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Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"


Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"
Al Margen de la Historia
DE

Don Cristóbal de Gangotena y Jij®n.

QUI'.ro
Imprenta Nacional
MCMXXIV

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"


Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"
STA COLECCION
de leyendas de pícaros,
frailes y caballeros de
antaño, que te ofrezco,
lector, no tiene otra
pretensión que la de
divertirte un rato. Son
e u en tos tradicionales

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VI

de tu tietTa. Están escritos al


margen de la Historia; para for-
marlos, he recogido, como pobre,
aquellas migajas que, desechadas
por los historiadores graves, me-·
surados y sesudos, caen de su
mesa solemne. Me atrevo a creer
que se verá logrado mi deseo de
agradarte, porque te gustarán las
cosas que son tuyas. N o en con-
tt·arás aquí altisonante estilo; el
lenguaje no está erizado de térmi-
nos científicos: para imprimir el
libro no necesité de alfabetos ex~
traños. Busco la amenidad, y tra-
to sólo de ((minucias de varia,
leve y entretenida erudición>>.

Al pensar en la suerte que los


libros sabios tienen, en la de aque-
llos de los que muchos hablan con
encomio superlativo sin haberse

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VII

atrevido a abrirlos, y en la que


quisiera que tenga este mío, me
consuela el españolísimo Marcial:
lila, tame11, laudattf otrtnes, núrantur,
adorant,
Cottjilt!or: lauda?tt illa, z'sta legunt.

Y si, lector, fueres tan severo,


tan grave y solemne como aque-
llos avinagrados personajes cuyas
migajas aquí he recogido, si temes
que algún ligero verdor te ofenda,
recuerda al mismo epigramático
latino:
.Epigrammata z'!!z's scn'bzmtur qtú solent
spectare FloraHa.
Non -z'ntret et Cato theatrunz nosb um,
aut, sz' z1zf1·averz't, spectet.

Puedo aseg·urarte además, lec-


tor, que no he copiado a nadie: en
esto no me he conformado con la

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VIII

moda del día. El libro, por ser


hijo mío, no carece de defectos, pe-
ro con Alfred de Musset te digo:
Qul! l'on tass6, aorás tout, un 1111fant blond ou brun,
Pulmoniqull ou bossu, boron6 ou oaralitioue,
6'11st delá trés joli quand on en a falt un.

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l .

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;- -q
IVIA, allá por los años de 1650,
en esta Muy Noble Ciudad de
Quito, y en la ca11e que hoy lla~
ma el pueblo El CuatntcllO, en
las solariegas casas de su morada, un
noble español, Don Lorenzo de Mon-
eada, natural de Madrid, y casado en Quito
con una Señora tan linajuda como él, Doña
María de Peñaflor y Ve1asco.
De este matrimo11io, quinta esencia de
la aéme, como se dice, nació Doña María

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4, AL MARGEN DE LA HIS'l'OlUA

de Moneada y Peñafior, una de esas tri-


gueñas que quitan el resuello y que van
derramando sal por donde pasan.
Tenía Don Lorenzo como administra-
dor o mayordomo de sus cuantiosos bienes
a un tal Don Jerónimo de Esparza y
García, hijodalgo español, que, habiéndo-
se metido en negocios infructuosos, había
quedado como el santo padre Job, tan pe-
lado, que no le quedaban sino manos para
rascarse el escozor de haber perdido su
hacienda. Don Lorenzo de Moneada,_
hombre caballeroso, había recogido a su
paisano Don Jerónimo, en la seguridad,
que entonces se tenía, de que un hijodal-
go había de hacer las cosas, por mal que
las hiciera, mejor que uu pechero. Así
también, el pobre hombre, que no tenía
sino su ejecutoria, no se moriría de ham-
bre con su hijo Don Pedro, y la madre de
éste, Doña Josefa Piñera, con quien años
atrás y haciendo una mesalianza, se había
casado Don Jerónimo.
El Administrador y su familia estaban
siempre en casa de Don Lorenzo y snce-

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AL MARGEN DE LA HISTORIA 5

dió ...... pues, hombre! sucedió lo que


era de cajón ..... ! Que Doña Magdalena,
con sus fogosos quince años le cobró afec-
to a Don Pedro, real mozo de veintitrés,
a quien le iba la gorguera a las maravillas
y cuyos nacientes y atuzados bigotes te-
nían no sé qué de conquistador ...... Don
Pedro no fue tampoco insensible a las
flechas de Cupido, y menos que Doña
Magdalena era necesario para que él se
enamorara de ella perdidamente. Ya he
dicho que Magdalena era lo que se llama
una chica de rechupete y de no hay más
allá.
Se vieron, se hablaron, se entendie-
ron, y en fin, se amaJ"on con ese vehe-
mente amor propio de la edad que ambos
tenían. ·
Por algo se dirá que en donde hay fue-
go hay humo : algún tufillo sospechoso
habría husmeado Doña María de Peña:flor,
pues a poco se dio cuenta de lo que pasa.-
ba en su ·hija. Al punto, la buena Sefio-'
ra, participó el descubrimiento a su espo.,
so, quien no pudo menos que indignar..

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se al saber que el hijo de su favorecido
pretendiese a J\!fagdalena. Resolvióse a
hablar a la niña, y al punto hizo compa-
recer a ésta ante el terrible tribunal com-
puesto por él y Doña María.
La autoridad de un padre de familia,
en aquella dichosa época, era, para un
hijo, así como la autoridad de Dios, y sus
palabras una sentencia siu apelación. He-
chas estas consideraciones, ya puede el
lector juzgar lo temblorosa que se presen-
taría la pobre Doña Magdalena ante su
señor y padre. El rubor qne cubría sus
mejillas, bien daba a entender que ella
sospechaba la cansa del paternal llama-
miento.
Don Lorenzo increpó dnramente a su
hija el tener lo que él llamaba sentimien-
tos tan bajos, y declaróla que al punto
echaría a la calle a Don Jerónimo, ya que
su hijo había tenido la osadía de poner en
ella los ojos. Nada valieron las negacio-
nes, las lágrimas y las súplicas de Doña
Magdalena para ablandar a su padre, y,
no teiJienclo otra cosa q ne hacer, otro re-

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AL ~lAlt(H<JN DI~ LA HISTOHIA '7

t'lmm, retiróse la niña a su aposento, a


llorar, tÍuico consuelo que las mujeres
licuen.
J )on Loreuzo, que era hombre expedi-
tivo, en seguida hizo saber su resolución a
Don Jerónimo ele Esparza, quien, rene-
Jr.ado de su hijo, hubo de dejar su oficio.
Doña Magdalena siguió llorando y con-
flnmiéndose, sin salir sinq a misa, con su
llladre, a la próxima iglesia de los frailes
agustinos, modesta, pero ricamente vesti-
da, cual convenía a su rango y calidad,
con su faldellín redondo de paño, lleno de
cintas, su mantón ricamente bordado, cuyo
color armonizaba con el del faldeJlín, y sus
:¡,apatitos, también de paño, pero 11egros,
rebajados sobre la media blanca de seda.
Privados de verse como antes, á todas
horas, en casa de Don Lorenzo, Doña
Magdalena y Don Pedro se veían furtiva-
mente en la iglesia : ella, arrodi1lada en
su estrado bajo cubierto de rica alfombra
fabricada en Latacuuga, que tras ella traía
una negra esclava, y él apoyado en una
de 1as pilastras que sostienen la bóveda

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8 AL MARGEN DE LA HISTORIA

del templo. Alguna vez que Doña Mag-


dalena iba sin su madre, Don Pedro la
esperaba en la puerta y la ofrecía agua
bendita a la salida ..... .
Estos amores, no podían durar así. So-
bre todo haría la vista gorda Don Lorenzo,
menos sobre la falta absoluta de fortuna
de Don Pedro: éste así lo comprendía y
por ello se devanaba los sesos buscando
un medio de adquirir riquezas para llegar
a la meta de sus aspiraciones.
Eu aquel heroico tiempo en que .con
tantas y tan famosas hazañas se ilustraban
nuestros mayores, se organizaba la expe-
díción de Don Martín de la Riva y Agüe-
ro a las provincias de Oriente. Nuestro
Don Pedro, deseoso de ganar nombt·e y
fortuna, se alistó bajo las banderas de este
capitán, y, tras una misiva de despedida a
su adorada Doña Magdalena, partió para
las desconocidas tierras que baña el Ma-
rañón, lleno de ilusiones con las protestas
de fidelidad de su amante.
Como es sabido, la expedición tuvo tlll
fin desastroso, y muy pronto se supo en

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AL MARGEN DE I,A HISTORIA 9

Quito su entera destrucción. Corrió la


voz de la muerte de varios individuos que
la compusieran : entre los muertos se con-
taba a Don Pedro de Esparza.
Doña Magdalena lloró desconsolada por
sn cuasi novio, pero- qué quieren uste-
des! -las lágrimas se agotan al fin y al
cabo, y, cuando se tiene quince años, no
se puede vivir lloranclo ..... .
En esto, llegó ele España un hijodalgo,
segnm1ón de solar conocido, gallardisimo
mozo, y qne, a falta de hacienda cuantio-
sa, traía muchas esperanzas de adquirirla,
ya qne venía recomendado con mucha par-
ticularidad al Virrey y a la Audiencia.
Era el tal hidalgo el Señor Don Mateo de
León y Moucada, que, por su madre, tenía
deudo con el padre de Doña Magdalena,
Don Lorenzo.
Guapo, como era, rumboso y galante, re-
cientemente salido de la Villa y Corte, no
pudo menos de gustar a Don Lorenzo para
yerno, de manera que su propuesta de ma-
trimonio con Doña l\fagda1 e na fue acepta-
da por los padres de ella con sumo agrado.
2

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AL l\IARGEN Dl~ LA UIS'IOIUA
---
Aq llÍ es necesario que recordemos, lec-
>r amigo,· una vez más, lo que era 1~
Lltoridad paterna en aquellos patriarcales
empos. A Doña Magdalena le impusie-
)11 el novio, y e1la tuvo que aceptarlo,
unque tuviera muy viva la memoria de
)on Pedro. Ella, para decir verdad, lo
ceptó sólo porque sabía la muerte de su
mante, que ·de saberlo vivo, preferiría
Jeterse en un convento, i ya lo creo!
Se fijó el día del matrimonio para un
ábado 27 de Marzo de l655, por la noche.
Encontrábase la víspera Doña Magda-
ena ocupada en arreglar su equipo, cnan-
lo una esclava suya 1e entregó una esque-
a. Abrióla la niña, y no se desvaneció
)otque entonces no se usaban los vapores,
mes, de estar, como ahora, a la moda, no
lejaría de hacerlo, ya qne, para ello, en
verdad, había razón muy sobrada. La es-
~uela decía así:

s~ñora J' mi dueño: Sé qtu mañamt os


r;asáz"s con zt?t guapo mozo que os 7Ja!e.
Me creíais muerto, y aú1t v/vo para ad11-

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AL :\lARGI<:N IH1 LA HISTORIA ll

raros. ¿ Co~tsentz"rézs en que os z;ea esta


nocJ¡e 1:11 vuestra reja .P' Os besa los pies.
-DoN P:r<:DRO DE EsPARZA.

No hay para qué ponderar lo qne senti-


ría Doüa Magdaleu~ a la lectnra de esta
carta : un rayo que a ::;ns pies cayera uo le
causara mayor espanto. Vivía su Don
Pedro, a quien tanto había queficlo, y ma-
ñana iba a ser de otro! ¿Qué hacer en
trance tan difícil? ¿Cómo romper el com-
promiso? j Qué escándalo se formaría !. ..
Y luego .... sn padre, su honor ... Deci-
didamente, no era posible .... Había que
someterse al destino ! .... Eso le imponía
el deber, el honor ... La fe qne debía
guardar al q ne maña u a sería su esposo le
prohibía ver a Don Pedro en 1a reja ....
Con el alma destrozada, tomó la plüma
de ave, y contestó así:

~Mañana, cmno sabéis, nt1? caso: 110 me


pertenezco ya, Don Pedro. Vos mismo lo
habéz"s quendo así, ya que me habéz"s deja-
do creeros muerüJ. Jft"lumor me pro!uoe

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12 AL MARGEN JH<! LA HISTORIA

hablaros. Olvz"dadme. Adzos. - MAG-


DALENA.

Esta carta 1 cuyas palabras q u crían mos-


trar indiferencia, llegó a las mmws de Don
Pedro, empapada en las lágrimas ele la
niña.
Por fin amaneció Dios el día en que ha-
bían de juntarse los destinos de Doña
Magdalena de Moneada y de Don Mateo
de León, día aciago para 1a 11ovia, en yo
amor para el antiguo amante había r~na­
cido más vivaz al saberlo en este pícaro
nmuclo.
Era costumbre de nuestros abuelos el
que, la niña que se casaba, el día de su
matrimonio, repartiera por su propia ma-
no limosnas a }os pobres que se presenta·
ran en su casa. Este acto de caridad se
hacía con el objeto de impetrar del Cielo
la fe1icidad para el nuevo hogar.
A casa tan rica, tan linajuda y de tantas
campanillas como la de Don Lorenzo de
Moneada, no hubo, como es de suponer,
pobre que no acudiera: fue todo el día

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AL lllARGEN DE LA HISTORIA 13

una procesión de mancos, ciegos y tu-


11idos: allí se vio cuanta miseria nos legó
nuestro padre Adán. No hay para qué
decir que los veJgo!lzantes, como ahora los
llamamos, y que entonces eran conocidos
con el nombre de cucttrudws, por su ves-
tido talar y la amplia capucha que les cu-
bría el rostro, no faltaron a la cita.
La novia a todos y a cada uno ele los
que se presentaban entregaba un patacón,
pidiendo a Dios que le hiciera olvidar a ese
Don Pedro que le bailaba en el alma ...
Ya entrada la tarde, presentóse un
cucurucho, al tiempo en que Doña 1viag-
<1alena se preparaba a su tocado. No qui-
so la niña dejar al, pobre sin su limosna
y, abandonando sn espejo, bajó a dar la
última caridad del día, y ... , j cosa curio-
sa ! . . . . el mt:urucho tenía la misma esta-
tura de Don Pedro de Esparza. . . . sí, su
mismo cuerpo .... pero ... j ilnsión debía
de ser! .... Doña .Magdalena, sacaudo de
su escarcela una mo11eda, se acercó al
mendigo, alargó su mano, el cucurucho
avanzó, y, febrilmente, sacando u u puñal

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14 AL l\IARGEN DE LA HIS'l'ORIA

de entre los p1iegnes de su hábito, lo claYó


en el pecho de la novia .... Esta da un
g-rito, y cae muerta .... El asesino huye
a la calle .... Los criados se precipitan al
auxilio de su ama, otros van en busca del
asesino, pero uo vau lejos : casi al frente
de la puerta ele la casa, apoyado al m u ro
del convento de San Agustín, reu a Don
Pedro de Esparza, con el hábito de cucu-
rucho, la capilla tirada a la espalda y el
puñal en la mano .... La guardia acnde
a los gritos de << j favor al Rey ! » y Don
Pedro es conducido a la cárcel de corte
Tal es la leyenda que el pueblo qui-
teño ha conservado, 11 amando a la cuarta
cuadra de la Carrera Flores El Cucurucho
de Sa11 Agustí1t.

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Bienaventurados Jos pobres de
espíritu, porque de ellos será el
Heino de Dios.

OR muerte ele] Presidente Nar-


váez y por suspensión en el ofi-
cio de Oidor de la Chancillería
de Quito, del Licenciado Aun-
cibay, tan célebre eu nuestra historia,
gobernaba la Audiencia el Licenciado
Don Pedro Venegas del Cañaveral, hom-
bre ya entrado en años y dominado com-

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18 AL MAIWmN Im LA. UISTOHIA

pletamente por Doña l\bgdale1Ia de Ana-


ya, su legítima costi11a.
En este tiempo de yacancia de la Presi-
dencia de Qnito, conocieron nuestros abue-
los la vergiieüza de verse gobernados por
el marimacho tenible de Doña Magdale-
na, quie11, 110 contenta con influir en e1 áni-
mo del chocho de su marido, hasta tomaba
parte :en bs deliberaciones del 'rribnnal.
La Proviucia de Popayán dependía en-
tonces, como se sabe, del gobierno de
Quito, y, por cousecueucia, 1os derechos
del Real Patronato en los asuntos ecle-
siásticos de aquella diócesis competían al
Presidente de la Real Audiencia que en
Quito residía.
Corría el 8ño de gracia de 1582, y era
Obispo de Popayáu el Sefior Don Fray
Agustín de la Coruña, religioso que había
sido de la Orden del Gran Padre de la
Iglesia, cuyo nombre 11evaba. . .
El carácter del Ilmo. Señor Coruña er~
mny complejo: mezcla de preclaras virtu-
des cristianas y de puerilidades ridículasl
en qnien, como él, había alcanzado tan

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AL MAlWEN" DE I,A HISTORIA 19

alta dignidad. Rígido y lu1sta terco en el


cumplimiento de sus deberes, en los me~
dios que usaba para poner en práctica las
virtudes qné le adornaban, no sabía dis~
cernir lo risible de lo verdaderamente me~
ritorio.
La índole preponderaute del Licenciado
Cañaveral no podía menos que encontrar
en el Obispo de Popayán un escollo en
que estrellarse: pronto llegó la ocasión
en que Presidente y Prelado ttwieron que
habérselas el ú110 cou el ótro.
Provisto de Cédula Real, vino a Popayán
cierto clérigo a quien Su iMajestad, como
Pntro11o de las Iglesias ele Indias, hada
merced ele 1a cliguiclacl c1 e Chautre de esa
CatedraL-Al recibo del regio documento,
Don,Fray Agustín de la Coruña se pro-
puso obedecerlo, pero, mües, había de ser
examinado el candidato, segftn lo dispues-
to por cánones y concilios.
Infatuado el clérigo, 110 obstante la su-
pina ignorancia de que adolecía, se pre-
sentó al examen : sns conocimientos en
sacra Teología, en Cánones, Patrología,

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20 AL :\IARGEN J)g LA HISTORIA

Rúbricas y demás cieucias de que todo


eclesiástico debe ele tener siguiera rudi-
mentos, resultaron nulos a la prueba, de
suerte que el tribunal, compuesto del
Obispo y dos Capitulares, no -pudo menos
que reprobado.
Aquí fueron los aprietos del Obispo y
las furias del clérigo : el Seüor Coruña
en bneua conciencia, no podía investir del
elevado cargo de Chantre de su Catedral
a un clérigo más ignorante que un lego,
y, por otra parte, el rescriptO del Real
Patrono le mandaba darle posesión de la
Silla. El clérigo, aunque convencido de
su crasa iguorm1cia, 110 quería perder
la Prebenda, resguardados, como creía,
sus derechos por la Real Cédula de
merced·;
El Señor Coruña, hombre recto, qne
ante todo quería estar en paz con su
conciencia, optó por negar la investi-
dura, y el clérigo, furioso, se vino para
Quito, a intentar recurso de fuerza contra
el Prelado. La Cédula Real quedaba obe-
decida y no ejecutada : era lo que 11 nes-

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AL 1\lARCHiK DE LA HISTORIA 21

tros abuelos llamaron mw lzostz'a s?lz con-


sagrar.
El Licenciado Cañaveral, y sobre todo su
esposa Doña Magdalena, no pod1an menos
que aprovechar la oportunidad ele hacer
sentir sn antoricbd en trance talJ brillante.
El muerto se hace pesado cn~mclo tiene
quien lo cargue. Humillar al Obispo,
imponiéndole dar cumplimiento a la Cé.
dula Real era m1 bocado demasiado sabro-
so para Doña Magdalena de Anaya. Así,
la Audiencia de Quito despachó primera,
segunda y tercera Cartas Reales al Obis-
po mandándole ejecutar la Real yoltmtad.
El Obispo, representaba a la Audiencia
las razones que le asistían para oponerse,
pero, ante el capricho de Don Pedro del
Cañaveral, ninguna razón tenía valimien-
to y, por el contrario, cada argumento del
Prelado no servía sino para irritar más al
volnntarioso viejo. Al ver la resistencia
del Señor Coruña, el Presidente decretó
que el enérgico Obispo fuera desterrado
de las Indias y remitido a España bajo
partida de registro.

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22 AL ~L\R(ig~ DE LA IIIf:;'l'ORIA.

Para dar cnmplimiento fiel a esle de-


creto, la Audiencia despachó de Quito
a Popayáu al Capitán Don Juan López
de Galarza, Alguacil Mayor, con doce
hombres de armas y un escribano q ne no-
tificara al Prelado remiso la sentencia del
Tribunal. El documento estaba solemne-
mente redactado en nombre de Su Majes-
tad, con todos los títulos de sus Reinos y
Señoríos, lo que hacía ele tales escritos algo
tan largo como 1a letanía de los santos.
Llegó e1 Capitán Galarza a Popayán e
hízose público q ne al otro día había de no-
tificar, cou toda solemnidad, al Señor Co-
ruña, la Real Provisión emanada del Tri-
bunal q nc representaba en estas partes a
la Real Persona.
El bueno del Obispo, con una candoro-
sidacl admirable, creyó conjurado todo pe-
ligro metiéndose en su Catedral desde el
alba del día señalado eara la notificación,
convencido ele que, refugiado en la casa ele
Dios, no había de atreverse López ele Ga-
larza a llevar a término su desacatada mi-
sión. Mas el Señor Conu1a no coutaba

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AL MAlH:ll<~N DID LA JIISTOHlA 23

con que el Alguacil .Mayor venía con la


lección bien aprendida y con que era hom-
bre que no le tenía miedo ni al lucero ma-
tutino.
Para colmo de precauciones, Sn I1ustrí-
sima había reve:.;Lido los hábitos pontifica-
les, y esperaba a los sayones con mitra en
la cabeza, casulla ele rico brocado, empu-
ñado el pastora,l cayado ... Sentado en su
silla, bajo el purpurado dosel, aguardaba
hierático.
Así lo encontró el Capitán Galarza,
quien, no dando con el Prelado en su Pa-
lacio, se trasladó a la Catedral, resuelto a
ejecutar su comisión.
Llegaron al Obispo, escribano, capitán
y soldados, y el primero leyó al Seño1· Co-
ruña la orden de la Aúdiencia que, en
nombre de Don Felipe, por la gracia de
Dios, Rey de Castilla, de León, de Aragón,
etc., le ordenaba darse preso. Atento oyó
el Prelado la lectura del documento, y,
cuando ht:..bo acabado la lectura el notario,
--Dadme acá, dijo, esa orden de nuestro
Rey, para obedecerla.- Y tomando la

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24 AL MARGFJN DE LA HISTORIA

Carta Provisión, después de examinarla


detenidamente.-- Ah ! dijo. -No es del
Rey, qne es del Licenciado Cañaveral ! Y
se desató en protestas.--¿ Cómo se entien-
de, Señor Capitán? ¿ Así se guarda la
inmunidad eclesiástica? ¿Así se respeta
el asilo de los templos? Sois excomulga-
do si intentáis cumplir tal iniquidad !
Galarza, por toda respuesta, hizo seña a
sns soldados qne se acercasen al Prelado.
Este, parodiando a Cristo nuestro Bien,
cuando en el Huerto de los Olivos ,-inie-
ron a preuderle .-- ri Qltem quaf'rz'tú .'P pre-
gulltÓ: ¿A quién buscáis?
·---Ni Vuestra Señoría es Cristo, ni nos-
otros fariseos,--le respondiú nn soldado de
apellido Jiménez, q ne tem1ría sns barnices
de bachiller, eclwndo el guante al Obispo,
que se resiste, grita, patalea, se contor-
siona, viniendo al fin al sne1o en medio de
su resistencia, y, en tan mala postura,
que, rodando la mitra y el báculo pastoral,
]as ropas pontificales se van, con ]a sota-
na, a la cabeza de Su Ilustrísima y dejan
de matJifiesto la penitencia y mortificacíón

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AL MAlWEN JH1 LA HISTORIA 25
. --~-------- ---

niHtiatta del Señor Coruña, tan evangéli-


camclilc pobre, que no llevaba ui siquiera
ea 1:-:oucillos. . . . . Bajo la sotana, el sauto
(>hispo estaba en cueros ..... .
1\ la vista de espectáculo tan cómico,
los soldados, con la risa, soltaron al acon-
tecido buen señor. Cuando éste pudo de-
sembarazarse de las vestiduras que le
tapaban el rostro y lo ahogaban, se dio
cuenta de lo ridículo de su sitüación.
Siempre candoroso, creyó salvarla con 1a
amouestación que hi?.O Cristo a Sau Pedro
eu el Thabor, y : Vz'súmem quem vzdz'stz's
1te1mnt' dtxerz'l/s !~--La visión qne habéis
visto, no la diréis a nadie J dijo. . . . . Y
aprovechando que soldados, capitán y es~
cribano estaban para nacb con la risa que
los ahogaba, volvió a arellenarse en su si-
tial, calándose de nuevo la mitra en la ca-
beza.
Repuesto un tanto de su risa, Galarza
quiso poner fin al sainete. Era el Señor
Coruña nn viejecito bajito y muy enjuto
de carnes, el Capitán hombre robusto y
fornido ; así, e1 Alguacil Mayor cargó fá~
J

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2() AL MAUGEN IYI<J f,A IIIS'I'ORIA

cilmente al Obispo, con silla y todo, y


como a una pluma, lo sacfJ ft1era de la
iglesia.
En la puerta del templo dejó su mitra y
sus pontificales vestidos el Ilmo. Cornña,
y ya no hiw más resistencia, dejándose
pacíficamente cond nci r el! nnns <mgarillas
hasta Quito.

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30 Al, l\IAROI~N m<: LA UISTOIUA

Eran estos dos nobles hijosdalgo caste-


llanos Don Andrés Fernández Salvador,
Doctor in utroque jure por la Universidad
de Salamanca, y su hermano Don J nau.
Radicáronse en Quito los dos, y pronto
alcanzaron puestos de mucho honor en la
olvidada colonia, sobre todo Don Andrés,
q ni en, a su esclarecida nobleza, unía los
méritos de su ciencia en el iutrincado dere-
cho de esos tiempos, una inteligencia des-
pejada y una brillante palabra, circuns-
tancias que le hicieron admirar en los es-
trados de la Chancillería Real.
En el año de 1792, había alcanzado Don
Andrés uno de los empleos concejiles de
más honor: era Fiel Ejecutor del Cabildo
de Quito, oficio q ne hoy no tenemos, y
que, como su nombre lo indica, consistía
en interponer su autoridad para hacer que
las leyes tuvieran pc~·fecto cumplimiento
en la Ciudad y sus ÚJtto leg·uas. Cuánta
falta nos hace hoy un Fiel Ejecutor! Hay
tantas leyes que son ahora ...... la cara-
bina de Ambrosio!

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AL MARO I~r\ Dl~ LA HISTORIA 31.

E1 año _ya citado, nn tal Gregorio Díaz


había cometido en Cotoco1lao n n asesinato
horrible, con circunstancias que, para un
hombre ele honor, atenuaban el delito :
había lavado en 1a sangre del seductor la
honra mancillada de sn hermana ..... .
La Ley es rígida: quien quita 1a vida
a otro, debe morir a manos del verdu-
go.. Gregorio Díaz fue condenado a la
horca.
El reo fne, en co11sccnencia, puesto en
capilla en nua mazmorra de la Cárcel pú~
bli~.:a, eu do11de, en sn calidad de plebeyo,
se hallaba detenido.
En ese tiempo ocupaba la Cárcel el lo~
cal qne hoy ocupan las caballerizas de Go~
bierno, en la calle Angosta.
Fnución era del Fiel Ejecutor hacer
una última visita a los sentenciados a
muerte, en la noche que precedía a su eje~
cución. En esta macábrica entrevista el
alto funcionario preguntaba al reo si tenía
alguua gracia que pedir, y, si esta era
compatible con las leyes, desde luego este
ú1timo consnelo le era collcedido.

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"


32 AL MARGEN Dl<J LA HISTORIA

El 27 ele Octubre, entre eso de las nue-


ve de la twche, salió, pues, Su Señoría de
sn casa, sita en la Plaza de San Francisco,
casa que es la misma que ahora está mar-
cada con el N9 37 de la carrera Pichin-
cha. Con lento y mesurado paso se diri-
gió Don Andrés a la Cárcel pública, para
visitar por última vez a Gregario Díaz,
que a la mañana siguiente, debía ser ajus-
ticiado en la Plaza Mayor.
Entró el Fiel Ejecutor, y un corchete,
con un mortecino farolillo en la mano, lo
con el u jo a la mazmorra en donde, auxiliado
por un fraile que cabeceaba, sufría ya una
lenta agonía el pobre preso.
Al ver al magistrado, se incorporó el reo.
Don Andrés Fernández Salvador le mani-
festó el objeto de su postrimera visita, y
preguntóle cuál era la gracia que solicitaba.
--Señor, le dijo el sentenciado, quisiera
hablar con Vueseñoría a solas. Mande
que se retire el religioso.
:Mandó el Fiel Ejecutor a1 fraile que
los dejara solos, y-- Ahora bien, dijo,
¿qué es lo que quiere hermano?

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AJ, :MARGEN DI<> I,A HIS'rOltiA 33

Solos ya, el reo dejó estallar su dolor, y


de sns ojos, 11asta entonces secos, alocados
por la idea fija de la muerte inevitable,
rodaron las lágrimas a torrentes.
-Señor! dijo --Señor! Vueseñoría me
perdone : lloro corno un niño, después
de haber matado a un hombre; pero Vue-
señoría sabe qne mi crimen tiene su
explicación: talvez Vueseñoría, en mi ca""
so, hubiera hecho otro tanto ....... Ten-
go mujer e hijos, Señor! Tengo siete
hijos, todos pequeñitos ; van a quedar ma-
ñana sin padre que los proteja. . . . . . Se-
ñor! No tengo nada que dejarles: nada
más que un nombre de asesino, un nom-
bre de ajusticiado. . . . . . La infamia, en
fin, por única herencia ! Quiero, Señor,
bendeci rlos antes de morir, verlos, abra-
zarlos, decirles un adiós último. . . . . . Y
el pobre reo se ahogaba en su llanto.
Don Andrés sentíase conmovido hasta
el fondo más íntimo de su alma y, vol-
teándose para, talvez, ocultar una lágrima
importuna.

