Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Cito del libro de Paul Ricoeur La memoria, la historia, el olvido, 2004: No podemos acordarnos de todo
ni contarlo todo, pues el mero hecho de elaborar una trama con distintos acontecimientos del pasado precisa una
gran selección en función de lo que se considera importante, significativo o susceptible de hacer inteligible la
progresión de la historia.
Para Halbwachs los cambios en el conocimiento del pasado corresponden a las cambiantes necesidades de
organización y a las transformaciones en la estructura de la sociedad. La realidad del pasado no está en éste,
sino que se deriva de los subsecuentes problemas y necesidades de la sociedad; de este modo, la memoria colectiva
está en constante reconstrucción der acuerdo con las necesidades del presente.
Por su parte Warburg sostenía que toda obra humana, y el arte en particular, son expresiones de la memoria
social transmitida por medio de símbolos desde tiempos ancestrales. La transmisión de motivos y creencias
primitivas continúa moldeando a las sociedades actuales. Además, consideraba a la obra de arte en el más
amplio contexto de la cultura en que se produce. Fuente: Oriester Abarca Hernández, 2009: La
producción de vehículos de memoria colectiva y su recepción como problema metodológico en el contexto de la
mundialización
Así pues, cierta narrativa / ficción, políticas y documentos oficiales y privados, además de
monumentos, obras de arte y lugares específicos (también museos), sirven como vehículos de
la memoria y se utilizan para la memoria oficial y la memoria pública.
Varias obras de la narrativa colombiana de las violencias y de las memorias contribuyen a esa
memoria colectiva y entiendo aquí por memorias la amplia gama de sus muchas definiciones y
clasificaciones. Este campo de las memorias requiere aún de mucho trabajo futuro para
entender e interpretar mejor la narrativa colombiana y su interacción con las diversas
memorias.
En Colombia, después de la Ley 975 de 2005 (Ley de Justicia y Paz) el Gobierno nacional creó la
Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR), la cual incluye dentro del derecho de reparación la
preservación de la memoria histórica: «Se entiende por reparación simbólica toda prestación realizada a favor de
las víctimas o de la comunidad en general que tienda a asegurar la preservación de la memoria histórica, la no
repetición de los hechos victimizantes, la aceptación pública de los hechos, el perdón público y el restablecimiento
de la dignidad de las víctimas. (Art. 8, Ley 975 de 2005)».
La CNRR creó para este efecto el Centro Nacional de Memoria Histórica. El CNMH realiza
investigaciones en las siguientes líneas: memorias regionales, memorias por modalidad de violencia y actor
armado, memorias de factores dinamizadores del conflicto armado, memorias por sector victimizado, además de
documentos conceptuales y metodológicos. Hasta el momento esta dirección ha preparado, desarrollado y
publicado alrededor de 50 documentos e informes de investigación, los cuales han sido entregados a
organizaciones sociales, bibliotecas, académicos, estudiantes y a la sociedad en general. Todas estas
publicaciones son de acceso público y están disponibles en la página web del CNMH . Fuente Wikipedia
• Reindert Dhondt, 2020, citado en «Cómo coleccionar el pasado: posmemoria y coleccionismo de Migas
de pan de Azriel Bibliowicz», artículo aparecido en la revista Confluencia, 2020, nos dice: Previamente
se concebía la memoria como algo inamovible, depositado en monumentos históricos y lugares geográficos que
fortalecen un sentido de comunidad nacional (la memoria territorializada e institucionalizada de los lieux de
mémoire de Pierre Nora, que están expuestos a intereses políticos), mientras que hoy en día la memoria se
considera cada vez más fluida e itinerante, como una dinámica que establece conexiones con memorias de otras
latitudes y épocas (la memoria rizomática de los nœuds de mémoire de Michael Rothberg).
• Azriel Bibliowicz escribe en su libro Migas de pan sobre la memoria: Escribo para los hijos y nietos
de las generaciones venideras que sin saberlo tienen como responsabilidad despertar y circular la memoria para
incorporarnos, así como nosotros lo hacemos con los que ya no nos acompañan. Los que viven en uno y má sallá
de uno.
