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o la psicosis inspirada
Colette Soler
C O L E T T E SO L E R
LA AVENTURA LITERARIA
o la psicosis inspirada
R O U S S E A U , JO Y C E , P E S S O A
Título original: L 'aventure littera ire ou la p sych ose inspirée.
Rousseau, J o y ce, Pessoa.
Editions du Chaxnp lacanien. París, Francia.
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IN T R O D U C C IÓ N
Durante todo un año, Lacan dictó su seminario bajo el título
de “Joyce el síntoma”. Eran los años 1975 y 1976. Escribió la palabra
“síntoma” con la ortografía del antiguo francés: “sinthom e”,
introduciendo así la referencia al equívoco translingüístico.
Reconocemos ahí los términos del inglés sin (el pecado) y hom e
( la casa); o también del francés sein t (forma antigua de “saint”, santo)
y hom m e, (hombre).
Este juego con la lengua materna da el tono. Podemos intentar
evaluar la importancia de los efectos posibles de este uso de la letra,
pero no se debe creer que se trate de una cuestión prioritariamente
literaria, a pesar de que se valga de Joyce. Se trata más bien de un
problema analítico, y eso en el fondo no constituye ninguna sorpresa,
ya que en 1956 Lacan publicó “La instancia de la letra en el incons
ciente”.
Sin em bargo, surge una pregunta: ¿Qué autoriza el
psicoanálisis para hablar de una obra de arte, y más específicamente
de una obra literaria? En cuanto a Freud, él no habría dicho “Joyce,
el síntoma”, sino Goethe, o Jansen, o Dosto'íevski, el fantasma.
¿Representan estas fórmulas un desprecio hacia la obra de arte? En
los artistas, Freud reconoció a los precursores del psicoanálisis, y en
los textos literarios, una oportunidad de poner a prueba el método
analítico. De Sófocles a Goethe, pasando por Jansen y Dosto'íevski,
pensó que la ficción literaria era como una anticipación al
descubrimiento del inconsciente. Por eso, cuando cuenta su histo
ria familiar, a la que titula precisamente “novela fam iliar”, el
neurótico es aquél que le parece copiar la fábula, para decir que el
fantasma está estructurado como una novela. Freud cayó en el
psicoanálisis aplicado. Conr'derando el saber-hacer del artista como
un equivalente de lo que él mismo llamó el “trabajo del incons-
cíente”, puso el trabajo artístico y literario en el mismo plano que la
serie de formaciones que su práctica interpretaba: el sueño, el lap
sus, el acto fallido, el síntoma.
International Psychoanaiitíc Asociación, de la cual, después de dos sesiones sucesivas, Lacan fue
defimtlvamence expulsado en 1963.
intelectualismo o al verbalismo, pero ese recurso era necesario, hasta
inevitable, por una razón muy simple: la lingüística trabaja sobre el
material mismo con que trabaja el análisis, más precisamente sobre el
aparato con el cual cada uno opera en el análisis, y es un hecho: trabaja
sólo con enunciados de lenguaje, sean éstos los que profiere el
analizante cuando hace asociaciones, o sean los que sirven de base a la
interpretación del analista. Sin embargo, la operación analítica no es
lingüística en sí, ella testimonia más bien la influencia del lenguaje
sobre el síntoma. Hablo aquí del síntoma en su sentido clínico, aquél
que se presenta al analista como lo que permanentemente se impone
a uno, en la forma de un “no poder dejar de pensar”..., o de “sentir en
su cuerpo”..., o de “ser invadido por sus afectos”..., todas estas cosas
que parecen muy ajenas al lenguaje, pero cuya experiencia muestra
que sólo por medio de la palabra se pueden cambiar esos pensamientos,
esas sensaciones y esos afectos.
Vuelvo a la literatura. En el psicoanálisis el lenguaje opera so
bre el síntoma, y la cuestión consiste en saber en qué medida el uso
literario del lenguaje puede ser considerado como perteneciente al
síntoma. ¿Cómo la creación literaria, a menudo considerada como la
cúspide de las producciones de la civilización, se puede ubicar en el
mismo nivel que el del síntoma, que por definición se sitúa del lado
del fracaso, de lo que falla, de lo que va de un lado para otro:
En realidad, la respuesta a esta pregunta es más o menos la
siguiente: la creación literaria puede ser signo del síntoma en sí mismo,
porque éste, a pesar de ser a veces molesto, siempre es una creación.
En efecto, ¿qué es una creación sino el hecho de producir algo ahí
donde no había nada? Pero cuando digo “ahí donde no había nada”,
supongo que hay al menos un lugar marcado. Ahora bien, no hay
lugar sin orden simbólico y cada marca simbólica engendra el vacío
del lugar que ella crea.
Permítanme evocar, sin perder mucho tiempo, un recuerdo
personal de mis años de juventud, de la época de m i;educación
religiosa. Tenía algo como nueve o diez años cuando en ur> 'examen
de catecismo”, como se decía, un viejo canónigo me hizo una pr^'juni
muy sencilla, con cono de gran ceremonia: “¿Qué había antes de que
Dios creara la tierra?” No sé lo que responderían ustedes, pero por mi
parte, contesté con toda la confianza: “nada”. Observen que “nada”
no es nada sino lo que queda cuando tachan el significante Tierra.
Pero mi respuesta no era buena, para mi gran sorpresa, y fui castigada.
La respuesta esperada era: “la nada”. Esta diferencia produjo un gran
efecto sobre mí. Claro está pregunté en mi familia y sometí el problema
a su juicio. Pero el viejo canónigo tenía la razón: “la nada”, eso no es
nada. Esa palabra fue inventada para designar lo impensable de una
ausencia que precedería toda emergencia simbólica, y es cosa bien
diferente a “nada”, vacío resultante de la elisión de algo, aunque esto
no resuelva en nada las aporías de la creación divina.
Lo que no se puede poner en duda es que no hay creación
sin que se suponga que lo simbólico haya previamente introducido
un vacío en lo real donde, por definición, no falta nada. Puedo
entonces completar mi primera afirm ación: la creación hace
emerger algo ahí donde no había nada, nada sino un vacío... que
no es nada. Ese vacío se vuelve a encontrar en todos los niveles de
la experiencia analítica. Primero como falta en el sujeto, porque el
primer efecto de la palabra consiste en transformar el ser viviente
en sujeto de la falta en ser, que simbolizamos por el (•—<£) de la
castración. La volvemos a encontrar, y es la consecuencia de ese
primer nivel, como falta del objeto que podría rellenar esta falta
de dehiscencia originaria. Freud, también se aproximó a ese punto
con su teo ría del objeto siem pre su stitu to de un objeto
originariamente perdido. Con esta fórmula, comprendemos que la
falta del sujeto es precisamente lo que le da consistencia al objeto.
Lacan se apoderó de este tema y lo fundamentó en la lógica
del significante que culmina en la fórmula: “no hay relación sexual”.
¿Qué sig n ific a esto? C iertam en te, h ay cuerpos, cuerpos
biológicamente sexuados, y hay también significantes del sexo:
hombre, mujer, padre, madre, y todos los significantes que
instituyen los ideales del sexo> virgen, puta, esposa, etc. Ninguno
inscribe el objetó que anularía la falta sexual, y todos fracasan en
la compensación del vacío, puesto que cito “el parejo en el goce
está en la imposibilidad de aproximarse al lenguaje”. El resultado
es que cada uno lo busca. Es por eso también que cada uno habla
y, a partir del momento en que habla, existe al menos una
satisfacción de la palabra, que puede hasta servir de sustituto. Eso
es lo que hace el síntoma: tapa la hiancia del “no hay” de la no-
relación sexual, con la erección de un “hay”. El parejo del goce
falta, pero el síntoma instaura algo otro, un sustituto, un elemento
singular propio para encarnar el goce. Se impone una primera
consecuencia de esta estructura: no hay sujeto sin síntoma. A falta
de una relación estándar, sólo el síntoma puede fijar él modo de
goce privilegiado de cada sujeto. El síntoma, y sólo él, crea la
singularidad del sujeto, que por otra parte está sometido a la ;ran
ley de la falta en ser. El síntoma es una función —función lógica —
de excepción con relación al trabajo infinito del ciframiento in
consciente. El primero ancla, fija el goce, el segundo desplaza sin
cesar el goce en la serie de sus signos.
Pero, ¿cómo llegamos a esas últimas fórmulas a partir de los
primeros descubrimientos de Freud? En los términos de Freud, el
cifrado del síntoma revela el fantasma y la satisfacción que éste en
gendra. La noción freudiana de “formación de compromiso” implica
que el síntoma es un retorno disfrazado del goce reprimido. No es un
simple memorial de la experiencia pulsional, es goce actual, cuyo
núcleo es inamovible. Pero se puede descifrar, y en consecuencia
transformar; Freud lo demostró de entrada. De esto se deduce, para
quien se dice lacaniano. que su naturaleza es la del lenguaje —ie ahí la
tesis: “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. Por otro
lado, su inercia contrasta con lo que es propio del lenguaje, a saber: la
siempre posible sus tución de los signos por la cual se engendra el
sentido. Lacan resolvió esta contradicción de la manera siguiente: en
el síntoma, el significante está casado - permítanme la expresión —
con algo otro, lo que lo transforma. Y ¿qué puede ser ese algo? Nada
otro que lo que se manifiesta en el sufrimiento y se aloja en el fan
tasma, precisamente lo que llamamos el goce, para diferenciarlo del
simple placer. Invistiendo un término, un elemento, un significante
así sustraído a la cadena de las incesantes sustituciones del cifrado del
inconsciente, el goce transforma ese elemento en letra, letra fuera de
sentido, luego real, única susceptible de fijar siempre el mismo ser de
goce. Por eso Lacan puede decir que en la experiencia, el significante
vuelve en forma de letra.
Pero, y la literatura, ¿cómo puede ser síntoma? Evidentemente,
la literatura sirve de vehículo para el goce. Pero, ¿cuál goce? En la
mayoría de los casos, el goce de sentido, particularmente cuando se
trata de la novela que utiliza la ficción, mejor dicho el imaginario.
¿No hay aquí una contradicción?
Consideremos, sin embargo, lo que Lacan sitúa como
invención sintomática. No son solamente las últimas producciones
de Joyce, son también, por ejemplo, una mujer, o un escenario
masoquista, o su propia invención de lo real. Cuando un hombre es
dócil frente al modelo paterno, entonces para él, una mujer es un
invento sintomático, y eso necesariamente a partir del momento en
que La mujer no existe. Hagamos un paréntesis: esto quiere decir que
la supuesta normalidad sexual, la heterosexualidad, que Lacan describe
como “norma macho/normal” o “pére-versión”2 en sí misma es
síntoma, pero síntoma condicionado por todo el discurso, lo que
Freud intentó situar a partir de su Edipo. Así vemos que invención
no es obligatoriamente creación. El síntoma inventa, es decir que
escoge el término pareja, pero este último no es necesariamente origi
nal. En ese sentido, la creación, la verdadera, la que produce algo
radicalmente nuevo, en el caso en que es síntoma, es un síntoma
especial que nos permite decir que el artista es siempre un “sin padre”.
Incluso si es datada, la obra no tiene filiación, y siempre es su autor
‘hijo de sus obras” como decía Cervantes. Precisamente por eso, es
siempre ilusorio buscar la clave de una obra en sus fuentes.
Volvamos al escenario masoquista en tanto que síntoma: es
otra cosa, evidentemente, pero ese caso es instructivo porque indica
J o y ce y R ousseau
4James Joyce, Stephen le héros, Oeuvres 1, editor Gallímard, bibliothéque de lt Pléiade, París, 1982» p. 354,
5Jean-Jacques Rousseau, Les confessions, obras completan, Gallímard, Bibliochique de la Pléiade, París, 1959,
tomo 1, p. 15.
6 Portrait de Vartiste en jeu n e homme, tomo 1, p. 6 1 1,
De ahí una pregunta analógica. Si el arte de Joyce constituye
un remedio para el desfallecimiento de su ego, ¿qué suplirá el arte de
Rousseau?
12Discours sur ¿origine et lesforulements de l’inégalité, (Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad),
op.cit.,Tomo III, Paris 1964, nota IX, p.202.
sin límite y sin repartición, y Rousseau, igualmente lógico, localizará
ahí la dulzura de una naturaleza que las necesidades ponen en
movimiento, pero que no conoce el artificio ni lo nocivo de las pasiones
humanas. Para el primero, el tiempo habrá generado, al menos
parcialmente, la pacificación de la horda salvaje y el pacto que vuelve
viable el lazo social. Para el otro, al contrario, la perversión de los
impulsos naturales confronta a cada uno en una guerra consigo mismo
y con el otro y hace del hombre civilizado una fiera “que terminará
degollando todo hasta que sea dueño del universo”.
Al contrario, “ El hombre salvaje, cuando ha comido, está en paz con
toda la Naturaleza y es amigo de todos sus semejantes. ¿Algunas veces,
trata de disputar su comida? Nunca recurre a los golpes sin antes
haber comparado la dificultad de vencer con la de encontrar en otra
parte su sustento; y ya que el orgullo no interviene en el combate, el
salvaje termina con algunos puños: el vencedor come, el vencido va a
buscar fortuna y todo queda en paz”13.
Dicho de otra manera, aún, “sus deseos no van más allá de sus
necesidades físicas”, y “como su imaginación no le describe nada [...]
su alma que nada excita se dedica al simple sentimiento de su existencia
actual”14. Vemos claramente aquí cómo se genera la imagen mítica.
