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TOM O
II
HISTORIA UNIVERSITARIA:
LA UNIVERSIDAD EN EUROPA
DESDE LA REVOLUCIÓN
FRANCESA HASTA 1945
Compañía de Jesús
Pontificia Universidad Javeriana
Comité editorial de la obra
La Universidad. Estudios sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias
Gerardo Remolina Vargas, S.J.
Jairo H. Cifuentes Madrid
Arnoldo Aristizábal Hoyos
Nicolás Morales omas
Nelson Arango Mozzo
Recopilación de textos
Consuelo Gutiérrez de González
Reservados todos los derechos
© Compañía de Jesús
© Pontificia Universidad Javeriana
Derechos exclusivos de publicación y distribución de la obra
Vol. 1. Historia universitaria: la universidad en Europa desde sus orígenes hasta la Revolución Francesa. -- Vol. 2. Historia
universitaria: la universidad en Europa desde la Revolución Francesa hasta 1945. -- Vol. 3. Historia universitaria: la universidad en
América, Asia y África. -- Vol. 4. Historia universitaria: los movimientos estudiantiles. -- Vol. 5. Enfoques universitarios. -- Vol. 6.
Organización universitaria. -- Vol. 7. Administración universitaria.
Ninguna nación del mundo ha emprendido aventura tan audaz para romper con
su pasado, ni tan resuelta estuvo a construir de la nada un nuevo régimen como la
Francia de 1789. “En un cuarto de siglo –dice Michel Serres– pasaron por
Francia y por París todos los regímenes posibles: monarquía, república, imperio,
variedades de un mismo caos para todas las tiranías, como si París y Francia
hubieran repasado la historia universal de las instituciones”. Mas no todo se
destruyó ni todo fue inventado. Contra opuestas suposiciones y opiniones, los
resultados distan de cuanto se esperaba. Muchos hombres de ese crítico momento
no pudieron menos de rescatar del odiado Ancien Régime costumbres,
instituciones y modos de pensar. Con los escombros repentinos y humeantes del
asolamiento causado en terrífica fiesta de sangre y crimen, buscaron recomponer
el futuro de la nación.
La Revolución Francesa, impensadamente cultivada por años en el magín de
los intelectuales, sorprendió desprevenidos a grandes personajes de esos tiempos
europeos, cuando el país testigo y paciente del colapso transitaba por el reinado,
próspero según algunos, de Luis XVI. Fue un movimiento de reformas políticas,
económicas y sociales que a pesar de cuanto en contrario se opine, pretendía
fortalecer la estabilidad y la jurisdicción de los poderes centrales. Por ello se quiso
suprimir la institución social descrita como feudalismo, sostenida por siglos en la
mayoría de los países de Europa pero, en Francia, más que en las restantes
nacionalidades, proclive a la ruina.
El feudalismo no cesó del todo. En la historia nada desaparece de repente, aunque
a los restos de la organización feudal se les indujeron los conceptos de mayor libertad e
igualdades abarcantes. Fue el espíritu de la Declaración de los Derechos del hombre y del
ciudadano (26 de agosto de 1789).
El ánimo revolucionario intentaba el cambio absoluto de la civilización
tradicional para darles nuevos modos a las estructuras sociales de Occidente. No fue
así, aunque lo hubieran anhelado. Pero el reventón tuvo repercusiones
continentales, y transcontinentales como lo demuestran los movimientos
emancipadores en las colonias de la América española. “La Revolución Francesa –
dice Gusdorf– fue el mayor y más decisivo acontecimiento para la constitución de
los Estados modernos”.
La Revolución tampoco quiso, en primera instancia, suprimir ni combatir la
autoridad de la Iglesia, víctima, sin embargo, de atropellos y abusos cuando el
espíritu extremista jacobino, aliado con el revolucionario, se apoderó de la bien
conocida mística de los movimientos religiosos.
En la Revolución confluyeron las ideas políticas del XVIII; las corrientes
pedagógicas en que la centuria fue prolífica y, a partir del Consulado y del Imperio, el
cesaropapismo napoleónico. Pertinente a nuestro tema es lo educativo: política de la
educación, destinada a adaptar la enseñanza a las edades progresivas de los educandos,
y concebirles un sistema de establecimientos encargados de velar, en las sucesivas
etapas del desarrollo humano, por la formación intelectual, moral, corporal,
profesional y técnica. Se vislumbraban en la historia los prenuncios de la Revolución
Industrial.
Napoleón recogió de la mente de algunos revolucionarios estas miras
educacionales, unidas al propósito de sólo confiarlas a instituciones y funcionarios
oficiales. A diferencia de la tradición anglosajona, Napoleón se propuso procesos
sometidos al mandato del Estado. Se los logrará, lo veremos, al ser establecida la
educación obligatoria a cargo de un cuerpo de instructores decididos a impedir la
participación educativa de cualquier otro sector de la sociedad y el influjo de la
Iglesia. Monopolio educativo “como si se tratara de distribuir la sal y el tabaco”,
escribirá Taine.1
Los textos precedentes, recordatorios de las sustancias de opinión emitidas
por Alexis de Tocqueville en su obra sobre El Antiguo régimen y la Revolución,
publicada en 1856, y por Roger Dufraisse sobre la Revolución Francesa, nos
introducen a la primera parte que gira en torno a la situación universitaria de
Francia en el siglo XVIII y a los actos revolucionarios sobre la educación durante
la Asamblea Constituyente (1789-1791), la Legislativa (1791-1792), la
Convención (1792-1795) y el Directorio (1795-1799).
Temas de la segunda y la tercera partes son, respectivamente, el estudio de los
preámbulos a las leyes educativas de 1802 y 1804, sancionadas por Napoleón
Bonaparte durante el Consulado (1799-1804), y a las leyes de 1806 y 1808
constitutivas de la Universidad Imperial.
En la cuarta parte se estudia la vida de la educación y la universidad francesas
al deceso de Napoleón (1821), ya instaurado el período de la Restauración. La
presencia del concepto educativo napoleónico en Italia y España, es asunto de la
quinta parte.
Se concluye con las relaciones entre el positivismo y el desarrollo de las
ciencias en Francia durante el transcurso del siglo XIX, y con la situación de la
autonomía universitaria.
Primera parte
L A R EVO LU C I Ó N F R A N C E S A Y L A E D U C AC I Ó N
2 . L O S E S TA D O S G E N E R A L E S ( 1 7 8 9 ) L A R E V O L U C I Ó N
FRANCESA (1789-1799) Y LA EDUCACIÓN
Para acelerar la marcha y verter alguna luz sobre el estado de unas quinientas
escuelas de primeras letras y cerca de novecientas instituciones que podrían
decirse de educación secundaria, casi desiertas tras el golpe revolucionario, los
convencionistas crearán el Comité d’Instruction Publique que sancionó, el 12 de
diciembre de 1792, el Decreto sobre la organización de las escuelas primarias.
Dice así: A cargo de sus institutores, “las escuelas primarias conformarán el
primer grado de instrucción. Enseñarán los conocimientos de rigor necesarios a
todos los ciudadanos”.
Fue entonces cuando la palabra instituteur aparece, por primera vez, en un
instrumento legal de Francia. Lo cual, comentan Mialaret y Vial, desborda los
límites de la filología. Aquí el Comité confundió la instruction con la institution,
conceptos bien distinguidos por los enciclopedistas. Hasta ese momento,
institution había significado educación, como Montaigne lo tuvo consignado en
sus Ensayos, y la Enciclopedia estimaba que la instruction debía ser pública y
confiada a establecimientos creados para el efecto. La Convención, en cambio,
decidió encargarle a la nación –el Estado– la tarea de educar y no sólo de instruir
a todos los niños ricos y pobres, y de dar a todos cuanto los hijos de los
plutócratas recibían en privado de boca de sus precepteurs.16
Otros decretos de la Convención ordenarán la existencia (30-V-1793) de
escuelas primarias en todos los lugares de más de cuatrocientos niños; señalarán los
contenidos de la instrucción (21-X-1793), y fijarán sus objetivos (17-XI-1794). Un
significativo decreto del 15 de septiembre de 1793 determinó: “Independientes de
las escuelas primarias al cuidado de la Convención, habrá en la República tres
grados progresivos de instrucción: el primero, para los conocimientos
indispensables a los artesanos y obreros de toda condición; el segundo, para
conocimientos ulteriores, necesarios a quienes se dedican a otras profesiones de la
sociedad y, el tercero, para otros objetivos instruccionales cuya dificultad de
estudio no los hace accesibles a todos”. Este decreto fue solicitado por el
departamento de París, los distritos rurales y las sociedades populares de
artesanos.17
En tal torrentera legislativa sorprendió el Decreto de 19 de diciembre de
1793, “relativo a la organización general de la instrucción pública”. En su sección
primera declara la “libertad de enseñanza” con facultades para determinar “la
especie de las ciencias o artes que serán enseñadas”, si bien “sometidas las
instituciones a la vigilancia de las municipalidades”.
De la Asamblea Constituyente venía el propósito revolucionario –ahora
reiterado por la Convención– de arrebatarles la educación a las instituciones
sociales del Antiguo Régimen y someterlas al Estado. ¿Por qué entonces ahora el
contradictorio decreto de la libertad de enseñanza? En el calor de las discusiones,
quiso Lakanal que la tal libertad no rigiera sólo para la primaria. Mas la alarma
dominó en los convencionistas y cedieron a la posibilidad de apoyarse en los
educadores particulares. Por tal motivo, el artículo 300 de la Constitución de
1795 reconoció el derecho de todo ciudadano a “fundar establecimientos de
educación e instrucción, y sociedades libres para el adelanto de las ciencias, las
letras y las artes”, aunque en el mismo año esta apertura fue restringida: el
nombramiento de maestros y la elaboración reglamentaria quedaron sometidas a
las administraciones provinciales, y a las autoridades municipales la inspección de
las escuelas de primeras letras.18
1. EL CONSULADO (1799-1804)
3. EL CONSULADO: L A S L E Y E S E D U C A T I VA S D E 1802 Y
1804
Cuando el cónsul Bonaparte tomó las riendas del gobierno, cobijando bajo el
alcance de su espada el fruto de recientes conquistas, los elementos de
escolaridad formal presentaban tres características primordiales: la coexistencia
de una educación servida por el Estado y otra de iniciativa ciudadana; los
intentos ya descritos de enseñanza pública, montados sobre los remanentes de la
universidad suprimida o despiezada, y el sometimiento de todas las formas
institucionales de educación a la voluntad del Estado.
Pensaba para sí Bonaparte: El imperio por las armas no puede ser duradero ni
tampoco universal. Con puño de combatiente embridó la gestión educativa según su
arbitrio y estrategia casi militar. Comprendió que ningún Estado anheloso de
estabilidad debe desentenderse de las instituciones oficiales, y menos aún de las
encargadas de formar los cuadros directivos de la nación. De sus cualidades
dependerían la validez y la eficacia de decisiones políticas inaplazables. Las escuelas
para la gran masa de la población daban pausa y espera, no así las señaladas para la
formación de los notables. Él mismo, Bonaparte, carente de toda legitimidad
hereditaria, e inerme de apoyo democrático porque con armas en las manos había
ascendido y se sostenía en el poder, en leyes nuevas y en la formación pronta de
funcionarios fieles hubo de fundamentar su soberanía personal.
Lo educativo ahora nos interesa. Bonaparte izó como mira inexcusable de su
propia estrategia, el montaje de un aparato educativo secundario y universitario.
¿Acaso no era tradición que los príncipes crearan universidades para soliviar las
bases de su poder? El ambicioso gobernante todo lo abarcaría con una gran
maquinaria educativa ajustada a sus propósitos políticos.
Lo resume así André Tuilier:
Napoleón se propuso lograr acuerdos entre la burguesía thermidorienne, incapaz de establecer
en Francia un régimen representativo, con la burguesía tradicional, de seguro dispuesta a apoyar
sus ambiciones de dominio personal. Restauraría, bajo nueva forma, el poder monárquico. Sin
someter a juicio el liberalismo económico y aprovechando la unidad administrativa de la Francia
revolucionaria, Napoleón vislumbraba posible el desarrollo de la industria y el comercio,
superadas ya las trabas feudales del Ancien Régime. El proyecto era ambicioso y en cierto modo
realista, pero sobrepasaba las fuerzas de un solo hombre. Se vio entonces Napoleón obligado a
optar por despotismos excesivos y causantes de su derrumbe final.51
De esta manera, Napoleón acudió una vez más a esa tolerancia de ocasión,
característica de sus métodos políticos de gobierno.56 El atuendo cuasi militar de
que será vestida la palabra universidad, es objeto de análisis ulterior.
La Ley del 1 de mayo de 1802 fue preparada por Chaptal, Roederer, y Fourcroy
de quien se conservan dos discursos: uno anticipó, 20 y 30 de abril de 1802, la
defensa del Proyecto de Ley en el seno del cuerpo legislativo, y el segundo, 14 de
mayo, confirmó los propósitos consulares sobre la educación pública.
Pertenecen a lo substancial de estos documentos la justificación del aporte de
educadores particulares al acto educativo; algunas precisiones sobre la misión de
las escuelas primarias y de las secundarias, y la sustentación de los liceos
destinados, según Fourcroy, a reemplazar una parte de los antiguos collèges57 y, a la
vez, las Escuelas Centrales que entre otras cosas habían suplido los fallos de las
antiguas universidades en la enseñanza de las matemáticas y la geometría. En esta
forma, Fourcroy emitió defensa póstuma de las Escuelas Centrales frente a sus
colegas Chaptal y Roederer, partidarios de suprimirlas para siempre.
La Ley de 1802, en su Título IV, le asignó a los liceos la enseñanza de las
letras y las ciencias: lenguas antiguas, retórica, lógica, moral y elementos de las
ciencias matemáticas y físicas, a cargo de no menos de ocho maestros con la misión
de también enseñar el dibujo, los ejercicios militares y las artes bellas. Ley de 1804
agregará la natación y la práctica pedagógica de los seminarios. Piensa Gusdorf que
a pesar de haberse sustituido con lycées la antigua denominación de collèges,
aquéllos retomaron no poco de la importancia atribuida por la concepción jesuítica
al latín y a la formación matemática.
Los liceos –nombre cuyo uso la ley lo vetó, salvo previa autorización– se
concibieron como instituciones oficiales o instituidas por educadores particulares
con autorización del Estado y rigurosamente vigiladas por funcionarios:
provisores, censores y procuradores o intendentes, consejos de administración y
préfets des études, a la manera de los ya inexistentes colegios jesuíticos. El régimen
de los liceos sería el de los internados, con estudiantes de ocho a dieciocho años de
edad, de cuatro clases: los señalados por el gobierno; los admitidos de las escuelas
secundarias mediante concurso; los pensionados con costos sufragados por las
familias, y algunos estudiantes externos. Ley del 10 de junio de 1803 reglamentó
en forma más puntual el funcionamiento de los liceos, llegando a detallar el
régimen de los profesores, obligados a comer con los estudiantes, uniformados
conforme a la ley y a quienes se les dictaron normas sobre la comunicación con el
exterior, los días y épocas de vacaciones, las prácticas religiosas, los exámenes y los
premios, los castigos y el cuidado de los enfermos. Se pensaba que al egresar del
liceo el estudiante estuviera listo para acceder, según su gusto, a las escuelas
especiales o profesionales de derecho, medicina, gobierno y otras más.58
Lucien Febvre reconoce el prestigio logrado por los liceos en el siglo XIX. Él
los denominó el “todopoderoso imperio del medio” o gran puntal de la educación
secundaria napoleónica.59
Cada liceo, escribe Liard, conjugó dos grados o modos de instrucción. El
primero, equivalente a la enseñanza, otrora suministrada por un collège de ciencias.
El segundo, asimilado a una o varias Escuelas Especiales, con maestros distintos
pero bajo el mismo claustro institucional. La novedad del liceo radicó en la
aproximación o fusión de las dos modalidades institucionales mencionadas. Una es
el collège, como telón de fondo y de nombre diferente al de Escuela Central, y fiel al
carácter y destino diferentes de los collèges del Antiguo Régimen. Otra, la Escuela
Especial que si antes participaba con el collège la misión de ofrecer una cultura
general, ahora orientaría, por estudios específicos, hacia profesiones como el
derecho, la medicina y la agricultura.60
“Quiero –replicó el Emperador ante el Consejo– que los miembros del cuerpo
docente contraigan no un vínculo religioso, como antes, pero sí un compromiso
civil ante notario o ante el juez de paz, o el prefecto, o cualquiera otra autoridad. Se
comprometerán por tres, seis o nueve años a no poder abandonar sin haberlo
avisado con cierto número de años de antelación. Se desposarán con la instrucción
a la manera como sus antecesores se desposaban con la Iglesia, a diferencia que este
matrimonio no será tan sagrado, ni tan indisoluble. Quiero, sin embargo, que esta
toma de hábito, llamándola de otra forma, tenga cierta solemnidad”.88
Napoleón quiso que el Corps enseignant fuera carrera rodeada del máximo
respeto y consideraciones sociales, que apareciera como decurso privilegiado y útil,
para atraer a muchos niños y jóvenes al proyecto educativo. El profesor deberá estar
bien pagado, como los jueces en la judicatura.
En 1807 manifestó ante el Consejo de Estado lo pertinente a la
remuneración de los maestros:
Se dice que un gran príncipe tiene mil medios para imprimir en sus instituciones el carácter
acertado. Pido a cada miembro del Consejo de Estado, que mentalmente se constituya en ese
gran príncipe, y trate de concertar por qué medio establecería la unidad del cuerpo docente.
Para constituirlo, sólo sé de dos clases de lazos: los celestiales y los terrenales. Hay que elegir: el
uniforme, el privilegio, significan algo; pero todo esto no basta sin dinero. Sin duda alguna,
puedo, cuando quiera, crear una corporación religiosa destinando a su manutención sesenta
millones de renta. La fortuna ha sido siempre el primer título para obtener la consideración. Los
religiosos eran respetados y poderosos cuando lograron grandes rentas. El superior de un
convento que percibía treinta mil francos de renta, disfrutaba de la misma consideración que el
particular beneficiado con esa renta, porque, al manejar los fondos, ejercía la misma influencia
que el propietario sobre el arrendatario, el abogado, el médico. Ese era el verdadero ligamen
constitutivo de la corporación. Si examinamos de este modo los pretendidos lazos celestiales de
unión, se los hallará tan terrestres como éste. No hay que engañarse sobre las fuerzas del poder:
el gran príncipe, por grande que sea, sólo dispone de medios humanos. Aquí debemos elegir
entre un cuerpo religioso y un cuerpo civil.
En su Título II, la Ley estructuró “cinco órdenes de facultades”, los tres primeros
constituidos por las facultades –profesionales– de derecho, medicina y teología,
llamadas facultades por implícita razón histórica y a pesar de corresponder al
concepto de escuelas especiales, no mencionadas en el texto legal. Las facultades
jurídicas y las médicas son de más estricto carácter profesional que las teológicas,
asimiladas a los seminarios metropolitanos católicos y a las instituciones
académicas protestantes, también absorbidas por la Universidad Imperial.
Los dos restantes órdenes de facultades vinieron conformados por la facultad de
ciencias matemáticas y físicas y por la facultad de letras, referidas como facultades
académicas. La Ley de 1808 no las definió con claridad, y casi se limitó a estipular:
“Al lado de cada Liceo habrá una Facultad de Ciencias, de la cual hará parte un
profesor de matemáticas del Liceo, ayudado por tres profesores, y una Facultad de
Letras con un profesor de bellas artes del Liceo, y por dos más”. En París, ambas
facultades se surtieron del profesorado del Colegio de Francia, del Musée y de la
Escuela Politécnica.
En tan ambigua situación, las facultades de ciencias y las de letras más se
asimilaron a establecimientos de servicios docentes, en casos sustitutivos de
docencias asignadas a los liceos; con facultad, sin embargo, para respaldar títulos,
y propicias a inducir caminos hacia la Escuela Normal. Este arreglo es explicable
por el escaso número de aspirantes a los títulos académicos o bachilleratos en
ciencias o en artes.
Fourcroy, encasillado por temprano positivismo en sus conocimientos
químicos y afecto a la idea de las escuelas especiales, quiso someter a este concepto
la tolerada innovación de las facultades profesionales. Pero Napoleón decidió
utilizar el denominativo facultad, a fin de confirmar el carácter profesional de
aplicación práctica, con exclusión de toda teoría científica, aun en el caso de las
ciencias matemáticas y físicas, poseedoras, según él, más que las letras, del carácter
de ciencias. Las letras, incluidas la historia y la geografía, de las cuales a lo más se
salvan, por razones obvias, los hechos del acontecer reciente, nada tienen de
profesional. Más que enseñanzas, son diversiones buenas en un ateneo y en un
salón, agradables para señoras o útiles para jóvenes preceptores. No son una
escuela, son un “café literario”.
Napoleón hubiera deseado descartar de su universidad los conocimientos y
las letras que, como tales, tendrían lugar en los liceos donde de suyo y para él, se
concluye la “educación general”. La educación superior, pensaba, consiste en la
enseñanza práctica profesional. Quizá esta displicente actitud imperial frente a las
facultades de ciencias y de letras fue causa del escaso desarrollo de las respectivas
facultades.102
Así Napoleón, ignaro de haber sido Francia la cuna medieval del Studium
victorioso frente al Sacerdotium y el Imperium, “se puso de espaldas al patrimonio
cultural de la nación francesa”. Debo las comillas a la pluma de Gusdorf.103
Desde la altura de las academias hasta la base de esta variedad nominal de escuelas
inferiores, Napoleón le fue fiel a su concepto administrativo de jerarquizar las
instituciones educativas en modo similar a sus disposiciones para lo político, lo
jurisdiccional y también lo militar. Descentralizar con el ánimo de vivir informado
de cuanto aconteciera en todos los rincones de su Imperio, y de permitir, en casos, la
acción responsable de sus delegatarios.
En lo educativo, la jerarquía de mando en la Universidad Imperial, “una e
indivisible como el Imperio”, estaba coronada por el Grand-Maître, –nombre que
recuerda algunas órdenes de caballería– de libre nombramiento y remoción por el
Emperador. De este modo, aquél –ministro y rector a la vez– dependería, sin
ministro intermediario y con funciones ejecutivas de administración general de
aplicar los reglamentos, de nombrar, de otorgar diplomas, de representación legal
y de gestión sobre los bienes de la Universidad.
Junto al Grand-Maître, el Canciller, el Tesorero y el Consejo de la
Universidad constituible, por prescripción del Título IX de la Ley, por treinta
miembros, vitalicios unos y ordinarios los otros. Al Consejo debería darse aviso de
los programas, los reglamentos académicos, el presupuesto y la jurisdicción
disciplinaria.
Seguían, en orden descendente, los inspectores de la Universidad, los
rectores de las circunscripciones administrativas o academias y sus inspectores, los
decanos de las facultades profesionales y sus correspondientes profesores, los
supervisores, censores y profesores de los liceos, los principales de los collèges y sus
profesores: agregados y regentes, los jefes de las institutions, los maestros de los
pensions y los maîtres d’étude de las escuelas. Rangos que combinan, a partir de las
facultades profesionales, la jerarquía administrativa y la docente.107
Con esta jerarquización de instituciones educativas y de funcionarios –
designados, con excepción del Canciller y el Tesorero que son de nombramiento
del Emperador, por el Grand-Maître (Títulos VIII y VII de la Ley)–, la
Universidad Imperial, instrumento en manos del Emperador, absorbió el
monopolio de la educación en Francia. Todo era oficial, así se tolerara, por
carencia de profesores calificados, la participación privada en el nivel inferior de
las escuelas que, sin embargo, se mantuvieron ligadas a la preeminencia del
Grand-Maître de la Universidad. Inspectores, supervisores y censores, todo lo
fiscalizarían desde arriba hacia abajo, entrando a su amaño y antojo y como
Pedro por su casa en todas las instituciones.108
Nada aceptaba Napoleón similar a la independencia relativa de las diversas
instituciones educativas del Antiguo Régimen. Cabe entonces preguntarnos cuál
fue, frente a estos usos fiscalizadores, la política napoleónica en términos de
delegación educativa. “La historia de los siglos –había escrito en 1806– nos enseña
que la uniformidad de las leyes perjudica la fuerza de la organización de los
imperios cuando el mando se extiende más allá de lo permitido por las costumbres
de la nación y las consideraciones geográficas”. “Castellane, aquí es usted un pachá.
