EL CORREO ESPANO1
EL PUEBLO VASCO
El domingo pasado viajaba yo en el «Talgo»
Barcelona-Madrid, en su último modelo, el
«Pendular» , acompañado constantemente por el
recuerdo de mi admirado y querido amigo
Alejandro Goicoechea, sin sospechar que unas
horas más tarde iba a morir el inventor del tren
articulado. Hoy quiero sumara mis plegarias
algunos recuerdos de su odisea, los más
humanos, porque los relacionados con la técnica
del «Talgo» escapan a mis cortísimos saberes.
El «Talgo» fue una realidad gracias a la colaboración de D. Jose Luis Oriol Uriaüen
GOICOECHEA, LA HISTORIA
DE UNA VOCACION FERROVIARIA
Ramón Sierra
El 23 de marzo de 1895 llegaba a este mundo, en Elorrio,
Alejandro Goicoechea (la casa de lo alto) y Omar.
Elorrio, asentada en uno de los confines del Duranguesa-
do, delicioso valle vizcaíno, una de las zonas lindantes con
Guipúzcoa que mejor conserva las más puras esencias del
pueblo vasco, era por entonces lo más parecido a una feliz
arcadia. Así lo debieron entender las nobles familias vizcaínas
que levantaron sus palacios, bellísimos casi todos, en esa villa,
donde todo el caserío, bien labrado y urbanizado, da una
sensación de pacífico bienestar. Elorrio era ya. en el siglo
XVIII, una villa que nada o poco tenia que envidiar a las más
adelantadas poblaciones rurales de la otra vertiente de los
Pirineos.
La vocación ferroviaria de Goicoechea
En este ambiente crecía Alejandro Goicoechea. No le
atraían demasiado las manipulaciones de su padre en la
farmacia, pero ya había heredado el virus de la curiosidad y en
más de una ocasión faltaba a la escuela, harto de ejercicios
memorísticos y de temas abstractos, para contemplar los
trabajos de construcción del ferrocarril que iba a unir Durango
con Elorrio.
Su padre le mandó a estudiar el bachillerato al célebre
Colegio de los Jesuitas de Orduña, donde quien esto escribe
llegó a tener las primeras noticias de él. Los pequeños nos
sabíamos de memoria los nombres de los mayores, a los que
admirábamos cuando, formados en parejas, lanzaban un
enorme balón contra las paredes del frontón del colegio.
Colegio célebre por muchas cosas y, entre ellas, por una
horrenda tortilla de patatas -con muchas más patatas que
huevos- pero que a nosotros, titulares de un hambre bíblica,
se nos antojan un manjar exquisito, el único capaz de calmar
nuestro apetito. Aprobado el quinto curso, el hijo de don José
María se propuso seguir los estudios de ingeniero de caminos,
pero surgió un inoportuno decreto que exigía para el ingreso
el título de bachiller, y como ya no podía contener sus
impaciencias, decidió presentarse en la Academia Militar de
Ingenieros de Guadalajara. Cursó allí sus estudios y aprendió,
entre otras cosas, a hacerlo que no le gustaba, uno de los más
eficaces métodos de educación que se conocen. Las Acade-
mias Militares reciben chicos más o menos mimados y les
convierten en hombres.
______ DON CELES-
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y(Il^^
Alejandro Goicoechea. A la derecha el viaje inaugural del Talgo, Madrid-París, a su paso por Vitoria.
Durante las vacaciones. Goicoechea se entregaba de lleno
a su ya irrefrenable pasión ferroviaria y hacía continuas
prácticas como fogonero y maquinista en las locomotoras de
los ferrocarriles vascongados. Todavía recuerda a aquellos
abnegados maquinistas, Aróstegui, Domínguez, Astigarraga y
Bastida, que, desde la base de Durango, le llevaban hacia
Bilbao o San Sebastián y le enseñaban lo que no se aprende
bien en los libros. Con la cara y las manos cubiertas de grasa
y de carbón, empapado en sudor, pero con el corazón alegre,
Goicoechea entraba orgulloso en su hogar a la vuelta de sus
correrías ferroviarias, y luego, en la Academia, presumía, ante
sus compañeros, de saber mejor que nadie los secretos de la
presión de las calderas, el manejo de los frenos y el de los
volantes que aceleran o retardan la marcha de los trenes.
Encuentro con don José Luis Oriol y Urigüen
En octubre de 1920, cuando Goicoechea, ascendido ya a
capitán de Ingenieros, fue nombrado jefe de material de
tracción y talleres del ferrocarril de la Robla a Valmaseda, ya
no pensó en otra cosa que en construir un tren basado en una
técnica, revolucionaria en algunos aspectos, y en otros no
ensayada.
