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2.

La Iglesia como Pueblo de Dios


1. ¿Qué quiere decir "Pueblo de Dios"?

En primer lugar, significa que Dios no pertenece de manera propia a ningún pueblo;
porque es Él quien nos llama, nos convoca, nos invita a ser parte de su pueblo, y
esta invitación esta dirigida a todos, sin distinción, porque la misericordia de Dios
"quiere la salvación para todos "(1 Tim 2:04). Jesús no dice a los Apóstoles y a
nosotros que formemos un grupo exclusivo; un grupo de élite. Jesús dice: “Vayan,
y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (cf. Mt 28,19). San Pablo
afirma que en el pueblo de Dios, en la Iglesia, "no hay ni judío ni griego... porque
todos ustedes son uno en Cristo Jesús" (Gálatas 3:28).
Me gustaría decir a aquellos que se sienten lejos de Dios y de la Iglesia, a los que
son temerosos o a los indiferentes, a los que piensan que ya no pueden cambiar:
¡el Señor también te está llamando a ti a ser parte de su pueblo y lo hace con gran
respeto y amor!, ¡El nos invita a hacer parte de este pueblo; pueblo de Dios!

2. ¿Cómo se convierte en miembro de este pueblo?

No es a través del nacimiento físico, sino por medio de un nuevo nacimiento. En el


Evangelio, Jesús dice a Nicodemo que hay que nacer de lo alto, del agua y del
Espíritu para entrar en el Reino de Dios (cf. Juan 3:3-5). Es " a través del Bautismo
que nosotros somos introducidos en este pueblo, a través de la fe en Cristo, don
de Dios que debe ser alimentado y hecho crecer en toda nuestra vida.

Preguntémonos: ¿cómo puedo hacer crecer la fe que he recibido del Bautismo?;


¿cómo hago crecer esta fe que yo he recibido y que el pueblo de Dios tiene?;
¿cómo hago para hacerla crecer?

3. ¿Cuál es la ley del pueblo de Dios?

Es la ley del amor, amor a Dios y amor al prójimo, según el nuevo mandamiento
que nos ha dejado el Señor (cf. Jn 13,34). Un amor, sin embargo, que no es
sentimentalismo estéril o algo vago, sino que es el reconocer a Dios como único
Señor de la vida y, al mismo tiempo, aceptar al otro como un verdadero hermano,
superando divisiones, rivalidades, incomprensiones, egoísmos; las dos cosas van
de la mano. ¡Cuánto camino todavía tenemos que recorrer para vivir de manera
concreta esta nueva ley, la del Espíritu Santo que obra en nosotros, la de la caridad,
la del amor!
Cuando vemos en el diario en la TV, tantas guerras entre cristianos, ¡como puede
pasar esto! Dentro del pueblo de Dios ¡cuántas guerras! En el barrio, en el puesto
de trabajo ¡cuántas guerras por envidias y celos! También en la misma familia,
cuantas guerras internas. Pidamos al Señor que nos haga entender bien esta ley
del amor. ¡Que bueno! ¡Que hermoso es amarse los unos a los otros como
verdaderos hermanos!, ¡que hermoso es esto!

Hagamos una cosa hoy: Quizá todos tenemos simpatías y antipatías. Quizá tantos
de nosotros estamos enojados con alguno. Al menos digamos al Señor: Señor yo
estoy enojado con este, con aquella. Yo te pido por este y por aquel. Rezar por
aquel con el que estamos enojados es un hermoso paso en esta ley del amor.
¡Hagámoslo hoy!

4. ¿Qué misión tiene este pueblo?

La de llevar al mundo la esperanza y la salvación de Dios: ser signo del amor de


Dios que llama a todos a la amistad con Él; ser levadura que hace fermentar toda
la masa, sal que da sabor y preserva de la corrupción, luz que ilumina. A nuestro
alrededor, basta abrir un periódico, para ver que la presencia del mal existe, que el
Diablo actúa. Pero quisiera decir en voz alta, Dios es más fuerte. ¿Ustedes creen
esto que Dios es más fuerte? Digámoslo juntos todos ¡Dios es más fuerte! ¡Todos!
¿Y saben por qué es más fuerte? Porque Él es el Señor. ¡Es el único Señor! Dios es
más fuerte. ¡Bien! Quisiera agregar que la realidad a veces oscura signada por el
mal puede cambiar. Si nosotros primero les llevamos la luz del Evangelio sobre
todo con nuestra vida. Si en un estadio, pensemos aquí el Roma Olímpico o en ese
de San Lorenzo en Buenos Aires, en una noche oscura una persona enciende una
luz, apenas se entrevé, pero si los otros setenta mil espectadores encienden cada
uno su propia luz, el estadio se ilumina. Hagamos que nuestra vida sea una luz de
Cristo. Juntos llevaremos la luz del Evangelio a toda la realidad.