Los Prefectos territoriales, cuando están a cien leguas de la capital, tienen más
poder que yo”, le dijo un día Napoleón al Prefecto de los Pirineos.109
Quizás así procedió Napoleón en lo político. En cuanto al Corps enseignant, su
mente divagó en asimilarlo a las órdenes religiosas, con miembros ligados por cierta
especie de votos de servicios, al menos temporales, a una corporación civil o laica,
según se desprende del Título VI de la Ley de 1808. “El hombre civil –había escrito
Napoleón en 1802– sólo piensa en el bien general” y “gusta de someterlo todo a
discusión”, al rigor de la verdad, a la razón. “Pueden los civiles tener prismas diversos
y a menudo engañosos. Sin embargo, de la discusión sale siempre la luz”. El militar,
en cambio, “no conoce más ley que la fuerza y todo lo hace girar en torno suyo”. “Lo
propio de un general es quererlo todo despóticamente”.110
Pese a estas apreciaciones, no es mucho pensar que nada fabricó Napoleón más
semejante a su Grand-Armeé que el Corps enseignant. Y así como de 1800 a 1807 el
Cónsul y luego Emperador hizo de Berthier su Ministro de la Guerra y a la vez Jefe
del Estado Mayor; también al Grand-Maître Fontanes lo revistió de inmensos
poderes sobre el otro ejército, el destinado a enseñar. Cada academia se asemejó a uno
de los cantones militares. Ambos ejércitos, sumisos a los dictados del hombre genial
que con estos dos brazos parecía hacerlo todo por sí mismo.
Sin duda alguna, Napoleón anhelaba la unión política de Europa –los Estados
Unidos de Europa–. Quería “convertir la enseñanza en uno de los principales
factores de la fusión de los pueblos. Si se somete a todos los niños a la misma
educación, es de prever que los europeos de la próxima generación habrán vencido
todos los prejuicios, barreras, reticencias de sus contemporáneos. Y una verdadera
conciencia triunfará en los cuatro puntos del Continente”.118 Este anhelo lo llevó a
pensar en una escuela especial para los príncipes. “Destinados a ocupar diversos
tronos y a regir naciones diversas, habrían sacado de allí principios comunes y
costumbres parecidas”.119
Con este mismo intento concibió una divisa o condecoración “que hiciera
comprender la ventaja de la unión del Báltico, el Mediterráneo, el Adriático, y el
Océano Atlántico. Este gran acontecimiento, característico del Imperio, podría
llamarse la Orden de la Unión”.120
En esta Europa unida, Francia no será el elemento hegemónico dominador,
sino la amalgama. Para ello contó Napoleón con la universalidad de la lengua
francesa, sustitutiva del latín como medio de expresión común, y con la unidad de
los códigos, sancionada, con la pluma imperial, para Francia y para el mundo.121
También la religión sería otro vínculo de orden político. “Tal como lo concibe y
le interesa a Napoleón, el cuerpo universitario, abierto sin distinción entre
eclesiásticos y laicos, pero en esencia civil, secular y público, es un combinado de la
firmeza, la estabilidad y la unidad doctrinal, de mando y de acción de las antiguas
corporaciones religiosas”. En consecuencia, la Ley de 1808 determinó en su artículo
38: “Todas las Escuelas –o partes o elementos– de la Universidad Imperial tendrán,
como fundamento de su enseñanza, los preceptos de la religión católica”; la “fidelidad
al Emperador”, a la “Monarquía Imperial” y a la “Dinastía napoleónica”, y la
“obediencia a los estatutos del Corps enseignant”. Con reacciones topó este mandato
legal. Pero Napoleón, escudado en el Concordato de 1802 y alegando que la religión
católica sería el lazo de la unidad europea, rechazó la idea de quienes le propusieron,
como posible, la Iglesia anglicana. Serían Roma y el Papado. “Si el Papa no hubiese
existido, habría sido necesario crearlo para esta ocasión” y para este propósito, “del
mismo modo como los cónsules romanos nombraban un dictador en las
circunstancias difíciles. Es cierto que el Concordato reconoció un poder extranjero
dentro del Estado, lo que pudo en cualquier momento producir disturbios. Pero, de
haber esto acontecido, no lo hubiera sido primera vez: el Concordato siempre había
existido. Una vez dueño de Italia, me consideraba dueño de Roma, y esta influencia
italiana me servía para destruir las influencias enemigas de mi gobierno”.122
En 1804 propuso al Consejo de Estado restablecer “la Casa de Misiones
extranjeras (católicas). Estos religiosos me serán útiles en Asia, África y América.
Los enviaré a tomar informes sobre el estado del país. Su traje los protegerá y
servirá para encubrir designios políticos y comerciales. Su superior ya no residiría
en Roma sino en París. (...) Los misioneros podrían servir mis propósitos de
colonización en Egipto y en las costas del África”.123
Según parece, el aspecto religioso en Napoleón fue uno de sus acomodos
políticos. Si la religión católica ha de ser otro lazo de la unión europea, ello se
debe a que es mayoritaria. Pero hay algo más, de orden educativo, que lo llevó a
pensar en un mínimo de educación religiosa en las escuelas. “La gente no debe
ser demasiado incrédula, sino estar en consonancia con el estado de la nación y
la sociedad. (...) Es cosa digna de cuidados que la instrucción, en sus comienzos,
haya sido siempre acompañada de ideas religiosas”,124 dijo el Emperador al
Consejo de Estado de 1806.
Con todo, cada uno practicará la religión de su afecto. Tolerancia política, que
a Napoleón lo llevó a acatar un adagio común de la época: cuius regio eius religio.
Cada quien tenga la religión de su nacionalidad.
¿Qué pensó Napoleón en materia religiosa?, es otro asunto.125 Insistamos en lo
político. En 1800 escribía a Roederer: “Mi política es gobernar a los hombres como
desea ser gobernada la mayoría. Esta es la manera de reconocer la soberanía del
pueblo. Haciéndome católico, terminé la guerra de la Vandée; haciéndome
musulmán, me establecí en Egipto; haciéndome ultramontano, me gané la opinión
de Italia. Si gobernase un pueblo de judíos, restablecería el templo de Salomón”.126
Más tarde, en Santa Elena, explicará: “Deseaba establecer la libertad de
conciencia universal. Mi sistema consistía en no tener religión predominante y en
tolerar todos los cultos. Quería que cada cual creyese y pensara a su manera, y que
todos los hombres, protestantes, católicos, musulmanes, deístas, fuesen iguales, de
manera que la religión no pudiese tener ninguna influencia sobre la ocupación de
los empleos del gobierno”.127 “Gobernar mediante un partido”, había escrito en 1799,
“es ponerse, antes o después, bajo su dependencia: No cometeré este error. Soy
nacional”.128
4. ¿Y LA INVESTIGACIÓN?
Pero “el pasado ya no existe –prosigue Lot para consolarse. Quizás veinte años nos
sean necesarios para situar nuestras universidades en el nivel de otros pueblos: Italia,
Suiza, Suecia, Rusia, los Estados Unidos, España, pero, ante todo, Alemania”.
Temeroso de ser pesimista en su juicio, el autor citado acude a un escrito de Liard,
editado dos años atrás (1892), donde se afirma que la educación superior francesa
“ha logrado ya avances destacables”. Pero Lot insiste en su argumento contrario: Los
alemanes –infatuados quizás– se han creído de raza superior por su inteligencia y
constancia, y por la organización de sus universidades que han alcanzado altos
niveles científicos. En Francia, en cambio, le hemos adherido la etiqueta de
universidad a una yuxtaposición de facultades, cuyos profesores y estudiantes
dispersos no aciertan en los métodos de la enseñanza, por estar ocupados en la
educación secundaria y en preparar para los títulos de Estado. Los alemanes hacen
ciencia en sus universidades. Allí el título de doctor es de veras significativo. Sus
universidades no están sometidas a injerencias estatales.
Serres osa comparar el esplendor científico de Francia entre el fin del Antiguo
Régimen y la Restauración (1789-1814) con el sorprendente nacimiento de las
matemáticas, al menos de las occidentales, en la concentración geográfica del
antiguo Egipto, Babilonia, Grecia, Persia y la judaica Palestina. Como allá y
antaño, Francia, en la circunferencia geopolítica que tuvo centro en el año 1800,
produjo su propia floración de sabios, artistas y científicos, quienes habiendo
sobresalido como protagonistas de la Revolución, fueron también sus víctimas.
Se ha dicho con frecuencia –apunta P. Ravignant en actitud defensiva– que el reinado de
Napoleón fue pobre (...) en escritores, artistas y pensadores geniales. Pero se olvida que todos
los artistas, escritores, pensadores y sabios de la primera mitad del siglo XIX fueron educados,
formados, modelados en las escuelas y universidades imperiales, y que fue extraordinaria la
abundancia y brillantez creadora del romanticismo, que ha de ser, en literatura como en arte,
filosofía y ciencias, una de las épocas más fecundas de la historia. El Emperador no llegará a
verlo, pero habría podido mostrarse satisfecho de su obra. Toda esta generación salida de sus
escuelas vivirá los grandes nuevos principios, y se esforzará en aplicarlos, tanto por las
sucesivas revoluciones de 1830 y de 1848, como por la renovación general de las formas
literarias, artísticas y de los conceptos filosóficos. De esta generación data el enorme empuje
científico y técnico. (...) El gran animador ya no estará presente para guiar, canalizar y explotar
esos progresos; para adaptar las instituciones, para impedir, sobre todo, que las nuevas
potencias industriales y financieras, surgidas de ese mismo impulso, acaparen el poder.142
Esquema 1-1
Cuarta parte
L A E D U C AC I Ó N Y L A U N I V E R S I DA D F R A N C E S A S A
PA RT I R D E L A R E S TAU R AC I Ó N
Dueño del poder, Napoleón se obligó a mantenerlo con los mismos medios que se
lo habían procurado: la política y las leyes, y a sustentarlo con victorias bélicas.
Vuelto al ajetreo de las armas que nunca cayeron de sus manos, nuevos triunfos
militares obtuvo. Pero la aventura de España en 1808 y la campaña de Rusia cuatro
años luego, eclipsaron su estrella. Abdicó en 1814 y se retiró a la isla de Elba en el
Mar Tirreno. En 1815 desembarcó en Francia al entreacto final de los Cien días.
Pero en el lluvioso 18 de junio del tal año lo esperaría su derrota sobre
ondulaciones lodosas del territorio belga de Waterloo, a manos de los ingleses
comandados por Wellington. Deportado y prisionero en Santa Elena, las aguas
del Atlántico vieron morir al “sueño venido abajo”, Napoleón, en 1821. “El
Universo cambió de frente”, escribirá Víctor Hugo en Los Miserables, tras su
dramática relación de la derrota bélica napoleónica. “En Waterloo, digámoslo de
una vez, –afirma Hugo– hubo más mortandad que combate”.
Vendrá la Restauración social y política en la Europa continental. Para
algunos, restaurar significaba destruir el imperialismo francés, ora reordenando
las fronteras geográficas desdibujadas por el impacto napoleónico, ora
restaurando las monarquías legítimas. Ambos intentos, desde el Congreso de
Viena (1815), le trajeron al mapa político europeo contiendas sucesivas, congresos
y alianzas.
Inseparable de lo sociopolítico, la educación en Europa se enfiló por avatares
en alguna forma de antaño conocidos. Baste recordar la vida de las primeras
universitates enfrentadas con los poderes eclesiásticos o principescos. Pero desde
fines del siglo XVIII y más a lo largo del XIX, secularizados los sistemas políticos
de Europa tendieron a independizarse de las Iglesias establecidas, la Católica, la
Ortodoxa o las nacidas de la Reforma Protestante, y con frecuencia los sucesivos
gobiernos tendieron a jugar el papel del Estado educador y maestro, impositivo de
sus propias y uniformadas políticas educativas y métodos pedagógicos. No fueron
pocos los reyes fundadores de universidades dependientes del erario, y avino la
creación de los Ministerios de la Educación Pública, con la consecuente
restricción de las libertades académicas y las pautas de gobierno universitario.
Nos interesa el movimiento restaurador en cuanto toca con la educación y la
enseñanza en Francia, penoso y duro hasta llegar a los años de Louis Liard. Se lo
inició con Luis XVIII, rey de Francia entre 1814 y 1824, nieto de Luis XV y
hermano del decapitado monarca Luis XVI, cuyo hijo, previsto ser Luis XVII,
había muerto muy niño aún, en la prisión del Temple. Sucedió a Luis XVIII su
hermano Carlos X (1824-1836) con quien se estableció la monarquía
constitucional, y Francia hizo su ingreso al momento político denominado la
Monarquía dictatorial o gobierno de julio, persistente hasta 1848, cuando concluyó
el mandato de Luis Felipe I. Decretado el sufragio universal durante el gobierno
provisional de Lamartine, el país escogió presidente a Carlos Luis Bonaparte, y
nació la Segunda República (1848). Ambicioso como su tío Napoleón I, Carlos
Luis Bonaparte reinstauró el Imperio y adoptó el título de Napoleón III (el
segundo del mismo nombre, hijo de Napoleón I, nunca llegó a gobernar). El tercer
Napoleón luchó la guerra franco-alemana de 1870 a 1871, coronada con la victoria
de los alemanes. Tras el Segundo Imperio, Francia retornó a la vida republicana de
1870: fue la Tercera República que padecerá los fuegos de la Primera Guerra
Mundial (1914-1918). Triunfante pero maltrecha, Francia entró en un período de
inestabilidad ministerial. Cuando Alemania invadió a Polonia en 1939, Francia
declaró la guerra a Hitler, quien la invadió en 1940. Mientras en junio del mismo
año el Mariscal Petain firmaba un armisticio con Alemania, de Gaulle, desde
Londres, incitaba a la resistencia. Vino la liberación de Francia por los Aliados en
agosto de 1944. La Constitución de 1946 creó la Cuarta República francesa. En
1958 retornó el general de Gaulle e hizo votar la Constitución de la Quinta
República y fue elegido Presidente, con reelección en 1965.
Así, en rasgos rápidos, el cuadro histórico-político de Francia hasta nuestros
días, incluida en su discurso la contienda ideológica y educativa desencadenada
cuando se iniciaba el reinado de Luis XVIII, a cuyo término afloraron los
movimientos estudiantiles de 1830.145
Gusdorf, quien escribe poco antes del mayo parisiense de 1968, nos anticipó
el largo periplo de lucha contra las instituciones creadas por el Emperador a partir
de la negación radical de las exigencias de la cultura, y con audacia declaró que los
regímenes sucesivos de Francia, después de 1815 hasta nuestros días, no han
cejado de debatirse contra los efectos de la Universidad Imperial. Pero la justa ha
venido desarrollándose, por suerte de la fatalidad, en el interior del esquema
napoleónico. Cada gobierno se las ingenia para hacerle retoques y correcciones, sin
ninguno tener la audacia de someterlo a serio examen en su totalidad. La sombra
del gran Emperador acompaña las memorias y paraliza la imaginación.
Por liberales que hayan pretendido ser los gobiernos sucesores, hasta la hora
presente, insiste Gusdorf, no han admitido la posibilidad de restituirle a la alta
cultura la plenitud de sus derechos autónomos. Los gobiernos han carecido de la
elevación espiritual para proponérselo.
Peor es hoy la situación, y nadie lo reclama. Después de siglo y medio de
pasividad rutinaria, las universidades ignoran el significado de la universidad
auténtica, diferente de la Imperial y, en consecuencia, no ha podido reformarse.
Los rectores agentes del napoleonismo inveterado hicieron estéril todo intento de
reforma.146
Aún hirsutas las barricadas de 1968 en las calles de París, De Gaulle y su
Ministro Edgard Faure dieron un vuelco a la universidad francesa, que desde
Napoleón I no había tenido cambio fundamental alguno, a no ser por la Ley
Falloux de 1850 y la intervención de Louis Liard en 1885. De estos pasajes
legislativos trataremos ahora. La universidad subsiguiente a 1945 y los
movimientos estudiantiles de 1968, serán objeto de otro análisis.147
1.3. El positivismo
Hacia mediados del siglo XIX, el positivismo implantó lucha contra los medios
filosóficos, y la ciencia. Según pensamiento de Renan, el positivismo se volvió una
religión.157 Intervino entonces otra faceta del laicismo. Los progresos científicos
daban la idea de llegar pronto a una explicación total del mundo, de la vida, del
alma, de la inteligencia, y se arguyó que la ciencia explicaría en corto tiempo estas
nociones confusas. En adelante, el mundo no mantendrá misterios, escribió el
químico Berthelot.158
Estas batallas apuntaron también hacia otras divergencias. El Estado ya no
sólo media entre diversas confesiones religiosas sino entre la religión, cualquiera
ella sea, y la no-religión; o mejor, la nueva religión de la ciencia. En el seno de la
universidad, unos pensaban que la institución debía ahora ser máquina bélica
contra las religiones filosóficas y las religiones reveladas. La verdad científica es la
promisoria del progreso, el bienestar y la promoción humana. Discusión
bizantina, insistían otros: las religiones morirán ante la presencia de la nueva y
progresista religión del saber científico. De nuevo se alzaba ganancioso el concepto
de las libertades del espíritu, equiparables, entre otras, a las libertades académicas.
Era cuestión de discutir, pero respetando las individuales actitudes intelectuales y
espirituales.159
Resumiendo, la secularización educativa vino ligada a las actitudes
ideológicas, y la pugna se izó entre los amantes de la tradición histórica previa a la
Revolución, y partidaria de confiar la formación de los niños y los jóvenes a la
sociedad y la familia, bajo la tutela de la Iglesia, y el volterianismo positivista
remanente y contrario al influjo religioso rechazado por los secularizantes.
Desde los primeros momentos de la pugna, fue posible, con todo, llegar a
acuerdos y transacciones. Todos acataron la necesidad de la educación moral
dentro de los principios del orden y la autoridad. En la segunda mitad del siglo
será célebre el acuerdo entre Dupanloup y Durkheim. Ambos aceptaban que la
educación es “obra de autoridad”; que ella inculca convicciones y que el alumno no
debe dudar de la palabra del maestro. A esto accedieron aun quienes abogaban
por la libertad del pensamiento en los adultos.160
En la Tercera República
3. LA UNIVERSIDAD IMPERIAL...
Tejida entre las armas mas no siempre con éxito, la direccionalidad universitaria
de Napoleón fue llevada allende los límites de Francia.
La Revolución de 1789 quizá sorprendió a la Europa intelectual que sin
darse cuenta la había preparado con sus ideas. A las universidades, decrecidas y
asustadizas, las tomó por asalto. Las libertades académicas, científicas y de
expresión serían sometidas al capricho reformador de Napoleón, donde pudo,
como pudo y cuando pudo.200
En cuanto a lo primero, fueron diversas las formas de penetración y
presencia de las ideas revolucionarias en los países de Europa, y dependientes de
la suerte habida por el Emperador en sus campañas políticas y bélicas. También
las universidades sintieron los efectos.
En los Países Bajos, por tan cercanos a la sede del poderío imperial, más dura fue
la suerte de las universidades. Sus bienes, eclesiásticos o no, fueron confiscados y
Lovaina y Leiden obligadas a someterse a la ley invasora y a declinar sus señaladas
cualidades históricas y científicas.205
2. EN NORTEAMÉRICA
3 . E N I TA L I A Y E S PA Ñ A
La universidad en Italia
En Italia muchas universidades habían nacido o sido restauradas, con tenue vida
académica durante el siglo XVIII.209 A no ser por algunos profesores célebres, los
ideales revolucionarios penetraron en la península por caminos diferentes a la
universidad. Cuando estalló la Revolución Francesa, el ingreso de sus ideas fue
obturado con violencia.
La campaña bélica de Napoleón en Italia se cumplió en 1796 y 1797.
Editadas las leyes imperiales en 1806 y 1808, las universidades italianas cayeron
también bajo su órbita.210 Napoleón quiso conservar algunas de las universidades
tradicionales, como las de Turín, Génova, Parma y Pisa. Las dos primeras, por
Decreto del 4 de junio de 1808, fueron anexadas a la Universidad Imperial con
carácter de academias. Desestructuradas sus unidades institucionales, las
facultades de teología, derecho y medicina se asimilaron a Escuelas Especiales o
profesionales según la mente napoleónica, mientras las unidades académicas de
letras y ciencias hubieron de ajustarse a la concepción de las facultades previstas en
la Ley del 17 de marzo de 1808.
“Durante los siglos XVII y XVIII, la historia cultural de España no tuvo otro
motor que el proporcionado por la pujanza cultural de la etapa precedente. Las
más notables manifestaciones culturales habidas en su curso, respondieron a
incitaciones anteriores, a una inercia todavía alimentada por el empuje inicial.
Pero como todos los movimientos operados por la inercia, fueron apagándose
lentamente. Nuestras instituciones de enseñanza, que otrora habían refulgido y
atraído a muchos, consumían sus pabilos en un viejo aceite que nadie renovaba, al
menos en cantidades suficientes. No puede extrañar, por eso, que a comienzos del
XIX nuestro retraso en materia escolar fuera patente”. Así, García Garrido.213
Al respecto, había sido pungente el parecer de Pedro Rodríguez, conde de
Campomanes (1723-1803):
Hubo un tiempo en que España no tenía nada que envidiar a las demás naciones; y cuando digo
que le hubo este tiempo, harto confieso que ya pasó. Los españoles que vivieron en aquella feliz
temporada, vieron florecer en su patria todas las artes y ciencias y adelantaron su progreso,
según se podía esperar de unos hombres en quienes hervían aquellos espíritus levantados sin los
cuales no puede haber ni actividad, ni deseos de hacerse memorables en ninguna nación. Pero a
este espíritu le apagaron bien presto varias causas que fueron obrando sucesivamente y que
tenemos el desconsuelo de ver obrar juntas hoy en día. De aquí provino que mientras las demás
naciones se dedicaron a dilatar la esfera de todas las ciencias naturales, nosotros las dejamos
como estaban en tiempo de nuestros mayores, y llegamos aún hasta olvidar lo poco que éstos
nos podían enseñar.
Desde el siglo XVII, con la “revolución de los métodos de los geómetras, (...)
todas las naciones de Europa concurrieron a esta revolución; pero en la lista de
quienes la promovieron no se lee el nombre de español alguno”. Con todo, por el
mismo tiempo José Celestino Mutis destaca la importancia dada en los colegios
de la Orden de San Agustín a los “estudios de las matemáticas, y entre ellos a la
geografía, que son las llaves maestras de la historia sagrada y profana, estudio
esencialísimo a los teólogos”. Es que a la par que en los agustinianos, también en
los colegios de los jesuitas, como en el Seminario de Nobles de Madrid y en el
Seminario de Nobles de Barcelona, gozaban de gran auge “no sólo la aritmética, la
geometría y la trigonometría, sino también la astronomía y la geografía”. Allá se
demostraban “teoremas de física experimental”, y eran sometidos a examen los
sistemas de Tolomeo, Copérnico y Descartes, de gran renombre en el avanzado
siglo XVIII.
Similares aficiones había inspirado el estudio de la química desde tiempos de
Fernando VI (1712-1759), por medio de su ministro el marqués de la Ensenada,
quien envió delegados a interesarse por esta ciencia y estableció su enseñanza en la
Corte y en algunas capitales de provincia, con la esperanza de desarrollar la
minería. Sin embargo, hacia 1775 los estudios químicos decayeron, pese al
descubrimiento del wolframio en 1782 por los hermanos Juan José y Fausto
Elhuyar Zubize en el laboratorio del Real Seminario de Vergara.
Pero, según Ortega y Gasset, la universidad española estaba más proclive a
“hacerse ilusiones sobre su pasado, en vez de hacérselas sobre el porvenir, que sería
más fecundo”, y víctima, según Menéndez Pidal, del “aislacionismo (que)
predomina mucho en España (...) pensando que el español tiene muy poco que
aprender de los pueblos extranjeros”. Esta situación se enlaza, en la parte final del
siglo XVIII y el siglo XIX, con el trasfondo político de la península ibérica en
esas épocas y con el afrancesamiento de los gustos hundidos en la impronta
educativa de España. He aquí el panorama, detallado a continuación.
