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Amor líquido.

Amor de usar y
tirar

Cuando me comentaron que escribiera sobre los valores, ya había decidido hablar del
concepto de amor líquido y pensé que tenían bastante relación ambos temas. Hablar de los
deseos conflictivos, la fragilidad de los vínculos, la inseguridad, la ambivalencia entre la
seguridad del vínculo convencional y la “libertad” de la ausencia de compromiso tiene
mucho que ver con los valores. Hay un deseo de estar relacionados y a la vez la desconfianza
de estar relacionados “para siempre”. Flota el temor de que se convierta en una carga poco
soportable que limita la posibilidad de volver a tener otras relaciones, una especie de bucle
absurdo de consumo, no quiero relaciones comprometidas para poder tener más
relaciones no comprometidas. Este concepto se debe al sociólogo Zygmunt Bauman. Haré
referencia a uno de sus libros titulado “Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos
humanos”, sobre todo a los dos primeros capítulos.

Las relaciones afectivas serían parte esencial del bienestar del individuo líquido y, a la vez,
fuente de conflicto y angustia, o sea, una mezcla de terror y placer; las relaciones representan
la ambivalencia actual entre lo que deseo y lo que temo.

Antes de la “era líquida”, en la que se suponía que las personas se guiaban por unos valores
determinados, (solidaridad, voluntad, generosidad, justicia, honestidad, compromiso, etc) las
relaciones eran un fin esencial para ser feliz. Ahora las relaciones son un entretenimiento
para obtener placer y satisfacción inmediata “consumiendo” a personas como si fueran
mercancías de estantes de un supermercado.

El manejo del amor líquido se convierte en un imposible complejo que incluye querer poder
y no tener debilidad ni dependencia del amor, entre la atracción y la indiferencia, entre ser
una parte entre los varios en vez de ser el uno de entre todos, quiero sentirme pleno pero no
agobiado, quiero ser amado pero no obligado. Esto conduce a las llamadas relaciones de
bolsillo que saco como un pañuelo cuando quiero sonarme y lo guardo o tiro cuando cumplió
su cometido y ya no son necesarias. Catherine Jarvie explica que las relaciones de bolsillo
son “la encarnación de lo instantáneo y lo descartable”. Usted controla la relación teniendo
en cuenta dos condiciones: la primera es: nada de enamorarse, nada de emociones que le
conmuevan. La segunda condición es vigilar “las clandestinas corrientes emocionales”, si
aparecen emociones que usted no pensaba salga corriendo antes de que empiece a sufrir y
quede atrapado (como tantos y tantas) en “enganches afectivos”.

Esta idea hace que las “parejas abiertas” se consideren algo meritorio por ser “relaciones
revolucionarias que han logrado hacer estallar la asfixiante burbuja de la pareja”. O que
las relaciones deben ser revisadas regularmente para valorar su validez. Entonces se llega a
la visión iluminada de que el compromiso es una trampa que hay que evitar pese al deseo de
relacionarnos. “Al comprometerse, por más que sea a medias, usted debe recordar que tal
vez esté cerrándole la puerta a otras posibilidades amorosas que podrían ser más
satisfactorias y gratificantes. Al igual que otras inversiones, primero rinden y luego
declinan”. Y entonces, si usted quiere “relacionarse”, será mejor que se mantenga a
distancia; si quiere que su relación sea plena, no se comprometa ni exija compromiso.
Mantenga todas sus puertas abiertas permanentemente. Así damos de bruces con la
ambivalencia del deseo de relacionarnos y el miedo a que cristalicen las relaciones y no
podamos tener nuevas relaciones.

Bauman habla de la nueva concepción de la “relación”, que se sustituye por conexiones,


habla de conexiones, de redes. Las “relaciones”, “la pareja” o ideas semejantes resaltan un
compromiso mutuo y excluyen lo opuesto; la red permite conectarse y desconectarse a
voluntad. Este tipo de “conexiones” permite una mayor velocidad de sustitución de las
personas esperando que la siguiente sea más gratificante.

Sobre el amor

«El conjunto de experiencias definidas con el término “amor” se ha ampliado enormemente.


Relaciones de una noche son descriptas por medio de la expresión “hacer el amor”. Esta
súbita abundancia y aparente disponibilidad de “experiencias amorosas” llega a alimentar la
convicción de que el amor es una destreza que se puede aprender, y que el dominio de esa
materia aumenta con el número de experiencias y la asiduidad del ejercicio. Incluso se puede
llegar a creer (y con frecuencia se cree) que la capacidad amorosa crece con la experiencia
acumulada, que el próximo amor será una experiencia aún más estimulante que la que se
disfruta actualmente, aunque no tan emocionante y fascinante como la que vendrá después
de la próxima».