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"


32 AL MARGEN lH) LA HISTORIA

El 27 ele Octubre, entre eso de las nue-


ve de la noche, salió, pues, Su Señoría de
su casa, sita en la Plaza de San Francisco,
casa que es la misma que ahora está marc
cada con el NQ 3 7 de la carrera Pichi n-
cha. Con lento y mesurado paso se diri-
gió Don Andrés a la Cárcel pública, para
visitar por última vez a Gregario Díaz,
que a la mañana siguiente, debía ser ajus-
ticiado en la Plaza Mayor.
Entró el Fiel Ejecutor, y un corchete,
con un mortecino farolillo en la mano, lo
condujo a la mazmorra en donde, auxiliado
por un fraile que cabeceaba, sufría ya una
lenta agonía el pobre preso.
Al ver al magistrado, se incorporó el reo.
Don Am1rés Fernández Salvador le mani-
festó el objeto de su postrimera visita, y
preguntóle cuál era la gracia que solicitaba.
--:-Señor, le dijo el sentenciado, quisiera
hablar con Vneseñoría a solas. Mande
que se retire el religioso.
J\fandó el Fiel Ejecutor al fraile que
los dejara solos, y - Ahora bien, dijo,
¿qué es lo que quiere hermano?

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AI, lURHEN DI<~ Y,A HIS'fORIA 33

Solos ya, el reo dejó estallar su dolor, y


de sns ojos, ]~asta entonces secos, alocados
por la idep. fija de la muerte inevitable,
rodaron las lágrimas a torrentes.
-Señor ! dijo -·Señor ! V uesefioría me
perdone : lloro como un niño, después
de haber matado a un hombre; pero Vue-
señoría sabe .que mi crimen tiene su
explicación: talvez Vneseñoría, en mi ca"'"
so, hubiera hecho otro tanto ....... Ten-
go mujer e hijos, Señor l Tengo siete
hijos, todos pequeñitos ; van a quedar ma-
ñana sin padre que los proteja. . . . . . Se-
ñor! No tengo nada que dejarles: nada
más que un nombre de asesino, un nom-
bre de ajusticiado. . . . . . La infamia, en
fin, por única herencia ! Quiero, Señor,
benclecirlos antes de morir, verlos, abra-
zarlos, decides un adiós último. . . . . . Y
el pobre reo se ahogaba en stt llanto.
Don Andrés sentíase conmovido hasta
el fondo más íntimo de su alma y, vol-:-
teándose para, talvez, ocultar una lágrima
importuna.

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34 AT. lllARGT•1N TlE LA HISTORIA

--Y bien, dijo, ¿qué es lo que queréis?


-Señor, dijo el reo, tened misericordia
de mí ! Dadme cuatro horas para ir a
abrazar a mi familia, y os juro por lo
más sagrado, os juro sobre la caber-a de
esos siete angelitos que mañana no ten-
drán padre, que, al expirar el pla;~;o, esta-
ré de vuelta.
El hombre hablaba con acento tan con-
movedor, había tal sinceridad en sus pala-
bras, estaba tan emocionado el magistrado
por sus desgarradores sollozos, que,-
Anda, le dijo, vete. . . . . ! , y él mismo
le sacó hasta la puerta.
El reo se hecl1ó de hinojos ante el caba-
llero, y abra;~;:mdo sus rodillas, bendicién-
dole mil veces, besó sus manos y empren-
dió luego sn carrera, y, antes de que Don
Andrés reflexionara, ya había el preso
doblado la esquina.
Produjo tan honda impresión en el áni-
mo del Doctor Fernández Salvador lo que
acababa de pasar que, de pronto, no se dio
cuenta de las terribles consecuencias que
podía tener su generosidad. Poco a poco,

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AL l\1AHOI~í'\ 1>1': LA IWlTORlA 35

como de m1 sneño, fue vohiendo a 1a rea~


lidad, y, al comprender la peligrosa sitna~
ción en que le había colocado sn piedad, al
pensar en qne talvez su honor estaba per-
dido para siempre, su agitación nerviosa
subía de pnnto, se yolvía loco.
Inhábil para cualquier descanso, co-
menzó a pasear febrilmente de San Fran-
cisco a la esq ni na que en ton ces se llama-
ba de Corte.
Las horas de espera fneron para c1 cari-
tatÍ\'O Fiel Ejecutor siglos ele iufieruo ... .
¿Volvería el reo? ¿Y si no yo!da? .... .
Pero, mucha sincerid<td había en sus pala-
bras! Sí, pero .... nua vez afuera ..... !
El plazo termitwba a 1as dos de la ma··
drngacla: por fin sonaron lentas, sordas,
dos campauadas que cayeron desde la torre
de las Casas Reales sobre la cabeza del
Fiel Ejecntor como dos martillazos ..... .
El reo no volvía, y el tiempo parecía, esta
vez, que aceleraba sn carrera. . ... Sona-
ron las dos y media, y la esperanza de
que el condenado volviera iba acabándose
en e1 ánimo de Don Andrés, que, cada

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36 AL :\fARGl':N DT~ LA HISTOrtiA

vez más nervioso, se paseaba a largos


trancos. En fin se decidió a bajar ha-
cia la Plaza Mayor, siguiendo las Casas
Reales.
Absorto en 1a enorme responsabilidad
que sobre él pesaba, iba caminando, ya sin
esperanza alguna, cuando a la altura de la
puerta lateral de la Audiencia, oyó, en
medio de la noche, una respiración anhe- ·
1ante, fatigosa, y precipitados pasos que
venían hacia donde él estaba ..... Paróse,
y el hombre qne corría tropezó con él, y
cayó desplomado a sns pies.
--Pcrcl<'m, Señor, dijo, perdóneme Vue-
señoría 1 Compre11do las horas horribles
que ha debido pasar: son las tres de la
mañana: Vueseñoría ha debido pensar
que yo no volvería más: ha debido sufrir
horriblemente una hora de espantoso tor-
mento; perdóneme, Señor ! La despedi-
da ha sido muy tierua. Mis hijitos me
tenían abrazado, mi mujer me aconsejaba
huir ...... Aquí estoy ya, Señor, bendi-
ciendo vuestra piedad. Estoy listo para
morir: 110 me importa ya la muerte ...

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AL MAHOE!\ DI•] I,A HISTORIA 37

Pasmado, absorto, le oía el Fiel Ejecli-


tor: no podía comprender que en un cri-
minal hubiera tanta caballerosidad. El
también estaba reconocido: el reo había
vuelto. . . . . Y ahora, sereno, pensando
en todas las consecuencias que podían so-
brevenirle.
-Vete, le dijo, vete, y no te dejes co-
, ger ...... 1 Yo cargo con toda la respon-
sabilidad ...... .
Y lentamente se dirigió a su casa.

Al día siguiente se presentó el Doc-


tor Don Andrés Fernández Salvador en
la Sala del Crimen de la Audiencia Rea1
y se denunció a sí mismo. El alegato que
presentó en su descargo fue una brillante
pieza de elocuencia.
En caso tan raro, los Oidores no supie-
ron qué partido tomar. Apresar al Fiel
Ejecutor, hombre tan notable en la redu~
cicla colonia, además ele no conducir a
nada, sería hacer un escándalo ...... .

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Reunido el Real Acuerdo, fne ele parecer
que se debía diferir la cansa al Consejo de
Indias y tratar, mientras viniera la reso-
lución de Su .Majestad, de echar tierra al
asunto ..... .
Así se hizo, y, en el primer galeón que
partió para el Istmo, salió la cansa con
direccióu a Hspafía, acompañada del ale-
gato del Doctor Andrés Fernánde"- Sal-
vador.
Ocho meses pasaron antes de que el
asunto se resolviera: por fin1legó el azjón
de Espaiía, que así se llamaba entonces el
correo, y en él la xesolución del Rey.
Coudeuábase a Don Andrés Fernández
Salvador a la pérdida de su oficio de Fiel
Ejecutor de Quito, para que su ,acción,
irregular ante la Ley, tuviera una san-
ción, pero, al mismo tiempo, Su 1Iajestad
le enviaba Real Título de Regidor Perpe·
tno del Cabildo.
Eu cuanto al reo Gregorio Díaz, se le
declaraba absuelto de culpa y pena. Si

X._
esto no es nobleza e hidalguía, qne venga
Cristo y lo diga!

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UE el miércoles 20 de Enero de
1649 un dia de consternación
para la entonces tan católica
ciudad de Quito: un sacrílego
robo se había perpetrado en la igle-
sia del monasterio de las monjas
clarisas o -mejor dicho- en la sala que
les servía de iglesia provisional, mientras
la definitiva se acababa.
Manos criminales se habían llevado el
tabernáculo cou los vasos sagrados y el
Sacramento adentro. El descubrimiento
~

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42 AL MARGEN DY.J Iu\ HISTORIA

de tan horrible crimen sumió en la de-


sesperación a las pobres enclaustradas:
se c1ió inmediato aviso al Obispo Doctor
Ugarte y Saravia, las campanas tocaron
a rebato, y en breve, la población íntegra
de la muy noble ciudad se transportó a
Santa Clara.
En medio de la consternación general
se tomaron averiguaciones, se recorrieron
los alreded01·es, y al fin, en la que desde
entonces tomó el nombre de quebrada de
Jerusalén, se encontró el Sagrario, junto
con muchas formas de las que el Copón
contenía. Un enjambre de solícitas hormi-
gas rebullía en redor del Pan de los Ang~­
les, que yacía en medio de inmundicias ....
Las formas fueron recogidas con cuidado
y entre un pueblo que daba alaridos, con-
ducidas con gran pompa a Santa Clara, en
donde, en una misa solemne que se celebró,
se consumieron todas. Sin embargo falta-
ban algunas, faltaban, además, los Copo-
nes que las contuvieran ..... .
El Obispo fulmit1ó excomunión mayor
contra los sacrílegos y contra sus encubrí-

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.-\.L )IAIWgN DE LA Hlf>TOIUA 43

dores, si en el perentorio término de tres


dfas no aparecían los vasos robados.
El vecindario de Quito vistió de luto,
las campanas y los ó1xanos ele las iglesias
de Ja cindacl enmudecieron, la fúnebre
ceremonia de Jau zar la excomunión se re-
petía todos los días. El Obispo ele Quito
l1abía dado, para ello, la fórmula teatral
en el Edicto que sobre el suceso publicó:
los Curas y Capellanes, al tiempo del
Ofertorio de la misa, debían salir delante
del presbiterio, con cruz alta cubierta de
velo negro, y anaten ~atizar a los· sacríle·
gos, cantando las proféticas maldiciones
que David lanzó contra Judas en el salmo
J)eus, lattdem meam Jte tacuells, y luego,
en voz alta, exclamar la espelu:mante mal-
dición ritual: <<Maldito sea el pan, vino,
carne y sal, pescado y otras cosas que co-
mieren y bebieren; s.us obras sean hechas
en pecado mortal y el diablo, padre de todo
1nal, sea a su diestra ; cuando fueren a jui-
cio, siempre sean vencidos; sns mujeres
viudas y sús hijos huérfanos, ,anden men-
digando de puerta en puerta y no hallen

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44 AL MAHCi r:l'í DI~ I.A HISTOHIA

quién les socorra ; la maldición de Dios


y la de los Bienaventurados Apóstoles
San Pedro y San Pablo vengan sobre ellos,
la de Sodoma y Gomorra, en que llovió
fuego del cielo y las abrasó, y las de Da-
tán y Abirón que, por sus pecados, los
tragó vivos la tierra >>
Después, apagando una candela ardien-
te en el agua, el sacerdote decía: <(Así
mueran sus almas en los infiernos como es-
ta candela en el agua! ». • . . . . Y los cir-
cunstantes, aterrados, respondían: Amén,
an1en ...•...'
;

, ..... Un escalofrío ele espanto corría


en la multitud .•....

Después de tres meses de lnto, un


buen día de Abril apareció el Copón: en-
contrósele tirado en la puerta de San Fran-
cisco •... Pero ¿los ladrones ?-Ni pelo de
ellos!
En Santa Clara, Jas monjas que, ence-
rradas, poco o nada podían hacer para des-

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AL JlfAlWgN DE LA HISTORIA 4&

cubrir a los autores del crimen, mientras


la Audiencia y demás autoridades lo pes~
quisaban, habían adoptado, en su candor
angelical, un arbitrio: como podían cantar
Jos cantos del Señot', ¿por qné no averi-
guar por su medio por los sacrílegos la-
drones? Así pues, en el mismo tono en
que se. canta la 4etanía de los Santos, todo
el tiempo, en todas las funciones de su
iglesia, diéronse a cantar con sus voceci-
11as gangosas.- ¿Quién se robó los Co-
pones?
Pero si las gestiones ele los Magistrados
eran hasta entonces inútiles, los cantos de
las monjas u o lo eran menos. Las inves-
tigaciones de los Oidores, aún a la larga,
y a pesar de sn jerga curialesca, no debían
ser tan empalagosas como ese sempiterno
¿ Qui'é11 se 1obó los copones .'1' repetido mil
veces en el mismo tonito gaugoso ....
Había n 11 sacristán en Santa Clara, un
pobre mesti:w, de esos que por toda renta
tienen los cabos de las velas que los elevo~
tos ponen a los Santos, de· aquellos de
quienes está escrito que poseerán el reino

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4:6 AI, JI'IAROI•:N" DEl LA HISTORIA

de 1os cielos, porque son pobres ele espíri~


tn .... A este infeliz, en medio de su sím-
pleza1 llegó a cargarle el ca11tito de las
monjas, a él, qne lo estaba oyendo a todas
lwras 1
Un d1a en qne ayudaba, vestido de la
raída sotana, a una de las muchas ceremo-
nias que en la iglesia ele las monjas se ce-
lebrabau, eutouaron éstas, como siempre,
su eterno ¡; Quién se robó los Copoll~s. . ?
N o pudo más el sacristá11 : perdió los
estribos, y loco, sin saber lo que se hacía,
subió al altar y, cttando resonó la últi-
ma nota gangosa del siempre invariable
ib. Quz'!m se robó !os Copont's ?, volvióse y,
como un sacerdote qne dijera J)omimts vo-
búcum, abriendo los brazos, en el mismo
tono qne las monjas, les respondió al eter-
no estribi11o... . . les respondió. . . i ¡ LOS
LADRONES ! ! .... • .

Y, los ladrones ? parecieron al fin? Sí :


los cogieron en Conocoto, los trajeron a.
Quito, los ahorcaron y ¿qué más? Pues,
nada, simplemente, los descuartizaron.

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' b'i'íXf,;1'>'\RA
1
el año de 1851 y el Señor
. ·Don Diego Noboa y Arteta,
Presidente de la República de-
rrocado por su compadre Urvi-
na, bogaba ya en ttll bnqne qne,
salido de Guayaq nil con derrotero al
Norte, hacia Centro América, gracias a
los temporales y a la habilidad de los
pilotos, fué a anclar por fiu en Paita.

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;50 Al. MARG1GN DE LA HISTORU

Urvilw proclamado Jefe Supremo de


esta asendereada República, por una de
las innumerables revoluciones de cuartel
que la han afligido, estaba próximo a en-
trar en Quito.
El escuadrón Tmu·a, compuesto casi en
su totalidad ele terribles negros montuvios,
era la fuer:-:a más temible con que Urvina
había colJtado para aclneñarse del Poder.
Los Tauras, eu el viaje del nuevo go-
bernante a la. Capital, venían sembrando
por doquiera el desconcierto y la desola-
ción : no había abuso que no cometieran
esos fontjidos, cuya fama, aún peor c1ne
sus hechos, los había precedido a sn entra-
da eu Qnito, en donde a cada vecino no le
llegaba la camisa al cuerpo al pensar en
los horrores que iban seguramente a come-
ter esos desalmados en la ciudad indefensa.
La alarma crecía por momentos a me·
did~t que Urvina y s11s Tauras se acerca-
ban a Quito...... Ya se daba como un
hecho que el Jefe Supremo concedería a
·SUS terribles soldados unas cuantas horas
de saqueo en premio de sus buenos servi-

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AL MAR<HDN DE J,A HISTORIA 51

cios ...... Y cómo no había de ser cierto !


Si Urviua era nn liberalote que-Jesús!-~
se persignaban al nombrarle las beatas de
Quito, quienes, dicho sea ele paso, eran
más numerosas, si es posible, en aquellos
tiempos, qne ahora.
Por supuesto qne, con esos temores, no
hubo títere con faldas y que contara con
valimento en los conventos de monjas,
qne no se refugiara en alguna de las casas
de las vírgenes del Señor. Los monaste-
rios estabau que no cabían de gente, y las
monjas en ellos, atareadísimas en atender
a las asiladas, casi todas Señoras c1e las
altas clases sociales.
Ellas, a pesar de estar encerradas y bien
protegidas por las terribles censuras ecle.-
siástícas, que prohíben la entrada de
pantalones a la clausura monacal, 110 se
creían aún bastante segnras: Urvina era
tan 1ibera1ote! y sus Tanras? San José
bendito! Esos eran unos bárbaros que no
le tenían miedo ni a Dios ni al diablo ! ~ . _
Y allí erau los rezos, y las rogativas y
el estarse con el alma en un hilo ..... .

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52 AL 3IARGl~N lHJ LA HIS'J.'OIUA

Al fin, Urvina llegaba a Quito, y en


efecto, los terribles Tam·as venían a la ca-
bel':a del Ejército. El miedo crece por
instantes : en todas partes se cuchichea
los horrores que cada uno prevé, dándo-
los ya por ciertos y el terror llega a su
colmo con la presencia ele esos uegrazos
apenas entrevistos por el ojo de las cerra-
duras. Porque huelga el decirlo, no hubo
puerta q ne no se cerrara y atrancara con
cuanto cada cual encontró a mano.
Si el terror se había apoderado en Quito
ele todas cuantas se visten por la cabeza y
se desvisten por los pies,- y aún de mu-
chos qne nsan pantalones-cuánto más
no sería de las castas y timoratas esposas
del Señor l En aquellas pobres cabecitas
en que se alojan tan tétricas pintaras ele
Satanás, las ideas que evocaba la expecta-
tiva en que todo el mundo estaba, debían
concordar con las terribles pinturas que
les hacía el Padre Capellán cuando del In-
fierno las hablaba. Si para las beatas ele
Qt~ito lJrviua y sus Tauras eran un aborto
del Infierno, Atila y los Hunos, para las

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AL MAUC: I•;X IH; LA l-IIS'l'OfUA iJ3

monjas debían ser la propia legión que San


Miguel venciera al grito de j Quién cónw
Dios!
El convento de Santa Catalina, uno de
los que más asiladas albergara, contaba
entre sus religiosas monjas que habían
abrazado la Yida claustral desde su :infan-
cia, y que, en esto más felices que nos-
otros, poco o nada sabían de este perro
mundo en que vivimos.
La curiosidad es el flaco de las mujeres:
esta verdad es ya consagrada. En estas
pobres mo11jitas, reclusas toda su vida, la
expectativa de los horrores q ne iban a
pasar engendraba ideas para ellas extra-
ñas: el saqueo! Terrible palabra, evo-
cadora de cosas tan estupendas, tremen-
das, vedadas, pecaminosas ! .....
Y cuenta mi cuento, lector, que había
en Santa Catalina una monjita joven a
quien tentó el diablo, que se dejó llevar,
con delectacióu morosa, a pensar en e] sa-
queo, a representarse con mucha viveza
que los terribles 'ram·as rompían 1as puer-
tas que, el día de su profesión, se habían

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54 AL .~lAHGl1lN lH<' LA HISTORIA

cerrado tras ella paYa siempre ...... Y la


tentación, dice el cuento, que fué terrible,
y que la monjita llegó, por instigación de
Satanás, a casi, casi desear que viniera
algún acontecimiento raro a romper lamo-
notonía de la vida clel c1anstro ......... .

Urvina entraba ya en Qnito ...... Los


1~auras asomaron al fin. Por la Recoleta,
iban entrando a la desbmJdada, en grupos
terroríficos, y atravesaban la ciudad silen-
ciosa como nn sepu1cro, de Sur a Norte,
por 1as diferentes ca11es, para reunirse en
I{jido.
Pasan nnos por Santa Catalina, enor-
mes, nmscn1ados, fornidos. La calle es-
cueta resuena con los pasos de los ~oldados
que se alejan .... Luego viene otro, qne
se ha atrasado del grn po ....
Al pasar por frente a la iglesia, oye nna
voz qne le interpela, ansiosa, m¡gustiada,
con modulaciones de esperanza, de miedo,
de i1 usión:
---Señor soldadito, señor soldadito ! ¿A
qué hora principia el. ... saqueo? ....... .

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AL MARGEN DFJ LA HIS'fOHIA 55

Era la monjita de mi cuento que así in-


terrogaba al fornido 'raura, desde la torre
de Santa Catalina ................... .

Y ese día pasó como tantos otros en


aquella vida monótona .... Aquel día no
hubo saqueo .....
Y qué fue de la Monjita?
Pues, que arrepentida, y renunciando a
la ilusión de saber lo que era aquello del sa-
queo, hizo penitencia, /<levt'l amare, corno
San Pedro, y siguió su vida, monótona y
siempre igual,
Un Cielo gris,
Un horizonte oscuro,
Y andar, andar. .....
procurando desechar, desde entonces, toda
tentación de infidelidad contra el divino
Esposo.

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EGÍA los destinos de las Indias
Occidentales la Católica y Real
Majestad de Don Felipe II, y en
su Real Nombre gobernaba la
Real Audiencia de Quito el Excmo.
,,;~,~¿ Señor Doctor Don Miguel Barros de
Sanmillán.
Eran esos lejanos tiempos de aquellos en
que aún se creía en España que no había
más que liar e] petate y venirse a América
para que, en llegando, la Madre Gallega,

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60 AI, lUARGJ~N DJ~ LA HIS'l'ORIA

vulgo Fortuna, le hubiera de salir al en-


cuentro a cualquier pelagatos que tuviera
el suficiente valor para emprender una na-
vegación de dos o tres meses, y una tan
generosa constitución que, por ella, llega-
ra a estas benditas tierras con los hígados
sanos. El oro americano había sido tan
ponderado en la Madre Patria, que muchos
creían que era tal su abundancia en este
suelo, que no había más que bajarse para
cogerlo, y así los más atrevidos se aventu-
raban a pasar el gran charco en las cásca-
ras de nuez que entonces se llamaron ca-
rabela~, confiados en tan halagadoras es-
peranzas.
Que los tiempos del reinado del dema-
siado católico Monarca Don Felipe Il no
debían de ser de una alegría loca en Espa-
ña, bien claro parece, si tomamos eu cuen:-
ta Ia austeridad, la crueldad misma del
devoto Rey. Todo, bajo su cetro, to-
mó un aspecto rígido, tétrico, monacal: los
trajes eran negros, el arte severo y los pla-
ceres reales edificar monasterios, erigir
regios panteones. La Inquisición, ese

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AI. MARGEN DE I,A HISTORIA 61

tribunal espantoso, qne floreció entonces


como en ninguno otro período de la histo-
ria, arrancó a España la alegría del vivir.
Prisiones misteriosas, crímenes, más adi-
vinados que sabidos, amores crueles del
Rey cou la Princesa Eboli, a la que en un
acceso de rabia arrancó un ojo ..... , gue-
rras desastrosas que asolaban el país en
que se cebaba el hambre, la misteriosa
muerte del Príncipe heredero, circunstan-
cias eran que hicieron ciertamente ele esta
época tiempo poco menos que invivible en
la Península.
Considerado todo esto, y teniendo en
cuenta las doradas ilusiones que como rea-
lidades se daban en .España sobre la rique-
za de América, sobraba gente que se echa-
ra al mar.
La desgracia era que, llegados a estas
tierras, no encontraban que los indios fue-
ran dorados, sino haraposos ; que también
en América había Inquisición, y que aquí,
como en todas partes, regía la maldición
de Dios al primer hombre : comerás el
pan con el sudor de tu frente.

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62 AJ, MARGEN DE LA HISTORIA

Mal avenido con la suerte y llevando la


misma vida que el Buscón de Quevedo,
comiendo el día que no almorzaba, y dnr-
mietJdo para entretener la pena de no
haber cenado, vivía entonces en Sevilla,
Pedro de Alderete. Cansado de 110 llevar
eucima sino un medio jubón, del que una
mala capa cubría apenas las iujuriosas ras-
gaduras, cansado de haber recorrido cuanto
oficio creó el ingenio humano para sacarle
al prójimo unos cuartos de la faltriquera,
sin que sus heroicos esfuerzos bastaran
para lograr e!'ite honrado fin, Pedro de Al-
del·ete se resolvió a venirse a Indias, y,
con el encapillado, se embarcó en Sanln-
car en el primer galeón que topó en el
puerto.
Mal que bien, despnés de fatigosa nave-
gación, dió con sn humanidad en Portove-
lo, y tras mil penalidades, se vino de allí
al PeiÚ, rico de ilusiones que al pobre se
le iban desvaneciendo en cuanto reco-
nía la tierra que, a su salida de Es-

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AL MARGEN DE LA HISTORIA 63

paña, había creído empedrada de tejuelos


de oro.
Siempre a la caza de un peso, llegó Pe-
dro de Alderete, peregrinando por los ás-
peros caminos de la Sierra, al Reino de
Quito, término ambicionado de su viaje.
Pero j quiá l los pesos y los tejuelos eran
aquí más raros que el ave Fénix!
Así llegó al pueblo de San Luis, cerca
de Riobamba, miserable aldea perdida en
mitad de la planice andina.- Era la Se·
mana Santa, y el Cura, nn buen viejo, se
preparaba a celebrar, con toda la pompa
posible en esos trigos, los divinos Miste-
rios de Nuestra Redención. A la casa
parroquial fué a golpear el pobre Alderete
y el Cura, ejerciendo las obras de miseri-
cordia, dió posada al cansado peregrino.
--Padre, ya no puedo más ! principió el
infeliz cuando hubo consolado su estómago
con el buen puchero parroquial.-Y allí
fué 1a confesión de sus miserias, de sus fa-
tigas, de sus esperanzas fallidas.- Déme
V u esa Paternidad un consejo : ¿ Qné haré
para no morirme de hambre en esta tierra

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64 AL MARGEN DE J,A HISTORIA

extraña, en donde creí toparme, a lo me-


jor, con la fortuna ?
-Ay hijo! todos creemos en España lo
mismo! Los tesoros, si los hubo en Amé-
rica, se evaporaron como un sueño : aquí
no hay oro, sino miseria y trabajo ; no hay
abundancia, sin~ cot·tedacl en todo. Tarde
hemos llegado, hermano! .... Pero, que-
réis ganar unos veinte patacones?
-Veinte patacones, decís, padre? Uno
quisiera yo, con la bendición ele Dios l
¿En dónde está ese tesoro escondido?
¿Qué debo hacer para adueñármele?
-Aquí mismo lo tendréis, Don Pedro,
pero ...... Porque, habéis de saber que
el negocio tiene un pero ..... .
-Así tuviere tantos peros y manza-
nos, cuantos en Galicia dan la sidra.
Hombre soy, padre, capaz de las mayores
empresas.
-Pues ello es que tenéis que dejaros
crucificar.
-Ay padre!, que me parecéis Judas!
Y decidme, ¿esa crndfixióu será de ve-

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Al, MARGEN DE LA HISTORIA 65

ras, como la de nuestro Salvador? Por-


que si es así, ¿para (jtté necesitaré los
patacones sino para que Jos cobréis vos
por mi sepultura?
El buen clérigo, que ciertamente, en
algo quería favorecer al esp~1ñol, le expli-
có entonces cómo los indios, para reme-
morar la pasión del Seftor, solían figurar,
en los días santos, las escenas de nuestra
Redención, y cómo, el Viernes Santo, en
San Luis, a falta de n11a imagen del Cru-
cificado, colocaban a un hombre de carne
y hueso en la Cruz durante el sermón de
las Tres Horas; díjole, además, que ese
año les faltaba un hombre a propósito
para que figurara a Cristo, y que ese hom-
bre podía ser él, Alderete.
Tres horas de crucifixión, por veinte
pesos, mal pagado era: Dios Nuestro Se-
ñor sacó mayor provecho, pues que nos
ganó a todos para el Cielo. Pero, como
la diferencia entre Cristo y Alderete es
bastante perceptible, el pobre se convino
e11 el negocio, en que, al fin y al cabo, no
arriesgaba sino un poco de cansancio.

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f3() AL J\1AUGJ'JN DE LA 1HSTOinA

Llegó el Viernes Santo, y Alderete,


que era bien parecido, blanco y rubio,
hizo muy buen papel en su Cruz.
¿Para qué hablar de los infinitos calam~
bres que al pobre le atacaron en el árbol
de nuestra salud? Tres horas de inmo-
vilidad en una posición forzada, son un
martirio ! Hl pseudo Cristo renegaba de
su suerte y puede decirse que daba a todos
los diablos al buen Cura que hacía aspa-
vieu tos y ponderaba, desde el p{tlpito, la
Pasión del Salvador del Mundo, que, ante
sus sufrimientos, le parecia una friolera.
Las siete palabras se le antojaban al iufeliz
Alderete un mar de palabras, todo el dic-
cionario, y, cuando, por fin, el Cura aca~
bó de pronunciarlas, con toda su alma
agradeció a Dios.
Y a la gente salía y la iglesia se va-
ciaba.
Una vieja quedó, la última, y llorosa,
suplicante, antes de salir, se arrodilló
ante el Crucifico viviente, y
-Dios mío ! por tu Pasión santísima,
por tu afrentosa muerte, salvadme! Sa-

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AI, 'MARGEN DE LA HISTORIA 61

cadme de esta pobreza que me oprime:


dadme unos trescientos pesos ! ' ..... o; •••
Con esto no pudo más el pobre Aldere-
te, y perdiendo ya la paciencia ante pre-
tensión semejante,
-Trescientos pesos! gritó furioso. Pe-
dirme trescientos pesos, a mí, que estoy
crucificado por veinte! Lárguese, her-
mana, antes que yo la acogote ..... .

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A Juan león Mer¡¡¡, dedt!O~
samente.

