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Lucas 14, 1.

7-10
1 Y sucedió que, habiendo ido en sábado a casa de uno de los jefes de los fariseos para
comer, ellos le estaban observando.
7 Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola:
8 «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea
que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú,
9 y viniendo el que te convidó a ti y a él, te diga: "Deja el sitio a éste", y entonces vayas a
ocupar avergonzado el último puesto.
10 Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que,
cuando venga el que te convidó, te diga: "Amigo, sube más arriba." Y esto será un honor
para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa.

La palabra fundamental para comprender la enseñanza de Jesús a través de esta parábola es


el «Honor». Este era el valor cultural clave. Por honor se entendía la estima que se tenía a
los ojos de los demás y que se solía interiorizar como forma de entenderse a sí mismo. El
honor dependía normalmente del linaje o grupo familiar, y se expresaba a través de signos
externos, tales como saludos, vestidos, títulos, servidumbres, lugares especiales en las
sinagogas y banquetes, etc. Se entendía de forma distinta el honor de los varones y el de las
mujeres. Avergonzar a un varón era deshonrarle; la vergüenza de una mujer, por el
contrario, era la custodia de su honor, que radicaba esencialmente en la integridad o
exclusividad sexual. La ofensa al honor ultrajaba a toda la familia y todos sus miembros
tenían que vengarlo o restituirlo. Jesús critica el concepto vigente del honor. Critica a
quienes gustan pasear con amplios ropajes, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros
puestos en los banquetes (Mc 12, 38-39). Denuncia a quienes alardean de su virtud y de sus
buenas obras (Lc 18,9-14). Denunciaba el afán por los puestos de honor y las actitudes
interesadas que buscan ganarse el favor de los tenidos por prestigiosos (Lc 14, 7-24)
(Aguirre 1998).
Por eso en Mateo 23, 5-7 dice:
«5 Todo lo hacen para que la gente los vea: Usan filacterias grandes y adornan sus ropas
con borlas vistosas; 6 se mueren por el lugar de honor en los banquetes y los primeros
asientos en las sinagogas, 7 y porque la gente los salude en las plazas y los llame
“maestros”.

Por eso la venida del Reino de Dios, para los que tenían como valor clave el honor, era un
símbolo de venganza porque esperaban un Mesías que viniera a reinar y les restituyera el
honor que habían perdido desde la invasión de los Romanos. Porque la forma de
relacionarse con los demás estaba determinada por la manera de relacionarse con Dios, de
entender el Reino de Dios; para los Fariseos y maestros de la ley el reinado de Dios
significaba la venganza de todos sus enemigos para devolverles su honor. Así como lo
expresa Jeremías 51,56:
Porque viene contra ella, contra Babilonia, el destructor, sus valientes serán apresados,
quebrados están sus arcos; porque Dios de retribuciones es el SEÑOR, ciertamente dará la
paga.
Pero ese no era el plan de Jesús, la venganza para restituir su honor no es su manera de
comprender el Reino de Dios, por eso no creen en Jesús porque están esperando un mesías
como David:
Lucas 1, 31-33: 31 Y he aquí, concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por
nombre Jesús. 32 Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará
el trono de su padre David; 33 y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no
tendrá fin.
Juan 7,42: 42 ¿No ha dicho la Escritura que el Cristo viene de la descendencia de David, y
de Belén, la aldea de donde era David?

Esa había sido su imagen de Dios, de esta manera entendían la acción de Dios en su
historia. La de alguien que vendría a restituirles la estima que habían perdido delante de los
Romanos. Lo que tenían esa expectativa imaginaban que Dios venía a hacer lo que les
tocaba a ellos hacer y se chocaron con la realidad de que Dios cumple sus promesas, pero
no cumple las expectativas que nosotros nos hacemos de sus promesas.
Hay que dejar a Dios ser Dios. Dios no es como nosotros somos, tampoco es como nosotros
lo imaginamos.

¿Entonces qué hace Dios en nuestra vida?


Jesús viene a restaurar la autoestima de cada ser humano, esto es, la opinión emocional que
cada uno tiene de sí mismo. Y por eso la comprensión del Reino de Dios cambia con su
venida:
Lucas 17, 20-21
20 Unos fariseos le preguntaron a Jesús:
—¿Cuándo vendrá el reino de Dios?
Jesús les dijo:
—El reino de Dios no va a venir en forma visible. 21 La gente no dirá: “Está aquí” o “Está
allí”. En realidad, Dios ya reina dentro de ustedes.

