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Ricardo Jiménez A.

Este libro pasa revista esencial a las


ideas y acciones de algunos/as de
los/as principales Libertadores y
Libertadoras de la primera indepen-
dencia latinoamericana y caribeña,
en tanto hijos/as de las tormentas
perfectas populares de las que
cumplieron la función de liderazgo,

MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA


representación y símbolo.
Para rescatar las espadas de su conte-
MANUAL DE HISTORIA MILITANTE
nido revolucionario y militante, de
SOBRE LA PRIMERA INDEPENDENCIA
debajo de los escombros de las malin-
LATINOAMERICANA Y CARIBEÑA
terpretaciones, errores y calumnias
con que se les ha pretendido vaciar de
vigencia, con el fin de desligarles de las
luchas del presente, que, como ellos/
Ricardo Jiménez A. es sociólogo,
comunicador, educador y facilitador
as mismos/as profetizaron, son conti-
chileno, residente en Perú. Con
nuidad plena de sus mismas luchas.
experiencias de militancia política y
Como una modesta contribución para educación popular en Chile, Venezuela
devolver su legado a sus auténticos y Perú. Es miembro de la Articulación
dueños, los pueblos de los cuales han Continental de Movimientos Sociales
surgido y a los que se consagraron. Si hacia el Alba – Alba Movimientos.
estas páginas alcanzan manos y cora- También de la Asamblea Internacional
zones ávidos de culminar la tarea que de los Pueblos – AIP.
ellos/as comenzaron, habrán alcan-
zado su destino.

Ricardo Jiménez A.
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA
Manual de historia militante sobre la
Primera Independencia Latinoamericana y Caribeña
Memorias Secretas
de la Independencia
Manual de historia militante sobre la
Primera Independencia Latinoamericana y Caribeña

Ricardo Jiménez A.
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA.
MANUAL DE HISTORIA MILITANTE SOBRE LA PRIMERA
INDEPENDENCIA LATINOAMERICANA Y CARIBEÑA

Ricardo Jiménez A.

1° edición virtual, 2022.

© Ricardo Jiménez A., 2022


ricardojimenez006@gmail.com

EDITOR
Ricardo Jiménez A.

DISEÑO Y PORTADA
Mario Rivas f Tejón Gráfico

Hecho el Depósito legal en


Registro N°

Este libro no podrá ser reproducido total ni


parcialmente sin el previo permiso escrito del editor.
Todos los derechos reservados.

Ricardo Jiménez A. es sociólogo, comunicador, educador y facilitador chileno, residente en


Perú. Con experiencias de militancia política y educación popular en Chile, Venezuela y Perú.
Es miembro de la Articulación Continental de Movimientos Sociales hacia el Alba – Alba
Movimientos. También de la Asamblea Internacional de los Pueblos – AIP.
A Martín y a Antu, secretos de luz, que curvan mi
espacio tiempo a su alrededor.

A Jaimito y Orielita, mis queridos ángeles en el camino.


“Y entre los libros de la buena memoria,
se queda oyendo como un ciego frente al mar”
Luis Alberto Spinetta

“Ir lejos es regresar a la raíz”


Lao Tse
Contenido
I Sin memoria, no hay patria 11
La memoria 12
Grande 15
La Primera 16
Utopía y Buen Vivir 17
Lo nuevo 21
Los caminos 24
Los/as Libertadores/as 26
Rescatar espadas de los escombros 30

II Un nombre lleno de otros nombres 35


La tensión entre Igualdad y Diferencia 36
El carácter complejo de los nombres 38
Al principio 38
Las Indias 40
América 41
América para los americanos 42
Colombia 44
América Latina 47
Hispanoamérica 52
Suramérica 53
Otros nombres 56

III El Amaru Katari 65


El regreso 66
La tormenta perfecta 68
Quipac haychacta hayllini 70
Los errores 73
El Programa 77
El abrazo a los/as Libertadores/as 78
Vive, vuelve 81

IV Juan Viscardo 84
Las dos iglesias 84
Los Jesuitas 88
La Carta 91

V El Precursor 93
La masonería 99
La ruptura con Bolívar 103

VI Compañeras 107
Legado ancestral 108
La igualdad 108
Libertadoras 109
La lucha permanente 111
El desafío 112

VII Simón Rodríguez 114


Los amautas 119

VIII El vidente primero 121


Unidad, antimperialismo, igualdad 123
Las incomprensiones 126
La primera batalla perdida 128

IX Centinela de su vida 131


¿Agente inglés? 133
Continuidad de proyecto 135
La revolución suramericana 135
El empate 138
“Los hermanos” 138
Ejército y matemáticas 139

X La zamba, el indio y el huacho 145


La importancia del color de piel 146
Cruce de historia y biografía: la forja de los/as libertadores/as 148

XI Compañeros: San Martín, Bolívar y el primer tratado de unión continental 152


Coincidencias biográficas, unidad de proyecto 152
La Convergencia 154
Guayaquil 154
El Tratado 157

XII Manuela Sáenz 162


Una carta de Manuela 164

XIII Sucre, merecer la espada 168


Combatiente 168
La moral revolucionaria 168
Intelectual orgánico 169
Continentalista 169
La justicia 170

XIV José Artigas 172


Radical 173

XV “Que esas costumbres se descolonicen”: Faustino Sánchez Carrión 175


El debate República Monarquía 175
Tribuno, ministro 181
La unidad suramericana 182
La pluma 184

XVI Marxismo y Bolivarianismo: desencuentro y convergencia 186


Un desencuentro 186
Los desarrollos 191
Mariátegui 193
El problema del indio 197
La convergencia 199

XVII Bolívar tiene que hacer todavía 202


Paraguay: la última gran luz 203
El “bolivarianismo” falso 206
Antiimperialismo propio 207
Martí 210
Patria 211
Dique antiimperialista 214
Bolivarianos 215
Siglo XXI 222
La herejía permanente 222
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

I
Sin memoria, no hay patria

Más que “un planeta”, habitamos “una redondeta”, que flota y gira en el cosmos, y cual-
quier punto puede ser el centro; pero los geógrafos de las potencias expansionistas europeas
mintieron en los mapas, trazaron un mundo plano a su medida y se adjudicaron posición domi-
nante en el norte, arriba y al centro, los mapas que miramos en las escuelas, y los mentales en
que vivimos. Por eso miramos y decimos desde el Sur y desde abajo. El lugar en que fuimos
inventados/as y descubiertos/as, destruidos/as y reconstruidos/as, al menos en parte. Desde
donde vimos armar el mundo y su orden, requerimientos, polémicas de Valladolid y tratados
de Tordesillas, patios traseros, periferias y dependencias, garrotes y zanahorias, cumbres
de Postdam y Yalta, consensos de Washington; bloqueos criminales, agresiones cobardes e
industrias globales de la mentira; el orden construido sin nosotros/as y contra nosotros/as;
el orden que todavía habitamos, aunque nos es ajeno. El des-orden que resistimos y hemos
de romper.
Ponemos sobre el mantel, al lado del pan, nuestras memorias, los presentes permanentes
y el destino que ha de realizarse. Nuestras partes repartidas, las fronteras que nos cayeron
de pronto encima, las que exigen pasaportes y las que dividen las mentes y corazones. Los
privilegios siempre mentidos y siempre dolientes; la soberanía rota, como rota la fraternidad
entre nuestros pueblos y rota también la sagrada armonía con la Pachamama, amorosa madre
tierra, agrietada por campos minados de la ambición, herida su mano en el alambre de púas
de los crímenes históricos pendientes.
Hablamos desde abajo y desde dentro, de la profunda memoria, que, resistiendo contra todo
y contra todos, trae también la compleja unidad de lo diverso, la anhelada armonía simple
de la justicia, la danza casi cósmica de lo plural que es riqueza, crecimiento, ampliación de la
libertad. La fuerza de la vida, la florcita que crece en cualquier grieta de cemento, inesperada,
irrefrenable. La unancha, símbolo de milenarias significaciones místicas y armónicas; telar
donde tejemos y somos tejidos, horizonte permanente, trenzado pacientemente, con manos
y piernas de pueblos, con los sagrados alimentos, la hoja de coca, hoja de vida, con piedra,
agua y tierra; colgando de picos andinos y selvas siderales, conectando seres y hábitats; hilva-
nando el campo y la ciudad con el futuro necesario, deseable y posible, en el que estamos
empeñados/as.
El tesoro de la solidaridad, cosechado en los campos, martillado en los desiertos y las fábricas;
en levantamientos populares, trágicos y luminosos; en la fraterna fiesta celebratoria; en los/

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Ricardo Jiménez A.

as militantes que arañan la capa dura de los días, para desenterrar tácticas y estrategias; y que
caen en combate, como niños/as que se duermen acurrucados/as en la placenta de la noche;
amamantados/as en las serpientes de los ríos, que se van pasando aguas y nombres hasta
dibujar el rostro de un pueblo continente.

La memoria
En términos estrictos, no existe nada parecido a “lo que realmente ocurrió” en la historia. Son
muchas las dificultades objetivas para acceder a eso, al menos hasta que se pueda viajar atrás
en el tiempo. Más difícil aún mientras más distancia en tiempo y cultura tenemos con la época
a la que queremos acceder. Una época es un mundo diferente del de otra época, y como tal otro
mundo, es en principio inaccesible directamente desde la actualidad.
Cuando vamos muy atrás en la historia, somos, para usar una metáfora, como “extraterrestres”
que visitamos otro planeta, mirando todo con los lentes de nuestro planeta, que es el presente,
nuestra cultura de hoy, sin entender mucho o muy poco de lo que miramos, cayendo fácilmente
en prejuicios, malentendidos y tergiversaciones, de las que ni siquiera somos conscientes.
La tendencia natural es poner nuestras pasiones, preocupaciones y conceptos, propios de este
tiempo, en aquel otro diferente, el del pasado al que miramos. Llenamos fácil y erradamente
con estas “naturalidades” no reflexionadas de nuestra cultura y sociedad los vacíos, por lo
general enormes, de conocimiento serio e informado de las múltiples y complejas dimen-
siones de esa realidad histórica lejana y diferente a la que miramos.
Súmese a ello, y lo intensifica, el simplismo y la baja calidad de un sistema educativo y cultural
que por lo general no sólo no se hace cargo del esfuerzo adicional que necesariamente impon-
dría la superación de esas dificultades para conocer con seriedad la historia, sino que, por el
contrario, se regodea en la superficialidad, la falta de análisis y la funcionalidad a un discurso
oficial destinado a formar habitantes dóciles y manipulables bajo consignas insulsas de patrio-
terismo sin sustancia, despolitizado o bajo la égida de los discursos dominantes, convertidos
precisamente en sentido común.
Como desarrollaremos un poco más en estas páginas, existe una disputa tan objetiva como
intensa para conocer e interpretar la historia, en este caso la referida a la memoria de la
primera independencia continental. Innumerables e incesantes ríos de tinta y de encono se
han gastado desde muy temprano en desvirtuar y satanizar a sus protagonistas y, a pesar de
ello, su rescate y reivindicación reaparece también una y otra vez para alimentar precisamente
las luchas de continuidad de ese proyecto inconcluso. La historia y la memoria son pues, desde
la política entendida como la definición del poder y el orden social, parte de una virulenta
batalla, un campo de lucha, en dos palabras: una disputa.
No puede haber y probablemente no lo habrá nunca, un punto final, una última palabra. Sin
embargo, sí hay narrativas e interpretaciones de la memoria, que para bien o para mal, predo-
minan, resultan hegemónicas y sirven a una u otra alternativa política en el presente.
No quiere decir esto que no haya, en última instancia, un criterio de verdad, un horizonte de
objetividad al cual acercarse o alejarse, a través de los argumentos rigurosos, los fundamentos
del conocimiento informado y la aplicación del razonamiento inteligente, que incluye el senti-
miento y la emoción, cuando son movidas por la reflexión y se encuadran dentro de la ética
intelectual.

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

El hecho es que solo mediante un necesario gran esfuerzo adicional, de estudio y reflexión
constante, se puede desmadejar el enredo de errores, malentendidos y calumnias con que han
envuelto el pasado para hacerlo funcional al poder y al orden social actual, y permitir así la
emergencia de otra versión.
El pensador francés, Michel Foucault definió lo que llamó el principio “arqueológico” de la
historia. Una metáfora para señalar el procedimiento por el cual el historiador, delibera-
damente y con la mayor rigurosidad, recorta un específico objeto de estudio y construía su
propio método de investigación, para desenterrar y limpiar cuidadosamente ese objeto de las
capas sedimentadas de tierra (metafórica, es decir, malos entendidos, ignorancias y errores)
que lo cubren y ocultan (La Arqueología del saber. 1969).
Siguiendo ese fundamento, nos proponemos aquí hacer una arqueología del secreto y del
silencio, de lo no dicho, por no sabido o por silenciado. El lado B, si se quiere, de las versiones
dominantes. Una “otra” versión, no solo posible, sino también argumentada rigurosamente.
Se hace desde fuera y desde debajo de lo oficial, por tanto, es también una “sub - versión”,
necesariamente polémica, en la medida que actualiza esa memoria, develando su contenido
original, militante, revolucionario, tan controversial como vigente.
Vivimos tiempos de agudas, recurrentes e inéditas crisis, tanto del sistema capitalista domi-
nante en los últimos siglos, como de las alternativas que han buscado y buscan superarlo. Una
época de transición, sin garantías y sin mucho tiempo para realizarse. Los horrores bacterio-
lógicos, químicos, nucleares y climáticos ponen urgentes límites y plazos, que no pueden ser
subestimados, al mismo tiempo que los poderes mundiales, en sus formas legales e ilegales, se
muestran contumaces y suicidas en su delirante e insaciable voracidad de dominación, saqueo
y violencia.
Para Nuestra América, entendida esencialmente como el conjunto de territorios donde los
pueblos latinoamericanos y caribeños habitan y construyen su propio destino, esta hora histó-
rica de vaivenes, de marchas y contramarchas, se aparece como una aguda disputa conti-
nental, entre las fuerzas que, precisamente, dan continuidad y proyección, al proceso liber-
tario independentista que es el tema central de este trabajo, y las que, bajo viejas y nuevas
formas, pretenden impedirlo, para condenarlos a una permanente e inmodificable indignidad,
subordinación, explotación y saqueo. Es en ese marco, que escribimos este texto, al que meta-
fóricamente llamamos “Manual” de historia con la finalidad de realzar su misión pedagógica
formativa. Para poner la memoria en la balanza del presente, hoy en vilo, y contribuir, modes-
tamente, a inclinarla a favor de los pueblos. Alimentando la esperanza contra tanta y tan abru-
madora incertidumbre, recuperando la rica experiencia y tradición de dignidad y victoria, la
permanente identidad plural, justa y libertaria, de nuestra historia.
No es una tarea menor. Como se mostrará en estas páginas, sin memoria, no hay Patria. Para
poder robar a los pueblos - justamente sobre la derrota transitoria del primer proyecto inde-
pendentista de los/as libertadores/as – la soberanía, la tierra, el agua, el estado, el ejército y
la felicidad, tuvieron primero que robarles la memoria. No es casual que, en esta transición
de época, los avances recientes de los pueblos latinoamericanos y caribeños para recuperar y
construir la Patria, que son un acumulado para toda la humanidad, como los derechos de la
Madre Tierra, el Estado Plurinacional y la integración soberana y solidaria del Tratado Alba
TCP, entre otros, se hayan generado en procesos transformadores populares que encontraron
en la memoria un insumo ideológico fundamental, que sigue operando como fuente de resis-
tencia, cuando se producen retrocesos transitorios.

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Ricardo Jiménez A.

Esta correlación de la memoria libertaria con las resistencias y avances populares actuales, es
la contrapartida del esfuerzo permanente de las oligarquías, los imperialismos, los patriarca-
lismos y las colonialidades por hacer inaccesible esta memoria, por sepultarla en capas inter-
minables de escombros y basuras. En el siglo XVI, el Virrey español del Perú, Francisco de
Toledo, encargó y financió al sacerdote Sarmiento de Gamboa la confección de una “Historia
Indica”, destinada a oficializar la llamada “leyenda negra” de la cultura andina, llena de tergi-
versaciones y distorsiones realizadas sistemáticamente con el objetivo político de justificar la
invasión y saqueo como obra “civilizatoria” frente a bárbaros, salvajes e inhumanos. En esa
obra, como describió el investigador peruano, Alberto Flores Galindo: “los incas eran idóla-
tras, convivían con el diablo, ejecutaban sacrificios humanos y, por último, practicaban la
sodomía” (“Buscando un Inca: Identidad y Utopía en los Andes”. 1987).
Desde entonces, la industria de sepultar la memoria, alimentada por innumerables calum-
niadores oficiales y oficiosos, ha sido permanente, incesante. Creando un metafórico campo
minado, donde a cada paso estallan innumerables versiones, contradictorias, incluso deli-
rantes, malinterpretaciones, ignorancias y calumnias, dejando a cada latinoamericano/a y
caribeño/a sin saber, finalmente, en qué creer, sintiendo irremediablemente perdida cual-
quier memoria confiable, menos aún, útil para pelear y transformar el presente. El resultado
final y operante para los pueblos es una confusión de fondo sobre las que cualquier cosa que
se diga es válida con tal de esconder para siempre, irremediablemente, el legado político,
pendiente y vigente, de la primera independencia. El poeta chileno universal, Pablo Neruda,
sintetizó magistralmente esta nebulosidad histórica construida en torno a los/as liberta-
dores/as, con un solo verso de su “Canto a Bolívar”: “Padre, le dije, eres o no eres o quién
eres?” (1941).
Estas páginas han brotado por completo de este movimiento histórico de disputa. Son fruto de
una generación de luchadores/as populares - la generación del autor de este trabajo - hijos/
as de sus pueblos, que han vivido los avances, retrocesos y resistencias por todo el continente.
Haciendo y reflexionando al calor de las batallas y las ideas. Estudiando y debatiendo rigu-
rosamente, críticamente, en un proceso arduo y trabajoso, pero nutriente y liberador, que
todavía continúa, acaso siempre haya de continuar.
Un proceso que ha incluido necesariamente una profunda des-colonialidad del pensamiento
revolucionario. Se trata de la “colonialidad”, entendida esencialmente como la relación de
hegemonía y dominación cultural, mental, psicológica, profunda, que está ligada, pero es
distinguible y más persistente que la dominación colonial, es decir, puramente política y
económica. Debido a diversas y complejas razones, que no son el tema de este trabajo, la
generación del autor de este texto, se formó políticamente en una militancia revolucionaria
cuyos insumos prácticamente no incluían, o en todo caso no eran relevantes, la memoria, la
acción y el pensamiento revolucionario propio de Nuestra América, especialmente el de la
primera independencia.
Bajo la influencia de una guerra fría que casi no dejaba espacios entre las opciones bipolares
del capitalismo occidental y el comunismo soviético, con una dolorosa brecha que la separó
de las brillantes generaciones revolucionarias latinoamericanas precedentes, aniquiladas en
el combate contra brutales dictaduras militares digitadas desde Washington, esta generación
se formó como pudo y con lo que pudo, en medio, además, de circunstancias extremadamente
adversas, a la que se sumó la caída final del bloque soviético, la ofensiva celebratoria capita-
lista neoliberal y su hegemonía ideológica que aparecía incontrarrestable.

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

Sin embargo, siempre hubo resistencias ideológicas que recuperaron el contenido revolucio-
nario de la memoria propia latinoamericana y caribeña, siempre. Por más que, por las condi-
ciones antes dichas, sólo algunos hitos lograron un impacto generalizado continental, que
fueron rompiendo el silencio histórico y marcando un giro epistémico, ideológico, que trajo
un nuevo mirar y un nuevo conocer y producir conocimiento revolucionario, que tiene como
eje central ese itinerario colectivo y popular de resistencias, victorias y recuperación de la
memoria.
A riesgo de no ser exhaustivo, se puede destacar entre esos hitos al sandinismo en la Nicaragua
de los 1980’ y el Zapatismo en Chiapas de los 1990’, hasta el Bolivarianismo en Venezuela que
abrió el siglo XXI, rompiendo el dique del olvido, trayendo de vuelta, como regalo revolucio-
nario para los pueblos, a los/as libertadores/as de la primera independencia. Luego vino y
continúa hasta hoy, la explosión de las memorias ancestrales indígenas, actualizadas como
insumo imprescindible para la sobrevivencia de la humanidad toda, que brotan y reverdecen
en múltiples países. En ese giro epistémico, la generación del autor de este trabajo, reconectar
con sus raíces revolucionarias, de resistencia y victoria hacia la libertad y la felicidad, que se
remontan a cinco siglos de liberación contra la colonialidad, y a dos siglos de lucha por la
segunda y definitiva independencia. Y desde ahí escribe.

Grande
Sin memoria, no hay Patria, sí. Pero sólo a condición, necesaria, imprescindible, de no caer
ni en el más mínimo grado de chovinismo, entendido como falso patrioterismo. No se trata
para nada de inventar y oponer un seudo “nacionalismo” independentista, de alguno de nues-
tros actuales países, en contra de los aportes independentistas originarios de otras partes del
continente. Esa ha sido la estrategia de los enemigos de la unidad continental y el error que
por ignorancia cometen otros. Inequívocamente, como se verá a lo largo de estas páginas, el
auténtico nacionalismo, aquí, en América Latina y el Caribe, siempre ha sido, y solo puede
ser, continental, Grande. No hay posibilidad seria, ética, de poner en duda esta verdad, la
evidencia es abrumadora, incontestable. Como ha dicho Alberto Adrianzén, destacado intelec-
tual peruano, en todas las zonas del mundo hay proyectos de integración macro regional, pero
“para los latinoamericanos y caribeños es una verdadera obsesión”.
Complementaria, que no contradictoriamente, se trata también de una Patria que se concibe
como parte de lo auténticamente universal, humano. Aunque en este trabajo se enfatiza una
mirada, una comprensión y una propuesta para América Latina y el Caribe, que tiene como
eje ordenador, el hacerlo desde su propia y específica posición; desde América Latina y el
Caribe como unidad central de la reflexión, como punto de partida y de llegada del análisis.
Necesariamente, imprescindiblemente, lo hacemos recogiendo y sintetizando impor-
tantes aportes universales, venidos de otras tierras del mundo, incluyendo el norte global.
Articulando, horizontalmente, todo lo humano con lo único e irrepetible, lo propio. Creando.
Es un acto profundamente creativo, que tomando desde y para su utilidad particular los mate-
riales del mundo, genera respuestas inéditas, profundamente alimentadas por sus acervos
históricos y culturales específicos. Las cuales, aunque intencionalmente construidas para su
propia realidad, no dejan de impactar, a su vez, universalmente, aperturando horizontes posi-
bles, fraternos y solidarios, para la humanidad.

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Ricardo Jiménez A.

La Primera
El título de este trabajo impone también precisar a qué se refiere la expresión: “Primera
independencia”. Para eso, es necesario revisar brevemente una línea de tiempo de las luchas
emancipatorias de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Siguiendo al amauta peruano
Alberto Flores Galindo (“Buscando un Inca: Identidad y Utopía en los Andes”. 1987), resulta
útil la distinción entre resistencias anti coloniales, aquellas que los pueblos indígenas y
esclavos afro descendientes libran para recuperar la libertad, liberando pequeños espacios
territoriales, o que buscan fundamentalmente volver a la situación anterior a la invasión colo-
nial, por un lado. Y, por otro lado, proyectos independentistas modernos, aquellos que ya no
buscan liberar zonas para recuperar allí la libertad, tampoco volver a la situación previa a la
invasión colonial, sino que un cambio revolucionario hacia otro orden social, nuevo e inédito,
propiamente moderno e integralmente independentista.
Las resistencias anti coloniales, comienzan con los combates contra Cristóbal Colón, recién
llegado, y se extienden, incesantemente, por toda Nuestra América, hasta la revolución del
Amaru Katari, en 1781, el gran hito que representa, al mismo tiempo, la última resistencia
indígena y también el primer proyecto independentista moderno. Proyectos independentistas
modernos que se extenderán hasta la derrota transitoria en 1830 (que es en verdad una media
derrota, se logra la independencia colonial pero no la integración continental, la soberanía y
la igualdad social), y que solo conseguirán consolidarse, como única y última flama encendida,
en la República Libre del Paraguay, hasta 1870. Aunque ambas tipologías de luchas forman
un solo proceso continuo, dialéctico, su distinción resulta útil para precisar que será en este
segundo momento, el de los proyectos independentistas modernos, en que se enfocan (aunque
no excluyentemente) estas reflexiones.
En todos los casos, tras las luchas militares, estuvieron siempre, sustentando, las luchas
ideológicas, culturales y psicológicas. Dicho de otro modo, fueron luchas que siempre fueron
decoloniales. Llegados los conquistadores genocidas europeos a América, su profunda matriz
cultural vendrá con ellos en sus alforjas para re nombrar a esta nueva realidad con sus
nombres y “hacerla encajar” en “su” orden y concepción del mundo. Desde que Atahualpa,
el inca, llevara hasta su oído la Biblia que le habían extendido los recién llegados españoles,
señalándole solemnemente que esa era la palabra de dios, pero sin escuchar de ella sonido
alguno, la arrojara al suelo, se había producido el gran desencuentro de matrices culturales
entre ambos mundos. Al grito desgarrado de “blasfemia” del sacerdote siguió la carnicería
religiosa y el escarmiento de los indígenas, cercenando cualquier oportunidad de descifrarse
mutuamente. Por mucho tiempo, los indígenas no entenderían el concepto de libro, señalando
como “extraña” la costumbre de los recién llegados de “gustar hablar a solas con unas telas
blancas”. Éstos a su vez, ignorando el colosal acto destructivo que causaban al patrimonio de
la humanidad toda, quemaron códices mayas y quipus incas, esa literatura inescrutable que
tomaron por “idolatrías”.
El sacerdote jesuita español José de Acosta, precursor del naturalismo en la región de Perú en
época de la colonia, en su “Historia natural y moral de las Indias” de 1590, se pregunta: “Cómo
sea posible haber en las Indias animales que no hay en otra parte del mundo”. La paradoja
de que aquella zoología única fuera nombrada con nombres ajenos e impuestos, la constata en
carta al rey de España: “A muchas destas cosas de Indias, los primeros españoles les pusieron
nombres de España”. No sólo los españoles, el admirable Voltaire, adalid del principio demo-
crático de la tolerancia, imbuido de la potestad cultural civilizatoria europea para nombrar lo
nuevo desde lo ya existente, afirmara que “los leones de América son calvos”.

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

Nombrar las cosas es un primer y fundante acto teórico que habrá de inaugurar la permanente
tensión entre un pensamiento venido o tomado de la matriz cultural hegemónica europea – y
más tarde norteamericana -, o de uno gestado en la propia región, con ese aporte foráneo, sí,
pero para la creación de nuevas respuestas reflexivas propias. El mismo Acosta es uno de los
primeros en expresar esta tensión teórica cultural en el campo de las ciencias: “Quien por esta
vía de poner sólo diferencias accidentales pretendiere salvar la propagación de los animales
de Indias, y reducirlos a las de Europa, tomará carga, que mal podrá salir con ella. Porque
si hemos de juzgar a las especies de los animales por sus propiedades, son tan diversas que
quererlas reducir a especies conocidas de Europa, será llamar al huevo, castaña” (“Historia
natural y moral de las Indias.1539 - 1600”. José de Acosta).
La matriz cultural hegemónica no atendería a estas razones. Será su propio patrón “civiliza-
torio” el que usará para “medir” a otras realidades. Y el mundo latinoamericano no daba la
talla. No podía ser sino “salvaje”.

Utopía y Buen Vivir


En Caral, la primera civilización suramericana, que data de hace cinco mil años atrás en la
actual costa central de Perú, donde se erigieron las primeras y monumentales ciudades, las
evidencias científicas muestran – hasta ahora - que durante diez siglos no hubo construc-
ciones militares, ni ejército, ni policía, pero sí abundancia de comida, uso ritual y festivo de
alucinógenos, instrumentos musicales, juguetes para los niños y dioses sin fiereza, benévolos
y protectores de sus habitantes (“La Ciudad Sagrada de Caral – Supe en los albores de la civi-
lización en el Perú”. Ruth Shady. 1997).
La base productiva que permitió esta acumulación y desarrollo fue el tejido de la red de fibras
vegetales que multiplicó a escala masiva la capacidad pesquera fundamental de esos pueblos,
sirviendo incluso para crear la “Shicra”, bolsa hecha de esta red, rellena con piedras, que
reemplazó a los ladrillos cocidos (que permitieron las grandes construcciones en otras partes
del planeta en la misma época) con propiedades antisísmicas. Cuarenta y cinco siglos después,
en el siglo XV, cuando los invasores españoles llegaron a la costa de Chincha, a unos 360
kilómetros al sur de Caral por la misma actual costa peruana, encontraron que sus diez mil
habitantes entraban a trabajar al mar por turnos, dedicando el resto del tiempo a regocijarse
bailando y bebiendo, por lo que los españoles los tildaron de “borrachos y ociosos” (“Historia
del Tahuantinsuyo”. María Rostworowski. 1998).
Son apenas dos ejemplos de la continuidad fundamental de elementos de un orden social que
durante milenios se movió por una lógica distinta a las de otras partes del planeta. Donde
existían relaciones de dominación, conflicto y violencia, pero que en lo fundamental concebía
los saltos tecnológicos en las fuerzas productivas como fuente de abundancia para todos y
felicidad colectiva. Donde todo estaba vivo y todo lo vivo era sagrado. Donde recíprocos inter-
cambios mantenían equilibrios vitales entre las comunidades humanas, naturales y espiri-
tuales, las tres concebidas como equivalentes, incompletas y necesariamente complementa-
rias (“La Cosmovisión andina de siempre y la cosmología occidental moderna. En: ¿Desarrollo
o descolonización en los Andes?”. Eduardo Grillo. 1993). Donde, en fin, las élites dirigentes
debían seguir ancestrales, estrictas e inviolables leyes de responsabilidad para sostener estos
equilibrios y aquel bienestar, como límite y regulación, inmanente e inalterable, a las rela-
ciones de dominación, conflicto y violencia (“Ayni”. Carlos Milla Villena. 2007).

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Ricardo Jiménez A.

Francisco de Miranda, además de combatiente revolucionario, erudito extraordinario y que


conoce de primera mano todos los gobiernos más destacados de su época, conoce la obra “Los
Comentarios reales de los incas” del peruano Garcilaso de la Vega, publicado en Lisboa en
1609, y que relata esta sociedad ancestral andina. En ella, escribe como pie de página: “habría
sido muy difícil en aquella época el hallar sobre el globo una institución más paternal, y
leyes mejores que las existían entonces en el Perú V. Garcilaso” (En: “Francisco de Miranda.
Precursor de las independencias de la América Latina”. Carmen Bohórquez. 2006).
Es un hueso duro de roer para nuestra actual cultura occidental moderna, con un pesado
legado filosófico e histórico de egoísmo, competencia e insolidaridad, naturalizado como “lo
humano”, sobre las espaldas. Y tal vez uno más pesado todavía de autoritarismo intelectual y
cientificismo hegemónico, descalificador de pensamientos alternativos, más aún cuando son
considerados “resabios de atraso” “pre-científico” (“Conocer desde el sur. Para una cultura
política emancipatoria”. Boaventura De Sousa Santos. 2006).
Nuestra primera reacción es a pensar que no fue posible; que es inconcebible que hayan exis-
tido tales sociedades; que seguramente se trata de una idealización irrealista de un pasado
pretendidamente distinto; de inventarse un paraíso en la tierra, ajeno a la naturaleza humana;
que algunos rasgos, si se quiere diferentes, no obstan para que en lo fundamental se haya
tratado de lo mismo: competencia, dominación, explotación, egoísmo (“La cultura ancestral
andina como desarrollo histórico inédito: el caso de las mujeres. Apuntes para la descoloniza-
ción epistemológica de su estudio”. Ricardo Jiménez y otra. 2010).
Exactamente este escepticismo es lo que el filósofo humanista inglés, Tomás Moro, debió
enfrentar cuando estaba por publicar, su famosa obra “Utopía”, la ficción de una isla “socia-
lista” inspirada justamente en esas realidades diferentes latinoamericanas, pero sometidas
al ojo público europeo. ¿Acaso la “isla” fuera una metáfora de Moro para la situación mate-
rial de aislamiento que separó a América latina y el Caribe del resto del mundo por doce mil
años, desde que se cerró el paso de Beringia, hasta la llegada de Colón? (abstracción hecha
de posibles y/o probados contactos ancestrales con las actuales India y Vietnam, y durante la
Edad Media, con Polinesia, Europa y China). Largo período aislado que, justamente, permite
explicar la situación histórico material que genera su desarrollo civilizatorio único, diferente
e inédito.
Apenas dos décadas y media después de que Colón encontrará públicamente América para
los europeos, Moro, quien tuvo acceso privilegiado a las primeras descripciones de ese nuevo
mundo, ubicó a Utopía, esa isla que da nombre a su texto, y que mostraba un orden social
opuesto al de Europa, más justo y equilibrado, en América del Sur, y hace su descripción a
través de un supuesto navegante europeo que viaja a este continente con Américo Vespucio.
Un orden social sin pobreza, incluyendo el que se considera el primer antecedente europeo
moderno de la noción de renta básica incondicional; la plena libertad religiosa; el pacifismo y
la igualdad educativa para las mujeres, son algunas de las nociones centrales recogidas de los
relatos de quienes regresaban de ese nuevo mundo, que Moro plasmó en su texto y que no sólo
eran inconcebibles, sino condenables para la Europa de la época.
Algunas palabras literales del libro muestran hasta qué punto. Y permiten comprender perfec-
tamente por qué Moro sintió prudente y seguro jugar con la ambivalencia de una ficción,
aunque con claras raíces reales: “Así, cuando miro esas repúblicas que hoy día florecen por
todas partes, no veo en ellas - ¡Dios me perdone! - sino la conjura de los ricos para procu-
rarse sus propias comodidades en nombre de la república. Imaginan e inventan toda suerte

18
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

de artificios para conservar, sin miedo a perderlas, todas las cosas de que se han apro-
piado con malas artes, y también para abusar de los pobres pagándoles por su trabajo tan
poco dinero como pueden. Y cuando los ricos han decretado que tales invenciones se lleven a
efecto en beneficio de la comunidad, es decir, también de los pobres, enseguida se convierten
en leyes” (“Librillo verdaderamente dorado, no menos beneficioso que entretenido, sobre el
mejor estado de una república y sobre la nueva isla de Utopía”. Tomás Moro. 1516).
Palabras de Moro en la “Utopía” que hacen recordar a las de Bolívar tres siglos después:
“Observaréis muchos sistemas de manejar hombres, mas todos para oprimirlos; y si la
costumbre de mirar al género humano conducido por pastores de pueblos, no disminuyese
el horror de tan chocante espectáculo, nos pasmaríamos al ver nuestra dócil especie pacer
sobre la superficie del globo como viles rebaños destinados a alimentar a sus crueles conduc-
tores” (“Discurso pronunciado ante el Congreso de Venezuela en Angostura”. Simón Bolívar.
15 de febrero de 1819).
Para Moro se trataba de reconocer la inspiración de su texto en la existencia real de esas
sociedades alternativas, al menos en algunos aspectos sociales fundamentales que aparecían
más justos y equilibrados que los propios europeos; pero al mismo tiempo se trataba también
de relatarlos a los lectores de un mundo, el europeo occidental, hegemónico, para el cual era
inaceptable reconocer ninguna diferencia legítima, menos aún superior, a pueblos que consi-
deraba “bárbaros” y como elementos objetivos de “atraso”, que obstaculizan el progreso de la
humanidad, justamente la misión que se auto atribuyen, como signo benévolo, los europeos.
En esa encrucijada y esa tensión, Moro finalmente opta por llamar a su libro, una aguda crítica
social velada en ficción, con un neologismo, un nombre inventado con la finalidad de resolver
ese dilema, ambivalente y ambiguo: Utopía, que deriva del griego “topos” (topia) que significa
“lugar”, y con un prefijo atribuible a dos posibles raíces, según el contexto y la mirada: “ou”
que significa “ningún” o “sin”, o también “eu” que significa “bueno” o “buen”.
Coincidente y curiosamente, “Buen” Vivir es el nombre con que, en la actualidad, a inicios
del siglo XXI, se rescata, re elabora y actualiza, esa misma experiencia histórica de varias de
aquellas ancestrales sociedades latinoamericanas, justamente en esos aspectos que inspiraron
a Moro, ahora, como nuevo paradigma civilizatorio, alternativo al occidental moderno, en
evidente crisis.
Sin embargo, ese que pudo ser un primer encuentro, auténtico, horizontal, dialogado, de dos
realidades diferentes, quedó frustrado. Moro había dejado que sus contemporáneos europeos
decidieron por sí mismos el significado final de su neologismo y ellos optaron irremediable-
mente por la negación. Tendría que transcurrir casi medio siglo desde el “descubrimiento”
para que los europeos se decidieron a reconocer siquiera como auténticos “seres humanos” a
los habitantes de los nuevos territorios, con la Bula Papal del 9 de junio de 1537. Para la época
del predominio del pensamiento cientificista, en el siglo XIX, Georg Hegel, ese monumento
del pensamiento alemán, pero que hablaba, sin apelación, a nombre de la humanidad toda,
dirá que son pueblos “sin historia”. Pueblos en casi puro “estado de naturaleza” (“Lecciones
sobre Filosofía de la Historia Universal. 1830”. Georg Hegel.)
Y como la naturaleza, sometibles, explotables. Consta detalladamente en los registros del
Archivo de Indias en España, que, sólo entre 1503 y 1660, 185.000 kilos de oro y 16 millones de
kilos de plata fueron saqueados de América y llevados a Europa. Los indios fueron repartidos
en “encomiendas” como una nueva moneda corriente. “Lo mismo es dar a uno quinientos
pesos y myll de renta... a dárselos en yndios que lo renten por vía de encomienda” (“El

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Ricardo Jiménez A.

cabildo de la ciudad de Aranjuez al Rey sobre el estado de la provincia y la necesidad que tiene
de prelado. 1569”. En: León Fernández. 1976). Y en las encomiendas se realiza la obra civiliza-
toria. La enseñanza de la sanguinaria disciplina laboral esclavista en la explotación intensiva
de minerales y plantaciones. La importación de enfermedades inéditas e indefectiblemente
fatales para el sistema inmunológico de los pueblos indígenas, tales como la malaria, la viruela
y el sarampión. El uso acostumbrado de perros salvajes, del garrote y de la carga a degüello
con la espada para mostrar a los díscolos las inapelables verdades del catolicismo.
La táctica indígena de utilizar la insaciable hambre de oro de los conquistadores para desha-
cerse de ellos, con narraciones de “El Dorado”, una fantástica ciudad toda del metal, siempre
mucho más lejana, sólo terminó por extender la mortal plaga civilizatoria. En República
Dominicana, los moradores originarios, estimados en 400.000 a la llegada de Colón, habían
sido reducidos a 60.000 para 1508, y sólo a 3.000 para 1520. En la “Nueva España”, actual
México, la población originaria era estimada en 25 millones antes de la conquista y se redujo
a 17 millones para el año 1532, 6 millones para el año 1548 y sólo cerca de 2 millones para el
año 1579. En el actual Ecuador, pasan de un millón a 200.000, en un siglo. En el Virreinato del
Perú, en el mismo período, de 10 millones a 2 millones. Éxodos masivos buscan el refugio en
las selvas y punas montañosas. El aborto y el infanticidio se volvieron opciones desesperadas
y amorosas para librar a los/as hijos/as de la infernal carnicería de los cristianos, que incluía
hacer devorar a los/as pequeños/as por perros salvajes. En algunos casos, pueblos enteros de
indígenas prefirieron volver al seno de la “Pachamama”, amorosa madre tierra, lanzándose
colectivamente a la muerte en los abismos montañosos andinos. El suicidio será un grave
“pecado”, que priva de la gracia de dios, dirá la iglesia.
Para reemplazar como mano de obra a los pueblos sucumbidos en la hecatombe, fueron
secuestradas, esclavizadas y traídas desde África, casi 15 millones de personas, entre los años
1500 y 1870 (en Cuba continuará la esclavitud legal hasta 1886 y en Brasil hasta 1889). A esa
cifra se agregan una cuarta parte más de “pérdidas”, por muertos en guerras de resistencia a
las capturas, y otra igual más, de fallecidos en el infrahumano hacinamiento del viaje, durante
meses, en los barcos negreros. En total más de 20 millones de seres humanos, transformados
en “mercancía” por el mágico poder de re nombrar las cosas. La aurora del progreso capitalista
global clavaba tempranamente sus garras en Mozambique, Congo, Angola, Guinea y Sudán. Y
tendrán el descaro de decir que todos estos horrendos, colosales e irreparables crímenes, eran
para “civilizar” a salvajes, para impedir “sacrificios humanos” y “canibalismo”.
A la destrucción de los territorios y los cuerpos, se sumó la de los espíritus. Esa porfiada
matriz cultural “bárbara”, que había de arrancarse de sus almas. Los siervos del señor,
obispos inquisidores Juan de Zumárraga de México, famoso por su “amor a los indios”, y
Diego de Landa de Yucatán ejecutaron “autos de fe”, donde se procesó, sometió a tormento,
colgó y quemó en la hoguera a miles de indígenas, cientos de ellos/as niños/as, encabezados
por el cacique de Tezcoco, Carlos Chichicatécotl. Se destruyeron 5.000 esculturas, 13 altares,
197 vasos, y 27 “códices” (pergaminos con escritura) mayas. Todos únicos en su especie. De
incalculable, irreparable, valor cultural. Pedazos de un universo humano completo perdidos
irremediablemente.
Tras la rebelión de los Tupacs, Amaru II y Katari, en Suramérica con epicentro en Perú, donde
se estima que llegaron a morir en las masivas represiones al menos 50 mil indígenas (algunos
autores estiman hasta 100 mil), los españoles masacraron a casi todos los parientes del inca
revolucionario hasta en cuarto grado de consanguinidad. Sobrevivió su hermano menor, Juan
Bautista Tupac Amaru, encarcelado por casi cuarenta años. Y Fernandito, su hijo de 10 años,

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

castrado y encarcelado y luego condenado al exilio y la miseria en España, donde el desprecio


y el olvido lo mataron 19 años después, a los 31 años de edad. Atacaron la centenaria estruc-
tura de liderazgo de los “curacas”. Prohibieron la enseñanza del quechua y sus obras teatrales,
la investigación sobre los incas y hasta la novela “Los Comentarios reales de los incas” del inca
Garcilaso de la Vega (1609). Se ordenó la destrucción de las indumentarias indígenas ances-
trales. Y hasta de los “quipus”, sistema milenario de cuerdas de lana o algodón con nudos de
colores y trozos de maderas, que registraban la matemática y la técnica de memoria histórica
de esa civilización que aseguraba los derechos sociales a todos y vivía en sagrada armonía
con el universo; conceptos tan inescrutables para los europeos como los propios quipus.
Prohibidos del quechua, quedaba terminante negado también que los indios aprendieran a
leer y escribir el español, y se abroga toda prerrogativa económica a las élites dirigentes indí-
genas. Arrancarles la piel social y la memoria. Ser olvidados, analfabetos y pobres, ese sería el
castigo de un pueblo entero.
Con la bendición de la iglesia, las cadenas desbarataron de cuajo la rica tribalidad y amorosa
familia africana. Su consecuencia, el masivo aborto voluntario de las esclavas en la América
hispana, convertidas en cosas usables sexualmente por sus amos, será, de hecho, la primera
gran política de planificación demográfica de la región. Muchas se harán líderes y comandantes
quilomberas. El tesoro de su profunda cosmovisión religiosa, Umbanda, Yoruba, Candomble,
Santería, fue re nombrada “hechicería” y sacada de sus cuerpos a fuerza de latigazos, o con el
último aliento de los/as recalcitrantes asfixiados/as en el garrote, siniestro tornillo aplicado a
los cuellos libertarios. Sus hermosos idiomas fueron borrados de su memoria en esa delirante
tarea de exorcismo. La “capoeira”, esa forma de combate de los/as esclavos/as angoleños/
as, camuflada de danza para evadir el control del esclavista, devenida en profunda expresión
espiritual libertaria, fue prohibida y severamente castigada en Brasil.
El hecho mismo de la subyugación violenta del conquistado era, no sólo un claro, y hasta
milagroso, designio de la providencia, sino la prueba misma de la misión civilizadora del
conquistador. Es el primer y esencial desarrollismo. La generalización, ahistórica y forzada, de
una matriz cultural ajena, instalada inapelablemente como superior. El “genocidio”, la exter-
minación física de estos pueblos, tiene como objetivo final y fundamental el “etnocidio”, la
destrucción sistemática de la cultura de los pueblos, y el “epistemicidio”, la negación absoluta
de su capacidad de producir conocimiento válido. La utopía latinoamericana de Moro solo
podía ser un inconcebible, un inaceptable, un imposible. El parto – metafórico - de cualquier
pensamiento propio no sería fácil.

Lo nuevo
Pero la vida es movimiento y las cosas raramente permanecen como se las pretende fijar. En
el crisol de la mezcla biológica y cultural, esta superposición de la matriz europea, en contra y
sin, la que le pre existía en América Latina y el Caribe, gradualmente, a lo largo de tres siglos,
incorporó también un proceso simultáneo de múltiple sincretismo de ambas y con la de los
afro descendientes traídos como esclavos/as, hasta formar una nueva, distinguible, e interna-
mente diversa. Perfectamente encarnada en Micaela Bastidas, la esposa de Tupac Amaru II,
generala e ideóloga de la más grande rebelión anticolonial, “Coya” (señora importante, con
autoridad) y “Ñusta” (princesa). Descrita por las fuentes como “elegantemente vestida con
ropas españolas e indias”, y “mujer notable por su hermosura”. Llamada despectivamente
la “zamba” por sus enemigos, en razón de su ascendencia mestiza mulata. Afro descendiente

21
Ricardo Jiménez A.

y española, por parte de su padre mulato, Manuel Bastidas. Indígena andina, por su madre,
Josefa Puyucahua.
Pero la mezcla era de suyo diferenciada y contradictoria internamente. Siguiendo la expe-
riencia de siglos de los reinos españoles en su lucha contra la ocupación árabe- africano-mu-
sulmana (“mora”), que generó una lógica y unas categorías raciales, se estructuró en América
Latina y el Caribe un rígido y complejo entramado institucional colonial que sustentaba su
segmentación. Se cruzaban y agregaba, a veces hasta la identificación, el color de piel y el
estrato socioeconómico, en una estructura de “castas” que definían las prerrogativas legales
y simbólicas de cada cual en la sociedad. En la cúspide, los “blancos puros”. Peninsulares
españoles privilegiados con los más altos cargos y prerrogativas. Más abajo, los blancos crio-
llos, hijos de españoles nacidos en América, que eran “blancos indianos”, sin derecho a la
nacionalidad española plena, ni a los altos cargos del gobierno colonial, la iglesia y el ejér-
cito. Algunos, los más ricos, con títulos nobiliarios heredados o comprados. Otros, de estratos
medios, con cargos más o menos altos en la iglesia, el ejército, la administración, el comercio o
las profesiones. Por debajo de ellos, los “pardos”. Amalgama de indígenas, afro descendientes,
esclavos o “libertos” (vueltos libres por pago que ellos mismos ahorraban de mil maneras y
pacientemente, o por el deseo de sus amos), y todas sus mezclas: mestizos, mulatos, zambos,
etc. Llamados simplemente en la época “el común”. Todos además de diferenciado estatus
interno, según una serie de jerarquías legales, étnicas, económicas y simbólicas, que ponían
a su vez a unos debajo de otros. Nada menos que hasta 35 categorías o jerarquías legales de
“castas”, aunque su número y aplicación variaba en el tiempo y de un lugar a otro. Un anda-
miaje laberíntico en que se ubicaba cada uno/a de los/as habitantes de América Latina y el
Caribe español, al estallar la revolución anticolonial. Andamiaje cuya explosiva destrucción
podría resumir todas las razones estructurales y el programa completo de esta primera revo-
lución independentista.
Los padres de Francisco de Miranda, por ejemplo, eran emigrados de las islas Canarias a
Venezuela, por lo que, a pesar de ser “blancos”, eran “blancos de orilla” y estaban por debajo
de los “blancos puros” de la península española, y aún de los “mantuanos” ricos criollos. El
rey español Carlos III intentando reanimar el alicaído imperio, en las últimas décadas del
siglo XVIII, implementa las eufemísticamente llamadas “reformas modernizadoras” borbó-
nicas, que en las colonias americanas están destinadas a hacer más sustentable su control,
y más eficiente su inhumana explotación económica, vía reformas administrativas, tributa-
rias y militares. Ellas incluyen, a la usanza de los “certificados de limpieza de sangre”, otrora
exigidos en España a moros y judíos, la creación de las “Gracias al sacar”, “certificados legales
genealógicos” otorgados por pago de arancel a la Corona. Una especie de “certificados de blan-
cura de la piel”, que permitía a los pardos, que por una u otra razón se habían enriquecido,
conseguir un cargo público, la entrada en el ejército, la compra de caballos, caminar por las
veredas, etc., según fuera el caso y el monto del pago. En ellos se decía: “Téngase por blanco
a…” (“Interdiscursividad en la serie de cuadros de castas atribuida al pintor novohispano José
Joaquín Magón”. Luis Mora y Abel Martínez. 2013).
Pero, ¿cómo haría esta nueva configuración humana para alcanzar su identidad y reconoci-
miento?; ¿para pensarse desde su propio lugar en el mundo, habiendo llegado tarde, después
y subordinada, a un proceso que la cultura hegemónica europea había cerrado hace siglos?
¿Cómo, siendo tan diferenciada internamente? Primero, como un choque. En las innumera-
bles figuras mártires de las resistencias, nacidas con la misma llegada de Colón, en el primer
combate de los indígenas taínos en la actual República Dominicana el 11 de enero de 1493.
Liderados por Hatuey, Primer Rebelde de América, y Anacahona, ambos mártires sembra-

22
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

dores de la resistencia. Y que incluyen, en una cadena permanente, interminable, al cacique


Guaicaipuro en Venezuela. Tupac Amaru I, en Perú. El Toqui (jefe militar del pueblo Mapuche)
Leftraru en Chile (españolizado como “Lautaro”). Y los cimarrones (esclavos fugados) como
Domingo Bioho en el Caribe; Guacamaya, Andresote y José Leonardo Chirinos en Venezuela;
o el “Zumbi” (guerrero) “Dos palmares”, llamado el “Espartaco negro” del Brasil, quien, junto
a su compañera, María Dandara, construyeron y defendieron el “quilombo” Palmarés, verda-
dera comuna independiente, indomable durante 65 años, donde se refugió la libertad, el amor
y la capoeira. Al quilombo llegaron también indígenas, mestizos y blancos (huidos de la ley
colonial por diferentes razones), provenientes de toda América Latina y el Caribe, un primi-
genio laboratorio de integración continental libertaria.
Después, como búsqueda, y aún desgarramiento. En las trágicas figuras peruanas del Inca
Garcilaso, hijo “no legítimo” de español e inca, rechazado en la reivindicación de su españo-
lidad paterna y vuelto finalmente a su lado materno incaico, para ser uno de los gestores origi-
narios de la literatura propiamente peruana. Y de José María Arguedas, arqueólogo literario
del alma profunda andina, cuyo desgarro de identidad cultural, que era el del Perú en el siglo
XX y había hecho el suyo propio, entre otras razones, lo llevarán al suicidio.
Finalmente, como encuentro creativo. Síntesis de regeneración y gestación. Lo mejor de ambos
mundos fundidos en una utopía propia y urgente. Así brota, violenta y rebelde, en “la guerra
de las siete reducciones” del Matto Grosso amazónico, donde, durante dos años, desde 1754 a
1756, los indígenas guaraníes y frailes jesuitas españoles resistieron con las armas en la mano,
hasta el sacrificio final, la entrega por parte de España a los esclavistas de indios portugueses,
de los territorios de sus “reducciones”, verdaderas comunas humanistas. Desde el principio,
sería un parto – metafórico - difícil y a contramano. “Por la libertad… no veré florecer a mis
hijos”. Dirá Micaela Bastidas, antes de morir a golpes de puños y patadas, porque el garrote no
terminaba de asfixiar su fino cuello de princesa incaica.
Al estallar la definitiva lucha de independencia, la América española contaba con alrededor
de 20 millones de habitantes. Distinguidos por castas, 4 millones eran blancos, cerca del 80%
de ellos criollos. 5 mestizos y mulatos. 8.5 indios. Y 2.5 negros, afro descendientes. En cada
virreinato, había cuatro en los actuales Perú, Argentina, Colombia y México, la distribución
de estas castas variaba, predominando localmente unas u otras. Desde el principio, Tupac
Amaru programó expresamente la unidad de todas ellas para la lucha independentista, con la
sola exclusión del enemigo fundamental: el colonizador español. Aunque el eje director eran
los indígenas y castas “pardas”, hasta entonces oprimidas y despreciadas, su programa era
la unidad amplia de todos/as, incluyendo a los “blancos” criollos, e incluso, según algunas
fuentes, con la participación de algunos “asesores” europeos. Así lo muestran, no sólo los
combatientes “blancos”, criollos en sus filas, como Felipe Bermúdez, muerto en batalla al
pie de un cañón, sino sus propias cartas durante la insurrección donde explícitamente llama
“hermanos” a los criollos y les manifiesta su inclusión en el programa de la misma (“Tupac
Amaru, el rebelde”. Boleslao Lewin. 1943).
Los primeros conspiradores insurrectos patriotas en la actual Venezuela (Pedro Gual y luego
Miranda), idearon una bandera de cuatro colores: blanca, azul, amarilla y roja, porque “los
cuatro colores son los patriotas, que son los: blancos, pardos, indios y negros” (“Simón
Bolívar”. Alfonso Rumazo. 1955). Bolívar, forzado por el carácter de guerra “civil”, entre
castas, que inicialmente muestra la guerra en Venezuela y que favorecía a los españoles, habrá
de recurrir a su incomprendido Decreto de “Guerra a muerte” para separar en “americanos”
y “españoles” a los bandos en guerra. Acto extremo para la generación de una “conciencia”

23
Ricardo Jiménez A.

americana”. Y que habrá de llevarlo más tarde a su política de igualdad, destinada a dar
sustento a la independencia y unidad del continente, incluyendo a los excluidos y despre-
ciados, indígenas, esclavos y demás castas “pardas”. Política radical para la época y adversidad
fieramente por los sectores sociales de los que él mismo provenía.
José Vasconcelos, el colosal pensador mexicano, que criticó tempranamente el “panameri-
canismo monroista”, oponiéndole el “bolivarianismo”, vio en la “fusión de razas” el cumpli-
miento de una misión universal para América Latina. En su obra “La raza cósmica”, argumenta
el destino continental de una síntesis racial definitiva, para el término de toda dominación y
el logro de la felicidad y la belleza: “Tenemos entonces las cuatro etapas y los cuatro troncos:
el negro, el indio, el mongol y el blanco. Este último, después de organizarse en Europa se
ha convertido en invasor del mundo y se ha creído llamado a predominar lo mismo que se
creyeron las razas anteriores, cada una en la época de su poderío. Es claro que el predo-
minio del blanco será también temporal, pero su misión es diferente de la de sus predece-
sores; su misión es servir de puente. El blanco ha puesto al mundo en situación de que todos
los tipos y todas las culturas puedan fundirse. La civilización conquistada por los blancos,
organizada por nuestra época, ha puesto las bases materiales y morales para la unión de
todos los hombres en una quinta raza universal, fruto de las anteriores y superación de todo
pasado… En el suelo de América hallará término la dispersión, allí se concebirá la unidad
por el triunfo del amor fecundo, y la superación de todas las estirpes… Y se engendrará de
tal suerte el tipo de síntesis que ha de juntar los tesoros de la historia para dar expresión al
anhelo total del mundo” (1925).

Los caminos
En 2005, una campesina de sesenta años de edad, cooperativista y miliciana reservista, en
Apure, Venezuela, señalaba con total vehemencia y emoción: “Estábamos tan mal, tan mal,
que Dios se acordó de nosotros, del pueblo, y nos mandó a Bolívar de nuevo… Chávez es
Bolívar, Bolívar que vino de nuevo porque ya no dábamos más”. Todo un símbolo de la parti-
cularidad latinoamericana y caribeña, de sus propios caminos teóricos y místicos, cuánticos y
prácticos, para abrir paso a las transformaciones culturales, sociales y políticas.
José Carlos Mariátegui enfatizó el carácter de respuesta a las necesidades prácticas de su etapa
histórica que la teoría marxista tenía a la base de su gestación. “El materialismo histórico
surgió de la necesidad de darse cuenta de una determinada configuración social, no ya de
un propósito de investigación de los factores de la vida histórica y se formó en la cabeza de
políticos y revolucionarios, no ya de fríos y compasados sabios de bibliotecas” (“Defensa del
marxismo”. 1928). Y eso mismo vale para todos los pensamientos revolucionarios, a lo largo
de la historia. Y es de esa forma, en esa exacta dinámica, historizada, cómo de las entrañas
revolucionarias de América Latina, de sus volcánicas luchas, se ha parido – metafóricamente
- un pensamiento propio. En otras palabras, se ha hecho operatoria práctica de la necesaria
historicidad de las respuestas reflexivas a los desafíos de la propia realidad específica. Pero
ello ha ocurrido en tensión – diálogo y ruptura - permanente con las generalizaciones ahistó-
ricas de diversa clase que, a veces bien intencionadas, otras no tanto, continuaron, en nuevas
y diversas formas, apareciendo y negando la utilidad, el derecho, y hasta la misma posibilidad,
del acto creativo, de los caminos propios.
Hace unas décadas, se ha descubierto en la región de Supe, Perú, que la “Ciudad sagrada de
Caral”, se remonta a más de cinco mil años atrás. La idea de que las primeras civilizaciones

24
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

humanas - es decir, ciudades con arquitectura compleja, estratos sociales de clase y orga-
nización burocrática administrativa - sólo podían haber germinado en zonas que se saben
más tempranamente pobladas por los humanos, como Irak, Egipto, India y China, era tan
arraigada en la comunidad científica mundial, que las pruebas de radiación de carbono 14 a
numerosos objetos, para probar esa antigüedad de Caral, debieron hacerse más de cuarenta
veces en diferentes centros de investigación del mundo.
Sin embargo, siendo esta civilización indoamericana, como finalmente se probó, paralela
temporalmente con aquellas otras, presenta una notable particularidad: es la única de las
primeras civilizaciones conocidas, hasta ahora, que no incluía aparato represivo, ni ejército
ni policía (sí presenta los primeros quipus conocidos, computadores ancestrales, juguetes
para los niños y uso festivo y ritual de alucinógenos); la única que sólo se cohesionaba en
la conciencia colectiva de la necesidad y beneficio de la vida organizada socialmente en una
comunidad compleja y diferenciada, alrededor de un aparato burocrático administrativo reli-
gioso, que detentaba el conocimiento astronómico, agrícola y arquitectónico fundamental
para la vida y la abundancia. Cómo no recordar el grito del maestro de Bolívar y de América,
Simón Rodríguez, en 1828: “en lugar de pensar en medos, persas, en egipcios, ¡pensemos en
los indios!” (“Sociedades americanas en 1828”.).
En el caso de la rebelión de Túpac Amaru, como en el de Caral, el paralelismo temporal con
la revolución francesa, pero su abismo de diferencias, en cuanto a los actores, las reivindi-
caciones y los elementos económicos, culturales y políticos involucrados, muestra con gran
claridad cómo opera en la práctica la historicidad, la particularidad específica, concreta, de
cada situación, cuyo énfasis está a la base esencial del enfoque historizado. Muestra también
que la experiencia colonial latinoamericana no era equiparable ni reductible, en términos
útiles, a la europea. Esto lo habían aprendido ya, precisamente, muchos de los mismos euro-
peos, testigos de cómo, aún la revolución burguesa europea, siendo común, se había presen-
tado de tan diferentes formas concretas, historizadas, en cada contexto histórico particular.
En los Países Bajos primero, bajo revolución nacional y religiosa contra el dominio español.
En Inglaterra, luego como revolución reformista hacia la monarquía constitucional de fuerte
fundamentalismo protestante. En las colonias norteamericanas como revolución de indepen-
dencia anticolonial británica. Y en Francia bajo la forma de revolución republicana. Todas
ellas con innumerables diferencias de todo tipo.
El propio proceso latinoamericano de independencia definitiva de España, se gatilla y cata-
liza en una situación de enorme “complejidad”, única e irrepetible. En la que coinciden una
lucha de liberación nacional española - contra la invasión de los franceses, bajo el mando de
Napoleón Bonaparte - complejamente cruzada con una de reforma liberal, modernizadora y
anti absolutista, en la misma España, “al interior” de las fuerzas españolas. En esa mezcla de
luchas venía a agregarse todavía la de las colonias respecto de su metrópoli. Los delegados
“indianos” en las Cortes de resistencia anti francesa en Cádiz, España, simultáneamente,
participaban de esa resistencia, y luchaban por sus derechos a la igualdad, conculcados por
los españoles, absolutistas o liberales por igual.
Simbolizan este cruce y entrecruce de luchadores/as y causas, el español Rafael de Riego y el
“indiano” José de San Martín. Ambos oficiales militares en el ejército español, compañeros
de armas en la resistencia a la invasión napoleónica, a nombre del entonces destituido rey
español, Fernando VII. Mismo al que una década más tarde ambos combatirán, pero por
razones distintas. Riego liderando la sublevación, en 1820, de la enorme expedición militar
reunida por España para atacar a las colonias americanas y recuperar su dominio, impidiendo

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Ricardo Jiménez A.

su salida y volviéndola contra el dicho rey para forzarlo a aprobar la Constitución liberal espa-
ñola. San Martín, luchando para independizar definitivamente a esas colonias, lo cual ya había
hecho en Argentina y Chile, y se disponía a hacer en Perú, aquel mismo año de 1820.
En ese complejo escenario concreto, nada fácil de prever y manejar, los/as revolucionarios/as
latinoamericanos/as y caribeños/as se ven empujados/as por la necesidad a crear sus propias
ideas y enfoques, pues las de otras realidades no les resultaban útiles, al menos no del todo
y no tal cuales. En esa dinámica, hicieron operatoria práctica de aquella fórmula que Carlos
Marx – recién nacido para esta época - usará para definir su método: el “análisis concreto de
la realidad concreta”. La vitalidad indómita de aquella necesidad instrumental de reflexión dio
paso, durante el proceso de independencia, a un nuevo periodo en el largo parto - metafórico -
de pensamiento propio, que, no sólo fue útil para la lucha, sino también de impacto universal;
a pesar y en contra de ciertas incomprensiones, silencios y silenciamientos, que tendieron a
negarles importancia y dejarlos sin espacio en una historia hegemónicamente eurocéntrica.
Así lo muestra el caso del delegado de Perú, Tupac Yupanqui, descendiente inca, en aquellas
Cortes de resistencia de Cádiz en España, cuando advierte, en 1811, a los delegados españoles:
“Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre”. En lo que habría de ser un programa de
liberación nacional, tan esencial, que continúa vigente hasta nuestros días. Habrán de pasar
sesenta años más para que Carlos Marx coincida con el enfoque adelantado por Yupanqui,
usando - para el caso de los obreros ingleses ante la lucha de liberación anti británica de los
irlandeses – exactamente la misma frase del inca. Se sabe que Marx tuvo acceso a los más
de 28 volúmenes que contienen las Actas de las Cortes de Cádiz, en la Biblioteca del Museo
Británico, donde aún permanecen.
En casi todos los casos, el acto creativo será recibido como una anomalía por los parámetros
eurocéntricos generalizados ahistóricamente, como una “herejía” para los poderes y hegemo-
nías del pensamiento. Como un desafío y atrevimiento de actores a quienes se les reputa, en
el mejor de los casos, como buenos “seguidores” de los pensamientos europeos, y, más tarde,
norteamericanos y soviéticos. En el peor, como “desviaciones” y “errores”, propios de intelec-
tuales y luchadores de “sociedades y pueblos poco desarrollados” (como dijo un ilustre experto
soviético de José Carlos Mariátegui). Entre la subordinación o el menosprecio, el acto creativo
propio, al menos en sus primeros tiempos, será objeto, por lo general, de descalificaciones,
condenas y francos ataques. Sólo después de décadas, a veces, hasta de siglos, a fuerza de
realidad y utilidad, serán valorados y rescatados para uso de las mayorías. Y ello no ocurrirá
sin tensiones y dificultades. Sin el peligro de hacerlos, a su vez, un nuevo y recurrente discurso
“oficial”, usándolos superficialmente, o como paradojal nueva “camisa de fuerza” para negar,
otra vez, el flujo del proceso creativo, necesariamente incesante e historizado.

Los/as Libertadores/as
En ese marco epistémico es que se recorta aquí, lo que denominamos “primera generación
independentista revolucionaria” de los/as libertadores/as. Aquella formada por hombres y
mujeres, cuadros dirigentes y liderazgos, que encabezaron y representaron lo que Alberto
Flores Galindo llamó los proyectos independentistas modernos, distinguibles de las previas
resistencias indígenas anticoloniales de los siglos precedentes.
Se trata de personas diversas que, desde diversos teatros de operaciones y territorios de
Nuestra América, compartieron un mínimo proyecto estratégico fundamental común, en esa

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

lucha histórica, más allá de diferencias programáticas menores, de tácticas puntuales, incluso
de conflictos y hasta graves odiosidades personales, entre ellos/as. También de sus limita-
ciones personales y políticas, propias de su época y biografías, que, siendo reales, humanas y
necesarias de reconocer y analizar, no obstante, en nada la grandeza de ese objetivo programa
mínimo común emancipatorio.
Unidad continental. Soberanía plena ante poderes fácticos extranjeros. Igualdad e inclu-
sión social de las clases / castas más explotadas y dominadas (esclavos, indígenas, “pardos
comunes”, mujeres). Y soberanía mental, a través de la creación de respuestas revolucionarias
propias. Son los cuatro componentes fundamentales, que forman un todo integral, indivi-
sible, interactuante, de ese proyecto revolucionario independentista, que no logró realizarse
del todo, pero que sí consiguió la que - por esa razón de incompletitud – llamamos “primera”
independencia anticolonial, es decir, la ruptura de las cadenas formales y expresas de domi-
nación política y económica colonial.
Este recorte es útil porque permite separar nítidamente a los/as representantes de esta primera
generación independentista revolucionaria, que llamamos los/as libertadores/as: Los Tupacs
Amaru y Katari; las Mama T’allas Micaela Bastidas y Bartolina Sisa; François Toussaint-
Louverture, Jean-Jacques Dessalines y Alexandre Pétion; Simón Bolívar, José de San Martín
y José Artigas; Manuela Sáenz y Juana Azurduy; entre muchos/as otros/as, de los traidores
de ese proyecto fundamental y esa generación, representantes de las oligarquías locales y la
subordinación a las potencias extranjeras. Quienes buscaban y finalmente lograron, destruir a
la generación independentista, balcanizar en republiquetas de juguete la unidad continental,
someterse a los dictados imperialistas de nuevas potencias hegemónicas y reemplazar a los
colonialistas españoles en la cúspide de la pirámide de clases / castas, dejando a los sectores
populares en la explotación y exclusión, incluyendo la mantención de la esclavitud de los/
as afro descendientes, el genocidio y la servidumbre indígena y la negación de derechos a las
mujeres, por décadas y hasta siglos. Francisco de Paula Santander en la actual Colombia, José
Antonio Páez en la actual Venezuela, Juan José Flores en el actual Ecuador, José de la Riva
Agüero en el actual Perú, Bernardino Rivadavia y Bartolomé Mitre en la actual Argentina,
Diego Portales en el actual Chile, entre muchos otros.
Estos traidores hicieron uso extensivo del silencio y el olvido, de las calumnias, malas inter-
pretaciones, medias verdades y tergiversaciones, contra los/as libertadores/as, durante su
vida y después de su muerte, incluyendo las falsas acusaciones de autócratas, monarquistas,
corruptos y agentes extranjeros, entre otras. A pesar y en contra del hecho histórico de que
todos/as ellos/as murieron asesinados/as, en el exilio y la miseria económica, a manos preci-
samente de sus calumniadores locales y de las potencias extranjeras.
Solo décadas después de su derrota transitoria y desaparición física, cuando los/as liberta-
dores/as ya no representaban un peligro inmediato para ellos, los traidores oligarcas hicieron
una operación política – alrededor del centenario de la independencia – para re-convertirlos/
as en supuestos/as “fundadores/as” de estas repúblicas frustradas, republiquetas de juguete.
“El crimen perfecto” de la memoria; no solo deja impune a los culpables, sino que culpa a las
propias víctimas.
Para ello, literalmente, fueron a buscar sus cadáveres, a donde los habían abandonado antes.
A San Martín en Europa, a O’Higgins en Perú, a Artigas en Paraguay. A Francisco de Miranda
aún no logramos encontrarlo, arrojado en una fosa común de la prisión de La Carraca en
Cádiz, España. Tampoco a Manuela Sáenz, en algún lugar de Paita en Perú, donde la arrojó el

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Ricardo Jiménez A.

odio de los traidores. Volvieron a tergiversarlos/as, esta vez como “padres” de estas patrias
de pantomima; a enterrar sus espadas en frías bóvedas de bancos; incluso a blanquearlos
racistamente en estatuas y retratos, tan falsos como las pompas oficiales con que pretenden
sellar, falsear y robar para siempre a los pueblos su mensaje revolucionario. El poeta y cantor
popular venezolano, Alí Primera, lo sintetiza con precisión y agudeza, al hacer dialogar a un
niño pequeño con Bolívar en una de sus canciones. En ella, el niño le explica esta operación
política, con palabras que pueden aplicarse perfectamente a todos/as los/las libertadores/
as de esa generación: “La alta burguesía, va a llevarte flores al Panteón Nacional cada
Aniversario de tu muerte… A asegurarse que estés bien muerto, Libertador, Bien muerto”
(“Canción Bolivariana”. 1980).
Parte del “campo minado” con que pretendieron hacer inaccesible la memoria, fue la narra-
tiva de que estos/as libertadores/as no eran sino una facción de la clase / casta criolla
blanca, ajena a los pueblos y sus intereses revolucionarios. Tratando de tapar con el dedo
de sus mentiras el sol de la verdad; de los ejércitos libertadores, las guerrillas montoneras
y las logias conspirativas revolucionarias independentistas, donde militaron, conspiraron
y murieron cientos de miles de latinoamericanos/as y caribeños/as populares, en pos del
proyecto que encabezaron los/as libertadores/as. Felizmente, cada vez son más los estudios
que rompen esta tergiversación histórica, rescatando y devolviendo la memoria popular
de lucha independentista que representaron y lideraron los/as libertadores/as. Un solo
ejemplo. El hermoso libro “Memorias de la Insurgencia”, un diccionario elaborado por el
Archivo General de la Nación (AGN) y el Centro Nacional de Historia (CNH) de Venezuela
en 2010 (y 2011), que rescató de los archivos coloniales cientos de expedientes judiciales
contra insurgentes independentistas populares, anónimos, invisibilizados, o estigmatizados
por la historia oficial posterior, de las castas pardas, pobres, negros, indígenas, mulatos
y mujeres. Esos pueblos que compartieron lucha y destino con los/as libertadores/as,
sufriendo la cruenta derrota transitoria hasta hoy.
“A la huella de un siglo que otros borraron, mintiendo los martirios del traicionado”. Son
versos de una hermosa canción del gran cantor uruguayo Alfredo Zitarrosa dedicada al líder
independentista José Artigas (Alfredo Zitarrosa y Carlos Bonavita. 1966), pero que pueden
aplicarse perfectamente también a toda la primera generación revolucionaria independentista
latinoamericana y caribeña de los/as libertadores/as.
Traicionar a su persona y su proyecto de Patria; borrar sus huellas por medio del silencio,
la malinterpretación y la calumnia; mentir sus martirios para levantarlos oficialmente como
“padres” de lo que construyeron sus enemigos. Ese ha sido el destino de Tupac Amaru y
Tupak Katari, Micaela Bastidas y Bartolina Sisa; Dessalines y Pétion; Simón Bolívar, José
de San Martín, José Artigas, Manuela Sáenz, Juana Azurduy y tantos otros y otras que inte-
graron esa generación selecta, extraordinaria, de revolucionarios/as patriotas de la primera
independencia.
Esquilo, antiguo dramaturgo griego, escribió con acierto que “la verdad es la primera víctima
en una guerra”. Y una misma guerra es la que libró esa primera generación y se continúa
librando hoy, a través de generaciones. En vez de la Patria Grande, soberana y justa que los
y las patriotas proyectaron, sobre su derrota, su traición y su exterminio físico y simbólico,
las oligarquías construyeron repúblicas fragmentadas, excluyentes y dependientes del poder
imperial extranjero, para explotarlas egoístamente y administrarlas con mano de hierro
represiva.

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

Una misma guerra todavía pendiente, que describe con exactitud Simón Rodríguez, el genio
intelectual revolucionario y maestro de Bolívar, cuando escribe en 1828, ya derrotado Bolívar
y esa generación, que: “se ha obtenido, no la independencia sino un armisticio de la guerra
que habrá de decidirla. El estado de América no es el de la independencia sino el de una
suspensión de armas” (“Sociedades americanas en 1828” [2018. Argentina]).
Idea que repetirá José Martí, cubano, diplomático antiimperialista, poeta y guerrillero, en
1893: “¡Así está Bolívar… calzadas aún las botas de campaña… porque Bolívar tiene que
hacer en América todavía!” (“Velada de la Sociedad Literaria Hispanoamericana”. 28 de
octubre de 1893).
Un eco que Augusto Sandino, trasmitirá al siglo XX, cuando en 1929, enmontañado en guerra
de guerrillas para propinar la primera gran derrota al ejército más poderoso del mundo,
los marines invasores norteamericanos en Nicaragua, se dé tiempo para escribir su “Plan
para la realización del supremo sueño de Bolívar”, que su Ejército Defensor de la Soberanía
Nacional de Nicaragua presenta a los Representantes de los Gobiernos de los veintiún Estados
Latinoamericanos, para “que comprendiendo a las veintiún fracciones de nuestra América
integren una sola NACIONALIDAD”.
Y que Fidel Castro retoma en 1959: “Bolívar no se olvidó de Cuba, recordarán también que
entre sus planes estaba aquel que nunca llegó a realizarse — porque no pudo realizarlo, pero
que no la dejó en el olvido — de libertar también a la isla de Cuba. No pudo El Libertador
unir aquella isla al racimo de pueblos que libertara, y nuestra isla permaneció casi un siglo
más bajo el yugo de la opresión y de la colonización” (“Discurso en Plaza aérea del silencio,
en Caracas, Venezuela”. 23 de enero de 1959).
El mismo Fidel, en 1974, en referencia al gobierno revolucionario del General Juan Velasco
Alvarado en Perú, es más explícito en el uso de esta fórmula independentista latinoamericana
y caribeña: “La histórica victoria latinoamericana de Ayacucho. Pronto, el 9 de diciembre,
se conmemorará el 150 aniversario de aquel épico acontecimiento que selló la primera inde-
pendencia de los pueblos de América Latina. En aquella memorable ocasión, combatientes
de todas partes de América del Sur, junto al pueblo peruano, pusieron fin al dominio colo-
nial español en esa amplia extensión del hemisferio… En aquel mismo sitio donde se libró
esa batalla existe hoy un pueblo que, dirigido por el Gobierno Revolucionario de la Fuerza
Armada, marcha hacia la segunda y definitiva independencia” (“Polígono Nacional de las
FAR, Camagüey”. 22 de noviembre de 1974).
Ese mismo año, las organizaciones revolucionarias de Suramérica, alzadas en armas contra
atroces dictaduras militares (ERP de Argentina, MIR de Chile, ELN de Bolivia y Tupamaros
de Uruguay), beberán también de esta savia ideológica siempre verde, legada por nuestros/
as primeros/as patriotas independentistas: “Las cobardes burguesías criollas y sus ejércitos,
no supieron hacer honor al legado revolucionario liberacionista de la gloriosa lucha anti-
colonial de nuestro pueblo, que conducidos por héroes como Bolívar, San Martín, Artigas,
y tantos otros, conquistaron la independencia, la igualdad y la libertad” (“A los pueblos de
América Latina”. Junta de Coordinación Revolucionaria – JCR.1974).
Fórmula independentista concisa, irreductible, permanente, que usarán el Che Guevara, el
presidente Hugo Chávez y todos/as los/as revolucionarios/as latinoamericanos/as y cari-
beños/as, sin excepción. Por eso, decimos y hacemos la “segunda y definitiva independencia”.
De la cual la gesta de los/as libertadores/as es la “primera”.

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Ricardo Jiménez A.

Rescatar espadas de los escombros


La expresión contemporánea de esta gesta independentista todavía inconclusa y en marcha es,
entre otras cosas, la culminación de un acumulado largo y difícil de experiencias y gestaciones,
muchas veces dolorosas. Un extendido y a veces incomprendido parto – hablando metafó-
ricamente - de pensamiento propio. Cuya diversidad y trayectoria, llena de encrucijadas,
es inconmensurable. Un verdadero laberinto continental de volcánicas intelectualidades en
constante erupción. Un mapa viviente del pensamiento regional, con infinitos “senderos que
se bifurcan”, como en el cuento del escritor argentino Jorge Luis Borges. Prácticamente en
todos los rincones de América Latina y el Caribe, a través de los siglos. En todas las expre-
siones de la cultura, particularmente la filosofía, la literatura, la historia, la economía y las
ciencias naturales, innumerables hombres y mujeres, en la vorágine de las realidades únicas y
bullentes, supieron articular acciones y reflexiones propias, útiles a la transformación de sus
situaciones. Como en los simbólicos “caminos de muertos” en los murales del mexicano Alfaro
Siqueiros, siembran una extendida, plural y profunda, larga marcha hacia sí mismos, como
pueblo continente.
Sin embargo, a pesar de la feliz consolidación de este proceso de recuperación de la memoria,
antes descrito, todavía el conocimiento de este largo parto creativo metafórico, de esa epopeya
del pensamiento y la acción propios, resulta desconocida para amplios sectores populares,
sigue siendo, metafóricamente, un “secreto”. Todavía, muy escasa y pálidamente, se le reduce
a nombres, fechas y estatuas inmóviles en alguna asignatura escolar, sentidas, con toda razón,
como lejanas y ajenas a las cuestiones del presente. Todavía, apenas si se le hace algún caso
en muchas universidades, siempre corriendo a toda prisa para enterarse de la última novedad
académica europea o norteamericana. Todavía, y a pesar de notables avances, existen cuadros,
militantes y simpatizantes de las fuerzas políticas y movimientos sociales antiimperialistas y
socialistas, que no la conocen, sino en forma fragmentada y distorsionada por toda clase de
silenciamientos, desconocimientos y desvirtuaciones. Sabiendo, muchas veces, más de otros
que de sí mismos como pueblos en lucha.
En una coincidencia para nada inocente, las “historias oficiales”, con claro objetivo de domes-
ticación, y aún muchas lecturas del “progresismo”, por menosprecio extranjerizante hacia lo
propio, han instalado una mirada de nuestras luchas históricas, despojadas de su contenido
creativo y revolucionario. Donde se intenta mirar lo propio y único con supuestas “verdades
y modelos universales”, negando así el derecho de los pueblos a su propia creatividad, para
descalificar las reflexiones y luchas que no encajan en estos modelos foráneos contraban-
deados como “universales” e “inevitables”.
En el caso de los/as libertadores/as de la primera independencia, se envenena a los pueblos,
enfatizando apresuradamente sus errores y limitaciones; se otorga la mayor centralidad a sus
pugnas y divisiones. Olvidando que estos/as compañeros/as, como cualquiera otros/as en la
historia humana: “no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con
que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas.
Los agradecidos hablan de la luz”. Como señaló José Martí, justamente, hablando de los/as
libertadores/as patriotas de la primera independencia (“Los tres héroes”. 1889).
Creando así la falsa disyuntiva de tener que elegir entre un supuesto “culto a la personalidad”,
idealizado, como las estatuas de bronce, conservadoras, racistas y moralinas, en que las oligar-
quías buscan convertirles, y un escepticismo paralizante, según el cual el ser humano mismo
es incapaz de valores fraternos y solidarios, negando la posibilidad siquiera de verlos como

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

compañeros/as, tan humanos como cualquiera, pero que lucharon y aportaron a la emanci-
pación de sus pueblos de los cuales son hijos/as. Porque, como dijo Fidel Castro: “No son los
individuos los que hacen la historia, es la historia la que hace a… las figuras o las persona-
lidades” (“Conferencia Mundial Diálogo de Civilizaciones. América Latina en el siglo XXI:
Universalidad y Originalidad”. 2005).
Se repiten con ligereza impune todas las malinterpretaciones, medias verdades y calumnias.
Enterrando en el desconocimiento, la tergiversación y el olvido, toda su sustancia vital, crea-
tiva y revolucionaria, que es su legado. Al mismo tiempo que, por contraste, se resaltan las
virtudes de las corrientes y experiencias extranjeras, distinguiendo y aminorando sus errores
y limitaciones.
En una lógica proverbial inversa, se está pronto y predispuesto a ver la viga en el propio ojo
histórico. Lo que actúa como refuerzo cultural para desdeñar y presagiar, en el presente,
derrotas de todo intento y toda construcción propia, que no encaje totalmente en los moldes
foráneos reputados como regla inviolable. Como señaló José Martí: “El afán de progreso en
las repúblicas aún no cuajadas lleva a sus hijos, por singular desvío de la razón, o levadura
enconada de servidumbre, a confiar más en la virtud del progreso en los pueblos donde no
nacieron, que en el pueblo en que han nacido… el ansia de ver crecer el país nativo los lleva
a la ceguedad de apetecer modos y cosas que son afuera producto de factores extraños u
hostiles.” (“La Conferencia monetaria de las Repúblicas de América”. 1891).
Sin embargo, la hora histórica también abre oportunidades. Tras una embriaguez de paradigmas
históricos y reflexivos pretendidos como “científicos”, únicos y excluyentes, se produjo el estre-
pitoso derrumbe y descrédito de ellos, agravado en la actualidad por las inéditas y agobiantes
crisis sanitarias, que desnudan como nunca antes las desigualdades y exclusiones inhumanas,
innecesarias y evitables. Aunque, inocente o intencionadamente, se pretende arrastrar en este
derrumbe toda forma de reflexión que busque significados y sentidos útiles para la transforma-
ción social colectiva del presente. Entre aquella esterilidad mecánica y este escepticismo parali-
zante - ambos, una vez más, venidos como matriz foránea - se retoma y revitaliza, casi como acto
reflejo de necesidad, el accidentado parto metafórico de pensamiento propio del pueblo conti-
nente. “Los profesionales de la inteligencia no encontraran el camino de la fe; lo encontraran
las multitudes”, profetizó José Carlos Mariátegui (“El hombre y el mito”. 1925).
En ese contexto, aunque avanzan fuerte las recuperaciones y usos mayoritarios del propio
pensamiento, especialmente, para el caso de los/as libertadores/as de la primera indepen-
dencia, a partir del impacto universal de la Revolución Bolivariana de Venezuela, las reflexiones
y experiencias propias, nacidas en estas tierras, constituyen, para las grandes mayorías, aún
un tesoro perdido y necesario, a medio sepultar todavía, cuya utilidad y oportunidad vuelven
urgente su rescate y uso pensante, instrumental, formativo.
Apura, entonces, rescatar espadas de los escombros, ahora que aumentan las manos
dispuestas a empuñarlas. Actualizando la tarea que señalara tempranamente José Martí:
“Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse… el deber urgente de
nuestra América es enseñarse como es… Se necesita abrir una campaña de ternura y de
ciencia” (“Nuestra América”. 1891). Y que ya antes supiera describir con vehemencia y belleza
el hondureño José del Valle, gestor de la más radical independencia colonial de España en
Centroamérica y México: “La América será desde hoy mi ocupación exclusiva. América de
día, cuando escriba: América de noche cuando piense. El estudio más digno de un americano
es la América” (`Soñaba el abad de San Pedro y yo también sé soñar”. 1822).

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Ricardo Jiménez A.

El presente trabajo revisa y reflexiona sólo algunos de los más esenciales y primeros hitos de
aquella rica, extensa y diversa trayectoria intelectual y de lucha, a partir de una tensión entre
matrices culturales que, en su extremo, corresponden a las venidas desde fuera a partir de la
conquista, y a las gestadas en la propia América Latina y el Caribe, como síntesis de su origina-
lidad y su mezcla cultural diversa. Lo hace, consciente y explícitamente, desde supuestos precisos,
es decir, largamente reflexionados y argumentados. Pero, al mismo tiempo, de contornos vapo-
rosos, en tanto que abiertos y en flujo, no definitivos. Mirando, consecuentemente, desde el
lugar latinoamericano y caribeño en el mundo y para un destino propio. Que, si bien necesaria-
mente será parte de uno universal, tiene también un componente único e irrepetible.
Esto es, la propia configuración cultural y epistemológica latinoamericana, la cual intenta,
en el mismo movimiento, delinear. De modo que la descripción toma la forma del objeto a
describir. A contramano. Tal como se han hecho las luchas y las reflexiones propias. Desde
la conexión entre teorías y sentidos ancestrales. Incorporando componentes míticos, propios
de una matriz cultural profunda latinoamericana. De una lógica distinta a la consagrada
oficialmente como “científica” por la matriz cultural hegemónica. O como reivindicó para
nuestros pueblos, el amauta mexicano José Vasconcelos, en su obra, justamente centrada en
la reflexión del pensamiento latinoamericano: “una lógica particular de las emociones y la
belleza” (“Indología: una interpretación de la cultura iberoamericana”. 1926).
Toma como base y, en buena medida es una reedición, de un trabajo anterior, publicado en
Bolivia en 2007, del mismo autor, bajo el título de “El largo parto de un pensamiento propio.
Historicidad y generalización ahistórica en América Latina”. Que ha sido reformulado, corre-
gido, actualizado y ampliado. Aunque ordena según nudos o ejes temáticos el desarrollo de las
descripciones históricas y sus reflexiones políticas, el orden es en cualquier caso instrumental,
siguiendo muchas veces el ir y venir, los saltos temporales, las asociaciones de ideas y las
exploraciones de horizontes, propias de las conversaciones entre amigos/as y compañeros/
as, y de las sesiones en talleres y escuelas de formación política popular, a las cuales busca
recrear, y de las cuales es por entero fruto.
Por similares razones, prescinde de las referencias teóricas detalladas, especialmente a las
de antiguos o nuevos pensadores europeos o norteamericanos, convencionalmente aceptados
como imprescindibles mecanismos de legitimación de cualquier argumento propio, instalando
y reproduciendo, conscientemente o no, el complejo de subordinación cultural propio de la
colonialidad, que sustenta, en última instancia, el rol subalterno en la política y la economía.
Se libera también de la carga de una bibliografía pormenorizada, las notas al pie de página y
otras rigurosidades académicas convencionales, limitándose sólo a la referencia bibliográfica
sencilla, pero rigurosa y útil, para quien desea ampliar la exploración en algún punto (casi
todos los materiales citados son fáciles de encontrar disponibles gratuitamente en internet).
Se aparta así de los cánones académicos formales establecidos para legitimar cualquier
reflexión, siempre dictados desde centros intelectuales hegemónicos en el norte. Cuyas
universidades y centros de investigación actualizan la generalización ahistórica de matrices
epistemológicas y culturales ajenas e inadecuadas. O, en cualquier caso, impuestas vertical-
mente como pretendidamente únicas, invalidantes de otras, propias, posibles y legítimas.
Mismos centros donde actualmente, según cifras del investigador peruano Teófilo Altamirano,
terminan de formarse en postgrado una masa crítica de científicos latinoamericanos, quedán-
dose el 70% de ellos en el norte (“Remesas y nueva fuga de cerebros”. 2006). Más de un millón
de científicos desde 1961, cuya formación de base universitaria le costó sólo al sistema educa-
cional público del continente, en su conjunto, más de 20.000 millones de dólares.

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

Flujo desigual y de subordinación cultural. De capital humano hacia el norte y de matriz cultural
hegemónica hacia al sur. Donde hasta los mismos datos y temas de investigación, propios de
América Latina, incluso los sociales e históricos, son “patentados”, procesados, reflexionados e
interpretados teóricamente por dichos centros foráneos y vendidos después al mismo continente
para el consumo intelectual. En el colmo de la negación, la región sólo puede ser ella misma a
través de otros que la cuentan y relatan, mirándose con esos ojos ajenos, en el lugar que ellos le
asignan. Es la cara ideológica cultural del mismo flujo económico que permite que, actualmente,
trasnacionales norteamericanas y japonesas patenten la propiedad de los derivados industriales
de un promedio de cuatro especies diarias de vegetales e insectos en el Amazonas latinoameri-
cano, la reserva de biodiversidad más grande del mundo.
Tal como se pretende hacer de la opción política y económica desigual y excluyente, “la
realidad”, única, inevitable. Así también, precisamente como sustento de ello, se busca
consumar definitivamente su hegemonía cultural negadora, con la pretensión de hacerse
ella misma “universal”. Usando la palabra de moda en las academias, se “desterritorializa” la
matriz cultural europeo norteamericana, incluyendo a retazos y subalternamente los pensa-
mientos propios de los “otros”, pero sólo como “aportes”, incluso “críticos”, a una matriz tan
o más hegemónica, pero legitimada ahora como única y “de todos”, simplemente, “humana”.
Es el “crimen perfecto” cultural.
Sin embargo, como todo discurso unificador que se construye sobre la subordinación, presenta
innumerables y crecientes grietas. Contaba un reconocido periodista chileno, una anécdota de
cuando llegó a realizar un postgrado en uno de estos centros, una afamada universidad nortea-
mericana. Al contar, a uno de sus más renombrados profesores, que venía de Chile, éste le mani-
festó su gran cariño por Nicaragua, pues había estado allí por mucho tiempo. Al aclararle el
alumno que se trataba de “Chile”, un país diferente y más al sur que Nicaragua, el profesor le
espetó en inglés, con impaciencia y gesto despectivo: “¡Cómo sea!, ¡A quién le importa!”.
La imposición por la fuerza militar genocida, las concesiones comerciales y diplomáticas espu-
rias arrancadas u obtenidas a la corrupción de las élites políticas tradicionales, y la apropiación
y ventaja tecnológica, han sido factores, en muchos momentos, decisivos, de la dominación
de los diferentes poderes fácticos extranjeros en la región. Sin embargo, es sólo sobre la base
de la “aceptación” de la ideología de ese poder fáctico dominante, de la legitimación profunda
de su matriz cultural (denominada “colonialidad”), por parte de sectores significativos, sufi-
cientes, de la población local, que ella es sustentable en el largo plazo. Rota aquella legitimidad
ideológica cultural, todos los demás factores de dominación, están condenados, a la larga, a la
insuficiencia y la derrota. “Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”, apuntó
José Martí, tempranamente (“Nuestra América”. 1891).
Es, por tanto, una necesidad crucial, decisiva, develar las formas en que esa aceptación y legi-
timación se ha construido, negando o desvirtuando para ello todo pensamiento propio, como
inferior, perjudicial, peligroso o simplemente imposible. Como afirmó José Vasconcelos:
“No sólo nos derrotaron en el combate; ideológicamente también nos siguen venciendo…
Nosotros nos hemos educado bajo la influencia humillante de una filosofía ideada por nues-
tros enemigos, si se quiere de una manera sincera; pero con el propósito de exaltar sus
propios fines y anular los nuestros.” (“La Raza Cósmica”. 1925).
En un aleccionador cuento infantil, un oso, muchos años encerrado en su jaula, libre al fin
de ella, siguió como siempre, caminando tres pasos para allá y tres para acá, porque para él,
el presente sólo podía ser repetición del pasado. Sirve como metáfora de la ruptura con la

33
Ricardo Jiménez A.

jaula del colonialismo, lograda con la primera independencia de nuestros/as libertadores/as,


pero la continuidad de su herencia psicológica cultural, en la colonialidad. Como aquel oso,
América Latina no consigue aún del todo, su completa libertad espiritual, la plena conciencia
de su capacidad de creación y su irrenunciable deber de originalidad. Así lo señaló el soció-
logo peruano Aníbal Quijano: “No se trata solo de que leemos libros europeos y vivimos en
un mundo por completo diferente. Si sólo así fuera, seríamos apenas ‘europeos exiliados
en estas salvajes pampas’, como se han definido muchos, o tendríamos como única aspi-
ración ser admitidos como europeos, o mejor yanquis, como es sin duda el sueño de otros
muchos. No podríamos, en consecuencia, dejar de ser todo eso que nunca hemos sido y que
no seremos nunca …volver a mirarse desde una nueva mirada en cuya perspectiva puedan
reconstituirse de otro modo, no colonial, nuestras ambiguas relaciones con nuestra propia
historia. Un modo para dejar de ser lo que nunca hemos sido” (“Modernidad, identidad y
utopía en América Latina”. 1988).
Re-conocerse. Conocer nuestra inteligencia colectiva propia y recrear su incesante, aunque
silenciado y desvirtuado, parto metafórico de pensamiento autónomo, libertario, justiciero
y armónico. Tarea fundamental de conocimiento y reflexión, seria y abierta, que el mismo
proceso contemporáneo impone a las mayorías en la región. Según el programa de José
Vasconcelos: “Comencemos, entonces, haciendo vida propia y ciencia propia. Si no se liberta
primero el espíritu, jamás lograremos redimir la materia. Tenemos el deber de formular las
bases de una nueva civilización, y por eso mismo es menester que tengamos presente que las
civilizaciones no se repiten ni en la forma ni en el fondo.” (“La Raza Cósmica”. 1925).
Aunque persista todavía la tendencia totalitaria a cerrar los horizontes, decretando clausuras
y abordajes únicos, definitivos y excluyentes, toda mirada es una opción de construcción
posible, una relación de conocimiento, de suyo y, de hecho, legítima. Como aporte instru-
mental, no exhaustivo, a esa tarea de liberación integral, este trabajo pasa revista sencilla,
esencial y pensante, a las ideas y acciones de algunos/as de los/as principales y primeros/as
constructores/as de “tormentas perfectas” populares que han marcado el camino de gestación
del metafórico largo parto teórico reflexivo propio.
Para devolverlo en forma comprensible y útil a sus auténticos creadores y legítimos dueños,
los pueblos en cuyas entrañas y luchas se produjeron estos/as constructores/as. Precisamente,
para hacer el proceso más consciente todavía, para continuar alimentándolo. Si estas páginas
palpitantes anidan en manos dispuestas, y abrazan ojos y corazones encendidos, habrán retor-
nado a sus raíces y encontrado su auténtico destino.
Contra el epistemicidio y el “memoricidio” de los enemigos de la felicidad y la libertad, levan-
tamos, más que nunca, la resistencia de la buena memoria, que alimenta, nutre, vivifica,
alienta e ilumina, contra todo y contra todos. Contamos estas memorias secretas de la inde-
pendencia porque el hecho de contarlas, de saberlas, es en sí mismo espiritualmente liberador
y alienta todas las demás formas de la liberación de los pueblos. Tal como lo precisó, conciso,
inexpugnable, irreductible, nuestro Francisco de Miranda. Fracasado su desembarco liber-
tario en Coro en 1806, por no estar todavía maduras las condiciones para que el pueblo se
sumara a la lucha, debió retroceder a sus barcos, literalmente con la espada y la pistola en la
mano, resistiendo a las avanzadas del enemigo colonialista español que lo perseguían enco-
nadamente. A pesar de ello, manda a sus combatientes a clavar la Proclama de independencia
en las puertas de las casas por donde pasan en retirada. Uno de ellos le increpa: “¿General,
para qué pegar esta proclama en las puertas, si esta gente no sabe leer?”. A lo que el precursor
respondió: “¡Porque la historia sí sabe!”.

34
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

II
Un nombre lleno de otros nombres

“La más misteriosa de las doctrinas, quien la conoce es sabio, y su obra tendrá que consu-
marse… Ciencia de lo diferente y conocimiento de la unidad”

Bhagavad Gita

Una gestación multiforme, desigual y diversa; un choque y mezcla de etnias y matrices cultu-
rales; una trama de ambiciones, proyectos imperiales y hegemonías, han marcado a la región y
su largo, y siempre en flujo, recorrido identitario de pueblo continente, al tiempo que también
su correlato en el lenguaje. Como señala la historiadora venezolana, Carmen Bohórquez,
al describir el desafío identitario americano que enfrenta el precursor libertario Francisco
de Miranda: “La identidad americana tiende a veces a diluirse en una suerte de esquizo-
frenia ontológica, cuya resolución no podrá cumplirse sino a través de la conciliación de las
diversas herencias culturales” (“Francisco de Miranda. Precursor de las independencias de
América Latina”. Carmen Bohórquez. 2006). La denominación misma, el cómo se nombra y
el cómo lo llaman. Larga construcción de un nombre y de varios. Siempre vivo, siempre por
nacer o renacer, siempre en cuestión y disputa. A veces, “torre de babel” de diversas trincheras
académicas e intencionalidades políticas. Un nombre siempre por nombrar y siempre lleno
de otros nombres (“Los cien nombres de América: eso que descubrió Colón”. Miguel Rojas
Mix.1991).
Partiendo del hoy consensuado concepto de que una “Nación” es una “comunidad imagi-
nada” que, si prende en grandes mayorías, en el mismo acto, se hace realidad concreta, el
debate acerca de la nominación del continente ha estado en el centro de la altamente compleja
“cuestión nacional”. Inseparable a los intentos unitarios y los procesos fragmentadores en
la región, siempre articulados con diversos y cruzados intereses y procesos internacionales.
Ciertamente, el debate no es menor. Pues el acto de nombrar las cosas – de nombrarlas de
modo que sea usado el nombre por los otros - es un ejercicio de poder. Simultáneamente, lo es
también de construcción simbólica y teórica, fundacional. Por lo que ha sido, de hecho, parte
integral del largo parto metafórico de un pensamiento propio.
Por ello, la actividad de develar las implicancias ideológicas y geoestratégicas de los nombres
del continente, y de proponer ejercicios de poder y simbólicos propios, a través de la búsqueda
creativa de nuevos nombres, es necesaria y útil. Evitando, eso sí, exageraciones poco útiles,
como el reduccionismo a la pura sospecha ideológica de realidades culturales siempre más

35
Ricardo Jiménez A.

complejas. O la erudición histórica academicista, de laboratorio, ajena a las mayorías y


sus dinámicas culturales y, por tanto, políticamente impotente. Especialmente importante
es realizar este ejercicio reflexivo identitario sin contribuir a alimentar la fragmentación
regional, el debate irresoluble sobre hegemonías étnicas, el extravío en un laberinto irrecon-
ciliable de identidades incapaces de alcanzar la comunidad internamente diversa. Peor aún,
la construcción de identidades reactivas, basadas en nuevos discursos “racistas al revés”, que,
pretendiéndose opuestos a la dominación, comparten, por respuesta de reacción extrema,
siguiendo la ley del péndulo, su misma matriz cultural profunda de negación y exclusión del
otro diferente.