Las universidades españolas no vivían buenos tiempos en el siglo XVIII ni
mejoraron –hay quienes opinan lo contrario– por la acción reformista de tres
monarcas absolutos: Carlos III (1759-1788), Carlos IV (1788-1819) y Fernando
VII (1784-1833). El primero, bien tocado de las dudas de la Francia
prerrevolucionaria contra las universidades y, los segundos, víctimas de la injerencia
napoleónica y del interludio regio de José Bonaparte entre 1808 y 1813, causantes
de la Guerra de independencia española. La magia pictórica de Goya nos legó el
fusilamiento en la montaña del príncipe Pío, tras las jornadas rebeldes del 2 de
mayo de 1808.
Muerto Fernando VII en 1833, se encadenarán los tres episodios de las
guerras carlistas, el último de los cuales aconteció en 1872, seguido de la Primera
República (1873) y la restauración de la monarquía en 1874, con Alfonso XII. Su
sucesor Alfonso XIII, quien casi inaugura el siglo XX, reinó entre 1902 y la
Guerra civil de 1936, tras los episodios políticos de José Antonio Primo de Rivera
y la Segunda República, entre 1923 y 1931.
J. L. Peset precisa tres tipos universitarios en la llamada universidad antigua
española: el salamantino, más corporativo, el alcalaíno de tipo colegial y el estilo
de la Universidad de Valencia, dependiente del municipio para su fundación,
administración y control.214
Dado el desarrollo tradicional de la universidad española, estas tres
fisonomías universitarias subsistían en el siglo XVIII, todas necesitadas de una
reforma que les permitiera el pleno ingreso de las ciencias en los ámbitos
académicos. Pero si unos juzgan de reforma liberal las intromisiones absolutistas
y después napoleónicas de la corona española en los siglos XVIII y XIX, otros la
ven teñida de un afrancesamiento laicizante y jacobino, temerosa de escarceos
revolucionarios, enciclopédica y profesionalista y desentendida del desarrollo de
la ciencia.215
Esta intromisión curricular busca invadir todo con el espíritu del enciclopedismo
francés, de mucha física y muchas matemáticas ceñidas a la mente del censor
Olavide, sito en la Universidad de Sevilla. A las universidades de Salamanca,
Alcalá, Granada y Valencia, a varias otras y a los colegios mayores, antes “nervio
de la autonomía”, les fue obligado, según decir de Menéndez y Pelayo, el
enciclopedismo superficial y ausente del afecto a las ciencias naturales y del interés
por la investigación de hondura. De nada valía la libertad de las universidades para
abrirse a las ciencias con verdadero espíritu científico.218
En 1769, la Universidad de Sevilla, bajo la protección y vigilancia del conde de
Aranda, fue teatro de experimentación de un plan universitario absolutista. “Todo
él respira el más rabioso centralismo y odio encarnecido a todas las funciones
particulares y a las libertades universitarias”. Le duele al conde que “España sea un
cuerpo compuesto de muchos cuerpos pequeños, en que cada provincia (...) sólo se
interesa de su propia conservación, aunque sea con perjuicio y depresión de las
demás. (...)”.219
Sensato el principio por muchos aspectos, en el caso de la universidad se
pretendía recortarle toda posibilidad de decisión autónoma en materia científica, así
estas medidas emanaran del laudable deseo de impulsar en España el estudio de las
ciencias. En el fondo, todo estaba obligado por el deseo jansenista de secularizar la
educación, supeditándola “absolutistamente” a la dirección exclusiva del Estado.
Pese a lo expuesto, hay quienes ven en Carlos III “un gran reformador
universitario” que “en buena medida antecedió las reformas del ochocientos, por
haber desmantelado el sistema tradicional, enmudecido la Inquisición, expulsado a
los jesuitas y reformado los colegios, que pierden su peso universitario y
burocrático”. Alaban en el rey la emisión de planes de estudio y la introducción de
los censores regios, directores de universidades, interventores de rentas, rectores a
gusto de la Corona que terminan –así se creía– con el enclaustramiento
universitario. Juzgan quienes alaban estos preámbulos napoleónicos, que con
superintendencias intervencionistas se pudo emitir planes académicos al día;
unificar, modernizar y centralizar la enseñanza con textos únicos y claros; regular
los títulos y el ejercicio de las profesiones, y lograr, a la postre, que una sola
autoridad central gestionara la cosa universitaria.220
Incienso de igual aroma quemaron quienes aplaudían el vestuario reformista
de Carlos IV. Durante su reinado, las Cortes de Cádiz proclamaron la primera
Constitución en la historia de España (1812), en la cual se advierte algo así como
el deseo y los propósitos de romper, a la española, con el “viejo régimen”. Los
constituyentes obraron bajo el espíritu de la Ilustración y de los Derechos del
hombre y del ciudadano.
El capítulo IX de la Constitución estaba dedicado a la enseñanza, y
descubrió que ya estaba montado el aparato legal universitario napoleónico. Es
que Carlos IV dio la bienvenida a similares políticas educativas y porque, a pesar
del fastidio español por la intromisión política y militar de Bonaparte en la
península, el absolutismo universitario de fines del siglo XVIII se dará amistoso
beso con el engendro universitario francés, colado por entre los desfiladeros
pirenaicos desde principios del siglo subsiguiente.221
Mas debe recordarse cómo antes, en 1794, cuando con mayor vigor se
agitaban en el reino los principios revolucionarios, Carlos IV había suprimido
las cátedras de derecho natural y de derecho de gentes, donde aún palpitaba el
pensamiento de teólogos juristas como Vitoria (1486-1546), y el de Suárez
(1548-1617) jurista, teólogo y maestro universitario en España y Roma. El rey
temía que discutidas estas ideas con desmedida audacia, los Derechos del
hombre terminaran por dejar sus deberes en el olvido.222 Carlos IV, hacia 1822,
agudizó las medidas intervencionistas. Sólo que las ciencias no salieron
gananciosas. “Tomando de Francia modelo, dirección y hasta programas”
profesionalistas y superficiales, hacia 1845 las ciencias experimentales seguían
tan olvidadas como en algunos momentos anteriores, y se aprendía la física a
manera informativa, “sin ver una máquina ni un aparato”.223 Carlos IV “politizó
la universidad” española.224
Con posterioridad a Fernando VII, nuevas reformas que algunos por equívoco
aprecian como liberales, fueron introducidas en 1845 y 1857, debidas a Gil de
Zárate (Ley Pidal) y a Claudio Moyano. El ministerio y la Dirección General de
Instrucción pública dirigieron la enseñanza a través de la jerarquía de ministro,
director general de instrucción pública, rectores, decanos, claustros –sobre todo el
de profesores– y catedráticos. De los rectores dirá Gil de Zárate: “Antes eran sólo
los representantes de las escuelas para entenderse con el gobierno; ahora son los
representantes del mismo gobierno, encargados por él de la administración de las
escuelas”. “Por tanto –comenta Peset–, para atender el principio de libertad de
enseñanza que tanto se discutió a lo largo del siglo, es necesario enmarcarlo
dentro de una mayor intervención del Estado en la enseñanza, en especial de la
superior”.230
En todo, también lo reconoce Peset, se acreditaba la inspiración francesa:
independencia de la Iglesia, racionalización de la enseñanza bajo la batuta estatal,
metodología pedagógica determinada por el gobierno, profesores convertidos en
funcionarios públicos y otras determinaciones más, remedo del imperialismo de la
universidad francesa.
La inquietud por la autonomía no se hizo esperar. En 1903 afloró un
proyecto, sin éxito en el senado. Luego, en 1919, se promulgó una ley de
autonomía en reclamo contra la uniformidad universitaria y el intervencionismo
estatal, y a la universidad se le reconoció su función docente e investigativa para no
reducirla al acostumbrado trámite de expedir títulos. Además, la ley dejó a los
estatutos de cada institución universitaria funciones tan importantes como la
administración de los fondos propios y la designación de profesores. Otras, como
la alta inspección de los planteles y el control de los exámenes, se las reservaba el
Estado.
Este modo de autonomía parcial no se sostuvo. En 1932 el ministro Montejos
barrió con la Ley Silió de 1919, sin que valieran los aires de libertad académica
amparados por la Constitución de 1876, obra del político Antonio Cánovas del
Castillo, ni las ideas de Menéndez y Pelayo (1912) sobre la libertad debida a las
universidades de España. Recordémoslas:
Este ideal de vida familiar encaminada a la indagación científica, sólo puede lograrse con garantías
de independencia semejantes a las que disfrutan todas las grandes instituciones científicas de otros
países y a las que disfrutó también España cuando era grande; garantías sin las cuales apenas
acertamos a comprender trabajo de ciencia que pueda ser fructífero. No pretendemos (...) volver al
antiguo régimen universitario, que pereció, más bien por consunción que por destrucción violenta,
ni conquistar en un día una legislación autonómica que no está en nuestras costumbres, siquiera lo
estuviese en otros días y pueda volver a estarlo cuando la cultura nacional se levante de la
postración en que hoy yace. Pero sí queremos aproximarnos a ese ideal por todos los caminos
posibles, y reivindicar para el cuerpo universitario toda aquella libertad de acción, que dentro de su
peculiar esfera le corresponde.231
Giner de los Ríos se refería a los esfuerzos de Liard por liberar la universidad
francesa de las ataduras napoleónicas,234 mientras don Francisco envidiaba la
pujanza de las universidades alemanas. Y agregó: “Por fortuna para los pueblos de
lengua inglesa, su educación nacional podrá ser motejada de anárquica,
heterogénea y desorganizada, sobre todo desde el punto de vista universitario,
rígido y simétrico, pero no ciertamente de decaimiento y de anemia. ¿Verdad?”.235
Giner de los Ríos nos insinuó una verdad de a puño: en materia educativa, el
exceso de organización y esquemas sobra y estorba. No se trata de carecer de
concierto. Pero si se la regula en demasía al estilo napoleónico y como lo siguen
haciendo sus secuelas, la educación y la universidad pierden imaginación, reducen
altura y ven menguada su calidad, pues de todas las actividades sociales la
educación es la menos controlable y regulable desde fuera.
Sin ser lícito tildarlo de obsesivo, don Francisco reincidió en sus denuncias de
la universidad encadenada. En España se respira un clima de enrarecida libertad
educativa:
¿Qué pedir al Estado, (...) al Gobierno? Sin duda, y ante todo, lo de Diógenes a Alejandro; que no
nos quite el sol. Es menester que la universidad se acostumbre a la idea de que, de día en día, los
tiempos le recomiendan buscar su centro de gravedad en sí misma, su auxilio en la sociedad, pida
al Estado menos cada vez, conforme vayamos siendo capaces de tomar sobre nosotros la
responsabilidad de la vida adulta que necesita volver entre nosotros.236
La Residencia de Estudiantes
Por los tiempos (1907) de la incisiva pluma de Giner de los Ríos, se aglutinó en
España la Junta de Capacitación de Estudios para propiciar el viaje de jóvenes
brillantes a universidades connotadas de extranjeras, bien así como bandadas de
universitarios norteamericanos, desde tempranero el siglo XIX, lo hacían a las
más famosas de Alemania. Dirigida por el médico y científico Ramón y Cajal
(1852-1934), la Junta promovería la creación de laboratorios y centros
especializados en ciencias naturales, algo semejante a las academias para el avance
científico.
Alberto Jiménez Fraud –uno de los gestores de esta iniciativa por algunos
juzgada de antojo sospechosa– atraído de la vitalidad de los colleges ingleses concibió
la idea de renovar la experiencia similar de los colegios de España, y creó, también
en 1907, en austera sede de la calle de Fortuny de Madrid, la Residencia de
Estudiantes, pan y abrigo de la tradicional precariedad estudiantil, mas no apática
de la reanimación cultural de la Patria.
La Residencia –escribió el fundador, Jiménez Fraud– es una asociación de estudiantes
españoles que cree, como se cree en la vida misma, en una futura y alta misión espiritual de
España, y que pretende contribuir a formar en su seno, por mutua exaltación, al estudiante rico
en virtudes públicas y ciudadanas, capaz de cumplir dignamente, cuando sea llamado a ello, lo
que de él exijan los destinos históricos de la raza. (...) La Residencia quiere ser el hogar
espiritual donde se fragüe y depure, en corazones jóvenes, el sentimiento profundo de amor a la
España que se está haciendo, a la que dentro de poco tendremos que hacer con nuestras manos.
Desde fines del siglo XVIII, afirma García Garrido, y tanto en lo político como en
lo educativo, España se sitúa “entre aquellos países en los que ha causado especial
influjo la ejecutoria francesa” centralizada. Mas, “como en otras naciones de la
Europa meridional, las manifestaciones contrarias al centralismo de cuño
napoleónico han sido frecuentes a lo largo de todo el siglo XX”, toda vez que, en
particular España, “es, de hecho, un país integrado por pueblos de propia y rica
tradición, a la par que dotados de notable apego a sus particularidades” como bien
había sabido reconocerlo y consagrarlo la Constitución republicana de 1931: “La
República constituye un Estado integral, compatible con la autonomía de los
municipios y de las regiones”.
Con el camino abierto a las “regiones”, la citada Constitución quiso
reivindicar tradiciones de todo orden: lingüísticas, culturales y, en resumidas
cuentas, educativas, que de uno y otro modo se reflejarán en la Ley General de
Educación –El Libro Blanco– sancionada en 1970 por Franco, quien “estableció la
existencia, en cada provincia”, de una Delegación Provincial del Ministerio,
responsable de “la dirección, coordinación, programación y ejecución” de la
actividad educativa, exceptuados los centros de educación universitaria (art. 141),
pues éstos dependen de los rectorados de las universidades respectivas,
consideradas como organismos autónomos.
La Constitución Española de 1978 que reconoce y garantiza los derechos de
las Comunidades Autónomas, no menciona el ordenamiento educativo, pero
tampoco lo niega. Por lo cual, y de hecho, varios estatutos de las dichas
Comunidades lo asumieron como cosa propia. Tendencia descentralizadora que,
sin embargo, se ve un tanto desvanecida y sofocante de la libertad educacional y
universitaria en la Ley de Reforma Universitaria (LRU) de 1983; en la Ley
Orgánica (estatutaria) del Derecho a la Educación (1984), en la Ley Orgánica
sobre el Sistema Educativo sancionada en 1990 y la Ley Orgánica de
Universidades que entró en vigencia el 20 de diciembre de 2001.
De estas leyes, la primera, tachada de continuista, tiene aspectos más o
menos comunes con la de 1970, a saber: la estructuración de los estudios
universitarios en tres ciclos y sus respectivas titulaciones, y la adopción del
departamento como unidad básica de la docencia y la investigación, y de la
facultad, las escuelas técnicas superiores y las escuelas universitarias, órganos de la
vida académica. Los institutos son conspicuos centros de investigación.242
La reciente introducción de los “gerentes” de la universidad o funcionarios así
motejados por Alejandro Nieto a causa de sus encargos administrativos y
financieros, ha causado, según sentir del autor mencionado, desavenencias con el
gobierno de la academia. Nieto, bastante crítico, culpa la mal vista universidad
española de hoy, y juzga de incapaces a los ministros y a las autoridades
académicas, por no seguir los vuelos de la ciencia; de burócratas que legislan a su
favor y para la propia comodidad, olvidadizos del sentido corporativo
universitario. Señala la flaqueza institucional de las universidades para solucionar
sus problemas porque al ministro siempre lo tienen a su lado, desbordadas por las
exigencias sociales de la vida moderna. Se duele de los profesores: ilustres
catedráticos, de repente investidos de funciones administrativas que, una vez
fenecidas, los reducen a simples aficionados de la asignatura en que otrora fueron
eminentes. Ineptos para ensartar la investigación con la docencia. En fin, Nieto
equipara la universidad española de hoy con las tercermundistas, y la encuentra
carente de influjo aun en los países de su propia lengua.243
Estos y otros juicios ausentes de nuestra síntesis, son similares a los por
doquier lanzados en el mundo contra las instituciones locales del saber superior.
En el caso de la universidad española, los mitiga José Luis García Garrido al
reconocerle a su universidad patria el trance en que se encuentra “de pasar de una
estructura administrativa fuertemente centralizada (herencia napoleónica) a otra
abiertamente descentralizada, casi regionalizada”. España, país de naciones, más se
asimila a la parcelación estatal de Alemania y aun al mosaico de Repúblicas en la
disuelta URSS.
El ingreso de España a la Comunidad Europea constituye para sus
universidades un poderoso reto y estímulo hacia el mayor logro de la calidad
académica. Jaume Porta y Manuel Llanodosa coordinaron un serio estudio sobre
la universidad española en el paso al siglo XXI, incluido un cuidadosos análisis de
la Ley de Reforma Universitaria (LRU).244
4. EN L A S U N I V E R S I D A D E S H I S PA N O A M E R I C A N A S
Las últimas páginas de este ensayo sobre la universidad francesa en el siglo XIX
hasta llegar a nuestros días, cumplen un doble propósito: saber qué fue de la vida
de la ciencia en la Francia del lapso indicado, y cerrar nuestra discusión con
reflexiones sobre la autonomía universitaria resultante de los acomodos
napoleónicos.
2. LA A U T O N O M Í A U N I V E R S I TA R I A E N L A UNIVERSIDAD
IMPERIAL
“El Estado no debe considerar sus universidades ni como liceos ni como escuelas
técnicas”. No debe alimentar intereses suyos en esta materia. Nada debe exigir para
sí. El Estado ha de pensar, que si las universidades “buscan y llegan a sus fines
propios, por ello mismo estarán llegando a los fines del Estado, pero desde un
punto de vista más elevado”. Poniendo en ejercicio sus propias energías, las
universidades están haciendo algo más rico y creativo que cuanto pudieran lograr si
se las moviliza por vía autoritaria.
Pero sucede que el Estado acaricia la tendencia a creer que las escuelas y las
universidades son instituciones negadas al cultivo de la ciencia por sí misma y sólo
dedicadas a favorecer los intereses oficiales. Al hacer esto, el Estado paraliza el
esfuerzo universitario e introduce prejuicios en contra suya, al poner de por medio
objetivos, de ordinario profesionales, que desarticulan la universidad. Si así procede,
el Estado obra en contra de la cultura nacional y de la sociedad, y anticipa las ruinas
de la nacionalidad.255
El Estado, a veces bien intencionado, suele ignorar que la universidad es
similar a una “vajilla de oro, un símbolo, un lujo y, sin duda, de todas las formas de
lujo, una de las más legítimas”, y que
La especie humana, en su lucha por la vida, no lucha sólo por sobrevivir. Su vocación propia es
afirmar, más allá de las necesidades de la naturaleza, la exigencia de la cultura. Las
generaciones se suceden, los individuos nacen y mueren. Pero las creaciones del pensamiento,
las del arte por ejemplo, constituyen a través de los tiempos el más noble y significativo de
todos los patrimonios, el homenaje más decisivo de la humanidad a sí misma. De donde la
función propia de la universidad es el servicio del espíritu, cumplido no con miras a un fin
exterior, cualquiera éste sea, sino por fidelidad a un imperativo humano cuya importancia,
según parece, ninguna civilización ha osado desconocer. Esta urgencia superior desafía todo
atafago tecnológico y toda reglamentación”.
Por más de un siglo, continúa Gusdorf, “nos hemos habituado a un estado de las
cosas que al criticarlas, caemos de sorpresa sobre la mayor parte de los
universitarios franceses. (...) El derecho y la medicina”, sean ejemplos, “perdieron la
conciencia de tener una especie de vida común”. Y si han llegado a ser con
dificultad solubles en el medio universitario, es “porque las rigurosas fronteras
epistemológicas se tornaron tan asépticas, que el ejercicio mismo de la inteligencia
y la imaginación se les ha paralizado. (...) La medicina, para los médicos; el
derecho, para los juristas; la historia, para los historiadores; la física, para los
físicos. Tales son los slogans de rigor en nuestra universidad, infiel a las exigencias
de su nombre”.261
Las universidades olvidaron que “un hombre sin cultura general, el
especialista en el sentido más estrecho, no puede mantener su prestigio sino ante
otros especialistas menos avanzados que él en la especialización” común; o cuando
el especialista discute con especialistas en otras disciplinas, porque “la ignorancia
mutua” se convierte para todos en “recurso defensivo”.262
De donde “el destino de la cultura contemporánea está en peligro. La
disociación de las ciencias que multiplica la proliferación incontrolada de las
técnicas, viene en desmedro de la imagen del hombre y corrompe el sentido de la
humanidad, cuando los universitarios, por ser hombres de ciencia, deberían ser al
mismo tiempo hombres de cultura”.263
Estos conceptos de Georges Gusdorf son hoy un tanto extraños e inauditos. Pero
él los utiliza para hacer sentir cuán distante estuvo el concepto napoleónico de
universidad y sus persistentes secuelas, de las más altas realidades universitarias.
Ahora prosigue el mismo autor:
Es función propia del Estado moderno. Pero, “es necesario repetirlo, el Estado no
tiene competencia para dirigir la alta cultura. (...) Puede y debe manejar las finanzas
nacionales, la instrucción pública, la defensa militar y civil. La empresa. Pero la alta
cultura se escapa a los dominios y exigencias del Estado planificador. Las aventuras
del espíritu, la alta investigación, la formación superior, constituyen el dominio
reservado de este empeño fundamental del hombre sobre el mundo y sobre sí mismo,
que se persigue de edad en edad, sin consideración de fronteras, a través de la
diversidad de las civilizaciones. La autonomía de la vida intelectual es un hecho. Pero
en la Francia napoleónica esta autonomía no fue ni siquiera un derecho. El Estado se
negó el honor de acordarle a la cultura la plena libertad de enseñanza. Privada de una
inteligencia central, la universidad francesa no ha podido tener jamás expansión
plena. Cada facultad se reduce a ella misma. Es, incluso, inferior a su ser por negarse a
la comunicación con la unidad del conocimiento”.267
Vistas las cosas desde otro extremo,
Jamás en los países de auténtica tradición universitaria los privilegios y franquicias de la
universidad les han permitido derecho alguno de inmiscuirse en el nombramiento del personal
docente de los niveles primario o secundario. El lugar propio de la universidad es el de la alta
cultura. Su dominio corresponde a la educación superior. La universidad nada tiene que ver
con la administración de la instrucción pública en general. El nombramiento de tal o cual
agente del poder central, de un institutor de población pequeña, o de un profesor adjunto en
un colegio, y las querellas de prelación surgidas a este respecto entre funcionarios y rivales, no
conciernen a la universidad.
Pero “una tal inconsciencia de la situación real pone a plena luz que las
universidades francesas jamás han podido salir del espacio mental y jurídico en el
cual las dejó encerradas el sistema napoleónico. Napoleón, englobando la
enseñanza superior en la planificación autoritaria de la función docente,
domesticó las universidades en forma tan radical que les robó para siempre su
sentido y su razón de ser”.268
1. EL ROMANTICISMO EN EL IDEALISMO Y EL
SURGIMIENTO DE LOS NACIONALISMOS
2. LA IDEOLOGÍA LIBERAL...
3. EL POSITIVISMO
El positivismo –que en opinión de Heidegger nos rodea desde hace décadas y hoy
más que nunca– sucedió al reino del romanticismo, en lento declive hacia 1854.
El positivismo fue una posición intelectual nueva y opuesta a la romántica y, a la
vez, una filosofía.
En sentido más estricto y de acuerdo con su significado histórico, el
positivismo es la doctrina y escuela de Augusto Comte (1798-1857), consistente
en una teoría de la ciencia extendida de manera especial a reformas sociales y
religiosas. Como teoría del saber, el positivismo niega toda realidad diferente a los
hechos y a la validez de investigaciones negadas al recinto fáctico. Por lo menos en
lo referido a la explicación, el positivismo subraya el cómo y elude responder al
qué, al porqué y al para qué, con decidida aversión a la metafísica; desamor
característico del pensar filosófico atenido al dato, y sólo al dato280.
El positivismo, supérstite en nuestros días y en variadas manifestaciones, y
en muchos de sus rasgos nota típica de la universidad contemporánea, es el fruto
final de una forma del pensamiento originada en siglo XVIII, apoyado por la
confianza de esta centuria en las tesis del orden y la estabilidad universal; en el
poder del entendimiento humano, y en las ciencias promisorias del bienestar
social de la humanidad281.