Rousseau procede por medio de la sustracción. El encuentra al hombre
civil, con su falta, sus pasiones que se nutren de tal falta y sus placeres
artificiales. Le quita todos estos avatares del goce y obtiene al buen
salvaje - por cierto, menos perorador que el padre orangután de Freud
- o Emilio, el hijo de la naturaleza, su doblete y a quien se aplican
como en eco las mismas expresiones.
13 Ibid., p. 203
H Ibid., p. 143-144
sirve ahí de instrumento del pensamiento. Encuentro su paradigma
en la relación con la muerte. Sobre Emilio, como sobre el hombre
primitivo, Rousseau no duda en decir:
“Ya que la cercanía de la muerte no es la muerte, apenas la
sentirá como tal; para decirlo de otro modo, no morirá: estará vivo o
muerto; nada más”15.
Ese es el milagro que realiza la sustracción de la imaginación
anticipadora. ¿Quiere decir esto que sólo sustrayendo el significante
de la muerte, sin el cual no se puede imaginar a ésta, se la arroja no
fuera de lo real, cierto, pero sí de la subjetividad?
Bajo este punto de vista, el Emilio es un texto único. Su
ambición consiste en traer al mundo un hombre según la naturaleza,
y Rousseau despliega allí una amplia y sistemática intervención sobre
los medios a utilizar para introducir en la acción educadora aquella
forclusión metódica. Entonces construye una ficción que despliega
con todo detalle la intención forclusiva. A eso sirve primero la
educación “negativa” que consiste, dice Rousseau, en “impedir que se
haga cualquier cosa”16.
La primera parte del texto, consagrada al período de la infancia,
precede la revelación del sexo y avanza paso a paso, metódicamente,
en la cuestión de saber lo que hay que sustraer de su mundo para que
Emilio conozca solamente las necesidades de la naturaleza.
Rousseau juega con los tres términos, deseo, demanda,
necesidad. Es notable el hecho de que Rousseau plantea que para
reducir las aspiraciones a la necesidad verdadera, haya que sustraer la
demanda y que para contener la del niño, primero se necesita suprimir,
al menos aparentemente, la demanda del maestro. Es el famoso
“gobernar sin preceptos”.
“No acceda nunca a sus deseos por el motivo de que se lo pida,
sino porque lo necesita[...] Apenas pueda pedir lo que desea por medio
17 Ibid., p. 362.
18 Ibid}p. 312.
19 Nota del traductor: Palabra formada por dit (dicho) y dimensión (dimensión).
aquel descuido en el uso de la palabra influye sobre su mentalidad
para todo el resto de su vida [...] Entonces limiten lo más que sea
posible el vocabulario del niño”20.
Una vez pronunciadas, estas palabras son imposibles de dominar,
su polisemia engendra el equívoco indomable: de ahí la confusión de
Rousseau cuando se trate de las revelaciones del sexo. Manifiesta que
fracasó, a pesar de sus esfuerzos, en la construcción de un discurso de
iniciación ejemplar. Pretende que la lengua francesa, atiborrada de
“expresiones deshonestas”, no soporta la “ingenuidad de las primeras
instrucciones sobre ciertos temas”; en efecto, esas expresiones, “para
evitarlas, hay que pensar en ellas [...] El lector se escandaliza y se alarma
con todo, ya que para descubrir sentidos obscenos es siempre más hábil
que el autor en descartarlos”21.
Si se sigue la misma línea, y con toda lógica, se le debería negar a
Emilio tener semejantes. Rousseau no tiembla ante esta conclusión. Como
postulado, escogió a un mentor que esté a la altura de su tarea - no hablo
de sus cualidades, dice, supongo que las tiene —y un niño huérfano.
Emilio estará pues sustraído a cualquier otro lazo social, enteramente
ligado al mentor. Se le negará hasta retirarse en la intimidad. “No lo deje
ni de día ni de noche; al menos, duerma en su alcoba”¿2. dice el mentor
que cree así poder evitar los peligros del sexo, pero también la primitiva
simbolización de la ausencia que vuelve presente el deseo del Otro.
¿No será este un pensamiento loco y lleno de paradoja para un
escritor, lo de soñar solamente en vaciar el intervalo significante de sus
sobre-entendidos? Pero creo que si hay exceso aquí, es metódico y
exploratorio. Admiremos más bien el rigor de una gestión que descubre
que para sustraer lo prohibido, en el sentido de la limitación, se deberían
también evitar los “inter-dits” (entre-dichos)23 de la palabra, en los cuales,
precisamente, se insinúan los temas del sexo.
20/ W , p. 2 9 8 .
21 Ibúi. , p. 6 4 9 .
22 IbúL, p. 6 6 3 .
23 Nota del traductor: Colette Soler utiliza el término de “inter-dits” (entre-dichos) pero fonéticamente, esce
neologismo equivale a ia palabra “interdits” (prohibiciones).
Rousseau, el símbolo ?I
2 6 651 .
27 Nota del traductor: “Profesión de fe de! vicario de Saboya”.
28 Ibíd., p. 594.
modo que el mentor debe ser lavado de toda sospecha de impostura
si quiere ser el verdadero padre de Emilio.
Porque el Emilio, de hecho, es un intento - fracasado de
acceso a la paternidad. Al menos, es lo que intenté establecer en
1976, en mi tesis “Rousseauy la P edagogía”. Rousseau busca la pista
de un discurso que se auto-fundamentara. La exigencia de eso
discurso inalcanzable obliga a recurrir a la forclusión - esta vez la
que opera para el sujeto Rousseau —, puesto que la llamada a la
legitimidad se hace tanto más apremiante cuanto más se impuso el
rechazo de excepción paterna.
Rousseau no se lanzó impunemente en esta tarea imposible.
En la realidad, la pagó con el precio de las persecuciones inauditas
de las que fue víctima. Pero los efectos subjetivos no fueron menores,
si uno piensa que la publicación del Emilio fue la causa de su primer
episodio delirante caracterizado. No por casualidad y en contra de
todo realismo, era por parte de los jesuitas que esperaba la
falsificación de su profesión de fe y el ultraje a su memoria: de los
jesuitas, “los más civilizados de entre los intérpretes exclusivos de
las escrituras. No solamente porque de los dos intérpretes y de los
dos textos - el de las escrituras y el de la naturaleza —haya uno de
sobra. En efecto, la naturaleza de la cual se autoriza el mentor tendría
una voz bien débil si Rousseau no le prestara la suya. Su buen vicario
maneja el vocabulario de la fe y dice “amén” a su creador, pero su
decir es apofántico. No es el discurso de un creyente, sino el de un
maestro de la fe. Quizá sea el caso en toda profesión de fe. Es menos
intérprete que autor del texto, menos profeta que oráculo, en una
palabra: menos feligrés que fundador de la religión.
Ciertamente, Rousseau no padeció de locura mesiánica,
pero la estructura está ahí, en un decir que intenta remediar la
inconsistencia del Otro y procede al relevo de la impostura del
padre.
¿Cuál es entonces su propia versión del orden subjetivo? Tiene
nombre: la virtud; un objetivo: regular la insaciabilidad del sexo y
de la voluntad de poder; de los medios: el miedo y la idealización,
ambos específicamente adecuados para “reprender los sentidos por
medio de la imaginación”.
Anti-Sade, el mentor hace vibrar la cuerda del pavor ante las
desgracias del vicio. Quisiera incluso, llevar a Emilio al hospital de
sifilíticos, para su edificación. Pero al mismo tiempo canta la virtud
idealizada de la mujer. Para crear al hijo de la naturaleza, Rousseau
recurrió a la sustracción del sexo. Para crear al hombre social, el discurso
tiene que dominarlo. Pero si falta el modelo paterno, ¿qué queda para
suplirlo sino los ideales del Otro: abstinencia, fidelidad, etc. cuya
exaltación así como la exigencia de legitimidad crecen en la misma
proporción que la falta de ley inconsciente? Esta suerte de virtud
paradójica situada dentro los límites de la sencilla razón que Rousseau
intenta definir, vuelve a veces a recobrar los recursos del amor cortés
que se abstiene de la cosa poniéndole obstáculos.
Es curioso: cuando la mujer entra en escena, Rousseau no es
ningún novato y el artesano del discurso de la naturaleza vuelve
aparentemente al atolladero de la tradición para exaltar la abstinencia
y la monogamia. Entonces recupera los acentos de una retórica
predicadora que juega con la intimidación y los modelos ideales. Estos
van de a dos, unen los sexos—Julie y Saint-Preux, Emilio y Sofía —,las
generaciones —Emilio y el preceptor —, y asintóticamente, Dios y las
criaturas. Entre estos dos parejos, cada uno devuelve al otro la imagen
amable que garantiza su excelencia; reconocemos sin esfuerzo la pareja
del ideal del yo y del yo ideal. Se les aplican a todos las mismas
expresiones como si fuera un leitmotiv: son “corazones cariñosos y
tiernos”, “almas sin amargura”, “trasparentes como el cristal”, animadas
tanto por “la ternura del amor” como por “la indignación de la virtud”.
Además, constatamos que esta serie lexical invierte de manera
maniquea y término por término, los atributos que se aplicarán a los
perseguidores de Jean-Jacques, a los “Noirs messieurs”, (los jesuítas)
amigos de las tinieblas. Con estas parejas de ensueño, caritas anticuadas
de novelas rosa que Rousseau erotizó hasta el entusiasmo, no hay
ninguna duda de que se trate de exorcizar la cosa.
Pero estas figuras no son figuras de la sola represión, ni
mucho menos. Con ellas, Rousseau logra una operación sobre el
pHe, no solamente da forma a éste —y forma implica límite - sino
que también lo convierte en un goce del ideal. Sabemos que para
Rousseau mismo, todas estas caritas angélicales no eran flores de
Hítórica, sino que, convocadas en el escenario de su fantasma
masoquista, sostenían su goce masturbatorio. Sabemos tambi én
que gracias a su arte, supo contagiar sus placeres y que sus ficciones
no solamente han seducido, sino que han orientado la sensibilidad
y los gustos de su tiempo. Sin embargu, esta operación de
regulación y conversión no tiene resultado total: cuando el ideal
sólo cubre la forclusión, cuando no se instaura sobre la represión
de un deseo, lo que excluye tiene que volver en lo real. Y es notorio,
pues el texto de Rousseau revela estos indicios. Rousseau escribe
Los Solitarios, inmediatamente después del E m ilio, en 1762, según
parece, justo antes de su crisis persecutoria. Presenta una
problemática contundente: si se supone que la virtud tomó el relevo
de la candidez infantil en el corazón de Emilio, queda de todos
modos a merced del otro y Rousseau lo somete a la prueba crucial
de la infidelidad de la mujer y a la voluntad de poder del hombre.
Emilio, salva entonces su felicidad y su virtud por medio de una
sustitución del ideal. Los ideales de la pareja —sexual y social -
han fracasado en la operación de encubrir o convertir el goce del
Otro: entonces Emilio prefiere la auto-suficiencia.
Cuando los ideales han demostrado su impotencia para
regular los lazos sociales, Emilio descubre los recursos del repliegue
lib''tmal sobre su propio cuerpo. Rousseau, como pedagogo, quiso
dar a luz al hombre —¡habló tan a menudo de Emulo como de un
hijo suyo! - y no habría logrado otra cosa que la de crear a un
solitario y no a un hombre social. El hecho de que la educación
ideal desemboque en tal fracaso —no el de Emilio, sino el de su
inserción en el discurso - indica bastante bien el fracaso de la
suplencia que se busca en ese texto. El hijo de sus obras termina
como él, solitario, perseguido por el destino, pero feliz y libre. Así
se anticipa en diez años a la problemática y las fórmulas de las
Reflexiones1^.
Ese rasgo es un indicio de lo que el visionario no ve hasta
cuando deduce las consecuencias posibles del rechazo primordial
siguiendo la línea fuera de tiempo de la estructura. Y si dije Rousseau-
la-ficción, hay que añadir que es la lógica de los efectos de la forclusión
la que gobierna aquí su imaginario.
La cu estión d el ser
El am o d e la verd a d
Un Otro n ocivo
42 El Levita de Efraín.
43 Diálogos
por forclusión metódica: pero encuentran su lugar igualmente en el
vacío de la “ Verwerfung inaugural”. En ese mismo lugar se localiza el
registro de su ser: que son las Confesiones.
El analista de sí mismo es aquí frente a sí mismo su propia
ficción. Para nuestro placer. Pero para su desgracia, ya que esa ficción
fracasa y no logra contener la amenaza persecutoria. Sin embargo,
Rousseau tiene aún otro recurso: el del autismo culto.
La a u to su ficien cia
L etrifiicación
Nota de la traductora: esta palabra nueva suena en francés como ía “jouissance (el goce) pero para formarla,
U autora emplea dos palabras cuyo sentido en español sería: “gozo —sentido .
Pero, fuera de algunos momentos privilegiados que fija el verbo,
este Rousseau la existencia resulta menos realizado que llamado como
un querer, como una defensa frente a la posición de perseguido.