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OBERNABA la Diócesis de Qui-
to el Ilustrísimo Doctor Don
José Pérez Calama, y su inaudita
1 facilidad para pronunciar Autos
, condenatorios y lanzar excomunio-
nes, tenía, como vulgarmente se
dice, metidos en un zapato a los clérigos
del Obispado. .
Con todos los disolutos había podido la
severidad del Prelado : sólo uno le traía a
mal anclar. Este hombre irreductible se

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72 AI, MARGlilN DE LA HIS'l'ORTA

llamaba el Doctor Don José Albuja. Su


afición a la guitarra hacía q ne murieran,
casi al tiempo en que nacían con las amo-
nestaciones del Obispo, sus propósitos de
nunca jamás volver a ofender a Dios .....
Era el Doctor Albuja uu buen mozo de
una vez : nada le faltaba para ser un te-
mible sednctor: su donaire, su figura, su
voz ele barítono, que cuando cantaba uno
de esos tonitos sentimentales de la tierra,
que saben retorcer el alma, se armonizaba
tan bien con las notas que él mismo arran-
caba de la vihuela, eran otros tantos ali-
cientes que adornaban su persona.
Tal era el simpátíco clérigo que conta-
ba por cientos las confesadas guapas y al
que todo el mundo acudía a oír cuando
cantaba en el coro de la Catedral alguna
misa de fiesta gorda.
A cada escándalo que cometía el Doctor
Albuja, al Obispo le salían canas verdes,
como si dijéramos. Lo encerraba, ya en
San Francisco, ya en el tétrico l'Onvento
de San Diego, y cada vez salía el Doctor
A1buja arrepentido, lloroso, compungido,

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AL JHARHEN DE LA HISTORIA 73

pero, como ya dije j ay!, sus bnenos pro-


pósitos se evaporaban apenas veía una
guitarra o pasaba cerca de él el frú-frú de
unas faldas. . . . . . Era su fatalidad!
El Señor Calama ya había perdido su
latín, que no era poco, con el clérigo: ya
las tunas y gatuperios del Doctor Albnja
se contaban por las estrellas del cielo.
Llegó la cuaresma, y el santo sacerdote
a.ndaba de lo más divertido y el Obispo
cada vez más preocupado.
Grande fné la sorpresa de Su Ilustrí-
sima al ver entrar un buen día en su
despacho, compungido y humillado, a su
rompe-cabezas, el Doctor Albuja, q1~e,
sobre poco más o menos, le dijo :
-Ilustrísimo Señor, perdone Vuestra
Señoría que ose presentársele este pecador
empedernido. Reconozco mis faltas, y
estoy listo a rcparar1as. Soy indigno de
todo perdón, pero la bondad de Dios es
grande : El me llama, Ilustrísimo Señor:
oigo sn voz que clama, como amoroso pas-
tor por la oveja descarriada. Vengo a
Vuestra Señoría para qne me ayude a sal-
6

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74 AL MARGEN Dl<> I,A HISTORIA

var mi alma de las garras de Satanás.


Ilustrísimo Señor: quiero entrar a los
ejercicios de San Ignacio que se dan en
este tiempo en la santa casa de la Reco-
lección de la Merced : estoy seguro de
que la gracia de Dios me ha tocado, y que
saldré de esos ejercicios convertido .....
El bueno del Obispo, lleno de santo já-
bilo di6 crédito a las palabras del clérigo,
y le facilitó inmediatamente la entrada al
Tejar.
El Doctor Albuja dió en aquellos ejer-
cicios ejemplos de verdadero arrepenti-
miento : de sns ojos vertían tan abundan-
tes las lágrimas, que se hubiera dicho que
quería lavar en ellas su alma renegrida
por el pecado: salió del Tejar en las me-
jores disposiciones para llevar una vida
ejemplar.
En efecto, así sucedió : el Doctor Albu-
ja fué un modelo de virtud.

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AL MARGEN DE LA HISTORIA '75

Paseábase un día el Ilustrísimo Cal ama


por la Loma Gra1lde, rodeado de sus fa-
miliares y con el aparato que, entonces,
gastaba todo Obispo, cuando se le acercó
un hombre, y
-Señor Ilustrísimo, le dijo, allí está el
Doctor Albuja dando un escándalo. Es
una lástima ver cómo los sacerdotes de
Dios andan así perdidos en francachelas ..
'-Miente, hermano !-le interrumpió el
Obispo indignado.-Eso es imposible l El
Doctor Albuja lleva ahora uua vicla ejem-
plar. No lo puedo creer sin verlo ....
-Pues si Vuestra Señoría quiere, va-
mos, que cerca está.
-Vamos, -dijo el Prelado- Y, siguien-
do al denunciante, se dirigió con su séqui-
to a la Mama Cuchara.
En una,casita de la plazoleta se oía el
rasgar de una guitarra que, de estar allí
San Pascual, de seguro se ponía a bailar
aunque fuera en la corona del Obispo ....
Entró éste, y parándose en la puerta de
un aposento que daba al zaguán, vió al
Doctor Albuja que, pañuelo en mano, es-

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'T6 AI" ~IARGEN DE I,A HIS'l'ORIA

taba bailando, con una guapísima chola,


una de esas «/ alzá, que tt: :ha11 vz'sto !» que
quitan el hipo.
La música, a la vista del Obispo, paró
en medio de un compás: el Doctor Albuja
se quedó inmóvil, en la postnra en que el
Prelado le sorprendiera. Este, furioso, le
increpaba:
-Pero, Doctor Albuja! Esto es para
uunca acabar! Esto es la vida perdura~
ble . . . !
-Y él, mohino y cabizbajo, le contesta:
-No Señ.or, esto es .... la resurrección
de la carne .... !
Era su fatalidad !

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Para Dn. Jost Modesto Larrea
v Jijón. mi primo.

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A atrevida y heroica tentativa
que los quiteños habían hecho
en 1809 para sacudir el yugo
español, había acabado trágica-
mente: la flor de la Libertad había
durado lo que sns hermanas las rosas,
hasta dejar caer sus últimos pétalos a ori-
llas del Guáitara . . . . . . De los próceres
que escaparan a las matanzas del dos de

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80 AL MARGEN DE LA 1IISTOIUA

Agosto de 1810, unos andaban prófugos


por los montes, inseguros hasta en sus
últimos y más secretos escondites; otros,
acogidos al indulto real, vivían en las
ciudades una vida llena de zozobras bajo
el ojo escudriñador de las autoridades es-
pañolas. Corría el año de 1813, époc,1 en
que toda esperanza de ver resurgir, en
.este Reino de Quito, la causa de la Patria,
parecía muy incierta y lejana: La catás-
trofe de Don Carlos MontMar en Ibarra,
l1abía dejado sumida en honda consterna-
ción a toda alma patriota.
Achacoso, más qne por su edad, por
dolencias y desengaños, vivía en sus his-
tóricas casas de Santa Hárbara, el Marqués
de San José, Don Manuel de Larrea y
Jijón, Diputado que había sido de la ex-
tinguida Junta Suprema del Año Heroico.
Sin esperar ya sino muy remotamente
que volvieran a lucir para la Patria días
esplendentes, la v.ida del Marqués, ata-
cado entonces de parálisis, se consumía
entre los cuidados de su cuantiosísima
fortuna y aquellos que requería la exqui-

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AL lllARGEN DE LA HISTORIA 81

sita educación que se había propuesto dar


al único hijo que la Marquesa, Doña Rosa
Carrión y Velasco, le había dado.
Era una noche de Octubre del año
mencionado: la lluvia caía abundante, y
las aguas corrían torrentosas por las ace-
quias que tocla calle de Quito tenía, en
esa época, destapadas, en su parte media.
El rudimentario alumbrado de velas de
sebo, acababa de expirar en alguno que
otro farolillo : las n neve de la noche so-
naban en las torres de los conventos, y los
vecinos, después de tomado el clásico cho-
colate, a esas horas, para nosotros tem-
praneras y para ellos ava11zadas, reposaban
tranquilos entre las sábanas. Dicho esto,
ya se comprende que las calles de Quito
estabau desiertas ..... .

Consuelo era, y muy grande, para el


Marqués de San José la lectura: hombre
de ingenio vivo, y que había alcanzado a
acopiar los más conocimientos que en su

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82 AL MARGEN DE LA HISTORIA

época se podía en la atrasada Colonia, el


trato con Don Juan de Dios Morales, con
Humboldt, con Espejo, que había sido su
médico, le habían dado el gusto de ins-
truirse: la cultura francesa principiaba a
hacerse sentir en América y las obras de
d' Alambert, por ejemplo, erau la última
novedad en las colonias.
Absorto se encontraba el Marqués, con
un libro abierto sobre las rodillas y senta-
do eu nu gran sillón de vaqueta. Sólo
el ruido de la lluvia se oía y el rodar del
agua en las acequias de la calle.--Ajeno
a toda preocupación, de pronto no prestó
interés a algún ruido que le pareció oír en
la vecina pieza, que era el salón de la
casa. Era este salón, por su suntuosidad,
afamado en Quito : el cielo estaba soste-
nido por dos órdenes de columnas; rica
alfombra latacnngueña cuoría el piso, so-
berbios damascos de Aranjuez formaban
amplios cortinajes en los anchos ventana-
les. Aquel salón que había visto desfilar
a los más encumbrados y tiesos personajes
del Reino, era en aquel momento teatro

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AT, MARGEN DE J,A HISTORIA 83

de escena muy diversa: una de sus ven-


tanas, abierta, por la qne penetraba el
aire húmedo y frío de la oscma noche,
daba también paso a varios personajes
embozados en aq nellas capas de varias es-
clavinas adornadas, que llamaban entonces
de barragán, de grueso y pesado paño
veintidoceno de Segovia, jmpermeable a
la lluvia.
La escasa luz que, de la pieza en que el
Marqués leía penetraba en el salón, deja-
ba ver que los embozados traían, además,
las caras tapadas con antifaz que les ocul-
taba las facciones.
Sigilosamente, a 'paso de lobo, uno a
uno,. entraban por la ventana: quien,
oculto en el salón estuviera, habría con-
tado cinco Así avanzaban esas
sombras.
Ibant obscure solz" sttb nocte per umbras.
Pero, la humana extirpe está sujeta a
flaquezas incontenibles : la lluvia, el frío,
habían, sin duda, acatarrado a uno de los
enmascarados, ·que no pudo retener un
estornudo. Fatalidad! Pensaron que es-

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84 AL MARGEN DE LA HISTORIA

tuvieran descubiertos, y suspensos, espe·


raron un tanto. Nada, siuembargo, sin-
tieron que les confirmara en sus temores:
sólo notaron qne la luz de la vecina pieza
se había apagado y, como nada oyeran,
creyeron que, o el aire que por la ~1bierta
ventana eutrab,1, la había matado, o que
el 1/farqués, ya en el lecho, se disponía a
dormir. Así,' sosegados, volvieron a su
interrumpida tarea de avanzar hacia un
gran arcón que en uno de los ángulos del
aposento había, mueble en que se guar-
daban los caudales de la Casa.
F~l Señor de San José, mientras tanto,
había dejado sn libro y apagado la vela.
Apoyado en el par de bastones de que
hacía tiempo se servía para ayudar a sus
achacosas piernas, se dirigió con el mayor
sigilo al salón. Llegó a la puerta de su
alcoba, que con la gran pieza comunicaba,
y pudo ver aquellos negros bultos que se
deslizaban silenciosamente en la noche.
~·iiil terrores, mil presentimientos fu-
nestos estallaron en la mente del anciano
indefenso : a su imaginación exaltada se

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AL l\1ARGEN DE LA HISTORIA 85

le presentaron pavorosas ideas ele persecu-


sión, de asesinato, y llegó, en sa agitación
febril, creyendo fueran genízaros del go-
bierno español, que contra su persona
venían, a no poder reprimir un grito, que,
seguramente, para los embozados, debió
alcanzar la magnitud que tendrá, en el
Valle de Josafat, aquella famosa trompeta
que ha de despertar a los muertos.
Al grito del Marqués, sus criados acu-
dieron con presteza, penetrando atropella-
damente en el salón. Los fie1es seYvidores,
creyendo a su amo en peligro, habían vo-
lado:en su socorro, y e11traban con luces
en la estancia.
Don Manuel de Larrea había avanzado
hasta una de las columnas del salón, en la
que se apoyaba para no caer. Al entrar
los criados, los ladrones, que no otra cosa
eran aquellos enmascarados, trataron de
huir precipitadamente por la ventana:
unos llegaron a hacerlo: de cinco que eran,
cuatro se pusieron en salvo.
En medio de la confusión general, un
fornido negro, esclavo del Marqués, llegó

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86 AI, 1\IARGEN DE LA HISTORIA

a apercollar al único que no había podido


salvarse: ladrón y esclavo luchaban furio-
samente, el primero por desasirse de los
robustos brazos que le oprimían, el otro,
por no soltal! su presa. Aquel movimien-
to d:esorclenado de lucha los había acercado
a la columna en que el Marqués estaba
apoyado: éste pudo entonces ver la escena
que el espesor de la columna le ocultaba.
Ahí, a su lado, el grupo del esclavo y
del1adróu, jadeaba, se retorcía .... Fijos,
atónitos hs ojos, el Marqués miraba la es-
cena, sin poder moverse, pues había deja-
do caer sus bastones: los otros criados
hablaban todos a la vez, iban, venían en
revuelta confusión. Y el grupo següía
luchando. De repente, en un movimien-
to brusco de la lucha, se arrancó el cül·don-
cillo que tenía sujeto el negro antifaz sobre
la cara del ladrón, y sus facc1ones queda-
ron al descubierto.
Como si de pronto el achacoso Marqués
hubiera recobrado el perfecto uso de sus
entorpecidos miemb1·os, dió un salto, y
agarrándose a los combatientes para no

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AL )lARGEN DE I.A. HH!TORIA 87

caer, con la mano que le quedaba libre,


tomó rápidamente el antifaz, que de una
oreja del ladrón pendía, y se lo aplicó al
rostro.-Tápate, por Dios!, le dijo: que
no te conozcan f Luego, dirigiéndose al
negro que, absorto, se limitaba a tener Sl1-
jeto al ladrón:
-Sttelta, Mateo! -Y salid todos vos-
otros ! Pronto, fuera !
Sin entender orden tan extraña, se reti-
raron todos: Don Manuel de Larrea había
reconocido en el hdrón a un amigo suyo.- -
Cuando se quedaron solos, cabizbajo el
embozado, hizo ademán de hablar ..... El
Marqués de San José no le dejó hacerlo, y
mansamente,
-Retírate p~r donde entraste, dijo: na-
die sabrá nada .... Yo procuraré olvidar
esta noche ....................... .

Al otro día, el ladrón veía entrar por el


ancho portalón de su casa un criado del
Marqués de San José, que al entregarle un
taleguito, le entregó también esta carta:

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88 AIJ MARGEN DE LA HISTORIA

Amigo mío y dueño de mi afecto:

El portador, mi criado Mateo, te entre-


gará las cien onzas de que me hablaste
anteriormente: puedes guardarlas hasta
cuando te plazca.

Dios te gde. ms. as.

El Marqués de Sa1z fosé.

Son 100 onz.

Así, el noble anciano hizo tres carida-


des: perdonar las injurias, salvar el honor
y remediar la necesidad de un infeliz.

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11

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N los años fat1dicos de 1814 o
1815, como lo sabe un niño de
' teta, los patriotas andaban a
salto de mata.
Riobamba, en aqnella época, era,
por las noches, lo que eran todas las
Villas y Lugares de por aquí: nna boca
de lobo ele mala conciencia.
Sonaba la media 110che, hora en que
brujas y almas en pena salen a hacer de
las .myas por estos trigos, cuando se oyó

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AL MARGEN DI~ LA IIISTOHIA

galope de un caballo. Como en aquel


empo cada hijo de vecino dormía con un
)lo ojo, en espectativa de las nuevas de
' guerra, los riobambeños echár.onse a
tedio vestir a las ventanas, creyendo sería
lgún posta que traía noticias al Corregi-
or, mas qnedáronse clavados ele terror en
1 sitio : el asnnto no era para menos f
,o que veían no era cosa de este mundo:
ra sin duda el alma condenada de algún
nsurgente ..... .
Sobre un caballo negro iba ginete un
wmbre sin cabeza: cubría1e el cuerpo un
lOncho negro como el caballo, y llevaba
~a1zón negro .....
El Descabezado fné al día siguiente el
:ema obligado de 1a conversación de los
riobambeños que, al encontrarse en la ca-
lle, se preguntaban: ¿Sabe Ud. la nove-
:iad Don Fulano ?-Pues anoche por poco
me quedo muerto.! Figúrese que ví al
Descabezado! ...... -Para mi santiguada
que debe ser el alma de alguna mala pé-
cora que anda recogiendo sus pasos de
pícaro en la tierra .....

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AL ::IIARGEN DE LA HISTORIA 93

El Descabezado hizo su primera apari-


·eión un sábado : el sábado siguiente la
cosa volvióse a repetir y así todos los sá-
bados. A los riobam beños ya no les lle-
gaba la camisa .al cuerpo pensando que,
pues el Descabezado venía del campo y se
volvía al campo después de un largo pa-
seo por la ciudad, algún maleficio debía
estar tramando en ella. Cada títere con
calzones o con faldas creía tener la espada
de Damocles suspendida sobre la coronilla.
Dejemos por un rato a los turulatos ve-
cinos de Riobamba, y nosotros, que no le
tenemos miedo, sigamos al pavoroso fan-
tasma.

Desde q nc Jtt venal, en la antigüedad


,clúAica, dijo:
<<N ulla fere causa est in qua non
femina litem moverit >>,
se sabe que, en todo misterio, hay faldas
de por medio.

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94 AL 1\IARGlflN DE LA HISTORIA

Si recordamos que
En vano más de una vez
Se sigue al crimen la lmella
Por no preguntar al juez
Quién es él la?,
y, aprovechando la lección que encierran
estos versitos de Bretón dé1os Herreros,
nos preguntamos ¿ q uiéu es élla?, pronto
daremos, a las afueras de la ciudad, con
una casita, y en ella, con una hija de Eva,
de esas del chupe, de esas a quienes pro-
voca decirlas con Esprouceda :
Tienen nu boqttitris
Tan chiquitirris,
Que me lo comeriba
Con tomatirris.
j Y hasta sin salza era de comerse ésta !
Si nos quedamas en el umbral de la ca-
sita un sábado a la hora en que, al oír el
galope del infenw1 caballo negro, se les
paran los pelos a los timoratos vecinos,
veremos penetrar al fatídico animal en el
patio de la casita y apearse el Descabe-
zado tranquilamente de su cabalgadura.

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Al. MARGEN DE LA HISTORIA 95
· - - - - - - - ---·----
Quitase el poncho negro y el misterio se
aclara. Vemos que el Descabezado tiene
cabeza, una cabeza que lleva un sombrero
de fieltro duro, de esos que usan los in-
dios, con las alas bajas y sobre las que
reposaba el poncho. En la escalera está
la mocita que, como ya he dicho, es un
mauojito de claveles.
Dejándonos de hablar en parábolas,
narremos la historia con sus pelos y se-
ftales:
Cura era del pueblo de San Luis, con-
tiguo a Riobamba el Doctor ..... ¿ Quié-
reu Uds. que lo llamemos Pedrosa? Pues
bien, el Doctor Pedrosa, hombre de muy
buenas prendas, clecidor y galante si los
hay, distinguido por su calidad, y que de
clérigo no tenía más que la sotana.
¿En dónde conoció el Doctor Peilrosa a
Mariquita Fuentes? No tenemos para
qué averiguarlo, ni viene a cuento. Bás-
teuos saber que el Doctor de la Pedrosa
supo engatuzar tan bien a la muchacha,
que en breve la chica capituló, la fortaleza
se rindió y .... j voló la paila!

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96 AL l\IARGEN DE LA IIIS'rORIA

El Cura, que no era bobo, se puso a ex-


cogitar el medio mejor de ver a su dulcinea
sin escándalo, y ninguno halló más apro-
piado que el de fingirse aparición ele la
otra vida. Montaba, pues, en sn pueblo,
en el caballo negro y se cortaba la cabeza
en el camino, poniéndose el poncho enci-
ma del sombrero. En estq;-f1gura daba
unas cuantas vueltas por las'calles de Rio-
bamba, asustando a la gente, a la que más
gana le venía de atrancar la puerta y me-
terse en el último rincón que de seguirlo,
y luego, pacíficamente, como hemos visto
entraba libre de inquietudes en el Sancta
Sanctorum de sus delicias.
Lo mismo hacía para volverse a sn pres-
biterio y ... , hasta más ver !

Entre tanto el Descabezado seguía sien-


do el coco de los riobambeños. No había
quien se atreviese a poner la nariz fuera
de casa los sábados por la noche, aunque
se le estuviera muriendo la suegra.

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AL )lARGJ<~N DE LA HISTOlUA 9'1

Mas, el diablo que siempre paga mal a


sus devotos, les metió en la mollera a dos
mozos alegres, ele esos que son capaces ele
hacerle una volada hasta el Santo Padre
de Roma, el cerciorarse de si era aquel
Descabezado de éste o del otro barrio.
Vivían nuestros calaveras frente a fren-
te, y, para lograr su intento, decidieron
·templar uua cuerda de una ventana a la
otra, a través de la calle. Las casas de
Riobamba, que en su mayoría eran bajas,
les ofrecían grandes facilidades para Ja eje-
cución del proyecto. Instaláronse, pues,
un buen sábado por la noche, cada lUlO en
su ventana y cada uno con una punta del
cabestro. Sonaron las doce y apareció el
Descabezado gi u ete en su fogoso caballo
negro, que venía a galope. Los mozos ar-
máucl.ose de valor, templaron la cuerda y
rematándola en las rejas de la ventana, es-
peraron el desenlace: de ser el Descabeza-
do ánima solamente, el cabestro había de
pasarle a través del bulto.
Llegó el fantasma y, notando que había
gente, picó al caballo que apretó a correr.

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98 AL .MAROI•:N l>F. LA HISTOIUA

Mas el cf!Lestro estaba templado, ydándo-


le al ginete en el pecho, con el ímpetu que
iba el animal, tiró rodando al suelo al Des-
cabezado. Ahí fueron las risas de los mo-
citos y el echarse a la calle, provistos de
velas a reconocer al fantasma.
AlH encontraron al iufeliz ahogándose
en el poncho, y lleno de coiíthsioues. Lo-
graron los mozos quitarle la indumentaria
y ayudarle a levantarse. Su ris8. creció de
punto al reconocer al cura de San Luis, y
al ver los apuros del atortolado clérigo que
no acertaba a dar explicación al suceso.
A la mañana siguiente era voz pública
en Riobamba que no volvería a aparecer el
Descabezado, mientras que cada cual con-
taba, en secreto, naturalmente, a sus ami-
gos, que el fantasma era de carne y hueso
y el mismísimo. Doctot· de la Pedrosa, cura
del Asiento de San Luis. Dicen que desde
entonces los riobambeños son muy valien-
tes para eso de apariciones y almas en pe-
na, y que no creen en esas cosas si no es-
tán bien comprobadas.

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MEDIADOS del siglo XVIII,
la Cindad de Cuenca, ahora tan
pulcra y simpática, era, en lo
material, un horror: sus calles
eran unos verdaderos muladares,
en donde los vecinos artojaban desde
sus casas toda clase de inmundicias : ni
una sola calle era empedrada, y nume-
rosas piaras de cerdos se paseaban por
aquellos albañales, intransitables por el
polvo en verano, y en donde, en invierno,

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102 AL :MARGEN DE LA HIS'fORIA

perecían ahogadas en el fango hasta las


caballerías. . . . . . Nuestros abuelos, con-
secuentes con el antiguo refrán de que
hay que barrer para afuera, así lo hacían,
pero se contentaban con dejar la basura
en el portón.
Cuenca, hasta 1771, había sido un sim-
ple corregimiento : en esa-f~cha. fué ere-
gida en Gobernación, siendo su primer
Gobernador Don Francisco Antonio Fer-
nández, a quien sucedió el tan célebre
Don José Antonio Vallejo y Tacón.

Era el tal, un español de abolengo, na-


cido en Cartagena de Levante, de padres
muy calificados. Desde su mocedad se
había dedicado a la marina, en las galeras
Reales, en las que había seguido la carre-
ra con lucimiento, ganando sus grados
uno a uno, como antafio se estilaba. j Lo
que va de tiempo a tiempo!
Habituado a la dura disciplina del mar
y a la rigurosa limpieza de a bordo, que-

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AI. JIARGJ<JN DE r,A JIISTORIA 103

dóse horrorizado Vallejo al ver el aspecto


que presentaba la ciudad que venía a go-
bernar, y desde que se posesionó de su
destino de Gobernador de Cuenca y su
distrito, en Diciembre de 1776, se propuso
gobernar más con la escoba que con la
vara de justicia.
Alguien dijo que muchas veces hay que
hacer el bien a palos, y a fé que el tal pa-
rece que ha vivido entre nosotros, en don-
de se evidencia e1 ta1 proverbio.
En su afán ele mejorar el asco de la
ciudad, encontró el nuevo Gobernador obs-
táculos que, para carácter menos enérgico,
hubienm sido insuperables: tuvo que lu-
char contra viento y marea, para lograr
sn inteuto, pues que se la11zaron contra
él fraiíes y beatas, gentes que vivían en
olor de santidad, como si dijéramos ..... .
j Con razón me digo yo, que el olor de
santidad nada tiene que ver con el de un
perfume de I1enthéric !
En su entusiasmo civilizador, Vallejo
creó un cuerpo de milicianos como no se
había visto hasta entonces en Cuenca,

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104 AL :MARGEN DE LA HISTORIA

perfectamente uniformados, a la moda de


los cadetes de España, limpios, disciplina·
dos ..... .
Y, los frailes franciscanos tu viéronlo
tan a mal, que un Jueves Santo, extre-
mando el desacato a Su Señoría el Gober-
nador, en el Monumento, vistieron a J u-
das con el uniformé'• de los milicianos.
Los agustinos predicalSan horrores contra
Vallejo con alusiones mal veladas, hasta
tal punto, que uno de ellos tuvo que salir
desterrado de Cuenca.
Con todo esto, las relaciones entre las
dos potestades, civil y eclesiástica, estaban
de lo más tirantes : los empleados civiles
y los señores de la curia eclesiástica anda-
ban corno perros y gatos : Su Excelencia
el Gobernador y Su Ilustrísima el Obispo
no se podían ver ni en pintura.

La diócesis de Cuenca fué establecida


por Carlos III en 1779, desmembrando el
territorio del inmenso obispo de Quito, del

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AL l\IARGEN DE J,A HISTORIA 105

q ttc era Obispo el Ilustrísimo Señor Don


Bias Sobrino y Minayo, hombre de admi-
rables virtudes, que tuvo la inocente ma-
ttía de legamos sus retratos por docenas,
y cuyo ánimo bondadoso se echó a perder
con el tal desmembramiento.
Fué el primer Obispo de Cuenca el Ilus-
trísimo Sr. José Carrión y Marfil, natural
de Estepona en el Reino de Málaga, y
primo hermano del Presidente Don Juan
José'de Villalengua y Marfi1, qüe, en esa
época, gobernaba la Audiencia de Quito.
El Señor Carrión y Marfil, que vino a
América en compañía del Arzobispo Vi-
rrey de Bogotá, Don Antonio Caballero y
Góngora, debía a tan alta protección sus
rápidos ascensos : en Bogotá se encontraba
como Obispo auxiliar, cuando fué promo-
vido al obispado de Cuenca, del que tomó
posesión en 1785.
U na vez en su Obispado, el Señor
Carrión llegó a encarnar en su persona
lo que podemos llamar la oposición al
Gobierno.- Oficios van, notas vuelven
entre prelado y Gobernador: el uno recla-
3

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108 AL :MARGEN DE J,A JJISTOUIA

ma que los clérigos y los frailes se mode~


ren en sns predicaciones, el ótro contesta
haciendo valer las inmunidades eclesiásti-
cas; el Gobernador sostiene el Real Pa-
tronato, y el Obispo la dignidad de la
Iglesia, y en ta;1ardientes polémicas, los
ánimos se van agriando cada vez más ....

Era el Jueves Santo del año de 1786,


primer año en que se habían de celebrar en
Cuenca los Oficios Pontificales de la Se-
mana Santa. La concurrencia a las sa-
gradas ceremonias era enorme, por lo gran-
de de los Misterios que se conmemoraban
en aquel santo día, y por la novedad de
ver pontificar al Obispo.
Y por supuesto, que allí estaba, en su
escaño de honor, y como representante de
la autoridad del Regio Patrono, el Gober-
nador. El Muy Ilustre Cabildo y Regi-
miento de la ciudad, asistía en corporación
a las sacras ceremonias, sentados sus
miembros al lado de la epístola, como el

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AL :MARGEN DE J,A HISTORIA 101

Gobernador lo estaba al lado del Evange·


lio, cerca del altar en que el señ.or Carrión
y Marfil, asistido de sus canónigos, ofi-
ciaba.
A cada Dmnz'nus vobz'scum, el prelado y
el Gobernador se mostraban casi los dien-
tes ..... .
Llegó por fin el momento de la comu-
nión general. Al Gobernador, como re-
presentante de la persona del Monarca, le
tocaba comulgar primero.
Con las manos sobre el pecho, en actitud
reverente y devota se acerca Vallejo a re-
cibir de manos del Obispo la Sagrada
Forma.
«Ecce ag-nus Dei, ecce qut tollit peccatá
mundí'n pronuncia vuelto al pueblo el Obis-
po: todos rezan, se golpean los pechos,
pidiendo al Altísimo qne les quite los úl-
timos tufillas del pecado que no hubiera
hecho desaparecer el sacramento de la Pe-
nitencia ..... .
El Gobernador, a los pies del Obispo
espera.-Corpus Domz'nz' nostrz'fesu Chrt's-
tz', dice éste, y Vallejo abre la boca, cierra

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108 AL l\IARGEN DE .LA HISTORIA
'•

los ojos contrito para recibir el Cuerpo de


Dios.-Mas, ¡oh poder del odio, oh pode1;
de la venganza ! No recibe la Sagrada
Forma, sino un terrible puñetazo, que le
incrusta en los labios la esposa del Obispo,
y que, de poco, le vuela los dientes. El
Señor Carri6n, no le deja tiempo para la
protesta, sino que le tapa la boca-es el
caso de decirlo-con la santidad misma del
Sagrado Sacramento,- y al tiempo que el
golpe en los labios, V allego siente que so·
· bre su lengua se ha posado la majestad de
Dios ....•.
Así se encontraron, piedra con palo ....
El Gobernador desterraba frailes irreve·
rentes, el Obispo irreverente, aporreaba al
Gobernador.