La fuerza del positivismo descansa sobre dos piedras angulares: el auge de las
ciencias naturales y el pensamiento económico liberal. En cuanto a lo primero,
tómese en cuenta el brillo magnífico de los trabajos científicos en la segunda mitad
del siglo XIX. En física con Volta (1745-1827), Ampere (1775-1836), Gay-
Lussac (1778-1850) y Faraday (1791-1867); en Química con Chaptal (1756-
1832), Berzelio, (1779-1848), Liebig (1803-1873) y Wöhler (1800-1882), y
muchos otros en los campos de la biología y de la geología282.
Cada quien en su ciencia y en su campo. En el siglo XIX –afirma J. D.
Bernal– el entusiasmo científico tuvo mucho de individualista y amateur. La
naturaleza fue observada por grandes genios, en pequeñas parcelas. La atención se
desbordó sobre los hechos y los fenómenos naturales, y nadie se sintió urgido a
buscarles concatenación interna. Importó menos la continuidad unitaria de la
realidad, a diferencia del primer momento de la Revolución Científica. Preferíase la
visión fenomenológica y ahocinada de porciones magníficas del universo. Y aunque
los científicos aceptaban las teorías sobre la continuidad astronómica, biológica y
geológica para facilitar las grandes generalizaciones de las leyes descubiertas, la
ingente acumulación de hechos y el afecto cotidiano por el experimento y la
medición le cerraron el paso a una filosofía científica. Las nuevas ciencias y
disciplinas no se percibían nacidas del seno de la ciencia y método. Son ciencias y
métodos múltiples, propicios al alumbramiento del positivismo y a la dispersión
universitaria283.
Otro caldo de cultivo fue el capitalismo liberal económico, heredero del
realismo materialista de Turgot (1727-1781) y Adam Smith (1723-1790), y así
mismo beneficiario de las ideas ultraoptimistas del progreso (el pesimismo de
Schopenhauer, dijo alguno, fue sólo un accidente).284 Es comprensible entonces
la alianza entre la utilidad de las ciencias, de los inventos, de los descubrimientos
nuevos, con las ciencias económicas de producción. El poder político se apresuró
a echar mano de esta convergencia de utilidades fructuosas, con las cuales se
revistió la doctrina política liberal.
Desaparecidos los grandes sistemas filosóficos especulativos, la metafísica
quedó sumergida bajo la avalancha experimental y pragmática. La que pudo
abrirse campo con Herbart (1796-1841), profesor en las Universidades de
Königsberg y en Gotinga, fue una visión cruda y mecanicista de la naturaleza,
como antítesis del idealismo de Schelling. La perspectiva de Herbart se bifurcó
después en sus sucesores: Feuerbach (1804-1872) con un idealismo en apariencia
nacido de las fuentes hegelianas, pero distante de sus fundamentos, y el
materialismo de Mach (1838-1916), asido al punto de vista matemático.
6. LAS U R G E N C I A S U N I V E R S I TA R I A S : P O L Í T I C A ,
C R Í T I C A Y N A C I O N A L I S TA
Con el precedente criterio de clasificación encaban las urgencias política, crítica y
nacional-cultural de la universidad moderna y contemporánea.
La terminología es nueva, alertada por el filósofo francés Paul Ricoeur, así los
prenuncios de su significado daten del siglo XIX, cuna de los nacionalismos
universitarios. Entendamos por urgencias o apremios la reactivada conciencia
universitaria de cara a las inquietudes acuciantes respecto de sus misiones y al
ejercicio de sus funciones hacia la persona, la ciencia y el todo social y, de modo
indirecto, al carácter manifiesto de las notas corporativa, científica, universal y
autónoma.
Si atendemos a las urgencias política y nacionalista, la educación, hecho
individual pero también social, ha sido inseparable de la cosa política. Así lo
entendió la Antigüedad hasta llegar a ser pensamiento de Platón y Aristóteles294.
Nacida la universidad como institución social para la ciencia y lo superior
educativo, su entidad fue parte del fenómeno urbanístico y político de la Edad
Media.
Los poderes civiles medievales fueron conscientes del beneficio derivado de la
universidad, y nacieron las universitates ex-privilegio fundacional295. En el
Renacimiento, cuando empezó a germinar la semilla de los Estados modernos, la
universidad, menos fiel a su nota originaria de universalidad, se vistió de ribetes
referidos a la cultura nacional. Fue un hecho político de valor indeclinable.
La nota científica de la universidad entró en el juego. Desde el siglo XIX se
vislumbra la contienda en torno a la neutralidad de la ciencia frente a la ciencia
comprometida con los intereses sociales, políticos y nacionalistas. Nació pronto
la cuestión de si se podría dar una conciencia objetiva, desasida de acuerdos. En el
siglo XX, Max Weber (1864-1920) luchó por una ciencia libre de valores e
intereses en el debate entre ciencia y política nacionalista296. Pero la ciencia,
fraccionada y esparcida desde el siglo XIX, sucumbió a la politización, y la
universidad se vio obligada a concebir destrezas para navegar en mares tan
alborotados.
La urgencia crítica de la universidad ante las situaciones sociales establecidas,
fruto de las condiciones políticas y las configuraciones nacionales, más firmes y
típicas a partir de 1800, tiene también raigambres decimonónicas, si bien la
urgencia o nueva actitud crítica se extienda a los enfoques de la política de la ciencia
en el siglo XX.
Estas tres urgencias universitarias, entretejidas con las funciones históricas de
la universidad: ciencia, persona y desarrollo social, son asunto de hoy y sobre el
cual volveremos297. Pero su linaje es, con reiterado esdrújulo, decimonónico.
7. LAS INSTITUCIONES TECNOLÓGICAS SUPERIORES Y
LOS SISTEMAS POSTSECUNDARIOS
8. EL DESARROLLO SOCIAL
9. PLANEACIÓN Y P L A N E A C I Ó N E D U C A T I VA
10. LOS P R O F E S O R E S U N I V E R S I TA R I O S Y S U F O R M A C I Ó N
Con amplitud podría discutirse cuánto valga ante el psicólogo esta breve
consideración sobre el trauma de la adolescencia, y mucho más en torno a sus
relaciones con el conflicto generacional, factor ineludible en el estudio de los
movimientos estudiantiles.
Pero ¿qué es una generación?, se pregunta Feuer. Es un concepto tan
indefinible como el de clase social. Ni Marx pudo dar del segundo idea
satisfactoria.
Para Lewis Feuer, apoyado en el psicólogo Sigmund Neuman, una generación
no se concreta por pertenecerle personas de una misma época, así sean de edades
próximas. La circunstancia cronológica cuenta. Pero importa menos que las
experiencias comunes vividas y los influjos recibidos. No sólo el tiempo modela
una generación. Es necesario acudir al cúmulo de impresiones decisivas y hundidas
en los miembros de una generación determinada, hacia la edad de los diecisiete
años. La Marcha Larga con Mao Tse Tung a la cabeza, fue un gran acontecimiento
unificador en China, de una y de varias generaciones cronológicas o biológicas. De
allí salió una generación social, política e ideológica322.
Este segundo aspecto y tipo de generación, amalgamado por lo social y lo
político, supera la velocidad de las generaciones biológicas, y se comparte al
imperio de acontecimientos que, torturen o entusiasmen, unen e invitan a la
acción solidaria. En muchos casos, el asesinato de un líder o compañero, tal o cual
atropello policivo, o la suma de compartidas aspiraciones sociales aglutinan el
espíritu generacional. Una ideología atractiva, una llamada a la lucha, aun
sacrificada, acercan y aprietan las sucesivas generaciones.
Todo esto fue claro aun en las travesuras medievales y los movimientos
estudiantiles del siglo XIX. También en la Alemania de la primera posguerra y en
los decenios del sesenta y el setenta del siglo XX, así fueran dispares las viñetas de
la sociedad323.
Hay circunstancias menos anecdóticas y pasajeras, causantes de la estabilidad
y la persistencia de los conflictos en sucesivas generaciones cronológicas. Es el
enfrentamiento entre la gerontocracia o poder de los mayores, y el dominio
sustituto y anhelado por la juventud: la juventucracia, palabra cuya cacofónica
hibridez se diluye en el término efebocracia. También se habla de filiarquía cuando
el poder del hijo pretende enfrentarse con sus progenitores.
Esta oposición rostro a rostro de generaciones sucedáneas, es un
acontecimiento normal, y a veces incapaz de eludir conflictos violentos y dolorosos.
El ánimo joven, revestido de actitudes éticas, desautoriza a sus mayores y se
proyecta en la conciencia de los movimientos estudiantiles324.
De contera, la mutación rebelde del espíritu juvenil se agudiza en tiempos de
cambios sociales, según lo afirman Kingsley Davis y quienes con él piensan. De
acuerdo con esta regla de conducta, esos momentos de declive y ascenso brusco de
las situaciones sociales vienen siempre acompañados del litigio generacional. Pero
no todos los analistas están conformes con la regularidad del fenómeno indicado,
salvo si se le se sumare el rechazo juvenil a las conductas y actitudes de sus mayores.
La madurez es inconmovible aliada de lo permanente, y acoge con ligereza la
sentencia de José Ingenieros: “Jóvenes son quienes no tienen complicidad con el
pasado”325.
11.4. Solidaridad
... Los movimientos estudiantiles tienen siempre un ingrediente populista. Buscan algún sector
humilde y se hermanan con su pobreza. Los estudiantes sienten imperiosa necesidad de
ofrecerse en sacrificio, de encontrar el grupo explotado por el cual dar algo de sí, ya se trate de
campesinos, proletarios, o gente de color. Al figurarse a sí mismos como hijos engañados y
explotados, se identifican con los explotados y engañados por la sociedad. La tendencia de ir al
pueblo, hacia los marginados, es, a la vez, la más distintiva y noble de las características de las
agitaciones estudiantiles.
Lewis Feuer dedicó largos años al estudio de los movimientos estudiantiles. Fruto
de su trabajo es el análisis de las etapas recorridas por estos fenómenos
sociológicos en su primera condensación y sus actividades posteriores. Todo
movimiento comienza –el autor mencionado lo apunta– por el período inicial de
los círculos o grupos informales en búsqueda a tientas de expresar su vago sentir
revolucionario. La primera raíz de los movimientos estudiantiles se surte más de la
hondura emocional que en cualquiera postura ideológica. La emotividad
calenturienta impele a causar la revolución por la revolución misma, sin aún
asidero firme o propósito concreto de la revuelta. A lo más, acicatea a los
estudiantes el rechazo al orden social establecido y a la generación que lo sustenta.
Pero muy pronto, conscientes los movimientos estudiantiles de la necesidad
de estar guiados por algún juego de principios, los círculos se embeben en el
estudio de obras filosóficas, política y de problemas sociales. Sucumben entonces a
una cultura muchas veces superficial, de orden filosófico-literario, para de
inmediato plantearse el problema de sus ansias revolucionarias. El círculo entra
entonces en la etapa de fijación de metas. La revolución empieza a ceder en sus
características primerizas, de ser un fin por sí mismo buscado, y se yergue como
medio o instrumento.
Este ensayo de precisión de objetivos, según Feuer, padece pocas excepciones, y
se abraza de inmediato al afán de actuar y escoger estrategias futuras. El círculo es
ya un órgano activo e inaugural de la etapa de acción autónoma del movimiento
estudiantil, aventurada con tanta inmadurez y angustia, hasta pasar por alto el
momento precedente de perfilar objetivos.
Pero la acción buscada es de doble cariz. Es generosa y le nacen las alas del
populismo dispuesto a luchar en favor de los desvalidos sociales. Es la faceta
altruista de los movimientos estudiantiles. “Ir al pueblo” –“V narod”, decían los
estudiantes rusos– se enarbola como consigna estimulante. Pero la acción
populista es, además, estrategia de alianza fortalecedora y merecedora de simpatías
sociales, acción bien pronto encauzada hacia la política.
Recorridas por el movimiento las etapas de círculo y de estudios socio-
filosóficos, de enarbolamiento de objetivos, de acción y de escogencia de estrategias
y de expansión populista, el movimiento ya está conformado y listo para su ciclo
vital. Las circunstancias históricas, las coyunturas, la suerte jugarán entonces papel
definitivo en la vida de los movimientos. Les pueden ser adversas o benéficas.
Ocurrirán acaso errores de táctica y ambiciones de liderato. Yerros de grupo o
desplantes de exaltados que obran por su cuenta sin disciplina alguna y quizá le
resten crédito al activismo.
Quizás el movimiento se tope con el rechazo cívico y aun por parte de los
beneficiarios de la acción populista. Tal vez el evento afortunado goce del
acatamiento y simpatías ciudadanas. Habrá también alianzas fracasadas con los
sindicatos, y tantos otros albures de la subsistencia vital del movimiento. Los
movimientos deben contar con la represión y opresión de las autoridades, y no
menos con la disciplina familiar, medrosa de los activismos universitarios de
revolución. Estas y otras eventualidades causan, o no, la disipación del
movimiento, a veces incapaz de ser absorbido por ideologías y organizaciones
políticas más estables y vigorosas, o se convertirá él mismo en cabeza de un grupo
político perdurable. Tal fue la historia del partido comunista chino345.
...es útil curiosidad intelectual acreditable al siglo XIX. Poco antes de verse
escindida en estilos y talantes, la universidad secular despertó a su conciencia
histórica. Es cierto, en el XVI (1567) Middendorp inauguró la historiografía de
las universidades, en obra reeditada, más ampliada y sustancial, en 1602. En 1672
Jean de Launoy publicó la suya sobre las más célebres escuelas, y el siglo XVIII
vio aparecer otras poco comparables con una historia sistemática y orgánica.
Pero entre 1802 y 1805, la Universidad de Gotinga dio a luz los cuatro
volúmenes de Meiners sobre la Historia de la Formación y Desarrollo de las Altas
Escuelas. Otras obras seguirían. En 1840 se inició la era de publicaciones
conmemorativas sobre la vida individual de las universidades. Paulsen, en 1885, dio
a conocer su Historia de la enseñanza sabia en las universidades alemanas,
estableciendo, bien documentada, la relación indisoluble entre el desarrollo del
pensamiento humano y la historia de las universidades. Paulsen partió del siglo XV,
mientras la Historia de las universidades alemanas, publicada por Kauffmann en
1888, encaba con la obra de Paulsen. En 1895, Hastings Rashdall publicó en
Oxford sus tres volúmenes sobre Las universidades de Europa en la Edad Media.
Stephen d’Irsay, entre 1930 y 1935, abrevió de manera precisa y completa todo el
decurso de las universidades, desde los antecedentes escolares en la Antigüedad,
hasta tempranos decenios del siglo XX.
Aparecerán estudios sucintos pero bien fundados para poner a la orden del
día la perspectiva histórica de la institución superior del saber. Hace poco, la
Comisión Internacional para la Historia de las Universidades comenzó el estudio
de las universidades europeas. Trabajo progresivo de publicaciones bajo la
dirección de Hohn Flechter. Las universidades inglesas, siguiendo los pasos de
Lawrence Stone, indagan los rastros cuantitativos universitarios a partir del
Renacimiento, labor también de las universidades de Francia. En fin, por iniciativa
del Consejo de Rectores de Europa, CRE, hoy la European University Association
(EUA) comenzó a editar la obra en cuatro Volúmenes: A History of the University
in Europe, –east and west–, cuyo Editor General es Walter Rüegg348.
Este acopio de materiales –sólo unos cuantos aquí se apuntan– se vierte y
maneja en cátedras y seminarios especializados. Es el conocimiento de la historia
universitaria, convertido en pan espiritual y fuente de reflexiones serias para quienes
ejercen la docencia, la investigación o la administración de la cosa universitaria y del
desarrollo paralelo de la ciencia.
De modo semejante, en nuestros días se edita infinidad de ensayos y estudios
sobre la Historia de la Ciencia: esfuerzo integrado más que afín, para sacar los
corrientes programas de administración de la educación superior de algunos
límites gerenciales y de manejo superficial, cerrojo de no pocas universidades. La
administración universitaria difiere de la funcional gestion, management o ejercicio
gerencial. La universidad no es una empresa de producción. Su tarea dice con la
ciencia y la persona, así derrame sus beneficios sobre el tejido complejo de la
sociedad.
“En la historia –piensa Ignacio Sotelo– no faltan las razones para defender la
continuidad o justificar la ruptura”349. Asunto hoy debatido y atinente a la filosofía
de la historia, sin dejar de afectar la historia de las universidades. Con datos
abundantes –prosigue pensando el mencionado autor– puede insistirse en la
continuidad de la universidad europea desde sus orígenes medievales. En la
universidad inglesa es donde esta continuidad aparece más clara, como en la
ruptura.
A quienes les place pensar que la historia de la ciencia padeció sensible
fractura a partir de la Revolución Científica del siglo XVI350, les disgusta con
motivo suficiente la continuidad en el paso de la universidad medieval a la
renacentista; de ésta, al bajón universitario del siglo XVIII; al evidente
escarmenamiento de la universidad a partir de 1800, y al arribo a la universidad
masiva del siglo XX. Como si fuera un hilo devanado en elasticidad de idéntica
madeja.
Pero roto el proceso de la ciencia en el Renacimiento, persistió la línea
constante de la universidad como institución organizada. Enriquecido el flujo
sanguíneo de los contenidos curriculares y la complejidad de sus estructuras
orgánicas, la general y la académica, la universidad conserva la esencia de sus notas,
misiones y funciones, así éstas vengan apremiadas de interpretaciones y acciones
dictadas por las sucesivas alturas y signos de los tiempos. A esto alude Hastings
Rashdall cuando a fines del siglo XIX nos habló de pérdidas y ganancias habidas
en el aparato universitario, no obstante los avatares de la ciencia y los influjos
políticos, sociales y económicos sobre el alma de la universidad351.
Las genealogías universitarias traídas a cuento, aportan razones, tanto en favor
como en contra, de la continuidad institucional universitaria. No de la misma
manera se proyectaron la universidad alemana y la británica a los Estados Unidos
de América, y las renacentistas Salamanca y Alcalá al continente
hispanoamericano. Ni con idénticos efectos simultáneos se desparramaron por el
mundo los estilos universitarios decimonónicos352.
Siempre habrá apetitosos motivos de discusión en este asunto. Pero hay
hálitos de medievalismo resguardados en las universidades de hoy, sin hablarse de
identidad. Ni siquiera de ecuación, para expresarnos en términos matemáticos, si
acaso se somete al despeje de la incógnita universitaria, en los trechos de la
historia y hoy más que nunca, a la relación de términos algebraicos en juegos de
signo positivo o negativo en la concatenación universitaria.
En esta disputa, insiste Ignacio Sotelo, “me inclino a preferir la
periodización de la historia para hacerla más inteligible por medio etapas con
caracteres propios en la historia de las universidades: la universidad medieval,
que se prolonga hasta la caída del Antiguo Régimen; la universidad moderna o
universidad burguesa, y la universidad de nuestros días”353. Estas etapas
corresponden al Medioevo, a los siglos del Renacimiento y centurias
subsiguientes, a la separación de la universidad en modelos universitarios a
partir de 1800, y a la aparición de la universidad masiva, en el siglo XX, y más
después de 1945. Y con cierto paralelismo, a las grandes instancias de
ensanchamiento universitario: los siglos XII y XIII. La expansión del siglo
XIV. El incremento universitario posterior a las reformas protestante y
católica. A partir de 1850, y a la despampanante expansión, luego de la
Segunda Guerra Mundial.
Amplio es el consenso en favor de adentrarnos hoy en el estudio de la
historia de las universidades, pese a bastiones de resistencia, despectivos de tantas
enseñanzas prodigadas por la historia de la humanidad.
Conocer a fondo el desarrollo y sobresaltos de la universidad histórica, tan
unidos a la historia y la filosofía de la ciencia, es acertar en el modo de pertenencia
a la institución del saber, como investigador, profesor o estudiante. Es gobernarla y
planificarla en forma competente.
Si la universidad mundial, insensata, ha venido echándose a cuestas
funciones ajenas y abandonando otras –como la educación para lo superior en su
más acabados quilates–, ello se debe al desconocimiento histórico y filosófico de la
naturaleza universitaria. Cómo puede ignorarla quien asume el delicado oficio de
ser un scholar o maestro universitario, se pregunta Peter Brooks354.
Más acertado hubiera sido el gobierno y la planeación de las universidades de
hoy, si la lección de la historia y de la filosofía de la universidad no hubiera sido
nunca olvidada. Ella enciende en el universitario...
13. LA C O N C I E N C I A U N I V E R S I TA R I A I N D I V I D U A L . . .
Como quien dice, Gusdorf aceptaba la universidad con la ¡fe del carbonero!
“No me había venido en mientes –prosigue Gusdorf– preguntarme si
universidad significaba la corporación de maestros, la circunscripción geográfica, o
el edificio de estilo mediocre bismarkomunichois, sede la Universidad de
Strasburgo. O si la palabra universidad tenía como uno de sus epicentros de
significado la idea de la enseñanza superior”, si bien ésta no era sino una acepción
más, entre otras, y no la más evidente, pues un concepto para designar la
educación en su conjunto no soporta ser aplicado sin riesgo a sólo uno de sus
niveles, excluidos los restantes.
En mi carrera universitaria –nos narra Gusdorf–, viví otro episodio. Me hallaba en Alemania
cuando estalló la Guerra en 1940 y hube de permanecer como huésped involuntario de la
Wehrmacht triunfante, cautivo en un Oflag en Lübeck. Sólo dos caminos para la evasión: uno
reservado a los física y anímicamente dispuestos a enfrentar peligros y soportar fatigas a cambio
de un impredecible final. Otro, permanecer cautivo, entretenerme con mis propios pensamientos
y elucidar lo factible en una existencia despojada de las cotidianas ocupaciones y suspendida entre
cada momento vivido y el tiempo por venir, bajo el ojo vigilante de los centinelas. Opté por lo
segundo y me uní a la creación colectiva de la Universidad del Cautiverio, donde maestros más o
menos improvisados enseñábamos a cuantos se nos unían, latín o matemáticas, teología, derecho,
dialectos africanos o historia natural355.
Esquema 2-1
Desde antes de 1800 la expansión universitaria fue hecho planetario. Casi todos
los rincones del mundo tienen hoy universidades que por causa de los
colonialismos y por otros influjos, están vestidas, más o menos, de notas
distintivas de los modelos clásicos.
A estas universidades o modos de serlo, Pedro Ferrer Pi, español, las llama
modelos “emergentes de universidad”. Es preferible verlos al modo de estilos
universitarios no-clásicos, a los cuales el autor citado les atribuye estas notas, a
manera de común denominador: carecen de filósofos que los hayan precisado a
satisfacción, luchan por su autonomía, pero se consideran muy ligados a la
sociedad de donde emanan y a la cual desean modelar y conducir hacia un
auténtico desarrollo, anhelan máximas libertades académicas, pero están
aferrados al poder ascensional de los títulos, mermados en un proyecto definido,
están rotos en estamentos –con frecuencia sindicalizados– entrecruzados y
contradictorios379.
El autor da cabida dentro de este amplio ámbito al modo universitario
latinoamericano, al parecer gestado a comienzos del siglo XX. También al estilo
universitario de Mao Tse Tung, a las universidades del Oriente y a las nuevas
universidades africanas.
De los modelos universitarios del siglo XIX, más tenidos como clásicos: el
napoleónico –según algunos el menos expandido en el mundo–, el alemán, el
británico, el estadounidense y el soviético, se habla en capítulos específicos. Así
también del latinoamericano y del maoísta, que muchos consideran ser modelos
derivados380. Prefiero, por el momento, llamarlos de esta manera, no emergentes.
De las universidades en países asiáticos y africanos nos ocuparemos en otro lugar.
Toda ella “está presidida por el afán de comodidad, del provecho rápido, de
enriquecimiento inescrupuloso, que invade primero las esferas dirigentes y se
propaga luego hacia las clases populares”. Este mismo espíritu, penetrando en la
universidad, la transforma en un organismo de la administración, pletórico de
empleos.