La tensión entre Igualdad y Diferencia


Resulta útil entonces reflexionar sobre algunas condicionantes históricas de este debate sobre
el nombre del continente-región. Ello instala, en primer lugar, en el centro de una tensión
que frecuentemente aparece en las discusiones y los intentos de nominación y unificación.
La tensión entre “Igualdad” y “Diferencia”. Esto es, entre lo que configura a la región como
una sola comunidad, y lo que la diferencia internamente como comunidades distinguibles.
Problemática que tiene hondas raíces históricas en la matriz cultural hegemónica. Procesos
que marcaron la ideología democrática europea, instalaron la idea, absoluta, sin matices, casi
incontestable, de que la igualdad era sinónimo de justicia y progreso, y que, al contrario, la
diferencia es, de suyo, signo de privilegio o abuso injusto, divisiones y atraso. Primero, por la
lucha de las primeras ciudades surgidas, en un proceso de siglos, en los márgenes de la feuda-
lidad europea y que debieron negociar y muchas veces defender militarmente su autonomía
frente a los poderes feudales. Más tarde, las más prolongadas luchas de numerosas naciones,
como Italia y Alemania para alcanzar su existencia como Estados Nación. Allí, cualquier dife-
rencia interna equivalía simplemente a “estar afuera” de la comunidad y ser, de hecho, una
amenaza debilitadora, cuando no una “traición”, para su misma existencia.
Conjuntamente, la burguesía europea, en lucha contra los privilegios de sangre de la nobleza
absolutista, instaló la bandera liberal de la igualdad jurídica como sinónimo de justicia. El
“iluminismo” ilustrado europeo elevó aquella idea a la categoría de un ideal y una ley histórica,
asegurando que el desarrollo humano conducía unidireccionalmente a la homogeneización
cultural y valórica de la humanidad toda. Toda distinción o diferencia - las que, en esa concep-
ción, “sólo dividían y enfrentaban” a las personas - constituyen, de suyo, un signo de atraso,
que sería crecientemente dejado atrás por el progreso científico, técnico y moral, basado en
el predominio de la razón. Tal idea “igualitarista” fue parte – y, en algunos casos, alcanzó
versiones exacerbadas, y hasta criminales - de la mayoría de las corrientes ideológicas predo-
minantes hasta el siglo XX.
En la específica historicidad de la región, este ideario coincidió plenamente con los anhelos
de terminar con la odiosa herencia de castas, dejada por los procesos de invasión, conquista y
colonia, y extendidos, bajo nuevas formas, en las repúblicas. Sin embargo, el ideario igualitario
liberal de las elites que finalmente usufructuaban de la primera independencia de España, se
limitaba sólo a la formalidad institucional. Incluso la ficción de igualdad puramente legal,
expresada en medidas como el término de la esclavitud, los derechos civiles de las mujeres y
de los pobres, que eran comunes a los proyectos de todos/as los/as libertadores/as, una vez
derrotados/as transitoriamente ellos/as, demorarían muchas décadas y sólo muy tardía, y
dificultosamente, serían alcanzadas y luchan por ser aplicados plenamente hasta hoy. Como

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

se planteó tempranamente, con toda crudeza, en la demolición del proyecto y la figura de


Bolívar, por parte de las elites internas y los poderes fácticos internacionales, en la región, el
“ideario democrático” era sólo el calco de los prejuicios y las formas, pero la negación de los
principios y las prácticas.
La pura ficción legal igualitaria, allí donde se consiguió, no sólo mostró su incapacidad de
resolver las profundas y desgarradoras desigualdades estructurales, de carácter económico,
político y cultural, sino que además las agravaba, encubriendo y legitimando. Especialmente
contra los pueblos indígenas, cuya auténtica igualdad requiere necesariamente de la repara-
ción activa, por parte de los Estados, de aquellas injusticias estructurales históricas, consi-
derándolos como sujetos colectivos y diferenciados culturalmente, más allá de la ficción
homogeneizadora e individualista del ideario democrático europeo trasladado a la región.
Como lo señaló tempranamente Bolívar, la realidad propia de la región requiere de Estados
fuertes y activos para frenar los poderes fácticos, tanto externos como internos, que, de hecho,
impiden toda igualdad real para los pueblos, culturas, estratos y clases que sistémica o estruc-
turalmente sufren relaciones inequitativas de dominación, explotación y exclusión. Pueblos
originarios, mujeres, identidades sexuales no tradicionales, migrantes, discapacitados, entre
otros/as, aparecen como sujetos ciudadanos que demandan afirmación frente a situaciones de
injusticia que los afectan y garantía de su especificidad, identidad o autonomía.
Conjuntamente, la rica diversidad étnica y cultural interna de la región, hace inviable la impo-
sición de órdenes sociales y culturales no negociadas, impuestos totalitariamente. Expresión
de estas tensiones, fue la temprana y extendida pugna, que emergió al interior de todos
los países, entre los partidarios de un Estado “Unitario” y los de uno “Federal”, que generó
amargos conflictos y odios en el seno mismo del propio proceso de independencia, cuya diná-
mica de guerra exigía también la centralización efectiva de los esfuerzos. Y que llegó incluso a
ser parte de las dolorosas odiosidades entre libertadores/as que compartían, sin embargo, un
proyecto emancipatorio mínimo común. Problemática que se actualiza hoy bajo la forma de
las demandas de descentralización regional y de autonomía relativa de los territorios y pueblos
indígenas. Mostrando la permanente y dificultosa complejidad de esta tensión entre igualdad
y diferencia en la región. En su historicidad propia, este reconocimiento y tratamiento de las
diferencias, es condición necesaria de una auténtica igualdad. Reclama un modelo de demo-
cracia y de Estado “afirmativos” e “incluyentes”, que, siendo fuertes para contrarrestar los
poderes fácticos internos y externos, construyen, a través de la inclusión y la participación, la
negociación y el consenso, ciudadanía real y comunidad nacional sustentable, internamente
diversa, tanto en cada país, como en la totalidad heterogénea del continente.
En la práctica, sin embargo, esta tensión entre igualdad y diferencia no encuentra aún solu-
ciones fáciles. Entre los poderes fácticos internos y externos que pretenden manipular las
tensiones agitando prejuicios formalistas democráticos a fin de mantener la injusticia,
y quienes confunden la justicia con la homogeneidad, o caen en la tentación de nuevos
“racismos al revés”, sigue siendo necesario construir un proyecto de unidad en la diversidad.
Un nuevo Qhapac Ñan, “Camino de los justos” o “Ruta de la sabiduría”, que llegó a tener
cerca de 6.000 kilómetros de extensión desde Colombia hasta el Maule en Chile, y 30.000
kilómetros cuadrados totales, que comunicaba y permitía mancomunar esfuerzos a más de
trescientos pueblos diferentes, cada uno de los cuales conservó su idioma y espiritualidad
propia, en complementariedad, por miles de años. Una nueva “Wifala” continental, donde,
al igual que en la bandera andino amazónica, quepan todos los colores en justicia y armonía.
Fuerte y sustentable, asumida por todos voluntariamente como propia, común y legítima, de
la cual el estado Plurinacional de Bolivia es un auspicioso y profético hito en el camino que aún

37
Ricardo Jiménez A.

falta para alcanzarla. Expresión de esa tensión y esa necesidad ha sido el debate permanente
sobre los nombres de la región.

El carácter complejo de los nombres


Por otro lado, en estas consideraciones preliminares a la cuestión del nombre de la región,
resulta necesario recordar que la realidad es siempre multidimensional, compleja y en perma-
nente cambio. Que las intenciones iniciales de quienes diseñaron o pretendieron controlar un
fenómeno cultural, rara vez dejan de ser “contaminadas”, evolucionadas, o aún negadas, por
los continuadores y quienes interactúan con el fenómeno a lo largo del tiempo, a través de
contextos diferentes. Los planes y definiciones de los eruditos culturales e ideólogos políticos,
al contrario de lo que a veces se cree, casi siempre terminan vencidos, o al menos “contami-
nados”, modificados, por la tarea cotidiana, silenciosa, anónima de millones de seres humanos
que usan, crean y recrean constantemente la cultura. Los pueblos ejercen de ese modo, natu-
ralmente, inconscientemente, si se quiere, su más profundo derecho y ejercicio democrático
identitario como parte de una comunidad.
Así ocurre, por ejemplo, con el lenguaje, sus usos y definiciones. Ciertamente, existen innume-
rables eruditos y defensores “puristas” del idioma, que con una visión leguleya y controladora,
intentan mantener inmodificables sus planes, reglas y definiciones formales, establecidas. Y
en muchos casos y al menos por un tiempo lo logran. Pero es un hecho también que las mayo-
rías de hablantes, de usuarios anónimos y cotidianos del idioma, siempre terminan modifi-
cando dichas normas, al grado de incorporar, en un proceso gradual de hegemonía en el uso,
los nuevos cambios a los mismos “Diccionarios” formales, donde están fijados esos planes,
reglas y definiciones. Y lo mismo ocurre con los conceptos y las definiciones identitarias,
colectivas, culturales y políticas. Ellas se mueven en una tensión, entre las intencionalidades
ideológicas de los poderes políticos y culturales, por un lado, y las apropiaciones contextuales
de las mayorías, por otro. Las que, en el caso de la región, han sido y son complejas y diversas,
tanto externa como internamente. Y todo ello debe ser tomado en cuenta a la hora de un
balance de sentido de los nombres que se le han dado y que se ha dado el pueblo continente.
De hecho, en el caso de la región, sus nombres han obedecido a esta complejidad, han surgido
de la trama de intereses, contextos, apropiaciones y evoluciones de múltiples actores, a lo
largo del tiempo. Y, si bien tienen un origen rastreable, reconstruible, también han sufrido
en la mayoría de los casos, trasvasijes de contenido, cambios en su uso e intencionalidad.
Muchos de estos nombres han sido paralelos en el tiempo, y usados como parte de las disputas
de hegemonía cultural y política, por unos y otros actores. En otros casos, han convivido y se
han complementado en una articulación o constelación que se usa instrumentalmente según
la utilidad en cada contexto. En casi todos ha habitado, en diversas formas evolutivas, la para-
doja de las ambiciones o resabios coloniales, las intencionalidades de manipulación ideoló-
gica, con las aspiraciones libertarias y comunitarias de los pueblos. La disputa por “el nombre”
de la región, ha sido también, de hecho, por el “contenido” de cada uno de esos nombres.

Al principio
Ni siquiera antes de la llegada de los españoles, los demás europeos, los africanos y sus descen-
dientes, y todas sus mezclas fenotípicas y culturales, el continente tuvo una sola denominación
consensuada. Prácticamente todo pueblo indígena tuvo su manera de llamar a la tierra y el

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

mundo que habitaba. El “Mapu”, precisamente “Tierra”, de los Mapuche de los actuales Chile
y Argentina. El “De Tekoha”, de los guaraníes, que significa “el lugar donde realizamos nuestro
modo de ser”. El “Cem Anáhuac” de la lengua Náhuatl de los aztecas, que significa “Tierra
rodeada por las grandes aguas”. El “Ne tunan talteche”, “tierra madre” entre los indígenas
del actual El Salvador. El “Agbaye”, “el mundo entero”, traído por los yorubas africanos. E
innumerables más.
Los más comprensivos o trascendentes son el “Tahuantinsuyo” del runasimi, idioma incaico,
que significa “Las cuatro partes del mundo”. El “Runa Pacha”, “Allpa Mama” o “Pachamama”,
del quechua, que significa “Madre Tierra Sagrada” o “Planeta”. En Aymara, la misma palabra,
“Pachamama” (venida del Koya: donde significa “tiempo”), significa “Espacio tiempo” y por
derivación, también “Madre Tierra Sagrada”. Y el “Abya Yala”, que significa “Tierra en plena
madurez” y era usado por los indígenas Kunas del Golfo de Darién en los actuales Panamá y
Colombia para referirse a toda la América Latina.
En esa situación, llegaron los invasores europeos. Para quienes la región sería “descubierta”;
y de quienes surgiría el proceso moderno de nominación de ella, a los vaivenes simbólicos y
geoestratégicos de sus violentas ambiciones, planes y pugnas. Ello llevó al amauta mexicano
Edmundo O’Gorman a señalar que el continente no había sido descubierto por los europeos,
sino “inventado” (“La invención de América”. 1958). Los primeros llegaron comandados por
el “Almirante” Cristóbal Colón. Un marino, cartógrafo autodidacta y aventurero comercial
de quien su ascendencia y temprana biografía se debate entre genovés, catalán, francés,
castellano, griego, y otras de Europa. Existen incluso evidencias de que habría sido un judío
sobreviviente de las crueles persecuciones en la España en construcción contra moros y judíos
(“Vieja crónica y mal gobierno. La otra historia, la que nos ocultan. Historia del Perú para
descontentos”. Héctor Béjar. 2019). De ser cierto, sería también un caso arquetípico de lo
que en teoría cultural se llama “asimilado”, es decir, de quienes reaccionan a la persecución
y discriminación buscando desesperadamente hacerse parte de los poderosos, en su caso,
mostrando la más inhumana crueldad con los indígenas y una ambición de riquezas y poder
sin límites.
En la época, los europeos llamaban simplemente “Indias” a todos los territorios que estaban
hacia el oriente, es decir, las actuales Asia e India. Donde existía una enorme riqueza comer-
cial (especias, textiles, etc.) Ambicionada por los comerciantes y gobiernos europeos, pero de
difícil acceso desde mediados del siglo XV, debido a la conquista por parte de los turcos musul-
manes de los territorios donde se encontraban los principales puertos y rutas de acceso a ese
comercio en la actual Turquía. En ese contexto, los reyes de Castilla y Aragón, que acababan
de expulsar, después de siglos, a los árabes musulmanes de la España continental, firmaron,
tras arduas gestiones de Colón, las “Capitulaciones de Santa Fe” con las que podría emprender
un ansiado viaje de exploración. En las “capitulaciones”, a cambio de sujetar toda tierra que
conquistará a la autoridad de los reyes de Castilla y Aragón, se le otorgaba dinero para una
expedición naval (aportado por el secretario del Rey, Luis de Santángel, un judío converso y
con “estatuto de pureza de sangre”, que lo protegía del Santo Oficio), el título de “virrey” sobre
las mismas, y el 10% de las riquezas que pudiera traer de vuelta a España.
Él estaba convencido de que el mundo era redondo y no plano, como creían la mayoría de
sus contemporáneos, recién salidos de la llamada “edad media” donde el oscurantismo
religioso había hecho desconocer que cinco siglos antes los vikingos habían llegado desde el
norte de Europa a la actual Norteamérica. Asimismo, existe evidencia – y debates – de una
expedición cien años anterior a la llegada de Colón, realizada por un noble escocés, Henry

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Ricardo Jiménez A.

Sinclair, a territorios de la actual Norteamérica. También de que los chinos, poco antes del
“descubrimiento”, entre 1423 y 1428, habían recorrido y cartografiado con gran precisión el
globo terráqueo completo, con una colosal flota marítima que llegó a América y dejó incluso
colonias allí. Más recientemente, incluso, se han encontrado evidencias de que, en tiempos
ancestrales, milenarios, habría habido contactos con las actuales India y Vietnam; probable-
mente, a través de la Polinesia, con la cual se sabe que los incas mantenían fuerte contacto
(“Cultura peruana e historia de los incas”. Virgilio Roel. 2001). Nuevas evidencias históricas,
como cartas personales y vínculos familiares, han llevado a muchos investigadores a conven-
cerse de que Colón y demás navegantes involucrados en los primeros viajes europeos a estos
territorios, constituían una élite muy reducida que conocía bien al menos algunos de estos
antecedentes y los aprovecharon en su beneficio, sin reconocerlo públicamente. Sea como
fuere, Colón, pensaba, o sabía, que, navegando hacia el otro extremo, hacia el oeste, daría la
vuelta en redondo y llegaría por “detrás” a aquellas ricas “Indias”, ahora inaccesibles.

Las Indias
En 1492, Colón llegó a una de las islas del actual Caribe y, luego de explorar y saquear la zona,
regresó a España convencido de haber alcanzado, como se proponía, las “Indias”. Y ese fue el
primer nombre “oficial” que los conquistadores dieron a las nuevas tierras “descubiertas” para
Europa. De este nombre primigenio puesto por los europeos, resultado de un error cartográ-
fico y simbólico, deriva el nombre de “indios” para los habitantes originarios de la región, de
los cuales Colón se preocupó de llevar a España algunos “ejemplares”. La denominación de
“indio” será, al mismo tiempo, una categoría simbólica social profundamente racista, coor-
dinadora y excluyente, y un estatus legal y social de “casta”, en lo más bajo de la jerarquía
de la sociedad colonial española. Esa denominación se mantuvo inalterable y exclusiva para
ellos, hasta el proceso de independencia anticolonial, donde convivirá con la de “americanos”
en la que, a veces, se les incluía, por parte de los/as líderes/as revolucionarios/as patriotas,
con la finalidad de sumarlos al propio bando, separándolos del de los realistas españoles. Por
ejemplo, en las cartas de Francisco de Miranda sobre la insurrección tupacamarista de 1781.
La denominación de “indios”, con su misma carga racista discriminadora, se mantendrá en
las repúblicas oligárquicas, a lo largo de los siglos XIX y XX. Sólo el uso reivindicativo y la
intencionalidad emancipatoria de los indios, por parte de Bolívar y los/as libertadores/as (el
más avanzado en este tema fue Artigas, quien llegó a entender y reclamar su autonomía rela-
tiva) será la excepción en el proceso independentista. Durante las repúblicas oligárquicas, la
denominación será usada a veces con un nuevo contenido reivindicativo e identitario progre-
sista. Por ejemplo, en las reflexiones del boliviano Franz Tamayo y el peruano José Carlos
Mariátegui, a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX. A partir de las últimas décadas del siglo
XX, se dará paso a la convivencia con nuevas denominaciones que pretenden superar aquella
carga racista y excluyente, como las de “indígenas”, que proviene del latín y significa “origi-
nario del país de que se trata, autóctono, nativo”, “pueblos originarios” y, en el caso particular
de la región, “amerindios”. Todavía hoy, esa acepción de la palabra “indio”, como el poblador
originario de la América y sus descendientes, se encuentra en el diccionario español. Y lo
mismo ocurre con el equivalente “indian” en el del idioma inglés.
Aunque a mediados de la década de 1500 ya existía el nombre de “América” con cierta popu-
laridad en Europa, conviviendo en el uso con el de “Indias”, este último siguió prevaleciendo.
El hecho es que España, por razones de hegemonía, y la mayoría de los europeos, por razones

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

simbólico culturales, asociadas a la matriz racista de su atribuida tarea civilizatoria, conti-


nuaron llamando “Indias” a estos territorios, con el sólo agregado de Indias “Occidentales”
para distinguirlos de los de la original “India” oriental, y salvar el error inicial. Así lo mues-
tran, entre otros, la creación del “Consejo Supremo de Indias” por el Rey español Carlos V, que
administró con ese nombre los nuevos territorios hasta 1821. También la creación, más de un
siglo después de la publicación del nombre “América”, en 1621, de la “Compañía Holandesa de
las Indias Occidentales”. Y es que, para los europeos, las “Indias” eran, más que una categoría
geográfica, una simbólica, sociológica. “Indias” era lo distante, lo desconocido y, sobre todo, lo
salvaje, lo incivilizado, o, precisamente, lo “por civilizar”. De ahí la categoría de “indio” como
“bárbaro” “incivilizado”. Y de ahí que era natural que, al ver similar escenario de “salvajismo”
en ambos costados de su auto atribuido centro civilizado europeo, los agruparan también en
una sola y la misma categoría, distinguiéndolos sólo por su ubicación al oriente u occidente
de sí mismos.
Pero, aunque estaban unidos por una matriz cultural común, la competencia mercantil, y su
máxima expresión, las disputas por la hegemonía geoestratégica, enfrentaban a los poderes
europeos. Y los nuevos territorios invadidos estuvieron en el centro de las disputas. El propio
viaje de Colón se realiza en ese contexto y motivaciones. Y, si bien le entregó la mayor parte
de la autoridad de los territorios recién invadidos a España, ello no fue sin arduas pugnas y
grandes excepciones. Mediación papal y tratativas directas de por medio, el entonces pujante
imperio portugués, no sólo consiguió la prerrogativa legal del monopolio de navegación y
saqueo del África hasta la India, sino también, un buen trozo de los nuevos territorios inva-
didos en el actual Brasil. En el norte, ignorada la bula papal y el tratado hispano portugués, los
emergentes poderes inglés y francés establecieron absoluto dominio, en los actuales Estados
Unidos y Canadá, respectivamente. En el Caribe, al centro de los nuevos territorios invadidos,
fue donde el poder español, resultó más impotente para contener a los emergentes poderes
europeos. Allí, en sus innumerables archipiélagos, a la fragmentación geográfica insular se
agregó la del dominio político sobre sus emporios comerciales y portales a las rutas de navega-
ción, entre españoles, portugueses, ingleses, franceses y holandeses. Actualmente, cuando ha
sido completamente abandonada la inicial denominación de “Indias Occidentales” en la casi
totalidad de la región, sólo en aquellas zonas caribeñas, donde primero llegó Colón, y se habla
inglés, todavía se continúa usando en algunos casos “Indias occidentales” (West Indies) para
diferenciarlas del resto del Caribe.

América
Dos años después del primer viaje de Colón, otro explorador, el italiano Américo Vespucio,
viajó, bajo bandera española, a estas “Indias”, llegando hasta al actual Brasil. En un segundo
viaje, esta vez bajo bandera de Portugal, realizado entre 1501 y 1502, llegó hasta el actual
Chile en el sur, ahí constató que no se trataba de las “Indias” sino de unas tierras completa-
mente nuevas. Y así lo manifestó en Carta a Lorenzo de Médicis, primo del famoso “Lorenzo
el magnífico”. En ella, Vespucio afirmaba que la región era “la cuarta parte del mundo…
aquellos nuevos países… los cuales Nuevo Mundo nos es lícito llamar, porque en tiempo de
nuestros mayores de ninguno de aquellos se tuvo conocimiento, y para todos aquellos que
lo oyeran será novísima cosa…Yo he descubierto el continente habitado por más multitud
de pueblos y animales que nuestra Europa, Asia o la misma África”. Fue publicada en París
el mismo 1502 con el nombre de “Nuevo Mundo” (“Mundos Novas”). Y este sería también
uno de los nombres dados a la región, durante por lo menos hasta el siglo XIX, por referencia

41
Ricardo Jiménez A.

de contraste al “Viejo mundo” europeo. En su “Carta a los españoles americanos”, de 1792,


documento precursor de la independencia, el patriota peruano Juan Viscardo y Guzmán, la
usa: “El Nuevo Mundo es nuestra patria, y su historia es nuestra, y en ella es que debemos
examinar su situación presente”.
El monje y cosmógrafo alemán Martín Waldseemüller publicó, para una abadía francesa en
1507, el libro “Introducción a la cosmografía”, el cual, además, de incluir la carta de Vespucio,
anexaba un nuevo mapa mundial del ya consagrado “globo” terráqueo, que incluía por primera
vez formalmente el nombre de “América” para la región, explicándolo así: “otra cuarta parte
ha sido descubierta por Americo Vesputio… no veo razón para que no la llamemos América,
como la tierra de Americus, por Américo, su inventor”. Muy pronto se hicieron varias
ediciones en la recientemente inventada imprenta y llegaron a circular miles de ejemplares
de este libro.
Ciertamente, muchos de estos datos, aunque generalmente consensuados, son discutidos.
Y existen otras versiones, mitad leyenda, mitad hipótesis históricas. Tales como la de que
el nombre “América” se origina en verdad de un comerciante, Richard Amerike, que habría
financiado el viaje de Juan Caboto a Terranova en 1497. O, la más significativa y hermosa, de
una región llamada “Amerrique” por los indígenas en la actual Nicaragua, cuyas enormes
cantidades de oro, habrían sido descubiertas y saqueadas tanto por Colón como por Vespucio;
más aún, que este último habría cambiado su nombre a “Américo” en honor a dicha zona.
Seis años más tarde, para 1513, el mismo Waldseemüller, en coautoría con Matías Ringmann,
publica una adaptación del “Atlas de Ptolomeo”. En él, abandona el nombre de “América”
que él mismo había propuesto y, hasta cierto punto, popularizado en Europa, y llama a la
región simplemente como “Tierra desconocida” (Terra incógnita). Probablemente, debido
a reclamos recibidos por el erróneo papel como descubridor y nominador de la región, atri-
buido a Vespucio en perjuicio de Colón, el cual había muerto olvidado en 1506. Ese será el
caso, entre otros, de Bartolomé de las Casas, sacerdote español, primero encomendero y luego
conversó en defensor de los indígenas en América, quien, en su “Historia de las indias”, escrita
alrededor de 1553 y publicada tras su muerte, acusa de engaño a Vespucio y reivindica, sin
éxito, el nombre de “Columba” para el continente. Sin embargo, el nombre “América” haría
todavía un largo camino para llegar a imponerse y generalizar su uso, sobre todo a partir de
la revolución de independencia de las colonias inglesas en el norte de los nuevos territorios
invadidos, iniciada en 1773 y terminada una década más tarde.

América para los americanos


El nombre de “América”, tomado del libro del alemán Waldseemüller, fue agitado por los
colonos norteamericanos como arma ideológica contra el imperio británico, con tal grado de
éxito que terminó por imponerse como nombre del naciente “país”, formado por los trece
estados independientes, ex colonias británicas. Desde entonces, gradualmente, pasaría a iden-
tificarse, de hecho, con el nombre del continente entero, “norte, centro y sur”. Primero, por
la acción de contagio del nombre a través de su uso por los revolucionarios patriotas de la
independencia en los demás territorios al sur de la región. Especialmente por el precursor de
ellos, el primero con liderazgo y acción propagandística internacional: Francisco de Miranda.
Quien fue, precisamente, combatiente en aquella revolución e incorporó a su discurso aquella
denominación con el mismo uso emancipatorio que le daban los colonos norteamericanos,
de ruptura con el poder colonial europeo, en su caso de Miranda, español, quien la usará

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

indistintamente, en convivencia con otras similares, tales como “Colombia”, “América


Meridional” o “Del mediodía”, “América Hispana”, etc., para referirse a la porción
sureña del continente. Los demás líderes revolucionarios patriotas, muchos de ellos discí-
pulos de Miranda, recogerán y difundirán a su vez este uso emancipatorio y no excluyente
de “América”. Simultáneamente, también la popularizaron los periódicos y analistas de los
demás países europeos, que veían en su uso un instrumento para debilitar la dominación rival
española. Finalmente, el propio expansionismo totalitario de los mismos norteamericanos
asumiría un rol activo en la asimilación ideológica de aquella nominación con el continente
todo.
Desde el principio, dadas las particularidades históricas de formación de las colonias britá-
nicas del norte, donde no se produjo mezcla de los colonos con los pueblos indígenas, sino que
su expansión se hizo en base al etnocidio de éstos, la denominación de “América” y “ameri-
canos” tuvo allí un alto componente racista. Aunque, a nivel poético, alguno de los vates inde-
pendentistas le atribuyó un rescate libertario y de pureza de los pueblos indígenas, lo cierto
es que ello fue muy limitado y absolutamente alegórico y circunstancial. Todos los hechos y
todas las evidencias escritas, institucionales, etc., muestran que la denominación era usada
en estricta referencia a los habitantes blancos, de ascendencia europea, de los nuevos terri-
torios. “americano” refería únicamente al habitante “No indio”, tal como “Colono” lo había
hecho antes. Menos aún, podía incluir a los afrodescendientes venidos con la esclavitud, la
cual habría de esperar un siglo más para ser abolida en 1863, manteniéndose la negación de
los derechos civiles a los afroamericanos otro siglo más, hasta fines de la década de 1960, y su
violenta discriminación racista hasta hoy.
El “Congreso Anfictiónico”, convocado por Bolívar en 1826 para lograr la federación de las
repúblicas sudamericanas y del cual excluyó expresamente a los estadounidenses, se llamó
“americano”. Y en él, traicionando las instrucciones de Bolívar, el presidente de Colombia,
Francisco de Paula Santander, incluyó a Estados Unidos. Se realizaron todavía dos Congresos
“americanos” más en Lima, Perú, los años 1847 y 1864, igualmente desvirtuados y fraca-
sados. Muy temprano, una serie de doctrinas ideológicas oficiales de los Estados Unidos, que
arrancan con la “Doctrina Monroe” de 1823 y el “Destino manifiesto” de 1845, buscaron legi-
timar el predominio del poder fáctico norteamericano sobre todos los demás territorios del
sur. Un complejo proceso y entramado de expansiones, agresiones, intervenciones y cons-
piraciones, militares, políticas y económicas corroboraron esa relación de dominio cultural.
Su sustento ideológico y de institucionalización fue el “Panamericanismo”, promovido como
discurso unificador de todas las Américas, a pesar y en contra de la realidad objetiva de inte-
reses diferentes y por lo general contrarios entre la potencia del norte y el resto de la región.
Impulsado a partir de 1889, por el secretario de Estado de los Estados Unidos James G. Blaine,
a través de una serie de entidades oficiales supranacionales construidas sobre la base “ameri-
cana”, supuesta como común entre el norte poderoso y el sur subordinado o agredido. El lema
de la doctrina Monroe: “América para los americanos” operó, de hecho, como “América para
los norteamericanos”.
En el plano simbólico cultural, esta hegemonía se expresó en la muy temprana identificación
de todos los territorios y todos los pueblos de “las tres Américas” y el Caribe con la denomina-
ción de “América” y “americanos” asignada a los Estados Unidos del norte. Proceso que conso-
lidaba, en el ámbito de la identidad, la hegemonía de la matriz cultural norteamericana, como
ideal, modelo, guía y administrador de una modernidad y un progreso deseables, y de la única
estrategia de desarrollo posible. Ya el propio Alexander von Humboldt, primer naturalista y
cartógrafo integral de Suramérica, se quejaba, en sus “Cartas Americanas”, a inicios del siglo

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Ricardo Jiménez A.

XIX, de que: “Es embarazoso, hablar de pueblos que desempeñan un gran papel en el esce-
nario mundial y que no tienen nombres colectivos…Para evitar circunloquios fastidiosos,
continúo escribiendo en esta obra, no obstante los cambios políticos sobrevenidos en el
estado de las colonias, a los países habitados por los españoles-americanos bajo la denomi-
nación de América española… La palabra americano no puede ser aplicada solamente a los
ciudadanos de los Estados Unidos de la América del Norte, y sería deseable que esta nomen-
clatura de las naciones independientes del Nuevo Continente pueda ser fijada de una manera
a la vez cómoda, armoniosa y precisa”. Todavía, la edición de 1984 del Diccionario español
“Pequeño Larousse Ilustrado” (Ramón García-Pelayo. Ediciones Larousse. Argentina), en la
palabra “americano”, incluía la observación: “Debe evitarse el empleo de Americano con el
sentido de norteamericano o de los Estados Unidos”.
Lo cierto es que, de hecho, ambos usos y sentidos, el de América identificado con los Estados
Unidos, y también el que lo significan como “las tres Américas: del Norte, Centro y Sur”,
conviven (por cierto, junto a otros nombres también). Actualmente, la reunión de jefes de
gobierno de las naciones de “las tres Américas”, por ejemplo, se denomina oficialmente
“Cumbre de las Américas”. Y la cadena noticiosa trasnacional “CNN” usa indistintamente los
términos norteamericano, americano y estadounidense.
Es en ese marco, que se ha criticado el uso de “Tres Américas”, “Norte, “Centro” y “Sur”,
específicamente por separar simbólicamente a México del resto de países hacia el sur y el
Caribe, con los que comparte, historia, identidad e intereses, para ponerlo en el “Norte”, junto
a Estados Unidos, cuya historia, identidad e intereses son diferentes y muchas veces contra-
rios (como el caso emblemático de las migraciones) a los de México y todos los demás países
y pueblos latinoamericanos. Por esto, se ha propuesto, a partir de nociones antropológicas de
la segunda mitad del siglo XX, usar la nominación de “Mesoamérica” para incluir en ella
a México y países centroamericanos con los que comparte historia, cultura, identidad e inte-
reses, separándolo de la forzada conjunción con Estados Unidos.

Colombia
Desde el principio de los procesos de independencia, entre sus más tempranos antecedentes,
se encuentra la lucha ideológica simbólica. El acto fundacional de los conquistadores colo-
nialistas de bautizar a la actual Norteamérica como Nueva Inglaterra, a México como Nueva
España, a Colombia, como Nueva Granada, o a Panamá como Castilla del Oro, era, para los/
as revolucionarios/as patriotas, sustentador del poder dominante y debía ser cuestionado.
Renombrar los territorios era una forma simbólica de debilitar la cadena colonial.
A partir de los primeros años de la década de 1770, la corona británica, apremiada por los
gastos bélicos en sus guerras expansionistas - entre ellas, la que la enfrentó a Francia por
el actual Canadá -, recargó con onerosos impuestos las mercancías que podían adquirir los
“colonos” de la “Nueva Inglaterra”, instalados en la costa atlántica de la actual Norteamérica.
Con ello, estalló el descontento y las ideas de autogobierno, hasta entonces de algunos, se
volvieron gradualmente una reivindicación de la mayoría, hasta terminar con la declaración
y la guerra de independencia, finalmente victoriosa. En esa lucha, se popularizaron nomina-
ciones nuevas y diferentes para el “nuevo mundo”, usados como oposición ideológica e iden-
titaria, al dominio inglés.
Intelectuales de las trece colonias, desde hace mucho, venían reivindicando dos de ellos, los

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

que terminaron por disputarse la denominación del país independiente. Uno, “Culumbia”,
aludía a Colón, y circuló en varias publicaciones desde al menos la década de 1550 y se convirtió
en objeto de profuso uso por parte de periodistas, literatos y poetas como símbolo libertario
frente a la dominación de Inglaterra. Muchos de ellos, reclamaban, además, esa nominación
para el continente entero como reivindicación de Colón. Pero no logró el alcance nacional
suficiente y, cuando en la declaración de independencia resultó hegemónico el de “América”,
“Culumbia” pasó gradualmente a ser el nombre de un distrito del país, de una veintena de
ciudades, de un símbolo mitológico patriótico, de varias naves espaciales, empresas trasnacio-
nales e importantes entidades académicas.
En los territorios del sur, el mismo nombre, desde los trabajos de Fray Bartolomé de Las Casas
tenía algunos seguidores intelectuales. Pero fue justamente, por la influencia de la revolución
de independencia norteamericana, que cobró renovado vigor la propuesta de nominar así la
región. Particularmente, a través de Francisco de Miranda, que llega a los nacientes “Estados
Unidos de América” en 1783, donde conoció el profuso uso literario del mismo. A partir de
1788, en carta al príncipe Landgrave de Hesse, existe registro escrito de su uso por el propio
Miranda, al hablar en ella de América como la “desafortunada Colombia”. Quien, por cierto,
en uso paralelo e indistinto de otras, hablaba de “Colombia”, “Continente Colombiano” (1811),
y “América Colombiana”. Con ese nombre llegó a titular su “ejército colombiano” (1806), su
periódico en Londres (1810), su extenso diario de vida y archivo: “Colombeia” y finalmente su
gran y fundante proyecto político continental, la república del “Incanato de Colombia”.
Denominación que hicieron suya numerosos patriotas, especialmente los discípulos de
Miranda, como el chileno Bernardo O’Higgins, quien en 1818 escribía a Bolívar: “La causa que
defiende Chile es la misma en que se hallan comprometidos Buenos Aires, la Nueva Granada,
México y Venezuela, o mejor diríamos, es la de todo el continente de Colombia”. Simón Bolívar
alcanzó a plasmarla en la “Gran Colombia”, inaugurada en 1819 en el Congreso de Cúcuta, y
que integraban las actuales Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá. Desmembrada a partir
de 1830 por la hegemonía de los caudillismos locales y maniobras de potencias imperialistas,
para quedar finalmente reducida sólo a la actual república de ese nombre. Numerosos caudi-
llos y algunos presidentes de estos países mantuvieron la idea de reconstruir la federación
por varias décadas, pero ella no prosperó. En todos aquellos patriotas, Miranda, Bolívar, San
Martín, O’Higgins, y al igual que entre los estadounidenses, el nombre de “Colombia” convivió
inicialmente en su uso, indistintamente, con el de “América” y “América Hispánica”, para
distinguirla de las de otras hablas. Los de “América meridional” o “del mediodía”, para dife-
renciarla de la del Norte. Incluso, de su mezcla: “Continente Américo colombiano”. Todas
ellas servían para el propósito de la hora inicial, oponerse ideológica y simbólicamente al
dominio colonial europeo.
La idea continental de Colombia subsistió, sin embargo, todavía a lo largo del siglo XIX en
numerosos amautas latinoamericanos, esta vez con un nuevo contenido, el de oposición al
voraz expansionismo imperial norteamericano. Entre muchos otros, el colombiano José
Samper, quien en 1855 publicó sus “Reflexiones sobre la Confederación Colombiana”, donde
proponía reconstruir la federación de Bolívar adicionando a las repúblicas centroamericanas:
“La raza no es una forma física sino moral; y por lo mismo, es en analogías íntimas que
afectan a los pueblos en su vida moral e intelectual, en su literatura, su historia, su legisla-
ción, etc., donde deben buscarse esos rasgos de fisonomía que hacen de varios pueblos una
gran comunidad. ¿Y cuál es la raza colombiana? Ella no es ni latina, ni germánica, ni griega,
ni etiópica, ni azteca, ni chibcha, ni quichua, ni cosa parecida... El hecho determinante de
las razas es la civilización. Y la civilización colombiana es una, la democrática, fundada

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Ricardo Jiménez A.

en la fusión de todas las viejas razas en la idea del derecho. Tal es la obra que debemos
conservar y adelantar, y es para ese fin de unificación que conviene crear la Confederación
Colombiana... una asociación de Estados independientes, pero aliados y mancomunados”.
Al año siguiente, el panameño Justo Arosemena, pública “La cuestión americana” donde
reivindica la misma idea “colombiana”, extendiéndose “desde Panamá al Cabo de Hornos”.
“Señores: hace más de 20 años que el águila del Norte dirige su vuelo hacia las regiones
ecuatoriales. No contenta ya con haber pasado sobre una gran parte del territorio mexicano,
lanza su atrevida mirada mucho más acá. Cuba y Nicaragua son, al parecer, sus presas del
momento, para facilitar la usurpación de las comarcas intermedias, y consumar sus vastos
planes de conquista un día no muy remoto… Lo que el cálculo hizo para la Confederación del
Norte, el tiempo, la experiencia y el peligro deben hacer por la Confederación del sur…Siga la
del Norte desarrollando su civilización, sin atentar a la nuestra. Continúe, si le place, mono-
polizando el nombre de América hoy común al hemisferio. Nosotros, los hijos del Sur, no le
disputaremos una denominación usurpada, que impuso también un usurpador. Preferimos
devolver al ilustre genovés la parte de honra y de gloria que se le había arrebatado: nos
llamaremos colombianos; y de Panamá al Cabo de Hornos seremos una sola familia, con
un solo nombre, un Gobierno común y un designio. Para ello, señores, lo repito, debemos
apresurarnos a echar las bases y anudar los vínculos de la Gran confederación colombiana”
(20 de julio. 1856).
Samper desarrolla aún más sus reflexiones en torno a la nominación de “Colombia” para
la región y en su libro “Ensayo sobre las revoluciones políticas y la condición social de las
Repúblicas Colombianas (Hispano-americanas)”, publicado en Francia en 1861, retomando las
antiguas reclamaciones de Fray Bartolomé de Las Casas, escribe: “Esta última palabra exige
una explicación de nuestra parte. Hemos creído tener plena razón para iniciar en la prensa
una innovación en la terminología histórico geográfica del Nuevo Mundo. Hasta ahora la
parte continental de “América”, al sur del istmo de Panamá ha sido llamada América del sur
o meridional, y el conjunto de las antiguas colonias continentales de España, América espa-
ñola. Pero los ciudadanos de la Confederación del Norte llamada “Estados Unidos”, se han
arrogado para sí solos, y con razón, el nombre de Americanos, como expresión de su nacio-
nalidad política, -así como designan con el nombre general de América la Confederación
fundada por Washington. Esta denominación ha defraudado la gloria de Cristóbal Colón,
y atribuirle al descubridor secundario, Américo Vespucci, lo que no le pertenece. La justicia
exige que el mundo moderno restablezca la clasificación histórica; tanto más cuanto así
desaparecerá toda confusión en las denominaciones. Por tanto, nos permitimos proponer (y
damos el ejemplo en este escrito) que en lo sucesivo se adopte lo siguiente: COLOMBIA, -la
parte del Nuevo Mundo que se extiende desde el Cabo de Hornos hasta la frontera septen-
trional de Méjico. AMÉRICA, -lo demás del continente”.
El gran amauta puertorriqueño José de Hostos, nominado póstumamente “ciudadano de
América”, en su ensayo “Ayacucho” de 1870, retoma la bandera y llama una vez más a la
construcción “colombiana”: “Entonces el Continente se llamará Colombia, en lugar de no
saber cómo llamarse”. También titula “La Confederación Colombiana” a una serie de artí-
culos periodísticos. Sin embargo, Hostos terminaría por comprender, a fuerza de realidades,
que la nominación de la región, como ocurre con todo el lenguaje, no sólo es un asunto de
“autoridad” científica, reglas formales y argumentaciones intelectuales y políticas. En ellas
juega un rol protagónico también el uso, colectivo, cotidiano, anónimo, de los pueblos. Para
1874, en Estados Unidos, publica el ensayo “La América Latina”, en el cual reconoce: “No
obstante los esfuerzos hechos por Samper, por algunos otros escritores latinoamericanos y

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

por el autor de este artículo, reforzados por la autoridad de la Sociedad Geográfica de Nueva
York, no prevalece todavía el nombre colectivo de Colombia con que han querido distinguir
de los anglosajones de América a los latinos del Nuevo Continente. En tanto que se logra
establecer definitivamente la diferencia, es bueno adoptar para el Continente del Sur y la
América Central, México y Antillas, el nombre colectivo que aquí le damos y el de neolatinos
usado por el señor A. Bachiller y Morales, o el de latinoamericanos que yo uso para los habi-
tantes del Nuevo Mundo que proceden de la raza latina y de la ibérica”.

América Latina
Para responder a esa dificultad de un “nombre colectivo” que distinga estos pueblos al sur de los
Estados Unidos, para diferenciarlos, precisamente, del hegemónico norte, se gestó una deno-
minación que, aunque viniendo también de afuera, como todas las anteriores, sí tuvo éxito allí
donde el intento nominativo continental de “Colombia” - por parte de Samper, Arosemena, de
Hostos, y otros - había fracasado. Era la de “América Latina”. El motivo de su creación sería, eso
sí, el mismo, hasta cierto punto, del de aquellos patriotas continentales: romper la relación de
dominación de los Estados Unidos con estos pueblos, expresada en la asimilación subordinada
de todos ellos con su propio y hegemónico nombre: “americanos”. Sólo que el que nombraría
sería, esta vez, Francia. Y sólo que lo haría buscando establecer su propio dominio.
Francia era una potencia europea en expansión, tal como Estados Unidos, pero mucho más
antigua, por lo que, en la matriz cultural profunda hegemónica en la época, se consideraba a
sí misma con más méritos para cumplir la “tarea civilizatoria” en las nuevas repúblicas sura-
mericanas y para usufructuar de los beneficios comerciales de ello. Después de todo, de hecho,
fue gracias al agresivo empuje del imperio francés de Napoleón Bonaparte que se catalizan
procesos y se desataron los hechos que aceleraron el camino a la independencia de las colonias
de la metrópoli española. Ni qué decir de su influencia militar directa en la independencia de
las colonias norteamericanas. Habían pasado varias décadas de eso. España ya estaba fuera
del juego hegemónico y ahora era Estados Unidos quien disputaba ese rol. Las élites francesas
veían en ello una disputa de carácter racial, entre ellos, los “latinos”, contra los “anglos”.
Ya a lo largo de los siglos XVII y XVIII, Francia se había enfrentado, en el norte de América,
en interminables y complejas guerras “indias” con el imperio británico, finalmente vencedor.
Su venganza fue el apoyo decisivo a las colonias para independizarse de su imperio rival. Entre
1838 y 1839, había sido parte de la intentona militar imperialista denominada “guerra de los
pasteles” contra el propio México, iniciada para exigir reparaciones a los supuestos abusos
sufridos por franceses en ese país, entre ellos, un comerciante de pasteles; de ahí su nombre.
Tras un bloqueo naval de varios meses y algunas batallas de poca importancia, una vez más,
los “anglos” británicos intervinieron con una forzada mediación para el acuerdo entre las
partes. Y ahora sus “descendientes”, los norteamericanos, mostraban expresas intenciones
de dominar toda la región. La guerra estadounidense contra México, finalizada en 1848, con
la anexión por parte de los Estados Unidos de más de 2 millones de kilómetros cuadrados, la
mitad del territorio mexicano, mostró a las claras esa naciente relación de dominación y hege-
monía hacia los nuevos países del sur. Y Francia reaccionó.
El propio Napoleón III, al entregar instrucciones al jefe militar de sus tropas invasoras en
México, escribió: “En el estado verdadero del mundo, la prosperidad de América no es asunto
indiferente para Europa, porque del Nuevo Mundo vienen las materias primas que abastecen
nuestras fábricas y que alimentan nuestro comercio... Si México mantiene su integridad

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Ricardo Jiménez A.

territorial y si se establece un gobierno estable con la asistencia de Francia... habremos esta-


blecido nuestra poderosa influencia en el centro de América, y esta influencia nos ayudara
para crear inmensos mercados para nuestro comercio y para procurarnos materias primas
esenciales para nuestra industria”. Para dar legitimidad cultural a esta política expansionista,
Francia debió crear, al igual que españoles y estadounidenses antes, un discurso ideológico.
Se trataría de un discurso de carácter racial, cuyo eje sería una nueva forma de nombrar a la
región, destinada a generalizarse con el tiempo y ser usada con un sentido que irá mucho más
allá de la intencionalidad de sus creadores originales: el “panlatinismo”.
“Latino” es un adjetivo derivado de la palabra “latín”, nombre del idioma que hablaban los anti-
guos romanos. Las zonas de Europa que recibieron más larga influencia del imperio romano
y que hoy hablan lenguas derivadas del idioma de la antigua Roma, llamadas “Romances”,
han sido nominados como “países latinos”. Fundamentalmente, Francia, Portugal, España e
Italia. De esa raíz histórica y étnica, y en la búsqueda de un enfoque ideológico que disputará
la hegemonía estadounidense en la región y su discurso “panamericano”, por parte de los
franceses, se construirá, a lo largo de décadas, el concepto de “América Latina”. Una vez más,
el precursor naturalista más famoso de la región, Alexander von Humboldt sentaría aquí el
más temprano precedente: “Hoy, la parte continental del Nuevo Mundo se encuentra como
repartida entre tres pueblos de origen europeo: uno, y el más poderoso, es de raza germá-
nica, los otros dos pertenecen por su lengua, su literatura y sus costumbres, a la Europa
latina” (“Viaje a las regiones equinocciales”. 1825).
El gestor y principal promotor, sin embargo, será un economista político francés, involucrado
directamente en la política comercial expansionista de su gobierno: Michel Chevalier. Éste
había viajado por Estados Unidos, México y Cuba entre 1834 y 1836, y resumió sus experien-
cias en el libro “Cartas sobre América del norte”, publicado en 1836, y que fue pronto una
especie de “best seller” en toda Europa. Consciente de las enormes oportunidades comerciales
del escenario expansionista en la región, en 1844 publicitó el proyecto de construir un canal
interoceánico, francés, en Panamá. El cual más tarde Francia efectivamente comenzaría, pero
que sería terminado y apropiado por los estadounidenses a principios del siglo XX. Para 1855,
Chevalier, había evolucionado estas consideraciones en un sistema ideológico étnico bien defi-
nido, el cual, simultáneamente, ofrecía un programa político y uno geoestratégico, expansio-
nistas, al Estado francés: el “Panlatinismo”. La idea de “unidad” de todas las naciones latinas
del mundo bajo el liderazgo de Francia. El cual resultaba “natural” dado que la hegemonía
civilizatoria mundial radicaba en Europa.
Chevalier establecía tres grupos raciales europeos: 1) Los germánicos y anglosajones del norte
de Europa, liderados por Inglaterra. 2) Las naciones latinas del sur de Europa, lideradas
por Francia. 3) Los pueblos eslavos de la Europa oriental, liderados por Rusia. El resto del
planeta, sólo podía estar bajo la hegemonía de uno de estos “líderes”, y convenía que lo fuera
“de acuerdo”, precisamente, a su origen racial. Según Chevalier, el “Nuevo Mundo”, o sea la
región, no debía estar bajo la hegemonía de los Estados Unidos, pues éste formaba parte del
grupo de países anglosajones y protestantes, mientras que las naciones del sur eran hispá-
nicas, es decir, latinas y católicas. En la “Revista de Dos Mundos”, donde escribe varios artí-
culos, sentencia: “Existe en la civilización occidental o cristiana una rama bien distinta que
se define por la denominación de razas latinas. Estas tienen su asiento en Francia, Italia, en
la península español-portuguesa y en los centros que estas naciones tienen sus vástagos…
Sin menospreciar a nadie, se puede decir que Francia, es desde hace largo tiempo, el alma
de este grupo… Francia no forma solamente la suma del grupo latino, sino que es también
su protectora desde Luis XIV” (15 de abril. 1855). Era Francia, “líder de lo latino”, la llamada

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

a realizar la tarea “civilizatoria”, vía dominación política y saqueo económico, de las naciones
“latinas” del nuevo mundo, empezando por México.
Pronto, estas ideas se popularizaron en Francia. La “Revista de las Razas Latinas”, publicada
en la capital, París, entre 1857 y 1861, contaba entre sus columnistas al sacerdote francés
Emmanuel Domenech, que había recorrido el “Nuevo mundo” y publicado su libro “Diario
de un misionero en Texas y México. 1846 – 1852”. Y, más tarde, llegaría a ser secretario de
prensa del pretendido “emperador” francés de México, Maximiliano. Éste mezclaba los fana-
tismos panlatinismo y religioso en una visión profética: “Cuando el águila rusa vuele sobre el
Bósforo y el águila americana vuele sobre la ciudad de México, sólo quedarán dos grandes
poderes en el mundo: Rusia y los Estados Unidos”. La iglesia católica coincidía en esa visión
de oposición al norte protestante, cuya influencia era indeseada en la región que España
le había dejado como herencia religiosa. La nueva denominación de “América Latina”, fue
tempranamente aceptada y bendecida por el Vaticano, que en 1862 transformó el nombre
administrativo del “Colegio Americano del Sur” por el de “Instituto Eclesiástico de la América
Latina”. Agregase a ello, el hecho de que Francia le había restituido al Vaticano sus territorios
en Roma, perdidos durante una revuelta republicana en 1848.
Sin embargo, paralelamente, los/as revolucionarios/as antiimperialistas de la propia región,
los/as herederos/as de los/as Libertadores/as de la primera independencia, desarrollaron
una reflexión que, si bien compartía los elementos culturales e históricos en los que se basaba
la propuesta francesa, presentaban una intencionalidad política y un resultado programático
radicalmente diferente y opuesto a ella. Así lo prueban los dos primeros registros escritos
que se tienen del uso de la denominación “América Latina”, que datan de 1856, y ambos son
justamente de “latinoamericanos”. El chileno Francisco Bilbao y el colombiano José Torres.
Sin embargo, como la matriz cultural profunda hacía imposible otorgar paternidad creativa
universal a unos “indianos” no europeos, más aún tratándose de un concepto europeo como el
de “latinidad”, la creación del término le fue atribuida a un francés, correctamente miembro
de la nación líder del panlatinismo: L.M. Tisserand, quien lo usa públicamente en un artí-
culo de 1861. A partir de allí su uso, para referirse conjuntamente a México, Centroamérica
y Suramérica, será extendido y común en Francia. Ese mismo año, la parisina “Revista de
dos mundos”, publica artículos haciendo notar las posibilidades que México encierra para la
hegemonía comercial francesa, describe al expansionismo norteamericano como la principal
amenaza y agita expresamente una expedición militar invasora al país que le ponga remedio,
en cooperación con Inglaterra y España: “Derribar el sistema que ha fracasado completa-
mente en garantizar a este bello país los elementos más indispensables del orden social y de
la prosperidad de los estados” (1 de abril. 1862). Para justificar, resucita los viejos argumentos
de la “guerra de los pasteles”: “La serie de agravios y de violencias que las autoridades mexi-
canas han permitido en contra de los ciudadanos franceses, españoles o ingleses, así como
hacia la persona del jefe de la delegación francesa…” (Ibid.). Era la palabra propicia en el
contexto favorable. Mientras Estados Unidos era desgarrado hace un año por la guerra civil,
entre los esclavistas algodoneros del sur y los industriales capitalistas del norte, Francia era de
nuevo un serio aspirante a imperio. Reinaba un nuevo emperador, Napoleón III y en base a la
expansión económica del país, se habían permitido intervenciones imperiales, tales como las
del canal de Suez en Egipto y la de Indochina, actual Vietnam. Ahora, era el turno de México,
para frenar de una vez la expansión hegemónica norteamericana.
Desgarrado por interminables pugnas políticas internas, el Estado mexicano simplemente
resultó incapaz de cumplir las onerosas “deudas” que mantenía con España, Inglaterra y
Francia. Tras confusas maniobras y tratativas, una expedición militar conjunta de las tres

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Ricardo Jiménez A.

potencias arribó a México. Finalmente, España e Inglaterra se retiraron, pero Francia decidió
invadir el país y, tras un “plebiscito” realizado bajo ocupación, declarar triunfadora la opción
de un gobierno monárquico francés en México. Sobre esa endeble base “legal” se instaló a
un príncipe austro húngaro como emperador del país, Maximiliano I. Desde 1862 a 1867, el
presidente mexicano, Benito Juárez, condujo un gobierno paralelo e itinerante y una creciente
guerra de guerrillas contra los invasores franceses que llegaron a contar con 50.000 tropas de
ocupación. Cambios políticos en Europa hicieron que Napoleón III terminara abandonando
a su suerte a Maximiliano, al tiempo que el término de la guerra civil en los Estados Unidos
permitía a éstos ofrecer importante ayuda a Juárez. Todo lo cual llevó al triunfo de la resis-
tencia patriótica y el fusilamiento de Maximiliano “Primero”, que sería también el “último”.
A partir de allí, el contenido “panlatino”, de hegemonía francesa, del concepto “América Latina”
sería muy rápidamente olvidado. El término seguiría una doble trayectoria. Por un lado, sería
“oficializado”, paradojalmente, por los propios norteamericanos, contra cuya hegemonía había
sido inicialmente creado, instalándose como el nombre oficial de la región hispano portuguesa,
como parte de la institucionalidad “panamericana”, dirigida por los Estados Unidos. Por otro
lado, serían los intelectuales bolivarianos, desde Francisco Bilbao y José Torres, hasta Fidel
Castro, Che Guevara y Hugo Chávez, quienes le darían, con mucho éxito, un nuevo contenido
de radical independencia y antimperialismo. Mientras unos buscaban enfatizar las supuestas
conexiones “geográficas, culturales y de interés comercial y político” entre el norte y el sur; los
otros, enfatizaban la diferencia y aún oposición de intereses, identidad y de destino. Una más
de las disputas que marcan al continente en su derrotero a la plena emancipación.
Olvidado, por los cambios de la realidad, el inicial contenido de oposición al “anglosajo-
nismo” norteamericano, y superado cualquier peligro de expansionismo francés en la región,
el término “Latino América” fue tempranamente usado, a partir de finales del siglo XIX, por
los Estados Unidos, como medio simbólico de contrarrestar el de “Hispanoamérica”, que
servía los porfiados intereses españoles de recuperar hegemonía en la región. Ya a inicios del
siglo XX, el presidente estadounidense Woodrow Wilson lo utiliza por primera vez oficial-
mente, justamente, para hacer firmar a todos los gobiernos del sur, salvo México, una “decla-
ración de guerra” a favor de Estados Unidos y contra sus enemigos en la Primera Guerra
Mundial. Convertía así a “América Latina” en una “sección” integrante del andamiaje insti-
tucional común “Panamericano”. Trabajaba de ese modo la diferencia realmente existente,
pero de manera que no obstaculizara su hegemonía, cuya mayor expresión fue la creación
de la Organización de Estados Americanos (OEA) en 1948. Ese mismo año, se crea también
la “Comisión Económica para América Latina (CEPAL)” de las Naciones Unidas, organismo
de estudios regional en el ámbito del desarrollo económico, el primero internacional en ser
nombrado oficialmente con la denominación de “América Latina”. Al cual le siguieron muchos
otros, como la ALALC (Asociación Latinoamericana para el Libre Comercio), y la ALADI
(Asociación Latinoamericana de integración, y el SELA (Sistema económico Latinoamericano).
Muy pronto surgieron numerosos institutos y entidades universitarias en los Estados Unidos y
en la misma región con el nombre genérico de “Estudios Latinoamericanos”. Y ello se extendió
a todas las ciencias sociales y las corrientes culturales y artísticas. De modo que la “oficiali-
zación” vino a ser paralela y, más tarde, gradualmente, vino a identificarse, con un nuevo
contenido de reafirmación propia, incluso a veces en oposición al dominio estadounidense.
Paralelamente, aunque es cierto que la denominación de “América Latina” se gesta en el
contexto del discurso de hegemonía expansionista francés de mediados del siglo XIX, en
oposición al “panamericanismo” con el que los Estados Unidos legitimaban su propia hege-
monía, también lo es el hecho de que, desde el inicio mismo de su uso, su contenido fue dispu-

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

tado por los bolivarianistas latinoamericanos. Así ocurre desde las dos primeras referencias
escritas que se tienen del término, registradas casi al mismo tiempo, y ambas en Europa. El
chileno Francisco Bilbao, en una conferencia dictada, precisamente, en París, Francia, el 24
de julio de 1856, lo usa para referirse a todos los territorios y pueblos al sur de la frontera
estadounidense. Y así lo usará profusamente durante toda su activa carrera política y propa-
gandística, que incluye su proyecto de “Iniciativa de la América. Idea de un Congreso Federal
de las Repúblicas” de 1856.
Dos meses después, el 26 de septiembre del mismo año, en Venecia, el intelectual y diplomá-
tico colombiano, José Torres, residente en Francia desde 1851, amigo de Chevalier, pero, como
Bilbao, bolivariano antiimperialista, termina de escribir su poema “Las dos Américas”: “El
gigante del Norte, como enanas / Miraba las Repúblicas del Sud / Mas tarde, de sus fuerzas
abusando, / Contra un amigo pueblo a guerra llama; / Su suelo invade, ejércitos derrama /
Por sus campos y bella capital. / La tierra mexicana estaba entonces / En contrarias facciones
dividida… / En vano fue que sus mejores hijos / Valientes se lanzaran al combate… / El yankee
odiando la española raza, / Altivo trata al pueblo sojuzgado, / Y del campo, encontrándose
adueñado, / Se adjudica riquísima porción... / A su ancho pabellón estrellas faltan, / Requiere
su comercio otras regiones; / Mas flotan en el Sur libres pendones / –¡Que caigan! dice la
potente Unión. / La América central es invadida, / El Istmo sin cesar amenazado, / Y Walker,
el pirata, es apoyado / Por la del Norte, ¡pérfida nación!... / El seno de la América valiente /
Desgarran ya sus nuevos opresores… / La raza de la América latina, / Al frente tiene la sajona
raza, / Enemiga mortal que ya amenaza / Su libertad destruir y su pendón”.
Ciertamente, ambos, Bilbao y Torres usan el término, al igual que los franceses, para separar a
la región del dominio estadounidense. Pero, aunque son admiradores del progresismo liberal
francés, en ellos “América Latina” tiene un uso y sentido expresamente “bolivariano”, de
autonomía respecto de cualquier otro poder extranjero, incluido el de Francia. Al punto que,
seis años más tarde de su conferencia en París, al invadir Francia a México, Bilbao afirmará
públicamente la necesidad de apoyar la resistencia antiimperialista mexicana contra los fran-
ceses, y rechazará todo despotismo y expansionismo, tanto europeo como norteamericano
(La América en peligro. 1862). Lo mismo ocurre con José Torres, quien, no sólo mantiene
sus postulados latinoamericanistas y bolivarianos en su consecuente labor diplomática,
sino que además desarrolla infatigable activismo latinoamericanista. Cómo Bilbao, propone
también un proyecto de confederación bolivariana, sus “Bases para la formación de una Liga
Latinoamericana”, publicadas en 1861. Cuatro años después, en 1865, publica su libro “Unión
Latino-Americana”. Y en 1879, fundó en Francia la “Sociedad de la Unión Latinoamericana”,
donde militan gigantes bolivarianos como el ex presidente dominicano Gregorio Luperón y
el patriota puertorriqueño Ramón Betances. En todo su ideario, la independencia radical de
América Latina es expresamente enfrentada tanto al poder norteamericano como al europeo.
Es su propia unidad y lucha la consigna, no ningún supuesto “liderazgo racial - cultural”. Y así
lo señalaba ya, explícitamente, en su temprano y emblemático poema de 1856: “La Europa no
se duerme, sino acecha / La ocasión de extender su despotismo: / ¡La libre Unión preparará
el abismo / En que se hunda al fin la libertad!... / El mundo yace entre tinieblas hondas:
/ En Europa domina el despotismo, / De América en el Norte, el egoísmo, / Sed de oro e
hipócrita piedad…/ ¡América del Sur! ¡ALIANZA, ALIANZA / En medio de la paz como en la
guerra; / Así será de promisión tu tierra: ¡La ALIANZA formará tu porvenir!... / El pueblo
que pretende encadenarnos, / Nos encuentre cerrados en batalla, / Descargándole pólvora
y metralla, / ¡Al claro son de bélico clarín!”.
En 1900, ya superado y olvidado el proyecto “panlatinista” francés, el amauta uruguayo, José

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Ricardo Jiménez A.

Rodó, escribe su famoso ensayo “Ariel”. En el retoma la concepción latinoamericanista, esta


vez con un contenido de espiritualidad, diferente, opuesto y superior al utilitarismo materia-
lista que caracteriza a los Estados Unidos: “Cualquier mediano observador de sus costum-
bres políticas os hablará de cómo la obsesión del interés utilitario tiende progresivamente
a enervar y empequeñecer en los corazones el sentimiento del derecho. El valor cívico, la
virtud vieja de los Hamilton, es una hoja de acero que se oxida, cada día más, olvidada, entre
las telarañas de las tradiciones. La venalidad, que empieza desde el voto público, se propaga
a todos los resortes institucionales”. A partir de allí, el uso del término para distinguir a todos
los territorios y pueblos al sur del Río Bravo, se ha generalizado avasalladoramente. En la
actualidad, es de uso común entre las más amplias mayorías de sus ciudadanos y en el mundo,
significando una clara y diferente unidad regional al sur de los Estados Unidos. Y en muchos
casos, en oposición de interés y de destino a su actual relación de dominación. Innumerables
pensadores y políticos antiimperialistas la han usado para reafirmar ese destino común. Entre
ellos, la casi totalidad de los movimientos guerrilleros y organizaciones político militares, y
destacados pensadores y políticos marxistas, como José Carlos Mariátegui, Fidel Castro, Che
Guevara, Salvador Allende y Hugo Chávez.
También los poetas. Como en la canción del grupo de rock chileno, Los Prisioneros,
“Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos” (Jorge Gonzáles.1984). El continente
está “unido por… el dolor que da el Norte”, había dicho antes la poetisa chilena universal,
Gabriela Mistral, en 1922. Mostrando con acierto y belleza que, de hecho, la “América Latina”
no es sólo una unidad cultural, aunque rica y diversa internamente, sino también y, sobre
todo, una categoría geopolítica. Un conjunto territorial, cuyas poblaciones han compar-
tido una misma trayectoria de subordinación a centros hegemónicos externos, que le han
impuesto una misma y común estructura social y económica, que la tiene convertida hoy en la
región de mayor desigualdad en el mundo, entre una minoría de ricos e inmensas mayorías de
pobres, precarios y vulnerables. Es esa realidad objetiva, estructural e histórica común la que
permite la agrupación en un mismo conjunto de las diversas realidades internas, la que genera
respuestas similares y en grandes aspectos comunes, e impone un destino que, para ser feliz,
necesariamente ha de ser unido.

Hispanoamérica
A pesar de ello, existen actualmente quienes se oponen al uso de “América Latina” para nominar
a todo el continente americano, a partir del sur del Río Bravo, incluyendo Mesoamérica, el
Caribe y Suramérica. Y lo hacen desde muy distintos ángulos. En primer lugar, cabe mencionar
a aquellos que reivindican la antigua denominación de “Hispanoamérica”. La cual ha sido
siempre defendida por intelectuales españoles, como José Ortega y Gasset, y Ramón Basterra
que en “Virulo, mediodía” de 1927, describe la comunión de los pueblos hispánicos, a la que,
recuperando el remoto origen romano, denomina la “Sobrespaña” o “Espérica”. A ellos
se unirán también numerosos americanos, cuando, tras la derrota de España en la guerra
inter-imperialista con Estados Unidos en 1898, en las que perdió Cuba, Filipinas y Guam,
resurge el llamado “panhispanismo”, que pretendió identificar en un mismo antinorteameri-
canismo a sus antiguas colonias con su propio y fracasadamente resurgido liderazgo. En las
celebraciones del cuarto centenario del “descubrimiento de América”, los europeos habían
conseguido que muchos países latinoamericanos declararan festivo al 12 de octubre como “día
de la raza”. Ocho años más tarde, en 1900, se realizó un Congreso Hispano-americano, no
oficial, para hacer paralelo al II Congreso panamericano que se realizaría al año siguiente en

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

México promovido por Estados Unidos. Allí se gestó la “Unión Iberoamericana”.


A partir de las revoluciones rusa y mexicana a inicios del siglo XX, y con el simultáneo ascenso
del régimen fascista de Francisco Franco en España, el contenido antinorteamericano de la
denominación fue trasvasijado a uno de “anticomunismo”. Se convirtió en bandera conser-
vadora y tradicional en manos de todas las oligarquías y sectores de derecha en España y la
región americana. Sobre este nuevo contenido se creó en 1940 el “Consejo de la Hispanidad”
en Madrid. Uno de los máximos exponentes de este hispanismo americano fue el historiador
chileno, Jaime Eyzaguirre, quien escribió: “Cuando el indio americano, rescatado de la oscu-
ridad de sus ídolos, conoció al Dios del amor y se dirigió a Él con las voces tiernas y confiadas
del Padre Nuestro, no lo hizo en francés ni en italiano, sino en la viril lengua de Castilla. A
España no se le puede disputar el derecho de unir su nombre al de una tierra a las que abrió
las puertas del cielo, infundiendo en el alma triste de sus moradores la virtud para ellos
desconocida de la esperanza” (“Hispanoamérica del dolor”. 1968). Reflejando con claridad la
visión servil, racista e “idílica” que, haciendo abstracción de los seculares crímenes del imperio
español y de la virulenta guerra de independencia, sólo ve en los extendidos vínculos dejados
por tres siglos de coloniaje, grandes aportes culturales, entre ellos el idioma y la religión, los
cuales considera fundamentos de cualquier unidad cultural regional.
Lógicamente, dada la abrumadora cantidad de hechos en contrario, esta visión es rechazada
por amplios sectores intelectuales y sociales, que no comparten esa mirada de “legado funda-
mental” atribuida al etnocidio y saqueo español de tres siglos. El cubano, Fernando Ortiz,
criticó tempranamente como “racistas y falsas” las nociones “hispanoamericanas”, propo-
niendo como más adecuada la de “culturas”, para abordar la abigarrada diversidad interna,
tanto europea como americana: “Porque no existe una raza en España, que es abigarrada
de naciones, lenguajes y amestizamientos múltiples: ni tampoco en América Latina, que
es formada de muy diversos idiomas, culturas y cruzamientos, indígenas y alienígenas, en
paso lento de comunión” (“El panhispanismo”. 1910) Desde la muerte del dictador Franco
y hasta la actualidad la idea hispanoamericana ha sido retomada, con connotaciones más
amplias “europeas”, dada la búsqueda de unidad política de ese continente, aunque hoy debili-
tada y en crisis, y con visos de una relación más “horizontal” con la región que la sostenida por
Estados Unidos. Pero, a pesar de ello, la nominación de “Hispanoamérica” no ha encontrado
una extendida aceptación ni en los círculos intelectuales ni entre las mayorías de la región. Y
cada vez la encuentra menos.

Suramérica
Desde otro lado, tal denominación, es negada a su vez por quienes argumentan que excluye a
Brasil, un país que no es de habla hispana, sino portuguesa, pero cuya importancia para cual-
quier proyecto de unidad regional es tan evidente, que ha llevado a una nueva denominación
que lo incluye, la de “Iberoamérica”. Tomando como matriz de identidad colonial, no solo
a España, sino también a Portugal, considerando toda la península Ibérica que ocupan ambos
países en el oeste europeo. Esto, a pesar de que, como los más eruditos y rigurosos gustan
de recordar, la palabra romana Hispania (“tierra de liebres”), designaba ya antiguamente a
toda la península, por lo cual lo “ibérico” sería sólo un pleonasmo. Independiente de ello, sin
embargo, la idea de “Iberoamérica”, ha seguido similar derrotero que el de “Hispanoamérica”,
retomada con un contenido “europeo” más amplio y también más “horizontal” hacia la región,
pero no ha encontrado tampoco esa denominación una extendida aceptación y uso, ni mucho

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Ricardo Jiménez A.

menos.
Esta particular diferenciación y separación entre Brasil y el resto de Suramérica, ha sido
un tema recurrente en los debates sobre la unidad e identidad del continente. Decimos
“Suramérica”, en vez de “Sudamérica”, porque hablamos desde el Sur, y no del “Sud”, que es
españolización del inglés South. Las iniciales bulas papales excluían por completo a Portugal
de los nuevos territorios anexionados por Colón. Sin embargo, las realidades impusieron
a España una negociación directa en el “Tratado de Tordesillas” que, en 1494, entregó una
enorme porción de territorios del noreste atlántico de Suramérica a Portugal, conocidos hoy
como el actual “Brasil”. Desde entonces las disputas fronterizas fueron usuales, generando,
entre otras, el conflicto de las “siete reducciones”, en que, desde 1754 hasta 1756, indígenas
guaraníes y sacerdotes jesuitas resistieron armadamente su “traspaso” administrativo de la
jurisdicción española, que prohibía legalmente la esclavitud indígena, a la portuguesa, que la
permitía.
El único período de 60 años de unificación político administrativa de toda Suramérica,
incluyendo a Brasil, fue entre los años 1580 y 1640, bajo el reinado de una misma monar-
quía europea: Los Habsburgo, cuando Felipe II de España fue, simultáneamente, Felipe I
de Portugal. Le siguieron tres Felipes más, sucesores con las dos coronas, de Portugal y de
Castilla, sobre los territorios de Brasil y la demás Suramérica en su conjunto. Y es justamente
en el año de inicio de la unificación, 1580, que se fundó Buenos Aires, la primera y casi única
puerta al mar atlántico de España, y fue fundada con gran población de portugueses, siendo
en muchos sentidos casi una ciudad portuguesa. Dada la necesidad de esta monarquía unifi-
cada de defender la cuenca del Amazonas, apetecida por ingleses, franceses y holandeses, se
privilegió la temprana expansión de Brasil, mejor ubicado para ello. Una expresión constante
de esa política fueron las excursiones de “bandeirantes” (esclavistas luso-brasileños) y sus
“malucos” (tropas indígenas o afro descendientes) en las regiones fronterizas, ante la pasi-
vidad obligada de las autoridades españolas. Y constituían, por lo general, el preámbulo de la
anexión final de los territorios. Más tarde se rompe esta monarquía unificada para no recupe-
rarse más. Finalmente, en los vaivenes de la política europea, España y Portugal decayeron y
fueron superadas por nuevos y más pujantes imperios.
Llegada la independencia, desde el precursor Francisco de Miranda existe la inclusión de
Brasil en el proyecto de lucha: “Valientes ciudadanos de Brasil - ¡Levantaos! Escuchad la voz
de la libertad…levantémonos todos a una y unámonos como hermanos… uníos de manos y
de corazones en la gloriosa causa…” (“Proclama de Coro”. 1806). Sin embargo, el derrotero
brasileño a la independencia, será único y diferente, separándolo una vez más del resto de
las repúblicas. Transitará dinásticamente de ser parte del reino de Portugal a ser un imperio
monárquico propio, con Pedro I. Asimismo, sus constantes disputas fronterizas con los demás
países orientales atlánticos, Argentina, Uruguay y Paraguay, así como sus “conexiones” con las
monarquías y poderes europeos, generaron varias disputas y conflictos durante las primeras
décadas el siglo XIX, entre ellos, la guerra que liquidó el proyecto de José Artigas, en el
actual Uruguay y otras en las que estuvo involucrado el propio Simón Bolívar. Al Congreso
de Unidad Continental programado por el Libertador, fueron invitados delegados brasileños
por el presidente colombiano Francisco de Paula Santander, contra los deseos de Bolívar, que
apuntaba a conseguir un núcleo menor, pero real, de repúblicas confederadas, pero no asis-
tieron. El intelectual argentino, Bautista Alberdi, que en 1843 publicó en Chile su obra “Sobre
la conveniencia y objetos de un Congreso General Americano”, será uno de los permanentes
propagadores de la idea Suramericana, que se opuso a la “guerra de la triple alianza” de 1865 a
1870, en que Brasil, Argentina y Uruguay, digitados por Inglaterra, arrasaron, matando a dos

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

tercios de la población, el Paraguay del mariscal Francisco Solano López, único que mantenía
un proyecto de desarrollo nacional independiente y pujante, de orientación popular; la única
y última flama del primer proyecto independentista de los/as libertadores/as.
Brasil pasará de Estado monárquico constitucional y esclavista a República a finales del siglo
XIX y será una república absolutamente oligárquica hasta mediados del siglo XX. Ocasión
en que, mediante las crisis de entreguerras mundiales y el surgimiento de los nacionalismos
auténticamente latinoamericanos, la separación con el resto de Suramérica, mantenida
prácticamente desde el quiebre del breve periodo colonial de monarquía unificada, empieza
a cerrarse. El “proteccionismo” y el “desarrollo hacia adentro” con “sustitución de importa-
ciones” son una necesidad impuesta por las circunstancias en toda la región. En Argentina,
surge el plan económico financiero presentado por el ministro de Hacienda Federico Pinedo
a finales de 1940, en respuesta a la crisis de la Segunda Guerra Mundial. En él se incluye
una “unión aduanera” con los demás países de América Latina, la vieja idea de Bolívar, pero
incluyendo ahora a Brasil. En 1935, el militar brasileño Mario Travassos escribió un libro
fundante, “Proyección Continental de Brasil”. En él define a Suramérica como el área de prio-
ridad viable e imprescindible para articular regionalmente: “nos importa sólo América del
Sur, más arriba es área norteamericana, no nos metamos. Meter el hocico allí es quedar
electrocutado”. Su propuesta esencial es la necesidad de priorizar un espacio bien definido
que sirva de eje viable, de núcleo básico necesario, a la unidad del subcontinente, la alianza
argentino – brasileña.
En ese contexto, nace en Argentina el gobierno del militar nacionalista y popular Juan Perón
y su vigoroso movimiento político de mayorías, el Peronismo. Paralelamente, en Brasil, el de
Getulio Vargas, de signo similar, y que ya antes había implementado en su país un nacional
populismo industrializador. La estrecha afinidad de ambos culminará en la propuesta de
Perón de la alianza estratégica argentino brasilera, pues el modelo de sustitución de impor-
taciones necesitaba una ampliación gigantesca del mercado interno, relativamente amparada
por una nueva unión aduanera para lograr economías de escala. Una vez más, la carencia
de una masa crítica ideológica e intelectual, fue la falla fundamental del proceso. La falta
de conciencia de lo vital de esta estratégica política, aún en las propias fuerzas peronistas y
varguistas, expresada en la reproducción de la vieja rivalidad portuguesa hispana, permitió el
sabotaje del poder fáctico de los Estados Unidos, que terminó derrocando ambos proyectos
nacionalistas populares.
Aun así, lograron ser instaladas las ideas de “Suramérica”, “Conferencia Suramericana”,
“Alianza Suramericana”, “Mercado Común del Sur” y otras similares. En 1985, fueron reto-
madas, cuando los presidentes de Argentina y Brasil suscriben la “Declaración de Foz de
Iguazú,” piedra basal del “Mercado Común del Sur (MERCOSUR)”, originado en las negocia-
ciones del “Tratado de Asunción” de 1991, entre Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Más
centrado inicialmente en las cuestiones comerciales y aduaneras, incorporó gradualmente
componentes de Derechos Humanos, sociolaborales y migratorios, a partir del “Protocolo
de Ouro Preto”, Brasil, de 1994. En 2006, se integró como Estado miembro la República
Bolivariana de Venezuela. Además, tiene como “Estados asociados” a Bolivia (1996), Perú
(2003), Colombia (2004) y Ecuador (2004). Los cuales forman, a su vez, la “Comunidad
Andina de Naciones (CAN)”, el otro bloque subregional, originado primero como “Pacto
Andino” en la firma del “Acuerdo de Cartagena” de 1969, del cual formaron parte y se retiraron
Venezuela y Chile. Este último es Estado asociado en ambos bloques.
Por medio de la “Declaración del Cuzco”, emitida por la Tercera Cumbre Presidencial

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Ricardo Jiménez A.

Suramericana, el 8 de diciembre de 2004, se declaró la voluntad política de los países sura-


mericanos de avanzar a una superior integración regional, a través de una progresiva conver-
gencia de la CAN y el MERCOSUR. Ello ha sido reafirmado por los jefes de Estado en el año
2006, a través de la “Segunda Cumbre de la Comunidad Sudamericana de Naciones”, donde
firmaron la “Declaración de Cochabamba”, ratificando su compromiso para continuar en la
lucha por un nuevo modelo de integración para el siglo XXI, “sustentado en los principios de
solidaridad, cooperación, soberanía, respeto, integridad territorial y autodeterminación de
los pueblos; paz, democracia y pluralismo, derechos humanos y armonía con la naturaleza”.
Actualmente, ese proceso ha sido paralizado y en varios aspectos retrotraído por los colosales
escollos presentados por las múltiples intervenciones saboteadoras del poder fáctico nortea-
mericano y las divisiones que agita. Tanto de hostilidades fronterizas históricas entre muchos
países, como de discrepancias entre seguir el modelo “neoliberal” que dicta, a través de sus
Tratados de Libre Comercio (TLC) o seguir un camino propio basado en los principios de la
“Declaración de Cochabamba”.
En 2011, gobiernos de derecha en Perú, Chile, Colombia y México, crearon la “Alianza del
Pacífico”, de claro tinte neoliberal, que en años posteriores ha incluido, como asociados y
observadores, a numerosos países extra regionales. Estos mismos países, sumando y restando
a otros gobiernos de turno, según sean o no de derecha, conformaron en 2017, en el seno de
la OEA, y con la complicidad indecorosa de su actual secretario general, el más indigno de
los latinoamericanos, Luis Almagro, el infame “grupo de Lima”, máxima expresión de subor-
dinación a los dictados norteamericanos para agredir al gobierno soberano de la República
Bolivariana de Venezuela. Llegando incluso, en 2019, a la pública complicidad de la OEA con
el golpe de estado militar en Bolivia, sobre la base de falsedades contra el gobierno del presi-
dente Evo Morales, desmentidas tan solo un año más tarde por la aplastante derrota electoral
que el pueblo propinó a los golpistas.
A pesar de estos vaivenes y agudas disputas, permanece la decisiva realidad objetiva de que la
integración del MERCOSUR, con un Producto Bruto Interno de 1.000 billones de dólares y la
CAN, más Chile, haría de la “Comunidad Suramericana de Naciones” una potencia mundial.
Entregando la base material que hace viable la soberanía de sus pueblos para construir su
propio destino, con justicia e inclusión. Doce países con 370 millones de habitantes, cerca
del 67% de toda la América latina y el equivalente al 6% de la población mundial, mayor
que la de Estados Unidos, con alrededor de 300 millones. Su territorio, cerca de 17 millones
de kilómetros cuadrados, es casi el doble del territorio estadounidense, con un poco más de
9 millones seiscientos mil. Posee, además de una decisiva posición e intereses geopolíticos
comunes, integración cultural básica. Y una de las mayores reservas de agua dulce y biodiver-
sidad del mundo. Inmensas riquezas energéticas, petróleo, gas, minerales, pesca y agricultura.
Con una más que suficiente masa crítica de intelectualidad, profesionales, técnicos y mano de
obra creativa. Realidad que hoy resulta más significativa aún, como respuesta ante las graves
crisis, signadas por la pandemia y que han desnudado la estructura de desigualdad y egoísmo
que necesariamente debe ser cambiadas para alcanzar la seguridad y felicidad de los pueblos.

Otros nombres
Sin embargo, existen también sectores a los que les resultan inaceptables, tanto
“Hispanoamérica”, como “Iberoamérica” y “América Latina” por el puro hecho de su origen
foráneo y su inicial intención hegemonista. Ya sea europeo español, ibérico o norteameri-

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

cano, en el caso de “Hispano”, “Ibérico” y “América”; o ya sea francés, en el caso de “Latina”.


Seguidamente, y haciendo abstracción del carácter dinámico y evolutivo de los nombres, los
reduce a su riguroso significado étnico y político inicial. Por lo cual muchos de los pueblos y
culturas incluidos en los territorios que se denominan bajo su nominación, simplemente no
corresponden a esa categoría étnica, no son o hispánicos, o ibéricos, o latinos. Es el caso de la
fuerte presencia inglesa de Belice en Centroamérica. La holandesa de Surinam y la india de
Guyana en Suramérica. Entre decenas de islas de similar diversidad. Por esta razón algunos
sectores de estas naciones reclaman su propia identidad cultural y geo-política, y exigen que la
región se denomine “América Meridional y el Caribe” o que, en cualquier caso, se use siempre
el agregado: “y el Caribe”.
A la inversa, hay territorios en Norteamérica, como el actual Canadá, que sí fueron colonias
de naciones latinas como Francia y la misma España, pero que, paradojalmente, no se consi-
deran latinoamericanas; lo que haría aún más equívoco ese término. Para hacer todavía más
complejo el debate, en las últimas décadas, producto de las masivas migraciones y fenómenos
de transnacionalización de las culturas, se plantea también la cuestión de las “comunidades
latinas” en los Estados Unidos, “enclaves” o “guetos”, según sea la visión del caso, hispanos
en el interior de territorios norteamericanos. Por ejemplo, Los Ángeles, Miami o San Diego.
Donde ha surgido el concepto de “latinoamericanización” de Estados Unidos, para designar
el fenómeno del aumento significativo de millones de latinoamericanos residentes, así como
la fuerte presencia e influencia de su propia cultura, idioma y costumbres. Se discute si estas
comunidades, “los chicanos”, por ejemplo, constituyen o no parte de un pueblo latinoame-
ricano. Aunque, de hecho, muchos de ellos siguen siendo ciudadanos, votan y son elegidos
en sus territorios de origen, además de influir con sus aportes en dinero, entre muchos otros
vínculos transnacionales.
En continuidad con estos razonamientos, para los pueblos originarios indígenas, tanto cari-
beños, como andinos y amazónicos, especialmente en países de fuerte presencia de ellos,
como México, Guatemala, Ecuador, Bolivia y Perú, esas denominaciones les resultan ajenas,
negadoras y excluyentes de su propia identidad, aún de sus propios lenguajes, que no son
hispánicos, ni ibéricos, ni latinos. Por ello, sectores importantes de movimientos indigenistas
y antirracistas, atribuyen a aquellos términos la representación únicamente de la población
de “raza blanca” o “mestiza” en la región. Y lo mismo ocurre con los numerosos afrodescen-
dientes, traídos desde muy antiguo como mano de obra esclava y de importante presencia
étnica en varias zonas del continente. En su caso, se acuñó el término “Afroamérica”, más o
menos en las primeras décadas del siglo XX, pero su uso no ha logrado trascender los límites
del campo académico cultural, salvo en los Estados Unidos. Algo similar plantean sectores
chino descendientes, también traídos como mano de obra esclava, y de importante presencia
en algunas zonas.
Un ejemplo de estos cuestionamientos es el del peruano Luis Alberto Sánchez, quien publicó
en 1945 un libro con el sugerente título de “¿Existe América Latina?”. En él concluía que, de
hecho, no existe, precisamente, porque las culturas de la región son indias, ibéricas y afro
descendientes. Sólo trece años después, el mexicano, Edmundo O’Gorman, entendiendo más
profundamente las complejas dinámicas étnicas y culturales involucradas en los nombres de la
región, dirá que ésta ha sido “inventada” por quienes la nombran (“La invención de América”.
1958). A partir de allí, han sido numerosos los intentos de re nombrar más incluyentemente
esta región, cuya diversidad interna se muestra, sin embargo, esquiva con todos ellos.
Algunos de los más importantes empiezan con José Martí, héroe y pensador fundacional de

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Ricardo Jiménez A.

la independencia cubana. Quien en 1886 escribió su libro “Nuestra América”. Retoma así,
ahora con centralidad programática, esa expresión que encuentra antecedentes en debates
literarios coloniales y que fue usada ya por los patriotas de la independencia, desde Francisco
Miranda en 1783: “La América es nuestra, porque nuestros padres la ganaron si para ello
hubo un derecho; porque era de nuestras madres y porque hemos nacido en ella. Este es el
derecho natural de los pueblos en sus respectivas regiones”. De esa manera, Martí antepone
al concepto ya instalado, generalizado, de “América”, el de “Nuestra”. Con ello, hace cons-
ciente el ejercicio de “comunidad imaginada” presente en todo proyecto de nación o entidad
supranacional. El recorte de la comunidad es explícitamente un acto auto afirmativo como
sujeto histórico con identidad distinguible. En su caso, frente a los poderes imperiales nega-
dores de ese derecho protagónico. Martí hablará también de “Nuestra América Mestiza” y
“América Nueva”. Sin embargo, aunque muchos autores han recogido esta denominación
de pueblos “nuestro-americanos” para incluir la diversidad interna del continente, ella no ha
alcanzado un grado de generalidad entre los intelectuales y menos aún entre las mayorías.
Desde un punto de vista político, a partir de debates que se gestan en las luchas de indepen-
dencia y se actualizan en la discusión de Martí con las concepciones eurocéntricas de “Patria”
trasladadas a las repúblicas latinoamericanas, se acuñó el término de “Patria Grande”,
referido a todo el pueblo continente al sur del río Bravo, para oponerlo al de “patrias chicas”
y chovinismos pequeños o pro expansionistas, de origen europeo. El místico y literato argen-
tino, Ricardo Rojas, que escribió innumerables rescates ancestrales y universales de la región,
como “Ollantay” (1939), sobre el drama épico de los quechuas originarios peruanos, y “El
santo de la espada” (1933), dedicado al prócer independentista José de San Martín, acuñó en
1924 un nuevo nombre para la región: “Eurindia”, nacido de la mezcla de Europa e India
(América). Buscando expresar su síntesis moderna y atávica, sagrada y mística, astrológica y
contemporánea, científica y profética. El peruano, Raúl Haya de la Torre, habla, desde inicios
de la década de 1920, de “Indoamérica” para oponer al “panamericanismo” hegemónico
estadounidense y también a la naciente y dogmática influencia soviética. En 1927, funda la
revista que lleva ese nombre, el cual será parte del lenguaje “oficial” de la “Alianza Popular
Revolucionaria Americana – APRA”, su inicialmente mítico, y más tarde desvirtuado, traicio-
nero y corrupto, partido. José Carlos Mariátegui, peruano, aliado y más tarde antagonista de
Haya de la Torre, fundador del primer marxismo auténticamente latinoamericano, habla de
“América indoibera” y escribe en 1925: “Nada resulta más inútil, por tanto, que entrete-
nerse en platónicas confrontaciones entre el ideal iberoamericano y el ideal panamericano...
Mientras el iberoamericanismo se apoya en los sentimientos y las tradiciones, el paname-
ricanismo se apoya en los intereses y los negocios”. Hablará también de “Indoamérica” y
“América indoespañola”.
Augusto Sandino, en medio de la feroz resistencia a la invasión militar norteamericana de
Nicaragua, enmontañado en las Segovias, se da tiempo para proponer su “Plan de realización
del supremo sueño de Bolívar”. Y en él nombra a la región como “América Indolatina”,
de la cual cada uno de los países eran “fracciones de la Nacionalidad Latinoamericana” (20
de marzo. 1929). El mexicano, Gonzalo Aguirre, cuyos estudios étnicos de indígenas y afro
descendientes son fundantes para la región, acuñó, en su obra de 1967, un nuevo término, con
la clara intención de dar cuenta de las complejidades y diversificaciones internas del conti-
nente: “Mestizoamérica”. También ha sido propuesta la denominación “América de los
Pueblos”, en alusión a la pluralidad y autonomía de las diferentes comunidades internas de
la región. Sólo “pueblos indígenas”, han sido reconocidos “oficialmente” por los Estados más
de 500 hasta la actualidad, gracias a su lucha heroica y permanente por el reconocimiento

58
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

semántico, simbólico y político.