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O me averigüen Uds. el año en
que pasaba lo que voy a contar-
les: ello es, que eran los tiem-
pos de Maricastaña, época tan
poblada de historias fabulosas, abra-
cadabrantes, qne debía de ser un
puro portento.
Y no es que yo no sepa en qué tiempo,
en qué año, en qué fecha sucedía el verí-
dico caso asunto de esta tradición; uo
señor, que sí lo sé, y es que 110 quiero de-

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112 AJ, MARGEN DE LA HISTORIA
---·--·------------------------···

.cirio ! Diré tan sólo, porque esto es nece-


sario a mi cuento, que en Quito había un
Presidente con peluca enpolvada, casaca -
.borclada,
'...._/
espadín al cinto y calzón corto ;
diré, además, que las señoras vestían falde-
llín, que los franciscanos andaban calzados
y vestidos de aznl, que había muchos me-
nos militares y muchos más frailes que
ahora: he dicho que blasón de la católica
España nos tenía en tutela.
Pues, señor, el caso es qne, a despecho
de las leyes y pragmáticas reales que
prohibían a los que no fueran españoles
que vinieran a estos dominios de Su Ma-
jestad, no sé cómo así, vino a dar en este
olvidado rincón del mundo, un francés
que, probablemente, creyó que la fortuna
en estos Reynos no se le mostraría arisca.
La absoluta escasez de médicos y lo ru-
dimentario de los conocimientos que en-
tonces se exigía en un galeno, hicieron
que el francés de mi cuento, al que llama-
remos Jean Montblanc, se decidiera a ga-
narse 1a vida, mientras encontrar medios
más expeditivos, sangrando al prójimo en

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AL :\lARGEN DE I,A HIS'rOHIA 113

una pulmonía o aplicándole una de las


tantísima:; y tan bárb~ras recetas de que
se queja Diego de Torres Vil1arroel, en
su «Vidan, libro tan bien escrito como
chusco.
Instrumento de la Divina Providencia,
matando a unos, aliviando a otros, se ga-
naba honradamente la vida en Quito el
buen francés, al que, ya todos llamaban el
Doctor de Monteblanco.
En una cosa solamente ponían sus re-
paros nuestros buenos abuelos : al Doctor
de Mouteblanco no se le veía en ninguna
de las innumerables fiestas de iglesia que
entonces eran el pan nuestro de cada
día.. . . . . Esto, y la idea de que todo
gabacho tenía que ser hereje, no dejaba
de preocupar a bs personas graves, y
aún al Comisario del Santo Oficio que, en
cumplimiento ele su deber, tenía que me-
ter por todas partes las narices en busca
de la herética parvedad para, por medio
de las suaves amonestaciones del tormento
y 1a hoguera, conducir las ovejas desca-
rriadas al aprisco.

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114 AL MAROF.N DE LA HISTORIA

Sin embargo de estas suspicacias, como r-


el Doctor era tan caritativo, y como sus
setvicios eran tan necesarios en la pobla-
ción, los más pensabau que, si no se le
veía en las iglesias, era que oía la misa de
alba, y que sus enfermos no le dejaban
tiempo para mayores devociones. j Al fin
y al cabo, se decfau, también orar es ejer-
cer las obras de misericordia t Buen cris-
tiano será cuando visita a los enfermos!
Y con esto nadie molestaba a Montblauc,
que seguía, como todo médico, despachando
tranquilamente gente para el otro barrio.
No hay deuda que 110 se pague, ni amor
que 110 tenga fin : también al pobre Mou-
teblauco le llegó el turno de liar el petate,
y la caritativa comadre que cuidaba de su
casa, creyó de su deber ayudarlo, en lo
posible, a preparar el equipaje y, sin con-
. sultar al galeno enfermo, fuese derecho a
Santo Domingo en demanda de uu fraile
que curara el alma del que tantos cuerpos
lwbía curado.
Monteblanco, que estaba a las puertas
de la muerte, gracias a un batatazo que se

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AL 1\lAROBN DB J,A HTSTOIÜA 115

había dado eu una de las quebradas de


Quito, una noche que había sido llainado
a la cabecera de un enfermo, como del ofi-
cio que era, se guardó bien de llamar a
un colega para qne lo atendiese, conven-
cido de que lo despacharía más pronto.
Conservaba toda su lncidez y, habituado a
ver la muerte tantas veces muy de cerca,
considerándose perdido, esperaba a la Pe-
lada sereno y tranquilo~ pues sus convic-
ciones de perfecto materialista así se lo
permitían, ya que, según ellas, después
de su muerte, volvía su cuerpo al gran
Todo del Universo, de donde procedían
los átomos que lo habíatl formado.
Lleno de santo celo se presentó el do-
minico en casa del doctor francés, para
oír Ja.coufesión del moribundo, al que se
apresuró a reconfortar con los consuelos
que nos da la Religión para tan apurado
trance. Montblanc oía, oía atento al
parecer, al robusto fraile, que al fin y a la
postre le dice :
--Doctor, mejor que nadie sabéis vos que
la dolencia que Dios se ha servido envia-

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116 AL MARGEN DE L\ HISTORIA

ros, es grave, y que, por tanto, os habéis


de preparar para comparecer ante su Di-
vina Majestad. Confesad vuestras culpas,
para que el Señor os reciba en su seno.
-Padre, responde el moribundo, os he
oído hablar con mucha elocuencia : uo he
hecho daño a nadie, podéis estar seguro
de ello. Bien sé que con mis medicamen-
tos y mis drogas he despachado a más de
uno, pero, qué médico no hace lo propio?
En cuanto a confesaros lo que vos creéis
mis pecados, no lo haré, reverendo padre :
no me lo exijáis !
Una víbora qne hubiera picado al buen
religioso le hubiera hecho menos efecto, le
hubiera causado menos horror.
--¿Cómo se entiende? dice:-¿No creéis,
pues, en Dios, en ese Dios que os sacó de
la nada, en ese Dios que os redimió mu-
riendo por vos en' ignominioso patíbulo,
en ese Dios que os ha guiado a través de
vuestra vida ?
-No, reverendo Padre.
---Así, pues, sois hereje l Qué digo!
Sois algo peor ! Sois ateo!

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AL MARGl~N DE LA HISTORIA 117

-Sí, reverendo padre.


--Virgen Santísima ! Santo Domingo
me valga r Ilumínale, angélico doctor!
Pero infe1iz, en qué creéis? No tenéis re-
ligión alguna ?
--No, reverendo padre, no la tengo, y
os ruego me dejéis morir tranquilo.
-Pero si os iréis al infierno ! Si una
legión de diablos circunda en este momen-
to vuestro lechÓ ! i Fugite partes adve;-
sae 1 111'ors únpzorum pessúna 1 Os es-
peran tormentos eternos, infiuitos; os vais
a sumir en el fuego eterno : z'bt' erz't fletus
et stridor denltum .. ... .
Y el fraile ponía en stt acento, en sus
gestos, todo el ardor que le prestaba la ar-
diente fé que quería inculcar al enfermo
que, filósofo resignado, le oía, le oía ....
Y allí se alternaban los latinajos bíblicos
con los argumentos teológicos, las súpli-
cas con las amenazas, las terribles pintu-
ras del infierno con las plácidas descríp-
ciones del cielo ..... .
Y la función duraba y duraba, y el en-
fermo no cedía .... Exorcismos, latinajos, si-

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118 AL liARCHJN DE I.A HIS'l'OHIA

logismos, todo fué en vano .... Exasperado,


el fraile, salió, y Moutblanc respiró al fin.
Mas, el tesón del buen fraile, no queda
allí·: va a su convento, y con licencia del
padre provincial, a quien pone al tanto del
horrible caso que le preocupa, hace tras-
portar a casa del ateo una imagen de Cris-
to Crucificado, del tamaño natural, que en
el convento se veneraba.
Llegado a casa ele Montblauc con la sa-
. grada escultura, la hace colocar en frente
de la cama del enfermo que, desde su le-
cho, puede contemplar la imagen san-
grienta del Redentor del Mundo.
Atónito miraba Montblanc estos prepa-
rativos escénicos, sin darse cuenta de lo
que el fraile se proponía.
Cae éste de rodillas ante el Cristo y, pri-
mero en silencio, luego en alta voz, m·afer-
viente por la conversión de esa alma que
· pretende arrancar de entre las garras del
Satanás.-Señor! exclama, Señor! ilumi-
llad a mí tu pobre siervo, e iluminad a
éste. ll!uminare hz's qzd úz umbra mOJ ti's
seden! 1 Prestadme el don de tu Sabidu-

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AL }IARGI!JN DE LA HISTORIA 119

ría infinita para hacerle ver su error, y


ablandadle el sentimiento para que com-
prenda tu verdad 1 Docebo inú¡uos vz'as
tuas et únpit' ad te com,ertentur 1
Y tomando de la mano del lego que le
acompaña la cera de bien morir encendida,
se pone en pie, reconfortado por la oración,
y de nuevo principia la lucha, una lucha
encarnizada con el pobre Montblanc, tan
empeñado en irse a hacer compañía a sus
enfermos en el infierno.
-Hermano, ---- dice lleuo de sauta un-
ción el pobre fraile, que, al ver que la vida
se le va acabando con la paciencia al enfer-
mo, se apresura en agotar los últimos re-
cursos para salvar el alma delmédico.-
Hermauo, oídme, os lo suplico! Ved esta
sagrada imagen de vuestro Salvador, que
por redimiros murió en una afrentosa cruz!
En ella está por vuestros pecados ! Mirad
esa divina cabeza, coronada ele punzantes
espinas: vos le pusistéis esa corona dolo-
rosa con vuestros malos pensamientos !
Ved esa boca contrahecha por el dolor, ese
sacratísimo rostro golpeado y macilento:

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120 AL MAR-GEN DE LA HISTORIA

vuestras malas palabras, vuestras miradas


maliciosas han contrahecho esa boca san-
tísima, han golpeado esos ojos castísimos!
Ved esas manos tra-:;pasadas por crudelísi-
mos clavos: vos las habéis clavado en el
madero con vuestras malas obras .... ! Ved
ese costado abierto, por cuya llaga sacratí-
sima se adivina el corazón que tanto os
amó: vos habéis herido ese santo pecho
con vuestros malos deseos .... !
Y el buen fraile accionaba, se multipli-
caba, yendo y viniendo, con la cera en la
mano, de la cama del enfermo a la imagen
veneranda.
-Hermano, vos habéis cubierto de Ha-
gas ese cuerpo perfcctísimo: ved esos ojos
que, a pesar de todo, os miran con miseri-
cordia .... ! Y acercaba la cera al rostro del
Señor, para que Montblanc pudiera ver
mejor el rictus doloroso del Cristo. En su
entusiasmo por ganar nn alma para el cie-
lo, el fraile olvidaba que no hay que jugar
con fuego. La cera pasó tan cerca de la
imagen, que se encendió la peluca del
Cristo. . . . Y el fraile seguía.

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AL l\IARCfEN DE J,A HISTORIA 121

Vos habéis clavado esos pies diviuos ... !


-Ahora, quéme1o vuestra paternidad,
y dirá que yo 1o he hecho,-:- dice Mout-
blanc .... Apague, padre; apague .... y vá-
monos ! ,-fueron las últimas palabras del
médico francés, que así se fué a hacer
compañía a sus enfermos.
Convencido de la inutilidad de los reme-
dios para el cuerpo, el pobre no tuvo fé en
los del alma .....

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, N todo tiempo ha costado mucho
el vestir con elegancia, o, como
se dice ahora, el ser ((Chic». Y
no digo esto solamente por .lo
que atañe a las hijas de Eva, que
siempre han gustado de lazos y ter-
ciopelos, sino aún por lo que nos toca a
nosotros los del sexo feo, que somos de
natural más modestos, por lo menos en
eso del vestido.

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126 AL MARGEN Dll LA HI8TOIUA

Cuenta Ricardo Palma, en una de sus


preciosas tradiciones, que, habiendo e1
Muy Ilustre Cabildo, Justicia y Regi-
miento de la ciudad de los Reyes del Perú,
impuesto un arancel a los sastres de esa
Corte, un individuo de ese respetable gre-
mio, tuvo la pechuga de quejarse al Mag-
nífico Señor Gobernadot· Don Francisco
Pizat-ro de la modicidad de la tarifa, pi-
<1iendo que la modificara, si no quería que
tan útiles artesanos se vieran obligados a
dedicarse a más lucrativo oficio que el de
la aguja y las tijeras. El Señor Goberna-
dor, que sabía mucho, se dignó oírle con
paciencia, y al despedirse, le aconsejó que
«del paño samra la fiechurm>, y se alejó,
~iguiendo su paseo~, Qnedóse muy pensa-
tivo· el sastre y después echó a correr de-
trás del Marqués y, alcanzándole, le pre-
guntó si aquello era un chiste de su Seño-
¡fa o un consejo, a lo que le contestó el
Gobernador : «Consejo, Maestro, consejm)
- y siguió audando.-Volvióse el sastre y
no es necesario decir que aprovechó del
consejo de Don Francisco e hizo partícipes

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AL MARGEN .DE LA HIS'fORIA 127

de tan buen enseñamiento a sus colegas.


Corría el año de gracia de 1540.
En esta, por entonces simple villa de
San Francisco de Quito, población recien-
temente fundada en tierra nuevamente
conquistada, no faltaban elegantes que
querían vestir a la moda de Castilla, aun-
que para satisfacer sn presunción tuvieran
que gastar en ello todas las rique~as que
habían adquirido en la conquista.
Los señores sastres, que han sido siem~
pre careros, pedían en aquel entonces pre-
cios judaicos por la hechura de unas malas
calzas o de un jubón que nada ten.ían de
la eleg·aucia de los cortados en Valladolid
o en Sevilla. Digo que aquellos vestidos
eran mal hechos, ya que los operarios,
saslres ele ocasión y soldados de oficio, de-
bían ser más hábiles en el manejo de la
lanza y la rodela, que en el de las tijeras y
'í~ ag·uja.
- Si a la carestía de las hechuras se aña-
den los precios exhorbitantes que tenían
por entonces las telas en la naciente colo-
lÚa, resulta que los sastres se volvían unos

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128 AL MARG.I!lN DE LA IIISTOHIA

Cresos o los vecinos de la Villa tenían que


andar desnudos, cosa muy contraria al or-
nato público y al servicio de su Majestad.
Alarmado, pues, jnstamente el l\Iuy
Ilustre Cabildo por una situación tan ti-
rante, resolvió expedir una tarifa para que
a ella se sujetaran los sastres y para que,
así, todo el mtmdo pudiera vestirse con
decencia.
El 27 de Septiembre de 1540 entraron
en su Cabildo los Muy Nob1es Señores
Capitán Don Pedro de Puelles, Teniente
ele Gobernador, Alonso Hernández, Her-
nando de Gamarra y Pedro Martín Mon-
tanero, regidores, y tras larga discusión,
expidieron la siguiente tarifa, para que
ningún sastre :<jitera,{¿~sado cobrar más de
ella» bajo pena de veinte pesos de multa :
Por hechura de capa de cualquier paño o de co-
lor, dos pesos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2 ps.
Por una chamarrita de paño llano, dos pesos ... 2 ps.
Por una capa guarnecida con pasamanos o ribe·
tones o faxas, tres pesos. . . . . . . . . . . . . . . . . 3 ps.
Por una capa de paño y sayo de cualquier color,
guarnecida, tres pesos. . . . . . . . . . . . . . . . . 3 ps.
Por un xubón de raso o terciopelo, dos pesos •.. 2 ps.
Por un xubón de lienzo, un peso. . . . . . . . . . . . . 1 ps.

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AL :\IAROIDN DJ!:: LA HIS'l'ORIA 129

Por una chamarra de terciopelo o raso sin guar-


nición, dos pesos y medio . . . . . . . . . . . . 2 ps. 4 ts.
Por una chamarra ele terciopelo o raso con guar-
nición, quatro pesos . . . ................ . .¡ ps.
Por un borriquete de paño, dos pesos ....... . 2 ps.
Por una gorra de terciopelo, un peso.. . . . . ... . 1 ps.
Por .un bunete o caperuza, quatro tomiues..... . ps. 4 ls.
Por echar unas soletas a nnas calzas, tres tomi-
nes. . . . . . , . . . . . . . . . . . . . . . . ps. 3 ts.
Por un borriqu~te ele Medriñaque, un peso y
quatro tomines....... . ........ r ps. 4 ts.
Por nna saya ele mujer de qualquier paño o se- 3 ps.
da, guarnecida, tres pesos, y llana dos pesos, 2 ps.
y si llevare mucha obra, quatro pesos.. . . . . 4 ps.
Por unas calzas llanas con sus faxas, dos pesos.. 2 ps.
Y si lleva re más obra, tres pesos de oro. . . . . . . . 3 ps.

No hay para qué decir que con aquellos


precios y sin temer anmeuto, ya que cual-
quier hijo de vecino podía denunciarlo, los
Conquistadores pudieron en adelante lle-
var calzas, no ya con soletas, si u o n nevas,
y jubones muy de re1nmbrón. No está
dicho, sin embargo, que los vestidos baja-
ratC}le precio, pues los sastres quiteños
hm1 de haber también aprovechado del
consejo de Don Francisco Pizarro ....
Si esos precios les parecían justos a los
nobles cabildantes de aquella época, qué
dirían ahora Sus Mercedes viendo lo que

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130 AL l\'IARGT•JN D'f!J I.A HISTOIUA
---------··-----
cuesta vestir regularmente? ¿Se figuran
Uds. al Capitán Pedro de Pnelles entran-
do a tomarse medidas para un vestido en
una de nuestras sastrerías de la lnglt hje .6!
j Vaya que multaba con el doble de la pe-
na al osado que le presentara la cuenta!
Y decir que se acabó aquel paternal Ca-
bildo, que cnidaba de sus administrados
::omo de hijos t

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EALIST AS y patriotas estabat
en grande espectadón. Los an_
tiguos tiempos tocaban a su fin,
y los nombres de Bolívar y de
sus Capitanes, eran repetidos del hon-
do v¡:t!!J: a la enn"scada C'ttmbre. Ex-
hausta bajo el peso de su gloria secular,
nuestra Madre España dejaba caer su ven-
cedora espada ..... .
A la sombra del más grande de sus
hijos, Colombia, heredera del heroísmo

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134 .A.L ~IARGEN DE I,A HIS'l'ORIA

castellano, alzábase gallarda, lozana y


fuerte en su espléndida juventud y, mien-
tras el sol que alumbró el trono de los
Felipes se hundía en un esplendente oca-
so, teñido en la sangre de mil héroes, el
Sol americano, e1 Padre Sol r1el Incásico
Imperio, renacía lento, ascendía seguro al
zenit, después de una noche de tres si-
glos. . . . . . Era el año de 1822 y las bri-
sas de Mayo principiaban a orear los ubé-
rrimos campos quiteños, sacios ya de pro-
longado invierno.
Gobernaba, en lo militar y político, el
pequeño territorio que aún conservaban
las armas españolas bajo el cetro de S. M.
Don Fernando VII, el M,1friscal de Campo
Don Melchor Aymerich, y, en lo espiri-
tual, regía la Diócesis de Quito el Iltno.
Señor Don Leonardo Santander y Villa-
vicencio.
Hombres fueron estos dos de gTan valor,
y cuyos caracteres jamás se plegaron: ante
los golpes de la fortnna; duro; empeci-
nado el General ceutí, el Obispo anda-
luz era vivo y enérgico, pero, como hijo

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AL "l,\RGNN Dl<J LA HISTORIA 135

de su tierra, fosfórico e intransigente. Si


el militar era- claro está- realista, el
eclesiástico lo era más que su católica Ma-
jestad misma. Y al decirlo así, no exage-
ro, y casi, casi no hablo en metáfora.
Para probarlo, diré aqní, muy de paso,
quien era el dignísimo Obispo de este
obispado.

Fné el Señor Don Leonardo Santander


y Villaviceucio natural de la ciudad de
Sevilla, en cuya diócesis se ordenó. Hijo
de padres ilustres por su abolengo, no
tardó eu alcanzar una prebenda en la Ca-
tedral Hispalense. Invadida España por
las huestes napoleónicas, en consecuencia
de una de las más negras traiciones que
registra \t~)Historia, tales muestras de
adhesión dió a la dinastía borbónica el fu-
turo Obispo de Quito, que, procesado por
el Gobierno intruso de Pepe Botellas y
condeuado a muerte, fué uno de los pocos
a quienes el Emperador Napoleón no qui~

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136 AL MAROEN DE LA IIISTORIA

so conceder perdón. Prófl1go de Madrid,


se puso en salvo eu la Capital andaluza,
en donde residió algún tiempo, pasando
luego a México, a Yucatán, provisto de
una silla en el coro de aquella Catedral.
Restablecido en el trono de sus mayores
el Rey Deseado, el Señor Santander per-
teneció al partido absolutista que triunfó
al fin sobre el elemento liberal de España,
gracias al inicuo perjurio del Monarca·
menos caballero que tuvo nuestra Madre
Patria.
Derogada _la Constitución de la Monar-
quía al grito de vzvan las cantas, que lan-
zaba un pueblo ignaro y fanático de bravos
y chulos, imperante el/'lbsolutismo, el
Sefíor Santander hubo de obtener del Rey
perjuro, a quien tanto sirviera, una re-
.compensa: ésta fué el Obispado de Quito,
prebenda de las más opíparas de Indias.
Aquí, como en España, puso su perso~
na y su dignidad al servicio del Rey, has-
ta que, agriado sn ánimo al ver estable-
cerse en su Obispado, muy a pesar suyo,
un nuevo orden de cosas, y no queriendo

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AL MARGEN DE LA HISTORIA 137

jurar sin restricciones la Constitución re-


publicana de Colombia, fué expulsado de
Quito por el General Sucre en 1822.
Trasladado al Obispado de Jaca, en Ara-
gón, murió allí en 1828 .
.¡(•

* *
A :fines de la segunda semana del ya cita-
do mes de Mayo de 1822, los quiteños, dije,
estaban inquietos, nerviosos, desasosega-
dos : las noticias de la guerra llovían a
granel y cada cual, según sús tendencias,
ya se alegraba, ya se entristecía, bullicio-
samente si era godo, bajo capa, si era
patriota, según eran las esperanzas del
triunfo de las causas del Rey o de la
Patria.
El Señor Santander era hombre que
tenía fé en los refranes. Fiado en la filo-
sofía ~tjulm, estaba convencido de que
quz(m no espera vencer está vencido y que,
si el proverbio dice, a Dz'os rogando y con
el mazo dando, es porque ambas cosas son
necesarias: rogar a Dios y golpear recio.
10

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138 .AL llARGEN nE LA HIS'l'ORIA

Dejando al Capitán General Aymerich


hacer su oficio en lo de los golpes, se
aprestó su Ilustrísima a hacer el suyo en
lo ele rogar a Dios, pues ya habían pasado
los tiempos de los obispos belicosos q ne
solían vestir los arreos militares sobre los
hábitos, como lo hiciera el santo Arzobis-
po 1'nrpin al lado del Emperador Cario-
magno. La miseria de los tiempos no le
permitía a Su Señoría otras armas que su
santo celo por el servicio de ambas Ma-
jestades y quería, siquiera con su palabra,
levantar los ánimos, ya harto flacos, de
los fieles servidores del Rey.
Así, cuando las tropas de Sucre se acer-
caban a los gloriosos campos de Pichincha,
Su Señoría, sintiendo la inminencia de
una acción decisiva, subió, en su Catedral
de Quito, a la cátedra sagrada. Y a se
hapía susurrado en la ciudad el gran ser-
món con que el Prelado debía exhortar a
sus descarriadas ovejas, y, el :día fijado,
en el templo no cabía la inmensa muche-
dumbre, agitada de encontrados sentimien-
tos de temor y de esperanza.

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AL :\IARGJ~)< J)l~ LA HISTORIA 139

Paseó por el enorme concurso la enérgi-


ca mirada de sus negros ojos, tosió fuerte,
como es de rito, y dió principio a su aren-
ga con estas palabras de los libros santos:
« Hi úz turrz'bus et ht' út eqms: nos au-
« tem /n nomine lJú nos ir/.
<<Ellos confían en sns carros, ellos con-
<< fían en sus caballos: 11osotros en el
((nombre del Señor Dios nuestro.-Son
«palabras del Espíritu Santo en el Salmo
«XIX, versículo ~19---
«Excelentísimo Sefi·or, fieles, tropas del
<< Rey, amados hijos :

<< Así exclamaba el Rey profeta viéndo-

IJ se estrechado por los filisteos que, en


<<huestes innmnerab1es, amenazf!ban aca-
<1 bar co11 el Pueblo de Dios y derrocar su.
1< Templo. As5 clama, con VO% que ha
«traspuesto los siglos, sn esperanza en el
«. Dios d(~s batallas H • • • • • • Y por ahí
siguió Su Ilustrísima exaltando el valor
de los defensores del Rey.
El Señor Santander era nn pico de oro :
puso en juego todos los resortes de su
elocuencia para inflamar 1os corazones y,

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140 AI, MARGEN DE LA JIIS'l'ORIA

como cada cual cree que tiene a Dios con-


sigo, <<Dios está con nosotros», exclamó.
<e Dejadlos a ellos que confíen en sus fuer-
<c zas militares, en sus carros y caballos :
<<triunfaremos de los insurgentes, porque
«Dios está con nosotros; el trinnfo será
«nuestro, porque nuestra confianza está
<e en el Señor, ante quien c'íweron las for-
« tísimas murallas de Jericó: Hz" z"tz cunz'-
«bus et hz' úz equis: nos autem úz 1~o1tu'ne
<< Dez' nos tri.-Y yo, vuestro Pastor, os
<<prometo el triunfo. El Salmista os dice
<<que triunfaréis, en su canto cuadragésimo
«tercero : In te inimicos nostros ventz'la-
<1 bimus cornu, el ,in nomine tuo spernemus
«insurgentes z'n 1tobz's: Por tí haremos
<< huír a nuestros enemigos, y en tu nom-
<C bre despreciaremos a quienes contra nos-
<< otros se levantaron. Los insurgentes,
<<capitaneados por el rebelde Sucre se
«acercan a esta ciudad: los sorprendere-
(( mos y aplastaremos la hidra de la insu-
«rrección JJ ••••••
«Y, para concluir, os digo que, durante
<< la cruenta lucha, vuestro Pastor estará

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Al, MARGEN Dr<J I,A HIS'I'ORIA 141

«orando por vosotros, como 11oisés, cuan-


(( do los israelitas luchaban con los hijos
d del desierto. En mi 01·acíóu diré con el
<< Rey Profeta : Domúw, sa!vum jac Re-
((gen, et exaudi ·nos Ú·t dz'e qua invocaveri-
«mus te ¡ y no os faltará 1a ay u da del Cielo :
«vuestro será el campo y de Dios la glo-
<1 ría. Después de la refriega, aquí habréis
<<de venir a agradecer al Altísimo : bajo
<<estas bóvedas os esperaré para cantar el
«solemne Te Deum con que habremos de
<<solemnizar la victoria qne, una vez
<1 más, será del Rey y de sus fieles ser-
{( vidores JJ.
Y tras estas palabras de fuego, se bajó
Su Señoría del púlpito. El órgano atronó
las naves del templo, y se disolvió el con-
cy:so, siempre agitado de variados senti-
~~mleutos ... ,
Y pasaron los días .... Sttcre avanzaba
hacia el Norte y, siguiendo las iustmccio-
nes de Bolívar, rehusaba presentar comba-
te. El General Aymerich, que en Quito
tenía alguna fuerza, formó el designio de
oponerse al paso del Ejército independien-

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142 AL l\IARGF.N DE LA HISTORIA

te y, al efecto, ocupó las alturas ele Pi-


chincha.
Viéndose el héroe cumanés forzado a
combatir, lo hizo tan bien con sus bravos,
el 24 ele Mayo, como todos sabemos, dan-
do, con su famosa victoria, definitiva li-
bertad a la autigna Presidencia ele Quito.

Desde muy por la mañana del referido


día 24, Su Seüoría Ilustrísima y Reveren-
dísima del Señor Santander, cierto del au-
xilio divino, fnése a su Catedral y, seguro
del triunfo de las armas del Rey, dióse
prisa a revestir suntuosos hábitos pontifi-
cales. Abrumado bajo el peso de magní-
fica capa de brocado de oro, calada la
recamada mitra y empuñado el báculo pas-
toral, sentóse bajo el purpurado dosel a
esperar e¡ u e los héroes q ne derramaban allá
arriba, en las faldas del Pichincha, su san-
gre fidelísima en servicio del Rey, vinie-
ran, terminada la titánica lucha, a agrade-
cer a Dios la victoria que, sin duda, habría

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AL l'IIAHCH1N DE LA HIS'l'OIHA 143

de ser de la causa de la Religión y del


rrrono
Todo estaba listo; los cirios se consu-
mían y el azulado humo del incienso subía
lentamente, perfumando la atmósfera del
templo, cuya paz y silencio era turbada tan
sólo por alguna que otra tos impaciente y
por el ruido a pagado de los disparos de la
batalla que lejos se libraba .... Las horas
pasaban, y la lucha continuaba. La ciu-
dad parecía desierta ....
De pronto los disparos cesan, y Ull cla-
mor primero corto, luego mayor, se levan-
ta, viene del barrio ele la Cantera hacia el
centro de la población y va creciendo por
momentos ...
Sn Ilustrísima no duda que son los su-
y,os) los fieles vasallos, los que vuelven
ebvueltos en un arrebol de gloria : se in-
quieta en su sillón, se mueve nervioso, y
ordena que el Capellán se apronte, que el
organista esté listo : los fuelles del órgano
se hinchan, y todo está preparado para en-
tonar el canto de victoria, cuando .... al-
guien entra con precipitados pasos por la

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144 AI, MARGBN DE LA HISTORIA

puerta excusada de la Catedral, que comu-


nica con las casas del Cabildo.
Es el Doctor Juan José Díaz, un cleri-
guillo joven, familiar y sobrino de Su Ilus-
trísima. Atraviesa el Coro, y acercándose
al trono del Prelado, le habla en voz que-
da. Altéranse las facciones del Obispo,
toda 1a sangre de su cuerpo ,obeso parece
afluirle al rostro que despf1és invade in-
creíble palidez, haciendo niás visible el
brillo de sus desorbitados y negros ojos ...
Luego, un movimiento de despecho. Yér-
guese de pié, dirige una mirada como de
reproche al altar, baja del trono, y váse
seguido de sus fámulos, hacia las Sacris-
tías ..... .
El clamor crece en calles y plazas, y, a
la noticia del triunfo de Colombia, ya de
nadie ignorado, se echan a vuelo las cam-
panas de todas las iglesias, menos las de
la Catedral ... _ que no lo hicieron sino
después.
Su Se:ñoría tan sabio en refranes y di-
chos populares, se olvidó de la coplilla que
dice:

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AL MARGEN DE LA HISTORIA 145

Vinieron los sarracenos


Y nos molieron a palos;
Que Dios proteje a los malos
Cuando son más que los buenos.....