“Y por eso es imposible aprender a amar, tal como no se puede aprender a morir. Y nadie
puede aprender el elusivo -el inexistente aunque intensamente deseado- arte de no caer en
sus garras, de mantenerse fuera de su alcance. Cuando llegue el momento, el amor y la muerte
caerán sobre nosotros, a pesar de que no tenemos ni un indicio de cuándo llegará ese
momento. Sea cuando fuere, nos tomarán desprevenidos. En medio de nuestras
preocupaciones cotidianas, el amor y la muerte surgirán ad nihilo, de la nada.”

La acumulación de experiencias cortas conduce a la repetición de conductas y


estereotipos que van perdiendo sentido en cuanto que dejan de ser especiales, que es lo
que se supone que es el amor a una persona, lo que la hace diferente del resto. Si repito
x veces al año esta experiencia “amorosa”, se convierte en una rutina como tomar el
desayuno cada mañana y no va a quedar nada nuevo ni especial para el-la siguiente; antes de
terminar ya piensa en el siguiente episodio de amor. De todo esto resulta una incapacidad
aprendida de amar.

«En todo amor hay por lo menos dos seres, y cada uno de ellos es la gran incógnita de la
ecuación del otro. Eso es lo que hace que el amor parezca un capricho del destino, ese
inquietante y misterioso futuro, imposible de prever, de prevenir o conjurar, de apresurar o
detener. Amar significa abrirle la puerta a ese destino, a la más sublime de las condiciones
humanas en la que el miedo se funde con el gozo en una aleación indisoluble, cuyos
elementos ya no pueden separarse. Abrirse a ese destino significa, en última instancia, dar
libertad al ser: esa libertad que está encarnada en el Otro, el compañero en el amor. Como lo
expresa Erich Fromm: “En el amor individual no se encuentra satisfacción […] sin verdadera
humildad, coraje, fe y disciplina”; y luego agrega inmediatamente, con tristeza, que en “una
cultura en la que esas cualidades son raras, la conquista de la capacidad de amar será
necesariamente un raro logro”.»

“Y lo mismo ocurre en una cultura de consumo como la nuestra, partidaria de los productos
listos para uso inmediato, las soluciones rápidas, la satisfacción instantánea, los resultados
que no requieran esfuerzos prolongados, las recetas infalibles, los seguros contra todo riesgo
y las garantías de devolución del dinero. La promesa de aprender el arte de amar es la promesa
(falsa, engañosa, pero inspiradora del profundo deseo de que resulte verdadera) de lograr
“experiencia en el amor” como si se tratara de cualquier otra mercancía. Seduce y atrae con
su ostentación de esas características porque supone deseo sin espera, esfuerzo sin sudor y
resultados sin esfuerzo. Sin humildad y coraje no hay amor. Se requieren ambas cualidades,
en cantidades enormes y constantemente renovadas, cada vez que uno entra en un territorio
inexplorado y sin mapas, y cuando se produce el amor entre dos o más seres humanos, éstos
se internan inevitablemente en un terreno desconocido”

Bauman continúa haciendo una disquisición entre el deseo y el amor:

«El deseo es el anhelo de consumir. De absorber, devorar, ingerir y digerir, de aniquilar. El


deseo no necesita otro estímulo más que la presencia de alteridad. (…) A partir de ser
explorada, familiarizada y domesticada, la alteridad debe emerger despojada del aguijón de
la tentación, sin ningún acicate. Es decir, si es que sobrevive a tal tratamiento. Sin embargo,
lo más posible es que, en el curso del proceso, sus restos no digeridos hayan pasado del
terreno de lo consumible al de los desechos”. Lo que se puede consumir atrae, los desechos
repelen. Después del deseo llega el momento de disponer de los desechos.

“Por otra parte, el amor es el anhelo de querer y preservar el objeto querido. Un impulso
centrífugo, a diferencia del centrípeto deseo. Un impulso a la expansión, a ir más allá, a
extenderse hacia lo que está “allá afuera”. A ingerir, absorber y asimilar al sujeto en el objeto,
y no a la inversa como en el caso del deseo. El deseo es ampliar el mundo: cada adición es la
huella viva del yo amante; en el amor el yo es gradualmente transplantado al mundo. (…). Y
por eso, el amor implica el impulso de proteger, de nutrir, de dar refugio, y también de
acariciar y mimar, o de proteger celosamente, cercar, encarcelar. Amar significa estar al
servicio, estar a disposición, esperando órdenes, pero también puede significar la
expropiación y confiscación de toda responsabilidad. Dominio a través de la entrega,
sacrificio que paga con engrandecimiento”.

