que el sexo me confunda. —Eso
hace que Kyle apriete la dentadura. Y aun así Nino sigue—. Nos
hemos bañado juntos, y él se puso un bañador. También duermo con
él. En ropa interior y con una de sus camisas, porque yo se la pido.
Es un milagro. Que los puños de Kyle se deshagan sin estamparse
con nada; es un milagro. Simplemente estira los dedos al aire porque
sube de nivel: +3 de capacidad, +10 de estrategia. Acaba de optar por
comprimir esta furia para soltarla toda en el siguiente puñetazo que
le va a pegar a Marc en cuanto lo vea.
—Hemos hecho todas esas cosas, y no me ha hecho nada que yo
no quisiera.
—Es como Gandhi entonces. Incluyendo lo de dormir con
jovencitas desnudas —espeta.
Nino se le escapa.
—Mierda —Le ha salido solo el comentario—. ¡Nino!
—¡Voy a cumplir dieciocho y ya no vivo bajo tu techo! —grita
también, le da igual que le oigan, que le oiga todo el mundo.
—¡Soy tu padre, quiero lo mejor para ti y él sólo quiere follarte!
—¡Tú no tienes ni idea de nada!
—¿¡Y tú sí!? ¡Eres un crío todavía!
—¡Voy a cumplir dieciocho, deja de tratarme como a un estúpido!
—¡Te trataré como un adulto cuando dejes de comportarte como
un estúpido!
—¡Me da igual cómo me trates sólo quiero que me dejes en paz!
Kyle está a punto de gritarle de vuelta pero en el último momento
parece contener el aire; las palabras se le atascan en la cabeza porque
no son las que quiere decir.
Las cambia. Cambia el tono, cambia la mirada; cambia él.
—Hijo —Su voz estrangulada, su mirada al suelo—. ¿Qué es lo
que hemos hecho mal?
Su tono débil le golpea como la peor de las bofetadas. De un
porrazo se siente un delincuente al nivel del saqueo del Boston.
—Nada. —Baja los ojos—. Papá y tú me habéis enseñado que
querer a alguien se hace con el corazón... Y eso es lo que hago.
En silencio pero bajo la mirada de toda la clase, Nino se sienta en
su pupitre y saca un cuaderno. Mira al frente ignorando que su padre
sigue ahí. Kyle se ha quedado en la puerta.
Tiene que apartarse cuando la profesora llega y amablemente le
pide paso. «Sí, claro, perdón». La puerta se cierra para empezar la
clase. A través del cristal Kyle ve a Nino, temblando el labio en un
suspiro silencioso antes de agarrar un boli.
❤
—Ya he llegado —avisa Kyle al entrar. Anthony está en el salón,
envuelto en una manta jugando a la consola. Desde que vendió la
empresa y hasta que sepa qué más hacer con su vida se dedica a esto
y a pasarse los días preocupado por su familia.
Pausa el juego cuando Kyle se sienta con él y le da un pico.
—¿Has hablado con Nino en el instituto?
—Sí.
—¿Cómo ha ido?
—Mal —exhala desabrochándose las mangas—. No puedo hablar
con él sin saltar.
Tolera su relación a duras penas y por Anthony, pero no piensa
seguir campante con su hijo en aquella casa. «Nino tiene que estar
aquí, con sus padres».
—Cariño si fuese cualquier otro y no Marc, yo mismo estaría
derrumbando la puerta de ese piso ahora —Le coge la mano y le besa
la mejilla con suavidad—. Fui a verles ayer por la tarde. Les llevé
lentejas. Y hacía mucho tiempo que no veía a Marc tan feliz. Se le
nota distinto..., se le ve en la mirada.
—No se ha jodido, si le ha tocado la lotería con Nino —masculla.
—También hablé un rato con Nino, pero sin mencionar ese tema,
sino del instituto, de las clases de baile...
—Está faltando.
—Sí, lo sé. Dice que no le apetece ir, que prefiere pasar los días con
Marc.
—Laurence me ha dicho que si falta a las dos próximas clases va a
tener que dejarle fuera en la función de fin de curso.
Juntos observan la televisión en pausa, juntos suspiran. Anthony le
busca en un abrazo risueño y se recuesta en él.
—Creo que ya sé qué voy a hacer con el dinero —dice—. Bueno,
con una parte. Quiero sacar billetes para toda la familia, para Bora
Bora, o Fiji, o algún sitio caluroso y rodeado de tiburones y playas
bonitas de esas; le pediré recomendaciones a mamá. Y, lo más
importante... voy a montar un restaurante familiar —anuncia con
una sonrisa preciosa que le saca a Kyle la suya.
Tiene los ojos verdes brillantes con una ilusión garrafal, ni siquiera
intenta plantearse que podría ser volver al agobio del que acaba se
salir. «Restaurante familiar...» asimila Kyle.
—Abrirlo ahora mismo no, me refiero más bien a dentro de un par
de años, cuando Nino haya terminado de estudiar la formación
profesional —aclara Anthony—. Marc tiene experiencia llevando
bandejas y preparando cócteles, yo como ya no tengo nada que hacer
podría ir a recoger los ingredientes al polígono, y también ocuparme
de cuadrar las cuentas. O Annie, si ella quiere hacerlo. Una empresa
familiar. ¿Qué te parece?
—¿Acabas de vender una y ya quieres montar otra?
—Bueno..., esta me ha salido bastante bien, sabes —se regocija
por las cifras que guarda ahora en el banco. Como no tienen
intención de matarse a comprar bolsos de Chanel o mansiones en la
playa, ni siquiera necesitarían montar ese restaurante, es más
vocación que necesidad.
Estuvieron deliberando y han decidido donar una parte al orfanato
del que salieron Nino, Annie y Marc, porque no comprenden cómo
puede haber tantos niños sin adoptar allí, ni cómo es posible que,
como dicen en las noticias, los devuelven cada vez más. Quizás con
ese dinero puedan contratar a más personal o montar una campaña a
favor de la adopción, o algo por el estilo.
Kyle lo achucha.
—Como quieras Anthz, pero me prometes que si te empiezas a
agobiar como con Please, la vendemos o contratamos a otras
personas que se encarguen de todo. ¿Vale? No te quiero perder otra
vez —Hace un mohín un tanto infantil, aunque la petición va en
serio.
—Vale —se ríe él—. ¿Tú estás seguro de que quieres seguir
trabajando en el instituto? Con lo que odias madrugar.
—Por ahora sí. Me gusta trabajar y ayudar a los chavales.
Como siempre, Anthony anima a Kyle a hacer lo que quiera,
aunque le mire como a un perro verde «¿Quién escoge tener que
levantarse a las siete de la mañana cuando puede escoger NO
levantarse a las sie-te de la mañana? Está loco».
—Quiero hacértelo —manifiesta Kyle con la mano en la barriga,
repantingado cómodamente en el sofá. Anthony le echa un vistazo
desde su pecho, y la mirada fatigada de su marido añade un «pero
espera cinco minutos, acabo de llegar de trabajar».
Es básicamente un cansancio mental, no físico.
—He comprado una cosa para el baño —se reincorpora Anthony
dirigiéndose a la cocina.
—¿Bombas de baño? —pregunta mientras se mentaliza para
levantarse—. En la sala de profesores se han tirado un rato
comentándolo, parece que están de moda.
—No, me refería a un vibrador —Se llena un vaso de agua antes de
explicar—. Es sumergible, y es hueco, es para los dos. Yo me lo
pongo y luego entras tú, y las vibraciones nos dan a ambos.
—¿Eso existe? —abre los ojos al techo fascinado con el siglo
veintiuno.
—Y también he pedido un columpio nuevo, pero viene
desmontado —Señala una caja de Amazing sobre la encimera.
—Voy.
Se acerca quitándose los botones superiores de la camisa, y
Anthony recuerda con una bonita sonrisa la de veces que el Kyle
universitario llegaba protestando de las prácticas porque no le
dejaban llevarlos sueltos.
Le ve coger la caja y un cuchillo para rajar la cinta, mientras,
Anthony va a preparar el baño.
No llega a subir la escalera porque con la palma ya en la barandilla
ve otra cosa que está en la entrada.
—¿Esto qué es? —Recoge del suelo unos papeles que no había
visto antes. Estaban detrás de la puerta, pegados a la pared, como si
al abrir la madera las hubiese desplazado contra el rodapié. No le
habría llamado la atención, pensaría que simplemente son catálogos
de publicidad, si no fuese porque en este edificio hay un portero que
controla que no la echen ni a los buzones.
—¿No trae instrucciones? —comenta Kyle vaciando la caja de
cartón entera.
Saca cuatro palos gruesos, una tela, unas cuerdas... Suponía que
sería como la que tenían antes, a la que se le rompió una cuerda de
tanta fricción con las anillas circulares que tienen clavadas del techo
—que para Nino son «Restos de una lámpara que teníamos
antes...»—, en cambio esta nueva parece más compleja. Trae más
accesorios, y las instrucciones son largas como las de un mueble...
Se da cuenta de que Anthony está en la entradita, de espaldas.
—¿Qué haces, mi vida? —Se dirige a él, Anthony se da la vuelta y
Kyle no termina de aproximarse. Sus ojos verdes están abiertos de
par en par cuando le mira—. ¿Qué pasa?
No necesita seguir preguntando porque lo ve, y entonces los ojos
marrones también se expanden, le sigue su boca y, debería ser
imposible, pero parece que su piel bronceada palidece de un
chasqueo.
—¿Qué es esto, Kyle...?
Él la ve al revés entre sus manos delgadas. Es una foto; en blanco y
negro como son las imágenes que graban las cámaras de seguridad.
Aparece él... y Noah.
No necesita seguir observándola porque ya se imagina qué es, él
estaba ahí.