Rousseau fracasó ahí donde Joyce tuvo éxito. No elevó su
dominio de la lengua a la función de síntoma. Su arte es un arte de lo
simbólico y doblemente, porque procede por medio de lo simbólico,
y porque interroga lo simbólico. En el primer aspecto, juega con la
palabra y con los recursos de la ficción, utiliza el “goce-sentido”50
hasta producir efectos sobre la rectificación del gusto. En el segundo
aspecto, explora los efectos de lo simbólico, pero cuestionando lo
simbólico por medio de lo simbólico reproduce el rechazo forclusivo
sin adueñarse de los retornos en lo real y lejos de precaverse del
desencadenamiento, conduce a él. Eso es lo que ilustra El Emilio,
cuando pregunta: ¿Q ué es un padre? Aquí, la letra no se liberó de lo
simbólico, que por sí mismo pertenece a lo imaginario. He aquí un
último rasgo sintomático en el hecho de que Rousseau, habiendo
adquirido un nombre, reivindica inmediatamente la prelación para el
significante de su particularidad en el deseo del Otro, o sea su nom
bre Jean-Jacques, del que hace el símbolo de su ego. Entonces, era
justo decir: Rousseau, el símbolo51.
50 (Ibid).
Este texto retoma un artículo de 1988, publicado en la revista Omicar?, n° 48.
II
D O S VO CACIO N ES, D O S ESCRITURAS 1
1febrero de 1988
Rousseau se volvió escritor en un movimiento de
interlocución, para contestar a un otro. El contexto es muy inte
resante. Diderot está encarcelado en la Bastille. Rousseau —el -
tierno le hace la visita, caminando, naturalmente. Lleva bajo el
brazo el M ercure de France para leer si tiene necesidad de descan
sar. Es en ese entonces cuando encuentra la famosa propuesta de
la Academia de las Ciencias y las Letras de Dijon. Ahí anuncian
que el premio de moral, para el año 1750, “será otorgado a aquél
que haya resuelto de la mejor manera el siguiente problema: si el
restablecimiento de las Ciencias y de las Artes ha contribuido a
depurar las conductas.”
La coyuntura objetiva es muy sencilla. Sobre el eje de lo
imaginario, los dos amigos, Jean-Jacques y Diderot la víctima. Entre
los dos, el gran Otro de la ley que ha encarcelado a Diderot.
Rousseau no lo dice en ese entonces pero sabemos por otra parte
que está muy emocionado, incluso agitado, por el golpe que hiere
a Diderot, su a lter ego. Ese Otro de la ley, implícitamente presen
te, se desdobla repentinamente en Otro del saber, el cual se dirige
a los científicos para interrogar el valor de los conocimientos de la
época. En ese momento es cuando Rousseau está preso de esa con
fusión indecible que describió en varias ocasiones, en particular
en las Cartas a M alesherbes, y que varios autores, Janet por ejem
plo, han comparado a los trances de los místicos. A la pregunta
sobre el Otro del saber, el sujeto Rousseau contesta con la revela
ción íntima, o sea la presencia de una verdad sólo parcialmente
expresada en palabras - Rousseau insiste - pero una verdad im
pregnada de emoción, que vale como certeza del sujeto. Esta ver
dad, naturalmente, es el rechazo al mensaje explícito del Otro,
enteramente contestataria. Rousseau se queda en el registro de las
significaciones con las cuales nos podemos identificar, pero para
denunciar y expresar un nuevo mensaje.
Otro de la ley
Otro del saber
Amistad
Jean Jacques Diderot
La verdad emocional
Certeza del sujeto
Otro de la disertación
A íco
Stephen los compañeros
Revelación epifánica
Dos escrituras
el legislador
el educador
1Una primera versión de este texto ha sido establecido en español por Carmen Gallano, a partir de las lecciones
del 25 de enero, 8 de febrero y Io de marzo del curso de Colecte Soler, año 1998-1999>”Los poderes de lo
simbólico”.
2 Por eso, marcando la oposición, escribí: “Rousseau, el símbolo”.
literatura que se logra desvalorizar el símbolo: aquí hay una paradoja.
En efecto, toda la literatura, incluyendo hasta la más pura poesía,,
trenza el goce de la letra con el del sentido. Todas las proporciones
son posibles, pero las dos componentes están siempre presentes.
El p o d er d el eq u ívoco
^Ver sobre este punto, el artículo de Catherine Miilot, en Joyce avec Lacan» ed. Narvain, París, 1987.
Ver entre otros, De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Escritos, Ed. Sido XXI,
México. 1964. Pág. 513.
trata de técnica literaria, sin que se pueda dilucidar su carácter im
puesto. El proceso se complementa además con una irónica opera
ción de recomposición y sabemos que Joyce se divertía confundiendo
a los comentadores, reinsertando en otros extractos de sus textos, sus
fragmentos epifánicos vueltos incógnito, que había extraído antes. De
ese modo ataca la cadena del sentido, fabricando unos sin-sentidos
como colmo del sentido, a partir de las trivialidades evidentes, e in
troduciendo estos sinsentidos en otros textos de su autoría.
Para resumir, Joyce hace un uso poco habitual de la lengua. Su
manera de jugar con las palabras y las letras lleva ciertamente a la
confusión con eso, con lo cual se opera en los mecanismos del in
consciente, pero es sólo apariencia puesto que saca ese uso del domi
nio de los chistes o del lapsus. El rasgo ingenioso o juego de palabras
también es un juego con la lengua, pero llega a su final cuando hace
surgir, para nuestro placer, un pequeño efecto de sentido. El lapsus,
por su parte, se equivoca de significante pero es interpretable sólo
porque no es abierto a todo sentido, su error está al servicio de una
satisfacción precisa, B efriedigung, dice Freud, siempre limitada y pro
pia del sujeto. Joyce por su parte, lleva el juego hasta el límite donde,
si puedo decirlo, no es más que un juego, como dicen los niños. Su
escritura franquea una barrera mas allá de la cual ya no se trata más
que de la materia de una letra cuya manipulación ya no tiene los
límites de las finalidades de la “joui-sens”9 y que conserva del sentido
sólo una pulverulencia in-interpretable. Eso es lo que impactó a Jung
cuando leyó Ulises, e igualmente lo que interesa a Lacan: Joyce el in
interpretable. Es que, al fin de cuentas, el goce de Joyce el artista es
más próximo al del matemático, o del calígrafo que al del novelista,
porque el matemático como el calígrafo hacen a su manera corto cir
cuito al sentido. Por esta razón, Lacan puede decir de Joyce que
“corta la respiración del sueño”, que pone un punto final al sueño de
la literatura misma, llegada a su agotamiento, puesto que Finnegans
Wake nos despierta, dice él, del gran sueño del sentido.
’ Nota de la traductora: palabra creada por Lacan y que traducida literalmente seía: goce sentido
El malentendido entre el psicoanalista y el universitario crítico
de Joyce, se concentra en ese punto. Parece que el universitario a veces
ve sentido en todo, cuando el psicoanalista, al contrario, afirma que no
hay nada de sentido. Los dos tienen la razón, pero en perspectivas dia
metralmente opuestas. Pues el sentido que interesa al psicoanalista no
es cualquier sentido: se trata del sentido que, siendo a la vez limitado e
impulsado por el goce del locutor o el autor, permite interpretar a este.
Al contrario, cuando el sentido chispea desde la letra-materia y sus
nudos innumerables, como en Finnegans Wake, es tan pulverulento, ya
lo dije, que está por entero a cargo del lector. Este se hace intérprete,
pero por su cuenta y riesgo, puesto que él es quien es interpretado por
su propia lectura, ya que el autor no da pie. Y Joyce se divierte además
con las necesarias contribuciones del lector y las de todos los locutores
anónimos de quienes ¡sacó migajas!
Subrayemos primero que el arte de Joyce tiene algo homogéneo
con los fenómenos elementales de la psicosis. Luego vemos, y este será
mi segundo desarrollo, que existe una correlación entre la naturaleza de
su arte y la relación particular con su cuerpo, lo que destacó Lacan.
Sin cu erp o
10 Cerda.
11 Retrato de un artista adolescente.
como rasgo de psicosis, antes de Lacan? El relato nos dice que el jo
ven, azotado por sus compañeros, sintió su ira desaparecer en vez de
arder como habría sido normal para alguien que querría a su cuerpo
como a sí mismo. El narcisismo consiste en identificarse con su cuer
po, con su imagen, suficientemente como para tratarlo como a uno
mismo. Joyce da prueba aquí, vía su personaje, de un defecto en la
identificación primaria con su propio cuerpo.
Lo afirma de muchas maneras y con gran precisión. Cuando
evoca su falta de vindicta después del episodio, dice (cito):
“Todas las descripciones de amor o de odio feroz que haj^ía
encontrado en los libros le parecían de hecho desprovistas de reali
dad. Incluso esa noche, cuando volvía titubeante por la Jones s Road,
había sentido que un cierto poder lo libraba de esta ira súbitamente
tejida, con la misma facilidad con la cual un fruto se deshace de su
piel tierna y madura”12.
Otros fragmentos dan testimonio de ese mismo rasgo de eva-
nescencia de las pasiones narcisistas, indicio de cierta anomalía en la
relación con el cuerpo propio, núcleo del yo. Relatando algo total
mente contrario a una derrota, su éxito en el teatro y encuentra los
mismos términos:
“Un poder, similar al que lo había tan a menudo despojado de
su ira o de sus resentimientos, frenó sus pasos”13.
Él mismo demuestra así una suerte de deficiencia del registro
pasional, de lo que Kant llamaría el registro de lo patológico. Es nece
sario ser Lacan, por supuesto, para extraer éste rasgo por cierto muy
marcado, pero tan discretamente que en los fragmentos que se refie
ren a esta deficiencia de los sentimientos no representan más que
veinte renglones en ese enorme volumen. Sin embargo, Lacan se basa
en ello resueltamente, puesto que, dice, el abandono del cuerpo pro
pio es siempre sospechoso de psicosis.
Entonces hay dos vías de acceso al diagnóstico:
el síntoma literario y la floja relación al cuerpo propio y las
I = Imaginario
S = Simbólico
R = Real
I I d es a nu da do
El tab u rete
17Suena como "él se cree bello" (il se croit beau), pero la escritura indica otras alusiones: por ejemplo "hisse" es
"izar", subir.
18En francés, suena como "escabeau" (taburete).
ginario. Artista, es el nombre de este ^ 0-síntoma que suple al
desanudamiento primario, al abandono del cuerpo, sin pasar por la
vía de la histeria o de la feminización.
Uno se puede preguntar por los motivos que han conducido a
Lacan a hablar de ego en vez de yo. No creo que sea solamente porque
Joyce escribe en lengua inglesa, aunque este factor sea importante. Si
escoge ese término extranjero para el idioma francés, pienso que es
para darle una definición más amplia que la del yo, en la cual lo que
está en juego no es solamente la imagen sino el nombre mismo.
Joyce sustenta su ego con su arte, se hace “hijo de sus obras”,
Un hijo sin padre en cierta manera. El hecho de que este hijo necesa
rio surja bajo la pluma de Joyce es un signo que indica, según Lacan,
que el Nombre-del-padre es un incondicionado en el síntoma, y cuan
do falta, convoca sustitutos. Joyce nos muestra que hacerse guapo sin
pasar por la historieta edípica, conduce necesariamente a la proble
mática del hijo. Se hace hijo, hijo sin genealogía, podríamos decir
hijo-padre, ya que él mismo pretende sostener “el espíritu increado
de su raza”. Lacan no lo formuló así pero yo iría hasta decir que Joyce
ilustra otra solución a la de Schreber, el caso de Freud. Schreber da
testimonio del empuje-a-la-mujer como efecto de la forclusión. Joyce
ilustra algo otro: un efecto de empuje-al-hijo. Es otra versión, otro
efecto de la forclusión.
En esa óptica, podemos poner en serie todos los casos de psi
cosis en los que aparecen el tema del hijo redentor, los delirios crísticos
y todos los delirios de salvación del padre. Si hay hijos redentores, es
que hay padre que salvar. El efecto de empuje-al-hijo es para Joyce un
elemento de estabilización, o mejor, de suplencia, más aún de lo que
es el efecto de empuje-a-la-mujer para Schreber, ya que éste nunca
entró verdaderamente en el delirio. Su empuje-al-hijo tiene algo de
originalidad: se realiza sin pasar por el delirio de redención precisa
mente. Un delirio del cual Lacan, cuando interrogó a Jacques Aubert,
estaba buscando las huellas y no por casualidad. La respuesta de Aubert
no fue categórica; parece que no hay delirio de redención, sino un
hijo que, por su arte, se hace realmente padre de su raza. El artista no
es redentor, juega demasiado “perso”19para eso, como dicen ahora; su
obra de salvación se limita a él mismo, como individual.
Lacan dice textualmente: “Es el hijo necesario, aquello que no
cesa de escribirse a partir de lo que se concibe [..,]”20. Casi lo entende
mos como la creación continuada del hijo; es importante subrayar los
equívocos de la palabra “concebir”, que convoca tanto lo que concibe
el hijo como la concepción inmaculada o no del infante, ya que des
pués de todo, Joyce se auto-engendra sin recurrir a la carne. Incluso
va más allá de la inmaculada concepción, que si lo hizo sin la carne,
no lo hizo sin el padre en forma de Espíritu Santo que fecunda la
Virgen. Joyce se engendra sin recurrir ni a la carne ni al padre.
¿Por qué entonces hablar del hijo necesario? Primero porque
Joyce lo promueve, pero sobre todo porque esta referencia al hijo, y
luego, en consecuencia, a la paternidad, indica que el “sinthome” es
una estructura que tiene la misma función que el Nombre del Padre.
¿Qué significa eso? ¿Qué de por sí, la función del padre es borromeana,
o dicho de otro modo, que generalmente ella es la que hace LOM? Lo
que muestra Joyce es que un anudamiento es posible sin padre: en
gendra tanto al padre como al hijo, hijo de sí mismo, aquí hijo de sus
obras y por lo tanto vale como padre.
