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Amar significa incorporar otra vida a nuestra existencia, fundir la carne y el corazón, dilatar

nuestra experiencia, ser dos sin renunciar a nuestra identidad. El amor no consiste en
encerrarse en una burbuja con la persona amada, sino en abrirse al mundo y al conocimiento.
Amar implica arriesgarse, abandonando la seguridad que nos proporciona la rutina. “El amor
es un arte”, no una transacción. El verdadero amor no consiste en ser amado, sino en amar. Y
no debe confundirse con el “enamoramiento” o fascinación que nos produce una persona
física y socialmente atractiva. En la sociedad de consumo, se tiende a mercantilizar las
relaciones sociales y sentimentales. Amar no es poseer un objeto, sino adentrarse en la
intimidad de otra persona, sin expectativas irracionales que conducirían inevitablemente al
fracaso.

Amar no es enredarse en un frenesí sexual irreflexivo, sino caminar hacia la unión


interpersonal: “El sexo sin amor sólo alivia el abismo que existe entre dos seres humanos de
forma momentánea”. El amor no es sumisión ni dominancia, sino libertad y autonomía. No
debe confundirse con la dependencia, pues en “el amor se da la paradoja de dos seres que se
convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos”. El “amor maduro” se plasma en una
pareja cuando cada uno conserva “la propia integridad, la propia individualidad”. Si nos
aman de verdad, respetarán nuestra forma de ser. Amar es fundamentalmente dar, no pedir o
exigir. “En el acto mismo de dar, experimento mi fuerza, mi riqueza, mi poder. Tal
experiencia de vitalidad y potencia exaltadas me llena de dicha”. El amor es una forma de
crecimiento personal que nos hace más humanos y solidarios: “La persona que ama,
responde”. Se siente tan responsable de los otros como de su propio bienestar. El “amor
maduro” nunca es posesividad: “Si amo a otra persona, me siento uno con ella, pero con ella
tal cual es, no como yo necesito que sea”.

—Erich Fromm, El Arte de Amar (1956)

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