• Tomás González, 2011 en su publicación titulada La espinosa belleza del mundo aparecida en la
revista chilena Dossier número 17, reflexiona sobre la memoria y el olvido: Este es el tema más
vasto que puede tocarse en cualquier conversación. La vida y la muerte, es otra manera de plantearlo, o el ser y
la nada. Estan vasto que aquí no somos nosotros en realidad quienes nos ocupamos de él sino más bien el tema
es el que se ocupa de nosotros y de nuestra mesa: primero nos vamos de aquí todos y poco a poco somos
olvidados, antes que agotarse. Habría dos maneras de entendérselas con el asunto de la memoria y el olvido:
libros gruesos donde se narren de manera sistemática hechos históricos impersonales, o narraciones en las que
haya personajes que simplemente vivan sus memorias y sus olvidos. Hablar de ellos separándolos de la manera
como los individuos los viven es como consumir azúcar sola, o sal sola, y a mi modo de ver nos aleja aún más de
lo que está tratando de recordarse. Dicho lo anterior, pienso que el olvido en literatura es parecido al espacio
vacío en el dibujo. Es la nada, pero no la nada original sino la que se va adueñando de todo durante la
aparición y desaparición de las cosas o de los hechos. En el principio había una nada pura; después aparecieron
las cosas y con ellas el olvido de las cosas. Lo que existe se dibuja contra el telón de fondo de lo que dejó de
existir; lo que ocurre se dibuja contra el telón de fondo del olvido. Lo que ocurre y el olvido de lo que va
ocurriendo son simultáneos. Pero no podemos siempre superar el caos o vencer a la muerte. A veces no logramos
encontrar belleza alguna en lo que ocurre y la muerte nos desborda. Hay hechos tan horrendos que nos dejan
mudos.
• Martha Cecilia Herrera y Vladimir Olaya, 2019, en su artículo «Violencia política y relatos desde
la dimensión subjetiva» plantean que: En Colombia se afirma que es tiempo de memoria para aludir al
posicionamiento en la agenda pública de los asuntos de violencia política acaecidos en nuestra historia reciente.
El trabajo con registros biográficos desde una perspectiva histórica adquiere relevancia en la coyuntura actual de
Colombia, en la que las políticas públicas han situado a la víctima en el centro de las preocupaciones y se
interesan por comprender sus puntos de vista en torno al conflicto colombiano, no sólo para dar cabida desde el
punto de vista humanitario a sus sentires, preocupaciones y expectativas en el marco de una sociedad
posconflicto, sino también para tener un panorama más amplio en torno a los sucesos de la guerra que marcaron
con su dinámica, tanto a los sujetos como a los entornos sociales en los que transcurrían sus interacciones. Todo
ello permite como sociedad, no solo conocer desde el punto de vista de los sujetos los fenómenos transcurridos, sino
que, al mismo tiempo, estos sirven como soportes para tomar posiciones éticas sobre lo acontecido.
• En una entrevista con la revista SEMANA dice Ricardo Silva Romero, 2020: Yo creo que aquí
es posible llegar a un punto en común que es muy básico, pero al que no hemos podido llegar: reconocer el horror
de la violencia, venga de donde venga y se cometa contra quien se cometa. Eso es una cuestión en la que
tendríamos que estar de acuerdo y para eso se escribe Río muerto y por eso tiene esa nota inicial. Haya uno
votado Sí o No, [en el último plebiscito en Colombia] se sienta cercano a la izquierda o a la derecha, o sea
progresista, verde o de cualquier tendencia, uno se puede poner de acuerdo en que alguien a quien le asesinan a su
padre es una víctima y que lo sucedido es una infamia. Ese tiene que ser nuestro punto en común: que ninguna
violencia tiene justificación, que la violencia política es un contrasentido. Tenemos que llegar a esa idea de que
podemos odiarnos sin matarnos y que podemos odiarnos sin justificar que maten a quien odiamos o a quien no
entendemos. Ese me parece que es el sentido del ejercicio de la memoria: el de ponernos de acuerdo en lo mínimo,
y para ello no hay terreno más fértil que el de la ficción.
• Ver el video «Conversación sobre el derribo de la estatua de Sebastián de Belalcázar en Popayán» con
Elder Tobar y Mariana Garrido, 2020. El 16 de septiembre de 2020 indígenas de la comunidad Misak
derribaron la estatua de Sebastián de Belalcázar que desde la década de 1930 está en la cima del Morro de
Tulcán en Popayán, Cauca. Elder Tobar, de la Maestría en Humanidades Digitales y Mariana Garrido, de la
Maestría en Historia del Arte de la U. de los Andes analizaron este acto de protesta y opinan que es necesario
que la sociedad y las entidades gubernamentales se valgan de coyunturas como esta para reconstruir los discursos
de la memoria y del espacio con una mirada más diversa.