5. ¿Cuál es el objetivo de este pueblo?

El fin es el Reino de Dios, iniciado sobre la tierra por Dios mismo, y que debe
ampliarse hasta el cumplimiento, cuando aparecerá Cristo, vida nuestra (cf. Lumen
Gentium, 9). El fin entonces es la plena comunión con el Señor, entrar en su misma
vida divina, donde viviremos la alegría de su amor sin medida. ¡Aquella alegría
plena

LA IGLESIA EN LA HISTORIA DE LA SALVACION


La Iglesia: Dios forma a un pueblo

1. Esta historia, o "prehistoria" de la Iglesia, ya se encuentra en las


páginas del Antiguo Testamento.

Hemos escuchado el libro del Génesis, Dios escogió a Abraham, nuestro


padre en la fe, y le pidió que se marchara, que abandonara su patria natal
y se fuera hacia otra tierra que Él le mostraría (cf. Gn 12,1-9). Y en esta
vocación Dios llamó a Abraham solo, como individuo, sino que desde el
principio implicó a su familia, a sus familiares y a todos los que estaban
al servicio en su casa. Después, una vez en camino - sí, así comenzó a
caminar la Iglesia - luego Dios ensanchará todavía el horizonte y colmará
a Abraham con su bendición, prometiéndole una descendencia numerosa
como las estrellas del cielo y como la arena de la orilla del mar. El primer
hecho importante es éste: comenzando con Abraham, Dios forma un
pueblo para que lleve su bendición a todas las familias de la tierra. Y
dentro de este pueblo nació Jesús. Es Dios que hace este pueblo, esta
historia, la Iglesia en camino. Y ahí nace Jesús: en este pueblo.

2. Un segundo elemento: no es Abraham quien construye un pueblo en


torno a sí, sino que es Dios quien da vida a este pueblo.

Por lo general, era el hombre quien se dirigía a la divinidad, tratando de


salvar la distancia y pidiendo apoyo y protección. La gente rezaba a los
dioses, ¿no? A las divinidades. Pero en este caso, sin embargo, somos
testigos de algo sin precedentes: es Dios mismo quien toma la iniciativa
– pero escuchemos esto ¡eh! Es Dios mismo que llama a la puerta de
Abraham y le dice: “sigue adelante, vete de tu tierra, comienza a caminar
y yo haré de ti un gran pueblo”. Y esto es el comienzo de la Iglesia y en
este pueblo nace Jesús. Pero Dios toma la iniciativa y dirige su palabra al
hombre, creando un vínculo y una nueva relación con él. Pero padre,
¿cómo es esto? ¿Dios nos habla? “Sí”. ¿Y no podemos hablar con Dios?
Sí pero, ¿nosotros podemos tener una conversación con Dios? “Sí”. Esto
se llama oración, pero es Dios que ha hecho esto desde el inicio.

Así pues, Dios forma un pueblo con todos los que escuchan su Palabra y
se ponen en camino, confiando en Él. Ésta es la única condición,
confiarse en Dios. Si tú te fías de Dios, lo escuchas y te pones en camino,
esto es hacer Iglesia. Esto es hacer la Iglesia. El amor de Dios lo precede
todo.

Dios está siempre primero, llega antes que nosotros, él nos precede. El
profeta Isaías o Jeremías, no recuerdo bien, decía que Dios es como la
flor del almendro porque es el primer árbol que florece en primavera. Para
decir que Dios siempre florece antes que nosotros. Cuando nosotros
llegamos Él nos espera, Él nos llama, Él nos hace caminar. Siempre nos
anticipa. Y esto se llama amor porque Dios nos espera siempre. “Pero
padre, yo no creo esto porque si usted supiera, padre. Mi vida ha sido tan
fea ¿cómo puedo pensar que Dios me espera? “Dios te espera. Y si fuiste
un gran pecador te espera más y te espera con tanto amor, porque Él es
el primero. ¡Es ésta la belleza de la Iglesia, que nos lleva a este Dios que
nos espera! Precede a Abraham, incluso precede a Adán.

3. Abraham y los suyos escuchan la llamada de Dios y se ponen en


camino, no obstante no sepan bien quién sea este Dios y dónde los
quiera conducir.

Es verdad porque Abraham se pone en camino de este Dios que le ha


hablado, pero no tenía un libro de teología para estudiar quién era este
Dios. Se confía, se fía del amor. Dios le hace sentir el amor y él se confía.

