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Belfegor Maquiavelo
Belfegor Maquiavelo
Nicolás Maquiavelo
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Belfegor, (1518)
Nicolás Maquiavelo
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L a Fábula de
Belfegor
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me en un caso que podría causar el descrédito de quisiera acometer tal empresa, decidieron echarlo
nuestro imperio. Pues diciendo todas las almas de a suerte. La cual recayó en Belfagor, archidiablo,
los hombres que a nuestro reino vienen que la cau- pero anteriormente, antes de su caída del cielo, ar-
sa han sido sus esposas y pareciéndonos esto im- cángel. El cual, aunque de mala gana, aceptó a pe-
posible, tememos que emitiendo juicio sobre este sar de todo el encargo constreñido por el imperio
cuento podamos ser calumniados por demasiado de Plutón, se dispuso a seguir cuanto decidiera el
crédulos y, no emitiéndolo, como menos severos consejo y se obligó a obedecer las condiciones que
y poco amantes de la justicia. Y puesto que lo uno habían solemnemente acordado. Las cuales eran:
es pecado de hombres ligeros y lo otro de injustos, que de inmediato a aquel a quien se le encargase
y queriendo huir de esos cargos, que de lo uno y la misión le fueran entregados cien mil ducados
lo otro podrían desprenderse, y no encontrando el con los que debía ir al mundo y bajo la forma de
modo, os hemos llamado para que, aconsejándo- hombre tomar esposa y con ella vivir diez años,
nos, nos ayudéis y seáis motivo de que este reino, y después, fingiendo morir, regresar, y por expe-
que en el pasado vivió sin descrédito, pueda en el riencia dar fe ante sus superiores de cuáles eran las
futuro seguir viviendo del mismo modo». cargas y las incomodidades del matrimonio. De-
claróse, además, que durante dicho tiempo se viera
sometido a todas las molestias y males a que están
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dineros [...]. Y tras hacerse llamar Rodrigo de Cas- Honesta llevado a casa de Rodrigo, junto con la
tilla, tomó casa en alquiler en el Borgo d’Ognisanti; nobleza y la belleza, tanta soberbia que ni Lucifer
y para que no pudiera conocerse su condición, dijo tuvo nunca tanta; y Rodrigo, que había probado la
haber partido de pequeño de España para marchar una y la otra, juzgaba la de su esposa superior; mas
a Soria y haber ganado en Alepo toda su hacienda, no tardó en aumentar en cuanto ella se dio cuenta
de donde había luego partido para ir a Italia a to- del amor que el marido le profesaba y creyendo
mar esposa en lugares más humanos y más confor- poder dominarlo a su antojo, sin piedad ni respe-
mes a la vida civil y a su intención. Era Rodrigo un to alguno lo mandaba, y no dudaba, cuando él le
hombre hermosísimo que aparentaba unos treinta negaba algo, en atormentarlo con palabras viles e
años, y tras demostrar en pocos días cuántas ri- injuriosas: todo lo cual causaba a Rodrigo un tedio
quezas poseía y dar ejemplo de ser humano y libe- incalculable.