Esa opinión emocional que tenemos de nosotros mismos tiene dos componentes:
Componente de conocimiento: Formado por el conjunto de conocimeintos sobre uno
mismo. Representación que cada uno se forma acerca de su propia persona, y que varía con
la madurez psicológica y con la capacidad que tiene alguien de conocerse a sí mismo. Por
tanto, indica ideas, opiniones, creencias, percepción y procesamiento de la información.
Componente afectivo: Sentimiento de valor que nos atribuimos y grado en que nos
aceptamos. Puede tener un matiz positivo o negativo según nuestra autoestima: “Hay
muchas cosas de mí que me gustan” o “no hago nada bien, soy un inútil”. Lleva consigo la
valoración de nosotros mismos, de lo que existe de positivo y de aquellas características
negativas que poseemos.
Una autoestima sana implica una valoración objetiva y realista de nosotros mismos,
aceptándonos tal como somos y desarrollando sentimientos positivos hacia nosotros
mismos.

El niño, antes de utilizar un lenguaje, va constituyendo una imagen de sí mismo a partir del
trato que recibe; los gestos, los tonos, la forma de hablarle, la mirada, la forma de tocarle...
le van dando pista del lugar que ocupa entre esas personas tan importantes para él. Por
tanto, la autoestima no es innata, se construye y define a lo largo del desarrollo por la
influencia de las personas significativas del medio familiar, escolar y social, y como
consecuencia de las experiencias de éxito y fracaso.
El niño debe sentirse un miembro importante dentro de su familia, por la forma en que se le
escucha, se le consulta, se le responsabiliza, se valoran sus opiniones y aportaciones. Por
otra parte, los niños con una buena autoestima suelen tener confianza en sí mismos y en su
capacidad para hacer las cosas, se responsabilizan de sus propios actos, colaboran con el
grupo y tienen ganas de aprender y de hacer cosas nuevas. Estos comportamientos son
muestra de un proceso de construcción de buena autoestima.
Veamos uno de los varios ejemplos en los que Jesús restaura la autoestima del nuevo
pueblo de Dios:

La mujer con flujos de sangre


21 
Cuando Jesús pasó otra vez en la barca al otro lado, se reunió una gran multitud alrededor
de El; así que El se quedó junto al mar. 22 Y vino uno de los oficiales de la sinagoga,
llamado Jairo, y al verle se postró* a sus pies. 23 Y le rogaba* con insistencia, diciendo: Mi
hijita está al borde de la muerte; te ruego que vengas y pongas las manos sobre ella para
que sane y viva. 24 Jesús fue con él; y una gran multitud le seguía y le oprimía.
25 
Y una mujer que había tenido flujo de sangre por doce años, 26 y había sufrido mucho a
manos de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía sin provecho alguno, sino que
al contrario, había empeorado; 27 cuando oyó hablar de Jesús, se llegó a El por detrás entre
la multitud y tocó su manto. 28 Porque decía: Si tan sólo toco sus ropas, sanaré [e]. 29 Al
instante la fuente de su sangre se secó, y sintió en su cuerpo que estaba curada de su
aflicción. 30 Y enseguida Jesús, dándose cuenta de que había salido poder de El, volviéndose
entre la gente, dijo: ¿Quién ha tocado mi ropa? 31 Y sus discípulos le dijeron: Ves que la
multitud te oprime, y dices: “¿Quién me ha tocado?” 32 Pero El miraba a su alrededor para
ver a la mujer que le había tocado. 33 Entonces la mujer, temerosa y temblando, dándose
cuenta de lo que le había sucedido, vino y se postró delante de El y le dijo toda la
verdad. 34 Y Jesús le dijo: Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz y queda sana de tu mal.

