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En la década de los noventa, se produjo uno de los hechos más trágicos dentro de la
historia del siglo XX. En el país africano de Ruanda, una absurda guerra tribal le costó
la vida a más de un millón de personas.
Lo más triste de todo es que la masacre se produjo entre vecinos, entre tribus
enfrentadas que, a causa de las incoherentes divisiones geográficas llevadas a cabo
durante la época del colonialismo, dieron rienda suelta a sus odios ancestrales de la
manera más irracional que se pueda imaginar. Así, cuando los extremistas hutu
masacraron a sus vecinos tutsi, y a cualquier hutu moderador que se interpusiera en
su camino, ante la vergonzosa pasividad del mundo occidental, la humanidad dio un
paso hacia atrás. Una vez más, el hombre demostraba que era capaz de cometer las
mayores atrocidades. Ante la falta de interés de los medios de comunicación, muy
pocos nos enteramos de lo que estaba pasando en aquel país. Igual que sucedió en
Sudán o el Congo, cuando una guerra no es mediática ni está sujeta a intereses
políticos o ideológicos, como la de Irak, nuestros discursos en favor de la paz son
inexistentes.
Hotel Rwanda nos recuerda que fuimos nosotros, ciudadanos pasivos, los que no
hicimos nada ante uno de los genocidios más grandes. Como sucede en todos los
ámbitos de la vida, también existen conflictos mediáticos que son capaces de centrar
nuestra atención.
Si de algo nos ha de servir esta película es para entender que hay circunstancias que
están por encima de cualquier interés o ideología. Es únicamente cuestión de respetar
a los seres humanos por lo que son y por cómo son.