Se olvidó o no la supo, el santo varón,


por lo que de volteriano tiene la cuarteta.
No tengo para qué contar lo que es sa-
bido por todos : la Capitulación del Ejér-
cito espafiol, no menos heroico que el pa-
triota. Sucre supo rendirle el homenaje
debido a su valor en aquel documento que
ambas partes suscribieron, al día siguiente
de la batalla, para gloria de vencedores y
vencidos.
No habiendo querido jurar llana y pron-
tamente la Patria el Señor Santander, el
Cabildo Catedral, a cuya cabeza se encon-
t'raha uno de los clérigos patriotas de ver-
dad, el Deán Don Calixto Miranda, decla-
ró de hecho vacante la Silla Episcopa1, y
el Obispo, desde su Palacio, hubo de oír,
seguramente furioso, las cien campanadas
rituales, lo que para él debió ser lo mismo
que oír doblar en el propio entierro. Poco

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146 AL l\lARGI~N DE LA UIS1'0RIA

tiempo después, el Señor Santander salía


expulsado del territorio de Colombia.

Si los tiempos habían ca~ubiado, la ma-


nera de festejar el triuufJ seguía siendo
la misma, y el Te Deum que se le quedó
en la garganta al Señor Santander, vino a
cantarlo días después, el Deán Miranda,
Gobernador del Obispado.
¡ Y vaya un Te Deu:m que cantaron los
clérigos patriotas ! Allí estuvo el ídolo
del pueblo, General Don Antonio José de
Sucre, rodeado de sus valerosos, aguerri-
dos y jóvenes Oficiales, a quienes no se
hartaban de mirar- cuasi, cuasi como los
chiquillos a una golosina -las bellas qui-
teñas, qne se habían echado el resto .....
Pero el clavo de la fiesta fué el sermón,
De la misma cátedra sagrada, que antes
había vibrado con la palabra del exaltado
Obíspo, se elevaban no menos ardientes
frases, pronunciadas por el Doctor Floren-

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AL J\IARGJ.;N DE J,A HISTORIA 147

cío Espinosa, Cura de Pucmbo, patriota


de armas tomar.
¡ Y con qué fruición subió al púlpito el
buen Cnra! El, que había sido encarce~
lado, enjuiciado, suspenso por patriota,
por el mismo Obispo Santander, cuando
aún estaba verde aquello de la Indepen-
dencia, en 1820 ! Y siempre por 1a ver-
dad de los refranes, por aquello de que
<< U11 claz;o saca oh'o clavml, en mi sermón

había de darle un rasguñito al Obispo. -


Y no apoyaba mucho por respeto a la sa-
grada dignidad del Prelado y porque el
triunfo vuelve a los hombres generosos.

~~·
.¡; *
Era el Doctor Florencia Espinosa, crio-
llo, un ardiente patriota que siempre es-
tuvo en relación con los corifeos de la re-
volución quiteña. En 1820 fué denuncia-
do al Capitán General Aymerich un frag-
mento de carta dirigida a Don Joaquín
Sánchez de Orellana, que principiaba así:
«Señor Cotmzel Don foaquí1l S. de 0.---'-

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148 .AJ, .MARGEN DE LA HISTORIA

Somos once.- Muy estimado Señor y due-


ño, en las críticas circtmstarteias del día,
no hay otro arbz'trzo que la so.g-a al cuello o
bala al pecho: rnorú~ con honor, no nos de-
jemos dominar más : basta, basta. . . . La
sal se puede sacar por Esmeraldas, pues ... »
V aquí estaba roto. &.

Este escrito mutilado, haUaclo en la ca-


lle, fué; como he dicho,· denunciado, y
gracias al Ilustrísimo Santander, se dió
con el autor, que hubo de sufrir mil perse-
cuciones. . . . j Figúrese el lector con qué
brío subiría al púlpito de la Catedral el'
tan castig-ado clérigo !

Y a se dijo cuáles palabras de las Santas


Escrituras sirvieron de epígrafe para el
ser111ón del Obispo de Quito, días antes de
que triunfara en Pichincha el General
Sucre. Ese discurso hir.o bulla en la ciu-
dad, ya por las circunstancias en que fué
pronunciado, ya también por la pechuga
con qne el digno Prelado ofreciera, para

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AL MARGEN Dl<j LA HISTORIA 14:9

que le saliera luego huero el ofrecimiento,


en nombre de Dios, el triunfo a los godos.
En medio de la alegría general, no deja-
ban los chuscos, que nttl}ca faltan, de co-
mentar la mesaventura de Su Ilustrísima,
con la sal que siempre abundó en nuestra
tierra. El sermón estaba pues, fresco, en
la memoria de los quiteños, cuando el
Doctor Espinosa subió al púlpito, y, tam-
bién después· de toser, en observancia de
loable y antigua práctica, dijo :
«!psi z'njirmati S7tnt et ceciderunt: 110s
aúüm surre.x·t"mus el crcctz' Sltmus >>.
~((Ellos se debilitaron y cayeron : nos-
otros nos levantamos y estamos en pié.
· Son palabras del Espíritu Santo en el
Salmo XIX, versículo 99 .. ,. >>
Al oír tal cita, por poco ~ierden su se-
renidad los reverendos Canónigos en e1
Coro, y aún hay quien dice que la com-
postura del Señor Deán no 11egó a tanto
que no le temblaran las dos o tres papadas
con que se adornaba el cuello de su reve-
rencia .... El Señor Santander, había ci-
tado el Salmo XIX, versículo 89, y el tra-

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150 .AL 1\>IAROim DE LA HISTORIA

vieso clérigo, citaba el mismo Salmo, en


el versículo siguiente ... Tan cierto es que
En este mundo traidor
Nada es verdad ni mentira:
Todo es según el color
Del cristal con que se mira ....
¡ Hasta la palabra de Dif>S ! Tan malos
somos los hombres para~ interpretarla a
nuestro antojo .... !
El General Sucre salió encantado del
sermón, dF.!l Te Deum, de la concurrencia
y de la Marquesita de Solanda.

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1

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LARA y evidente muestra de sa-
ber en donde le apretaba el za-
pato dió Don Pedro Calderón de
la Barca, al intitular, como este
articnlejo, una de las joyas con que
su esclarecido ingenio enriqueció el
'reatro españ.ol.
Para un celoso, cualquier indicio consti-
tuye prueba plena, y ya no se pára en pe-
los en eso de lanzarse a hacer cualquiera
barbarid~d con tal de castigar a quienes
11

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154 AL MARGBN DE LA HISTORIA

él supone le adornaron la cabeza con una


cornamenta que, aunque supuesta, no le
pesa menos que lo que más pesa a cual:
quier mortal que no sea el Santo Job: un
matrimonio mal avenido, sobrado de hijos
y falto de cunz q1tibus.
Para sacar airoso en su aserto al Padre
del Teatro español, y a mí, su humilde
servidor, basta y sobra el caso que voy a
narrar, dándolo por verídico, fundado en
la autoridad de Don Juan Flórez y Ocáriz,
quien, en letras de molde, lo estampa en
el Libro Segundo de sus «Genealogías del
Nuevo Reino de Granada))' obra dedicada
al Obispo de Popayán y más tarde Arzo-
bispo y Virrey de Lima, Don Melchor de
Lifian y Cisnerós.
Hasta aquí el prólogo, y allá va el
cuento.
En la ciudad de Tocayma, del Nuevo
Reino de Granada, fundada por Hernán
Venegas Carrillo en Abril de 1544, vivían,
allá por los años de 1578, Don Juan Díaz
Xaramillo y Dofia Francisca Ortiz de Car-
vajal, su mujer, quienes, entre la multi-

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AL ~[ARGJ<JN DE LA HISTORIA 155

tud de hijos con que Dios había bendecido


su matrímonio, tenían a Doña Luisa Xa-
ramillo de Carvajal, guapa chica de quince
abriles, a la verdad muy floridos.
La hermosura de la niña, que era ruucha1
y su fortuna, que era más, hacían de ella
lo que hemos venido en llamar un bocadito
de cardenal, pero no de un cardenal cual-
quiera, sino de Cardenal Arzobispo o Pri-
mado ....
Por esa época vino al Nuevo Reino de
Granada un 1inajndo c<tballero, joven y
apuesto, en busca de gloria y de una son-
risa de la fortuna. Como esta dama, a
fuer de mujer

.... No puede ser una


Ni ser estable ni queda
En una cosa,

el hidalgo lió el petate y se vi110 a In-


dias, creyendo. que la qne tan rechechera
se le mostrara en su solariega casona de
Medina del Campo, por ser tan voluble,
no le negaría sns favores en América.

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156 AL lUARGFJN nJiJ LA HISTORIA

Don García Pérez de Vargas Machuca,


que tal era el nombre de nuestro hidalgo,
era de rancio abolengo, de gran talante y
se las entendía a maravilla en eso de llevar
los gregüescos. Era joven, lo he dicho:
apenas contaba veinticinco años, cuando
recaló en Tocaym~1 cargado de sus añejos
pergaminos, lo que en aquellos felices
tiempos significaba mucho, y recomendado
por su distinguido porte, lo que, ahora
como entonces, vale más, sobre todo cuanQ
do se trata de emboba1icar a las hijas de
Eva.
Adornado de prendas tan notorias el
simpático Don García, no tardó en esta-
blecerse entre él y la linda Doña Luisa el
siguiente dialoguito citado por el maestro
Ricardo Palma :
-¿Hay quién nos escuche ?-Nó
-¿ Quiéres que te diga ?-Dí
-¿Tienes un amante?-¡ Yó!
-¿ Quiéres que lo sea ?-Sí.

Y como los padres de ella no vieran de


mal ojo el partido, luego el Cura bendijo

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AL :MARGEN DE I,A HISTORIA 157

la unión con bendición que, como dijo el


ótro, más pmeeió picardía que Sacramento,
porque pronto se convenció la pobre Doña
Luisa de que su cara mitaq, era peor que
el Moro de Venecia, que hasta al aire le
tenía sus reparos.
La vida de Doña Luisa se volvió desde
aquel punto un ver<;ladero infierno: a la
noble y honesta dama no le quedaba más
que sufrir y llorar su desgracia, descan-
sando tan sólo cuando su marido tenía que
ausentarse a éuidar de las encomiendas
con que la piedad del Rey había pagado los
se~vicios de sus antepasados.
~ ~De esta ocupación volvía, hacia la villa
de Tocayma, el Señor Pérez de Vargas
Machuca, un martes, ocho de Abril de
1587, cuando, en el camino, se encontró
con un mudo. Ansioso el hidalgo por
saber las nuevas qne en la ciudad hubiera,
las preguntó por señas al mudo, quien,
queriéndose hacer entender de la mejor
manera, poniéudose las manos en la ca-
beza, con los dos dedos medios extendidos
hacia adelante, quiso significarle al caba-

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158 AL MARGEN DE LA HISTORIA

llero que en la ciudad se lidiaban, en ese


momento, toros.
No esperó más Don García, que apli-
cándolo a ofensa que su mujer le hiciera,
sentía ya que el chambergo no le asentaba
en la cabeza. Loco, rasgando a su caba-
llo, voló hacia la ciudad con el ánimo de
vengar la afrenta"' ·y lavar su mancillado
l10uor en la sangre de la qne él se figuraba
esposa adúltera.
Ha11ábase Doña Luisa muy tranquila en
su casa de Tocayma, ocupada en los me-
nesteres domésticos y muy ajena de lo que
iba a pasar, cuando, entrando al arranque
su marido, ciego de cólera y, sin darle
tiempo a la pobre mujer para nada, arre-
mete con ella a estocadas hasta dejarla
inerte ....
A los gritos de la infeliz, a los gritos de
la serv~dumbre, acuden los vecinos, acude
el Alcalde, Do11 Diego de Fuenmayor, y
se apoderan del furioso para conducirlo a
la cárcel.
Ya en ella, Don García de Vargas Ma-
chuca comprendió el horrible desafuero

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AL MARGEN DE I,A HISTORIA 159

que acababa de cometer y se sintió perdido.


Para salvarse recurrió a un expediente in-
genioso : se fingió loco, pero todo fué en
vano : el proceso siguió y, expediente y
procesado fueron remitidos a la Audiencia
de Santafé, cuyos Ministros sentenciaron
a Don García a la última pena.
La sentencia se cumplió. ~or privile-
gio de hidalguía el reo no fué ahorcado,
sino degollado en la plaza de Bogotá, el
29 de Agosto de 1587, a los cinco meses
escasos de cometido su crimen.

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j

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N A de las figuras más curiosas
\)~)originales de la época colonial
es ciertamente la del Ilustrísi-
mo Señor Don José Pérez Cala-
ma, Obispo de esta muy leal ciudad
de San Francisco de Quito.
El historiador no acierta a calificar a
este complejo personaje, que nunca llegó a
avenirse con sus diocesanos y a quien sus
diocesanos no pudieron jamás compren~
der, hasta que aburrido su Ilustrísima,

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164 AI, 1\IAIWEN DE LA HISTORIA

se salió uu buen día de Quito, sin querer-


se llevar de la, para él, inhÓspítalaria ciu-
dad, ni siquier!t\el polvo que se le hubiera
pegado en los zapatos.
Y no vayan Uds. a creer que en esto de
no querer llevarse de nosotros ni siquiera
el recuerdo de uu polvillo de tierra sea
invención mía o que acaso yo hable, al
afirmarlo así, en metáfora. No sefior!
que ésta es la pura verdad. Cuando el
Sefior Pérez Calama dejó para siempre la
ciudad de Quito, quiso poner en práctica
la advertencia que Cristo nuestra Luz hi-
ciera a sus Apóstoles, cuando les dijo que,
al salir de una ciudad en donde no hubie-
ra sido bien recibida la divina simiente,
sacudieran de sus sandalias el polvo de la
población rebelde a la palabra evangélica.
El despechado Obispo salió pues, a pié
del Palacio, y así caminó hasta la Recole-
ta, eu donde, sacándose los zapatos a vista
del Cabildo eclesiástico que hasta allí lo
acompafiara, los sacudió meticulosamente,
se los volvió a calzar, subió luego a la
mula que debía conducirle a Guayaquil,

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"


AI, MARGEN D:E LA HISTOIUA 165

y haciendo cruces se marchó sin regresar


a ver ....
Las pastorales del señor Calama son
documentos sumamente curiosos : en ellas
el bueno del Obispo se ocupa sobre todo
del mejoramiento material de la ciudad de
Quito, a la que nos da a conocer como el
pueblo más sucio de la tierra: parece que
Su Ilustrísima se indignaba por. el uso de
ciertos recipientes que se guardaban en
las casas de Quito con demasiado celo, y
cuyo perfume no permitía qne en esta
ciudad se respirara la pura brisa de las
pampas ....
Todo 1o de sn Obispado le chocó sobre·
manera al Señor Calama: los clérigos
.eran a cual ~(o~: insubordinados, tunan-
tes y de una ignorancia crasa; los manda-
tarios hostilizaban siempre al Obispo con
cuestiones insufribles de Patronato ; el
Cabildo Civil le daba en cada solemnidad
un dolor de cabeza con sus eternas quere-
llas de etiqueta, y el pueblo, con su desa-
seo, le desesperaba.-Nuestro paisano el
Obispo Villarroel, que luego fué Arzobispo

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166 AL :\fARGgN DE LA HISTORIA

de Charcas, decía hablando de él mismo,


cuando fué fraile : «Entré ·al convento,
pero el convento no entró en mí». Así
mismo el Señor Calama entró en Quito,
pero Quito nunca entró en él.
Basta de preámbulos, y vamos al cuento.
Si el Señor Pérez Calama era un hom-
bre estudioso y nmy amante del bien p_ú-
blico, como algún defecto había de tener,
amén de su talento algo escaso, tenía nna
facilidad inaudita para conferir las Orde-
nes sagradas a cualquier pelagatos gue
las solicitara, por voco que pudiera decli-
nar m1tsa y santiguarse e u latín.
Era familiar del Obispo tm cleriguito
joven, quiteño ele esos ele mucha sal, de los
que, cuando quieren soltar la sin hueso,
le dicen lo que se les viene a la boca al
mismísimo gallo de la Pasión.
Nuestra Madre ]a Iglesia celebraba la
fiesta del glorioso Patriarca Señor San
José, Santo Patrono del Ilustrísimo Obis-
po de Quito, y al tiempo qr[e los visitan-
tes, llovían en el Palacio los regalos a Su
Ilustrísima, que teniendo la manía de no

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AL MARGRN DE LA HISTORIA 167

admitir nada para su persona, los iba en-


viando al Hospital con el mismo portador,
para los pobres enfermos. Quien enviaba
a su Ilustrísima unas libras de sabroso
chocolate; quien unos suculentos quesos;
el de más allá un exquisito potaje. Los
más pudientes, sabedores de que el regalo
había de ir al Hospital, le enviaban pro-
ductos más sólidos de sus fincas, como
granos, que serían de mayor utilidad a
los enfermos.
El familiar del Obispo, mieutras el Pre-
lado recibía a sus visitantes, iba desde el
corredor alto, despachando los regalos al
Hospital y contestando, en nombre de Su
Ilustrísima, el atento recado con que cada
ofrenda venía acompañada.
El Presidente de la Real Audiencia
había también venido en persona a cum-
plimentar a Su Señoría, mostrándose, en
esta ocasión, aunque tan sólo de dientes
para afuera, muy obsequioso y cortés.
Ya se despedía Su Excelencia de Su Ilus-
trísima, y el Obispo salía a acompañar al
Magistrado hasta la escalera. Los Sefio-

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168 AI, MARGEN DE LA HISTORIA

res Oidores, que al Presidente habían


acompañado en su visita,· se despedían
igualmente y todos aquellos personajes sa-
lían juntos. El grupo se encontraba en
las galerías del Palacio al tiempo en que
entraban al patio cuatro humildes borricos
cargados con diversas sabrosas cucherías
que algún hacendado enviaba de regalo al
Señor Calama. Ver a los borricos el cle-
riguito familiar y ponerse a dar voces todo
fué uno:
-Longo, longo, gritaba, saca esos bu-
nos de aquí [ Por Dios, hijo, date prisa,
fuera con ellos! No los ordene Su Ilus-
trísima .. , ... !
La burla del irreverente cleriguillo no
podía ser más cruel: al pobre Señor Ca-
lama le salían canas verdes al verse criti-
cado así ante los más encumbrados perso-
najes de la ciudad, que apenas podían
contener la risa con el donaire del familiar
y con la consecuente turbación del pobre
Obispo.
¿Qué hizo el Prelado con el insolente
.familiar?- Lo rajaría a palos, ,dirán Uds.

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AI, MARGEN DE LA HISTORIA 169

Pues no, señor: el Obispo tuvo la heroi·


ciclad de perdonar al atrevido, pero no
perdonó al goloso el haber metido la mano
en un plato de arroz con leche que ciertas
monjitas habían mandado a su Ilnstrísi·
ma : en esto de los regalos era inflexible.

12

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Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"
Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"
SO de ser Alcalde Ordinario de
Quito, en los tiempos del Rey,
tenía sus bemoles! Y cuántos
disgustos se atraía su merced
con los gatuperios que pescaba en sus
rondas ! Dígalo, si no, el caso autén-
tico que, gracias a mi manía ele revolver
papeles viejos, he encontrado escrito en
caracteres ya casi borrados por el tiempo.
Recién llegado de Guayaquil, en doude
por varias quejas que de él tenía, le había

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174 AL MARGEN DE LA HISTORIA

tenido confinado el Virrey de Santafé, for~­


maba, el año de 1760, parte de la Audien-
cia y Chancillería Real de Quito, el Señor-
Doctor Manuel de la Vega y Bárcena,
viejo verde y muy aficionado a faldas.
Sabido es que la sociedad colonial, que
muy poco tenia de qué hablar, no parpa-
deaba en eso de observar los actos y hasta
los gestos de los Señores de la Audiencia.
El enamoradizo y galante Doctor Vega
era, pues, como es de suponer, asunto obli-
gado de los picarescos comentarios de·
nuestros abuelos, quienes, entre polvo y
polvo de tapé, celebraban las buenas fortu-
nas del Oidor.
En el ya citado año de 1760 era Alcalde
Ordinario de esta mn,y noble y muy leal
ciudad, el Señor Coronel de los Reales
Ejércitos, Don Pedro Buendía y Dávila,
Caballero de la Orden Militar de Santiago,
y hombre que no se andaba con remilgos-
en eso de hacer cumplir las ordenanzas.
Quito, en el pacífico siglo XVIII erar
por las noches, oscuro y tétrico como un
túnel, o como una conciencia criminal 1,

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AL MARGFJN Dll1 l,A HISTORIA 175

que es lo mismo: apenas algún farolillo,


en que agonizaba una llorosa vela de sebo,
se mecía ante una de las imágenes religio-
sas que hasta nuestros días ha conservado
la piedad del pueblo .... Todo lo demás
era oscuridad y sombras.
Dadas las nueve de la noche, se tocaba
en las torres de la ciudad la queda y, i cada
mochuelo a su olivo l Hora era de reco-
gerse cada UllO a su casa a paladear el ri-
quísimo chocolate, en jícara de plata, es-
peso a punlo de que la cncharilla se parara
en medio del líquido (si tal apelativo pue-
de dársele) y de meterse luego a la cama,
después de rezado el clásico rosario.
A esa hora salía la Ronda, grupo de
corchetes que recorría la ciudad para cui-
dar del buen orden. La tal Ronda era la
enemiga jurada de los serenateros, guita-
rreros, galanes de noche y demás gente
alegre que nunca faltó en Quito.
La Ronda se componía de algunos sol-
dados del Presidio Urbano, capitaneados
por tm Teniente, al que se adjuntaban el
Alcalde Ordinario de la Ciudad y el Escri-

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176 AL MARGEN DE LA HISTORIA

bano de Cabildo, cuando se tenía viento


de algún pecado público.
Eran las once de la noche del 18 de Fe-
brero del ya dos veces mencionado año,
cuando, de las casas de Cabildo, salió su
merced Don Pedro Buendía acompañado
del Escribano Don Mariano Snárez, pre-
cedidos los dos por los corchetes, de Jos
cuales uno llevaba el indispensable faro-
lillo de la Ronda, cuya luz les evitaría
romperse el bautismo en las pésimas calles
de la ciudad.
Iba Don Pedro Bnendía hirviendo en
santo celo por el bnen servicio de Ambas
Majestades, a pillar
«allí en su mismo nido
solitario y querido»
a dos tortolitos enamorados que se habían
olvidado de la bendición z'n facz'e ecclesz'ae ...
El nido estaba allá por el barrio que en-
tonces se llamaba El Beaterz'o Vú:jo, ca-
minito de San Tuan.
Cautelosamente marchaban Alcalde y
Escribano, cuidando de no meterse de He-

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AL :MARGEN DE LA HISTORIA 177

no en los charcos de la calle, cuando, lle-


gados a la esquina que entonces llamaban
((de corte», es decir, ahora, la in tersec-
ción de las calles de Mejía y Pichincha,
divisaron dos bultos que sigilosamente se
escurrían en las sombras. El Alcalde,
queriendo reconocer quiénes eran; les
manda hacer alto a nombre del Rey, pero
ellos, cá! como si les hubieran mandado
que corriesen! i Patitas para qué os qui-
se l Espolearon a la cabalgadura de nues-
tro Padre San Francisco, y a poco se per-
dieron tras una esquina. Lánzase en se-
guimiento de los prófugos un corchete y un
negro esclavo del buen Don Pedro como
galgos tras un par de liebres, pero, al ir a
echarles el guante, los fugitivos se escu-
rren dentro de una casita, y los persegui-
dores reciben tUl puertazo en las narices,
que, a pesar de ser la noche sin estrellas,
les hizo ver todas las constelaciones juntas.
El Señor Alcalde y el Escribano habían
también picado la carrera y llegan en
esos momentos jadeantes. A Don Pedro
Buendía se le salía el corazón por la boca,

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1'T8 Al, MARGEN DE LA HISTORIA

segím lo cansado que venía su merced,


que ya entrado en años y un poco obeso,
no estaba para esas carreras.
Cobrado el aliento, el Alcalde mandó
golpear la puerta por la que habían desa-
parecido los misteriosos bultos negros.
Golpes y más golpes quedan sin efecto:
sólo el eco respondía al llamamiento. Al
fin, oye Don Pedro que andaban allá aden-
tro, y dando voces, manda que se abra
a la Autoridad. Acércanse los pasos a
la puerta, y se oye al fin, una voz que
dice:
-Señor Don Pedro, no se empeñe
vuestra merced en querer que se le abra:
mi amo el Doctor Vega me ha mandado
trancar la puerta.
El Alcalde reconoció al que así hablaba,
y dijo : Abre, tunante, no eres Domingo?
Abre, que en buenas te encontrarás allá
adentro : qué ha de estar aquí tu amo a
estas horas! Abre, que quiero entrar!
- Señor Don Pedro, Domingo soy !
Crea vuestra merced que mi amo está
aquí y que me ha dicho que no abra.

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AL i\L\!WEN Dl~ LA IJfS'l'ORIA 179

-Abre, pillo, que quiero ver con quién


estás! Quieres ampararte con el nombre
de tu amo. Abre o echo la puerta abajo.
-Pues, derríbela vuestla merced, que
allá voy a avisarlo a mi amo.
Y se alejó Domingo hacia adentro. El
Alcalde, mientras tanto, redoblaba los gol-
pes, convencido que estaba de que el ne-
gro Domingo era el qne se hallaba en al-
guna buena francachela a11á adentro, y su
amo muy lejos ele allí.
Al fin, volvió el negro, y dijo al Alcal-
de que su amo le pedía que entrara solo,
y diciendo esto, abrió la puerta coE. sigilo,
como puerta de convento de enclaustradas.
Don Pedro Buendía entró solo, man-
dando a sus acompañan tes se retiraran al
medio de la calle. No bien entrado, se
oyeron dentro de la casita gritos desafora-
dos : los insultos llovían sobre la cabeza
de su merced el Señor Alcalde. Todos
los de la Ronda reconocieron la voz chi-
llona del Doctor Vega, unida a una voz
femenina: todos también habían recono-
cido la casita: vivía en ella la entonces

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180 AL :MARGEN DE LA HISTORIA

famosa Jnsta Alabarina, buena moza, si


las hay, y amiga de hacer favores ....
Poco después los corchetes y el Escriba~
no vieron salir a Don Pedro Buendía muy
acalorado, con el tricornio fuera ele su si-
- tio y al parecer mny escamado. -No te-
nemos nada que hacer aqní, señores, elijo
su merced, y, mohíno y cabizbajo, fué a
colocarse al lado del Escribano.
Pocas ganas le quedaron al Alcalde pa-
ro, seguir en sus investigaciones : gato es-
caldado huye del agua fría. -Don Maria-
no, elijo al Escribano, ya se hace tarde,
volvámonos a casa. Y emprendieron su
marcha hacia el centro de la ciudad, len-
tamente, como habían venido.
-Ha reconocido, usiría, Don Mariano,
al que hablaba adentro, cuando yo entré
en la casa ? dijo el Alcalde.
--No era el Señor Doctor Vega, Señor?
respondió el Escribano.
-El mismo era, téngalo asegurado
Don lVIariano. Me ha recibido como pue-
de imaginar. . . . Estaba en buena compa-
ñía y no le gustó que viniéramos a tnr-

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AL ilfARGl!JN Im LA HISTORIA 181

barle el gusto. Dígame Don Mariano,


sabe usiría quién es ella?
--Señor Don Pedro sé que es una tal
Justa Alabarina la que vive en esa casa :
sería e11a, sin duda.
--Pues anótelo usiría, Don Mariano,
anótelo bien, que bien puede ser que al-
gún día tengamos necesidad los dos de un
testimonio.

Pasó algún tiempo, y el Doctor Vega


seguía actuando como OíclQr en la Audien-
cia. Don Pedro Buendía tenía en ese tri·
bunal algnnos litigios, y siempre que el
Doctor Vega conocía de ellos, su voto era
contrario a las pretensiones del Alcalde.
El Oidor no perdonaba a Don Pedro Buen-
día el haber turbado sus amorosos colo-
quios : tan cierto es que el hilo se arranca
por lo más fino. .
Estas sentencias inicuas, al fin y al ca-
bo decidieron al Alcalde a descubrir el
pastel haciendo una alcaldada. Llamó al
Escribano Don Mariano Suárez y le orde-

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182 AJ~ MARG¡,JN DF: LA HISTORIA

nó presentar al Presidente de la Audien-


cia, Don José Diguja, mía petición, en
que constaban los gatuperios del Oidor,
para que le libertara de la jurisdicción del
vengativo Doctor Vega-que nunca creyó
que Don Pedro Buendía cantara tan de
plano y llano, que con sus pelos y sefiales,
ha venido hasta nosotros la historia de sus
amoríos con la célebre Justa Alabarina.