Goicoechea sabía muy bien que ya había llegado la hora de
financiar seriamente sus proyectos y empezó a subir el
calvario de las peticiones desechadas porque nadie confiaba
en la viabilidad del invento. Y cuando ya estaba tocando los
techos de su paciencia decidió llamar a la puerta de los
hermanos Oriol y Urquijo, sus compañeros de armas durante
la guerra civil y, por conducto de los señores Lostau y Lecea,
se preparó una entrevista de Goicoechea con don José María
de Oriol y Urquijo, hijo mayor de don José Luis Oriol Urigüen.
Don José Luis de Oriol y Urigüen, trabajador infatigable,
había llegado a las oficinas familiares instaladas en el número
14 de la calle de Montalbán, de Madrid, e inmediatamente
quiso ponerse en contacto, como de costumbre, con su hijo
mayor, José María.
-¿Qué? ¿Hay alguna novedad? -preguntó el padre.
-Estoy celebrando una entrevista con Goicoechea, un
ingeniero militar de los de la Cuarta de Navarra.
-¿Goicoechea? ¿Goicoechea? ¿De dónde es?
-De Elorr¡o.
-¿De Elorrio? A ver si es pariente de aquel boticario con el
que hice tan buenas migas durante los veranos que pasé en
Elorrio cuando era mozo... Voy a saludarle.
^,,
Y mientras se encaminaba al despacho donde Goicoechea
digería sus preocupaciones, don José Luis preguntó:
-¿Y qué quiere?
-Está construyendo un tipo nuevo de tren y necesita apoyos.
Un minuto más tarde, don José Luis comprobó que se
hallaba delante del hijo de aquel boticario de Elorrio y una
corriente de mutua simpatía, que avivó la nostalgia de los
recuerdos, detuvo al «Talgo» en la estación de Elorrio.
-Bueno, dijo al fin don José Luis. Explíqueme usted qué es
eso que trae entre manos.
Goicoechea. que vio nacer una luz en aquel oscuro hori-
zonte, desarrolló brillantemente la teoría de sus realizaciones,
sus proyectos, sus problemas y sus sueños. Don José Luis le
escuchaba con serenidad, sin hacer caso ni a los genios
maléficos del escepticismo ni a los alocados duendes de los
sueños imposibles. Y cuando Goicoechea terminó, le dijo:
Vamos a estudiar este asunto con el interés que merece su
intrepidez y pronto tendrá usted noticias nuestras. ¡Dios quiera
que podamos ayudarle de alguna manera!
Apenas había alcanzado la calle, Goicoechea fija en su
mente la tortura de una interrogación, don José Luis reunió a
sus tres hijos mayores, José María, Lucas y Antonio para
deliberar sobre el tema. Una escena infinidad de veces repeti-
da, que se presentó por primera vez cuando los tres hermano=_
usaban aún pantalones cortos. Don José Luis les habló así:
«Goicoechea tiene una idea. Me parece una buena idea. Desde
el año 28 ó 29 ha trabajado en demostrar que el aligeramientc
es compatible con la técnica ferroviaria, mediante la aplicaciór
de la tracción triangular.
La deliberación sobre la propuesta de don José Luis fuE
muy breve. Los hijos confiaban en su padre y acordaror
aceptar cuantas decisiones tomara. Y del dicho, al hecho. SE
llegó rápidamente a un acuerdo con Goicoechea y el 28 dE
octubre de 1942 quedaba constituida la sociedad «Patente:
Talgo». Se partía de la base de que sería necesario realizar ur
estudio a fondo sobre los complejos problemas creados poi
la concepción de un vehículo articulado con ruedas orientadas
y que luego seria necesario obtener una eficaz aportación dE
técnicas especializadas para utilizar los adelantos logrados er
las diversas ramas de la industria ferroviaria que habrían dE
intervenir en la construcción del vehículo que iba a ser bautiza
do con el nombre del «Talgo», es decir, «Tren articulado ligerc
Goicoechea-Oriol».
«Patentes Talgo, S. A.» se constituyó el 28 de octubre dE
1942 mediante escritura pública otorgada ante el notario dE
Madrid, don Luis Hernández González, con un capital de ur
millón de pesetas, en el que participaba Goicoechea cor
cuatrocientas mil.
La batalla que libró «Patentes Talgo, S. A.» en España y lo:
Estados Unidos de América hasta que el general Franc<
inauguró oficialmente el 2 de marzo de 1950 el primer Talgc
construido en Estados Unidos, fue durísima y en ella participe
eficaz y decisivamente un equipo de prestigiosos ingenieros
entre los que figuraban Mac-Veigh, Torán y Heredia. Ui
equipo que más tarde patentó otro gran invento español: la:
ruedas que se abren y se cierran, automáticamente, sir
detener al tren, cuando cruza la frontera francesa, cuyo:
anchos de vía, como en el resto de Europa, menos en Rusia
son más estrechos que las españolas.
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