Anthony se lleva una mano a la boca sin poder parar de mirarla. La
estudia aunque no quiere verla, no quiere que se le incruste esta
imagen en la cabeza tan profundo como lo está haciendo ahora
mismo, pero tampoco puede dejar de verla. Es real. La tiene en la
mano, y es real.
Y la posibilidad de que fuese un montaje ha muerto cuando Kyle
ha abierto los ojos tanto como él.
—Lo puedo explicar —es su defensa. Le sigue un balbuceo que ya
no lleva más palabras detrás.
Anthony mira a su marido pero es breve. Le bordea con urgencia
aunque no tiene pensado ir a ninguna parte, y con la boca abierta
coge trozos de aire que se le atragantan. El dúplex empieza a girar a
su alrededor.
Cara al cristal de la terraza musita subiéndose la mano a la cabeza,
luego volviendo a ponérsela en la boca, luego sujeta con las dos la
foto; es lo único que hace.
—Dios mío —musita a veces.
Kyle se acerca mientras él hace círculos entre el sofá y la tele.
—Anthz, yo soy tuyo... —es lo que se le ocurre decir.
Consigue su atención inmediatamente.
—No me lo puedo creer —manifiesta en alto. Lo repite más bajo y
un montón de veces—. No me lo puedo creer.
Pensaba en darse una ducha lenta con Kyle y meterse en la cama
juntos a darse cariños. ¿Qué está pasando? Ahora esa imagen de
relax se ha metido en un iceberg que nada lejos.
La sensación es tan súbita que las lágrimas deben haberse atorado
porque no salen.
—Tú siempre estabas cansado y triste..., y fui a verle. Tenía que
habértelo dicho, lo siento mucho mi vida. —Se acerca pero no le
alcanza.
—¿Haberme dicho qué? —ladra en un repullo—. ¿Haberme
avisado antes de engañarme? ¿¡Ibas a pedirme permiso!? Dios mío...
—No es lo que estás pensando —Trata de hablar deprisa al tiempo
que Anthony nombra al altísimo—. Nunca estabas en casa, y cuando
llegabas parecías un zombi o estabas ausente pensando en el trabajo.
Te echaba de menos, y Nino también, y no parabas de repetir la de
clientes que se iban. Sé que no soy muy listo, pero no quería verte así
Anthz —Le ejemplificaría lo pálida que tenía la piel si no hubiese
recuperado ligeramente el color en esta semana... Aunque lo esté
perdiendo ahora—. Fui a verle para pedirle que dejara en paz
vuestra empresa y no te lo conté porque no quería que te enfadases
conmigo...
Anthony le mira atónito. Se suelta los mechones que se estaba
estirando del flequillo y se le bajan desordenados de apretarlos.
—¿Qué tienen que ver los negocios con lo que pasó hace diecisiete
años? —pregunta con voz temblorosa—. ¿Qué tiene... qué tiene que
ver la empresa de mamá con que te hayas acostado con otro?
Kyle baja la vista al suelo.
—Kyle —le llama roto—. ¿Qué tiene que ver...? —exhala con los
ojos húmedos; a Kyle se le parte el corazón.
—Sabes que yo no haría el amor con cualquiera —responde con
vehemencia esquivando contestar la pregunta.
Anthony termina esa frase en su cabeza: «Pero Noah no es un
cualquiera».
—¿...Le sigues queriendo?
—¿Qué?
Repite la pregunta de otra manera pero muy despacio. Con la
formalidad de un robot programado.
—¿Te dejó él, y te conformaste conmigo?
—¿¡Qué!? Le dejé yo Anthz, y fue hace años, sólo estuve con él
porque tú estabas con Marc si no yo nunca habr...
Anthony se cubre la cara con las palmas y rompe a llorar.
Kyle jadea callándose.
—É-él no me importa lo más mínimo, a mí solo me importas tú.
—¿¡Y qué es esto!? —Se le quiebra la voz sosteniendo en alto la
foto—. ¡No hables como si no tuviera en la mano la prueba de que
has estado haciendo el amor con otro!
—No lo he hecho, Anthz, no lo he hecho.
—¡¡Pero que lo estoy viendo!! —chilla desechándola
furiosamente; pero como es papel, vuela.
Y solloza más alto.
—...Cuando follaba con Noah de críos me imaginaba que eras tú
—A él también se le están empezando a humedecer los ojos—. Eres
el único que me importa, tú, nunca ha habido nadie más que tú, mi
vida; te quiero, y sé lo que crees, pero...
—Yo te vi el día que fuiste a verle —cae de pronto. Kyle abre la
boca pero él grita más alto cuando se da cuenta de que, quizás, ese
sólo fuera uno de ellos.
Le grita que le vio por la ventana de su despacho, que le pregunto
qué hacía, y que él le mintió diciéndole que estaba en el instituto. Le
grita que, como un imbécil, creyó que se lo había imaginado porque
estaba cansado y porque su Kyle nunca jamás le haría eso.
—Anthz...
—¡¡No me puedo creer que me hayas...!! —Tiene que cortarse
porque le viene una arcada.
Se tapa la boca y corre a la cocina.
—La única vez que pasó es la que se ve en esa foto, te lo juro.
—¿¡Me acabas de decir que no y ahora lo admites!?
—¡No he...!
—¿¡Te crees que soy estúpido!? ¿¡Crees que...!?
—¡¡No lo he hecho, Anthz, no lo he hecho sólo me lo he follado, no
lo he hecho!!
Anthony se sujeta las manos en la encimera y se inclina en el
lavadero, porque un puño le sube por el esófago. La escena de la foto
se vuelve un vídeo: Kyle follándose a Noah, con el nombre de su hijo
grabado en un pectoral y el suyo en el otro.
La arcada le saca el aire pero nada más.
—¿He vendido la empresa de mi madre por un polvo...? —gime
sin levantar la cabeza al comprenderlo—. Por un polvo que mi
marido le ha echado a un niño rico.
Kyle omite responder.
—¿La foto es porque no le dejaste satisfecho o porque le dejaste
demasiado satisfecho y quiere quitarme de en medio?
—No...
—Me has mentido.
—Lo hice por nosotros...
—Qué altruista...
Kyle traga saliva.
—Anthz...
—Quiero que te vayas —manda con brusquedad, pero en un tono
ligeramente más suave.
Le mira por un momento con ojos maduros. Lúcidos.
Lo ha dicho completamente en serio.
—Mi vida. Escúchame, por favor...
No pueden creer que estén teniendo esta discusión. El enfado de
Anthony disminuye a cada segundo que pasa, se refleja en sus
párpados que primero se cierran, después se abren a medias sin vida.
No puede ver bien con las estúpidas lágrimas que lo acristalan todo.
Se separa de la encimera en cuanto lo decide.
—Si no te vas tú me voy yo. —Rodea a Kyle y sube a la habitación,
él le sigue.
Coge varias prendas y sube una maleta de viaje a la cama.
—Anthz... —Le sigue con los ojos viéndole pulular por el cuarto
recogiendo sus cosas. No sabe qué decirle para que se quede.
Tampoco tiene mucho tiempo para pensarlo, mal cerrada y revuelta
Anthony cierra la mochila y la baja de un trompicón de la cama.
Cuando va a salir se da cuenta de que Kyle está en medio.
—Me quiero ir —gime para que le deje salir del cuarto.
Kyle parpadea para quitarse el agua de los ojos. Como no le
funciona, tiene que frotárselas con el brazo.
—Yo te quiero —musita.
—...y yo a ti —llora de la misma forma. Se sorbe la nariz, y le mira
derramando en cada pestañeo otro hilo.
Sus ojos color miel le suplican que le escuche pero no hay nada
más que puedan decir. Entre sus botones desabrochados asoman
cubiertos de vello moreno unos pectorales rígidos. Ahí es donde Kyle
lo acoge y le estrecha llevándose sus preocupaciones de una tajada
cuando está triste o agotado.
Esta es la primera vez que está triste y no quiere sus abrazos.
A Kyle se le cae el alma a los pies cuando se cuela de lado entre él y
el marco para bajar la escalera. Se apresura a perseguirle.
—Has sido capaz de estar mirándome a la cara y hacerme el amor
sabiendo lo que habías hecho. He vendido la empresa que construyó
mi madre porque tú le has dado diversión a un niñato pijo, no ha
tenido nada que ver con el valor de Please —jadea mientras Kyle le
sigue al ascensor—. Y ahora todo el dinero que tenemos está sucio.
—Yo no sabía que iba a comprarla, solo quería que dejara de
presionarte...
—Cada vez que vaya al supermercado y compre un zumo o una
pila voy a tener esa fotografía en la cabeza —sigue hablando aunque
no le mira. Parece un diálogo consigo mismo tratando de asimilarlo
—. ¿Y tú pensabas vivir gastando ese dinero sin la más mínima
preocupación...? ¿Cómo podías siquiera...? ¿Cómo has podido
abrazarme y besarme después de hacerlo...?
—Podemos devolverlo. Recuperaremos la empresa, como si no
hubiera pasado nada. Hablaré con Noah y...
—¡¡No quiero que vuelvas a verle!! —chilla desmesuradamente.
Kyle le contempla boquiabierto de modo que un silencio gélido
invade el ascensor. Las cejas de Anthz se han inclinado en un ángulo
nuevo.
—No lo haré.
Anthony niega con la cabeza.
—No lo haré, te lo prometo.
—No te creo —Se encoge con una delgada sonrisa—. He perdido
la empresa y te he perdido a ti.
—No me has perdido. Siempre me has tenido y siempre me vas a
tener, por favor, no digas eso... —Le va a dar un beso en el moflete
que Anthony esquiva.
Se le viene el mundo encima.
Llevan casados desde los veintitrés, a los veintidós Kyle se arrodilló
para pedírselo. Eso son trece años con un anillo en el dedo. Y a pesar
de tanto tiempo no han disminuido ni se ha desgastado el cariño, ni
los besos en la mejilla antes de irse a trabajar o en la boca al volver.