Así, es posible decir de Joyce “qu’hissecroiebeau mais pas de
rhistoriette”21. Creerse el guapo de la historieta, significa encontrar
su base narcisista en la relación con los deseos de los antecedentes, o
dicho de otra manera, en la genealogía. Otro hijo, Hamlet, tiene difi
cultad con la transmisión: Lacan lo pone en contrapunto con Joyce.
Joyce, en cuanto a él, no cree en l a transmisión, se acomoda con esa
ausencia. Puede “creerse”, según l a expresión común que había utili
zado-Lacar, desde sus “antecedentes” a propósito de la psicosis,
“hissecroit”22, no porque recibió las condiciones, sino porque se iza,
sOlitOi “art-gueilleusement.”23 El amor al cuerpo propio puede ser un
19Personal .
20 Jacques Lácan, "joyce, le symptome II”, Op. cit, p 34.
21 Se cree guapo pero no el guapo de la historieta.
22Ver notas 21 y 24
23Juego con las palabras "arte” y "orgullo"
defecto en él, pero el amor de sí mismo no hace falta, ego-tico, quisie
ra decir. Pienso que aquí, tendríamos ventaja en interrogarnos sobre
sus períodos de dandi, porque el dandismo consiste en “hacerse gua
po”, pero de otro modo: construyéndose un cuerpo a partir del vesti
do, de la apariencia, de la imagen fabricada, de la piel artificiosa, para
retomar su expresión, que da forma referenciada al cuerpo, sea lo que
sea, Joyce no es un santo a pesar de lo que se entiende en el “sinthome”.
Así termina la serie de todos sus atributos negativos: m mujer,
ni histérico, ni redentor, ni santo. Eso nos interesa particularmente
porque Lacan reconoció en el psicoanálisis una función homologa a
lo que fue antes la función del santo. Para Joyce, no hay ninguna
castración del taburete —que sería lo necesario para hacer un santo —
se preocupa demasiado por lo que Lacan llama la “espátula publicita
ria”, designando así la promoción de su ego. Cito: ‘Joyce no es un
santo. El goza demasiado del taburete para eso. Tiene el orgullo de su
arte, hasta morir”24. Eso es lo que quiere decir “Joyce, el síntoma”.
Designa un Joyce del goce; en cambio el santo es el deshecho del
goce, por lo menos si creemos la tesis de Televisión.
En cuanto a saber si, en el psicoanálisis actual, se llega a la
santidad, la pregunta queda abierta. No veo indicios concretos; sin
embargo, permanece un ideal, quizá un punto en el horizonte.
24Joyce n'est pas un saín. II Joyce trop de I’S.KL beau pou ea. I! a de san art, art-gueil jusquiá plus soif "cest ce
que veut dire "Joyce» le symptome".
RETRATO DEL ARTISTA CO M O ETERNO
DENIGRANTE25
” Agosto 1993.
26J. Lacan, acta del Seminario "El acto psicoanalítico", Ornicar No. 29, ed. Navarrin, p. 22
17Todas las obras citadas provienen del volumen II de ías "Lettres'\ied. Gallimard, parís,. 1973.
joyce detestó Roma inmediatamente, violentamente. Osar no
amar Roma, cuando se ha sido nutrido de cultura clásica por los je
suitas, y que el arte es su única pasión: ¡Qué insolencia! Este flechazo
al revés es un caso raro, quizá único en la literatura moderna, a excep
ción de Julien Gracq y sus Siete colinas. Si Freud admite que su amor
por Roma debería ser interpretado, lo mismo debe hacerse con el
odio de Joyce.
Nada goza de su favor. Llega a Roma el 31 de julio de 1906.
Su reacción es inmediata. Su primer mensaje, seis renglones datados
ese día, termina así: “¡El Tíbet me da miedo” (demasiado ancho)! El 2
de agosto, algunos renglones solamente, pero lo suficiente para ano
tar: “Los romanos son de una cortesía agobiante”. El 7 de agosto,
empieza el balance. Ha visto San Pedro, el Pincio, el Foro, el Coliseo,
(escribe Colissée). Bueno, “San Pedro no es mucho más grande que
San Pablo en Roma. Desde el interior, el domo no produce la misma
impresión de altura. [...] San Pedro está enterrado en el centro de la
basílica”. Esperaba “una música magnífica, pero no valió la pena”,
“los alrededores del Coliseo se parecen a un viejo cementerio [...], y
los vendedores, los guías, los jóvenes americanos importunan. Sin
embargo, reconoce que el Pincio es un magnífico jardín. Un poco
más tarde, el 25 de septiembre, escribe:
“Debo ser insensible. Ayer fui a ver el Foro (...) estaba tan
emocionado que me dormí (...) Roma evoca para mí un hombre que
se gana la vida mostrando a los turistas el cadáver de su abuela”!
Ese tono rechinante no cesará durante toda la estadía, vol
viéndose sarcasmo, y a veces diatriba injuriosa cuando ya no se trateara
más de los “monumentos estúpidos” sino de los italianos mismos.
Una apreciación del 3 de diciembre:
“He visto ahora muchos romanos (...) según pude enterarme,
su principal preocupación en la vida es el estado (según sus propias
palabras) arruinado, inflado, etc, de sus coglioni y su pasatiempo y
diversión principales, los gases que largan por el trasero”.
Siguen los calificativos: obscenos, vulgares, de mal gusto, co
munes, pueriles, sin delicadeza ni virilidad, etc. Entonces, se arre
piente “por haber sido demasiado duro” con la pobre Irlanda, tan
cándida, tan hospitalaria, tan hermosa y piensa finalmente... “que los
Irlandeses ¡son los seres más civilizados de Europa”! El 7 de diciembre
escribe: “Me horrorizo al pensar que los italianos algún día hayan
hecho algo artístico”, y añade inmediatamente, en la margen: “¿Qué
han hecho, sino ilustrar una o dos páginas del Nuevo Testamento?” Si
comparamos con el entusiasmo de Freud: le parece todo maravilloso,
hasta el ruido, la agitación y también... la fealdad de las mujeres.
Puesto que, dice en una carta del 22 de septiembre a su familia: “cosa
extraña, incluso cuando son feas, pero eso ocurre poco, las mujeres
romanas tienen sin embargo belleza”. Joyce no tardó en sentirse fu
rioso: “Estoy hasta la coronilla con Italia, el italiano y los italianos.
Ultrajantemente, ilógicamente hasta la coronilla.”
¿Ilógicamente? Quien sabe... Los afectos tienen su lógica.
De verdad, nada sale bien, en la vida de Joyce, en el momento
en que llega y permanece en Roma. Desde siempre y con una convic
ción sin medida, cree en la singularidad de su vocación de artista y
admite como única obligación aquélla que cree deber a su naturaleza
de excepción, se burla de los que imaginan que “el deber de un hom
bre consiste en pagar sus deudas” y proclama su odio a las virtudes
convencionales. Había advertido a Nora, desde el principio de sus
relaciones, que nunca la desposaría y que rechazaba con toda su alma
la idea de un hogar; entonces él, el artista de los siglos venideros, se
encuentra encargado de familia, como cagatinta en un banco, traba
jando a veces hasta doce horas al día con clases particulares, y a pesar
de esto... siempre dramáticamente corto de dinero. Y al aburrimiento
y la rutina de la vida de funcionario se añaden los desaires de sus
editores, que no le dejan, en cuanto a vida de artista, nada otro que la
precariedad y la penuria.
No pasa una sola semana sin que acose a Stanislau para que le
envíe urgentemente algún dinero, indicándole además cómo pedirlo
prestado. Hace la cuenta de las liras que le quedan, del número de
días en que se podrán alimentar, de lo que han comido y de lo que
comerán, de los últimos y de los próximos gastos, el alquiler, los ves
tidos, los remedios. Claro, hay un secreto a voces, nunca evocado en
esas cartas, pero que conoce Stanislau, agotado con este hostigamien-
to e instruido por la experiencia de Trieste: son las borracheras noctur
nas y sin fin de Joyce las que cuestan tanta plata, tanto cansancio y...
tantas recriminaciones. Nada extraño a que deba soportar, para com
pletar, las quejas de Nora, las protestas de los propietarios y a veces... su
despido. Lo que le da pie, después de pasar un domingo entero pasado
tocando en vano las puertas a fin de alojar su (santa) familia, para
compararse ¡al pobre José! Y, luego, Nora cae de nuevo encinta...
Esta vida de infierno, Joyce la expone, con un estilo preciso y
agrio, seudo-objetivo, que sorprende. Lo hace con una facilidad que
desarma; pide con naturalidad, con una notable conciencia de su buen
derecho. Escribe a Nora en agosto de 1904, antes de la salida a Irlan
da: “Las dificultades actuales de mi existencia son increíbles, pero las
desprecio.” Después de eso, las cosas han empeorado, quiero decir,
las cosas importantes para él, a saber: el destino de su arte. Sus inten
tos de publicar Dublineses han fracasado (el libro aparecerá sólo en
junio de 1914). Concibe la idea de Ulises pero no ha escrito el primer
renglón, y sus posibilidades de crear le parecen en peligro.
El año anterior, en septiembre de 1905, dos meses después del
nacimiento de Giorgio, cuando está todavía en Trieste, escribe a'
Stanislau:
El ilegib le
Música de cámara, Gente de Dublín, Stephen el héroe, Retrato del artista adolescente.
Ex sister. juego de palabra de Lacan a partir del latín “sistere”, colocado fuera de.
sentidos, de los cuales ninguno representará con más probabilidad
que otro el sujeto del texto. Abierto a todos los sentidos, ese texto se
vuelve ininterpretable, puesto que la legibilidad, por no ser nunca
unívoca, siempre supone que el sentido sea limitado.
Aquí, todos las amarras de la legibilidad están rotos. Primero,
el vector narrativo propio de la novela. Cierto, ha y nombres,
personajes, figuras, todo un ‘‘caosmos” de presencias, como dice
Humberto Eco, e incluso un pseudo-tema, The fall, la caída, pero no
hay historia en el sentido propio, tampoco el tiempo de la narración,
sino el circuito cerrado de un relato cuyo fin en suspenso vuelve a
llevar al comienzo. Riverrun, la primera palabra, no recibe artículo
sino al final, con la última palabra: the, que lo vuelve a articular en
ronda, invirtiendo la linealidad irreversible del vector del relato.
El equívoco mismo, ya lo dije, pasa la barrera del malentendido
con el cual el psicoanálisis juega en su práctica. Aquí, la pulverulencia
de una polisignificancia que nada detiene, difracta infinitamente el
cristal lingüístico y el erudito podrá hacer lo que la da la gana sin
nunca lograr ni interpretar ni contradecir un texto situado más allá
del decir. Prueba por la negativa, si me puedo expresar así: Lacan,
haciendo un esfuerzo por imitar el estilo de Joyce al principio de su
conferencia, “Joyce le symptóme I” deja escapar esa poli-significancia.
Se entiende a partir de la escritura renovada de “sinthome”: La riqueza
del juego de escritura puede evocarse y el santo y el sin del pecado, y
el Sinn del sentido, en alemán y Santo Tomás, claro, el de la S om m e33
y por qué no: del som m e 34 del cual en principio debe despertarnos
Finnegans wake y hasta el Thoms directory , el directorio de Dublín
que Joyce utilizó tantas veces, según Aubert, para escribir Ulises-, en
resumen, el equívoco permanece cautivo de la tesis a demostrar. Y
pasa lo mismo en cada caso, por ejem plo, cuando escribe:
“Hessecabeau” o “hissecroibeau”. Se reconoce ahí la h de hombre,
las s del ser, el “cas beau”35 o el “cabot”36, que se iza (se hisse), o se
33 La suma
34 Eí sueño (en francés suena como la suma pero es de género masculino).
35 Hermoso caso
36 Perro chandoso, o suboficial de bajo rango: cabo.
cree guapo y se hace guapo, etc.; el sentido converge con la tesis y no
restringe en nada la libertad joyciana37. Además, esa libertad se
centuplica por la amalgama políglota de unas sesenta y cinco lenguas
con las cuales juega el translingüismo de Joyce para producir finalmente*
un texto que subvierte el léxico, la gramática, la sintaxis y la narrativa.
El resultado es que no operan ni la metáfora, ni la metonimia y que el
texto, que no lleva mensaje, forcluye la verdad de la misma manera
como lo hace la ciencia.
Esta escritura incluso invierte la preminencia de la palabra*
poética. La poesía puede ser “el decir menos bobo”, como lo anota
Lacan, el decir que menos cae en los surcos del discurso, en el disco -
por homofonía también discurso - común y corriente, la poesía queda
en el orden del decir, es pues legible. El poeta, como el profeta, por lo
demás, produce significantes nuevos que reordenan la forma en que
se disponen los significantes. Joyce no es ni lo uno ni lo otro. Por eso,
sin duda, desde el Uíises, da en el blanco de la antipatía estructural de
la paranoia contra la esquizofrenia, lo que conmovió tanto a Jung, al
pequeño dios que queriendo ser profeta de un discurso nuevo, se
moría de la rabia al ver echar a perder los acolchados del discurso.