Todas estas denominaciones, sin embargo, encuentran también opositores, por diversas
razones. El hispanista chileno Eyzaguirre, por ejemplo, desde una clara matriz hegemónica
civilizatoria eurocéntrica y racista, calificó así el énfasis indigenista: “…el término Indoamérica
sustituye el factor común cristiano y occidental de nuestra cultura por una edificación racista
que se repliega ciegamente en bajos estratos de la biología para rechazar todo contacto
con el espíritu universal” (1968). Desde la trinchera opuesta, líderes y organizaciones indí-
genas, así como sectores de intelectuales afines, descartan aquellos nombres, a pesar de su
intencionalidad en reconocer el carácter indígena, por el hecho de hacerlo con palabras de un
lenguaje no indígena, ajeno y en última instancia impuesto. Ante lo cual han planteado el uso
de nominaciones ancestrales, únicas que consideran auténticamente “propias”, tales como
“Tahuantinsuyo”, “Pachamama”, y “Abya Yala”, para nominar la región.
El mexicano, Leopoldo Zea, en el quinto centenario de la llegada de Colón a la región, sentenció
que el “descubrimiento” fue, en realidad, un “encubrimiento” europeizante, negador, de lo
propio, la mezcla, original, irrepetible. Para cuyo redescubrimiento desarrolló la tarea de
“búsqueda antológica” de América, a través de la cultura y la geohistoria.
Han seguido surgiendo nuevas propuestas para superar las discrepancias. Tales como la
de “Andia”, propuesta en Internet, el año 2006, por Mauricio Fontana, estudiante de la
Universidad Nacional de Colombia (UNC), basada en la omnipresente y común presencia de
la cadena montañosa de “Los Andes” que va de norte a sur, de mar a mar, conectando de
una u otra forma todos los actuales países. Y la de “Pachamerica”, que une la voz ances-
tral quechua aymara a la nominación más generalizada del continente americano, del cien-
tista social chileno, Luis Cáceres, quien la define como: “concepto… para definir la tierra y
todo el espacio cósmico en que vivimos… lo que somos: una realidad mestiza e intercultural”
(“Trabajo social e identidad”. 2006).
El continente ha sido también, a lo largo de la historia, “incluido” o “clasificado” dentro de otras
nominaciones, más amplias y generales, de orden planetario y de acuerdo a características
comunes con otras regiones. Se trata de otras nominaciones, supra culturales y supra continen-
tales, creadas para dar cuenta de las realidades extremadamente diferentes entre conjuntos de
países. Muchos de ellos son conceptos que, a partir y con el pasar del siglo XX, sobre todo con
los procesos de descolonización posteriores a la segunda guerra mundial, vinieron a reemplazar
en el uso a los antiguos de “civilización” y “barbarie”, devenidos en presentablemente ofensivos.
Algunos de ellos han sido usados como bandera “reivindicativa” de una identidad propia y
opuesta a los del imperialismo y el colonialismo. Sin embargo, aunque atenuada o eufemística-
mente, conservan también, de hecho, algo de las connotaciones culturales discriminatorias, lo
cual lleva a muchos a evitar ser incluidos o nominados con ellos.
La más genérica de ellas, es la de “Hemisferio Occidental”. La palabra hemisferio significa
literalmente semiesfera o media esfera y la expresión se utiliza en geografía para nombrar
dos mitades del planeta. En este caso, la mitad que se encuentra al oeste del meridiano de
Greenwich, en Inglaterra. O a la principal masa terrestre que ésta contiene, el gran conti-
nente americano, del polo norte al polo sur, “las tres Américas” y el Caribe, nombrados sólo
como “América” por influencia estadounidense. Es usada comúnmente, sin rigurosidad, para
separar a Arabia, Asia, África, China y Rusia del resto del mundo “occidental”. Se trata así de
una arbitraria y eurocéntrica clasificación, más geopolítica que estrictamente geográfica. Lo
que ha llevado a contraponer la división, también hemisférica, entre Norte y Sur, a partir,

59
Ricardo Jiménez A.

esta vez, de la línea o paralelo del Ecuador, que separa imaginariamente al planeta en dos
mitades con cada uno de los polos como referencia central. Y que homogeneiza mejor, según
los grados de desarrollo capitalista y el lugar en la geopolítica mundial a los dos grupos de
países formados. Por un lado, el “Hemisferio Norte”, agrupando a los países desarrollados y
dominantes, y, por otro, el “Hemisferio Sur”, a los no desarrollados y subalternos, inclu-
yendo a América Latina. El precursor y popularizador de esta categorización en el continente,
fue el amauta uruguayo, Joaquín Torres. Pintor e intelectual universal, quien dibujó el mapa
invertido de Suramérica para graficar el “cambio de rumbo”, mental, cultural, del pueblo
continente. “He dicho Escuela del Sur; porque en realidad, nuestro norte es el Sur. No debe
haber norte, para nosotros, sino por oposición a nuestro Sur. Por eso ahora ponemos el
mapa al revés, y entonces ya tenemos justa idea de nuestra posición, y no como quieren en el
resto del mundo. La punta de América, desde ahora, prologándose, señala insistentemente
el Sur, nuestro norte” (1941). En 2005, inició sus transmisiones la primera cadena televisiva
latinoamericana, “Telesur”, rompiendo el monopolio norteamericano, como un proyecto del
gobierno venezolano con apoyo de los de Argentina, Cuba y Uruguay. Su lema es aquel plan-
teado por el gran amauta uruguayo: “Nuestro norte es el Sur”.
La más universal y emancipatoria de todas las categorías generales, usadas para la región,
ha sido el “Internacionalismo proletario”, que consistía en agrupar en un solo conjunto
universal a todos los pueblos y sectores que, por encima de cualquier nación, deberían adherir
a la lucha socialista, en razón de su posición o interés de “clase”. Es decir, según su ubicación
y estatus en el aparato productivo, o más específicamente en la obra de Marx, en torno a la
propiedad o no de los medios de producción. En la práctica, sin embargo, ha evolucionado
en su uso a un concepto de adscripción y actividad revolucionarias, de discurso y contenido
de clase y antiimperialista, por parte de sectores que, en su mayoría, no necesariamente son
“obreros” o “proletarios”. Sobre todo, en los países más pobres y atrasados técnicamente,
donde la “clase obrera” o “proletaria” ha sido en magnitud y actividad poco significativa, más
aún frente a otros sectores más numerosos y activos, como el campesinado y los pueblos indí-
genas en América Latina. Y donde además las tareas y objetivos revolucionarios son de una
característica distinta, mucho más ligadas a cuestiones nacionales antiimperialistas, que las
planteadas a los sectores revolucionarios de Europa o Estados Unidos.
Enfatiza este uso, más subjetivo que objetivo, flexible que riguroso, del concepto interna-
cionalista proletario, la tendencia decreciente de necesidad de trabajo productivo directo y
empleo estable y formal en el mundo, producto del cruce entre avances tecnológicos y polí-
ticas neoliberales. De manera fundamental, Carlos Marx describió esta tendencia (“Elementos
fundamentales para la crítica de la Economía política (Grundrisse) 1857-1858”). Según la cual,
en el proceso productivo capitalista existen y se conjugan dos tipos esenciales de trabajo: el
trabajo muerto, pasado, acumulado, objetivado, que ya modificó objetos, fundamentalmente,
tecnología, modos de organización y capital, por un lado; y el trabajo vivo, presente, no obje-
tivado, subjetivo, que modifica y hace, fundamentalmente, el trabajo humano, bajo la forma
de empleo productivo directo. Marx adelantó que la tendencia fundamental será la de un
aumento constante del primero y disminución de la necesidad del segundo. “Cuanto mayor
sea la capacidad productiva del trabajo, tanto más corto será el tiempo de trabajo necesario
para la producción de un artículo, tanto menor la cantidad de trabajo cristalizada en él y
tanto más reducido su valor” (“El Capital. Libro 1”. 1867. FCE, México, 1980, p. 188).
Aunque la capacidad de producción de bienes en el mundo continúa creciendo constante-
mente, cada año disminuye la cantidad de trabajo productivo directo humano que se requiere
para ello en aproximadamente un 2%. La década de 1970 es en la que el mundo alcanzó la

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

mayor cantidad de trabajadores/as productivos/as asalariados/as, cerca de 110 millones de


obreros/as industriales, sólo en los países desarrollados. A partir de allí, su magnitud decrece
clara e ininterrumpidamente hasta la actualidad. Se estima que la disminución de este trabajo
requerido ha sido de alrededor de un 33% desde la década de 1980 a la actualidad (“Adiós al
proletariado: Más allá del socialismo”. André Gorz. 1981). Esto genera una masa creciente de
trabajadores subempleados, desempleados o marginados, en algunos países europeos, más
del 50% de la población entre 18 y 24 años. La Organización Internacional del Trabajo (OIT)
constató en el año 2003, que se había alcanzado el “récord” histórico con el mayor número de
desempleados: 186 millones. De cada 100 nuevos puestos de trabajo que se crean hoy en el
mundo, 82 pertenecen al sector informal, no productivo. En América Latina, la CEPAL reco-
noce un fenómeno de creciente “desalarización” y “terciarización” de los empleos e ingresos,
para todos los trabajadores, incluyendo a los profesionales y técnicos. Peor aún, los aumentos
en el “empleo” se dan en el sector informal y el deterioro golpea más fuerte a las mujeres.
Es decir, en resumen, que cada vez se puede producir y se produce más, pero con menos trabajo
humano directo y que los/as trabajadores/as son cada vez menos imprescindibles en términos
absolutos, por lo que los trabajos tienden a ser “precarios”, esto es, sin salarios ni seguridades
fijas o garantizadas y crecientemente en el área no productiva (fabril, industrial), sino en los
servicios (desde empleadas domésticas hasta lustrabotas, vendedores y servicios de todo tipo,
etc.). El actual aumento exponencial de la actividad informal e ilegal en América Latina, prin-
cipalmente del narcotráfico, el tráfico de personas, el comercio sexual y el comercio ambu-
lante, son una incontestable evidencia de este proceso. Que es resultado de la lógica interna,
permanente y normal del sistema económico capitalista, más allá de fenómenos coyunturales,
como la inédita pandemia global de coronavirus que intensificó al máximo este proceso. Es en
esta realidad estructural, que surgen y encuentran fuerza las propuestas para responder a ella,
desde el impuesto a la riqueza, el salario ciudadano o renta básica universal incondicional, el
aumento y permanencia de diversos programas sociales y otras similares, que apuntan todas a
redistribuir de manera sustentable la riqueza creciente, en el contexto de desempleo produc-
tivo directo también creciente.
El antecedente más temprano del “internacionalismo proletario” se encuentra en la hija de dos
mundos, americano y europeo, Flora Tristán, precursora feminista y obrerista quien acuñó en
1842 la consigna de “Unión universal de obreros y obreras”. Más tarde será retomado y popu-
larizado en todo el mundo por Carlos Marx y Federico Engels en su “Manifiesto Comunista”
de 1948, como: “Proletarios del mundo, uníos”. Retomado y actualizado, alcanzará su síntesis
perfecta con la acepción más “tercermundista” del término en la “Tricontinental”, organi-
zación revolucionaria internacional de los países no desarrollados, y con el “latinoamerica-
nismo” bolivariano en el pensamiento del Che Guevara: “América constituye un conjunto más
o menos homogéneo y en la casi totalidad de su territorio los capitales monopolistas nortea-
mericanos mantienen una primacía absoluta… casi todos los países de este continente están
maduros para una lucha de tipo tal, que para resultar triunfante, no puede conformarse con
menos que la instauración de un gobierno de corte socialista… En este continente se habla
prácticamente una lengua, salvo el caso excepcional del Brasil, con cuyo pueblo los de habla
hispana pueden entenderse, dada la similitud de ambos idiomas. Hay una identidad tan
grande entre las clases de estos países que logran una identificación de tipo ‘internacional
americano’, mucho más completa que en otros continentes. Lengua, costumbres, religión,
amo común, los unen. El grado y las formas de explotación son similares en sus efectos para
explotadores y explotados de una buena parte de los países de nuestra América. Y la rebe-
lión está madurando aceleradamente en ella… dadas sus características similares, la lucha

61
Ricardo Jiménez A.

en América adquirirá, en su momento, dimensiones continentales…. Y que se desarrolle un


verdadero internacionalismo proletario; con ejércitos proletarios internacionales, donde la
bandera bajo la que se luche sea la causa sagrada de la redención de la humanidad, de
tal modo que morir bajo las enseñas de Vietnam, de Venezuela, de Guatemala, de Laos, de
Guinea, de Colombia, de Bolivia, de Brasil, para citar sólo los escenarios actuales de la lucha
armada sea igualmente glorioso y apetecible para un americano, un asiático, un africano y,
aún, un europeo… En definitiva, hay que tener en cuenta que el imperialismo es un sistema
mundial, última etapa del capitalismo, y que hay que batirlo en una gran confrontación
mundial” (“Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”. 1967. Subrayados
son del autor de este trabajo).
A partir del término de la segunda guerra mundial, se produjo la clara división del mundo
en dos bloques políticos y económicos. El capitalismo occidental liderado por Estados
Unidos, llamado “Primer mundo”. Y el soviético oriental, liderado por la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS), entendido como “Segundo mundo”. Ambos enfrentados en
la llamada “Guerra fría”. Sin embargo, era claro que existían un conjunto de países cuyos
grados de desarrollo, problemas e intereses geopolíticos no estaban, en estricto rigor, ni en
uno ni otro bloque. Para designar a este conjunto, el economista francés Alfred Sauvy en
1952, haciendo un paralelismo con el término francés “tercer estado” - que en época de la
Revolución francesa designaba a quienes no estaban ni en la nobleza, ni en el clero - acuñó el
término “Tercer Mundo”. Una vez disuelto el “segundo mundo”, con la desaparición de la
propia URSS y otros Estados del bloque, el término aún se usa, identificándose simplemente
con los países “atrasados”, “pobres”, o “subdesarrollados”. Asociados simbólicamente a un
conjunto de características, tales como: base económica agraria, exportadores de materias
primas, no industrializados, e inestables políticamente. Aunque cada vez con menos fuerza y
considerado despectivo y discriminatorio.
En el ámbito institucional “oficial”, la consideración de situaciones y objetivos económico
políticos propios de estos países dieron origen a propuestas políticas alternativas a aquellas de
los dos grandes bloques, llamadas comúnmente de “tercera vía”. En el seno del sistema inter-
nacional de Naciones Unidas, se generaron entidades como los “Países No Alineados”.
Nacidos en Indonesia en 1955 con 29 países, con la finalidad de impulsar políticas propias,
diferentes a las de los dos bloques de la “Guerra fría”. Terminada ésta con la desaparición de
la URSS, continua, sin embargo, vigente en la actualidad, con más de 120 países miembros, de
Asia, África, América y algunos europeos menos industrializados, además de algunos movi-
mientos anticoloniales. También es similar el “G- 77”, Grupo de 77 países en desarrollo,
formado en 1964 y vigente hoy con 132 países miembros. Y otros agrupamientos similares.
En el ámbito económico, se habló de “Países subdesarrollados o en vías de desarrollo”.
Por oposición, a los países “desarrollados”. Entendido el “Subdesarrollo” como “atraso” (así
lo define el diccionario) de un país, zona o región, incluso de cualquiera de sus expresiones,
como las de “mentalidad subdesarrollada”, respecto del modelo “desarrollado” encarnado en
los países capitalistas ricos. Ha sido en la práctica difícil de definir rigurosa y consensuada-
mente. Para la mayoría sigue siendo sinónimo de niveles o estándares económicos (propios del
“desarrollo”) aún no alcanzados. Aunque las discrepancias empiezan al tratar de consensuar
con exactitud qué niveles son esos. Una acepción más determinista del mismo, lo entiende
como una “etapa” o “fase” en el camino al desarrollo. Pero se ha mostrado argumentadamente
que el denominado subdesarrollo puede llegar a ser una condición estructural, permanente,
justamente por la dominación y saqueo de los llamados países “desarrollados”. Lo cual ha
llevado a cuestionar estas denominaciones por sus connotaciones colonialistas, imperialistas

62
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

y discriminatorias. Por último, ha sido cuestionada la idea misma de que exista “un” desa-
rrollo. La grave, casi terminal, crisis ambiental, y la revalorización de las cosmovisiones indí-
genas originarias, han llevado a cuestionar el modelo occidental capitalista tenido por única
vía unidireccional al desarrollo hasta décadas recientes. Incluso, la grave crisis del empleo, la
desigualdad y la cohesión social, ha llevado a organismos como Naciones Unidas a “comple-
mentar” aquella visión puramente macroeconómica de desarrollo, midiendo el “Desarrollo
Humano” (PNUD, desde finales de los 1990).
Justamente de la reflexión de los problemas del desarrollo, desde la específica posición de
América Latina, nace el concepto de “Países Periféricos”. Acuñado en la década de 1940
por el argentino, Raúl Prebisch, junto al brasileño Celso Furtado y otros, en el seno de la
Comisión Económica para América Latina y el Caribe – CEPAL, dependiente de las Naciones
Unidas. Instalando el debate en la intelectualidad de la región sobre el “carácter estructural
e interconectado” de los países “desarrollados” y “subdesarrollados”, a los cuales, precisa-
mente para enfatizar esa relación estructural, llamó “centros” y “periferias”. Recogiendo las
tesis de “intervención reguladora del Estado en la economía”, nacidas a partir de los trabajos
del economista británico, John Maynard Keynes, para responder a las recurrentes y graves
crisis del libre mercado (depresiones, recesiones, etc.), generando empleo y planes o políticas
de desarrollo; y en el contexto de la ruptura de la economía agroexportadora e importadora de
bienes industriales, provocada por la segunda guerra mundial y el cierre de los mercados de
los países desarrollados; los denominados “cepalinos” esencialmente plantearon el “desarrollo
hacia adentro”, con sustitución de importaciones, planificado y orientado por los Estados,
para lograr industrializar, urbanizar y, en última instancia desarrollar las economías de la
región. Ello incluía políticas “proteccionistas” para la producción nacional, con impuestos a
la venida desde afuera. Políticas de redistribución social (también llamadas de “Estado de
Bienestar”) para “modernizar” a la población y crear un mercado interno a la industrializa-
ción, al tiempo que se creaba una burocracia estatal, clase media o dirigente, que lideraba a
la “conservadora” oligarquía de herencia y mentalidad hacendada rentista. Y esa fue más o
menos la estrategia estatal de los países relativamente más industrializados como Argentina,
México, Brasil y Chile, a lo largo de las décadas de 1950 a 1970.
Tomando esos ejes teóricos básicos, pero criticando aspectos del “desarrollismo” cepalino,
surgió la “Teoría de la Dependencia”. Elaborada entre los años 1950 y 1970, a partir de los
trabajos fundantes del economista de izquierda alemán, estrechamente ligado a América
Latina, André Gunder Frank, y numerosos intelectuales de la región, especialmente argen-
tinos, brasileños y chilenos, como Fernando Henrique Cardoso, Theotonio Dos Santos, Ruy
Mauro Marini y Enzo Faletto, entre otros. En ella, los países de la región formaban parte de los
llamados “Países Dependientes”. Es decir, aquellos cuyo “desarrollo” era estructuralmente
negado por sus relaciones de subordinación a los países hegemónicos desarrollados. Donde
la situación no era de estar “en vías de desarrollo”, sino de “permanente estancamiento”,
causado por el dominio político y el saqueo económico de los países desarrollados a los que
estaban ligados estructuralmente. Ello era posible porque las élites oligárquicas locales eran
pieza de transmisión de ese dominio. Por tanto, en sus versiones más radicales, se proponía
la ruptura con ese dominio, la asunción por parte del Estado de las claves fundamentales
del sistema político y económico, regulando fuertemente todos sus ámbitos para planificar el
desarrollo. Para ello, era necesario que el Estado estuviera en manos de las fuerzas políticas
que representaban, no los intereses de las elites subordinadas locales, sino de las clases traba-
jadoras, únicas interesadas objetivamente y capaces de romper con el dominio y dependencia
exterior. En ese marco, surgieron los intentos de creación de entidades subregionales propias

63
Ricardo Jiménez A.

y ajenas al “panamericanismo” hegemonizado por Estados Unidos, como el “Pacto Andino” de


1969, más tarde “Comunidad Andina de Naciones (CAN)”.
Sin embargo, golpes de Estado y brutales dictaduras militares, especialmente en Chile, a partir
de 1973, país donde funcionaba la CEPAL, interrumpieron abruptamente la hegemonía de
estas tesis desarrollistas o de la dependencia. Cambios profundos de más largo plazo, en las
condiciones socioeconómicas e ideológicas del mundo terminaron por desplazarlas comple-
tamente para fines del siglo XX. Entre otros, la inusitada migración masiva del sur al norte,
que ha sido planteada, recuperando su lenguaje, como inserción del subdesarrollo en el desa-
rrollo, del tercer mundo en el primero, o de “periferización del centro”. Desde entonces han
transcurrido más o menos tres décadas de políticas contrarias, llamadas “neoliberales”. La de
1980 caracterizada por un aumento asfixiante de la deuda externa y generalizada violación
masiva de Derechos Humanos. La de 1990, por una recuperación formal de la democracia,
pero con emergencia explosiva de desempleo, desigualdad y exclusión, inestabilidad política,
crisis medioambiental, y de cohesión social. Lo cual ha llevado al profundo cuestionamiento
de tales políticas, especialmente por la inédita crisis global de la pandemia, y puesto a la región
en la virtual división de sus electorados y una aguda disputa entre persistir en la desacre-
ditada fórmula neoliberal, o construir, bajo nuevas características, un Estado “afirmativo”,
redistributivo de la riqueza y el crecimiento, así como regulador y planificador del desarrollo
inclusivo. En esta última corriente se actualiza, de hecho, mediante nuevas formas, mucho
del legado esencial de los amautas latinoamericanos de la primera CEPAL y la Teoría de la
Dependencia.
En definitiva, el debate y reflexión sobre un nombre para la región, como parte de una iden-
tidad, de una comunidad imaginada, ha sido sustancial al largo parto metafórico de pensa-
miento propio. En él se revela la región y su conjunto cultural como una totalidad geográfica y
geopolítica, pero multiétnica, con diversas y complejas rupturas y continuidades internas. Y,
aunque ello ha llevado a plantear que simplemente no deberían usarse ningún tipo de nomi-
nación plural o general para la región, y cada territorio y cultura designarse con los suyos
propios, también es en sí mismo un recorte que la constituyen, aunque problemáticamente,
como una totalidad distinguible.
Desde que Tomás Moro ubicara su isla socialista “Utopía” en el continente americano (1516),
y numerosos amautas la consideran cuna ancestral y heredera espiritual de la mítica isla
“Atlántida” descrita por Platón (360 A.C.), hasta que Francisco de Miranda usara temprana-
mente el plural: “Nuestras Américas” y “Las Américas” (2 de agosto, y 15 de marzo. 1810), la
convivencia, interacción y mezcla, con su flujo de oposiciones y síntesis, aparece como vital
e irrepetible componente de su originalidad. Tejido siempre inacabado de la “Wifala” caribe-
ña-andino-amazónica, y ahora también urbana, donde caben todos los colores en armonía.
Sobre la cual se ha desenvuelto un extendido proceso de nombramiento. Un nombre que crece
simultáneamente con el objeto que nombra. Que se llena de otros nombres. Un flujo más que
un objeto. Tal vez la manifestación problemática y difícil del “Amaru / Katari”, la serpiente
infinita andina, en infinito movimiento. Que en vez de querer “fijar”, matando sin saberlo
su originalidad y riqueza, se debe comprender y aceptar como tal, movimiento incesante de
crecimiento y liberación.  

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

III
El Amaru Katari

Amaru y Katari, significan exactamente lo mismo en quechua y aymara, respectivamente, “la


serpiente”, que mordiéndose la cola – metafóricamente – simboliza el ciclo infinito cósmico e
histórico. No eran los nombres de nacimiento de José Gabriel Condorcanqui y Julián Apaza,
los dos principales Tupacs (señores, grandes líderes, “resplandecientes”) que comandaron la
más fuerte y amplía rebelión anticolonial en Nuestra América. Porque Amaru y Katari son
expresiones de un solo y mismo liderazgo telúrico y espiritual panandino, guiando la lucha,
una y otra vez, hasta la victoria. Tal como lo repetirán, más tarde, las guerrillas latinoameri-
canas del siglo XX, con los nombres de guerra de sus comandantes. Más que una persona, se
trata de una función, un pueblo, un movimiento del universo.
Desde que los españoles cortaran la cabeza al primer Tupac Amaru (Felipe) en la plaza del
Cuzco en 1572, tras resistir militarmente por décadas en el territorio liberado de Vilcabamba,
surgió inmediata y anónima entre la multitud de indígenas que observaba, la certeza que la
cabeza y el cuerpo volverían a reunirse para comandar otra vez la lucha contra los invasores.
Doscientos años después, la cabeza y el cuerpo reunidos capitanearon, bajo Tupac Amaru II
(José Gabriel), la rebelión anticolonial más grande en América, abarcando pueblos y territo-
rios de cinco de las actuales repúblicas, decretando la libertad de los esclavos, la abolición de
todas las servidumbres y discriminaciones raciales, las autonomías locales, y la independencia.
En el Kollasuyo, Alto Perú, actual Bolivia, Tomás Katari, lideró un levantamiento. Julián
Apaza, aymara como él, cambia su apellido al de Katari para seguir sus pasos, y su nombre
al de Tupac, como ha hecho antes el líder quechua peruano, José Gabriel Condorcanqui, que
a su vez se ha transformado en Tupac Amaru, y ha sido restituido como legítimo inca. Apaza
nace, así, como el Katari, el aymara que, a diferencia de Tupac Amaru, no poseía ningún linaje
de curaca, pero fue nombrado capitán en el Alto Perú del movimiento. Naciendo también la
alianza quechua aymara, el núcleo estratégico de la confederación pluriétnica de la insurrec-
ción. No menos de cincuenta mil combatientes, hombres y mujeres, una centena de batallas,
en 1.500 kilómetros, a lo largo de dos años. Quechuas, Aymaras, Tobas, Chancas, Matacos,
Mocovíes, Pampas, Chiriguanos, mestizos, negros, mulatos, criollos, y, según algunas fuentes,
hasta algunos europeos, aliados tácticos contra el enemigo común, España. La tormenta
perfecta tupacamarista.
Derrotado el Katari transitoriamente, al igual que Tupac Amaru, por una mezcla de errores,
azares y traición, tendrá similar tormento final. “Volveré y seré millones”, profetizó el Katari a

65
Ricardo Jiménez A.

sus verdugos. Y no es solo una frase retórica o política, sino una verdad absolutamente mate-
rial, observable en la actual Bolivia, su teatro de operaciones durante la insurrección, en las
permanentes resistencias de los siglos XIX y XX, el primer gobierno indígena y la derrota
aplastante de los golpistas anti populares y racistas, en el siglo XXI. En muchas ocasiones,
se atribuye su frase profética al Condorcanqui Tupac Amaru peruano, pero esto más que una
imprecisión acaso sea en realidad la sabiduría popular que intuye que el Amaru y el Katari son
uno y el mismo, libertario y permanente.
Tras la derrota transitoria, esta vez los opresores coloniales descuartizaron y repartieron
muy lejos los restos del inca Tupac Amaru, para asegurarse de que no se repitiera aquel mito
movilizador, pero los/as porfiados/as resistentes, de inmediato, aseguraron que, una vez más,
los restos repartidos, se reunirían gradualmente bajo la superficie de la tierra, para volver a
la lucha. El último Tupac Amaru, Juan Bautista, (medio) hermano menor de José Gabriel,
sobreviviente de la rebelión y prisionero por más de tres décadas, enlazó expresamente su
lucha con la de Bolívar. Y juntos, el Amaru Katari y el Libertador, cabalga, cada vez más fuerte
y cada vez más cerca, del presente.

El regreso
Ocho años antes de la toma de la Bastilla en Francia y en el mismo momento que las colo-
nias norteamericanas luchan guerra libertaria contra el imperio colonial inglés, José Gabriel
Condorcanqui Noguera, Tupac Amaru II, un descendiente directo de curacas Incas, rico y
culto propietario de cocales, chacras, vetas de minas y una fortuna en mulas de arreo, dedi-
cado al comercio regional, encabezó la más grande rebelión anticolonial en Suramérica, que
llegó a abarcar, a lo largo de dos años, territorios y pueblos de cinco de los actuales países, y
que tuvo repercusiones en lugares tan distantes como Panamá, México y Haití (“Francisco
de Miranda y los ‘Incas’ de la revolución haitiana: Una hipótesis para la investigación”. Juan
Hernández. 2006).
Así lo testimonia su “bando de proclamación”, que comenzaba: “Don José I, por la gracia
de Dios, Inca, Rey del Perú, Santafé, Quito, Chile, Buenos Aires y continente, de los mares
del sur, Duque de la Superlativa, señor de los Césares y Amazonas, con dominio en el gran
Paitití, comisionado y distribuidor de la piedad divina, por el erario sin par… Por cuanto es
acordado en mi Consejo por junta prolija por repetidas ocasiones, ya secreta, ya pública, que
los Reyes de Castilla me han tenido usurpada la corona y dominio de mis gentes, cerca de
tres siglos” (Bando de Proclamación. 1781). Testimoniando simultáneamente su larga lucha
intelectual, administrativa y política por ser reconocido legítimo descendiente directo de los
“curacas” Incas, que tres siglos de dominio español habían logrado desvirtuar y asimilar como
“nobles” y “reyes”, aunque eran algo muy diferente. “Thupa Amaru Inga”, firmaba sus cartas.
Había asumido también el título de “Marqués de Oropesa” que una ancestro suya, casada con
español, ex gobernador de Chile, había adquirido del Rey en España. En esa lucha, se incluyó
la redacción, por él mismo, en 1776, del libro “Genealogía de Tupac Amaru”, muestra de alta
retórica y conocimientos jurídicos e históricos, que utilizó como prueba legal en sus reclama-
ciones de los respectivos fueros a la administración española, en contra de una familia rival,
los Betancur, que pretendía la misma ascendencia.
En ese trabajo, se emparentaba por línea materna, a través de cinco generaciones, con el Rey
Manco Inca, hermano y rival de Atahualpa, quien resistió en guerra, por décadas, a los espa-
ñoles, hasta ser asesinado por éstos. Fue sucedido por sus dos hijos mayores, los cuales se

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

allanaron a servir a los españoles. Pero muertos ambos sucesivamente de “extraña y repen-
tina enfermedad”, asumió el reinado el tercero y menor de los hermanos, Diego Felipe Tupac
Amaru (el “primero”), quien retomó la lucha anti española de su padre, hasta ser derrotado y
decapitado en la plaza del Cuzco, como el último inca. En ese mismo momento, surgió en la
Plaza la indoblegable fe indígena en que la cabeza se juntaría otra vez al cuerpo y éste volvería
para conducir la lucha. El Condorcanqui, cuya abuela era hija de aquel último inca, malogrado
líder de la resistencia, asumió, dos siglos después, su nombre, Tupac Amaru (el “segundo”), y
fue para su pueblo la cabeza y el cuerpo reunidos, vueltos para capitanear la lucha libertaria.
Aunque la aristocracia virreinal lo llamaba con desprecio “el inca arriero”, es el primer inte-
lectual indígena moderno, no sólo porque sabe leer y escribir en quechua y español, también
latín que era el “inglés” de la época, sino porque mira y reflexiona el mundo indígena, por
primera vez, con visión universal, pero desde sí mismo, desde su propio lugar en ese mundo
y para la realización de un destino propio y diferente. Había llegado al punto de la subversión
violenta tras largos años de gestiones reivindicativas inútiles, ante las autoridades coloniales.
Un esfuerzo destinado al fracaso. La decadente corona española veía rebotar rápidamente, a
través de diversos mecanismos financieros y comerciales, el oro ya la plata saqueados en sus
colonias, hacia potencias pujantes como Inglaterra, Holanda y Francia. En 1700, una nueva
dinastía de monarcas, los Borbones, inicia un largo proceso de cambios administrativos para
las colonias americanas. Presentadas por la historiografía oficial como idílicas “reformas
modernizadoras”, eran en realidades mecanismos para aumentar, todavía más, desespe-
rada y violentamente, el inhumano saqueo a las colonias y sus pueblos y “hacer caja” para las
alicaídas arcas de la corona. Con ellas, se sobreexplotaron criminalmente, de manera espe-
cialmente intensa, a los indígenas, aunque incluyeron también múltiples otras medidas como
las “gracias al sacar”, certificados de blancura, vendidos por el estado colonial a personas de
diversas castas “inferiores” para hacerlas ascender en la estructura de derechos y deberes que
fundía la clase social con la atribución étnico racial. También la expulsión y robo de sus cuan-
tiosas propiedades a la orden religiosa de los Jesuitas en 1767, en una de cuyas extraordinarias
escuelas estudió Tupac Amaru II en el Cuzco; y que eran un lunar progresista y culto, tanto en
lo económico como en lo político, dentro del decadente monstruo colonial, llegando incluso
algunos de ellos a levantarse en armas, junto a los indígenas, en la guerra de las siete reduc-
ciones en 1754.
En ese esfuerzo, unos años antes de la insurrección, el pariente directo de José Gabriel, Blas
Tupac Amaru, viajó a Madrid, España para presentar las quejas y propuestas en la Corte.
Contaba con la ayuda de Ventura Satelices, ex gobernador de Potosí en 1751, y llamado por
Carlos III a ser parte del Consejo de Indias, el organismo más importante para la adminis-
tración de las colonias en América. Ambos gestionaron incansablemente para terminar con
los abusos y empujar las reformas, ganándose el odio de los propietarios mineros, encomen-
deros agrícolas, corregidores, y todos los sectores usufructuarios de la explotación indígena.
Y ambos murieron súbitamente y de modo sospechoso, se cree que envenenados. El propio
Condorcanqui estuvo a punto de viajar también a la misma España a exponer sus denuncias
contra las arbitrariedades despóticas de los “corregidores” españoles, pero fue convencido de
la inutilidad y peligrosidad de ello.
Dos eran los mecanismos arquetípicos de los abusos. Los “repartos”, ventas forzadas y abusivas
de toda clase de mercancías, por parte de los corregidores a las comunidades indígenas. “Nos
botan alfileres, agujas de Cambray, polvos azules, barajas, anteojos, estampitas y otras ridi-
culeces como éstas. A los que somos algo acomodados nos botan terciopelos, medias de seda,
encajes, hebillas, ruan y cambrayes, como si nosotros los indios usáramos de estas modas

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Ricardo Jiménez A.

españolas, y en unos precios exorbitantes, que cuando llevamos a vender no volvemos a


recoger ni la veinte parte de lo que hemos de pagar...”. Así los describe, Tupac Amaru, en
su “Memorial”, presentado a las autoridades españolas en 1777. Y, las más odiadas de todas,
las “mitas”, cuotas de trabajo forzado de los indígenas en las minas de plata de Potosí, que
equivalen a una virtual condena a muerte. “Más de doscientas jornadas de ida y otras tantas
de vuelta… Entonces morían los indios y desertaban, pero los pueblos eran numerosos y se
hacía menos sensible; hoy, en la extrema decadencia en que se hallan, llega a ser imposible
el cumplimiento de la mita porque no hay indios que las sirvan y deben volver los mismos
que ya la hicieron” (Bando de Proclamación. 1781).
En su afán de terminar con estas injusticias, proponía como parte de su reforma, la eliminación
de los odiados “corregidores”, las autoridades coloniales españolas en las regiones, epítomes e
instrumentos de todos los abusos. “El faraón que nos persigue, maltrata y hostiliza no es uno
solo, sino muchos, tan inicuos y de corazones tan depravados como son todos los corregidores,
sus tenientes, cobradores y demás corchetes, hombres diabólicos y perversos, enemigos de
Dios y del hombre e idólatras del oro y la plata” (Bando de Proclamación. 1781). Con ello,
la administración quedaría plenamente entregada a los curacas, autoridades ancestrales indí-
genas, una propuesta que anticipa y conecta directamente con las actuales autonomías indí-
genas, que se imponen como derecho y necesidad institucional en la actualidad en Nuestra
América. Complementariamente, proponía crear una audiencia en el Cuzco, para terminar con
la lejanía de la administración central en Lima; lo que, al mismo tiempo, facilitaba los abusos, al
estar distante la autoridad fiscalizadora, y obligaba a los indígenas a largos viajes hasta la capital
virreinal, con grandes, y a veces simplemente imposibles, gastos. Con ello, anticipa, creativa-
mente, las estrategias de autonomías locales y descentralización del Estado.
Cuatro años más tarde, estas mismas situaciones serán justificaciones explícitas de su insur-
gencia. “Pensionándome los vasallos con insoportables gabelas, tributos piezas, lanzas,
aduanas, alcabalas, estancos, catastros, diezmos, quintos, virreyes, audiencias, corregi-
dores, y demás ministros todo iguales en la tiranía… sin temor de Dios, estropeando como
a bestias a los naturales del reino; quitando la vida a todos los que no supieron robar, todo
digno del más severo reparo” (“Bando de Proclamación”. 1781).

La tormenta perfecta
Combinando su ascendiente de “curaca” de tres pueblos, Pampamarca, Tungasuca y Surinama,
con sus fueros de “noble” inca en la estructura española - alrededor de dos mil curacas y
curaquezas, a los/as que el sistema colonial español reconocía con privilegios económicos y
políticos, a fin de que sostuviera la dominación -, el Condorcanqui desarrolló, aprovechando
su labor comercial en toda la región continental, una trama de articulaciones conspirativas,
tanto con los diversos líderes indígenas de otras zonas como con sectores eclesiásticos y crio-
llos descontentos.
El Amaru recogía así, y daba continuidad, como base de su magnífico levantamiento, al acumu-
lado de innumerables resistencias a lo largo de todo el período colonial, en todo el continente,
por parte de indígenas, esclavos, campesinos, frailes e intelectuales criollos. Al menos, más de
500 rebeliones diversas de las que se tiene registro, contra el dominio español en toda América
y el Caribe, el portugués en Brasil, el francés en Haití, el inglés y holandés en las Antillas. En
el propio Perú, a la resistencia de sus ancestros Manco Inca y Tupac Amaru primero, habían
sucedido innumerables levantamientos. Tales como el de los “taquión queros”, resistencia

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

de carácter cultural, místico y mesiánica andina, en 1630. Y la de Juan Santos Atahualpa,


inca, como Tupac Amaru, y como él, auto bautizado con el nombre de un gran antecesor:
Atahualpa, padre del primer Tupac Amaru. Educado y viajado por Europa y África, alzado
en rebelión antiespañola en 1742, con el apoyo de indígenas de la sierra y la selva. Levantó,
de hecho, su propia Comuna en la selva central, sin poder nunca ser derrotado, perdiéndose
simplemente sus registros en las nieblas de la historia, la leyenda y las profecías. El Amauta
peruano, Alberto Flores Galindo, contabiliza al menos 128 alzamientos solo en Los Andes,
previos a la rebelión del Amaru Katari (“Buscando un Inca: Identidad y Utopía en los Andes”.
1987). La obra musical “Taki Ongoy” del rockero argentino, Víctor Heredia (1986), relata con
belleza y pasión este itinerario de rebeldía libertaria ancestral.
Los cuadros de la rebelión serán proporcionados por una élite indígena, curacas y curaquezas,
ricos por el comercio y la agricultura, enfrentados a la dominación y saqueo de España, vía la
déspota y cruel administración limeña. Acompañada de una más amplia capa de indígenas y
mestizos, formados políticamente en las cantinas de los tambos comerciales y mineros, verda-
deras escuelas de cuadros, donde convergen los descontentos continentales, así como los insumos
ideológicos del pensamiento ancestral y las nuevas doctrinas revolucionarias emergentes.
Condorcanqui Tupac Amaru, contará con su esposa, Micaela Bastidas. Su (medio) hermano
Juan Bautista. Su sobrino Andrés. Su primo hermano Diego Cristóbal, líder de la segunda
etapa de la lucha. Tomasa Titu Condemayta, curaqueza de Acos. Pedro Vilcapaza, el “Puma
indomable”, quien fue ejecutado en Azangaro, su tierra, gritando “¡Azangarinos, aprended a
luchar y morir como yo!”. El fiero Tito Atauchi, conocido como ‘terciopelo’. El cacique Torres.
El zambo Andrés Castelo. El criollo Felipe Bermúdez, muerto en combate. El místico curan-
dero Pedro Challco. El “tuerto” Pedro Obaya, “que tenía el desplante de tratar de ‘tú’ a todas
las altas autoridades españolas”, de origen puneño fue enviado a “poner orden” a las huestes
de Katari, quien lo adoptó como líder de confianza por su ingenio, alegría bohemia y destreza
musical con la flauta y el charango. Ramón Ponce, Pedro Vargas, Nicolás Sanca e Ignacio
Ingaricona que sitiaron Puno, y fueron más tarde, coroneles de Diego Cristóbal. Entre muchos
otros y otras, que serán parte de su estado mayor en Perú, epicentro de la tormenta justiciera,
y delegados/as suyos en otras zonas.
En el Alto Perú, actual Bolivia, Tomás Katari, lideró un levantamiento. Julián Apaza, aymara
como él, cambia su apellido al de Katari para seguir sus pasos, y su nombre al de Tupac, en
homenaje al líder quechua peruano Túpac Amaru, al que reconoce como Rey. Nace, así como
Tupac Katari, el aymara que, a diferencia de Tupac Amaru, no poseía ningún linaje de curaca,
pero fue nombrado virrey y capitán en el Alto Perú del movimiento. Naciendo también la
alianza quechua aymara, el núcleo estratégico de la confederación pluriétnica de la insurrec-
ción. No menos de cincuenta mil combatientes, hombres y mujeres, una centena de batallas,
en 1.500 kilómetros, a lo largo de dos años. Quechuas, Aymaras, Tobas, Chancas, Matacos,
Mocovíes, Pampas, Chiriguanos, mestizos, negros, mulatos, criollos, y, según algunas fuentes,
hasta algunos europeos, aliados tácticos contra España, el enemigo común. La tormenta
perfecta tupacamarista.
En el estado mayor de Julián Tupac Katari, que llega a sitiar la ciudad de La Paz por seis
meses, está también su hermano Dámaso. Sus lugartenientes, Andrés Huera, Bonifacio
Chuquimamani y Diego Quispe, llamado ‘el Mayor’ por sus montoneras que los seguían fiel-
mente. Las “mama t’allas” Bartolina Sisa, su esposa y “virreina”. Gregoria Apaza, su hermana.
Derrotados, al igual que Tupac Amaru, por una mezcla de errores, azares y traición, tendrán
similar tormento final. “Volveré y seré millones”, profetizó Tupac Katari a sus verdugos. En

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Ricardo Jiménez A.

la actual Argentina, se combatió en Jujuy, bajo el mando rebelde del mestizo José Quiroga,
el indígena Antonio Umacata, el criollo Gregorio Juárez. También en Salta, y en Rioja. Hasta
la misma Córdoba y Buenos Aires llegó a los indígenas “el mal ejemplo de sus semejantes de
la infame voz: ya tenemos Rey-Inca”, como informó Fray Pedro de Parras al Virrey Vértiz en
1781. Incluso a las mismas milicias realistas criollas: “La capital de Buenos Aires y sus costas
de norte a sur… no tiene otro recurso para su defensa que este cuerpo de milicias disgustadas
y vacilantes su obediencia por imitar a las gentes del Perú”, como informaba, ese mismo año,
el Virrey Juan de Vértiz en Carta al Ministro de Indias.
El criollo Miguel Tovar y Ugarte, en el actual Ecuador, es sorprendido conspirando, a través del
envío de cartas en las suelas de los zapatos a Tupac Amaru, y condenado a prisión donde murió.
En la actual Colombia, dirigen la guerra de los comuneros de Nueva Granada los mestizos
José Antonio Galán, quien, siguiendo el ejemplo de Tupac Amaru, proclamó la libertad de los
esclavos en las minas de Malpaso, Tolima. Manuela Beltrán, quien, ante la muchedumbre en
Villa del Socorro, cuna de la insurrección, rompió el edicto español que imponía el impuesto,
causa del levantamiento. Y los caciques Ambrosio Pisco y Zape Zipa, quienes proclaman a
Tupac Amaru “Inca de América”. En los llanos de Casanare, actual Venezuela, se levanta en
armas el criollo Javier de Mendoza, declarado “capitán general de los llanos” al mando de
3000 indígenas, a quienes hace jurar a Tupac Amaru como “rey de América”. Lo secundan los
también criollos, hermanos Eugenio y Gregorio Bohórquez. Antes de ser derrotada, la rebe-
lión llega hasta LaguniIlas, donde los/as alzados/as tomaron el pueblo dando gritos de “¡Viva
el Rey del Cuzco!” y Mérida, ocupada bajo el mando de los criollos Vicente de Aguilar y Juan
García. En las capitales coloniales de todo el continente aparecieron pasquines (panfletos y
afiches) y manifestaciones callejeras apoyando la revolución tupacamarista. En la puerta de la
Audiencia de Charcas, en la actual Bolivia, en marzo de 1781, uno de ellos decía: “El general
inca viva / jurémosle ya por rey, / porque es muy justo y de ley / que lo que es suyo reciba. /
Todo indiano se aperciba / a defender su derecho / porque Carlos con despecho / los aniquila
y despluma / y viene a ser todo, en suma, / robo al revés y al derecho”.
En Italia, el jesuita y precursor peruano de la revolución independentista, Juan Pablo Viscardo
y Guzmán, expulsado junto a su orden por las autoridades españolas en 1767, enterado del
levantamiento de Tupac Amaru, realiza gestiones infructuosas ante el cónsul inglés para
conseguir del gobierno británico ayuda a los rebeldes. En su famosa “Carta a los americanos
españoles”, terminada en 1791, en relación con la situación del indio, escribió: “Por honor
a la humanidad y de nuestra Nación, más vale pasar en silencio los horrores y las violen-
cias del otro comercio exclusivo (conocido en el Perú con el nombre de repartimientos) que
se abrogan los corregidores y Alcaldes Mayores para desolación y ruina particular de los
desgraciados indios y mestizos”. Francisco Miranda, futuro precursor de la definitiva lucha
de independencia anticolonial, reconoce, en carta de 1792, que el levantamiento tupacama-
rista, siendo él oficial del ejército español en Europa, fue antecedente preliminar de su propia
concepción revolucionaria.

Quipac haychacta hayllini


(Toca el caracol su canto regocijado de guerra)
Al telúrico bramido del llamado de los “pututus”, trompetas de caracolas marinas, y “dando
órdenes en dos lenguas”, el Inca desató la tormenta de fuego sobre los Andes, un 4 de noviembre
de 1780. Según algunos autores, lo hace apurado en cierta medida por el descubrimiento de

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

una conspiración criolla, dirigida por Farfán de los Godos en el Cuzco, que alertará a los espa-
ñoles variando desfavorablemente las condiciones del teatro de operaciones principal en Perú.
En el camino cerca del pueblo de Tungasuca, sierra peruana, capturó al odiado corregidor
Antonio de Arriaga, cuyos excesivos abusos lo habían llevado recientemente a ser excomul-
gado por el obispo de la zona. Y pasó luego a ejecutarlo en la horca. “Su mala conducta hizo de
su ruina una tarea meritoria”, dirá el Condorcanqui.
Tomó los “obrajes”, especie de primeras fábricas, de Pomacanchi y Quiquijana, liberando a
indígenas y afro descendientes virtualmente esclavizados en ellos para la fabricación de telas
y artesanías; y los convirtió en “ayllus”, comunidades andinas. Obtuvo una notable victoria
militar en la batalla de Sangarara. Luego marchó en campaña en dirección al sur, a Tungasuca,
en Acomayo, en un hecho comentado por muchos como un error decisivo, al no tomar inme-
diatamente el Cuzco, como lo reclamaba urgentemente, en numerosas comunicaciones,
Micaela Bastidas. Volvió más tarde a sitiar esta ciudad, pero ya había sido reforzada por los
españoles, con indígenas leales a España dirigidos por el curaca Mateo Pumacahua. Quien
seguirá realista hasta cambiar de bando y comandar una insurrección independentista en
1814, derrotada la cual será ejecutada. El Amaru hubo de levantar el sitio, precisamente, por
no decidirse, en su rol de “Tayta protector de todos los indios”, a luchar y masacrar a aquellas
tropas indígenas. Indecisión que también fue criticada por Micaela Bastidas, quien reflexio-
naba que, al ponerse del lado de los opresores, “ya no eran indios”.
Replegado, debió librar batalla en Tinta contra fuerzas muy superiores, reforzadas con contin-
gentes enviados desde Lima, y fue derrotado. En base a la traición de uno de sus coroneles
fue capturado. Los sobrevivientes de las últimas batallas del río Vilcanota se reagrupan y
deciden sacrificados y urgentes contra0000ataques para rescatar al Inca de las manos de
sus enemigos, nombrando en el intertanto como inca subrogante a su primo hermano, Diego
Cristóbal Túpac Amaru. En Condorcuyo, donde se libra sangrienta batalla los días 13 y 14 de
mayo de 1781, el mariscal de las tropas coloniales José Del Valle relata: “Mandaba el campo
rebelde el indio Vilcapaza y su lugarteniente era el tal Tito Atauchi conocido como ‘tercio-
pelo’… diciendo que preferían morir antes que ser indultados, y que marcharían al Qosqo a
liberar a su Inka… con sus odiosas banderas, y el estruendo de conchas llamadas putu-tos
y una gritería infame en la que se injuriaba al Rey”. El formidable Vilcapaza, superado en
número de seis a uno y casi sin armas de fuego, es derrotado en esa oportunidad. Las batallas
de Langui y Layo son cruentas y desesperadas también, pero los realistas, más numerosos y ya
fuertes políticamente en la región, logran frustrar los esfuerzos de rescate. “Nuestras tropas
acreditaron el mayor tesón, y los enemigos hicieron acciones de mayor valor, porque hubo
indio que, atravesado con una lanza, se la sacó del pecho y siguió con ella a su contrario, 5 ó
6 pasos hasta que cayó muerto; y otro a quien un fogonazo sacó el ojo, que siguió con tanto
empeño al fusilero que lo había herido, que, si otro soldado no lo remataba, hubiera dado fin
a la vida de su primer victimario” (Ibid.).
Junto a toda su familia, el Condorcanqui es conducido al Cuzco, enjuiciado y masacrado
junto a ella en terribles tormentos. Sorprendido escribiendo cartas con su propia sangre para
intentar hacer llegar instrucciones político militares a los remanentes de sus fuerzas, el inca
se mantuvo firme y digno en medio de las torturas e interrogatorios. “Aquí no hay más culpa-
bles que tú y yo, tú por oprimir a mi pueblo, yo por tratar de libertarlo”, respondió al jefe
de las fuerzas españolas. Posteriormente, los continuadores del levantamiento en diferentes
zonas serían también derrotados. Entre ellos, los muy temidos “batallones de mujeres” que,
según los partes de guerra españoles, eran “más feroces que los hombres”. Micaela Bastidas,
Bartolina Sisa, Tomaza Tito Condemayta, Úrsula Pereda, Cecilia Escalera, Gregoria Apaza,

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Ricardo Jiménez A.

Marcela Castro, Margarita Condori, Manuela Tito Condori, Antonia Castro. Y centenares de
mujeres más, brillantes mandos, combatientes y mártires de la epopeya.
Muchos de los combatientes, en resistencia desesperada, prefirieron arrojarse a los
abismos, como en la epopeya del Cerro Puquinacancarí, librada el 19 de mayo de 1781, y
comentada así en los partes de guerra del Mariscal José del Valle: “Al pasar por el cerro
de Puquinacancarí, que es muy alto y todo peñas, sito en medio de una pampa en el que
vimos algunas Indios que por su corto número se despreciaron; pero al pasar la columna
de Cotabambas que venía a la retaguardia, avisó de que le habían apedreado desde él,
por lo que su Comandante pidió permiso de atacarlos, lo que se ejecutó con un pequeño
destacamento y sin embargo de no llegar a 100 los enemigos hicieron una obstinada y
bárbara defensa; se destinaron ochenta fusileros para que castigasen este atrevimiento,
a la verdad no esperado, a la vista de todo el ejército y mandando suspender la marcha
retrocedió el mismo General con el regimiento de Caballería del Cuzco para rodear el
monte por su falda a impedir escapase ninguno de aquellos atrevidos sediciosos… Pero
ellos lejos de intimidarse con la inmediación de las tropas que se dirigían al ataque, se
mantuvieron obstinados, sin pensar más que en morir o defender el puesto que ocupaban,
con la mayor intrepidez y osadía, favorecidos por unas piedras muy altas que los ponían
a cubierto, sin hacer caso de las ofertas del perdón que les hacía un oficial de las tropas de
Cotabambas, a quien con furor respondían que antes querían morir que ser indultados…
y viéndose ya sin recurso, algunos se despeñaron voluntariamente, y entre los otros una
mujer con un niño a las espaldas. Los pocos que se cogieron vivos se ajusticiaron; una
mujer prisionera se tendió voluntariamente sobre un cadáver y viendo que tardaban en
matarla, levantó la cabeza y dijo por qué no la mataban”.
En terribles suplicios, son asesinados en la plaza del Cuzco, José Gabriel, Micaela y su hijo
mayor, Hipólito, junto a otros/as capitanes/as de la insurrección. El Amaru no logra ser
descuartizado por la fuerza de cuatro caballos, por lo que se le decapita, descuartiza y reparten
sus miembros a distintos puntos de las zonas levantadas para escarmentar a la población.
En la prisión del Cuzco, son cruelmente castrados sus hijos menores, Mariano de 17 años y
Fernando de 10. Se desatan represiones masivas sanguinarias.
Sin embargo, desde mayo de 1783, en que es asesinado Tupac Amaru Condorcanqui, hasta
mayo de 1783, en que es asesinado el inca continuador de la lucha, la insurrección perma-
nece, sin poder ser derrotada, encabezada por Diego Cristóbal, primo de José Gabriel y nuevo
capitán supremo, tanto en el teatro de operaciones del Alto Perú, actual Bolivia, como reple-
gada en las alturas andinas en el Perú. El temor de esta persistencia, que traía ecos rebeldes
en todo el continente, combinado con el que provocaba la posible intervención de Inglaterra,
que en ese momento libraba guerra contra España, hace vacilar y divide a los españoles en
cuanto a la estrategia a seguir. Finalmente, se impone una negociación con Diego Cristóbal,
que a su vez divide la opinión entre los/as insurrectos/as, con algunos cuadros que no aceptan
las tratativas, como Pedro Vilcapaza.
En ese interregno de las marchas y contramarchas de las tratativas, Diego Cristóbal consigue
recuperar y sepultar, en ceremonia oficial y honorífica, algunas partes de los restos del
Condorcanqui en la actual Iglesia, Museo y Convento de San Francisco en Cuzco. Finalmente,
la amnistía se mostró falsa, un engaño momentáneo para atrapar a traición y ejecutar cruel-
mente a Diego Cristóbal, al igual que otros/as cuadros y capitanes de la rebelión. Después de
la derrota, una vez más, la bárbara tortura y masacre, la represión bestial y el etnocidio.

72
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

El colofón de estos horrores coloniales sin fin, fue la macabra caravana de la muerte, que en
octubre de 1783 salió del Cuzco con 68 de los/as vencidos/as sobrevivientes, 35 mujeres y 26
hombres, 52 eran miembros/as del clan familiar rebelde; varios/as de ello/as ancianos/as;
17 niños/as, de entre cuatro meses y nueve años de edad; encadenados/as unos/as a otros/
as, sometidos a golpes constantes, a la intemperie, el hambre y la sed, que mató a varios/as,
como a la madre de Juan Bautista Tupac Amaru, (medio) hermano menor de José Gabriel.
Tras cuarenta días de camino a pie, en esas condiciones, con seis prisioneros/as muertos/
as, arribaron a Lima, donde fueron encerrados en similares condiciones en la fortaleza Real
Felipe del Callao, donde murió la viuda de Diego Cristóbal, Manuela Tito Condori, y otros/as
cuatro prisioneros/as.
En abril de 1784, los/as sobrevivientes fueron embarcados con rumbo a España en dos
barcos. Uno, con 29 prisioneros, entre ellos/as, Juan Bautista y Mariano (de 20 años de
edad), hermano menor e hijo de Tupac Amaru, respectivamente. La crueldad y salvajismo
de los carceleros durante el viaje mató a 18 prisioneros/as, cuatro de ellos menores de edad,
incluyendo a Mariano, hijo de Tupac Amaru. Del total de 29 prisioneros/as en este barco,
para 1788, solo cuatro sobrevivían en mazmorras de España. El otro barco, que partió con 24
de los/as prisioneros/as, tras indecibles peripecias, naufragó, sobreviviendo solo 4 de ellos,
incluyendo a Fernando, el menor de los hijos del Amaru, de solo 10 años de edad (“La rebelión
de Tupac Amaru”. Charles Walker. 2015).
Fernando, el menor hijo de José Gabriel y Micaela, castrado a los 10 años de edad; obligado a
ver los asesinatos con salvajes tormentos de sus padres y familiares, lo que, según testigos, le
hizo emitir “gritos desgarradores”, que, según la leyenda, aún se escuchan todos los días en la
plaza del Cuzco; sobreviviente de la espantosa caminata de Cuzco a Lima y la siniestra travesía
naval a España, sufrirá todavía años de lóbrega cárcel y el exilio de por vida, en la más absoluta
miseria y olvido. Murió en los basurales de Madrid, a la edad de 29 años, según el parte médico
oficial: “de profunda depresión y tristeza”. En 2018, en Perú, fueron rescatadas del olvido y
publicadas las memorias clandestinas de Fernando en el libro “Este cautiverio y agonía sin fin.
Fernando Túpac Amaru Bastidas”, presentado y comentado por José Luis Ayala.

Los errores
De los muchos análisis realizados sobre las razones de la derrota de Túpac Amaru, la más
consensuada de ellas, aunque existen autores que discrepan de su importancia, es su demora
en atacar y tomar el Cuzco inmediatamente después de su triunfo en Sangarara, cuando el
pánico desmoralizaba a los realistas en aquella ciudad. Se considera que ello habría signi-
ficado un cambio cualitativo, psicológico y político a favor de la insurrección. Cuestión que
era planteada en aquellos días con urgencia por Micaela Bastidas: “Bastante advertencias te
di para que inmediatamente fueras al Cusco, pero hasta ahora has dado todas a la barata,
dándoles tiempo para que se prevengan, como lo han hecho poniendo cañones en el cerro
Picchio y otras tramoyas tan peligrosas que ya no eres sujeto de darles avance” (Carta de
Micaela Bastidas a Tupac Amaru. 6 de diciembre de 1780). Otros autores, sin embargo, consi-
deran “superficial” aquel análisis y aseguran que habría quedado “encerrado”, sin fuerzas sufi-
cientes, en aquella ciudad. En esa misma línea, se considera grave su subsiguiente indecisión,
como “Tayta protector de todos los indios”, en masacrar a las tropas indígenas para tomar la
ciudad; indecisión que también fue criticada por Micaela Bastidas. A ello se sumó la desven-
taja táctica de contar sólo con artilleros realistas, capturados y forzados a cumplir esa función,

73
Ricardo Jiménez A.

los cuales, se sabe, desviaban a propósito los proyectiles de los cañones a fin de no dar en el
blanco. Por último, lo afectaron también las políticas realistas que, para restar apoyo a los
insurrectos, combinaron amenazas y excomuniones, con concesiones momentáneas, como la
abolición de los “repartos” y otras medidas similares favorables a los indígenas y propuestas,
precisamente, por la insurrección.
También ha sido incluido como un error, por varios autores, la dispersión de sus fuerzas y
cuadros en varios frentes, desde Cuzco, en la sierra peruana hasta Tucumán, en la actual
Argentina, que conformó el núcleo territorial más coordinado. Mientras él mismo enfrentaba
a la fuerza central de las tropas virreinales entre Tinta y Cuzco, Pedro Vilcapaza y el tuerto
Pedro Obaya lo hacían en la zona de Puno. Diego Verdejo en Arequipa. Y Felipe Bermúdez
con Tomás Parvina en Chumbivilcas y Kanas. Sin embargo, ello es, en cualquier caso, mitad
error, mitad necesidad impuesta por las circunstancias. Pues la insurrección, a pesar de su
larga meditación y preparación conspirativa, con testimonios que afirman que hubo al menos
cuatro años de contactos previos entre el Condorcanqui y los núcleos dirigentes aymaras en la
actual Bolivia, estalló, de hecho, espontánea y autónomamente en muchos lugares.
En muchos de esos focos, la declaración de adhesión al mando de Túpac Amaru era “inalám-
brica”. Para usar el término acuñado por comandantes sandinistas, en los 1980’, para explicar
el ascendiente del Frente Sandinista de Liberación Nacional en las mayorías nicaragüenses
a finales de los 1970’, a través, no de un trabajo orgánico, de base político o social, gradual y
extendido, sino indirectamente, a través del ascendiente ganado al realizar acciones armadas
“espectaculares” contra la odiada tiranía somocista. Es decir, que, dadas las explosivas condi-
ciones sociales, la incorporación a la sublevación tupacamarista se producía por el puro e
inmenso prestigio del liderazgo y el impacto motivador de la insurrección, y no tenía por base
ningún trabajo previo, ni coordinación directa. En no pocas ocasiones, estos focos indígenas
actuaban cegados por el odio acumulado, practicando en desquite un “racismo al revés”, desa-
tando asesinatos y crueldades contra todo el que fuera blanco, aún criollo, o incluso mestizos
y hasta negros. Lo que ponía en peligro de aislar políticamente a los indígenas insurrectos.
De ahí, la necesidad ineluctable del inca en intentar, sobre la marcha, articular y disciplinar
el multitudinario y violento estallido, sacrificando en la tarea a varios de sus mejores, más
formados, y más leales cuadros político-militares.
Finalmente, algunos autores concluyen que su apuesta en lograr un acuerdo favorable con
las autoridades españolas, testimoniado en algunas de sus cartas del momento, le llevó a no
profundizar su acción militar y fue su perdición. El propio Francisco de Miranda, como oficial
del ejército español en Europa, tuvo acceso a informes de la insurrección que revelaban estas
insuficiencias y errores. En 1792, escribe: “Compatriotas: llamado por vosotros en 1781 al
socorro de la Patria, extremadamente agitada por las vejaciones y opresión excesiva que
en aquellos tiempos ejercía sobre sus infelices habitantes… por medio de sus agentes y visi-
tadores, cuyos excesos habían provocado justamente una insurrección general en el Reino
de Santa Fé de Bogotá, en el Perú y aún en la provincia de Caracas, no pude en aquellas
circunstancias acudir a su socorro, tanto por hallarme liado con un grado superior en el
ejército… entonces en guerra con Inglaterra, como por concebir que en todos aquellos movi-
mientos de insurrección no había combinación ni designio general, lo que me fue patente
luego que recibí las Capitulaciones de Zipaquirá (8 de junio de 1781), testimoniando de la
sencillez e inexperiencia de los americanos, por una parte, de la astucia y perfidia de los
agentes españoles por la otra; y así creí que el mejor partido era sufrir aún por algún tiempo
y aguardar con paciencia… Con esta mira… hice dimisión formal de mi empleo en el ejército
español…” (10 de octubre de 1792).

74
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

El racismo, conceptuado estrictamente como un fenómeno estructural, institucionalizado,


como ejercicio de poder en lo cultural, económico y político, no admite la posibilidad de ser
ejercido “al revés”. Sin embargo, son innegables las realidades existentes que muestran que
sí pueden existir, y, de hecho, existen, organizaciones, programas, discursos y acciones que
caben dentro de esa posibilidad. Y la reflexión teórica y conceptual revolucionaria sólo es útil,
a condición de no negar las realidades, sino hacerse cargo de ellas, analizándolas para sacar
lecciones. Por supuesto, se trata de realidades marginales en comparación al racismo estruc-
tural e institucional, pero que han jugado un papel en el movimiento revolucionario y deben ser
por tanto abordados (“Sobre la rectificación de las ideas erróneas en el partido. 1929 ``.Contra
el culto a los libros. 1930”. Mao Tse Tung). Malcom X, el gran líder afrodescendiente, en su
primera etapa política rechaza la participación de todo blanco en sus filas, incluso como aliado
o colaborador, y plantea que la única solución al racismo estructural blanco es la segregación,
separar físicamente a blancos y negros y vivir en lugares diferentes. Un planteamiento que
después, tras un viaje a la Meca (era musulmán) el propio Malcolm rectificó, señalándolo
como equivocado y planteando la convivencia igualitaria de los seres humanos como solución
programática. Es solo un ejemplo de discurso, programas y acciones que sí pueden ser racistas
al revés, como reacción de respuesta extrema al racismo estructural institucionalizado.
La insurrección tupacamarista se presenta en el marco de un rígido y complejo entramado
institucional colonial y racista que sustentaba la potencialmente explosiva segmentación de
castas, en base al cruce e identificación del estrato socioeconómico y el origen étnico. En la cual
los “blancos”, por siglos, habían cometido toda clase de crímenes y discriminaciones racistas
contra los “pardos”: indígenas, negros y todas sus mezclas. Ello generaba una tendencia natural
de muchos indígenas al odio racial inverso como respuesta, a pesar y en contra que, desde el
principio, Tupac Amaru programó expresamente la unidad de todas las etnias y castas para la
lucha independentista, con la sola exclusión del enemigo fundamental: el colonizador realista
español. Tras la batalla de Sangarara, escribe, el 19 de noviembre de 1780, una proclama en
la que señala: “Vivamos como hermanos y congregados en un solo cuerpo. Cuidemos de la
protección y conservación de los españoles, criollos, mestizos, zambos e indios, por ser todos
compatriotas, como nacidos en estas tierras y de un mismo origen”.
Ello obedecía a razones éticas, pues la sociedad que buscaba construir el inca, estaba basada
simultáneamente en la memoria del incanato como federación de centenares de pueblos en
sagrada armonía con la naturaleza, y entre sí, a través de un eje colectivista con garantía de las
necesidades sociales básicas para todos/as; y en lo más avanzado del pensamiento ilustrado
europeo de la época, que propugnaba la igualdad de todos los ciudadanos como ideal de cual-
quier comunidad política. A ello se unían razones prácticas, tácticas estratégicas, de la lucha
misma. Aunque el eje rector eran los indígenas y castas “pardas”, hasta entonces oprimidas
y despreciadas, sólo una amplia alianza pluriétnica, con decidida y protagónica participación
de los criollos, podría generar la fuerza material suficiente para quebrar la colosal agresión
militar del poder realista español.
Cualquier “racismo al revés”, es decir, la práctica - muchas veces natural, después de siglos de
abusos racistas - de los indígenas de “castigar a todos los blancos”, sería indefectiblemente,
como se mostró amargamente después, contribución a su debilidad y derrota. Algunos autores
sostienen que esta fractura programática habría dividido, y aún enfrentado, a quechuas y
aymaras, siendo supuestamente los primeros partidarios del programa de unidad tupacama-
rista y los segundos, con Julián Apaza Tupac Katari a la cabeza, de un más radical “racismo
al revés”. Sin embargo, esta teoría no es consistente con los hechos. Puesto que las “inteligen-
cias” conspirativas entre uno y otro sector databan, según los informes de los interrogatorios

75
Ricardo Jiménez A.

a los presos de la insurrección, al menos de cuatro años antes del estallido. Por otro lado, la
integración de quechuas y aymaras en todos los frentes de lucha, incluso tanto en el bando
revolucionario como realista, es un hecho largamente comprobado. Por otro lado, los casos de
“racismo al revés” documentados fehacientemente también muestran que fueron cometidos
por quechuas y aymaras integradamente, siendo un problema que no tenía que ver ni podía
ser distinguido por etnias.
Así lo muestra, por ejemplo, el hecho ocurrido en Oruro, en la actual Bolivia, en febrero de
1781. Ciudad tomada durante la insurrección por las tropas insurgentes, asumió el mando
de la plaza, como “justicia mayor”, el criollo insurrecto Jacinto Rodríguez, a nombre del “rey
Tupamaru”. Prontamente, llegaron los enviados “tupamaristas”, con instrucciones del Estado
Mayor del inca. Éstos llamaron a la moderación, señalando que los ataques debían limitarse
únicamente a los “chapetones”, realistas españoles, pero no a los criollos. Sin embargo, los
indígenas, ciegos de siglos de ira contenida por los crímenes racistas recibidos, desataron
crueles ataques indiscriminados contra “todos los que tuvieran piel de color blanca”, inclu-
yendo al mismo justicia mayor Jacinto Rodríguez. Acto que rompió la alianza y volvió a los
criollos contra los indígenas, siendo derrotados y expulsados de Oruro.
También en Sorata, en la actual Bolivia, tomada por los insurgentes el 28 de mayo de
1781. El joven Andrés Mendigure Tupac Amaru, de 17 años de edad, quechua, sobrino del
Condorcanqui Tupac Amaru, y ascendido a general por su notable audacia y efectividad en
la guerra, comandó la toma de la ciudad, a través de su inundación artificial represando el
río Tapian. Sin embargo, cegado por el odio racial que le provocaba la reciente muerte de
su tío, Tupac Amaru II y su padre Pedro Mendigure, cruelmente ejecutados en el Cuzco, y
contrariando las expresas órdenes del nuevo Inca, Diego Cristóbal, y los consejos de algunos
de sus capitanes como Pedro Vilcapaza, masacró a miles de personas de la población de esa
ciudad, incluyendo, no solo a los criollos, sino también a los mestizos, violando a las mujeres
y cometiendo todo tipo de crueldades. Ello provocó un quiebre y el aislamiento de los sectores
indígenas insurrectos. Diego Cristóbal repudió estos daños irreparables a la causa revolucio-
naria, ante las inútiles disculpas y excusas del “Inca mozo”. Y, existe un consenso significativo,
que fue allí, con las atrocidades raciales de Sorata, que el nuevo Inca Diego Cristóbal comenzó
con las dudas y vacilaciones que lo llevaron, algunos meses después, a su rendición, bajo falsas
promesas de amnistía, para ser también ejecutado.
También hay interpretaciones de clase, según las cuales, es la “aristocracia” indígena la que
morigera la violencia, mientras los liderazgos de “clase” popular o “etnia” indígena los que
la radicalizan, pero esto parece más una mirada a posteriori, teñida y filtrada por criterios
hegemónicos en siglos posteriores, de origen además en la realidad europea, que no estaban
en la realidad nuestro americana colonial, tan distinta e inédita. Una tesis semejante debería
contar con un programa definido para la supuesta posición de clase popular, el cual no existió,
más allá de los estallidos emocionales de iracunda violencia descontrolada; en la que, además,
participaron líderes que eran, por lazos familiares, parte de la supuesta “aristocracia” indí-
gena que buscaba frenar la violencia “popular”. Dichos actos, que Tupac Amaru reprobaba y
buscaba impedir, se hacían a su nombre.
Por el contrario, solo hubo siempre un único programa, el de Tupac Amaru. En base a este
programa de amplia alianza, innumerables combatientes “blancos”, criollos, militaron en las
filas de la insurrección. Solamente en la lista oficial de 37 detenidos junto al inca Tupac Amaru,
9 eran catalogados como “españoles”, es decir, criollos. 13 eran mestizos. 11 eran indígenas. 4
eran esclavos negros. Incluso, algunas fuentes, testigos de la época, describen en sus relatos

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

a “asesores europeos”, probablemente ingleses, al lado del inca, durante la insurrección. Un


testigo presencial describe en un diario de Arequipa, en enero de 1781: “Al lado izquierdo y
derecho de Túpac Amaru iban dos hombres rubios y de buen aspecto, que parecían ingleses”.
En sus cartas y proclamas durante la insurrección, explícitamente llama “hermanos” a los
criollos, muchos de ellos colaboradores en sus años de reclamaciones pacíficas ante la corona,
y les manifiesta su inclusión en el programa de la misma. “Sólo pretendo quitar tiranías
del reino, y que se observe la santa y católica ley, viviendo en paz y quietud…V. S. Ilma.
no se incomode con esta novedad ni perturbe su cristiano fervor. Ni la paz de los monas-
terios, cuyas sagradas vírgenes e inmunidades no se profanarán de ningún modo, ni sus
sacerdotes serán invadidos con la menor ofensa de los que me siguieren” (Carta de Tupac
Amaru al obispo Moscoso. 1780). “He determinado sacudir el yugo insoportable y contener
el mal gobierno que experimentamos… a cuya defensa vinieron de la ciudad del Cuzco una
porción de chapetones, arrastrando a mis amados criollos, quienes pagaron con sus vidas
su audacia. Sólo siento lo de los paisanos criollos, a quienes ha sido mi ánimo no se les siga
ningún perjuicio, sino que vivamos como hermanos y congregados en un cuerpo, destru-
yendo a los europeos” (Proclama de Tupac Amaru. 23 de diciembre de 1780). En el combate
de Sangarará, Túpac Amaru, anticipando el “Decreto de guerra a muerte” de Bolívar, ofreció
perdón para aquellos criollos blancos que se pasaran a sus filas, pero no para los españoles.
La mayor tensión y complejidad a que se vio sometido el programa pluriétnico, sin embargo,
fue la división entre los propios indígenas, cuando Tupac Amaru levanta el sitio del Cuzco,
entre otras razones, precisamente, por no decidirse, en su rol de “Tayta protector de todos
los indios”, a luchar y masacrar a las tropas indígenas que lo defendían, bajo el mando del
curaca realista Pumacahua. Aunque lo decisivo o no de esta vacilación es algo que se discute
y que lo cierto es que influyeron también otros factores, es importante distinguir que, aunque
su indecisión frente a los indígenas realistas pudo ser decisiva, su programa pluriétnico de
unidad de todas las castas contra el enemigo común: el colonizador español, era correcto. Más
aún, su error fue, justamente, hacer prevalecer la “etnia” y no el “programa”, en este específico
caso de los indios del lado español, como criterio de su acción y decisiones. El sólo hecho de
ser “indios”, aunque leales al colonialismo español, lo llevó a dudar. Por el contrario, Micaela
Bastidas, le señaló en una carta que, al traicionar el “programa” de liberación, que era lo deci-
sivo, “habían dejado de ser indios”. Es decir, que la lucha de transformación social no pasa ni
puede pasar por el “color de la piel”, sino por un claro programa de sociedad. Ese es el eje y
criterio para distinguir a los aliados de los enemigos.

El Programa
Programáticamente, Tupac Amaru inició la insurrección a nombre del Rey de España, pero
declarando abolidas todas las formas de esclavitud, servidumbre y discriminación racista legal
en los amplios territorios liberados. Se anticipó así en dos décadas a los revolucionarios cima-
rrones haitianos que, en lucha contra el dominio francés, fueron los primeros en proclamar
definitivamente su independencia y la abolición de la esclavitud, bajo el liderazgo de uno de
ellos, Jean Dessalines, en 1804. Su sucesor, Alexander Petión, para combatir la escla-
vitud que continuaba en el Caribe, convirtió a Haití en santuario de la humanidad, decre-
tando en la Constitución de 1816 que: “Todo africano, indio, así como sus descendientes en
las colonias que vengan a establecerse en la República serán reconocidos como haitianos”.
Podemos imaginar cómo cayó esta medida en los Estados Unidos, donde el comercio legal de

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Ricardo Jiménez A.

seres humanos continuó hasta 1830 en los estados del norte y hasta 1865 en los del sur, y a
solo mil kilómetros de distancia y, en ese entonces, más o menos una semana de viaje por mar.
El mismo Petión en 1816 prestó en dos ocasiones decisivo apoyo en recursos a las tentativas
revolucionarias de Simón Bolívar para liberar Venezuela y Colombia. Y también refugio
a innumerables patriotas latinoamericanos y sus familias a lo largo de la lucha. Sólo pidió
a cambio la libertad de los esclavos en el continente. Bolívar mostró su agradecimiento al
fallecer Petión calificándolo de “magnánimo” y de “primer bienhechor de la tierra a quien un
día la América proclamará su Libertador” (1818). Y con el cumplimiento de su promesa de
decretar la libertad de los esclavos en Venezuela, a pesar de que ello sería frustrado por tres
décadas más por los representantes de su propia clase pudiente mantuana, enemiga de su
proyecto igualitario. En el propio Perú, tras una larga extinción de hecho, la esclavitud sólo
sería abolida legalmente en 1854. Mostrando el radical y avanzado contenido libertario de la
insurrección tupacamarista, al abolir este crimen contra la humanidad tan tempranamente,
durante la insurrección.
El alto contenido social del programa y acción de la rebelión tupacamarista, lo ha conver-
tido en inspiración de los revolucionarios socialistas y reformadores populares posteriores.
La famosa sentencia de su proclama insurreccional: “Campesino ¡El patrón ya no comerá
más de tu pobreza!”, ha sido recogido como consigna social, desde el general Juan Velasco
Alvarado, quien rescató al Inca como icono nacional durante su gobierno nacionalista, entre
los años 1968 y 1975. Movimientos guerrilleros latinoamericanos de mediados y finales del
siglo XX han recogido también su identidad y legado, llegando incluso a auto nombrarse como
“Tupamaros” y “Tupacamaristas”.
La descentralización del Estado y reconocimiento de autonomías locales, la eliminación de los
regímenes de esclavitud y servidumbre, la igualdad y mancomunidad de todas las etnias, la
unidad continental y la independencia de España, constituyeron un programa revolucionario
adelantado a la época, incluso para el mundo europeo, cuya fuerza teórica se extendería a lo
largo de décadas, más allá incluso, en varios de sus puntos, de la misma independencia y el
establecimiento de las repúblicas oligárquicas. Derrotados/as transitoriamente el Amaru Katari
y los/as libertadores/as, habrían de pasar décadas y hasta siglos para que Nuestra América reto-
mara ese programa y lo empuje con la fuerza de las mayorías y de la historia en el presente.

El abrazo a los/as Libertadores/as


En esa dinámica, Tupac Amaru llegó a declarar la total independencia. “Por eso y por los
clamores que con generalidad han llegado al cielo, en el nombre de Dios Todopoderoso,
ordeno y mando que ninguna de las pensiones se obedezca en cosa alguna, ni a los Ministros
europeos intrusos.” (Bando de proclamación. 1781). Por lo que es considerado el “primer
grito de independencia” y así se lo reconocieron los más notables líderes/as patriotas como
Manuela Sáenz, Juana Azurduy, Francisco Miranda, Simón Bolívar y José de San Martín.
Evidencia incontestable de este reconocimiento y de la continuidad entre las luchas amaru
kataristas y de los/as libertadores/as inmediatamente posteriores, es la pensión, que como
veterano combatiente independentista le otorgó, casi cuatro décadas después, el estado
revolucionario independentista del Río de la Plata (actual Argentina) a Juan Bautista Tupac
Amaru, hermano menor y último sobreviviente de la gran insurrección libertaria. Quien,
además, recibió también el encargo de publicar sus memorias.

78
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

El imperio español castigó con la masacre – brutal, legal y católica - a la familia Túpac Amaru,
por encabezar la gran rebelión de José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru “Segundo”, que
abolió la explotación de los indios en mitas y repartos; la esclavitud de los negros; la humi-
llación y discriminación legal racista contra mestizos, negros e indígenas; y, finalmente, la
dependencia colonial. Después de casi cuarenta años de martirio, cárcel, torturas indecibles
y destierro miserable, lleno de agonías, en las mazmorras españolas de España y África, el
veterano combatiente de la insurrección tupacamarista y único sobreviviente del clan revolu-
cionario, emparentado a los Incas, Juan Bautista Túpac Amaru, hermano menor del prócer,
vuelve a su amada Suramérica, ahora en lucha definitiva contra el dominio español. Se instala
en la actual Argentina, estado revolucionario independentista y en lucha contra el dominio
español, donde es reconocida su lucha y recibe la más generosa hospitalidad, que incluye el
encargo y publicación de su libro “El dilatado cautiverio bajo el gobierno español de Juan
Bautista Túpac Amaru, 5º nieto del último emperador del Perú” (1823).
Antes, la corriente revolucionaria y autonomista de José de San Martín, Manuel Belgrano,
Martín de Güemes y Juana Azurduy, en el Congreso Revolucionario de Tucumán, en 1816, que
declara la independencia en español y quechua, propone el proyecto de “Incanato unido de
Sudamérica”. La propuesta fue combatida y ridiculizada por la aristocracia racista bonaerense
(en sus versiones pro británica o pro hispánica), la misma que más tarde ha de traicionar la
“Confederación Suramericana” de Bolívar. Uno de estos ilustrados criollos, delegado en el
Congreso, testimonió la propuesta, señalando que se había puesto “la mira en un monarca
de la casta de los chocolates, cuya persona si existía, probablemente tendríamos que sacarla
borracha y cubierta de andrajos de alguna chichería para colocarla en el elevado trono de
un monarca” (Carta de Tomás de Anchorena. 4 de diciembre. 1846). Aunque Juan Bautista
estaba en las cárceles españolas en África hasta 1822 – como lo registra de manera indudable
en sus propias memorias -, se ha extendido la idea de que los/as impulsores de la propuesta
pensaban en él para la regencia de esa monarquía constitucional independentista de 1816
(“Juan Bautista de América: el rey inca de Manuel Belgrano”. Eduardo Astesano. 1979). Juan
Bautista murió en 1827 en Buenos Aires. Fue enterrado en una tumba sin identificar hasta
hoy, en el cementerio de la Recoleta de esa ciudad, donde una “huanca”, piedra monolito
recordatorio, lo homenajea públicamente, cerca de la tumba de Eva Perón.
Desde Argentina, en 1825, con 86 años de edad y estando desde hace años gravemente
enfermo, el último de los Amarus rebeldes escribió a Simón Bolívar. Sus palabras en ese docu-
mento, que representa un excepcional tesoro histórico, plantean la inapelable coincidencia y
continuidad fundamental del proyecto tupacamarista y bolivariano: independencia, continen-
talidad e igualdad.
“Si ha sido un deber de los amigos de la Patria de los Incas, cuya memoria me es la más tierna
y respetuosa, felicitar al Héroe de Colombia y Libertador de los vastos países de la América
del Sur, a mí me obliga un doble motivo a manifestar mi corazón lleno del más alto júbilo,
cuando he sido conservado hasta la edad de ochenta y seis años, en medio de los mayores
trabajos y peligros de perder mi existencia, para ver consumada la obra grande y siempre
justa que nos pondría en el goce de nuestros derechos y nuestra libertad; a ella propende don
José Gabriel Tupamaro, mi tierno y venerado hermano, mártir del Imperio peruano, cuya
sangre fue el riego que había preparado aquella tierra para fructificar los mejores frutos
que el Gran Bolívar había de recoger con su mano valerosa y llena de la mayor generosidad;
a ella propendí yo también y aunque no tuve la gloria de derramar la sangre que de mis
Incas padres corre por mis venas, cuarenta años de prisiones y destierros han sido el fruto
de los justos deseos y esfuerzos que hice por volver a la libertad y posesión de los derechos

79
Ricardo Jiménez A.

que los tiranos usurparon con tanta crueldad; yo por mí y a nombre de sus Manes sagrados,
felicito al Genio del Siglo de América, y no teniendo otras ofrendas que presentar en las aras
del conocimiento, lleno de bendiciones al hijo que ha sabido ser la gloria de sus padres. Dios
es justísimo, Dios propicio sea con todas las empresas del inmortal Don Simón Bolívar, y
corone sus fatigas con laureles de inmortal gloria…Yo, señor, al considerar la serie de mis
trabajos, y que aún conservo. Aliento en mi pecho la esperanza lisonjera de respirar el aire
de mi patria…, no obstante, de estar favorecido de este gobierno de Buenos Aires desde que
pisé sus playas, y de cuantos han considerado mis desgracias y trabajos incalculables, que
tendría en nada, si antes de cerrar mis ojos viera a mi Libertador, y con este consuelo bajara
al sepulcro”. (En: “La rebelión de Tupac Amaru”. Carlos Daniel Valcárcel. 1973).
La carta desmiente incontestablemente las versiones erradas – con mala intención o sin ella
– de que Bolívar y los/as libertadores/as habrían sido ajenos y aún contrarios a los intereses
de los pueblos indígenas. Este es una de las estrategias que también han usado las oligar-
quías para robar la memoria revolucionaria a los pueblos; las mismas oligarquías racistas
y genocidas que hasta hoy tiranizan a los pueblos indígenas. En Chile, acusan de “dictador”
a O´Higgins, aunque hasta hoy es el único presidente que reconoció al Estado Mapuche y
hablaba su lengua. En Argentina, mientras en vida trataron a San Martín con desprecio racista
por ser probablemente hijo de una indígena, lo convirtieron después en supuesto padre de la
república asesina de indígenas, incluso blanqueando sus retratos y negándose a las pruebas
de ADN a sus restos.
Aunque no es el tema de este trabajo, cabe señalar que no existe duda alguna de la inclusión
de los indígenas en el programa revolucionario de los/as Libertadores/as. Tanto en reivindi-
caciones como devolución de sus tierras y abolición de impuestos que los cargaban discrimi-
natoriamente, como es el caso de los decretos en este ámbito de San Martín y Bolívar. Como
también en insumos ideológicos, de inspiración libertaria histórica. Desde la “Proclama de
Tiahuanaco” de Juan José Castelli en 1811, que presagia el discurso del primer presidente
indígena de Nuestra América, Evo Morales, en el exacto mismo lugar, casi dos siglos después,
en 2006. Desde el “Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Elíseos” de 1809,
pionero documento ideológico independentista, atribuido a Bernardo de Monteagudo. Hasta
los proyectos de “incanato continental” de Francisco de Miranda y el del Congreso de Tucumán
en 1816. Artigas, joven criollo acomodado que se enamoró de indígenas y gauchos y decidió
vivir con ellos, fue el más avanzado en este ámbito, llegando incluso a reconocer y plantear su
autonomía. La más clara y contundente evidencia de esta convergencia entre Libertadores/as
y pueblos indígenas está en los cientos de cuadros, combatientes y conspiradores/as indígenas
que lucharon junto a los/as libertadores/as, en los partidos revolucionarios (como la Sociedad
Patriótica, donde Bolívar y Miranda militan con compañeros/as mujeres, negros e indígenas),
montoneras guerrilleras y ejércitos libertadores.
Ciertamente, los/as libertadores/as, como hijos/as de su tiempo, de su posición social y su
trayectoria biográfica, no están libres, como nadie absolutamente lo está, de errores y limi-
taciones, también en este ámbito. Se ha pretendido usar estas limitaciones para negar o
empañar el compromiso libertario de ellos/as con los pueblos indígenas. Es el caso, especial-
mente, de Bolívar y algunas incomprensiones que tuvo para entender el carácter de nación de
estos pueblos, la comunalidad de sus tierras y la particularidad de sus estructuras ancestrales
de liderazgo, los curacas, a las que vio como “nobleza” privilegiada. Asimismo, algunas expre-
siones en documentos y cartas que reflejan prejuicios raciales, en etapas tempranas en que aún
no los superaba, o como parte de descripciones de la realidad adversa que hace en estado de
molestia y frustración, con expresiones inadecuadas y cuestionables hacia negros e indígenas.

80
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

Las cuales muestran que era un ser humano imperfecto, con errores y limitaciones, pero no
obstan en nada en su compromiso libertario e igualitario hacia ellos, a pesar de la insistencia
de quienes lo malinterpretan o calumnian, sacando aquellas frases de contexto y negando la
totalidad de sus reflexiones y acciones sobre el tema. Incluso, la medida de restauración del
tributo indígena, abolido por el mismo Bolívar en 1825 desde el Cusco (Decreto. Cuzco, 4 de
julio de 1825. 6° y 4°.), restaurado hacia el final de su gobierno peruano, en su nombre, pero
por ministros peruanos, cuando el Libertador ya estaba de hecho fuera del gobierno, ocupado
en graves conspiraciones oligárquicas que se habían apoderado de Perú y la Gran Colombia.
Para comprender la necesidad de superar estas falsas y dolorosas versiones negadoras del
abrazo entre los pueblos indígenas y los/as Libertadores/as de la primera independencia, vale
aquí recordar las palabras de José Martí, certeras para esclarecer esto, precisamente hablando
de los/as libertadores/as de la primera independencia: “no pueden ser más perfectos que el
sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Lo desagradecidos
no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz” (“Los tres héroes”.
1889).
Palabras que coinciden plenamente con la reflexión de Ernesto Che Guevara, en torno al
mismo problema en referencia a los creadores del marxismo: “A Marx, como pensador, como
investigador de las doctrinas sociales y del sistema capitalista que le tocó vivir, pueden,
evidentemente, objetarse ciertas incorrecciones. Nosotros, los latinoamericanos, podemos,
por ejemplo, no estar de acuerdo con su interpretación de Bolívar o con el análisis que
hicieran Engels y él de los mexicanos, dando por sentadas incluso ciertas teorías de las
razas o las nacionalidades inadmisibles hoy. Pero los grandes hombres descubridores de
verdades luminosas, viven a pesar de sus pequeñas faltas, y estas sirven solamente para
demostrarnos que son humanos, es decir, seres que pueden incurrir en errores, aun con la
clara conciencia de la altura alcanzada por estos gigantes del pensamiento” (1960).

Vive, vuelve
Tupac Amaru fue el “sol vencido”, como lo llama uno de los versos del poeta chileno Pablo
Neruda. El propio trauma del imperio colonialista español, sin embargo, mantendría vivo el
nombre del “Tayta Rey” transitoriamente derrotado. El virrey de Perú, Francisco de Toledo,
busca borrar, por todos los medios, la memoria del malogrado inca, temeroso de que su ejemplo
pudiera “criar yerba de libertad”. Benito de la Mata Linares, Juez que decidió la brutal muerte
de Tupac Amaru y los suyos, y más tarde, Primer Intendente del Cusco, entre 1783 y 1786, no
encontró jamás tranquilidad. Así lo muestran sus incesantes comunicaciones sobre temidos
rebrotes del levantamiento. En 1785 llamaba a las autoridades a “evitar que salte alguna
chispa de calor a estas cenizas que aún humean”. Numerosos pasquines anónimos, intentos
conspirativos y pequeñas insurrecciones comunales sacuden como réplicas llenas de malos
presagios el orden de los precarios vencedores.
“Tupamaros” llamarían a todos los indios rebeldes en lo sucesivo. En el Beni, actual Amazonía
boliviana, en el año 1810, se levanta en insurrección independentista el cacique Pedro Ignacio
Muiba, al mando de miles de indígenas Moxos, Baure, Itonama, Canichana, Movima y
Cayuvava, manteniendo su propia comuna de Moxos por cuatro meses, hasta su derrota y
cruel asesinato. Registros históricos, a partir de 1804, recogen la voz popular, según la cual el
cacique había sido, décadas antes, en su juventud, participante de la insurrección de Tupac
Amaru en Perú. “Tupamaros”, llamaran a los montoneros de la independencia, especialmente

81
Ricardo Jiménez A.

a los de los levantamientos criollos de Chuquisica y La Paz en 1809, los primeros en todas las
colonias, y a los de José Artigas en el actual Uruguay, los más indigenistas de todos. Estudios
franceses de la revolución haitiana, que declaró la primera independencia latinoamericana
y el primer estado moderno que abolió la esclavitud en 1804, señalan que los combatientes
de Jean-Jacques Dessalines, líder de la revolución, se hacían llamar “incas” por influencia de
la rebelión de Tupac Amaru II (“Mito y Utopía”. Héctor Béjar. 2012), que había abolido - el
primero de todos en hacerlo - la esclavitud.
“Tupamaros”, serán también los hombres y mujeres de la guerrilla uruguaya en los 1970. La
peruana en los 1980. La caraqueña en los 1990. Tupac será también el nombre de uno de los
poetas populares más grandes de finales del siglo XX en Estados Unidos, el rapero, Tupac
Shakur, descendiente de una familia de guerrilleros/as de Las Panteras Negras, el gran movi-
miento revolucionario de los/as afrodescendientes en las décadas de 1960 y 1970. Su madre,
Afeni, explicó públicamente el porqué de su nombre: “Quería que tuviera nombre de revolu-
cionario de los pueblos indígenas del mundo. Quería que supiera que era parte de la cultura
mundial y no sólo de un barrio”.
Durante el gobierno revolucionario del general Juan Velasco Alvarado, la recuperación de la
memoria del Amaru como insumo ideológico e identitario fundamental es una política pública.
En 1969, su imagen con un gorro de copa colonial, estilizada como una gran A, es creada
por Jesús Ruiz Durand como propaganda para la Reforma Agraria impulsada por el gobierno
revolucionario. En 1971, la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del
Perú reúne y publica la “Colección Documental de la Independencia del Perú. La Rebelión
de Túpac Amaru”. Monumental conjunto de documentos históricos del levantamiento del
Amaru Katari, reunidos en siete volúmenes, que han alimentado los trabajos de numerosos/
as y crecientes investigadores/as.
En la actualidad, diversas entidades y figuras de la cultura y la política del Perú desarro-
llan esfuerzos para encontrar y repatriar los restos de los Amaru muertos en el exilio,
Juan Bautista y Fernando, y reivindicarlos patrióticamente. El investigador José Luis
Ayala expresa así las razones de esta iniciativa: “Ahora, con ocasión del Bicentenario de
la Independencia Nacional, lo menos que debería hacer el Estado Peruano es repatriar
los restos de Fernandito Túpac Amaru, así como los de Juan Bautista Túpac Amaru y
recibirlos con honores de jefe de Estado, y sobre todo reunir simbólicamente los restos
dispersos de José Gabriel Túpac Amaru II, de Micaela Bastidas y de todos los precur-
sores, y edificar en homenaje a ellos un monumento de mármol en la plaza de Armas del
Cuzco. De esa manera en algo podría repararse el inmenso dolor colectivo y frustración
que sentimos los peruanos de buena fe, pese al tiempo transcurrido” (“Ricardo Palma y
Tupac Amaru”. José Luis Ayala. 2016).
Como anunció el poeta peruano, Alejandro Romualdo: “Gritando ¡Libertad! sobre la tierra/
ha de volver. ¡Y no podrán matarlo!” (“Canto coral a Túpac Amaru, que es la libertad”.
Alejandro Romualdo. 1958). Tupac Amaru es un programa de acción vigente. Pero también,
simultáneamente, síntesis de saber y sentir, propia y ancestral. Un porfiado pueblo conti-
nente desafiando, con la “incoherencia de misterio del mito” – como la llamó el investigador
peruano, Raúl Porras Barrenechea (“Mito, tradición e historia del Perú”. 1974), a la razón ajena
que busca imponerse. Oponiendo a la matriz cultural negadora y transitoriamente impuesta
la dinámica de su propio tiempo “mítico”, donde las categorías temporales, pasado, presente
y futuro, se funden en una sola, permanente y simultánea, cuyo destino sólo puede ser reali-
zarse. Que requiere de otra arqueología para ser comprendida, relativa y cuántica, cósmica y

82
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

de las almas. Y cuya fuerza – como lo teoriza más tarde Mariátegui - es subversiva y superior a
los límites puramente racionales hegemónicos en la cultura moderna occidental del siglo XX.
Es el “Inkarri”, la profecía del contumaz Inca rey juntando, subterránea y pacientemente, sus
miembros repartidos para vencer las sombras y restablecer el orden social solidario y justo,
en armonía con la naturaleza. El calendario maya, avisando el renacer del continente, en
medio de la muerte del viejo mundo opresivo. La dominación misma ajustada a su dimensión
de eclipse momentáneo, nada más, en la trayectoria galáctica de los seres humanos hacia la
felicidad. Oráculo incómodo, memoria incontenible, a veces murmuración, otras, estallido,
que rompen el cerco del puro acopio de hechos y nombres ajenos, fomentados como propios,
contrabandeados como historia, como ciencia. Una pequeña parte ajena intentando tapar el
todo propio con un dedo; ganando, a lo más, un mezquino descuento de años a la eternidad.
El Amaru Katari es símbolo movilizador que recorre los cantos de Arguedas, “A nuestro padre
creador Tupac Amaru II”. De Alejandro Romualdo, “Canto coral a Tupac Amaru, que es la
libertad”. Del “Cementerio general” de Tulio Mora. Del “Canto General” de Pablo Neruda. Y
de todos los grandes poemas latinoamericanos. Como innumerables se tejen en el telar del
continente, sus banderas. Las “unanchas” andino amazónicas, símbolos profundos, de mile-
narias significaciones místicas y armónicas. Generalizadas hoy simplemente como “Wifalas”
y como banderas Tupacamaristas, de franjas horizontales con los siete colores inmutables del
arco iris.

83
Ricardo Jiménez A.

IV
Juan Viscardo

Sin haber tenido la oportunidad de una participación militar activa, ni el liderazgo, ni la


trascendencia de Francisco de Miranda (llamado el “precursor” de la independencia), el
criollo acomodado peruano, sacerdote jesuita y revolucionario independentista, Juan Pablo
Viscardo y Guzmán, es considerado por muchos, sin embargo, como el verdadero “precursor
del precursor”. Al ser decidido partidario de la independencia antes que aquel. Nació en
Pampacolca, Arequipa, hecho en relación al cual Andrés Bello, el venezolano chileno universal,
cantará versos que dan muestra de su relevancia: “ni Potosí de minas tan rico / como de
nobles pechos, ni Arequipa / que de Vizcardo con razón se alaba...” (“Alocución a la poesía”.
1823). Se ordena sacerdote jesuita y es expulsado de las colonias españolas por decreto del Rey
Carlos III, junto a toda su orden, más de 5.000 miembros, a la edad de 21 años, en 1767. Junto
a otros de su orden se exilia en Italia donde pasa enormes penurias económicas.
Este nutrido grupo de intelectuales progresistas, que eran los jesuitas expulsados, constitu-
yeron entonces un elemento ideológico precursor de la independencia, conspirando contra el
poder español en Londres, Viena, Génova y otras ciudades europeas, del cual Viscardo sería la
muestra más notable. Habían llegado a esa posición, tras el largo y contradictorio camino de la
iglesia católica en América. Los Jesuitas habían sido los más progresistas filósofos y teólogos
de la iglesia católica en Europa. Llegando a desarrollar muy anticipadamente planteamientos
que servirían de base a las ideas democráticas liberales. Ese era el caso de los españoles
Juan de Mariana y Francisco Suárez, quienes, en el siglo XVI, junto al dominico Francisco
de Vitoria, pusieron al pueblo entre Dios y el Rey. Era al pueblo a quien Dios entregaba su
potestad de gobernar y de éste era entregado al Rey, quien estaba obligado a procurar su
bienestar y respetar su libertad. Desarrollaron así las tesis esenciales de la soberanía popular,
llegando incluso a justificar el “tiranicidio”, si el monarca se apartaba de ella.

Las dos iglesias


En un mundo que, parturiento aún entre el medioevo y la voracidad capitalista, se debatía por
encontrar, aunque fuera una sombra de legalidad, la “tarea cristianizadora”, obligada legal-
mente por bulas papales y decretos reales, era simultáneamente justificación divina y jurídica
para la propiedad, el saqueo y la esclavitud del Nuevo Mundo y sus habitantes. Del cual, en
no pocas ocasiones, los propios sacerdotes eran hechores directos. En las “Capitulaciones de
Zipaquirá”, que pusieron fin a la primera etapa de la “insurrección de los comuneros de Nueva

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

Granada”, actual Colombia, durante la insurrección tupacamarista de 1780 a 1782, 6 de sus 35


puntos se referían expresa y exclusivamente a abusos cometidos por el clero, tanto de explo-
tación y maltrato a los indígenas, como de cobros y tributos excesivos por el monopolio de
trámites y registros notariales y religiosos.
A contracorriente, desde el principio de la conquista, hubo también sacerdotes que, encon-
trando en la doctrina cristiana elementos para romper con la matriz hegemónica cultural de
su época, repugnan de los crímenes de la empresa. Sin embargo, ellos constituyeron tan sólo
una dinámica de oposiciones que no lograba, de hecho, sino “perfeccionar” la justificación del
etnocidio. Gracias a sus inquietantes críticas, tan vehementes y loables, como impotentes para
variar el contenido brutal de la obra civilizatoria europea, teólogos y juristas fueron llamados
por las autoridades reales para dar respuestas a ellas, engrosando el andamiaje de leguleyadas
y designios divinos legitimadores del holocausto y el latrocinio. Las bulas papales que otor-
garon la propiedad de las nuevas tierras invadidas, los requerimientos, por los cuales dios
mismo exigía a los indios su sometimiento al conquistador, y las doctrinas de “guerra justa”
contra los idólatras incrédulos, fueron todas respuestas a esa dinámica de denuncias.
Es el caso temprano del “sermón de los frailes dominicos”, considerado por muchos como
el punto inicial de esa dinámica. Ocurrió en la “Española”, actual isla de Santo Domingo,
cuando aún no se iniciaba la conquista del continente firme. Y el cual fue inspiración para
Bartolomé de Las Casas, el más destacado cura colonial defensor de los indios. Por lo que, más
tarde, el creador de la “Teología de la liberación”, el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, lo
llamó “El grito de la Española”. En la misa de diciembre de 1531, pronunciado por fray Antón
de Montesinos, aunque firmado por todos los curas de la orden en la isla, el sermón fue la
primera denuncia pública a la conducta criminal de los conquistadores para con los indígenas.
“Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos
indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban
en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca
oídos, habéis consumido?”. El sermón es tema de la película “También la lluvia”, del año
2000, ambientada en Bolivia y dirigida por la cineasta Icíar Bollaín.
El escándalo sorprendió incluso al mismísimo rey, prontamente enterado por los alarmados
vecinos españoles de la isla. La respuesta tranquilizadora de las almas fue el “requerimiento”,
un documento que, al mismo tiempo, obtenía la bendición divina y la legalidad para la violenta
esclavización o asesinato. Basado en tradiciones jurídicas y teológicas centenarias, se trataba
de un texto de unas tres páginas, escrito por el jurista Juan López de Palacios Rubios en 1512,
en el contexto de las Leyes de Burgos. Fue usado como procedimiento formal, leído en voz
alta a los indígenas, las más de las veces sin traducción alguna a sus lenguas, para exigirles su
sometimiento. En él se señalaba solemnemente la unidad de dios y su voluntad manifestada
por el papa y los reyes, los cuales les mandaban en el acto entregar sus tierras y obediencias a
los conquistadores.
“Y si así no lo hicieseis o en ello maliciosamente pusieseis dilación, os certifico que con la
ayuda de Dios, nosotros entraremos poderosamente contra vosotros, y os haremos guerra
por todas las partes y maneras que pudiéramos, y os sujetaremos al yugo y obediencia
de la Iglesia y de sus Majestades, y tomaremos vuestras personas y de vuestras mujeres
e hijos y los haremos esclavos, y como tales los venderemos y dispondremos de ellos como
sus Majestades mandaren, y os tomaremos vuestros bienes, y os haremos todos los males
y daños que pudiéramos, como a vasallos que no obedecen ni quieren recibir a su señor y
le resisten y contradicen y protestamos que las muertes y daños que de ello se siguiesen sea

85
Ricardo Jiménez A.

a vuestra culpa y no de sus Majestades, ni nuestra, ni de estos caballeros que con nosotros
vienen”.
Finalmente, para alejar toda sombra de duda, por parte de los díscolos curas amantes de
indios, rigurosos actos testimoniales y notariales eran exigidos para validar el acto. Aunque
hubo sacerdotes que lo condenaron, como Bartolomé de Las Casas que lo calificó de “burla
de la verdad y de la justicia… insulto a nuestra fe cristiana”, el “Requerimiento” continuó
vigente hasta 1560. Y mostró ser un muy eficiente instrumento, en esa primera etapa de
conquista, pues, aún en los raros casos en que era traducido a los indígenas, éstos, como es
natural, rechazaban tan extraño y lapidario confinamiento.
Así lo muestra un informe de la época por parte de un conquistador en la actual Colombia:
“Yo requerí, de parte del rey de Castilla a dos caciques destos del Cenú, que fuesen del rey
de Castilla, y que les hacía saber cómo había un solo Dios, que era Trino y Uno y gobernaba
el cielo y la tierra, y que… había dejado en su lugar… al Santo Padre… y que este… como
Señor del Universo, había hecho merced de toda aquella tierra de la Indias y del Cenú al
rey de Castilla, y que… les requería que ellos le dejasen aquella tierra, pues le pertenecía…
Respondiéronme que en lo que decía que no había sino un Dios y que éste gobernaba el cielo
y la tierra y que era señor de todo, que les parecía bien y que así debía ser, pero que en lo
que decía que el papa era señor de todo el Universo, en lugar de Dios y que él había hecho
merced de aquella tierra al rey de Castilla, dijeron que el papa debía estar borracho cuando
lo hizo, pues daba lo que no era suyo, y que el rey, que pedía y tomaba la merced, debía ser
algún loco, pues pedía lo que era de otros y que fuese hayá a tomarla, que ellos le ponían
la cabeza en un palo, como tenían otras, que me mostraron, de enemigos suyos… que ellos
se eran señores de su tierra y que no habían menester otro señor… que ellos me pondrían
primero la cabeza en un palo e trabajaron por lo hacer...” (Martín Fernández de Enciso en
1509, citado en: Señores del tiempo de la conquista. Marta Herrera Ángel. Revista Credencial
Historia. Bogotá – Colombia, febrero - agosto, 1993, 38-44).
Durante el período de la colonia, esta lógica eclesial se extendió en la específica misión de
“extirpar idolatrías” a los bárbaros indígenas. Ya sea por el largo y drástico proceso de acul-
turación, que describe de manera precisa Pedro de Gante, franciscano, elevado oficialmente
a “santo” en 1988 por el papa Juan Pablo II, en carta al rey español Felipe II, precisando el
“método pedagógico” de su escuela “San José de los Naturales”: “...se juntaron luego, pocos
más o menos, mil muchachos, los cuales teníamos encerrados en nuestra casa de día y de
noche, y no les permitíamos ninguna conversación, y esto se hizo para que se olvidasen de
sus sangrientas idolatrías y excesivos sacrificios” (15 de junio. 1558). Ya por el más expedito
de los tormentos y hogueras de la inquisición. Tarea religiosa que se combinó con la más polí-
tica y permanente de velar para que los indios no incurrieran en el sacrilegio de desobediencia
al nuevo orden y sus autoridades.
Sin embargo, aunque muchos sacerdotes fueron soldados conquistadores, encomenderos
feroces, auditores contables del saqueo, escribanos del etnocidio, y propagandistas del
dominio colonial, paralelamente, en una dinámica paradójica, propia y permanente en la
iglesia hasta la actualidad, muchos otros constituían también un polo de defensa y reivin-
dicación de los indígenas, incluso en algunos casos de identidad y lucha común de resis-
tencia. Desde las primeras incursiones, los sacerdotes de las diversas órdenes, fueron, junto a
algunos pocos cronistas soldados, los que registraron los primeros encuentros. Muchas veces
dejando constancia de los rasgos sociales indígenas, en muchos ámbitos, superiores a los de
los conquistadores. Más tarde, durante la colonia, realizaron monumentales obras de estudios

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

naturales y culturales autóctonos, siendo uno de los elementos gestores de una primera iden-
tidad intelectual latinoamericana.
El más conocido de ellos es Bartolomé de Las Casas. Y quizás representa mejor que ningún otro
la paradoja de la iglesia católica en la región. Conocido como el “primer sacerdote ordenado en
América”, fue un español encomendero de indios, ordenado cura dominico y capellán aventu-
rero de los conquistadores en Cuba. Tras aprovechar por unas décadas de ese cruel régimen
de servidumbre, e influido por los curas progresistas de su orden, se consagró crecientemente
a la defensa de los indígenas, llevando la denuncia y la propuesta de la abolición de las enco-
miendas hasta la corte española. Inicialmente, propuso la importación de esclavos negros
para remplazar el trabajo de los indígenas, y ello le valió una falsa e injusta “leyenda negra”,
según la cual era un “racista” anti negros, llegando incluso a atribuirle ser el causante de la
esclavitud de ellos en la región, aunque está bien documentado que la esclavitud de negros en
la región era un proceso anterior a su intervención.
El propio Las Casas dejó registro escrito de su arrepentimiento posterior respecto de aquella
propuesta. “Este aviso de que se diese licencia para traer esclavos negros a estas tierras
dió primero el clérigo Casas, no advirtiendo la injusticia con que los portugueses los toman
y hacen esclavos; el cual, después de que cayó en ello, no lo diera por cuanto habían en
el mundo, porque siempre los tuvo por injusta y tiránicamente hechos esclavos por que la
misma razón es dellos que de los indios… Deste aviso que dió el clérigo, no poco después se
halló arrepiso, juzgándose culpado... porque como después vido y averiguó... ser tan injusto
el captiverio de los negros como el de los indios...” (“Brevísima relación de la destrucción de
las Indias”. Escrito por Las Casas alrededor de 1542, pero publicado por primera vez sólo en
1875).
Manteniendo su incansable y valiente defensa de los indígenas, denunció también la bárbara
esclavitud de los negros. “Siguióse de aquí también que como los portugueses de muchos
años atrás han tenido de robar a Guinea, y hacer esclavos a los negros, harto injustamente,
viendo que nosotros... se los comprábamos bien, diéronse y danse cada día priesa a robar
y captivar dellos, por cuantas vías malas e inicuas captivalos pueden... violencias y robos
y engaños y fraudes, que siempre los portogueses en aquellas tierras y gentes han hecho”
(Ibíd.). José Martí, en su libro para niños “La edad de oro” de 1889, relata y describe así al
padre Las Casas: “El venía a pie, con su bastón, y con dos españoles buenos, y un negro que
lo quería como a padre suyo: porque es verdad que Las Casas, por el amor de los indios,
aconsejó al principio de la conquista que se siguiese trayendo esclavos negros, que resistían
mejor el calor; pero luego que los vio padecer, se golpeaba el pecho, y decía: ‘¡con mi sangre
quisiera pagar el pecado de aquel consejo que di por mi amor a los indios!’ ”.
Lo cierto es que Las Casas era hijo de su tiempo, y en su matriz cultural más temprana la
esclavitud era una realidad permitida, natural. Así lo establecía el tradicional “derecho de
gentes” en España, donde moros musulmanes, capturados en “guerra justa”, y “eslavos”, de
cuyo gentilicio deriva, precisamente, el nombre de “esclavo”, vivían en esclavitud; por cierto,
sin alcanzar los horrores del trato inhumano que se les daría a los nuevos esclavos negros,
que muy pronto saturarían el mercado mundial. Y, al igual que le había sucedido con los
indígenas primero, le llevó tiempo para reconocer el crimen ético que significaba y el error de
su propuesta inicial. Su lucha consecuente contra la dominación indígena se prolongó en su
obispado de Chiapas y hasta su muerte en España. Y le ha sido reconocida ampliamente por
los sectores indígenas y populares del continente.