Ama a Kyle con todo su corazón. Nunca ha tenido otra cosa en mente
que pasar con él el resto de la vida. Tampoco en todos estos años ha
conocido lo que son los celos, Kyle nunca le había dado motivos y ni
una sola vez se le ha pasado por la cabeza, ni durante una noche de
insomnio ni en un mínimo mal sueño, que esto pudiera pasar.
Pero ha pasado.
—Le pedí ayuda porque yo no sabía qué podía hacer y tú no me
escuchabas, eras como un zombi sólo te importaban los números y
las reuniones, estabas cada vez más pálido, cada vez más ido...
«¿Y si Kyle esconde algo más?».
—...sé que es horrible pero sólo me acosté con él porque la otra
opción que me daba era ayudar a cerrar tu empresa, y no quería ver
cómo te culpabas por el cierre toda la vida...
«¿Está negando que pasara algo más para retenerme aquí porque,
después, se ha arrepentido?».
Dios es que, no lo sabe.
—...fueron cinco minutos y estaba pensando en ti... Cinco minutos
para verte feliz todos los días..
No puede saberlo porque ya no le cree.
—...soy un gilipollas pero Anthz, tú no te veías. No eras tú, estabas
siempre irritable o durmiendo o llorando, y esta semana... No, esta
semana no, en cuanto te llegó el acuerdo; no he parado de verte
sonreír...
Sabe que ha estado llegando a casa tarde y sin ánimo, y que ha sido
más una carga que una compañía durante muchos años, y sabe que
Kyle es demasiado para él y podría tener a quien quisiera cuando
quisiera; pero no se esperaba esto.
—Necesito... pensar —susurra Anthony saliendo del ascensor.
«¿Pensar?» «¿Qué tiene que pensar...?».
—¿A dónde vas? —Le sigue por el rellano.
—A un hotel.
—¿Pero a cuál? ¿Hasta cuándo?
No le responde; se le traba una rueda de la maleta en un socavón y
la saca de un tirón sin mirar atrás.
—Anthz —le cala el pánico—. ¿Qué tienes que pensar? Anthz...
Le rodea, le suplica, le llora sin atreverse a tocarle porque no
soportaría que le empuje o que le grite que le quiere lejos más alto de
lo que se lo gritan sus pies huyendo deprisa.
Corre al lado suya por el patio del recinto y por la calle. Le ve
lanzar la maleta en el coche y caminar a la puerta del conductor.
Kyle se pone delante cerrándola con la espalda.
—Me voy yo —dice.
En cuanto las palabras salen de su boca Anthony levanta la
barbilla. Le mira desde abajo. Con sus ojos verdes llenos de agua.
—Tú no te puedes ir así —añade Kyle con voz convulsa. No puede
dejar que conduzca en este estado, con los ojos empañados y la
cabeza en otra cosa. Tendría un accidente antes de girar la esquina
—. No hace falta que te vayas, m-me voy yo, ¿vale...?
Durante el minuto que tarda en subirse a su monovolumen,
Anthony no se mueve. Tampoco lo hace cuando le ve arrancar el
coche, dar marcha atrás... Los ojos marrones le dedican una última
mirada a través de la luna delantera.
Se tapa la cara, antes de que Kyle se vaya a ni él sabe dónde.
27
Like a virgin
❤
Pues ha acabado desviándose de la tarea principal: como su aspecto
era «horroroso» debía relavarse el pelo, secarlo, alisarlo, revisarse
cada poro del cuerpo esperando que los pelos que sacó con la
dolorosa depileidi hace nada no hayan resurgido; y ahora se pone un
par de clips para sujetarse el flequillo.
Han pasado más de cuarenta minutos cuando sale. Bello, limpio y
perfumado en una nube de vapor con el albornoz.
—¿...Marc? —murmura. Pero no porque no le esté viendo.
Con las cortinas echadas parece de noche, con un trozo de plástico
beige sobre la bombilla el aura se ha vuelto cálida, y hay pétalos
sobre las sábanas. Puede que los haya sacado del mismo lugar que
ese gigantesco ramo de rosas que le ha brotado entre los brazos.
—Son —Marc se aclara la voz y su sonrisa pide una disculpa—.
Quería que fueran dieciocho rosas de tu color, y he querido añadir
blancas porque me parecían pocas.
—Son muchas —Le tiemblan las manos que recoge en puños
sobre el pecho.
No sabe cómo agarrarlas. No sabe dónde ponerlas. No sabe nada
de nada; no se muere porque afortunadamente su corazón es menos
estúpido que él y late solo.
—No llores —Marc las deja sobre la cama para rodearle.
Nino mira las flores con recelo y en hitos como si le hubieran
pegado o dicho algo feo.
—¿Me he pasado? Quería hacer algo propio de las películas que te
gustan. Pero son de plástico, no son de verdad. Recuerdo oírte
mencionar que te parecía cruel, y que te da pena cuando se
estropean, así qu...
No le deja terminar, Nino cruza los dedos tras su nuca y de
puntillas se le lanza en un beso; Marc lo sujeta de las caderas.
—Marc... —gime entre choques. Le enzarza una pierna que Marc
recoge y levanta, le eleva para que pueda aferrarse a él con las dos.
Nino no pesa nada. No le dobla, no le supone, apenas lo nota, el
motivo de tambalearse hasta la cama es porque no ve nada con su
lluvia de besos.
Se engancha para sentarlo con el albornoz mal atado y ya
prácticamente fuera. Se le ven las clavículas, ese desierto de seda que
queda en su pecho y medio pezón rosa. Arrodillado lo observa.
«¿De verdad vamos a hacerlo?» piensa cada uno.
Marc da un primer paso de prueba y en su rodilla deja un beso.
Nino la recoge por reflejo y luego consciente la regresa.
—¿No prefieres...? —vacila Marc—. ¿Salir a almorzar?
Nino se muerde el labio en una sonrisa. Le gusta mucho esta parte
de Marc. La que suelta las palabras chicas, pequeñitas, pero con su
voz ronca y regia. Su actitud no tiene nada que ver con su
complexión robusta, su altura o sus facciones.
—Hazme el amor —le apremia con los labios brillantes.
Se pregunta si Marc notará el cacao de melocotón... Le agarra de
las solapas y le atrae, le hace hincar la rodilla en el colchón y dar dos
gateos sobre él hasta la almohada.
De todas las posibles vidas que podría llevar ahora... De todas las
posibilidades que podría haberse imaginado para su futuro... Pasar el
tiempo enrollándose con su novio Nino en la cama como un maldito
adolescente estúpido y feliz, no estaba entre ellas.
—Marc... —exhala Nino a dos centímetros de su boca. Tumbado
de lateral, Marc le acaricia la barbilla y él recoge los pies descalzos.
—Me encanta eso que haces con los ojos —susurra.
—¿Qué hago?
—Miras hacia abajo, después hacia arriba, y entonces al frente.
Como si hubieses recolectado la energía que te faltaba del suelo o de
las nubes. Y entonces la vuelves a bajar.
—¿Eso hago...?
—Todos los días. —Lenta pero con trazo largo se le plasma una
sonrisa—. Varias veces.
—Será porque me pones nervioso.
—¿Yo te pongo nervioso?
—¡De toda la vida!
¿Se cree que es tímido o algo así? ¡No lo es, es por él!
—¡Hazme el amor! —exige; parece que Marc iba a darle un beso
pero le ha pillado desprevenido el grito.
Su tío le saca el albornoz, después, besa su párpado vacío. Ha
llegado a un punto en el que no hay regreso. Marc no puede, o no
quiere, pensar. El ojo ámbar, las manos en sus mejillas, las piernas
abiertas...; Nino le está llamando.
Y él quiere ir.
Le besa el pecho y saborea con cuidado su pezón, tal como sujetar
una perla entre los labios.
—¿Tienes frío?
—No...
—Yo también estoy nervioso.
«Vale, pues...». Marc se aparta para quitarse la hebilla del
cinturón, echar abajo los pantalones y dejar a la vista unas piernas
cubiertas de vello. El cuello de la camiseta se lo coge en pinza y estira
hacia arriba dejando a la vista sus pectorales y el reguero recto que
desciende hasta su ombligo.
Para la salud de Nino se deja los boxers puestos; ya la tiene dura.
El bajo del elástico se le ha subido y su pene forma un bache largo y
ancho que se aproxima peligrosamente al borde, pero no llega a
asomar. Juega a estar a punto de saltar de la tela en cualquier
momento.
Desprende un aura magna que le llama a querer rendirse a él,
como uno de sus muchos sueños en los que le daba a Marc el papel
de policía, de autoridad, de hombre experto y pasional que le guía sin
darle muchas explicaciones... Pero sus ojos azules susurran un
contrario: el tipo de sumisión de hincar la rodilla al suelo.
Marc se tumba a un lado, el brazo apoyado tras su cabeza, las
narices juntas; le acerca de los muslos en una caricia tierna.
Una caricia tierna, larga, y dulce... demasiado light. Nino le atrapa
una mano y se la desliza por la piel hasta una nalga, desafía con la
vista los ojos azules, aunque el suyo tiemble.
Así, obligado, Marc encuentra con el pulgar un asterisco de piel en
la completa estepa. No hay un sólo pelo que se haya librado de la
extinción.
Nino se estremece mientras él se cerciora de lo suave que está.
—¿Por qué te has depilado...? —susurra muy cerca.
—Es feo que haya pelo ahí detrás...
Guau. Le descoloca su afirmación absoluta.
—Tú no tienes nada feo. —Ni nadie tan bonito por dentro debería
sentirse mal por lo que tenga fuera. Además ahora lo tiene enrojecido
de habérselo quitado.
Le separa una nalga que queda pequeña entre su mano grande.
Perfectamente redondeada, firme, pero a poco que apriete se vuelve
blanda y se amolda. Bautiza con una fugaz pasada el punto donde va
a entrar en un momento y Nino suspira desconcertado agarrándose a
su hombro.