Joyce franqueó “la imposibilidad del discurso pulverulento 38. “Se
hizo artesano de una lengua que no figura en ningún diccionario,
que toma de todos y no dice nada. El creador de un neo-mundo
hecho de fragmentos del mundo que no es neo, de sus figuras, nom
bres, imágenes, etc. Pasó así, más allá de la poesía misma, allí donde
ya no hay nada que leer, porque ya no hay nada que decir. Accede a
un escrito sin palabra, donde queda solamente el manejo de la letra-
objeto: Joyce m uestra, se exhibe como el artesano de una
“moterialidad”39 prolífica que entrega a las elucubraciones de los
comentadores como un hueso para roer y para quienes todo el
problema consiste en saber cuál goce opaco causa al ingenioso
artificioso.
El negativismo:
El término de negativismo, a pesar de su uso en psiquiatría, me
parece estigmatizar de manera justa la posición de Joyce en el discurso.
Evoqué más arriba su rechazo a las evidencias, “el infierno de los
infiernos”, su búsqueda de un más allá epifánico que lo ubica menos
del lado de la mística que del lado de un anti-cartesianismo muy
acorde con un siglo en que el desarrollo de la ciencia llevó a cabo la
ruptura entre los saberes y las evidencias intuitivas. Es una posición,
en el sentido fuerte de esta palabra. Describe, hablando de Stephen
naturalmente, un sujeto que se posiciona fuera de influencia y sin
estados de ánimo:
“Egoístamente, había decidido que nada material [...], ningunq
de los lazos creados por la afinidad, el sentimiento o la tradición, le
impediría descifrar el enigma de su propia posición”40.
Siguen precisiones sobre su padre, nefasto y su madre, inútil.
Nada que ver con una posición de neurótico para quien, a
pesar de sus protestas o sus rebeldías, el Otro (los amigos, el padre, la
madre, la tradición) siempre es supuesto saber y supuesto ocultar la
clave y la causa del enigma del sujeto. Aquí, se trata de un sujeto
emancipado, fuera del alcance de las exhortaciones del Otro, que
rechazá con violencia la voz que manda y la norma que orienta. Las
citaciones serían numerosas:
“Poco antes, [...] había oído alrededor suyo la voz de su padre, las
voces de sus maestros que lo conminaban a ser primero que todo un
gentlem an, o que lo forzaban a ser ante todo buen compañero. Ahora
esas voces sonaban a hueco. Durante la apertura del colegio, había
oído otra voz que lo obligaba a ser fuerte, viril, sano; cuando un
movimiento de renacimiento nacional se hizo presente en el colegio,
otra voz le ordenó ser fiel a su patria, contribuir a elevar su lenguaje y
sus tradiciones decaídas. En el mundo profano, preveía que una voz
secular le ordenaría restablecer con su trabajo la condición arruinada
de su padre; mientras tanto, la voz de sus compañeros le pedía ser una
buena persona [.,.]”41.
Esta sensibilidad a la heteronimia de las voces del Otro, ese
rechazo fundamental que invierte la sumisión del débil, llega hasta el
negativismo asumido del hombre libre, “cuyo destino consiste en eludir
las órdenes sociales y religiosas ”42. Pone estas palabras en la boca de
un compañero: “Aquí tenemos, pienso yo, el único hombre [...] que
tiene un espíritu individual43. Lacan enfatiza en ese punto. En efecto,
el joven se identifica con lo individual, se erige en la excepción que
dice no a todos los significados del Otro. Tenemos que leer, en el
Retrato la inapreciable conversación con el decano —además, evocada
44 IbúL, p. 717.
Puesto que no debemos olvidar que el Retrato es la historia de una
extracción que, culminando en el exilio, inscribe la posición del sujeto
en lo real y en la lógica de su vida. Ahora bien, no se trata del exilio
transitorio de un hijo de ricos que se va con el tiquete de retorno en el
bolsillo, sino del exilio definitivo de un hijo “desposeído”, tanto
materialmente como simbólicamente.
Aquí tenemos que unir el personaje con el autor y subrayar
que, más allá de todo miedo, con la sola certeza de su destino, Joyce
mismo, por medio del exilio, dio prueba de la seriedad de su opción.
Yo podría hablar casi de un exilio inmotivado, haciendo eco a una
expresión más conocida y para subrayar que sus motivos, en la práctica,
no se fundaban en la coyuntura. Ni Dublín, ni su familia, ni sus
compañeros, rechazaban al joven. No vemos tampoco que el Arte,
incluso con mayúscula, haya exigido otro país. No es ni la necesidad,
ni la llamada de la lejanía, lo que lo llevó a decir “me voy”. Fue el
trabajo de la execración negativista que hizo pasar al acto su rechazo
de discurso. Así, Joyce se transformó en ese “desarraigado” tan
voluntario y siempre fuera de fronteras.
L a le n g u a -o b j e t o :
Ahora llego a esta pasión de lalengua, presente en todas par
tes, en la obra de Joyce y explícitamente atribuida al joven Stephen.
El gusto por las palabras, los ritmos, la palpación de la materia
lingüística, son el testimonio de que lalengua es de entrada abordada
como un objeto. Un objeto separado del decir, separado de las
funciones de comunicación, y que afecta, independientemente de lo
que el discurso transmite en materia de significación. El número de
pasajes consagrados a ese objeto es en sí mismo diciente.
Aquí tenemos un sujeto cautivado por las palabras, que reúne
su “thesaurus”, su “tesoro” —tesoro es el término utilizado por Lacan
para designar el lugar del Otro —que “se abastece de palabras”, que
pretende “liberarlas de una vez por todas” y, sobre todo, que lee los
diccionarios. Con estas obras, que precisamente no están destinadas a
ser leídas, porque no dicen nada, el joven se deleita, absorto con el
censo de las interconexiones, las derivaciones, las difracciones infinitas
del sentido. De ese modo se vuelve “poeta con premeditación”, que
quiere “explorar el lenguaje por su propia cuenta”.
A esta extraña pretensión de ser el agente de su propia lengua se
añade otra predisposición: el joven Stephen se presenta como un “sujeto
... a la escucha, “hipnotizado por la conversación más banal”. A la
escucha, no de voces alucinadas, sino de voces oídas en la realidad, y
todas, próximas o alejadas, insignificantes o convencidas, suenan a sus
oídos como separadas de su sentido y dispuestas a significar
inefablemente. Puesto que ese susurro, apenas captado, se epifaniza, se
convierte en creación. Entonces, la banalidad vuelta de repente admi
rable se metamorfosea y ¡“salva” las palabras que pedían “ser
interpretadas”! ¿No es bien singular este clamor de palabras tan vivas
por suspirar delante del intérprete?. En todo caso, la frontera con el
significante en lo real del automatismo mental es aquí muy tenue y se
relaciona solamente con la atribución subjetiva del personaje.
Estas “cualidades insólitas” —así las califica el autor mismo —
testimonian no solamente un cortocircuito de los significados del Otro,
como ya lo dije, sino también un sujeto afectado en el punto preciso
donde se anudan el significante y la significación. Aquél que escruta el
lenguaje, “no palabra por palabra, sino letra por letra”, que se repite las
expresiones hasta que pierdan su significación y se transformen para él
en “palabras admirables”, éste ¿no sería el paciente de un “desorden
provocado en la juntura del sentimiento más íntimo”45, no de la vida,
como lo dice Lacan de la psicosis, sino en la juntura del “asentimiento”
que provoca todo significante una vez percibido?46 Además, Joyce cita,
en las páginas evocadas, La gram ática d el asentimiento de Newman.
De ese modo, tanto sus pasiones como su interés, se dirigen a
las palabras más que a las personas y nada puede afectarlo más
violentamente que las palabras. “Desprecio devorante”, “cólera
inmoderada”, rabia, entusiasmo, toda esta efervescencia se dirige
curiosamente a la cosa verbal. En consecuencia, el mal uso de un término,
N om inación
«S er h o m b re es no e sta r co n fo rm e»
Así hablaba un anti-revolucionario decidido:
Fernando Pessoa, uno de los más grandes poe
tas de este siglo. Agrego un tercero a la pareja
Rousseau-Joyce en la que ya me he interesado.
1 Lo esencial de los textos accesibles, excelentemente traducidos, están disponibles en los VIII tomos publicados
por Cbristian Buorgais. Las ediciones La D ifférencc han igualmente acometido la publicación de las CEuvres
completes de Pessoa en Francés cinco volúmenes: para los textos publicados en vida del autor y quince volúmenes
previstos para las obras póstumas. {en castellano no se ha emprendido este trabajo y las obras de Pessoa están
dispersas e incompletas] La correspondencia será citada según el volumen de cartas y documentos establecidos
por José Blanco y traducido al francés bajo el titulo Pessoa en personne, Ed. de La Différence, 1986. {Las anotacio
nes del traductor serán indicadas por corchetes, no hay traducciones disponibles en castellano de algunos textos
y en otros fue difícil su localización]
Como poeta, si Pessoa no es un caso es al menos un fenóme
no. ¿Quién, fuera de él como escritor habrá dado a luz varios autores,
cada uno con su obra bien diferenciada, con su inspiración propia y
también su retrato y su biografía singular, los famosos poetas
heterónimos, compañeros y parejas del diálogo del poeta.. .Fernando
Pessoa quién, él, es además otro?
2 Blanco Pessoa enpmonne París, Ed de La Différence.. 1986. p.69 ¡Sobre este punco ver en castellano: Crespo
A Vida plural de Femando Pessoa. Ed. Seix Barra], p. 46-48)
3 Las referencias sobre este punto serian numerosas Ver principalmente la carta del 13 de Enero de 1935 a Adolfi
Cosáis Monteiro, sobre los heterónimos, op cit. p. 297 { Esta carra ha sido publicada en castellano en el texto.
Pessoa F., Sobre Literatura y Arte. Ed Alianza tres, p. 40-52 }
volviéndose el Único por su arte, se construye un ego de suplencia^
¿qué decir de la puesta en plural del yo en Pessoa? La colección de
personalidades que él invento_v a quienes trata como próximos, plan
tean frecuentemente una cuestión apremiante tanto al lector como a
los críticos.
Ahora bien, en esta constelación, además del poeta y el crítico
literario, está el político. ¡Y qué político ¡apasionadam ente
antirrevolucionario, es enemigo declarado de todosToFvalores de la
democracia moderna y ... el místico obsoleto del alma perdida de
Portugal. Ahora bien, fenómeno curioso, nadie aparentemente pien
sa hacer de Pessoa un paradigma del espíritu reaccionario. Rousseau»
la-convicción, el autor del Discurso y d el Contrato Social, permanece
en su siglo como el símbolo de los valores nuevos y el precursor del
mundo por venir. En cuanto a Joyce, a pesar de sus amores juveniles
por Irlanda, excluye todo pensamiento sobre la revolución y sus va
lores, pues su tratamiento extrañamente asemántico de la letra, anula
incluso la di-mension 4 de la ideología. El caso de Pessoa es muy
diferente. Él se mete en política y sostiene tesis bastante ofensivas, de
las que nadie sin embargo le solicita explicación. No se puede simple
mente creer que su faceta de poeta haga que se le perdone la de polí-
tico. Veo más bien u n efecto de perplejidad. Pues Pessoa, él también,
utiliza mal la semántica, aunque de una manera diferente a la de Joyce.
Ahí donde este último procede por una desecación de las significa-^
ciones, Pessoa las pulveriza. Agarrando cada una de estas facetas de la
verdad engañosa, él las anima y las exalta a su turno, pero las anula
todas yuxtaponiéndolas, Esta sincronía de aserciones diferentes, ema-
nando además de un enamorado de la lógica, a quien uno no podría
acusar de ninguna desenvoltura con respecto al razonamiento, pone
en tela de juicio la afirmación unaria de la obra y conduce inevitable
mente a interrogarse sobre lo que podría ser en este contexto la pa
sión política de Pessoa.
4 {Dit-mension- mansión o morada del dicho, como señaló Lacan dit=dicho y menson por homofonia maison}
La obra russelliana
5 (En español; Libro dtl desasosiego, Ed. Seix Barral y Editorial El Acantilado; Barcelona 2002 en su primera
publicación completa de los fragmentos al castellano}
6 Carta ajoao Gaspar Simóes del 28 de Junio 1932 «Sucede, sin embargo, que en el Libro del Desasosiego hay. mucho
que equilibrar y revisar, y honradamente calculo que hacerlo me llevará por lo menos un año» p.286 { En Sobre
Literatura y Arte. Alianza Tres, p.39 donde la carta aparece fechada del 28 de julio de 1932}
Se comprende que el encarnizamiento exegético, despliegue al
máximo sus esfuerzos alrededor de ese texto en movimiento, casi tan
to y más que alrededor de Joyce. Para el solo Libro d el desasosiego,
desde 1 9 8 2 , fecha de la primera edición, cuatro ediciones más en
portugués han aparecido, cada una proponiendo, según su interpre
tación, un nuevo ordenamiento para los fragmentos, de los cuales la
mayor parte no fueron fechados por Pessoa. Sin contar las versiones
publicadas en español, francés, italiano, alemán y aquellas que ven
drán. Lo mismo para Fausto, con toda probabilidad, las dos versiones
aparecidas hasta ahora, cada una con su orden, no serán las últimas y
que las interpretaciones se m ultip lic an, rivalizando con los
heterónimos.
Así Pessoa, después de probablemente haber, como Mallarmé,
soñado con el Libro, habría logrado dejar mas de un libro inacabado,
el libro infinitamente modificable, él mismp_ parte de una obra no
toda advenida, que deja para la posteridad la carga de continuar un
work in progress sin punto final. Como si «Fernando Pessoa» no fuera
nada más que el nombre de un conjunto sin contorno, donde los
nombres propios que engendran las obras terminadas, están cerca de
otras en una dolorosa búsqueda de bautizo, consagradas a los limbos
del inacabamiento, hasta que la posteridad tenga a bien apadrinarlas.