«Si el deseo ansia consumir, el amor ansia poseer. (…). Si el deseo es autodestructivo, el
amor se autoperpetúa. Como el deseo, el amor es una amenaza contra su objeto. El deseo
destruye su objeto, destruyéndose a sí mismo en el proceso; la misma red protectora que el
amor urde amorosamente alrededor de su objeto, lo esclaviza. El amor hace prisionero y pone
en custodia al cautivo: arresta para proteger al propio prisionero. El deseo y el amor tienen
propósitos opuestos. El amor es una red arrojada sobre la eternidad, el deseo es una
estratagema para evitarse el trabajo de urdir esa red. Fiel a su naturaleza, el amor luchará por
perpetuar el deseo. El deseo, por su parte, escapará de los grilletes del amor.»

Ese encuentro ocasional previsto solo para una noche, en un alto porcentaje de casos, se
reduce a una experiencia de esa noche, pero puede ocurrir que en alguna ocasión aparezca
una emoción inesperada, salte la alarma de prorrogarlo y aquí aparece el pánico. Según
Jarvie, es “un punto intermedio entre la libertad de los encuentros ocasionales y la seriedad
de una relación importante” (aunque la “seriedad”, tal como la propia Jarvie recuerda a sus
lectores, no sirve para proteger a una “relación importante” ni impide que ésta termine en
“dificultades y amarguras” cuando un miembro de la pareja “sigue comprometido con la
relación mientras el otro ansia buscar nuevos campos de pastoreo”).

Se olvida o, simplemente no se cree, que el amor puede coincidir con el deseo… el problema
es ¿Cuánto tiempo?… estamos acostumbrados al consumo de manera que antes de empezar
ya estamos pensando que se va a terminar; sabemos que en algunos casos, pequeños
porcentajes, se produce esa unión extraña de amor y deseo durante un tiempo suficientemente
razonable.

El mercado de consumo y el amor líquido.

El estilo de vida del mercado de consumo ha acabado condicionando el deseo y el amor. El


deseo actual consiste en ”ahora, ya”, no se puede diferir; a diferencia del deseo ortodoxo que
“necesita atención y preparativos, ya que involucra largos cuidados, complejas negociaciones
sin resolución definitiva, algunas elecciones difíciles y algunos compromisos penosos, pero
peor aún, implica también una demora de la satisfacción, que es sin duda el sacrificio más
aborrecido en nuestro mundo entregado a la velocidad y la aceleración”. Al igual que otros
productos, la relación es para consumo inmediato y para uso único, “sin perjuicios”. Primor-
dial y fundamentalmente, es descartable. Los productos pueden cambiarse si salen
defectuosos o no nos satisfacen, entonces ¿por qué no hacer lo mismo con las relaciones de
pareja?

Prosigue Bauman comparando las relaciones con una inversión en la que no tiene cabida
ningún juramento de lealtad. El compromiso dependerá del grado de satisfacción que nos
provoca la relación y de las pérdidas en caso de abandonarla. Ello conduce a un dilema: la
relación no cumple la necesidad que tenía de mitigar la inseguridad que padecía en su
soledad, ahora está menos seguro que antes, usted puede decidir si lo toma o lo deja pero su
pareja también. En una relación, usted puede sentirse tan inseguro como si no tuviera
ninguna.

“El amor, cualquier amor, está hecho de tiempo”, dice Octavio Paz. Pero no el amor líquido
que, fugaz y fragmentario, se acoge a lógica de lo desechable». Con el amor líquido “uno
pide menos y se conforma con menos”, dice Bauman, pues no está dispuesto a invertir
demasiado. Es un amor que no concibe la dificultad ni el sufrimiento. La gente quiere salir
ilesa de esa experiencia, no correr peligro alguno ni tener secuelas. Pero el amor siempre
implica riesgos como indica Paz, “como todas las grandes creaciones del hombre, el amor
es doble: es la suprema ventura y la desdicha suprema”.

El usuario de amor líquido se contenta con migajas afectivas y una sexualidad más
superficial y desenfadada ante el miedo de la incapacidad de escapar al compromiso de
la mirada del otro.