Eso echa para atrás al azabache.
—No quiero que creas que yo no quiero hacerlo, Nino —dice—.
Desde que estás aquí... Todos mis días son felices.
Nino le aparta un mechón del flequillo esperando a que siga.
—Y, yo también quiero hacerte así de feliz —prosigue—. ¿Pero
estás seguro de que quieres...?
—Sí —le regaña un tanto obtuso. Le están ardiendo las orejas.
—¿Seguro?
—Marc... —protesta.
—Vale...
Su tío se estira al bajo de la cama, saca un bote de lubricante que
había comprado contemplando esta posibilidad remota. La verdad es
que no está poniendo mucho de su parte para evitar esta situación.
Sigue acariciándole con el dedo, esta vez con un pequeño pegote de
lubricante. Como respuesta al líquido frío las rosadas rodillas se
juntan y se pliegan. El nudo del albornoz queda totalmente deshecho
y el pelirrosa bien expuesto a la vista.
«Autocontrol...».
Cuando Nino esté preparado harán el amor de una forma
diferente, rudo, escandaloso, con arañazos y dientes si es lo que le
gusta, pero ahora no. Ahora solo quiere asegurarse de que entienda
cuánto le quiere...
—Mételo ya —protesta Nino.
Marc contempla vencido el rebose involuntario de erotismo de
cada uno de sus gestos, de cada giro de muñeca y cada punto de sus
comisuras impacientes. Admira su cuerpo como el fiel que agradece a
la capilla en la que se confiesa.
Escuchando atentamente cada suave suspiro que se escapa de esa
pequeña boca, lo contempla absorto ignorando las unidades de
tiempo, porque no tiene un solo fallo. Ni por dentro, ni por fuera; es
todo luz y pureza. Debe serlo porque él no puede ver otra cosa.
—Marc... —Se revuelve.
Marc le está mirando como Kyle mira a papá.
—Voy a entrar —le avisa en voz baja, como si fuera necesario.
Como si fuera de porcelana.
Con el dedo le penetra lentamente: a Marc no le despistan la
atención ni sus pezones rosas, ni sus clavículas en relieve, ni sus
costillas. Ninguno de esos elementos le llega por la suela a sus ojos,
que se afilan con erotismo al sentirlo.
Mete más ese dedo pero muy despacio, y Nino jadea suave
sintiéndole entrar, boquea como un pececito.
Imita su boqueo de cerca en una burla cariñosa antes de darle un
beso en la mejilla.
—¿Te due...?
—No me duele nada, cuando lo hago yo pensado en ti meto dos y
hasta tres...
—Ahm.
Nino suelta una risita breve.
También le da un beso cálido e inesperado que obtiene respuesta:
le desconcierta la inmediatez con la que Marc le rodea los hombros
con su brazo libre y le aprieta en un beso cargado de repentina
desesperación, como si el mundo fuese a acabarse y el sabor de sus
labios fuese lo último que quiere probar.
Su dedo hace círculos con suavidad. No lo introduce más, no se
hunde; tan solo gira y lo acaricia con un gesto de «ven aquí». Sin
embargo le besa los labios con progresiva celeridad, para seguirle el
ritmo a Nino, y mete un segundo dedo: ambos se separan medio
segundo para soltar una bocanada de aire.
La verdad es que está mucho menos apretado de lo que creía.
¿Cuántas noches habrá usado ese aparatito? ¿Cuántas noches
habrá...? Pensando en él.
Traga saliva, busca relajarse. Pero Nino frunce el ceño. Le busca la
boca y el lado salvaje.
¡Marc no tiene que hacer despacito y con cariño cada cosa y a cada
momento del día! ¡Que le trate como un princeso fuera, pero en la
cama esto no es suficiente, esto es... un timo!
Flexiona las caderas y empieza a moverlas, cada vez con más
garbo, menos vergüenza.
Y debe ser por la práctica que ha cogido al bailar y contonearse o
que Marc ha ido perdiendo aguante con el paso de los años, porque
con esa simpleza le está aturdiendo. Nino le quita las riendas y a él se
le vuelve imposible recuperarlas.
«Joder...».
Baja la cabeza atrás y le deja al mando. Y lo que hace Nino es
besarle el mentón, y escalarle en un reguero de besos buscándole la
nuez. Se la muerde, como un gatito en celo. Un gatito con mucha
prisa por ser penetrado.
—No sabes lo que haces, Nino...
—Deja de controlarte —murmura con falsa pena, con vergüenza,
con las orejas en carne viva—. Tú también puedes hacer conmigo lo
que quieras —Le besa la mejilla con delicadeza.
Para Nino esto se ha vuelto un juego. Jugar con su tito, y marearle
los sentidos esperando con falsa inexperiencia a ver por dónde
explota debe resultarle divertido. Porque le presiona y le presiona
con sus caricias en el rostro, con sus gemiditos; hasta que Marc jadea
sonoramente y le mete los dedos hasta el fondo.
De un empujón con el pecho le pega la espalda a la cama, se le
pone medio encima y le folla con la mano.
Nino rompe a gemir escandalosamente.
—¿Te gusta así? —gruñe Marc—. ¿Esto es lo que quieres?
—¡...Me gusta! —Se le quiebra la voz—. ¡Me gusta mucho...!
Gime sin quitar la vista de los ojos azules.
Las descargas de energía que experimenta su organismo le
confirman que Marc está equivocado: el deseo de tocarse, de piel con
piel, no guarda solamente intención sexual. Son sus hormonas las
que le gritan que corra a él necesitando un vínculo.
Marc abre la boca como si lo estuviera sintiendo con la misma
intensidad.
Parece que se le va la pinza por completo porque acelera.
Anonadado presencia cómo Nino está aprendiendo a aullar y él ruge
poderosamente. De repente eso de hacerlo despacio, con
tranquilidad, un ratito corto antes de cocinar abrazados y con mucho
mimo..., queda en el olvido.
Tensa los tendones de la mano, mueve los dedos más deprisa.
—Uhm... ¡Ah...! —Nino gime y se retuerce; Marc le está
acariciando lo que debe ser el punto G, pero con una rectitud que
aún con prisa no lleva movimiento erróneo: flexiona sus gruesos
dedos dentro de él, alterna vibraciones rápidas con otras más cortas
y besos con lengua. No sabía que fuese posible sentirse así de bien, es
una sensación que se activa con un botón y Marc no para de pulsarlo
correctamente.
Cuando mete tres, le deshincha en un suspiro abrupto y sus
pezones apuntan a las estrellas, despega la espalda del colchón de
manera inconsciente en un estremecimiento.
¿Qué está pasando...? ¿Qué es...? Se agarra con las dos manos al
brazo tensado de Marc. ¿Esto sigue siendo la vida real? ¿La vida real
tenía esta posibilidad, este truco para sentirse bien y no se ha
enterado hasta ahora? ¡Con la de veces que viendo vídeos porno se
ha masturbado! ¿¡Qué magia es esta la del punto G!?
Se percata de que le está chorreando la baba tarde, ya ha dejado un
buen charco en la tela de la almohada. La aparta con vergüenza
esperando que Marc no se haya dado cuenta, pero parece ser que sí y
su acción sólo consigue que se le escapen unas carcajadas
aterciopeladas. ¡Se ríe de él!
—Deja de preocuparte —añade también, y su voz ronca le rompe
los enlaces. Le deshace, Nino siente que se desborda en el colchón
como una masa de chicle.
Gira la cara y para acallarse muerde el brazo tenso de Marc
apoyado al lado de su pelo rosa, el que sujeta todo su peso sobre él
mientras le masturba. Y le hinca los dedos y las uñas sin querer en el
otro brazo que le folla; nadando en el mareo que le sube a un cielo
que hasta ahora no conocía.
Esos dedos se hunden más profundo. No sabía que tenía tanto
espacio ahí abajo ni puede verlo, pero la sensación es la de albergar
por entero un puño.
Se miran, se codician; se devoran la boca.
Nino ya no es tímido ni inocente y Marc ya no se controla, tan solo
le ve gemir desde su posición donde lo observa todo. No sabía qué
tenía él que pudiese hacer feliz a Nino, pero esto se le da bien.
Aunque no alcance para pagarle todo su cariño puede hacer esto por
él, puede enseñarle a manejar su cuerpo y puede tocárselo para
hacerle derretirse en el placer.
—M-Marc... —Marc le mira, atento, dispuesto, preparado para
darle lo que añada a su nombre si es que es una petición. Pero no
sigue la frase. Balbucea algo, boquea, nada más.
Así que Marc aprovecha para arrancarle hasta el último de esos
hermosos gemidos: mete y saca los dedos visitando el puñado de
nervios que tiene dentro y lo golpea con precisión, esperando a que
Nino se derrita entre sus brazos que no están para más que para
acogerle.
—Marc... Quiero... Mete eso... —logra manifestar, entrecortado
como en una carretera llena de baches.
Pero él ni desacelera ni da pie a ello.
—No tengas prisa.
—Ah-ah-ah.... Pero voy a terminar...
—Termina las veces que quieras. —Le da un beso en el pelo, y
agrega susurrándole al oído que no se preocupe, que si ya lo siente, lo
deje salir. Nino responde echándole sus brazos delgados a los
hombros. Allí se sujeta con las uñas.
Mientras Marc hace un esfuerzo sobrehumano por concentrar la
determinación exclusivamente en la punta de sus tres dedos y no
meter el puño, Nino le analiza ensoñado «Es tan gentil...» piensa.
«Sigue controlándose por mí...». Porque Marc le contempla como un
ser mitológico que se ha posado con cuidado en el suelo, le besa con
efusividad toda parte de la piel que le queda al alcance, y le da uno de
sus apretujados abrazos que le suelta en la cama o en cualquier parte,
esta vez con una mano.
Marc le quiere tanto que él puede sentirlo.