El b a ú l d e F em an do Pessoa
7 Lacan J., Seminario XI Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Ed. Paidos, p 31.
8 Cf con relación a este sujeto respecto ver el destacable articulo de Antonio Tabucci, intitulado "Une malleplein
de gens" Paris. Ed. Christian Bourgois, 1992 {Artículo de Antonio Tabucci “Un baúl lleno de gentes” En el libro
Un baúl Heno de gente. Escritos sobre Femando Pessoa Temas Grupo Editorial, Buenos Aires 1998> p 19-59}
9 {Carta a Adolfo Casais Monteiro. En: Sobre Literatura y Arte. Alianza Tres, Madrid, 1985 p-51}
de digitación pero que le parecen convenientes para que él así las
deje. En la realidad, Pessoa adulto no abandonará el centro de Lis
boa. En su vida, no hizo sino una sola gran ida y vuelta al Africa del
Sur. Habiendo partido a los siete años por razones familiares, vuelve
a los diecisiete años con su gran baúl, — conservémoslo en singular
— para no moverse más, prestando a Bernardo Soares, el autor
semiheterónimo del Libro d el desasosiego, un horror a los viajes reales
que parece mas bien ser el suyo 10. Él escribe sin embargo a Armando
Córtes-Rodrigues, un profesor y poeta amigo, el 19 de enero de 1915:
«Anduve de viaje algunos años recogiendo maneras de sentir. Ahora,
habiéndolo visto todo y sentido todo, tengo el deber de encerrarme
en casa, en mi espíritu y trabajar cuanto pueden y en todo lo que
pueda, para el progreso de la civilización y el ensanchamiento de la
conciencia de la humanidad», etc.11. Que no se equivoquen sin em
bargo ahí: es un «viaje inmóvil» de lo que se trata12, Ulises sedentario,
Pessoa es un nómada del sólo pensamiento, un itinerante de lo imagi
nario, el visionario de un viaje a domicilio. Él le hace decir a Bernar
do Soares: «mi ideal sería vivirlo todo en plan de novela»13, y no duda
que la imaginación palpa lo real y hasta mejor que la percepción: «Si
imagino, veo, ¿Qué más hago si viajo ?» 14 Es que la «mentalidad»
remplaza todos los continentes y los universos soñados le parecen
más reales que la realidad, para él siempre un poco fantasmática.
El baúl recogió los depósitos de esta travesía inmóvil y mental.
Pues Pessoa no tuvo aparentemente nunca la perseverancia para
publicar que animó a Joyce. En total, lo hizo bastante poco y fre
cuentemente por solicitud. Desde el punto de vista cuantitativo, ciento
treinta textos en prosa, esencialmente de crítica y de teoría literaria,
10 Cfprincipalmente los fragmentos I l l a 116 del Livre de l'intrmquilitéVo\ 1, Ed. Christian Bourgois Paris,
1988. “Ah que viajen pues aquellos que no existen! Para quien no es nada com o un rio, e l correr debe ser vida. Pero a
los que piensan y sienten a los que están despiertos; la horrorosa histeria d e los trenes, d e los automóviles d e los navios, no
les íieja dormir ni despertar, "etc {Pessoa F. , Libro d el Desasosiego Ed Seix BarraJ, Fragmentos 343 a 352 Citación
p. 280. 281}.
11 {En Sobre Literatura y Arte, Alianza Tres, Madrid, 1985, p.26}
12 La expresión da su título a una pequeña recolección de fragmentos publicado en francés por las ediciones
Rivages.
,3 Ibid., p. 202. { Pessoa F., Libro d el Desasosiego, Ed: Seix BarraJ, Fragmentos 342 p. 278}
14 Ibid. p. 203 {Pessoa F., Libro d el Desasosiego, Ed Seix BarraJ, Fragmentos 347 p- 281}
de reflexiones políticas o comerciales (!), y algunos trescientos poe
mas publicados en vida. No es nada, sin duda, pero no es más que
una cuarta parte de las Euvres com pletes previstas.
El no habría publicado realmente sinó un solo libro con su
nombre, M ensaje (M ensagem)15, aparecido en 1934 y que inspira un
extraño patriotismo místico. En una nota autobiográfica de Marzo
de 1935, entonces poco antes de su muerte, hace un balance. Ade
más de este texto, «juzga válido» en sus diversas publicaciones ocasio
nales solamente los sonetos y poemas aparecidos en inglés en 1918 y
192216. En cuanto a su «defensa en favor de la dictadura militar en
Portugal», Interregno, publicado en 1928, él dice entonces «no ocu
rrió». Su correspondencia indica desde otro punto de vista, ai menos
para lo esencial, lo que se propone publicar. Las tres cartas del 28 de
Junio de 1932 y del 25 de Febrero de 1933 a Joao Gaspar Simóes y
del 13 de Enero de 1935 a Casais Monteiro, a pesar de sus variaciones
en cuanto al orden previsto para las publicaciones, da una exposición
sumaría suficiente de sus intenciones. Es cierto que él pensó poder
publicar el Libro do desassossego, además de las recolecciones de poe
mas de él mismo y de sus tres heterónimos, Alberto Caeiro, Alvaro de
Campos y Ricardo Reis. Ahora bien, esos textos están hoy en día
disponibles17. En cuanto al resto, para los pequeños papeles del baúl,
¿se habría aplicado a él mismo un apólogo que él toma en ocasiones,
aquel de las tres cajas de Portia, de oro, de plata y de plomo, entre las
cuales la vida demandara el escoger y entonces concluye que el más
afortunado es aquel que no abre ninguna y que no se lleva «sino el
recuerdo de las cajas bien cerradas» 18 ?
Pero, ¿qué puede hacer la posteridad con un baúl, a partir del
momento que él tiene un nombre? Ella lo abre: no menos de 25426
documentos19, en esa caja de Pandora, hoy transferidas a la Biblioteca
15 {En Español Mensagem Poemas esótericos publicado por Editorial Fondo de Cultura Ecónomica y Mensaje
(Mensagem) publicado por Editorial Hiperion.)
16 {En español: Antinoo y Otros poemas ingleses publicado por Editorial cendymión; Madrid, 1995}
17Ver los tomos I a IV de las CEuvres de Fernando Pessoa publicados por Christian Bourgois {No ocurre lo mismo
en Castellano, ya que no todo ha sido traducido}
18 Ouvres comptHes Prose I, París, Ed. de la Différence 1988. p 263 {No hay traducción del texto al castellano}
19 Cifra dada por José Blanco en el prefacio del volumen de las CEuvres completes de Fernando Pessoa publicado
por las ediciones La Différence que reagrupa los textos en prosa aparecidos en vida de Pessoa
Nacional de Lisboa. Seguramente, los especialistas esperan, que al
ritmo de las publicaciones postumas de ese gran lote de fragmentos
inéditos, ellas permitirán animar una actualidad siempre renovada de
Pessoa. Pero hay ahí, me parece, alguna sobredeterminación.
22 Pessoa F., Le Livre de l'intranquilité, Vol. le op. cit., p 240 (Pessoa F., Libro del Desasosiego. Ed Síx Barra!,
Fragmento 436 p. 334}
23 Pessoa F., L ‘opinion publique CEuvres completes, op. cit., p209.{A falca de traducción al castellano de estos
textos de « La opinión pública » en castellano puede uno referirse a la parte del libro, con amplias citaciones,
intitulada Mesianismo Político, deJ libro de Joao Gaspar Simóes; Vida y Obra de Femando Pessoa Historia de una
generación, Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1987, p.441-479}
H ibid
25 IbicL, p, 219 {Ver nota 23 para texto en castellano}
* n>id. "í;
^if?fN 9tablemente p Jdéologies réactionnaires et réductionsfascistas dans lefuturismeportugais. En Cabiers^ae
avant-gardes, l*Age d’homme, Laussanne 1978, y del mismo autor Frontiéres et limites desfuturismes au Portugal et
au BrésiL Europe no 551, marzo 1975 {A este respecto en castellano, ver el excelente artículo de Javier Urdariibiá
Femando Pessoay la dictadura salazarista en Portugal. Publicado en la Revista Anthropos N°. 74-75 p. 62-71}
que para la crítica literaria corno tal, las paradojas y los excesos de
Pessoa serian espontáneamente separados por una especie de parti
ción un poco amnésica. Como si Pessoa debiera quedar fuera del
alcance de la crítica, casi intocable, tai como el invitado venido de un
otro lugar, que él dice haber sido desde siempre, desde su infancia para
sus allegados. Se inciensa al poeta, ai Maestro de la lengua y de la
sensibilidad contemporánea, el crucificado que eleva a lo trágico la ex
periencia del sujeto moderno, se le ve como el precursor, el «hombre
del futuro», se le coloca en compañía de los más grandes del comienzo
del siglo, Kafka, Joyce, Borges, Beckett, y aun muchos más, y él lo
merece, como lo percibieron muy rápidamente otros grandes, entre
ellos André Bretón y Octavio Paz. Pero en cuanto al resto, hacia sus
posiciones políticas y esotéricas, así como hacia la pregunta sobre su
sintomatología propia, se desvía la mirada. Se guarda silencio, no evo
cando sino lateralmente, a veces un poco incómodamente, sus contra
dicciones y sus exageraciones. Como si por ejemplo, su largo alegato
apasionado en pro de la dictadura militar de Portugal en 1928, O Inte
rregno28, no se le atribuyeran mas consecuencias sino las de una niñe
ría, una inadvertencia o una mistificación29, del género de aquella que
lo hizo participar en septiembre de 1930 en la desaparición organizada
de un llamado Aleister Crowley, alquimista y astrólogo inglés, que pre
tendía no ser más sino la reencarnación de la bestia del Apocalipsis, el
6 6 6 , y entonces, en buena lógica irónica, se le pierde la traza en las
rocas de La Boca do Infierno, no lejos de Lisboa, Pessoa respondiendo,
perfectamente con imagen de persona graciosa que tiene el aire de se
rio, a las preguntas de la prensa y de la policía inglesa !.
Ninguna interpretación de Pessoa puede dispensarse de opinar
sobre el estatuto de sus reflexiones políticas. Tanto mas que esos textos
son ortónimos - ellos fueron además conocidos en vida de Pessoa, antes
de lo esencial de su obra poética. No olvidemos tampoco que el único
libro que él habría publicado por su propia iniciativa y a cuenta del
autor es M essagem, poema político místico que anuncia de manera ve
30 Prado Coelho £ , «Pessoa ou le voyage h rebourse». Cancionero París, Ed. Christian Bourgois, 1988, p. 250.
il Pessoa E, «Nota autobiográfica Pessoa en pcrsonne, op cit., p. 68 (Ver Joao Gaspar Simóes; Vida y Obra de
Femando Pessoa Historia d e una generación., Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1987, p 457-458}
político, aquel que se decía también el ser «más inofensivo» del mun
do. ¿Habría todavía un lector moderno para ese nacionalismo místico,
anunciando al futuro el retorno del pasado espiritual más lejano, y. . lo
mas dudoso, si no se presintiera que el heterónimo que cruza esta obra
cambia en algo el estatuto de la enunciación?
Todo ocurre como sí, en ese gran cuerpo fragmentado como
es el texto de Pessoa, donde la erogeneidad del verbo está por todas
partes, uno retrocediera para no sacrificar ningún fragmento, re
nunciando mas bien a pedir las cuentas, ahí donde se percibe que
puede ser que hace defecto el rasgo que totaliza. Me parece que al
no poder atribuírselos en los textos, se traiciona a Pessoa, así como
uno hace a veces con una mujer, con una diva y a quien por ser
m ujer y diva, se le perdonan muchas cosas. En resumen, la
incompletud lógica se traduce a nivel de la crítica en efectos de casi
indulgencia, a menos que sea una inhibición del juicio - es al menos
la interpretación que hago del silencio critico del que se beneficia
Pessoa.
Los Pessoa
32 ^ Una vida, tantas vidas', En Un baúl lleno d e gente. Escritos sobre Femando Pessoa Temas Grupo Editorial,
Buenos Aires 1998, p.61-76}
33 {«Regreso de los Dioses» Editorial Seix Barra!};
34 {Tratado de la negación]
35 Ese fue ei caso por ejemplo de su amigo joáo Gaspar Simóes, quien se había sin duda aproximado bastante a l^s
farsas y mistificaciones de Pessoa para ver ahí otra cosa que una simulación lúdica {Joao Gaspar Simóes; Viday
Obra de Femando Pessoa Historia de una generación; Editorial Fondo de Cultura Economica, México, 1987} i?
36 Es lo Que sostiene ntincinalmenre Roherr Rrérhon. en su inrrodncrinn peñeraI al C.anc.inneirn
mente que el compromete toda ortonimia y volatiliza el decir al pun
to de no dejar subsistir bajo el nombre de Pessoa sino una dispersión
irremisible de posturas y de textos. No tendríamos que escoger entre
un Pessoa que seria alguien pero desmultiplicado y un Pessoa que no
sería nadie*persona37 a fuerza de serlo todo. Sin embargo, Pessoa
mismo nos invitaría con gusto a disolver su nombre propio en el
nombre de persona, pessoa, él, que después de haber durante mucho
tiempo firmado Pessoa, con un acento circunflejo, decide un buen
día, era en septiembre de 1 9 1 6 , suprimir el acento sobre la o de su
nombre38 lo que lo coloca a la par con el nombre común que en
portugués significa persona.