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" / ~·)J,~
ALA enfermedad son los celos,
vive Dios ! Y si son malos para
el que lo siente, s~m plusquam
pésimos para quien ha de sufrir
( las manías y aberraciones del celoso.
,_,__ " Si éste es capaz de las mayores lo-
curas impulsado por su pasión, quien tiene
que snfrir al celoso, puede llegar, a veces,
aburrido y desesperado, a cometer los peo-
13

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186 AL MARGEN DE LA HISTORIA

res desatinos con tal de verse libre de quien


le tortura.
De estas verdades como puños se des-
prende la sana ensefianza de doméstico
buen gobierno de que las mujeres no deben
molestar a sus costillas con escenas de ce-
los, que acaban por desesperarlos. Y para
probar que no ando descami~ado al acon-
sejar la prudencia a toda mujer a quien le
haya cabido en suerte un marido alegrón
y tunante, contaré una verídica historia ex-
traída del proceso original, constante de
tres voluminosos legajos existentes en uno
de nuestros archivos.
Era, en la Villa de San Miguel de !ba-
rra, Alcalde provincial por Su Majestad, en
el año de 1758, Don José de Grijalva y
Recalde, hombre tan amigo de faldas que,
habiéndole la muerte privado de su prime-
ra mujer, antes del año de luto, volvió a
completarse, contrayendo nuevas nupcias
con Doña María Freire y Lasteros.
Era su merced del Sefior Alcalde hom-
bre ya entrado en años y muy considerado
en la Villa y su jurisdicción, tanto por su

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AL l\UllGEN DE LA HI8'IOIUA 187

hidalgo abolengo, como por su fortuna y


el empleo que condecoraba su persona.
Ocupado en su Oficio, el Alcalde tenía
que recorrer los pueblos vecinos de Ibarra,
y quiso su buena o mala suerte, que un
buen día, visitando el pueblo de Urcuquí,
topara su merced con una hermana. del
Cura de la parroquia, chica que, según pa-
rece, era guapísima : la vara de justicia le
tembló a Don José de Grijalva en las ma-
nos, y ante ese estuche de monerías, el
buen Seftor sintió qne eu tan linda hem-
bra había encontrado lo que inútilmente
había buscado Juan Pon ce de León : la
fuente de salud, que de viejos volvía mo-
zos a los que en sus aguas se bañaran.
Llamábase la chica Pepita Osejo, una
morena de esas que en "tentación vió San
Antonio en el desierto : nadie como ella
lucía mejor sus quince abriles, arrebujada
en lindo pañolón de burato; nunca menudo
. zapatito de pafio calzó más diminuto pié,
ni sonrisa más graciosa abrió sobre perlas
más purpúreos labios de granada. - Y
Dios santo l qué mujer bailando 1111 Smz

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188 AL MARGF.N DE LA HISTORIA

fuanz'to, una alza, o cantando, al són de ar-


moniosa vihuela, una de esas ·coplas que al
amanecer parece que retuercen el alma! ...
Su merced perdió el seso: Don José de
Grijalva no era al fin y al caho, San An-
tonio Abad, sino, lo que tú, lector, y yo:
un vulgar pecador.
Desde aquel fatal encontrón, al Alcalde
de !barra no le faltó pretexto. para volver
a Urcuquí, y naturalmente, en dónde iba
a apearse, sino en la casa parroquial?- Y
como de Urcuquí a Ibarra alguna tierra
hay que andar, tenía Grijalva que pernoc-
tar en el pueblo, y
Tantas idas y venidas,
Tantas vueltas y revueltas
no fueron inútiles como en la fábula de la
ardilla. Tanto fué el cántaro al agua .....
que los celos de la mujer del Alcalde, que
comenzaban a despertar, llegaron a ser
fundados.
Do:ña María Freire vivía en la hacienda
de ·san José, entre Urcuquí e !barra, y
cada vez que su marido se ausentaba, a la

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Al, MARGEN DE l,A HIS'fORIA 189

infeliz, sabedora de las trapisondas de su


Señor esposo, con él se le iba el alma
atormentada.
Cuando Don José de Grijalva volvía,
después de dos o tres días que en el lecho
conyugal no había reposado su humanidad
pecadora, los celos de la Alcaldesa se des-
bordaban en reproches, en quejas, en
lloriqueos.
Aspero de genio, Grijalva contestaba a
su mujer en tono desabrido y displicente,
y cada nueva discusión se hacía más agria,
cada explicación más difícil 1 hasta llegar
los esposos a tenerse un odio mutuo; ella
viendo su dignidad rebajada y pisoteada,
pues ya los amores de su marido con Pe_
pita Osejo eran la fábula de todo Ibarra, y
él cada vez más irritado con su mujer que
no perdía ocasión de echarle en cara su
falta. Incitado por el amor de ]a linda
mocita de Urcuquí, por un 1ado, y obseso
con las eternas reconvenciones de su legÍ·
tima costilla, llegó Grijalva al paroxismo
de Ja irritabilidad.

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190 AI, :&1AROFJN I>F. LA HISTORIA

'1.·
* *
Era un domingo del mes de Junio de
1768: todo el mundo en la hacienda de
San José se preparaba a oír la misa que,
en el Oratorio de la casa, iba a celebrar un
clérigo venido al efecto de Ibarra. Ya la
.infortunada Doña María, desconsolada por
una nueva ausencia de su marido y señor
se disponía a llevar a los pies del Dios que
dijo: <1 Venid a mí los que lloráis ll la
amargura en que su alma rebosaba, cuando
llegó, acompañado de algunos amigos de
la Villa, el marido infiel.
Acostumbrada en sus últimos tiempos
al agrio y displicente trato del esposo,
creyó Doña María que, al fin y al cabot
Dios había tocado el corazón del adúltero,
al notar que éste estaba lleno de atencio-
nes, fino y amable con su mujer, como si
con su amabilidad de ahora quisiera ha-
cerse perdonar sus pasados yerros. Así,
como la misa esperaba, todos pasaron al
Oratorio, y la antes abatida mujer, no lá-

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AL MARGEN DE J,A HISTORIA 191

grimas de dolor sino de acción de gracias


derramó abundantes durante el santo e in-
cruento sacrificio. ,
Acabada la sagrada ceremonia, la Alcal-
desa, consolada y afanosa, se ocupaba en
atender debidamente a sus huéspedes.
Vino el almuerzo, y todo fué alegría: en
aquella casa, al parecer, todos estaban en
un corazón.
El día entero se pasó en paseos y en
agradable charla, hasta que, después de
haber comido opíparame11te, a las seis de
]a tarde, los amigos del Alcalde se despe-
dían de sus anfitriones.
Y, lector, aquí viene la gorda.- Como
dice el proverbio, la ropa sucia se !ava en
casa y' cariños y pleitos de casados, a puer-
tas cerradas. Doña María, cuando marido
y mujer se quedaron solos, quiso saber si
su esposo había renunciado a sus deva-
neos: a la pobre le quedaba, a pesar de la
amabilidad del Alcalde, su comezoncilla de
que en aquello pudiera haber gato encerra-
do. Retirados en su aposento, principió,-
mala tentación de Satanás !,-la insistente

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192 AL l\IARGEN DE I,A HISTORIA

indagatoria. Pronto el marido infiel daba


señales de agitación : a las preguntas de su
mujer no sabía cómo explicarse, pero, al
mismo tiempo, dejando sus maneras brus-
cas de antaño, daba evasivas y respuestas
que su partenaria sabía falsas, comprendía
descabelladas ....
-Déjate, hija al fin, de escenas infun-
dadas de celos que me cansan, dijo el
marido.--No hablemos más de ello, quie-
res?-Y lo más naturalmente del mundo :
-Mi amigo Don Pedro Cienfuegos me
ha remitido de Quito una botija de un
vino que me dice excelente. ¿Quieres pro-
barlo?
Y diciendo así, sacó dé un armario una
damajuana y dos vasos : algo se tardó en
servirlos, y
-Bebe, que parece bueno, dijo, ten-
diendo el uno a su mujer, y llevándose el
ótro a los labios. Apurados que fueron,
-A fé mía, e¡ u e el vino es de lo mejor.
-Beberás otro vaso, verdad?
Sin quererlo contrariar, la mujer no
hizo resistencia y volvió a beber ....

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AL liARGEN DE LA liiSTORIA 193

Un sueño extraño se apoderaba de ella,


los párpados pesados se le cerraban ....
-Bravo es el vinillo, José! exclamó
Dofia María. -Se me ha subido a la cabe-
za más pronto que de razón ....
Y como con los humos del licor la pru-
dencia se le fuera a los talones, volvió a
su tema:
-En Urcuquí habrás estado estos días,
verdad?
Don José Grijalva ya no respondía:
sólo miraba atento a su mujer, que pug-
nab:;t por vencer el sueño, sentada en un
sofá de vaqueta.-Y ella seguía, ya como
delirante.
-Sí : allí, en ese maldito pueblo, en di-
versiones, en jaranas. . . . El cura es un
sinvergüenza.... El escándalo no puede
ser mayor. . . . La Pepita .... una barra-
gana ....
Hasta que al fin, se quedó dormida.
Don José de Grijalva, mientras tanto,
daba muestras de grande agitación: se
paseaba por la pieza, a grandes trancos,

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194 AL MARGEN DE LA. HISTORIA

como fiera en jaula. . . . La hora era ya


avanzada y la mujer seguía sumida en
pesado sueño. . . . Luego, dió señales de
querer sacudir su letargo: de nuevo vol-
vían a surgir de sus labios frases entrecor-
tadas: el nombre de la Pepita se repetía
sin cesar, y al oírlo, crecía de punto la
exasperación de Grijalva, hasta que al fin,
en un acceso de rabia, se resolvió a ejecu-
tar con sus manos lo que, al parecer, no
quería ejecutar el veneno que había hecho
beber a su mujer: al ver que los polvos
de opio que había mezclado en el vino de
su esposa no obraban su efecto, ciego,
empuñándola por la garganta, la estran-
guló ....
Cuando la pobre Doña María, con la
faz congestionada, quedó inerte, el asesi~o,
al contemplar su obra, se horrorizó de su
·crimen: se hizo cargo de que una muerte
por estrangulación deja huellas imborra-
bles, tembló de la justicia y se dispuso a
huír ....
Sigilosamente, salió del aposento, se
dirigió a la caballeriza, tomó un caballo,

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AL MARGEN DE I.A HISTORIA 195

y con éste, el primer camino que se le


puso delante ....

Grande fué la consternación de esclavos


y criados, al día siguiente, al encontrar
muerta a su Señora. Inmediatamente
dieron aviso a los parientes de Doña Ma-
ría, y la justicia se constituyó en la ha-
cienda de San José. Lo que es al Alcalde
Provincial, ya le podían echar un par de
ga,lgos: estaba lejos ....
El proceso se instruyó y se siguió du-
rante largo tiempo. Ya se había perdido
esperanza de encontrar al reo, a pesar de
los deprecatorios despachados por la Au-
diencia de Quito a todos los Corregidores
del Reino: Don José de Grijalva parecía
haberse hecho humo.
Pasado un año largo, el Presidente de
Quito, Don José García de León y Pizarra
tuvo denuncio de que el ex-Alcalde arras-
traba su mísera humanidad por las ha-
ciendas del Chota. Con este aviso, Su

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196 AL MARGEN DE LA HIS'l'ORIA

Señoría despachó una escolta para prender


al criminal.
Como el que siembra vientos cosecha
tempestades, y Grijalva había sido arbitra-
rio y terco cuando tenía en sus manos la
vara de justicia, no faltó quien lo entrega-
ra a los alguaciles de la Audiencia.
Conducido a Ibarra, el ex-Alcalde fué
notificado por su sucesor de lo que se
había actuado en el proceso criminal que
por muerte de Doña María se le seguÍa:'>
El preso debía ir a Quito para la conclu-
sión de los autos y oír la sentencia que
dictara la Real Audiencia.
Hasta aquí, Grijalva abatido, había
guardado silencio, pero cuando se le inti-
mó que para conducirle a la Capital habían
de calzarle un bue'n par de grillos de
hierro,
- Vuesa merced, Señor Alcalde, cree
tratar conmigo como con cualquier pela-
fustanes?-Ha de saber que, por privilegio
Real, de que mis abuelos siempre gozaron,
no han de tocar mis carnes esas vulgares
prisiones. Por delitos como el mío, qü,e

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AJ, MARGI<lN D-"~ I,A HlS'fORIA 19'{

no niego, a los de mi sangre no se les


puede poner sino grillos de plata: tengo
de ello testimonio suficiente en una Real
Cédula que se encontrará entre mis pa-
peles.
-Cascarones ! se dijo, sin duda, el Al-
calde.-Privilegios para los pícaros! En
fin, que venga la Reat Cédula, y si está
en forma, se obedecerá a la voluntad Real.
Y como Grijalva tenía hijos de su pri-
mer matrimonio, fué exhibido el añejo
pergamino, que la justicia de Ibarra hubo
de obedecer ....
Naturalmente no hubo listo un par de
grillos de plata : no todos los asesinos y
pícaros gozaban de tamaños privilegios:
se mandaron fabricar a costa del reo, y
una vez que los hubo calzado, el criminal
emprendió su viaje a Quito, en medio de
una escolta.
Los grillos, no digo de plata, de oro o
seda deben embarazar bastante el paso ....
La comitiva llegó lentamente al puente
de Guaillabamba. Era invierno y el río
arrastraba crecidas aguas. Pasando iban

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198 AL !URGEN DE LA HISTORIA

el puente los soldados: el reo iba adelan-


te, cuando al llegar al medio,
-Nobleza obliga! gritó : Para la hor-
ca? Ni con grillos de plata! . . . . Y se
tiró de cabeza a las encañonadas y profun-
das aguas, sin que los soldados pudieran
impedirlo.

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Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"
sobra de razón podemos, co-
mo dijo un chispeante cronista
quiteño, considerarnos el pueblo
más feliz de la tierra, pues que
hasta el Cielo tuvo siempre con
nosotros deferencias que otros pue-
blos no han logrado.
Y si esto es así en la friolera de los cien
años que llevamos, apenas, de vida inde-
pendiente, ¡Qué no diremos si pasamos
la vista por el período colonial !
1-'

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202 .AT, MARGEN DE LA HIS'J'ORIA

Esos sí que eran tiempos manwillosos!


¡Qué de apariciones, qué de .prodigios,
qué de cosas estupendas! La Virgen, los
Santos, las ánimas benditas, eran tan fa-
miliares entonces en Quito, que se los en-
contraba al voltear de una esquina, que se
presentaban en nna reunión agradable de
familia, en fin, en cualquier parte. Evi-
dentemente, en tiempos del Rey, hasta los
habitantes del otro mundo eran más socia-
les que en la época menguada que alcan-
zamos.
Y para probar, amigo, que Dios no
abandonaba a los suyos, como lo hacían el
Rey y su Consejo de Indias con la mísera
colonia,-alguien había de acordarse de
nosotros !-, voy a contarte la verídica
historia que verás, si no te aburre el re~
cuerdo de cosas viejas.
Era Oidor de la Audiencia de Quito en
·1707, Don Cristóbal de Cevallos, natural
de la ciudad de La Plata, en el Alto Perú,
Señor más preocupado de misticismo que
del despacho diario de ! a Real Chanci-
llería.

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AL "IARGE~ DE LA HIATORL\ 203

En todas y en las más vulgares ocasio-


nes de la vida creía el buen togado ver
manifestaciones de lo sobrenatural. Stt
Divina Majestad no tenía, en criterio del
Oidor, otra cosa que hacer que preocuparse
de su persona: los santos de las láminas
hablaban, las esculturas se animaban, y
los más vulgares trastos del hogar servían
de peana a las apariciones qne a diario
le ocurrían.
Era e1 15 de Junio del año mencionado,
fecha en que Nnestra Sauta Madre la
Iglesia celebra la fiesta de San Cristóbal
gigante y mártir, que, por lo que cuenta
sn vida, debió ser de muchas fuerzas y de
caletre escaso ..... .
Nuestros abuelos sabían festejarse: en
día de santo, nada de golosinas, de copita
de vino bautizado al visitante: enton-
ces todo era más sólido, más suculento.
Así, el Doctor Ceva11os celebraba su día
de días con un almuerzo de Jos que se
pegan al riñón, de esos qne dejan al indi-
viduo sumido en la placidez propia de un
estómago agradecido.

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204 AL MARGI~N DE J,A HISTORIA
-------
Las diez de la mañana eran cuando se
sentaron ante amplia mesa el Oidor y
sus invitados: la rica vajilla de plata lu~
cía 'su esplendidez, y en ella se ofrecían
los suculentos manjares, de aspecto más
eficaz que el mejor de los modernos aperi-
tivos con que ahora solemos intoxicarnos.
TrHs el sabroso puchero indispensable, tras
el arroz a la valenciana, tras las diversas
carnes adobadas con primor, circulaban
ampliamente las copas de los generosos
vinos de España, y la alegría, el donaire
de los huéspedes crecían con las libaciones.
-Bmtum vúzum laetzficat cor homz'nú,
Señ.or Don Cristóbal !-Exclamaba uno de
los comensales, gordo prior de un convento.
-En verdad que no lo bebí mejor en mi
vida ! decía un Regidor del Cabildo.
-A vuestra salud, y que sea por mu-
chos años ! apuntaba un pretendiente ....
En esto vinieron las empanadas, tan fa-
mosas siempre en Quito, potaje suculento
que hoy, para verlo en el plato, hemos de
calzar lentes, pero que, en la época a que me
refiero, alcanzaban proporciones homéricas.

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AL ~lAROEN DE I,A HISTORIA 205
--------------------------

Al verlas venir, tm profesor de San


Luis, que se las daba de erudito, citó la
{(Cena jocosa>> de Bartolomé del Alcázar:

i Qué oronda viene y qué bella !


j Qué través y enjtmdia tiene!
Paréceme, Inés, que viene
Para que demos en ella.

En aquel tiempo las empanadas de mo-


rocho, por ser tan grandes, no se servían
en plato, sino en una hoja de papel redon-
da, asentada en una torta de pan.
Unos tienen el vino alegre, otros lo tie-
nen triste; a cada uno le da por su tema,
ya es sabido.
El Doctor Cevallos se aprestaba a me-
terse entre pecho y espalda la reverenda
empanada que tenía delante, cuando al
llevársela a la boca, la dejó de pronto caer
lleno de asombro.
-Madre mía! Virgen Santísima! decía
fijos los ojos en el papel sobre el que había
reposado la empanada. -Milagro, Señores,
milagro, portento!

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206 Al, MARGEN DE LA HISTORIA

Y cogiendo religiosamente la hoja de


papel en que la empanada había dejado la
mancha de la manteca en que había sido
frita,
-Novéis, decía, la imagen de la Madre
de Dios?
Todos los comensales se precipitan, las
sillas de vaqueta hacen estruendo al vol-
tearse, los invitados se apiñan al rededor
del Magistrado, y todos reconocen en el
papel gr~siento la imagen de la Reina
del Cielo.
Milagro!, gritan todos al unísono.-- Unos
caen de rodillas, otros dan voces que se
oyen desde h calle, y la multitud, al ruido,
invade la casa del Oidor que, tembloroso,
emocionado, subido en una silla, exhibe
en alto el papel manchado de manteca, en
el que todos ven ya a ((La Virgen de la
Empanadall. ·
Los frailes que habían asistido al inte-
rrumpido almuerzo se adueñan del papel
mantecoso, y la procesión se ordena y la
milagrosa imagen es tran3portada al Ora-
torio de la casa, para exponerla, en medio

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AI, MARGEN DE LA HIS'l'ORIA 207

de luces y de flores, a la veneración de los


:fieles.
El ruido del milagro con que había sido
favorecido el Doctor Cevallos se esparció
como un reguero de pólvora por la feliz ciu~
dad de Quito, y no hubo quien dejara de
ir a admirar el portento: la cttsa del Oidor
estuvo más concurrida que iglesia en día
de Jubileo.
El Obispo Don Diego Ladrón de Gueva-
ra fué informado del prodigio, pero, hom-
bre de mayor seso qne el Doctor Cevallos,
se guardó bien de pron n nciarse en favor
de 1a ridícula manía del magistrado. Y,
cuando hubo adquirido la convicción de
que Don Cristóbal había dado rienda suel-
ta a su tema de lo sobrenatural, trató por
todos los medios, de cortar el escándalo,
mas no fué el remedio aplicado tan pronto
que no tomara la supertición grandes pro-
porciones.
Entre las exhortaciones del Obispo y las
citaciones del Comisario del Santo Oficio,
se pasaron tres días, que fueron otros tan-
tos de :fiestas celebradas en honor de Nues-

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208 AL IIIARGEN DE LA IIIS'l'ORIA

tra Señora de la Empanada, con misas


solemnes y sermones gongorinos en honor
de la milagrosa aparición.
Por fin, el Comisario del Santo Oficio,
en nombre del terrible Tribunal de 1a Fé,
obtuvo la entrega del papelito .... y el Se-
ñor Ladrón de Guevara, verdadero icono-
clasta, con escándalo públi,..o, quemó a
Nuestra Señora de la Empanada, y nos
quitó, asi, una gloria nacional, privando a
tortilleras, tamaleras, buñoleras, etc., de la
patrona que netamente les correspondía.
Es fama que desde esta profanación, se
han vuelto indigestas las empanadas de
morocho.

---
~

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Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"
A hoy floreciente Capital de la
Provincia del Chimborazo era,
en el año del Sefior de 1570, un
poblacho miserable que apenas
contaba con unos pocos vecinos espa~
ñoles, que más vivían en sus fundos
enormes, atendiendo a las pingües enco-
miendas de indios con que el Rey Nuestro
Señor les había agraciado. Esto, para
decir a ustedes que si bien a los Encomen-
deros se les contaba como a vecinos del

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212 AL l\JA~GEN DE LA HISTORIA

pueblo de San Pedro y San Pablo de Río-


bamba, apenas estaban en la adehuela el
domingo, en que allí les juntaba la cris-:
tiana obligación de oír misa.
Era uno de aquellos días de precepto
del año ya citado, y el pueblo de Riobam-
ba estaba lleno de gente que, en la feria
que cada domingo se celebraba en la ape-
nas trazada plaza, se afanaba en proveer-
se de lo necesario para la semana siguien-
te, cuando, de pronto, el alegre vocear
de las mercaderías, el ir y venir de com-
pradores y vendedores cesó para cambiar-
se en un solo gr:ito de terror y espanto de
la multitud allí reunida: los españoles
invocan a Dios y 1 los Santos, los indios
dan alaridos.-¿ Qué pasa ?-Gruesas gotas
de sangre caen del cielo que se ha enca-
potado de súbito, y la tierra va encharcán-
dose en el rojizo líquido.
·El fenómeno, afortunadamente, dura
poco,~apenas un cuarto de hora,-y la
calma vuelve a la atmósfera, pero no al
ánimo de los riobambeños, que quedan ate-
rroriz~dos con semejante prodigio, con

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AL MAHUEN DI~ LA HISTORIA 213

aquella tan espantosa señal del cielo, en


la que cada uno cree descubrir el anuncio
de las peores calamidades.
Así, con el alnia en un hilo vivieron los
habitantes del poblacho por algún tiempo,
pero como los previstos males no llegaban
a realizarse, poco a poco todo el mundo
vino a olvidarse de la lluvia de sangre, y
aún hubo quien quisiera dar una explica-
ción natural del fenómeno, diciendo que
talvez habían sido aves de rapiña que pa-
saron, con sus presas, por los aires ....

i(·

* *
El pueblo de Guamote es más antiguo
que Riobamba. En 1570, era ya una im-
portante parcialidad de indios, y un cami-
no muy practicable lo unía a la incipiente
villa de los españoles.
Por la época a que vengo haciendo rela-
ción, apareció entre Guamote y Riobamba
un hombre de lo más extraño y de quien
nadie pudo nunca saber, no digo la proce-
dencia, que ni siquiera el nombre.

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214 AJ, liARG"RN DE LA HISTORIA

Por su aspecto, manifestaba llevar vivi-


dos sus cincuenta años: cenceño, alto y re-
cio, de negros, vivos y penetrantes ojos,
parecía ser oriundo de las desoladas lla-
nuras de CastilJa, pero nadie, vuelvo a
repetirlo, sabía su origen, y, como no te-
nía amigos, los curiosos no contaban si-
quiera con la indiscreción para averiguarlo.
Al verlo andar de pueblo en pueblo, de
Ceca en Meca, creyérase que fuera el mis-
mo judío errante, condenado a movimiento
perpetuo hasta la consumación de los
siglos, mas esta suposición hubo de dese-
charse al constatar que e1 extraño pere-
grino se fabricaba u na choza a la vera del
camino de Guamote a Riobamba.
Allí vivió, concluída que fné su vivien-
da, encerrado y sin salir sino para buscarse
el alimento, que de pnerta en puerta men-
digaba.
Y lo extraño era que, en aquellos tiem-
pos de fé, no pidiera 1a limosna en nombre
de Dios, ni por las pnrísimas entrañas de
]a que tuvo la dicha de engendrar al Hijo
del Eterno Padre.

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AL MARGEN DE LA HISTORIA 215

En lugar de la sacramental fórmula de


<<Una limosna por amor de Dios >>, el que
ya la gente reputaba por un santo hermi-
taño, decía:-¿ Habrá, por desgracia, un
pan? ¿Habrá, por ventura, un real ?-al
llegar a la puerta de algún encomendero,
en donde, aunque inquietara un tanto aquel
singular requerimiento a la caridad cris-
tiana, no dejaba de recoger algo el mendi-
go, cuya manera de pedir era genera1mente
atribuída a tanta humildad y reverencia de
las cosas santas, que el pobre se creía in-
digno de nombrar a Dios.
Además de la caridad pública, el solita-
rio contaba con la granjería de un caballo
morcillo de que era poseedor. Era el tal
animalejo tan singular como su dueño : al
verlo, nadie diera por él un peso : flaco,
macilento, desmedrado y viejo, era fiel
trasunto de Rocinante, pero en poniéndose
a andar, el Pegaso de la fábula se quedaba
chico.-El Padre Calancha, historiador a
quien llegaron frescas estas noticias, pon-
dera la velocidad del cuadrúpedo de mala
muerte de que me voy ocupando: él nos

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216 AL MARGEN Dlll LA HISTORIA

informa que era tanta, que apenas subido


en él un jinete, estaba ya al :fin de la jor-
nada .. ¿No es esto una maravilla? Y
como el solitario tenía fama de santo, la
virtud del caballo era atribuída a la santi-
dad del amo.
Viajar en un caballo tan rápido, y ejer-
cer al mismo tiempo la caridad cristiana,
socorriendo al solitario con el alquiler de
la bestia, era ejecutar de una vía dos
mandados, era hacer dos jornadas a la vez :
una en la tierra, y otra que le acercase a
uno la gloria, que a todos mis lectores de-
seo. Así pues, los pesos de a ocho no le
faltaban al santo solitario, ya que estaba
con frecuencia alquilado su rocín.

***
Riobamba celebraba la fiesta de sus
santos patronos: era el 29 de Junio, día
en que la Iglesia Universal conmemora el
martirio de los dos santos Apóstoles San
Pedro y San Pablo. Corría el afio de 1751.

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AL MARO mN DE J,A HISTORIA 217

Ya la modesta iglesia del pueb]o estaba


que no cabía de gente, y el cura había.
salido a decir la solemne misa cantada:
ya las señoras que, para la circunstancia,
se habían echado el resto, principiaban a
hacerse en la cara esa musaraña que el
sexo débil tiene la debilidad de creer que
constituye el por la señal, los caballeros
l1abían hincado reverentes la rodilla, y
la música había preludiado sus acordes,
cuando, abriéndose paso entre la devota
multitnd, llegó hasta el altar mayor el
Hermitaño. Se arrodilló, humilde al pa-
recer, en las gradas del presbiterio, y re-.
cogido, inmóvil como un iluminado, se
puso a orar, edificando a la concurrencia
con su compostura.
Todo pasó sin novedad, y nada annn-
ciaba que hubiera una, hasta el solemne
momento de la Consagración, en qne el
pan, entre las manos del sacerdote, se
transforma en el Cuerpo de Dios.
Apenas el campanillazo del acólito hubo
anunciado al pueblo que el milagro de
la transubstanciación estaba consumado,
l:i

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218 AL ~IAlWEN DE LA HISTORIA

cuando el solitario se levantó bruscamente


y arremetió furioso contra el sacerdote que
en aquel momento alzaba la sagrada forma.
Turbado con lance tan brusco, el Cura, no
acierta a defender el Pan de los A11geles
que tiene en sus manos, y el sacrílego, al
quitárselo, lo despedaza entre las suyas,
y, sacando un puñal de entre las ropas,
quiere victimar al clérigo.
Menos que este horrible crimen era ne-
cesario para que en la iglesia se armara
el gran tole. Las señoras chillan, y les
da pataleta, los caballeros desenvainan sus
espadas y se lanzan sobre el sacrílego,
quien, viéndose acosado al tiempo por mul-
titud de estocadas, se bate en retirada del
presbiterio.
Y a en la nave, llega a apoderarse de
una silla, y sirviéndose de ella como de
rodela, intenta taparse de los golpes que
de todas partes le asestan, hasta que un
magistral garrotazo le quita el sentido y,
ya desarmado, acaba de morir de mil pin-
chazos que cada cual le propina.

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AL MARGEN DE LA HISTORIA 219

Y lo admirable es que, cosido a esto-


cadas, por ninguna de sus heridas deja
escapar una gota de sangre! Dios no
quiso, según lo afirma el Padre Calancha,
que la sangre del impío manchara su san-
to templo!
El cadáver del sacrílego fué luego arras-
trado hasta fuera de la iglesia y, apenas
había traspuesto su canoña el umbral, la
sangre salió a borbotones de las heridas
de que estaba acribillado.
Habiéndose dado cuenta de tan extraño
suceso al Presidente ele Quito, Don Lope
Diez de Annendáriz, Su Señoría man-
dó que el cadáver fuera quemado y las
cenizas sopladas al viento.-Así se ejecutó
puntualmente, instruyéndose en seguida
el proceso respectivo, por el Comisario del
Santo Oficio, a quien tocaba el conoci-
miento de la causa. El que había guar-
dado tan bien el incógnito en vida, siguió
guardándolo después de muerto, de suerte
qtte jamás se supo nada de él.
El famoso caballo morcillo desapareció
con su dueño: sin duda era el diablo que

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~20 AL IUARGl'JN DE LA HISTORIA

acompañaba al so1itario bajo forma de


rocín, porque es fama que, en ciertas no-
ches, se ve en las llanuras de Riobamba
una sombra parecida a un rapidísimo ca-
ballo, que huye con un extrafto jinete ....

.f.- **
Y a qué viene contarnos lo de la lluvia
de sangre ?-dirán los lectores.
Pues, sencillamente, a que, después de
consumado el horrendo sacrilegio, cada ve-
cino de Riobamba dió por cierto que aquel·
fenómeno había sido profecía muy clara
de lo que en breve debía suceder.
Informado el Rey del sacrilegio de Río-
bamba, dió a la ya para entonces villa un
escudo de armas eu que figura un cáliz
con una hostia, y debajo, una cabeza san-
grienta atravesada de espadas.

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J
EL arte de los hermanos Mont-
golfiére, Quito, en la época de
este relato, no había presen-
ciado aún ninguna muestra: y
apenas si se sabía aquí la existencia
de los globos aerostáticos por haber-
los visto pintados en algún diccionario en-
ciclopédico, o, a modo de ilustración, en
algún tratado elemental de física.
Llegó un buen día, de tierras de la
Nueva Granada, el snjeto que había de

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224 AL MARGEN Dl~ LA HISTORIA

mostrarnos cómo se navega por el éter.