Además, es como si su miembro fuese algo que está ahí, duro y
probablemente chorreando, pero al que no necesitan prestar
atención o siquiera desenvolver. Es como si Marc, con estos besos,
esta prohibición de llegar un poco más allá, le estuviese diciendo que
de ningún modo puede entrar en escena pues no es digno.
«¿O... es porque yo no le excito?».
«¡O peor, que me ve como a un niño!».
Sobre el bóxer Nino agarra esa viga mojada de acero, y Marc se
descordina y desorienta casi tanto como ya lo está él.
En lo que debería decirle que no, que pare y no haga eso; su tío le
besa la sien y lo disfruta con su permiso.
—Uh... —se sorprende Nino al liberarlo: el miembro erguido y
esclavo encuentra oxígeno y reposo entre las manos delgadas.
Con los testículos encerrados en la tela Marc suspira directo a su
oído: «Nino..., Nino...» llama, como si lo estuviera regañando.
Por eso aturdido y ofendido por tanta delicadeza, éste decide
presionarle más: arquea la espalda y ondula como una serpiente
entre los dedos de Marc y su boca.
Marc no sabe qué hacer con todo este ofrecimiento. Nino le aturde,
Nino le embriaga, Nino le ha enseñado que no tenía ni idea de lo que
era la vida. La vida... era esto.
Se pelean.
Se lanzan amor sin escrúpulo: Marc aprieta ese punto, Nino
aprieta la carne. El lubricante chapotea en el agujero y el glande
enrojecido del azabache surge y se esconde cada vez de un rojo más
intenso. El miembro más pequeño rebota haciendo círculos en el aire
a cada embestida, y Marc lo ve absolutamente todo... Joder, quiere
follarle.
Quiere metérsela en este culito pequeño pero firme que conforman
dos perfectas rocas de almohadón. Quiere meterla. Necesita ponerla
en Nino. Hundirla y hacerle chillar de placer; ¿cómo de calentito se
sentirá ese agujero disimulado? ¿Nino le dejará correrse y ver cómo
chorrea? Hace siglos que no se vacía ni en una persona ni
ocupándose de sí mismo.
Se enlazan, se besan y enloquecen..., y Nino pierde.
—¡Aaah...! —Su barbilla apunta hacia el cielo, y Marc se empapa
de sus gemidos que se convierten en chillidos, de cómo tiembla
apretando los dedos de los pies y las manos. Le contempla absorto
hasta que Nino le tapa los ojos con vergüenza y se lo prohíbe.
No saben a dónde va a parar el semen, pero al terminar Nino tose
una vez y cae exhausto. Relajado y desconcertado, le tiemblan los
muslos.
No sabría decir ni cómo se llama.
Marc sonríe con las manitas tapándole el rostro:
—Te quiero —le dice a Nino. No quiere cometer errores del
pasado, esta vez quiere asegurarse de que Nino es plenamente
consciente de lo que siente. En cuanto le deja ver, bromea—: Hola.
—Hola...
Está desfasado como para quejarse cuando Marc baja y le limpia el
vientre a besos, en su lugar siente chispas de luz como si su cuerpo se
hubiera dormido y él estuviera a punto. Siente esos labios por la
barriga, y en el pecho, que se le ha manchado un poco.
Al mismo tiempo Marc se reprime. Las ansias de sacarse el
pantalón han estado a punto de arrastrarle y eso significa que está
menos preparado de lo que creía. Ha jugado con fuego y le ha faltado
un hervor para prenderse, es un inconsciente, un irresponsable, una
mala influencia.
«¿Es que quieres repetir la escena con Anthony en casa de Ellen?».
Terminada la tarea le seca con la sábana y sube de vuelta. Sus ojos
enigmáticos le preguntan si lo ha hecho bien. Nino le abraza el
rostro.
—¿Qué tal?
—Es —Trata de respirar para poder hablar—. ¿Siempre así...?
Marc ladea la barbilla con el rostro enseriado.
—¿Eso es que te ha gustado?
Nino traga la saliva que se le acumula en la boca, y con las fuerzas
que le quedan en la punta de un dedo del pie afianza un verdadero
abrazo. Asiente contra su pecho frotando la nariz.
—¿Quieres dormir un rato?
—No. No quiero.
Incorporándose Marc agarra la sábana y cubre su cuerpo desnudo.
Nino la aparta de una patada tardía.
—Ahora entra tú...
—No.
—Sí... —Sus dedos ahora torpes se deslizan por las mejillas de
Marc cuando esté se aparta, quedan en el aire porque se tumba
dando la entrega de regalos por finalizada.
«¿Cómo? ¿...Y la segunda parte?».
—Pero yo no quiero tus dedos —Respira—. Te quiero a ti...
Jugando sucio Marc lo atrae a su pecho y busca la manta dispuesto
a dormir aunque todavía es pleno día. Este era su plan desde el
principio. Darle a Nino lo que quería, pero no hasta ese punto.
Simplemente cansarlo un poco de modo que no pudiese exigirle más.
Le recoloca correctamente el albornoz.
—¿Por qué no...? —susurra Nino en su pectoral.
—Nino. —Coge aire y lo suelta; trata de explicar de nuevo con
infinita dulzura—: No quiero que el sexo te...
Pero golpean la puerta de casa tres veces, de mala manera.
Es imposible que sean sus padres. Podría ser Kyle, claro, pero Nino
acaba de terminar de gemir muy fuerte y si fuese él la puerta ya
estaría en el suelo.
En lo que el vello de Nino tarda en rizarse Marc ya está de pie, en
bóxer y calcetines junto a la cocina. Y en lo que Nino pestañea,
escucha un crac.
No ve de dónde saca Marc la pistola que le aparece en la mano.
—¿Por qué tienes...?
Vuelven a pegar. Marc revisa el cartucho de la pistola mientras
Nino flota entre interrogaciones con el cuerpo entumecido; pero no
llega a usarla.
—¿Me vas a abrir? —protesta Bernadett.
28
As days go by
❤
En la buhardilla, Nino ve a Marc sacar de la misma tabla de madera
que ha roto antes un arma más grande. Un rifle francotirador. Parece
que tiene varias armas en ese cajón escondido.
¿Lo ha tenido ahí todo este tiempo?
—Te llevo a tu casa.
—No. ¿Qué pasa? —Nino le sigue a pasos cortos envuelto en la
colcha mientras Marc coge un chaleco antibalas del armario. Su
nerviosismo aumenta—. ¡Díme! ¿Qué pasa?
Cero respuesta. Éste va montando un arsenal sobre la encimera, lo
guarda en una bolsa.
—Marc. ¡¡Marc!!
—Lo siento.
—¿Qué pasa?
Hasta que no le quita de la mano una pistola que iba a guardar, no
consigue su atención. Le desconcierta el tacto exageradamente frío
de la pipa de metal pero no destensa el ceño, porque lo necesita para
exiguirle una respuesta.
—Nino... ¿Seguirías dándome besos si supieras que soy un
asesino?
—¿De personas malas?
—¿Cómo? ¿Es es lo primero en lo que...? —Marc se lleva una
mano al pelo.
Un minuto después, en silencio acaba por sentarse en el filo de la
cama. Un segundo después Nino lo imita. Ve en él una severidad
aterradora que dista del hombre feliz de hace un rato.
—¿Qué pasa? —repite por millonésima vez.
—Nino, quiero... —Sube los hombros mirando la tabla que ha roto
—. Deberías saber qué clase de persona soy.
—¿Qué clase de persona eres?
—Estarías mejor con cualquiera que no sea yo.
¿A qué viene todo esto? ¿Quién era esa mujer?
Entre incógnitas Marc le atrapa una de sus delicadas manos, y
Nino calla cuando se la lleva a la boca y la besa: primero en los
dedos, con calma el reverso de la palma que se deja en los labios.
Lo observa entre su flequillo azabache.
Estas semanas con Nino han sido las mejores de su vida, y no
quiere que le odie. «Pero si lo hiciese Nino saldría ganando». Ha
estado bien jugar a ser feliz, pero desde el principio sabía que en
algún momento tendría que dejarlo libre para que encuentre a
alguien mejor. Así que si ese momento es ahora, y si esta noche le
pasa algo en el GEO, le ahorrará a Nino tiempo y dolor.
Como se le ve con poca predisposición a hablar Nino no espera a
que le explique nada: le empuja con cariño de vuelta al colchón.
—Vale, cuéntamelo si es lo que necesitas, pero no me hace falta
saberlo —asevera con la autoridad de cien jurados—. Yo solo quiero
que te quedes conmigo.
Y sonríe, débil, forzado, intenta ser reconfortante.
Acaba de decirle que es un asesino..., y Nino sonríe.
—Nino te digo que he matado a personas —También se lleva las
lágrimas de un Marc desorientado—, que ahora volveré a hacerlo...
—No vas a ir a ninguna parte. Supongo que yo también soy
horrible, te digo que me da igual, y te digo que me alegro muchísimo
de que hayan muerto ellas y no tú.
—Mi Rey...
—Y además eras policía —se impone—. Pues claro que habrás
tenido que disparar a alguien... Lo haces para protegerte a ti, a tus
compañeros, a las personas de la calle; arriesgas la vida para que
nosotros los civiles podamos vivir tranquilos y felices con nuestras
tonterías.
Marc aprieta los ojos mientras Nino le enumera cualidades. Pero a
los asesinatos después de todos estos años y después del GEO, ni
siquiera él les da importancia. Intentaba asustarle para que sepa que
aunque le vea acariciando a Pelusa o sonriendo, ha tenido las manos
manchadas de la sangre de otras personas.
Lo que le persigue es otra cosa.
—También le hice algo a tu padre. —Su seriedad frena el discurso
de Nino—. Y tampoco es lo que he hecho, es lo que yo soy. No
debería tener a nadie cerca; sobre todo a ti, Nino.