Cuando se explora la bibliografía de los estudios consagrados
a la obra de Pessoa, que hoy en día se volvió considerable, se puede
tener el sentimiento que los críticos están un poco exaltados con el
fenómeno de la heteronimia y que hay allí algo de exageración. Es
seguro, sin embargo, que no se trata de un simple artificio de escritor,
puramente formal, próxima de la práctica de los seudónimos, o in
cluso de aquella de la máscara ¿habremos repetido bastante que Pessoa
quiere decir persona que según la etimología quiere decir máscara?
Gérard Labrunie, seudónimo, no difiere de Gérard de Nerval. Abel
Marín y Juan de Mairena, ellos no son idénticos a Antonio Machado,
pero son máscaras transparentes39. Los heterónimos de Pessoa tienen
otro estatuto, No son simples procedimientos: Pessoa no es un Fregoli
de la literatura, sino al contrario el paciente de un fraccionamiento
desencadenado.
Pessoa F., leccre du 30 janvier 1935» op cic., p. 297 307. {Pessoa F >Carta a Adolfo Casais Afonteiro, En Sobrt
literatura y Arte, Ed. Alianza Tres, p 40—52}
{Entrevista a Andrea Zanzotto En Un baúl lleno d e gente. Escritos sobre Fernando Pessoa Temas Grupo Editorial,
Buenos Aires 1998, p. 159-170}
ció en mi, mi maestro. Fue esa la sensación inmediata que tuve, y
tanto fue así que, una vez escritos estos treinta y tantos poemas, in
mediatamente cogí otro papel y escribí, también de corrido, los seis
poemas que constituyen Lluvia Oblicua de Fernando Pessoa. Inme
diata y totalmente... » 43
Muchos escritores, entre otros Jean-Jacques Rousseau con su «ilu
minación» de Vincennes, pudieron describir el fenómeno de la inspira
ción creadora como un trance donde el sujeto, desasido, se encuentra
atravesado por un texto como venido de un otro lugar. Esta heterónimia
del verbo, próximo del fenómeno impuesto, manifiesta una propiedad
simbólica habitualmente enmascarada y revela según la expresión de Lacan,
un sujeto que es poema más que poeta. En la generalidad de los casos, sin
embargo, él no compromete «la atribución subjetiva» (31), y le inspira
signo. La particularidad de Pessoa reside ahí: el texto, o mas bien los
textos se le imponen con sus criaturas. En la carta citada escribe:
43Ibfd. { Pessoa F , Carta a Adolfo Cosáis Afontei ro, En Sobre Literatura y Arte, Ed. Alianza Tres, madrid, 1985, p
40—52}
44 {saudade = término que perdería su peso al traducirlo pues es un sentimiento tan portugués que quiere decir la
añoranza del pasado de las cosas buenas que el tiempo ido trajo y dejó, la última traducción del Libro del
desasosiego al castellano decidió conservar esta palabra saudade considerando que su sentido ya es captado
corrientemente }.
45 Carta citada, p 301. {p. 44 en castellano}
él crea las obras para las cuales inventa enseguida las personas. Concluyo:
ellas son todas «criaturas de la palabra» siguiendo la expresión que Lacan
emplea a propósito del Presidente Schreber. No hay ni un solo de estos
hijos de la imaginación que no nazca de un texto aparecido antes. El
escrito genera su sujeto como si éste estuviese calculado por el texto. El
Chevalier de Pas, por ejemplo, aparecido tan tempranamente en la vida
del niño Pessoa, estaba representado ante aquel por las cartas escritas de la
pluma de su destinatario. Más impactante aun: Pessoa aísla una fase en la
generación de sus criaturas, sobrevenida entonces cuando él era mayor y
que es en general poco comentada. El dice:
«No sé quién soy, qué alma tengo (...) Cuando hablo con sin
ceridad, no sé con qué sinceridad hablo. Soy variadamente otro que
un yo que no sé si existe (si es esos otros). (...) Me siento múltiple,
Soy como un cuarto con innumerables espejos fantásticos que dislo
can reflejos falsos, una única anterior realidad que no está en ninguna
y está en todos. (...) Como el panteísta se siente árbol y hasta su flor,
yo me siento varios seres. Me siento vivir vidas ajenas, en mí,
incompletamente, como si mi ser participase de todos los hombres,
incompletamente en cada {uno}, mediante una suma de no-yos sin
tetizados en un yo postizo»48.
48 Pessoa F , Una photobiographie. de Mario José Lancastre, Ed. Chrisriaa Bourgois, París, 1990. p. 112 {Pessoa
E, Sobre la heteronimia, En El Regreso de los Dioses, Ed. Seix Barra!, p. 183}
El n o-id en tifica d o
49 Pessoa R , Livre de l’intranquilité Vol II. op c it, p 64 {Pessoa F. , Libro del Desasosiego, No fue posible encontrar
el texto en castellano.}
50 Carta a Alvaro Pinto, del 30 de noviembre 1912, op cit., p 85 {La gran parte del genero epistolar de Pessoa y sus
Fragmentos autobiográficos no han sido traducidos al castellano}
5‘ Fragmentos autobiográficos, op cit,, p 78
52 Ibíd., p 76.
53 Carta áJaime Cortesáo del 22 de enero de, 1913, op. cit., p. 94.
54 Sobre este sujeto, uno se referirá útilmente al volume I de Les ceuvres completes. París., Ed. de La Différence,
1988 {A este respecto en castellano ver En Sobre Literatura y Arte, Ed. Alianza Tres, Madrid, 1985 y ver también
el A.péndice II Apuntes sobre el Sebastianismo y el Quinto Imperio, del «Regreso de los Dioses» Editorial Seix Barral,
Barcelona, 1986.}
descubre una cosa totalmente distinta de esas arenas movedizas. En
primer lugar un hombre de razonamiento, incluso él mismo lo dice,
un razonador, enamorado de la lógica y de la demostración, a veces
hasta el absurdo. Amigo de las pruebas y de los argumentos, escribe
esta frase donde él se reúne una vez más con Rousseau: « Se tiene la
costumbre de decir que contra los hechos no hay argumentosr Ahora
bien es justamente contra los hechos que hay razones para argumen
tar»55 . Una cultura amplia, una visión sintética de la historia univer
sal, un análisis minucioso del texto literario y sobretodo un tono ini
mitable. En eso, ninguna duda, incluso ningún matiz sino la aser
ción perentoria, frecuentemente oracular, la virulencia polémica, el
sarcasmo y el escalpelo de la ironía. Provocador — se ha dicho a
menudo —, este hombre no corre detrás de la verdad, él les dice sus
verdades, que es La verdad, a sus contemporáneos, a los escritores de
su tiempo, a los portugueses de hoy, que no lo son más, al Portugal de
siempre, que esta porvenir, a la Europa que no es sino el Portugal del
mañana, en resumen, al siglo y a los siglos. Panfletario inspirado y
racionalista decidido, Pessoa lo es con esmero, con aplicación, con
seriedad, estando presente siempre el sentimiento de lo que está puesto
en juego. El humor, el cual no le falta, por lo demás, siendo reserva
do para sus tribulaciones privadas.
Un ejemplo. Aquel de sus críticas literarias — pues reservo
los análisis políticos. El término nosografía que emplee, se justifica
por el modo de descomposición analítica que caracteriza una inspira
ción y por el esfuerzo para definir no simplemente los géneros litera
rios, sino los tipos de estilos según la mezcla de los componentes. De
ahí, es conducido a una aproximación que por momentos es casi nor
mativa. El vocabulario de Pessoa, a este respecto, puede parecer anti
cuado y sistemático, pero su utilización se revela frecuentemente sutil
y compleja. Sensibilidad, inteligencia y construcción son a sus ojos
los tres ingredientes de todo arte, pues opera generalmente con
tripletas, subdividiéndose ellas mismas y frecuentemente en tres.
La experiencia fu n d a m en ta l
« Tragedia Subjetiva»: tal era el subtítulo que Pessoa fijó para Faus
to. Este Fausto, por supuesto, no es un diario íntimo, pero trata de lo
íntimo, tanto como el Libro d el desasosiego, como el Cancionero, o que los
Poemas paganos de los tres grandes heterónimos. « Tragedia Subjetiva», ese
podría ser el subtítulo de todo el conjunto de la obra poética que parece
brotar en efecto de una experiencia fundamental, reiterada, que la escri
tura sublima en poesía, sin reducirla. Ella da a la obra su tema que más
que central, es único. Faz invertida del efecto de cristal desmultiplicador,
que es la heteronimia, ella se dice y se vuelve a decir hasta producir una
verdadera repetición sin cesar, que vuelve a traer de obra en obra las mis
mas expresiones, las cuales son vueltas a contextualizar de una manera
diferente, lo que constituye sin duda la debilidad mayor del conjunto.
59 Rousseau J. Les Revenes du prom eneur solitaire En CEuvres completes, París, Ed. Gallimard, 1959, 995 {Lds
ensonaaones del paseante solitario. Ediciones Cátedra. Madrid, 1986. o. 43 K
Pessoa el poeta múltiple es el paciente de una experiencia fundamental: la
del dolor y del misterio de existir, sin el auxilio de un yo constituido. Ella
aflora en enunciados reiterativos tan numerosos que no podríamos evo
carlos todos. Siempre ese «excluido de la vida» que lleva «hasta el calvario
esa cruz» que es «el simple hecho de existir»60, demanda: « ¿Quién enton
ces me salvará de existir?»61, Pues su angustia llama a una segunda muer
te: «no cesar de existir (...) sino una cosa más horrible y profunda: cesar
incluso de haber existido»62. Es de ahí que la obra centrífuga irradia,
como...«extractos de lo inexistente»63.
Este dolor de estar «solo frente al misterio de la existencia, librado al
desespero de sentirse vivir»64, nutre la obra. Esta no es 1a aserción primera
y tínica, sino la Experiencia primera, para tomar aquí de Pessoa su manía de
las mayúsculas. Ella es humus melancólico de la extraordinaria plasticidad
creadora que fue la suya y que le permitió justamente no ser un caso de
melancolía. «El sentimiento apocalíptico de la vida»65, todo el peso, todo el
dolor de este «universo real e imposible» están por todas partes en la poesía
de Pessoa. Hay el clamor en esta obra de la nausea antes de la hora, de la
derelicción heideggeriana antedatada y una angustia metafísica desbordan
te. La opresión de existir, el sentimiento de irrealidad, de «no-ser», de caos
y de vacío se declinan ahí de modos variados, mientras que al primer atisbo
de la contingencia irreductible del sin-sentido y de la vacuidad, ensambla
do como enigma, elevado al Misterio — una vez mas una mayúscula —
dan consistencia a una inquietante inminencia, como sí, siempre, «lo casi-
revelado dudará en i^acer su aparición»66.
F iccion es
MA título de ejemplo
«U )
Nada no es saber ! Todo esficción!
vive rodeado de rosas ama, bebe
Y cállate El resto no es nada (...)
62 Pessoa E, Livre de Vintranquilité, Vol II. op cíe. p. 222 {Pessoa, F., Libro del Desasosiego, Ediciones El Acantilado,
Barcelona, diciembre 2002, p.34l/
83 Citado en Fragments dun voyage Inmobile {Fragmentos de un viaje inmóvil, p.9l. I Pessoa , F., Libro del
Desasosiego, Ediciones El Acantilado, Barcelona, diciembre 2002, p. 191/
84 Pessoa F., Livre de Vintranquilité Vol II op cit., p.125 {No fue posible encontrar el texto en castellano}
85 Ibíd. p 201 { Pessoa , F., Libro del Desasosiego, Ediciones El Acantilado, Barcelona, diciembre 2002, p.311/ ’
«La m entalidad»
¿Qué le faltó por decir a aquél que quería «Decir todo sobretodo,
sin falla, sin defecto o debilidad”86?. El no pudo decir eso de lo cual él fue
exilado, encerrado como estaba en la burbuja de la mentalidad profusa,
su único recurso contra la experiencia trágica. Así la obra proliferante en
figuras y en nombres falta singularmente de carne: nada de ninguna ilc
las pasiones humanas, ni el amor ni el erotismo, ni el calor de los afectos,
tampoco las luchas, las empresas y el sudor. En cuanto a la mujer de sus
sueños es ... una imagen en la taza de té. Desde que ella hace el paso al
salir de su interioridad, la imaginación en Pessoa permanece extraña
mente cerebral: ella quiere llegar a todo pero nada es ahí de verdad, todo
es «como si», los objetos permanecen en estado de sombras. La naturale
za incluso que describe no es aquella con la cual uno se topa. Ella es luz,
reflejos, imágenes que pasan y se pierden, perseguido a veces de vagas
reminiscencias. Así Bernardo Soares se mueve en un mundo fantasma
górico de donde desprende unas bien extrañas fórmulas sobre el fin del
mundo. Ese desecho de toda intencionalidad vital, ese abandonado del
lazo social, exclama « ¿Dónde estarán los vivos?»87. «Estoy rodeado de
sombras vivientes»88 mientras que en un otro lugar él elucubra a propó
sito de sus semejantes, «estas indiferencias encarnadas» para «compren
der como otras gentes pueden existir»89 y concluye «No, los otros no
existen». La labor humana, las pasiones comunes, el fuego del erotismo
están totalmente ausentes de la obra de Pessoa y a veces mas que ausentes:
rechazados. Delante de una manifestación obrera, Soares exclama: «Tuve
súbitamente la nausea», «ellos serían reales luego increíbles”. Pues para
él un hombre siempre ha tenido « menos importancia que un árbol,
si ese árbol es bello»90 Caeiro «elguardador d e rebaños», el falso paga
86 Carta a Jaime Cortesao, op. cit., p. 94 {No hay traducción del texto al castellano}
87 Pessoa F., Livre de l’intranquillitéVdi 1, op. cit., p. 57 {Pessoa , F., Libro del Desasosiego^ Ediciones El-Acantilado»
Barcelona, diciembre 2002, p.467/
88 Ibíd. , vol. II, p. 245. {No fue posible encontrar el texto en castellano}
89 Ibíd., vol. I., p. 69. {No fue posible encontrar el texto en castellano}.
90 Ibíd., p 121 {No fue posible encontrar el texto en castellano}
no que confiesa además no tener ningunas otras ovejas sino sus pensa
mientos y que cultiva en él mismo «el egoísmo natural de las flores»,
diciendo entretanto de eso:
«no hacer a nadie ni el bien ni el mal (...) Tener los unos hacia los
otros la amabilidad de los pasajeros embarcados en un mismo viaje (...)