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Ricardo Jiménez A.

Hubo también otros dominicos como Domingo de Santo Tomás, creador de la gramática
quechua. Franciscanos como Diego de Córdoba y Bernardino de Sahagún, quien realizó una
monumental obra de rescate del náhuatl, idioma de los indígenas mexicanos, y de su valiosa
cultura, lo que le valió la confiscación de sus trabajos por orden real en 1577. Agustinos como
Alonso de la Veracruz y Antonio de la Calancha. Trapenses como Antonio Valdés, quien
rescató y escribió el drama inca del “Ollantay”, cuya representación, Tupac Amaru II, hiciera
ver a sus tropas, durante la insurrección.

Los Jesuitas
Pero son los jesuitas los que figuraron entre los más adelantados en esta tarea. José de Acosta
y su obra fundacional que cuestionó precursoramente la generalización ahistórica de los
conceptos naturalistas europeos a las novedades únicas de estas tierras. El también natu-
ralista Bernabé Cobo, así como el chileno Ignacio Molina, llamado “el abate”, cuya obra es
precursora de la de Charles Darwin, planteando una teoría de la evolución gradual de los orga-
nismos naturales, cuarenta años antes que el afamado naturalista inglés. Destacaron también
en el registro y reivindicación idiomática y cultural, como los quechuistas Diego de Torres y
Diego Gonzáles. Y el creador de la gramática guaraní, Antonio Ruíz.
Los jesuitas estuvieron también en la primera línea de fuego, de la lucha ideológica para rebatir
las tesis extremas del determinismo civilizatorio racista, hegemónico en la Europa de la época,
y que explicaban “científicamente” la incapacidad y natural predisposición a la esclavitud de
los indígenas y afrodescendientes americanos. Figuras de esa lucha fueron los mexicanos
Francisco Clavijero, el más destacado de todos, José Rafael Campoy, Andrés Cavo, Francisco
Alegre, Juan Maneiro, Pedro Márquez y otros más que han sido llamados “los humanistas
mexicanos del siglo XVIII”. El quiteño Juan de Velasco, que resumió la lúcida defensa: “…
los defectos que atribuyen a la América y a sus artes los filósofos no son sino defecto de su
cabeza y de sus sistemas y mucha ignorancia de las cosas de este mundo… los peruanos anti-
guos son más dignos de admiración y alabanza que los europeos del presente siglo” (1789).
En general, los cultos y progresistas sacerdotes jesuitas habían buscado un camino alternativo
humanista para cristianizar a los indígenas, llegando incluso, varios de ellos, a morir comba-
tiendo, con las armas en las manos, junto a los indígenas guaraníes del Matto Grosso contra
los esclavistas portugueses, en la “guerra de las siete reducciones”, entre 1754 y 1756, sólo
una década antes de ser expulsados en 1767. Desterrados de España y sus colonias, a causa
de su poderío intelectual, económico y político, recelado porque “obedecía más a Roma que al
rey español”. Hecho relatado hermosamente en la película de 1986, “La Misión”, del director
franco británico, Roland Joffé.
Paradojal fue, una vez más, el rol de la iglesia y sus miembros en los sucesos de independencia.
Aunque los líderes patriotas fueron todos hijos del siglo de “las luces”, conocedores y creyentes
de los filósofos laicos y progresistas, muchos de ellos masones, fueron también, todos ellos,
creyentes cristianos. A pesar que, de hecho, encontraron en las estructuras institucionales de
la iglesia, a enconados adversarios realistas. El propio papa Pío VII, a quien Napoleón había
arrebatado la corona imperial de las manos para ponérsela él mismo, en público acto simbó-
lico de supremacía, promulgó, en enero de 1816, una “Encíclica” que ordenaba a todos los
católicos la “fidelidad al monarca español… el más firme odio contra los sediciosos”. El papa
Clemente XII, haría lo mismo en 1824. En todas partes de América, los obispos y sacerdotes
figuraron como acusadores y verdugos en todas las represiones y conspiraciones contra los

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

patriotas. Así predicaba en los púlpitos de Chile el fraile Zapata en 1816: “…herejes detesta-
bles, abortos del infierno, enviados de Satanás, individuos sedientos de sangre y robo… no
han de llamarle al caudillo rebelde ‘San’ Martín, porque no es santo, sino Martín a secas…”.
Pero curas y hasta obispos son también, paralelamente, amigos, propagandistas y militantes
de la causa patriota. El franciscano Luis Beltrán, cuyo patriotismo lo llevó a ser capellán
militar rebelde, y cuyos conocimientos de ciencias exactas, naturales y mecánicas lo convir-
tieron en jefe del parque de artillería, al mando de 700 hombres, en el Ejército de los Andes,
fundiendo las campanas de las iglesias para hacer balas y cañones, los cuales hizo cruzar, con
toda clase de aparejos, por encima de las montañas nevadas. “Quiere, el general San Martín,
alas para los cañones, pues las tendrán”. Sirvió en la campaña para liberar a Chile y Perú,
bajo las órdenes de San Martín y más tarde de Bolívar.
En Chile, Camilo Henríquez, cura de la orden de la “Buena Muerte”, militante temprano en
las conspiraciones anticoloniales. Creador de la primera Proclama subversiva chilena, bajo el
seudónimo de “Quirino Lemachez” (1811), y del primer periódico patriota chileno, “La Aurora
de Chile”. Miliciano patriota durante el golpe realista de Figueroa. Al servicio de los gobiernos
revolucionarios de José Miguel Carrera y de Bernardo O’Higgins, ambos adversarios, pero
unidos en la continua lucha por la independencia de la que el fraile es símbolo de perma-
nencia. En Perú, Bruno Terreros era Párroco de Huaripampa y combatiente de las guerrillas
patriotas con grado de coronel. En México, donde la lucha de la independencia fue en el prin-
cipio la más popular y campesina, fueron sacerdotes sus máximos jefes insurgentes. Miguel
Hidalgo, teólogo y erudito de los filósofos iluministas, que hablaba latín, francés, italiano,
náhuatl, otomí y purépecha. Y José Morelos, del seminario Tridentino. Ambos mártires en la
lucha armada independentista. También su más importante precursor ideológico, el dominico
fray Servando Teresa de Mier, que en 1794 es exiliado y encerrado en un convento español
por un escandaloso sermón en la catedral y ante todas las máximas autoridades virreinales,
cuestionando el milagro de la aparición de la Virgen de Guadalupe, la más venerada del país.
Este se fugará y será, junto a Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, activista de la ilustra-
ción por Europa. Será combatiente contra los franceses napoleónicos invasores de España,
capturado y fugado de prisión. Convertido en independentista, volverá a ser encarcelado y
se fugará al menos en cinco ocasiones más. Alcanzada la independencia, fue diputado en el
primer congreso mexicano.
En una constante histórica, la iglesia ha seguido jugado este doble rol contradictorio en la
política latinoamericana durante los dos siglos post primera independencia. Oligárquica,
en los “Tedeums” oficiales. En las capellanías militares, bendiciendo armas de destrucción
y represión. En la eterna limosna publicitaria que silencia y bendice la injusticia estructural
que la hace necesaria. En su extremo reaccionario, será protagonista de una fiera y prolon-
gada resistencia guerrillera, conservadora y derechista, a las reformas progresistas en México:
la “Guerra de los Cristeros”. A fines del siglo XX e inicios del siglo XXI en la extensión por
toda la región de fundamentalismos religiosos conservadores y reaccionarios que en versiones
católica y, sobre todo, evangelistas protestantes, han logrado penetrar en amplias capas popu-
lares y pobres de casi todos los países. En la cara opuesta, y quizás complementaria, desde
el Concilio Vaticano Segundo, que abre, entre 1963 y 1965, ventanas de aire puro al claustro
medieval Vaticano, hasta sus réplicas latinoamericanas en Medellín (1968) y Puebla (1979),
y el asesinato en 1980 del arzobispo mártir popular de El Salvador, Oscar Romero, se conso-
lida un camino de iglesia popular. Con los curas obreros, reprimidos y asesinados junto a la
denuncia y la lucha de los oprimidos, desde mediados del siglo XIX. Con los “cristianos por
el socialismo” de la Unidad Popular de Chile. Con la “Teología de la liberación”, auténtico

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Ricardo Jiménez A.

pensamiento propio continental, re interpretando la fe cristiana desde las entrañas de Perú,


Brasil y México, con su grito de lucha activa por la justicia. Llegando a tomar las armas junto
a los pobres, como lo hicieran los jesuitas en el Mato Grosso en 1754, con el cura colombiano
Camilo Torres, a mediados de los 1960’ y muchos otros más, en prácticamente todos los países
donde las guerrillas llegaron a ser significativas.
También lo harán los protestantes. Su máxima figura es Rubén Jaramillo en México.
Combatiente de caballería en el ejército revolucionario de Emiliano Zapata, en Morelos, con
sólo 14 años de edad, a los 17 ya era capitán, al mando de 75 guerrilleros. Más tarde, será
permanente enemigo de los terratenientes traidores al campesinado y al proyecto zapatista.
Creador del “Banco Ejidal” y el “Ingenio Azucarero de Zacatepec”, con el apoyo del gobierno
nacionalista revolucionario del presidente Lázaro Cárdenas. Se hizo evangélico protestante,
llegando a ser Pastor al igual que su esposa, predicando que “Cristo era revolucionario”.
Fue también Cofundador de la “Unión de Productores de Caña de la República Mexicana”.
Terminado el gobierno revolucionario de Cárdenas, se levantó en armas frente a los caciques
y funcionarios represivos del Estado Morelense entre los años 1943 y 1944, con el apoyo del
Partido Comunista Mexicano. Elabora su “Plan de Cerro Prieto” que proponía una “revolu-
ción socialista”. Volvió a la lucha social, y creó el Partido Agrario Obrero Morelense (PAOM).
Desde 1952, combinó la agitación clandestina con la resistencia guerrillera a las mafias del
gobierno terrateniente estatal, que le robaron previamente dos triunfos electorales a cargos
en el gobierno regional. En 1958, tras una amnistía del presidente Adolfo López, vuelve a
la lucha abierta, pública. Inició tomas de tierras campesinas y acciones de solidaridad con
la Revolución Cubana. El 26 de mayo de 1962, agentes de la policía y el ejército del estado
asesinaron cobardemente a Jaramillo, junto a su esposa y sus tres hijos, en el Municipio de
Xochicalco. Meses después el jefe del comando asesino fue secuestrado y ajusticiado. Aunque
en menor magnitud que la iglesia católica, los protestantes evangélicos han estado también
presentes en las luchas populares por la justicia, como en el caso de algunos pastores revo-
lucionarios en las luchas de varios países centroamericanos en la década de 1980. Existen
incluso expresiones religiosas cristianas no ortodoxas, como el Movimiento Comunitario Alfa
y Omega, miembro de Alba Movimientos en Perú, que lucha contra la “bestia capitalista” bajo
el ejemplo de “Cristo, el primer revolucionario”.
En 1961, junto a Genaro Vázquez, entre otros, Jaramillo había formado el “Comité Organizador
de la Central Campesina Independiente”; Lucio Cabañas fue organizador regional de la misma.
Ambos, Vásquez y Cabañas, maestros, serán dos míticos líderes campesinos y guerrilleros en
el estado de Guerrero, muertos en lucha en la década de 1970’. Y ambos inspirados en el
ejemplo de Jaramillo. Lucio creó también el “Partido de los Pobres”, integrado por estudiantes
y campesinos, autodenominados “los enfermos”, “ya que, si Lenin decía que el extremismo es
una enfermedad infantil del comunismo, nosotros, sí, somos los enfermos, pues no hay nadie
más extremista que nosotros”.
Los permanentes claroscuros de la iglesia y la fe católicas en el continente pueden ser simbo-
lizados en la existencia de dos cartas, en dos momentos históricos. Precisamente, la “Carta a
los americanos” del jesuita Viscardo, que recuperaba para la lucha patriótica de la indepen-
dencia colonial lo mejor de la tradición humanista y libertaria, en un documento de reflexión
fundante y comprometido, que auguraba la magnífica “teología de la liberación”, parida en el
continente en el siglo XX, a partir del texto fundante del sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez
de 1971. Pero también, conjunta y paradojalmente, en la carta que las organizaciones indí-
genas enviaron al papa Juan Pablo II, con motivo de su visita al Perú en 1985: “Nosotros,
indios de los Andes y de América, decidimos aprovechar la visita de Juan Pablo II para

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

devolverle su Biblia, porque en cinco siglos no nos ha dado ni amor, ni paz, ni justicia. Por
favor, tome de nuevo su Biblia y devuélvala a nuestros opresores, porque ellos necesitan sus
preceptos morales más que nosotros… La espada española, que de día atacaba y asesinaba
el cuerpo de los indios, de noche se convertía en la cruz que atacaba el alma india”.

La Carta
Con el nombre conspirativo de “Paolo Rossi”, Viscardo, desterrado en Italia, sigue de cerca y
reflexiona las noticias de la rebelión tupacamarista en el continente, para la cual trata en vano
de conseguir ayuda británica. Se traslada a Londres, donde recibe una pensión del gobierno
británico, y allí muere en 1798. Deja sus papeles al cónsul norteamericano en aquella ciudad,
quien los entrega a Francisco de Miranda. Entre esos papeles, estaba su “Carta a los ameri-
canos españoles”, que será el primer documento reflexivo teórico de la lucha independentista
latinoamericana, de carácter público, agitativo. El documento tiene 30 páginas, y fue escrito a
lo largo de varios años, desde antes de la revolución francesa, y terminado en 1791.
La Carta fue redactada originalmente en francés. Ya fallecido Viscardo, Francisco de Miranda
- que recibe la Carta de Rufus King, representante norteamericano en Londres, a quien
Viscardo había legado todos sus papeles - la traduce, prologa y publica en español en 1801.
Desde entonces, circuló profusamente por toda América, desde Costa Rica hasta Argentina,
como instrumento de propaganda agitativa y sustento teórico revolucionarios. Su potencia
programática estaba en la priorización del claro objetivo de la hora: llamar radicalmente al
separatismo: “Siempre que el gobierno Español nos anuncia un beneficio, no puede uno
menos que acordarse delo que el verdugo decía al hijo de Felipe II quando le ponía el dogal
al cuello: ‘Paz, paz, Señor don Carlos, que todo esto es por su bien’…”.
En él, se combinan cinco grandes elementos. En primer lugar, la toma de conciencia de la
América como una “Patria” común de todos sus habitantes: “El descubrimiento de una parte
tan grande de la Tierra es y será siempre, para el género humano, el acontecimiento más
memorable de sus anales. Mas para nosotros que somos sus habitantes, y para nuestros
descendientes, es un objeto de la más grande importancia. El Nuevo Mundo es nuestra
patria, y su historia es la nuestra, y en ella es que debemos examinar nuestra situación
presente, para determinamos por ella a tomar el partido necesario a la conservación de
nuestros derechos propios, y de nuestros sucesores”.
Segundo, la denuncia a la dominación española, a la cual se opone radicalmente, como obstá-
culo a la libertad y el destino de felicidad del continente: “Aunque nuestra historia de tres
siglos acá relativamente a las causas y efectos más dignos de nuestra atención, sea tan
notoria y tan uniforme que se podría reducir a estas cuatro palabras: ingratitud, injusticia,
servidumbre y desolación...”. En tercer lugar, el ejemplo de la revolución independentista de
las colonias británicas en Norteamérica, que llama al reclamo de la propia dignidad a la lucha.
Cuarto, el aporte teórico liberal, que hace combinación del iluminismo europeo, por un lado,
y del primer acervo gestado en América Latina, por otro, citando al padre Bartolomé de Las
Casas, activo defensor de los indígenas durante la colonia. Quinto y último, la entrega de una
descripción de las causas estructurales, geográficas y otras, que sustentan y empujan la inde-
pendencia de América Latina.
Francisco de Miranda anexará a su independentista “Proclama de Coro”, que llamaba a su
derrotada invasión militar de Venezuela en 1806, la Carta de Viscardo. Y numerosos otros

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Ricardo Jiménez A.

revolucionarios la citarán o mostrarán su evidente influencia, como es el caso de Simón


Bolívar en su “Carta de Jamaica” de 1815. Llegada a manos de la inquisición española en
México, en el año 1810, los contenidos de la Carta de Viscardo fueron calificados de: “mortí-
feros, libertinos e incendiarios y de la Carta dicen los censores que es falsa, temeraria, impía
y sediciosa, injuriosa a la Religión y al Estado, a los Reyes y Pontífices: tan acre y mordaz,
tan revolucionaria y sofística que si el Santo Tribunal no aplica desde luego toda su acti-
vidad para sofocarla, pereceremos...” (En: “La Carta a los españoles americanos de don Juan
Pablo Viscardo y Guzmán”. Vargas Ugarte. 1964).

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

V
El Precursor

“¡Una Patria! ¡Ha!, esa voz no será más una voz sin significado en nuestra lengua”

Francisco de Miranda, 1801.

América estaba en lucha y comenzaba, simbólicamente, el parto de los instrumentos reflexivos


útiles para el logro de su destino. Si en el acervo europeo no se encontraban o eran insufi-
cientes, había entonces que crear las herramientas para desatar y dar camino a las energías. Y
será un personaje magnífico, genial, mítico, romántico y aventurero, quien responderá de la
manera más acabada a la tarea de la creación de respuestas propias a las luchas de indepen-
dencia colonial. Será llamado el precursor, el primero, el que anticipa y adelanta, el visionario
que mira, y al mirarlo lo crea, el futuro. Pionero y profeta, saltando decidido, lleno de fe y
convicción, al abismo de las transformaciones libertarias.
El caraqueño Francisco de Miranda. Criollo venezolano, descendiente de emigrados de las
islas Canarias, por lo que, en la estructura de castas colonial, a pesar de ser acomodados
comerciantes de paños y dueños de una panadería, estaban en la categoría de “Blancos de
orilla”, con menos derechos y estatus que los blancos puros de la península española. Razón
por la cual sus adversarios y la aristocracia, tanto española como la “mantuana” criolla, lo
llamaban despectivamente “el canario”.
Miranda fue militar de carrera en el ejército español por una década, alcanzando el grado
de teniente coronel. Combatió en África por España contra Inglaterra. En el juego complejo,
riesgoso y sin garantías, de las potencias coloniales, que en determinados momentos las
llevaba a apoyar los movimientos independentistas de las colonias de otras potencias colo-
niales rivales, Miranda, realiza labores de espionaje en la Jamaica bajo colonialismo inglés.
Como ayudante del gobernador español de Cuba, recolecta una fortuna en joyas y dinero que
será un aporte importante para el triunfo de George Washington ante Inglaterra; que será
entregado al general revolucionario norteamericano por un joven oficial francés, el Conde de
Saint-Simon, creador de una de las primeras doctrinas socialistas modernas y su ayudante,
Augusto Comte, más tarde fundador de la sociología. Miranda será parte, en 1780, del “ejér-
cito de operaciones de América”, una gran expedición militar enviada por España a apoyar
a los revolucionarios norteamericanos contra Inglaterra, que combate y logra la victoria en
Pensacola, en que Miranda destaca como estratega y combatiente, siendo ascendido a teniente
coronel. Sin duda, experiencias que contribuyeron a su posterior ruptura independentista con

93
Ricardo Jiménez A.

la propia España, en 1873, a los 33 años de edad. Abandonando el ejército español, debido a
la odiosidad de los aristócratas españoles y criollos, que reprochaban su origen y envidiaban
su intimidante talento y erudición. También por la persecución de la inquisición debido a sus
ideas liberales. A partir de ese momento y hasta su muerte permanecerá siempre eludiendo las
persecuciones enconadas de su eterno enemigo colonial español.
Será por igual un viajero perenne, un conspirador sigiloso, un combatiente internacionalista
y un estudioso insaciable. El único latinoamericano que fue combatiente en América, Europa,
Rusia, y África, incluyendo participación político militar activa y libertaria en las tres grandes
revoluciones de su tiempo: francesa, de independencia norteamericana y de independencia
suramericana. Es el único latinoamericano cuyo nombre está grabado en el “Arco del triunfo
de París”, por sus servicios militares que lo llevaron a alcanzar el grado de “Mariscal” en los
ejércitos revolucionarios franceses (también su retrato se encuentra hoy en el Palacio de
Versalles y su estatua en el campo de Valmy, donde destacó en combate). Llegó también a ser
miembro del alto mando en el ejército ruso. Adelantando una hermosa coincidencia con el
Che Guevara, en el siglo XX, el cual, al unirse a los revolucionarios cubanos del Granma, solo
pidió a su líder, Fidel Castro, que una vez concluida victoriosamente la guerra revolucionaria
cubana se le permitiera y apoyara para continuar la lucha por la liberación de todo el conti-
nente, en ambos casos, en Francia y Rusia, Miranda solicita también idéntico pedido.
Fue comandante de tempranos y malogrados desembarcos militares independentistas en las
costas de Venezuela en 1806, cuya nave insignia será el “Leander”, Leandro, nombre de su
primogénito. Fue, finalmente, el primer comandante en jefe de los ejércitos venezolanos, con
el título de generalísimo. Miranda será visto por sus enemigos y admirado por los revolucio-
narios como una especie de Che Guevara de su época. Fue llamado “un don Quijote, con la
diferencia de que no está loco” por Napoleón Bonaparte y “el príncipe de los conspiradores”
por la diplomacia europea. Entre ellos, sus nada leales pero necesarios, aliados británicos:
“Este gobierno inglés da tales esperanzas en el día de ayudarnos prontamente, que sería
temeridad no aguardar un poco; mas hace tan largo tiempo también que nos trae entrete-
nidos con sus bellas promesas, que yo casi tengo perdida la confianza; y espero más… ¡sobre
todo de nosotros mismos que de ningún otro!” (31 de diciembre. 1788).
Desmintiendo las calumnias oligárquicas de ser “agente inglés” – que comparte con Bolívar,
San Martín y otros/as libertadores/as -, la correspondencia de Miranda, al igual que nume-
rosos testimonios escritos de otros testigos, muestran inequívocamente la posición inclau-
dicablemente soberana y autónoma del precursor como independentista latinoamericano,
dejando claro en diversas propuestas de alianzas tácticas con Inglaterra y Francia que no
aceptará una dominación extranjera de “reemplazo” en su Patria continental, incluso recha-
zando para ello altos cargos y prebendas ofrecidas; buscando siempre la posibilidad de que el
proceso independentista tenga un sustento propio, ante aliados de los que desconfía política-
mente en sus intenciones coloniales, como le escribe explícitamente a Pedro Caro, uno de los
integrantes de su red de contactos en América: “Si nosotros podemos obrar sin amigos, avíse-
melo V. cuanto antes, que más vale ganar algo por sí solo que perderlo todo por aguardar el
socorro de gentes indolentes y egoístas que no miran nuestros asuntos con aquel interés que
es debido y que conviene realmente a ambas partes” (5 de marzo de 1799).
Se volverá cada vez más enfático aún en este punto, conforme transcurran los años y gane más
experiencia en su relación con estos volubles aliados europeos, a los cuales critica también
su exaltación del lujo material. Así lo expresa, diez años después de la cita anterior, en carta
a Francisco Febles, uno de sus contactos en Trinidad, isla del Caribe: “Yo convengo con V.

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

en que el momento es sumamente favorable para obtener nuestra deseada independencia;


¿mas están de este mismo parecer las potencias de Europa? ¡No! No, amigo mío. Lo que
quiere la corrompida Europa en América son esclavos que le obedezcan y trabajen para el
fomento del lujo, que es su Bien Supremo!; mas no hombres libres, frugales y justos que con
su ejemplo la contengan en sus excesos y la corrijan en tantos abusos” (20 de abril de 1809).
Consecuente con esta visión, y alentado por los crecientes descontentos y levantamientos
anticoloniales, va cambiando gradualmente su visión de la estrategia y táctica militar para el
logro de la independencia. Desde sus primeros planes, con una invasión militar masiva, de
al menos doce o quince mil hombres y quince navíos de guerra, imposible de obtener, sino
era en alianza con una potencia colonial rival de España, transita hasta la idea de una fuerza
militar reducida, de algunos centenares de hombres, que serían suficientes para despertar y
sumar a la población y hacer la revolución. Esto, en combinación con constantes llamados al
descontento y el levantamiento a los Cabildos, instituciones de gobierno municipal en que
los criollos, de manera natural, se habían atrincherado para enfrentar el privilegio colonial.
Es en esta concepción - que adelanta en muchos aspectos la experiencia del Granma de Fidel
Castro y los revolucionarios cubanos en el siglo XX, y que el Che Guevara teoriza como el “foco
guerrillero” - que Miranda realiza sus fallidos desembarcos revolucionarios en Ocumare de la
Costa y la Vela de Coro en 1806.
Cautivó a numerosos seguidores a los cuales organizó en redes de contacto conspirativo y
logias libertarias, entre ellos, al chileno Bernardo O’Higgins, con quien tuvo personal amistad
y a quien formó directamente en Inglaterra. A él le aconseja, en carta de 1799, palabras que
resultaron premonitorias del aplomo que lo caracterizó en su propia fatigosa vida y su propio
trágico final: “No permitáis que jamás se apodere de vuestro ánimo ni el disgusto ni la deses-
peración; pues si alguna vez dais entrada a estos sentimientos, os pondréis en la impotencia
de servir a vuestra patria”.
Miranda vivía para y por la causa de la emancipación de la América hispánica. “En cuanto a
mi persona, amigo mío, ella está siempre invariable al servicio de la Patria. Por esta tengo
hechos ya tantos sacrificios, que sería absurdo ahora el abandonar la empresa; cualesquiera
puesto que se me señale será para mí muy aceptable y honroso, con tal que todo el mundo
marche al mismo y único fin de nuestra Libertad e independencia” (31 de diciembre. 1788).
A la cual puso a disposición su incansable labor de propagandista, conspirador, combatiente
e ideólogo extraordinariamente dotado y con una formación político- militar excepcional,
casi insuperable. A su formación de base en la Universidad de Caracas, donde estudió latín,
gramática, historia, teología, aritmética, geografía, artes, lógica, física, metafísica, jurispru-
dencia y medicina, había añadido el estudio concienzudo y en el mismo terreno de los sistemas
de gobierno norteamericano y todos los europeos, no sólo de España, Inglaterra y Francia,
sino también de Italia, Grecia, Alemania, Austria, Hungría, Noruega, Holanda, Suiza, Nueva
Zelanda, Polonia, Finlandia y Rusia. Incluso, los de Egipto y Turquía. Recogiendo, además,
las ideas liberales de aquellas experiencias y prácticamente todo el conocimiento progresista
de su época.
Monumento inapelable a esta extraordinaria formación, son los 63 volúmenes - sí, 63 volú-
menes - en que el mismo Miranda organizó sus diversos escritos, cartas, planes, reflexiones
y testimonios, producidos en medio de una vida de incesantes combates, persecuciones y
trabajos conspirativos revolucionarios, en medio de los cuales, además, se sabe que perdió
muchos de sus escritos y papeles. Conjunto denominado indistintamente como “Archivo”,
“Escritos” o “Diarios de viaje” de Miranda, también conocido como “Colombeia”. Al que se

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Ricardo Jiménez A.

añade su copiosa biblioteca, que, entre estragos y pérdidas a lo largo de los vaivenes de su vida,
alcanzó miles de volúmenes, incluyendo las obras subversivas y prohibidas, tanto europeas
como latinoamericanas, como las del padre Bartolomé de las Casas y el inca Garcilaso de la
Vega.
A conciencia, se formaba como “cuadro” y así lo expresa en temprana carta a Juan de Cagigal:
“La experiencia y conocimiento que el hombre adquiere, visitando y examinando personal-
mente con inteligencia prolija en el gran libro del universo; las sociedades más sabias y
virtuosas que lo componen; sus leyes, gobierno, agricultura, policía, comercio, arte militar,
navegación, ciencias, artes, etc… es lo que únicamente puede… formar un hombre sólido y de
provecho” (16 de abril. 1783). Nueve años después se confirma todavía en la misma tarea de
estudio y reflexión: “resolví ocupar el tiempo, que era necesario aguardar, en examinar aten-
tamente los diversos gobiernos y sistemas políticos de Europa. Artes, ciencias, religiones,
industria y efectos de las diferentes formas de repúblicas y gobiernos mixtos de gobierno,
ocuparon mi atención por espacio de cinco años…” (10 de octubre. 1792). Bagaje universal
que combina con el profundo conocimiento de la realidad propia latinoamericana y especial-
mente el análisis de los movimientos de lucha brotados en ella y a las cuales hace referencias
y análisis en su correspondencia.
En Viena, por ejemplo, lee la primera crónica de Hernán Cortez sobre su experiencia en México,
también tiene acceso a algunos códices mayas. En Venecia, toma contacto con los Jesuitas
expulsados de las colonias españolas en América. Tras dos meses en Constantinopla (hoy
Estambul), anticipa la crítica de contra colonialidad, cuestionando los libros europeos sobre la
cultura turca, cuyos prejuicios no les permiten apreciar la riqueza y originalidad de ese pueblo
no occidental. En Dinamarca, se da el tiempo de proponer una reforma de las cárceles para
humanizarlas, la cual es aprobada y aplicada por los ministros de la corte danesa. Allí, obtiene
documentos de Lima y Cusco sobre la rebelión de Túpac Amaru II y de los comuneros de Santa
Fe de Bogotá. En Marsella, conoce al abate Guillaume Raynal, cuya obra es precursora de la
más demoledora crítica al colonialismo. Para rebatir los supuestos “derechos” de propiedad
de los reyes españoles sobre América, emanados de las bulas del papa Alejandro VI, Miranda
cita a los caciques indígenas del Darién, en las actuales Panamá y Colombia, registrados en las
crónicas, en las que éstos califican tales pretensiones de propiedad como “demencia” o “borra-
chera”. Su “Proclama a los Pueblos del Continente Colombiano (alias Hispano América)”, de
1801, es el primer documento en nombrar, y dotar así de una identidad propia, a las colonias
españolas con un nombre que no ha sido dado por el colonialismo. Miranda también será uno
de los primeros en usar, indistintamente, el nombre de “Nuestra América”, que finalizando el
siglo XIX popularizó José Martí.
En Rusia, conoce – y según algunas especulaciones tuvo un romance – con la zarina Catalina
II, llamada “la grande” por ser la protectora de los más connotados intelectuales ilustrados
franceses - también algunos jesuitas expulsados de América por España - y en cuya corte se
realizaban los más avanzados debates intelectuales del momento. En uno de los cuales, según
relata Miranda, la propia Catalina II le ayuda a rebatir los errores racistas y coloniales contra
los pueblos latinoamericanos en la obra de Cornelius de Pauw, afamado estudioso originario
de Ámsterdam. La emperatriz rusa, que contaba con los ejércitos más numerosos de la época,
incluyendo escuadras navales en el océano Pacífico y territorios en Alaska en Norteamérica, le
ofrece ser parte del estado mayor militar del imperio. Al abandonar Miranda este alto honor
para continuar su lucha independentista latinoamericana, la zarina le argumenta de los peli-
gros que le acechan fuera de la protección del territorio ruso, sobre lo que el propio Miranda
relata: “Yo le respondí conformemente con mil agradecimientos, haciéndole ver que no era

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

necesario tampoco que por una nimia precaución se abandonasen las empresas útiles e
importantes” (En: “Francisco de Miranda. Precursor de las independencias de la América
Latina”. Carmen Bohórquez. 2006).
Su vuelo intelectual es puesto también a disposición de la causa independentista y logra el
apoyo de varios de las más renombradas figuras académicas y científicas de la época, especial-
mente después de sus desembarcos en Venezuela de 1806, que, contradictoriamente, a pesar
de ser un fracaso militar, son una victoria política que aumentan explosivamente su prestigio
revolucionario y lo convierten en un símbolo universal de la lucha por la libertad y contra la
tiranía. Un hecho que adelanta otros casos similares del siglo XX, como el asalto al cuartel
Moncada de Fidel Castro y los revolucionarios cubanos en 1953 o el alzamiento militar boliva-
riano del joven oficial Hugo Chávez en Venezuela en 1992.
A su permanente campaña pública independentista en periódicos propios y europeos, suma
la colaboración en el plano intelectual del autor William Burke, pionero de la psicología, del
escritor James Mill y del afamado filósofo, padre del utilitarismo, Jeremy Bentham, quienes
escriben para Miranda, para propagandizar la causa independentista latinoamericana, difunden
documentos fundamentales anti coloniales y refuerzan el liderazgo revolucionario del precursor.
Bentham incluso escribe un proyecto de libertad de prensa para Miranda y piensa seriamente
en acompañarlo a Venezuela para contribuir en la construcción de la nueva sociedad indepen-
diente. Miranda es también editor y comentarista de varios libros de otros autores que buscan
rescatar la identidad propia y la libertad de la América hispana. Finalmente, entre marzo y mayo
de 1810, publicará cinco ediciones de su mítico y legendario periódico “El Colombiano”.
De todo ello, y en un proceso evolutivo y gradual de cambios y adaptaciones tácticas a lo
largo de los años y a través de los escenarios cambiantes, creará para la América una fórmula
programática que, en razón de su potencia teórica, estaba destinada a tener vigencia hasta
hoy: “América Latina será independiente, pero unida”. Consecuentemente, se opone con
vehemencia a toda acción independentista que rompa la idea de unidad continental, como
lo señala en carta a Alexander Hamilton en Londres: “un movimiento insurreccional parcial
puede dañar los intereses de la masa entera” (19 de octubre de 1798). Por lo que no hay en los
abundantes escritos de Miranda ni una sola mención siquiera, en el sentido de liberar sólo a
Venezuela o a cualquier otra parte “parcial” del continente.
Su idea de unión continental perdura hasta hoy, siempre vigente. Las formas específicas para
la realización de aquel programa fundamental, por supuesto, han variado. Y una recopila-
ción analítica exhaustiva del tesoro ahora disperso de esos innumerables proyectos, a lo largo
de la historia, elaborados por pensadores de todos los países de América, desde Cecilio del
Valle en Centroamérica hasta Francisco Bilbao en Chile y Augusto Sandino en Nicaragua, está
pendiente como necesario programa de investigación. El mismo Miranda estaba convencido,
fruto de su privilegiada reflexión y conocimiento universal, que América estaba destinada a
crear su propia forma adecuada de gobierno, un pensamiento que sería recogido y desarro-
llado por Bolívar más tarde. En carta a William Pitt, representante del gobierno británico,
proponiendo la ayuda de su gobierno a la lucha independentista americana, Miranda señala:
“América se cree con todo derecho a repeler una dominación igualmente opresiva que tirá-
nica y formarse para sí un gobierno libre, sabio y justo, con la forma que sea más adaptable
al país, clima e índole de sus habitantes, etc.” (14 de febrero. 1790).
Concretamente, él había proyectado un diseño de gobierno provisional latinoamericano que
evolucionó en cuatro planes elaborados a lo largo de sus años de lucha, que pasan desde

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Ricardo Jiménez A.

una primera concepción de monarquía parlamentaria a una versión final de república.


Denominada genéricamente como el “Incanato de Colombia”, una Confederación de Estados
desde el río Mississippi, por el norte, hasta Tierra del Fuego en el sur, gobernada por dos Incas,
dos cámaras legislativas, un poder judicial, y un sistema de ediles y cuestores, regidos por una
Constitución. Los curas católicos serían elegidos o confirmados por sus parroquianos. Las
autoridades locales se denominan “curacas”, una nomenclatura ancestral andina, al igual que
la nominación de “Hatunapa” para el jefe del ejército. En algunas versiones de este plan, incor-
pora la división administrativa en cuatro grandes regiones, inspirado en el “Tahuantinsuyo”,
los cuatro “suyos” (cuatro lados del mundo) de los incas. También un Inca que permanece en
la sede de gobierno y del congreso, Panamá (idea que retoma y actualiza después Bolívar),
mientras que un segundo inca recorre todos los territorios del continente, como hacía el “inca
ratin” ancestralmente.
Concepción que puede parecer hoy extraña, pero que revela una primera y fundante síntesis
creadora propia, entre lo universal y lo latinoamericano, el Tahuantinsuyo y la República
Romana; de la que José Carlos Mariátegui será más tarde un hito sobresaliente e igualmente
fundante (socialismo “indo americano”, pero también con el “aporte europeo”, sin el cual
América “no tiene” tampoco “futuro”). De ahí la afortunada nominación de Miranda como el
“primer criollo universal”.
En esa concepción la absoluta autonomía de toda potencia extranjera de Miranda era ante-
cedente del precursor antimperialismo de Bolívar; acá un ejemplo de esta concepción del
precursor: “sin que la dominación de una Potencia extranjera cualquiera pretenda fijarse o
mezclar su autoridad en el País; ¡porque en tal caso seremos la codicia y muy luego el despojo
de todas las demás que teniendo una fuerza marítima cualesquiera querrán también tener
parte en la División” (31 de diciembre. 1799).
Asimismo, aunque en sus primeras etapas de desarrollo revolucionario, conservó todavía
las ideas racistas y de castas de su sociedad de origen, gradualmente, a través de los años,
las experiencias y las reflexiones, evolucionó hasta asumir posiciones avanzadas de igualdad
de derechos y la abolición de las castas legales españolas, tanto por su formación ilustrada,
convencida del liberalismo democrático, como por su necesidad para sostener la lucha por la
independencia y, más tarde, como su garantía. “Unámonos por nuestra libertad, por nuestra
independencia. Que desaparezcan de entre nosotros las odiosas distinciones de chaperones,
criollos, mulatos, etc. Estas sólo pueden servir a la tiranía cuyo objeto es dividir los intereses
de los esclavos para dominarlos unos por otros. Un gobierno libre mira a todos los hombres
con igualdad; cuando las leyes gobiernan, las únicas distinciones son el mérito y la virtud”
(Proclama. 1801).
En sus proyectos de gobierno provisional de 1801 y 1808, establece para los Cabildos, órganos
de poder municipal, una cuota de un tercio de miembros indios y de gente de color, algo
absolutamente radical para la época y tras tres siglos de que solo españoles y criollos tuvieran
acceso exclusivo a estas instituciones. Tras su desembarco en Coro, en 1806, se abren procesos
judiciales por subversión a diez habitantes de esta región, acusados de conspirar con Miranda;
entre los/as acusados/as hay tres mujeres, por cuya igualdad de derechos ha abogado precur-
soramente en Francia. La “Sociedad Patriótica”, según muchas versiones, fundada en julio
de 1810 en Venezuela como la “Sociedad de Agricultura y Economía” y a la cual se incor-
pora - o funda, en otras versiones - Miranda en diciembre, es la primera organización política
revolucionaria independentista. Llegó a contar con hasta seiscientos miembros solamente en
Caracas y con filiales en Barcelona, Barinas, Valencia y Puerto Cabello. En ella militan muchos

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

de los más destacados cuadros revolucionarios - incluyendo a Simón Bolívar - de todas las
castas, negros, indios, pardos y mujeres, quienes discutían sobre economía, política, asuntos
civiles, religiosos, militares y organizaban acciones revolucionarias en consecuencia. ​

La masonería
En muchos sentidos, Miranda es la expresión de una fuerza ideológica y organizativa gravi-
tante en los sucesos de la independencia colonial: la masonería, también llamada francma-
sonería. Como los jesuitas, la masonería, aportó una corriente revolucionaria fundamental al
proceso de independencia, tanto de reflexión como de acción propias. Pero, a diferencia de la
de los jesuitas, que fue más bien un precedente, el de la masonería llegará a ser protagónico
y central. Miranda es la expresión más vistosa y notable de esa corriente libertaria masónica,
como Juan Viscardo lo fue de los jesuitas.
Curiosamente, ambas fuerzas alcanzan su mayor expresión histórica conjunta, combinada y
combustible, en los sucesos turbulentos de la independencia, a través de la figura del chileno
y venezolano José Cortés de Madariaga, simultáneamente sacerdote jesuita y masón, teólogo
y revolucionario iluminista, canónigo y prisionero político subversivo, ascendido al grado de
“compañero” en la masonería. Miembro destacado de la Logia secreta e independentista de
Cádiz, España. Y más tarde, en 1810, principal artífice de la caída del gobierno realista cara-
queño y del pronunciamiento juntista de autogobierno que inició el proceso de independencia
venezolano, aboliendo el tributo indígena y el comercio de esclavos. Curiosamente, es, sin
embargo, enemigo de Miranda y llega a amenazar con irse de Venezuela, cuando Miranda
regresa a este país para incorporarse a la lucha independentista. A pesar del carácter contra-
puesto que han tendido a tener la iglesia oficial y la masonería. No fueron pocos los sacerdotes
masones durante la independencia. José Félix Blanco, también venezolano, cura teólogo. El
amigo y compañero de luchas de Cortés, Juan Pablo Fretes, sacerdote paraguayo. Fray Camilo
Henríquez de Chile. En México, los principales líderes e ideólogos, Miguel Hidalgo, José
Morelos y Servando Teresa de Mier. Y numerosos más.
Prescindiendo de numerosas y diversas interpretaciones ocultistas, la masonería esencial-
mente, podía ser descrita como una asociación secreta de personas, unidas por vínculos
declarados de fraternidad -por lo que se llaman entre sí “hermanos”-, organizados en una
red jerárquica de núcleos llamados “logias”, de carácter secreto, con un código de símbolos y
rituales propios, en la que se combinan ideales esotéricos, humanistas y de justicia social, tales
como “libertad, igualdad, fraternidad”, generalizados por la revolución francesa en época de la
independencia latinoamericana. Era, de hecho, una fuerza ideológica mítica, cuyos orígenes
se remontaban a los gremios constructores de las catedrales góticas en la Edad Media, y se
mezclaban o perdían en la bruma legendaria de las antiguas culturas egipcias, los guerreros
monacales templarios y las agrupaciones esotéricas rosacruces. De aquellos antiguos cons-
tructores, venía el nombre de “logias”, inicialmente sus casas y lugares de reunión al costado
de las construcciones, usado para designar a los núcleos o agrupaciones que la constituyen.
También los símbolos del triángulo, la escuadra y la regla, además de la pirámide y otros. Y el
carácter secreto, ritual y codificado de sus normas y funcionamiento, atribuido a la necesidad
inicial de conservar en secreto las habilidades y saberes de su gremio. Con los siglos, la cons-
trucción de catedrales dio paso a la “arquitectura de las almas y la sociedad”, transformándose
en logias de librepensadores que oponían el cultivo del saber y la libertad humana a todos los
despotismos.

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Ricardo Jiménez A.

La relación entre la masonería y la revolución de independencia latinoamericana es exten-


dida, relevante y evidente. Sin embargo, debido al disciplinado secretismo que le es propio,
sus contornos son difíciles de precisar con exactitud. Todavía años después de la lucha, en su
retiro y destierro europeo, San Martín contestaba, a un amigo investigador que le pedía datos
de la antigua logia Lautaro, lo siguiente: “No creo conveniente hable usted lo más mínimo de la
logia de Buenos Aires: éstos son asuntos privados y que aunque han tenido y tienen una gran
influencia en los acontecimientos de la revolución de aquella parte de América, no podrían
manifestarse sin faltar por mi parte a los más sagrados compromisos” (1837). La evidencia
histórica, aunque numerosa, es fragmentaria y controvertida en varios puntos y ha dado pie
a toda clase de interpretaciones y debates. Mucho de especulación hipotética y leyenda se
mezcla con los hechos. Algunos autores incluso afirman que Tupac Amaru y Tupac Katari,
habrían sido masones o habrían contado con masones ingleses como asesores. Especialmente,
existen dudas de hasta qué punto las logias de los patriotas fueron logias masónicas regu-
lares. Esto es, hasta qué punto estaban sujetas a la organización y autoridad formal y oficial
de la masonería internacional, gestada a partir de 1717, cuando cuatro logias se unificaron en
Londres, en la primera “Gran Logia Unida de Inglaterra”, que es la madre de todas las demás,
aunque con dos grandes corrientes difíciles de diferenciar rigurosamente.
Miranda está en el centro de esta ligazón compleja y sinuosa, laberíntica, legendaria e histó-
rica, entre masonería y conspiración independentista latinoamericana, que ha generado un
entramado de versiones, controversias e hipótesis, en la que se mezclan hechos, suposiciones
y nombres de innumerables patriotas independentistas.
Lo cierto es que las logias patriotas no pudieron ser “oficiales”, puesto que estaban centradas
en la militancia independentista, lo que parcializa con la política contingente los ideales gene-
rales, de tipo trascendental, de la masonería. Así lo muestra el hecho de que hubiera masones
luchando en los dos bandos enemigos, patriotas y realistas. Es el caso del famoso “abrazo de
Santa Ana de Trujillo”, en noviembre de 1820, donde Bolívar y el jefe español Pablo Morillo,
ambos masones, se abrazaron y pusieron una piedra recordatoria en el lugar, que debía ser
una pirámide. También el hecho de que “hermanos” masones patriotas se organizaron en
logias adversarias, incluso enemigas, como ocurrió con la enconada pugna entre los “carre-
ristas” chilenos y la “logia Lautaro” de San Martín y O’Higgins, terminada cuando la segunda
asesinó a los primeros. Y, por último, el hecho de que en cada logia se produjeron pugnas y
desplazamientos internos, como ocurrió con la propia logia Lautaro de Buenos Aires, donde
San Martín y O’Higgins terminaron desplazados. Así lo testimonia O’Higgins en carta a San
Martín: “Esta institución, traicionada por muchos de sus miembros... Sus objetos son muy
diferentes y su eje principal el provincialismo. Aquellos amigos que mirábamos en grande
el bien de América y nos habíamos declarado contra esas ideas mezquinas... quedamos
excluidos” (1° de abril de 1822. En: Guerrero, Enrique. Revista del Instituto Juan Manuel de
Rozas. N° 22. Argentina).
Todo ello muestra que las logias patrióticas fueron organizaciones conspirativas operativas de
los masones independentistas, quienes hicieron uso útil, práctico, de toda la estructura masó-
nica, especialmente apropiada para esa lucha, pero con autonomía respecto de la organización
oficial masónica internacional. Evidencia de ello, es la probada existencia de una Logia masónica
regular, sujeta a la autoridad de la masonería oficial internacional, en Buenos Aires, el año 1816.
Paralela y diferente a la Logia patriótica “Lautaro”, aunque contaban con miembros comunes.
Aunque han existido versiones no comprobadas y negadas de que algunos papas fueron en
alguna etapa o toda su vida masones, y de que efectivamente muchos sacerdotes lo han sido, la

100
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

iglesia católica tuvo una posición oficial de rechazo y condena oficial y pública de la masonería.
El papa Clemente XII, en su encíclica “In Eminente” de 1738, llamó, bajo pena de excomunión,
a rechazar y reprimir la francmasonería, considerándola una herejía anticatólica. Lo mismo
hicieron otras encíclicas. De León XII (1825), Pío VIII (1829), Gregorio XVI (1832), y al menos
las de otros cinco papas más. En 1983, la “Sagrada congregación para la doctrina de la fe”, suce-
sora de la inquisición, dirigida por el entonces cardenal y más tarde papa, Joseph Ratzinger,
declaró: “…sus principios siempre han sido considerados inconciliables con la doctrina de la
Iglesia; en consecuencia, la afiliación a las mismas sigue prohibida por la Iglesia. Los fieles
que pertenezcan a asociaciones masónicas se hallan en estado de pecado grave y no pueden
acercarse a la santa comunión”. Ratzinger en su juventud perteneció al Partido Nazi alemán
por lo que fue encarcelado por los aliados al finalizar la segunda guerra mundial con la derrota
de éstos. Hitler, al igual que Mussolini, Franco y otras dictaduras fascistas, prohibieron la
masonería. También lo harían corrientes islámicas antiguas y modernas; el Tercer Congreso
de la Internacional Socialista; la Unión Soviética y los regímenes comunistas del Este.
Para la época de la independencia, monarcas absolutistas, como el Zar Alejandro I de Rusia,
habían prohibido y perseguido a la masonería por sus ideales liberales. Y ese era el caso de los
reyes españoles y coloniales Carlos III, Felipe V, Fernando VI y Fernando VII. A pesar de ello,
para la época de la independencia, la masonería era una fuerza ideológica y orgánica impor-
tante y creciente que incluía entre sus miembros a Fichte, Goethe, Schiller, en Alemania.
Robespierre, el Marqués de La Fayette y Napoleón I, en Francia. El gran caudillo de la unidad
italiana, Giuseppe Garibaldi. Benjamín Franklin, George Washington y varios de los líderes de
la revolución de las colonias norteamericanas. Muchos altos funcionarios del gobierno inglés.
Y hasta ministros y nobles liberales españoles como los condes de Aranda y Puñonrostro.
En ese contexto, cuando Francisco de Miranda, presumiblemente durante su residencia en
Estados Unidos, conoció por primera vez las logias masónicas, le resultó inmediata la afinidad
y utilidad de éstas para la causa independentista americana. Sus métodos secretos eran inme-
jorables para las conspiraciones que imponía la lucha. Sus nobles ideales modernos eran
consustanciales al de la independencia anticolonial. Y sus muchos e influyentes integrantes
formaban una red de apoyo internacional para la lucha propia que podía ser decisiva. Por todo
ello, Miranda se hizo masón y encontró una formidable base de afinidad ideológica y apoyos
prácticos en las altas esferas europeas para su agitación independentista.
Toda Europa era un hervidero bullente de agitación política revolucionaria y conspiraciones.
Las ideas liberales, democráticas y revolucionarias, prohibidas o no según los vaivenes polí-
ticos, circulaban incendiariamente por todos lados. En ese ambiente, muy pronto la masonería
y la conspiración de independencia generaron las primeras dos grandes logias americanas en
Europa, por donde pasarían los más importantes cuadros y dirigentes de la lucha en toda la
región. En un movimiento masivo, pero silencioso y molecular, se iban sumando uno a uno,
invitados y convencidos por amigos, paisanos y familiares, los conspiradores. La de Londres,
Inglaterra, fundada en 1797 por el propio Miranda, en una casa que por su actividad era llamada
de la “Diputación Venezolana”. La logia fue conocida como la “Gran Reunión Americana” o “De
los Caballeros Racionales”. Muchos de sus miembros serán también fundadores e integrantes de
la otra logia patriótica, la de Cádiz, puerto de España que era uno de los más activos hormigueros
de agitación liberal. A través de sus redes, en 1811, un “hermano” escocés, Lord Mcduff, entonces
voluntario en el ejército español contra Napoleón, consiguió del cónsul inglés en España un
pasaporte falso que permitió al coronel criollo del ejército español José de San Martín, otro
miembro de la Logia, salir como “inglés” hacia América para enrolarse como voluntario en la
recién iniciada revolución de independencia en su natal Argentina.

101
Ricardo Jiménez A.

En aquellas dos logias, hicieron escuela ideológica conspirativa innumerables cuadros y diri-
gentes de la revolución patriota. Entre otros, los chilenos Bernardo O’Higgins, José Miguel
Carrera, José Cortés de Madariaga y Camilo Henríquez. Carrera, en los avatares y pugnas
internas de la independencia, enfrentado más tarde con la logia “Lautaro”, acudirá por ayuda
a los Estados Unidos, donde ingresará a la logia “San Juan de Jerusalén n°1”, la cual le aportó
redes con que pudo cumplir su misión, aunque después finalmente malograda por la logia
“Lautaro”. Los venezolanos Simón Bolívar y Andrés Bello. Los argentinos José de San Martín,
Carlos María de Alvear, Bernardo Monteagudo, Juan Martín de Pueyrredón. Los ecuatorianos
Carlos Montúfar y Vicente Rocafuerte. Los peruanos Pablo de Olavide y José del Pozo. Los
colombianos Antonio Nariño y Francisco Zea. El guatemalteco José del Valle. El cubano Pedro
Caro. El mexicano Servando Teresa de Mier. A través de ellos, numerosos otros importantes
patriotas en todos los países de la región se harán también masones.
Las logias patrióticas, para el año 1823, se habían extendido también a Madrid y a París, como
bases de apoyo a la lucha en el continente. Paralelamente, logias patriotas de carácter cons-
pirativo se habían formado en las propias colonias suramericanas. En Argentina fue parti-
cularmente intensa la actividad masónica. En 1795 la “Del Rito Azul”. En 1804, la de “San
Juan de Jerusalén”. Tres logias de origen inglés: “La estrella del sur”, “Hijos de Hiram” y
“Los sublimes caballeros templarios”. Y dos de directa influencia en el estallido del juntismo
independentista: “Independencia” y “De los siete”. Apenas llegados de Europa en 1812, San
Martín y otros patriotas fundaron una Logia “Lautaro” en Buenos Aires, se le llamó así en
honor al toqui mapuche Leftraru, españolizado como Lautaro, quien, tras una genial reforma
militar, venció a los españoles en el actual Chile. Más tarde, formarían otras en Cuyo, actual
Mendoza, Chile y el Perú. En este último país, Ricardo Palma en su tradición “La casa de
Pilatos”, entrega informes de la masonería en Lima, de fines de agosto de 1635, vinculada a
portugueses y judíos, según la leyenda popular y los procesos de la inquisición que la repri-
mieron. Según algunos autores, la Logia continuó sus labores en Lima, incorporándose, hipo-
téticamente, alrededor de 1762, José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II. En 1804, pasó a
llamarse Logia Lautariana de Lima. Y hubo otra similar en Arequipa. Miembros de ella como
Hipólito Unanue y José de la Riva, conspiraron contra el virrey Pezuela. En 1816 se fundó la
Logia “Central La Paz Americana del Sur”, la cual funcionó a bordo de la fragata Venganza
y posteriormente en Lima. Hubo también logias en Lambayeque, Huaura, Trujillo, y otras
ciudades. La “Gran Logia del Perú” fue fundada en 1830. Más tarde, notables como Miguel
Grau y José Sánchez se vincularon a ella.
En 1813, las logias del rito escocés se extienden a la Nueva España, actual México, con la idea de
propagandizar la Constitución liberal de las Cortes de Cádiz. En Cuba, la influencia masónica
viene del continente, especialmente de México y Colombia, pero también, simultáneamente de
Estados Unidos. En 1817, el cubano José Lemus viaja a Filadelfia y conspira planes indepen-
dentistas. A su regreso a la Habana, funda la Logia masónica “Soles y Rayos de Bolívar”, y otras
más, hasta contar con 600 afiliados, sobre cuya base planifica la insurrección. Sin embargo, es
descubierto y desterrado. En Venezuela, en 1797, masones españoles fundaron casi simultánea-
mente a la logia de Miranda en Londres, la primera en La Guaira. Muy pronto, con la influencia
de los patriotas venidos de Europa, nacen, entre 1811 y 1818, logias en Cumaná, Carúpano, y
Angostura. Y lo mismo ocurrirá en los demás países en las próximas dos décadas.
Simón Bolívar, en sus viajes a Europa, recibió la influencia de Simón Rodríguez, su antiguo
maestro, y de Alexander von Humboldt, el destacado científico, ambos masones. Ingresó a
la masonería en 1804 en Cádiz, con 21 años de edad, y pasó luego gran parte de su estancia
europea ese año en París, ciudad en la que participa activamente en la logia San Alejandro

102
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

de Escocia. En su último viaje, ya enviado en misión de la junta independentista de Caracas,


Bolívar conoce a Miranda, y las tertulias alrededor de su logia, regresando con él a Venezuela.
Más tarde, en medio del fragor de la guerra, Bolívar pasará de la admiración al encono y,
junto a otros jóvenes oficiales, destituye del cargo y apresará a Miranda quien termina, caído
el primer gobierno patrio, en manos de los españoles. Bolívar continuará masón toda su vida
y llegará a alcanzar los más elevados grados en su jerarquía interna, a pesar de que, entre los
enemigos de su proyecto, estuvieron “hermanos” masones, que incluso participaron en aten-
tados contra su vida, lo cual lo llevó a amargas decepciones.
Esta adscripción a la masonería por parte de muchos destacados pensadores y luchadores de
todo el continente continuó en el período posterior. Ciertamente, no todos los masones fueron
progresistas, ni mucho menos, como no todos habían sido patriotas en época de la indepen-
dencia. Pero es notable la gran cantidad de importantes figuras que sí compartieron su calidad
de masones con la de notables luchadores sociales, entre los que estuvieron algunos de la talla
del puertorriqueño Ramón Betances, el mexicano Benito Juárez, el cubano José Martí y el
presidente mártir chileno Salvador Allende. Incluso, aunque la presencia femenina masónica
ha sido, de hecho, menor, también Flora Tristán.

La ruptura con Bolívar


Las divisiones, conflictos y pugnas entre quienes luchan por un gran objetivo común, parecen
ser parte de la condición humana, al menos en esta etapa del desarrollo histórico, y ello, como
lo reflexionó el sociólogo francés, Pierre Bourdieu, en su “teoría de campos”, tiende a abarcar
todas las esferas de la vida humana. Es el verdadero “pecado original”, de índole social e histó-
rica, por el cual Caín mata a su hermano Abel, en la parábola bíblica. En la época moderna,
las pugnas internas han sido consustanciales a las luchas por la transformación social, desde
aquella arquetípica y trágica ruptura de Danton y Robespierre en la revolución francesa.
Más tarde, en las corrientes socialistas del siglo XIX y XX, empapadas del cientificismo que
confundió conocimiento con realidad, la “verdad científica” cerró toda posibilidad de lo “otro”,
de la diferencia, entendido únicamente como “error” o “desviación”, matando, de hecho, a
nivel epistémico, mental, comprensivo, la posibilidad siquiera de la democracia plena que se
buscaba construir.
A partir de allí, los luchadores sociales, caídos en las trampas sutiles de las pasiones o de los
mitos cientificistas, han tendido a hacer, demasiadas veces, de la diferencia de ideas una diná-
mica insoluble por vías de consenso y, casi mecánicamente, conducente a la declaración del
otro como enemigo a vencer, cuando no a aniquilar. Son numerosos y evidentes los lenguajes
descalificadores, incluso ofensivos, con que muchos revolucionarios “clásicos”, con evidente
buena intención, hablan de “democracia” pero niegan, en el mismo acto, toda legitimidad a la
discrepancia, aún entre revolucionarios. A estos pensadores extranjeros, sin embargo, esto se
les perdona, cuando no se les admira, rescatando sus aportes. Sin embargo, entre los/as liber-
tadores/as de la independencia la tendencia es que esto mismo es considerado imperdonable
y constituye lo único a resaltar negativamente de su experiencia. Súmese a ello una compleja
agregación y cruce de otras variables, consustanciales a todo fenómeno humano, que son
distinguibles de la pura discrepancia reflexiva o programática, aunque tienden a justificarse y
a encubrirse discursivamente con ella. Dimensiones ajenas a lo político, pero que contaminan
lo político, tales como las afinidades o antipatías personales, las competencias personales o de
grupo, incluso las pasiones sentimentales, etc.

103
Ricardo Jiménez A.

Ha sido un problema permanente que, en etapas en que la acción política y social adquiere
generalizada virulencia, incluso formas violentas, armadas, se ha vuelto todavía más grave.
La tendencia a resolver por vías militares problemas de índole política, reflexiva, ha sido una
constante que atraviesa la compleja, y sin soluciones fáciles, tensión entre autoritarismo y
democracia en el seno de los procesos de transformación social. Por otro lado, la exacerbación
natural de las pasiones y los estados de ánimo alterados para responder a las críticas circuns-
tancias de una revolución o una guerra, tienden a permitir toda clase de excesos y francos
abusos de fuerza, lamentablemente presentes a lo largo de las luchas de la humanidad por su
liberación. Errores y horrores que la propaganda de quienes desean conservar las injusticias
para su beneficio pretende mostrar, engañosamente, como propios y únicos de las luchas de
transformación, silenciando las violencias y horrores permanentes y del todo evitables de las
relaciones de dominación que generan por respuesta esas luchas. Como señaló Bolívar en
1814: “Aunque la guerra es el compendio de todos los males, la tiranía es el compendio de
todas las guerras”. Por reacción, algunos sectores que luchan por la transformación tienden
a la negación de ellos y la idealización propagandística de las luchas e intentos. Camino que
priva de la oportunidad de convertir lo realizado en valiosa experiencia, empobreciendo el
proceso reflexivo y generando el riesgo de reincidir en los errores y horrores.
Se trata entonces de reconocer las realidades negativas en las experiencias de lucha por la
transformación social, pero no al punto de hacer de ellos el centro y lo principal de la reflexión
histórica, bloqueando el acceso a lo mucho de valioso, incluso imprescindible, que tienen
para aportar, sobre todo, tratándose de las experiencias y pensamientos propios de latinoa-
mericana. Donde abundan las miradas centradas en los defectos humanos de los líderes y
pensadores, en sus amargas pugnas y hasta crímenes, cometidos en el fragor de las luchas, las
pasiones y los contextos autoritarios y extremos de la guerra y el poder. Ya sea por el colonia-
lismo cultural, que sólo puede ver errores en los intentos creativos propios, ajenos o contra-
rios a la matriz de colonialidad hegemónica; por la temprana e intencionada campaña de los
poderes fácticos extranjeros; por la pequeñez de historiadores e intelectuales encerrados en
sectarismos ideológicos, académicos, de grupo o chovinistas; o por la simple incomprensión o
falta de estudio reflexivo, serio.
Por contraste, conscientemente, y a condición de no incurrir en falsedades históricas, resulta
útil y de justicia rescatar y enfatizar los aspectos de aporte positivo y emancipador, incluso
estableciendo asociaciones y continuidades de orden programático entre líderes y pensa-
dores, que son reales, aunque en su momento estuvieron pobladas por otros elementos de
diferencia, conflictos o incluso odiosidad. Haciendo el ejercicio, legítimo, pero lamentable-
mente desusado, de una mirada constructiva que no niega las otras, sino que busca incorporar
también el rescate útil a la emancipación.
Solo para el caso de nuestra primera independencia, existieron varias de estas dolorosas
divisiones entre patriotas que, sin embargo, y esto es lo importante, compartían el mismo
programa político fundamental: independencia, unidad continental e igualdad social. Entre
Bolívar y Miranda en Venezuela, que el presidente Chávez supo tratar constructivamente en
el mismo sentido, riguroso y útil, que plantea este trabajo. Entre Bolívar y Gaspar Rodríguez
de Francia, a propósito de la detención del naturalista francés, Blonpland, en Paraguay. Entre
Sucre y Simón Rodríguez durante el experimento de república social en la naciente Bolivia.
Entre Bernardo de Monteagudo y Faustino Sánchez Carrión, en Perú, existiendo incluso la
hipótesis abierta de que el segundo estuviera involucrado en el asesinato del primero. Entre
los Carrerinos y la Logia Lautaro en Chile, que llevó al asesinato de los hermanos Carrera y
Manuel Rodríguez por la Logia. Entre otros.

104
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

Las razones son variadas, complejas y deben ser investigadas con rigurosidad en cada caso. La
disputa por el acceso excluyente al poder, diferencias biográficas y culturales, discrepancias
momentáneas, tácticas, de forma, como es el caso del debate república monarquía, o más de
fondo, programáticas, como es el caso del debate centralismo versus federalismo, que existió,
por ejemplo, entre Lautarinos y Carrerinos en los actuales Chile y Argentina.
Sin dejar de reconocer los errores y limitaciones de los/as Libertadores/as - las “manchas” del
sol, como las llamó Martí - incluyendo sus dolorosas odiosidades personales y de grupo; preci-
samente, para evitarlas en el presente y en el futuro, es imprescindible una reconstrucción útil
de su programa y compromiso común - su luz - como el gran regalo de liberación que dejaron
a sus pueblos, de los cuales han sido, con todo, sus mejores hijos/as.
Concretamente, en el caso de Miranda y Bolívar, se trata del grave deterioro de la inicial admi-
ración de Bolívar por Miranda, que Bolívar compartía con muchos de los nuevos y jóvenes
patriotas revolucionarios por el precursor legendario de la independencia. Es en misión de
Bolívar y otros patriotas en Londres, en 1810, encargada por la primera junta independiente
de gobierno venezolana, que Bolívar convence a Miranda de regresar a Venezuela, tras casi 30
años de ausencia, desde su ruptura con España. Miranda ve coronada así su lucha y acción
portentosa de toda una vida y acepta. Desde el principio, hubo rechazo a este regreso entre los
patriotas independentistas, por diversas razones, incluso trataron de impedir el permiso para
su arribo, pero una recepción multitudinaria a su llegada, con espontáneo jolgorio público en
las calles del puerto de La Guaira, impuso la aceptación del regreso del precursor.
El contexto es de profundas contradicciones, de crisis económica e inestabilidad política. La
improvisación que caracteriza al novel gobierno independiente, su incapacidad en el manejo
de la guerra, que en ocasiones impidió a Miranda realizar operaciones militares decisivas.
Además, por el federalismo, en que cada autoridad regional decidía si movilizar o no tropas
en medio de la guerra, provocando descoordinaciones y errores militares graves. Finalmente,
el caos y precariedad de los “ejércitos” independentistas, improvisados con lo que se tenía
a mano, sin experiencia ni formación sistemática, que contrastaba con el orden, disciplina
y sistema al que Miranda estaba acostumbrado en Europa, lo cual generó por parte del
precursor una incomodidad, resentida como un desdén “aristocrático” por muchos patriotas.
Eran características compartidas en toda América hispánica que llevaron a que la mayoría del
continente fuera nuevamente ocupado por el colonialismo español, en lo que se conoció como
el período de “reconquista”.
Aislado por la incomprensión, desconfianza y envidia de muchos criollos a sus posiciones
radicales, Miranda encuentra en la Sociedad Patriótica, junto a Bolívar, el espacio para su
actividad política revolucionaria. En 1811, ingresó al Congreso como diputado por Barcelona
y es el abanderado de la declaración formal de independencia que se logra ese mismo año. En
el acto, se desata la guerra de reconquista colonial, en la que Miranda, en medio del constante
sabotaje de los criollos patriotas, pero como el más calificado para enfrentar una situación
militar cada vez más deteriorada, es elegido como Generalísimo y Dictador de la República,
dándole, ya demasiado tarde por el incontenible avance militar colonialista, centralismo de
mando sobre todas las fuerzas. En ese contexto, Miranda culpa a Bolívar por la derrota deci-
siva en Puerto Cabello ante los realistas, plaza bajo su mando y cuya pérdida sumió a Bolívar
en una profunda depresión, de la que luego pasó al resentimiento contra Miranda.
Ante una derrota militar literalmente inevitable, Miranda (al igual como ocurrió en otros
teatros de operaciones militares en el continente) ve la necesidad táctica de un tratado de

105
Ricardo Jiménez A.

capitulación con los colonialistas que permita salvar la integridad de los patriotas, compro-
metiendo al bando español a no tomar represalias, así como dar condiciones para un repliegue
de los revolucionarios a un lugar seguro fuera de Venezuela donde reorganizar las fuerzas
y volver a la lucha, lo que finalmente ocurrió de hecho. Sin embargo, un grupo de oficiales,
entre los que está Bolívar, lo apresa, acusándolo de traición por esta capitulación y lo encar-
cela, cayendo en manos, al fin, de los enemigos colonialistas españoles que lo han perseguido
infructuosamente por casi tres décadas, a través de buena parte del planeta. Monteverde, jefe
militar español, agradecido, le concederá un salvoconducto a Bolívar para salir de la Venezuela
ocupada, aunque éste le dice explícitamente que ha querido castigar lo que considera una
traición y no prestar ningún servicio al enemigo. Algunos testimonios de la época, señalan
que Bolívar, al final de su corta e intensa vida, de solo 47 años, reconocía como un error de
juventud esa odiosa medida contra el Precursor.
El odio colonialista pondrá a Miranda y a los patriotas, incumpliendo los términos de la capi-
tulación, en una prisión inhumana, incluyendo el procedimiento de amarrar a los prisioneros
“de dos en dos, blanco y negro juntos, para que disfrutaran de la igualdad que tanto les
gustaba proclamar” (“Francisco de Miranda. Precursor de las independencias de América
Latina”. Carmen Bohórquez. 2006). Luego, terminará en Cádiz, España (de donde saliera
hace tantos años en misión internacionalista de apoyo militar a los revolucionarios antico-
lonialistas norteamericanos), en la prisión de las cuatro torres del arsenal de La Carraca,
donde sufrió cuatro años de encierro, no sin intentar escapar, pero vencido por una agónica
apoplejía, partió físicamente en 1816, a los 66 años de edad y tras una vida prodigiosa que lo
convirtió en un inmortal combatiente de la libertad.
Al igual que Manuela Sáenz, sus restos fueron arrojados a una fosa común, por lo que no
pudieron ser encontrados. En 2006, un parque de 64 hectáreas al este de Caracas, fue nomi-
nado como Parque Generalísimo Francisco de Miranda, en conmemoración de los doscientos
años de su desembarco libertario en las costas venezolanas. En 2011, en el lago 9 de ese mismo
parque, se inauguró una réplica, reconstruida con intensos estudios históricos y navales, de su
buque corbeta insignia “Leander”. En 2016, en conmemoración del Bicentenario de su falle-
cimiento, el presidente de la República Bolivariana de Venezuela y comandante en jefe de la
Fuerza Armada Nacional Bolivariana - FANB, Nicolás Maduro, lo ascendió póstumamente
al grado de almirante en jefe, el más alto de la Armada Bolivariana - AB. Todavía navega, el
precursor, hacia las costas de nuestra segunda y definitiva independencia.

106
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

VI
Compañeras

Resulta imprescindible señalar una de las más precursoras de las ideas y actividades de
Francisco de Miranda, pero, sin embargo, de las menos conocidas también. La de defensor
y propagador de los derechos cívicos de las mujeres. Su visión tan clara como argumentada
a favor de otorgar estos derechos en una época en que el tema no era considerado por la
mayoría de pensadores, muestra su gran cultura y espíritu libertario. Miranda conoció la obra,
anticipada en esta materia, del afamado marqués de Condorcet, filósofo ilustrado y revolu-
cionario francés quien, entre innumerables otras ideas, reclamó precursoramente contra la
desigualdad de la mujer: “¿no han violado todos ellos el principio de la igualdad de derechos
al privar, con tanta irreflexión a la mitad del género humano del de concurrir a la formación
de las leyes, es decir, excluyendo a las mujeres del derecho de ciudadanía? ¿Puede existir una
prueba más evidente del poder que crea el hábito incluso cerca de los hombres eruditos, que
el de ver invocar el principio de la igualdad de derechos... y de olvidarlo con respecto a doce
millones de mujeres?” (“Acerca de la admisión de las mujeres y los derechos de ciudadanía”.
1790).
Conoció también de cerca el drama de Olimpia de Gouges, valiente y trágica precursora femi-
nista francesa. Muchacha campesina y analfabeta transformada en intelectual y artista consu-
mada. Se sumó fervorosamente a la revolución francesa, en las facciones radicales feministas,
finalmente reprimidas por el patriarcalismo hegemónico en el seno de la revolución. Olimpia
publicó en 1791 la “Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana”. Un docu-
mento que parafraseando a la famosa y fundante “Declaración de los derechos del hombre y
el ciudadano”, hacía extensible su contenido a las mujeres, olvidadas a la hora de definir a sus
destinatarios. En ella se declaraba: “Las madres, las hijas y las hermanas, representantes de
la nación, piden ser constituidas en Asamblea Nacional. Considerando que la ignorancia,
el olvido o el desprecio de los derechos de la mujer son las únicas causas de las desgracias
públicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer en una solemne decla-
ración los derechos naturales, inalienables y sagrados de la mujer...”. Olimpia fue encarce-
lada y ejecutada en 1793 por el gobierno jacobino, el ala más “radical” de la revolución. Sus
precursoras ideas serían olvidadas al imponerse el Código Civil napoleónico (1804), férrea-
mente patriarcal y discriminador de la mujer. Miranda, por esos mismos días, es acusado en
una serie de intrigas y encarcelado por el mismo gobierno, del cual será siempre un acervo
adversario.

107
Ricardo Jiménez A.

Legado ancestral
A todo ello, Miranda sumaba el conocimiento de las destacadas figuras de Micaela Bastidas,
Bartolina Sisa, Tomasa Titu Condemayta, Úrsula Pereda, Cecilia Escalera Tupac
Amaru, generalas y capitanas en el ejército indígena tupacamarista y katarista de 1780, al
mando de hasta miles de combatientes, entre ellos, sus temibles “batallones de mujeres”. En
los llanos de Casanare, actual Venezuela, durante la insurrección tupacamarista, al mando
del criollo Javier de Mendoza, José Tapia, sacerdote realista y vicario general, escribía en sus
informes al gobierno colonial: “Finalmente esta provincia está en una confusión infernal…
Solamente se ve y se sabe de crímenes, prueba de lo cual es la niñería que ha permitido
nombrar mujeres como capitanes…” (10 de julio. 1781).
Ellas eran herederas del mundo andino ancestral pre europeo, que se basaba en el equilibrio y
complementariedad de lo diferente en una sola totalidad, incluyendo lo femenino y lo mascu-
lino, donde las mujeres compartían poder y responsabilidades, algo impensable e inaceptable
para el patriarcalismo colonial. La evidencia de estas herencias femeninas pre coloniales
aparecen en todo el continente como fuente de resistencia a los invasores españoles.
Es el caso de Anacaona, “Flor de oro” en su idioma taino, legendaria poetisa de su pueblo,
cacica gobernante de Jaragua, en el actual Haití, que genera una de las primeras luchas de
resistencia contra los abusos de los españoles, cuando recién habían llegado al continente,
siendo ahorcada por ellos. En 1932, en Cuba, las diez hermanas Castro, desafían el estigma
de vulgaridad atribuidos entonces al son cubano, y su exclusiva interpretación por hombres,
fundando la primera y única orquesta sonora sólo de mujeres, llamada “Anacaona” en home-
naje a la heroína y poetisa indígena, que luego dará inicio a un movimiento musical femenino,
destinado a trascender en la música cubana. En 1971, el salsero portorriqueño, Cheo Feliciano,
graba su canción “Anacaona” en honor a la ya inmortal rebelde indígena.
También el de la Gaitana, indígena huila de la actual Colombia, quien comandó la federación
“Pijao” de diversos pueblos indígenas, derrotando militarmente a los españoles y ajusticiando
al gobernador Pedro de Añasco, cuyos crímenes contra la población indígena le valieron fama,
siendo convertida por los cronistas españoles en el símbolo de la venganza femenina y figura
emblemática de “bruja”, de lo demoníaco, lo salvaje, lo negativo.
Asimismo, el de la Janequeo, nombre castellanizado de “Anuqueupu”, originaria de la actual
Villa Rica, en el sur del actual Chile, quien llegó a ser “Inan Toqui”, comandante general del
ejército popular de resistencia mapuche, llegando a derrotar completamente a los españoles
en 1585 y 1586, bajo su lema registrado por los cronistas: “no creas lo que digo sino mira
lo que hago”. Y no era una excepción entre los Mapuche. “En el ejército popular mapuche,
también combatían las mujeres, llegaron a tener escuadrones completos de mujeres, dies-
tras en el caballo y el uso de la lanza y la flecha, expertas en guerra de dispersión, espionaje
y las tareas de la retaguardia… Guacolda luchaba en el mismo escuadrón de Lautaro y
otras miles de lamgens (hermanas) lo hicieron y aún lo hacen en esta larga lucha del pueblo
mapuche” (Víctor Gavilán. “La nación mapuche. Puelmapu Ka Gulumapu”. 2007). Por dar
sólo algunos ejemplos.

La igualdad
Desde esa herencia, que Francisco de Miranda conoce bien, en carta dirigida a Jerome
Petión, a la sazón alcalde de París y primer presidente de la Convención Nacional Francesa, el

108
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

precursor expone sus ideas coincidentes con las del filósofo Condorcet: “Por mi parte os reco-
miendo una cosa sabio legislador: las mujeres. ¿Por qué dentro de un gobierno democrático
la mitad de los individuos, las mujeres, no están directas o indirectamente representadas,
mientras que sí están sujetas a la misma severidad de las leyes que los hombres hacen a
su gusto? ¿Por qué al menos no se les consulta acerca de las leyes que conciernen a ellas
más particularmente como son las relacionadas con matrimonio, divorcio, educación de
las niñas, etc.? Le confieso que todas estas cosas me parecen usurpaciones inauditas y muy
dignas de consideración por parte de nuestros sabios legisladores.” (26 de octubre. 1792).
Que Miranda sostuvo constantemente esta lucha, y que ella cayó en la más absoluta incom-
prensión y silenciamiento, lo prueban los siguientes pasajes de la misma carta: “Si tuviera a
la mano mis papeles, encontraría unos cuantos planteamientos que hice sobre el particular
al conversar con algunos legisladores, de América y Europa, los cuales jamás me han dado
razón satisfactoria alguna, conformándose con reconocer tal injusticia los más de ellos.” (26
de octubre. 1792).

Libertadoras
Lo cual evidencia el grado de radicalidad para la época de su concepción democrática, que
llevó consecuentemente a la práctica, conspirando con compañeras patriotas para sus desem-
barcos libertarios en 1806 y militando con ellas en la Sociedad Patriótica en 1810. Entregando
tempranos antecedentes reflexivos para la emergencia concreta de mujeres cruciales para la
lucha de independencia que él precursoramente empujaba. Literalmente, miles de mujeres
patriotas que ganaron la independencia, incluyendo a numerosas dirigentes, tan importantes
como Manuela Sáenz. Desde la resistencia gaucha salteña, en la actual Argentina, donde
destaca la figura de “la Macacha”, Magdalena Güemes, hasta las baquianas del Ejército
Libertador de Los Andes, las “tapadas” de la “guerra de zapa” de San Martín y Monteagudo en
Perú, hasta Leona Vicario en el actual México. Militantes, espías, combatientes y cuadros
en todo el continente. Sirva de breve ejemplo, Juana Azurduy. Joven rebelde, expulsada
del convento donde estaba recluida. Estudiosa de las ideas de la ilustración y las historias
de la rebelión tupacamarista. Conspiradora anticolonial y más tarde combatiente en el ejér-
cito patriota de las actuales Bolivia y Argentina. Que perdió a su esposo, el héroe guerrillero
de la independencia, Manuel Padilla, y cuatro hijos pequeños en los rigores de la lucha.
Que combatió embarazada de siete meses en la batalla del Cerro de Carretas. Que recibió
del General Belgrano, por su valor y sacrificio, el grado de teniente coronel y el obsequio de
su espada. Y fue homenajeada personalmente por Bolívar y Sucre. Para morir finalmente,
décadas después, al igual que Manuela Sáenz, olvidada y en la miseria.
De algunas de estas innumerables mujeres, muchas de ellas anónimas para la historia,
hacemos referencia en diferentes partes de este trabajo y existen, felizmente, trabajos y estu-
dios de rescates de su rol patriótico y revolucionario independentista, al tiempo que anti
patriarcal, que son muchos, muy buenos y crecientes.
En la proyección de esa precursora línea de pensamiento hacia la igualdad de derechos de la
mujer, dentro de la revolución socialista, resulta inevitable señalar la figura, fundante para
dos mundos, el europeo y el latinoamericano, de Flora Tristán. Nacida en Francia, de la
unión de un militar criollo peruano español y una joven francesa, en época del final de la
colonia en América Latina. Madre de tres hijos y abuela del mucho más tarde famoso pintor
Paul Gauguin. Encarnó en su vida y su cuerpo los tres grandes males sociales de su época: La

109
Ricardo Jiménez A.

discriminación y desigualdad de la mujer; la explotación y miseria de los obreros; y los desa-


rraigos y exclusiones de las migrantes. Males que se fundirán en una sola trama para marcar
su vida de desgracias, a partir de un hecho trágico: el fallecimiento de su padre. En efecto,
hasta entonces, durante los primeros cuatro años de su vida, su hogar estará lleno de como-
didades y del pensamiento ilustrado de la época. Amigos de su familia y visitantes de su casa,
serán intelectuales y personajes de la talla de Simón Bolívar y su maestro Simón Rodríguez.
Sin embargo, su madre era madre soltera y, consecuentemente, según la ley de la época,
se trataba de una mujer y una hija “ilegítimas”. Ello las dejó en la miseria económica, sin
acceso a derechos de herencia alguno. La discriminación de la mujer y la miseria llegaron
de ese modo juntas a su vida. Se vio obligada a trabajar tempranamente como obrera en un
taller de pinturas, cuyo dueño se enamora de ella. Presionada por su madre y la situación
de pobreza, ella, con 18 años de edad, lo acepta en matrimonio por conveniencia en 1821.
Sólo cinco años después, en la naciente Bolivia, Sucre presidente, Bolívar inspirador y Simón
Rodríguez ministro de Educación, establece que: “Se daba instrucción y oficio a las mujeres
para que no… hiciesen del matrimonio una especulación para asegurar su subsistencia.”
(Simón Rodríguez. “Defensa de Bolívar”. 1830).
De alma inquieta y libertaria, cuatro años y tres hijos después, decide separarse. Vuelve a la
miseria, que les arrebató a dos de sus hijos, uno muerto de enfermedad y otro entregado a su
marido. Vendrán años de constante pobreza, trabajando en diversos países y oficios. También
de permanente acoso y violencia de su ex esposo, con el que mantendrá conflicto legal por la
tuición de su tercera hija. Se traslada al Perú, entonces envuelto en guerra civil, en busca de
la herencia de su padre, sólo recibe una pensión heredada y la fuerte discriminación de esa
sociedad tan patriarcal, racista y clasista que impacta fuertemente su sensibilidad. Permanece
allí un año y se contacta con la intelectualidad peruana de la época. De regreso a Francia, su
marido le dispara en la calle dejándola gravemente herida, aunque también está libre de su
acoso al ser encarcelado.
En esos años, Flora Tristán, lee y reflexiona acerca de todo el pensamiento progresista de su
época. Se vincula al movimiento obrero, a Charles Fourier, socialista francés, y a Robert Owen,
socialista inglés, entre muchos otros. Publica libros, ensayos y artículos de periódicos, de
carácter autobiográfico, de reivindicación de los derechos de la mujer, obreros e inmigrantes.
“De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras”. “Peregrinaciones de una
paria”. “Los conventos de Arequipa”. Su experiencia de ser “paria” en ambos mundos, el
europeo y el americano, conjuntamente con su rica reflexión, le lleva a una posición cosmopo-
lita, de fraternidad universal. “Los límites de nuestro amor, no deben ser los matorrales que
encercan nuestro jardín ni los muros que rodean nuestras casas ni las montañas o mares
que bordean nuestros países. A partir de hoy nuestra patria debe ser el universo” (1835).
En 1837 envía a la Cámara de Diputados francesa una petición “para el restablecimiento del
divorcio”. Al año siguiente envía otra para abolir la pena de muerte. Publica artículos sobre las
cartas de Bolívar a sus padres. Escribe en varios periódicos socialistas y se involucra de lleno
en el movimiento obrero. Publica su novela filosófica y social “Mephis”. En 1839 viaja por
cuarta vez a Inglaterra, ingresa disfrazada de hombre a la Cámara de los comunes. Publica al
año siguiente “Paseos por Inglaterra”, donde refleja su honda impresión por la miseria de los
obreros, siendo reproducido en periódicos y re editado dos veces, la segunda con dedicatoria
de Flora a las clases obreras.
A partir de 1842, y siempre en medio de la miseria, decide consagrarse por entero al movi-
miento obrero. Escribe su diario personal y su obra más acabada: “La unión obrera”. En ella,

110
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

da contenido de clase a la fraternidad universal declarada siete años atrás. Anticipándose al


“proletarios del mundo, uníos” de Carlos Marx –que entonces inicia su carrera como analista
político-, propone el programa de una “Unión universal de obreros y obreras”. Incluye
también la demanda por el “Derecho al trabajo”, que habrá de ser reconocido formalmente
por el gobierno francés en 1848, cuatro años después de su muerte. El libro será publicado por
ella misma con campañas de autofinanciamiento entre amigos y obreros. En gira por Francia
para agitar el programa contenido en él, hostigada por la policía y gravemente enferma, muere
en 1844. “Sola contra el mundo”, como la llamará en una biografía novelada, Luis Alberto
Sánchez (1942). Los obreros financian y erigen un monumento en su homenaje. Los perió-
dicos publican sus trabajos y libros. Los obreros reeditan su “Unión Obrera”. Marx reconoce
y elogia sus ideales. En 1848, en Burdeos, los obreros construyen un mausoleo de mármol
blanco en su honor, más de 10 mil personas asisten a su inauguración. En su frontis se leía: “A
la memoria de la señora Flora Tristán, autora de La Unión Obrera. Los trabajadores agra-
decidos: Libertad, Igualdad, Fraternidad, Solidaridad”.
Como culminación de un proceso biográfico y colectivo, a lo largo de su vida, supo aunar la
reflexión y propuesta frente a los dos grandes males sociales que sufrió y combatió en carne
propia, aún en contra de “socialistas” misóginos como Ferdinand Lasalle y Pierre Proudhon, y
adelantándose varios años a la reflexión igualitaria en este terreno de socialistas como Mijaíl
Bakunin, Carlos Marx y Paul Lafergue. “Comprendanlo bien, las leyes que rebajan a la mujer,
privándola de instrucción a la larga servirán para oprimirlos a ustedes, los proletarios... No
es a nombre de la superioridad de la mujer, de la cual podrían acusarme que yo les digo de
reclamar los derechos de la mujer, antes que discutir sobre su superioridad será necesario
que la mujer sea reconocida como un individuo social…  A vosotros, obreros que sois las
víctimas de la desigualdad de hecho y de la injusticia, a vosotros os toca establecer al fin
sobre la tierra el reino de la justicia y de la igualdad absoluta entre la mujer y el hombre.
Dad un gran ejemplo al mundo… y mientras reclamáis la justicia para vosotros, demostrad
que sois justos, equitativos; proclamad, vosotros, los hombres fuertes, los hombres de brazos
desnudos, que reconocéis a la mujer como a vuestra igual, y que, a este título, le reconocéis
un derecho igual a los beneficios de la unión universal de los obreros y obreras” (La Unión
Obrera. 1843). Desde entonces, la figura y el legado de esta precursora de la justicia para
mujeres y obreros, también para los migrantes, no han dejado de crecer en los dos mundos
que le dieron vida, el europeo y el latinoamericano.

La lucha permanente
Desde las precursoras reflexiones de Miranda, tendría que pasar todavía mucho más tiempo
para que los derechos políticos de las mujeres, a elegir y a ser elegidas, se abrieran lento y
resistido camino por más de un siglo y medio en el continente latinoamericano. Y algunas
cuestiones civiles, como sus derechos y funciones en el matrimonio y respecto de los hijos,
reclamados por Flora Tristán, todavía más, hasta años recientes. La comunidad internacional,
a través de la Convención respectiva sobre la Mujer de Naciones Unidas (CEDAW), habría
de trabajar hasta 1979 para dar ese paso decisivo. Y aún quedan muchas desigualdades espe-
rando justicia en este ámbito.
Las mujeres latinoamericanas serán fuerzas claves en todos los procesos revolucionarios,
desde las “adelitas” de la revolución mexicana hasta las combatientes sandinistas,
incluyendo liderazgos tan colosales como el de Evita Perón. En 1960, el corrupto y sangui-

111
Ricardo Jiménez A.

nario régimen de Leonidas Trujillo en República Dominicana, asesina cobarde y brutalmente,


a golpes, a las tres Hermanas Mirabal, llamadas las “Mariposas”, por el nombre clave
“Mariposa”, usado en la resistencia clandestina por Minerva, la líder de las hermanas, primera
mujer abogada del país, y activa dirigente de la resistencia. Seis meses más tarde, el tirano
será ajusticiado. En conmemoración de la inmolación de Minerva, Patria y María Teresa, las
“mariposas” Mirabal, el “Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe”, cele-
brado en Bogotá, Colombia en 1981, declaró el día de su martirio, 25 de noviembre, como “Día
Internacional de la No Violencia Contra la Mujer”

El desafío
Se trata de un desafío que no es fácil para las fuerzas revolucionarias, como no lo es para la
sociedad en general, en nuestro caso latinoamericano, con una pesada herencia de cientos de
años de colonialismo patriarcal. Desafío que se complejiza aún más con la instrumentaliza-
ción demagógica que las derechas y el imperialismo han aprendido a hacer de las banderas
de igualdad de género (también de las ecológicas, indígenas y otras), como parte de sus
guerras de baja intensidad contra gobiernos soberanos. Ellos, que son los más patriarcales y
misóginos, aprovechan errores y limitaciones en este ámbito de las fuerzas progresistas para
manipular conciencias y sumar apoyos progresistas a sus estrategias golpistas, presentán-
dose como improvisados, temporales y mentirosos abanderados de la igualdad de la mujer,
con la única finalidad de derrocar procesos de cambio, para volver a mostrar su verdadera
cara patriarcal, colonial y capitalista explotadora. De allí la importancia de construir hoy un
feminismo popular, que actualice el legado de las luchadoras de la resistencia indígena y de
nuestra primera independencia, en que la igualdad de la mujer es parte orgánica, inseparable,
de todas las igualdades de derechos, anti patriarcal, al mismo tiempo, sin concesiones, que
anticolonial y anticapitalista.
En ese marco, resulta importante cerrar esta reflexión, actualizando esa tradición de pensa-
miento universal y latinoamericana, en el seno de la revolución cubana. Con una síntesis de la
lucha por la igualdad de la mujer y la del proletariado, que recuerda a la que anticipara Flora
Tristán, el Che Guevara señaló, con palabras que siguen hoy siendo un desafío a la conse-
cuencia de los/as revolucionarios/as: “…efectivamente la mujer todavía no se ha desatado
de toda una serie de lazos que la unen a una tradición del pasado que está muerto. Y, de
esa manera, no se incorpora a la vida activa de un trabajador revolucionario. Otra puede
ser, que la masa de trabajadores, el llamado sexo fuerte, considera que todavía las mujeres
no tienen el suficiente desarrollo, y hacen valer la mayoría que tienen; en lugares como
éstos se notan más los hombres, se hace más claro su trabajo, y de allí se olvida un poco, se
trata subjetivamente el papel de la mujer. Hace unos meses -pocos meses- nosotros tuvimos
que cambiar una funcionaria en el Ministerio de Industrias, una funcionaria capaz. ¿Por
qué? Porque tenía un trabajo que la obligaba a salir por las provincias, muchas veces con
inspectores o con el jefe, con el Director General. Y esta compañera, que estaba casada -creo
que con un miembro del Ejército Rebelde-, por voluntad de su marido, no podía salir sola;
entonces, tenía que supeditar todos sus viajes a que el marido dejara su trabajo, y la acom-
pañara a cualquier lugar donde tuviera que ir, de una provincia. Esta es una manifestación
cerril de discriminación de la mujer. ¿Es que acaso la mujer tiene que acompañar al marido
cada vez que tiene que salir por el interior de las provincias, o por cualquier lugar para vigi-
larlo, no vaya a caer en tentaciones, o algo por el estilo?

112
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

¿Qué indica esto? Pues, sencillamente, que el pasado sigue pesando en nosotros; que la
liberación de la mujer no está completa. Y una de las tareas de nuestro Partido debe ser lograr
su libertad total, su libertad interna, porque no se trata de una obligación física que se imponga
a las mujeres para retrotraerse en determinadas acciones; es también el peso de una tradición
anterior. Y en esta nueva etapa que vivimos, en la etapa de construcción del socialismo, donde
se barren todas las discriminaciones… la sociedad donde desaparezcan todas las diferencias,
en este momento no se puede admitir otro tipo de dictadura que no sea la dictadura del
proletariado como clase. Y el proletariado no tiene sexo; es el conjunto de todos los hombre y
mujeres que, en todos los puestos de trabajo del país, luchan consecuentemente para obtener
un fin común” (“Discurso en la asamblea general de trabajadores de la textilería Ariguanabo”.
24 de marzo. 1963).