Las facciones de su policía se han vuelto gélidas, y a él un aura
helada le trepa la columna preguntándose qué demonios le ha dicho
esa mujer rubia que Marc se ha vuelto tan emo.
Durante una densa pausa tan solo se observan.
—Pues cuéntamelo todo —le ordena después de un instante—. Y
yo decidiré si quiero que te vayas.
El único ojo ámbar le mantiene la mirada muchísimo mejor de lo
que son capaces los azules en este momento.
—...Vale —susurran estos.
101
Hey!
(We have found what you were looking for!)
«¿...Será verdad?».
Marc está sentado tapándose la cara, con los codos clavados en las
rodillas flexionadas, las botas cruzadas sobre las sábanas.
El tráfico de niños. El asesinato del padre de Marc. El de ese tal
Alejandro. Que intentó violar a su padre a los dieciocho... ¿Será todo
verdad? ¿Y el rostro del padre de Marc, era tan parecido al del propio
Marc como dice él?
Tiene que ser imposible. No puede asociar su imagen al
maltratador del que le ha hablado.
—Si papá supiera por qué bebías —habla entre murmuros—,
entendería por qué se te fue la cabeza. No es que se justifique, claro,
pero...
Marc niega con la cara tapada en señal de no querer hablar; no se
lo ha contado para debatirlo. Se lo ha contado para que se marche
por su propio pie.
Nino le baja una mano con cuidado.
—Crees que no eres bueno para mí..., pero que me hayas contado
tu historia solo ha hecho que te quiera todavía más... —Se acerca,
despacio y de rodillas en la cama—. Creo que llevas años
martirizándote por cosas que pasaron hace décadas, y que hiciste
porque no tenías más remedio o porque tenías problemas y estabas
solo...
Marc se aleja para verle mejor.
—Pero ya lo has compensado —sigue Nino, alterna por turnos su
ojo en cada una de las esferas azules—. Hiciste lo que tenías que
hacer porque no te dejaron más opción, pero cuando has podido has
elegido jugarte la vida en la policía y en el GEO. No necesitas trabajar
esta noche. No tienes que compensar nada.
Marc le ha contado la historia de toda su vida pero por encima,
como si tuviera prisa por no aburrir o por no emplear demasiados
párrafos y acabar siendo expulsado a mitad de la narración. Sin
embargo también ha ido añadiendo frases largas de detalles que
realmente no importaban: como cuál era la marca de cereales que
comían; que algunas noches jugaban a las sombras chinescas...; a su
madre la ha mencionado con cariño, con tristeza. Ha dicho que tenía
la manía de girar tres veces la anilla del pan de molde y que cuando
iban juntos a tomar helado el de ella era siempre de menta.
—¿Y si vuelvo a hacerlo? —le murmura Marc a la única cosa
buena que ha hecho—. ¿Y si te hago daño? —se apaga.
Aunque, de hecho, ya le ha sacado de casa, peleado con sus padres
y distraído del instituto.
Su sobrino le toca el rostro y él lo inclina fiel a sus caricias.
Después, recibe un beso en la frente, porque Nino cree comprenderle
un poquito mejor: desde fuera a Marc se le ve un rostro agraciado
que a él le repulsa, y una expresión impasible y atrayente que no es
natural, sino el producto de estar permanentemente reprimiendo la
tristeza. Y desde dentro él se define exclusivamente por lo que hizo a
los dieciocho: Alejandro, papá.
—Me salvaste —le recuerda. Desliza el pulgar por sus labios, por
su barbilla y su nuez bajando en vertical.
—Y eso es lo único bueno que he hecho.
¿Cómo? ¿...Las misiones antiterroristas en el GEO no cuentan para
Marc?
¿Ni su intento de cerrar La Familia y proteger a los niños?
¿Qué han hecho el resto de personas de la calle que han subido
tantísimo el listón? Porque él lo más que ha hecho es donar ropa o
hacer algún voluntariado y ya lo llama ángel.
—¿Y te parece poco? —responde entre susurros.
—No es suficiente.
—¿Suficiente para qué?
Marc se limita a menear la cabeza otra vez.
—No le debes nada a nadie.
—Se lo debo a Dab. Se lo debo... a mi madre. —Oh... Es extraño
escuchar a Marc usar la palabra madre, y es todavía más extraño que
no la use para referirse a su abuela Ellen.
A Nino se le descordina la voz antes de decirlo:
—No hace falta que mueras tú también —le sale un gallo.
—Los GEO irán al Podio pero Ayo no va a estar allí. —Sus ojos
brillan recuperando cierta seguridad—. Y probablemente Bill
tampoco, ni White, ni cualquiera con un mínimo cargo. Igual que
Berna muchos asesinos a sueldo se librarán por no estar por allí y no
todos son como ella. Que la policía cierre unos locales y encarcele
algunas personas no va a cambiar nada. Se disolverán aquí, y se
expanderán de nuevo en otra parte. Como un virus.
—Pero tú no tienes la culpa de eso, no es tu responsabilidad. ¡Para
eso está la policía!
—Esta era mi parte. —Ah, es un monólogo consigo mismo—.
Berna y Dab sacaban nombres, sacaban datos, se jugaban la vida
cada día recolectando toda la información; y luego yo estaba en la
operación de cierre. Pero es esta noche y estoy aquí. Contigo.
Pues según lo que explica y cómo lo explica Marc, es muy fácil: si
tan seguro está de esa estúpida llamada del deber que coja la mochila
y salga por la puerta.
El problema es que, aunque esté diciendo todo esto y sea quien
crea un conflicto, no quiere irse. Antes no le importaba otra cosa y
vivía esperando a esto. Pero las cosas han cambiado mucho en poco
tiempo.
—Hasta ahora yo no he hecho absolutamente nada. Todo lo han
hecho ellos; no he sido mejor que un personaje de relleno. Y si el
GEO hace sus redadas y Ayo se escapa todos viviremos a partir de
hoy con miedo. —Para apuro de Nino, se levanta—. No voy a ver
cómo a tus padres, tu abuela o tu tía les pasa algo por mi culpa, otra
vez.
Vuelve a la encimera y a revisar esa maldita bolsa.
—Eso no es verdad, tú has hecho mucho. ¡Si no fuese por ti no
habría operación! —Horrorizado le ve sacar y revisar el cartucho
cargado de una pistola.
—Claro que sí. —Va planeando qué hacer: en el coche de camino a
la comisaría llamará a Gamell para decir que va para allá, que le
preparen un hueco en el escuadrón que sea en el edificio que sea. No
puede haber sido más vil de no mandarle siquiera el mensaje; si no
fuese por Berna seguiría tumbado en esa cama dándole besos a Nino
tan ricamente.
Eso sería deleznable.
A su vez, horrorizado Nino maldice su cabezonería y ese estúpido
pensamiento de militar de dar todo por nadie.
—¡Tú lo sacaste a la luz, tú le diste esperanzas a tus amigos...! ¡Eso
es igual de importante!
Marc tira una carcajada. «Amigos». Si lo único que ha sido para
ellos es un amuleto de la mala suerte.
Se pregunta qué habría pasado si Dab hubiera aguantado unos
meses más en el orfanato antes de fugarse y hubiese sido adoptado
por Ellen, porque entonces no le habría hecho nada a Anthony y no
estaría entorpeciendo una posible vida feliz de Nino, adoptado por
otra familia pero igualmente feliz, con cualquier otra persona que no
sea él. Y Dab seguiría vivo, claro.
Él le robó a Dab la posibilidad de una familia, y... él ha matado a
Dab proponiéndole cerrar la única que tenía. ¿Cómo va a quedarse
aquí compartiendo cama y recibiendo los cariños de Nino? ¡Dab está
en una tumba, Berna está huyendo por su vida! ¿Cómo de miserable
puede ser para quedarse aquí y tener el atrevimiento de ser feliz?
Empuja todo en la bolsa negra, y Nino las agarra y las saca de
vuelta. Forcejean absurdamente: uno sacando una caja de balas, otro
metiendo un cinturón con bolsillo.
—¡Tu madre ya estaría orgullosa de ti! —levanta Nino su voz
aguda.
—Esto es lo mejor para ti.
—¡Deja de meter cosas! ¡Marc!
—Incluso si me quitas eso en el GEO me darán más —dice
viéndole robar una caja de balas.
—¡Me dijiste que me querías! ¡Me lo has dicho muchas veces!
—Ahora te duele pero ya lo entenderás.
—¿¡Ahora soy estúpido y tú lo sabes todo!?
—Suelta el asa por favor.
—¡Lo único que te pasa es que sigues creyendo que soy un Santo
porque me has visto crecer! ¡Pues tuve sexo con mi exnovio cuando
no le quería! Nunca le quise, él a mí tampoco pero yo eso no lo sabía.
Así que no somos tan distintos, ¿ves? ¡Tú dices que eres mala
persona y yo te digo que también lo soy! ¡Así que puedes quedarte
aquí y somos horribles los dos juntos!
—Tú no lo entiendes Nino, todavía eres...
—No me hables como si no me hubieses encontrado cubierto de
sangre en una gasolinera.
—Iba a decir que todavía eres muy joven —habla prácticamente
para sí—. Y si me muero también podrás buscar a alguien mejor.
—¿¡Pero qué es lo que te pasa!? ¡¡Deja de hablar como un
octogenario!! —chilla, ¡está harto de oír esa tontería, de leérsela de
la cara! ¿Marc se cree que «no entiende», que es «muy joven» para
entender?
Bien, entiende absolutamente todo, conoce perfecta y totalmente
de dónde viene este torrente de imbecilidades que le ha dado por
decir, este estúpido intento de marcharse lejos con la mirada perdida
y a la contra del viento... ¡porque es muy sencillo!
¡¡Tan sencillo que cualquiera podría verlo!!
❤
En calma, Marc le dibuja pequeñas formas en el hombro. Sus
cuerpos desnudos descansan juntos con el menudo aferrado al
grande, torso con torso. La noche ha caído y la habitación se ha
vuelto negra, huele a sexo y huele a melocotón.