Tengo con respecto a todo lo que existe una ternura visual, una caricia de
la inteligencia - nada en el corazón. No tengo fé en nada, esperanza en
nada, caridad por nada»92.
«El mundo es para mi una galería de cuadros sin fin», dice Soares,
«no me recuerdo de haber amado en alguien otra cosa que el “cua
dro”»93 y « siempre experimenté vivamente los movimientos humanos
- las grandes tragedias colectivas de la historia (...)- como las bambalinas
coloreadas, desprovistas del alma de aquellos que las atraviesan »94. '■ >
91 Pobnespai'ens {Poemaspaganos}, op. cit., p.56 {Pessoa F. Poemas le Alberto Caeiro: Poemas inconjuntos. Coíecdóií
Visor de Poesía, Madrid, 1995, p. 95}
92 Pessoa F., Livre ¿U l ’i n tra n q u illitévol I, p. 123. {No fue posible encontrar el texto en castellano}.
93 Ibid., p. 145. {No fue posible encontrar el texto en castellano}.
94 Ibid., p. 121. {No fue posible encontrar el texto en castellano}
mor... loco, y del cual uno no se puede imaginar sin reírse, el efecto
producido en un lector medio. Se trata de su encuentro con un Dr.
Boro, profesor en la universidad de Tokio quien tiene tres dimensiones r
incluso una sombra, encuentro inaudito para aquel que sabe bien que el
verdadero Japón, el Japón de porcelana tiene el tacto exquisito de no
haber nunca tenido sino dos dimensiones, aquel de las tazas de té, con sus
«figuras encantadoras, eternamente sentadas cerca de las casas a su medi
da, al borde de estanques absurdos de un azul imposible... »95, etc.
Se cae de su peso que la mujer es aquí escollo. Es la gran ausente
en la vida de Fernando Pessoa — el famoso idilio con Ofelia Queiroz, tan
breve, epistolar y platónico, no le quita valor — pero se la adora, a ella
también en cuadro, quiere en ella « la lujuria japonesa de tener evidente
mente sólo dos dimensiones”96, pues «la única cosa digna de una mujer
contemporánea es este ideal de ser estampa»97. Bernardo Soares quien
«perdió el mundo»98, que pregona su «desprecio por la carne», su «asco
por el amor» y su «Horror a las mujeres reales”99, quien escribe «Glorifi
cación de las estériles»100, dice a la «Dama de los sueños»:
95 Croniques décoratives / {Crónicas decorativas} CEuvres completes, op cit., p. 157. {No existe traducción del texto
al castellano}
96 Pessoa F., Livre de rintranquillité'Vo 1II. op cit., p. 175 {Pessoa , F., Libro del Desasosiego, Ediciones El Acantilado,
Barcelona, diciembre 2002, p.467/
97 Ibid., p 177. { Pessoa , F., Libro del Desasosiego, Ediciones Ei Acantilado, Barcelona, diciembre ,2002, p.37.8/
98 Ibíd., p. 188. {No pudo encontrarse el texto en castellano }
99 Ibíd., p. 138-139 { Pessoa , F., Libro del Desasosiego, Ediciones El Acantilado, Barcelona, diciembre 2002,
p.539-540/
11)0Ibíd., p. 166. {Pessoa , F., Libro del Desasosiego, Ediciones El Acantilado, Barcelona, diciembre 2002, p.357/
101 Ibíd., p. 156-157- { Pessoa , F., Libro del Desasosiego, Ediciones El Acantilado, Barcelona, diciembre 2002,
p.358/
102 Ibíd., p. 159. { Pessoa , F., Libro del Desasosiego, Ediciones El Acantilado, Barcelona, diciembre 2002, p.433-
434/
Como se ve, la irrealidad y la desvitalización del lazo social pro
vienen del mismo punto que la profusión desenfrenada de lo imaginario,
no dejando subsistir nada aJhi del espesor de las cosas ni de los seres. Nada
más que una «mentalidad» 103 desarrumada de las pulsiones, un imagina
rio sin yo, que las potencias de la vida han desertado y que abunda en
metamorfosis de formas innombrables. La letra los eterniza, sin duda,
pero sin llegar a suturar el vacío enigmático instalado en el corazón del
ser, ni estancar la conciencia dolorosa de la existencia... insensata.
Ahora bien, la reflexión política de Pessoa no es de ese registro, lo
dije. La obra del pensador y del crítico tiene otro acuño que el del poeta,
aunque la misma no sea homogénea, sino tendida entre los dos polos de
la ironía que destruye y del mesianismo que anuncia. La dimensión
lúdica o incluso simplemente exploratoria está ahí totalmente ausente y
la cuestión que se plantea es saber por medio de que lógica este pensa
miento, que como se dice no es nunca por apariencias, se conecta al
«como si» del imaginario plural.
La iron ía.
103 Cf nota N» 1.
ha sido el más demócrata en los tiempos más aristocráticos. Se verifica
por otra parte, que él quien abogó por una dictadura, además de un
género muy especial, no la quiera entonces más cuando ella esta ahí con
Salazar, sobre quien escribió una de sus páginas más feroces104. Es que el
nervio de sus polémicas está en un otro lugar: en la posición de no-
engañado del discurso, que rechazando los semblantes y las ficciones exis
tentes, produce esa curiosa vecindad con las tesis las más reaccionarias y
con un toque incontestablemente subversivo, que va incluso bien más
allá de todo lo que pudo esperarse de la crítica social de un Jean-Jacques
Rousseau. Y si se cree que hay a veces en Pessoa la altanería aristocrática,
cosa que yo no pienso, es que él no puede reconocer sino una sola élite,
aquella de la «espiritualidad», lo que en él quiere decir aquel del espíritu
libre, que por devastadora que sea su libertad, afronta aun más el misterio
de la existencia, que él hace tabula rasa del discurso. Abogando por la
«desintegración espiritual» contra todas las credulidades, escribe:
,M Pessoa F., Fragmento no fechado, en Pessoa, U nephotobiographie {Pessoa, Unafotobíografia), op. cit. p. 269 (No
existe traducción del texto al castellano}
105Crónica de la vida que pasa, 5 de Abril de 1915, CEuvres completes, op cit., p. 165. {No existe traducción del
texto al castellano}
106 Lacan J . , .Radiophonie, En Scilicet 2/3 Paris, Ed du Seuil, 1970, p. 67. {Radiofonía Ed. Anagrama, p.29 }
107 Carta a Francisco Fernández López, op. cit., .p 91 {No existe traducción del texto al castellano}
«; Qué es sin la locura el hombre
más que un animal sano,
cadáver aplazado que procrea ?108
108 Pessoa E, Dom Sébastien, roi du Portugal, en Je ne suis pos personne, Antbologie, Ed. Christhian Bourgouis,
París, 1994, p. 129, {Pessoa F., D. Sebastián Rey de Portugal. En Poesía Completa Edición Bilingüe Tomo 1. Ed.
Libros Río Nuevo, p. 175}
109 {Pessoa, E, Mensaje (Mensagem) Hiperión, Madrid, 1997, p. 121.}
Están ahí las dos primeras estrofas del poema esotérico intitula
do El Quinto Imperio, las dos últimas estrofas basculando en otro re
gistro, después de una estrofa de transición, hela ahí:
"° {ibíd.}
«Es abismadamente curioso
Y transcendentemente negro y hondo
Ver a los seres, los entes moviéndose
Riendo (...) hablando (...)
En la luz y el calor, y en todos ellos
Un misterio que torna todo negro
Y hace a la vida horror incomprendido» 111
« El mundo visible continua girando bajo los rayos del sol. Pero
lo completamente diferente nos acecha en la sombra» 112
En junio, una larga carta a una de sus tías cuenta «el asunto
misterioso» de su muy nueva... capacidad como médium. Ella nos
permite tomar la medida de eso de lo cual Pessoa estaba asediado. No
es solamente que habiendo garabateado de manera automática la fir
ma, que él conoce bien, de uno de sus tíos abuelos, reconoce ahí una
manifestación venida del más allá, es que da testimonio de fenóme
nos, de otro modo característicos: el espejo no le devuelve más su
rostro sino una faz de hombre barbudo: de repente se siente «pertene
ciendo a otra cosa»; su brazo se emancipa en movimientos que él no
quiso, etc., tantos signos, dice él, de que el «Maestro desconocido
quiere de esta manera iniciadme». Pero el 4 de septiembre de 1916
escribe: «Me reconstruyo» aunque «las únicas noticias que puedo dar
le de mi, es que no, aunque mejor ahora. (La frase es esa incluso,
puesto que mi privilegio es de no expresarme)»124
M esianism o
m Ibíd., p. 172.
,2< Ibíd., p. 193.
125 Citado por José Blanco, op. cit. p. 511. {No existe traducción del texto al castellano}
«El Quinto Imperio. El porvenir de Portugal - que no ima
gino pero que yo sé126 (109) — ya está escrito para quien
sabe leerlo, en las predicciones de Bandarra y también en
los cuartetos de Nostradamus. Nuestro porvenir es ser todo.
¿Quién siendo portugués pueda vivir con estrechez en una
sola personalidad, una sola nación, una sola fe? (...) ¡Absor
bamos todos los dioses! Hemos conquistado la Mar, nos
queda por conquistar el Cielo, dejando laTierra a los Otros,
a los Otros de nacimiento, a los Europeos que no son Euro
peos, porque ellos no son portugueses. Ser todo, de todas
las maneras, pues ¡la verdad no es si aun falta ahí alguna
cosa! Creemos así el Paganismo Superior, el Politeísmo Su
premo! En la eterna mentira de todos los dioses, solo los
dioses todos juntos son la verdad»127.
129 Carta del 21 de noviembre de 1920, op. cít, p 218. {No existe traducción del texto al castellano}
130 Carta del 2 6 de octubre de 1930 , op cit., p. 254. {No existe traducción del texto al castellano)
131 Carta del 13 de enero de 1935, op. cit p. 299 {No existe traducción del texto al castellano}
132 ¿.'interregno op cit., p 364 {No se encontró el texto en castellano}
finalmente de retorno y que él se nombra en el presente como Fernan
do Pessoa. Tanto más cuanto que en 1934, a propósito del libro de su
amigo Augusto Ferrera Gomes, Quinto Imperio, para el que escribió el
prefacio, se dispone de uno de los fragmentos mas sugestivos citado por
José Blanco. Pessoa habiendo evocado una predicción que sitúa la fecha
de reaparición de Dom Sébastien entre 1878 y 1888, agrega:
133 Prose I, op cit, p. 525. {No existe traducción del texto al castellano}
embargo, rasgo impactante en Pessoa, ese trío de vaciamiento cit las
significaciones, de abundancia de las criaturas y del mesiar smo qui
devuelve el sin-sentido a plenitud de sentidos, no se ordena en fases
sucesivas, pero se plantea en una sincronía a-cronológica.
La verdadera pluralidad de Fernando Pessoa no es aquella d(
la heteronimia sino aquella que hace estar cerca sincrónicamente al
denigrador de la realidad, al poeta disperso en poetas y al poeta único
de la promesa esotérica, como otro tanto de eflorescencias de la per
plejidad primera, aquella que inspira el menos-uno de este trío: el
poeta de la nada y del misterio. Concluyo: la esfinge de la unidad
perdida, ella también, estando sujeta a la lógica.
Un solo p o eta
136 Ibid., p. 102. { Pessoa , F., Libro del Desasosiego, Ediciones El Acantilado, Barcelona, diciembre 2002, p.279/
137 Ibid. , p. 261. {No se encontró el texto en castellano}
138 Ibid., p. 260 {No se encontró el texto en castellano}
y de la Otra cosa, mientras que de su llamado a un futuro sublime ella
sabe tocar el punto de dolor exquisito del sujeto moderno, exilado di
toda trascendencia. Atravesada por el soplo de una exigencia que no
se resigna, de un dolor que estimula, ella cumple así... la misión. Pero
una otra, aquella del artista, tal que Pessoa la metaforizaba en el im
portante poema inglés intitulado The m adfiddler, el músico loco, en
el que la magia, reavivando las «búsquedas olvidadas», deja los trau
seúntes «De repente forzados a vivir»139.
135 Pessoa F, Je ne suis pos personne, op cit p. 233 ¡No existe traducción del texto al castellano}
CONTENIDO
I
II
III
IV