• Si habitáramos nuestra memoria, no tendríamos necesidad de consagrarle lugares, nos dice Pierre Nora en
Lugares de memoria, 1984
• Toda pasión limita con el caos, pero la del coleccionista limita con el caos de la memoria, dice Walter
Benjamin en «Desempacando mi biblioteca», Iluminaciones.
Tomé arbitrariamente la fecha de 1939 en este artículo como punto de partida para la
agrupación y construcción del mapa cronológico de la novela colombiana de las violencias y
de las memorias que presento en el próximo número de esta misma revista.
Entiendo aquí por «las violencias» las contenidas en la siguiente enumeración, sin ser esta
exhaustiva: la violencia política, la bipartidista, la de las víctimas, la producida por la
desigualitaria tenencia de la tierra, la debida a la poca implementación de los derechos de los
campesinos, afro colombianos e indígenas, las producidas por las guerrillas, el
paramilitarismo, el militarismo, la del silenciamiento del otro (según Óscar Osorio la
descalificación del otro es la que define una de las causas fundamentales del conflicto armado en Colombia ya
que en este país, desde tiempos inmemoriales, las vías de hecho y la crueldad son el corolario lógico de prácticas
de interrelación que no pasan por la razón, el diálogo, la negociación, el reconocimiento del otro. La intolerancia,
la incapacidad de vivir la diferencia,que nos ha conducido a esta práctica de silenciamiento del otro), la del
narcotráfico, del sicariato, de las bandas criminales, de las disidencias de las FARC, la
producida por el vacío que dejaron las FARC en zonas de su control, por ejemplo en parques
nacionales como el parque estrella de Chiribiquete (el de la maloka cósmica de los hombres
jaguar) –donde están siendo reemplazadas por otros protagonistas más mercantilistas y menos
sostenibles–. También son violencias sus efectos colaterales, tales como los secuestros, las
desapariciones forzadas, la impunidad, la corrupción, los desplazamientos, las migraciones
dentro y fuera del país, la de la rápida y violenta urbanización de las ciudades colombianas, la
de minas antipersonales, la de fumigaciones con glifosato, la de la presencia en el país de los
carteles de la droga de México, la de la eliminación sistemática de líderes políticos, sociales,
obreros, campesinos e indígenas, y sin olvidar la existente y generada por el ELN aun en
tiempos de pandemia provocada por el virus SARS CoV-2...
Sugiero cotejar mejor las clasificaciones existentes de novela histórica y novela de terruño o
indigenista desde la perspectiva de las violencias colombianas y las memorias para proponer
una periodización literaria más amplia.
Un trabajo futuro sería el de incluir en un mapa más completo de las violencias y de las
memorias en la narrativa colombiana a los autores relativamente recientes que escriben de las
violencias en la época de nuestros aborígenes, la violencia de las épocas de la
Muchos de estos libros han sido clasificados como novela histórica, aunque creo que pueden
agruparse en la narrativa de las violencias y las memorias. Pienso en libros del escritor editor
José Eustasio Rivera, de William Ospina, de Pablo Montoya, de Burgos Cantor, entre muchos
otros.
Aún se requieren más trabajos salidos de la academia que cotejen mejor en el futuro las
novelas históricas con las violencias y las memorias. Los refiero aquí a apartes del artículo
aparecido en la Revista Literatura: teoría, historia, crítica de Lina Cuellar Wills, 2012 de la
Universidad de los Andes titulado: Montoya, Pablo. 2009. Novela histórica en Colombia. 1988-2008.
Entre la pompa y el fracaso.
Este es el trabajo que Montoya (Barrancabermeja, 1963) se propone hacer en Novela histórica en Colombia:
leer novelas históricas publicadas entre 1988 y 2008 y hacer un análisis de su calidad literaria. Para tal fin,
divide su trabajo en cinco partes: El caso Bolívar, Otras guerras y otros próceres, Apología y
rechazo de la Conquista, Estremecimientos de la Colonia y Herencias del Modernismo.