Después de otras pocas rondas, su Rey por fin se ha saciado.
Descansa despierto pero tranquilo y le deja descansar a él.
Han cambiado las sábanas pero en estas nuevas ya hay miguitas de
lo que han almorzado y merendado: un par de bocadillos que Nino le
ha preparado sin desposarle, y sobre la mesita hay unos cuantos
envoltorios de magdalenas.
Contra el pelo rosa, Marc le canta unos versos de Killing me Softly
a su Rey: con tono profundo se pronuncia muy bajo en la oscuridad,
casi son más palabras que canción. Su voz raspada le da un aura
distinta a las frases. Más humilde y descalzo.
Nino se ha escondido en su cuello mientras recita para él. Le
gustaría besarlo, pero tampoco quiere dejar de oírlo. Es la primera
vez que lo escucha cantar...
—No quiero que acabe esta noche —musita muy bajito.
Marc le acaricia los mechones, se asegura de que la tela le cubra
bien los hombros.
—Tendremos muchas noches así. Todas las que quieras.
—¿No huyes de mí?
—No.
—¿Me lo prometes?
—¿Cuántas veces tengo que prometerlo? —susurra haciendo una
sonrisa.
—Hasta que se cumpla... —Parece a punto de dormirse.
Espera a que se duerma, y eventualmente, lo hace sin prisa.
Entonces tiene el privilegio de verlo dormido, exhausto y
manchado con el pelo despeinado y los labios medio abiertos. La
luna le incide en el moflete coloreado al máximo de rojo. La estampa
le hace morir de ganas de pedirle que se case con él.
No puede, claro; es ilegal en este país contraer matrimonio entre
familiares y ellos aparecen juntos en el árbol de los Summer.
De todos modos, quizá... Lo observa desde arriba y se lo pregunta:
¿Nino preferiría llamarle marido o esposo?
«Ser el marido de Nino». Cuán impensable.
Contempla con la luz que le concede la poca luna el rostro que le
ha sacado del abismo. Observa su melena entintada en rosa, y sus
mullidas mejillas que sobresalen brevemente a los lados de una nariz
pequeña y respingona. Estudia una a una la ristra de pecas que le
bordean el ojo izquierdo, el pequeño grano que le sobresale bajo el
derecho y otro un poco más grande en la mejilla; y de repente es muy
evidente.
No había más opción posible que Nino se enamorase de su héroe, y
su héroe, a su vez, de su salvador.
Y si todo esto tiene algo que ver con el destino, es Marc el creyente:
fue Marc quien le dio un sentido a su vida en esa gasolinera. Fue
Marc quien decidió que, todo lo que había sufrido hasta entonces,
tenía sentido porque le había puesto allí, en aquel momento exacto
para recogerle.
Le quita la hebilla del pelo. La mete en el agujero de las esposas y
en medio minuto las tiene deshechas.
Se le ha quedado una buena herida en la muñeca de tanto tirar...
Del baño trae una toalla húmeda y limpia el estómago, las nalgas y la
entrepierna de Nino, que está tan cansado que ni se queja ni parece
darse cuenta de que está usando las dos manos.
Luego se inclina para darle un beso y entonces, desde la cocina,
llama a Kyle. Mierda, cómo le escuece la espalda.
—¿Quién es? —Lo coge Kyle enseguida; aunque tiene pinta de que
esperaba escuchar la voz de otra persona.
—Me he acostado con Nino —le dice.
Tras el aparato no escucha nada.
Ni unos dientes. Ni un golpe.
A excepción del ruido del tráfico, apacado detrás de una ventana
mal insonorizada en el ambiente propio de un motel con pocas
estrellas, no escucha nada.
La voz de Kyle es pausada y comedida al hacerle una pregunta muy
sencilla:
—¿Quieres que te arranque la cabeza?
—Quiero que vengas a por él. —Se mete los pantalones. Las botas
en cada pie—. Quiero que lo alejes de mí. Está en mi buhardilla. —Y
agrega, detrás de una pausa—: Por favor ven por él.
Tira el teléfono colgado a la cama. Los hombros desnudos de su
Rey quedan descubiertos de la sábana, y sobre la encimera de la
cocina descansa la bolsa cargada con su sniper, las balas, y el chaleco
que ha preparado antes entre los tirones de Nino.
Se pasa una mano por el pelo, y exhala antes de cerrar la bolsa.
Quiere, y debe ser... el hombre bueno que Nino ve en él.
30
Sin gato, el ratón es libre
❤
Seis años y cinco meses antes.
Mes cuarto del embarazo.
❤
La música soviética horrenda suena y suena. Bernadett se ha puesto
un pasamontañas.
Lo ha sacado del armario, por algún motivo esta pareja de rusos
tenía ahí escondido un kit de robar bancos. También les ha cogido
prestada una sudadera negra, un pantalón de chándal que
sorpresivamente no le queda demasiado largo de piernas. Se
engurruña los puños y baja la cabeza con recelo, su melena rubia
queda escondida dentro de la espalda de la sudadera. Se sube en el
hueco del armario con fobia y asco, como quien busca la araña del
tamaño de un puño sin un solo centímetro de carne al descubierto;
no lo quiere tocar.
Debería gritar, debería llorar o revolverse... lo que hace el niño
cuando ella lo agarra de la pierna en la oscuridad del tejado falso, un
nido de pelusas con vida propia y probablemente alguna que otra
rata; es absolutamente nada. Debe estar en shock. O tan pequeño ha
aceptado ya que lo que le sigue es el mismo destino que a sus dos
“padres”. Es como si ya estuviera acostumbrado, o como si
directamente le diese igual.
—Hет —pide en un suspiro, sin mirarla—. Нет... —llora sin hacer
ruido. En realidad... no parece una petición con mucho énfasis de
dejarle ir.
Bernadett le suelta la pierna. Hace un intento de volver a agarrarla,
pero ella misma aparta la mano, aparta el cuerpo... se baja de la
balda del armario.
Vuelven a la misma situación de antes. Un silencio con música de
fondo, extremadamente confuso e incómodo. La envuelve el mismo
aura que consumió la primera habitación de motel donde tuvo su
primer asesinato: nada de vitoreos por el trabajo bien hecho, nada de
la oscuridad del universo consumiendo el mundo ante tal gravísimo
acto de frialdad y desprecio por la vida humana y blablablá... tan solo
el casi absoluto silencio congelándole las piernas.
El niño está ahí, ella está aquí.
Mierda.
Con lo fácil que es siempre, ¿por qué tenía que tocarle este encargo
precisamente a ella? De golpe y porrazo vuelve a ser la niñata
estúpida que lloraba en el baño del Podio. De un puñetazo se siente
sucia y pesada, se siente débil, siente que no puede mover el cuerpo y
la Bernadett de veintiuno le pregunta a gritos por dentro a la
Bernadett de los catorce, torpe, estúpida e indefensa; para qué coño
ha vuelto. No le hace falta este punto débil.
Se suponía que este tema ya lo había borrado. Se suponía que era
libre.
Es mejor... lo mejor es irse. Se va, se emborracha un poco y olvida
esta última parte de la noche. Va a dejarle un mensaje a White para
que le dé el otro trabajo que tenía esta noche a otro, y ella se coge lo
que queda de madrugada para cogerse un pedo que le de vuelta y
media al mundo y la deje tirada en su coche sin recordar qué ha
pasado.
No es como si dejándolo aquí solo fuese a llevar una vida peor que
la que ha tenido, ¿no? Le acaba de librar de unos “padres” que se
drogan y viven en este estercolero, ya ha hecho más que suficiente
por él para no ser su madre. Porque eso de ahí no es suyo. Ha salido
de ella pero no es suyo. No tiene más opciones. ¿Criarlo ella? La
mejor de las peores ideas. ¿Dejarlo aquí? Le da dos o tres días de
supervivencia sin comida, o hasta que salga a la calle y alguien se lo
lleve. ¿Dejarlo en la puerta de un orfanato? Bueno, eso es
exactamente lo mismo que dejarlo en la puerta de El Podio o dárselo
de comer a una jauría de perros.
Son dos crack, seguido de un plof escandaloso que llena de polvo
de escayola un trozo de madera y la pierna de la mujer muerta: el
niño debe haber intentado adentrarse en las profundidades del
agujero para esconderse mejor, pero su peso ha sido suficiente para
que caigan los dos: la baldosa, y él. Él solito se ha zambullido y
salpicado en el charco de sangre.
Bernadett ha levantado la pistola y lo apunta... pero tampoco le
hace falta esta vez. Se ha golpeado en alguna parte importante de la
cabeza porque al acercarse con cautela ve dos ojos cerrados y una
boca semiabierta.
Despacio... Bé le abre una cuenca y contiene el aliento cuando lo
encuentra: la nada. Carne haciendo de tope a una esfera de aire...
Después de todos estos años le transportan a la camilla fría de metal.
Recuerda al médico sin licencia diagnosticando al recién nacido
tuerto. La pregunta repetida un millar de veces: «¿Has estado
consumiendo drogas?», y a sí misma negándolo cada vez más
sonoramente hasta chillar: «¡No es culpa mía!», «¡Yo no lo quiero!»,
«¡Si así no lo compran tíralo a la basura porque yo tampoco lo
quiero...!» desde la camilla.
Ahora que lo tiene delante, aun con el pijama sucio, el porrazo en
el párpado que le ha abierto una herida por la que fluye sangre, y
todos los moratones verdes, amarillos y morados que indican un
historial de maltrato, este niño, es...
Bernadett se tapa la boca con el antebrazo. Es pequeño, es débil y
delicado, y es... Es adorable. Es imposible que eso haya salido de ella.
Es la primera vez que lo ve, y es... ¿es suyo? ¿Lo ha fabricado ella? Es
imposible.