Y hay algo más que la frondosidad administrativa, que interesa a los políticos;
“hasta los cargos de profesores son buscados ya no por los que saben y tienen
vocación de enseñar (aunque alguna vez ella se dé en realidad), sino simplemente,
como un medio de obtener una entrada suplementaria o un título que da prestigio
profesional y derecho a acceder a los directorios de las grandes compañías o para
subir las tarifas de honorarios”.
“Conviene destacar aquí que este descenso se produce del injertar este nuevo
espíritu en la universidad de profesionales que sigue viviendo legalmente como tal;
pero por dentro corroída y desnaturalizada al punto de que pueda decirse que su
propia finalidad ha sido sustituida”.
En la universidad profesional, a pesar de su limitación, dije que todavía era posible una labor
escolar de preparación especial, en torno a la cual se podía realizar una tarea seria de profesores
y alumnos reunidos por el común afán de impartir y adquirir algunos conocimientos. Pero al
corromperse la universidad profesional, se relega a un segundo plano la enseñanza y pasa a
ocupar el primero en la preocupación de los universitarios, la obtención del poder, es decir, el
gobierno de la universidad. El modesto objetivo intelectual de la universidad profesional, es
sustituido por un objetivo político.
Con afín y sumario criterio analítico, el filósofo francés Paul Ricoeur redujo a dos
grupos los modelos espigados en los plantíos bibliográficos. Escribe: Considerado
el funcionamiento de la universidad en todos los países, aparece que la idea de la
universidad de la libertad o liberal y la función de la universidad cuasi servicio
público constituyen los dos polos entre los cuales las universidades del mundo se
encuentran tensionadas, prescindiendo de si sus formas jurídicas (privadas u
oficiales) las aproximen a uno u otro polo386. En uno de estos dos extremos –
pensamiento de Georges Gusdorf– la pedagogía se supedita a la política, la
política se identifica con el Estado y la educación es inspeccionada por el gobierno.
Dicho con otros términos, el segundo polo aproxima tanto el gobierno a la
universidad, que universidad y Estado parecen confundirse.
Los modelos: inglés –educativo–, alemán –científico–, y americano –
progreso–, agrega Paul Ricoeur, de veras corresponden a una idea de universidad,
en especial el germano por haber sido sus filósofos quienes más pensaron la
universidad y más escribieron sobre su idea387, hasta llegar a los escritos producidos
por Karl Jaspers entre 1923 y 1961388. Todos preconcibieron o sintetizaron a la
postre el derrotero de una idea.
Síguele el modelo inglés, con el profesor de Oxford, J. H. Newman cuando en
1853 trazó The scope and nature of university education, la primera parte de su obra
The Idea of a University, publicada un decenio más tarde389.
¿Y por qué no mencionar, a propósito de Newman pero también de la idea
alemana, a nuestro Ortega con sus propósitos de la Universidad de la Cultura, que
nunca halló senderos estructurales ni siquiera en su propio medio, España390, y
explorar también el pensamiento universitario de Miguel de Unamuno?
En fin, la universidad dinámica y práctica del septentrión americano cuyos
presentidos propósitos fueron precisados por el filósofo y matemático Alfred
North Whitehead y por John Dewey, el de la educación para la democracia.
En cambio, insiste Paul Ricoeur, de la universidad napoleónica y la
universidad soviética no se puede aseverar que sean idea de una universidad. Son
una función puesta al servicio de uno y otro Estado. Así, el primero, Napoleón, al
pensar que el imperio de las armas no puede ser duradero ni tampoco universal,
echó mano de los recursos de la cultura conducida por el líder político del Estado.
Napoleón disolvió la universidad, mientras Rusia, más astuta y recursiva, le
impondrá la confesionalidad política del marxismo-leninismo, sin otra filosofía
que las leyes, de la cual confesión fue suma reductiva la Ley de 1961, regente de
los centros superiores de educación en la fenecida URSS.
Razón tienen Dréze y Debelle para referirse a las tres primeras como
universidades del espíritu y a las segundas, universidades del poder391.
Con peculiar enfoque, apenas por algunos términos verbales apartado de
Vocos, de Ricoeur y de los ya mencionados investigadores belgas, el peruano Felipe
Mac Gregor afirma: la degradación de la institución universitaria procede de haber
ella permitido utilizarla como “taller” o “centro de transformación social”. La
universidad dejó en el olvido que por su naturaleza está llamada a ser “símbolo”
significativo de una idea.
Símbolo, evidencia o nota de la primigenia universidad medieval fue la
corporación científica de maestros y estudiantes aglutinados en torno a una idea
de universidad en gestación que, aun sin abarcar la totalidad del saber, atrajo
también por ser garantía de prestancia y poder social.
Hoy puede ocurrir, y de hecho acontece, que vacuos de idea, los símbolos
subsistan. Entonces la universidad peligra porque privada de su esencia y fines
propios, deja de pertenecerse y se convierte en instrumento de cualquier artesano
que, valga el ejemplo, lo use a su capricho y amaño. Es la universidad que “tiene
dueño”. La universidad-taller, como la moteja el autor citado, quien agrega: las
instituciones de los Estados socialistas, llamadas del pueblo, de hecho fueron del
partido político dominante que las hace creer y vanamente ufanarse de ser centro
de transformación social revolucionaria, afecta a la denuncia demagógica, no al
saber, según nos lo demuestran las universidades chinas sometidas al dictado de la
revolución cultural maoísta de los años sesenta. En Francia la universidad vive, a
nivel de Estado-nación, la primera experiencia de la universidad-taller. El Estado
napoleónico absorbió a la universidad subordinándola y señalándole tareas, como
el propietario al instrumento.
Si la universidad rehuye ser taller o símbolo vacío, florece en vigor para
orientarse con libertad hacia un ideal: la “universidad-idea”. Tales son la alemana
erigida por Humboldt sobre el ideal del “espíritu científico”, rescatada por Jaspers
en la primera mitad del siglo XX, del atropello nazista hitleriano; la idea de la
universidad concebida por J.H. Newman en Inglaterra, tan cercana a la idea de
Humboldt y enaltecida por el explícito propósito de la educación liberal para
formar al hombre, y la norteamericana que Mac Gregor lee en Clark Kerr, antes
de concluir con la advertencia de dos grandes escollos para la universidad-idea.
Uno es la intervención estatal cuando favorece determinadas orientaciones de
ropaganda política, por ejemplo, o si pretende intervenir en el contenido de la
enseñanza. Otro escollo se alza ante la universidad-idea en el seno –¿cosa
extraña?– de la sociedad democrática; cuantas veces ésta pretende que el régimen
universitario se ciña a los mismos procedimientos de la democracia política
representativa, o si se acepta que la mayoría, decisiva en la elección y orientación
de un gobierno deba determinar, en toda situación, el pensamiento universitario
¿qué sería de la función crítica universitaria?
En Latinoamérica, concluye Mac Gregor, coexisten universidades-taller,
universidades (mero) símbolo, y universidades-idea.
Complemento los criterios filosóficos, jurídicos e históricos de clasificación de
los modos universitarios, aludiendo a la tendencia, en algunos, de ser habitual
objeto de la legislación, incluida, como en las universidades latinoamericanas, el
uso de pretender que la autonomía universitaria sea reconocida y consagrada en la
Constitución, lo cual en cierto modo es innecesario y fútil, porque es tanto como
pensar que el poder del saber –el Studium de la sabiduría universitaria medieval–
deba supeditarse al poder del Imperium o poder político. Es atribuir a los
reconocimientos oficiales la primacía del saber superior392.
CONCLUSIÓN
1. EL SIGLO XX
Desde el último tercio del siglo XIX, el mundo, bajo el liderazgo de Europa,
empezó a manifestar las notas características de la centuria subsiguiente.
Revolución tecnológica también reconocida como segunda Revolución Industrial, a
cien años de iniciada la primera. Revolución del acero y la electricidad. De la
química, la ciencia del siglo XX y de las máquinas-herramientas. De los
transportes ferroviarios y el automóvil. De los medios de la comunicación. De la
cirugía y la medicina. Del manejo y dominio de las epidemias.
Crecimiento económico de algunos países y el subsiguiente expansionismo
colonialista. Crecían las ciudades. Migraban hacia ellas las masas humanas y se
agigantaron los servicios públicos. Con su gracia y salero, Ortega y Gasset describe
las situaciones: “Las ciudades están llenas de gente. Las casas, llenas de inquilinos.
Los hoteles, llenos de huéspedes. Los trenes, llenos de viajeros. Los cafés, llenos
de consumidores. Los paseos, llenos de transeúntes. Las salas de médicos
famosos, llenas de enfermos. Los espectáculos, como no sean muy
extemporáneos, llenos de espectadores. Las playas, llenas de bañistas. Lo que
antes no solía ser problema, empieza a serlo de continuo: encontrar sitio”394.
Llenas estarán las universidades.
La aparición de masas como clave de la vida política, social y económica trajo
consigo transformaciones irreversibles. Ensanchamiento de los electorados,
incluido el voto femenino. Intervencionismo estatal. Problemas y cuestiones
sociales. Tendencias asociativas para amalgamar intereses defensivos en
organizaciones sindicales. Paros, protestas masivas.
Noticia diaria en los periódicos abaratados y servidos con el desayuno
doméstico. Publicidad. Crecen los mercados con sus abarrotes expuestos a la vista y
a la mano en edificaciones de varias plantas como torres sugestivas de la economía
de consumo.
Citando de nuevo a Ortega, “el siglo XIX fue esencialmente revolucionario”
y “colocó al hombre medio en condiciones de vida radicalmente opuestas a las que
siempre le habían rodeado”. “Tres principios han hecho posible este mundo
diferente: la democracia liberal, la experimentación científica y el industrialismo”.
Pero ninguno se mantendrá igual tras su ingreso al siglo XX. Fortalecidos y
apasionados los nacionalismos, el siglo llegó con el bagaje bélico de 1914.
Las grandes naciones justaron en el conflicto de la Primera Guerra Mundial.
Qué responsabilidades tuvieron en ella la educación y la universidad. Un año
después de terminado este primer enfrentamiento, Randolph Bourne escribió:
La guerra ha puesto de manifiesto una inteligencia más joven, formada en la educación
pragmática y capaz de dirigir los acontecimientos, pero no preparada para interpretarlos y
señalarles sus fines. Han absorbido el secreto del método científico aplicado a la administración
política. Son liberales, ilustrados, conscientes. Están dotados de inteligencia creadora para la
solución de los problemas políticos e industriales. Son fuerza nueva, en la vida americana, del
giro de los centros de enseñanza: de una formación amante de los estudios clásicos, mientras
otra era afecta a lo político y económico. Todos esto elementos, podría decirse, se alinean al
servicio de la técnica guerrera. Como si entre la guerra y estos hombres existiera especial
afinidad. Como si se estuvieran aguardando mutuamente. Pero más significativo es cuánto les
atrae el aspecto técnico de la guerra, no su aspecto político o su interpretación. La formulación
de valores e ideales y las reflexiones articuladas y sugestivas no van, en medida alguna, de la
mano de su competencia técnica. Los discípulos (de Dewey) han aprendido demasiado al pie de
la letra la actitud instrumental hacia la vida y pese a ser inteligentes y enérgicos, se están
convirtiendo en instrumentos eficientes de la técnica guerrera, aceptando, con escasa reflexión,
sus fines tal como se enuncian desde arriba395.
Diagrama-1
2. Quizás le sea útil para este ejercicio de reflexión, acodar el pensamiento sobre otra
figura geométrica como la elipse. Seleccione entonces tres de las antedichas
categorías y escríbalas en los rectángulos del Diagrama 2, como focos de la
figura, y como punto de la curva descrita.
Diagrama-2
Diagrama-3
4. El triángulo equilátero es figura ideal para equilibrar tres categorías. Escoja,
pues, las tres que más vengan al caso, y escríbalas en los tres rectángulos del
Diagrama 4. Y ahora, a partir de los signos de interrogación, ponga los
diferentes modelos universitarios –no se olvide de la Edad Media ni del
Renacimiento– entre dos de las tres categorías por usted escogidas.
Diagrama-4
5. ¿Gusta usted de la geometría analítica? En los cuadrantes cartesianos escriba
una de las antedichas categorías, y trace líneas, círculos, elipses, parábolas o
hipérbolas, y tendrá geométricamente dibujado u algebraicamente expresado
su modelo de universidad. Diagrama 5.
Diagrama-5
6. Quizás sea usted amigo de los perfiles psicométricos. Utilice entonces el
Diagrama 6, y en la escala de 0 a 10 alargue trazos de bolígrafo hasta la
cuantificación que guste, partiendo de cada categoría. Una los puntos
terminales y tendrá usted los perfiles de los modelos universitarios, o de su
preferencia.
Diagrama-6
Estos juegos geométricos y verbales pueden ser útiles para divertir: divertimento
intelectual. Instancias al pensamiento para el esfuerzo de síntesis. De la síntesis
que, para Foustel de Coulanges, es el instante de equilibrio con luengas horas de
estudio y reflexión.
Si los acodos geométricos le estorban, ignórelos. Si los términos escogidos
para identificar las categorías lo ofuscan, prescinda de ellos. Acuñe otros útiles
para discurrir. Pero no eluda la responsabilidad universitaria de pensar, juzgar,
sintetizar y escribir. “Pensar es –poetizó Baudelaire– pensar lo no pensado”.
Esta Conclusión es un simple juego, quizá tonto, para repetirlo, si le place,
cuando haya conocido y estudiado los subsiguientes ensayos sobre los varios
modos de ser universitario, mejor que modelos402.
Capítulo 3
LA EDUCACIÓN Y L A
UNIVERSIDAD ALEMANAS
INTRODUCCIÓN
Friedrich Paulsen encierra este período entre los años 1500 y 1650. Las
denominaciones teológicas particulares, aliadas con intereses territoriales,
originaron nuevas instituciones educativas y universitarias, carentes ya del añejo
carácter internacional. No hubo territorio de considerable tamaño ni ciudad
oronda de serlo, que no anhelara fortalecer su propia tradición religiosa, eclesiástica
y política con la universidad diseñada para formar ministros del culto y
funcionarios para el Estado. La Iglesia Católica propició el nacimiento de
universidades confesionales en armonía con su doctrina universal. Ambas
tendencias religiosas, la protestante y la católica, crearon los Gymnasien o
gimnasios académicos y escuelas para el cuidado de la educación elemental y
secundaria406.
Hacia fines del siglo XVII, como en otros países, estaba menguado el prestigio de
las universidades alemanas. “Más que cultivar los ingenios, ellas se levantan para
oprimirlos”, escribió el filósofo holandés, Baruch de Spinoza (1632-1677) en su
Tratado Político426. Centros de cultivos cortesanos de la mente, carecían de
impacto en el orden científico. Leibniz (1646-1716) y el polígrafo germano
Lessing (1729-1781) rehuirían enseñar en las universidades. Vestidas de
descrédito hicieron su travesía a lo largo del siglo XVIII, testigo, desde sus
últimos decenios, del fallecimiento de algunas de las cuarenta y dos universidades
de habla germana. Las supérstites apenas si eran instituciones académicas
vocacionales427.
Pero la historia, oportuna, sabe ir al rescate de sus instituciones. Según
parece, los influjos del Renacimiento, la Ilustración y el enciclopedismo, y la
alternativa planteada por las academias entre investigación y docencia y aun el
interés de los Estados alemanes por enlucirse de un prestigio universitario no
exento de control despótico, acordaron cita para fomentar las instituciones,
renovadas o nuevas, antes de las fechas fijadas de la Revolución Industrial –1770
o, según otros, 1789– y de la universidad moderna428.
Tales instituciones del saber fueron Halle, Gotinga y Erlangen. La
tercera, fruto de haberse transformado en universidad, en 1743, un
establecimiento educativo de 1699. Las otras dos merecen ahora nuestra
atención.
La Universidad de Halle
La Universidad de Gotinga
Era Gotinga una pequeña villa provista de un Gymnasium y de acervos
bibliográficos acunados en la textura urbana carente de todo influjo y
preponderancia económica y comercial. La institución fue la Universidad de
Gotinga, fundada por el barón G.A. de Münchausen (1688-1770).
Vino a mientes de este filántropo de la casa de Hannover crear una
universidad modelo –piloto, se dice hoy–, rica en bienes y profesores traídos de
todas partes. Esta institución se requería para impulsar el orden económico de
todo el país. El barón lo hizo todo o casi todo para Gotinga, al igual que Jefferson
para la Universidad de Virginia.
Ante el dilema de la investigación y la docencia libres, reclamadas por las
academias y sociedades sabias, el barón echó por la calle del medio. En una
institución de educación superior, pensó, no pueden faltar la investigación y la
docencia, pero unidas. Ambas se inspiran de consuno433.
Ya se dijo. Al nacer el ímpetu investigativo universitario derivado de la
Revolución Científica, un principio bandera pudo haber sido la investigación a
propósito de la docencia, toda vez que las universidades, desde antaño,
acentuaban lo segundo. Hoy, cuando más se urge la función de investigar, suele ser
de buen recibo alguna formula afín, pero dispuesta al contrario: la universidad
enseña a propósito de su talante investigativo. El barón hubiera suscrito la fórmula
conciliatoria: investigación y docencia o docencia e investigación, son propósitos
mutuos.
Mucho se ha pensado y escrito sobre el dilema ficticio o real entre la
investigación y la docencia en la universidad, preocupación constante de los
alemanes desde el siglo XIX. El barón de Münchausen buscó y halló soluciones a
la diatriba, también alojada en las academias o sociedades sabias. Optó por no
distinguir entre maestro e investigador a la manera como Max Weber y otros lo
harán, sino entre diferentes formas de ejercicios académicos. En Gotinga, unas
serán las lecciones públicas, gratuitas, abiertas como medios ordinarios de la
enseñanza universitaria, y otras las privatissima o lecciones privadas, en casa del
maestro, si fuera del caso, para conferir y difundir los avances investigativos.
A primera vista, la estructura académica de Gotinga era convencional: cuatro
facultades. En los currículos y en el espíritu de la administración académica, se
buscaba la novedad.
En la facultad de teología el fundador quiso entera tolerancia. Una suerte de
libre examen al amparo de la facultad y disputas por entonces entretenidas entre
los teólogos de Halle y de algunas otras universidades. Reconocidos teólogos
fueron contratados a la redonda. Se les exigió reponer la filosofía en el currículo de
la teología, unión escolástica rota desde la Reforma. En el currículo de teología
habría dogmática, moral e historia eclesiástica, derecho eclesiástico, lenguas
orientales para la exégesis y ejercicios prácticos preparatorios para las acciones del
culto y la pastoral ministerial. Un profesor de filosofía, proveniente de esta
facultad, se previó también como profesor de teología.
Otros deberes fueron señalados a los teólogos para conducir los oficios
litúrgicos en la universidad, ministerios hoy incluidos en los conceptos de campus
ministry.
El currículo de la facultad de derecho fue de veras innovador. Fuentes
respetables habían sido el derecho romano y los orígenes jurídicos del mundo
bizantino. El barón, lejos de impedirles el acceso, las complementó con aspectos
locales sordos a la idiosincrasia nacional. Introdujo entonces el derecho penal y el
derecho público germanos, el derecho feudal, los procedimientos jurídicos
imperiales, la historia de las instituciones y el ejercicio de la elocuencia. Dio
también la importancia al derecho de gentes o derecho natural, apoyado en las
tesis de Grotius, Pufendorf, Hobbes y omasius.
La Facultas Philosophica ofrecería amplio espectro de cursos, varios dictados
por profesores de la facultad de teología a fin de restablecer los nexos entre ambas
disciplinas y estimular en el teólogo los intereses por la metafísica. Después,
historia antigua, moderna y nacional, biográfica y bibliográfica, y toda suerte de
ciencias auxiliares del historiador, la paleontología, por ejemplo. Además,
matemáticas y astronomía, historia natural, arquitectura y lenguas modernas:
francés e italiano. Y algo nunca ni hoy pensado en plena época de turismo masivo:
cursos prácticos para viajes de estudio.
El currículo de medicina consistió en anatomía, botánica, química y
medicina teórica y práctica quirúrgica. Profesores connotados daban, a manera de
especialización, cursos de materia médica, obstetricia, dietética, fisiología y
patología generales, bibliografía médica, oftalmológica e historia de la medicina.
En Gotinga, a diferencia de Halle, el estudio de los clásicos mereció atención
acuciosa con J. M. Gesner y Chr. G. Heyne a la cabeza, quienes adherían a los
métodos del neo-humanismo.
La Universidad de Gotinga fue provista de apoyos académicos e
investigativos. La facultad de filosofía dispuso de observatorio astronómico y
colección de instrumentos de física. La de teología, de orfelinato. Y la de
medicina, de salas de disección, colecciones anatómicas, anfiteatro para cátedras
de morfología, jardín botánico, hospital y farmacia. Y para toda la universidad, la
biblioteca con sus sesenta mil volúmenes y cien mil documentos atesorados a la
altura de 1765.
Enemigo de la especialización ahocinada y limitante, el barón ordenó que
con investigaciones y docencia se enseñara la profesión como desprendida del
telón de fondo universal de los conocimientos.
Para atraer a profesores distinguidos hubo un estatuto rico en privilegios,
propicios a despertar prevenciones en otras universidades. Se fundaba en la
libertad de enseñanza, concepto un poco vago y condicionado en esas épocas. El
estatuto, garante de sueldo de retiro, seguros, exenciones de impuestos y de
vivienda, prescribía riguroso escalafón profesoral. A los maestros se les vetaba
toda intervención en política. Pero siendo muchos de ellos funcionarios del
Estado, les fue exigido el juramento de lealtad a las autoridades públicas. Idéntica
norma rigió para los profesores extranjeros. Este uso se hizo duradero en la
universidad alemana.
Los estudiantes merecen apuntación aparte. Con el propósito de atraerlos de
la aristocracia, la Universidad les ofrecía cursos y entrenamiento en esgrima y toda
clase de prácticas ecuestres. Los desprovistos de recursos gozaron de préstamos y
residencia. Jurisdicción especial los protegió al estilo de las instituciones
medievales. Los derechos de matrícula fueron diferenciales de acuerdo con el rango
social.
Nacida la Universidad de Gotinga en épocas del despotismo ilustrado,
dependía toda entera de funcionarios algo contrarios a la actividad científica. Y a
pesar de las altas consignas de investigación libre y de los privilegios de la
institución desde su cuna, pesaba sobre ella el requisito utilitarista del saber.
La fundación de Gotinga está fijada en 1737. Si bien las actividades
académicas se iniciaron con el Emperador como rector honorario, la regían un jefe
efectivo en las facultades llamado el Prorrector y el Cuerpo de Curadores
intermediario entre la universidad y el gobierno, con funciones para el
nombramiento de profesores434.
Reitero: la Universidad de Gotinga fue, en sus comienzos, un claro símbolo
institucional de no pocas tendencias surgidas del Renacimiento y en las dos
centurias subsiguientes. Fue punto de referencia obligada para quienes
concibieron la universidad alemana del siglo XIX. Su renombre atrajo afluencia
de estudiantes y maestros norteamericanos –Jefferson uno de ellos –435 quienes
en el mismo siglo viajaban a Alemania en búsqueda, a su juicio, del más genuino
sentido universitario. Las inspiraciones científicas recogidas en Gotinga burilarán
la concepción estadounidense de universidad en el siglo mencionado436.
Así, Erlangen, Gotinga y Halle, con profesores –porque allá como siempre el
maestro de profesión y vida suele causar las hondas conmociones que el rector de
turno no consigue–, cada una a su modo, fueron los más apetecidos baluartes de la
libertad de pensamiento. Sin este trío, difícil sería entender el auge universitario de
Alemania en el siglo XIX.
Halle recortó distancias entre el Estado prusiano y el mundo sabio, y fue rival
audaz de las conservadoras Wittemberg y Leipzig, asidas, en la vecina Sajonia, a la
ortodoxia luterana. Dizque peligroso era matricularse en Halle. Corrió de boca en
boca el dicho: “¿Halam tendis? ¡aut pietista aut atheista reversurus!” “¿Vas a
matricularte en Halle? Te veremos regresar pietista o ateo!”