113
Ricardo Jiménez A.

VII
Simón Rodríguez

En la confederación de pueblos indígenas que constituía el “Tahuantinsuyo” incaico, donde,


por encima de relaciones de poder, conflicto y violencia, se aseguraban derechos sociales y
espirituales mínimos a todos y se mantenía sagrada e inviolable armonía con la naturaleza,
el sabio y formador de las nuevas generaciones, era el “Amauta”. Nombre que después ha
sido otorgado a grandes pensadores/as propios/as del continente, principalmente al peruano
José Carlos Mariátegui, quien, además, fundó una legendaria Revista con ese mismo nombre:
Amauta. En el marco de la primera independencia continental, que revisa este trabajo, sin
duda, el más consensuado como el primer gran “Amauta” de la América Latina independiente
es Simón Rodríguez.
Hijo natural, no reconocido, al igual que su hermano, cuya paternidad se atribuye a un cura
católico, registrado como “expósito”, que lo cargaba con un estigma en la estructura de castas
colonial, a pesar de ser blanco criollo. Se graduó de profesor hacia el final de la colonia, desta-
cando por su capacidad y genio creativo, que lo llevó incluso, con sólo 25 años de edad, a
presentar una detallada propuesta al Ayuntamiento de Caracas para una profunda y avanzada
reforma de la atrasada, racista y desorganizada educación colonial.
Circunstancias fortuitas lo ponen a cargo de las clases y más tarde incluso de su “tutoría” en su
propia casa, del niño Simón Bolívar. Con doce años, huérfano, a cargo de tíos que no le querían,
sino que apenas lo toleraban como medio para usufructuar de su cuantiosa herencia, Bolívar
era extraordinariamente rebelde y temperamental, al punto de tener que recurrir su tutor a los
tribunales para obligarlo, literalmente a la fuerza, a acatar sus decisiones. Rodríguez apareció
como la solución perfecta para contratarlo como educador y luego tutor del niño “problema”.
Gradualmente, el niño encuentra en la sabiduría, genialidad y cariño del tutor un vínculo de
estabilidad y formación que será decisivo para el resto de su vida.
Se producirá así un raro experimento pedagógico, acaso único en el mundo. El Amauta
aplicará en el niño las tesis educativas del pensador revolucionario europeo Jean-Jacques
Rousseau, expuestas en su libro “El Emilio”. Una educación sin patrones rígidos, al aire
libre, construida en base a la propia curiosidad del niño y destinada a incentivar su amor a
la investigación y a la libertad. Como diría más tarde Bolívar en carta a Santander: “Él es un
maestro que enseña divirtiendo” (24 de mayo de 1824). En 2019 se estrenó la serie de televi-
sión colombiana “Bolívar”, llena de muchos de los errores, ignorancias y calumnias históricas
sobre el Libertador (entre ellas, un calumnioso y chovinista maltrato a Francisco de Miranda,

114
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

un silencio racista al papel crucial de los revolucionarios de Haití en la lucha y pensamiento


de Bolívar, las ya conocidas supuestas discrepancias entre Bolívar y San Martín, entre otras).
Sin embargo, el fragmento de la serie que muestra la relación del niño Bolívar con su maestro
Simón Rodríguez está entre sus mejores méritos y vale la pena verlo, por su rigurosidad histó-
rica y porque supo captar hermosamente este proceso pedagógico y afectivo, decisivo para
Bolívar.
Implicado en conspiraciones independentistas fracasadas, Simón Rodríguez logra sobrevivir
y se exilia, en 1797, a los 27 años de edad, para evitar la cruel represión de las autoridades
coloniales, separándose para siempre de su primera esposa. En esa misma carta a Santander,
antes citada, el Libertador declara: “Yo amo a ese hombre con locura” (24 de mayo de 1824).
Lo cual permite aquilatar el golpe que significó para el niño la abrupta partida de su tutor y
maestro. Luego de la partida física de sus padres, el exilio de Rodríguez será una nueva dolo-
rosa pérdida para Bolívar, a la que seguirán todavía otras, en un camino de decepciones y
crisis que le llevará de vuelta a su amado maestro, para encontrar finalmente el rumbo que lo
pondrá en el centro de la historia libertaria del continente.
En Jamaica, Simón Rodríguez adopta el seudónimo de “Samuel Robinson”, reside en Estados
Unidos y luego en Europa, trabajando en diversos oficios y conociendo todo el pensamiento
progresista de su época. De los Estados Unidos, nacientes, pujantes y muy admirados en la
época, cuestiona precursoramente la contradicción que representa para su atribuida libertad,
la esclavitud. “Estados Unidos: Lo consideramos como el país clásico de la Libertad; nos
parece que debemos adoptar sus Instituciones, solo porque son Liberales… pero… los angloa-
mericanos han dejado, en su nuevo edificio, un trozo del viejo –sin duda para contrastar- sin
duda para presentar la rareza de un HOMBRE mostrando con una mano, a los REYES el
gorro de la LIBERTAD y con la otra levantando un GARROTE sobre un Negro que tiene
arrodillado a sus pies” (1828).
Durante siete años de separación de su maestro, el joven Bolívar, vivirá todavía otras dos
grandes pérdidas y crisis emocionales y de sentido. Su decepción de la decadente corte espa-
ñola, a la que viaja buscando una identidad y pertenencias de élites modernizadoras, pero en
la que solo encuentra vanidad, superficialidad y atraso intelectual, que desprecia. Y la muerte,
a pocos meses de casarse, de su amada esposa madrileña. Desorientado, llega a Francia,
donde cae en una vida bohemia y licenciosa, en la que sin embargo también se nutre del cono-
cimiento de grandes sabios progresistas de la época, como Alexander von Humboldt y Aimé
Bonpland (por cuya liberación, dos décadas más tarde, en el Paraguay independiente, Bolívar
tendrá una desavenencia epistolar con Gaspar Rodríguez de Francia).
En esas circunstancias, cuando Bolívar se entera que su maestro está en Viena, viaja de inme-
diato a encontrarse con él. Rodríguez, que ha fortalecido sus ideas revolucionarias, logra sacar
a Bolívar de esa vida disipada y le convence de viajar juntos en un programa de excursiones
para desintoxicarlo físicamente, al tiempo que retoma el proceso de formación interrum-
pido años atrás, al calor de las transformaciones revolucionarias en el viejo continente, que
incluyen el ser testigos presenciales de la coronación de Napoleón Bonaparte en Milán, como
Rey de Italia.
La culminación de ese proceso de superación de crisis y encuentro de sentido, es el famoso
“Juramento” de Bolívar y Rodríguez en el Monte Sacro de Italia, para entregarse por enteros
a la lucha de emancipación colonial, realizado el 15 de agosto de 1805 y que ha llegado a la
posteridad, precisamente, gracias al registro hecho por Rodríguez. “¡Juro delante de usted;

115
Ricardo Jiménez A.

juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por mi Patria, que
no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos
oprimen por voluntad del poder español!”.
Separados, el maestro recorre y reside, durante 17 años, en Italia, Alemania, Prusia, Polonia,
Rusia e Inglaterra, aprendiendo lo más avanzado del saber político y científico de la época, en
varios idiomas, y enriqueciendo sus geniales tesis educativas. Regresa finalmente a América en
1824, ya casi plenamente libre de dominio español, bajo el liderazgo de su discípulo, quien al
enterarse escribe: “He sabido que ha llegado de París un amigo mío, don Simón Rodríguez: si
es verdad haga Vd. por él cuanto merece un sabio y un amigo mío que adoro. Es un filósofo
consumado, y un patriota sin igual, es el Sócrates de Caracas… Dígale Vd. que me escriba
mucho; y déle Vd. dinero de mi parte librándolo contra mi apoderado de Caracas. Si puede
que me venga a ver.” (Carta de Bolívar, desde Perú al presidente de Colombia, Santander. 8 de
diciembre de 1823). “A don Simón Rodríguez déle Vd. dinero de mi parte, que yo lo pago todo,
para que me venga a ver. Yo amo a ese hombre con locura. Fué mi maestro; mi compañero de
viajes, y es un genio, un portento de gracia y de talento para el que lo sabe descubrir y apre-
ciar. Todo lo que diga yo de Rodríguez no es nada en comparación de lo que me queda” (Carta
de Bolívar, desde Perú al presidente de Colombia, Santander. 24 de mayo de 1824).
El Amauta está en Colombia, Panamá y Ecuador, escribiendo, fundando escuelas-talleres o
mutuales, proponiendo planes de colonización, dictando clases de Botánica. Su radical genia-
lidad e independencia le han llevado a desarrollar incluso su propia y particular gramática,
usando a su intención, a total libertad y creatividad, el orden de frases y el uso de mayúsculas
y puntuaciones, con resultados que adelantan y al verlos ahora hacen recordar, los poemas
vanguardistas del poeta guerrillero salvadoreño de la segunda mitad del siglo XX, Roque
Dalton. Porque, como él mismo Rodríguez explica: “La Lengua y el Gobierno de los españoles
están en el mismo estado: necesitando de reformas” (1828).
En 1825 se reúne en Perú con Bolívar y pasan juntos a la naciente Bolivia, el último intento de
“república social” (como la llamó Manuela Sáenz), derrotado ya el proyecto independentista
en las demás repúblicas, donde el Amauta es nombrado en el equivalente actual de “ministro
de educación”. Allí puso en práctica sus radicales concepciones educativas, que incluían
los colegios mixtos, tanto en todas las castas sociales, incluyendo el bilingüismo originario
español, como en sexos: “En las escuelas deben estudiar juntos los niños y las niñas. Primero,
porque así desde niños los hombres aprenden a respetar a las mujeres; segundo, porque las
mujeres aprenden a no tener miedo a los hombres”. (1831). El uso de medios “sinópticos”,
anticipo de los audiovisuales, y su extraña caligrafía propia. Todo lo cual resultó inconcebible
e inaceptable para los sectores conservadores. Fue tildado despectivamente de “loco” y calum-
niado hasta como “depravado”.
El conflicto fue creciente, generó dolorosas tensiones entre él y el general José de Sucre, a la
sazón presidente de Bolivia, y finalmente provocó su destitución. “Hace veinticinco años que
estoy hablando y escribiendo, público y privadamente, sobre el sistema republicano, y, por
todo fruto de mis buenos oficios, he conseguido que me trataran de loco. Los niños y los locos
dicen las verdades… Si hubiera un loco que saliese cada día con su escoba al hombro a barrer
las calles, sería desear que cundiese la manía, y hasta debería intentarse hacer una cría de
ellos” (1830).
Ese mismo año, se separa de Bolívar para no encontrarse más. En 1828, en Arequipa, publica
su obra “Sociedades Americanas en 1828”. Un argumento llamado a buscar respuestas propias

116
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

y adecuadas a los colosales y únicos problemas del continente, hecho en el mismo momento en
que las élites oligárquicas y anti bolivarianas imponían a la región la generalización ahistórica
de la matriz política cultural euro norteamericana. Un verdadero programa de descoloniza-
ción cultural para la urgencia de la hora: “La América Española es Original i ORIGINALES
han de ser sus Instituciones i su gobierno  i ORIGINALES sus medios de fundar uno i otro. O
Inventamos o Erramos”. Será editado también en Concepción (1834) y Valparaíso (1838) en
Chile, y Lima (1842).
Le seguirán muchas otras obras educativas y políticas, artículos en periódicos de Colombia
y Chile, e informes sobre temas naturales y científicos. Entre ellas, en 1830, su libro “El
Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de armas, defendidos por un amigo de
la causa social”, publicado también como “Defensa de Bolívar”. En él enfrenta la ya entonces
demoledora campaña contra Bolívar y su proyecto de independencia, con soberanía, unidad
continental e igualdad social. Con una contraofensiva de lógica y datos, combate, devela y
destruye, una a una, las calumnias, errores e ignorancias con que, desvirtuando su carácter,
conducta e intenciones, se busca conjurar el proyecto revolucionario. “La causa del general
Bolívar es la causa de los pueblos americanos. No es Bolívar el defendido, porque no lo nece-
sita; se defiende la causa de los pueblos, justificando las intenciones y la conducta de sus
jefes…”. Corriendo el velo de la superficie apunta a la cuestión de fondo. Entre quienes acom-
pañaron a Bolívar hasta la revolución de independencia política de España, pero adversan
enconadamente su lucha por la revolución económica, por la justicia social. “La América
española pedía dos revoluciones a un tiempo: la Pública (o Política) y la Económica. Las
dificultades que presentaba la primera eran grandes: Bolívar las ha vencido, ha enseñado o
excitado a otros a vencerlas. Las dificultades que oponen las preocupaciones a la segunda,
son enormes; el general Bolívar emprende removerlas, y algunos sujetos, a nombre de los
pueblos, le hacen resistencia en lugar de ayudarlo… ¡La guerra de independencia no ha
tocado a su fin!... Si los americanos quieren que la Revolución Política…les traiga verda-
deros bienes, hagan una Revolución económica.”.
En ese mismo libro, relata también la concepción del Libertador sobre la infancia y la igualdad
social y de género. “Bolívar expidió un decreto para que se recogieran los niños pobres
de ambos sexos... No en casa de misericordia para hilar por cuenta del Estado... No en
conventos a rogar a Dios por sus bienhechores... No en hospicios a pasar sus primeros años
aprendiendo a servir para merecer la preferencia de ser vendidos a los que buscan criados
o esposas inocentes.
Los niños se habían de recoger en casas cómodas y aseadas, con piezas destinadas a talleres
y estos surtidos de instrumentos y dirigidos por buenos maestros”. “Se daba instrucción y
oficio á las mujeres para que no… hiciesen del matrimonio una especulación para asegurar
su subsistencia”.
En 1831, publica su libro “Luces y virtudes sociales”, donde expone su adelantada concep-
ción educativa. “El objeto del autor, tratando de las sociedades americanas, es la educación
popular, y por popular entiende general”. Reclama, ya en el específico plano de la educación,
la extendida exclusión oligárquica hacia las mayorías, cuyo término era el desvelo de Bolívar.
“Todos huyen de los pobres, los desprecian o los maltratan: ¡alguien ha de pedir la palabra
por ellos! Pregúntese a nombre de los pobres, si se les enseña y qué, si tienen derecho a
saber…”. Reiterando la propuesta radical bolivariana, igualitaria: “Se ha de educar a todo
el mundo sin distinción de razas ni colores, no nos alucinemos: sin educación popular, no
habrá verdadera sociedad”. Y libertaria: “Mandar recitar de memoria lo que no se entiende,

117
Ricardo Jiménez A.

es hacer papagayos. No se mande, en ningún caso, hacer a un niño nada que no tenga su
‘por qué’ al pie. Acostumbrado el niño a ver siempre la razón respaldando las órdenes que
recibe, la echa de menos cuando no la ve, y pregunta por ella diciendo: ‘¿Por qué?’. Enseñen
a los niños a ser preguntones, para que, pidiendo el porqué de lo que se les manda hacer, se
acostumbren a obedecer a la razón: no a la autoridad, como los limitados, ni a la costumbre
como los estúpidos”.
Se casó por segunda vez con una mestiza boliviana, que lo acompañó en su permanente
vagar por toda América Latina, hasta fallecer ella primero, siempre en la miseria, al punto
de subsistir fabricando velas, único “medio” – dijo Rodríguez - “de continuar Alumbrando a
la América”. El Amauta a quien Bolívar Llamó el “Sócrates de Caracas”, recibió, como aquel
filósofo griego, la cicuta ingrata del desprecio y el olvido. De sí mismo y de su legado, el amauta
de América, había dicho premonitoriamente: “Hay ideas que no son del tiempo presente,
aunque sean modernas; ni de moda, aunque sean nuevas. Por querer enseñar más de lo que
todos saben, pocos me han entendido, muchos me han despreciado y algunos se han dado
el trabajo de ofenderme”. Alcanzó a encontrarse, en el puerto de Paita en Perú, con su ya
anciana compañera revolucionaria, Manuela Sáenz. Gravemente enfermo, murió en Amotape,
Piura, cerca de la frontera con Ecuador, desde donde se dirigía a Lima, en 1854, a los 83
años de edad. El rebelde anti clerical que había nombrado “Choclo”, “Zapallo” y “Zanahoria”
a sus dos hijos e hija nacidos durante su estadía en Ecuador, para desafiar radicalmente la
costumbre de nombrar a los niños según el santoral católico, estando en agonía, le manifiesta
al sacerdote del lugar que “no tenía más religión que la que había jurado en el Monte Sacro
con su discípulo Bolívar”. Como todos/as los/as libertadores/as de la primera independencia,
sufrió el olvido de las repúblicas frustradas y solo setenta años después de su partida física,
sus restos fueron trasladados al panteón de los Próceres en Lima. Desde donde justo cien años
después de su fallecimiento, fueron devueltos a Caracas, ciudad natal, donde reposan en el
Panteón Nacional.
Dejó su legado como el gigante precursor del acto intelectual propio y fundante del continente.
“El Colegio… se distinguirá poniendo: una cátedra de castellano, otra de quichua… ¡Más
cuenta nos tiene entender a un indio que a Ovidio!... Castellano y quichua el primero es de
obligación y el segundo de conveniencia. El latín no se usa sino en la iglesia; apréndalo el
que quiera ordenarse… ¿Es posible que vivamos con los indios, sin entenderlos? Ellos hablan
bien su lengua, y nosotros ni la de ellos ni la nuestra” (1827). Ese legado incluye la forma-
ción, casi de laboratorio, de un genio revolucionario: Bolívar, quien siempre le reconoció
dicha tarea. “¡Oh mi maestro, oh mi amigo! Sin duda es usted el hombre más extraordinario
del mundo. ¿Se acuerda usted cuando fuimos junto al Monte Sacro en Roma a jurar sobre
aquella tierra santa la libertad de la patria? Ciertamente no habrá usted olvidado aquel día
de eterna gloria para nosotros. Usted maestro mío, cuanto debe haberme contemplado de
cercas aunque colocado a tan remota distancia. Con qué avidez habrá seguido usted mis
pasos, estos pasos dirigidos muy anticipadamente por usted mismo. Usted formó mi corazón
para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero
que usted me señaló. Usted fue mi piloto aunque sentado sobre una de las playas de Europa.
No puede usted figurarse cuán hondamente se ha grabado en mi corazón las lecciones que
usted me ha dado, no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias
que usted me ha regalado. Siempre presente a mis ojos intelectuales las he seguido como
guías infalibles. En fin, usted ha visto mi conducta, usted ha visto mis pensamientos escritos,
mi alma pintada en el papel y usted no habrá dejado de decirse: Todo esto es mío, yo sembré
esta planta, yo la regué, yo la enderecé tierna, ahora robusta, fuerte y fructífera, he aquí sus

118
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

frutos, ellos son míos, yo voy a saborearlos en el jardín que planté, voy a gozar de la sombra
de sus brazos amigos porque mi derecho es imprescriptible; privativo a todo” (Carta de
Bolívar a Simón Rodríguez. 19 de enero de 1824).

Los amautas
Ciertamente, la educación – al igual que las Fuerzas Armadas, el Estado todo y todas las
instituciones y funciones sociales -, una vez triunfantes las élites oligárquicas, “liberales” y
“democráticas”, anti bolivarianas, se convirtió en férreo privilegio de las clases pudientes,
mecanismo de exclusión racista, y, sobre todo, de imitación y subordinación a la matriz
cultural euro norteamericana, a través de sus innumerables misiones, asesores y modelos.
Pero hubo siempre resistencias y contra propuestas. Numerosos nuevos “Amautas”
surgieron siempre, en virtualmente todos los países de la región, para retomar la reflexión
creativa, subversiva, radicalmente incluyente y propia. En su propia época. Su amigo, el
venezolano y chileno, Andrés Bello, quien retomó y profundizó sus innovadoras ideas
gramaticales, para “simplificar y uniformar la ortografía en América”, propuesta que
publicó en 1823. El argentino Bautista Alberdi, que escribirá su “Propuesta Bolivariana
de un Congreso General Americano” (1843), y retomará el programa de descolonización
cultural de Rodríguez: “Nuestros padres nos dieron la independencia material, a nosotros
nos toca la conquista de una forma de civilización propia, la conquista del genio ameri-
cano… Debemos conquistar la filosofía americana, la política americana, el arte ameri-
cano y la sociabilidad americana” (1837).
Más tarde, los “profesores” revolucionarios de la revolución mexicana, como Pablo Torres
Burgos y Otilio Montaño, redactor del “Plan de Ayala”, motor campesino de aquella formi-
dable primera revolución social latinoamericana, que venía a cumplir la sentencia de Simón
Rodríguez: “Si los americanos quieren que la Revolución Política… les traiga verdaderos
bienes, hagan una Revolución económica y empiecen por los campos…” (1828). La “Reforma
estudiantil” que, con epicentro en Córdoba, Argentina, sacudió todo el continente, en los
inicios del siglo XX. Y la fundante obra del amauta boliviano Franz Tamayo, “La creación de la
pedagogía nacional” en 1910. En la que anticipa a Mariátegui y actualiza a Rodríguez: “Hasta
ahora esta ha sido una pedagogía facilísima, pues no ha habido otra labor que la de copia
y de calco, y ni siquiera se ha plagiado un modelo único, sino que se ha tomado una idea en
Francia o un programa en Alemania, o viceversa, sin darse siempre cuenta de las razones
de ser de cada uno de esos países… Necesitamos, pues, crear la pedagogía nacional, es decir
una pedagogía nuestra, medida a nuestras fuerzas, de acuerdo con nuestras costumbres,
conforme a nuestras naturales tendencias y gustos y en armonías con nuestras condiciones
físicas y morales.”.
Y Lo propio hacen en cada país, muchos otros, como Justo Sierra en México, llamando, en
1910, a: “Nacionalizar la ciencia, mexicanizar el saber”. O la chilena Gabriela Mistral, maestra
rural y poetisa, con su llamado de 1922: “Maestro: Enseña en tu clase el sueño de Bolívar…
No seas un ebrio de Europa, un embriagado de lo lejano, por lejano extraño… Describe tu
América… Dilo todo de tu América”. En la obra de Tamayo en Bolivia, se inspirará la fundante
experiencia de “Warisata Escuela Ayllu” de los amautas indígenas, Elizardo Pérez y Avelino
Siñani, en 1931. Las luchas campesinas de Cochabamba, durante la revolución de 1952, cuyo
lema era: “Tierra y Escuela”, y cuyo máximo hito será la “Escuela Ukureña”. Presagios de la
Bolivia actual, la del primer gobierno indígena en su historia.

119
Ricardo Jiménez A.

Felizmente, la obra de Simón Rodríguez está disponible en internet. Aunque no resulta fácil de
leerla, debido a su excéntrica gramática, a que muchas veces refiere a su contexto inmediato,
que es preciso conocer para entenderlo, y a la gran distancia en tiempo y mundo cultural
que tenemos con él, de todos modos, hay en ella tesoros imprescindibles de contra colonia-
lidad, originalidad y pedagogía. Como la de Bolívar, la sombra de Rodríguez y los amautas se
extiende hasta nuestros días, actualizada en la explosión educativa de la revolución cubana,
la “Pedagogía del Oprimido” y la “Educación Popular” del brasileño Paulo Freire y las
“Misiones” de la Revolución Bolivariana de la Venezuela actual, una de ellas, precisamente,
nominada como “Robinson”, en homenaje al pseudónimo revolucionario del inmortal primer
gran Amauta de América independiente.

120
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

VIII
El vidente primero

“Maestro: Enseña en tu clase el sueño de Bolívar, el vidente primero. Clávalo en el alma de


tus discípulos con agudo garfio de convencimiento”.

Gabriela Mistral. 1922

Admirador incondicional y más tarde acerbo crítico de Francisco de Miranda, Simón Bolívar,
habrá de tomar “literalmente”, el lugar del precursor, a quien, en el fragor de amargas discre-
pancias internas respecto a la conducción de la primera guerra de independencia, destituirá
del mando venezolano y encarcelará, para caer, derrumbado el primer intento patriota, en
manos españolas y terminar sus días en las ávidas mazmorras de España. Según algunas
fuentes, Bolívar, hacia el final de su corta vida, reconocía como un error ese trágico papel en el
desenlace de la vida del Precursor.
Puesto al centro mismo de las durísimas experiencias de una guerra de independencia
que se “aprende haciéndola”, Bolívar expresa como ningún otro, el parto del pensamiento
propio latinoamericano. Será el arquetipo y el símbolo de toda esa generación revolucio-
naria patriota de la primera independencia, a la que denominamos “Los/as Libertadores/
as”, y de las mayorías populares, muchas veces anónimas para la historia, que comandaron.
Así se lo reconocerán explícitamente, desde antecesores como Juan Bautista Tupac Amaru,
único sobreviviente del clan inca que dirigió la epopeya de 1780, hasta herederos de la talla
de José Martí, Augusto Sandino, Fidel Castro, Che Guevara, Salvador Allende, Hugo Chávez
y prácticamente casi todos/as los/as grandes revolucionarios/as latinoamericanos/as.
No haremos aquí una semblanza biográfica, aunque describiremos momentos de su vida
en diversas partes de este trabajo. Existen, felizmente, muchas, muy buenas y crecientes
biografías de El Libertador. Varias de ellas son referidas a lo largo de este trabajo. Queremos
acercarnos a su dimensión militante, actualizarla, relevar su savia vigente, reverdecida en
los combates de hoy que son los mismos suyos de ayer, todavía pendientes. Enfatizando
algunas de las características y circunstancias que le permiten, precisamente, cumplir esa
función de arquetipo y símbolo de esa generación de la primera independencia. Señalar que,
en el centro de ese atrozmente sacrificado parto, simultáneamente reflexivo y de guerra, de
teoría y organización, de destrucción y construcción, Bolívar era – parafraseando el afortu-
nado aforismo del historicista español Ortega y Gasset - la perfecta conjunción del hombre

121
Ricardo Jiménez A.

y las circunstancias. Un ser humano imperfecto, vulnerable, de biografía difícil, forjado en


profundas crisis de sentido para encontrar finalmente en la consagración a la causa inde-
pendentista el camino a la gloria que asume por destino. Privilegiado conocedor de todo
el mundo desarrollado de su época y sus ideas, pero empapado de su propia realidad lati-
noamericana, heredero directo de esa fuerza telúricamente creativa de Tupac Amaru II,
Tupac Yupanqui y Francisco de Miranda, atento y hundido en las exigencias colosales de su
presente, violentamente convulsionado en medio de un mundo que se agitaba entero por
aceleradas transformaciones de todo tipo, supo elaborar respuestas, finalmente eficientes y
en muchos casos todavía pendientes, vigentes, en todos los ámbitos: militar, político, social
y cultural.
Sólo un ejemplo, de entre innumerables, de su genio creativo, en este caso en el terreno
militar, es el de su “Caballería nadadora”. Carecía, entre otras pobrezas, el artesanal ejér-
cito libertador de fuerza naval de combate. “Yo soy el hombre de las dificultades y no más:
no estoy bien sino en los peligros combinados con los embarazos” (1825). Contaba, sin
embargo, con los jinetes llaneros de Páez, acostumbrados desde antiguo a seis meses de
inundaciones todos los años. Bolívar creó entonces la “División de Caballería nadadora”,
única en el mundo. “Si se opone la naturaleza a nuestros designios, lucharemos contra
ella, y la haremos que nos obedezca” (1812). Los combatientes de ésta se arrojaban a ríos
tan caudalosos como el Aputre y – como señala el testigo Robert Cunninghame - “con lanzas
en los dientes desafiaban caimanes y abordaban buques y flecheras”, capturando naves
enemigas. Así ocurrió en 1818 con dos goletas norteamericanas, la Tigre y la Libertad, que
por el río Orinoco llevaban armas y alimentos al ejército colonialista español en la región
de Angostura, burlando el bloqueo públicamente decretado por los patriotas. Requisadas
las naves, por este procedimiento táctico de Bolívar, recibió las amenazas y chantajes del
naciente imperio para la devolución de los pertrechos; ellas incluían la burla hacia su inusi-
tada “unidad militar”. Bolívar contestó: “Es lo mismo para Venezuela combatir contra
España que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende”.
Este ejemplo permite también entender el que, en muchos casos, sus respuestas creadoras
han tomado décadas para ser comprendidas o tan siquiera conocidas; ya sea por el silencio
caído sobre acciones y reflexiones que, por ser latinoamericanas, no podían ser “impor-
tantes”, menos aún “fundantes”, en la hegemónica matriz cultural euro norteamericana. Ya
sea por incomprensión a lo avanzado de sus concepciones y lo audaz de su independencia
creativa para “historizar”, de acuerdo a la realidad propia, las respuestas. O por el peso de
las malinterpretaciones, desvirtuadas, al ser sacadas de contexto sus acciones e ideas, o al
ser simplemente tergiversadas.
Esto ocurre, por ejemplo, en el caso de su “Decreto de guerra a muerte”, de 1813: “Españoles,
esperad la muerte aunque seáis neutrales; americanos esperad el perdón aunque seáis
enemigos”, que ha sido presentado como “prueba” de su supuesta “sed de sangre” y “falta
de honor”. Sin embargo, era un instrumento reclamado con urgencia por las circunstancias
para imponer, y hasta “crear”, el carácter “nacional” a una guerra que, de hecho, era “civil”,
en una compleja trama de clases y castas que actuaba militarmente a favor del bando realista
español; y fue derogado, precisamente, cuando dichas graves circunstancias adversas desa-
parecieron. Todo ello en el contexto de una guerra que para él no era sino una odiosa nece-
sidad. “La guerra se alimenta del despotismo, y no se hace por el amor de Dios” (1824).
“Aunque la guerra es el compendio de todos los males, la tiranía es el compendio de todas
las guerras” (1814).

122
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

Unidad, antimperialismo, igualdad


Innumerable y profunda es la riqueza de su acción y pensamiento. Esencialmente, ambas
eran el resultado de un proceso colectivo, masivo, de tres siglos de subordinación colonial y
del crisol de la guerra de independencia, que Bolívar expresaba mejor que ningún otro. “No he
sido más que un vil juguete del huracán revolucionario que me arrebataba como una débil
paja” (1819).
En ese proceso histórico y colectivo, se gestaron los componentes que permiten recortar –
construir a esa primera generación revolucionaria independentista, como tal, separándose de
las oligarquías criollas, traidoras finalmente del proyecto de los/as libertadores/as.
Primero, los actores dispuestos a reclamar, luchar y administrar la independencia: cuadros
selectos de la casta criolla y mayorías de los otros sectores populares subordinados, unidos para
destruir la estructura de castas colonial. Fundidos finalmente en los Ejércitos Libertadores,
que, según el consenso de los principales revolucionarios/as latinoamericanos/as actuales,
habrían operado como “reemplazo” de una clase social popular bien constituida (al estilo de la
práctica y teoría europeas) para luchar por el programa de integración, soberanía e igualdad.
En segundo lugar, un pensamiento propio de América Latina que sintetizaba, al mismo
tiempo, su identidad originaria y su práctica de lucha propia, con la inserción del pensamiento
progresista y revolucionario europeo, con vocación profunda de creación.
Finalmente, el programa de construcción de una nueva sociedad latinoamericana y caribeña,
sobre tres principios que conformaban un todo coherente y mutuamente sustentado: inde-
pendencia y soberanía, unión continental e igualdad social. Se trata de un círculo virtuoso
destinado a hacer permanente la libertad y felicidad de los pueblos. La unión continental
sustenta, con su fuerza, la independencia y soberanía, frente a los poderes fácticos extran-
jeros. La igualdad social sustenta, terminando con la causa de conflictos sociales intestinos,
la unión continental.
Así, América Latina ganaría su propia libertad y justicia, para llevarlas al mundo entero,
“equilibrando el universo”. “Una debe ser la patria de todos los americanos…luego que
seamos fuertes por estar unidos, se nos verá de acuerdo cultivar las virtudes y los talentos
que conducen a la gloria y al progreso” (1818). “La unión…es la garantía de la libertad de
América del Sur” (1819). “Esta confederación… debe ser mucho más estrecha que la que se
ha formado últimamente en Europa contra la libertad de los pueblos… Cada estado tendrá
su cuerpo legislativo y decidirá de sus negocios domésticos de un modo conveniente pero
acordado con el resto de los estados” (1.826).
Bolívar no fue, sino la más genuina y desarrollada expresión de esos procesos, esos actores,
y ese pensamiento. Los cuales no estuvieron exentos, como todo lo vivo, de innumerables y a
veces amargas contradicciones, errores y limitaciones. Pero las cuales no obstan al inmenso y
fundamental aporte libertario.
No fue de golpe. Aunque se sabe con certeza que desde niño mostró inclinaciones de carácter
igualitarias y libertarias, de todas maneras, como no podía ser de otro modo, fue hijo de su
tiempo, su sociedad y su casta social. Pasó por diversas etapas, rupturas y evoluciones, en las
que sus concepciones y acciones se fueron radicalizando conforme se desarrollaba la lucha
a lo largo de dos décadas, alcanzando “extremos” amenazantes para los representantes de
su propia clase criolla “mantuana”, blanca, rica y europeizada. La oligarquía criolla, terrate-
niente, ganadera y comercial, descendiente directa colonial, subordinada y excluida, de los

123
Ricardo Jiménez A.

españoles; y sus nuevos allegados, varios de sus propios generales campesinos, convertidos en
terratenientes en el curso de la guerra.
Todos acerbos enemigos del proyecto de unidad continental, pues aspiraban a “reinar” como
“presidentes”, cada uno en “su” “patriecita”, como la llamó uno de estos caudillos, el general
venezolano José Páez. Dirá Bolívar: “Nuestra Patria es América” (1814). “Yo soy del sentir que
mientras no centralicemos nuestros gobiernos americanos, los enemigos obtendrán las más
completas ventajas; seremos indefectiblemente envueltos en los horrores de las disensiones
civiles, y conquistados vilipendiosamente por ese puñado de bandidos que infestan nues-
tras comarcas” (1812). “La suerte de la Nueva Granada está íntimamente ligada con la de
Venezuela: si ésta continúa en cadenas, la primera las llevará también, porque la esclavitud
es una gangrena que empieza por una parte, y si no se corta, se comunica al todo y perece
el cuerpo entero” (1813). “La opresión está reunida en masa, bajo un solo estandarte, y si la
libertad se dispersa no puede haber combate. Por esta falta absurda, enorme, criminal, mil
opresores de la Europa moderna, tienen subyugados hasta los extremos del mundo” (1825).
“Unidad, unidad, unidad debe ser nuestra divisa” (1819).
Ya derrotado y al borde de la muerte Bolívar, Manuela Sáenz, nombrada “caballeresa del sol”
por sus servicios a la causa independentista en Ecuador y Perú, y coronela de húsares por
su valentía en combate como lancera a caballo en la batalla de Ayacucho, es perseguida y
calumniada también. Se le acusa en Colombia de “extranjera” por haber nacido en Ecuador y
combatido en Perú. Ella en carta publicada en un periódico local en 1830, responde: “Lo que
sé es que mi País es el continente de la América y he nacido bajo la línea del Ecuador’’.
Al lado de eso, estos sectores oligárquicos, rechazaban también la “igualdad” que el Libertador
buscaba para los estratos y castas más bajas de la escala social, subordinados, explotados y
despreciados. Especialmente algunas de sus medidas consideradas inconcebiblemente “extre-
mistas” para la época, como el escándalo suscitado al expropiar a la oligárquica iglesia católica
de Bolivia para financiar las escuelas que Simón Rodríguez, su genial maestro, levantaba para
los niños de la calle, indígenas y mestizos. “La educación popular debe ser el cuidado primo-
génito del amor paternal del Congreso… moral y luces son nuestras primeras necesidades…
un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción” (1819). Bolívar fue
precursor, la voz de los sin voz de su tiempo. “Considerando que la justicia, la política y
la patria reclaman imperiosamente los derechos… he venido a decretar, como decreto, la
libertad absoluta de los esclavos”. Esta temprana medida que Bolívar declara en 1816, puede
parecer en nuestra actualidad de poca trascendencia, pero para ponerlo en perspectiva y aqui-
latar su radicalidad, es necesario recordar que habrían de pasar, sin embargo, 33 años más
para cumplir su decreto en Venezuela, y hasta 73 años más todavía, para terminar finalmente
con la esclavitud en Cuba. Y su lucha contra la esclavitud fue solo el principio. “Necesitamos
la igualdad para refundir, digámoslo así, en un todo la especie de los hombres…” (1818). “…
no nos quieren porque somos demasiado liberales, y ellos no quieren la igualdad” (1823).
“Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la unión…los militares empleando su
espada en defender las garantías sociales” (1830).
Aunque, como ya hemos referido antes, al hablar de la rebelión de Túpac Amaru II, Bolívar
tuvo errores, limitaciones e incomprensiones frente al tema indígena, se sabe con certeza que
buscó liberarlos de sus opresiones y darles igualdad. Tanto en la práctica de su militancia
revolucionaria, conspirativa y combatiente, como por ejemplo en la “Sociedad Patriótica” de
Venezuela, en la que comparte acciones y reflexiones con compañeros indios, negros, pardos
y mujeres. Como en sus reflexiones y medidas políticas y económicas. “Los pobres indígenas

124
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

se hallan en un estado de abatimiento lamentable. Yo pienso hacerles todo el bien posible:


primero, por el bien de la humanidad, y segundo, porque tienen derecho a ello” (1824). “Se
prohíbe a los prefectos, gobernadores y jueces, a los prelados, curas y tenientes, hacendados,
dueños de minas y de obrajes que puedan emplear a los indígenas contra su voluntad en
faenas, séptimas, mitas…sin que proceda un libre contrato del precio de su trabajo” (1824).
“Reintegrar a los indios en el goce de todos los resguardos que les corresponden, cualquiera
que sea el poseedor que los tenga… Se declara a los indígenas propietarios de los terrenos
que poseen, es decir, donde trabajan y están asentados…de manera que ningún indígena
quede sin su respectivo terreno…jamás podrán enajenarse a favor de manos muertas, o sea,
los conventos y el clero…los indígenas quedan exentos del tributo real” (1825). Palabras cuya
radicalidad para esa época pueden ser aquilatadas, si se toma conciencia de que sólo muy
recientemente, 200 años después, el pueblo boliviano con su lucha comenzó a cumplir con el
mensaje esencial de estos decretos.
Manuela Sáenz, la incansable conspiradora contra las injusticias coloniales, de género
y sociales, escribía a Bolívar en 1829: “Simón, Simón, ¿si nuestros indios siguen pidiendo
limosna, si nuestros niños siguen en la calle muriéndose de mengua, de qué sirvió la inde-
pendencia?”. Y sería perseguida, desterrada y condenada a la miseria, por las oligarquías que
llevaron a la muerte a Bolívar. El Mariscal de América, el general más joven de la historia
continental, y genial estratega de la batalla de Ayacucho que aseguró el fin de la dominación
española, José de Sucre, fiel lugarteniente del libertador y de su proyecto de radical igualdad,
escribió: “Cuando la América ha derramado su sangre por afianzar la libertad, entendió
también que lo hacía por la justicia, compañera inseparable la justicia de la libertad. Sin el
goce absoluto de ambas: libertad y justicia, habría sido inútil la emancipación” (Bolivia. 1 de
marzo. 1825). Cinco años más tarde de estas poéticas profecías de justicia, será asesinado en
cobarde atentado por los enemigos del proyecto.
A estos procesos, se articuló estrechamente la temprana y fiera odiosidad de imperialistas
ingleses y, sobre todo, norteamericanos; quienes apreciaron en toda su magnitud el enorme
peligro que les representaba el programa de Bolívar. Quien, no sólo fue un declarado precursor
antiimperialista, sino que apuntó a la crítica de su misma matriz cultural profunda y su
influencia cultural, antes que política. “Discípulos de tan perniciosos maestros, las lecciones
que hemos recibido y los ejemplos que hemos estudiado, son los más destructores” (1819).
“Observaréis muchos sistemas de manejar hombres, mas todos para oprimirlos; y si la
costumbre de mirar al género humano conducido por pastores de pueblos, no disminuyese
el horror de tan chocante espectáculo, nos pasmaríamos al ver nuestra dócil especie pacer
sobre la superficie del globo como viles rebaños destinados a alimentar a sus crueles conduc-
tores” (1819). “…mil opresores de la Europa moderna, tienen subyugados hasta los extremos
del mundo” (1825). “Cuando yo tiendo la vista sobre la América la encuentro rodeada de
la fuerza marítima de la Europa…por consecuencia de enemigos” (1822). “…y los Estados
Unidos, que parecen destinados a plagar la América de miserias a nombre de la libertad”
(1829). “Jamás conducta ha sido más infame que la de los norteamericanos con nosotros”
(1820). “La Alianza americana debe contar con su absoluta independencia de toda potencia
extranjera… formado una vez el pacto con el fuerte ya es eterna la obligación del débil”
(1826).
Son numerosos los partes de guerra e informes de espías a sueldo y mercenarios por parte
de las dos potencias, Europa y EE.UU., a lo largo de la lucha de Bolívar, conservados hasta
hoy y que testimonian una sistemática labor de sabotaje y desprestigio contra los planes de
Bolívar, fracasada la táctica de ganarlo con sobornos y prepotencias. El 3 de febrero de 1827

125
Ricardo Jiménez A.

el cónsul de EE.UU. en Lima, William Tudor, envió al Departamento de Estado una carta a
raíz del “Congreso Anfictiónico de Panamá”, el gran proyecto de Bolívar para gestar la unión
latinoamericana: “La esperanza de que los proyectos de Bolívar están ahora efectivamente
destruidos es una de las más consoladoras. Esto no sólo es motivo de felicitación en lo rela-
tivo a la América del Sur, liberada de un despotismo militar y de proyectos de insaciable
ambición que habrían consumido todos sus recursos, sino que también Estados Unidos se
ve aliviado de un enemigo peligroso en el futuro... Si hubiera triunfado estoy persuadido
de que hubiéramos sufrido su animosidad...”. Tomás S. Willimont, procónsul inglés en el
Perú, escribía al Conde de Dudley, secretario del Estado Británico, en noviembre de 1826:
“La maligna hostilidad de los yanquis hacia el Libertador es tal, que algunos de ellos llevan
la animosidad hasta el extremo de lamentar abiertamente que allí donde ha surgido un
segundo César no hubiera surgido un segundo Bruto”.

Las incomprensiones
Completan el cuadro de estas fuerzas adversas las incomprensiones. Producto de la hegemonía
que en amplios sectores tenía la matriz cultural profunda euro norteamericana, haciendo difi-
cultoso, cuando no bloqueando, el cumplimiento práctico de la divisa de Simón Rodríguez, el
maestro de Bolívar y verdadero primer ideólogo de la descolonización cultural: “O inventamos
o erramos”. Sólo Bolívar y unos cuantos, pero no suficientes, hicieron suyo aquel auténtico
“programa de la hora” de la naciente Latinoamérica y el Caribe. Es en ese contexto que las
propuestas de Bolívar - como las de Miranda, San Martín y otros en todos los nacientes países
-, fueron vistas, no como la necesaria “historicidad” de las respuestas políticas e institucionales
a las propias y específicas realidades, sino como “desviación” “excéntrica” o “autoritaria” de los
estándares “democráticos” de los países euro norteamericanos, ahistoricamente consensuados
como único modelo deseable y posible. Como lo denunció tempranamente El Libertador: “Se
equivocan los constructores de repúblicas aéreas” (1815). “No detengamos la marcha del
género humano con instituciones que son exóticas…en la tierra virgen de América” (1822).
“¿No dice el espíritu de las leyes que estas deben ser propias para el pueblo que se hacen? ¿qué es
una gran casualidad que las de una Nación puedan convenir a otras? Tengamos presente que
nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del norte… que las leyes deben ser relativas a
lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno, a su situación, a su extensión, al género de
vida de los pueblos… ¡He aquí el código que debemos consultar y no el de Washington!” (1819).
Su propuesta de un “presidente Vitalicio” en la Constitución Boliviana de 1826 (conocido como
“Código Boliviano”), es un ejemplo recurrente de estas incomprensiones, enarbolado como
supuesta muestra “irrefutable” de su ansia autoritaria y aún “monárquica”. Sin considerar que
Bolívar, en más de una ocasión, como muestran las fuentes históricas, rechazó la oferta, de
parte de sus generales y las oligarquías, de ser “Rey”, a lo que contestó: “El título de Libertador
de Venezuela es para mí más glorioso y satisfactorio que el cetro de todos los imperios de
la tierra” (1813). Incluso se le ofreció ser Presidente de la naciente Bolivia, contestando que
Sucre, el gran mariscal, era el más indicado para el alto cargo. El hecho mismo de que aquel
país llevara su nombre, también se ha querido presentar como supuesta “prueba” de su egola-
tría, pero ese fue un homenaje del pueblo que él aceptó, a instancias de Manuela Sáenz, quién
le escribió: “¿Qué quiere decir Bolivia? Un amor desenfrenado a la libertad” (1826).
La presidencia vitalicia y otras propuestas de índole similar, que parecían violentar la libertad
ciudadana, responden a la visión de Bolívar de que el atraso y la negación secular de las castas

126
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

pobres, la mayoría de la población, les impediría ser ciudadanos válidos y terminarían, de


hecho, subordinados y explotados a manos de las oligarquías “democráticas”. A menos, preci-
samente, que hubiera instituciones – como la dicha y otras similares -- que, desde un Estado
fuerte (“las minas de cualquier clase pertenecen a la república”. 1829), frenan a esa oligarquía
e hicieran valer los derechos y el desarrollo de esas mayorías negadas y excluidas. Mientras
en Europa y EE.UU. la democracia liberal, con ausencia de Estado fuerte, era garantía para
una masa de ciudadanos educados y en ascenso pujante, en América Latina el mismo modelo,
sin modificaciones, era, de hecho, el juego formal donde los poderosos subordinarían y explo-
tarán a su antojo a las mayorías pobres y excluidas, por tanto, en desventaja cultural y política-
mente. “La libertad y las garantías son sólo para aquellos hombres y para los ricos, y nunca
para los pueblos…aunque hablan de libertad y de garantías es para ellos sólo para lo que las
quieren y no para el pueblo que, según ellos, debe continuar bajo su opresión… revocando
desde la esclavitud para abajo todos los privilegios…he conservado intacta la ley de las leyes:
la igualdad. Sin ella perecen todas las garantías, todos los derechos” (1824). Resonaban en
sus incomprendidas propuestas las enseñanzas de su maestro, Simón Rodríguez, sobre el
pensamiento de Jacobo Rousseau: “Entre el poderoso y el débil, la libertad oprime, sólo la
Ley libera”. Y las del mismo maestro Rodríguez, que en su “Sociedades Americanas en 1828”,
parecía aclarar, precisamente, estas incomprensiones: “El autor es republicano, y tanto que
no piensa en ninguna especie de rey ni de jefe que se le parezca…En la América del sur
las repúblicas están establecidas, pero no fundadas. Es deber de todo ciudadano instruido
contribuir con sus luces a fundar el Estado, como con su persona y bienes a sostenerlo”.
El parangón formal para comparar el grado de libertad de la institucionalidad de Bolívar
era siempre el modelo euro norteamericano, especialmente la muy admirada en la época
Constitución norteamericana. Tenida por prototipo indiscutido de “libertad y democracia” por
toda la intelectualidad progresista europea, a pesar de que en el mismo momento mantenía
la esclavitud legal de los negros afroamericanos y el etnocidio de sus pueblos indígenas. Por
contraste, fueron los “demócratas” acusadores del “autoritario” Bolívar los que mantuvieron
33 años más la esclavitud; y quienes frustraron por otros 200 años el reconocimiento a la
propiedad de sus “tierras de asiento y trabajo” a los pueblos indígenas, ambos decretados por
el supuesto “enemigo de la libertad”. En 1851, consumada la traición oligárquica a la revolu-
ción bolivariana, Simón Rodríguez describe con amargura el legado de estos “defensores de
las garantías”: “Estos pobres pueblos, con la Independencia han venido a ser menos libres
que antes… Ahora se los come vivo el primero que llega, y están expuestos a que, en un
apuro, algún defensor de las garantías… los regale o los venda, con tierras y todo, a quien
dé un titulejo o lo descargue de sus deudas”.
En el siglo XX, el joven peruano Raúl Haya de la Torre, en la búsqueda de un proyecto de
soberanía nacional, inclusión y justicia social, necesariamente a través de un Estado fuerte,
choca con los mismos discursos “liberales democráticos” “garantistas”: “Otra objeción que se
desprende de esta facultad extraordinaria y exclusiva del Estado para controlar las inver-
siones de capital extranjero y las concesiones que a éste se hagan, ha de venir de los partidos
de la libertad individual, del ejercicio del derecho de propiedad, de los devotos teóricos y
prácticos de las libertades y derechos heredados de Roma en beneficio de la clase domi-
nante, y, en última instancia, del imperialismo… El derecho individual debe estar limitado
por las necesidades de la colectividad. Un libre contrato de concesión o de venta entre un
ciudadano indoamericano y un capitalista yanqui no es un negocio privado. Repitámoslo
mil veces: en esa libertad de contratación, en esa alianza entre el capitalista o latifundista
o propietario minero o agrario nacional –pequeños capitales con relación al capitalismo

127
Ricardo Jiménez A.

imperial– y el capitalismo extranjero, radica en gran parte el problema de la soberanía


de nuestros países.” (1936). Llegando necesariamente a las mismas conclusiones, creadoras,
anticipadas por Bolívar: “Para combatir abiertamente y vencer a tiempo los prejuicios –
no los principios – democráticos y liberalizantes que el imperialismo usa en su servicio. El
Estado Antimperialista plantea, pues, los nuevos lineamientos de nuestro sistema jurídico
de defensa” (Ibid.).
Ciertamente, esa concepción bolivariana y de los/as Libertadores/, varios/as de los/as cuales
llegaron a pensar en una monarquía constitucional, para que cumpliera la misma función de
representación de las clases populares, obedece a la misma lógica, aunque en contextos dife-
rentes, de los conceptos de “Dictadura del proletariado” de Marx y “Nueva Democracia” de
Mao Tse Tung. La propia teoría contemporánea de la ciudadanía ha actualizado estas consi-
deraciones de Rousseau, Rodríguez, Bolívar y Haya de la Torre, desarrollando el concepto de
“Acción afirmativa”, es decir, intervención del estado para compensar la desventaja real de
unos actores respecto de otros en el “libre juego democrático”, aceptado consensuadamente
ante el hecho evidente de que el ciudadano común actual aparece enfrentado o en competencia
con otros actores o agentes más habilitados, organizados y con más poder de diversa índole.
Ello ha llevado a plantear que la ciudadanía, en tanto que individual, y con prescindencia
del Estado, resulta incluso en instrumento de presión hacia la desigualdad de posibilidades y
oportunidades. Pues la ficción de una igualdad jurídica individual “democrática”, favorece, de
hecho, directamente a quienes, en la realidad, están más dotados de recursos y poder, al encu-
brir y aún legitimar esa ventaja. ¿Cuánto más extrema no era esa realidad y esa necesidad en
época y situación de Bolívar? Ante ello, cabe, finalmente, preguntarse si acaso no es esta nece-
sidad de un Estado fuerte, un Estado “afirmativo”, que frene a los poderes fácticos externos y
las oligarquías, para incluir a las mayorías empobrecidas, construyendo ciudadanía y nación,
ya anticipado por Bolívar hace casi 200 años, la que necesariamente sigue pendiente y vigente
actualmente para la liberación y felicidad de los pueblos latinoamericanos y caribeños.
Resulta importante contextualizar en este marco, la visión extremadamente negativa de
Carlos Marx sobre Bolívar, en particular, y despectiva de las luchas independentistas lati-
noamericanas y caribeñas, en general, de la que trataremos más adelante en este trabajo.
Ella fue una nueva forma de expresión de la tensión entre una mirada historizada, propia,
y una foránea, de generalización ahistórica, respecto de las luchas de Nuestra América. Un
desencuentro entre dos poderosos pensamientos libertarios, originado en la profunda matriz
cultural hegemónica que nublaba la mirada de Carlos Marx hacia el continente, y era alimen-
tada por la campaña de demolición de Bolívar emprendida por sus enemigos, particularmente
virulenta en Europa.

La primera batalla perdida


El libertador de un continente, que perdió todas sus riquezas materiales en la causa de la
libertad, se había transformado, por el pecado de la igualdad, la justicia social y la indepen-
dencia de los poderes fácticos exteriores, en el enemigo de viejos y nuevos poderes imperiales,
que lo tildaban de “loco del sur”.
Cafetaleros millonarios. Ganaderos insaciables. Hacendados nuevos, producto del saqueo
de guerra, o rancios “mantuanos”. Poseedores de fortunas en esclavos o “encomenderos”
de indios de Perú y Bolivia. Estancieros, gamonales y mayorales productores. La burguesía
comercial y exportadora de los puertos. Marqueses y condes de nombre largo. Damas nobles

128
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

escandalizadas. Obispos y arzobispos furibundos, que lo excomulgaron, mediante edicto de la


gobernación del arzobispado de Bogotá del 3 de diciembre de 1814, por “saqueador de igle-
sias, perseguidor de sacerdotes y destructor de la religión”. La propia “Sagrada Congregación
de Negocios Eclesiásticos Extraordinarios del Vaticano”, en sesión solemne del 4 de agosto de
1829, lo declaró “liberal y ateo”.
Escribanos, tinterillos oportunistas y demagogos de última hora. Deslumbrados por Europa
o Estados Unidos, o vendidos y serviles a sus favores. Todos se aprestaron a destruirle para
destruir su proyecto. Toda la contrarrevolución realista y oligárquica del continente encontró
amplia prensa en los Estados Unidos, etnocidas de decenas de pueblos originarios, persistentes
esclavistas, y anexionistas de territorio mexicano. Y en Europa, donde los “liberales” harían
una colosal campaña de satanización del “autócrata” y “monárquico” Bolívar. Franceses, y
hasta ingleses, españoles y portugueses, ¡los que todavía no sabían terminar con sus propias
monarquías, ni con el comercio de carne humana esclava, ni entregar libertad a sus propias
colonias!
Trataron de asesinar a Bolívar en dos ocasiones, la “libertadora del libertador”, Manuela
Sáenz, lo salvara en las dos ocasiones, la última con la espada en la mano. Al final lo hicieron.
Existen evidencias de que pudo ser envenenado por el médico infiltrado en su círculo íntimo
que lo acompañaba en su exilio, aunque no han podido ser hasta ahora probadas. En cual-
quier caso, lo asesinaron moralmente, como describió el Presidente Hugo Chávez: “Bolívar
murió en Santa Marta allá en las costas del Caribe colombiano el 17 de diciembre de 1830 y
él, que había nacido rico de cuna, que había heredado una de las fortunas más grandes de
la América española terminó muriendo sin ningún tipo de riqueza material, hubo necesidad
de vestirlo con una camisa prestada porque la camisa que quedaba para vestir su cadáver
estaba rota, le pusieron una camisa prestada, lo último que le quedaba en los baúles antes
de morir por ahí está el testamento, todo lo regaló, lo que le quedaba, los cubiertos de plata
que le había regalado no sé quién se los dejó no sé a qué familia; los libros de su biblioteca,
uno de los cuales había pertenecido a Napoleón Bonaparte, los envió a la Universidad de
Caracas que él había creado años antes, los pesos que queden por ahí dénselos a mi criado
José Palacios -que lo acompañó toda la vida, un antiguo esclavo-, la espada que le regaló
el pueblo del Perú, de oro y de diamantes, regálensela, vayan y se la llevan a la viuda del
Mariscal Sucre, sólo ella la merece, con esto estaba diciendo quizá que ningún general
merecía la espada que el pueblo del Perú libertado le había obsequiado, casi todos lo aban-
donaron” (Italia. 16 de octubre. 2005).
Un complejo y colosal conjunto de procesos adversos terminaron por derrotar el esfuerzo
de Bolívar en su primera y original batalla por hacer “libre, una, y justa” a la América para
“equilibrar el universo”. “Tal vez, he edificado sobre arena movediza y arado en el mar… Los
tres más grandes majaderos del mundo hemos sido: Jesucristo, Don Quijote y yo” (Bolívar.
1830). Más aún, lo lapidaron incesantemente y rabiosos con toda clase de calumnias hasta
cubrirlo de una “leyenda negra”. “Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo
que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perse-
guidores que me han conducido a las puertas del sepulcro.” (Testamento de Bolívar. 1830).
El más genial de los creadores de patrias. Estratega de la independencia colonial para seis de
las actuales repúblicas. El incansable profeta antiesclavista. El que más amó a sus pueblos
pobres, despreciados y excluidos. El hombre de las dificultades, inventor de tácticas y digni-
dades. El personaje más importante de la historia del siglo XIX, como lo reconoció la cadena
británica de comunicaciones BBC en 2020. Guerrero admirable que, con solo 47 años de vida,

129
Ricardo Jiménez A.

libró 472 batallas perdiendo apenas 6, cabalgando no menos de 6.500 kilómetros y navegando
123.000 kilómetros, en más de dos décadas de incesante y desigual lucha. Más que ningún
otro en el mundo antes, más que Alejandro, más que Aníbal, más que Napoleón, pero que
rechazó sus cetros y coronas y solo llevó libertad. El guerrero que hechizaba con la palabra y el
pensamiento propio, y por propio temido, combatido, desvirtuado. El genio que produce, en
medio de la guerra, las tormentas, los infortunios y las traiciones, hasta 5.000 documentos,
cartas, proclamas y proyectos, muchos dictados a diferentes secretarios simultáneamente, en
diversos idiomas. El que lo dejó todo, hasta la vida y la camisa. El más odiado e incompren-
dido, y por ello más generoso aún. Fue derrotado en su primera gran batalla por el futuro.
Despedazado por la jauría oligárquica, desatada y hambrienta de nuevos fueros y privile-
gios. Por los arteros halcones del norte, ansiosos de clavar sus garras en el cuello de América,
matando al que más la amó.
Murió, como le dijera uno de sus amigos a Manuela Sáenz, “como sólo mueren los grandes
hombres, de pena”. Agazapado, adolorido, mirando impotente a sus amados pueblos conde-
nados a la tristeza que trazó más tarde la pluma bella y corajuda de José Martí: “Éramos una
máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica
y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la
cumbre del monte, a bautizar sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su
corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía,
ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura” (1891). Vencido con su
Patria. Muerto junto a la felicidad de sus pueblos. Desfigurado. Solo. Como lo cantó el poeta
patriota puertorriqueño Luis Llorenz: “Fue un soldado poeta. Un poeta soldado / Y cada
pueblo libertado / era una hazaña del poeta y era un poema del soldado. / Y fue crucificado”
(1914). Y con él, caerían todos/as los/as libertadores/as de esa primera independencia.

130
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

IX
Centinela de su vida

“Es llegada la hora de los verdaderos patriotas… Desde este instante el lujo y las comodi-
dades deben avergonzarnos… Cada uno es centinela de su vida”

José de San Martín, 1815.

Apenas a los cuatro años de edad de José de San Martín, su familia abandona Yapeyú, lugar
de su nacimiento en la provincia de Corrientes de la actual Argentina, territorio de una
antigua reducción jesuita, y se traslada definitivamente a España para no volver a América
hasta los cuarenta años de edad. Aunque la historia oficial, con el historiador Bartolomé
Mitre a la cabeza, lo consignan como estudiante del Seminario de Nobles de Madrid, los
registros de este plantel educativo demuestran que ello no fue así, lo cual es coherente
además con el hecho de que San Martín no era de familia noble. El propio San Martín, en
carta a su fiel amigo Tomás Guido, deja sin piso a quienes buscan ennoblecerlo por vía de
abolengos familiares: “Usted, más que nadie, que ha estado cinco años a mi lado, debe
haber conocido mi odio a todo lo que es lujo y distinciones, en fin, a lo que es aristocracia”
(Carta de San Martín a Tomás Guido, 1828). Lo más probable parece ser que estudió en
escuela pública entre cuatro y seis años de primaria. Sin embargo, y a pesar de su temprana
y permanente vida militar, será un autodidacta, siempre acompañado de libros a los que
atesora y, como lo prueba el contenido de su correspondencia, alcanzará los más elevados
niveles de cultura y reflexión filosófica y política.
En el regimiento de infantería de Murcia, inicia su vida como cadete militar. En su declara-
ción de ingreso consigna él mismo “haber cumplido los doce años”. A los trece años es desti-
nado a los enclaves españoles en el norte de África y a los catorce años conoce las fatigas del
hambre, la sed y el combate, defendiendo la plaza de Orán sitiada durante más de un mes
por los moros. Muy pronto se convierte en infante granadero, que en la España de la época
es quien lanza pesadas granadas de plomo y hierro en la primera línea de fuego. Con apenas
16 años es ascendido a segundo subteniente del batallón. A los veinte años, ya como teniente,
obtiene bautizo de fuego en el mar, combatiendo en la naval española contra su enemiga del
momento, Inglaterra. Aliada España en esa lucha de Francia, San Martín conoce este país,
aprende francés y absorbe el ideario de su revolución liberal e ilustrada y admira a Napoleón
Bonaparte, genio militar de las nuevas tácticas y estrategias modernas de combate.

131
Ricardo Jiménez A.

Por entonces, su padre fallece en la pobreza, en la que quedan su madre y su hermana mayor;
sus otros cuatro hermanos mayores son también militares españoles y tiene escaso contacto
con ellos. Conoce por un tiempo la prisión inglesa como prisionero de guerra y está a punto
de morir por graves heridas hechas por una partida de bandoleros que lo asaltan en España.
Entregado por completo a la vida militar, no forma familia, manteniendo amores con alguna
moza española.
Napoleón Bonaparte, en camino hacia Portugal para imponer el bloqueo a su enemiga
Inglaterra, invade España y depone el decadente gobierno real español para imponer como
nuevo monarca a su hermano. El pueblo español se levantó en insurrección en mayo de 1808,
desencadenando una cruenta guerra contra el invasor francés. Son los sucesos que gatillaron
la creación de juntas de gobierno y darán inicio al proceso final de la independencia colonial
en América española. San Martín es un joven capitán de ejército de treinta años y es ya un
convencido militante liberal revolucionario, que adscribe las ideas de la revolución francesa,
las que contradictoriamente alientan al ejército que invade España. Pero son las ideas que
también elaboran los propios e influyentes pensadores liberales españoles como Jovellanos,
Campomanes, Flores Estrada y otros, que teorizan la legitimidad de la lucha contra las injus-
ticias y las opresiones. San Martín, además, ha visto la decadencia de la monarquía española y
ha sufrido la falta de horizontes de su modesta familia en ese orden social absolutista.
La guerra nacional contra el invasor, muy pronto se torna guerra de revolución democrática,
planteando, no sólo la expulsión del invasor francés sino también una constitución que limite
y regule a la monarquía, que garantice los derechos del hombre y hasta la eliminación de
los privilegios nobiliarios. El pueblo insurrecto se organiza en juntas locales de gobierno con
Junta central en Sevilla. Derrotados por el avance sanguinario francés, se repliegan y forman
Cortes de gobierno en Cádiz, puerto del extremo occidental de España, donde justamente está
destacado San Martín. Las Cortes de Cádiz contarán con representantes de las colonias espa-
ñolas, aunque no de manera proporcional y, entre otras medidas revolucionarias y democrá-
ticas, decretaron que las tierras americanas no son colonias sino provincias, y que americanos
y españoles tienen igualdad jurídica (Decreto del 22 de enero de 1809 y Decreto del 15 de
octubre de 1810, respectivamente).
Durante la guerra que se extenderá hasta 1814, San Martín participa con arrojo y capacidad en
diversas batallas. Como lo consigna, por ejemplo, el parte de la batalla de Arjonilla, el 23 de junio
de 1808, en que su valor y ferocidad como mando y combatiente son notorias. En esa guerra de
liberación nacional, conocerá las específicas formas de la lucha de guerrilleros, experiencia que
hará una gran diferencia en su vida y su visión político-militar, ya que le permitirá conocer y
comprender las potencialidades de la lucha armada de todo el pueblo, en la que los factores polí-
ticos juegan un rol decisivo. Esto, junto a la experiencia de las logias masónicas, con sus métodos
altamente organizados y conspirativos, marcará para siempre su innovadora genialidad como
estratega revolucionario en las futuras luchas de independencia en América.
Una afección pulmonar lo tumba gravemente por meses. Son los primeros signos de deterioro
de su salud, producto de toda una vida de incesante lucha y penurias militares y de guerra,
que lo perseguirán acrecentándose el resto de su vida. Para 1811, aunque todavía faltarán tres
años más para la derrota final del invasor francés y el retorno del rey español Fernando VII,
los españoles han recuperado la iniciativa, obtenido decisivas victorias sobre el enemigo y las
Cortes de Cádiz se establecen firmemente como gobierno en lucha y reforma. Sin embargo,
poco después, los franceses recuperan la iniciativa, y, más grave aún, el bando revolucionario
en Cádiz cae en la anarquía, dividido en diversas facciones opuestas, que llevan incluso a la

132
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

disolución de los ejércitos revolucionarios, como el de Galicia, y a la emigración masiva de


liberales y resistentes hacia Inglaterra y América.
San Martín, con 34 años de edad, ha ascendido a teniente coronel del ejército español, ha sido
condecorado como héroe y es un veterano con registro oficial de participación en 31 acciones
de guerra, 29 terrestres y 2 navales, como lo recoge la magistral, imprescindible, biografía de
Norberto Galasso, “Seamos libres. Y lo demás no importa nada. Vida de San Martín” (2000).
Más allá de su lejano origen americano, y de su ya sólido compromiso revolucionario liberal,
es de hecho un español en todo el sentido de la palabra, habla y tiene costumbres de tal. A
pesar y en contra de las innumerables escenificaciones de San Martín que aún en la actualidad
le siguen representando con marcado acento argentino. Notable, en este sentido, es la alta
veracidad histórica con que muestran este y otros rasgos suyos, en la magnífica película argen-
tina “Revolución: El cruce de los Andes” del director Leandro Ipiña del año 2010.

¿Agente inglés?
Súbitamente, decide renunciar al ejército español y embarcarse a su natal Argentina, de la
que salió hace treinta años siendo niño, y que ahora se encuentra en revolución contra el
dominio español. Toda su familia, incluido sus tres hermanos militares, se quedaron para
siempre realistas y en España. Este hecho, aparentemente inusitado y desconcertante, ha
dado pie a toda clase de explicaciones, hipótesis y elucubraciones. Oficialmente, se habla de
un improbable llamado “de la selva” o de “fuerzas telúricas”. Otros, con ignorancia o mala
intención, pretenden que sería por arribismo, al ver mayores posibilidades de ascenso en
América. Y otros, que sería como espía infiltrado español, o como agente al servicio de Francia
o Inglaterra. La verdad incontestable es que la propia práctica posterior de San Martín, los
hechos y acciones de su vida, dejan sin piso todas esas divagaciones.
La tesis del “llamado” “telúrico” subestima el fundamento político y ético de San Martín y le
otorga un viso irracional y aventurero a su vida que no guarda ninguna coherencia con quien
muestra una disciplina y constancia extraordinarias en la consecución de sus ideas y objetivos,
a través de una vida entera al servicio militar y luego otra igual al servicio revolucionario,
por lo que resulta demasiado poco probable. El ascetismo y desprendimiento material de San
Martín son evidentes y están suficientemente documentados - como se verá más adelante
- para desmentir la especulación que pretende atribuirle intereses arribistas. Ciertamente,
San Martín tuvo amistades, algunas de ellas masónicas, con españoles, franceses e ingleses,
pero es una falta de seriedad hacer de ello una supuesta prueba de abandono de principios o
compromisos mercenarios, especialmente con Inglaterra, como ha pretendido cierta difun-
dida calumnia.
También es un hecho que estas potencias, al igual que Estados Unidos y Portugal, tenían sus
propios intereses y disputas en juego en las colonias españolas en América y que en diversos
momentos de las agitaciones y luchas europeas y americanas, San Martín mantuvo o cuando
menos buscó alianzas o colaboraciones tácticas con unos u otros poderes europeos, adversa-
rios de España - y con Estados Unidos -, especialmente con Inglaterra, tal como lo hicieron
Miranda, Bolívar y todos los líderes patriotas. Esto incluye a numerosos agentes de esas
potencias que fueron activos combatientes y aliados en las luchas independentistas de las
colonias de sus potencias rivales. Lo cual era usado por los revolucionarios patriotas como una
necesidad táctica, pero sin comprometer en nada el propio interés en el objetivo estratégico de
la independencia y soberanía, con unidad continental y justicia social.

133
Ricardo Jiménez A.

Es el caso de numerosos combatientes ingleses en las filas de los ejércitos revolucionarios


patriotas, algunos de ellos muy cercanos y hasta sinceros amigos que actuaron como médicos,
consejeros o subalternos de Bolívar, San Martín, Belgrano y otros líderes independentistas.
Esto era natural entonces como lo es siempre en la política real, contingente. Recuérdese
como en su momento se calumnió a Lenin de agente alemán por usar tácticamente el famoso
tren que los alemanes le facilitaron para que llegara a la Rusia de Kerensky, entonces su
enemiga en la primera guerra mundial. Algo así como acusar a los gobiernos progresistas
latinoamericanos actuales de “agentes” por establecer alianzas tácticas con Rusia, China, Irán
o la India, en el objetivo común inmediato del multipolarismo internacional en oposición al
unipolarismo de Estados Unidos, actualmente en decadencia. Ni unos ni otros aliados o cola-
boradores del momento por necesidad táctica, dejan de lado sus objetivos y principios de
largo plazo, estratégicos, diferentes e incluso opuestos, y en ocasiones se pueden encontrar,
precisamente por eso, como enemigos más adelante. Un ejemplo que muestra este complejo y
en ocasiones incierto juego de alianzas tácticas, es el caso de los miles de negros libres prove-
nientes de Haití, entonces todavía colonia francesa, que combatieron en la revolución de inde-
pendencia de las colonias norteamericanas contra Inglaterra, imperio rival del francés. Más
tarde independizaron a Haití de Francia y constituyeron el primer estado anti esclavista del
mundo moderno, ante la hostilidad de los Estados Unidos esclavistas.
San Martín aprovecha estas amistades y estos juegos de alianzas para lograr evadir la lega-
lidad que como soldado español le impedía abandonar España y dirigirse a la Suramérica
en revolución. ¿No resulta natural que aprovechara medios ingleses, en ese momento rivales
de España, para lograr ese fin? Efectivamente, hará la travesía con un pasaporte inglés falso,
gestionado por su compañero masón y amigo personal James Duff, un escocés británico, con
el que compartió la lucha contra los invasores franceses de España y que más tarde sería
nombrado Lord MacDuff, cuarto conde de Fife. Y en viaje marítimo que parte de Inglaterra,
donde ha tomado contacto con las logias conspirativas patriotas, y en fragata inglesa (como
el tren alemán de Lenin). De hecho, Inglaterra en ese entonces quería debilitar al máximo el
poder colonial español para buscar imponer su propio interés comercial sobre ellas, pero San
Martín busca la independencia, la soberanía, la unidad continental y la justicia social.
Para desmentir la calumnia de supuesto agente inglés, ahí está la feroz lucha de San Martín
contra Bernardino Rivadavia y su proyecto político, representante justamente de los intereses
pro ingleses de la oligarquía de Buenos Aires. Ahí está su ácido enfrentamiento a quien él
mismo llama el “Lord metálico”, Lord Cochrane, mercenario al servicio inglés, que buscaba
enfrentar a Bolívar en 1822, siguiendo la política inglesa de independizar las colonias espa-
ñolas, pero dividiéndolas y enfrentándolas entre sí para hacer reinar sus intereses. Ahí está,
en fin, su radical posición, desde el exilio europeo, contra la intromisión anglo francesa en el
río Paraná en 1845, al punto que en su testamento legó su sable personal favorito, una espada
corva que traía de los tiempos de las guerras en África, al general Manuel de Rosas por haber
enfrentado con soberana decisión esa intromisión inglesa y francesa.
Para cerrar este punto, resulta concluyente la lúcida y precisa reflexión del gran historiador
argentino, Norberto Galasso, en su texto ya citado: “No se descubre, pues, nada nuevo al
demostrar el interés británico sobre estas tierras. Pero lo que debemos precisar es en qué
casos existió reciprocidad y hasta sumisión, por parte de políticos americanos (Rivadavia,
Mitre, García, Quintana, De la Riestra) y en qué casos, desde Moreno en adelante, los revo-
lucionarios debieron apoyarse en fuerzas externas - que, aunque no eran aún imperialistas
sí tenían avideces coloniales- pero manteniendo incólumes sus proyectos. Sólo entonces
podrá observarse con nitidez cómo San Martín y Bolívar negocian, en determinadas opor-

134
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

tunidades, e incluso a veces ceden a alguna presión, pero su política total no claudica en sus
objetivos…
No se trata, pues, de “vendepatrias”. Conocen los peligros de las negociaciones con su
majestad británica y sus filibusteros, pero sabiendo que no hay otro país donde recostarse,
avanzan por ese camino peligroso sencillamente porque no existe otro. Al igual que Moreno,
tanto San Martín como O’Higgins y Bolívar son lo suficientemente patriotas como para
correr todos los riesgos -incluso hasta recibir la injuria de ser acusados de entregadores
de la patria- si ese es el precio que hay que pagar para asegurar, de una vez por todas, la
liberación y la unificación de la Patria Grande. Tampoco son tan ingenuos… intentan, a su
vez, utilizar a los ingleses en provecho de la emancipación. La lucha permanente, a lo largo
de sus vidas, por parte de ambos libertadores, así permite afirmarlo”.

Continuidad de proyecto
Más congruente aparece la tesis sostenida por diversos historiadores de que la súbita partida
de San Martín de su vida española para asumir la de revolucionario americano se debe a una
continuidad lógica subyacente de proyecto revolucionario, que asume primero los objetivos
liberales y combate por ellos en la revolución española contra los franceses, y que luego ve una
extensión de la misma lucha ahora en la América colonial que se enfrenta al poder absolutista
español. Cabe recordar que en la época se vive un contexto político complejo, convulsionado y
confuso en términos programáticos, en el que se cruzan, combinan u oponen, la lucha revolu-
cionaria por la reforma liberal y la de independencia anticolonial. Es recién hasta 1814, con la
derrota del invasor francés y el retorno del rey español que en España se produce una restau-
ración reaccionaria absolutista, anulando los decretos liberales y reprimiendo a los sectores
revolucionarios de las Cortes de Cádiz. Recién en 1816, la revolución en las provincias del Río
de La Plata (actual Argentina), declaró formal y expresamente la independencia suramericana
en el Congreso de Tucumán.
En ese complejo y hasta confuso escenario, en que se cruzaban las luchas por la revolución
liberal y por la revolución de independencia, que, en 1819, en España, Rafael del Riego, oficial
militar español comanda una sublevación liberal contra la restauración absolutista e impide
que un gran ejército zarpe hacia las colonias americanas para sofocar la lucha independen-
tista, lo que habría podido prolongar hasta por una década más la guerra en América. En ese
contexto, en no pocos casos, los oficiales y combatientes del bando colonial español en América
eran constitucionalistas, partidarios de la reforma liberal y sostuvieron acerbas luchas con las
facciones absolutistas, en el mismo momento que sostenían la lucha contra los patriotas inde-
pendentistas. Incluso, en muchas ocasiones, terminaron pasándose al bando revolucionario
patriota, justamente por ver agotadas las posibilidades de reformar el poder español desde
dentro. San Martín se inscribe en esa corriente de continuidad de los proyectos revoluciona-
rios, primero liberal y luego independentista liberal ante la tozudez absolutista de España, y
en ese marco se comprende su “súbita” partida de su vida española a su vida americana.

La revolución suramericana
¿Pero a qué revolución llega San Martín a incorporarse? ¿Cuál es exactamente el escenario
político al que llega? Desde la llegada misma de los invasores europeos, los pueblos originarios
de la actual Latinoamérica y El Caribe presentaron permanente resistencia. Desde el primer

135
Ricardo Jiménez A.

combate registrado, presentado por los indígenas Tahínos contra Cristóbal Colón en la actual
Centroamérica, hasta la mayor rebelión anticolonial de Tupac Amaru II, centenares de
luchas en prácticamente todas las colonias, protagonizados por miles de hombres y mujeres,
indígenas, afrodescendientes, mestizos y criollos. Con la invasión francesa de Napoleón a
España y la ausencia de autoridad real, se gatilla el proceso que llevará a las juntas de gobierno
en la península europea y también en sus colonias americanas, que se mueven, a veces
confusamente, entre el reemplazo momentáneo, hasta el retorno, del rey al que se siguen
sujetando, y la franca independencia.
Diversos sectores sociales e intereses se expresan en múltiples corrientes políticas revolucio-
narias en formación. El progresismo de los jesuitas expulsados; los sacerdotes indigenistas;
brillantes ilustrados de los ricos criollos puestos en segundo orden por la metrópoli colonial,
muchos de ellos masones ilustrados o militares al servicio español, que sufren biográficamente
desprecios de casta; los indígenas, afrodescendientes esclavos y todas las mezclas “pardas” del
“común”. Todos ellos buscan un proyecto que va más allá de la pura independencia política de
España y quiere la unión continental, la soberanía y la justicia social.
Frente a ellos, dentro del mismo frente patriota, se agrupan las oligarquías criollas de todos
los actuales países, ligadas a las grandes fortunas terratenientes, esclavistas y del comercio
ultramarino, directamente conectadas con el poder fáctico extranjero, principalmente inglés,
pero también francés, portugués y norteamericano en ciernes.
Sin experiencia de gobernarse, las diversas corrientes alcanzan la fragmentación, a veces
caótica, de los diferentes y a veces opuestos intereses, tanto locales como regionales, de los
puertos, de los centralismos de las capitales administrativas, como de las disímiles castas y
clases sociales. Se elucubra y ensayan, muchas veces desastrosamente, proyectos de organiza-
ción política ideales, sin sustento en las condiciones materiales, prácticas de la realidad, a los
que Bolívar llamó en su famoso “Manifiesto de Cartagena” “repúblicas aéreas” (1812).
En el curso del siglo XVII decantan y se generalizan las ideas liberales revolucionarias euro-
peas, que proclamaban la libertad, igualdad y fraternidad, y que habrán de inspirar en el siglo
siguiente la revolución de independencia de las colonias inglesas en Norteamérica (1776), la
rebelión de Túpac Amaru II (1780), la revolución francesa (1789), el influyente liberalismo
español, y finalmente la revolución de independencia de Haití (1804) contra el poder colonial
francés, la primera en Latinoamérica y además el primer estado santuario anti esclavista del
mundo moderno (1816).
El proceso de las juntas de gobierno americanas, gatillado por la invasión francesa a España,
arranca en 1808 en México y Montevideo (actual Uruguay), ambas claramente partidarias del
absolutismo colonial. En 1809, sin embargo, surgen las primeras juntas autónomas del poder
colonial, en Chuquisaca (entonces Virreinato de La Plata y actual Bolivia), La Paz y Quito. En 1810
se generalizan a prácticamente todas las colonias, con excepción de Perú, firmemente monár-
quica colonial, tras las masivas y genocidas represiones de múltiples rebeliones, que incluyen
la más grande anti colonial de Tupac Amaru II y la expulsión del primer ideólogo independen-
tista, el jesuita Juan Viscardo y Guzmán. A pesar de ello, los patriotas encontraron fuerzas para
declarar su junta de gobierno en el Cusco, en 1814, cruelmente aplastada por el poder colonial.
En 1810, en el virreinato del Río de La Plata (actuales Argentina, Uruguay, Paraguay y parte de
Bolivia), se gesta el proceso de junta más emblemático de todos, cuyo programa resume el de
esa generación selecta de revolucionarios patriotas independentistas: Independencia, sobe-
ranía, unidad continental y justicia social. Se trata de la denominada “revolución de mayo”.

136
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

Liderada por uno de los más grandes de esa generación, Mariano Moreno, llamado - en una
mezcla de odio y admiración de sus enemigos oligarcas - el “sabiecito del sur”, que lamentable-
mente morirá muy temprano; y con cuadros extraordinarios, “los morenistas”, como Juan
José Castelli, su primo Manuel Belgrano y el más trascendente de todos, Bernardo de
Monteagudo.
Con una cierta inercia de colonialidad eurocéntrica, por lo demás lógica e inevitable, se les
ha llamado después como los “jacobinos” de la independencia. Ellos empujan una revolución
que rompe no sólo con el dominio colonial sino con la dependencia, el latifundio y la servi-
dumbre indígena, al proponer un estado empresario, expropiación de las minas, expropiación
y reparto de las concentraciones de tierra, la abolición de las leyes de explotación indígenas.
La confiscación de “fortunas agigantadas en pocos individuos… que sirven de ruina a la
sociedad civil… si bien descontentaran a 5 o 6 mil individuos, las ventajas habrán de recaer
en 100 mil trabajadores”. Este programa revolucionario quedó como un legado ideológico,
todavía vigente y en marcha en aspectos fundamentales, en el ya legendario “Plan de opera-
ciones” de Moreno y en la “Proclama” hecha por Castelli, significativamente, en los vestigios
de la ciudad ancestral de Tiawanaku en la actual Bolivia, el exacto mismo lugar donde hará
lo propio, doscientos años después, el primer Presidente indígena latinoamericano, Evo
Morales. Belgrano llegará a plantear incluso- en paralelo con Simón Rodríguez y Francisco de
Miranda - la educación para las mujeres.
La luz de mayo, ruda y brillante como el fuego, será apagada por las reacciones oligárquicas,
las divisiones internas y la falta de experiencia en el propio frente patriota, la persistencia
del poder militar colonial español, y sobre todo por esa falta de sujeto social, de pueblo, de
ciudadanos conscientes y capacitados, que den base y sustento al proyecto. Moreno, el genial
líder, muere tempranamente a un año de la gran revolución de mayo en 1811, casi con certeza
envenenado, durante un viaje por mar a Inglaterra. Castelli, muere al año siguiente, en 1812,
gravemente enfermo, dolorosamente solo y en la miseria, enjuiciado por las facciones reaccio-
narias que se han hecho con el gobierno patriota de turno. Belgrano, llegará a ser general de
los ejércitos de independencia, creador de la bandera independiente (actual de Argentina) y
amigo personal y compañero de proyecto de San Martín; morirá también enfermo, solo y en la
miseria, habiendo sacrificado la fortuna de su familia, una de las más ricas del Río de La Plata,
en la guerra revolucionaria. Monteagudo, sobreviviente de la masacre represiva que aplastó
la primera junta de Chuquisaca en 1809, sobrevivirá también las veleidades de la guerra revo-
lucionaria y llegará a jugar roles muy importantes como cuadro de San Martín y de Bolívar,
alcanzando a ver coronada la independencia de España; será asesinado en Lima en 1825. Será
considerado el más fiero y cruel de los morenistas, directamente involucrado en asesinatos tan
execrables como el de los chilenos Hermanos Carrera y Manuel Rodríguez. Una de sus decla-
raciones como testigo en el juicio espurio contra su compañero, Juan José Castelli, retrata
la grandeza y limitaciones de este excepcional, apasionado e imperfecto patriota latinoame-
ricano: “Arrójennos la culpa al rostro y gocen con los resultados. Nosotros apareceremos
como los verdugos para que ustedes sean hombres libres”.
Está disponible en internet una película argentina, imprescindible y hermosa, sobre Castelli
y los morenistas, “La revolución es un sueño infinito”, del director Nemesio Juárez, del año
2010. Un diálogo de Castelli en el filme resume el proceso de tergiversación de la indepen-
dencia y la democracia, con palabras que nos hablan de la difícil y dolorosa trayectoria de
nuestros pueblos a través de masacres populares, dictaduras militares y la sombra de la inva-
sión norteamericana hoy sobre Venezuela, sedienta de sangre y petróleo: “Aquí, el contrato
social de Rousseau fue suscrito por asesinos”.

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Ricardo Jiménez A.

El empate
Para cuando San Martín llega a la revolución del Río de la Plata, ésta se encuentra en un
empate con el poder militar español. Los colonialistas no logran aplastar el gobierno patriota
y éste no puede tampoco hacer lo mismo en el Perú. Dos líneas de frontera, con avances y
retrocesos a ambos lados se establecen, una en el norte en las zonas de Salta y Tucumán,
con límite en el Alto Perú controlado por los colonialistas desde Lima. Allí brilla Martin
Güemes, renegado de su aristocracia criolla, comandante popular de una incontenible guerra
de guerrillas contra los realistas en la frontera norte, los famosos “escuadrones de salteños” y
su “guerra gaucha”, en cuyos informes escribe: “¿No he de alabar la conducta y la virtud de
los gauchos? Ellos trabajan personalmente y no exceptúan ni aún el solo caballo que tienen,
cuando los que reportan las ventajas de la revolución no piensan otra cosa que engrosar
sus caudales”. Güemes morirá tempranamente en combate. En ese frente nace también una
leyenda: Juan Antonio Álvarez de Arenales, “el Hachado”, militar nacido español,
vuelto revolucionario en la Junta de Chuquisaca, prisionero, fugado, vuelto a apresar y libe-
rado varias veces, en los vaivenes de la guerra. Magnífico comandante guerrillero, a quien se
le otorga la ciudadanía argentina por su notable papel en la batalla de Salta en 1813. Que, en la
batalla de La Florida, de 1814, en afiebrada persecución del enemigo, no se da cuenta y queda
solo con ayudante contra once soldados realistas, a los que combaten con furia, hasta morir
el ayudante salvándole la vida y caer aturdido Álvarez de Arenales, habiendo matado a varios
enemigos y recibiendo trece graves heridas, varias de ellas que atravesaron su cara y cabeza;
tras ser dado por muerto por los enemigos y por el médico al que le llevaron tras encontrarlo
varias horas después sus compañeros, finalmente, sobrevivió, para recibir su afamado apodo
y para acompañar a San Martín en las guerras de liberación de Chile y del Perú.
El otro frente, en el oriente, hacia los actuales Uruguay y Paraguay, en que se lucha con fuerzas
realistas españolas, y en ocasiones con pretensiones anexionistas portuguesas desde Brasil y
facciones independentistas regionales pero contrarias al gobierno de turno en Buenos Aires.
Más o menos estables estos frentes militares, el gobierno revolucionario en Buenos Aires se
encuentra, por el contrario, en inestabilidad. La falta de experiencia en la administración y
los disímiles intereses y facciones generan una sucesión de gobiernos de turno, más o menos
efímeros y tumultuosos. Sobre todo, las tensiones entre las provincias del interior - especial-
mente las orientales, lideradas por el extraordinario revolucionario José Artigas, uno de los
más avanzados de esa generación - y el centralismo egoísta de Buenos Aires, desgarran la
unidad y consumen esfuerzos en querellas internas, en medio de la lucha estratégica contra
los coloniales. Desde el comienzo, San Martín, en un rasgo característico de su personalidad
que se mantendrá siempre, se abstiene de participar en las luchas internas de facciones y se
concentra con devoción religiosa a su tarea estratégica: romper el empate y ganar la guerra
revolucionaria al colonialismo absolutista.

“Los hermanos”
Para lograr ese objetivo, junto a su fundamental formación político-militar, San Martín cuenta
también con los métodos conspirativos tomados en la masonería. Llamada también franc-
masonería, fue de hecho una fuerza ideológica y organizativa gravitante en los sucesos de la
independencia colonial. Aunque es un hecho bien conocido que la masonería y la lucha por la
independencia se cruzaron, los contornos de este cruce son difíciles de precisar con exactitud
y existen muchos puntos en controversia. A ello ha contribuido el riguroso secretismo propio

138
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

de su actividad, como lo muestra el propio San Martín, quien todavía muchos años después de
la lucha, en su destierro europeo, contestaba, a un amigo investigador que le pedía datos de
la antigua logia Lautaro, lo siguiente: “No creo conveniente hable usted lo más mínimo de la
logia de Buenos Aires: éstos son asuntos privados y que aunque han tenido y tienen una gran
influencia en los acontecimientos de la revolución de aquella parte de América, no podrían
manifestarse sin faltar por mi parte a los más sagrados compromisos” (Carta de San Martín
al general Miller, 1837).
Al mismo tiempo se ha generado, repetido e instalado una historia poco rigurosa o inexacta,
pero mitificada en torno a las dos famosas logias patrióticas europeas originarias. La de Londres,
Inglaterra, que habría sido fundada en 1797 por Francisco de Miranda, en una casa que por su
actividad era llamada de la “Diputación Venezolana”. Muchos de sus miembros serán también
fundadores e integrantes de la otra logia patriótica, la de Cádiz, puerto de España que era uno de
los más activos hormigueros de agitación liberal, llamada “de los caballeros racionales”. En ellas
habrían hecho escuela ideológica conspirativa innumerables cuadros y dirigentes de la revolu-
ción patriota en Latinoamérica. Sin embargo, las pruebas documentales de ello son débiles y
ambiguas, en ocasiones erradas y más bien parecen mostrar la existencia de un flujo de contactos
y diálogos, heterogéneo y poco orgánico de personas en torno a la figura simbólica e ideológica de
Miranda, que posteriormente ha sido idealizado y magnificado (Carmen Bohórquez, “Francisco
de Miranda. Precursor de las independencias de la América Latina”. 2006). En cualquier caso,
se trata de un fenómeno relevante con el cual San Martín tomó contacto en Cádiz cuando residía
ahí y en Inglaterra durante su escala de viaje hacia el Río de La Plata.
Lo que sí se sabe con certeza es que en las colonias españolas en lucha se formaron logias
patrióticas, orgánicas y militantes. Y está claro que no fueron masónicas, “oficiales”, puesto
que estaban centradas en la militancia independentista, lo que parcializa con la política contin-
gente los ideales generales, de tipo trascendental, de la masonería. Así lo muestra el hecho de
que hubiera masones luchando en los dos bandos enemigos, patriotas y realistas. También
el hecho de que “hermanos” masones patriotas se organizaron en logias adversarias, incluso
enemigas, como ocurrió con la enconada pugna entre los “carreristas” chilenos y la “logia
Lautaro” de San Martín y O’Higgins, terminada cuando la segunda asesinó a los primeros. Y,
por último, el hecho de que en cada logia se produjeron pugnas y desplazamientos internos,
como ocurrió con la propia logia Lautaro, donde San Martín y O’Higgins fueron finalmente
desplazados. Las logias patrióticas eran, en suma, una especie de prototipos de partidos polí-
ticos, organizaciones operativas para la conspiración y la acción revolucionaria, que hizo uso
útil de toda la estructura masónica, especialmente apropiada para esa lucha, pero autónoma
de la organización oficial internacional.

Ejército y matemáticas
El “establecimiento” o “escuela” de “matemáticas” es el nombre clave que usarán los mili-
tantes para referirse a la logia. Y esa misma figura, la que usará para definir su concepción
político-militar: “No hay ejército sin matemáticas”. Un santo y seña de orden, de sistema, de
alta dedicación y eficacia, que no puede llegar en mejor momento. San Martín no sólo es uno
de los pocos, casi únicos, militares profesionales con que puede ahora contar la revolución,
sino que, en términos militares, el bando patriota es una desorganización completa.
Como el Toqui Mapuche Lautaro, a quien tanto admira, será el crucial maestro formador de
un verdadero semillero de cuadros político militares, que dará numerosos y notables oficiales

139
Ricardo Jiménez A.

a los ejércitos patriotas suramericanos. Un reformador que nutrido, como aquel líder militar
mapuche, de los más acabados conocimientos del enemigo, los adaptará creativamente,
justamente, para vencerlo. Enseñando técnicas que ni los más avanzados oficiales españoles
enemigos conocían, a combinar las comunicaciones, los factores psicosociales y las técnicas
de inteligencia, las batallas regulares con las partidas guerrilleras. Forma el primer ejército
de caballería granadera, y más tarde el Ejército de los Andes, con los que habrá de liberar
Argentina, Chile y Perú. Cientos de sus cuadros y tropas – a cada uno ponía un “nombre de
guerra” - se unirán después al ejército de Simón Bolívar, fundiendo todos los brazos libertarios
del continente en las batallas de Riobamba, Pichincha, Junín y Ayacucho. Para la consolida-
ción estratégica crea la organización política conspirativa, la Logia Lautarina, cuyos cuadros
y rigurosos métodos clandestinos, permitirán vencer las colosales dificultades para lograr el
proceso de independencia.
Casado con una muy joven hija de familia oligarca, en ocasión de visitar su casa, lo sientan
a la lujosa mesa con notables invitados y mandan a su edecán a la cocina, San Martín sin
decir palabra tomó su plato y se va a la cocina a comer con su edecán, dejando perplejos a los
comensales. Normalmente comía de pie y con los soldados y no en la mesa de los mandos.
Dormía siempre en un pequeño catre móvil de campaña y cubierto de ponchos andinos. Serio
y frugal como Sucre, “implacable en el combate, generoso en la victoria” (para usar la frase
de Carlos Fonseca Amador, fundador y mártir del Frente Sandinista de Liberación Nacional
de Nicaragua, muerto en combate en 1976), el historiador argentino Ricardo Rojas, lo llama
“El santo de la espada” (1978). Lo dio todo por la libertad de América. “Es llegada la hora de
los verdaderos patriotas… ni es tiempo de exhortar a la conservación de las fortunas o de
las comodidades familiares. El primer interés del día es el de la vida: este es el único bien
de los mortales. Sin ella, también perece con nosotros la patria. Basta de ser egoístas… A la
idea del bien común y a nuestra existencia, todo debe sacrificarse. Desde este instante el lujo
y las comodidades deben avergonzarnos… Desde hoy quedan nuestros sueldos reducidos
a la mitad… Yo graduaré el patriotismo de los habitantes de esta provincia por la genero-
sidad… Cada uno es centinela de su vida” (1815). Públicamente, para dar el ejemplo, hace a su
esposa donar todas las joyas y vestidos que le regalaba su familia oligarca a favor del ejército
revolucionario.
Decidido independentista, hace campaña para terminar con las vacilaciones de los patriotas
argentinos que aún no se resignaban al paso libertario definitivo, la declaración de indepen-
dencia. La que finalmente se logra en 1816. “¿Hasta cuándo esperamos para declarar nuestra
independencia? ¿No es una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener pabellón y cocarda
nacional, y, por último, hacerle la guerra al soberano de quien se dice dependemos… Los
enemigos (y con mucha razón) nos tratan de insurgentes, puesto que nos reconocemos vasa-
llos… Si esto no se hace, el Congreso es nulo en todas sus partes, porque reasumiendo la
soberanía, es una usurpación que se hace al que se cree verdadero soberano, es decir, al
rey de España” (1816). Buscaba la independencia, no sólo política y económica sino también
mental, cultural, ya retirado, en su chacra de Mendoza, engaña a dos de sus amigos generales
patriotas, Mosquera y Arcos, haciéndoles probar vinos en una cena, cuyas etiquetas cambia a
propósito. Ambos encuentran bueno el vino mendocino, pero el español lo consideran, “lejos”,
“el mejor”. San Martín, les da a conocer el cambio previo de etiquetas y les dice: “Caballeros,
ustedes de vino no entienden un diablo y se dejan alucinar por rótulos extranjeros”.
Establecido un empate de hecho, en que los realistas no logran retomar Argentina, pero los
patriotas tampoco pueden vencer en Perú, el genial estratega concibe lo “impensable”, atra-
vesar con un ejército masivo la cadena montañosa de Los Andes, libertar a Chile, bajo dominio

140
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

realista, y atacar el Perú por mar desde el Pacífico. Le tomará años lograr vencer las mezquinas
miras de las oligarquías locales, o las incomprensiones de quienes no lograban seguirle tan
lejos, tanto en Argentina, en primer lugar, como en Chile, después, para concretar el proyecto.
Comenzó en su verdadera “comuna liberada” de Cuyo, provincia argentina en la frontera
andina con Chile, a la cual logra ser destinado como Gobernador. Allí, literalmente, de la
nada, levanta un ejército, en el que funde a los transitoriamente derrotados patriotas exiliados
chilenos. Atraviesa con él, en 24 días, cinco cadenas montañosas, con temperaturas bajo cero
en las noches, donde dormían en la roca, cargando a mula y a fuerza de brazo 22 piezas de
artillería pesada, soportando las tormentas de granizo y el “soroche”, ahogo por las alturas
andinas, a más de 3500 metros de altura. Fundió las campanas de las iglesias para hacer
balas y cañones, los cuales hizo cruzar, con toda clase de aparejos, las montañas nevadas. El
cura franciscano Luis Beltrán, cuyo patriotismo lo llevó a ser capellán militar rebelde, y cuyos
conocimientos de ciencias exactas, naturales y mecánicas lo convirtieron en jefe del parque
de artillería, al mando de 700 hombres, en el Ejército de Los Andes, ante la orden y el desafío
de hacer volar los cañones por encima de las cordilleras, respondió: “Quiere, el general San
Martín, alas para los cañones, pues las tendrán”. En el mismo momento, otro sacerdote, el
fraile Zapata, predicaba en Chile contra los revolucionarios: “Herejes detestables, abortos del
infierno, enviados de Satanás, individuos sedientos de sangre y robo… no han de llamarle al
caudillo rebelde ‘San’ Martín, porque no es santo, sino Martín a secas”.
El plan funcionó y en 1818 se liberó definitivamente a Chile. San Martín rechaza el gobierno,
ofrecido por la población de Santiago y este pasa a O´Higgins, héroe y herido en la jornada.
Quién será el artífice, en contra de la fiera hostilidad de la oligarquía chilena, de la “expedi-
ción libertadora del Perú”, que corone el plan estratégico de San Martín. Para 1819, estalla la
anarquía completa en Argentina. Para entonces, en Buenos Aires se había reformado comple-
tamente la “Logia” Lautarina, derivando en una prácticamente nueva llamada “provincial”
y cuyos objetivos eran opuestos a los originales de independencia, soberanía, unidad conti-
nental y justicia social. Proceso que llevará más tarde al gobierno de Pueyrredón, que cederá
finalmente a los intereses y exigencias de las familias comerciantes de Buenos Aires, ligadas
al mercado mundial y privilegiadas con el monopolio del impuesto aduanero, traicionando el
proyecto de unidad. Al respecto, ya en 1822, el chileno Bernardo O´Higgins le informaba a San
Martín: “Esta institución, traicionada por muchos de sus miembros... Sus objetos son muy
diferentes y su eje principal el provincialismo. Aquellos amigos que mirábamos en grande
el bien de América y nos habíamos declarado contra esas ideas mezquinas... quedamos
excluidos”.
Aunque su Logia lautarina y la Logia de los Carrerinos en Chile, también patriota, se adversan
amargamente, hasta la virulencia, San Martín intentó hasta el final lograr la unidad o al menos
el respeto entre ambas, infructuosamente. Para sorpresa de todos, propios y ajenos, entabla
vínculo personal e integra en el plan de guerra para liberar a Chile a Manuel Rodríguez, joven
y mítico guerrillero patriota chileno, militante del bando carrerino. Finalmente, San Martín
no podrá evitar el asesinato cobarde por parte de la Logia lautarina del joven caudillo, cuando
se exacerbaron las pugnas y odiosidades, especialmente con Bernardo O’Higgins y Bernardo
de Monteagudo. La extraordinaria chilena “Manuel Rodríguez. Hijo de la rebeldía”, del año
2007, dirigida por Cristián Galaz, Gustavo Graef-Marino y Ricardo Larraín, muestra con rigu-
rosidad histórica este proceso. La película parte de la miniserie de TV “Héroes”, que incluye
otras películas sobre José Miguel Carrera y Bernardo O’Higgins (también Diego Portales),
cada una con rigor histórico y altura de miras patriótica para hacerse cargo, sin caer en la
superficialidad y las bajas pasiones, de las trágicas odiosidades de estos grandes libertadores.

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Ricardo Jiménez A.

Bernardo O’Higgins será su gran amigo y compañero hasta el final de sus días de San
Martín. El chileno exiliado que fue su socio en el proyecto de Los Andes y la expedición al
Perú, a pesar de ser radical republicano y no consentir con las salidas monárquicas que San
Martín llegó a considerar. El “huacho”, como lo llamaba la rancia aristocracia chilena, que no
le perdonó nunca haber ordenado arrancar sus ostentosos escudos familiares de nobleza de
las puertas. “Sólo los hijos sin méritos propios, se visten con el ropaje de los antepasados”,
había dicho el sabio griego Plutarco y les recordaba O’Higgins. Como la jerarquía de la iglesia
no le perdonó la creación del “Cementerio General”, que rompió su monopolio aristocrático
de las tumbas en las iglesias para los vecinos decentes, mientras los pobres eran enterrados en
un par de peladeros de Santiago, y los “protestantes” en los baldíos del Cerro Santa Lucía. Que
hablaba mapudungun y reconoció como territorio autónomo el de la nación mapuche, insta-
lando incluso un cónsul en la zona. La misma que las “democráticas” oligarquías arrasarían
a sangre y fuego unas décadas más tarde, haciéndola escuela de genocidio para los mandos
militares que más tarde cometerían los mismos crímenes en Perú.
El “dictador” lo llamaban, por imponer el gasto de la “expedición libertadora del Perú”, que
habría de asegurar su propia y avariciosa independencia. “Tres barquichuelos dieron a los reyes
de España la posesión del nuevo mundo, ahora de estas cuatro tablas penden los destinos
de América” (1820). El “antipatriota” porque veía la Patria más allá de sus feudos y estancias.
Desterrado finalmente, residió en Perú, se puso bajo las órdenes de Bolívar en la campaña de
Ayacucho y se le ofreció después como voluntario para el viejo proyecto del Libertador de ir a
liberar a Cuba, con estas palabras: “Acompañarle y servirle bajo el carácter de un voluntario
que aspira a una vida con honor o a una muerte gloriosa y que mira el triunfo del general
Bolívar como la única aurora de la independencia en la América del Sur” (1824). Rememoraba
las palabras que lo habían hecho famoso, “¡O vivir con o honor o morir con gloria, el que sea
valiente que me siga!”, al romper el mortal cerco realista en el desastre patriota de Rancagua en
1814. La misma valentía que lo llevó, “más allá de sus órdenes” a comandar la temeraria carga
contra las fuerzas realistas que decidió la batalla de Chacabuco en 1817. Pero Bolívar ya estaba
declinando y la empresa quedó trunca. O’Higgins vio impotente a la oligarquía chilena matar la
idea latinoamericana. Murió tratando de regresar a Chile en 1842.
Cuando San Martín libera Chile, el cabildo de Santiago, controlado por la más rica oligarquía,
le regala en agradecimiento el premio de una fortuna en dinero, San Martín comprendiendo
que se trata de un sutil soborno para comprarlo al servicio de sus intereses, lo agradece y en
el mismo acto lo dona completo para fundar la primera Biblioteca Nacional, que aún hoy está
al servicio de la cultura del pueblo chileno en el centro de esa capital. Como el Che Guevara,
era un asceta, que rehuía la pompa y las fiestas, aunque gustaba sobremanera de la música
y la pintura, practicando él mismo la guitarra y el pintado de acuarelas, incluso diseña el
uniforme del ejército de granaderos, el estandarte del Ejército de Los Andes y la bandera del
Perú. Que renunciaba porfiadamente a cargos y prebendas con la incomprendida obsesión
de llevar la revolución a otras tierras. Que preparaba su propio café todas las mañanas, que
hacía una sola comida diaria, de pie y en la cocina con la tropa. Que arrastraba, ascético,
como “en estado de gracia” - al igual que el “guerrillero heroico” hacía con su asma -, tubercu-
losis, reuma, gota y otras graves enfermedades, en medio de batallas, agrestes campamentos y
largas marchas, y cuyos dolores invalidantes lo llevaron a ser opio dependiente, condición de
la que hacen escarnio, burla y calumnia sus enemigos y que ha pretendido ocultar la moralina
oficial conservadora.
En 1819, el gobierno argentino de turno, en medio de la anarquía, llama a San Martín y
su Ejército de Los Andes, que se encuentran en Chile, para reprimir el descontento en las

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

provincias por el despótico centralismo del gobierno de Buenos Aires. San Martín se niega:
“El general San Martín jamás desenvainó su espada para combatir a sus paisanos”. Queda
entonces, literalmente, con un ejército, pero sin un estado que lo respalde, justo cuando está
a punto de realizar la segunda fase de su plan, la expedición libertadora del Perú. Harto de las
desavenencias y pugnas internas cuando aún no se libraba al continente del poder colonial,
escribe: “La paz y la unión entre caudillos vale por cien victorias… Las divisiones nos arras-
tran al sepulcro”. Sorprendido en Chile, al mando de un ejército sin mandato formal estatal,
reúne a todos los oficiales del mismo en Rancagua y hace leerles un informe de los hechos
donde además renuncia. Unánimemente, éstos lo confirman en el mando y en el plan, senten-
ciando: “la autoridad que recibió el general de los Andes para hacer la guerra a los españoles
y adelantar la felicidad del país no ha caducado ni puede caducar, pues su origen, que es la
salud del pueblo, es inmudable” (2 de abril. 1919).
Parte al mando de la expedición al año siguiente. Las condiciones en el continente son
adversas o dudosas, su inferioridad numérica y material es de dos a uno, cuando menos, pues
apenas si ha logrado, con O’Higgins, arrancar ese número a la oligarquía chilena para armar
la escuadra. Para colmo de males, la peste al llegar a Perú le causa más bajas que cualquier
enemigo, cerca de la mitad de sus hombres, hasta 100 bajas en un solo día. El genio político
militar eleva al máximo los factores políticos militares por medio de la “Guerra de zapa”, cuyas
máximas armas son la red de espías conspiradores y la imprenta, y cuyo principio fundamental
es la predominancia del factor político como condicionante del militar: “las armas no pueden
avanzar un solo paso más allá de la opinión”, le había enseñado hace muchos años atrás el
general Manuel Belgrano, su amigo y compañero. La red de espías, encabezada por el brillante
Bernardo de Monteagudo, cultísimo y radical veterano sobreviviente de los alzamientos inde-
pendentistas de Chuquisaca y Buenos Aires, aunque polémico por sus rasgos autoritarios en
contra de otras facciones adversarias dentro de los propios revolucionarios, contaba también
entre sus cuadros con geniales mujeres jóvenes como la quiteña Manuela Sáenz y la guayaqui-
leña Rosa Campusano, que llegó a ser la compañera sentimental de San Martín.
Los factores psicológicos y sociales son claves en la estrategia. Otorga libertad en las costas a
todos los negros esclavos que se unan a la lucha. Agita y arma a los indígenas de la sierra. Pone
cerco a la ciudad capital y a su puerto. Intensifica el desgaste psicológico. El uso de espías en
Lima para agitar los descontentos. Las negociaciones y llamados “liberales” contra la monar-
quía absolutista restaurada en España. Hace concesiones, incluso ganó simpatías en las tropas
enemigas. Suple así la desventaja militar con la ofensiva política diversa, extendida, la combi-
nación de todas las formas de lucha. Prontamente, la inteligencia paciente da resultados: gana
una batalla, se subleva un batallón realista, es destituido un virrey absolutista y reemplazado
por uno liberal. La opinión pública se inclina rápidamente de realista a patriota. “No dar
un solo paso más allá de la marcha progresiva de la opinión pública… En la expectativa
segura de este momento, he retardado hasta ahora mi avance… He estado ciertamente, día
a día, ganando nuevos aliados en los corazones del pueblo. En el punto secundario de fuerza
militar, he sido por las mismas causas igualmente feliz, aumentando y mejorando el ejér-
cito libertador, mientras el realista ha sido debilitado por la escasez y la deserción” (1821).
Finalmente, entró, sin disparar un tiro, en la capital peruana, en julio de 1821, y proclamó su
independencia. Muy pronto ocurrirá lo mismo, de similar modo, con la fortaleza del Callao.
Aunque era por excelencia un estratega que sabía que lo político siempre condiciona lo militar,
no le faltaban la audacia y el coraje, cuando la situación le exigía. En medio de las vicisitudes
de la guerra peruana, con la amenaza de una eventual nueva gran flota española en camino,
propone a su entrañable amigo O’Higgins, entonces en el gobierno de Chile, la idea de que

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Ricardo Jiménez A.

junten los pocos barquitos que ambos tienen y vayan atacar a la misma España, consciente
que jamás podrán vencer ni mucho menos, pero como un golpe político militar psicológico
a la población española, llevando la guerra a su propio territorio para forzar a su gobierno a
negociar la independencia. La idea, impensable para todo el mundo, no llegó a concretarse,
pero hasta qué punto llegaba la audacia, el coraje y el compromiso militante y combatiente con
la primera independencia.
Al mando de un gobierno transitorio como “protector” del Perú, y aún en guerra con el ejército
realista replegado, pero fuerte todavía, en la sierra peruana y en el Alto Perú, actual Bolivia,
emprenderá la obra de construcción liberal en el seno de aristócratas, nobles y jerarcas ecle-
siales, que seguían siendo muchos de ellos embozadamente realistas. Abolió, “por atentato-
rios a la naturaleza y a la libertad”, la servidumbre de los indios, encomiendas, mitas, y yana-
conazgos. También la esclavitud, la inquisición, la censura previa a la imprenta, los azotes en
las escuelas y las torturas en las cárceles. Creó una Biblioteca pública a la que donó sus libros.
Instauró la división de poderes y las garantías individuales.
Derrocado su ministro Monteagudo por la oligarquía limeña, renuncia al cargo de Protector,
llama al primer congreso nacional y pasa todas sus tropas a Bolívar. Muerta su joven
esposa de enfermedad, San Martín se dedica a cuidar a su pequeña hija. Renuncia a toda inter-
vención política y militar. Desterrado, finalmente, de Argentina, Chile y Perú, los países que
había liberado, se exilió en Europa. Las turbulencias de aquellos países, hacen que muchos le
busquen, le ofrezcan, le llamen a intervenir. Les responde a todos con desprecio y con tristeza.
“El Perú se pierde, sí, se pierde irremediablemente, y tal vez la causa general de América…
Este es el desgraciado destino que espera a los patriotas” (1822). Sólo cuando en 1838 y
1845 los imperios francés e inglés agredieron a la Argentina, San Martín, aunque era opositor
al gobierno dictatorial de Juan Rosas en su país, se ofreció para ocupar cualquier puesto y
desempeñar cualquier tarea en la defensa de la independencia amenazada. Tras su muerte en
1850, testamentó el regalo de su sable libertario a Rosas, como reconocimiento de su decidida
resistencia a las intervenciones franco inglesas.