ral, muchos nobles ciudadanos que tenían muchas
hijas y poco dinero se las ofrecieron. Entre todas
escogió Rodrigo a una bellísima muchacha llama-
da Honesta, hija de Amerigo Donati, el cual tenía
otras tres y tres hijos varones ya hombres, y las
4 A pesar del suegro, de los her-
manos, de los parientes, las
muchachas eran todas casaderas; y aunque perte- obligaciones del matrimonio, sobre todo, el gran
neciera a una noble familia y en Florencia se lo tu- amor que le profesaba hacía que tuviese pacien-
viera muy en cuenta, debido a a su numerosa prole cia. No voy a referirme a los muchos gastos en
y a su condición, era pobrísimo. Organizó Rodrigo que incurría para conformarla, vistiéndola según
unas bodas magníficas y espléndidas y no dejó de las nuevas usanzas y complaciéndola con las nue-
hacer ninguna de las cosas que en tales fiestas se vas modas que de continuo nuestra ciudad, con su
desean. Y como por la ley que le había sido con- natural costumbre, varía; y como quería estar en
cedida al salir del infierno, estaba sometido a todas paz con ella viose obligado a ayudar al suegro a ca-
las pasiones humanas, no tardó en tomarle gusto a sar a sus otras hijas, para lo cual tuvo que emplear
los honores y las pompas del mundo y en resultar- grandes sumas de dinero. Tras esto, y queriendo
le grato el ser elogiado entre los hombres, lo cual estar a bien con su mujer, le convino mandar a
le suponía unos gastos considerables. Al cabo de uno de los hermanos a Levante con paños y a otro
no mucho tiempo de vivir con su señora Honesta a Poniente con vestimentas, y a otro abrirle una
enamoróse de ella sin mesura y no podía soportar tienda de orfebre en Florencia: en estas cosas dila-
cuando la veía triste y disgustada. Había la señora pidó la mayor parte de su fortuna. Además de esto,
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en la época de carnaval y San Juan, cuando toda niente y de Levante esperaba, y como todavía go-
la ciudad por antigua costumbre festeja y muchos zaba de buen crédito, para no faltar a su posición,
ciudadanos nobles y ricos con espléndidos convi- firmó pagarés. Y circulando ya muchos pagarés a
tes se honran, quiso la señora Honesta, por no ser su nombre, pronto repararon en él aquellos que
inferior a las otras mujeres, quiso que su Rodrigo trabajan en el mercado en esa actividad. Y estan-
superase a todos con similares fiestas. Estas cosas do ya su caso maduro, le llegaron de Levante y de
todas soportaba él por los motivos antes citados, Poniente nuevas según las cuales uno de los her-
y aunque gravosísimas no le habría parecido gra- manos de la señora Honesta se había jugado todo
voso hacerlas si de ellas hubiera nacido la paz en el patrimonio de Rodrigo y el otro, al regresar en
su casa y él hubiera podido esperar tranquilamente un navío cargado con sus mercancías sin haberse
los tiempos de su ruina. Mas le ocurría lo opues- de otro modo asegurado, se había junto con ellas
to, porque además de los insoportables gastos, la ahogado. En cuanto se enteraron los acreedores
naturaleza insolente de ella le acarreaba infinitas de Rodrigo, se reunieron y, juzgando que estaba
incomodidades y en su casa no había servidores ni acabado y no pudiendo descubrirse porque toda-
sirvientes que, al cabo de no mucho tiempo, tras vía no habían vencido sus deudas, concluyeron
brevísimos días, lograsen soportarla, todo lo cual le que sería conveniente observarlo muy atentamen-
producía a Rodrigo graves molestias por no poder te para que dicho y hecho no huyera a escondidas.
tener un siervo de confianza que cuidara con amor Rodrigo, por otra parte, al no ver remedio a su
de sus cosas, y antes que nadie, aquellos mismos caso y sabiendo cuánto lo obligaba la ley infernal,
diablos que bajo forma de criados se había llevado pensó en huir como fuera. Una mañana, como vi-
consigo, más bien eligieron volverse al infierno y vía cerca de la Porta al Prato, montó en su caballo
estar entre las brasas que vivir en el mundo bajo el y por ella salió. En cuanto se conoció su partida,
imperio de aquélla. comenzaron a circular los rumores entre los acree-
dores, los cuales recurrieron a los magistrados, y
se pusieron a seguirlo no sólo los corchetes sino
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jas que atraviesan la comarca y no pudiendo por quién soy». Le contó entonces su historia y le ha-
ese motivo ir a caballo, se puso a huir a pie y, aban- bló de las leyes que le impusieron al salir del in-
donada la cabalgadura en el camino, cruzó de cam- fierno y de la esposa que había tomado, y le dijo,
po en campo, oculto entre viñedos y cañaverales además, la forma en que quería enriquecerlo, que
que abundan en esa comarca, y llegó así a Peretola, sería la siguiente: en cuanto se enterara de que ha-
a casa de Gianmatteo del Brica, labrador de Gio- bía alguna mujer endemoniada, sería obra suya y
vanni del Bene, y quiso la suerte que encontrara a no saldría a menos que fuera Gianmatteo a sacarlo,
Gianmatteo que volvía a casa de apacentar a los con lo cual tendría ocasión de hacerse pagar por
bueyes; encomendóse a él prometiéndole que si lo los parientes de aquella. Tras quedar así de acuer-
salvaba de las manos de sus enemigos, los cuales lo do, desapareció.
perseguían para hacerlo morir en prisión, lo haría
rico y antes de su partida le daría una prueba para
que lo creyese; y si así no lo hacía, aceptaría que lo
pusiera en manos de sus adversarios.