Paulsen sintetiza el influjo de Gotinga y Halle en la universidad alemana,
destacándoles el espíritu moderno de amor por la filosofía, considerada hasta
entonces como la “facultad inferior”, y por las ciencias. Ya hemos recordado la
reacción de Kant contra tan paradójica categoría437. Reinó el principio de la
libertad de enseñanza e investigación, y los gobiernos de los Estados alemanes
lo reconocieron como ley fundamental en la institución universitaria: el poder
del saber, base de la autonomía. La lengua alemana fue el recurso de la
comunicación académica y científica, mantenido el latín para algunas lectiones
de teología. El estudio de los clásicos dejó de tener por meta la producción
literaria original. La literatura neo-latina cejó en sus empeños. Con todo, el
neo-humanismo mantuvo incólume la añoranza clásica, pero como tema de
estudio y condimento cultural del ser humano. El nombre de Halle y Gotinga
se hizo sentir en las universidades adictas al confesionalismo católico.
En fin, si en Francia la Revolución optó por destruir sus universidades, en
proceso de deterioro desde fines del siglo XVII, y si en Inglaterra las tradicionales
Oxford y Cambridge eran tenidas como obsoletas y útiles a lo más para prolongar
un tanto la formación escolar de los jóvenes, las universidades alemanas sacaban la
cara por la institución histórica438.
La renovación de los métodos pedagógicos universitarios debe su origen a
Halle y Gotinga. A este tema dedicaremos un aparte especial439.
Con tal criterio se emitieron regulaciones, en julio de 1810, sobre el examen pro
facultate docendi o de capacidad docente. Si antes la nominación de profesores para
la secundaria venía siendo función eclesial y favorable a los eclesiásticos, ahora sería
por concurso abierto. El examen se empezó a practicar ante las Delegaciones
Educativas: Wissenschafliche Deputationen creadas para tal propósito en las
universidades que le restaban al Estado prusiano: Berlín, Breslau, Königsberg. El
mencionado examen pro facultate docendi era comprehensivo de cuanto en el
Gymnasium se enseñaba: lenguas y ciencias, matemáticas e historia, con
posibilidad para que el candidato demostrara su especial condición didáctica en la
materia de sus cualidades y calidades. Sobre quienes comprobaran conocimientos,
sabiduría y pericia, recaían los nombramientos, y se los agrupaba bajo un vigoroso
espíritu de corporación.
Los ajustes curriculares de los Gymnasia dependían de Suvern, asistido por
expertos. Trabajaron con reserva durante los años de las guerras de independencia,
para eludir la intromisión de mentes extrañas en el desarrollo libre del pensamiento
planificador. Apagados los fuegos bélicos, se anunció el currículo de cuatro
asignaturas fundamentales: latín, griego, alemán y matemáticas. Exceptuada la
lengua helena que se iniciaba a partir del cuarto año, las tres restantes asignaturas
exigirían diez años de estudio. Complementarán el florilegio curricular la historia y
la geografía, la instrucción religiosa y las ciencias naturales. En el fondo, el
currículo de los Gymnasia comprendía las artes de la palabra cultivada en las
fuentes y lenguas de la Antigüedad clásica y las artes de la realidad, abastecidas por
las matemáticas, las ciencias naturales, la historia y la instrucción religiosa. La
filosofía era el ligamen de unión, por no concebirla a la manera de disciplina
acompañante448. El estudio de los clásicos en el currículo de los Gymnasia estuvo
inspirado en el neo-humanismo. Allende el dominio gramatical y estilístico de las
lenguas antiguas, se buscaba el dominio estudiantil de los fundamentos vitales de la
estética y la formación literaria y moral.
La metodología pedagógica no se redujo al aula. Al estudiantado se le
insinuó el estudio individual en casa con el fin de mejor disponerlo a la tarea
concentrada, creativa y original en los Gymnasia.
De 1813 datan las nuevas formas del examen final de los Gymnasia,
modificantes del Abitur, vigente desde 1788. Se exigió el dominio del griego,
comprobado en traducciones del alemán. La maestría en la lengua latina debió
demostrarse viva voce, como en general sería el examen de las restantes disciplinas
del currículo. El Abitur dio derecho al ingreso universitario, pero a partir de 1834
las altas escuelas establecieron un nuevo examen de acceso más estricto.
4. ¿Y DE LA FILOSOFÍA, QUÉ?
5. LA E D U C A C I Ó N E L E M E N TA L O P R I M A R I A
La historia de la educación elemental en Alemania puede reducirse a los siguientes
períodos. En la era de su fundación, dependió de la Iglesia hasta 1648, término de
la guerra civil y religiosa de los Treinta Años. A partir de entonces, el Estado la
tomó a su cuidado (1648-1800).
Desde 1800 la educación primaria reveló más y más los influjos de la
Ilustración, bajo el pensamiento pedagógico del educador suizo Pestalozzi (1746-
1827), de las ideas de la Revolución Francesa y del pensamiento del filósofo Fichte.
En los primeros años del siglo XIX nacieron las instituciones y procedimientos
para la formación de profesores de primaria, y durante la centuria se dejó venir la
serie de modificaciones curriculares inspiradas por Suvern en 1817, por Federico
Guillermo III y el ministro Altenstein, por las teorías educativas de Herbart
(1776-1841) y por Federico Guillermo IV. Entre 1870 y 1900, años de Bismarck,
la primaria y la formación de los maestros constituyeron motivo de nuevos
intereses gubernamentales. Hacia el tránsito al siglo XX cobró vigor la
Mittelschule, escuela intermedia o de grados y calidades superiores de la primaria,
tendiente a descargar los niveles inferiores de los Gymnasia y a diversificar las
orientaciones del nivel elemental453.
6. VISIÓN R E T R O S P E C T I VA
Quedan señalados los surcos del pensamiento universitario alemán, labrados sobre el
tránsito secular del XVIII al XIX. Pero antes se erguía la figura de Immanuel Kant.
Tomada nota de la tradicional jerarquización universitaria de las facultades, el maestro
de Königsberg les trastocó el orden. Principales venían siendo las de teología,
derecho y medicina y, secundaria, la de filosofía. Las dos primeras enseñan lo que
interesa al gobierno y ofrecen los conocimientos de inmediato interés público: la
protección de la hacienda por el derecho, y la salvación del cuerpo y la salud por la
medicina. Mas si la Facultas Philosophica se entiende con las ciencias puras,
aplicables si elaboradas con altura y profundidad493, ella debe ser la principal. Kant
y el idealismo germano pensaron que por encima del oficio y la profesión, debía estar
la Facultad de Filosofía por su dedicación al saber histórico: historia, geografía,
lenguas, y por los conocimientos racionales: matemáticas, filosofía pura, metafísica
de la naturaleza y de las costumbres494. La Facultas Philosophica es la esencia de la
universidad, no la profesión.
Kant rotuló el rumbo de los futuros pensadores. Allá Napoleón, pensarán,
cuando mutilando tradiciones universitarias, al liceo le adjudicó la filosofía,
reduciéndola a una insubstancial asignatura, y a las academias les adjudicó la
investigación. En cambio, Alemania hizo del pensar filosófico eje y giro de la vida
universitaria, impulsora del vuelo centrífugo de la investigación creativa.
Si el Estado y el gobierno lo desean, intervengan las profesiones de oficio
inmediato, que manejan las cosas y los objetos. Pero nada con la Facultas
Philosophica, factriz de ideas, “en absoluto independientes de las órdenes del
gobierno, para el goce de la libertad dedicada al interés científico, vale decir, a la
verdad”495.
Kant previó el podio de la universidad de su nación en el siglo que apenas
verían sus ojos casi ancianos. Universidad levantada con acierto por sus seguidores
sobre la unidad del saber y las libertades académicas, sustentos de la autonomía.
La universidad alemana, al retener la Facultas Philosophica unida, en épocas bien
difíciles les retuvo el nexo universitario a las facultades profesionales de derecho,
medicina y teología. Fiel a la tradición universitaria medieval, la perfeccionó,
vigorizándole de paso su cohesión institucional.
Friedrich Paulsen, quien escribe en el primer decenio del siglo XX, resumió la
apoteosis de la universidad alemana: La Facultas Philosophica miraba los tiempos
en que hasta el XVIII dominó la visión convergente y armónica greco-aristotélica
de los conocimientos. Superado el rechazo temporal a esta síntesis unitaria, con
fundamento en Kant la filosofía recuperó su solio cimero y la universidad, su
contextura holística: unidad del saber por la adhesión al reducto filosófico de las
ciencias: las físico-matemáticas y las histórico-filosóficas que incluyen todos los
vectores de búsqueda y hallazgo. Las otras facultades históricas de teología,
derecho y medicina, imprescindibles del concepto de universidad porque por su
orden se aproximan al necesario conocimiento de Dios, la justicia y el
microcosmos que es el hombre, y son renuevos fecundados en la savia filosófica.
Tres serían las funciones de la Facultas Philosophica: la investigación científica,
conducir el trayecto propedéutico para los estudiantes de las tres restantes
facultades y la formación científico-profesional de los grandes maestros496.
La historia de las universidades no presenta ejemplo similar a tan vigoroso
abrazo filosófico y académico. Mientras el enciclopedismo francés y la Ilustración
inglesa habían pelechado por fuera de las universidades, la Universidad de
Gotinga desde su fundación en 1737497, Halle desde su renacimiento en 1740 y
Königsberg en los tiempos de Kant, descollaban y promovían el auge de la
universidad alemana498, satisfecha de redefinir y abrirle cauces auténticos a la
investigación.
En su largo reinado, la filosofía escolástica tuvo por objeto dilucidar el dogma,
deducir sus consecuencias y demostrar su validez. Pero a partir del nuevo
movimiento, filosofar consistió en someter todas las creencias y las condiciones del
conocimiento a una estricta verificación por parte del raciocinio humano. La
investigación intelectual significó permanente actitud crítica. Con el idealismo
alemán, investigar fue un acto creativo. En términos de Fichte, fue encontrar el
contenido de la realidad a través del intelecto actuante. Apoteosis de la mente
científica que compensó a la inteligencia germana por las derrotas bélicas. Esto
implica por qué el idealismo alemán se propuso ascender a las realidades
suprasensoriales, allende el telón de las apariencias percibidas por los sentidos, y
oponerse al materialismo de la filosofía francesa.
El idealismo, en el fondo implicaba anhelos de religión profunda, y el filosófico
de la verdad coincidió en ellos con la búsqueda natural de la garantía religiosa.
Podría decirse que cada escuela de idealismo fue al mismo tiempo Iglesia militante
cuyo credo filosófico hubiese sido revelado al fundador. Para estos filósofos
académicos, ir en pos de la verdad fue, a diferencia de una rutina universitaria, la
impelente vocación al descubrimiento de necesidades trascendentales, verdadero
requisito de salvación499.
4. LA C I E N C I A E X P E R I M E N TA L
5. INSTITUTIONES Y F U N C I Ó N I N V E S T I G A T I VA D E L A
UNIVERSIDAD ALEMANA
9 . D I V E R S I F I C A C I Ó N D E L S I S T E M A E D U C AT I V O
SUPERIOR EN ALEMANIA. EL SISTEMA
POSTSECUNDARIO
Así escribía Ferdinand Redtenbacher en 1858, quien también afirmó “haber tenido
mayor éxito en la aplicación de estos principios con los niños y jóvenes de las clases
bajas. En el Instituto Industrial los mejores alumnos son, con frecuencia, quienes
sólo han tenido instrucción escolar deficiente, nunca adormecidos por largos y
tediosos cursos en una escuela industrial de avanzada. (...)” En las expresiones de
Redtenbacher parece leerse la crítica a algunos institutos industriales en exceso
sofisticados o “universidades burguesas”; por supuesto, a las universidades mismas y,
quizás también, a la pedagogía humanista cuya meta fuera la cultura general.
Sin embargo, ha de recordarse cómo Wilhelm von Humboldt, decidido
pregonero de la educación neo-humanista, estuvo lejos de soslayar las escuelas
industriales. En todo caso, fue patente en Alemania la lucha entre las Real-Schulen o
establecimientos secundarios de orientación técnica formal, las Escuelas Técnicas
superiores, las universidades y los principios de Redtenbacher, tan adicto a la
formación no-formal e informal del técnico, que aun con los gremios de artesanos
hubo de habérselas en defensa de sus innovaciones, para las cuales solicitó todo el
apoyo del Estado534.
A todas éstas, y para entender este duelo ideológico en torno a la ciencia y
sus aplicaciones y a la formación general, debe recordarse la concepción orgánica
de la universidad alemana: el núcleo de la Facultas Philosophica y los renuevos
centrífugos de las tres profesiones tradicionales: teología, derecho y medicina535.
En el siglo XIX alemán –quedó dicho–, a las tres profesiones sabias –
learned vocations reza la traducción inglesa de Paulsen–, se unieron otras nacidas
de las exigencias sociales e industriales536. Fueron las ingenierías y la arquitectura,
y las profesiones desprendidas de la química y la biología, los estudios forestales,
la minería y la geología.
Un dilema surgió: ¿Podrán acaso estos estudios armonizar con la contextura
rotunda de la universidad? Esta tenía la apariencia de una acabada escultura reacia
a soportar adiciones al modo de las profesiones técnicas por naturaleza.
A diferencia del sistema estadounidense de universidad537, la solución
alemana decidió mantenerlas por fuera del recinto universitario. Serían estudios
superiores, pero ofrecidos por otro tipo institucional, las Hochschulen, especie
aparte del nivel superior y en casos, postsecundarios, pese a que ya desde 1777 el
alemán J. Beckmann en su Guía de la Tecnología la pensaba “ser la ciencia que
enseña el tratamiento de los productos naturales o la conciencia de los oficios, (...)
por suministrar la instrucción profunda y sistemática que permita encontrar, a
partir de principios verdaderos, el fin buscado. (...)”538.
Estas escuelas técnicas, desde su natal desarrollo, buscaron aproximarse a la
organización y los procedimientos pedagógicos universitarios, y aun a la estructura
titular de los doctorados en ingeniería. Pero tratándose de distintos panoramas
académicos, el pretendido acercamiento suscitó no pocos disgustos539.
¿Por qué la escisión? ¿Qué motivos prosperaron para no adicionar las
profesiones técnicas al núcleo universitario? Este hubiera podido recibirlas con
otro nombre, si no con el consagrado de facultades. Después de todo, las tres
profesiones dichas sabias, prácticas sin lugar a dudas, eran desempeños sociales y
laborales. Por su parte, las profesiones técnicas de reciente aparición, las
ingenierías y demás, por ser intelectuales estaban llamadas a recoger fundamentos
teóricos ofrecidos por la Facultas Philosophica. Así como la teología, la
jurisprudencia y la medicina se desprenden de las disciplinas histórico-filosóficas,
también las físico-matemáticas cumplen idéntica función para con las llamadas
profesiones técnicas.
Pese a estas o similares reflexiones, en favor de las tres profesiones sabias
militaban razones de orden histórico y social para merecer alojamiento universitario,
porque la estructura universitaria medieval no se desprendió de clasificación alguna
de las ciencias ni de la naturaleza propia de las profesiones. El linaje, el prestigio, el
renombre de las profesiones sabias no permitían verlas fuera del ámbito histórico de
la universidad, prestancia ausente de las advenedizas vocaciones técnicas, en esos
tiempos valoradas en menor altura. Visión social puritana, pero mitigada al paso
que la civilización moderna cambió por otros los paradigmas socioeconómicos del
trabajo, y lo útil y lo productivo medraron en razón del fortalecimiento social,
económico y político de los Estados modernos.
Fue la dura lucha, en Europa, causada por el forzado ingreso de las
instituciones tecnológicas al sagrado recinto de las universidades. Aquéllas eran
huéspedes extraños y de diverso nombre: las ingenierías, por su orden de ingreso
la civil, la militar, la minera y la industrial, no admisibles a pesar del linaje semántico
de la palabra, procedente del ingenium latino540.
La marcha del tiempo contribuyó a revisar los nexos históricos e
institucionales entre las escuelas técnicas de recién adquirido prestigio y las Real-
Schulen del siglo XVIII541.
Se explica así el origen del sistema alemán de educación superior o
postsecundario, según el Abitur fuera exigido a quienes ingresaban a la institución
de su preferencia. La situación actual del sistema postsecundario germano es
asunto tratado en otro capítulo. A él se llegó tras el uso en Alemania, desde el
siglo XIX, de variadas modalidades educativas, hoy acogidas bajo el concepto de
educación no-formal542.
Segunda parte
L A U N I V E R S I DA D D E B E R L Í N
2. UNIDAD INSTITUCIONAL
3. LA P U E S TA E N M A R C H A
4 . L O S S E M I N A R I O S I N V E S T I G AT I V O S EN LA
UNIVERSIDAD DE BERLÍN
1 . E L E S TA D O PRUSIANO, HUMBOLDT Y LA
UNIVERSIDAD
3. EN LA UNIVERSIDAD DE BERLÍN
Los incidentes estudiantiles traían prenuncios desde 1819. Pero en buena hora la
Universidad de Berlín había envergado contrafoques a los vientos intervencionistas
del Estado, valida de sus convicciones de libertad académica. El influjo de la
universidad, aunque batallada e inspeccionada por doquier, penetró poco a poco
soliviando los deseos de libertad. Fue la gran batalla de las universidades alemanas
por su autonomía académica en la primera mitad del siglo XIX. Lucha poco a
poco convertida en victoria a la muerte del emperador Federico Guillermo III, en
1840, y con la caída de su ministro Altenstein.
De no haber sido por Berlín, manifestación clara del auténtico estilo de
universidad, el espíritu antirrevolucionario y represivo expandido desde Prusia
por toda la confederación de los Estados alemanes, hubiera dado al traste con la
libertad de expresión, publicación y cátedra. Ni se hubiera originado entonces la
libertad de investigación y acceso a sus fuentes, libertad, señalada por Fichte como
prioritaria. En esos principios del siglo XIX, el filósofo, consciente de la
abundancia de libros, pensó obsoleto destacar la libertad de cátedra al modo de
máxima bandera de las libertades académicas universitarias. Desde entonces las
universidades pensaron que la libertad de investigación era su principal trofeo566.
Paso a paso se comprobó cómo la universidad, institución social, pensando
con libertad en términos de nación y nacionalidad puede llegar a coincidir en
principios y criterios con Estados y gobiernos, en procura de propósitos e ideales
comunes. Más se consigue con el respeto a las libertades universitarias.
Toda idea, aunque al parecer perfecta, escolla al navegar los mares de la acción.
Esta suerte corrieron la Universidad de Berlín y las restantes de Alemania.
Hallarán en sus claustros sus propios juicios rigurosos.
En los años setenta del siglo XIX se agitaban en Alemania ideas en torno a una
posible reforma legal de la educación. Paul de Lagarde, orientalista experimentado
en liceos clásicos y científicos y también en la Universidad de Gotinga, entró en el
debate mediante escritos producidos en 1878 y 1881.
Estas son las tesis fundamentales de de Lagarde: los liceos y las universidades
de Prusia son establecimientos de enseñanza, no de investigación. De ésta
encárguense las academias para producir ciencia y velar por la vida de los
investigadores. Descubrir no es función de la universidad. A la vez, la formación
en profesiones prácticas es de manejo de otras instituciones establecidas para el
efecto. Por no haberlo entendido así, las universidades alemanas son una mezcla de
academia, universidad y escuela profesional y en consecuencia, sólo una forma
imperfecta de los establecimientos de enseñanza.
Yo señalo, prosigue de Lagarde, como fin de la universidad, a un
establecimiento capaz de proporcionar a quien lo desee “una visión de conjunto
sobre el estado y resultados de la ciencia en su sentido más amplio”. También,
“educador del hombre”, lo cual significa orientarle su voluntad y habituarla a
tender siempre al bien. “Si sólo lo bueno es útil, en cierto grado educamos y a la
vez formamos”.
En cuanto a lo pedagógico, el profesor de Lagarde se refirió a las relaciones
entre investigación y docencia, aludiendo a la escasa frecuencia de hallar adunadas
en la misma persona las cualidades investigativas y docentes. Si lo primero, lugar
del investigador es la academia y, si lo segundo, la actividad científica ha de
limitarse al logro de una visión de conjunto sobre lo enseñable a su cargo, y capaz
de, en ello, iniciar a otros.
Al estudiante, decía de Lagarde, enséñesele y exíjasele escuchar atento al
maestro, sin limitarlo a tomar descuidadas notas del dictado profesoral y a luego
exponerlas y replicarlas. Se arriesgaría así incurrir en inexactitudes que no le hacen
justicia a quien enseña ni a lo enseñado. El menú de los estudiantes (el currículo)
a menudo se combina a tontas y a locas, como un vaso de agua mineral de
inmediato seguido de una ensalada de langosta. Los estómagos se estragan, y el
dietista, a quien llaman repetidor, habrá de administrar los saberes universitarios
en porciones homeopáticas, con vergüenza de los estropeados estudiantes. Si no
hay comunicación entre profesores y alumnos y todo se limita a dictar clases sin a
la vez dirigir ejercicios prácticos y seminarios, se le causa grave perjuicio a la
enseñanza.
“No queremos alumnos sabios ni creídos de sabios. Si son alumnos sensibles,
como todo lo bueno también el conocimiento vuela en alas de la voluntad, del
sentimiento y la fantasía, impulsadas por el amor”.
La universidad no es asilo de profesores indolentes y desmotivados. El
Ministerio de Educación pública, hasta ahora y a menudo tocado de lo político,
sea transformado en un ministerio técnico570.
Max Scheler, quien escribía en 1921, optó por acompasar las tradiciones
históricas de la universidad alemana, exigente y selectiva –por no decir elitista–,
con los movimientos postbélicos, propicios a la diversificación y la “extensión
universitaria”577.
Dijo entonces: “Las universidades son realidades tradicionales, viejas, firmes
y ya dadas, y productos de una historia secular. En cambio, la exigencia de una
nueva clase de cultura popular sistemática y su necesaria organización constituyen
lo nuevo, lo lábil, lo en proceso de formación, y no una idea reciente y sólo
novedosa”.
De otra parte, la vieja universidad “no constituye ya la dimensión sólida y
segura de antaño. (...) Sus profesiones académicas, sus docentes y su estudiantado
se ven en la urgencia de luchar para mantener su situación económica y social, y en
gran medida la universidad se siente llevada al banquillo de los acusados como
escuela suprema de elites directivas”.
Contra la vieja universidad y quienes la dirigen se levantaban corrientes
corrosivas de desconfianza, incluso acaso algunas “ínfulas de superioridad”
procedentes de los “círculos populares”. Scheler describe la situación: Los altos
establecimientos de la cultura occidental, civilizada y moderna, han facilitado la
“fiel conservación y transmisión de los bienes supremos del saber conquistado en
la labor histórica común de los pueblos occidentales”. La tradicional “enseñanza e
instrucción metódica y pedagógica le ha dedicado esfuerzos a preparar
profesionales y especialistas al servicio del Estado, de la Iglesia y de la sociedad, y
de funcionarios de variadas profesiones liberales y comerciales”, y la metódica
investigación científica ha producido en lo posible la refinada y continua
formación y cultivo espiritual de la persona humana, incluida la “más correcta,
sencilla y adecuada difusión entre los diversos estratos y clases populares, de los
bienes de la cultura y del saber por medio de las instituciones intermediarias entre
los establecimientos superiores de enseñanza, investigación y cultura, y de las
escuelas elementales”.
Sin embargo, y más a propósito de esta última pincelada de la situación,
Scheler descubrió y situó el espacio y el momento para la “universidad popular. En
su concepto, el sistema alemán histórico no había sido exitoso en todas sus tareas,
y la universidad ya no era el totum anhelado por la Alemania de principios del
siglo XIX, cuando unos filósofos concibieron la Universidad de Berlín, tocada de
la tradición medieval. En consecuencia, Scheler tuvo la osadía de sugerir una
honda reforma orientada a pensar las “formas de cooperación entre la universidad,
transformada” y la “universidad popular”.