144
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

X
La zamba, el indio y el huacho

En el año 2006, la Cámara de Diputados de la Nación Argentina declaró de su interés y reco-


mendó al poder ejecutivo facilitar la investigación científica histórica del “origen mestizo” de
San Martín. Seis años antes, importantes sectores intelectuales y políticos habían solicitado
formalmente al estado argentino que se realizarán pruebas de ADN a los restos de San Martín
para esclarecer su filiación. Aunque la prueba de ADN a restos de personajes históricos,
es algo aceptado mundialmente, como ha ocurrido entre otros casos con los restos del rey
francés Luis XVII, Cristóbal Colón, los zares de Rusia, o el presidente norteamericano Thomas
Jefferson, las autoridades argentinas se han negado a hacer la prueba a los de San Martín y
sectores oficiales de la historia y la política argentina han calificado de ofensiva la solicitud.
La base de esta polémica se encuentra en la debilidad y duda que caracterizan a los datos
biográficos filiales de San Martín. La historia oficial lo consigna como nacido en 1778, hijo de
madre española y padre también español, un oficial militar de bajo rango, en Yapeyú, zona
indígena guaraní, en el pasado colonial parte del Paraguay y hoy de la provincia argentina de
Corrientes.
Sin embargo, son numerosos los vacíos y contradicciones de esta información entre las fuentes
históricas. Pérdida su acta de nacimiento, la fecha y hasta el año del mismo varían entre 1778
y 1783. A la madre se le atribuyen dos nombres de pila distintos, además de un posible origen
criollo y no español. A ella y al padre hay quienes les atribuyen rasgos de riqueza y hasta de
nobleza, aunque se sabe con certeza que eran de situación modesta. Aunque no se discute su
nacimiento e infancia en la ex misión jesuítica guaraní de Yapeyú, no se conoce con certeza el
lugar exacto donde transcurrieron. Pero la duda de mayor trascendencia y polémica, que ha
llevado a solicitar la prueba de ADN para sus restos, es la de que sus verdaderos padres serían
otros. Un militar y funcionario colonial español diferente y una indígena guaraní, que la tradi-
ción oficial reconoce como su cuidadora indígena de la infancia. San Martín sería entonces un
mestizo, de sangre española e indígena, un hijo en realidad gestado fuera del matrimonio y
asumido como propio legalmente por padres adoptivos. Importantes investigaciones, basadas
en testimonios de los posibles verdaderos familiares consanguíneos, han sido publicadas al
respecto (Hugo Chumbita. “El secreto de Yapeyú. El origen mestizo de San Martín”. 2001). Y
vienen a coincidir con la abrumadora e inequívoca evidencia histórica de que el fenotipo de
San Martín no era “blanco”, como pretenden los historiadores oficiales, sino de piel oscura o
morena (Hugo Chumbita y Diego Herrera-Vegas. “El manuscrito de Joaquina: San Martín y el
secreto de la familia Alvear”. 2007).

145
Ricardo Jiménez A.

La importancia del color de piel


Pero, si estos vacíos y disputas sobre los datos de origen de San Martín, no varían en nada los
hechos de su práctica y reflexión revolucionarias independentistas, ¿por qué la polémica sobre
el color de piel de San Martín y su posible origen mestizo resulta de hecho tan importante y
genera tantos debates y sentimientos encontrados? La respuesta está en la particular identifi-
cación que la etnia, fenotipo o color de piel, bajo la denominación de “raza”, y estrechamente
asociada a la cultura de un pueblo, ha tenido con la clase, económica y social, en el orden
social mundial, moderno y euro céntrico, que se gesta precisamente a partir de la colonización
de América Latina. Un proceso que el pensador peruano Aníbal Quijano describió y caracte-
rizó como “colonialidad”, en el sentido que esa identificación de etnia y clase ha perdurado
jerarquizando el mundo capitalista hasta nuestros días, más allá de la pura dominación “colo-
nial” política, que en nuestro caso terminó con la primera independencia (Aníbal Quijano.
“Colonialidad del Poder, Eurocentrismo y América Latina”. 2000).
En lo esencial, se trata de una Europa que se conforma como poder hegemónico mundial en
lucha económica, militar y simbólica, contra y sobre la dominación del oriente, la India, el
Asia, el África y finalmente América. En el caso del poder colonial español, se trata de una
marcada impronta cultural racista configurada en la lucha misma por crear España a partir de
la eliminación del territorio de los “moros” (árabes musulmanes) y judíos. La sociedad espa-
ñola poseía rigurosos registros legales y severas persecuciones para garantizar esta racialidad
de la estructura social. Un ejemplo de ello es el de Luis de Santángel, secretario del Rey español
que aportó el dinero para financiar la expedición naval de Cristóbal Colón que le llevaría hasta
América, quien era un judío converso que gozaba de un “estatuto legal de pureza de sangre” que
lo protegía del Santo Oficio.
En la América colonial española, esa herencia socio legal en conjunto con la variada mezcla
biológica de españoles, indígenas y afrodescendientes, trajo como consecuencia un entramado
complicado de “castas”, en que se identificaban la etnia y la clase social, económica y legal, defi-
niendo los derechos, deberes y prerrogativas de cada cual, según un cálculo de la “racialidad” de
la sangre, hecho en base a los ancestros. En la cúspide, los “blancos puros”. Peninsulares espa-
ñoles privilegiados con los más altos cargos y prerrogativas. Más abajo, los blancos criollos, hijos
de españoles nacidos en América, que eran “blancos indianos”, sin derecho a la nacionalidad
española plena, ni a los altos cargos del gobierno colonial, la iglesia y el ejército. Algunos, los más
ricos, con títulos nobiliarios heredados o comprados. Otros, de estratos medios, con cargos más
o menos altos en la iglesia, el ejército, la administración, el comercio o las profesiones.
Por debajo de ellos, los “pardos”. Amalgama compleja de indígenas, afro descendientes,
esclavos o “libertos” (vueltos libres por pago que ellos mismos ahorraban de mil maneras y
pacientemente, o por el deseo de sus amos), y todas sus mezclas: mestizos, mulatos, zambos,
etc. Llamados simplemente en la época “el común”. Todos además de diferenciado estatus
interno, según una serie de jerarquías legales, étnicas, económicas y simbólicas, que ponían
a su vez a unos debajo de otros, de acuerdo a la mayor o menor “blancura” de la sangre. Los
cálculos y mezclas llegaron a extenderse hasta lo inverosímil, al menos en el registro legal,
alcanzando hasta cuarenta categorías o jerarquías legales de “castas”, con nominaciones tan
reveladoras como “tercerón”, “cuarterón”, “quinterón”, “castizo”, “apiñonado”, “coyote”,
“cambujo”, “salta atrás” y “tente en el aire”, entre otras.
Como parte de las eufemísticas “reformas modernizadoras” borbónicas, una serie de medidas
dictadas por la decadente y endeudada corona española para agudizar la extracción de exce-

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

dentes económicos a las colonias, el rey Carlos IV dicta en 1795 la Real Cédula de gracias al
sacar. A la usanza de los “certificados de limpieza de sangre”, otrora exigidos en España a
moros y judíos, eran exenciones a los mandatos de la ley, entre otros los de exclusión y segre-
gación de castas, previo pago económico. Para los pardos que por una u otra razón se habían
enriquecido, significaba un “certificado de blancura” que les permitía legalmente conseguir un
cargo público, la entrada en el ejército, la compra de caballos, caminar por las veredas, etc.,
según fuera el caso y el monto del pago (Luis Navarro. “El sistema de castas. Historia general
de España y América: los primeros Borbones”. 1989).
Se configuró así en las colonias españolas un andamiaje legal y socio cultural laberíntico y
complejo en que se ubicaba cada uno de los habitantes de América al estallar la revolución
anticolonial. Andamiaje cuya explosiva destrucción podría resumir todas las razones y el
programa completo de la revolución de independencia. Es en ese contexto que tanto la racia-
lidad, expresada entre otros factores en el color de la piel, como la “legitimidad” de naci-
miento, establecida legal pero también simbólica y moralmente, jugaban un rol crucial en
la sociedad colonial americana y, como lo ha señalado Quijano, lo seguirán jugando en las
repúblicas actuales hasta hoy. De allí la importancia del color de la piel de San Martín y más
aún de su posible origen mestizo.
Así como dios crea al ser humano a imagen y semejanza en la metáfora bíblica, las oligar-
quías dueñas de las repúblicas nacidas de la traición al proyecto independentista de San
Martín y su generación revolucionaria, luego de derrotarlo, exiliarlo y calumniarlo, cuando
ya estaba muerto y olvidado su verdadero proyecto, cuando ya no representaba un peligro
político, procedieron a crear un San Martín a su imagen y semejanza, monárquico, conser-
vador, reaccionario, chovinista, elitista y muy importante, blanco. La airada incomodidad de
la Argentina oficial oligárquica con la posibilidad de un San Martín mestizo, hijo de india
guaraní, puede comprenderse si se piensa que en el preciso momento en que la Argentina
oficial intenta cometer “el crimen perfecto”, convertir a su principal enemigo en “padre” de la
falsa patria que ha impuesto, trayendo los restos de San Martín desde Europa donde vivió su
largo exilio, en el año 1880, estaba al mismo tiempo cometiendo el genocidio de los pueblos
indígenas Mapuche y Tehuelche en sus territorios de la Pampa y la Patagonia, bajo el reve-
lador eufemismo de la “conquista del desierto”, como si en esos territorios no hubiera pueblos.
Rápidamente, desde el inicio, el Estado oligárquico argentino intentará borrar de la memoria
histórica de este crimen.
Bartolomé Mitre, presidente oligárquico de Argentina en la década de 1860, mientras San
Martín sufre el cruel exilio en Europa, es también uno de los cómplices de la Guerra de la
triple alianza, por la cual Argentina, Brasil y Uruguay, digitados por el poder inglés, aplastaron
mediante una guerra genocida, la única república auténticamente independiente surgida de
la primera independencia, el Paraguay. Es, además, el historiador oficial por excelencia de los
sectores reaccionarios de la Argentina y del continente. En 1887 publica la versión definitiva
de su “Historia de San Martín y de la emancipación americana”. Sus voluminosos cuatro tomos
son el guion clásico de las tergiversaciones oficiales que harán las repúblicas oligárquicas en
todos los países del continente contra la primera generación independentista. Creación del
chauvinismo localista, en este caso argentino, inexistente de hecho en la época de la lucha
independentista y contrario al proyecto continental de los patriotas. Odio a Bolívar, inclu-
yendo xenofobia a los “extranjeros” colombianos. Blanqueamiento, elitista y reaccionario,
de San Martín, como “padre” de la república oligárquica argentina, aunque el odio solapado
hacia él no logre disimular todo el tiempo y asome por todos lados entre líneas.

147
Ricardo Jiménez A.

Especialmente significativas son sus expresiones racistas y genocidas: “Desmintiendo los


siniestros presagios que la condenaban a la absorción por las razas inferiores que formaban
parte de su masa social, la raza criolla enérgica, elástica, asimilable y asimiladora las ha
fundido en sí misma emancipándolas y dignificándolas, y cuando ha sido necesario, supri-
miéndolas. Y así, ha hecho prevalecer el dominio del tipo superior, con el auxilio de todas las
razas superiores del mundo y, de este modo, el gobierno de la sociedad le pertenece exclu-
sivamente” (Bartolomé Mitre. “Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana”.
1887). Desde entonces y hasta hoy, en cada versión y debate histórico se juega, como ocurre
siempre con la historia, el presente. San Martín, en tanto “padre de la Patria”, es la justifica-
ción simbólica e ideológica del país y el continente que actualmente se quiere construir y legi-
timar. Y el San Martín verdadero, tal como hizo en vida, no deja de subvertir la fábula oficial.
Ciertamente, el hecho que hoy cobre fuerzas el rescate del auténtico San Martín revolucionario,
anti oligárquico, anti imperialista, continentalista y mestizo, tiene que ver con los contextos
políticos y culturales actuales, en que la opinión pública y la conciencia de los pueblos pone en
cuestión la hegemonía política y por tanto histórica de las oligarquías dependientes y, dentro
de ello, se produce un cambio y valoración del legado de nuestros pueblos originarios indí-
genas. No por casualidad el siglo XXI ha visto al primer presidente indígena de Latinoamérica
y la primera Constitución de un Estado Plurinacional, algo impensable apenas una década
atrás. Por ello, como lo ha señalado con acierto el historiador argentino Hugo Chumbita, el
reconocimiento, mediante pruebas de ADN a los restos de San Martín, de que era hijo de
una indígena guaraní - Rosa Guarú, más tarde bautizada como Rosa Cristaldo - representa
de hecho un importante componente del reconocimiento de la identidad mestiza de nuestro
continente y nuestra historia.

Cruce de historia y biografía: la forja de los/as libertadores/as


Pero hay también otra consideración importante a partir de este rasgo racial y socio cultural
en la vida de San Martín. Se trata del cruce de la historia, en este caso de la formación de la
estructura de castas en la América colonial, con la biografía de este militante y conductor revo-
lucionario patriota, que aparece como elemento común a muchos de las y los integrantes de la
primera generación revolucionaria independentista, y que resulta consistente con su radical
compromiso programático con un proyecto de independencia que incluía la abolición de
discriminaciones y la justicia social. La conjunción de una formación cultural y política excep-
cionalmente ilustrada, propia de una posición de clase privilegiada en lo económico y cultural
en la época, con el sufrimiento de un contradictorio desprecio simbólico racial o de origen,
generado por la estructura de castas, permitirá a muchos de los revolucionarios patriotas
convertirse en cuadros político militares de alto nivel de formación y al mismo tiempo de
profunda rebeldía y odio hacia los mecanismos excluyentes y elitistas.
Micaela Bastidas, mama’talla generala en la rebelión de su esposo, Túpac Amaru II, fue llamada
con desprecio la “zamba” por sus enemigos, en razón de su ascendencia mestiza mulata; afro
descendiente y española, por parte de su padre mulato, Manuel Bastidas; indígena andina, por
su madre, Josefa Puyacahua. Francisco de Miranda, criollo venezolano, era descendiente de
emigrados de las islas Canarias, por lo que estaban en la categoría de “Blancos de orilla”, con
menos derechos que los blancos puros de la península española; razón por la cual sus adversa-
rios y la aristocracia, tanto española como la “mantuana” criolla, lo llamaban despectivamente
“el canario”.

148
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

Los oligarcas racistas llamaban con burla el proyecto de Bolívar como la “pardocracia” y a él
mismo como el “longaniza”, o el “zambo”, en razón de su fenotipo físico, moreno y de baja
estatura. O tal vez porque siendo huérfano, fue criado por una negra esclava a la que adoró,
Hipólita. O por su estrecha amistad y fraternidad de lucha con Alexandre Petión, líder negro,
independentista y anti esclavista de la temprana revolución anticolonial francesa de Haití,
que derrotó – con la “candela”, hechizas molotov incendiarias con cáscaras huecas de coco y
brea - a las mejores tropas de Napoleón, armadas con lo más moderno de la época y que en
1816 declaró el primer santuario anti esclavista en la historia de la humanidad. Que levantó
a Bolívar y a otros líderes patriotas continentales, con recursos, combatientes y navíos y solo
pidió a cambio la libertad de los esclavos, bandera que Bolívar llevó desde entonces radical-
mente. Bolívar mostró su agradecimiento al fallecer Petión calificándolo de “magnánimo” y de
“primer bienhechor de la tierra a quien un día la América proclamará su Libertador” (1818);
y con el cumplimiento de su promesa de decretar la libertad de los esclavos en Venezuela.
Temprana medida que Bolívar declara en 1816, pero que habrían de pasar, sin embargo, 33
años más para cumplirla en Venezuela y hasta 73 años más todavía, para terminar finalmente
con la esclavitud en Cuba.
Bolívar, en su corto gobierno peruano, aunque no llegó a comprenderlos como pueblo nación
en su autonomía y sus propias instituciones, hará los primeros decretos de reforma agraria
eliminando los impuestos indígenas y devolviendo sus tierras, una herejía radical inaceptable
para el mundo de la época. En Bolivia, el último heroico intento de república social boliva-
riana, expropiará a la iglesia católica para hacer las primeras escuelas para indígenas, afro-
descendientes y mujeres, que intenta levantar Simón Rodríguez; el Vaticano lo excomulgó
oficialmente por “saqueador de iglesias y hereje”.
“Bárbaro” y “salvaje” llamaron a José Artigas, el aristócrata criollo rebelde, que expulsado de
rancio colegio católico, prefirió vivir en el campo, entre los indígenas charrúas, que habían
resistido fieramente al conquistador español, y entre los “gauchos”, agrestes y seminómadas
arrieros de ganado, que lo siguieron fielmente en las luchas independentistas, donde incluyó
la unión de repúblicas y la reforma agraria; imbatible en combate, finalmente traicionado por
sus generales y forzado al exilio, se retira al actual Paraguay, junto a sus fieles lugartenientes,
los negros “Ansina” y “Ledesma”, destacados oficiales y combatientes; para morir rodeado de
indígenas y campesinos que lo llaman: “Overava Karaí”, el “señor que resplandece”, o “Karaí
marangatú”, que en guaraní, significa “padre de los pobres”.
Simón Rodríguez, el genial maestro de Bolívar, fue hijo nacido fuera del matrimonio, por
tanto, inscrito y criado bajo los descalificativos de “expósito” e “ilegítimo”. Como “ilegítima”
fue Manuela Sáenz, a quienes los oligarcas llamaban con desprecio “hija de barragana”. En
1829, ya derrotado el proyecto bolivariano, desterrados ambos, escribía con dolor a Bolívar:
“Simón, Simón, ¿si nuestros indios siguen pidiendo limosna, si nuestros niños siguen en la
calle muriéndose de mengua, de qué sirvió la independencia?”. Morirá acompañada única-
mente de sus fieles amigas, las negras liberadas “Natán” y “Jonatás”. Nunca se encontraron
sus restos, arrojados en el descampado de un cerro en Paita, Perú, a pesar de haber entregado
su vida y fortuna a la causa de la independencia, la justicia social y la unidad continental.
“Ilegítimo” fue también Bernardo O´Higgins, por lo que los señoritos de la rancia aristocracia
santiaguina lo llamaban con sorna como “el huacho” Riquelme, y así lo describen los versos
vibrantemente sociales y místicos de Pablo Neruda: “Cómo se llama Ud.”, reían / los “caba-
lleros” de Santiago: / hijo de amor, de una noche de invierno, / tu condición de abandonado
/ te construyó con argamasa agreste, / con seriedad de casa o de madera / trabajada en

149
Ricardo Jiménez A.

el Sur, definitiva” (1950). O ́Higgins hará arrancar sus escudos de nobleza de las puertas,
confiscó sus bienes para la causa libertaria americana y reconocerá la independencia del
Estado Mapuche. El derrocamiento, el exilio y la calumnia serán también su castigo.
José de San Martín compartió con todos ellos ese destino de privilegiada formación cultural y
política, pero también sufriendo al mismo tiempo el desprecio racista de casta social. Aunque
criollo, es de condición modesta, nacido en zona indígena, Yapeyú, y peor aún, “moreno”, de
fenotipo indígena, por lo que se le reputaba en su época de ser ilegítimo. “indio”, “mestizo”,
o “mulato”, “pardo”, lo llamaban sus enemigos realistas españoles u oligarcas locales en
Argentina, Chile y Perú, con la intención racista de ofender. Pero él, consecuente con su
proyecto político, considera un orgullo esa condición. En septiembre de 1815, se reúne en
el Fuerte San Carlos, zona indígena de frontera argentino chilena y parlamenta con los jefes
pampas, pehuenches y mapuches, sumándolos a la causa anticolonial; y les dice orgulloso: “Yo
también soy indio”. Toma el nombre de “Lautaro”, el más genial de los jefes militares mapuche,
para su organización política conspirativa, la Logia.
Marcó del Pont, jefe realista colonial en Chile, al firmar una comunicación para él, antes de la
campaña de los Andes, se ríe humillante, diciendo a su emisario: “yo firmó con mano blanca,
no como San Martín, que la suya es negra”. Más tarde, vencido y prisionero el arrogante
español, al ofrecer su espada en rendición, San Martín, ironizando contra su racismo la supe-
rioridad del mérito militar, le contesta: “venga esa mano blanca, y deje V.E. su espada al
cinto, donde no puede causarme ningún daño”. En el Congreso revolucionario de Tucumán
de 1816, donde se declara formalmente la independencia americana, se presenta, avalado por
San Martín, la propuesta del “Incanato Unido de Sudamérica”, con un gobernante Inca. Al
salir con la expedición libertadora del Perú desde Chile, en sendos “Manifiesto” y “Proclama”
a los peruanos, escritos con el chileno Bernardo O’Higgins, llaman a “los hijos de Manco
Capac… a sellar la fraternidad americana sobre la tumba de Tupac Amaru”. Los documentos
son escritos en “dos lenguas”, la versión quechua empezaba así: “Llapamanta acclasca José
de San Martín sutiyocc”.
En ellos lanza su inequívoco y significativo primer mensaje a la nobiliaria y aristocrá-
tica Lima: “El primer título de nobleza fue siempre el de la protección dada al oprimido”.
Consecuente, con ello, entre las primeras medidas de su corto gobierno limeño, estarán las
aboliciones de todas las formas de servidumbre y esclavitud indígenas, así como la “libertad
de vientres” para los esclavos negros, haciéndose libertad absoluta, si combaten en las filas
revolucionarias. Crea la tan incomprendida y calumniada “Orden del Sol”, inspirada en la
memoria ancestral andina, y destinada a proteger con pensiones de por vida y hereditarias
a los más destacados patriotas y sus familias, que habían sacrificado su vida y fortunas por
la causa revolucionaria, de la venganza oligárquica que, finalmente, sí condenó a la miseria y
el olvido a Manuela Sáenz, Simón Rodríguez, Juana Azurduy y tantos otros. Era además una
medida simbólica revolucionaria para reemplazar el privilegio nobiliario y del dinero por el
del mérito en la causa libertaria. Bartolomé Mitre, historiador arquetipo de la calumnia contra
San Martín y Bolívar, se escandaliza de la medida por considerarla propia de indígenas y peor
aún, por incluir a las mujeres: “Como complemento de ese plan de aristocracia indígena, hizo
extensivos a la mujer sus honores y privilegios”.
El asceta que renuncia porfiadamente a todos los cargos políticos y premios materiales a lo
largo de su lucha revolucionaria, sólo acepta el “escudo de los Pizarro”, símbolo de siglos de
dominación colonial, que le otorga la municipalidad de Lima, y lo llevará con orgullo a su
pobre exilio en Francia, como justiciera venganza sobre los genocidas, traidores y asesinos de

150
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

Atahualpa. Tras su muerte en 1850, testamentó la entrega del escudo al gobierno de Perú. Y
así se hizo en una sencilla ceremonia en la embajada peruana en Francia. Asisten a ella desta-
cados patriotas de varios países latinoamericanos. Entre ellos, el colombiano José Torres,
quien seis años más tarde escribirá su famoso poema antimperialista: “Las dos Américas”.
Como Bolívar, O’Higgins, Manuela Sáenz, Simón Rodríguez y Artigas, San Martín será un
radical enemigo de las desigualdades, privilegios y exclusiones. Terminará también como
ellos, derrocado, exiliado y calumniado por los oligarcas constructores de las repúblicas frag-
mentadas, excluyentes, dependientes, patriarcales y racistas.

151
Ricardo Jiménez A.

XI
Compañeros: San Martín, Bolívar y el
primer tratado de unión continental

“He hablado a Ud., general, con franqueza, pero los sentimientos que exprime esta carta,
quedaran sepultados en el más profundo silencio; si llegasen a traslucirse, los enemigos
de nuestra libertad podrían prevalecerse para perjudicarla, y los intrigantes y ambiciosos
para soplar la discordia”

Carta de San Martín a Bolívar, 28 de agosto de 1822.

Estas palabras del propio San Martín describen a las claras a quienes, incluso con preten-
siones progresistas, y hasta supuestamente “san martinistas”, alimentan la calumnia de una
supuesta enemistad entre los dos más grandes próceres independentistas suramericanos.
Pero no son únicas, ni mucho menos. Existe abrumadora evidencia del compañerismo en la
causa fundamental común de ambos liderazgos. Vale la pena revisar aquí algunas de ellas.
Si se busca en los registros de nuestras repúblicas independientes un antecedente originario,
fundante y señero, de los actuales procesos de integración regional soberana, por ejemplo,
la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños – CELAC, creada en 2011 y que,
en medio de las disputas continentales con la derecha subordinada a los Estados Unidos, se
intenta consolidar, el “Primer Tratado de Unidad Suramericana” que ahora expondremos, es
sin duda, uno de los más importantes proféticos tesoros de la memoria.
En 1822, cuando aún hollaban los suelos suramericanos serias fuerzas militares, políticas y
culturales del contumaz poder colonial español, los líderes revolucionarios de los pueblos en
lucha por su emancipación, supieron diseñar y ejecutar la tarea estratégica, imprescindible al
desarrollo y felicidad, de coaligar formalmente las nacientes repúblicas.

Coincidencias biográficas, unidad de proyecto


En ese acto basal, fundamental, Suramérica habría de fundirse también a través de dos de los
más grandes genios libertarios de Nuestra América y del mundo: José de San Martín y Simón
Bolívar. Los libertadores de tres y cinco repúblicas, respectivamente, más allá de toda incom-
prensión, silenciamiento o calumnia interesada, sellaron incontestablemente el sino irrenun-
ciable de hermandad de lucha, proyecto fundamental, y destino.

152
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

No era la única coincidencia. Ambos, fueron también precursores de la justicia social para
las castas “pardas”, dominadas, excluidas y despreciadas: afro descendientes, indígenas, y
todos sus mestizajes, eliminando las esclavitudes, servidumbres, encomiendas, mitas, yanaco-
nazgos, e inquisiciones, estableciendo la restitución de tierras indígenas y las escuelas públicas
para ellos, con el escándalo y la oposición de nobles, oligarcas, estancieros, altos comerciantes
de los puertos y jerarcas eclesiales.
Las tendencias historiográficas chovinistas, y menospreciativas de lo propio, por el
contrario, se han dedicado a instalar una mirada de énfasis en las limitaciones y divisiones
entre los próceres latinoamericanos y caribeños, particularmente entre los dos más grandes
de Suramérica, llegando incluso al uso de documentos probadamente falsificados. Como es el
caso de la Colección de Documentos “Colombres Mármol”, cuyos errores históricos, ordena-
ción confusa y probada falsificación de una firma por perito calígrafo ha sido refrendada por la
Academia de Historia de Caracas y diversos historiadores. La supuesta “Carta de San Martín a
Bolívar de 28 de julio de 1827”, probadamente falsa por la Academia Nacional de la Historia de
Argentina. El testimonio del marino chileno Luis Cruz en Carta a O´Higgins del 28 de agosto
1822, donde pretende saber lo hablado por Bolívar y San Martín en la Conferencia de Guayaquil,
donde él no estuvo – ni nadie más - presente. Éstas y otras falsificaciones probadas, buscan
todas instalar una supuesta enemistad y encono entre los dos grandes próceres sudamericanos.
Una de las más bajas estrategias de ocultamiento de la memoria nuestra americana.
Ciertamente, eran dos temperamentos distintos. Bolívar amaba la gloria, mostrando una
gran vanidad personal, y se inclinaba por la sensualidad de la vida, sin ser por ello, como lo
demostró a lo largo de su vida, menos sacrificado por la causa. San Martín era un asceta, un
místico, ajeno a lo mundano, incapaz de cualquier vanidad personal.
Lo cierto es que sean cuales fueren sus diferencias de carácter y legítimas discrepancias, ellas
no impidieron la solidaridad de los dos combatientes contra el enemigo común. Y se resol-
vieron sin llegar al amargo enfrentamiento, como muchos querían e incitaban, pues ambos
eran partidarios en lo fundamental, de las grandes necesidades de la hora: unidad continental
y un estado fuerte para construir las repúblicas con igualdad social y soberanía.
Más aún, las fuentes documentales entregan evidencia de que, en la época, hubo recrimina-
ciones contra San Martín, precisamente, por no entrar en conflicto con Bolívar. Es el caso del
brillante marino de guerra, agente inglés y mercenario a sueldo de la naciente escuadra naval
chilena, Lord Thomas Cochrane, quien recrimina a San Martín por no haber hecho la guerra
a Bolívar, con motivo de la disputa chovinista de Guayaquil entre las estrechas oligarquías
ecuatoriana y peruana, que Bolívar resolvió anexándola a Ecuador, entonces parte de la Gran
Colombia: “Usted engañó los hombres que componían el gobierno de Guayaquil, prome-
tiendo auxiliarlos contra el general Bolívar... y dejó que fuesen todos desarmados” (Thomas
Cochrane. Folleto del 11 de diciembre de 1822).
El rol de quien “lamenta” que San Martín no haya azuzado la guerra fratricida contra Bolívar,
lo comenta con acierto un ilustre investigador peruano: “Cochrane había sido un activo
agente de disolución, tanto a causa de sus ataques personales y directos contra San Martín
y Monteagudo, como por la oposición fomentada entre argentinos, chilenos y peruanos”
(Luis Alberto Sánchez. “Historia General de América”. 1963). Sobre a quién servían estas
agitaciones divisionistas del Lord, queda claro en el hecho de que sus restos reposan desde su
muerte hasta hoy, en un lugar preferente de la Catedral de Westminster en Londres, reservada
sólo para los más grandes servidores de los intereses del imperio británico.

153
Ricardo Jiménez A.

La Convergencia
El 24 de junio de 1821, Bolívar asegura la independencia de Venezuela con la victoria en la
batalla de Carabobo. El 20 de agosto, el Congreso reunido en Cúcuta dicta una Constitución, y
Bolívar, que rechaza la idea siquiera de hacerse monarca, como le proponen algunos, pide en
cambio la libertad para los esclavos y el fin de las servidumbres para los indígenas, tal como
idénticamente San Martín está haciendo en Perú.
Apenas tres días después del congreso de Cúcuta, Bolívar le escribe para coordinar esfuerzos
continentales en la guerra: “Mi primer pensamiento en el campo de Carabobo, cuando vi mi
patria libre, fue V.E., el Perú y su ejército libertador... después del bien de Colombia, nada
me ocupa tanto como el éxito de las armas de V.E., tan dignas de llevar sus estandartes
gloriosos donde quiera que haya esclavos que se abriguen a su sombra... el ejército colom-
biano...marcha penetrado de la confianza de que, unido con San Martín, todos los tiranos
de la América no se atreverán ni aún a mirarlo... mi primer edecán el coronel Ibarra... será,
además, el órgano de comunicaciones altamente interesantes a la libertad del nuevo mundo”
(Carta de Simón Bolívar a José de San Martín. 23 de agosto de 1821).
Cuando más tarde la campaña del ejército bolivariano del norte enfrenta difíciles situaciones,
el sanmartiniano del sur acudirá en su ayuda. Los libertadores de un continente entero,
fundieron como dos ríos incontenibles sus ejércitos libertarios. En febrero de 1822, desde
territorio peruano liberado, San Martín envía fraternalmente, sin mediar convenio ni tratado
formal alguno, más que la pura solicitud de ayuda, más de 1300 combatientes, soldados y
mandos bajo las órdenes del Alto peruano (actual Bolivia) Andrés de Santa Cruz, a Bolívar,
para liberar al Ecuador. Peruanos, bolivianos, chilenos y argentinos se unen con venezo-
lanos, colombianos y ecuatorianos. “El Perú, su gobierno y V.E. que tan poderosamente han
ayudado a nuestra empresa merecerán nuestra eterna gratitud”, le escribe agradecido, a San
Martín, el general José Sucre, su similar en carácter ascético y genio militar.

Guayaquil
En junio de 1822, Bolívar entra victorioso en Quito, asegurada la independencia del Ecuador
(entonces parte de la Gran Colombia), tras la victoriosa campaña en que le han colaborado
divisiones del ejército de San Martín.
Un mes antes, ambos próceres habían hecho firmar el Primer Tratado de Unidad Sudamericana
entre Perú y la Gran Colombia. En ese contexto, Bolívar le escribe a San Martín expresándole:
“la gratitud con que el pueblo y el gobierno de Colombia han recibido a los beneméritos liber-
tadores del Perú, que han venido con sus armas vencedoras a prestar su poderoso auxilio
a la campaña... Tengo la mayor satisfacción en anunciar a V.E. que la guerra de Colombia
está terminada y que su Ejército está pronto a marchar donde quiera que sus hermanos lo
llamen y muy particularmente a la patria de nuestros vecinos del sur, a quienes por tantos
títulos debemos preferir como los primeros amigos y hermanos de armas” (Carta de Simón
Bolívar a José de San Martín. 17 de junio de 1822).
San Martín contesta el 13 del mes siguiente: “Es preciso combinar en grande los intereses
que nos han confiado los pueblos... marcharé a saludar a vuestra excelencia en Quito... nos
veremos y presiento que la América no olvidará el día en que nos abracemos” (Carta de José
de San Martín a Simón Bolívar del 13 de julio de 1822). Ese mismo día, Bolívar pone término
a la junta autónoma de Guayaquil, región al sur de Ecuador, la cual se había declarado libre

154
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

en 1820 y era foco de presiones de las oligarquías chovinistas de Colombia y Perú por anexar,
terminadas finalmente al declararla Bolívar parte de la Gran Colombia. San Martín, en contra
del reclamo de los oligarcas peruanos y otros divisionistas en el continente, no impugna la
decisión, ya que él, como Bolívar, es enemigo declarado de toda fragmentación y chovinismo
chico localista, y sabe que constituirá un crimen a la Patria desatar una guerra fratricida.
Finalmente, San Martín llega a Guayaquil y se reúne con Bolívar los días 26 y 27 de julio de
1822. En total, conversan cerca de seis horas, en forma absolutamente secreta, sin testigos.
Contrario a lo que se ha dado en repetir, San Martín ya ha pensado con antelación abandonar
su cargo de Protector, jefe del gobierno del Perú, ante las colosales oposiciones de las familias
limeñas a sus proyectos de unidad suramericana, soberanía y justicia social. Así lo prueba
su correspondencia, particularmente una carta que le envía uno de sus más cercanos amigos
personales, donde se detalla con mucha antelación su renuncia y el llamamiento al primer
Congreso (Carta de Juan García del Río a José de San Martín. 21 de marzo de 1822). Más aún,
estando San Martín en viaje a Guayaquil para la entrevista con Bolívar, el 25 de julio de 1822,
la oligarquía limeña da un golpe y derrocó a su ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores,
Bernardo de Monteagudo. Es decir, que cuando San Martín y Bolívar se encuentran, ya la
oligarquía limeña le ha dejado, de hecho, sin gobierno real en el Perú.
La entrevista con Bolívar, como lo prueba su correspondencia, tenía por objeto solicitar ayuda
militar a éste para terminar la guerra en el Perú, ante la imposibilidad de hacerlo con sus
solas fuerzas, y determinar en qué términos esto sería posible (Carta de José de San Martín
a Guillermo Miller. 19 de abril de 1827). Así lo confirman además los informes posteriores de
Bolívar (Carta de Simón Bolívar a Francisco de Paula Santander del 29 de julio de 1822).
Mucho se ha especulado, sin llegar a consenso, de la reunión, que fue secreta, y de las supuestas
discrepancias entre ambos. Que si Bolívar era más ambicioso. Que si San Martín, monárquico.
Lo cierto es que discrepancias hubo, como las hubo entre todos los patriotas, como las hay
naturalmente entre los seres humanos, entre compañeros de lucha.
Las acusaciones de “monárquico” a San Martín, se basan en su apoyo al proyecto de “Incanato
de Sudamérica” de Belgrano, Juan Azurduy y otros/as en el Congreso de Tucumán en 1816; en
sus tratativas de guerra con los realistas de Lima, donde ofrece una salida monárquica consti-
tucional; y en su consideración de una monarquía constitucional suramericana negociada con
las potencias europeas. Pero estas acusaciones desconocen que el contenido, y no la forma, es
lo importante del “Incanato”, que era una propuesta más radical y revolucionaria que la de
las democracias esclavistas de Estados Unidos y Europa, y era propia, adaptada a la historia
y a la justicia, de y para, el continente. En las tratativas de Perú, el mismo San Martín dejó
registro de que sólo eran dilaciones tácticas en medio de la guerra, no proyecto político serio
alguno. La consideración monárquica constitucional europea era sólo de forma, para salvar
el proyecto estratégico de unidad continental, soberanía e igualdad social, ante los críticos e
inminentes peligros de perder todo lo avanzado. Todos los actos de su vida, especialmente la
fundación de democracias, y las medidas democráticas y de justicia social, en los países donde
derrotó al dominio español, prueba incontestablemente su ideario republicano y liberal. Y,
sobre todo, independiente, no sólo en lo político, sino en lo económico y en lo mental.
Es claro que ambos, San Martín y Bolívar, convenía en todo lo fundamental: la férrea unidad
continental, la plena soberanía frente a los poderes fácticos extranjeros y la justicia social
para los/as excluidos/as y despreciados/as. Más importante aún, coincidían plenamente en
que, dadas las colosales dificultades objetivas y fieras oposiciones subjetivas de todo tipo,

155
Ricardo Jiménez A.

este programa sólo era posible con gobiernos altamente centralizados y fuertes, aunque San
Martín lo viera en la forma monárquica constitucional y Bolívar en la republicana, llegando
incluso a la presidencia vitalicia en el proyecto de Bolivia de 1826. Como le dijo el mismo
Bolívar a San Martín, en carta previa a este único encuentro personal: “Amigo le llamo y
este nombre será el que debe quedarnos por la vida porque la amistad es el único título que
corresponde a hermanos de armas, de empresa y de opinión” (Carta de Simón Bolívar a José
de San Martín. 25 de julio de 1822).
Más allá de las especulaciones, errores y calumnias históricas (especialmente aclaradas,
con plena consistencia documental, lógica e histórica, en “La entrevista de Guayaquil.
Restablecimiento de la verdad histórica”. Ministerio de Educación de Venezuela. 1952),
lo que se sabe fehacientemente es que el propio San Martín, mostrando, una vez más, su
humildad extrema, mística, y aceptando la situación que ponía la fuerza real y crucial del lado
de Bolívar (aunque éste con graves problemas internos con el chovinismo oligárquico en la
Gran Colombia), se ofreció a combatir bajo su mando para terminar la guerra con el poder
colonial en Perú. Éste no aceptó por diversas consideraciones, muchas de ellas más allá de
sus posibilidades de decisión y maniobra, y el “santo de la espada”, como se le ha llamado a
San Martín, se retiró, dejando todas sus tropas, aún a costa de incomprensiones de éstas, bajo
dirección de Bolívar.
Antes de partir, hace elegir un Congreso Nacional Democrático en Perú y dimite del mando.
Grande, por encima de toda pequeñez contemporánea y posterior, por parte de tantos “histo-
riadores”, envía a Bolívar, el 28 de agosto de 1822, de regalo dos pistolas y un caballo de paso
peruano, con una carta que decía: “He hablado a Ud., general, con franqueza, pero los senti-
mientos que exprime esta carta, quedaran sepultados en el más profundo silencio; si llegasen
a traslucirse, los enemigos de nuestra libertad podrían prevalecerse para perjudicarla, y los
intrigantes y ambiciosos para soplar la discordia… Admita Ud., general, esta memoria del
primero de sus admiradores”.
Cuando más tarde, Bolívar agasaja con un banquete al chileno Bernardo O’Higgins, integrado
como voluntario a la campaña de Ayacucho, pronuncia un brindis público con las siguientes
palabras: “Por el buen genio de América que trajo al general San Martín con su ejército liber-
tador desde las márgenes del Plata hasta las playas del Perú”. San Martín, ya con 60 años y
en el destierro europeo, escribe sobre él entonces ya fallecido Bolívar: “Atribuíanle, asimismo,
un gran desinterés, lo cual es justo, pues ha muerto en la indigencia… En cuanto a los hechos
militares… se puede decir que ellos le han granjeado con razón la fama de ser considerado
como el hombre más asombroso que ha conocido la América del Sud” (En: Ricardo Rojas. “El
santo de la espada”. 1948).
Mientras Bolívar gobernaba en Perú, hizo poner un retrato de San Martín al lado del suyo
propio en el Palacio de Gobierno. Sólo cuando él abandonó el Perú, ambos retratos fueron
arrancados por la oligarquía gobernante. San Martín mantuvo en su pobre habitación del
exilio europeo, por más de 25 años, su propio retrato junto al de Bolívar, que éste mismo le
había obsequiado al despedirse en Guayaquil.
Pero el símbolo de mayor belleza en la convergencia y continuidad fundamental, programá-
tica, libertaria, soberana, de unidad, y de justicia, entre los dos grandes sudamericanos está
dado, por la acción de los pueblos y las personas. Manuela Sáenz, que en la sociedad limeña
conspira tempranamente por la revolución patriota, recibiendo la orden de “Caballeresa del
sol” por parte del gobierno de San Martín, dará continuidad a la misma lucha y el mismo

156
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

proyecto fundamental, combatiendo después en el ejército de Sucre y Bolívar, como lancera a


caballo en la crucial batalla de Ayacucho.
El peruano patriota José María Guzmán, inmortal “comandante general de las guerrillas
del centro”, que libra batallas en pueblos y serranías, sin recibir un real, sostenido única-
mente por los indígenas y las clases más populares, en medio de la más sanguinaria bruta-
lidad represiva realista. Reconocido expresamente su valor y entereza en los informes de
San Martín, Guzmán continuará después la lucha por los mismos ideales bajo las órdenes de
Simón Bolívar. Murió en titánico y desigual combate, junto a siete de sus jinetes guerrilleros
peruanos, rechazando la oferta de pasarse con honores y mandó al bando realista, a pesar de
estar cercado por fuerzas enormemente superiores. Tan solo unos días después de que Bolívar
lo ascendió a “coronel” del Ejército Libertador, y dos semanas antes de la batalla de Junín.
Y su similar en el plano de la intelectualidad y la alta política, Hipólito Unanue, pionero
de la ilustración, precursor de la medicina peruana, electo en 1812 diputado a las Cortes
españolas de Cádiz en resistencia contra la invasión francesa, y diputado por Puno en el
primer Congreso Constituyente de 1823, eterno guerrillero de las trincheras periodísticas
patriotas. Su compromiso con la causa de la independencia y la unidad latinoamericana,
a diferencia de muchos otros encerrados en una concepción estrecha de patria chica, de
chauvinismo localista, lo llevó a ser activo colaborador del general San Martín, llegando a
ser su ministro de Hacienda en 1821. Retirado éste, mantuvo continuidad con el proyecto
libertario y continental, siendo igualmente ministro de Hacienda e instrucción de Simón
Bolívar, en 1824.
Más claro todavía, es un hecho apenas conocido, dado el silenciamiento instalado para robarnos
nuestra mejor memoria. Cuando el Congreso peruano, encabezado por el patriota José Sánchez
Carrión, llama a Bolívar para terminar la guerra de independencia, ante las indecorosas trai-
ciones del sucesor de San Martín, José de la Riva Agüero, éste escribe a San Martín, pidién-
dole que regrese al Perú a enfrentarse a Bolívar (Carta de José de la Riva Agüero a José de San
Martín. 22 de agosto de 1823).
San Martín le responde: “Al ponerme usted semejante comunicación, sin duda alguna se olvidó
que escribía a un general que lleva el título de fundador de la república del país que usted,
sí... que usted solo, ha hecho desgraciado... ¿cómo ha podido usted persuadirse que los ofre-
cimientos del general San Martín... fueron jamás dirigidos a un particular, mucho menos a
su despreciable persona? Dice usted iba a ponerse a la cabeza del ejército... ¿y habrá un solo
oficial capaz de servir contra su patria, y más que todo a las órdenes de un canalla, como
usted?... Basta, un pícaro no es capaz de llamar por más tiempo la atención de un hombre
honrado.” (Carta de José de San Martín a José de la Riva Agüero. 23 de octubre de 1823).
El hecho de que De la Riva Agüero fuera uno de los líderes del llamado “partido peruanista”,
chovinista y localista, finalmente constructor de la república oligárquica peruana, centralista y
etnocida, y que haya sido uno de los impulsores del odio y la calumnia histórica contra Bolívar
y San Martín, sirve de criterio objetivo para despejar toda duda de la convergencia programá-
tica libertaria y justa de los dos grandes líderes revolucionarios patriotas.

El Tratado
Pero, además de todos estos elementos, queda sin duda uno de consistencia fundamental
como prueba incontestable de la convergencia esencial entre los dos grandes libertadores

157
Ricardo Jiménez A.

suramericanos: el Primer Tratado de Unidad Suramericana. Formalización lógica y conse-


cuente de su comunión de lucha y objetivo de integración continental.
Así lo prueban innumerables testimonios documentales. Tempranamente, al salir hacia
Perú con la expedición libertadora en 1818, San Martín exponía de este modo su proyecto
a los peruanos: “Para dirigiros mi palabra con el derecho con que todo hombre puede
hablar al oprimido... ahora los Estados independientes de Chile y de las Provincias
Unidas de Sudamérica me mandan entrar en vuestro territorio para defender la causa
de vuestra libertad: ella está identificada con la suya y con la causa del género humano...
Mi anuncio no es el de un conquistador que trata de sistematizar una nueva esclavitud.
La fuerza de las cosas ha preparado este gran día de vuestra emancipación política
y yo no puedo ser sino un instrumento accidental de la justicia y un instrumento del
destino... La unión de los tres Estados independientes acabará de inspirar a la España el
sentimiento de su impotencia y a los demás poderes, el de la estimación y del respeto...
su alianza y federación perpetua se establecerán en medio de las luces, de la concordia y
de la esperanza universal” (José de San Martín. Manifiesto a los limeños y habitantes del
Perú. 13 de noviembre de 1818).
Casi exactamente en los mismos días, Bolívar, en el norte del continente, trabaja en la cons-
trucción del mismo proyecto común, precisamente hacia las repúblicas del cono sur, seña-
lando expresamente que ha sido la base programática permanente desde los primeros días
de la revolución: “Luego que el triunfo de las armas de Venezuela complete la obra de su
independencia o que circunstancias más favorables nos permitan comunicaciones más
frecuentes y relaciones más estrechas, nosotros nos apresuraremos con el más vivo interés a
entablar por nuestra parte, el pacto americano, que formando de todas nuestras repúblicas
un cuerpo político, presente la América al mundo con su aspecto de majestad y grandeza sin
ejemplo en las naciones antiguas. La América así unida, si el cielo nos concede ese deseado
voto, podrá llamarse la reina de las naciones, la madre de las repúblicas. Yo espero que el
Río de la Plata, con su poderoso influjo, cooperará eficazmente a la perfección del edificio
político a que hemos dado principio desde el primer día de nuestra regeneración” (Carta de
Simón Bolívar a Juan Martín de Pueyrredón. 1818).
Ambos, San Martín y Bolívar, han vivido en Europa, como Francisco de Miranda, como Simón
Rodríguez; y como ellos, conocen muy bien el monstruo y sus dinámicas expansionistas por
dentro; saben perfectamente que las repúblicas nacientes, solas y separadas, por voluntad
de oligarquías conectadas a los intereses de las potencias hegemónicas, terminarán subor-
dinando su soberanía y ocupando el lugar asignado por éstas en el mercado y la geopolítica
mundial, pérdida toda posibilidad de desarrollo y felicidad para sus pueblos. He ahí el funda-
mento estratégico del programa de unidad continental, al que la comunidad geográfica, histó-
rica, cultural y de intereses, da sustento material y posibilidad.
Mientras Bolívar, contra las colosales fuerzas de la incomprensión y el egoísmo, chovinistas,
localistas y pro imperiales, levanta los esfuerzos por unir los países que va liberando en la
“Gran Colombia” (actuales Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá), San Martín en Perú,
y en la misma dirección de la unidad continental y la plena soberanía, establecía que “cual-
quier ciudadano de un Estado americano tendrá la plenitud de los derechos inherentes a los
ciudadanos peruanos... por ciudadanos del Perú se reconocen todos los que hayan nacido
o nacieren, en cualquiera de los Estados de América que hayan jurado la independencia
de España”, y que dicha ciudadanía se perdería “por hacer algún acto hostil a la causa de la
independencia de América... por recibir dádivas, emolumentos, comisiones... de cualquiera

158
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

potencia extranjera sin anuencia del gobierno del Perú” (Gobierno del Perú. Estatuto provi-
sional de 8 de octubre de 1821).
En febrero de 1822, se produce el envío solidario de tropas del ejército del sur a las de Bolívar
en el norte. En marzo de ese mismo año, en una coincidencia que no es casual, sino fruto
genuino de la necesidad de una misma tarea histórica y su cumplimiento por patriotas de
igual compromiso revolucionario, el Hondureño José Cecilio del Valle, publica en Guatemala,
en el periódico revolucionario el “Amigo de la Patria”, un artículo donde exponía similar plan
de Integración. Del Valle llegó a ser fundador y primer presidente, en 1824, de la “República
Federal de Centroamérica”, que incluía a las actuales Guatemala, El Salvador, Honduras,
Nicaragua, Costa Rica, Belice y parte del estado mexicano de Chiapas. Fue finalmente frag-
mentada en 1839.
En mayo, dos meses antes de la famosa Conferencia de Guayaquil entre Bolívar y San Martín,
por acuerdo de los dos gigantes libertarios, se firma el primer Tratado de Unión Suramericana:
el “Convenio de unión, liga y confederación perpetua” entre Perú y la Gran Colombia. Siendo
ministros plenipotenciarios, por Colombia Joaquín Mosquera y por Perú, Bernardo de
Monteagudo, extraordinario y muy polémico revolucionario patriota. Nacido a la vida revo-
lucionaria bajo el liderazgo de Mariano Moreno en la primera y más radical junta patriota
de la actual argentina. Pasó a ser uno de los más importantes cuadros de la Logia Lautaro,
representando a su ala más autoritaria, es uno de los responsables en el asesinato de los ilus-
tres patriotas chilenos hermanos Carrera y Manuel Rodríguez, con quienes la Logia mantenía
mutua y acerba pugna y odio. Ministro de San Martín en Perú, asume su tesis de la necesidad
táctica de la monarquía constitucional, será derrocado y desterrado por la oligarquía limeña
descontenta con su política de unidad continental y justicia social. Bolívar lo reivindicó luego,
incorporándose a las filas de su gobierno peruano, momento en que es asesinado, ignorándose
los autores intelectuales del crimen, aunque se le atribuye a Faustino Sánchez Carrión. Es
quizás el único revolucionario patriota que fue cuadro de los tres grandes líderes surameri-
canos: Mariano Moreno, José de San Martín y Simón Bolívar.
El 1° de mayo de ese año 1822, Mosquera arriba a Perú con su misión diplomática, definida en
los siguientes términos por Bolívar: “la asociación de los cinco grandes Estados de América
para formar una ‘nación de repúblicas’, objetivo tan sublime en sí mismo que no dudo
vendrá a ser motivo de asombro para Europa. La imaginación no puede concebir sin pasmo
la magnitud de un coloso que, semejante a Júpiter de Homero, hará temblar la tierra de una
ojeada. ¿Quién resistirá a la América reunida de corazón, sumisa a una Ley y guiada por
la antorcha de la libertad?” (Instructivo de Convocatoria para el Tratado de Unión. Simón
Bolívar. En: Carlos Ibarguren. “San Martín íntimo”. 1977).
La alusión a los cinco países en la cita, refiere a la explícita instrucción de proyectar el Tratado
a Chile y las entonces Provincias Unidas. De ese modo, si se considera a ambos, más Perú y la
Gran Colombia, puede dimensionarse que el tratado buscaba, según la intención de Bolívar,
la unidad e integración de los actuales Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela, Ecuador, Panamá,
Chile, Argentina, Uruguay y Paraguay.
Para aquilatar la visión de futuro del Libertador en esta temprana misión unitaria, cuando
aún no se ha derrotado completamente al poder colonial español, cabe señalar que se trataba,
en su intención e instrucciones a Mosquera, de incluir en el Tratado los territorios y pueblos
de nueve de las actuales doce repúblicas suramericanas independientes que conforman la
totalidad suramericana y con solo Brasil (entonces monarquía constitucional y esclavista,

159
Ricardo Jiménez A.

formalmente independiente, bajo monarca portugués), Guyana y Surinam (entonces colonias


inglesa y holandesa, respectivamente) no consideradas, además de Panamá que por entonces
no existía y sería separada de Colombia a inicios del siglo XX.
Que el Tratado no era una simple declaración de intenciones o formalización de solidaridad
ante el enemigo común, y que más aún, no se limitaba siquiera a la pura alianza de defensa,
sino que se convertía en un instrumento ejecutivo de integración amplia y estructural, lo
muestra el propio tenor de su texto que habla de un: “Tratado de Unión, Liga y Confederación
de paz y guerra... para asegurar la independencia americana, entre Colombia y Perú... para
sostener con su influjo y fuerzas marítimas y terrestres... su independencia de la nación
española y de cualquier otra dominación extranjera, y asegurar, después de reconocida
aquella su mutua prosperidad, la mejor armonía y buena inteligencia, así entre sus pueblos,
súbditos y ciudadanos, como con las demás potencias con quien deben entrar en relaciones”
(Tratado de Alianza Colombia – Perú, firmado en Lima el 6 de julio de 1822, ratificado el 15
de julio de 1822).
Consecuente con la permanente lucha programática por la unidad continental, “los liberta-
dores de Colombia y Perú se obligaban formalmente a interponer sus buenos oficios con los
gobiernos de los demás Estados de la América antes española, para entrar en este Pacto de
unión, liga y confederación perpetua” (Antonio Pérez. “Ideología y acción de San Martín”.
1966).
Impuesta por las necesidades de la hora, establece, en primer lugar, la alianza conjunta militar
y de defensa: “La República de Colombia y el Estado de Perú se prometen y contraen... un
pacto perpetuo de alianza íntima y amistad firme y constante para su defensa común, para
la seguridad de su independencia y libertad, para su bien recíproco y general y para su
tranquilidad interior, obligándose a socorrerse mutuamente y a rechazar en común todo
ataque o invasión que pueda, de alguna manera, amenazar su existencia política” (letra a).
Establece, además, por primera vez en la historia republicana, la ciudadanía suramericana: “...
los ciudadanos de Perú y de Colombia gozarán de los derechos y prerrogativas que corres-
ponden a los ciudadanos nacidos en ambos territorios, es decir, que los colombianos serán
tenidos en el Perú por peruanos y éstos, en la república, por colombianos” (letra b).
También la unión comercial: “Los súbditos y ciudadanos de ambos estados tendrán libre
entrada y salida de los puertos y territorios respectivos y gozarán en ellos de todos los dere-
chos civiles y privilegios de tráfico y comercio... los buques y producciones territoriales de
cada una de las partes contratantes no pagarán más derechos de importación, exporta-
ción, anclaje y tonelaje, que los establecidos o que se estableciesen para los nacionales en los
puertos de cada Estado, es decir, que los buques y producciones de Colombia abonarán los
derechos de entrada y de salida en los puertos del Estado del Perú como peruanos, y los del
Estado del Perú en Colombia como colombianos” (letras c y d).
Finalmente, se establecen mecanismos conciliatorios y pacíficos para desacuerdos limítrofes
al interior de la confederación, y la defensa conjunta del sistema democrático republicano,
ante amenazas en cualquiera de los Estados; otra evidencia de la falsedad del “monarquismo”
de San Martín y Monteagudo (letras e y f).
El tratado fue publicado en Perú por medio de una “Gaceta extraordinaria” por expresa instruc-
ción de San Martín, en mayo de 1822 (Gobierno del Perú. Gaceta Extraordinaria del Gobierno.
Lima, Perú. 17 de septiembre de 1822). La caída del ministro Bernardo de Monteagudo en

160
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

Perú, y el auto exilio de San Martín, así como la conspiración contra Bolívar y su proyecto de
federación suramericana, tanto en Perú como en Colombia, terminaron por derrotar la apli-
cación del Tratado. Sin embargo, queda como uno de los primeros y más grandes hitos en la
memoria continental de unidad e integración. Así como también constituye una prueba incon-
testable de la comunión libertaria y unitaria de los dos grandes libertadores suramericanos.
Dos años después, en diciembre de 1824, dos días antes de la batalla de Ayacucho, que habría
de sellar estratégicamente la independencia continental del poder colonial español, Bolívar y
su Ministro peruano, José Faustino Sánchez Carrión, firman el Decreto del gobierno peruano
donde convocan a los gobiernos de Chile, Perú, las Repúblicas Unidas (actual Argentina),
México y Guatemala, al Congreso de constitución de la Federación Suramericana, teniendo
como sede el istmo de Panamá, entonces parte de la Gran Colombia (“Circular de S. E. el
Libertador de Colombia y encargado del supremo mando de la República del Perú, invitando
a los gobiernos de las demás repúblicas de América a mandar sus representantes al istmo de
Panamá con el fin de celebrar una Asamblea General”. Lima, Perú. Diciembre 7 de 1824. Simón
Bolívar, jefe de Estado. José Sánchez Carrión, ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores).
En ese llamamiento al famoso “Congreso Anfictiónico de Panamá”, traen a la memoria el
señero primer Tratado de Unidad Suramericana, realizado entre los libertadores de tres y
cinco repúblicas, Bolívar y San Martín, en 1822: “El gobierno del Perú celebró en 6 de junio de
aquel año un tratado de alianza y confederación con el plenipotenciario de Colombia; y, por
él, quedaron ambas partes comprometidas a interponer sus buenos oficios con los gobiernos
de la América, antes española, para que entrando todas en el mismo pacto, se verificase la
reunión de la asamblea general de los confederados” (Raúl Porras Barrenechea. “El Congreso
de Panamá (1826)”. 1930).
Por esos mismos días, se publica un Ensayo que llama vehementemente a sostener la inicia-
tiva: “Ningún designio ha sido más antiguo entre los que han dirigido los negocios públicos,
durante la revolución, que formar una liga general contra el común enemigo y llenar, con la
unión de todos, el vacío que encontraba cada uno en sus propios recursos”. Quien lo escribe
no es otro que el mismo que actuará como plenipotenciario del Perú en el histórico Primer
Tratado: Bernardo de Monteagudo. Fiel a su concepción de radical inclusión e igualdad social,
anti oligárquica, como componente de esta unidad continental, agrega: “El año 25 se reali-
zará, sin duda, la federación hispanoamericana bajo los auspicios de una asamblea cuya
política tendrá por base consolidar los derechos de los pueblos y no los de algunas familias
que desconocen, con el tiempo el origen de los suyos” (Bernardo de Monteagudo. “Ensayo
sobre la necesidad de una Federación General entre los Estados Hispanoamericanos y Plan de
Organización”. 1825).
Apenas publicado el Ensayo, el último gesto revolucionario de uno de los firmantes del Primer
Tratado de Unidad Suramericana, este ilustre, aunque extremadamente polémico patriota,
fue asesinado en Lima, sin que pudiese esclarecer nunca a los autores intelectuales. Poco
antes, había escrito en las trincheras periodísticas patriotas su epitafio: “Yo no renuncio a
la esperanza de poder servir a mi país, que es toda la extensión de América” (En: Norberto
Galasso. “Seamos libres y lo demás no importa. Vida de San Martín”. 2000).

161
Ricardo Jiménez A.

XII
Manuela Sáenz

Quiteña, hija “bastarda”, fuera del matrimonio legal, del regidor de Quito, Simón Sáenz con
su madre Joaquina Aizpuru, a quien despreciativamente la oligarquía llamaba la “barragana”
(conviviente). Recibió de su padre, sin embargo, el privilegio de la mejor educación disponible
- para los hombres - en la época. Fue recluida en el Convento de Santa Catalina por su rebeldía
a las convenciones sociales patriarcales y machistas, ejerciendo libremente su vida sexual, que
incluía según varios investigadores, la bisexualidad. Finalmente, fue expulsada del convento.
Más tarde le escribirá a su ex marido: “usted es anglicano, yo atea” (1823). A los veinte años de
edad, fue casada en matrimonio por conveniencia con James Thorne, acaudalado médico inglés
de 50 años.
Vivió siete años en Lima, donde formó parte de la “Red de guerra de zapa” de San Martín y
Monteagudo. Un tipo de guerra que se lleva adelante en desventaja material y donde lo prin-
cipal son operaciones de sabotaje, la conspiración y la propaganda política. Era hermana de
José María Sáenz, uno de los oficiales del batallón “Numancia”, el de más alta élite militar en
el ejército realista, estacionado en Lima, por lo que Manuela participó en la llamada “opera-
ción Cervantes” para pasar a este ejército a las filas de la revolución, lo que finalmente ocurrió.
Recibió la Orden de Caballeresa del sol por esos servicios a la revolución de parte del gobierno
revolucionario peruano de San Martín.
Manuela regresó a Quito, donde alojó en su casa a José de Sucre y surgió una amistad y compa-
ñerismo permanente entre ambos. Prestó servicios y entregó su fortuna personal para el Ejército
Libertador que sellará en la batalla de Pichincha (1822) la independencia de Ecuador, su patria
de nacimiento. Conoció y se hizo amante y compañera de Simón Bolívar, abandonando para
siempre a su esposo por conveniencia James Thorne. Manuela, escribe orgullosa y desafiante
a su ex esposo: “Me cree Ud. menos honrada por ser él mi amante y no mi marido? ¡Ah! Yo
no vivo de las preocupaciones sociales inventadas para atormentarse mutuamente” (1823).
Desde entonces acompañó al Libertador en todos sus proyectos políticos y campañas militares.
Ella presentará a Bolívar con Bernardo de Monteagudo, su amigo y compañero de lucha,
veterano cuadro revolucionario de la época de la primera revolución de mayo en las actuales
Argentina y Bolivia, dirigida por el mítico Mariano Moreno. Es también, más tarde, ministro
de San Martín en Perú, y uno de los más brillantes promotores de la integración continental
latinoamericana y la justicia social. Llegó a ser un cuadro importante del proyecto de Bolívar,
y será asesinado en Lima en 1825. En la batalla de Junín (1824), Bolívar hace valer el grado de

162
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

archivera del Estado Mayor Patriota de Manuela, y le ordena no entrar en la primera línea de
fuego, como deseaba ardientemente; ella acata la orden superior, pero grita en protesta delante
de todo el ejército: “¡pongo por desgracia mi sexo!”. Meses más tarde, estando ausente Bolívar
porque los traidores oligarcas hechos ya con el gobierno en Colombia le ordenan regresar
allá para impedirle la gloria de coronar la guerra de independencia, en Ayacucho, Manuela
combate como lancera a caballo (1824), con tal bravura que el Mariscal Sucre recomienda su
ascenso al grado de coronela.
En las fases finales de la lucha por la independencia, cuando ya se consolidan las fuerzas
contrarias al proyecto de soberanía, igualdad y continentalidad de Bolívar, Manuela salva en
dos ocasiones a Bolívar de atentados contra su vida, la segunda vez con la espada en la mano.
Bolívar la llamó la “Libertadora del Libertador”. Debido a su carácter apasionado, impulsivo
y a veces tumultuoso, la llamará también “Mi amable loca”. Ya derrotado completamente el
proyecto de Bolívar y cercano éste a su muerte, Manuela le escribe denunciando la injusticia
social de las repúblicas oligárquicas que traicionaron el proyecto bolivariano: “Simón, Simón,
¿si nuestros indios siguen pidiendo limosna, si nuestros niños siguen en la calle muriéndose
de mengua, de qué sirvió la independencia?” (1829).
Manuela es encarcelada y acusada de “extranjera” en Colombia, a lo que responde en un perió-
dico: “Lo que sé es que mi País es el continente de la América y he nacido bajo la línea del
Ecuador” (1830). Se le destierra de Colombia y de Ecuador. Tras tres años en Jamaica, se
instala en Paita, puerto peruano, acompañada sólo de sus fieles Nathán y Jonatás, dos anti-
guas esclavas negras compradas por su padre, liberadas por ella y que permanecieron siempre
a su lado como compañeras de lucha y de vida. Allí, en Paita, la visita el gran Simón Rodríguez,
genial maestro de Bolívar, su amigo y compañero de luchas. Entre otras precursoras ideas,
Rodríguez, adelantándose en un siglo a ese avance de la humanidad, y quizás teniendo en
mente a la joven Manuela casada por conveniencia por su padre, había postulado: “Se ha de
dar instrucción y oficio a las mujeres, para que no… hagan del matrimonio una especulación
para asegurar su subsistencia” (Simón Rodríguez. 1830).
En Paita también la visitará Garibaldi, el héroe legendario de la independencia italiana, quien
la llamará “la mujer más importante del siglo XIX”. En Paita, el 23 de noviembre de 1856,
murió de difteria a los 59 años, sola y en la miseria, atacada por la calumnia de las oligarquías
latinoamericanas. Sus restos fueron arrojados, no se sabe con certeza si en fosa común o en
un cerro baldío. Sus objetos personales, incluyendo valiosa documentación histórica, fueron
quemados. Sus restos, a pesar de esfuerzos de investigación y búsqueda, nunca fueron encon-
trados. En 2010, por iniciativa de los presidentes de Ecuador, Rafael Correa, y de la República
Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, “restos simbólicos” de Manuela, tomados de una
antigua fosa común en Paita fueron trasladados a Venezuela y puestos junto a los de Bolívar,
como fue su deseo hace más de 160 años.
El 24 de mayo de 2007, aniversario de la batalla de Pichincha, un hecho trascendente de
justicia histórica y simbólico de la soberanía y lucha libertaria de su pueblo, el presidente
de Ecuador, Rafael Correa, ascendió póstumamente a la coronela al grado honorífico de
“Generala del Ecuador”. El presidente Correa la nombró además “Luz Morena”. Manuela es
póstumamente una de las pocas que han logrado ese máximo grado militar en América Latina.
Con lo que aún después de muerta sigue rompiendo las discriminaciones machistas.
Conspiradora contra la dominación española y contra los moldes cínicos con que la sociedad
de la época limitaba a las mujeres, ella es el símbolo más alto de miles de mujeres revolu-

163
Ricardo Jiménez A.

cionarias patrióticas, protagonistas de la primera independencia y su proyecto de soberanía,


unidad continental y justicia social con justicia de género, que han sido silenciadas por las
historias oficiales de las repúblicas oligárquicas. Sin embargo, numerosos intelectuales, histo-
riadores y literatos progresistas y patriotas han escrito y cantado su vida, su pensamiento y su
lucha. El poeta chileno universal, Pablo Neruda, le escribió su poema “La insepulta de Paita”,
incluido en el Canto General (1950), que alude al hecho de que sus restos nunca pudieron ser
encontrados: “En Paita preguntamos por ella …/ la bella Enterrada / pero ellos no sabían,
no sabían el nombre de las flores…/ la pequeña criolla traficante de miel, palomas, piñas y
pistolas / Su corazón era de pan y entonces se convirtió en harina y en arena…/ columna
que sostuvo no una techumbre vaga sino una loca estrella… / vida imposible de traducir a
muerte”.

Una carta de Manuela


Felizmente, existen muchas y muy buenas recopilaciones de la correspondencia entre Manuela
y Bolívar, disponibles en internet; un tesoro de historia, sentimientos y militancia. Citaremos
aquí sólo una de estas cartas. Asegurada ya la independencia colonial en toda Suramérica con
la victoria en la batalla de Ayacucho – aunque la última batalla militar contra los realistas
será en Tumusla, Potosí, actual Bolivia, en 1825 - Bolívar al igual que los líderes de todas las
nacientes repúblicas enfrenta el problema de la definición de los límites de los Estados, que
antes eran administraciones dentro de la unidad colonial española. El chovinismo localista
y la falta de visión de líderes y pueblos, agitados y digitados por los ambiciosos intereses de
rancias o nacientes oligarquías locales y ávidos poderes fácticos extranjeros, han derrotado
o tienen en franca debilidad todos sus proyectos de unidad continental, soberanía y justicia
social.
En ese marco, recibe comunicación del General Sucre desde el Alto Perú, actual Bolivia, infor-
mando la convocatoria a sus representantes para definir el destino de la región, hasta entonces
formalmente parte de los Virreinatos coloniales del Perú y del Río de La Plata. El brillante y
joven general Sucre fue el más estrecho y leal militante del proyecto bolivariano, y en esta
ocasión, es casi la única vez que Bolívar le escribe una carta de reconvención y molestia, seña-
lándole que no estaba en sus atribuciones permitir o gestar tal convocatoria. Ello muestra el
deseo y plan de Bolívar de unificar y no de fragmentar las repúblicas y desmiente tajantemente
el error o mala intención histórica difundidos por la oligarquía peruana de atribuir a Bolívar el
supuesto deseo y plan, por pura ambición y maldad, de “robar” Bolivia al Perú.
Más bien, como lo explica después Sucre y lo hace aquí Manuela Sáenz, era incontenible esa
voluntad de los propios criollos alto peruanos, que solo conocían explotación y desprecio de la
nobiliaria y corrupta Lima. En esa realidad objetiva, Manuela Sáenz ve la oportunidad política
de crear un nuevo Estado, bajo el nombre simbólico de Bolívar (que signifique un “amor irre-
frenable por la libertad”), donde pueda construirse, casi como en un laboratorio, el proyecto
de soberanía, justicia e inclusión social, que ha sido ya derrotado en el resto del continente.
En una hermosa metáfora del amor de pareja entre ella y Bolívar, ella compara este eventual
Estado republicano social con una hija de ambos.
La carta dice textualmente:
“29 de febrero de 1825
Mi Libertador:

164
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

Sabe usted cómo ansío compartir el nacimiento de la vida. Conoce las veces que levanté mi
voz airada por las condiciones ingratas que estamos compartiendo, de privación de senti-
mientos, de distancias y de ausencias reiteradas. ¿Cómo cambiar el sino que nos acompaña?
¿Qué debemos hacer para protestar frente a la realidad, y vencerla? ¿No podré, con usted,
caminar llevando de la mano la ilusión convertida en la inocencia de voces infantiles? ¿Es
que no fuimos elegidos para ser, además de amantes, hombre y mujer, padre y madre?
He interpelado a los Dioses de estas y otras tierras. Mi voz la han escuchado, si existen, los
Achachilas de los Andes y el Cristo de la cruz de mis desvelos. Vea usted la fuerza que sale
a borbotones del pecho que le da ritmo a su sangre, y que termina convertida en remanso
cuando acepto resignada que otros son los mandatos que debo cumplir en este tiempo.
Y cuando llego a ese punto de sosiego, otra vez me vienen los rumores que acompañan mis
angustias y me mantienen en vela buscando otras respuestas. No utilice su energía para
reprender el acto de amor que voy a relatarle.
He recogido de usted la necesidad de encontrarle solución política a las diferencias que
mantienen los patriotas de Lima y del Río de la Plata. En medio de ellas, están las provincias
del Alto Perú, primeras en levantar las banderas de la libertad y las que mayor dificultades
están debiendo sortear para alcanzarla.
La posición reflexiva del General San Martín en Guayaquil hace tres años, fortalece la nece-
sidad de resolver la situación del Alto Perú con un estatuto político que le faculte a desarro-
llarse, respetando la decisión que le han hecho saber con insistencia y firmeza sus repre-
sentantes. Por eso resulta injusta la airada comunicación que le hiciese llegar al General
Sucre por la convocación a los diputados del Alto Perú a discutir su destino”. En este párrafo,
Manuela, se refiere a la famosa Conferencia secreta de Bolívar y San Martín en esa ciudad
de Ecuador, en julio de 1822, la cual ha dado pie a innumerables errores y calumnias histó-
ricas. Esta referencia de Manuela Sáenz, usando un calificativo positivo para la actitud de San
Martín en ella, y justamente en una carta privada a Bolívar, por quien sin duda conoce porme-
nores de la entrevista, es un elemento objetivo, entre muchos otros, para desmentir esos
errores y calumnias, que pretenden una enemistad de ambos próceres en la ocasión, a partir
de magnificar y tergiversar las discrepancias políticas, que sí las hubo entre ambos, como
las hay normalmente entre compañeros de lucha, pero que no influyen en nada al proyecto
fundamental común.
“Si usted escucha la voz de su experiencia, desde Charcas, La Paz y Potosí, será más fácil
establecer una relación positiva con V.E., que desde otras ciudades que mantienen algunas
dificultades para resolver sus propias diferencias. Pero, y lo más importante, permitiría la
construcción de un nuevo Estado en el que usted podría, desde el inicio, desarrollar la fuerza
de la libertad sin las mezquindades que enfrenta permanentemente en la Gran Colombia”.
Aquí, Manuela se refiere a las tendencias de chauvinismo localista, oligárquicas, y en conni-
vencia con poderes fácticos extranjeros, que terminarán poco después por fragmentar la Gran
Colombia en tres “patriecitas” chicas, excluyentes y sin soberanía: Colombia con Francisco de
Paula Santander, Venezuela con José Páez, y Ecuador con José Flores.
“Esta república podría servirle para plasmar en ella los modelos democráticos tan caros
a sus sueños y alejar las insinuaciones que rechaza tan airado cuando pretenden cambiar
su condición de ciudadano por otra similar a la que termina de vencer”. Manuela refiere en
este párrafo a las varias ocasiones en que a Bolívar se le ofreció coronarse monarca, todas las
cuales rechazó por ser un convencido y radical republicano. Esta referencia, en carta personal

165
Ricardo Jiménez A.

privada, es un elemento objetivo, entre otros, que desmiente los errores y calumnias que
pretenden lo contrario.
“Un pueblo agradecido con su espada y su voluntad de usted, puede ser el abono más extraor-
dinario para que fortalezcan la justicia y las instituciones republicanas. He recogido de
manera reservada algunas opiniones de la gente que le es fiel, y comparten el entusiasmo de
ver nacer un estado con su nombre que tenga de usted el amor irrefrenable por la libertad.
Por eso le he puesto tanto empeño a esta encomienda que nadie me dio, pero le pertenece,
de dar nacimiento al fruto de mi entrega y que sobrevivirán nuestras vidas perpetuando su
nombre. Permítame ayudar a multiplicar la libertad y juntos habremos logrado procrear
una hija, que sólo usted y yo, sabremos es el producto de este sentimiento que desafía la
barrera de los tiempos.
Ahora, que ya lo sabe, repréndame con indulgencia y con la dulzura con la que corrige los
desvaríos de pueblos que aprenden a vivir su independencia. Su enojo será la mejor prueba
que la Historia se construye con locuras de amor y de coraje. Y yo, veré nacer una hija que
mantendrá en la eternidad mi tributo de reconocimiento a usted, gestado entre los nueve
meses que están pasando desde el triunfo de Ayacucho y el primer aniversario de Junín.
Aliente la multiplicación de la vida y la libertad. Todos esperan su palabra para hacer más
fácil el esfuerzo de ayudar a la Historia a reconocer su entrega por la causa de los pueblos.
Gozo con la idea como lo hago las veces que estoy en su compañía.
Manuela.”
Carta sin dirección a Manuela Sáenz
Entrañable Manuela:
No sabíamos a qué dirección exactamente escribirte esta carta. Queríamos decirte tantas cosas
que se nos caen de los bolsillos del corazón, pero no sabíamos dónde escribirte.
¿Dónde escribirte? Tal vez a Paita en Perú, lugar donde físicamente desapareciste, castigada
con el abandono, la miseria, la calumnia y el olvido, por el pecado de estar del lado de los
pueblos y ser enemiga de las repúblicas traidoras de la independencia, de la igualdad y de la
unidad continental, a las que tanto amaste.
¿A Paita?, donde tus restos físicos no han podido ser hasta ahora encontrados, como ocurre
con Francisco de Miranda y ocurrió durante años con el Che. Al igual que con ellos, todo un
símbolo del odio y del miedo que inspiraste a las castas dirigentes y anti populares.
Ya lo sabía el poeta chileno universal, Pablo Neruda, cuando te nombró “La insepulta de
Paita” y nos contó: “Yo les pregunté por Manuelita, la bella enterrada, pero ellos no sabían el
nombre de las flores”, que no te hayamos porque eres “vida imposible de traducir a muerte”.
¿Dónde escribirte? Tal vez a alguna calle quiteña, donde los hijos de la oligarquía te gritaban
“hija de barragana”, porque el amor de tus padres no pagó los impuestos morales de la ley
colonial, sin saber los muy… que nos hacían el favor de formarte como la más formidable
enemiga del privilegio y la exclusión.
O quizás al convento de Santa Catalina, del que te expulsaron porque decidiste ser atea, o
elevar tu voz a los dioses de estas y otras tierras, a los Achachilas de Los Andes y al Cristo de
la cruz de tus desvelos.

166
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

¿Dónde escribirte? Seguramente no a la casa que compartiste con ese marido por conveniencia
al que te unió tu padre y al que abandonaste para fundir tu corazón con el corazón del vidente
primero.
Tal vez debamos hacer llegar esta carta a los añosos callejones aprendidos de memoria, o
las nocturnas playas donde cabalgabas sigilosa, manejando con arte la espada, la pistola y el
secreto, en la guerra de zapa de San Martín en Perú contra colonialistas y traidores.
O a los patios donde planeabas la igualdad y la unidad continental con José de Sucre y
Bernardo de Monteagudo, tus entrañables hermanos de lucha y destino.
O al campo de Junín donde gritaste: “¡Pongo por desgracia mi sexo!” Porque Bolívar, movido
por su amor, hizo valer tu cargo de archivera en el estado mayor patriota para impedir combatir
en la primera línea como tanto querías.
O al campo de Ayacucho, donde al fin sí pudiste combatir como lancera a caballo, porque los
traidores oligarcas obligaron a Bolívar a marchar a Colombia para que no recibiera la gloria
de ese triunfo final decisivo.
O a ese desierto, que tenía la exacta dimensión de tu nostalgia por Bolívar, y que atravesaste
ya desterrada como “extranjera” por los nuevos dueños de los países a cuya libertad entregaste
tu vida.
Queríamos decirte tantas cosas que nos brotan hoy, como raíces y como ramas, a los pueblos,
a tus pueblos.
Contarte que, así como Fidel encontró el grado póstumo exacto para el Che, cuando parecía que
ya no había uno suficiente: el de artista. Así tu pueblo, después de “libertadora del Libertador”,
“Caballeresa del sol”, “Capitana” y “Coronela”, te ha nombrado: “Generala” y “Luz Morena”.
Ahora lo comprendemos. Al igual que el Che, estás en todas partes.
No importa a qué dirección escribirte. Lo que importa es contarte que ahora sabemos, como tú
nos enseñaste, cada vez más, que nuestro país es el continente de la América y hemos nacido
bajo la línea del Ecuador. Que, si no hay justicia, soberanía e igualdad, ¿entonces, para qué
sirvió la independencia?
Lo importante no es dónde estás tú, sino dónde estamos nosotros y, sobre todo, cómo respon-
demos a la pregunta que nos enseñaste: “¿Qué debemos hacer para protestar frente a la
realidad y vencerla?”

167
Ricardo Jiménez A.

XIII
Sucre, merecer la espada

Cuando en la guerra revolucionaria cubana, el Che Guevara se enteró que habían matado en
combate a uno de sus cuadros guerrilleros más confiables y cercanos, “el vaquerito”, exclamó:
“me han matado a cien hombres”. Y esa frase calza perfectamente para describir a José de
Sucre, casi el arquetipo de cuadro revolucionario de la independencia, cuyas capacidades,
talentos y consagración a la lucha lo convertían en un verdadero ejército de uno.
De carácter serio y frugal, adusto, severamente disciplinado, excesivamente modesto, ajeno
a las vanidades personales. Entregado e infatigable hasta el ascetismo, casi un místico de la
revolución, con un tipo de personalidad ajena a lo mundano, similar a la del mismo Che, y a
la de José de San Martín.

Combatiente
Al igual que San Martín, conoce la vida militar desde la infancia, literalmente. A los 13 años
de edad se hace cadete, y desde allí, en medio de la guerra de independencia y gracias a su
desempeño de genio militar, organizador e intelectual, alcanza todos los grados existentes. A
los 16 años, bajo el mando del gran Francisco de Miranda, es comandante. A los 21, al lado de
Bolívar, es general, hasta hoy el general más joven de la historia americana. En 1824, a los 28
años, es nombrado por el congreso peruano Gran Mariscal de Ayacucho, grado militar único,
no alcanzado por nadie más.
Bolívar lo describe así en 1825: “se encontraba de ordinario al lado de los más audaces,
rompiendo las filas enemigas, destrozando ejércitos contrarios con tres o cuatro compañías
de voluntarios que componían todas nuestras fuerzas”.

La moral revolucionaria
Cuando Bolívar libera Nueva Granada y crea la república de Colombia, en noviembre de 1820,
firma con los realistas españoles un Tratado de armisticio y regularización de la guerra, para
poner fin a la cruenta “guerra a muerte”, violatoria de derechos humanos, librada hasta allí.
Sucre fue el encargado de redactar este tratado, el cual Bolívar describe así: “este tratado es
digno del alma de Sucre… el más bello monumento de la piedad aplicada a la guerra”.

168
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

A pesar de que Sucre, entonces de 24 años de edad, era un implacable combatiente, de que
castigaba con severidad suprema los actos de crímenes y corrupción, de que la más cruel
venganza del enemigo había devastado a su familia, y de que esta era su primera misión diplo-
mática, este documento es considerado un hito precursor del derecho internacional humani-
tario de guerra, pues fijó los parámetros que en adelante normaron el trato de los vencidos por
parte de los vencedores en los conflictos bélicos, especialmente en el cuidado de prisioneros
y heridos. Es también un antecedente precursor de la moral de guerra superior de los revolu-
cionarios que teorizará más tarde Mao Tse Tung, el Che Guevara y Carlos Fonseca Amador,
el fundador y comandante sandinista de Nicaragua que acuñó la consigna: “implacable en el
combate, generoso en la victoria”.

Intelectual orgánico
En medio de la guerra suramericana, es además brillante organizador, diplomático, congre-
sista, ministro, gobernador. Incansable fundador de repúblicas, bibliotecas públicas, escuelas,
tribunales de justicia y órganos de prensa. Está donde sea que lo llame el deber revolucionario
y cumple con sencillez abnegada cualquier tarea de la hora. Casi un modelo de lo que el revo-
lucionario italiano Antonio Gramsci llamará en el siglo XX un “intelectual orgánico”.
A diferencia de casi la mayoría de sus colegas oficiales, escribe la mayoría de sus comunica-
ciones con su propia mano, prescindiendo de secretarios. Mientras recorre un continente entero
a caballo, librando batallas y organizando imposibles, llega a escribir a lo largo de su vida más
de 7.000 páginas que se conservan hasta hoy. Su actividad sobrehumana podría ponerlo fácil-
mente en los récords Guinness; se sabe, por ejemplo, que el 6 de septiembre de 1822, durante la
campaña de Quito, Ecuador, expidió más de 52 comunicaciones en un solo día.
Por eso, es plenamente coherente que en 2003 la revolución bolivariana de Venezuela pusiera
su nombre a una misión cuyo objetivo fue abrir por primera vez en la historia del país la univer-
sidad y los estudios profesionales a los sectores más excluidos y vulnerables de la sociedad.

Continentalista
Como todos los cuadros de esa primera generación revolucionaria independentista, como su
amigo y mentor, Simón Bolívar, sabía perfectamente que la independencia y la justicia social
por la que luchaban no sería posible sin una sola Patria Grande, la cual, por unida, fuera
fuerte, para contener con esa fuerza las pretensiones expansionistas de las potencias euro-
peas y norteamericana. En carta a Bolívar de 1826, deslinda con toda claridad y consecuencia
personal con los chovinismos fratricidas que, agitados por las oligarquías locales y las poten-
cias extranjeras, ya empiezan a destruir el proyecto continental: “Si yo me redujera a pensar
como colombiano, en sólo mi país, me excusaría de inmensos disgustos y opinaría de otro
modo; pero en mis procederes debo siempre tener presente que soy americano”.
Por eso, su mutua admiración y cooperación militar revolucionaria con José de San Martín,
su igual, a pesar de ser mucho mayor, en valor, genio, personalidad y programa revolucio-
nario, testimoniado en magníficas cartas entre compañeros. Por eso, nadie mejor que él para
comandar en la victoria independentista definitiva de Ayacucho en 1824 a combatientes puer-
torriqueños, guatemaltecos, mexicanos, cubanos, venezolanos, colombianos, ecuatorianos,
argentinos, chilenos, uruguayos y peruanos, incluso brasileños e internacionalistas europeos.

169
Ricardo Jiménez A.

Por eso, su amistad con Bernardo de Monteagudo, chuquisaqueño, magnífico arquitecto de


la integración continental. Y con Manuela Sáenz, gran revolucionaria latinoamericanista, a
quien permite combatir en el campo de Ayacucho como lancera a caballo, después que meses
antes Bolívar, movido por su amor por ella, hace valer su cargo en el estado mayor y le ordena
no combatir en Junín. Justo y correcto, tras la batalla, reconoce su extraordinario valor en
combate y recomienda su ascenso a coronela.
Cuando en 1825 libera el Alto Perú, reconoce el deseo de los habitantes de no subordinarse a
la conservadora y corrupta Lima y declarar su independencia. Bolívar en un primer momento
se molesta y lo recrimina. Es Manuela Sáenz la que hace ver a Bolívar que Sucre no quiere ni
debe aplastar sangrientamente los deseos soberanos de la población altoperuana y que más
bien hay en ese nuevo Estado la última oportunidad, casi de laboratorio, de construir la repú-
blica social con la que han soñado y que ya ha sido derrotada por la traición de las oligarquías
locales en todos los demás países. Manuela le dice a Bolívar que esa nueva Bolivia será la hija
que nunca tuvieron por sacrificar sus vidas a la causa de la libertad.
En 1826, Sucre como presidente de Bolivia, da muestras de su consecuencia continentalista y
escribe planes con Bolívar para liberar del coloniaje a Cuba y a Puerto Rico. Fidel Castro, en
1959, reconocerá públicamente esta precursora consecuencia continental de los libertadores:
“Recordarán también que Bolívar no se olvidó de Cuba, recordarán también que entre sus
planes estaba aquel que nunca llegó a realizarse —porque no pudo realizarlo, pero que no la
dejó en el olvido— de libertar también a la isla de Cuba. No pudo El Libertador unir aquella
isla al racimo de pueblos que libertara, y nuestra isla permaneció casi un siglo más bajo el
yugo de la opresión y de la colonización”.

La justicia
Conoció el exilio, las derrotas y persecuciones, sobrevivió apenas a un naufragio. Los colonia-
listas españoles, en venganza por su obstinada lucha libertaria, asesinaron a catorce de sus
parientes, incluyendo tres hermanos, entre ellos una hermana de apenas catorce años. Los
maltratos de quince años de guerra a caballo deterioraron dolorosamente su salud, a pesar de
ser muy joven. Sin embargo, al igual que ocurrió con todos los cuadros de su generación revo-
lucionaria, lo más terrible fue el cruel ensañamiento de las oligarquías traidoras y enemigas
de su proyecto de independencia, unidad continental y justicia social.
Deslindando con los oligarcas que concebían la independencia como un traspaso de privi-
legios de España hacia ellos, sin encarar las radicales transformaciones sociales anti escla-
vistas y anti oligárquicas, en 1825, escribe: “Cuando la América ha derramado su sangre por
afianzar la libertad, entendió también que lo hacía por la justicia, compañera inseparable
la justicia de la libertad. Sin el goce absoluto de ambas: libertad y justicia, habría sido inútil
la emancipación”.
En mayo de 1826, define con hermosa precisión el carácter inédito del programa revolucio-
nario social del ejército libertador, con palabras que parecen profetizar el auténtico nacio-
nalismo militar revolucionario latinoamericano, de Árbenz, Perón, Velasco y Chávez: “Si es
acaso la primera vez que los guerreros conducen… a la par de los laureles las garantías
sociales; y que los ciudadanos han encontrado en soldados… el apoyo de sus derechos y
el escudo de la justicia”. En febrero de 1826, como presidente de Bolivia, decreta radicales
normas en consecuencia: “Considerando: 1° Que los principios del Gobierno están opuestos a

170
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

toda especie de desigualdades entre los ciudadanos por su nacimiento… sean blancos, indios
o de cualquiera clase indistintamente”.
Las campañas de calumnias, el hostigamiento a sus amigos y familiares fueron el precio de su
radical lucha por la justicia social. Envuelto en conspiraciones y traiciones, cansado, renuncia
a la presidencia de Bolivia. Exige como único “premio” a su labor presidencial la renuncia
voluntaria a su inmunidad legal, asumir absolutamente toda responsabilidad por su gobierno,
y que “se examine escrupulosamente su conducta”.
Finalmente, en 1830, es asesinado en cobarde atentado, a la edad de 35 años. Bolívar al ente-
rarse de su asesinato exclamó: “¡Se ha derramado la sangre de Abel!... La bala cruel que le
hirió el corazón, mató a Colombia y me quitó la vida”. Al igual que todos los libertadores y
libertadoras, su cadáver quedó abandonado varios días, fue recogido por su esposa y sepul-
tado casi en secreto en una iglesia y después en un monasterio. Sólo en el año 1900, el presi-
dente patriota y revolucionario de Ecuador, Eloy Alfaro, hace reposar sus restos con merecido
reconocimiento oficial.
Bolívar murió poco después. Al igual que Sucre, Bolívar venía de una de las familias criollas
más ricas de Venezuela, pero murió en la miseria, habiendo entregado todas sus riquezas
materiales a la lucha revolucionaria, hubo que hacer colecta entre los vecinos del poblado
donde murió para enterrarlo y pedir prestada una camisa para cubrirlo porque la suya estaba
llena de agujeros. Una de las pocas pertenencias de valor que conservaba era la espada de
oro y de diamantes que el pueblo del Perú le había regalado en reconocimiento al Mariscal
de Ayacucho, y que éste había testamentado para Bolívar, al que había dicho querer más que
a un padre. Bolívar, a su vez, la testamenta de vuelta a la viuda de Sucre, en un gesto que el
presidente Hugo Chávez interpretó con estas acertadas palabras, en Italia en octubre de 2005:
“sólo ella la merece, con esto estaba diciendo quizá que ningún general merecía la espada”.

171
Ricardo Jiménez A.

XIV
José Artigas

“No hay más huella canejo, que la de Artigas, y júgate el pellejo, cuando la sigas”

Alfredo Zitarrosa, 1968

El aristócrata criollo rebelde, que, expulsado de rancio colegio católico, prefirió vivir en el
campo, entre los indígenas charrúas, que habían resistido fieramente al conquistador español,
y entre los “gauchos”, agrestes y seminómadas arrieros de ganado y contrabandistas resis-
tentes al espurio monopolio colonial español. Hasta que lo llamó la revolución independen-
tista. “Vencer o morir” es la divisa que acuñó en su proclama del 10 de mayo de 1811. Y la
cumplirá incansablemente en centenares de batallas, “siempre a la ofensiva”, donde su espada
y su pluma combatieron primero a las incursiones piratas de los ingleses, y luego al poder
colonial español. Más tarde, a los poderes oligárquicos y expansionistas, pro británicos, de
Buenos Aires y del imperio brasileño portugués, ambos feroces y colosales enemigos de su
proyecto republicano y democrático: la “Liga Federal de Repúblicas Orientales”. Que incluía
un precursor reglamento aduanero de “libre comercio” entre repúblicas americanas, pero
proteccionista frente a las economías extranjeras (1813).
Enemigos mortales, también, de su Reglamento de Reforma Agraria de 1815, donde se
expropia la tierra a los enemigos de la revolución, “malos europeos y peores americanos”, y se
fragmentaron los grandes latifundios improductivos, para ser repartidos entre los no propie-
tarios, “con prevención que los más infelices sean los más privilegiados … los negros libertos,
los zambos de igual condición, los indios y criollos pobres… las viudas pobres si tuvieran
hijos y serán igualmente preferidos los casados a los americanos solteros y éstos a cualquier
extranjero…todos podrán ser agraciados con suertes de estancia si con su trabajo y hombría
de bien propenden a su felicidad y a la de la Provincia”. Complementan la reforma la dismi-
nución de impuestos a los campesinos, la asignación de ganados, la creación de escuelas
rurales y ferias de comercio locales.
Cuando el Virrey español, Francisco Javier de Elío, instalado en Montevideo, le hizo llegar
una tentadora oferta de soborno para comprarlo al bando realista, le respondió: “Desprecie
Vuestra Merced la vil idea que ha concebido, seguro de que el premio de mayor considera-
ción jamás será suficiente a doblar mi conducta” (Omar López Mato. “Artigas un héroe de
las dos orillas”, 2011). A punto de ser derrotado por las fuerzas independentistas de Artigas,

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

el virrey es salvado por una alianza con los portugueses que desde el Brasil invaden el terri-
torio oriental, el gobierno independentista en Buenos Aires, caído en manos de Bernardino
Rivadavia, cede el territorio a cambio de una tregua y deja sin apoyos a Artigas. Se produce
entonces la famosa “Redota”, mal pronunciada “derrota” en el lenguaje popular. Una larga
marcha hacia el exilio en Entre Ríos. 18.000 personas, hombres, mujeres y niños, esclavos,
libertos, indios, gauchos, combatientes, con 1.000 carretas, que se niegan a la esclavitud y
asumen voluntariamente, en asamblea, donde eligen a Artigas, “jefe de los Orientales”, este
penoso camino, que incluye combates con las tropas españolas y portuguesas que los hosti-
lizan. Artigas escribe al respecto: “Cada día miro con admiración sus rasgos singulares de
heroicidad y constancia: unos quemando sus casas y los muebles que no podían conducir,
otros caminando leguas a pie por falta de auxilios o por haber consumido sus cabalgaduras
en el servicio; mujeres ancianas, viejos decrépitos, párvulos inocentes acompañan esta
marcha, manifestando todos la mayor energía y resignación en medio de todas las priva-
ciones. Yo llegaré muy en breve a mi destino con este pueblo de héroes”. Desde octubre de
1811 hasta el retorno en 1813. Será también un laboratorio de autoorganización, formación
política, debate y elecciones populares. La hermosa película uruguayo española, “Artigas: La
Redota”, de 2011, dirigida por César Charlone y Micaela Solé, disponible en internet, relata
esta epopeya.
En medio de sus heroicas luchas, Artigas escribió a Simón Bolívar: “Excelentísimo Señor
General y presidente de la República en Caracas don Simón Bolívar, unidos íntimamente
por vínculos de naturaleza, de intereses recíprocos luchamos contra tiranos que intentan
profanar nuestros más sagrados derechos. La variedad de los acontecimientos de la
Revolución y la inmensa distancia que nos separa me ha privado de la dulce satisfacción
de impartirle un feliz anuncio, hoy lo demanda la oportunidad y la importancia de que los
corsarios de esta república tengan la mejor acogida bajo su protección. Ellos cruzan los
mares y hostilizan fuertemente a los buques españoles y portugueses, nuestros invasores,
ruego a vuestra excelencia que ellos y sus presas tengan el mayor asilo en sus puertos y
entre la escuadra de su mando… Por mi parte, oferto igual correspondencia al pabellón
de esa República, si las circunstancias de los pueblos permiten que sea afianzado en nues-
tros puertos. No puedo ser más expresivo en mis deseos que ofertando a vuestra excelencia
la mayor cordialidad por la mejor armonía y la unión más estrecha, firmarla es obra de
sostén por intereses recíprocos… Tengo el mayor honor de saludar a vuestra excelencia por
primera vez y ofertarle mis más afectuosas consideraciones” (29 de julio. 1819).
Ciertamente, a lo largo de décadas de luchas, su radicalidad democrática y popular, y su fede-
ralismo inclaudicable no siempre fueron compartidos o considerados oportunos por los revo-
lucionarios, generando momentos de tensiones con compañeros con quienes, no obstante,
compartía un programa mínimo fundamental, como San Martín, Belgrano o Güemes, todos
los cuales, además, reconocían su notable valor como cuadro militar y su liderazgo en los
pueblos de la banda oriental, o las dos orillas.

