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Escena 1: (El general está sentado frente a una mesa que tiene libros, papeles, tinta y una
pluma. Entra Soldado 1).
Soldado 1: ¡General, lo saludo! (Hace una reverencia). He venido ante usted a implorar por
la presencia del rey. Quisiera presentar mis respetos.
Soldado: Si, General. Así será. ¡Larga vida al reino de los Álamos!
(Soldado se retira)
Escena 2: (El rey está en bata arrodillado frente a una estatua, rezando).
Rey: Si, soy yo de nuevo. Estoy otra vez acá, de rodillas. (Hay unos segundos de silencio.
El rey se toca la frente con la mano). Cierro los ojos y la veo. La veo durante las noches,
durante las mañanas… no sé qué hacer… no sé. Si es esta una prueba de fe, entonces estoy
condenado. Maldigo tu mano y tu destino, que me lo han quitado todo. ¡Todo! porque ya
nada queda más que dolor y furia. Furia contra vos y los dioses verdugos. Conquisté a tu
nombre, procuré ser un hombre justo, recto. Respeté mis votos. Honré el nombre de mi
padre y la memoria de mi madre. Y lo único que obtuve fue perder a la mujer que amo y a
mi heredero no nacido, la sangre de mi sangre.
(Entra el General. El rey, al verlo, se pasa la mano por sus ojos y se pone de pie).
Rey: Te conozco desde los seis años, y nuca había visto que te molestaras en respetar el
saludo protocolar.
General: Nuestro Rey merece todo nuestro apoyo en este momento de dolor. Eso implica
respetar hasta el más pequeño de los protocolos para hacer su vida más fácil, entre ellos el
protocolo de la reverencia.
Rey: ¿y qué hay del otro protocolo? Irrumpir en el templo sin mi permiso y verme de
rodillas. Podría mandarte a ejecutar si quisiera.
General: Su padre me enseñó muchas cosas, está visto. Pero no gobierna quien tiene la
espada, sino quien tiene la pluma. Quien tiene la espada solo sigue las órdenes de quien
firma con la pluma. Eso también me lo enseñó él.
Rey: Te estoy cediendo la pluma. Ahora es tu obligación defender los asuntos de orden
internos y externos del reino. Así será hasta que yo abandone el templo.