En profusión de papeles, que repartió por
las calles de la población, anunciaba qne
un domingo próximo daría pruebas de sn
habilidad.
Juan José Flores, qne así, como el Pa-
dre de la Patria, se llamaba el aeronauta,
:interesó grandemente la curiosidad pro-
verbial de los qniteños, que, el día señala-
do para la ascensión, se reunieron en in-
mensa multitud en el Ejido. Era el mes
ele Agosto, mes ventoso, si es que todos
110 ]o son en esta tierra de pulmonías.
El globo debía partir a las diez de la
mañana. El aeronauta uo se cansaba,
entre tanto, de recoger las pesetas que los
curiosos de ver y conocer el globo, habían
de aflojar antes de acercarse al artefacto,
ya colgado de una potencia de madera en
medio del llano .
. Poco a poco, mediante una fogata en-
cendida bajo el aparato, fné hinchándose
éste, y terminada Ja operación de llenarlo
de gas, subió Flores a la canastilla, y libre
el Klobo, a la sacramental palabra de me/-

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AL :MARGEN DE JJA HISTORIA 225

ten! se elevó en el cielo diáfano, y los


espectadores rompieron en estrepitosos
aplausos.
Animado el títere por la ovación, quiso
dar pruebas de su temeraria habilidad y,
descolgando un trapecio en el vacío, se
puso a hacer sobre él mil peligrosas ca-
briolas.
Los vítores de entusiasmo público con-
tinuaban a rabiar, pero el vocerío de la
multitud iba haciéndose, para el aplaudi-
do, menos grato: el viento arreciaba, y,
soplando de norte a sur, arrastraba al glo-
bo sobre la ciudad.
Apreciando el peligro, Flores se decidió
a descender. Abrió, pues, las válvulas, y
comenzó a bajar, pero siempre arrastrado
por el viento insistente. Estaba ya sobre
Quito, y, en su apurado trance, rogaba a
todos los santos que le hicieran caer en
sitio de donde saliera con los huesos sanos.
Sus plegarias fueron oidas, sin duda,
pues vino a caer en lugar sagrado, dentro
de los m uros del monasterio de la Concep-
ción, quebrantando así, puede decirse que

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226 AL MARGfllN DJ!) LA HIS'rQRIA

con la ayuda del cielo, la monacal clau-


sura de nuestro más antiguo convento de
monjas.
Grande fué el susto de las timoratas
siervas del Señor al ver caer aquello en el
convento. Sospechando alguna treta de
Satanás, la Madre Abadesa encerró a su
grey en la sala de Comunidad, pero como
era preciso saber lo que era eso que del
cielo había caído, para tomar las provi-
dencias del caso, venciendo los escrúpulos
y remilgos monacales,
-Madre Santa Apolonia, dijo la supe-
riora, a una monjita de cara fresca y juve-
nil, que mal se avenía con las tocas.-
Vaya a ver V. R. qué es aquello que nos
ha caído aquí ....
En fuerza de la Santa Obediencia, salió
la monjita de la sala, pero, . . . . . la cosa
debía ser difícil de examinar, porque la
Madre Santa Apolonia tardaba mucho .....
Al fin, después de media hora larga,
volvió a la sala la Madre Santa Apolonia,
conduciendo a Flores por delante.

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AJ, l\!A RGlm DE LA liTSTORIA 227

Al ver que de un hombre de carne y


hueso se traté.lba, rodeóse ]a Comunidad
del aeronantn, y allí, monjas, legas y sir-
vientas, acosaron, al tiempo, con mil pre-
guntas, al aventurero aturdido.
-¿Y cómo ha caído Ud. aquí? ¿Cómo
subió Ud. por los aires? ¿Cómo es el
globo? ¿Quién es Ud.?-¿ de dónde vie-
ne?- A Flores no le dejaban tiempo de
contestar ....
En la monótona vida de nn convento
que es
Hoy como ayer,
Mañana como hoy,
Y siempre igual. ... ,
suceso tan rnro como ll11 hombre llovido
del cielo, no podía menos que alegrar un
tantico aquellas existendns cansadas.
Las monjitas se esmeraron en agasajar
a su celeste visitante antes de ponerlo de
patitas en la ca1le: el aeronauta pudo de-
cirse lo que el héroe de Cervantes :
Nunca se vió Lanzarote
De damas tan bien servido,

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228 AI, l\IAROEN DE LA HlSTORJA

Cual se viera Don Quijote


Cuando de su aldea vino ...

Como querían que Flores les explicara


con todo detalle su ascensión, les narrara
sus celestes aventuras, para ponerlo par-
lero, allí vinieron los exquisitos vizco-
chuelos, la copita de vino de misa, el
refresco de agua de pítima, que sabe a
gloria, y las mil sabrosas golosinas que
saben, como 11adie, hacer las religiosas.
El aeronauta comió de todo, bebió su re-
fresco y su vino y habló mucho de aven-
turas ciertas e inventadas. Las castas
esposas de Cristo le oían con la boca abier-
ta y, cuando hubo acabado el narrador,
sintió cada una ele aquellas cándidas al-
mas lo qüc un niño cuando concluye un
cue11to de hadas ....
Siendo ya tarde, quiso retirarse el aero-
nauta llevándose su globo que, tendido en
medio del patio, semejaba un gran zurrón
vacío. Con la ayuda de los indios que
trabajaban en la huerta del convento,

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AL liiARG EN J)l~ LA HIS'l'ORIA 229

Flores y su artefacto, pronto se vieron


fuera de la clausura.

Pasaron los tiempos, y las monjitas no


olvidaban a su intempestivo visitante, an-
tes bien, faltas de otro tema de conversa-
ción, seguían hablando de él y comentan-
do sus aventuras : en los anales de la Co-
munidad, Flores había hecho época.
Y la vida monacal seguía siempre su
monótono curso, siempre gris ....

Celebrábase en una de nuestras pano-


guias suburbanas la fiesta de uno de los
infinitos santos a quienes festejan los
priostes con cohetes, camaretas, voladores
y demás artificios pirotécnicos. Desde
que el aeronauta Juan José Flores hiciera
su ascensión memorable en Quito, el uso
de los globos de papel se había generali-
zado en tales fiestas. No tengo que decir
que en esta no faltaron.

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230 AL :MARGEN DT•J J,A HISTORIA

Las monjitas de la Concepción se halla-


ban en la recreación nocturna, en la sala
de comunidad, cuando, corriendo, entra
una lega y
--Madres! Madres ! grita desde la
puerta. - j Un globo !
Palabra mágica ! Todas las religiosas
se ponen ele pié, y se precipitan a la puer-
ta, pero una, la más joven y bonita, la
Madre Santa Apolonia, con cara ele mortal
angustia, en qne se trasluce una esperan-
za, pregunta anhelante :
-Ese globo .... ¿es con hombre?

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Pa1·a Augusto r.:gas, mi buen
amigo.

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Sic transit glori:t mnndi.

UNCA, en tierras de América


se juntó mayor suma ele poder
en manos de nn solo hombre,
como en las del Licenciado Don
Juan de Mañozca, I11quisidor Apos-
tólico contra la herética pravedad y
apostasía y Visitador de la Real Audiencia
de Quito.
Los Poderes discrecionales del Liberta-
dor, las omnipotentes facultades ele los
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234 AL ~IARGlcN DlU LA HISTOIUA

innumerables Jefes Supremos que ha te-


nido esta República en su agitada vida
poHtica, son pamplinas y snspiros de monja
al lado de los que tenía Su Reverencia.-
Para ponderar cuál fuera la autoridad
de Maño;,ca en Quito, por los años de
1624 y siguientes, diré tan sólo que era
mayor que la de su Católica Majestad
Don Felipe IV, Rey de España y ele sus
Indias.
-Cómo ?-se me dirá---¿ Mañozca man-
daba en Quito más que el Rey? ¿ Pnes,
qué autoridad podía haber superior a la
Real Voluntad?
---Y la Tnq ni sición ?
Al S~111to 'Tribn11a1 de la Cruz Verde,
ni el Rey mismo le alzaba la voz, que si
lo hace, tau útil institncióu 1o excomulga,
y a ver si lv1bía quién 1e obedeciera!:
Era Don Jnau de r.,;[añozca hombre de
aquellos que ni mandados hacer para In-
quisidor Apostólico, y tal empleo gozaba
en el Tribunal r1e L·ima, cnando, con ple-
llOS poderes reales, se trasladó a Quito para
investigar la conducta de los Magistrados,

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AL )L·\IWKN JH"] LA lTIS'I'OHIA 235

someterlos a juicio y castigarlos, según


resultaran probados los cargos qne se les
11iciera. Presidente, Ministros de la Real
Audiencia, Oficiales ·Reales, Corregidores,
toda 1a inmensa máquina de la Adminis-
tración colonial quedaba, por voluntad del
Rey, sujeta a sn jurisdicción. A estos
poderes reales, tan amplios, tan enormes,
se juntaba en 1viafíozca la terrible autori-
dad qne 1e competla en sn carácter de pri-
mer inquisidor del Santo Oficio ele Lima.
Así, ante sn merced tenía qne doblegar la
cabeza toda b gente de sotana y ele cogu-
lla, ya que el fuero eclesiástico para el
Santo Tribunal, era letra muerta. Unidos
pnes, en sn mano los poderes real e inqui-
sitorial, pnede decirse con verdad (jlte el
Licenciado Don Jnan de JHañozca manda-
ha en Quito más que el Rey.
Y vaya que lo him sentir Sn Reverencia!
Como qne a Magistrados, clérigos y frailes
los tuvo metidos en un zapato, enjuiciando
a unos, desterrando a otros, y aún llegan-
do a abofetear, suadcnte rit'abolo sin duda,
a uno que otro fraile criollo.

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236 AT, MARGI<JN m~ T,A HISTORIA,

Antes de entrar en el relato del asnnh\


que quiero narrar, pt·esentaré a Su Reve-
rencia del Señor Inquisidor.

;:-
* ·><

Don Jnan de Mañozca y Zamora nació


, por el año de 1576 en la ciudad de Mar-
quina, del señorío de Vizcaya, de padres
mny calificados: Don Domingo Zamora y
Doña Catalina Mañozca. Muy joven pasó
a Indias, a Méjico, en donde creció en
casa de un tío suyo, Don Pedro rle Mañoz-
ca, que era 1Secretario del Santo Oficio de
Nueva E:spañá. A las ver~ts del tío, sin
duda, le hubo de tomar gusto a1 oficio.
'ra lludito ya, en edad d~ cursar las
aulas universitarias, volvió a España. In-
gresÓ Colegial en el Mayor de San Bar-
tolomé de Salamanca, en 1607, y llegó a
obtener en la célebre Universidad salman-
tina los grados de Bachiller in utroque ju-
u y de Licenciado en cánones. Optó por
la carrera eclesiástica, y criado entre In-
quisidores, pronto obtuvo del Rey Felipe

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Al, MARGEN DJ<j LA HISTORIA 237

III nombramiento de Primer Inquisidor


del Tribunal que se le encargaba fundar
en Carlagena de Indias.
En esa época, la América Meridional,
contaba con un solo Tribunal del Santo
Oficio, residente en Lima, y cuya juris-
dicción enorme entorpecía la tramitación
regular de los negocios, habiendo de tras-
ladarse a sn sede los testigos desde remo-
tísimas distancias.
Felipe III dividió aquel i11.menso terri-
torio eu dos partes, mandando fnndar el
Tribunal de Cartagena. Al de Lima que-
daban sujetos los Reinos del Perú, Chile
y territorios del Plata, jnnto con las pro-
vincias del Paraguay y Alto Perú, y el de
Cartagena debía conocer de los negocios
ocurrentes en el Nuevo Reino de Granada,
Tierra Firme, Islas de Barlovento y Ca-
pitanía General de V eneznela.
Maüozca fué nombrado Inquisidor de
Cartagena, en com paüía del Licenciado
Mateo de Salcedo. -Salidos de Cádiz los
inquisidores en Junio de 1610, llegaban a
su destino en Setiembre del mismo año,

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238 AL MARfHiN DE LA HIS'l'ORIA'

y promulgaban, con muchísimo aparato,


el Edicto de la Fé, e1 domingo 26 de dicho
mes y año, quedando así establecida la
Inquisición en el Nuevo Reino.
Ha11ábase en este empleo y presidía el
Tribunal cuando fué nombrado, en 1624,
Primer Inquisidor del Santo Oficio de Li-
ma. Al propio tiempo recibía las Cédu-
las Reales qne le encargaban visitar la
Real Anclieucia de Quito y residenciar a
sus Ministros.
Mañozca se embarcó inmediatamente
con rumbo a Lima, a doude llegó tras
penoso viaje hecho en parte por tierra,
pues tan combatido había sido en el mar,
qne no llegó al Callao, sino que desem-
barcó en Paita. En Lima se detuvo sólo
e1 tiempo preciso para tomar posesión de
su cargo e indispouerse con su colega
, Gaitán, que hasta entouces había presi-
dido el Tribunal como inquisidor más
antiguo.
Salió de Los Reyes por Agosto de 1624
y entró eu Quito en 28 de Octubre del
mismo año. Presidía entonces 1a Real

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AL MAIWRt\ JH) [,A ll!l'\'l'ORIA 2m)

Andiencia el Doctor Antonio de Morga,


personaje mny discutido y sobre cuyo
gobierno el Supremo Consejo de las ludias
había recibido infinitas quejas.
Gran espectación había en Quito a la
llegada de Mañozca, cuyos poderes omní-
modos de Visitador y Juez: de residencia,
unidos a los formidables de Inquisidor,
dejaban sospechar que procedería con gran
rigor.
El Licenciado era, más que serio, adus-
to; más qne severo, atrabiliario, terco y
orgulloso. En su físico era alto, foruido
y de fisonomía que bien puede decirse
tétrica y avinagrada: 1a cabeza abultada y
calva hacía aparecer más grande la frente;
sus ojos, algo claros y estirados un tanto,
se gnarecían bajo espesísimas cejas q ne
aumentaban la expresión ceñuda del ros-
tro. En la nariz: grande y bien hecha,
cabalgaban unos quevedos enormes ; usa-
ba, a la moda de la época, y a pesar de ser
eclesiástico, bigote y perilla.
Pronto salieron de dnda los quiteños
sobre el carácter de tan tétrico personaje : .

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240 AL 1\fARGlDN DE I,A HU\TOR1A

desde que publicó el Auto de Residencia, el


2 de Setiembre de 1624, hasta que fué
destituído, en Setiembre de 1627, todas
las medidas que adoptara el Vi si taclor se
resintieron de arbitrariedad, orgulloso des-
potismo y hasta de inhumana crnelclacl ....
Destitnído Mañozca, volvió a sn pnesto
de Inquisidor de Lima, en donde perma-
neció hasta 1616, año en que fué ascendi-
do a Consejero de la Suprema, empleo en
que sirvió hasta 1642, pasando, entonces,
a ser Presidente de la Cancillería de
Granada.
En 1643 fué presentado por el Rey Fe-
lipe IV, para el Arzobispado ele México.
Partió para Nneva España y recibió la
consagración episcopal de manos del Ve-
nerable Jnan de Palafox, Obispo de la
Puebla de los Angeles, en 1645.
Al Licenciado Arzobispo le reprocha la
Historia' la destrucción de innumerables
monumentos arqueológicos aztecas que
hizo derribar por perseguir la idolatría.
En cambio México le debe la conclusión
de su Catedral Metropolitana.

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AL 1riARGl<JN DE J,A liiS'fORIA 241

Don Juan de Mañozca y Zamora murió


en 1653, a la edad de 76 años.

* **
Presentado el personal, vamos al cuento.
A todo quidam le tenía su Reverencia
el Señor Licenciado metido el resuello den-
tro del cuerpo. El Presidente estaba deste-
rrado de Quito, el Fiscal de la Audiencia
encarcelado, los Oidores andaban disper-
sos, el Obispo, para no ver la cara de
suegra que Mañozca le ponía, andaba
por esos pueblos de Dios practicando una
visita interminable, y los frailes, cuyas
rivalidades fomentaba el Visitador, se
arrancaban el cerquillo entre españoles y
criollos.
Estos últimos, los criollos, eran los que
llevaban la peor parte: no había pleito en
que tuvieran 1a razón, pnes, en criterio
del . Visitador, un mestizo nunca podía
tenerla.
Los dominicos de Quito, que a la llega-
da de Mañozca estaban gobernados pacífi-

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242 AJ, MARGEN DE LA HISTORIA

camente por un Provincial criollo, Fray


Sebastián Rosero, que en uno de los Capí-
tulos, por milagro celebrado con calma,
había obtenido 25 votos, siendo favo-
recido con sólo 14 su contrincante Fray
Gaspar Martínez, español, vieron encen-
derse, luego de la llegada del Visitador,
la guerra intestina con todos sus horrores.
Antojósele al candidato derrotado, Fray
Gaspar Martínez, ocupar el puesto de
Provincial, y trató de logrado con el
apoyo de Mañozca. Este, dando efecto
retroactivo a una patente del Maestro Ge-
neral de la Orden dominicana, que man-
daba se guardara la ley de la alternativa
en las elecciones de Prelados de la provin-
cia ele Quito, declaró n nla la Prelacía del
Padre Rosero, y con sus omnímodos pode-
res de Visitador e Inquisidor, sentó al
Padre Martínez en el provincialato.
Graneles alborotos suscitó esta arbitraria
medida: los frailes negaron la obediencia
al intruso, Mañozca lo sostuvo y, pasando
sobre toda consideración de derecho, ya
no respetó ningún fuero.

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AT. l\TARG"RN DE T.A HTS1'0RL\ 243

Exasperados los frailes, y divididos en


dos bandos, los disidentes huían del con-
vento, y 1os ótros, los que estaban en el
candelero, pugnaban por reducirlos a la
clausura: Fraile hubo que, huído de Santo
Domingo, se pasó a vivir en Santa Cata-
lina ....
De allí lo sacaron otros frailes, después
de reducirlo a la impotencia, a pesar de
desesperada lucb a que, espada e u mano,
había hecho. el prófug-o, que era español.
Y a lo conducian al convento, cuando los
criados de Mañozca, cayendo sobre el gru-
po, libertaron al preso, y arrearon con to-
dos a casa del Reverendísimo Iuquisidor.
Furioso éste, llegó a acogotar a un fraile
criollo, de los apresadores del español, a
sacudirlo por la capilla del hábito y a mal-
tratar a otro.
--Que se excomulga Vuestra Reveren-
cia .... ! gritó el fraile maltratado.
-- Rxcomulganne yo, pegando a un
mestizo? fué la respuesta de Mañozca.
·--Pero Señor, la Bu1a de la Cena, ...

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24_4 AI, MARGEN Dl1 LA HIS'l'OlUA

--Qué Bula de la Cena, ni qué Bula de.


la comida! Yo soy un rayo; caigo de re-
pente : nadie se escapa de mis manos : a
los que yo persigo, de dentro ele la tierra
los he ele sacar para castigarlos ... !
Lan:tado en 1a pendiente, ya el Inqnisi-
dot autócrata no tuvo límites para sus
excesos.- Los frailes lo excomulgaron a
él y a sus criados ; él desterró y encarceló
a los frailes. Los agustinos entraron en
la colada, tomando partido por los frailes
criollos : fué una gnerra terrible, y nadie
se atrevía a protestar : era tan formidable
la autoridad del Santo Oficio!
Al fin, desesperados los frailes, prepara-
ron bajo capa y con mucho sigilo un me-
morial bien documentado sobre la tiranía
del Visitador Mañozca, y lo enviaron al
Consejo ele Indias, que libró a Quito de la
pesadilla que había durado casi cuatro
años. - Sn Majestad mandaba suspender
inmediatamente la visita y que las cosas
quedaran como antes de que el Licenciado
Mañozca viniera por estos trigos.

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AL MAHGlm DI~ I.A JllS'l'OltiA 245

-~ * -~

Tan grande fné la alegria de los atorto-


lados vecinos y el júbilo tan inmenso entre
la gente de cogulla, qne nadie quería dar
fé a la grata noticia de la cesación del fla-
gelo que para Quito había sido la autorL
dad del Visitador. Post nubz!a Phoebus,
o lo que es ]o mismo:
1'ras 1a tormenta
Se aspira blanda brisa ....
Se publicó por bando 1a Cédn1a Real y
todos rc:;piraron satisfechos ....
En 1a noche de aqne11a anrora de paz,
los frailes de Santo Domingo1 acompa:ña-
dos de algmtos agustinos dieron al Licen-
ciado 1i[añozca, una donosa sereuaÚt ele:
despedida.
El Inquisidor, que ya estaba entre las
sába11as, se despertó al son de roncos ins-
trumentos que tañ'Ían bajo sus ventanas:
era una de aquellas marchas fúnebres que
se tocan al acompaüar a un muerto a su
Ctltima morada. Concluída esta obertura

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246 AL l\IAltG1<1N DJ<J l,A lllS'l'ORIA

por la orqtusL-:t, reson6 la callada noche


con el solemne canto llano de un responso
ejecutado a muchas voces. Los latines
del litúrgico canto se habían apropiado al
Visitador destitnído. . . . En lugar de pe-
dir al cielo que cerrara las puertas del in-
fierno al alma de Mafío%ca, como hace
Nuestra Santa Madre la Iglesia por los
:fieles que en sn seno tienen la dicha de
morir, los frailes pedían qne se abrieran
ile par en pár al Licenciado .... Los do-
minicos cantaban :
~ .1 pf)r/a itrJni.
Y respondían los agnstinos :
--- Nmtr¡uatn e;uas, J )omine, animan
Joamns .... !

Su Señoría Reverendísima se retorcía


en su lecho, como los reos de la Santa In-
quisición, en el potro de tortura, excla-
mando:
--¡Así han padecido los Santos .... !

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!ENTRAS el futuro Mariscal
de Ayacucho operaba por el Sur,
el Libertador libraba la batalla
de Bomboná, que los realistas
llamaron la derrota de Cariaco. La
gloria fué, esta vez más, de Colom-
bia y de Bolívar. Huyeron después de
tenaz resistencia las deshechas y aguerri-
das huestes del bravísimo Coronel Basilio
García a encerrarse en Pasto la empeci-
nada, dejando el campo cubierto de cadá-
17

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250 .AL MAROIDN DE LA HISTORIA

veres, y la hacienda de Cariaco bebió ·


ampliamente la sangre mezclada de pa~
triotas y realistas.
La victoria no fué barata para Colom~
lbia: en la lucha desesperada, Bolívar
tuvo que lamentar pérdidas considerables.

** *
Frescas brisas oreaban las colinas de
Bomboná al otro día del combate: los
soldados heroicos de Bolívar volvían ape-
nas a restituirse a su campamento después
de haber perseguido en su fuga al enemi-
go.· El Sol, levantándos.e radioso, dejaba
ver al Libertador, que en la mañana reco-
rría a caballo el can;tJO de batalla, el es-
trago causado por el combate en los culti-
vos ubérrimos: campos de desolación eran
aquellos que, dos días antes estaban vesti-
dos de todas las promesas de Ceres.

-~ **
Tímida, suave, lentamente, caballero
en trotador caballejo, descubrió de pronto

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Bolívar a un hombre qne hacia él avan-
zaba, embozado en su gran poncho. El
Libertador hizo alto para esperar al civz"l
que hacia él venía. Acercóse éste, y lleno
de cortesía saludó al General victorioso.
¿Quién es Ud.?- preguntó el Liber-
tador.--
-Soy el propietario de esta hacienda
en que V. E. ha alcanzado una victoria
más, Excelentísimo Señor-dijo el recién
llegado-Me llamo J nan Mnñmr, de Ayala,
para servir a V. E. y ~l la Patria.
Desfrunció el ceño el Libertador que,
descom1ado de los pastusos más realistas
q ne el Rey, creía habérselas con un godo,
y, agradeciendo la cortesía del saludo, si-
guió andando al lado del propietario de
Bomboná, y dep~rtiendo con él amable-
mente.
Don Juan lVInñoz de Ayala era 1111 ver-
dadero patriota, un lunar-o por mejor
decir-una estrella entre sus compatrio-
tas. Invitó al héroe a la casa de su ha-
cienda, y, para honrar] a con tal hospitali-
dad, la echó por la ventana. Todo lo que

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252 AL MARGEN DE LA HISTORIA

tenía lo dió al Libertador y a sus ha m~ ·


brientas tropas: bien poco era, pero~
quien da lo que tiene, no debe más.-Y
sobre todo, fné tanta la buena voluntad l
Bolívar trató a su huesped con toda dis~
tinción : de él recibió todo lo que pudo
darle de comestibles para la tropa: ((pan
regalado, y recién beneficiado para él y sus
Oficiáles»,-y hasta aguardiente para ]os
soldados!- Y para colmo, tres cargas de
ponchos para abrigo a los patriotas en
aquellos andurriales.
El General Republicano fné agasajado
tanto como la tierra de sí dar podía en la
casa de Cariaco.-Los Oficiales realistas.
días antes, no habían recibido un jarro de
agua ..... .
Bolívar, al despedirse de Mujioz, no qui-
so ser menos generoso: deseoso de pagar al
propietario de Bomboná los daños y perjui-
cios que en sus cultivos había recibido, or-
denó al Tesorero de la expedición abonara a
Don Juan Muñ.oz de Ayala 2000 pesos en
concepto de indemnización, suma que le
fué entregada en aquellas onzas peluconas

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AL MARGI<JN Df<) LA TIISTORIA 253

de que apenas perdura la memoria en estos


ti e m pos de níquel ....

Hasta aquí, todo había ido bien para el


patriota Don Juan Muñoz que, inconscien-
te del peligro, y talvez envanecido con el
trato honrosísimo que del Libertador había
recibido, tuvo la imprudencia de entrar en
Pasto, aquel baluarte de la Monarquía ....
Iba a partir con sus hermanos, coopro-
pietarios de Bomboná, las peluconas de
Bolívar ..... .
.¡¡.
* ·:k

Dos meses después de la Victoria de


Bomboná, se veía Don Juan Muñoz de
Ayala, el 7 de Mayo, apresado en la cárcel
de Corte de la Fide1ísima Ciudad de San
Juan de Pasto.- El Coronel Ramón Me-
dina, Capitán primer Ayudante del bata-
llón Invencible de Pasto, había ordenado
encausarlo por el crimen de haber atendi-
-do al «Presidente Intntso de Colombia
Simón Bolívar» en su hacienda de Cariaco

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254 Al, MARGJtjl\ DE :r.A HISTORIA

al otro día de la acción que tan funesta fné


a la causa del Rey.
Nueve testigos, de los corridos realistas
de Bomboná, declararon en el proceso.-
A Don Juan Mnñoz de Ayala se le tomó
confesión, y, aunque quiso paliar sn res-
ponsabilidad, fué declarado reo de traición
al Rey ..... .
A los realistas les dolía tanto la diferen-
cia de trato en la hacienda ele Cariaco .... !
Y luego, estaban vencidos, las noticias de
la guerra Sur eran tan fatales para eilos... !
Y Don Juan Muñoz de Ayala nó fué
fusilado, porque Sucre venció en Pichin-
cha el 24 de Mayo de aquel año y, en las
capitulaciones del 25, firmadas por Ayme-
rich y el futuro Mariscal de Ayacucho, es-
taba incluído el territorio de la Fidelísima
Pasto.

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L convento de Agustinos de
Quito fué el cuarto de frailes
que se fundó en la ciudad, en
~J::<·· donde ya, por aquella época,
. principiaban a levantarse las suntuo-
sas fábricas de San Francisco, La
Merced y Santo Domingo.
Gracias a la real munificencia y a la
caridad de los vecinos, a !nediados del si-
glo XVII, el convento que ahora conoce-
mos estaba ya en pié, si no alhajado y

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258 AL l\IARti fo:N OE LA HISTOLUA

gecoraclo enteramente, y los Agustinos ele


Quito, que primero. dependieron del Pro-,
yincial de Lima, se habían erigido en Pro-
vincia aparte.
Mayor estimación ele la grande que ya
gozaba en el pueblo religioso la Orden
del Gran Padre de la Iglesia, que, en sus
comienzos aquí, había contado entre sus
hijos a varones eminentes en virtud, vino
a darle la milagrosa llegada al convento de
Quito del Señor de la Buena Esperanza.
Un buen día vieron los quiteños atrave-
sar las ca1les de la ciudad a una mula- tor-
da que, cargada de un gran cajón, se diri-
gió, sin que ningún arriero la guiara, a
San Agustín.
Llegada al pretil de la Iglesia, en que
se <ibría la puerta de la santa casa, la niu-
la, al parecer agoLjacla con su carga, allí
se echó. Como embarazara la entrada, el
lego portero y los fámulos del convento
trataron de levantarla, mas todos sus es-
\
fuerzos fueron vanos. Vanas fueron\ am-
biéu las tentativas de los pasantes Alle
se juntaron para ayudar al lego y a al u-

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AI, !HARGJm D~J LA HI8'1'0RIA 251)

nos religiosos : la mula era insensible a


los golpes que le daban.
Desembarazáronla de su carga, y, a pe·
nas libre de ella, se levmltó el animal y
echó a correr calle abajo sin que nadie
pudiera seguirla ....
AlH quedara en el pretil el gran cajón,
si caritativamente no lo entraran en 1a
portería del convento para que pudiera
encontrarlo en buenas condiciones quien
lo reclamara.
A visados de la novedad Provincial y
Prior, juzgaron que sería bueno abrir el ·
misterioso bulto para saber su contenido :
de esta manera, talvez, se averiguaría el
dueño.
Grande fué el· asombro de los religiosos
al Yer lo que la mula les había traído : el
cajón contenía una hermosísima imagen
de Cristo, de tamaño casi natural, sentado
en una silla y en la actitud dolorosa del
Redentor del .Mundo cuando fué expuestO>
a la burla de los judíos, a las voces del
pregonero que decía desde el pretorio de
Pilatos : Ecce homo !

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260 AL JIIARG EN DIU LA HISTORIA

Entusiasmados con suceso tan extraño,


los frailes daban voces, y a ellas acudían
los vecinos. La nueva de la milagrosa
llegada del Señor se esparció volando por
la ciudad y pronto se vió llena de gente la
portería del convento. ,
Los circunstantes, para tributar la de-
bida veneración al Señor, pedían que la
imagen fuera llevada a la iglesia, y así lo
deciden los religiosos, felices de adornar
su templo con joya tan preciada, que sin
duda, Dios mismo les enviaba de manera
tan fuera de lo común. /
Pero otro prodigio les esperaba : Era
tal el peso de la sagrada escultura, que las
fuerzas unidas de todos los frailes del con-
vento, de los circunstantes todos, no fue-
ron poderosas para levantarla.
En esto se vió, dice la tradición, la vo-
luntad qne demostraba el Sefior de que-
. darse allí a donde se había hecho conducir.
Ante el prodigio, resolvióse que la escultu-
ra quedara allí, y desde entonces en Quito,
se Je llamó EL S>;>io~\ PORTERIA.