Radical
Combatido y superado por colosales medios humanos y técnicos por el hegemonismo de
Buenos Aires y el imperio brasileño portugués, en innumerables batallas regulares y guerras
de guerrillas, es finalmente traicionado por sus generales y forzado al exilio en 1820. Se
retira al actual Paraguay, junto a sus fieles lugartenientes “Ansina” y “Ledesma”, ambos afro

173
Ricardo Jiménez A.

descendientes de esclavos, destacados oficiales y combatientes. Muere finalmente en 1850,


rodeado de indígenas y campesinos que lo llaman: “Overava Karaí”, el “señor que resplan-
dece”, o “Karaí marangatú”, que, en guaraní, significa “padre de los pobres”. Ya durante todas
sus luchas en el actual Uruguay, había logrado, como pocos, que los indígenas guaraníes que
habían luchado contra los portugueses en la “guerra de las siete reducciones” hace cuarenta
años atrás, le siguieran en la nueva lucha. Por ello, en su programa estuvieron siempre
presentes la deuda histórica hacia ellos, sus derechos y, precursoramente, su autonomía. Y
así lo manifiesta expresamente al Gobernador de la provincia de Corrientes: “Es preciso que a
los indios se los trate con más consideración, pues no es dable, cuando sostenemos nuestros
derechos, excluirlos del que justamente les corresponde. Su ignorancia e incivilización no
es delito reprensible… pues no ignora VS. quien ha sido su causante ¿y nosotros habremos
de perpetuarla?... Re encargo a Ud. que mire y atienda a los infelices pueblos de indios... Yo
deseo que los indios en sus pueblos se gobiernen por sí para que cuiden sus intereses como
nosotros los nuestros...Recordemos que ellos tienen el principal derecho” (3 de mayo. 1815).
Una vez fallecido, sus seguidores estarán al lado de Paraguay en la próxima guerra de la
“Triple Alianza” en que las mismas fuerzas que lo derrotaron, ahora digitadas por el impe-
rialismo inglés, arrasarán también con el último proyecto independiente en el continente,
el de Paraguay. En su natal Uruguay, el primer presidente, un traidor artiguista pasado al
bando de los invasores brasileño portugueses, diezmará permanentemente, a pedido de los
terratenientes, a los amados indígenas charrúas de Artigas, combatientes en todas sus luchas.
En una bajeza histórica, el año 1831, los citó masivamente a “parlamentar” en el arroyo de
“Salsipuedes” y los exterminó sorpresiva y salvajemente, incluyendo a mujeres y niños. Los
pocos últimos sobrevivientes fueron vendidos después a comerciantes franceses para ser exhi-
bidos hasta su muerte como una rareza salvaje en la “civilizada” Europa. La esclavitud de los
afro descendientes no sería abolida sino hasta 1842. Y en todas las nacientes repúblicas, con
diferencias de décadas, los Estados “democráticos” cometerían el mismo etnocidio. Artigas,
viviría en los cantos y las leyendas. Volvería porfiadamente en las asombrosas acciones polí-
tico militares de la guerrilla uruguaya de los 1970, “tupamaras, bolivarianas, artiguistas y
marxistas”.

174
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

XV
“Que esas costumbres se descolonicen”:
Faustino Sánchez Carrión

En la que constituye una constante de toda la primera generación de líderes revolucionarios


independentistas de Nuestra América, el revolucionario peruano independentista, Faustino
Sánchez Carrión, era también, ante todo, un militante de la más radical independencia, la
mental y cultural. Aunque hijo de la ilustración europea, de la cual recoge las mejores tradi-
ciones intelectuales y éticas, era por encima de todo doctrinarismo, un hijo de Suramérica,
que buscaba respuestas concretas y específicas a sus también concretas y específicas circuns-
tancias y características, diferentes y en muchos casos opuestas a las realidades europeas de
donde habían surgido las doctrinas políticas hegemónicas en el debate.
Por ello, al igual que la generalidad de esa primera generación revolucionaria independentista,
el uso que hará de aquellos pensamientos ilustrados europeos no será formal ni dogmático,
sino instrumental y pragmático, al servicio del diseño de respuestas propias a los problemas
propios. Como lo expresa una de sus más afortunadas frases: “que esas costumbres se descolo-
nicen”, su programa no es sólo el de la limitada descolonización política, la pura independencia
política formal. Avizorando el drama de nuestras futuras repúblicas, sabe perfectamente que
ello será insuficiente y finalmente inútil, sino se descolonizan las mentes y las prácticas. Es la
soberanía mental e intelectual lo que reclama como fundamento de una auténtica soberanía
política. A este objetivo sirve pues la ilustración: “Al declararse independiente el Perú, lo que
quiso y lo que quiere es: ... que esas costumbres se descolonicen, que esa ilustración toque
su máximum” (Faustino Sánchez Carrión. Carta del Solitario de Sayán. 1º de marzo de 1822).

El debate República Monarquía


El ideario político de Sánchez Carrión era radicalmente republicano como el de Simón Bolívar,
y como el de aquel, se había forjado tempranamente. Tras dos años de seminario religioso en
la ciudad de Trujillo, capital de su natal Departamento de La Libertad, a los 17 años, ingresa
a estudiar en el Convictorio de San Carlos, otrora regentado por los Jesuitas, vueltos incó-
modos y expulsados de las colonias españolas hacía casi cuatro décadas, pero que conservaba
el ambiente de pensamiento liberal e ilustrado propio de los jesuitas, del que habían bebido
el líder de la más grande gesta anticolonial pre independentista, Túpac Amaru, alumno de la
Escuela de Curacas de los jesuitas en Cusco, y Juan Vizcardo y Guzmán, el jesuita peruano,
primero en exponer intelectualmente la necesidad de la independencia.

175
Ricardo Jiménez A.

Sánchez Carrión destaca de tal modo, que aún años antes de graduarse de abogado en 1819, es
invitado a ejercer la docencia en el mismo establecimiento, dictando cátedras de Matemática
y Filosofía. En 1814, es elegido para dictar, ante el propio virrey español Abascal, el discurso
público de celebración del primer aniversario de la Constitución liberal, aprobada por las
Cortes de Cádiz en España, que actúan como constituyentes en resistencia a la ocupación
francesa de Napoleón, incluyendo a 86 diputados representantes de las colonias americanas.
Sus palabras resuenan a “chasquidos de látigo” - expresión con que califica a sus discursos, el
ilustre intelectual peruano Raúl Porras Barrenechea - en esa Lima inveterada y recalcitrante
fortaleza estamental y reaccionaria: “No hay duda que todos somos iguales ante la ley y los
talentos tienen abierto la carrera de la gloria en cualesquiera ciudadanos que se consagren
a la Patria... Revestidos ahora del sagrado e inviolable carácter del ciudadano se reúnen, se
presentan a congratularse mutuamente”.
Sin embargo, el absolutismo y su reacción regresan prontamente, matando las ilusiones libe-
rales, tanto en España como en el virreinato del Perú. Mientras en la península es abolida
la Constitución y perseguidos sus ideólogos y promotores, en Perú el virrey Pezuela expulsa
al recién egresado abogado cuya oratoria revolucionaria era la causa, según los informes
realistas, de que “hasta los ladrillos de San Carlos eran insurgentes”. Se suma a su perse-
cución la tragedia. En coincidencia biográfica con Bolívar, vive también intensa, pero breve-
mente el amor con su esposa, también arrebatada tempranamente por la muerte como la del
libertador. Cae en el silencio, retirado en Sayán, un pueblo en el valle de Huaura, actualmente
a cuatro horas de Lima, hacia la sierra. Silencio que romperá, años después, para entrar en el
debate público a defender la radical posición republicana.
Para entonces, en Lima, bajo el gobierno revolucionario independentista de José de San
Martín y su ministro Bernardo de Monteagudo, se crea la Sociedad Patriótica, entidad lite-
raria y política, epicentro ideológico del país. En ella debaten los más connotados ideólogos
sobre la forma de gobierno que ha de tomar el naciente Estado independiente. Los republi-
canos se encuentran en minoría frente a los partidarios de la monarquía, encabezados por el
propio Monteagudo. Mucho se ha escrito sobre este debate, sin embargo, casi siempre super-
ficialmente, sin explicar el contexto y contenido de las posiciones “monárquicas”. Ya se refirió
antes a la nublada, silenciada o negada coincidencia de fondo de la primera generación revo-
lucionaria independentista respecto de tres aspectos y principios básicos: Independencia y
soberanía (incluida muy principalmente la de pensamiento), unidad continental, y justicia e
inclusión social.
Si se miran los programas de transformación social, y las acciones, por encima del debate
sobre las formas de gobierno, esto se hace evidente. Es el caso, precisamente, de Sánchez
Carrión y Monteagudo, adversarios enconados en este debate del momento sobre la forma
del gobierno, pero de una clara continuidad programática esencial en aquellos tres aspectos
fundamentales, como referiremos más adelante. Ello pone en su real dimensión y perspectiva
los alcances de la discrepancia, que, sin dejar de ser importante y reveladora, no se trata de
una oposición absoluta. Para San Martín y Monteagudo, como para muchos otros revolu-
cionarios independentistas, el debate sobre las formas de gobierno no era una cuestión de
principios, los cuales estaban muy claros y eran los tres fundamentales antes señalados. A
ellos debían servir instrumentalmente las formas de gobierno. Y la monarquía, siempre cons-
titucional y nunca absoluta, era considerada y a veces vista como un recurso táctico y transi-
torio útil, incluso en ciertas coyunturas, ineludible, para salvar justamente los tres principios
y objetivos fundamentales.

176
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

En todos los casos, ello obedecía a un diagnóstico realista fundamental de la situación latinoa-
mericana al momento de la independencia: se trataba de pueblos sin experiencia alguna de
autogobierno tras tres siglos de absolutismo, con graves divisiones y contradicciones estamen-
tales, con exacerbadas tendencias al desorden, a las ambiciones de grupo y personales, y con
grandes poblaciones carentes de los mínimos niveles de educación y habilidades ciudadanas.
Muy especialmente, y como se probó después, estaban las poderosas fuerzas divisionistas
del proyecto de unidad continental en balcanizadas “patriecitas”, chicas e impotentes para
resolver los profundos problemas de la soberanía, la justicia y el desarrollo para los pueblos.
En ese temprano chovinismo caían, no sólo las oligarquías egoístas ligadas a los puertos, como
Buenos Aires y Lima, sino incluso muchos patriotas honestos que no lograban desarrollar una
visión estratégica e internacional de los problemas de la soberanía en los nuevos Estados,
contra la cual conspiraba activamente las potencias, especialmente Inglaterra y Estados
Unidos, hasta hace poco aliados tácticos de la independencia de las colonias contra España,
su rival en decadencia.
A ello se agregan en varias ocasiones graves urgencias de la coyuntura nacional e interna-
cional, que ocasionaron o amenazaban con ocasionar retrocesos fatales en lo alcanzado en
la lucha revolucionaria, frente al poder colonial que no cesaba en sus pretensiones de recon-
quista, que aún conservaba gran fuerza militar y política en las propias poblaciones de las ex
colonias, y todo esto en el contexto internacional en que las principales potencias mundiales,
que aún no reconocían a los nuevos Estados, podían volcarse a la reacción. Sólo en esa pers-
pectiva, puede aquilatar en su real dimensión el alcance y contenido del “monarquismo” de
los revolucionarios independentistas, en cuyo seno el debate sobre la forma republicana o
monárquica constitucional era por demás normal y lógico en el contexto de una convulsionada
época de transición tras el largo sueño embrutecedor colonial.
Así lo muestra el programa de la rebelión de Túpac Amaru y Túpac Katari, que combinaba
la forma de gobierno del “incanato” (asimilada en la forma, aunque problemáticamente, a
la monarquía europea) con la más radical reforma libertaria para los elementos “pardos”
dominados y excluidos: indígenas, esclavos afro descendientes y sus mestizajes, en el marco
de la plena unidad continental. También el proyecto de “Incanato Unido”, con Senado y
Constitución Política liberal, de Francisco de Miranda, desde el río Misisipi hasta el cabo de
Hornos. El “Incanato Unido de Sudamérica”, proyecto presentado por el “Partido de los alto
peruanos” (venidos de la actual Bolivia) en el Congreso revolucionario de Tucumán, actual
Argentina, en 1816, donde además de declararse la independencia, se propone el “incanato”
constitucional suramericano. Por dar sólo algunos ejemplos.
Y ese era precisamente el caso en Perú en 1822. Con los recursos del Estado exhaustos por la
guerra, con las familias notables limeñas en su contra, ya sea por realistas, por disgusto con
los sacrificios de la guerra, o por exacerbado chauvinismo localista, ligados egoístamente a
la primera economía global a través del puerto del Callao y por tanto enemigos del “protec-
cionismo” soberano y suramericanista del gobierno de San Martín. Quien, junto con abrir
el comercio, rompiendo el monopolio absolutista español, declara: “todos los artefactos que
directamente perjudican a la industria del país, como son: ropa hecha, blanca y de color,
cueros curtidos (sigue una larga lista)... pagarán el duplo” (Reglamento provisional de
Comercio. 28 de septiembre de 1821) Se protege especialmente a los licores y azúcares. En
cambio, se libera de impuestos a las herramientas necesarias para el desarrollo económico
y se establece un impuesto menor preferencial a los barcos de transporte comercial si son
peruanos, chilenos, colombianos o argentinos. Se crea una estratégica “Dirección General
de Minería” de carácter estatal. Entre otras medidas del mismo tenor. Además de sus otras

177
Ricardo Jiménez A.

medidas de justicia social e inclusión hacia las “castas pardas”. Eliminación de los tributos y
la servidumbre de los indígenas, bajo pena de expatriación de los infractores (27 de agosto
de 1821); abolición de la esclavitud, a través de la “libertad de vientres” (12 de agosto de
1821) y por ingreso al ejército revolucionario (31 de enero de 1822); la compra y préstamo de
plata, por parte del Estado para combatir la usura de prestamistas contra los estamentos más
pobres; abolición de la inquisición y los castigos corporales; decreto de la libertad de expre-
sión y prensa (13 de octubre de 1821); fundación de la Biblioteca Nacional, Escuela Normal
para profesores y Escuelas primarias para todos; Decreto de protección de monumentos
arqueológicos, y especial difusión de la “cultura incaica y pre incaica como cultura autóctona
americana”; y la radical creación de cuerpos de policía con indígenas y negros, por parte del
Ministro Monteagudo.
Con un ejército descontento, donde se agitaban tendencias chovinistas entre sus oficiales y
tropas, venidos de varios de los actuales países, por parte de sus respectivas oligarquías, y con
claros intentos de “derrocar” el mando de San Martín en el ejército. Contando solo con 8.500
soldados, ocupando Lima y la zona central del país, mientras que los realistas, ocupando Cusco,
la sierra y todo el interior, sumaban 19.000. Con un escenario continental donde los realistas
aún mantienen la guerra en el norte contra Bolívar, que ha de enfrentar las mismas tendencias
disgregadoras chovinistas. E internacional claramente derechizado hacia el absolutismo y la
reacción europea en la misma España y encabezados por Austria y Prusia, incluso con el proyecto
en marcha de una nueva y colosal expedición militar española para recuperar las colonias.
El gobierno de San Martín, sin ninguna duda anti absolutista, radicalmente soberano, surame-
ricanista, liberal, igualitario e incluyente, considera y busca la tentativa táctica de una monar-
quía constitucional, que, más que respetando, asegurando todos esos principios y programas
fundamentales, resuelva definitivamente la independencia y el nuevo orden; incluso, bajo
un monarca constitucional extranjero, negociado bajo esos términos. En ese contexto, la
Sociedad Patriótica de Lima inicia, el 1° de marzo de 1822, su debate, que ha de ser expre-
sión de las hondas y complejas dificultades para construir las repúblicas en Nuestra América.
Llevado adelante con pasión y acaloramiento, se constituye en pieza fundamental del debate
permanente, y acuciantemente actual, sobre las difíciles tensiones entre democracia, justicia e
insuficiencia de ciudadanía en el continente.
Que el carácter y fundamento del debate no estaba en las puras cuestiones teóricas formales,
sino en el uso instrumental de éstas a los objetivos estratégicos en la difícil coyuntura, lo
muestra el listado de cuestiones del día de la sociedad, las cuales normalmente no se consi-
deran o se consideran sin relación, por parte de la mayoría de historiadores y analistas poste-
riores, pero que estaban indisolublemente ligadas: 1) “Cuál era la forma de gobierno que más
convenía al Perú”; 2) “Causas del retardo de la independencia en Lima”; y 3) “Necesidad de
la conservación del orden público para terminar la guerra y perpetuar la paz” (Actas de la
Sociedad Patriótica).
El propio Sánchez Carrión, a diferencia de la mayoría de sus superficiales intérpretes poste-
riores, aunque se concentrará en la primera cuestión por considerarla de urgencia inmediata,
deja explícita su conciencia de que de las “tres importantísimas cuestiones... Ninguna de ellas
puede estimarse como menos interesante; pues que todas tienden directamente a la consoli-
dación del sistema y a la gloria nacional”. Enfatizando expresamente el carácter pragmático,
realista, del debate, y poniéndose así en el mismo ámbito e intención que su adversario en
esta polémica, Bernardo Monteagudo, declara: “Ventilamos una cuestión práctica, trascen-
dental a generaciones enteras, y que si se resuelve con otros datos, que no sean tomados

178
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

de las mismas cosas, según naturalmente vengan, somos perdidos, sin que ningún poder
humano pueda remediarlo... una administración adecuada al mínimum de nuestros males,
y al máximum de nuestros bienes; y cómo por fin gustemos en dulce contentamiento los
frutos de tan costosos sacrificios, a la sombra del árbol de la independencia; he allí el objeto
de todas nuestras inquisiciones... Últimamente, la cuestión es práctica y, según entiendo, no
atañe resolverla a la Sociedad Patriótica... A la experiencia toca solucionar este problema;
y sería un crimen autorizarse con puras teorías para repeler un ensayo”. Finalmente, en
una muestra de seriedad, reconoce que el debate no es con la monarquía absoluta, sino con
la constitucional, pero declara a la larga “impotentes” todas las “cortapisas” al poder monár-
quico unipersonal y dinástico.
El sacerdote José Ignacio Moreno realizó la defensa de la forma monárquica de gobierno,
ciertamente cometiendo el error de apelar a cuestiones teóricas doctrinarias, de suyo endebles
ante la fuerza de los postulados republicanos, y no a las urgencias concretas de la hora que
en la práctica hacían considerable su aplicación, justamente para salvaguardar las reformas
democráticas liberales y la soberanía y unidad continentales. Hecho que ha contribuido gran-
demente a oscurecer y perder de vista el fondo del asunto, tan crucial hasta nuestros días. Con
todo, el canónigo sí incluye el argumento general fundamental, surgido de las entrañas de la
realidad de los pueblos del continente: “dirá que no es posible la república porque no hay
ilustración (es decir, ciudadanía, pueblo formado como ciudadano ilustrado), monarquía
constitucional, sí, pero no república”.
Rebatido fácilmente por notables oradores republicanos, es sin embargo una carta escrita
expresamente para intervenir en el debate y enviada desde lejos, la que más trascendencia
adquiere hasta hoy en el fundamental debate. Se trata de la primera “Carta del Solitario de
Sayán”, seudónimo usado por Sánchez Carrión. En ella, plantea el argumento fundamental
que rebate el planteamiento monarquista: “dirá que la ilustración no es necesaria para hacer
república, sí el juicio, y el pueblo aunque no tenga ilustración tiene juicio porque éste es
connatural al ser humano”. Así lo expresa con ironía: “¡Las costumbres! ¿Y la civilización?
¡Qué desgraciados somos los peruanos! Después de pocos, malos y tontos. Sólo los pueblos
muy virtuosos y muy sabios no son dignos de regirse por monarcas. Con todo... nadie se
engaña en negocio propio: todos más o menos poseemos el caudal necesario, y los conoci-
mientos precisos para el séquito de este juicio, que es de toda la familia peruana. Con que,
el estar, como neciamente se presume, los peruanos en la primera grada de la escala de la
civilización, no es motivo para ahogarnos con la real coyunda”.
Plantea entonces, como Bolívar, la subordinación instrumental de la forma democrática repu-
blicana al fin revolucionario de la igualdad de derechos: “...yo quisiera, que el gobierno del
Perú fuese una misma cosa que la sociedad peruana, así como un vaso esférico es lo mismo
que un vaso con figura esférica porque establecer el régimen del Perú, es fijar la salvaguardia
de nuestros derechos, es constituir la sociedad peruana... Y como los hombres se unieron
bajo este pacto, o se organizaron civilmente, por conservar unos derechos a expensas de
otros; claro es, que toda forma constitutiva debe asegurar aquellos de tal manera que si
queda expuesto alguno, en el hecho mismo es nula, sin que nadie pueda legitimarla”.
Curiosa coincidencia de fondo con su adversario del debate en el momento, Monteagudo,
quien, como hemos visto, es artífice de las reformas liberales igualitarias del gobierno. Y no
es la única. Aunque diametralmente opuestos en la forma de la solución, coinciden en el diag-
nóstico fundamental del problema, el déficit ciudadano, las realidades dolorosas heredadas
del dominio colonial.

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Ricardo Jiménez A.

Monteagudo, en sus notables “Memorias”, según las comenta un notable investigador peruano,
“Confiesa que restringió las ideas democráticas porque la moral del pueblo, el estado de su
civilización, la proporción en que está distribuida la masa de la riqueza y las mutuas rela-
ciones entre las varias clases sociales no la favorecen en el Perú. Su punto de vista, pues, no
es teorético sino pragmático. Es por eso que dice: ‘Las autoridades y los ejemplos persuaden
poco cuando las ilusiones del momento son las que dan la ley. Solo un raciocinio práctico
puede entonces suspender el encanto de las bellezas ideales y hacer soportable el aspecto de
la verdad´. La moral del pueblo, en efecto, no era sino el producto de una larga esclavitud.
El estado de la civilización tenía su índice en la ignorancia de la masa y en la escasez y aun
en las limitaciones de la minoría ilustrada. En una democracia todo ciudadano es un funcio-
nario latente; y ello requiere conocimientos indispensables”.
Con incontestable profundidad del análisis, y revelando su concepción programática de
radical igualdad social, Monteagudo, proféticamente, plantea que el desarrollo de la capa-
cidad ciudadana está ligada a la posibilidad material económica: “Cuando la generalidad de
los habitantes de un país puede vivir independientemente con el producto que le rinde el
capital, hacienda o industria que posee, cada individuo goza de más libertad en sus acciones
y está menos expuesto a renunciar sus derechos por temor o venderlos a vil precio. Pero en
el Perú, agregaba, los bienes y raíces y los capitales están en escasas manos, la industria es
incipiente: la independencia individual no está asegurada. Por último, las mutuas relaciones
entre las clases sociales contradecían al máximum las ideas democráticas: la diversidad de
condiciones y multitud de castas, la fuerte aversión de unas para con otras, su carácter
opuesto, la diferencia en las ideas, en los usos, en las costumbres, en las necesidades y en
los medios de satisfacerlas amenazarían la existencia social si un gobierno sabio y vigoroso
no previene su influjo, sobre todo en una época de relajación de los vínculos tradicionales”
(Bernardo Monteagudo. “Memoria sobre los principios políticos que seguí en la administra-
ción del Perú y acontecimientos posteriores a mi separación”. 1823).
Profético sin duda, si se toma nota del permanente – y tan actual - drama latinoamericano
entre democracias formales, convertidas de hecho en instrumento de oligarquías privilegiadas
y dependientes de los poderes fácticos extranjeros, por un lado, y gobiernos que buscando
la soberanía, justicia e inclusión social de las mayorías parecen verse en la necesidad de
restringir, o al menos refundar de nuevo modo, las formalidades democráticas, calificados
como “populistas” y “autoritarios”.
Paradojalmente, es la evidencia de la falta de ciudadanía realmente existente, tal como la
plantea también Monteagudo, la que lleva a Sánchez Carrión a considerar imprescindible
desechar la forma monárquica de gobierno: “Conocida es la blandura del carácter peruano,
y su predisposición a recibir las formas que se le quiera dar, y mucho más, si se adoptan
maneras agradables e insinuantes. De lo cual, como de la larga opresión en que hemos
vivido, depende la falta de energía y celo por la libertad, sin que neguemos por esto nuestra
aptitud reactiva contra el despotismo... debilitada nuestra fuerza, y avezados al sistema
colonial, cuya educación debe habernos dado una segunda naturaleza ¿Qué seríamos? ¿Qué
tendríamos? ¿Cómo hablaríamos a la presencia de un monarca? Yo lo diré: seríamos exce-
lentes vasallos, y nunca ciudadanos; tendríamos aspiraciones serviles, y nuestro placer
consistiría en que S. M. extendiese su real mano, para que le besásemos; solicitaríamos
con ansia verle comer; y nuestro lenguaje explicaría con propiedad nuestra obediencia...
¿Cómo nos defenderíamos de la real opresión, si poco diestros en el ejercicio de nuestros
derechos, no hemos sabido más que obedecer ciegamente? Un trono en el Perú sería acaso
más despótico que en Asia, y asentada la paz, se disputarían los mandatarios la palma de la

180
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

tiranía... Parece que es nuestra herencia la bajeza. Se cae la pluma de la mano, al reflexionar
cuánto han trabajado las generaciones por esclavizarse... así como desaparecerían todas
las virtudes cívicas; porque ellas son incompatibles con sentimientos rastreros, que precisa-
mente deben adquirirse bajo un gobierno en donde el medio de adular es el exclusivo medio
de conseguir. Esta perspectiva espera el Perú, si se monarquiza”.

Tribuno, ministro
Derrotada finalmente la tesis monarquista constitucional, como dijo Sánchez Carrión, por
la experiencia. El “Solitario de Sayán” enviará una segunda carta, esta vez poniéndose en el
centro de otro debate fundamental, complejo y permanente en Nuestra América: Centralismo
o Federalismo. De este último fue partidario y por él abogó en el Congreso. Monteagudo fue
destituido como ministro y, mucho más tarde, ya lograda la independencia colonial pero no la
soberanía ni la justicia social, asesinado.
San Martín, tras entrevista secreta con Bolívar, partió al exilio, dejando todas sus tropas al
mando de éste, no sin incomprensiones y egoísmos de muchos, y llamando antes al primer
Congreso Constituyente peruano. Sánchez Carrión retornará a Lima para ocupar, en una breve,
pero intensa vida pública (muere tempranamente de enfermedad o, según varias versiones,
envenenado, a los 38 años de edad, en junio de 1825), los más altos cargos y funciones, con un
desempeño crucial para la independencia colonial de toda América y para el legado programá-
tico de unidad continental que se abre paso, vigente hasta hoy.
Diputado por su natal Trujillo y por Puno, ocupado por los realistas, en el primer Congreso
Constituyente del Perú de 1822, del cual rápidamente llegó a ser secretario, miembro de
sus comisiones diplomática y de legislación, y redactor de la primera Constitución Política
peruana al año siguiente. Dándose tiempo para escribir profusamente artículos revolu-
cionarios en diversos periódicos, especialmente la “Abeja Republicana”, el “Tribuno de la
República Peruana”, el “Correo Mercantil”, y en el trujillano “Nuevo día del Perú”, editado
en la época heroica de la guerra anticolonial por Hipólito Unanue, su “cómplice” republicano
y bolivariano en el Congreso, en las trincheras periodísticas, y como ministros de la dicta-
dura revolucionaria de Bolívar en Perú. Sánchez Carrión promueve, con la vehemencia de
siempre, la elección de Unanue, 32 años mayor, al Congreso, señalándole como: “miembro...
de la República Literaria... viejo respetable, tan conocido en Europa y cuya elocuencia me
ha encantado siempre”. Vueltas del destino y confirmación de las coincidencias revoluciona-
rias fundamentales, a pesar de las odiosidades personales, otro “compañero” hermanado en
las trincheras periodísticas de la guerra revolucionaria será Monteagudo, que escribe en la
“Gaceta del Gobierno del Perú”, mientras Sánchez Carrión es ministro General.
Refrendando el pragmatismo revolucionario, antes referido como coincidencia de fondo en el
debate con Monteagudo sobre Monarquía o República, no vacila en lograr, con sus discursos
y argumentos de insuperable tribuno patriota, que el Congreso lo comisionó, junto a otro
Diputado, para solicitar formalmente a Bolívar, recién triunfante en Ecuador, pasar al Perú
y terminar la guerra venciendo definitivamente al poder realista, ante el cual titubean y clau-
dican los enemigos y sucesores de San Martín, José De la Riva Agüero y José De Torre Tagle.
Y, poco después, ante las urgencias fatales de la guerra, se auto disolvió para entregar los
plenos poderes dictatoriales al Libertador. Así terminan de encontrarse estas dos biografías,
la del republicano radical de las Cartas del solitario de Sayán, y la del que, negándose a la idea
siquiera de coronarse monarca que muchas veces se le ofreció, dijera: “...porque no puede

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Ricardo Jiménez A.

haber república donde el pueblo no esté seguro del ejercicio de sus propias facultades... Yo
quiero ser ciudadano para ser libre y para que todos lo sean” (Simón Bolívar. “Intervención
en el Congreso de Cúcuta, Colombia”. 3 de octubre de 1821).
En Trujillo, ciudad capital de su natal Departamento de La Libertad y donde había realizado sus
tempranos estudios de seminarista, se estableció la capital revolucionaria del país en guerra.
Allí Bolívar, consciente ya de sus insuperables cualidades y compromiso revolucionario, lo
nombró “Ministro General de los Negocios de la República Peruana”, reuniendo en su persona
los Ministerios de Hacienda, Guerra y Relaciones Exteriores, contemplados en la Constitución
de 1823. El Tribuno será entonces también brillante organizador, logrando imposibles para
sostener el ejército, alcanzar la victoria y construir la nueva sociedad. Atravesando innume-
rables veces a lomo de mula los Andes para reunirse con el Libertador o tomar decisiones
urgentes en terreno, a pesar de los dolores del reumatismo y los ataques estomacales. “He
de morir trabajando”, le escribe premonitoriamente a Bolívar. Todo, como se ve, muy lejos
del estereotipo, tan fácil como despectivo, que se le suele atribuir como mero “secretario” o
“colaborador” de Bolívar.
Los dos revolucionarios, fieles a su concepción republicana, se darán maña para llevarla
adelante, aún en medio de la dictadura impuesta por la agudización de la guerra de indepen-
dencia. En la misma Trujillo, inauguran la Corte Superior de Justicia de Trujillo, la primera
en la historia del Perú, con estas palabras del ministro: “Bolívar en medio del tumulto de las
armas fundó este asilo de justicia”. En Huamachuco, ciudad natal de Sánchez Carrión en
el mismo Departamento, en su casa de infancia familiar, el ejército de Bolívar establece su
Cuartel General, y en ella firma con Bolívar el Decreto que crea la Universidad de Trujillo.
Sólo siete meses después de asumir el ministerio general, apenas pasada la emergencia de
reorganizar el país en guerra, y ganada ya la batalla de Junín, a fines de octubre de 1824, a
poco más de un mes antes del triunfo definitivo de Ayacucho, los fieles republicanos firman el
Decreto que vuelve a separar los tres Ministerios: Sánchez Carrión queda con el de Relaciones
Exteriores, desde donde será el arquitecto de la unidad americana. Su “cómplice”, Hipólito
Unanue, con el de Hacienda.
Tras el triunfo definitivo de Ayacucho, el Libertador y su ministro, desarrollando lo obrado
embrionariamente en Trujillo, crean la Corte Suprema de Justicia en Lima. Y dando corona-
ción a la política del gobierno San Martín en este terreno, decretan la creación de una Escuela
Normal (para formar profesores) en la capital de cada Departamento del país. Bolívar le
nombró vocal de la Corte Suprema, pero la salud del Tribuno incansable se rinde finalmente (o
le envenenan), en medio de los trabajos para el Congreso de Unidad Continental de Panamá,
como había profetizado.

La unidad suramericana
Los revolucionarios del ánimo invicto, los que han asumido la odiosa necesidad de la guerra,
de la muerte, para multiplicar la vida y la libertad, sienten la responsabilidad de no perder
un segundo en hacer que los sacrificios no sean en vano, sino para lograr “la mayor suma
de felicidad posible”, sabiendo que ello es imposible, sin la unidad continental, y la fuerza
de la unidad continental, conscientes de los poderes fácticos extranjeros y acechantes para
apuñalar la soberanía, y la ambición, tan egoísta como limitada, de las cuantas familias privi-
legiadas y otras enriquecidas en el calor de la guerra, que en cada país anhelan parcelar y
malvender, cuanto antes, a sus pueblos. Apenas dos meses después de ser nombrado ministro

182
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

de relaciones exteriores, en diciembre de 1824, el infatigable tribuno, se encuentra en Lima


con el Libertador para redactar y firmar ambos la Convocatoria al Congreso de Panamá, donde
habían de coronarse los esfuerzos de federación suramericana. Dos días antes de la batalla de
Ayacucho, convocan a los gobiernos de Chile, Perú, las Repúblicas Unidas (actual Argentina),
México y Guatemala, teniendo como sede el istmo de Panamá, entonces parte de la Gran
Colombia.
En el documento, recuerdan el primer Tratado de Unidad Suramericana, realizado entre los
libertadores de tres y cinco repúblicas, Bolívar y San Martín, en 1822: “El gobierno del Perú
celebró en 6 de junio de aquel año un tratado de alianza y confederación con el plenipo-
tenciario de Colombia; y, por él, quedaron ambas partes comprometidas a interponer sus
buenos oficios con los gobiernos de la América, antes española, para que entrando todas en
el mismo pacto, se verificase la reunión de la asamblea general de los confederados”.
Nuevo cruce y convergencia con su adversario, Monteagudo; ha sido él el ministro que dos
años antes ha firmado como plenipotenciario de San Martín el precoz Tratado de unidad conti-
nental que ahora cita y busca coronar. Más aún, Monteagudo escribe por las mismas fechas,
en enero de 1825, su Ensayo sobre la necesidad de la Federación de Repúblicas (“Ensayo
sobre la necesidad de una Federación General entre los Estados Hispanoamericanos y Plan
de Organización”), con la clara intención de impulsar el proyecto del Congreso de Bolívar
y Sánchez Carrión. Nuevo círculo que se cierra entre revolucionarios que pudieron llegar a
discrepar amargamente, al punto de estar aún abierta la hipótesis de que Sánchez Carrión
estuvo tras el asesinato de Monteagudo, pero que son unidos por la objetiva comunidad de la
lucha y sus objetivos fundamentales. La imprescindible novela “La venganza de los patriotas”
del argentino Miguel Bonasso, 2010, retrata con insuperable belleza y veracidad la guerra
independentista en Perú y la relación compleja entre Sánchez Carrión y Monteagudo.
Es la oportunidad del arquitecto republicano de llevar el sistema federal que con ardor defendió
en su “Segunda carta del Solitario de Sayán” hace tres años, sin éxito finalmente para el Perú, pero
ahora posible, y más aún imprescindible para el desarrollo y felicidad del continente. La muerte
lo sorprenderá incansablemente en esta misión estratégica, insistiendo ante los gobiernos de
América en el nombramiento de sus plenipotenciarios para el magno evento. Dando el ejemplo
de su voluntad de hierro en la tarea, nombra a los plenipotenciarios peruanos en primer lugar,
un año antes que los demás países se decidan a hacerlo (Manuel Lorenzo de Vidaurre y José
María Pando, embarcados con dirección a Panamá el 5 de junio de 1825).
Asoma en el texto, no sólo el genio político de los diseñadores del desarrollo y la felicidad para
los pueblos, sino también los dos románticos, que sin abandonar la consideración pragmá-
tica, como pocos, de las realidades y urgencias del momento, saben simultáneamente sembrar
poéticas profecías para enamorar a los pueblos con futuros de dignidad y felicidad plenas: “El
día que nuestros plenipotenciarios hagan el canje de sus poderes, se fijará en la historia diplo-
mática de América una época inmortal. Cuando, después de cien siglos la posteridad busque
el origen de nuestro derecho público y recuerde los pactos que consolidaron su destino, regis-
trará con respecto los protocolos del istmo. En él encontrará el plan de las primeras alianzas
que trazará la marcha de nuestras relaciones con el universo. ¿Qué será entonces el istmo de
Corinto comparado con el de Panamá?” “...y entonces todo se habrá alcanzado”.
Y es que el tiempo en Nuestra América no es el tiempo de Europa y del norte. Las tareas y
el calendario son históricos, atraviesan generaciones, haciéndose permanentes, convencidos
de que su destino sólo puede ser realizarse. Bolívar y Carrión saben perfectamente, racio-

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Ricardo Jiménez A.

nalmente, que es muy probable que no vean cumplida la tarea en el término de sus vidas,
como efectivamente fue, pero viven en el tiempo de las tareas que atraviesan generaciones y
biografías.

La pluma
El agónico Tribuno que embosca a la muerte pronta y segura, vadeando a lomo de mula los
Andes para conspirar con Bolívar y organizar victorias a punta de imposibilidades, no concibe
escribir de política revolucionaria sin belleza.
Tempranamente, en su época de precoz profesor de la academia limeña, escribe uno de sus
poemas, donde resuenan metáforas que más tarde han de ser recogidas, para atravesar los
tiempos, en el Himno nacional: “Atado estaba el continente nuevo / Trescientos años con
servil cadena / A cuyo ronco son su acerba pena, / Su eterna esclavitud... llorar solía /
Cuando... ¡Alta providencia! De repente / Levantó su ancha frente / La América abatida... /
que la horrible cadena / Hace ya roto; y su grato estruendo / La santa libertad batió riendo”
(Faustino Sánchez Carrión. “Oda a Baquíjano y Carrillo”. 1812).
“No sólo vea nuestra tierra empedradas sus calles con oro y plata, sino que de cementerio, se
convierta en patria de vivientes”, escribe en su primera “Carta del solitario de Sayán”, levan-
tando, como fundamento de la revolución en marcha, la bandera ética de la vida por encima
de todo economicismo materialista limitado; haciendo, en el mismo acto, de la ética un arte,
“el arte... de obedecerse a sí mismo, aún bajo las instituciones”. Y en su segunda “Carta del
Solitario de Sayán” hará pedagogía del sistema federal de gobierno, como en las culturas
ancestrales, en referencia a la armonía del universo. “Al derredor del sol dan vuelta todos los
planetas; cada uno gira sobre su eje; y sostenidos por dos fuerzas opuestas, jamás salen de
sus órbitas, reinando en esta admirable máquina un orden, que no se perturbará, sino con
el fin del tiempo. Si no se viera este prodigio no se creería seguramente y quién entendería
a primera vista como tan enormes cuerpos, dirigidos por impulsos contrarios, respecto de
su centro, independientes de él, y agitados por otros movimientos peculiares a su esfera,
compongan una sola máquina, constituyendo otra por separado, cada parte... Lo mismo
digo del ajuste de un gobierno local con la independencia de otros partidos en un mismo
territorio. Habrá muchos, que se sorprendan, imaginando en armonía dilatadas regiones,
que con asidua tendencia a un centro común, se mantengan, no obstante, separados”.
En sus cuatro cartas – partes de guerra, a su cómplice Hipólito Unanue, en los que informa,
desde el teatro de operaciones, para que Unanue las dispare en las trincheras de la prensa, del
estratégico triunfo patriota en la batalla de Junín, ésa donde Bolívar una vez más hizo poesía,
contra la opinión de fríos y mecánicos analistas militares, arriesgó la caballería comandando
temeraria y decisiva carga inicial contra el enemigo. El tribuno escribe “lleno de un gozo que
no puede resistir mi corazón... como las demás nobles pasiones en que en semejantes casos
suelen transportarse los pechos”, calificando las antiguas hazañas de la historia europea como
“pintura lánguida en comparación de la realidad” mostrada por el coraje de los guerreros
patriotas, cuyo furor antes del combate era tal que “al verse sin enemigos al frente habrían
desfallecido de entusiasmo”. Y es que no se lucha por conquistas, como en el viejo mundo,
sino por la libertad. Así lo expresa Bolívar antes del combate, según el relato del tribuno:
“Para saber si triunfaré, no tengo más que mirar quiénes me rodean... Que las espadas de los
bravos que me cercan, se vuelvan mil y mil veces contra mí, si yo oprimiese los pueblos que
voy libertando, que el poder del pueblo sea el único que domine sobre la tierra”.

184
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

Sánchez Carrión escribe para informar al país, pero al mismo tiempo también para dar rienda
al arrebato que lo consume: “El Libertador se ha comportado con los prisioneros y heridos
del modo más noble que puede imaginarse, mandó terminantemente que se asistiese a éstos
acaso con más cuidado que a los de nuestras filas: más claro, como a su persona misma: así
que los prisioneros están desengañados y admirados... En la masa de la sangre está el espí-
ritu de la independencia... No puedo explicar mi regocijo... ¡Oh libertad! ¿Cómo es que hay
americanos que no se deshacen con tu nombre...?... ¿Y habrá lengua infame que no caiga a
pedazos al detraer la fama de Bolívar...?... Basta, amigo, mil cosas dejo en el tintero; porque
mi alma no puede resistir el calor de que se anima al contemplar estos hechos; ya no siento
frío, pero tampoco puedo seguir porque me abraso”.
Vigente, porque está hecho del barro de estas tierras y pueblos, Sánchez Carrión palpita en los
problemas permanentes y presentes, que están en el corazón mismo de los dilemas propios
latinoamericanos.
“Un autor, célebre por la extraordinaria liberalidad de sus principios, y por la fuerza de
su raciocinio, quiere que el gobierno se aproxime, cuanto sea posible, a la sociedad. Quiere
poco; yo quisiera, que el gobierno del Perú fuese una misma cosa que la sociedad peruana,
así como un vaso esférico es lo mismo que un vaso con figura esférica. En efecto, distinguir
el gobierno de la sociedad, es distinguir una cosa de ella misma”. Escribe en su primera
Carta del Solitario de Sayán, y cómo no pensar en la vieja contradicción, de cientos de años,
en Nuestra América, consistente en que el Estado ha tratado de crear la nación (desde para-
digmas además foráneos y más o menos inadecuados) y se trata, al revés, que las naciones
realmente existentes generen un Estado de todas y todos y adecuado a la propia realidad. En
la acuciante búsqueda de su solución, el tribuno bolivariano del Perú, arquitecto programático
de Nuestra América, sigue con nosotros.

185
Ricardo Jiménez A.

XVI
Marxismo y Bolivarianismo:
desencuentro y convergencia

Alejandro Von Humboldt, astrónomo y naturalista alemán, recorre y estudia desde 1799 hasta
1804 todas las entonces colonias españolas de América Latina, desde México hasta Chile.
Aunque ya visionarios sacerdotes católicos, como el franciscano Bernardino de Sahagún y los
jesuitas, habían hecho el rescate de las riquezas culturales y naturales, que no fueran el saqueo
de los metales preciosos y el trabajo indígena, en varias regiones de la América Latina, viene a
ser Humboldt el primer “extranjero” que, contando con autoridad científica moderna, realiza
una obra integral de conjunto, sistemática, de carácter fundante, en este campo. A su regreso
se instala en París donde sistematiza y escribe sus monumentales trabajos sobre la cartografía,
flora, fauna y cultura de la región. Su extraordinaria capacidad científica y el contacto de estas
tierras y pueblos le permitió un hecho excepcional; trascender las consagradas ideas y catego-
rías culturales racistas de su época, y que hasta entonces él mismo compartía, para extraer la
conclusión de que “no existen razas superiores y razas inferiores”.

Un desencuentro
Para aquilatar la magnitud colosal del gesto científico de Humboldt, debe recordarse el abso-
luto predominio en la comunidad científica y el sentido común de la época que tenían las
ideas de superioridad racial y cultural del norte europeo sobre las demás razas y culturas del
planeta. Aún ilustres pensadores iluministas, como el francés Barón de Montesquieu, famoso
sabio y científico del siglo XVIII, miembro de la muy reputada y exclusiva comunidad cientí-
fica “Sociedad Real” de Inglaterra, autor del “Espíritu de las leyes”, que plantea una idea basal
de la democracia moderna hasta hoy: la separación de los poderes del Estado, llegó a afirmar
“científicamente”, recogiendo una larga tradición intelectual, que el medio ambiente geográ-
fico natural, especialmente el clima, determina los rasgos físicos y espirituales de los pueblos.
“Hay países donde el calor enerva el cuerpo y debilita tanto los ánimos, que sólo el temor del
castigo puede impeler a los hombres a realizar un deber penoso; en estos países, la escla-
vitud repugna menos a la razón” (Espíritu de las leyes. Libro V. Cap. VII). Sobre los pueblos
americanos, en particular, su veredicto fue lapidario. Formaban parte de los “países cálidos”.
“Los pobladores de tierras frías poseen coraje, fuerza y valor; los de países cálidos son
débiles y de natural cobardes. En los primeros reina la libertad; en los segundos el gobierno
despótico” (Op. Cit. Libro XVII). Entre muchos otros, y desde distintas hipótesis, el Holandés
Cornelius de Pauw, prócer de las ciencias naturales, y el francés Conde de Bufón, antropólogo,

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

matemático y astrónomo, precursor de la teoría de un ancestro común para el ser humano y


el simio, del estudio del sistema solar y del cálculo de probabilidades, fueron más lejos aún.
Afirmaron específicamente la “naturaleza” “indolente”, “inmadura”, “infantil”, o “degenerada”
de los pueblos americanos nativos.
Siempre hubo, a lo largo de la historia, quienes negaron esas categorías y desde la filosofía, la
ética y la política, denunciaron el racismo que las sustentaba. En la propia región, temprana-
mente hubo pensadores que desarrollaron investigación y debatieron argumentadamente esas
justificaciones deterministas de la servidumbre, esclavitud y dominación europeas sobre ella.
Es el caso de la temprana obra de numerosos sacerdotes intelectuales, tales como el español
José de Acosta y su fundante “Historia natural y moral de las Indias” de 1590, y los jesuitas
mexicanos, más tarde expulsados: Francisco Javier Clavijero y su monumental “Historia
Antigua de México”, en 1780, Rafael Campoy y Francisco Javier Alegre, entre muchos otros.
Pero es Humboldt quien, siendo “extranjero” y miembro de la más reputada comunidad cien-
tífica europea, quien, por primera vez, “llega” a esta conclusión en el seno mismo de las cien-
cias oficiales de la época, con una autoridad y legitimidad indiscutidas.
El propio Bolívar se encontrará con Humboldt en 1804 en París, ocasión en que declarará que
Humboldt, y no Colón, es el “verdadero descubridor de América”, ya que “sus trabajos han
aportado más que todos los conquistadores”; revelando así, aunque está todavía en su fase
de joven adinerado, en crisis y bohemio, su genio político para la denuncia y el menosprecio
al colonialismo, y la audacia creativa para el gesto fundante, propio, radical, que lo acompa-
ñaría durante toda su lucha revolucionaria y lo pondría al borde extremo de la incomprensión
de muchos de sus contemporáneos, que no llegaron a seguirle tan lejos en su independencia
creadora.
Pero nada es tan fácil y rápido y, como diría el mismo Bolívar, “por mucho tiempo lo nuevo
aún no termina de nacer y lo viejo se resiste a morir”. El alcance del enfoque determinista
cultural era tan intenso que aún a pesar de su crucial avance, la obra de Humboldt contiene
todavía en muchas partes prejuicios raciales e incomprensiones culturales, hacia los mexi-
canos, venezolanos y cubanos, por ejemplo. Algunos de los cuales serán corregidos por los
pioneros del naturalismo americano, como el colombiano Francisco de Caldas, admirador
suyo, quien publicó, comentó y crítico sus trabajos en su publicación “Seminario”, en la
segunda década de 1800. Más aún, Humboldt estaba tan deslumbrado por el pujante impulso
expansionista de la “democracia” norteamericana, que consideraba sinceramente “un avance”
para los pueblos de la América Latina – al igual como lo hacía Goethe y muchos otros grandes
de la cultura europea -, que colaboró con toda su valiosa e inédita información para facilitar
la agresión imperialista de ese país a México, que, al terminar en 1848, le había arrebatado la
mitad de su territorio, más de dos millones de kilómetros.
Para entender a Humboldt, desde la fuerza de la cultura, y no desde la crítica ética a poste-
riori, recordemos que el propio Federico Engels, revolucionario socialista, que junto a Carlos
Marx legaron una obra emancipadora imprescindible para la humanidad toda, comentaría
así aquella guerra de anexión imperial: “¿Acaso es una desdicha que la magnífica California
haya sido arrancada a los holgazanes mexicanos que no sabían qué hacer con ella? La “inde-
pendencia” de algunos españoles de California y Texas sufrirá quizá; la “justicia” y otros
principios morales pueden ser enfrentados aquí y allá, pero ¿qué significa todo esto ante
tantos otros hechos de este tipo en la historia universal?... Todas esas pequeñas naciones
impotentes deben estar reconocidas, en suma, a quienes siguiendo las necesidades históricas
las agregan a un gran imperio, permitiéndoles así participar en un desarrollo histórico…

187
Ricardo Jiménez A.

En América hemos sido espectadores de la conquista de México y nos hemos alegrado por
ella… Es en el interés de su propio desarrollo que estará colocado en el futuro bajo la tutoría
de los Estados Unidos. Es en el interés de toda América, que los Estados Unidos, gracias a la
conquista de California, logren el dominio del Océano Pacífico” (Neue Rheinische Zeitung de
15 de febrero. 1849, y Deutsche-Brüsseler Zeitung, 23 de enero. 1848).
Vemos allí la misma matriz cultural profunda instalada en todo el pensamiento europeo.
También evidente en el lenguaje del “Manifiesto Comunista”, publicado por Marx y Engels en
el mismo año 1848: “Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción
y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente
de la civilización a todas las naciones, hasta las más bárbaras… Del mismo modo que ha
subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semi bárbaros a
los países civilizados, de Oriente a Occidente”. Todavía décadas después, Engels afirmará:
“Solo al llegar a cierto grado de desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, muy
avanzado hasta para nuestras condiciones presentes, se hace posible… la liquidación de
las diferencias de clase… Solamente en manos de la burguesía han alcanzado las fuerzas
productivas ese grado de desarrollo. Por consiguiente, la burguesía es, también en este
aspecto, una condición previa, y tan necesaria como el proletariado mismo, de la revolu-
ción socialista” (Federico Engels. Las condiciones sociales en Rusia. 1875). En su visión, hay
una concepción jerarquizada de la naturaleza misma de las “naciones” y del rol que pueden
o no jugar en la construcción de su propia historia. Asimismo, el concepto de “civilización”
aparece identificado con la acumulación material técnica y de “conocimiento”, entendido éste
como aquel consensuado como “científico” por la cultura occidental europea, presentando
coincidencias de hecho, a ese nivel, no político, sino cultural profundo, con la matriz colonial
y expansionista.
Más aún, cabe recordar que no sólo los europeos, sino también en la obra de importantes
pensadores latinoamericanos, de valiosos aportes en muchos ámbitos de la reflexión propia,
liberadora, coexistió, contradictoriamente, este ideario, que concebía el progreso y la civili-
zación como el acumulado tecnológico, el ideario cientificista, y hasta la atribuida superio-
ridad racial, “blanca”, de europeos y norteamericanos. Al igual que ocurrió con Humboldt,
Marx, Engels y numerosos otros pensadores progresistas y socialistas europeos, ellos también
creyeron condición necesaria para el progreso, y aún la “fase” socialista, la previa “civilización”
forzada, incluso el exterminio, de los pueblos “bárbaros”, indígenas, gauchos, campesinos,
afrodescendientes. Ese es el doloroso caso de los pensadores argentinos Bautista Alberdi,
Domingo Sarmiento, José Ingenieros, y varios otros.
Marx fue reportero, para el tema de la dominación británica en la India, del Periódico nortea-
mericano New York Daily Tribune, entre 1853 y 1861. Aun cuando desnudó, con su rigurosidad
característica, las injusticias, crímenes, ambiciones y cinismos del colonialismo inglés, reveló
también esa misma concepción de “tarea histórica” atribuida al colonialismo como creador
de las necesarias condiciones materiales de cualquier posible avance posterior al socialismo.
En sus columnas para aquel periódico puede leerse: “La intromisión inglesa que confrontó al
hilandero de Lanscashire y al tejedor indio, disolvió esas pequeñas comunidades semibár-
baras y semicivilizadas al hacer saltar su base económica, produciendo así la más grande,
y para decir verdad, la única revolución social que jamás se ha visto en Asia” (10 de junio.
1853). “Inglaterra tiene que cumplir en la India una doble misión: una destructora, la otra
regeneradora; la aniquilación de la vieja sociedad asiática y la colocación de los funda-
mentos materiales de la sociedad occidental en Asia” (22 de julio. 1853). “Todo cuanto se vea
obligada a hacer la burguesía como sujeto de su revolución en la India no emancipará a las

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

masas populares, ni mejorará sustancialmente su condición social, pues tanto lo uno como
lo otro, dependen, no solo del desarrollo de las fuerzas productivas, sino de que el pueblo las
posea o no. Pero lo que no dejará de hacer la burguesía es sentar las premisas materiales
necesarias para ambas cosas” (Ibid. Pág.109).
El patriota puertorriqueño Eugenio de Hostos, dará vuelta los términos de esta matriz.
Cuestionará esa definición de “progreso” y “civilización”. Planteará, desde la posición revolu-
cionaria propia de América Latina, una visión inversa al concepto de civilización hegemónica
en el mundo y que operan subsecuentemente en el “Manifiesto Comunista” y los escritos de
Marx y Engels sobre América Latina, atribuyendo, de manera inversa, a la dominación colo-
nial europea el carácter de “bárbara” y a la lucha independentista de los latinoamericanos el
de “civilización” y progreso. “Ayacucho es, pues, más que una gloria de estos pueblos, más
que un servicio hecho al progreso, más que un hecho resultante de otros hechos, más que
un derecho conquistado, más que una promesa hecha a la historia y a los contemporáneos
de que los vencedores en el campo de batalla eran la civilización contra el quietismo, la
justicia contra la fuerza, la libertad contra la tiranía, la república contra la monarquía.”
(En: Periódico El Nacional. Lima, Perú. 9 de diciembre. 1870).
Aquellas profundas estructuras culturales y teóricas europeas, negadoras de un rol protagó-
nico a la América Latina, vinieron a coincidir y a complementarse con la propaganda de desvir-
tuación de Bolívar y su proyecto por parte de sus adversarios, en las referencias expresas al
respecto de Carlos Marx. Quien publicó un artículo con acerbas acusaciones de cobardía, trai-
ción, inteligencia con el enemigo, oportunismo, indecisión, robo y extorsión, contra Bolívar, a
quién llamará el “napoleón de las retiradas” y el “canalla más cobarde, brutal y miserable”
(Carta a Federico Engels. 14 de febrero. 1858). Pero no sólo eso, sino que manifestó explícita-
mente comentarios de una supuesta “superioridad” “decisiva” de los europeos que lucharon
bajo las órdenes del Libertador, señalando que Bolívar “como la mayoría de sus compatriotas,
era incapaz de todo esfuerzo de largo aliento”. Que las victorias patriotas se debían a que “los
oficiales extranjeros le aconsejaron” y a que “las tropas extranjeras, compuestas fundamen-
talmente por ingleses, decidieron el destino de Nueva Granada merced a las victorias suce-
sivas alcanzadas”. Y agregando que, “si Bolívar hubiese avanzado con resolución, sus solas
tropas europeas habrían bastado para aniquilar a los españoles… su legión extranjera, más
temida por los españoles que un número diez veces mayor de colombianos”, “los pocos éxitos
alcanzados por el cuerpo de ejército se debieron íntegramente a los oficiales británicos, y en
particular al coronel Sands” (Bolívar y Aponte. La nueva enciclopedia americana. Tomo III.
Enero. 1858).
El artículo venía a resumir la llamada “leyenda negra” de Bolívar, sobre la base de interpre-
taciones y atribuciones de intención a sus hechos, junto a probados errores históricos, tales
como la afirmación de Marx de que Bolívar no apoyó la primera declaración de independencia
de Venezuela, o que su misión a Inglaterra sólo consistió en conseguir la autorización para
la venta de armas a los independentistas, entre muchos otros. El propio Marx informa de los
reparos de quien le había encargado el trabajo por considerarlo “prejuiciado” y en un tono que
“se salía de lo enciclopédico” (Carta a Federico Engels. 14 de febrero. 1858). El artículo, incluido
en la edición rusa de la obra de Marx y Engels de 1934, y prácticamente desconocido hasta allí,
fue “descubierto” para América Latina en 1935 y publicado al año siguiente en Buenos Aires
por el marxista argentino Aníbal Ponce. Complementariamente, las tendencias historiográ-
ficas soviéticas, bajo el influjo de la escuela de Vladimiro Mirochevsky, reputado experto en
cuestiones de las “colonias y semicolonias”, que en 1942 calificó a Carlos Mariátegui de “inte-
lectual pequeñoburgués en un país campesino, atrasado”, no sólo asumieron como “verdad

189
Ricardo Jiménez A.

histórica” el artículo de Marx sobre Bolívar, sino que lo hicieron extensivo a todo el proceso
de independencia de la América hispánica, reducido a la caracterización de “un asunto propio
de un puñado de separatistas criollos que no contaban con el apoyo de las masas populares”.
En 1959, la segunda edición en ruso de las obras de Marx y Engels, incluyó por primera vez
una crítica “oficial” a las interpretaciones, atribuciones y errores sostenidos allí por Marx, los
cuales eran atribuidos por completo a las “fuentes”, insuficientes y parciales, con que contó.
En los textos de Marx y Engels sobre España, publicados por Editorial Moscú en 1974, simple-
mente no se incluyó el artículo. Se evadió de ese modo la cuestión de una explicación profunda
de este desencuentro. Evasión que ha dado pie al intento de análisis posteriores que aporten
nuevos elementos para una explicación más completa. Tales como la que enfatiza la situación
económica personal de Marx. En ella, el artículo sería un “ganapanes” (expresión del propio
Marx), un encargo hecho por la pura necesidad de obtener una remuneración a cambio, por
lo cual no tendría ninguna importancia ni habría puesto verdadera rigurosidad en su elabora-
ción (Ibid.). O aquella de dimensión psicológica, referida a la irrefrenable odiosidad personal
que Marx sentía por Napoleón Bonaparte y su epígono Napoleón III, a los cuales identifica
con Bolívar.
Un aporte mucho más de fondo, resulta el rico acumulado de trabajos y debates en torno a
las razones más subyacentes. A partir de la matriz cultural profunda, que en Marx estaba
nutrida del pensamiento de su maestro universitario y antecedente de su propio pensamiento,
Federico Hegel, quien clasificó a los pueblos entre los que tenían “historia” (desarrollo capi-
talista y poder internacional) y los “sin historia” (sin ese desarrollo y dependientes de los
primeros). Sólo los con historia podrían jugar un rol en el desarrollo histórico y, en ese rol,
“traer a la civilización” a los segundos. A partir de allí, Marx realiza una mirada, una vez más,
de América Latina “desde” el “exterior”, desde fuera de sí misma. Organizando su historia -
la “esencia” que, según el método marxista en “El Capital”, explica las confusas y azarosas
“apariencias” - no en la dinámica propia de los pueblos y revolucionarios de la América Latina,
sino que en las cruciales tendencias expansionistas británicas y españolas, y en la influencia
“necesariamente decisiva” de los actores extranjeros que obedecían a ellas. A ello se agrega la
falta, en el arsenal de Marx, de instrumental teórico específicamente adecuado para aplicar un
análisis de clases a esa América Hispánica, cuya realidad compleja y única, la estructura de
castas, no cabía ni en el modelo europeo ni en el “asiático”. Lo que explicaría por qué entonces
quedó reducida a ser explicada, de hecho, por la personalidad de un tragicómico caudillo.
Personalismo sorprendente en él normalmente riguroso análisis materialista de procesos y
estructuras de Marx.
Ciertamente, aunque el mismo Marx no volvió a referirse a Bolívar, sí varió explícitamente
su posición, respecto del rol histórico fatalmente subordinado de los pueblos sin desarrollo
capitalista. Asumiendo una diametralmente opuesta, menos habitada por aquella matriz
cultural profunda, y con una concepción de desarrollo más integral y crítica. Pero eso fue
mucho después, principalmente a través de cartas personales que tardaron todavía más en ser
publicadas y más aún en ser traducidas al español. Y aquellos primeros controversiales textos
siguieron por mucho tiempo siendo los únicos o los más conocidos, equívocos para muchos
quienes habían sufrido la experiencia criminal y negadora del colonialismo y el expansio-
nismo, y libran cruentas y legítimas luchas contra ellos, significaron un objetivo desencuentro.
Un ejemplo de este desencuentro es la anécdota de uno de los más afamados continuadores de
Bolívar, Augusto Sandino, llamado “General de hombres libres”, enmontañado y en guerrilla
exitosa contra el ejército más poderoso del mundo, los marines norteamericanos, escribe en

190
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

1929, desde Nicaragua, su “Plan de realización del supremo sueño de Bolívar”, para unir
en confederación a las “21 fracciones” en que está dividida la América Latina, establecer la
“nacionalidad latinoamericana” y expulsar al imperio invasor. Farabundo Martí, mítico líder
comunista salvadoreño, llegará a ser su lugarteniente, secretario y miembro del estado mayor
internacional, para finalmente separarse por “razones ideológicas”. Farabundo murió en El
Salvador en 1932, tras una insurrección derrotada. Sandino, lo hará en la ciudad capital de
Nicaragua, Managua, fusilado tras ser traicionado en intrigas políticas digitadas por EE.UU.
Una famosa anécdota relata el regalo de un caballo, por parte de Farabundo al general, el
cual al ver que su montura tenía grabadas la hoz y el martillo comunista, mandó a borrarlas
y reemplazarlas por dos machetes cruzados, el símbolo sandinista, porque en las montañas
de Nicaragua “no había fábricas para los martillos ni trigo para la hoz, solo machetes para
descabezar invasores norteamericanos”. Anécdota que revela el complejo camino que hacían
las tensiones, diálogos y desencuentros, entre concepciones revolucionarias universales y las
particularidades de la lucha revolucionaria en América Latina. La anécdota puede verse en la
película española nicaragüense, disponible en internet, “Sandino” del director chileno Miguel
Littín, del año 1991.

Los desarrollos
Los mismos Marx y Engels, aunque no volvieron a tratar de América Latina, habían variado sus
concepciones sobre el rol de los pueblos sin desarrollo capitalista, al menos en Europa, a través
del estudio atento y sistemático de la “cuestión nacional” en la lucha irlandesa contra el dominio
británico, y en el potencial rol socialista de la comuna agraria en Rusia. Aunque limitados a
estos casos específicos, sus desarrollos abrieron puertas y posibilidades teóricas para una armo-
nización del marxismo y las luchas de liberación de los países sin desarrollo capitalista contra
los poderes coloniales e imperiales, al tiempo que de superación de las concepciones racistas
subyacentes.
En su Carta de 1887 a la rusa Vera Zazulish, Marx expone con impecable lucidez y coherencia la
idea de que, en el análisis de su monumental obra, “El Capital”, ha “restringido expresamente la
‘fatalidad histórica’ de este movimiento” a los países de Europa Occidental. Es decir, a las socie-
dades históricas concretas a que se refirió el análisis y no a la generalidad de otras sociedades.
Se muestra convencido de que Rusia tiene y está en riesgo de desperdiciar “la más hermosa
ocasión que la historia ha ofrecido jamás a un pueblo para esquivar todas las fatales vicisi-
tudes del régimen capitalista”. Incluso, critica a quienes sostienen la generalización ahistórica
de aquellas tesis del “Capital” para negar esa posibilidad rusa de “esquivar” la fatal necesidad
de la etapa capitalista y pasar, sin ella, al socialismo: “Si los aficionados rusos al sistema capi-
talista negasen la posibilidad teórica de tal evolución, yo les preguntaría: ¿acaso ha tenido
Rusia que pasar, lo mismo que el Occidente, por un largo período de incubación de la industria
mecánica, para emplear las máquinas, los buques de vapor, los ferrocarriles, etc.?” (Ibid.).
Federico Engels, lejos de la matriz desarrollista en sus comentarios sobre la guerra de Texas
en 1848, escribía en comentarios a su viaje a Irlanda de 1856: “La llamada libertad de los
ciudadanos ingleses se funda en la opresión de las colonias”. Denunciaba el “complejo
de inferioridad colonial” usado por Inglaterra para sostener la dominación y criticaba las
supuestas “condiciones naturales” que justificaban el orden colonial: “Hoy Inglaterra nece-
sita trigo en condiciones de rapidez y seguridad. Irlanda parece hecha para el cultivo del
trigo. Mañana, Inglaterra necesita carne, e Irlanda es apta solamente para la crianza del

191
Ricardo Jiménez A.

ganado”. Por su parte, Marx, en carta a Engels, del 2 de noviembre de 1867, escribe: “Yo acos-
tumbraba a pensar que la separación de Irlanda de Inglaterra era imposible. Ahora creo
que es inevitable”. Y dos años después, en diciembre de 1869: “Durante muchos años creí
que sería posible derrocar el régimen irlandés por el ascendente de la clase obrera inglesa...
pero un estudio más profundo me ha convencido de que la clase obrera inglesa nunca hará
nada mientras no se libre de Irlanda. La palanca está en Irlanda” Más aún, en comunicación
al Consejo General de la Internacional, en marzo de 1870, coincidiendo con el Inca Yupanqui,
al que seguramente había leído en sus estudios de las Cortes de Cádiz en la Biblioteca del
Museo británico, señala: “Un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre… la condi-
ción preliminar de la emancipación de la clase obrera inglesa es la transformación de la
actual unión coercitiva, es decir, del avasallamiento de Irlanda, en alianza igual y libre, si
es posible, o en una separación completa, si hace falta”. La importancia de este cauce abierto
por Marx y Engels puede comprenderse al constatar que entonces el mundo entero se estaba,
por decirlo así, “irlandizando” en una trama de luchas anticoloniales y expansiones imperia-
listas, que llevarían a Vladimir Lenin, cerca de cincuenta años más tarde, en 1916, a elaborar
su crucial trabajo El imperialismo, fase superior del capitalismo.
Desde el comienzo, el marxismo se movió entre debates y críticas, tanto con otras corrientes
no marxistas, como internamente. Y, aunque a partir de la segunda década del siglo XX, tras
el triunfo y consolidación de la revolución rusa, empezaba a devenir en una rígida organiza-
ción internacional que tendía al poco dinamismo reflexivo, todavía había en él varios nota-
bles desarrollos y renovaciones como la de Antonio Gramsci en Italia. Incluso, paralelamente,
aunque muy probablemente sin una gran conexión entre sí, había en diferentes latitudes
miembros del comunismo internacional cuyas realidades específicas nacionales les compelía
urgentemente a desarrollar sus propios caminos. Es el caso de los entonces muy jóvenes Mao
Tse Tung de China, Ho Chi Min de Indochina / Vietnam, Josip Tito de Croacia / Yugoslavia y
varios otros, que se sabe, por razones mitad ideológicas, mitad tácticas para conseguir apoyo,
suscriben todos los documentos de la III internacional, muchas veces con generalizaciones
ahistóricas inadecuadas, pero en la práctica, de hecho, buscaban y construyen respuestas dife-
rentes, historizadas, a las necesidades de su lucha específica; lo cual se hizo evidente hasta la
ruptura cuando más adelante alcanzaron enorme desarrollo y autonomía.
Al mismo tiempo, en América Latina, aparecían varios intentos “armonizadores” del marxismo
con reflexiones revolucionarias propias, no marxistas. Es el caso del combativo comunista
salvadoreño Farabundo Martí, a quien ya hicimos referencia. Y el de Julio Mella, un joven
estudiante universitario cubano, de ascendencia irlandesa, activista incansable, militante
comunista, radical reivindicador de José Martí, encarcelado, exiliado y finalmente asesinado
en México, a los 25 años de edad. Su escrito “Glosas al pensamiento de José Martí” de 1926,
es un reconocido antecedente de la armonización de marxismo y nacionalismo revolucionario
que sustenta la Revolución cubana. Su absoluta adscripción al pensamiento de José Martí, lo
llevó precursoramente a vincular el nacionalismo revolucionario de aquel con el internacio-
nalismo “proletario” comunista, delineando importantes pasos hacia a la “historización” del
marxismo para América Latina. “no pretendemos implantar en nuestro medio copias serviles
de revoluciones hechas para otros hombres, en otros climas... pero seríamos ciegos si negá-
semos el paso de avance dado por el hombre en el camino de su liberación… La causa del
socialismo en general es la causa del momento, en Cuba, en Rusia, en la India, en los Estados
Unidos y en la China. En todas partes. El solo obstáculo es saberlo adaptar a la realidad del
medio” (Julio Mella. Los nuevos libertadores. 1924). Su temprano asesinato no permitió un
mayor desarrollo de su obra

192
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

Mariátegui
El más afamado y trascendente de estos desarrollos del marxismo latinoamericano en América
Latina, es por lejos, José Carlos Mariátegui, creador de un auténtico marxismo latinoameri-
cano. La actual reverencia a sus ideas en todo el mundo, que lo convierten en un auténtico
“rockstar” teórico de las izquierdas, ha dejado muy atrás y hace difícil recordar que fue, sin
embargo, incomprendido y subestimado en el comunismo internacional de su época, bajo
predominio soviético. A pesar de lo cual, la fuerza de sus ideas fue crecientemente influyente y,
tras la caída del bloque soviético y el descrédito teórico de muchas de sus fórmulas, Mariátegui
alcanzó un estatus de reconocimiento pleno y casi obligado, como expresión creativa y crea-
dora del marxismo desde y para Nuestra América.
Ciertamente, suplió la formación académica formal pertrechándose con un conocimiento
colosal, casi exhaustivo, de los debates marxistas, pero, además, y muy importante, de todas
las demás corrientes del conocimiento contemporáneo de su época. Especialmente, su estudio
en terreno de las agitaciones y propuestas revolucionarias que sacudieron Europa, continente
que recorrió por cuatro años. Al retornar al Perú, en 1923, procederá a una sistemática apli-
cación del marxismo desde y para la específica y única realidad peruana y latinoamericana.
Su práctica y la obra resultante constituyen un hito crucial en el largo parto metafórico de
un pensamiento propio en América Latina. Que habrá de realizarse expresamente contra
las generalizaciones ahistóricas de cierta teoría revolucionaria ortodoxa, pretendidas como
fórmulas universales y obligatorias, en la región.
Asimismo, aunque Mariátegui es, sin ninguna duda, la cumbre indiscutida de este esfuerzo
de independencia y creación revolucionaria propia latinoamericana, no es, como nadie puede
serlo, un lunar ajeno a los pueblos y su historia. Como dijo Fidel Castro: “No son los indivi-
duos los que hacen la historia, es la historia la que hace a… las figuras o las personalidades”
(Conferencia Mundial Diálogo de Civilizaciones. América Latina en el siglo XXI: Universalidad
y Originalidad. 2005).
Aunque el estudio y comprensión de los/as libertadores/as de la primera independencia no
fue uno de los fuertes de la obra de Mariátegui, es justamente con ellos/as que comienza esta
tensión entre una teoría revolucionaria propia y otra tomada o impuesta desde fuera como
universal y obligatoria. Nadie ilustra mejor este proceso que Simón Rodríguez, maestro de
Bolívar y conspirador revolucionario que escribió, coincidiendo y adelantando en aspectos
fundamentales a Mariátegui: “La América Española es Original i ORIGINALES han de ser
sus Instituciones i su gobierno i ORIGINALES sus medios de fundar uno i otro. O Inventamos
o Erramos” (Sociedades Americanas en 1828).
Franz Tamayo, un gran pensador boliviano, refiriéndose al sistema educativo de su época,
escribió en 1910: “Hasta ahora esta ha sido una pedagogía facilísima, pues no ha habido otra
labor que la de copia y de calco, y ni siquiera se ha plagiado un modelo único, sino que se
ha tomado una idea en Francia o un programa en Alemania, o viceversa, sin darse siempre
cuenta de las razones de ser de cada uno de esos países”. Se sabe que Mariátegui conoció
este ensayo y muy probablemente lo tomó para aplicarlo a su ya famoso programa sobre el
marxismo, expuesto 18 años después en la revista Amauta: “No queremos, ciertamente, que
el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar
vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoameri-
cano. He aquí una misión digna de una generación nueva” (Aniversario y balance. Revista
Amauta.1928). “El marxismo, donde se ha mostrado revolucionario - vale decir donde ha

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Ricardo Jiménez A.

sido marxismo - no ha obedecido nunca a un determinismo pasivo y rígido” (Defensa del


Marxismo.1929). Es la historización, o “peruanización” del marxismo, para parafrasear otra
de sus frases célebres: “peruanicemos el Perú” (1924). Ya antes, en 1910, el gran pensador
mexicano, Justo Sierra había llamado a la universidad de su país a “Nacionalizar la ciencia,
mexicanizar el saber”.
Para ello, contará Mariátegui con la base fundamental de una bien definida y crucial concep-
ción instrumental del marxismo. Conformada esencialmente por 3 elementos interactuantes:
Como un método de interpretación de la realidad, no atado a ninguna conclusión a priori.
Como una fuente de insumos para la organización, la acción y la mística revolucionarias.
Como una corriente filosófica historizada e historizable, es decir, perfectamente armonizable
y enriquecido con múltiples e inagotables otras corrientes y aportes de pensamiento.
“El marxismo… es un método fundamentalmente dialéctico. Esto es, un método que se apoya
íntegramente en la realidad, en los hechos. No es, como algunos erróneamente suponen,
un cuerpo de principios de consecuencias rígidas, iguales para todos los climas históricos
y todas las latitudes sociales… El marxismo, en cada país, en cada pueblo, opera y acciona
sobre el ambiente, sobre el medio, sin descuidar ninguna de sus modalidades” (Mensaje al
Congreso Obrero. 1927). Del enorme potencial creativo de ese núcleo instrumental, nacerán
sus innumerables “análisis concretos de las realidades concretas” que abarcan desde la
economía a la religiosidad, pasando por la literatura y casi todos los temas sociales de su
tiempo. Su intensa trayectoria, a pesar de su breve vida de apenas 36 años, incluye innumera-
bles artículos para diversos periódicos y revistas, la creación de históricas entidades gremiales
y políticas, y una incansable actividad de formación y organización. Sólo en el año 1928, uno
de los más productivos, realizó la fundación del “Partido Socialista Peruano”, del cual será el
primer secretario general; la fundación del periódico “Labor” de la “Central de Trabajadores”,
también creada por él; y la publicación de su obra más acabada y trascendente, “Siete ensayos
de Interpretación de la realidad peruana”.
En el mismo movimiento, deberá superar las limitaciones, incomprensiones y a veces acerba
oposición, que, justamente por falta de historicidad, presentaba en ocasiones la política oficial
y oficiosa del comunismo internacional. La insistencia en el carácter obrero del partido, de la
principal fuerza y de los escenarios principales de la lucha revolucionaria, aunque en muchos
países, como Perú, China y otros, la población obrera era escasa y poco relevante en compara-
ción a la abrumadora magnitud y significación del campesinado o los indígenas. La definición
de la revolución en América Latina como “antiimperialista y anti feudal”, con exclusión de
conceptuar la socialista, o peor aún, de inéditas formas, como la de “socialismo indo-ame-
ricano” de Mariátegui. El uso generalizado de discursos teóricos ya instalados como inape-
lables y de medidas burocráticas de castigo, como procedimientos que inhiben el debate y
la reflexión libre y creativa de la militancia. Todas las cuales facilitaban la separación con
los procesos de lucha reales de las mayorías; la falta de conexión con las profundas matrices
culturales no marxistas, populares, mágico místicas y prehispánicas; y la incomprensión de
las específicas realidades de cada escenario de lucha concreto.
Así es posible apreciarlo, por ejemplo, cuando Mariátegui alude a los “soviets” en su defensa
de la mística religiosa revolucionaria, concepción a la que había llegado a través del estudio
de la “teoría de los mitos” del francés Georges Sorel. “El socialismo es también una religión,
una mística… el hombre contemporáneo tiene necesidad de fe. Y la única fe que puede ocupar
su yo profundo, es una fe combativa… ningún espíritu que se siente vacío, desierto, deja de
tender, finalmente, hacia un mito, hacia una creencia…La fuerza de los revolucionarios no

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

está en su ciencia; esta en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística,
espiritual. Es la fuerza del Mito… La emoción revolucionaria es una emoción religiosa…
González Prada se engañaba...cuando nos pregonaba antirreligiosidad. Hoy sabemos
mucho más que en su tiempo sobre la religión... Sabemos que una revolución es siempre
religiosa. La palabra religión tiene un nuevo valor, un nuevo sentido. Sirve para algo más
que para designar un rito o una iglesia. Poco importa que los soviets escriban en sus afiches
de propaganda que ‘la religión es el opio de los pueblos’. El comunismo es esencialmente reli-
gioso. Lo que motiva aún equívocos es la vieja acepción del vocablo… Los motivos religiosos
se han desplazado del cielo a la tierra. No son divinos: son humanos, son sociables” (Siete
ensayos de Interpretación de la realidad peruana. 1928).
Cuando Mariátegui escribía estas palabras, habían pasado exactamente ochenta años desde
que Marx y Engels incluyeran, en el “Manifiesto Comunista”, a los países no capitalistas
en la categoría de “bárbaros”. Y se habían realizado cinco congresos de la “Internacional”
Comunista, sin que los movimientos comunistas o socialistas latinoamericanos estuvieran
presentes o su temática hubiera sido considerada importante, más allá de los Estados Unidos,
único país considerado - como lo había proclamado públicamente Engels en sus escritos
sobre la agresión imperial a México en 1848 y 1849 - civilizado y “civilizador”. Recién ese
mismo año 1928, entre julio y septiembre, se realizó el Sexto Congreso de la Internacional
Comunista, en Moscú, con la participación, por primera vez, de una delegación de América
Latina. Tras un Informe de Nicolás Bujarin, afamado bolchevique ruso, sobre la situación
internacional, el delegado brasileño, Fernando Lacerda se sintió obligado a hacer correcciones
con estas palabras: “Desearía empezar con una pequeña observación. Se lee en la tesis del
camarada Bujarin, que el movimiento comunista ha llegado por primera vez a los países
de América Latina. Camaradas, esto no es muy exacto. No es el movimiento comunista el
que ha llegado por primera vez a América Latina, es la Internacional Comunista la que por
primera vez se ha interesado en el movimiento comunista de América Latina” (VI Congreso
de la Internacional Comunista. Segunda parte. Informes y discusiones. Cuadernos de pasado
y presente. Siglo XXI. México. 1978)
Tres fueron los eventos en que Mariátegui y sus planteamientos interactuaron con el comu-
nismo internacional “oficial”, bajo creciente hegemonía soviética. El citado “VI Congreso
Internacional Comunista” de 1928 en Moscú. La “I Conferencia Comunista latinoamericana”,
organizada por la sección Suramericana de la Internacional Comunista, en Buenos Aires,
Argentina en julio de 1929, y que, en lo sustancial, reproducía el enfoque del VI Congreso. Y
el “Congreso constituyente de la Confederación Sindical Latinoamericana” de Montevideo,
Uruguay, realizado en medio de los otros dos, en mayo de 1929. En todas ellas, en general,
el Buró Suramericano de la III Internacional y sus secciones “oficiales” criticaron duramente
las reflexiones de Mariátegui, las cuales rompían, simultáneamente, con los dos pilares de
su mal entendido “internacionalismo”: las incuestionables directivas políticas emanadas en
Moscú; y la rígida uniformidad intelectual y teórica, vigilada férreamente por la “organiza-
ción”; que encarnaba, de hecho, el “cientificismo”, extrema versión del iluminismo moderno
y su paradojal “fe absoluta, religiosa” en la ciencia para encontrar una verdad “objetiva, única
y excluyente” en todo.
La primera y más notoria discrepancia - que, más tarde, ya crecida la figura de Mariátegui, ha
pretendido ser reducida a una pura cuestión nominal - es la del nombre del Partido de la revo-
lución peruana fundado por él. Los estatutos del movimiento comunista internacional exigían
el requisito formal del nombre “Comunista” para ser admitido, pero el partido de Mariátegui
se llamaba “Socialista”. Aludiendo a Federico Engels, quien, en una edición alemana del

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Ricardo Jiménez A.

“Manifiesto Comunista” de 1890, relataba cómo las circunstancias específicas de la política


europea lo habían llevado a él y a Marx a nominar “Comunista” el “Manifiesto”, Mariátegui
reclamó el mismo derecho a poner nombre propio, de acuerdo a situación y utilidad, a su
partido, llegando incluso a anticipar el resurgimiento del concepto como hegemónico a futuro
en el ámbito revolucionario. “En Europa, la degeneración parlamentaria y reformista del
socialismo ha impuesto, después de la guerra, designaciones específicas. En los pueblos
donde ese fenómeno no se ha producido, porque el socialismo aparece recién en su proceso
histórico, la vieja y grande palabra conserva intacta su grandeza. La guardará también
mañana, cuando las necesidades contingentes y convencionales de demarcación que hoy
distinguen prácticas y métodos, hayan desaparecido… Capitalismo o socialismo. Este es el
problema de nuestra época” (Aniversario y Balance. 1928).
Lo cierto es que el genio creativo e independiente de Mariátegui lo dejaba – por decirlo así -
sólo, en un caso que es parecido en muchos aspectos al de Bolívar. Incluso quienes le acompa-
ñaron en sus luchas y concepciones centrales, no lograron entenderlas del todo, o no tuvieron
el vigor intelectual y político para sostenerlas. Bajo la “autoridad”, finalmente incontrarres-
table, de la “Internacional”, especialmente del influjo de su dirección soviética (más tarde
disputada por el Partido Comunista chino, albanés y otros), todas sus tesis terminaron derro-
tadas, al mismo momento de su muerte, y serían “condenadas” oficialmente hasta la década
de 1960.
Falleció el amauta en abril de 1930 y sólo un mes más tarde, su Partido, bajo la nueva direc-
ción de Eudocio Ravines, cambia el nombre, el programa y los estatutos de acuerdo a la
norma de la Internacional. Sólo ocho meses más tarde, el Comité Central, publica el docu-
mento Mimeografiado “¡Bajo la Bandera de Lenin! Instructivas sobre la jornada de las tres
LLL”. En el que se sentencia: “El mariateguismo es una confusión de ideas procedentes de las
más diversas fuentes… Antes de haber bebido de la fuente del marxismo y particularmente
del leninismo, Mariátegui había conocido el movimiento revolucionario a través de las más
diversas tendencias no proletarias. Tuvo grandes errores no sólo teóricos sino también
prácticos. Son en realidad muy pocos los puntos de contacto entre el leninismo y el mariate-
guismo y estos contactos son más bien incidentales. El mariateguismo confunde el problema
nacional con el problema agrario; atribuye al imperialismo y al capitalismo en el Perú
una función progresista; sustituye la táctica y la estrategia revolucionarias por el debate
y la discusión, etc. Nuestra posición frente al mariateguismo es y tiene que ser de combate
implacable e irreconciliable”. Es sólo el primero de numerosos artículos y “conclusiones”
de la época, en revistas y documentos oficiales, que atribuyen, por incomprensión o utilidad
maquiavélica, a las tesis del amauta contenidos que no le son propios, para luego condenarlo
bajo distintos calificativos muy propios de aquella subcultura cientificista del comunismo
soviético. “Mariátegui (fallecido en 1930)… no pudo librarse íntegramente de los residuos de
su pasado aprista. Vaciló en la cuestión de la creación del Partido Comunista como partido
de clase del proletariado y no comprendió del todo su significado. Conservó su ilusión sobre
el papel revolucionario de la burguesía peruana y subestimó la cuestión nacional indígena,
que él identificaba con la cuestión campesina. En el partido peruano, incluso hasta hoy se
hacen sentir diversos residuos del mariateguismo, que repercuten en su trabajo práctico”
(Documentos preparatorios del VII Congreso de la Internacional Comunista. 1935.)
En particular su tesis del “socialismo indoamericano” despertó las mayores oposiciones y
enconos, y le generó una pública hostilidad dentro del movimiento comunista. Vladimiro
Miroshevski, importante ideólogo del comunismo internacional, y considerado “autoridad” en
los temas de América Latina, calificó de “populismo” el pensamiento de Mariátegui. Afirmando

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

que las suyas “fueron las ideas del socialismo” pequeñoburgués, una versión especial de
populismo adaptada al Perú… los sueños utópicos de un intelectual pequeñoburgués en un
país campesino, atrasado” (El ‘populismo’ de Mariátegui en el Perú, papel de Mariátegui en
la historia del pensamiento social latinoamericano. Revista cubana “Dialéctica”. Mayo-Junio
de 1942). Como en los escritos de Engels sobre la agresión imperial estadounidense a México,
y los de Marx sobre Bolívar, vuelve a manifestarse explícitamente la matriz hegemónica que
considera imperdonable la discrepancia de intelectuales venidos de países “campesinos” y
“atrasados”.

El problema del indio


En el Perú, por lo menos desde inicios del siglo XX, la persistencia de la cultura ancestral
andina (y lo mismo está ocurriendo con la cultura amazónica ancestral en el siglo XXI) viene
presentando una paradoja: lo supuestamente “caduco”, “arcaico”, “primitivo”, “atrasado” y
“retrógrado”, es de hecho generador de lo nuevo, de renovación, e incluso de lo revolucionario.
Así lo confirma para el ámbito de la literatura, Alberto Flores Galindo: “Paradójicamente, José
María Arguedas, en sus momentos de más hondo pesimismo, se imaginaba como el trovador
de un mundo en ocaso… era lo contrario: lo andino penetraba en una forma occidental,
el cuento o la novela, transformaba un lenguaje anquilosado y terminaba fundando una
obra radicalmente original… un nuevo discurso”. Y un proceso similar ocurre en la política:
“Mariátegui… buscaba un punto de encuentro entre socialismo y comunidad indígena: no
creía que fuera una institución obsoleta, condenada por algún designio histórico” (Alberto
Flores Galindo. “Buscando un Inca: Identidad y Utopía en los Andes”. 1987). Otro destacado
revolucionario marxista peruano, en la década de 1970, época de gran dogmatismo doctri-
nario modernista, realizaba un análisis político que tenía mucho más que ver con lo ancestral
andino que con las categorías clásicas del marxismo europeo: “Se aplasta nuestra cultura,
nuestro quechua, nuestro yaraví, nuestros gustos estéticos. Somos los escupidos, como dice
el tayta” (Hugo Blanco. Tierra o muerte. 1972).
En ese contexto, surge el que es considerado el más trascendente de sus trabajos, el del
problema indígena del Perú. A contramano de la idea hegemónica y excluyente en el comu-
nismo internacional de que era la clase obrera, sin excepciones, el sujeto y actor principal de
toda lucha revolucionaria socialista, Mariátegui llegó a plantear que, en las específicas condi-
ciones históricas del Perú, las comunidades indígenas eran portadoras de un potencial revolu-
cionario socialista decisivo para el país. “La propagación en el Perú de las ideas socialistas ha
traído como consecuencia un fuerte movimiento de reivindicación indígena. La nueva gene-
ración peruana siente y sabe que el progreso del Perú será ficticio, o por lo menos no será
peruano, mientras no constituya la obra y no signifique el bienestar de la masa peruana que
en sus cuatro quintas partes es indígena y campesina. Este mismo movimiento se manifiesta
en el arte y en la literatura nacionales en los cuales se nota una creciente revalorización de
las formas y asuntos autóctonos, antes depreciados por el predominio de un espíritu y una
mentalidad coloniales españolas” (Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana.
1928). Se trataba de una profunda y productiva reflexión propia, completamente nueva y
revolucionaria de la historia y del presente de la cuestión indígena para el Perú y el continente.
La explícita referencia de Mariátegui al “desprecio” de las “formas y asuntos autóctonos” en
base al “predominio de un espíritu y una mentalidad coloniales españolas”, resulta reveladora
de la matriz cultural profunda que era, de hecho, común a la del comunismo soviético, el cual,
ahora, aunque por otras razones diferentes, manifestaba igual “desprecio”.

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Ricardo Jiménez A.

En ese enfoque convergen dos elementos complementarios. El primero, la aplicación concreta


del marxismo al análisis del problema indígena en el país, relevando la importancia del factor
económico social de la propiedad de la tierra, sin la cual toda política indígena resultaba dema-
gógica o superficial, y en cualquier caso ineficaz, para la promoción de estos sectores. “Quienes
desde puntos de vista socialistas estudiamos y definimos el problema del indio, empezamos
por declarar absolutamente superados los puntos de vista humanitarios o filantrópicos...
no nos contentamos con reivindicar el derecho del indio a la educación, a la cultura, al
progreso, al amor y al cielo. Comenzamos por reivindicar, categóricamente su derecho a la
tierra y este problema de la tierra se presenta, ante todo, como el problema de la liquidación
de la feudalidad en el Perú” (Ibid.). En ese análisis, enriquece la cuestión económica de la
propiedad de la tierra al agregar la importancia de la particular significación religiosa social
que ésta tiene también para los indígenas, enfatizando aún más como elemento imprescin-
dible de una política eficaz en este ámbito. “La tierra ha sido siempre toda la alegría del indio.
El indio ha desposado la tierra. Siente que ‘la vida viene de la tierra’ y vuelve a la tierra. Por
ende, el indio puede ser indiferente a todo, menos a la posesión de la tierra que sus manos y
su aliento labran y fecundan religiosamente” (Ibid.).
El segundo elemento lo constituía el reconocimiento de que las comunidades indígenas
andinas del Perú, por sus particularidades históricas, constituían un sujeto histórico poten-
cialmente socialista. “La solución del problema del indio tiene que ser una solución social.
Sus realizadores deben ser los propios indios. Este concepto conduce a ver en la reunión de
los congresos indígenas un hecho histórico” (Ibid.). “Las comunidades”, que han demostrado
bajo la opresión más dura condiciones de resistencia y persistencia realmente asombrosas,
representan un factor natural de socialización de la tierra. El indio tiene arraigados los
hábitos de cooperación” (El Problema de las razas en América Latina. 1929). El cual venía a
coincidir y articularse con la corriente socialista universal, para construir un camino y un tipo
de socialismo adecuada a su específica realidad. “Una revolución continúa la tradición de un
pueblo, en el sentido de que es una energía creadora de cosas e ideales que incorpora defini-
tivamente a esa tradición enriqueciéndola y acrecentándola”. “El socialismo, en fin, está en
la tradición americana. La más avanzada organización comunista, primitiva, que registra
la historia, es la incaica” (Aniversario y balance. Revista Amauta.1928).
En un todo programático coherente, viable, ello permitía ligar la revolución socialista a las
grandes mayorías. Ya Manuel Gonzáles Prada, el precursor filo anarquista de los agitadores
modernos del Perú, había dado, sobre este punto, una campanada de aviso: “No forman el
verdadero Perú las agrupaciones de criollos y extranjeros que habitan la faja de tierra
situada entre el Pacífico y los Andes; la nación está formada por las muchedumbres de indios
diseminadas en la banda oriental de la cordillera” (Discurso del Politeama. 1888). José de
la Riva-Agüero, el amauta que recorrió a lomo de mula los Andes para reflexionar al Perú, la
reitera en 1912: “La suerte del Perú es inseparable de la del indio, se hunde o se redime con
él, pero no le es dado abandonarlo sin suicidarse” (Paisajes peruanos. 1912). Mariátegui la
escucha, la desarrolla, la sistematiza: “El problema de los indios es el problema de cuatro
millones de peruanos. Es el problema de las tres cuartas partes de la población del Perú. Es
el problema de la mayoría. Es el problema de la nacionalidad” (Ibid.).
Ciertamente, Mariátegui ha alcanzado meritoriamente el estatus de adscripción obligada para
todos los movimientos revolucionarios socialistas del continente. Sin embargo, ello involucra
el riesgo de obviar su aporte fundamental, intrínseco a toda su práctica de lucha y reflexión: la
actitud autónoma, creativa. La “herejía” de buscar respuestas adecuadas propias a las propias
e irrepetibles realidades. Contra las coerciones de la matriz hegemónica externa, reputada

198
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

como superior. En su caso, ya no sólo europea y norteamericana, sino ahora también sovié-
tica. Conviene no perder ese legado esencial, para no cometer el error de transformarlo a él
mismo, paradojalmente, en una nueva “ortodoxia” negadora de lo nuevo. Es su concepción y
su práctica su principal legado. Ella no entrega recetas infalibles, pues, justamente, el mensaje
de Mariátegui, es que sólo cada cual, en su realidad histórica, puede elaborar esas recetas,
pero sí entrega el criterio fundamental que permite encontrarlas: seriedad, esfuerzo, creación
propia.
En 1952, el joven practicante de medicina Ernesto Guevara hace un largo viaje por Suramérica,
como “mochilero” en motocicleta, en compañía de su amigo Alberto Granados. Entre los
países que visita está Perú, donde permanece largos meses, en diversos lugares que incluyen
Machu Picchu. Recibe en este país la hospitalidad y amistad del doctor peruano Hugo Pesce,
por cuya mediación, ambos viajeros trabajarán en leprosarios, tanto en Lima, en el barrio de
Piñonate en San Martín de Porres, como en el Amazonas peruano, en el pueblo de San Pablo,
al servicio de los enfermos que en la época eran las personas más marginales y excluidas.
El doctor Pesce había sido compañero y cofundador en 1928 del Partido Socialista Peruano,
más tarde “Comunista”, con el sobresaliente pensador José Carlos Mariátegui, a cuyas ideas
marxistas latinoamericanistas introduciría al joven argentino. La relevancia de esto para la
formación de quien más tarde influiría a su vez en la historia continental y mundial, la describe
el propio Guevara en la dedicatoria que le escribe a Pesce en un ejemplar que le envía al Perú
de su libro “Guerra de guerrillas”, publicado en Cuba en 1960: “Al doctor Hugo Pesce, que
provocara, sin saberlo quizás, un gran cambio en mi actitud frente a la vida y la sociedad,
con el entusiasmo aventurero de siempre pero encaminado a fines más armoniosos con las
necesidades de América; fraternalmente, Che” (Instituto Nacional de Salud Perú. Hugo Pesce
Pensamiento médico y filosófico. 2005).
La hermosa película “Diarios de Motocicleta” del director Walter Salles, del año 2005,
basado en los registros de ese viaje, muestra al joven Guevara leyendo los “Siete Ensayos de
Interpretación de la Realidad Peruana” de Mariátegui. El pionero marxista cubano, Julio
Mella, había enviado cartas de solidaridad con Mariátegui, cuando sufría la represión de
Leguía en Perú. Y el pensamiento de Mariátegui había influido en las generaciones revolucio-
narias cubanas, por ejemplo, del primer presidente de Cuba revolucionaria, Osvaldo Dorticós.
En 1960, al año siguiente del triunfo de la revolución cubana, apareció en La Habana una anto-
logía titulada “José Carlos Mariátegui: El problema de la tierra y otros ensayos”, publicado
por la Editora Popular de Cuba y el Caribe, como parte del Primer Festival del Pensamiento
Político. A partir de entonces se han publicado en Cuba varias ediciones de sus principales
escritos.