Lo toca con el dedo. Lo pincha y se le hunde la punta del dígito en
la mullida piel de su mejilla barnizada en sangre y lágrimas que ya no
fluyen.
Cinco minutos después, lo está cargando hasta el coche.
En el trayecto empieza a chispear. Las gotas empapan la luna
delantera mientras ella echa vistazos de reojo atrás, al niño que le
mancha los asientos de rojo, y escribe un mensaje al imbécil de
Derek. A cambio de un futuro favor, el policía corrupto le da las
indicaciones por las que pregunta.
❤
Seis años y cuatro meses antes.
Mes quinto del embarazo.
—Burgpg... —vomita junto a una farola encendida con el pelo rubio
en un look “cortado con tijeras de podar setos”. Escupe asqueada y
ligeramente borracha.
Y tira piedras contra una de las ventanas del elegante chalet
blanco.
Con las manos temblando por el frío invernal, saca los puños de la
sudadera ancha y los relía para calentarlos; espera a que el recién
adoptado hijo menor de esta familia deslice el cristal.
—¿Berna? —susurra Marc a un volumen prudente. El chico de
catorce le señala una tubería que da a otra habitación—. Sube.
—No. Ábreme la puerta.
Marc palpa la repisa blanca alternando mirarla a ella y mirar hacia
atrás, hacia la puerta del cuarto, considerando la propuesta.
—Bueno... Bajo.
Al abrir la elegante puerta lacada aparece un famoso de la MTV:
exhibe un pijama de dos piezas con un bordado de cocodrilo en el
pecho y un corte de pelo nuevo, sujetando el marco preparado para el
tour. No obstante se muestra descolocado de verla y no trata de
aparentar lo contrario; es la primera vez que Berna viene a visitarle a
una casa.
—Te has cortado el pelo.
—Sí.
Marc se mira el zapato.
—¿Cómo has... encontrado esto?
—Le pregunté al pelirrojo que entró a trabajar al Trébol. Me dijo
que te recogen en coche para ir a trabajar.
—Sí, pero hoy libro. Yo... le pregunté a Jota por qué estas dos
semanas no has venido a trabajar, pero me miró con su cara de
gilipollas y no me contestó. Siento no haber ido yo al orfanato, he
estado ocupado en casa... Mi nueva familia insiste en hacer
actividades o salir todas las tardes, y por las mañanas tengo escuela.
Berna le echa un vistazo escudriñador. Hasta las pantuflas cutres
que viste son de marca, y el pelo le huele desde aquí a rosas del
campo como si hubiera arrancado las que decoran la entrada y se las
hubiera frotado en la cabeza.
Marc intenta cortar el silencio. Quiere preguntarle qué pasa, que
por qué ha venido a verle, pero se preocupa por no parecer borde con
Berna, así que escoge otro tema que tampoco haga referencia al olor
a alcohol que desprende.
—Mira, me han regalado un móvil. Lo uso para hacer fotos. —Lo
saca y efectivamente se las muestra una a una—. Estos son mis
nuevos hermanos, tengo dos y son más mayores que yo; estas son
mis madres; estas son unas flores que hay en el patio de atrás; esto es
un pájaro que se paró en la ventana de mi cuarto. También tengo un
perro. Bueno, tenía. Se escapó ayer por la tarde y hemos tenido que
pegar carteles en los postes de teléfono.
Ella observa la pantalla sin expresión ni palabra.
—La Familia también me dio uno, así que tengo dos. ¿Quieres
uno? Así podríamos hablar.
—Va.
—Ven, te enseño mi cuarto —sugiere con repentina actividad.
Berna titubea porque no ha venido a coger ideas de decoración de
interiores, pero tampoco le sale cumplir la sencilla tarea que traía en
la mente.
Lo acompaña. Y la cantidad de cachivaches absurdos que
encuentra al subir por la escalera le despejan mejor que el viento
nocturno: Jarrones, plantas de plástico, cuadros aburridos. Qué
forma tan gilipollas de malgastar el dinero cuando puede gastarse en
drogas.
La habitación que le han asignado a Marc es grande. El armario
por ejemplo es larguísimo. En el orfanato tienen uno conjunto por
cada habitación y definitivamente es la mitad de este.
—Aquí hago los deberes, aquí me siento a leer porque da la luz de
la ventana por la tarde. Si quieres llevarte algo cógelo, no creo que se
vayan a enterar, tienen un montón de cosas. Eso de ahí es un
ordenador pero todavía no lo he encendido.
Berna lo mira todo. Habitación con cama doble, aunque ha dicho
que duerme solo. Las paredes son de un verde vivido y en el suelo
hay moqueta suave. No sabe si estaría así al principio o es Marc
quien lo ha decorado, pero por las paredes hay varios posters, de
paisajes más que nada, de prados verdes y ríos. Se acerca a la mesita
de noche y ojea el libro abierto.
—Ese lo estoy leyendo ahora —se explica Marc.
—Jane Austen —lee en el título.
—Ese no sé si te gustará. Pero tengo otros que puedes llevarte.
La ve observar todo con quietud.
—Todas estas cosas —cavila Bernadett después de un momento
—. ¿Te las vas a llevar cuando te devuelvan?
Marc calla. Su silencio consigue atrapar la atención de los otros
ojos azules.
—Berna, creo que no voy a volver al orfanato —empieza con pena,
como si verdaderamente se sintiera culpable; pero se le va creciendo
una sonrisa—. Sé que lo he dicho antes, pero, creo que esta vez es la
definitiva. Hasta les he escuchado hablar de una fiesta sorpresa que
quieren prepararme por mi próximo cumpleaños. ¿Tú qué crees? —
le pide su opinión irradiando la pureza de un grial—. He pasado el
día entero con mis hermanos jugando al baloncesto y creo que podría
ser así todos los días. ¿Tú qué crees?
Hay en sus ojos azules una verdadera expresión anhelante.
Y Bernadett la contempla.
Siente su desborde involuntario de felicidad que trepa por las
paredes, se extiende por el suelo y se le engancha a los zapatos. Se le
incrusta en el pecho la sonrisa blanca que no desaparece al
pestañear; los ojos azules que esperan impaciente su aprobación y
que esta noche, vulnerables a ella, enseñan la pizca de esperanza que
atesoraban escondida a conciencia.
—Sí —contesta Bernadett—. Sí, por qué no. Me voy.
—¿Ya? —La sigue por el pasillo en silencio porque ella arranca a
caminar, y lo hace muy deprisa—. Si no te he enseñado nada —
susurra persiguiéndola en la oscuridad; espera que su familia no le
oiga.
—Solo quería ver si podía pillar algo, pero no me interesan los
libros ni esas mierdas.
—Espera. Espera no te vayas, un momento. —Corriendo regresa a
la habitación, y sin tardarse para que no se le escape vuelve con una
sudadera ancha—. Esto te lo puedes llevar, me han comprado un
montón y creo que abriga más que esa que llevas puesta. ¿Quieres
llevarte también camisetas? Te van a quedar grandes pero las puedes
usar para dormir.
Casi a regañadientes Bernadett da un paso atrás.
—Va.
—Ven, y coges las que quieras.
Cruzándole por delante la rubia enreda uno de sus tirabuzones en
el dedo como pocas veces el azabache a atestiguado. ¿Es nerviosismo
o desgana de estar aquí? De todos los comportamientos escépticos
que cabría esperar de ella, ese no se lo esperaba.
Abre las múltiples puertas del armario y la espera mientras escoge.
Suponía sus pequeñas manos como un huracán que le dejase las
pertenencias hechas un revoltijo y arramplase con la mitad, pero ha
decidido analizarlas meticulosamente y si saca una de la percha es
tirando de ella con cuidado y delicadeza.
—Berna. Desde hace unas semanas estás... normal. —Expone con
notable preocupación—. Muy tranquila, muy... suave. —No está
seguro de escoger la palabra porque no sabe si va a enfadarse.
—¿Me estás llamando aburrida?
—No, aburrida no.
—Vengo a verte y me llamas aburrida.
—No es un insulto, es sólo que estás diferente.
—Pues no sé.
Marc recoge las manos, torciendo el cuello y pensando. También
desvía la mirada compungiendo las palabras al hablar.
—¿...Es porque te hice daño?
—No empieces otra vez.
Berna se acomoda el cabello hacia atrás. Cae totalmente
trasquilado por encima de sus hombros y selecciona del armario
varias prendas que desdobla al echarse en el brazo.
—¿Seguro que estás bien?
—Estoy bien.
—Pero...
—Follamos y ya está, deja de lloriquear como un llorica.
Queríamos perderla de una vez y bebimos y follamos entre amigos,
todo el mundo folla todo el tiempo, déjalo ya. —Se encoge de
hombros sin parar de rebuscar prendas—. Pesado.
Marc se pasa una mano por el pelo. Con Bernadett siempre tiene la
necesidad de aparentarse adulto, así que abandona el tema con un
fingidamente maduro:
—Ah. Vale.
❤
La Bernadett del presente se moja el pelo y la ropa pero no tiene
intención de despegarse de la pared. Sentada, simplemente espera.
Desde detrás del muro que da a la gasolinera escucha el ruido del
coche de policía apartando los charcos. Escucha también el lamento
ínfimo del crío que ya sobre el confort de bolsas de basura ha
recuperado la consciencia. Sin embargo no levanta el decibelio del
llanto, no se mueve para pedir ayuda. Solo llora.
Bé pone la vista en el asfalto porque ella también es estúpida:
«¿Quién se queda embarazada en su primera vez?».
No lo ve, lo escucha: unas botas que se acercan despacio, unas
llaves que suenan tapadas por la lluvia, cada vez más furiosa.
—¿Y tus padres? —oye la voz del azabache al otro lado del muro.
Bernadett recoge las piernas al pecho.
—¿Dónde están tus padres?
¡Canciones!
¡Si tiene número se nombra en el capítulo!
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