Si lo primero, Scheler insistió en transformar la “universidad actual”, inmediata
heredera de la decimonónica, en “un instituto para impartir una educación de
predominio profesional y especializada, y en la fundación de nuevos institutos de
investigación en estrecho nexo con las universidades y las academias, o sólo en simple
contacto con ellas al modo de algunos existentes en Berlín, Colonia, Frankfurt y
Kiel”. También, en crear establecimientos al estilo del Collège de France, donde “los
investigadores más sobresalientes transmitieran el saber de la época a los estudiantes
y aun a los viejos académicos de las distintas profesiones, habida cuenta de los
progresos de la investigación y a la luz de las más diversas concepciones del mundo y
de la vida”. Y opinó, en fin, a favor de crear universidades populares independientes
de la universidad, dentro del marco de una ley federal del Reich. Como política de
transición hacia los establecimientos al modo del Colegio de Francia y de las
universidades populares, sugería Scheler intercalar “Academias de ciencias políticas y
sociales para la tarea, bastante dejada de lado entre nosotros, de colocar todo el saber
especial al servicio de las cuestiones de actualidad más importantes, sobre todo de las
políticas”.
En lo pertinente a la organización de la universidad popular, Scheler propuso
analizar la obra de W. Picht, Extensión universitaria y movimiento de universidades
populares en Inglaterra, sobre todo en la parte sobre la Workers Educational
Association578, para demostrar cómo en forma benéfica el fuego alzado desde las
profundidades de la clase obrera anhelante de cultura, se une al alimentado por
quienes representan la cultura universitaria inglesa, impulsados, con sabiduría e
inteligencia, hacia las necesidades espirituales y anímicas de la clase proletaria.
Así, juzga Scheler, el universitario le enseñará al obrero, que “no existe, ni
existirá, ni ha existido jamás en el mundo una cultura surgida de una clase”, pues
una clase
…sólo tiene intereses y nada más. (...) Que la llamada ciencia proletaria es sólo sobras y
migajas de la llamada ciencia burguesa, ya más adelantada en medio siglo al menos, dejadas
caer de su mesa de festín. (...) Que las ideologías de clase son todo lo contrario de la cultura y
de la ciencia. (...) Que en principio, la cultura comienza a significar algo serio y humanamente
valioso, cuando aparte de toda intención económica y política; del trabajo en la industria y en
la fábrica, y de todo interés de partido o de clase o de cualquier otra índole, es aprehendida
como el objetivo específico del alma misma.
En fin, “que el proletariado deja de lado sus sagrados derechos sobre los bienes
culturales nacionales y universales cuando persigue la ficción de una cultura de
clase o de una cultura surgida del trabajo manual o de la técnica moderna”. Los
universitarios deberán ajustar sus conceptos sobre el “trabajo espiritual” a la
situación actual de Alemania, abocada a su restauración por el duro “trabajo
material” exigido después de la Guerra.
La universidad popular no debe imponerse objetivos “demasiado altos ni
demasiado bajos”. Tampoco decidirse sólo por la preparación para el trabajo
profesional práctico e inmediato, dejando en el olvido la formación del
entendimiento y la intuición y aun, lo que es posterior, el correcto entrenamiento
para bien disponer el ánimo, la voluntad y la afectividad. Tampoco, en fin, la
universidad popular debe creer que la unificación nacional, la eliminación de
oposiciones entre las clases, y el valor político de la democracia anhelada, se
consiguen si antes no se ha inculcado que “deben colocarse en primer lugar el valor
y el placer en el ejercicio de la actividad espiritual, en el crecimiento y
enriquecimiento del alma y, en una palabra, en el puro valor de realización de lo
humano, garantía de la cultura y el saber elaborado con libertad”.
La colaboración práctica entre las universidades y la universidad popular,
concluye Scheler, se reduce a puntos fundamentales: cooperación de las
universidades en la creación, conservación y organización de la universidad
popular, integración del profesorado de la universidad popular con docentes de las
universidades, formación de los futuros docentes de la universidad popular en la
universidad: cátedras de pedagogía, estudio comparativo en la universidad, de los
problemas de la educación popular, e investigación de las condiciones sociológicas
de la cultura popular por las diversas ciencias, posibilidad de la colaboración de los
docentes privados: Privatdozenten en la universidad popular, cooperación
estudiantil. Cursos periódicos populares organizados por las universidades anexas
a la universidad popular, para el perfeccionamiento de quienes hayan frecuentado
la universidad. Proponerle a la universidad popular los mismos temas científicos
que ella elabora: los grandes dominios de la religión, la concepción del mundo y
de la vida, filosofía, ciencias del espíritu y de la cultura: historia, literatura,
idiomas, arte; ciencias naturales exactas y descriptivas, matemática y técnica, y
sociología, ciencias sociales y del Estado, ciencias jurídicas y económicas. En esta
forma la universidad previene a la universidad popular y a los obreros de atribuir
preferencia unilateral a las ciencias sociales, a las del Estado y a las ciencias
económicas.
Cuarta parte
L A C I E N C I A Y L A U N I V E R S I DA D E N T I E M P O S D E L
NAC I O NA L - S O C I A L I S M O A L E M Á N
Según los historiadores, habiendo sido la Constitución de Weimar una de las más
progresistas de su tiempo, su espíritu no logró penetrar en el alma de la Primera
República. Disuelta en tendencias políticas antagónicas, gestó la dictadura.
El mariscal Paul von Hindenburg, jefe supremo de los ejércitos germanos
entre 1916 y 1918, sucedió en la Presidencia a Friedrich Ebert el 26 de abril de
1925. Siete años después (7 de marzo de 1932) fue reelegido en contienda
electoral, cuyo segundo caudal de votos favoreció a Adolf Hitler, jefe del ya fuerte
Partido Nacional Socialista. Según Albert Speer –el joven estudiante y futuro
artífice de la arquitectura oficial del nazismo–, la juventud alemana venía
doblegándose ante la variedad expresiva de aquel hombre, Hitler, cuyo fuego
oratorio y dramático encendió y acomodó a su modo las más variadas,
multitudinarias y enloquecidas audiencias.
En noviembre del mismo año de 1932, Hindenburg hubo de contar con
Hitler para formar su gobierno, y el 30 de enero de 1933 lo nombró Canciller, de
acuerdo con la Constitución de Weimar. Dos días le bastaron a Hitler para
disolver el Parlamento, decretar el Estado de sitio y declararse dictador. Pese a
oposiciones abigarradas, la Dieta del Reich –Reichstag– expidió, el 23 de marzo de
1933, la ley de poderes omnímodos: totalitarios, antidemocráticos, antiliberales,
nacionalistas, expansionistas e imperialistas concentrados en Hitler, quien el 14 de
julio declaró que el Partido Alemán Socialista de los Trabajadores, henchido de
todos los estratos sociales, desde los desocupados de postguerra hasta miembros de
la familia imperial Hohenzollern y de varias casas reales de los Estados alemanes,
sería en adelante la única corriente de opinión política reconocida por la ley.
Vertiginoso ascenso del austríaco que en la aún cercana fecha del 25 de febrero de
1932 había recibido la categoría de súbdito y ciudadano alemán; formado parte de
un pequeño y descontento grupo de Munich, despectivamente conocido como los
nazis, y logrado tanto poder por las vías electorales democráticas.
¿Cómo explicar este fenómeno político y social? El Tratado de Versalles de
1919; la interpretación marxista que veía en el nazismo la consecuencia lógica del
capitalismo monopolista y liberal, tan activa en Alemania desde la instalación del
Segundo Reich en 1870, y la tradición antiliberal germana son concausas cercanas
al sorprendente vuelco político. Partiendo de Hegel y de muchos otros a lo largo
del siglo XIX, hubo varias concepciones del poder: autoritarismo, nacionalismo,
racismo e imperialismo, contrarias al derecho natural: libertad y universalismo,
igualdad y paz. El romanticismo nacionalista había sido, desde comienzos del
siglo XIX, el movimiento quizá más poderoso del pensamiento alemán. Los
románticos alemanes, en su teoría del Estado, formularon una concepción
organicista basada en la raza y en la comunidad donde el individuo ocupaba lugar
secundario, rechazando la teoría del Estado liberal de Occidente basada en el
contrato social, en virtud del cual el individuo exhibía derechos anteriores a los del
Estado. Los románticos alemanes calificaron de capitalismo desalmado la
economía de libre mercado, en defensa de las economías cerradas bajo el control
de la comunidad. Y aunque personajes desde Lessing hasta Goethe, pasando por
Kant y Humboldt, apoyaron corrientes liberales y humanistas, éstas, más
influyentes en reductos académicos que en el ámbito de la política germana,
pasaron a la sombra bajo el toldo dominante de lo autoritario y militar.
En consecuencia Hitler llegó a ser el Führer del III Reich en 1934 y los nazis
alcanzaron uniformidad despampanante. Se borraron del mapa político los
partidos y fueron incautados los periódicos, o abolidos si demostraban tendencias
democrático-liberales.
La educación, desde el jardín de infantes hasta la universidad, se postró ante
estrictos controles unipartidistas. Las Juventudes Hitlerianas, patrocinadas por el
Estado, reemplazaron las organizaciones juveniles existentes. Perseguidos los
sindicatos obreros, su campo quedó abierto a las acciones oficiales ejercidas por el
Frente del Trabajo.
Cuando los católicos y algunas Iglesias cristianas se opusieron a las
insinuaciones del régimen, se las tildó de maquinaciones judías, lesivas de la
fortaleza alemana. Bien sabemos de la suerte luctuosa corrida por cuanto
exhibiera el signo semita. Los más audaces reformistas religiosos tuvieron la
osadía de imponer la fe alemana por encima de la judaica o la cristiana,
resucitando el paganismo legendario de la teogonía germana.
No se vio indemne el medio familiar. Los hijos son propiedad del Estado,
proclamó el nazismo, y enemigos de sus padres si éstos apelaban al derecho
natural. La mujer fue obligada a engendrar dentro de condiciones benéficas al
renacimiento y la fortaleza de la pretendida y presuntuosa raza superior: la
Herrenrasse585.
¿Cuál raza? El Führer y sus secuaces, aturdidos por el entusiasmo, olvidaban
el dictamen de Nietzsche sobre la raza suprema:
Como nación surgida de la más prodigiosa mescolanza y fusión de razas, quizás incluso con un
predominio de elementos pre-arios, como un pueblo de centro en el sentido más amplio de la
palabra, los alemanes resultan más incomprensibles, más unidos, más contradictorios, más
desconocidos, más incalculables, más sorprendentes y aterradores de lo que pueden resultar
otras naciones para con ellas mismas. Eluden toda definición, y sólo por esto constituyen una
causa de exasperación para los franceses. Característica de los alemanes es nunca plantearse la
cuestión: ¿Qué es lo alemán?586
Lo segundo:
Característica de nuestra época presente y materialista, es que la educación se está orientando
más y más hacia los asuntos prácticos, en otros términos, matemáticas, física, química, etc. Por
necesario que esto sea en un período en el que la tecnología y las reglas de la química se
imponen, es por igual peligroso que la educación general de una nación se oriente más y de
manera exclusiva hacia esos campos. Debe guardar mayor concierto con los aspectos
humanísticos y ofrecer los fundamentos para una subsiguiente educación adicional en campos
específicos. De lo contrario, estamos renunciando a fuerzas mucho más importantes para la
preservación de la nación, que todas las cuestiones técnicas u otras habilidades. En especial, en
el estudio de la historia no debe aterrarnos el estudio de la Antigüedad (...) romana, helénica.
Una cultura que combina milenios y abraza todo el helenismo y el germanismo, está luchando
por su subsistencia.
Debe existir aguda diferencia entre la educación general y el conocimiento especializado. En
particular, hoy, el segundo amenaza hundirse más y más en el servicio a Mammona; la educación
general, en su actitud ideal al menos, debe ser retenida como contrapeso. En este punto, sin
desistir, debemos inculcar que la industria, la tecnología, el comercio pueden medrar sólo en
cuanto la comunidad ofrezca las condiciones necesarias. Y éstas no se fundan en egoísmos
materiales. Sí en el espíritu de sacrificio y alegre renuncia593.
Las ideas de Hitler cundían. El nazismo era realidad imperante, y es intento difícil
precisar cuál fuera la actitud del pueblo alemán y, en concreto, cuál el ánimo
universitario de profesores y estudiantes, llegado el momento de sucumbir bajo el
programa educativo del Tercer Reich.
Lo intentó A. J. Ryder en cuyos juicios nos fundaremos, y en una honda
reflexión de Julián Marías sobre el irrespeto a la universidad alemana. Dice el
filósofo español:
La universidad había sido normalmente respetada desde las primeras fundaciones del siglo XIII.
Pontífices y reyes se disputaban el honor de fundarlas y protegerlas; en ellas solían detenerse los
intereses y las ambiciones. Hasta sus ceremonias rituales reforzaban su prestigio y presentaban
una imagen venerable de ellas, no empañada por la alegría, el jolgorio, la irreverencia y aun la
picardía que parecían propias de los estudiantes. En el siglo XIX las universidades reciben un
refuerzo de prestigio: el del Estado. Por si faltaba poco, hay que añadir el casi mítico de que
entonces goza la Ciencia –por supuesto, con mayúscula. La universidad europea del 800 es tan
respetada que roza con la beatería y empieza a perder por dentro un poco de respetabilidad, a
ser menos creadora, menos abierta, más hierática. Pero la vigencia de la institución universitaria,
la conciencia de su importancia, la estimación de sus enseñanzas, sus grados, sus docentes, todo
eso permanece intacto hasta bien entrado nuestro siglo.
Se podría pensar que fuimos los españoles los primeros en perderle el respeto, pero no fue
así: fueron los alemanes, los que habían llevado hasta el extremo el culto a la universidad y la
pompa del Herr Profesor. Desde 1933, el triunfante nacionalismo hizo lo que quiso con la
espléndida universidad alemana, y ésta se dejó o salió al encuentro del poder abusivo, revelando
con ello que en el fondo no era tan espléndida como había parecido y efectivamente lo había
sido mucho tiempo.
Hitler y lo que es más, los intelectuales de su partido, muchos de ellos profesores
universitarios, emprendieron la operación de manipular la universidad, de convertirla en un
instrumento de dominio y servidumbre, de difusión de teorías grotescas, envueltas en el
difuso prestigio de la ciencia. La eliminación de los profesores judíos (es decir, con algún
antepasado judío), o casados con judías o liberales activos, o cristianos en ejercicio, o
simplemente universitarios enteros, fue el primer paso. De ahí el desmantelamiento
intelectual de la universidad alemana, del cual se enriquecieron, tanto las de algunos países,
sobre todo Estados Unidos. El segundo paso fue la imposición en la universidad restante de
las doctrinas del tercer Reich, y con ello la liquidación de su justificación y lo que le quedaba
de prestigio.
Todo lo demás vino en cadena. La universidad alemana era en 1933 la más prestigiosa y
eficaz del mundo. El advenimiento del pleno totalitarismo se produjo en esa fecha. El primero,
el soviético, era una generación anterior, pero Rusia era un país excéntrico, marginal, muy aislado
hasta entonces, cuya influencia era política o ideológica, pero no universitaria. El segundo
totalitarismo, el fascismo italiano, la verdad es que no llegaba a serlo: era un ensayo, frenado por
muchos reparos y respetos; si se quiere, un totalitarismo parcial, un poco avergonzado de serlo.
Pero desde el triunfo de Hitler todos se quitan la careta; su presión sobre Austria e Italia fue
enorme; en los adversarios engendra respuestas no enteramente disonantes como el espíritu del
llamado Frente Popular o, de un modo más amplio, antifascismo (reacción mimética y negativa,
que llevaba a producir, como en un espejo, los mismos gestos de los cuales Hitler tenía la
iniciativa)608.
Cada nación se caracteriza por lo que constituye con mayor facilidad: Los ingleses, un club;
los polacos, un ejército o su núcleo; los rusos, un pueblo; los musulmanes un sitio de oración.
En nuestro caso lo que surgía era una Escuela, un embrión de universidad616.
En otro drama de la universidad alemana en las épocas del Führer, fue también
protagonista un filósofo y su discurso, nuevo símbolo. Lo pronunció Karl Jaspers
en 1945, concluida la guerra, con ocasión de la reapertura de la Universidad de
Heidelberg. Oigamos apartes:
Por primera vez después de doce años nos reunimos de nuevo para designar rector de esta
universidad. Tenemos Rector. Hoy reiniciamos la enseñanza de la medicina. Para nuestra
universidad es este un día grande. Anhelamos expectantes la reapertura pronta de otras
facultades y que en futuro no lejano, la universidad reabra todas sus puertas.
Es nueva inceptio, pasados ya los tiempos de arrestos consecutivos al abrigo de la
clandestinidad y con la privación de los derechos civiles a que esta Universidad fue sometida
durante doce años.
Sin lugar a duda, la universidad supo mantenerse escondida. Algunos profesores y algunos
estudiantes supieron permanecer libres en su interior. Prosiguieron su trabajo con realismo.
Ciertos valores fueron mantenidos, pese a vejaciones innumerables, a intervenciones en la
enseñanza y la investigación y a la sustitución de nuestras libertades tradicionales por una
enseñanza que por tener contaminados sus fundamentos filosóficos y políticos, no pudo evitar
que rebajaran sus valores. Pero no habiendo sido posible reducir a la nada su espíritu científico,
nuestra universidad puede hoy reinstaurarse sobre nuevas bases, así sea parcialmente.
Tras esta honda contrición, Jaspers buscó consuelo en la misión científica histórica
de la universidad alemana, pero guiada por la ética, y prosiguió comprimiendo en
breves párrafos lo que en el mismo año, 1945, modeló en su estudio sobre la Idea
de la Universidad625.
Capítulo 4
LA EDUCACIÓN Y L A UNIVERSIDAD
B R I TÁ N I C A S .
EL P E N S A M I E N T O U N I V E R S I TA R I O D E JOHN
H E N RY N E W M A N
INTRODUCCIÓN
Esta opinión coincide con un duro juicio de Renan (1823-1892): “La más pobre
de las universidades alemanas, con sus profesores izquierdizados y famélicos: los
Privat-dozenten, han hecho más por la ciencia que la rica Oxford con sus opulentos
profesores y sus fellows perezosos”.
Por infortunio o consoladora fortuna, la vida de los colleges, federados para
conformar la university, salvaba en parte el nombre institucional. Pero, a qué
precio. El endeble prestigio originó el lamento de una Comisión Real creada en
1822: “El Alma Máter ha sido devorada por sus propios hijos”635.
Los países del continente europeo e Inglaterra y sus Colleges deben su raigambre
investigativa a las sociedades científicas, generadas al socaire de la universidad con
sus personas y maestros del saber científico y amparadas por la sanción regia636.
Pionera fue la Royal Society “para el desarrollo de los conocimientos
naturales”. Creada, al parecer, en 1660, tuvo antecedentes, muy espontáneos por
cierto, inspirados en el pensamiento experimental de Francis Bacon, en reuniones a
las cuales se refiere el físico Robert Boyle (1627-1691) en cartas de 1646 y 1647, y
en la Philosophical Society formada en el Wodham College de Oxford, en 1648.
Eran grupos de amigos afectos a reunirse en sus domicilios, sin que el té faltara,
o en el Gresham College. Interesados por el saber, les vino en mente solicitar
patronato, auspicio y aprobación del rey Carlos II, quien suscribió la primera
carta real, consecratoria de la Philosophical Society en 1662, permitiéndole el uso
de nuevo nombre: la Royal Society.
Ésta fue polifacética en aficiones intelectuales. Sus miembros eran de dos
clases: unos, llamados los científicos, siguiendo la tradición de los fundadores de
la Sociedad impulsaban el progreso de alguna rama de la filosofía natural. Otro
tipo de socios cultivó, casi desde el primer momento, diversos campos del saber
como la historia, la literatura, el arte, la arqueología. En los convites conversaban
figuras de la diplomacia y la política, con arquitectos como Christopher Wren
(1632-1723). Viajes exploratorios y excursiones alimentan fantasías. La
acuarela, arte muy inglés y de exaltada transparencia, medio artístico de postín,
vivía sus amoríos con la aldea y el paisaje, la anécdota campesina y la
arquitectura ruinosa.
Miembro notable de la Real Sociedad fue Newton. Ingresó en 1671, siendo
profesor de matemáticas en Cambridge, y Presidente de la Royal desde 1703,
hasta fallecer en 1727. Años antes, en 1686 la Royal Society había editado los
Philosophiae Naturalis Principia Mathematica, revolucionarios de la concepción
mecánica y dinámica del universo sideral.
El trabajo concreto y especializado que diversificaba las vertientes del interés
científico, desde sus primeros años hendió el alma unitaria y comprensiva de la Real
Society, y nació la Linnean Society (1788), en memoria y seguimiento del sendero
trazado por el sabio sueco Carlos Linneo (1707-1778). De 1807 y 1820 son la
Geological Society y la Astronomical Society.
El estilo laborioso y la afición científica, alma y vida de la Royal Society y sus
hijuelas, inspiraron la creación, en 1800, de la Royal Institution. La idea germinó en
una reunión en casa de Sir Joseph Banks, por entonces presidente de la Royal
Society. Pero los objetivos de la Royal Institution se orientarían, según decir de esos
tiempos, a la utilización y aplicación de las ciencias en artes y manufacturas para
perfeccionamiento de los medios y productos industriales en beneficio de los
pobres637.
4. INQUIETUDES ESTUDIANTILES
Pero hecha esta válida salvedad, sobre la cual retornaremos, Newman insiste en
que a la universidad le es más pertinente el primer “método de educación: de
educación liberal, más que de instrucción” mecánica.
Educación es una palabra más elevada porque implica una acción que afecta
a nuestra naturaleza intelectual y a la formación del carácter. Es algo individual y
permanente, y se suele hablar de ella en conexión con la religión y la virtud.
Cuando hablamos, por tanto, de la comunicación del saber como educación,
estamos afirmando que el saber es un estado o condición de la mente. Y dado
que el cultivo del intelecto es sin duda algo meritorio por sí mismo, concluimos
de nuevo en que las palabras liberal y filosofía nos sugieren la existencia de un
saber deseable, aunque nada derive de él, por ser él mismo un tesoro y un premio
suficiente de años de esfuerzo660.
La educación liberal es cultura intelectual. En el Discurso Quinto, 1, dice
Newman: “(...) la educación liberal, considerada en sí misma, es el cultivo del
intelecto en cuanto tal, y su objeto es, ni más ni menos, la excelencia intelectual”.
Abundando en su argumentación, Newman, en el Sexto Discurso, insiste en el
valor de la educación liberal y, por tanto, en el primer modo educativo,
“considerando el saber en su relación con la cultura”, y escribe:
(...) El asunto de una universidad, tal como nos lo enseña la historia, es hacer de la cultura
intelectual su objeto más directo, vale decir, aplicarse a la educación del intelecto. (...) Afirmo
entonces que una universidad considerada en su idea desnuda (universidad normal), (...) posee
este objetivo y esta misión. No persigue por sí mismos los efectos indirectos como la mejora
moral ni la producción de bienes útiles, ni trata de ejercitar la mente en las actividades de la vida
o en el deber. Su misión es la cultura intelectual. (...) La universidad educa el intelecto para
razonar bien en todos los temas, y tender hacia la verdad, y asimilarla661.
“La visión abarcante de la verdad en todos sus aspectos, de las relaciones entre
ciencia y ciencia, de sus múltiples implicaciones y sus respectivos valores, es un fin
real y, sin lugar a dudas, bueno por su propia naturaleza, y una adquisición
comparable con otros objetivos buscados mediante el ejercicio profesional, como la
riqueza, el poder, los honores o las comodidades de la vida”681.
En apoyo a su pensamiento sobre la utilidad profesional de la educación
liberal, Newman, conocedor del debate que con Locke tuvo semilla en el siglo
XVIII, en posterior escrito cita a su contemporáneo Stuart Mill, quien pese a sus
afinidades pragmáticas con Bentham, tuvo dicho:
Los hombres son hombres (personas) antes de ser abogados, médicos, comerciantes o
industriales. Si se los forma capaces y sensibles, lo serán después como médicos acertados y
juristas competentes. El beneficio que el estudiante derive de la universidad no se limita al
conocimiento profesional. Abarca cuanto deba regirlo y arrojar luces sobre la cultura general y
los tecnicismos específicos. Pueden los hombres ser juristas competentes sin educación general,
pero de ésta depende hacerlos filósofos, y no mentes limitadas al atiborramiento de detalles
memorísticos. Lo dicho vale también para otros propósitos útiles, aun de lo mecánico: la
educación hace a un hombre zapatero más inteligente, si tal es su ocupación; lo cual no se
lograría si apenas se le entrenara como zapatero. La educación del artesano surge de los
ejercicios mentales que estimulan el oficio, y de los hábitos impresos por la educación682.