Pero esto no significa que ellos estén siempre convencidos y fieles. Es


más, desde el comienzo hay resistencia, el repliegue en sí mismos y sus
propios intereses y la tentación de regatear con Dios y resolver las cosas
a modo propio. Y están son las traiciones y los pecados que marcan el
camino del pueblo a lo largo de toda la historia de la salvación, que es la
historia de la fidelidad de Dios y de la infidelidad del pueblo. Pero Dios no
se cansa, Dios tiene paciencia, tiene tanta paciencia y en el tiempo
continúa a educar y a formar a su pueblo, como un padre con el propio
hijo. Dios camina con nosotros. Dice el profeta Oseas: “yo he caminado
contigo y te he enseñado a caminar como un papá enseña a caminar al
niño”. Hermosa figura de Dios. Y así es con nosotros. Nos enseña a
caminar.

Y es la misma actitud que mantiene con respecto a la Iglesia. También


nosotros de hecho, aún en nuestro propósito de seguir al Señor Jesús,
tenemos experiencia cada día del egoísmo y de la dureza de nuestro
corazón.

Pero cuando nos reconocemos pecadores, Dios nos llena de su


misericordia y de su amor. Y nos perdona, nos perdona siempre. Y es
precisamente esto que nos hace crecer como pueblo de Dios, como
Iglesia: no es nuestra habilidad, no son nuestros méritos – somos poca
cosa nosotros ¡eh! No es esto. Sino que es la experiencia cotidiana de
cuánto el Señor nos ama y nos cuida. Esto es lo que nos hace sentir
verdaderamente suyos, en sus manos y nos hace crecer en la comunión
con Él y entre nosotros. Ser Iglesia es sentirse en las manos de Dios, que
es padre y nos ama, nos acaricia, nos espera, nos hace sentir su ternura.
¡Y esto es muy bello!

Antecedentes bíblicos de la vivencia de la iglesia como pueblo de Dios


Resumiendo

1. La Iglesia es creación de Dios, construcción de Cristo, animada y habitada por el


Espíritu Santo (1 Cor. 3,16 y Ef. 2, 22).

2. La Iglesia está confiada a los hombres, apóstoles «escogidos por Jesús bajo la acción
del Espíritu Santo (Hch. 1, 2). Y los apóstoles confiaron la Iglesia a sus sucesores que,
por imposición de las manos, recibieron el carisma de gobernar (1 Tim. 4, 14 y 2 Tim. 1,
6).

3. La Iglesia guiada por el Espíritu Santo (Jn. 16, 13) es «columna y soporte de la verdad»
(1 Tim. 3, 15), capaz de guardar el depósito de las «sanas palabras recibidas» (2 Tim. 1,
13). Es decir, de explicarlo sin error.

4. La Iglesia es constituida como Cuerpo de Cristo por medio del Evangelio (Ef. 3-10),
nacida de un solo bautismo (Ef. 4, 5), alimentada con un solo pan (1 Cor. 10, 17), reunida
en un solo Pueblo de hijos de un mismo Dios y Padre (Gál. 3, 28).

5. La Ley de la Iglesia es el «mandamiento Nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó»
(Jn 13, 34). Esta es la ley «nueva» del Espíritu Santo y la misión de la Iglesia es ser la sal
de la tierra y luz del mundo (Mt. 5, 13)

Estos textos de los evangelios revelan ya la naturaleza de la Iglesia, cuyo


creador y Señor es Jesucristo mismo.

Jesús dio claras indicaciones de una Iglesia organizada y visible, una Iglesia que
será acá en la tierra signo del Reino de Dios. Además Jesús quiso realmente su
Iglesia construida sobre la roca, y quiso su presencia perpetua en su Iglesia por el
ejercicio de los poderes de los Apóstoles y por la Eucaristía. Y el poder del Infierno
no podrá vencer a esta Iglesia.

La Iglesia nació en la Pascua y en Pentecostés


La Iglesia, tal como Jesús la ha querido, es aquella por la que El murió. Con su
muerte y resurrección en la Pascua, Jesús terminó la obra que el Padre le encargó
en la tierra. Pero el Señor no dejó huérfanos a los apóstoles (Jn. 14, 16), sino que
les envió su Espíritu en el día de Pentecostés para reunir y santificar a estos
hombres en un Pueblo de Dios (Jn. 20, 22).

Es en el día de Pentecostés cuando la Iglesia de Cristo se manifestó públicamente


y comenzó la difusión del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación
(Hch. 2). Es la Iglesia la que convoca a todas las naciones en un nuevo Pueblo
para hacer de ellas discípulos de Cristo (Mt. 28, 19-20). (La palabra griega
«ecclesía», que aparece en el N. T. 125 veces, significa en castellano «asamblea
convocada» o «Iglesia»). Quienes crean en Jesucristo y sean renacidos por la
Palabra de Dios vivo (1 Ped. 1, 23) no de la carne, sino del agua y del Espíritu (Jn.
3, 5-6), pasan a constituir una raza elegida, un reino de sacerdotes, «una nación
santa».

