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La enunciación fue como sigue: Poder Popular, Consejos Comunales, Comuna, Partido
Socialista Unido de Venezuela, la juventud del partido, papel revolucionario de la Fuerza
Armada Nacional Bolivariana, unidad cívico-militar, formación socialista, obstáculos.
Estos son los diversos temas sobre los que nuestro comandante discurrió en las seis
ediciones del “Poder Popular”.
“Soy un intruso” –dijo–. Me atrevo a aceptar el reto. Siento que puedo aportar mi granito
de arena, aunque sea nada más con algunos comentarios e intentos de profundizar en esos
y otros problemas del pensar-hacer colectivo que hurga en las raíces, que es radical. Me
parece que la nueva investigación de una epistemología de las colectividades o de la
acción colectiva no puede alejarse de la praxis transforma- dora. Allí está abriendo el
camino a la iniciativa popular, el camino de la praxis comunera, del empoderamiento por
el pueblo de su propio conocimiento creador. Ojo: ésta es una versión ligeramente
alterada para una mejor comprensión del conocimiento de las multitudes rebeldes, que
está lejos de limitarse al de la furia de los búfalos y que tiene como referente el pensar-
actuar de los trabajadores, los pueblos y sus gobiernos y estados, incluida la
transformación creadora de los movimientos coloniales en que tanto ahondó Samir Amin,
lo que le valió el doctorado de la Academia de China, por su validez.
Esto es, que, si las colectividades son el motor de la libertad, resulta ineludible
preguntarse: ¿qué tanto las colectividades deben conocer y pueden conocer de acuerdo
con su propia praxis y con la de otros estados, naciones, trabajadores y pueblos? Es decir
que no sólo “pensar” como el pueblo de Venezuela piensa y hace, sino como el de Cuba –
en tanto pueblo, gobierno, Estado– y como el del EZLN del sureste mexicano, todos ellos
con la inmensa posibilidad creadora que entrañan, y hay más hasta como los de los
movimientos y gobiernos fracasados, como el de la Unidad Popular en Chile, con las
lecciones que nos quedaron y que cuentan por dolorosas que sean.
Si en todas las definiciones de los cambios históricos y geográficos del mundo hay que
tomar en cuenta lo nuevo y sus diferencias, en el caso de la revolución obrera de 1848 es
necesario recurrir a las variaciones que desde mediados del siglo XIX hasta hoy se dieron
en la revolución, el Estado y el partido. De no incluirlas perdemos el mejor indicador de
lo ocurrido.
Los contingentes del primer partido revolucionario fueron obreros fabriles y con ellos
participaron grandes intelectuales encabezados por Marx y Engels. De entonces a estos
días el mundo entero ha cambiado, y un buen indicador de ese cambio es un Estado
revolucionario que tiende a ocultarse y a desaparecer en medio de un movimiento
variadísimo, como el de los caracoles zapatistas de liberación nacional o el de la
“República Popular China” o el más contundente de “Rusia”.
Todos los cambios parecen indicar que es el fin de un modo de producción, y que
vivimos el principio de otro en gran parte inesperado. También nos indican que el
obrerismo autoritario, como el manifestado por el Partido Comunista de la URSS con su
red mundial de partidos mandones –obedientes y desobedientes–, hoy no sólo está en
plena crisis, sino que ha sido abandonado por sus antiguos promotores. Y así la alegría
del pensar y hacer revolucionario y creador ha regresado. Es clara señal de que se avecina
un nuevo curso de la historia.
Seguir los principales pasos del múltiple proceso y su situación actual es el principal
objeto de este ensayo. Al emprenderlo debemos tener en cuenta conceptos que en la
recuperación histórica del cambio reaparecen: el de obreros y clases, el de clases con
pueblos de la propia nación o también con pueblos de otras naciones, lo que da pie al
trato desigual y al colonialismo internacional e interno, así como a mantener ciertos
remanentes del capitalismo que la revolución precedente mantuvo, como se acordó por el
Estado la actual “República China”.
No aceptar estos cambios y sostener que sólo habrá revolución cuando la dirija la clase
obrera no sólo es un error, sino la mejor forma de no poder influir en el proceso. Por
fortuna cada vez más contingentes y dirigentes hacen suya una medida que Samir Amin
fue uno de los primeros en impulsar, por la que el actual gobierno de China y su
Academia de Ciencias expresamente lo premiaron. Esa medida consiste en reconocer que
el análisis del capitalismo como un sistema complejo fue un descubrimiento de los
propios investigadores del capitalismo ante el hecho de que debían ser estudiados y
resueltos sus problemas como un conjunto por “la nueva ciencia de los sistemas
complejos”. El problema de fondo consistió en que el capitalismo topó con problemas
reales que no podía resolver, lo que llevó a Samir Amín a pensar, entre otros, que el
socialismo era el único capaz de resolverlos si los reconocía y enfrentaba como parte del
“conjunto” de los retos que le planteaba la transición. Y así surgió una respuesta que en
las más variadas culturas y formas se dio en el mundo entero, y es que el problema y la
respuesta no se dieron sólo en el mundo académico o de los líderes y dirigentes, sino en
el pensar y actuar de los más variados movimientos de colectivos, de masas, de naciones
y de estados. Lejos estuvo de ser una crisis como cualquier otra. Cobró un valor inmenso
la creación en la historia de las colectividades que piensan y hacen.