2.3. Los discursos Segundo, Tercero y Cuarto: la teología, una rama del
conocimiento.
Además de la unión de las ciencias, también la unión de las personas. Bajo ambos
aspectos, Newman es el filósofo del ambiente o medio educativo de la universidad
como corporación; de la pertenencia leal del individuo a la institución.
En este sentido, afirma Newman en el Discurso Quinto, 1: “La convivencia
de todos es cátedra mutua y permanente. (...) Es acertado ampliar el ámbito de los
estudios que la universidad profesa por el bien de los estudiantes. Y aunque ellos
no pueden aprovecharse de todas las disciplinas a su servicio, saldrán gananciosos
por vivir entre quienes y bajo quienes representan todo el círculo de los
conocimientos. Esta es la ventaja de tal ámbito para la universidad del saber,
considerado como sitio para la educación. En asamblea de sabios celosos de sus
propias ciencias, rivalizando unos con otros, todos son conducidos, mediante el
intercambio familiar y por la paz intelectual, hacia el ajuste de las solicitudes y las
relaciones entre sus respectivos objetos de investigación. Así aprenden a respetar y
consultar, a hacerse a la ayuda mutua. Allí se crea una atmósfera pura y clara del
pensamiento que el estudiante respira, aunque en su propio caso sólo corra tras
algunas ciencias sorteadas de la multitud”, según sean el afecto y las preferencias
personales689.
La universidad resulta ser así, sobre todo, un medio educativo por la unión
entrañable y la unción de la ciencia, y por el énfasis universitario, que debe
acentuarse sobre el nivel de pregrado, más que sobre la investigación.
Newman entiende con sensibilidad imaginativa y poética el talante
tradicional de los colleges, células del tejido universitario.
La universidad –escribe– encarna el principio de progreso; el college, de la estabilidad.
Aquélla es el navío, éste es el lastre. Cada uno es insuficiente para la búsqueda, la
exploración y la asimilación del conocimiento. Ambos entre sí se necesitan. La universidad
es escena de entusiasmo y ejecuciones placenteras, del despliegue brillante, del influjo
acogedor, de la difusiva y potente simpatía. El college es la escena del orden, de la obediencia,
de la diligencia modesta y perseverante, del consciente cumplimiento del deber, de los
favores y servicios mutuos e ignorados, de las amistades profundas y duraderas. La
universidad es para el mundo; el college lo es para la nación. (...) La universidad es para la
teología, las leyes, la medicina, la historia natural, para las ciencias físicas; el college, para la
formación del carácter intelectual y moral, para el cultivo de la mente y el perfeccionamiento
individual, para la literatura y los clásicos, y para aquellas ciencias rudimentarias que
fortalecen y agudizan el entendimiento. (...) Por ello el futuro hacendado, el futuro hombre
de Estado, el futuro clérigo, vienen a los colleges de la University. En ellos fraguan amistades,
pasan sus días más felices; y cualquiera sea la carrera futura, oscura o brillante, virtuosa o
defectuosa en los años por venir, cuando miren hacia el pasado encontrarán fuertes los lazos
de unión y gratitud, atados a los recuerdos de la vida en el college (...).
1. PARA COMENZAR...
... aceptemos, con la debida discreción, otras útiles generalizaciones: “El inglés cree
en la religión, en los ademanes, manifestación de la urbanidad, en la política. A
través de la historia, la educación inglesa ha estado subordinada a uno u otro de
estos tres elementos. Pero esta generalización debe ser tomada cum grano salis;
pues no resulta tan adecuada hoy –dice Flexner, quien escribe hacia 1930–, como
pudo haberlo sido una o varias generaciones atrás, cuando Inglaterra marcaba la
pauta en lo político y lo económico”697.
Otra generalización asume que “grandes propósitos” de la universidad son la
conservación y la interpretación de los conocimientos y las ideas, la indagación de la
verdad, y la formación de quienes concluido el nivel secundario y ya graduados en la
universidad, continuarán en su vida práctica la labor de conservar e interpretar
conocimientos e ideas, y de buscar la verdad698.
Sin embargo, el amoroso cuidado de esculpir en lo moral y lo social, y no sólo en
lo intelectual, a un tipo de hombre: el gentleman, ha causado que muchas
universidades hagan suyas no pocas de las funciones formativas propias de la
secundaria, y mantengan similares relaciones con los niveles previos de la educación.
Oxford y Cambridge, en concreto, y el conjunto de sus colleges, sin solución de la
continuidad son la meta natural de la clase social formada en los recintos de la
secundaria. Y más si se tiene en cuenta que estas instituciones, hasta cierto punto, son
órganos de la Iglesia anglicana699.
Lo anterior explica en gran parte –admítase esta adicional generalización– el
rechazo a toda injerencia. Y qué no se diga del control del Estado en asuntos
educativos. Aversión siempre tan poderosa y efectiva en Inglaterra. Esto ha de
tenerse en cuenta para entender el fenómeno, muy específico en Inglaterra, de la
autonomía700.
Con todo, el gobierno central, sin intromisión en lo académico y educativo,
propicia con grants y subvenciones la marcha de la educación en general y de la
universitaria. Inspectores oficiales conocedores del asunto educativo y financiero,
recorren las instituciones y discuten los programas académicos con las autoridades
locales. Y más por vías de insinuación y sugestiones que por recursos autoritarios,
surge esta feliz simbiosis cooperativa, tan afín a la querencia inglesa, de las
instituciones de educación con los propósitos gubernamentales: relaciones de
mutuo respeto y libertad de acción. El Estado comprende su deber de orientar y
subvencionar, no el de educar. Lo segundo compete a la sociedad y a la nación. Es
el pacífico ejercicio de la filosofía del laisser faire701.
El Estado acepta de buen grado que si la concesión académica de los grados y
títulos es connatural misión universitaria, entonces a las sociedades profesionales
les compete el control de los respectivos ejercicios.
De entrada se ha acatado siempre el carácter educativo de la universidad
inglesa. Pero la modernización paulatina no oblitera la distinción necesaria e
imponente entre las “actividades intelectuales y las prácticas, entre las ocupaciones
intelectuales y las serviles del hombre”, a decir de Flexner. “Oxford y Cambridge
han sido agencias importantes para mantener la sanidad, al tiempo que lo
vocacional y lo práctico profesional han venido poniendo en peligro todas las
sanas concepciones educativas”.
A este propósito, I. L. Kandel comentaba a principios del siglo XX:
Países extranjeros (Inglaterra) han definido bien las nociones constitutivas de la educación
secundaria, y nosotros (los norteamericanos) tenemos que ponernos en el problema de entender
por qué este modo de la educación está separado de la educación vocacional y técnica. Pues el
intento de incluir en una sola institución toda forma de actividad educativa para los
adolescentes, es responsable de nuestras fallas en ambos tipos de educación702.
2. VARIEDADES U N I V E R S I TA R I A S
El ingreso a las universidades de Inglaterra, y esto rige con más vigor en el caso de
Oxford y de Cambridge, se produce a través de los colleges. Más que de la
universidad, se es estudiante del college donde se tramita la matrícula.
En terminología universitaria de los Estados Unidos, los colleges ingleses son,
por lo general, de educación pregraduada712, exceptuado el All Souls College,
también de posgrado,713 nivel que sin estar tan sometido a regulaciones como en
los Estados Unidos714, es función más pertinente a la University715.
En el caso de Oxford y Cambridge, es más fácil comprender que la naturaleza
académica de los colleges equivale a una formación secundaria de muy alto nivel.
Tanto que el bachelor’s degree de la universidad inglesa es más significativo que el
norteamericano. Pero desde el punto de vista de los sistemas educativos, no es
equiparable al sistema francés de los lycées napoleónicos ni a los Gymnasia de los
alemanes716.
Dedicadas Oxford y Cambridge, por tradición, a las ciencias y las artes y a las
facultades históricas: teología, derecho y medicina, con mayor eficiencia se han
ceñido a su tarea fundamental de ser instituciones de educación en lo superior y
para lo superior, y darle a ésta el nivel exigido por la cultura nacional. Interesan
más la persona y su cultura. También la ciencia. Pero el acento primordial del
estilo inglés, antes expuesto a propósito de las universidades mencionadas, apunta
a la realidad objetiva de la cultura personal.
Si se acata la distinción hecha por un profesor de Cambridge entre
“conocimiento exacto y conocimiento de los valores,” lo primero es la divisa astial de
esta Universidad. Oxford, por sus vías, va más tras los valores717. Por este o aquel
sendero educativo, Oxford, Cambridge y las demás instituciones superiores de
Gran Bretaña, clasificables dentro de esta primera variedad, concluyen en un tipo
de areté, descrito por Newman con justedad o, a decir de Flexner, es el cultivated
gentleman capaz de pensar, escribir y actuar. Por este medio resulta ser la persona
adecuada para conducirse con arrojo en las situaciones prácticas que tarde o
temprano le esperan en la vida.
El denominado conjunto Oxbridge busca formar líderes distinguibles por el
tesoro de cierta sanidad humana, aptos para gobernar y dirigir. Cualidades que
bien pueden ser el fruto de experiencias políticas y sociales y, sin lugar a duda,
acreditables al tiempo y modo de la educación recibida en la University a través del
college718.
Por supuesto, este tipo de hombre no hubiera podido decir para qué estaba
siendo formado, ni cuál sería su profesión u oficio, su etiqueta laboral. Es posible
que no tenga ninguna, ni hubiera sido formado para nada por haber sido formado
para todo. Sin ser un todero. Para todo, por ser el hombre para el todo de las
grandes empresas humanas719. Tal especie de hombre ha gobernado a Inglaterra y
dado vida a las universidades de la provincia inglesa, de las cuales nos ocuparemos
adelante.
Este concepto de universidad, en apariencia utópico, es el opuesto a la
universidad profesionalizada. En esta segunda se inspiran las sociedades y las
legislaciones universitarias incapaces de dar cabida a la misión educativa del hombre
superior, por hallarse sometidas a la preocupación profesional y a la medida de la
necesidad social estrecha e inmediata. Legislaciones ignaras de cuán cambiantes son
las condiciones del trabajo y de la vida, empecinadas en que el desarrollo de los
pueblos está más en las manos de bandadas de profesionales tan diminutos como su
oficio, y no en las mentes de los pensadores siempre recursivos para captar en todo
momento la totalidad de la existencia y la hondura de las situaciones. No de otra
manera se conduce el destino de los pueblos.
Oxford y Cambridge –anota Flexner– preocupadas de una sola cosa: la
persona, no se limitan a las particulares dimensiones científicas a su haber. Son
instituciones “afortunadas en proporcionar toda clase de situaciones y condiciones
que permiten al ocioso, perder el tiempo, o algo por el estilo. Al consciente, ser
responsable. Al de imaginación, ser creativo”720. Y aunque en todo caso se busca la
formación del hombre, estas instituciones no intentan moldear la mercancía de
hombres producidos en serie, y aun miran con recelo todo sistema métrico: ¡como
los credits o unidades para dimensionar el trabajo inteligente y académico.
Requisitos y estándares mínimos!
Porque pensamiento cardinal de la universidad inglesa de viejo corte es la
persona universal estructurada por el ejercicio académico de la ciencia, Oxford y
Cambridge se cuidaron de impedir cualquier dominio de una disciplina sobre las
restantes. Haciendo un poco de historia, recordemos lo acontecido en la universidad
oxoniana hace ya varios decenios, cuando se produjo el primer intento de introducir
cátedras de economía política, disciplina, por otra parte, arraigada en la Inglaterra
del siglo XVII.
El caso es que Edward Copleston, preboste de Oriel College, se resistió a
permitir la intromisión de una disciplina “tan propensa a usurpar el sitio de las
demás”. Con su actitud, la cabeza de los estudios y del ambiente universitario
interpretaba el sentir cauteloso de muchos. Más tarde, en 1825, Henry
Drummond, de Albury Park, proveyó la cátedra, pero sólo alojada “en su lugar
propio”, sin desplazar el interés por otras; situación aceptada por el primer
profesor de la asignatura, Nassau Senior, conforme con el carácter subalterno de
la disciplina a su cargo. Aun Stuart Mill (1806-1873) consideró la economía
política como fragmento de una totalidad muy amplia, y rama de la filosofía social
tan relacionada con las demás disciplinas, y aun circunscritas las conclusiones
económicas su ámbito particular721.
Este episodio refrenda el interés interdisciplinario de la universidad inglesa
para la formación del gentleman, al cuidado de los tutores.
“En América –escribe Abraham Flexner– hablamos sin cesar sobre técnicas
educativas. Concedo que con razón”. Pero desde antiguo, “Oxford y Cambridge
establecieron enlace personal entre el estudiante y su tutor. Esta es, y a despecho
de todas las limitaciones individuales, la más efectiva relación pedagógica del
mundo”. A cambio de muchas clases, hay encuentros entre tutor y alumnos,
monografías, y relación informal, a veces se prolonga aun en la época de
vacaciones. La mayor parte del tiempo el estudiante queda a cargo de sí mismo.
“Marca distintiva del sistema tutorial –dice Walter Moberly–, es su carácter
informal y catequético”. El tutor atiende al alumno, o a dos o tres juntos, y por lo
general en su residencia. Ellos producen composiciones o ensayos críticos, sobre
los cuales se pregunta y se conversa. El método es dialogal. Desde sus comienzos,
el sistema de tutoría fue contrapuesto al estilo profesoral de Alemania, en cuanto
referido a las lectiones dadas por el profesor al introducir los seminarios
investigativos. El gran mérito del sistema tutorial es, por supuesto, la atención a
la persona, lo cual es concordante con la disciplina residencial de los colleges de
Oxford y Cambridge.
En casos, el nexo entre profesor y estudiante puede fallar. Las clases suplen.
Pero faltando el tutor, éstas inciden en gastada rutina. La carencia de un tutor o
del tutor adecuado, puede causar la migración estudiantil a otra sombra
universitaria722.
El vigor pedagógico de la universidad inglesa, y en particular de Oxford y
Cambridge, estriba más en el sistema tutorial que en la cátedra. “Es
desconsolador, decía algún profesor inglés en 1906, y descorazonante: He
ensayado cuantas formas de cátedra he podido pensar y dedicado a ellas todo mi
entusiasmo. ¡Pero nadie viene!”723
La tutoría es, pues, piedra angular del sistema pedagógico inglés. A la
universidad corresponderá la función administrativa de proporcionarles professors,
readers, y lecturers a los colleges. A éstos, el deber pedagógico y casi paternal de
acodar el trabajo de los pregraduados, de quienes se atarean en estudios de
avanzada, y aun de los professors, con un tutor o guía.
La rutina universitaria: la carga académica, es leve. El profesor da treinta y
seis lecciones al año. ¿Qué haga el resto del tiempo? es asunto suyo724, con
incumbencia a sus deberes de tutor.
El sistema tutorial o de fellowship fue concebido para estimular la
permanente actitud estudiosa e inquisitiva, la cual, por ser de todos, siempre y en
todas partes envuelve la universidad en un clima indeficiente de investigación.
“e fellowship system is originated in a desire to promote study and not to promote
teaching”, dice con pleno acierto un autor725.
La relación estable con una mente superior es lo más distante de los
currículos tasados y emparejadores. Lo más ajeno a todo intento de medir y
cuantificar por horas el trabajo del alumno o del profesor. Es de genuino corte
universitario.
Nadie sabe lo que el profesor enseña. Nadie, sino el maestro, cuánto el
alumno está aprendiendo. No existe método para la tutoría. Intentarlo idéntico
para todos los casos y todas las situaciones pecaría de absurdo. “Nadie sabe si los
tutores adoptan parecido método tutorial o si optan por vías diferentes. No hay
manera de comparar, transferir o escoger experiencias. Si el tutor es bueno, es
porque es bueno; si malo, porque es malo. Sólo el examen al final contará la
verdadera historia. Los exámenes ponen a prueba los conocimientos adquiridos por
el alumno”. La asistencia a cátedras a lo más le ayuda al alumno a escuchar nueva o
diferente exposición de ideas. Incluso el mejor proceso preparatorio del examen. La
disciplina inspiradora del tutor será siempre insustituible. Puede acontecer que
muchos tutores no inspiren ni entusiasmen al alumno. Pero tampoco existe otro
método, sino tal vez el mismo estilo tutorial capaz de insinuar a otro la razón del
éxito726.
4. LA UNIVERSIDAD EN LONDRES
8 . E X PA N S I O N E S U LT R A M A R I N A S D E L E S T I L O
E D U C AT I V O Y U N I V E R S I TA R I O D E G R A N B R E TA Ñ A
Según Eric Ashby, hacia 1850 había cinco grupos de universidades británicas,
susceptibles de servir de prototipos para la exportación a las colonias de ultramar:
el modelo de Oxford y de Cambridge, ya reproducido con algunas modificaciones
en el Trinity College de Dublin, Irlanda (1591); el conjunto universitario
londinense también manifestado en el Queens College irlandés, obra del católico
omas Wyse en 1844; la Universidad anglicana de Durham; el Owens College de
Manchester reconocido como universidad en 1880, y las cuatro universidades de
Escocia745.
Mas o menos puros los dichos prototipos y mezcladas las diversas tendencias
políticas, religiosas, educativas y utilitaristas, desde principios del siglo XIX se los
advierte actuantes en el Canadá de cultura inglesa; en ciudades de la India: Calcuta,
Madras o Bombay; en Australia, que vio nacer universidades en Sydney (1850) y en
Melbourne (1853); en Nueva Zelanda y en islas oceánicas y en los países africanos
de dominio británico746.
Pese a las dudas sobre Oxford y Cambridge, su prestancia secular y las
reformas a que fueron sometidas a mediados del siglo XIX avalaron la difusión de
ese espíritu tan religioso y adicto a la unión de la Iglesia y la Corona real.
Mayores atractivos favorecerían al corte pragmático y descomplicado de
Londres, escogido para reproducirlo, con modificaciones, en la India. El estilo de
Durham, en cambio, tuvo menores preferencias a causa, quizá, de su recalcitrancia
religiosa.
El grupo escocés, muy antiguo por cierto pues sus universidades datan de los
siglos XV y XVI: St. Andrews (1411), Glasgow (1453), Aberdeeen (1494) y
Edimburgo (1582), por poseer características locales y específicas pareció ser
menos indicado para servir de modelo de identificación. Sin embargo, expresa Ch.
J. Singer, que en los campos de la ciencia y de la medicina, las universidades
escocesas fueron las mejores en la Grean Bretaña. Ya en 1760, Glasgow tenía una
cátedra de filosofía natural, aunque hasta 1840 careció de profesores de
ingeniería747.
9. LA OPEN UNIVERSITY
The Open University adhiere a este esfuerzo expansivo y novedoso del sistema
universitario británico. Tuvo origen en la mente del político Harold Wilson, viajero
por Norteamérica antes de asumir la dirección del Labour Party en 1963.
Por la atmósfera universitaria, política y social volaban las ideas del Robbins
Report. En Inglaterra era evidente la necesidad de absorber mayor número de
graduados universitarios y de compensar la alta selectividad que dejaba por fuera a
muchos deseosos de acceder a los estudios universitarios. ¿Por qué no utilizar el
alcance televisivo, en los Estados Unidos como en Inglaterra válido para algo más
que la difusión informal de programas recreativos, informativos y de alcance
cultural?
Concibió entonces Wilson una universidad fundada en tres principios: capaz
de recoger a cuantos venían siendo excluidos del sistema universitario presencial;
de formarlos en el trabajo –in service training–, y que el nuevo tipo de estudiante
fecundara sus tiempos libres para estudiar y prepararse en lo académico, y, tercero,
de instalarse, para los dos efectos precedentes, a los medios masivos de la
comunicación, como la pantalla televisiva, tan útil para concentrar la atención en
los ámbitos sociales y domésticos.
Llegado Mr. Wilson a la dirección del Laborismo, transmitió ideas a Miss
Jennie Lee. En febrero de 1966 ya corría en manos de muchos el documento A
University of the Air. Un año luego, 1967, se constituyó el Planning Committee
bajo la dirección de Peter Venables, Vicecanciller por entonces de la Universidad
de Ashton. Conformaron el Comité seis vicecancilleres o ex-vicecancilleres y un
college principal, dos profesores de educación, el Secretario General de la
Asociación de Comités de Educación y el Director del Arts Council, el Director
del Deputy Education Officer de la Inner London Education Authority (ILEA) y
algunos miembros experimentados en programas educativos de la BBC y del ITA.
Además, cinco profesores curtidos en su oficio. Así, si la idea nació en mente de
políticos, la planeación fue asignada a la competencia científica y técnica de los
académicos.
El Comité produjo sus primeras sugerencias en 1968. Se dejó de lado el
nombre previsto de Universidad del Aire, en preferencia por el de Open University.
Según decires, éste nombre triunfó en contraste con la cerrazón de parlamentarios
adictos a la tradición selectiva de la universidad británica. A la Open, así la llamarían
con orgullo, se le escogió primer vice-canciller en la persona de Walter Perry,
Deputy Vice Chancellor de la Universidad de Edimburgo, asistido por cuatro
Directors of Studies.
La Open requería cierta proximidad con Londres por las necesarias
relaciones con la BBC. Se le seleccionó sitio en el nuevo desarrollo urbano de
Milton Keynes. Los arquitectos Maxwell y Jane Drew le prepararon la planta
física, en 1969.
Entre este año y el mes de enero de 1971 todo fue planeación de cursos
fundamentales: el de ciencias sociales, denominado Understanding Society; el de
artes, conocido como Humanities, a foundation course, y el de Mathematics and
Science. Instalados con prontitud los recursos técnicos, todo estuvo listo para
inscribir estudiantes en 1971.
Tres principios no formales animaban la marcha de la Open: apertura a
todos, apertura curricular y apertura metodológica.
Entonces, el Planning Committee, estableció que “no formal academic
qualifications would be required for registration as a student”. Que pese a una cierta
administración central, cada región y sitio determinarían su organización. Y que
cualquiera fuera la ocupación de los aspirantes, todos serían bienvenidos. Así, en
cuanto al primer principio. Respecto del segundo, sin demasiadas prescripciones el
currículo debería despertar intereses en favor del estudio del hombre, de su historia
y sus realizaciones culturales, de las relaciones entre la tecnología y el desarrollo
social en todas sus facetas, de la lectura y formación del pensamiento analítico y
sintético, y del acceso a las fuentes del conocimiento. La naturaleza de los medios
masivos rechazaba toda identidad con los métodos pedagógicos presenciales.
Distinta sería la forma de presentación, de docencia, de evaluaciones748.
Asombra pensar en cuán corto tiempo la idea germinada en la mente de
Wilson, digamos que en 1963, condensó en la acción inaugural de 1971: apenas
ocho años. Pero los augurios y corrientes de flexibilidad educativa vienen en
Inglaterra de aguas arriba. De mediados del siglo XIX, la universidad inglesa,
Oxford, en concreto, inició la aventura de la educación hoy denominada no-
formal, abierta, extensiva a la masa adulta. Lo cual no se hizo sin estudio e
investigación de métodos y procedimientos. Nada se improvisó. La población
adulta de entonces, en especial de los conglomerados de la Association of Higher
Education of Working Men (WEA), hicieron venia favorable a los esfuerzos
extensivos de la universidad. Se creó la costumbre de estudiar, como hoy se dice, a
distancia. De otra parte, recordemos que el primer sistema radial de difusión
comercial había nacido en Inglaterra: la BBC, instalada por Marconi en 1920. En
1936 la misma cadena inauguraría la difusión televisiva749.
En suma, la tradición de indagar métodos para la educación a distancia; el
entrenamiento de la población adulta para recibir, captar y asimilar mensajes
educativos y de entrenamiento, y la fortaleza y técnica de los sistemas de difusión
radial y televisada, eran, entre otros, activos disponibles para el éxito de la Open
University. No hubo improvisación ni demagógico repentismo de acciones. Más
aún, el reentrenamiento de la población para reintegrarla a las actividades civiles
después de la Segunda Guerra Mundial, perfiló los modos educativos no-formales
e informales para facilitar la expansiva experiencia.