Esta es una mujer avergonzada y temerosa que se acerca a Jesús secretamente, con la
confianza de quedar curada de una enfermedad que la humilla desde hace tiempo. La mujer
sufre pérdidas de sangre: una enfermedad que la obliga a vivir en un estado de impureza
ritual y discriminación. Las leyes religiosas le obligan a evitar el contacto con Jesús y, sin
embargo, es precisamente ese contacto el que la podría curar. Arruinada por los médicos,
sola y sin futuro, viene a Jesús con una fe grande. Solo busca una vida más digna y sana.
Jesús atribuye la curación de la mujer a su fe. Esta palabra significa aquí la creencia en el
poder de Dios, presente y activo en Cristo mediante los milagros, que son los signos de la
venida del reino. El milagro se produce en esta mujer a través de dos gestos de Jesús:

1. El contacto físico: El evangelista la describe como una mujer desamparada, avergonzada


de sí misma, perdida en el anonimato de la multitud. La curación de esta mujer se gesta
cuando Jesús se deja tocar por ella, inmediatamente se secó su flujo de sangre y ella sintió
que había quedado sana. El texto sigue diciendo que Jesús se dio cuenta enseguida de la
fuerza que había salido de Él. Es la fuerza que adquirimos cuando estamos cerca de las
personas que nos aman, de nuestra familia, de nuestros amigos, de nuestra comunidad. Esa
mujer no podía pertenecer a ninguno de los grupos sociales por la impureza que causaba la
discriminación de la sociedad. Mientras Jairo sí aparece con un nombre y un rol social, de
esta mujer no conocemos como se llama, porque no existe para su grupo social. Jairo va
donde Jesús y le pide por su hijita, dejando claro que esta niña pertenece a una familia y
tiene personas a su lado que la lloran, sufren por ella y buscan su sanidad. Por el contrario
la mujer de los flujos de sangre no tiene a nadie, ninguna persona se preocupa por ella. De
esta manera se resalta la importancia del contacto físico con nuestra familia, cuantas
personas se encuentran enfermas porque se sienten solas, viven rodeadas de mucha gente
como la mujer de los flujos de sangre pero no tienen con quien compartir la vida (se
encontraba inmersa dentro de la muchedumbre, pero era invisible para la gente). Jesús la
saca del anonimato y le da una nueva familia cuando le dice: Hija, tu fe te ha sanado; vete
en paz y queda sana de tu mal. La soledad influye en una autoestima equilibrada, porque
empezamos a sentir que no somos personas valiosas y buscamos comprar el afecto que
deberíamos recibir gratis. Pienso en los hombres que necesitan comprar un poco de afecto y
de sexo, porque no se sienten lo suficientemente valiosos para recibirlo gratis de otra
persona o no experimentan que el afecto recibido por su esposa y sus hijos es suficiente
para llenar su tanque emocional (las 3 etapas de los hombres).

2. El diálogo: Una manera de producir ese milagro de la sanación de la autoestima en las


personas es usando palabras que edifiquen. Por eso Proverbios 12,25 afirma: 25La ansiedad
en el corazón del hombre lo deprime, mas la buena palabra lo alegra. Tenemos el poder de
sanar interiormente a las personas que nos rodean a través de las palabras que usamos o de
enfermarlas más y ahondar las heridas que hay en su corazón. Proverbios 18, 20-21 también
dice: 20 Con el fruto de su boca el hombre sacia su vientre, con el producto de sus labios se
saciará. 21Muerte y vida están en poder de la lengua, y los que la aman comerán su fruto.
Mientras las autoridades religiosas del puebo de israel le decían a la mujer con flujos de
sangre que no podía acercarse a alguien ni tocarlo, ni hablar porque estaba impura. Jesús
busca con su mirada a esta mujer y la incluye dentro de la comunidad dándole la
oportunidad de expresarse con todos sus miedos y angustias. El texo bíblico nos cuenta que
«entonces la mujer, temerosa y temblando, dándose cuenta de lo que le había sucedido,
vino y se postró delante de El y le dijo toda la verdad». Y es ahí cuando Jesús descubre que
en vez de seguirla maltratando con las palabras debe usarlas para sanarla, para acabar con
ese mal que le quitaba su valor, por eso le dice: «Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz y
queda sana de tu mal». Las palabras de Jesús obran el milagro porque reconstruyen el valor
de esa mujer, le hace experimentar que no está sola, ahora esa mujer abandonada pertenece
a una familia, es una hija del mismo Padre de todos, Jesús la incluye en la comunidad en la
que todos son hermanos y tienen el mismo valor, el mismo estatus.

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