Iglesia es el Cuerpo de Cristo

El Apóstol Pablo es el autor inspirado que más escudriñó el profundo misterio de la


Iglesia. Cuando en aquel tiempo Saulo perseguía a la Iglesia, el mismo Señor se le
apareció en el camino de Damasco. Allí Saulo tuvo la revelación de una misteriosa
identidad entre Cristo y la misma Iglesia: «Yo soy Jesús, el mismo a quien tú persigues»
(Hch. 9, 5). Y en sus cartas, Pablo sigue reflexionando sobre esta unión misteriosa entre
Cristo y su Iglesia. Sigamos ahora la meditación del apóstol Pablo sobre la Iglesia. La
realidad de la Iglesia como «el Cuerpo de Cristo» ilumina muy bien la relación íntima entre
la Iglesia y Cristo. La Iglesia no está solamente reunida en torno a Cristo; está siempre
unida a Cristo, en su Cuerpo. Hay cuatro aspectos de la Iglesia como «Cuerpo de Cristo»
que Pablo resalta específicamente.

1 «Un solo Cuerpo».

La Iglesia para el Apóstol Pablo no es tal o cual comunidad local, es, en toda su amplitud
y universalidad, un solo Cuerpo (Ef. 4, 13). Es el lugar de reconciliación de los judíos y
gentiles. (Col. 1, 18, 23). El Espíritu Santo hace a los creyentes miembros del Cuerpo de
Cristo mediante el bautismo: «Al ser bautizados, hemos venido a formar un sólo Cuerpo
por medio de un sólo espíritu» (1 Cor 12, 13). Además esta viva unión es mantenida por el
pan eucarístico «Aunque somos muchos, todos comemos el mismo pan, que es uno solo;
y por eso somos un solo cuerpo» (1 Cor 10, 17).

2. Cristo «es la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia» (Col. 1, 18).

Dice el Apóstol Pablo: «Dios colocó todo bajo los pies de Cristo para que, estando
más arriba de todo, fuera Cabeza de la Iglesia, la cual es su Cuerpo» (Ef. 1, 22).
Cristo es distinto de la Iglesia, pero El está unido a ella como a su Cabeza. En
efecto, Cristo es la Cabeza y nosotros somos los miembros; el hombre entero es
El y nosotros. Cristo y la Iglesia es todo uno, por tanto, el «Cristo total» es Cristo y
la Iglesia.

3. La Iglesia es la Esposa de Cristo.

La unidad de Cristo y su Iglesia, Cabeza y miembros del Cuerpo, implica para


Pablo también una relación muy personal. Cristo ama a la Iglesia y dio su vida por
ella. (Ef. 5, 25). Esta imagen arroja un rayo de luz sobre la relación íntima entre la
Iglesia y Cristo: «Los dos se harán una sola carne. Gran misterio es éste, se lo
digo respecto a Cristo y la Iglesia» (Ef. 5, 31-32).

4 El Espíritu Santo es el principio de la acción vital en todas partes del


cuerpo.

El Espíritu Santo actúa de múltiples maneras en la edificación de todo el Cuerpo.


«Hay un solo cuerpo y un solo espíritu». Y por Cristo todo el cuerpo está bien
ajustado y ligado, en sí mismo por medio de la unión entre todas sus partes; y
cuando una parte trabaja bien, todo va creciendo y desarrollándose con amor (Ef.
4, 4). Los distintos dones del Espíritu Santo (dones jerárquicos y carismáticos)
están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las
necesidades del mundo. (1 Cor. caps. 12 y 13).

5. Diversas imágenes bíblicas de la Iglesia


En el Nuevo Testamento encontramos distintas imágenes que describen el
misterio de la Iglesia. Muchas de estas figuras están ya insinuadas en los libros de
los profetas, y son tomadas de la vida pastoril, de la agricultura, de la edificación,
como también de la familia y de los esponsales. No podemos en esta carta
analizar todas estas figuras que representan la Iglesia. Sería demasiado largo.
Solamente quiero referirme a las imágenes más importantes de la Iglesia con sus
respectivos textos de la Biblia. Es una buena oportunidad para que ustedes lean y
mediten personalmente con la Biblia. En el N. T. la Iglesia es presentada como:
«aprisco o rebaño» (Jn. 10, 1-10), «campo y viña del Señor» (Mt. 21, 33-34 y Jn.
15, 1-5), «edificio y templo de Dios» (1 Cor 3, 9), «ciudad santa y Jerusalén
Celestial» (Gál. 4, 26), «madre nuestra y esposa del Cordero» (Ap. 12, 17 y 19, 7).

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