Aunque campesino, Gianmatteo era hombre
6 A l cabo de pocos días se hablaba
por toda Florencia de que una
valiente y, juzgando que no podía perder nada to- hija de micer Ambruogio Amidei, a la que había
mando partido para salvarlo, así se lo prometió; lo casado con Bonaiuto Tebalducci, estaba endemo-
metió entonces en una pila de estiércol que tenía niada; los parientes no tardaron en aplicarle todos
delante de su casa, lo tapó con cañas y otras in- aquellos remedios que en semejantes casos se apli-
mundicias que había juntado para quemar. No aca- can, le pusieron en la frente la cabeza de san Ze-
baba Rodrigo de esconderse cuando llegaron sus nobio y el manto de san Juan Gualberto. Pero Ro-
perseguidores quienes, por más que amedrentaron drigo se burlaba de todas estas cosas. Y para dejar
a Gianmatteo, no consiguieron que les dijera que claro a todos que el mal de la muchacha era obra
lo había visto con lo cual se marcharon y tras bus- de un espíritu y no de la imaginación, hablaba en
carlo en vano todo ese día y el siguiente, cansados latín y polemizaba sobre cosas de filosofía y descu-
ya, se volvieron para Florencia. Así, Gianmatteo, bría los pecados de muchos; entre ellos descubrió
una vez cesado el alboroto y tras sacarlo del lugar los de un fraile que había tenido en su celda duran-
donde estaba, le pidió que cumpliera su promesa. te más de cuatro años a una mujer vestida de fraile-
A lo cual Rodrigo le dijo: «Hermano mío, tengo cillo; todas estas cosas maravillaban a la gente. Por
contigo una gran deuda que quiero pagar como este motivo, micer Ambruogio vivía insatisfecho
sea; y para que creas que puedo hacerlo, te diré y, habiendo probado en vano todos los remedios,
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había perdido toda esperanza de curarla, cuando matteo regresó a Florencia riquísimo, porque el
Gianmatteo fue a visitarlo y le prometió devolverle rey le había dado más de cincuenta mil ducados y
la salud a su hija a cambio de quinientos florines pensaba disfrutar tranquilamente de esas riquezas,
para comprar una finca en Peretola. Aceptó mi- no creyendo que Rodrigo pensara ofenderlo. Mas
cer Ambruogio el ofrecimiento y Gianmatteo, tras este pensamiento suyo se vio turbado en seguida
mandar decir algunas misas y hacer algunas cere- por una noticia que llegó, según la cual una hija de
monias para embellecer la cosa, se acercó al oído de Luis VII, rey de Francia, estaba endemoniada. La
la muchacha y dijo: «Rodrigo, he venido a verte para noticia inquietó a Gianmatteo pues pensaba en la
que cumplas la promesa que me hiciste». A lo que autoridad de ese rey y en las palabras que Rodrigo
Rodrigo contestó: «Me place. Pero no es suficien- le había dicho. Como aquel rey no encontraba re-
te para hacerte rico. Cuando me haya ido de aquí, medio para su hija, enterado de la virtud de Gian-
entraré en la hija de Carlos, rey de Nápoles, y no matteo, lo mandó llamar con un correo. Al alegar
saldré nunca sin ti. Harás entonces que te den una aquél cierta indisposición, viose el rey obligado a
recompensa a tu gusto. Y después no me causarás recurrir a la Señoría, la cual obligó a Gianmatteo
más molestias». Dicho lo cual salió de la muchacha a obedecer. Desconsolado se fue para París, y le
para placer y admiración de toda Florencia. demostró al rey que era cierto que en el pasado
había curado a alguna endemoniada, pero que no
por eso sabía o podía curar a todas, porque se en-
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presentarte así? ¿Crees acaso que puedes vanaglo- junto con otros remedios secretos, creo que pon-
riarte de haberte enriquecido a mi costa? Voy a de- drán en fuga a este espíritu».