La convergencia
Será, justamente, el Che Guevara, marxista y bolivariano, quien cierre el círculo del desen-
cuentro de América Latina con los textos de los creadores del marxismo sobre ella, de manera
explícita, consistente y sistemática. Para entender este proceso se debe enfatizar la altura del
gigante intelectual del Che, que era tan hombre de acción como de ideas. Y que mostraba una
independencia mental y cultural tan audaz y temeraria como lo era en combate. Un ejemplo
de ello es su famosa frase, que podemos encontrar en polos y afiches: “Déjeme decirle, a riesgo
de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos
de amor” (“El socialismo y el hombre en Cuba”.1965). ¿Por qué el Che dice que “a riesgo de

199
Ricardo Jiménez A.

parecer ridículo”? Que el Che diga que al revolucionario verdadero lo mueve el amor está
bien, pero que él siente la necesidad de agregar que es a riesgo de parecer ridículo, a qué se
debe, cuál es la explicación de eso. Bueno, que en la época que lo dijo y escribió, todavía el
movimiento revolucionario cargaba culturalmente con visiones contrarias a la consideración
de los sentimientos, todavía era un movimiento muy rígido, que tendía a imponer una sola
forma de ver las cosas, en la cual hablar de los sentimientos no era supuestamente “científico”,
o no era supuestamente serio. Pero el Che muestra su audacia, su independencia mental, su
irreverencia, no la irreverencia fácil de faltar el respeto a otros, sino la irreverencia de saber
discrepar con ideas, con argumentos, de ser fiel a la búsqueda de la verdad, y corre lo que él
llama “ese riesgo”.
De la misma manera, siendo un estudioso del marxismo y del bolivarianismo desde su
temprana juventud (la época del famoso viaje en motocicleta por América Latina), llega a
identificar los elementos discrepantes entre ambos pensamientos revolucionarios, para abrir
cauce a la complementación y convergencia esencial de ellos, en tanto pensamientos revolu-
cionarios emancipatorios de la humanidad. En una época en que no era nada fácil por el gran
peso que todavía tenían los dogmatismos y sectarismos, escribe: “A Marx, como pensador,
como investigador de las doctrinas sociales y del sistema capitalista que le tocó vivir,
puede, evidentemente, objetársele ciertas incorrecciones. Nosotros, los latinoamericanos,
podemos, por ejemplo, no estar de acuerdo con su interpretación de Bolívar o con el análisis
que hicieran Engels y él de los mexicanos, dando por sentadas incluso ciertas teorías de las
razas o las nacionalidades inadmisibles hoy. Pero los grandes hombres descubridores de
verdades luminosas, viven a pesar de sus pequeñas faltas, y estas sirven solamente para
demostrarnos que son humanos, es decir, seres que pueden incurrir en errores, aún con la
clara conciencia de la altura alcanzada por estos gigantes de pensamiento” (“Notas para el
estudio de la ideología de la Revolución cubana”. 1960).
En el mismo movimiento, reafirma la historicidad necesaria de toda interpretación y construc-
ción, su necesidad de adaptación específica y única. “Pero aun cuando los pueblos estén en la
misma definición social, sean capitalista o estén en proceso de construcción del socialismo o
cualquier otro, han arribado a esa etapa histórica por caminos diferentes y en condiciones
peculiares para cada pueblo. Por eso el marxismo es solamente una guía para la acción. Se
han descubierto las grandes verdades fundamentales, y a partir de ellas, utilizando el mate-
rialismo dialéctico como arma, se va interpretando la realidad en cada lugar del mundo.
Por eso ninguna construcción será igual; todas tendrán características peculiares, propias
a su formación. Y las características de nuestra Revolución también son propias. No pueden
desligarse de las grandes verdades, no pueden ignorar las verdades absolutas descubiertas
por el marxismo, no inventadas, no establecidas como dogmas, sino descubiertas en al
análisis del desarrollo de la sociedad. Pero habrá condiciones propias, y los miembros del
Partido Unido de la Revolución deberán ser creadores, deberán manejar la teoría y crear la
práctica de acuerdo con la teoría y con las condiciones propias de este país en que nos toca
vivir y luchar” (“Discurso en la asamblea general de trabajadores de la textilería Ariguanabo”.
24 de marzo de 1963).
A partir de este audaz aporte teórico, y gracias al enorme prestigio e influencia de la figura del
Che, que lo plantea, queda sellado para siempre el ciclo de desencuentro y comienza una etapa
de convergencia, complementación y hasta identificación de ambos pensamientos revolucio-
narios. Algunos ejemplos. La Organización Latino Americana de Solidaridad - OLAS de 1967,
de cuyo Comité Permanente fue miembro el presidente mártir chileno, Salvador Allende,
público marxista y bolivariano. La Junta de Coordinación Revolucionaria - JCR, que a lo

200
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

largo de un proceso que culminó en 1974, agrupó a organizaciones político militares revolu-
cionarias de Uruguay (Tupamaros), Argentina (ERP), Bolivia (ELN del Che) y Chile (MIR),
todas marxistas y bolivarianas, quienes señalaron públicamente: “Las cobardes burguesías
criollas y sus ejércitos, no supieron hacer honor al legado revolucionario liberacionista de la
gloriosa lucha anticolonial de nuestro pueblo, que conducidos por héroes como Bolívar, San
Martín, Artigas, y tantos otros, conquistaron la independencia, la igualdad y la libertad… El
mayor desarrollo de nuestras organizaciones… permitirá… expulsar al imperialismo yanqui
y europeo del suelo latinoamericano, país por país, e iniciar la construcción del socialismo
en cada uno de nuestros países, para llegar el día de mañana a la más completa unidad
latinoamericana” (Junta de Coordinación Revolucionaria – JCR. “A los pueblos del mundo”.
1974).
El puertorriqueño Filiberto Ojeda, el indomable comandante machetero, caído en el año
2005 combatiendo a las fuerza neocoloniales del FBI norteamericano, marxista y bolivariano,
escribió: “Bolívar es, para los puertorriqueños, símbolo de libertad; es unidad latinoame-
ricana; es igualdad y ha sido el hilo conductor que ha generado una tradición histórica
de lucha y de libertad… Luchamos por una patria libre, soberana y a favor de esa unifica-
ción latinoamericana propulsada a través de la Alternativa Bolivariana para las Américas
(ALBA), que se convertirá en garantía de integración económica, y de futuro justo y equi-
tativo para todos nuestros pueblos”. Iván Márquez, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia, Ejército del Pueblo (FARC – EP), marxistas y bolivarianas, culminando un
largo trabajo de reflexión teórica del gran fariano, Jacobo Arenas, que él mismo denominó “el
abrazo a Bolívar”, escribe: “En Bolívar nos encontramos todos. Él es el espacio estratégico de
unidad y bandera de integración de pueblos y de luchas”. La actual revolución venezolana, a
cuya cabeza cabalga Bolívar, busca construir el socialismo del siglo XXI, recogiendo lo mejor
de las herencias teóricas de todas las corrientes revolucionarias. Mostrando como en la actua-
lidad, esta convergencia que el Che sellará con su reflexión teórica tiene una fuerza inmensa
y continúa desarrollándose, alimentando los procesos revolucionarios de cambio en América
Latina, que son pluri ideológicos, incorporando en complemento del marxismo y el boliva-
rianismo múltiples otros pensamientos libertarios, como el de nuestros pueblos ancestrales
originarios e indígenas, el feminismo, el zapatismo, la teología de la liberación, el ecologismo,
la educación popular y muchos otros.
Una vez superado ese desencuentro, con la complementariedad y armonización de bolivaria-
nismo y marxismo en la reflexión y práctica de muchos movimientos revolucionarios signi-
ficativos, especialmente la revolución bolivariana de Venezuela, aquellos argumentos del
desencuentro, paradojalmente, fueron recogidos por los ideólogos neoliberales y en la actua-
lidad son usados para, desprestigiando la figura de Bolívar, combatir las nuevas expresiones
populares y revolucionarias que atraviesan el continente, o para intentar retrotraer la armoni-
zación al desencuentro y así dividir ideológicamente el movimiento revolucionario.

201
Ricardo Jiménez A.

XVII
Bolívar tiene que hacer todavía

Ayer te vi, Bolívar, en un hermoso retrato.


Tu uniforme rojo y negro, con laureles dorados en los cuellos.
Pensé: “¡Qué bello, mi Bolívar!”, como decían las delegadas campesinas en el Apure, mirando tus
fotos en los libros.
Como esa vez en un taller de formación, cuando tras mostrar una película tuya, unas jóvenes
campesinas hicieron cuestión de Estado porque no debía ser negro sino blanco tu caballo.
Pero te confieso que como más me gustas, en verdad, es en harapos, a medio vestir y con poncho,
cabalgando a degüello contra imperios y esclavitudes.
O como en tu lecho de muerte, cuando hubo necesidad de pedir una camisa prestada para cubrirte,
porque la tuya estaba llena de agujeros.
Me gustas vestido con la torrencial soberanía de las selvas.
Con el chaleco del destino, a prueba de balas y traiciones.
Dictando a tus secretarios tres o cuatro cartas, proclamas y decretos, todas a la vez.
O subiendo solo, en medio de la guerra, al Chimborazo ecuatoriano, más de seis mil metros de
rocas andinas, para delirar. Sí, para delirar.
Ayer te vi, Bolívar, el secreto de espadas en los ojos.
Y un niño que tarda años en dibujar tu rostro
y tu rostro es un continente.

“’El Libertador del Mediodía de América y sus Compañeros de Armas defendidos por un
Amigo de la Causa Social’, libro publicado, él lo escribió un poco antes pero nadie se lo
quería publicar, y al fin lo publicó en enero de 1830, es la célebre defensa de Bolívar asumida
por Simón Rodríguez cuando todo el mundo le cayó, las élites de este continente, desde
Washington hasta Buenos Aires, las élites europeas le cayeron encima a Bolívar cuando se
dieron cuenta que planteaba pero con vigor infinito la libertad de los esclavos, la igualdad
y la justicia. Y lo echaron a Bolívar, y echaron a Sucre y echaron a San Martín y echaron a

202
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

O’Higgins y echaron a Artigas y se adueñaron las élites de esta República entonces naciente”
(Hugo Chávez. Caracas, Venezuela. 28 de agosto. 2005).
La matriz colonial quedaba arraigada todavía en las mentes, en los “corazones”, en los “espí-
ritus”. España sería reemplazada en ellos por Inglaterra, por Francia, por los Estados Unidos,
en algunos casos, hasta por la Unión Soviética. El principal enemigo sería la profunda, muchas
veces inconsciente, convicción de la propia incapacidad creativa y protagónica. La búsqueda
de luces en todos lados, menos en el propio volcán, en la hoguera interior, “los hornos”, como
los llamó Martí. Sería una larga y difícil lucha contra sí mismos, por encontrarse a sí mismos,
por creer en sí mismos, El Libertador ya lo había previsto: “Las reliquias de la dominación
española permanecerán largo tiempo antes que lleguemos a anonadarlas; el contagio de
despotismo ha impregnado nuestra atmósfera, y ni el fuego de la guerra, ni el específico de
nuestras saludables Leyes han purificado el aire que respiramos. Nuestras manos ya están
libres, y todavía nuestros corazones padecen de las dolencias de la servidumbre. El hombre,
al perder la libertad, decía Homero, pierde la mitad de su espíritu” (1819).

Paraguay: la última gran luz


Para 1830, ya están, de hecho, transitoriamente derrotados los/as libertadores/as en toda
la región. La única excepción, grande y luminosa, es el Paraguay, el único país donde cris-
talizó en la realidad concreta un proyecto independentista soberano y con justicia social.
Condiciones excepcionales permitieron que allí se hicieron hegemónicos los sectores
sociales y los liderazgos más radicales, de mayor interés en los cambios estructurales. Fue
el único país en que los latifundistas criollos, que era la oligarquía económica del Paraguay
entonces (en otros lugares, en conjunto con las incipientes burguesías comerciales de los
puertos) no pudieron hacerse con el poder, tras la independencia, como sucedió en todo el
resto del continente.
Esto permitió que, en los vaivenes de las luchas independentistas, por demás complejas en
esta zona, el doctor Gaspar Rodríguez de Francia (Doctor en filosofía y teología), en represen-
tación de estos sectores y ese programa, asumiera como cónsul (1813) y luego como dictador
(1814) perpetuo (de por vida) y único, es decir, que no habría ningún otro después de él (1816),
por amplia aclamación de las mayorías populares, en sendos congresos, que contaron con
cientos de delegados de todo el país.
El Paraguay, que quedó así bajo el gobierno y el liderazgo del doctor Francia, representó la
aplicación de las tesis programáticas más avanzadas de la zona del Río de La Plata, cuyos
exponentes más radicales fueron Mariano Moreno en Buenos Aires y Artigas en Uruguay.
En esta zona, a las condicionantes contextuales que operaron también en otras partes del
continente, se agregó la decisiva experiencia de las invasiones inglesas que buscaron arrebatar
estas colonias a España. En la exitosa lucha de los criollos para rechazarlas, se acrecentó su
capacidad para las luchas independentistas contra la propia España. Otro elemento específico
y particular, fueron las condiciones geográficas, de relativa lejanía y aislamiento que ya, antes,
durante gran parte de la colonia española, permitió excepcionalmente en el continente, que
prevaleciera la estructura económica – colectivista e igualitaria – impuesta por las misiones
jesuitas, que además había forzado a los hacendados a una alianza con los indígenas. En ese
escenario, es que se dieron las insurrecciones de comuneros de 1721 a 1730 y, más tarde, la
llamada guerra de las reducciones jesuitas o guaranítica, entre 1754 y 1756.

203
Ricardo Jiménez A.

Aunque esas luchas fueron derrotadas y los jesuitas fueron expulsados de las colonias espa-
ñolas en 1767, esa realidad económica y política se mantuvo en lo esencial y de manera única
en el continente, en el Paraguay, facilitando el ascenso de los sectores populares, específica-
mente, los propietarios medios y pequeños de tierras, llamados “chacreros”, en su mayoría
campesinos dedicados al cultivo del tabaco, yerba mate y otros productos similares, a los que
se sumaron masas de artesanos y peones agrícolas, todos ellos fueron la base social de la
dictadura vitalicia de Rodríguez de Francia hasta 1840. Bajo su liderazgo, el Paraguay se inde-
pendizó de España, de Buenos Aires, de Lima y del Brasil. Pero, además, lograron, en palabras
del propio Francia: “Fomentar la pública prosperidad y el bienestar de todos los habitantes”
(citadas en el imprescindible libro: (“Paraguay: de la independencia a la dominación imperia-
lista. 1811 – 1870. Sergio Guerra Villaboy. 1991).
Bajo este proceso, y a diferencia de lo que ocurría en toda la región, se abolieron la escla-
vitud, los títulos nobiliarios, los privilegios de toda clase, incluso de la iglesia, cuyos sacer-
dotes pasaron recibir un salario del estado, y todas las servidumbres de castas. Lo más
trascendente, sin embargo, fue que el estado paraguayo fue el ente rector de la política y el
desarrollo económico, confiscando los latifundios de pocas familias oligarcas, llegando a ser
propietario directo de la mitad de su territorio. Allí se arrendó tierras a quienes no tenían, a
precios muy bajos, con la sola condición de hacerlas muy productivas, en alimentos agrícolas
y animales. También se crearon las “Estancias de la Patria”, propiedad directa del estado,
altamente productivas y que permitieron el bienestar de toda la población. Incluso, respetó
la propiedad colectiva y la distribución igualitaria de productos a las comunidades indígenas.
Todo lo cual condujo, no sólo al bienestar de toda la población, sino a la acumulación de
grandes excedentes en las arcas fiscales.
Adicionalmente, se controlaron los precios de productos esenciales en beneficio de las
mayorías, se hizo una política de impuestos progresiva en favor de los menos pudientes,
se hizo obligatoria y gratuita la educación básica, llegando a la excepcional condición para
la época de casi no tener analfabetismo. Y se adoptó una política proteccionista, que más
tarde, después del doctor Francia, le permitiría ser el único país de toda la región, sin deuda
externa, con su propia industria y sus propias líneas de ferrocarriles y naviera (aunque no
tenía mar, contaba con un sistema fluvial caudaloso en torno al gran río Paraná). Incluso, se
controló estrictamente la entrada y salida del país, exigiendo permisos para ello. Así es como
se generó el incidente con Bolívar, que aboga por la liberación del sabio Bonpland, detenido
por incumplir esta norma.
En política internacional, asumió una radicalmente consecuente posición de independencia
del Paraguay, por lo que se limitó a su férrea defensa de cualquier intento de vulnerar su
soberanía, incluyendo varios bloqueos de quienes tenían esas pretensiones, y a inhibirse
estrictamente de participar en luchas ajenas, incluso cuando el líder Gervasio Artigas se lo
pidió y, a pesar de coincidir con él en su rechazo al centralismo de Buenos Aires y en las
medidas económicas de justicia popular. De todos modos, cuando Artigas fue finalmente
derrotado, le permitió, en 1820, refugiarse en Paraguay, entregando una pensión y una
chacra en Curuguaty.
Se trató de un caso atípico, en que el estado, representando a esos sectores socio econó-
micos y políticos, reemplazó a las oligarquías y potencias extranjeras que predominaron en
el resto del continente, y construyó una dictadura nacional revolucionaria y antiimperialista,
con base de apoyo popular.

204
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

En otro rasgo excepcional, al fallecer el doctor Francia, dejó un tesoro de dinero, 36.564
pesos, de sus sueldos sin cobrar, para la tesorería del estado. Armas y libros, que también
fueron donados al estado, eran sus únicas propiedades. A pesar y en contra de la aplastante
campaña de satanización en su contra en toda la región y el mundo, que, aprovechando
los prejuicios – que no las realidades – democráticas contra su designación como “dictador
perpetuo”, afectaron incluso a Bolívar (quien además tuvo un incidente epistolar con Francia
por la liberación del sabio Bonpland, detenido en Paraguay). Prejuicios especialmente
azuzados por escritores liberales argentinos como Sarmiento y Mitre.
A Francia, le sucederá un período de gobierno colectivo a través de un Consulado electo por
el congreso. En 1844, se dictó una nueva Constitución y fue elegido por aclamación Carlos
Antonio López, primer presidente constitucional hasta 1854, reelecto hasta 1857 y luego
reelecto otra vez hasta su fallecimiento en 1862. Siguiendo y desarrollando los lineamientos
esenciales dejados por Francia, se le considera el padre de la primera modernidad del
Paraguay. Concediendo la plena ciudadanía a los indígenas paraguayos en 1848. Creando
el ferrocarril y la naviera, fundiciones de hierro, imprentas y arsenal propio. Reformando la
administración pública, la agricultura y la vida socio cultural, hacia un gran auge económico
y social del país.
Le sucedió su hijo, Francisco Solano López, militar que había ocupado el cargo de vicepre-
sidente de su padre y fue confirmado como nuevo presidente por el congreso. Continuó y
desarrolló la política soberana, auténticamente nacionalista y de justicia social de sus ante-
cesores. Sin embargo, las potencias dominantes en la región, el Brasil, Inglaterra a través
de Argentina y el naciente poder norteamericano, todos ávidos de destruir el proteccionismo
paraguayo y su mal ejemplo de independencia y bienestar, desataron una campaña de
intrigas, agresiones y calumnias, que se profundiza y desata la guerra contra la infame “Triple
Alianza”, de Brasil, Uruguay y Argentina, entre 1865 y 1870. Luego de cinco años de heroica,
titánica resistencia, que arrasó con la mayoría de la población del país, el Paraguay fue final-
mente derrotado. Solano López muere asesinado, junto a su joven hijo, Juan Francisco, tras
la batalla de Cerro de Corá, obligando a los soldados enemigos que lo rodeaban a dispararle,
con su fiera resistencia a ser tomado prisionero.
Juan Bautista Alberdi es uno de los pocos y primeros en enfrentar y desmentir la campaña
de satanización contra el doctor Francia y los Solano López, que es el primer ensayo de las
que hoy se desatan contra la Venezuela bolivariana y la Revolución cubana. Alberdi sabrá
defender al Paraguay hasta la caída final y tendrá plena conciencia que se trata de la última
magnífica luz encendida que queda de la primera independencia anticolonial. Durante la
infame guerra escribirá: “La campaña actual del Paraguay contra las pretensiones retró-
gradas del Brasil y Buenos Aires es la última faz de la revolución de mayo de 1810” (“Las
disensiones de la república del Plata y las maquinaciones del Brasil”. 1865).
El 14 de agosto de 1954 el presidente argentino, Juan Domingo Perón, acompañado por
el canciller, Jerónimo Remorino, llegan al Paraguay donde Perón afirma: “Nosotros somos
hombres humildes, ungidos solamente por la dignidad que caracteriza a los humildes. Por
eso comprendemos al Paraguay, por eso sentimos como el Paraguay y por eso pensamos
como el Paraguay”. Al día siguiente, deposita una ofrenda floral en el Panteón de los Héroes
y se dirige al puerto en donde son desembarcados los trofeos de guerra obtenidos por la
Argentina en la infame guerra de la Triple Alianza, los que devuelve al Paraguay, señalando,
ante el pueblo paraguayo que colma las calles: “Vengo personalmente a cumplir con el
sagrado mandato encomendado por el pueblo argentino de hacer entrega de las reliquias

205
Ricardo Jiménez A.

que. Esperamos, sellen para siempre una inquebrantable hermandad entre nuestros pueblos
y nuestros países”. Por decreto, se le impone al general Perón el grado de general de divi-
sión honoris causa del ejército del Paraguay, del que estuvo orgulloso toda su vida. En 2007,
cuando Cristina Fernández era primera dama argentina, elogió en un discurso público a
Francisco Solano López, y calificó a la Triple Alianza como una triple traición a los intereses
de Latinoamérica frente a los imperialismos. A ello se sumó el 14 de septiembre de 2007 la
imposición del nombre Mariscal Francisco Solano López a una unidad militar del Ejército
Argentino, el Grupo de Artillería Blindado 2, con asiento en Rosario del Tala (provincia de
Entre Ríos).

El “bolivarianismo” falso
Pero el Paraguay del doctor Francia y los Solano López fue aplastado finalmente, y no solo
militarmente, sino política y culturalmente. Fue enterrado en el olvido. Solo recientemente
se ha empezado a conocer y valorar esa magnífica última luz de la primera independencia,
incluso en las filas de las militancia progresista y revolucionaria del continente. A Francia y a
los Solano López – tal como ocurre hoy – se les sataniza como “autoritarios” y “dictatoriales”
desde el principio y esa campaña ideológica de calumnia y ocultamiento de su enorme legado
soberano y de justicia social todavía pesa. Y es, precisamente, coincidente con la derrota de
Bolívar y todos/as los/as Libertadores/as.
Porque en esa derrota de Bolívar, no bastaba matar al hombre, había que, sobre todo, intentar
matar su legado. Se intensificó su desvirtuación, ya sea para atacar como supuestamente
“autoritario”, o para “ser partidario de él”, pero despojándolo de su contenido de igualdad
social y de antiimperialismo. Es el llamado “Bolivarianismo godo”, conservador, superficial,
de pura pantomima, que empieza ya en vida de Bolívar, desde varios de sus propios compa-
ñeros de armas en la lucha contra España. José Páez en Venezuela, Francisco Santander en
Colombia, Juan Flores en Ecuador y muchos otros en cada país. El cual se intenta sostener
hasta hoy. Consciente de esta tendencia, Bolívar había señalado: “Si algunas personas inter-
pretan mi modo de pensar y en él apoyan sus errores, me es bien sensible, pero inevitable;
con mi nombre se quiere hacer en Colombia el bien y el mal, y muchos lo invocan como el
texto de sus disparates” (Carta a Antonio Leocadio Guzmán. Popayán. 6 de diciembre. 1829).
Es el Bolívar de estatuas y discursos vacíos, por parte de oligarquías cínicas que, como decía el
poeta y cantor popular venezolano, Alí Primera, “visitan cada año su tumba, pero para asegu-
rarse de que esté bien muerto”. Fidel Castro, en 1959, señaló: “Se le hicieron muchas estatuas
a Bolívar y muy poco caso a sus ideas”.
Sobre tales procesos, se desarrolló el “panamericanismo”, es decir, la idea de unidad “ameri-
cana” incluyendo a los Estados Unidos, desde la “doctrina Monroe” de 1823, hasta la Unión
Internacional de las Repúblicas Americanas - UIRA de 1890, la Unión Panamericana - UP
de 1910, y la Organización de Estados Americanos - OEA de 1948. Cuya máxima expresión
de cinismo y desvirtuación fue la reunión, por primera vez, del presidente norteamericano
Dwight Eisenhower con casi todos los de los demás países latinoamericanos en 1956, bajo
el pretexto de… ¡conmemorar los 130 años del Congreso Unionista de Panamá convocado
por Bolívar! El amauta mexicano, José Vasconcelos, comentará: “La derrota nos ha traído la
confusión de los valores y los conceptos; la diplomacia de los vencedores nos engaña después
de vencernos; el comercio nos conquista con sus pequeñas ventajas… Se perdió la mayor de
las batallas el día en que cada una de las repúblicas ibéricas se lanzó a hacer vida propia,

206
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

vida desligada de sus hermanos (concertando tratados y recibiendo beneficios falsos), sin
atender a los intereses comunes… El despliegue de nuestras veinte banderas en la Unión
panamericana de Washington deberíamos verlo como una burla de enemigos hábiles”
(1925). Tales políticas tuvieron como eje la hegemonía norteamericana en el marco de la
“Guerra fría”, y configuraron una serie de acuerdos e instituciones en todos los planos, que
ha significado, de hecho, el dominio, explotación y agresión militar por parte de esta potencia
sobre los demás países de la región. “Formado una vez el pacto con el fuerte ya es eterna la
obligación del débil” (Bolívar. 1826).
El programa esencial de Miranda, Bolívar y San Martín, quedó relegado a los llamados pactos
“subregionales” que, con desigual éxito y sinuoso desarrollo de marchas y contramarchas, de
acuerdo a los vaivenes de las disputas electorales y luchas políticas, ponen gobiernos soberanos
o subordinados en los diversos países, variando las correlaciones de fuerza. Se han expresado
en la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y el mercado común del Sur (MERCOSUR). En la
Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos
y Caribeños (CELAC).
Un difícil camino geoestratégico, que debe vencer, además de las fuerzas centrífugas en las
tensiones fronterizas entre muchos países vecinos, la decisiva tensión entre la influencia de
dos grandes concepciones y bloques. Uno de radical identidad y autonomía, que toma como
sustento programático, precisamente, el pensamiento de Bolívar, y cuya expresión más inte-
gral es la “Alternativa Bolivariana para América Latina y el caribe (ALBA)”, creada por los
gobiernos de Cuba y Venezuela y a la que se han sumado otros gobiernos soberanos. Y otra de
persistencia en el neoliberalismo económico y la subordinación a la política norteamericana,
expresado en el “Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA)” y sus múltiples otras
formas parciales, bi o multilaterales en que se presenta, cuyos mayores exponentes son los
actuales gobiernos de derecha, especialmente el de Colombia. Entre aquellos dos extremos,
se mueven, con matices, contradicciones y particularidades, los demás actuales gobiernos de
la región, según el predominio electoral o la lucha política de mayorías a favor de una u otra
concepción, en una aguda disputa que atraviesa todo el continente.

Antiimperialismo propio
Los primeros colonos ingleses llegados a Norteamérica eran “puritanos”, es decir, religiosos
protestantes, convencidos que los nuevos territorios que invaden eran una “tierra prometida”,
y que conquistarla era una “misión divina”. En 1630, uno de ellos, el ministro Juan Cotton,
escribió: “Ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por un designio espe-
cial del Cielo como el que tuvieron los israelitas, a menos que los nativos obraran injusta-
mente con ella. En este caso tendrán derecho a entablar, legalmente, una guerra con ellos,
así como a someterlos”. Los nacientes Estados Unidos, incubaban desde la gestación el virus
expansionista. Surgieron y se desarrollaron sobre el absoluto genocidio de los pueblos origi-
narios. Primero exterminaron a los pueblos Delaware, Iroquois, Seneca, Cayuga, Mohawk,
Algonquin, Cherokees, Miccussukis, Powhatans. En su expansión hacia el oeste completarán
la “limpieza étnica” con los Pawnee, Cheyenne, Sioux, Black Foot, Arapaho, Navajo, Kiowa,
Apache, Comanche, Crow, Flat Nead, Nez Perce, ShoShone, Mojave, Miwok, Modoc. En los
territorios de Florida y los mexicanos anexionados, a los Seminolas, Paiutes y Cahuillas. De
un estimado de veinte millones de indígenas norteamericanos a la llegada de los colonos euro-
peos, sólo quedan - y eso después de una lenta recuperación a partir de la década de 1970 - dos

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Ricardo Jiménez A.

millones en la actualidad.
Al exterminio de los pueblos originarios del norte, seguiría la dominación de los ubicados en
los territorios del sur. Apenas reconocida la independencia de los nuevos Estados Unidos, por
el tratado de París de 1783, Tomás Jefferson, uno de sus “padres fundadores” y su principal
ideólogo, definió su política hacia los territorios del sur: “Por el momento aquellos países se
encuentran en las mejores manos, y sólo temo que éstas resulten demasiado débiles para
mantenerlos sujetos hasta que nuestra población haya crecido lo suficiente para írselos arre-
batando pedazo a pedazo”. Y el mismo Jefferson, ya presidente del país, declaró: “Aunque
nuestros actuales intereses nos restrinjan dentro de nuestros límites, es imposible dejar de
prever lo que vendrá cuando nuestra rápida multiplicación se extienda más allá de dichos
límites, hasta cubrir por entero el Continente del Norte, si no es que también el del Sur, con
gente hablando el mismo idioma, gobernada en forma similar y con leyes similares” (1801).
Frente al estallido de la revolución anti colonial en toda América, especialmente, en Haití,
peligroso y demasiado cercano foco de contagio anti esclavista, la democracia esclavista
norteamericana mantuvo una neutralidad interesada. Primero, en socavar el dominio de los
viejos imperios europeos en la zona. Segundo, en combatir también cualquier intento autén-
ticamente independiente por parte de los revolucionarios suramericanos y más tarde de las
nacientes repúblicas. Ya en 1811, el congreso norteamericano, aprovechando la debilidad de
España sobre su colonia en La Florida, y su ocupación de hecho por tropas norteamericanas,
dictaminó la “Resolución de no transferencia”, según la cual, no permitirían que la Florida
pasara a otras manos europeas distintas a las de España. Una expedición bolivariana, donde
se encontraban los venezolanos Pedro Gual y Germán Roscio, agita la insurrección indepen-
dentista de España, declarando la independencia de La Florida y dándose una constitución
republicana, en junio de 1817. Dos meses después, fuerzas conjuntas de Estados Unidos y
España expulsan la expedición y anulan la independencia. Poco después, un pago en dinero
efectivo formaliza el “traspaso” de la Florida de manos españolas a manos norteamericanas.
En 1823, esa política se extendió formalmente a toda América y el Caribe, a través de lo que
se conoció como “Doctrina Monroe”, cuyo lema fue: “América para los americanos”, decla-
rada expresamente en un discurso pronunciado aquel año por el presidente Jaime Monroe.
En lo fundamental, establecía que los Estados Unidos, a partir de la fecha no reconocían ni
tolerará injerencia, ninguna, de otros poderes europeos en toda la región americana. Aunque
discursivamente presentada como favorable a la no intervención, fue, de hecho, instrumento
del expansionismo estadounidense. Respecto de las colonias europeas ya existentes, y ante las
luchas de independencia contra ellas, se declaran oficialmente “neutrales”. Sin embargo, esa
neutralidad consistió, de hecho, en apoyar el dominio de los poderes coloniales en todos aque-
llos territorios que no tuvieran fuerza para anexarse inmediatamente o someter a su influencia.
Si ese era el caso, agitaban y manipulaban la revolución anticolonial para sus propios fines.
Sobre las tesis de la “Doctrina Monroe”, un afamado publicista de la época, Juan O’Sullivan,
agitó una virulenta campaña mediática para apurar la anexión de los territorios mexicanos. Para
ello, retomó la vieja tradición ideológica puritana de la misión divina. En un artículo que publicó
en Nueva York en 1845, titulado “Anexión”, escribió: “El cumplimiento de nuestro destino mani-
fiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para
el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene
un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades
y el crecimiento que tiene como destino”. En un segundo artículo del mismo año, añadió: “Y
esta demanda está basada en el derecho de nuestro destino manifiesto a poseer todo el conti-

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

nente que nos ha dado la providencia para desarrollar nuestro gran cometido de libertad, y
autogobierno”. Desde entonces, se conoce su tesis como el “Destino Manifiesto”, complemento
filosófico religioso de la política contenida en la “Doctrina Monroe”. La cual daría paso a nuevos
desarrollos de ella misma, conocidos como “Corolarios”, los cuales se agregarían para adaptar a
las nuevas circunstancias este ideario de la infamia en las décadas futuras.
Simón Bolívar, tempranamente, había identificado esa política. En plena lucha por la inde-
pendencia, se refiere a las medidas legales en Estados Unidos hacia el conflicto, comentando
la “Conducta de los Estados Unidos del Norte con respecto a los independientes del Sur, y de
las rigurosas leyes promulgadas con el objeto de impedir toda especie de auxilios que pudié-
ramos procurarnos allí. Contra la lenidad de las leyes americanas se ha visto imponer una
pena de diez años de prisión y diez mil pesos de multa, que equivale a la de muerte, contra
los virtuosos ciudadanos que quisieron proteger nuestra causa, la causa de la justicia, y de
la libertad, la causa de América… Mr. Corbett ha demostrado plenamente en su semanario
la parcialidad de los Estados Unidos a favor de la España en la contienda” (20 de agosto.
1818). “Jamás conducta ha sido más infame que la de los norteamericanos con nosotros, ya
ven decidida la suerte de las cosas, y con protestas y ofertas, quién sabe si falsas, nos quieren
lisonjear para intimar a los españoles y hacerles entrar en sus intereses” (25 de mayo. 1820).
Una vez lograda la independencia del continente, intenta esforzadamente crear la
“Confederación Suramericana”, llamando al Congreso Unitario de Panamá. Expresamente,
aunque había aceptado como una necesidad de la situación la posibilidad de ofrecer el ingreso
a Inglaterra para frenar las pretensiones de reconquista de España, excluye de la convocatoria
a los Estados Unidos, cuyo expansionismo era el mayor peligro inmediato evidente. Francisco
de Paula Santander, quien desde su cargo de presidente de Colombia ya se muestra traidor del
proyecto antiimperialista de Bolívar y estrecho conspirador pronorteamericano, contrariando
sus indicaciones, los incluirá en la Convocatoria. Bolívar le escribe, refiriéndose a los nortea-
mericanos como “regatones”, comerciantes regateadores de precios: “Nunca me he atrevido
a decir a usted lo que pensaba de sus mensajes, que yo conozco muy bien que son perfectos,
pero que no me gustan, porque se parecen a los del presidente de los regatones americanos.
Aborrezco a ese canalla, de tal modo, que no quisiera que se dijera que un colombiano hacía
nada como ellos” (21 de octubre. 1825). “Y así, yo recomiendo a usted que haga tener la
mayor vigilancia sobre estos americanos que frecuentan las costas: son capaces de vender a
Colombia por un real si la tuvieran” (13 de junio. 1826).
Santander, en acuerdo con sus aliados norteamericanos, no sólo los invitó a ellos, sino que
extendió la invitación a Brasil como miembro y Holanda, como observador. Ello debilitaba la
iniciativa, pues Brasil, que era imperio esclavista portugués, estaba en pugnas fronterizas con
Argentina y Bolivia. Asimismo, intentaba alarmar a Bolívar con las aprehensiones de los poderes
fácticos europeos respecto de su ideario antimperialista y popular, considerado extremo en
la época: “En Europa ha comenzado a alarmar la Confederación Americana; el ministro
Canning llamó a Hurtado para preguntarle ‘cuál sería el verdadero objeto de ella’ pues se
decía que se iba a hacer una liga contra Europa, y que se trataba de desquiciar al Imperio
de Brasil para convertir a toda América en estados populares” (Carta de Santander a Bolívar.
1826). Finalmente, la mayoría de los convocados no asistió y la organización y acuerdos fueron
un desastre. Particularmente, las potencias coloniales europeas y norteamericanas sabotearon
la iniciativa, no sólo por el potencial obstáculo que una futura federación fuerte habría represen-
tado a sus voraces apetitos de dominación comercial, sino porque en el Plan de la Confederación
de Bolívar estaban expresas e inmediatas, dos medidas que afectaban gravemente sus intereses:
la abolición de la esclavitud, y la independencia de Cuba y Puerto Rico.

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Ricardo Jiménez A.

Y Bolívar tenía razón. Aunque caía traicionado y derrotado por las intrigas de los poderes
fácticos extranjeros y sus serviles elites criollas. “En Filadelfia se está imprimiendo una obra
contra la Constitución boliviana”, celebraba, lleno de alegría, el peor de todos los traidores,
Francisco de Paula Santander, en 1827. Vencido el proyecto propio, se impuso, otra vez, el
orden foráneo, el andamiaje, actualizado y más sutil, del saqueo y la subordinación, la matriz
ajena y perjudicial, presentada como “Acuerdo” de las partes. Cuya permanencia y actualiza-
ción denunció con lucidez el ex presidente de Ecuador Rafael Correa: “La política económica
seguida por Ecuador desde finales de los ochenta se enmarcó fielmente en el paradigma
de desarrollo dominante en América Latina, llamado ‘neoliberalismo’, con las inconsis-
tencias propias de la corrupción, necesidad de mantener la subordinación económica y
exigencia de servir la deuda externa. Todo este recetario de políticas obedeció al llamado
‘Consenso de Washington’, supuesto consenso en el que, para vergüenza de América Latina,
ni siquiera participamos los latinoamericanos. Sin embargo, dichas “políticas” no fueron
solo impuestas, sino también agenciosamente aplaudidas, sin reflexión alguna, por nuestras
élites y tecnocracias” (Discurso de asunción. Quito, Ecuador. 15 de enero. 2007).
Desaparecido Bolívar, sus compañeros y el peligroso incendio de su proyecto antimperialista,
aquella sociedad norteamericana que había sido vista como ejemplo revolucionario por los
precursores de la independencia, e invocada como modelo “democrático” por los enemigos
de Bolívar para combatir su genio libertario y autónomo, acusándolo de “autoritario”, clavará
sus ávidas fauces en el territorio y la identidad de Latinoamérica. Lo haría, sin embargo,
enfrentando permanente y feroz resistencia. Innumerables hijos de Bolívar, alimentados de
su precursor pensamiento antimperialista, mantendrían vivo su proyecto y su esperanza.
Cimentando, a lo largo de dos siglos, una tradición de acción y reflexión que, aunque enrique-
cida con aportes universales como los del marxismo, es auténticamente propia y original, y,
justamente por serlo, resurgió con fuerza a pesar del fracaso del movimiento comunista inter-
nacional de base europea, mostrándose, por el contrario, fortalecida a inicios del siglo XXI.

Martí
El arquetipo de esa continuidad del pensamiento y acción bolivarianos, es José Martí.
Poeta. “Mírame, madre, / y por tu amor, no llores: / Si esclavo de mi / edad y mis doctrinas
/ tu mártir corazón llené de espinas, / piensa que nacen entre espinas flores” (1869). “Hijo:
/ Espantado de todo, me refugio en ti. / Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida
futura, en la utilidad de la / virtud, y en ti. / Si alguien te dice que estas páginas se parecen
a otras páginas, diles que te amo / demasiado para profanarte así. / Tal como aquí te pinto,
tal te han visto mis ojos. Con esos arreos de gala te me / has aparecido. / Cuando he cesado
de verte en esa forma, he cesado de pintarte. / Esos riachuelos han pasado por mi corazón.
/¡Lleguen al tuyo!” (1882).
Conspirador y revolucionario. Exiliado, encarcelado. Residente de México, España y
Estados Unidos, donde, siendo cubano, representó diplomáticamente a Argentina, Uruguay
y Paraguay. Teórico del antimperialismo, fundador del Partido Revolucionario Cubano, en
cuyas filas murió, finalmente guerrillero, cargando a caballo y revolver en mano contra el
enemigo imperial español en las luchas independentistas de Cuba. “Con los pobres de la tierra
quiero yo mi suerte echar”. Había escrito y lo consiguió. “Ya nos falta el mejor de los compa-
ñeros, el alma podemos decir del levantamiento”. Escribió desconsolado el “generalísimo”
Máximo Gómez, líder continuador de la lucha.

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

Heredero explícito del ideario del Libertador, José Martí declara: “Así está Bolívar en el cielo
de América, vigilante y ceñudo, sentado aún en la roca de crear, con el inca al lado y el haz de
banderas a los pies; así está él, calzadas aún las botas de campaña, porque lo que él no dejó
hecho, sin hacer está hoy; porque Bolívar tiene que hacer en América todavía!” (Discurso a
Bolívar. 18 de octubre. 1883). Pero no sólo es la admiración, la comunidad de programa y de tarea
con el prócer, es también la comunidad de esa búsqueda radical de independencia de la matriz
cultural hegemónica, generalizada ahistoricamente. Es la mancomunada y profunda generación
de un pensamiento propio, de respuestas historizadas. “La independencia de América venía de
un siglo atrás sangrando: ¡ni de Rousseau ni de Washington viene nuestra América, sino de sí
misma!” (Ibid.). “La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia
de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes
de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria.
Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese el mundo en nues-
tras repúblicas; pero el tronco ha de ser de nuestras repúblicas” (Nuestra América. 1891).
Recogiendo el legado de Simón Rodríguez y Bolívar, contempla el fracaso de la imposición
en las repúblicas americanas del admirado modelo extranjero, tenido por único viable y
deseable. “La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden
y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular
y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de
diecinueve siglos de monarquía en Francia… el buen gobernante en América no es el que
sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho
su país, y cómo puede ir guiándolos en junto… El gobierno ha de nacer del país. El espíritu
del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución
propia del país… Las repúblicas han purgado en las tiranías su incapacidad para conocer
los elementos verdaderos del país, derivar de ellos la forma de gobierno y gobernar con
ellos. Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador” (Ibid.).
Aunque no militó en el marxismo, y era un radical continuador de Bolívar, al que Marx había
denostado, sí conoció y admiró explícitamente la obra de éste. Sembraba así el primer ante-
cedente para superar el desencuentro y armonizar ambos idearios. En 1883, Martí publicó un
artículo en Argentina en homenaje a Carlos Marx, en el que elogiosamente señalaba: “Karl
Marx ha muerto. Como se puso del lado de los débiles merece honor… estudió los modos de
enseñar al mundo sobre nuevas bases, y despertó a los dormidos, y les enseñó el modo de
echar a tierra los puntales rotos… es llamado el héroe más noble y el pensador más pode-
roso del mundo del trabajo.”. Sin embargo, también incluye en forma crítica: “Pero anduvo
de prisa, y un tanto en la sombra, sin ver que no nacen viables, ni de senos de pueblos en la
historia, ni de seno de mujer en el hogar, los hijos que no han tenido la gestación natural y
laboriosa”. (En: Diario La Nación. Buenos Aires, Argentina. 29 de marzo. 1883). Haciendo
valer la “gestación natural y laboriosa”, en el “seno histórico” de su pueblo, de la propia lucha
anticolonialista y antiimperialista; la cual no encontraba instrumentos útiles en la “necesidad
histórica” y la misión “civilizatoria” atribuida a la expansión capitalista euro norteamericana
en el “Manifiesto Comunista” y los artículos sobre América e India de Marx y Engels.

Patria
Por otro lado, trasladando, una vez más, ahistoricamente, el concepto de “Patria” de la matriz
política europea, donde significaba bandera de expansión imperial capitalista para enfrentar

211
Ricardo Jiménez A.

unos pueblos a otros, muchos “socialistas” desconfiaban del concepto de “Patria” usado por los
revolucionarios en Latinoamérica, y recogido centralmente por Martí. “Patria” es el nombre
de su periódico revolucionario en Estados Unidos, que funda y dirige en 1892. “Patria” la
consigna del “Club Borinquen”, formado por revolucionarios cubanos y puertorriqueños,
donde es uno de los presidentes honorarios, junto a los también legendarios Ramón Betances
y Eugenio de Hostos.
Se reproducía así, ahora en versión “socialista”, la profunda matriz cultural hegemónica que
niega a los nuevos países un rol protagónico y creador en su propia reflexión, en sus propios
conceptos y significados, en su propio destino. El discurso político era revolucionario, pero
la matriz cultural negadora. Martí responderá: “Se abren campañas por la libertad polí-
tica; debieran abrirse con mayor vigor por la libertad espiritual” (1884). Historizado en
el contexto propio de la región, el concepto de “Patria” tenía un contenido antiimperialista,
anti oligárquico y de inclusión para las grandes mayorías a la igualdad social y la ciudadanía.
Más aún, era indisoluble y militantemente “latinoamericanista”. Es en esa tensión conceptual,
que Martí escribe el poema: “El amor madre a la Patria, / No es el amor ridículo a la tierra
/ Ni a la yerba que pisan nuestras plantas / Sino el odio invencible a quien la oprime / Es el
rencor eterno a quien la ataca” (1869). Recogía y actualizaba así una tradición propia sobre
el contenido específicamente latinoamericano del concepto, inaugurado con Tupac Amaru II,
“Inca de toda de Suramérica”. Fue construido después al calor de las luchas independentistas
y antiimperialistas. Por Bolívar, San Martín, Sucre, Simón Rodríguez y Manuela Sáenz, entre
muchos otros. Para los cuales la justicia e igualdad social eran constitutivos esenciales de la
Patria por la que se luchaba. “Sin el goce absoluto de ambas: libertad y justicia, habría sido
inútil la emancipación” (Sucre. 1825). Y lo mismo valía para la sustancial dimensión latinoa-
mericana de la Patria. “Lo que sé es que mi País es el continente de la América y he nacido
bajo la línea del Ecuador’” (Manuela Sáenz. 1830).
Justamente, para superar ese porfiado europeísmo, ahora bajo forma socialista, en Martí, la
Patria es también, necesariamente, rescate de la propia dignidad y la propia capacidad crea-
dora, negadas por la matriz racista y determinista europea, con el acuerdo de élites arribistas
locales que confunden el ser moderno con ser, pensar y parecer “extranjero”: “Calle el pedante
vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolo-
rosas repúblicas americanas” (Nuestra América. 1891). En América Latina, “Patria” fue
siempre un concepto cuyo contenido estaba en disputa. Y si los oligarcas y poderes fácticos
extranjeros enfatizaron la “patriotería” como instrumento ideológico para la división y el anta-
gonismo fratricida y debilitante, innumerables amautas, lejos de “abandonarse” el concepto,
mantuvieron incesante y argumentada lucha por combatir ese chauvinismo pequeño, y hacer
de la “Patria” continentalismo, antimperialismo y justicia social. El propio Martí llama a ese
concepto chauvinista de Patria, como “de aldea”, para enfatizar que, ni siquiera pretendiendo
copiar de Europa puede significar lo mismo, expansión imperial, sino sólo empequeñeci-
miento propio y de la región, nada más. “Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es
su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o
le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los
gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea
de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de
aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo en la
cabeza, sino con las armas en la almohada” (1891).
El “tano” argentino, José Ingenieros, quien en 1922 propone la formación de la “Unión
Latinoamericana”, lo llamará “patriotismo chico”: “El plan más simple de la política yanqui

212
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

es dividirnos. Los mejores instrumentos para esta labor son las oligarquías criollas, y la
palabra mágica para realizarla es la palabra “patria”. Patria chica y patriotismo chico, en
América Latina, son las Celestinas del imperialismo. Cada cacique, cada tirano, cada oligar-
quía, cada clase dominante grita patriotismo. Patriotismo significa hostilidad al vecino,
odio, xenofobia, nacionalismo provincialista y bastardo. El patriotismo en el Perú, por
ejemplo, no es libertar a cuatro millones de esclavos peruanos víctimas de la más horrible
explotación feudal desde la conquista española; el patriotismo peruano no es educar un
pueblo analfabeto y sacudir de la opresión más vergonzosa a todo un pueblo; el patriotismo
peruano es odiar a Chile, gritar histéricamente contra Chile, recordar todos los días que las
clases explotadoras de Perú y Chile y Bolivia arrastraron a nuestros pueblos a una guerra
fratricida y brutal por sus ambiciones económicas. Desde que yo he nacido, desde que cada
muchacho peruano nace, se le enseña a odiar a Chile. Ese es el patriotismo. No importa que
el capitalismo peruano y el capitalismo chileno negocien a su gusto y Chile sea el segundo
o tercer país comprador de los productos de mi país. No importa que las clases dominantes
de ambos países sean amigas. Lo importante es mantener la división en los pueblos, y mien-
tras el odio inútil entre los dos países, la clase dominante de Chile y la clase dominante del
Perú van entregando las riquezas nacionales al imperialismo, van vendiendo el porvenir
de sus pueblos, van esclavizándolos con empréstitos… Y el caso del Perú y Chile es el caso
de Argentina y Brasil, donde las clases dominantes agitan el “patriotismo” de la patria
chica y enardecen el nacionalismo, secundando así los planes imperialistas de dividir para
conquistar. ¿Quiénes agitan los celos de Paraguay y Bolivia, Costa Rica y Panamá, Ecuador,
Colombia y Perú? …saben bien quienes en América Latina nos dominan que el culto a la
patria chica es un culto suicida. Saben bien que dividir nuestra América con odios, es abrir
las puertas al conquistador. Lo saben bien desde antes que nuestra generación despertara
y les gritara a la cara su traición… El único camino de los pueblos latinoamericanos que
luchan por su libertad es unirse contra esas clases, derribarlas del poder, castigar su trai-
ción… Acusar y castigar a los mercaderes de la patria chica y formar la patria grande…
trabajar para crear la nueva América, la América de la bandera única, la América libertada
y justa, cuyo suelo ancho y fecundo ha de ser el mejor hogar para una Humanidad nueva y
libre” (1925).
Así nace, justamente, para contrastar con aquella concepción “chica”, el concepto, propio del
continente, y que se usa para el continente, de “Patria Grande”. Gabriela Mistral, la poeta
chilena, llamará también a elevarse por encima de pugnas fratricidas y suicidas. “Ten la
justicia para tu América total. No desprestigies a Nicaragua para exaltar a Cuba; ni a Cuba
para exaltar a la Argentina. Piensa en que llegará la hora en que seamos uno, y entonces tu
siembra de desprecio o de sarcasmo te morderá en carne propia” (1922). Ninguno renuncia
por ello al concepto de Patria, sino que contrapone otro, uno diferente al de los opresores,
propio y útil a los pueblos. Uno donde lo universal es articulado, fundido, con lo propio e
irrepetible. Donde ni lo universal niega a lo propio, como ha ocurrido, ni donde tampoco lo
propio pretende negar a lo universal. Sólo unos meses antes de morir, Martí escribió: “Patria
es humanidad, es aquella porción de humanidad que vemos más de cerca y en que nos tocó
nacer… por lo que, de modo especial, allí está obligado el hombre a cumplir su deber de
humanidad”. Palabras que anticipan la articulación del Che entre el “internacionalismo prole-
tario” y el “tipo americano” en el mensaje a la tricontinental.
Se forja así una sólida e incontestable concepción propia de Patria, que ya es hegemónica
en la región, a pesar de quienes persisten en trasplantarlo, a la fuerza y contra el sentir de
los pueblos, el contenido chauvinista y “chico”, de origen europeo o norteamericano, para

213
Ricardo Jiménez A.

después “combatirlo”. “¡Patria o muerte!”, es la consigna de las luchas revolucionarias de la


región. Desde Sandino, a inicios del siglo XX, cargando sobre sus espaldas, en la primera línea
de fuego y con las armas en la mano, la dignidad antiimperialista del continente. Histórica
desde Bolívar. Inmortal con el Che. Vigente y urgente en la Venezuela Bolivariana y Socialista.

Dique antiimperialista
Sobre esa concepción, Martí se convirtió en pilar del antiimperialismo latinoamericano, o,
como diría él mismo: “nuestroamericano”. Sobre todo, en temprano dique y trinchera infran-
queable al expansionismo de Estados Unidos. Al cual incluso derrotó en sus propios “foros
panamericanos”. Con la ejecución en Centroamérica del filibustero William Walker, Estados
Unidos cierra el temprano ciclo de las tentativas anexionistas piratas, “semi oficiales”, al viejo
estilo de los corsarios ingleses. A partir de allí diseña y desarrolla una nueva estrategia, más
firme y de largo aliento, de carácter institucional, para el establecimiento formal y “legítimo”
de su hegemonía en la zona. Gradualmente, a partir de 1880, se implementa una ofensiva
diplomática que alcanza su expresión acabada a inicios de 1889 en la “Primera Conferencia
de la Naciones Americanas”, celebrada en Washington, con el objetivo de imponer una unión
aduanera, un ferrocarril panamericano y el establecimiento de una moneda y un banco de
carácter hemisféricos; todo bajo la hegemonía norteamericana, desbancando finalmente la
competencia inglesa.
Martí se encuentra en el mismo Estados Unidos, donde escribe sobre el proyecto y sus
alcances. “Jamás hubo en América, de la independencia acá, asunto que requiera más
sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite
que los EE.UU., potentes, repletos de productos invendibles, y determinados a extender sus
dominios en América hacen a las naciones americanas de menos poder… De la tiranía de
España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los
antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado
para la América española la hora de su segunda independencia” (1889).
Es nombrado cónsul de Argentina y de Paraguay en Nueva York. Además, representante
de Uruguay en la “Comisión Monetaria Internacional Americana”. Como tal, participa acti-
vamente en la “Conferencia Monetaria Internacional” del año 1891 en Washington. Donde
Estados Unidos intenta imponer un sistema de moneda uniforme bajo su hegemonía, presen-
tado como beneficioso para todos los países de la región. Martí presenta un detallado análisis
económico y político que demuestra las inconveniencias para los países de América Latina de
aceptar dicho acuerdo con la potencia estadounidense. Comparándolo como una unión “entre
un cóndor y unos corderos”. “Cuando un pueblo es invitado a unión por otro, podrá hacerlo
con prisa el estadista ignorante y deslumbrado, podrá celebrarlo sin juicio la juventud
prendada de las bellas ideas, podrá recibirlo como una merced el político venal o demente,
y glorificarlo con palabras serviles… el que resuelva sin investigar, o desee la unión sin
conocer, o la recomiende por mera frase y deslumbramiento, o la defienda por la poquedad
del alma aldeana, hará mal a América… Hay que equilibrar el comercio, para asegurar
la libertad… El influjo excesivo de un país en el comercio de otro, se convierte en influjo
político… El pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios” (1891). Y sus intervenciones
y reflexiones terminan siendo decisivas para derrotar la propuesta norteamericana. Siendo el
más temprano antecedente de una derrota sufrida por el imperialismo en su propio terreno,
los foros panamericanos.

214
MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

Muerto tempranamente en combate el poeta y luchador incansable, su ideario sigue vivo y


alimenta en la actualidad la más sacrificada revolución antiimperialista latinoamericana, la
única cuyo pueblo ha resistido al poder imperial por más de cuarenta años, varios de ellos en
transitoria y heroica soledad, justamente en su propia Patria: la Revolución cubana. Su líder,
Fidel Castro, declara, en 1952, que la autoría intelectual de su legendario y fundacional ataque
al “Cuartel Moncada”, era, precisamente, de José Martí. En 1967, el Che Guevara, apertura su
trascendente “Mensaje a la Tricontinental” con una frase de Martí: “Es la hora de los hornos,
y no se verá más que la luz”. En 2006, al conocerse en Bolivia el amplio triunfo electoral
del dirigente indígena y cocalero, Evo Morales, uno de sus compañeros y voceros, Osvaldo
“Chato” Peredo, familiar de los legendarios hermanos Peredo, que murieron combatiendo
en el Ejército de Liberación Nacional boliviano del Che, visiblemente emocionado dijo a la
prensa: “Es un triunfo de todos los bolivianos, y los vientos que corren hoy, son para que el
sueño de Bolívar, San Martín, Martí y Che Guevara se cumplan… es la hora de los hornos y
no se verá más que la luz”.

Bolivarianos
En sus primeros años de expansionismo hacia la región, Estados Unidos ensaya todavía viejas
tácticas de piratería, al estilo del afamado inglés Sir Francis Drake, mercenario de la reina
Isabel de Inglaterra, quien lo usó para sabotear, “no oficialmente”, el dominio marítimo de
imperios coloniales rivales. Modernos corsarios norteamericanos realizaron tentativas anti
españolas similares en Centroamérica en los primeros años del siglo XIX. El último y más
renombrado de ellos, fue William Walker, primero mercenario a sueldo del multimillonario
estadounidense Cornelius Vanderbilt y que operó, más tarde, mitad oficiosamente para el
gobierno norteamericano, mitad independientemente. En 1856, invadió Nicaragua, con
el apoyo “no oficial” de unidades de la Marina de guerra estadounidense que ocupaban el
puerto de San Juan del Norte en ese mismo país y se proclamó “presidente de Nicaragua”,
restableciendo la esclavitud en el país. Derrotado al año siguiente, por fuerzas centroame-
ricanas unidas, bajo el mando del entonces presidente costarricense Juan Rafael Mora,
huyó a bordo de una goleta de guerra estadounidense. En 1860, el filibustero invade, esta vez,
Honduras, donde fue derrotado y ejecutado.
En 1842, los Estados Unidos son cómplices de las potencias europeas en la derrota y asesinato
de Francisco Morazán, último presidente de la “República Federal de las Provincias Unidas
del Centro de América”, que unía a Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa
Rica. En 1885, conspiran contra el presidente guatemalteco Rufino Barrios y derrotan
su proyecto de “Federación Centroamericana” antimperialista. En 1891 son cómplices, con
sus fuerzas navales y marines en Valparaíso, del derrocamiento y muerte del presidente
chileno Manuel Balmaceda y su política nacionalista. En 1895, apoyan la revuelta contra el
presidente liberal de Nicaragua, José Zelaya, y hacen fracasar su “Pacto de Amapala”, que
buscaba la unión de los países centroamericanos en la “República Mayor de Centroamérica”.
Finalmente, lo derrocaron en 1909. En 1870, combinan la conspiración con la intervención
militar para aplastar en República Dominicana el levantamiento revolucionario del coronel
Gregorio Luperón, partidario de una “Confederación Caribeña Antillana” antiimperialista.
El presidente Franklin Roosevelt (1933-1945), proclamó públicamente el abandono de la polí-
tica internacional de agresión y saqueo por parte de su país, a través de su doctrina del “Buen
vecino”: “En la esfera de la política mundial, yo dedicaré esta nación a la política del buen

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Ricardo Jiménez A.

vecino; el vecino que de modo resuelto se respeta a sí mismo y, al hacerlo, a los derechos de
los otros; el vecino que respeta sus obligaciones y respeta la santidad de sus acuerdos en y
con un mundo de vecinos” (Discurso de Toma de posesión. 1933). El único logro visible, sin
embargo, de ésta fue la no agresión directa al gobierno nacionalista mexicano de Lázaro
Cárdenas, cuando éste expropió las empresas petroleras extranjeras en 1938, firmándose un
acuerdo de buena vecindad con Estados Unidos, que reconocía expresamente el derecho sobe-
rano de México a tener el control de su petróleo. Los hechos demostraron, sin embargo, abru-
madoramente, la constante doctrina de “Monroe”, el “Destino manifiesto” y sus “Corolarios”.
Entre 1900 y 1947, los marines estadounidenses invadieron el territorio de Santo Domingo 1
vez. 2 veces el de Nicaragua. 4 veces el de Cuba. 6 veces el de Panamá. 7 veces el de Honduras.
7 el de Haití. En algunos casos, como el de Haití y Nicaragua, la invasión se extendería por
años. En 1898, los Estados Unidos entran en guerra con el ya decadente imperio colonial
español y en dos años le arrebatan las islas de Cuba y Puerto Rico en el mar atlántico centro-
americano; y las islas de Guam y las Filipinas, en el pacífico occidental. Cuba - donde hasta
la Revolución liderada por Fidel Castro, existía una Constitución con la famosa e impre-
sentable “Enmienda Platt”, que la convierte formalmente en colonia norteamericana - y
Filipinas alcanzaron su independencia. Puerto Rico, donde la resistencia patriótica ha sido
permanente, y Guam siguen sujetas hasta hoy al dominio norteamericano. El primero como
“Estado asociado”, eufemismo para su relación neocolonial. La segunda como “Territorio
no incorporado”.
En 1903, ambicionando el estratégico istmo nor-occidental de Colombia para la creación de
un canal entre los océanos Pacífico y Atlántico, Estados Unidos orquesta, casi sin disimulo,
una intervención. Agita un levantamiento en la región de Panamá, al que protege con sus
fuerzas navales, reconoce inmediatamente su “independencia” y firma de apuro un tratado
con el “nuevo gobierno independiente”. El signatario por la parte “panameña” es un aventu-
rero francés, capataz en la construcción del canal, devenido en plenipotenciario de Panamá
“independiente”. Por el acuerdo, Estados Unidos pasa a ser dueño “a perpetuidad” de los
territorios a ambos costados del estratégico canal, cortando en dos el país. “Somos el único
país del mundo que limita al centro con Estados Unidos”, dirá más tarde el comandante
Omar Torrijos. La vergonzosa “perpetuidad” será negada después y reemplazada por eternos
tratados de aplazamientos.
En el mismo periodo, los Estados Unidos fueron autores, cómplices o conspiraron en al
menos 28 golpes de Estado y dictaduras sangrientas en la región. Entre ellas las de Trujillo en
República Dominicana y la de los Somoza en Nicaragua, que habrían de durar por décadas, y
serían arquetípicas por su carácter genocida. El poder fáctico imperial estará también detrás
de Bolivia en la “Guerra del Chaco”, contra Paraguay (digitado a su vez por Inglaterra), en 1932.
Y del genocidio, en 1937, de 25.000 haitianos, por parte del dictador Trujillo en República
Dominicana, perpetrado, “en defensa de la raza blanca dominicana”. Crimen “reparado” por
el acuerdo formal entre los dos gobiernos, con mediación norteamericana, de una “indem-
nización” de 29 dólares por cada uno de los 18.000 haitianos asesinados, cifra final “oficial”.
En el año 1939, se ocupa la isla de Vieques, en Puerto Rico para convertirla en Base militar
norteamericana, la cual se mantuvo por más de 60 años, hasta que en el 2003 un incontrolable
movimiento popular obligó su retiro.
Durante todo el periodo, hasta quienes mostraron cualquier mínima independencia del
poder imperial norteamericano, fueron víctimas de su intervención y agresión, como autores
directos o cómplices en los derrocamientos de presidentes nacionalistas, populares o anti-

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

imperialistas. En Nicaragua, en contra del presidente nacionalista José Zelaya (1909). Del
presidente guatemalteco Carlos Herrera y su proyecto de “República tripartita centroame-
ricana” (1920). Del gobierno nacionalista de los “Cien días” de Ramón Grau en Cuba (1933).
Del presidente y militar nacionalista boliviano Germán Busch (1939). Del presidente pana-
meño independentista Arnulfo Arias (1940). Del presidente nacionalista brasileño Getulio
Vargas (1945). Del presidente y militar nacionalista boliviano Gualberto Villarroel, que
había llamado, en el 45’, al “Primer Congreso Indígena” (1946).
Junto a ellos, nuevamente, varios de los mejores hijos de Bolívar cayeron también sacrifi-
cados por la bota militar norteamericana o su complicidad militar y política con las oligarquías
locales. La derrota y posterior asesinato del líder popular panameño Victoriano Lorenzo,
que dio pasó al ominoso acuerdo liberal conservador para alternarse antidemocráticamente
los sucesivos gobiernos colombianos (1904). El aplastamiento en México de la huelga de
Sonora y la insurrección liberal, por parte del sanguinario dictador Porfirio Díaz (1906). El de
la rebelión popular campesina conocida como la “Guerra de los cacos” en Haití (1915). El de
los heroicos campesinos “Gavilleros” en República Dominicana (1924). El de la huelga de los
“Inquilinos” en Panamá (1925).
La grandiosa, compleja y popular, revolución mexicana sufrió 38 agresiones directas, con
invasión de territorio mexicano por parte de fuerzas militares norteamericanas, contra todos
los gobiernos revolucionarios, desde Madero hasta Carranza, y, especialmente contra sus
líderes más radicales, Emiliano Zapata en el sur, y Pancho Villa en el norte. Este último,
el único líder antiimperialista que ha castigado con tropas regulares territorio continental
norteamericano en toda su historia independiente. En la derrota militar de Francisco Villa
ante Venustiano Carranza, el apoyo de los Estados Unidos había jugado un rol importante. Ya
antes, Pablo Obregón, aliado de Carranza había hecho uso de faros gigantes, alimentados por
energía eléctrica norteamericana, para hacer fracasar un ataque nocturno de los “dorados”
villistas en el pueblo fronterizo de Agua Prieta, Sonora en 1915. Finalmente, el gobierno de
Estados Unidos reconoció oficialmente a Carranza como presidente legítimo de México. Ante
todo, ello, Villa, acuartelado en el lado fronterizo mexicano, ordena al general Ramón Banda
atacar el pueblo de Columbus en territorio norteamericano. Al amanecer del 9 de marzo, un
ejército de 1500 dorados, redujeron a cenizas el pueblo, y entablaron batalla con un destaca-
mento de caballería del ejército norteamericano, causándole 84 bajas, y capturando las armas
y más de 100 caballos y mulas.
Entre 1927 y 1933, Augusto Sandino, combate a las tropas invasoras norteamericanas en
Nicaragua. Superado en número y armas por las tropas invasoras, que realizaron allí incluso
el primer bombardeo aéreo de territorio continental latinoamericano, logró, sin embargo,
mediante guerra de guerrillas, forzar su expulsión. La poeta chilena Gabriela Mistral
levanta una campaña pública en solidaridad con él y su “pequeño ejército loco de voluntad
de sacrificio”, quien “carga sobre sus espaldas la dignidad de todo el continente”. Engañado
y traicionado, el “general de hombres libres” es asesinado en 1934. Su “comuna cooperativa
de Wiwilli” será arrasada. Su ideario será recogido por Carlos Fonseca Amador y el Frente
Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que integra al veterano sobreviviente del ejército
de Sandino, entonces de 17 años y ahora ya anciano, José Santos López, logrando derrocar
finalmente a los Somoza en 1979. En 1932, es aplastada sangrientamente en El Salvador la
insurrección dirigida por Farabundo Martí, compañero de lucha de Sandino en Nicaragua.
Su ideario será recogido por el Frente Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que librará
heroica y sacrificada guerra de guerrillas durante las dos últimas décadas del siglo XX, para
continuar la lucha por vías electorales a inicios del siglo XXI. En 1935, son asesinados en

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Ricardo Jiménez A.

Cuba los líderes revolucionarios Antonio Guiteras y su compañero el venezolano Carlos


Aponte, veterano con grado de coronel en el “pequeño ejército loco” de Sandino.
En el período, de 1945 a 1990, la potencia norteamericana gestó y participó, en diversos grados
y formas, al menos en 42 golpes de Estado, un promedio de dos por país, y más del doble que
en el siglo XIX. Muchos de ellos dieron origen a sanguinarias y largas dictaduras pro imperia-
listas, a las cuales continuó sosteniendo por décadas. Una vez más, la mayoría de estas inter-
venciones y agresiones fueron cometidas contra proyectos nacionalistas y revolucionarios boli-
varianos. En 1948, el asesinato del líder popular Jorge Gaitán en Colombia, que produjo una
espontánea insurrección popular conocida como el “Bogotazo” y una brutal represión poste-
rior, que se prolongó como “la violencia” a todo el país, con un saldo de 300.000 muertos en
dos décadas. En 1950, aplastan la audaz, pero frustrada sublevación del Partido Nacionalista
que proclamó la “República de Puerto Rico”. Contra las cuales los ocupantes estadounidenses,
implementan el eufemístico “Estado Libre Asociado (ELA)”, que todavía sirve de fachada a
la dominación colonial de los Estados Unidos. Pedro Albizu, líder de la insurrección fue
encarcelado, torturado con radiación y declarado “loco”. Jóvenes puertorriqueños atentan a
tiros contra la casa del presidente en Washington en protesta, uno de ellos muere, el otro es
encarcelado. En 1954, siguiendo ese ejemplo, una joven muchacha, Lolita Lebrón, encabeza
otro ataque similar de un comando nacionalista puertorriqueño contra la Cámara de repre-
sentantes estadounidenses, al ser arrestada gritó: “¡Yo no vine a matar a nadie, yo vine a morir
por Puerto Rico!”. Todos son encarcelados, hasta ser indultados 25 años más tarde. Con 80
años de edad, Lolita Lebrón volverá a ser arrestada como parte del movimiento que obligó a
sacar la base norteamericana de la isla puertorriqueña de Vieques en 2003.
En 1952, se realizan, con indisimulado apoyo estadounidense, los golpes y dictaduras de
Fulgencio Batista en Cuba y Alfredo Stroessner en Paraguay, quienes gobernarán sanguina-
riamente hasta 1959 y 1989, respectivamente. El mismo año, fracasan los intentos de golpes
de Estado contra el presidente “pro peronista” Federico Chávez de Paraguay, y contra
el segundo gobierno del nacionalista Getulio Vargas en Brasil, ambos digitados desde
las respectivas embajadas norteamericanas. En 1957, inicia otra prolongada y sanguinaria
dictadura en Haití, la de François Duvalier, llamada “Papa Doc”. En 1954, la United Fruit,
poderosa trasnacional norteamericana, provoca el derrocamiento del gobierno nacionalista
guatemalteco de Jacobo Arbenz, que había osado amenazar sus intereses con la política de
nacionalización y reforma agraria. El entonces muy joven Che Guevara participó de la frus-
trada resistencia. Al año siguiente, en la tierra de origen del Che, es igualmente derrocado
el segundo gobierno del militar nacionalista y popular Juan Perón. En 1960, el corrupto y
sanguinario régimen de Leónidas Trujillo en República Dominicana, asesina cobarde y brutal-
mente, a golpes, a las tres “Hermanas Mirabal”, llamadas las “Mariposas”, por el nombre
clave “Mariposa”, usado en la resistencia clandestina por Minerva, la líder de las hermanas,
primera mujer abogada del país, y activa dirigente de la resistencia. Seis meses más tarde, el
tirano será ajusticiado.
En 1959, triunfa la Revolución Cubana, por medio de la lucha armada liderada por Fidel
Castro. El gobierno norteamericano de Dwight Eisenhower, abrirá una permanente y multi-
variada agresión criminal hacia Cuba que habrá de prolongarse, a través de todos los gobiernos,
por décadas, bajo la forma de agresiones militares, bombardeos, intentos de asesinato, aten-
tados, sabotajes, bloqueos comerciales, cercos políticos, y leyes espurias, hasta la actualidad.
De la cual saldrá siempre victoriosa la heroica resistencia y dignidad nacional del pueblo
cubano. Siguiendo las órdenes de la Casa Blanca, la VIII Reunión de Consultas del ministro
de Relaciones Exteriores de la OEA, efectuada en Montevideo, expulsó a Cuba de esa organi-

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

zación regional. Meses más tarde, se produce la llamada Crisis de los Misiles, que enfrentó
a la URSS con Estados Unidos, a raíz de la instalación de misiles en la isla. Con el respaldo
unánime de la OEA, John F. Kennedy desplegó una “cuarentena”, bloqueo naval, a la isla. En
ese contexto y mediante diversos chantajes, la IX Reunión de Consulta de Cancilleres de la
OEA, realizada en Washington, aprobó una nueva resolución obligando a todos los Estados
miembros a romper sus relaciones diplomáticas, comerciales y consulares con la Revolución
Cubana. Fue aceptada por todos los gobiernos latinoamericanos y caribeños, con excepción
del mexicano. Desde entonces, el restablecer las relaciones con la isla será una bandera de
independencia para todos los gobiernos de la región.
En 1964, son reprimidos estudiantes panameños que izan la bandera propia en el Canal de
Panamá, ocupado por tropas estadounidenses. El mismo año es derrocado el gobierno nacio-
nalista y democrático de João Goulart en Brasil. Al año siguiente, 42.000 efectivos mili-
tares norteamericanos, con apoyo de la OEA, invaden República Dominicana, para derrocar
la revolución popular y constitucionalista liderada por el coronel Francisco Caamaño, cuyo
levantamiento popular luchaba por el retorno a la presidencia del afamado intelectual y polí-
tico Juan Bosch, derrocado y prisionero en Puerto Rico. El mismo año, paralelamente, bajo
dirección del Pentágono, el gobierno colombiano, implementa la “Latin American Security
Operation”, conocido como “Plan LASO”, destinada a derrotar, a sangre y fuego, con el ataque
de miles de efectivos militares e indiscriminados bombardeos contra la población civil, las
llamadas “repúblicas independientes” de Marquetalia, Río Chiquito, El Pato y Guayabero. Allí,
las columnas armadas campesinas, con que los líderes comunistas defendían sus pequeñas
comunas, burlaron el cerco y pasan a constituirse en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia – FARC, las más antiguas y poderosas guerrillas del continente, actualmente en un
difícil proceso de pacificación. Finalmente, ese mismo año, con desembozada participación de
la CIA norteamericana fue derrocado el segundo gobierno del líder del Partido Progresista del
Pueblo (PPP) de Guyana, Cheddi Jagan.
En 1967, muere en Bolivia, asesinado por órdenes norteamericanas, el Che Guevara, al
mando del “Ejército de Liberación Nacional”. Al año siguiente, se realiza la “Masacre de
Tlatelolco”, asesinando e hiriendo a sangre y fuego la protesta de una multitud desarmada
en la capital de México. Abriendo una brutal represión en las zonas rurales y urbanas donde
operaban el Movimiento de Acción Revolucionaria y el Frente Urbano Zapatista. Durante
ese periodo, se conspira y hostiliza política y económicamente a los gobiernos del general
nacionalista y popular Juan Velasco Alvarado en Perú, quien realizó la reforma agraria,
la nacionalización y redistribución de las riquezas del país, derrocado finalmente en 1975. Y
en Panamá, el de Omar Torrijos, militar mestizo y de extracción popular, quien llamó a
Asamblea Constituyente, realizó la reforma agraria y la redistribución anti oligárquica. En
los tratados Torrijos – Carter, con Estados Unidos, consiguió la devolución completa de la
soberanía del Canal a Panamá, la que se cumplió el año 1999 y por norma constitucional jamás
podrá volver a ser cedida a poder extranjero. En la ocasión declara: “América Latina nos ha
acompañado en forma leal y desinteresada. Sus mandatarios se encuentran en este acto
para testimoniar que la religión y la causa del pueblo panameño es la religión y la causa del
continente. La presencia de estos mandatarios debe iniciar una nueva y diferente… a fin de
que desaparezcan todos los resabios de injusticias que impiden se nos trate de igual a igual.
Porque ser fuerte conlleva el compromiso de ser justo” (7 de septiembre. 1977). Es el legado
de Torrijos, quien muere asesinado en 1981, en un atentado, apenas disimulado de accidente
aéreo, cometido por los poderes oligárquicos panameños y el poder fáctico norteamericano.
Consultado por las razones de su riesgoso enfrentamiento con aquellos poderes, el militar
patriota contestó: “¿Has visto alguna vez la cara de un hombre desesperado?... Es verdad

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Ricardo Jiménez A.

que somos un país pequeño y ocupado, pero no hay colonialismo que dure cien años ni pana-
meño que lo resista. ¡No lo hay!”.
En 1971 es derrocado el general boliviano Juan Torres, quien encabezó un movimiento
popular para hacer realidad los frustrados principios democráticos y nacionalistas de la
traicionada Revolución boliviana de 1952. Al año siguiente, es brutalmente derrotada en El
Salvador una sublevación popular, con respaldo del “Movimiento de Jóvenes Militares”. En
1973, es derrocado y muere en titánico combate, cercado en palacio de gobierno por fuego
de tanques blindados y bombardeo aéreo, el presidente mártir chileno, Salvador Allende.
Es el resultado de tres años de gobierno popular contra el que conspiró incesantemente la
potencia estadounidense. El mismo año, en Granada, pequeña isla ex colonia británica y neo
colonia sujeta a la Commonwealth inglesa, la dictadura de Eric Gairy, que sucedió al gobierno
británico, ametralla una manifestación independentista pacífica, conocida como “el domingo
sangriento”. En 1979, triunfa la lucha armada del Frente Sandinista de Liberación Nacional
(FSLN) de Nicaragua y los Estados Unidos desatan una agresión política y militar permanente,
a través de diversos medios, incluyendo las guerrillas contrarrevolucionarias, conocidas como
“contras”. Fidel Castro dirá: “Es como si tuvieran una invasión de Girón, pero cada día”.
Del mismo modo se hostiliza a las poderosas guerrillas de El Salvador y Guatemala. Todas
las cuales llegan a acuerdos políticos para pasar a la lucha política legal en la década de 1990.
En 1982, la dictadura militar Argentina, con el fin de remontar la caída en el apoyo popular, y
subestimando la respuesta imperial inglesa, retoma control y soberanía militar de las australes
islas Malvinas, usurpadas por piratas británicos en 1833. En 1965, las Naciones Unidas, por
Resolución 2065, calificaron la disputa como un “Problema colonial” y urgieron una solución.
El gobierno inglés de Margaret Thatcher, reunió una masiva y muy superior armada y en una
guerra que duró tres meses, reconquistó las islas. Para ello contó con el apoyo de Estados
Unidos, que traicionaba así todos los bullados tratados panamericanos, especialmente el
TIAR. Lo mismo hizo, impresentablemente, la dictadura militar de Pinochet en Chile. Al año
siguiente, conflictos y pugnas al interior del gobierno revolucionario de Grenada, que había
derrocado la dictadura de Gayri e independizado la isla del dominio británico, terminan con
el asesinato del líder popular Maurice Bishop. Aprovechando las divisiones y pretextando
el rescate de estudiantes norteamericanos, el ejército de Estados Unidos, con la cobertura de
los gobiernos títeres vecinos de Grenada, como Barbados y República Dominicana, ejecutan
la “Operación furia urgente”, la invasión del país con cerca de 3.000 efectivos, y el apoyo de
fuerzas anfibias blindadas y aéreas, que estrenaron el helicóptero “Blackhawk”, famoso al ser
derribado una década más tarde por las milicias somalíes. Restaurado el orden neocolonial,
Trenada es hasta hoy nación de la Commonwealth, con el monarca británico como formal jefe
de Estado, representado por un Gobernador General y un primer ministro “nativos”.
A fines de 1989, Estados Unidos invadió con tropas terrestres, navales y aéreas, Panamá, estre-
nando armas químicas contra la población civil que les hizo resistencia. Capturan al presi-
dente dictatorial Manuel Noriega e instalan un gobierno títere, a cargo de Guillermo Endara,
quien fue juramentado en una base militar de la Zona del Canal controlada por los Estados
Unidos. Posteriormente, Noriega fue juzgado en tribunales norteamericanos por su presunta
participación en asuntos de narcotráfico hacia Estados Unidos, y fue absuelto en dos instan-
cias, se le declaró entonces “prisionero de guerra” y se les condenó a 40 años en una prisión
federal. En 1992, se aprueba una reforma constitucional que priva del ejército al país. En el
año 2000, se cumplen los Tratados Torrijos Carter y el Canal es devuelto a los panameños. En
2004, es electo presidente, el hijo de Omar Torrijos, Martín Torrijos.

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

En 2002, con participación directa del poder fáctico de Estados Unidos, se produce un golpe
de Estado oligárquico y pro imperial contra el legítimo gobierno de la República Bolivariana de
Venezuela, combinando el manejo totalitario y golpista de los medios de comunicación masivos,
con sectores insurreccionales de derecha, militares golpistas y alto empresariado oligárquico. El
presidente Hugo Chávez es secuestrado con intenciones de entregarlo ilegalmente a Estados
Unidos o asesinarlo, pero la masiva reacción de defensa del pueblo y los sectores patrióticos de
las Fuerzas Armadas abortó el golpe y restableció la legalidad. Desde entonces el cerco y hosti-
lidad del poder fáctico norteamericano hacia el país es permanente, principalmente a través de
campañas totalitarias en todas las grandes cadenas de información masiva.
En 2004, en Haití, un golpe de Estado encubierto, promovido por Estados Unidos, derrocó
al presidente legítimo Jean-Bertrand Aristide. Falsamente, al igual que se había hecho con el
presidente Chávez en el golpe de Venezuela, se publica su supuesta “renuncia”, la cual Aristide
niega públicamente. El país es ocupado por una fuerza militar de las Naciones Unidas, digi-
tada por los Estados Unidos y con fuerzas militares de Chile, Brasil y Argentina, a partir de
7.000 efectivos. Es la denominada “Misión de Estabilización de Naciones Unidas en Haití
(MINUSTAH)”, que fue impuesta y se mantiene sin ningún tipo de consulta a representantes
de la sociedad haitiana. En el 2006, fue electo el antiguo aliado de Aristide, René Préval, en
medio de una situación de creciente rechazo a las tropas extranjeras, escándalos políticos y
conspiraciones. El primer país independiente y sin esclavitud de la región en el siglo XIX,
entra al siglo XXI ocupado militarmente y sin soberanía.
En Puerto Rico, la resistencia patriótica no cesará jamás hasta hoy. Su punto más refulgente
lo marcará Filiberto Ojeda, “General Responsable” del “Ejército Popular Boricua”, cono-
cido como “Los Macheteros” (inicialmente, Fuerzas Armadas para la Liberación Nacional -
FALN), organización político militar clandestina con base en Puerto Rico y operaciones en
los Estados Unidos. Encarcelado por acciones guerrilleras en los Estados Unidos, a finales de
los 1980. Liberado bajo palabra en 1990, volvió a la clandestinidad, desde donde condujo la
lucha hasta su asesinato, el año 2005 en Puerto Rico, en combate contra centenares de miem-
bros de las fuerzas ocupantes del FBI norteamericano. Ojeda será también uno de los últimos
hitos en la armonización entre bolivarianismo y marxismo. Pues, siendo marxista, incorpora
el pensamiento de los Amautas portorriqueños, Ramón Betances, que llamó a “hacer la
guerra a la guerra bajo los sagrados postulados de Bolívar”, creador del proyecto boliva-
riano de “Federación Antillana” en 1868, y a quien Martí llamara “el corazón de su país con el
que Cuba se hermana y se abraza”. Eugenio de Hostos, quien opuso al concepto de “tarea
civilizatoria”, atribuida en aquellos escritos de Marx a los imperios euro norteamericanos,
uno diferente, que ponía a la inversa los roles históricos atribuidos por la matriz hegemónica.
Señalando que en la batalla de Ayacucho era el imperio europeo español representante de lo
“bárbaro” y los revolucionarios independentistas los “civilizadores” portadores del progreso.
Sobre su base, Filiberto Ojeda, el bolivariano y marxista comandante machetero escribirá:
“Los puertorriqueños somos antillanos. Somos caribeños. Somos latinoamericanos. Somos
hijos de Nuestra América. Los puertorriqueños compartimos con numerosas naciones del
Caribe y de Sur América… en lo que ha sido la formación y luchas de todos los pueblos de
Nuestra América y del mundo, comenzando por los insurgentes indígenas como Agüeybaná
el Bravo, Guaicaipuro, Caonabo, Hatuey, Túpac Amaru, y otros, tan numerosos que no es
posible detallar, y continuando con Simón Bolívar, Antonio Valero, Antonio José de Sucre,
Bernardo O’Higgins, José de San Martín, Miguel Hidalgo, Francisco Morazán, José Martí,
Ramón Emeterio Betances, Gregorio Luperón, Juan Pablo Duarte, Augusto César Sandino,
Pedro Albizu Campos, Juan Antonio Corretjer, José Carlos Mariátegui, Fidel Castro, Camilo

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Ricardo Jiménez A.

Torres Restrepo y Hugo Rafael Chávez, para mencionar sólo algunos, de quienes han sido,
en su particular momento histórico, representantes de una interminable cadena histórica de
luchas generadas por los pueblos”.

Siglo XXI
Actualmente, tras la caída de las dictaduras militares y el “retorno” formal democrático a los
países de la región, durante la década de 1990, el sistema capitalista neoliberal presenta una
profunda crisis en todo el continente. Alternativas independientes del poder fáctico nortea-
mericano, con diversas formas y grados de nacionalismo latinoamericanista, antiimperialista
y revolución social, llegan al gobierno de muchos de los países. El común denominador de
éstos, son la constitución de un Estado fuerte que frene a los poderes fácticos locales y forá-
neos. La nacionalización y redistribución de las riquezas nacionales, para la inclusión social
de las mayorías. Y una profunda democratización institucional que supere el carácter formal,
corrupto y excluyente de las élites y sistemas políticos tradicionales, entregando ciudadanía y
participación protagónica a las mayorías populares.
Las formas tradicionales de dominación sufren severos cuestionamientos y tensiones. Sin
embargo, las derechas oligárquicas persisten y disputan con el apoyo del poder fáctico estadou-
nidense, que no cesa ni aminora en su intervencionismo y agresión. Así lo muestra el siniestro
acoso y agresión permanente contra el gobierno bolivariano legítimo de Venezuela y contra la
revolución cubana. Una pieza clave de la actualización de este andamiaje imperial, ha sido el
control sutil, pero totalitario, de los medios masivos de comunicación, uniformados de hecho,
bajo la propiedad y control de grandes intereses económicos, que coinciden y se subordinan a su
lógica e intereses, y que alcanzan en muchos casos el extremo de la abierta conspiración ilegal.
Entre otras líneas editoriales, estos medios hacen escándalo de toda política militar de gobiernos
regionales independientes de Washington, como amenaza armamentista. Al tiempo que silen-
cian o legitiman como “natural” el armamentismo subordinado al poder norteamericano. Un eje
clave de este uso mediático como arma político militar, es el permanente y totalitario cerco de
desinformación y tergiversación contra los gobiernos independientes de Estados Unidos, espe-
cialmente el de las actuales República Bolivariana de Venezuela, Bolivia y Cuba. Incluyendo,
incluso cualquier medida de otros gobiernos que Washington considera “preocupante”.
Asimismo, nuevas “doctrinas” surgen para justificar la hegemonía, tales como la de “combate a
las drogas” y el “combate al terrorismo”. Ambas fundidas en el combate al “Narcoterrorismo”.
Y, ante la caída del bloque comunista soviético, y la debilidad de las doctrinas comunistas
en las mayorías populares y los proyectos revolucionarios de la región, precisamente, por la
creciente hegemonía de pensamientos revolucionarios propios, se habla del combate al “popu-
lismo radical” o de las “amenazas del fundamentalismo étnico”. Esto es, de todo proyecto de
sociedad que ponga como eje el beneficio de las mayorías populares, y la justicia y dignidad de
los pueblos indígenas. Valores ajenos y amenazantes para sus órdenes y doctrinas capitalistas
neoliberales, y su dominación imperial en la región.

La herejía permanente
El auténtico bolivarianismo y pensamiento de los/as Libertadores/as ha seguido vivo, como
resistencia y alternativa programática, a todo lo largo del siglo XIX, en los proyectos naciona-
listas y antiimperialistas de la primera mitad del siglo XX y, más tarde, superando un inicial

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

desencuentro, en la segunda mitad de ese siglo, logró armonizarse con el “internacionalismo


proletario” del marxismo y las luchas guerrilleras.
Lo había dicho el maestro de Bolívar, Simón Rodríguez en 1828: “La revolución de América ha
sido fecunda… Pero se ha obtenido, no la independencia, sino un armisticio de la guerra que
ha de decidirla. El estado de América no es el de la independencia, sino el de una suspensión
de armas”. Señaló así el amauta de América, una vez más, el programa de la hora del pueblo
continente para los siglos venideros. Hoy día, la filosa y nada bruñida espada de Bolívar y los/
as Libertadores/as, se levanta y recorre América Latina. “Despierto cada cien años, cuando
despierta el pueblo”, le responde Bolívar al poeta chileno Pablo Neruda en uno de sus versos.
Así lo había presagiado, en 1825, un patriota boliviano, Choquehuanca, al decirle al Libertador:
“Con los siglos vuestra gloria crecerá como crece la sombra cuando el sol declina”. Bolívar
habría de ser necesariamente sacrificado para ser él mismo semilla programática, hoguera
que apura el madurar de una conciencia latinoamericana, instrumento de liberación definitiva
de mentes, espíritus, corazones y cuerpos. Oráculo justiciero fundido en cada átomo de las
entrañas del continente. Llamado a ser libres, propios y felices en la pluma de la visionaria y
poetisa chilena Gabriela Mistral: “Maestro: Enseña en tu clase el sueño de Bolívar, el vidente
primero. Clávalo en el alma de tus discípulos con agudo garfio de convencimiento. Divulga
la América, su Bello, su Sarmiento, su Lastarria, su Martí. No seas un ebrio de Europa, un
embriagado de lo lejano, por lejano extraño, y además caduco, de hermosa caduquez fatal.
Describe tu América. Haz amar la luminosa meseta mexicana, la verde estepa de Venezuela,
la negra selva austral. Dilo todo de tu América” (1922).
Y en este incontenible cabalgar renovado de Bolívar y los/as Libertadores/as por América,
se actualiza, con sorprendente vigencia, y despejando, de hecho, toda duda, su original
significando de libertad y justicia para las mayorías populares; y de peligro y encono para
los poderes fácticos imperiales y oligárquicos. “Volando por entre las próximas edades, mi
imaginación se fija en los siglos futuros, y observando desde allá, con admiración y pasmo,
la prosperidad, el esplendor, la vida que ha recibido esta vasta región, me siento arrebatado
y me parece que ya la veo en el corazón del universo… Ya la veo sentada sobre el trono de
la libertad, empuñando el cetro de la justicia, coronada por la gloria, mostrar al mundo
antiguo la majestad del mundo moderno” (Bolívar. 1819).
Con el siglo XX, una incontenible tormenta perfecta sacudió México, y dejó su impronta
en las luchas revolucionarias del continente. Allí donde la revolución de independencia de
España había sido desde el principio la única popular y campesina, encarnada en los sacer-
dotes revolucionarios Miguel Hidalgo y José Morelos, quienes en 1810 decretaron la
abolición de la esclavitud y de los tributos a indígenas y otras castas no blancas. Donde el
liberal Benito Juárez resistió y derrotó a la invasión francesa entre 1863 y 1867. Donde el
despojo y explotación había encontrado innumerables resistencias indígenas y campesinas.
Donde los hermanos Flores Magón habían hecho de los periódicos y las fúsiles herra-
mientas del anarco sindicalismo para las masivas huelgas e insurrecciones de Cananea y Río
Blanco en 1911. Allí, emergió de las entrañas de la tierra y de la historia una revolución que
respondía a las más hondas y permanentes crisis estructurales e institucionales de América
Latina toda. Y como en ninguna otra, esa respuesta sería propia. La “bola” revolucionaria
mexicana. Desordenada, compleja, brutal, dolorosa. Llena de contradicciones, pero popular
y propia. Sus máximos exponentes serán caudillos populares míticamente conectados con
los anhelos de colosales mayorías excluidas. Líderes venidos del bandidaje social, como
Doroteo Arango, llamado Pancho Villa. El único luchador antiimperialista que ha invadido
y atacado territorio continental norteamericano con fuerzas regulares en toda la historia

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Ricardo Jiménez A.

independiente de ese país, devolviendo tantas agresiones e intervenciones imperiales


impunes. O forjados en la más larga tradición indígena, gremial, como Emiliano Zapata.
Semi analfabetos, despreciados, apoyados, manipulados o traicionados por las élites inte-
lectuales. Llegarán al palacio de Gobierno, encaramados a regañadientes en la ola violenta
de la transformación social. Finalmente, asesinados a traición. Representarán en toda su
potencia y en toda su limitación a esa revolución.
Emiliano Zapata, el más puro de los líderes campesinos en la historia del continente, junto
a Emilio Montaño, el profesor revolucionario, el amauta armado, generarán en el sur del
país, la síntesis de esa larga tradición indígena campesina con el “Plan de Ayala”: “La Junta
Revolucionaria del Estado de Morelos manifiesta a la Nación, bajo formal protesta, que hace
suyo el plan de San Luis Potosí, con las adiciones que a continuación se expresan en beneficio
de los pueblos oprimidos, y se hará defensora de los principios que defienden hasta vencer
o morir… pues la Nación está cansada de hombres falsos y traidores que hacen promesas
como libertadores, y al llegar al poder, se olvidan de ellas y se constituyen en tiranos. Como
parte adicional del plan que invocamos, hacemos constar: que los terrenos, montes y aguas
que hayan usurpado los hacendados, científicos o caciques a la sombra de la justicia venal,
entrarán en posesión de esos bienes inmuebles desde luego, los pueblos o ciudadanos que
tengan sus títulos, correspondientes a esas propiedades, de las cuales han sido despojados
por mala fe de nuestros opresores… Los hacendados, científicos o caciques que se opongan
directa o indirectamente al presente Plan, se nacionalizarán sus bienes y las dos terceras
partes que a ellos correspondan, se destinarán para indemnizaciones de guerra, pensiones
de viudas y huérfanos de las víctimas que sucumban en las luchas del presente Plan” (25 de
noviembre. 1911). La comuna campesina de Morelos, inspirada en aquel Plan y que se auto-
gobernó bajo sus armas durante al menos tres años, es un ejemplo adelantado a su época de
democracia popular. Su Programa, sintetizado en las consignas de “Tierra y Libertad” y la
“Tierra para quien la trabaja” serán respectivamente el de la lucha guerrillera y la reforma
agraria en el continente a lo largo del siglo XX. En el siglo XXI, el “inkarri” incontenible de los
pueblos originarios habrá de agregar la consigna “La Tierra porque es nuestra, nos la robaron,
devuélvanla”.
El colosal intelecto del peruano José Carlos Mariátegui sienta las sólidas bases de la adap-
tación creadora del marxismo al continente, la nueva Sacsayhuaman. Las raíces andinas
nutridas por lo mejor de lo universal. “Todo lo humano es nuestro”, declara en la presentación
de su insaciable revista “Amauta”, y en ella escriben los pensadores del mundo y de Nuestra
América para confirmarlo. Otro peruano, Augusto Salazar Bondy, a inicios de la década de
1970, cierra, formalmente y en el seno mismo de la academia oficial latinoamericana, el círculo
del pensamiento propio y útil publicando su libro “Filosofía de la dominación y filosofía de la
liberación”.
El Che Guevara, marxista y bolivariano, cierra el círculo del desencuentro de América Latina
con los textos marxistas sobre ella. Y en esa senda de simultáneo combate resuelto y crea-
ción mental, caerán para vivir para siempre, el Che, el más latinoamericano de todos. Los
bolivianos Inti y Coco Peredo. El cura colombiano Camilo Torres. El brasileño Carlos
Marighela. El argentino Roberto Santucho. Los chilenos Salvador Allende, presidente
mártir, y Miguel Enríquez, jefe del MIR chileno, la única guerrilla latinoamericana marxista
que condenó públicamente la agresión militar soviética al gobierno revolucionario renovador
de Checoslovaquia en 1968. El nicaragüense Carlos Fonseca, cartero, universitario y coman-
dante guerrillero, arqueólogo de la epopeya sandinista, que actualiza, como regalo del pensa-
miento propio en el momento justo, para su pueblo. El peruano Néstor Cerpa Cartolini,

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MEMORIAS SECRETAS DE LA INDEPENDENCIA

vendedor ambulante, dirigente sindical obrero y mártir guerrillero, toma por asalto el siglo
XXI. El puertorriqueño Filiberto Ojeda, el indomable comandante machetero, caído en
el año 2005, quien escribió: “Bolívar es, para los puertorriqueños, símbolo de libertad; es
unidad latinoamericana; es igualdad y ha sido el hilo conductor que ha generado una tradi-
ción histórica de lucha y de libertad… Luchamos por una patria libre, soberana y a favor
de esa unificación latinoamericana propulsada a través de la Alternativa Bolivariana para
las Américas (ALBA), que se convertirá en garantía de integración económica, y de futuro
justo y equitativo para todos nuestros pueblos”. Iván Márquez, de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo (FARC – EP), marxistas y bolivarianas,
escribe: “En Bolívar nos encontramos todos. Él es el espacio estratégico de unidad y bandera
de integración de pueblos y de luchas” (En: Isaconde. 2006).
En Chiapas, México, apenas despunta el siglo XXI, surge una guerrilla que, combatiendo,
caminando y preguntando, construye de hecho su propia comuna en la selva Lacandona,
como hiciera Zapata en Morelos hace casi un siglo. Es el Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (EZLN), que hace cabalgar de nuevo por todo México a Emiliano Zapata, el más
grande líder revolucionario campesino del continente, asesinado a traición, sin poder ser jamás
vencido, en 1919. A su programa “Tierra y Libertad”, cuya potencia lo hará atravesar vigente
todo el siglo XX, agregan los indígenas zapatistas uno destinado a hacer lo mismo con el siglo
XXI: “Mandar obedeciendo”. El poder popular, donde toda autoridad es, sin excepción, sólo
un vocero y un instrumento de administración de lo que decide su comunidad organizada.
“Fue nuestro camino siempre que la voluntad de los más se hiciera común en el corazón de
hombres y mujeres de mando. Era esa voluntad mayoritaria el camino en que debía andar
el paso del que mandaba. Si se apartaba su andar de lo que era razón de la gente, el corazón
que mandaba debía cambiar por otro que obedeciera… el que manda obedece si es verda-
dero, el que obedece manda por el corazón común de los hombres y mujeres verdaderos. Otra
palabra vino de lejos para que este gobierno se nombrara, y esa palabra nombró ‘demo-
cracia’ este camino nuestro que andaba desde antes que caminaran las palabras” (EZLN.
26 de febrero. 1994). El componente de pueblos originarios en sus filas es crucial. Como lo es
en todo el continente. Cerca de cincuenta millones de hombres y mujeres de los pueblos indí-
genas, renacidos del etnocidio para cumplir todas las profecías. Una mayoría incontestable;
armados de organización, ideas, reflexiones, y colosales tradiciones de lucha y resistencias.
Portadores de una matriz cultural rica, cósmica, urgentemente necesaria para un planeta en
crisis. Y, sobre todo, una decisión irrevocable de terminar con la oscurana de la discriminación
y el etnocidio impresentables, insostenibles.
Las actuales Constituciones, Bolivariana de la República Bolivariana de Venezuela, de Ecuador
y de Bolivia, son documentos fundantes, cuya expresión democrática es tan avanzada que
resume y es la expresión de lo mejor de ocho mil años de civilización humana, incorporando
todos los nuevos aportes, en los ámbitos ético religiosos, étnicos, de género, ecológicos, de
identidades sexuales no tradicionales y muchos otros. Estas Cartas fundamentales son fruto
y a la vez cauce habilitante de innumerables y ricas manifestaciones y creaciones en todos los
planos, de la fuerza pluriclasista, multiétnica, transgeneracional, plurilocal, ecuménica, pluri-
partidista, anti patriarcal, ecologista, latinoamericanista e internacionalista, que las alimenta.
Es decir, una verdadera “tormenta perfecta”. Que avanza con las mayorías a la construcción
socialista inédita, reformando sus instituciones en una dinámica donde el “poder constitu-
yente” del pueblo permanentemente perfecciona el “poder constituido”: las instituciones,
devenidas así en instrumentos de profundización democrática y no en camisa de fuerza lega-
lista contra la participación de la ciudadanía.

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Ricardo Jiménez A.

Es Bolívar, de nuevo, que, en medio de la guerra, sube solo al Chimborazo ecuatoriano,


más de seis mil metros de altura de rocas andinas, para “delirar”, sí, para “delirar”. Y en los
campos de la segunda batalla de La Puerta, ante la vacilación de sus tropas, arroja su bandera
a las filas enemigas y se lanza solo y suicida a rescatarla, haciendo exclamar a un testigo
europeo, el inglés Rooke: “O ese hombre busca la muerte o ha perdido la razón”. Porque
aquí, para disgusto del racionalismo eurocéntrico exacerbado - porque el imitador siempre
exagera en busca de “legitimidad”-, los catecismos políticos más potentes están en las poesías
y las canciones, los pueblos creen y aman los programas encarnados en personalidades, los
guerreros son amantes, “la historia se hace con locuras de amor y coraje”, como dijo una
de las guerreras amantes, Manuela Sáenz. Los Apus y Achachilas se funden con el Jesús de
los desvelos y los desiertos tienen la exacta dimensión de la nostalgia por el amado; donde el
encomendero y hacendado Bartolomé de las Casas se transfigura en místico redentor de indí-
genas, y los jesuitas, modernizadores racionales europeos, terminan muriendo enamorados de
la resistencia guaraní, con las armas en la mano; donde los incas muertos vuelven para capi-
tanear porfiadas resistencias y los capitanes retornan a su vez para comandar revoluciones:
Atahualpas, Amarus, kataris, Micaelas, Bartolinas, Manuelas, Martís, Sandinos, Zapatas, al
mismo tiempo programas políticos y militancias místicas, poéticas. Aquí, no hay guerrilleros
muertos, sino santos de la higuera y cóndores que vuelan al infinito. Los luchadores son, en
suma, simultáneamente poetas.
Ya no son “leones calvos”. Son “Pumas”, “Jaguares”, “Yaguaretés”, “Ocelotes”, “Otorongos”
latinoamericanos. El presente nombrando el presente con palabra propia. “Ése fue el nombre
que se nos ocurrió ponerle”, dice, al pasar, el presidente Chávez, refiriéndose a cómo llamaron
a un gráfico expuesto durante la presentación de su “Mapa Estratégico” en 2004. Es el indó-
mito pueblo latinoamericano y sus mejores hijos/as rompiendo, a lanza y espada, ininterrum-
pidamente, desde siempre, el eslabón más fuerte de la cadena imperial: el mental. Poniendo,
sin complejos, libre y creador, nombre a las cosas, nombres propios y revolucionarios. El
“inventamos o erramos” de Simón Rodríguez. El “nuestra América, viene de sí misma” de
Martí. La “creación heroica, sin calco ni copia” de Mariátegui. El “copiar, desde aquí, sería una
locura” de José María Arguedas. El “Nuestro norte es el sur” del amauta uruguayo Joaquín
Torres. Largo parto metafórico del pensamiento propio. Odisea creadora. Arcilla en las manos.
Herejía continuada. Sagrada y definitiva independencia. “América una, libre y justa… para
equilibrar el universo”.

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