«El amor líquido, en definitiva, es un signo de los nuevos tiempos. De que lo fragmentario,
la incertidumbre y la inestabilidad se han instalado también en nuestra vida cotidiana. Pero
eso no quiere decir que el amor romántico, duradero, que se funda en la intimidad y que tiene
como contracara la posesión, la fidelidad y el esfuerzo cotidiano por construirse,
desaparecerá. Lo que pasa es que ya no está solo. No es la única manera de amar, ni quizá se
considere la más ‘correcta’. Porque si algo es un signo de esta época es la convivencia de
todos los esquemas y modelos en una misma ciudad, en un mismo grupo, y a veces hasta en
una misma persona».

Estamos en tiempos de profunda soledad pero nunca tanta gente presumió de vivir bien en
soledad: hombres y mujeres empiezan relaciones sentimentales que lejos de ser satisfactorias
se limitan a ser la materialización de enfermizas fantasías personales y se agotan al poco
tiempo. Pocos desean una relación estable y a largo plazo, prefiriendo enfocarse en el placer
sexual, despreciando cualquier tipo de compromiso. Muchos buscan a alguien, sin saber qué
es lo que quieren de ese alguien, y jamás están satisfechos. Quizás, detrás de esa apuesta por
las relaciones líquidas muchos añoran la calidez de los demás seres humanos, las relaciones
de verdadera amistad, y nuestro par, que es de donde proviene la palabra “pareja”, alguien
que nos provoque esa compleja gama de sentimientos que acomodamos bajo el concepto de
“amor”, por no saber cómo llamarlo realmente. Sentirse seguro, completo, fuerte, realizado,
porque amamos y somos correspondidos en la justa medida.

En definitiva lo que predomina es el miedo, a desvelarse, a comprometerse, a perderse a


“alguien mejor”, enfrentado al miedo a la soledad, a la inseguridad afectiva y al
desamparo emocional.

Las “conexiones” de las que habla Bauman se producen también en directo, dos personas se
conocen, tienen una noche, pueden incluso hablar de amor, pero no quieren cerrar puertas,
quieren seguir teniendo otras ofertas y seguir consumiendo personas, el shopping sigue, y
simplemente aprietas la tecla “delete”, y el otro pasa a la cara oculta de la luna, pasa a ser un
desconocido o, como dice la canción, alguien a quien solía conocer (Somebody that I used to
Know), y aquello que pensabas que compartías queda en una especie de duda mnésica, si fue
real, o fue fantasía o simplemente falso o fue una elección del estante de la tienda para ser
consumido y eliminado.

Lo más que ha conseguido el amor líquido es, aparte de un reguero de “cadáveres afectivos”
atemorizados por la frialdad y por sentirse mercancías con obsolescencia programada, una
enorme cantidad de candidas, tricomonas y gardenerellas, entre otras, que dan fe de la
realidad de la “liberación” femenina y su igualdad con el hombre así como un medio perfecto
para que todos aquellos que ya no creen en el amor se creen un “como si” del amor que dura
una noche una semana lo cual, por cierto, puede estar en proporción con los valores
predominantes actualmente.

Saulo Pérez Gil.

Psiquiatra.

1. ¿En qué género discursivo lo encuadraría al texto? Justificar.


2. En relación al punto anterior ¿Qué secuencia/s textual/es predomina/n?
3. ¿Qué registro y lectos puedes identificar?
4. El anterior ¿es un texto teórico/científico o un texto de divulgación científica?
5. Atendiendo a las características del discurso científico ¿se manifiestan rasgos de
mayor neutralidad o menor neutralidad en sus expresiones discursivas?
6. O. Ducrot (1984) ha destacado la polifonía o presencia de distintas voces en el
proceso de enunciación (…) El estudio de la enunciación implica, pues, analizar la
huella que la voz enunciativa o locutor deja en su discurso, y cómo y por qué
introduce otras voces o enunciadores. En relación con estas cuestiones, fenómenos
enunciativos como el discurso referido o el uso de las comillas en un texto escrito son
estudiados en cuanto marcas de la presencia de distintos enunciadores en un discurso.
El análisis de la subjetividad, la modalización, la distancia o personalización son
mecanismos discursivos también centrales en los trabajos sobre la enunciación, pues
se relacionan con la actitud del sujeto discursivo hacia lo que dice.
https://cvc.cervantes.es/ensenanza/biblioteca_ele/diccio_ele/diccionario/enunciacion
.htm
En relación a este concepto: ¿Qué otras “voces” se pueden apreciar en el texto?
Justificar con al menos dos citas.
7. En pocas líneas ¿Cuál es el tema central sobre el cual se explaya el autor del texto?
¿Cuál es tu opinión sobre las ideas manifestadas en el texto?

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