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AL MARGI•JN DE J,A HISTORIA 261

***
Y a en otra de estas leyendas,-- [! Ir por
lana))-- conté los gatuperios del viejo
verde del Doctor Vega, Oidor de la Real
Audiencia que, por Su Majestad, residía
en esta Muy Noble y Muy Leal Ciudad de
San Francisco de Quito.
Pero no dije que uno de los corchetes
que a su merced el Alcalde Don Pedro
Buendía acompañaban en la ronda que
perseguía el pecado público, a1 recibir el
portazo que ciertos bultos le dieran, al
escurrirse en una casita del barrio del
Beaterio, quedara he!'ido en un ojo. Lla·
mábase el tal corchete con el vulgarísimo
.nombre de Juan Pérez.
Cuantos remedios le aplicaran físicos,
curanderos y comadres resultaron vanos.
Médico hubo, de los poseedores de secre-
tos, que al experimentar uno en el infeliz,
le hubo de hacer recordar el viejo refrán:
Di~s me libre de físico experimentador y de
asno bramador. . . . La herida se infectó,
y Juan Pérez perdió su ojo.

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262 Al. :MARGEN DE LA liiST·.:lRIA

Desesperado de hallar remedio en la


medicina terrestre, puso su esperanza eli
Dios, fuente de todo bien, y en su Hijo
divino, que, con un poco de lodo amasado
con saliva, había devuelto 1a vista al ciego
de nacimiento.
Venerábase, como ya dije, entonces, en
Ja portería cle1 convento de San Agustín de
Onito, como hoy eu su iglesia, al Señor de
la Buena Esperanza. Ante la portentosa
imagen ardían constantemente dos lámpa-
. ras, por medio·de cuyo aceite había obrado
Dios grandes prodigios en todas las dolen-
cias de este miserable barro en que encerró
su soplo divino, cuando hizo al hombre.
En su miseria y desolación Juan Pérez
ocurrió a la piedad del Cristo que dijo : ve-
nid a mí los que lloráis, que os consolaré ;
los que estáis cargados, qne yo os aliviaré.
Deshecho en lágrimas ante la imagen
hierática, trasunto de todos los dolores
lmmanos que Nuestro Salvador tomó so-
bre sí, el cor~hete clamábale ferviente, a
la par que se fró-\'! los ojos con el bá]sa-
mo de salud. \

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AL MARGEN DE LA HISTORIA 263

Los días se le pasaban al pobre Juan


Pérez en oración fervorosa en la portería
de San Agustín, mas Dios, sin duda, que-
ría probar a su siervo, porque su ojo en-
fenno cada día se irritaba más y más, y
aún el otro, el sano, principiaba a infla-
mársele ....
Lleno de fé, sin embargo, coutinuaba
sus clamores y plegarias y continuaba las
unciones del aceite milagroso.
Y llegó día en que tal fné la prueba a
que Nuestro Señor snjetó la paciencia del
devoto, que el ojo que había estado sano,
se puso en estado tal de irritación, sin
duda por las quemantes lágrimas derra-
madas, que Juan Pérez ya no pudo ver la
faz dolorosa y hermosísima de la imagen
del Señor.
En este punto y en trance tál, el deso-
lado corchete comprendió que había tenta-
do a Dios, pidiéndole un milagro, en su
criterio utilísimo para él, pero inútil, tal-
vez, en los inexcrutables designios de la
Divina Sabiduría.

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264 AT~ MARGEN DE LA IIISTORIA

Arrepentido de sn temeridad, ,ya no se


untó más el aceite milagroso, y, repri-
miendo las lágrimas que le irritarían más
los ojos, cesó de llorar, y mas,

A grandes voces decía :


Señor, a quien me consagro !
Y a no quiero más milagro
Si no el que yo me traía!

Habiendo, en su profunda humildad,


reconocido que no se debe tentar a Dios
pidiéndole cosas extraordinarias, y cesado
en la aplicación del prodigioso bá~samo, la
irritación del ojo que había sido sano cesó,
y Juan Pérez pudo volver a contemplar
siquiera de lado, la imagen del Señor. Y

Contento de hallar su ojo,


Se volvió sin más antojo
De milagro ....

Com~n toda tierra de cristianos se


cuecen abas, esto mismo cuenta Montal-
vá~ del isto de Zalamea, en <1 No hay
vúia como la honra ».

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"


Al Excmo. Señor Doctor Don
José Luis Tamavo, Presiden.
te de la República, respetuo.
samcnte.

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Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"
'OVEN de 26 años, en qnicn, a
pesar de su juventud, «habían
madurado los dones del espíri-
tu))' y que tenía, «con la acti-
vidad del joven, la reserva y discre-
ción del hombre experimentado)),
endurecido en los combates, adornado con
mil exquisitas prendas de carácter y de
pulidísima educación social, condecorado
con un nombre ya glorioso, llegó Sucre a
Guayaquil, en Mayo de 1821, encargado

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268 AL 1\fARGim D.N LA HIS'I'I1RIA

por el Padre de Colombia, d~ dar cima a


la libertad del Sur.
En Guayaquil el joven y glorioso Gene-
ral cumanés fué recibido con todas las
manifestaciones de entusiasmo que un
pueblo patriota es capaz de ofrendar a
quien viene a consolidar su libertad y a
darla a sus hermanos. A Quito, la pri-
mera que había levantado el estandarte de
los libres en 1809, le cupo en suerte ser la
última en conseguir su lipertad. Quito
es el Alpha y Omega del movimiento
emancipador de Colombia la Grande.
Entre los festejos con que Guayaquil
celebró la llegada del futuro Mariscal de
Ayacucho a sus playas, se contó como
principalísimo, el baile que organizó en su
honor el General V111amil.
La belleza proverbial de las mujeres
portefias debía hacer brillantísima aquella
reunión, a la que hubo_de-c411CJ!!:_rir lo más
selecto de la ciudatr: Los jóveíie~ fla-
mantes Oficiales Octubrinos, los elegat)tes
cutrutacos, estaban llenos de entusiasmo
con la esperanza de la fiesta : ya las niñas

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AL MARGEN DE J,A HISTORIA 269

más elegantes, las más lindas, las más


distinguidas, habían c1aclo su asentimiento
de asistir a la velada, con sus respectivas
y respetables mamás.-Pero faltaba una
familia, que entre sus miembros contaba a
la perla más preciosa del Guayas, a la más
linda muchacha, fresco pimpollito de diez
y seis abriles. La familia distingnidísima
de Gainza, fiel a su rancio abolengo pe-
ninsular, lo era hasta entonces a la causa
<lel Rey, y, por tanto, no asistiría al pro-
yectado baile.
Lamentábanse los organizadores de la
iiesta de que tan brillante concurso les
faltara, y alguien, talvez un Oficial colom-
biano que lo oyó, fné y se lo elijo al futuro
Mariscal ele Ayacucho.
El General quiso ganar a la causa de
Colombia una bella mujer. Tomó consi-
go a dos de sus apuestos Edecanes y, ves-
tidos todos de gala, se presentaron en casa
<le las Señoras de Gainza. Después de los
saludos y cortesías de estilo, el joven Ge-
neral expuso a la Señora de la casa el
objeto ele su visita : no podía permitir dijo;

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270 AL MARO fiJN DID LA HIS'l'ORIA

que la velada que se preparaba estuviera


privada de la más linda muchacha del
Puerto y pedía el honor de bailar la prime~
ra contradanza con Pepita Gainza. A pe-
tición tau galantemente expresada, la
madre de Pepita no tuvo medio de eludir
la invitación, y prometió concurrir con su
hija a la velada.
Ya los salones en donde la fiesta se ce~
lebraba, estaban llenos de invitados. Ru-
tilantes de luz y adornados ,con profusión
·de flores, los frescos y vaporosos vestidos
de colores claros con qne se ataviaban las
bellezas guayaquilefias, contrastando con
los brillantes uniformes de los nuevos mi-
litares y con los más severos de los vete-
ranos de la expedición colombiana, daban
a la reunión aspecto encantador y anima-
dísimo, cuando se presentaron l~invita~
. das personales de1 Gene~rl S :téÍ-e: venía
Pepita Gainza más 1iuda q nunca, y a
recibirla se adelantó el Gen ral.
Vestía éste de gran u iforme y en el
pecho ostentaba el sinnúmero de medallas
que había ganado con sus heroicos hechos.

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"


Al, MARGEN DE I,A HISTORIA 271

Bailando con Pepita una de aquellas pau-


sadas y ceremoniosas contradanzas de la
época, en una de las complicadas vueltas
del baile, las condecoraciones del General
enrredáronse casualmente en ,Jos encajes
que adornaban el corpiño de su linda pa·
reja. Sncre, siempre galante, desprendió
la aguja que sujetaba a su pecho las meda-
llas y dejándolas colgad as del corpiño de
Pepita:- Señorita, la dijo, este incidente
quiere decir que mis glorias la pertenecen.
-Pronta, viva, Pepita, sin turbarse, le re-
plicó :--General, me haré digna de ellas.
No pasó desapercibida la galantería del
joven guerrero, y la concurrencia la aplau-
dió calurosamente. Prendadísimo quedó
el General Sucre de la sin par y despejada
Pepita, a quien, en recuerdo de la hermo-
sa velada, dejó sus condecoraciones. El
joven héroe pensó, se dice, hacerla su
esposa.
-X·

De realistas que, hasta tratar al simpá-


tico y caballeroso Sncre, habían sido algu-

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"


212 Al, MARGEN DE LA HISTORIA

nas familias guayaquileñas, y entre ellas


la de Gainza, se volvieron ardientes pa-
triotas, como lo demuestra la carta que
más abajo copio.
El Coronel Nicolás López había sido el
ídolo de la ciudad de Guayaquil, antes de
su negra acción de Babahoyo: hombre de
exquisita educación, muy apuesto y deci-
dor, había sabido captarse gran aprecio
entre las damas portefias, quienes, al ente-
rarse de su inicua traición a la causa de la
Libertad, y en respuesta a las explicacio-
nes capciosas que de su conducta diera a la
sociedad guayaq ni leña, le dirigieron esta
carta, que publicó «El Patriota de Gua-
yaquil>>: entre las firmantes están, como
puede verse, las Gainzas.
«Traidor! ¿Aún te atreves a pronun-
ciar los nombres de la inocencia y del pu-
dor, después de haber profanado este suelo
con tus crímenes? Cobarde ! ¿Las pe-
quefias fatigas de una marcha corta te
atreves a poner en consideración de un
sexo que las conoce J las desprecia?
Hombre detestable l Tu lenguaje es igual

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"


AI, MARO EN DE I,A HISTORIA 273

a tus intenciones, y el desorden de tus pa-


labras igual a la desorganización de tu
alma corrompida. Huya para siempre de
ellas la victoria, que sería el triunfo de los
vicios; y, antes de experimentar este día
de horror, pereciendo el último de sus de-
fensores, las damas a quienes hablas,
incendiando con sus manos esta hermosa
ciudad, sepultarán su honor y sn decoro
en las cenizas de GuayaquiL-Agosto 28
de 1821. - Rocafuertes.----Tolas.-Garai-
coas.-Llagunos.- Lavayen.- Rocas.-
Cam bas. -Calderones.-Díaz. -Gorrochá-
teguis.-Luzcandos. -Plazas. -Campos.--
Merinos. -- Aguirres. -- Casilaris.-Haros.
-Morales. --Gainzas.- Roldanes.---Car-
bos.-Urvinas.- Jiménez.- E1izaldes.-
Ycazas >>.

Los intereses de la guerra arrancaron


pronto al joven General de los encantos de
sus incipientes amores con Pepita Gainza.
Seguramente la fresca sonrisa de tan linda
m u chacha fué un lenitivo del abatimien-

Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"


274 AL JIIARÜl\)K DE LA HISTORIA
----

to que al guerrero hubo de sobreveuirle


cuando, después de su derrota ele Huachi,
volvió a Guayaquil. Y talvez el encanto
de aquella mujer le infundió luego nuevos
y mayores bríos para reemprender la cam-
paña y obtener mayores glorias que ofren-
darla.
Mas el refrán dice, y es lo cierto:
«Matrimonio y mortaja, del Cielo bajan>>.
Este comenzado idilio entre un General
de 26 años y una candorosa niña de 16
no debía tener el término feliz que ambos
soñaron en una perfumada y exqnisita
noche tropical ....
Victorioso en Pichincha el 24 de Mayo
de 1822, al día siguiente, a las 3 de 1a
tarde, entraba el Geueral Sucre en la
ciudad ele Quito. Aquella~sma tarde,
recibía la visita del viejo Marqu~ de Vi-
llarrocha y de Solancla, autiguo adM~·dde
nuestras libertades, que venía a felic1.· rle
por el esplendoroso triunfo.
A la mañana siguiente volvió el M r-
qués y, queriendo dar al héroe una prue a
de su alto aprecio, invitóle amable a que

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AL l\IAlWIGN DE LA HISTOlUA 275

se dignara visitar su casa para presentarle


a su familia. Aceptó el General, fijando
el domingo siguie.ute para cumplir la gra-
ta obligación. En esa visita que, por ser
la primera, fué corta, conoció el General
Sucre a la Marquesa y sus tres hijas :
Doña Mariana, Doña María y Doña Josefa
Carcelén y Larrea.
Gratamente impresionado quedó Su ere
de la belleza de la primogénita, Doña 1'via-
riana, acentuándose más y más cada día
esta impresión grata con el trato de la he-
redera del mayorazgo de Solanda.
Poco tiempo después marchaba el Ge~
neral Sucre a someter a los rebeldes y
empecinados pastusos. Vencidos éstos,
volvió a Quito, ele donde en breve hubo
de partir al Perú para coronar su gloria
en Ayacucho, saludando el primero la li-
bertad del Continente.
El prestigio, la gloria, las excepciona-
les cualidades del primer Teniente de Bo-
lívar, lo llevaron a constitt:ir en el Alto
Perú la República de Bolivia, a regirla y
gobernarla.

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276 Al> MARGEN DE I,A HISTORIA

La Marquesa de Solanda tuvo, según


tradición legada por O'Conor, otro pre-
tendiente : el apuesto Coronel irlandés
Arturo Sandes. Cuéntase que cierta no-
che de 1824, e11 una posada de Huama-
chuco, Sandes y O'Conor bebían, añoran-
do las brumas de A1bión, unas copas de
Ron de Jamaica, cuando entró el General
Sncre, para anunciarles que estaba pronto
a partir para Quito un expreso, y decirles
que, si alguna carta tenían que enviar,
aprovecharan del correo.
Como se m en tara a Quito, y no dejara
Sucre de apoyar un tanto el tono, con-
testándole Sandes no tener carta que en-
viar, vino, entre camaradas, la franca
explicación : Dos valerosos Jefes pre-
tendían a una misma mujer: ¿Quién se
la llevaría ? ~ ·
Habiendo hecho donación et~a de su
. sangre a la causa de la Libertad, no )~ían
derramarla por 6tra. Así, decidieron, dice
O'Conor, confiar a la suerte su destr o.
O'Conor propuso echar al aire un peso y
escogió él mismo cara para el General

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AI, .MARfJ.JilN Dl!l LA HISTOHIA 277

Sucre y sello para el Coronel irlandés : la


suerte favoreció al General.

El Marqués de Solanda había muerto


en Quito el 8 de Agosto de 1823. Sucre,
resuelto a casarse con la Marquesita here-
dera, escribió a Pepita Gainza su resolu-
cwn. . . . La noble nifi3, a quien, sin
duda, el desengaño arrancó amargas lágri-
mas, fué lo suficieutemente noble para
dar una sublime prueba de su abnegación:
contestó a Sucre que remitía a la Marque-
sita de Solauda las medallas que había
guardado desde la noche del baile ....
Libre ya de su compromiso, Sucre envió
desde la ciudad de la Paz los poderes
suficientes a su gran amigo quitefio el
Coronel Don Vicente Aguirre y Mendoza~
para que, en sn nombre, contrajese el ma-
trimonio pactado con Doña Mariana Car-
celén y Larrea.
Recibido este documento, el Coronel
Aguirre se apresuró en dar los pasos con-

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' 278 .H, liARGF:N DE LA HISTORIA

ducentes a la celebración de la boda.


Evacuadas las dilig-encias de la informa-
ción de soltería en que fueron testigos el
General de Brigada Don 'Tomás de Héres,
el Coronel Don Carlos Hloy Demarqnet,
Edecán de Su Excelencia c1 Libertador, y
el Coronel Cervellón Urvina, Cirujano
Mayor del Ejército, la boda se celebró en
Quito el 20 de Abril de 1828, cuando
había apenas 48 horas que el Gran Ma-
riscal de Ayacucho fuera herido en Chu-
quisaca, a consecuencia de la conjura-
ción qne, en aquella ciudad, estalló el18
de Abril al amanecer. Fueron padrinos
de la boda dos gra11des amigos del General
Sucre y de Bolívar, los Marqueses de San
José, Don Manuel de Larrea y Jijón y
Doña Rosa C~ión y Velasco.
Sucre vivió e~ sn esposa apenas once
meses: habiend llegado a Quito el 30 de
Setiembre de 18 1{3, partió para la campa-
fía de 'Tarqui a fipes de Enero siguiente;
volvió a reunitrse con la Marquesa a me-
diados de 1829, y estuvo con ella hasta
Diciembre, en que se separó para asistir

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AL l\!AROEN Dl<o LA HISTORIA 279

a las sesiones del Congreso Admirable.


A su vuelta, fué vilmente asesinado en las
montañas de Berruecos.
Unico fruto de su matrimonio, fué 1"e-
resa, nacida el 10 de Julio de 1829 y fa1le-
cida el15 de Noviembre de 1831.

Joven y cargado de gloria, natnrnl era


que el amor le sonriera a su paso. Fruto
de fugaces devaneos durante sn estc.J<iia en
Guayaquil, fué una 11iña cnya suerte no
me ha sido posible averiguar. Sé sólo
que existió, por la siguiente carta, dirigida
desde Bolivia, por el General Sucre, al
amigo de sus confianzas en Quito, el Coro-
nel Don Vicente Aguirre. Dice así: «Oc-
tubre 11.-Mi querido Coronel Aguirre:
en una cartica que le escribí de Oruro,
dije a Ud. que en Guayaquil tengo una
niñita, que sea o no mía, su madre lo decía
así, y he llegado a creerlo. Su madre,
"romasa Bravo, ha muerto, según me han
escrito de Guayaquil, y la chiquita, (que

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280 AL MARGEN DE LA HISTORIA

se llama Simona) no sé quién la tenga, y


es mi deber y mi deseo recogerla.
Abuso de la amistad de Ud. para rogar-
le que me haga llevar esta niñita a Quito
y la ponga en una casa en que la críen y
¡a eduquen con mucha delicadeza y decen-
cia, la enseñen cuanto se puede a una
niña, y eu fin) me la haga tratar tan bien
como espero de Ud. Todo gasto lo paga-
rá Ud. de mi cuenta. La chiquita tendrá
cerca de cuatro años, y creo que podrá
darle razón de ella AngeJita Elizalde.
Suplico a Ud. que llene este encargo y
que dispense mis impertinencias.
Suyo,
A. J. SucRE.
Y en el sobrescrito. Señor Coronel
Aguirre.---Privada.-S. M.

¿Qué fué de Simoua Sucre ? ¿Quién


fué Tomasa Bravo? Son dos problemas
difíciles de averiguar después de un siglo.
-Talvez existen descendientes del Gran
Mariscal ..... .

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Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"
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A victoria alcanzada por el mejor
Teniente de Bolívar, el 24 de
Mayo de 1822, en las faldas del
Pichincha, completó espléndi-
damente la libertad de Colombia la
Grande.
Pasto la empecinada, inexpugnaole re-
ducto de la Monarquía, hasta entonces
asediada por el Libertador en persona,
hubo de rendir su guarnición de bravos
mandados por el impertérrito Coronel Don

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284 AL MAHOF:N HE LA JII8'l'ORTA

Basilio García, en fuerza de las Capitula-


ciones :firmadas entre el Mariscal de Cam-
po Don Melchor Aymerich y el joven
General Sucre.
De Pasto, ya sometida, v1no el Liberta-
dor a Quito, ciudad en que hi:w su entra-
da sobre un carro triunfal adornado con las
banderas tomadas al enemigo en los últi-
mos decisivos combates. Bolívar, al reci-
bir, aquel memorable 16 de Junio de 1822,
las ovaciones entusiastas de un pueblo de-
lirante, dejaba enredarse su corazón en
los mágicos hilos de luz de dos ojos ne-
gros que le miraban desde un balcón de la
Plaza Mayor de Quito: Manuelita Sáenz
de Thorne, vestida de blanco, con la en~
carda tricolor de Colombia al pecho, arro-
jaba :flores al Triunfador ...... .
Cuatro meses escasos pasaron en una
aparente tranquilidad los indomables pas-
tusos: en Octubre volvieron a insurrec-
cionarse, y el vencedor de Pichincha hubo
de ir en persona a dominarlos por la fuer-
za, lo que logró en Noviembre, venciendo
una tenaz y desesperada resistencia.

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AJ, MA 1WF:N DI•; LA llTSTORlA 285

Mas, si la cinclacl estaba soju;.-;gada, no


por ello dejaba de haber mw rebelión la-
tente. Inquieto el Libertador por aquel
estado ele inseguridad, se trasladó a Pasto,
y, co1no las medidas suaves, que al princi-
pio adoptara, de nada sirvieran para redu-
cir a los rebeldes, HoH var los trató con
energía, con crudeza, y hasta con crueldad.
Un apaciguamicuto, más bien un le-
targo, sobrevino entonces tll Pasto, y el
Libertador pudo volver a Quito, dejando
por Comandante Geueml de 1a Provincia
de los Pastos al Coronel J nan José Flores.
Pronto tuvo éste que apelar a las armas.
Los primeros movimientos fueron sofoca-
dos, y Flores tomó terribles represalias de
los facciosos. El fuego de la rebelión, con
esto, se encendió más, hasta que se pro-
dujo, en Junio de 1823, el formidable le-
vantamiento del intrépido indio Agualon-
go, que, venciendo y desbaratando a la
guaruición colombiana de 1;1ores, puso a
la República en grandes aprietos.
Apenas advertido del suceso Bolívar,
que en aquellos momentos tomaba algún

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286 AL MARGJm l>E LA HISTORIA

1·eposo en la hacienda de su amigo el Co-


ronel Garaycoa, en Babahoyo, desplegó su
maravillosa actividad para conjurar el pe-
ligro. La importancia que e1 Libertador
daba a esta campaña, que podía ser fatal
para Colombia desguarnecida de sus in-
vencibles tropas, enviadas en socorro del
Perú, se trasluce en estas frases, escritas
por él, desde Quito, el 5 de Julio de 1823,
al General Santander: <<Estoy emplean-
do hasta los muertos en defensa ele este
Departamento ..... >> <<Yo pienso defen-
der este país hasta con las nfias ..... »
Quito, la siempre heroica ciudad, madre
y cuna de la Patria, ardió en ira contra
los rebeldes que quisieron sujetarla de
nuevo a las cadenas que sacudiera la pri-
mera en la América española.
Bolívar, en inflamada proclama, que es
un documento de honor para Qnito, reco-
noce el valor de .sus hijos, y su amor nun-
ca desmentido por la Libertad. «Quite-
ños ! -les dice el 28 de Junio de 1823.-
Vosotros habéis olvidado vuestro rango,
vuestro reposo, vuestra dicha y aún vues-

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AL MARGEN DE J,A HISTORIA 28'i

tra vida por volar a las armas ..... Vues-


tros próceres han dado un ejemplo tmmt-
table ; vuestros antiguos nobles fueron los
primeros en entrar en las filas. El más
rico ciudadano de Colombia, anciano y en-
fermo, ha tomado un fusil ...... : como el
antiguo Marqués de San José, todos habéis
llenado este sublime deber>).
Agualongo, vencedor de Flores en Pas-
to, ocupaba ya a Ibarra que, desguarneci-
da, no había podido oponerle resistencia.
El Libertador sale al fin de Quito. Este
Genio portentoso, el único hombre que,
según el decir de tu1o de sus biógrafos,
«sabía crear de la nada)), había podido, en
pocos dias, organizar una fuerza de 1.500
hombres, los más de ellos reclutas, pero
cuyo entusiasmo por la santa causa de la
Libertad que iban a defender, suplía en
valor la instrucción militar que les faltaba.
El17 de Julio Agualongo es sorprendido
en Iban·a por Bolívar, que, como una
águila, cae sobre él. Lucha tenaz y de-
sesperada ; el valor es igttal de parte y par~
te, el qnnpo de bata11a queda sembrado de

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288 AL MARGI<~N DE LA HISTORIA

cadáveres, pero también queda en poder de


Colombia. Los facciosos, desbaratados,
apelan a la fuga, mas la caballería colom-
biana que los persigne, no les permite ir
lejos: van cayendo en su carrera hacia el
norte, y contados son los que logran atra-
vesar el encañonado Guáitara.
Conseguida la victoria, y encargado el
General Salorn de sujetar dnrísimamente
a la ciudad rebelde, llamado por mayores
atellC~iones, el Libertador vuelve a Quito.

* **
En su regreso, el Padre de la Patria 1 al
paso por los pueblos, era recibido con de-
lirantes aclamaciones de los habitantes
agradecidos hacia aquel que habia alejado
de sus hogares los horrores de la guerra.
Cada aldea se disputaba el honor de acla·
mar a Bolívar, y cada una hnbiérase sen-
tido feliz de que el Libertador se detuviera
en ella, mas el General glorioso no podía
hacerlo y viajaba, como siempre, rapidísi-
mamente, acompañado de pocos oficiales.

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AL· MARGEN DE LA lllfl'l'Olt!A 289

Así, al tercer día de su salida de Ibarra,


y en la mañana, debía eutrar en Quito.
Su Excelencia, apeua.s había desayuna-
do alguna cosilla en Guay llabamba, en
donde también había sido saludado por una
diputación ele los habitantes notables de
la aldea.
Venía ya cerca de Quito la comitiva, y
era ya bien entrado el d1a. El pueblo de
. Cotocollao no quiso quedarse chico en eso
de felicit<-J.r al tritt11fador, y así, había acor-
dado enviar al camino por donde el L·i-
bertador debía pasar hacia Quito, una
comisión compuesta de algunos notables,
que le llevaran al General el saludo del
pueblo.
Montados en sus caballejos, los notables
chagras esperaban la 11 egada del Héroe.
Uno de ellos estaba encargado de llevar la
voz por la comunidad, y para ello, en
larg;as vigilias, habíase metido en el cale-
tre el discurso que, para. la circunstancia,
le compusiera el Cura del lugar: creía
saberlo de memoria y se había ensayado
a decirlo de corrido, pero, al ver aparecer

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290 AL MARGEN DE LA HISTORIA

allá lejos la comitiva del Libertador, le


asaltaban ciertos temores de no salir bien
en su discurso.
Formados los notables a un lado del
camino, en buen orden, esperaban la lle-
gada de Bolívar. El Libertador y su co-
mitiva, al ver al grupo, que sombrero en
mano, esperaba, hicieron alto, y un es-
truendoso viva lanzado por uno de los
diputados, fué respondido por los demás:
el programa acordado en Cotocollao prin-
cipiaba a cumplirse.
El segundo y más importante número
era el discurso. Salió de las filas el ora-
dor unos cuantos pasos y, poniéndose ante
el General, principió, turbadísimo y emo-
cionado:
-Excelentísimo Señor: Cuando César
pasó el Rubicón ...... Cuando César pasó
·el Rubicón ...... Cuando César pasó el
Rubicón.
Y al pobre cbagra se le fué el santo
al cielo : su pobre caletre no recordaba
más ..... .

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AL :MARGEN DE LA HISTORIA 291

Bolívar, entre irónico y escamado, le


miraba, y agnella mirada anonadaba, en
cada segundo que iba pasando, al pobre
chagra, que sudaba por todos los poros del
cuerpo.-Y en medio de su angustia, es-
perando sin esperanza que se acordaría al
:fin, seguía como un chico de escuela:
--Cuando César pasó el Rubicón ..... .
Cuando hubo dicho, colorado como un
tomate, y lleno de confusión, por centési-
ma vez:
-Cuando César pasó el Rubicón .... , el
Libertador espoleó a su caballo, diciendo-
¡ Y a habría almorzado, hombre !
Y la comitiva arrancó para Quito, y el
Notable de Cotocollao, quedóse anonadado
y temblando.

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Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"
IN DICE

.1\1 Lector ...... ........... . IH


El Cucurucho de San Agust1n. . . . . . . . . . 1
Simplicidad evangélica. . . . . . . . . . . . . . . . 15
/Un hidalgo a carta cabal. . . . . . . . . . . . . . . 2'1
Sacrilegio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
Terror .... ? Espemnza? . . . . . . . . . . . . . 47
'Más pobre que Cristo... . . . . . . . . . . . . . . . 51
Los Artículos de la 11"é. . . . . . . . . . . . . . . . . (1~t
Nobleza de abolengo, nobleza de alma.. . 7'7
El Descabezado de Riobamba . . . . . . . . . 89
Piedm con palo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
Y o fumo y tú escupes. . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
Quien quiere celeste, que le cueste.. . . . . 123
El Te Deum del Señor Santander. . . . . . . 131
El mayor monstruo, los celos.. . . . . . . . . . 151
Cosas de Su Ilustrísima. . . . . . . . . . . . . . . . Hil

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II

Pá:i11as

1Ir por lana. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171


1 Para la horca~ . . . . ni con grillos de
plata!.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183
La Virgen de la Empanada. . . . . . . . . . . . 199
El Hermitaño de Riobamba. . . . . . . . . . . . 209
Prestigio de los calzones. . . . . . . . . . . . . . 221
Una cosa es con violín. . . . . . . . . . . . . . . . . 231
Toma por patriota! . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24'1
Viva la gallina con su pepita. . . . . . . . . . . 255
Los amores de Sucre. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 265
El paso del Rubicón. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 281

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finito libro,
sit laus
et gloria
Patriae

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flcobáronse de imprimir estas

en la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de


San Francisco de Quito, a veinte

y cinco días del mes de Enero.


fiesta de la . Con\lersiÓI) de
San Pa b 1o, año del Na-
cimiento de N u e s t ro
Señor, de mil'y no\/(
cientos y veinte
y cuatro
años

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