La narrativa del narcotráfico, por ejemplo, está descartada por no considerársele aún con la distancia temporal
suficiente y porque hay otras obras que la superan en profundidad estética. Este criterio, sin embargo, despierta
dudas pues un libro que se titule Novela histórica en Colombia está abarcando un espectro amplio, cuyo
objetivo no será hablar sólo de la buena novela histórica colombiana. ¿Que hay otras novelas que superan
estéticamente a otras? Sin duda, y eso lo pretende demostrar Montoya con sus análisis al hablar de Ursúa de
William Ospina o Le conviene a los felices permanecer en casa de Andrés Hoyos.
Sin embargo el hecho de seleccionar períodos históricos de gran envergadura como el Descubrimiento y la
Conquista, la época de la Independencia, la Colonia y el Modernismo nos remonta a una visión estática de la
periodización de la historia, en la que no clasifican eventos que también han sido sobremanera influyentes en la
concepción presente del pasado: El Bogotazo y la época de la Violencia, que son las raíces del conflicto armado
actual, quedan silenciados en el recorrido crítico de Montoya sin dejar las razones claras, dado que la distancia
temporal ya no es un argumento que aplique. Aún más, tras el boom de novelas sobre este período que se dio a
partir de 1950 y hasta finales de los setenta, sería interesante conocer cuáles son las nuevas interpretaciones
sobre lo que ocurrió luego del asesinato de Gaitán o, en su defecto, cuáles son los rezagos de la novela de la
Violencia.
¿Debe remitirse la novela histórica a amplios períodos, a próceres o a tradiciones artísticas de largo alcance?
Según la propuesta de Montoya habrá que responder afirmativamente a esta pregunta, aunque el vacío que se
encuentra en su trabajo en este aspecto, es una excelente oportunidad para pensar en una detenida discusión sobre
si la historia de la literatura puede romper con esos esquemas y crear nuevos períodos y tradiciones (algo que ya
se ha visto, por cierto, en estudios como Literary Cultures of Latin America coordinado por Mario Valdés
y Dejelal Kadir).
La Novela histórica en Colombia 1988–2008 es una excelente oportunidad para reflexionar sobre la tarea del
historiador de la literatura y de la cultura, sobre sus nuevos retos a la luz de los cambios en las ciencias
humanas y sociales de los últimos veinteañosysobrelafunciónsocialde las disciplinas de la historia y de la crítica
literaria en un ámbito no especializado y dirigido a un público ávido de lectura. Valga la pena señalar que sería
interesante ver más trabajos como este salidos de las aulas universitarias.
En este contexto quiero mencionar aquí la lista de las obras históricas rastreadas y recopiladas
que se encuentra en la tabla 1 del artículo de José Eduardo Rueda Enciso, 2016: Balance
historiográfico de la novela histórica en Colombia. Una aproximación al ámbito regional y que también
habría que adicionar a estas más de cien novelas históricas a las seleccionadas por Pablo
Montoya y cotejarlas con las violencias y las memorias.
«Compuesta de tres retratos de sendos artistas victimizados por las monarquías católicas en el convulsionado
siglo XVI, la novela histórica, Tríptico de la infamia (2015) puede leerse como una transposición ecfrástica
[representación verbal de una representación visual] de la iconografía en torno a la leyenda negra [movimiento
propagandístico antiespañol promovido por escritores ingleses, holandeses y de otras nacionalidades durante el
siglo XVI, cuyo objeto era reducir el prestigio e influencia del Imperio español en su Siglo de Oro]. El tríptico
narrativo de Montoya no se limita a desplegar y descodificar un corpus visual centrado en las atrocidades
ocurridas en el contextodelaspugnasreligiosasenel Viejo Mundo y los horrores de la empresa colonizadora en el
Nuevo Mundo, sino que reescribe la historia a través de un lenguaje visual. La recreación imaginativa de la vida
de los artistas a partir de sus crónicas pictóricas propulsa una escritura del pasado en la que el diálogo entre
literatura, pintura e imágenes archivadas en la memoria colectiva lleva a una interpretación actualizante y
revisionista del pasado.
Aunque la novela indaga en el imaginario europeo del siglo XVI, es llamativo que en sus discursos de aceptación
del premio Rómulo Gallegos (2015) y del premio Donoso (2016), que le fueron otorgados ambos por Tríptico
de la infamia, Montoya destaque la violencia en su país, trazando indirectamente un paralelo con el siglo
vandálico y extremista del siglo XVI y la Colombia actual».