mostrarte a ti y a cualquiera que sé darlo y quitarlo
todo a mi albedrío, y antes de que te marches de
aquí, conseguiré que te ahorquen». Tras oír esto,
y no encontrando ningún remedio, Gianmatteo
pensó en probar suerte por otro camino. Mandó
8 E l rey mandó de inmediato que
se hiciera todo y, llegado el do-
salir a la endemoniada y le dijo al rey: «Vuestra ma- mingo por la mañana y lleno el estrado de per-
jestad, ya os lo he dicho, hay muchos espíritus tan sonajes y la plaza de gente, una vez celebrada la
malvados que con ellos no se gana nada, y éste es misa, la endemoniada fue conducida al estrado de
uno de ésos. Por lo tanto, quiero hacer una última la mano de dos obispos y muchos señores. Cuan-
experiencia, la cual, si sale bien, vuestra Majestad y do Rodrigo vio tanta gente junta y tanto apara-
yo conseguiremos lo que nos proponemos; si sale to, quedóse casi atontado y dijo para sí: «¿Qué ha
mal, me pongo en vuestras manos y tendréis de mí pensado hacer el muy menguado y villano? ¿Cree
la compasión que merece mi inocencia. Mandaréis que me dejará pasmado con esta pompa? ¿No sabe
hacer en la plaza de Nostra Dama un estrado gran- acaso que estoy acostumbrado a ver las pompas
de donde quepan todos vuestros barones y todo del cielo y las furias del infierno? Lo castigaré de
el clero de esta ciudad; haréis adornar el estrado todos modos». Y al acercársele Gianmatteo y ro-
con colgaduras de seda y oro, fabricaréis en medio garle que saliera, le dijo: «¡Vaya idea has tenido!
de él un altar, y quiero que el próximo domingo ¿Qué crees que vas a conseguir con tanto apara-
por la mañana, vos con el clero, junto con todos to? ¿Crees acaso que huirás por ello a mi poder y
vuestros príncipes y barones, con la real pompa, y a la ira del rey? Bellaco, te haré ahorcar de todos
con espléndidos y ricos ropajes, os reunáis encima modos». Y así, mientras el uno rogaba y el otro lo
de él, donde tras celebrarse antes una misa solem- tachaba de insolente, Gianmatteo no quiso perder
ne haréis venir a la endemoniada. Además de esto, más tiempo. Hecha la señal con el sombrero, todos
quiero que en un extremo de la plaza se reúnan al aquellos que habían sido reunidos para armar bu-
menos veinte personas con trompas, cuernos, tam- lla, comenzaron a tocar y con un ruido que llegaba
bores, cornamusas, atabales, tímpanos, címbalos y hasta el cielo se dirigieron hacia el estrado. Ante
cualquier otro tipo de ruidos, las cuales, cuando yo tamaño estruendo aguzó Rodrigo el oído y, no sa-
levante un sombrero, tocarán esos instrumentos y, biendo de qué se trataba y estando muy maravilla-
tocando, irán hacia el estrado; todas estas cosas, do, le preguntó muy asombrado a Gianmatteo qué
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era aquello. A lo cual Gianmatteo contestó todo
turbado: «¡Ay de mí, Rodrigo mío! Es tu mujer que
viene a verte». Fue maravilloso pensar en la altera-
ción mental que produjo en Rodrigo que le recor-
daran el nombre de su mujer. Tanta fue que, sin
pensar si era posible o razonable que se tratara de
ella, sin replicar nada más, asustado, huyó dejando
libre a la muchacha y prefirió regresar al infierno
y dar razón de sus actos que volver a someterse
con tantos incordios, disgustos y peligros al yugo
matrimonial.
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