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BARRIO DE MONASTIRAKI.
Monastiraki toma su nombre del pequeño monasterio que preside la plaza principal. Adyacente al
barrio de Plaka, la zona ofrece la posibilidad de realizar un recorrido por diversas épocas históricas
en unos pocos metros cuadrados. Por orden cronológico, el visitante puede admirar los restos de la
Biblioteca de Adriano antes de dirigir sus pasos hacia el interior del Ágora Romana y acabar
visitando una de las dos mezquitas que se encuentran en los aledaños, Tsistaraki, la cual alberga en
su interior el Museo de Cerámica Kyriazópoulos, y Fethiyé. Esta última, la más vistosa, fue
construida por los otomanos en el siglo XV con motivo de la visita de Mehmet el Conquistador a la
ciudad.
Ágora Romana.
Ubicada entre el barrio de Plaka y
el Barrio de Monastiraki y siempre
bajo la Acrópolis de Atenas, el
Ágora romana es la prolongación
en el tiempo de la antigua Ágora
ateniense. A diferencia de su
predecesora, este foro romano
perdió el cariz de plaza política,
adquiriendo un carácter más
residencial.
Vecina del primigenio recinto
griego, al norte de la Acrópolis, el
Ágora romana comenzó a ver la luz entre los años 19 y 11 a. C. bajo mandato del emperador
Augusto, si bien sería la mano del gran filoheleno Adriano la que daría un nuevo impulso al lugar,
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ampliando sus dimensiones y dotándolo de nuevas infraestructuras, así como de una serie de
monumentos y edificios con los que el foro alcanzaría su máximo esplendor.
Destacaban la Torre de los Vientos, un reloj de agua construido por Andrónikos Kyrrestes en el siglo
I a. C., que hacía las veces también de veleta indicando la procedencia del viento; la Biblioteca de
Adriano, del año 132, y la Puerta de Atenea Arquegetis, en el ala oeste, erigida en mármol en el
año 11 a. C. por los atenienses en honor de su patrona, la diosa Atenea.
Biblioteca de Adriano.
La Biblioteca de Adriano forma parte
del enorme legado que el emperador
romano dejó a su paso, no solo por
Atenas, sino por buena parte de
Grecia. Fue construida como un
edificio multifuncional en el año 132,
con unas dimensiones en la planta
que, según las fuentes, iban de 118 a
122 metros de largo, por 78 a 82
metros de ancho.
Según parece, en su interior se hallaba
una considerable colección de libros.
Además, desempeñaba las funciones
de sala de lectura y centro de
reuniones, e incluso podría haber albergado una pequeña piscina o estanque, que sería sustituido
años más tarde por una primitiva iglesia cristiana.
La formidable fachada oeste, con sus columnas corintias, constituye la imagen más representativa
de una biblioteca que había caído en el olvido años atrás. Fue restaurada a mediados del siglo XX,
tras las obras de excavación realizadas en la zona, y está orientada al barrio de Monastiraki.
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IGLESIAS BIZANTINAS.
Como muchas iglesias de aquella época, esta pequeña iglesia bizantina está construida en ladrillo
visto y dispone de una pequeña cúpula que se ubica encima de un tambor octogonal. En su fachada
encontramos algunos frisos y ventanas de medio punto.
Se piensa que esta pequeña iglesia bizantina fue construida sobre el 1050 encima de un templo
pagano. Algo muy habitual en estas latitudes. Y allí estuvo durante casi 800 años hasta que a
mediados del siglo XIX se pensó seriamente en que debía ser demolida en aras de la modernidad.
Afortunadamente esto no llegó a ocurrir, gracias a Luis I de Baviera, que se opuso a la demolición.
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En el interior de la iglesia bizantina de Kapnikarea podemos admirar los frescos pintados por el
griego Fótis Kóntoglou. Sin embargo, no se trata de pinturas antiguas, sino del siglo XX. Por suerte
las restauraciones acometidas durante la segunda mitad del siglo XX le han devuelto el antiguo
esplendor a esta pequeña iglesia bizantina del centro de Atenas.
La campana de la iglesia fue la primera que se ubicó en Atenas después de la liberación de los
otomanos, que las habían prohibido, y la primera que sonó para anunciar la libertad de la ciudad
griega en 1833. También fue la primera campana que sonó después de la liberación de la ocupación
alemana en 1944.
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El 14 de mayo de 1962 Sofía de Grecia se casó en la catedral con el heredero español al trono Juan
Carlos de Borbón y Borbón. La catedral está en reparaciones desde el terremoto de 1999.
EL ÁGORA DE ATENAS.
El Ágora era el corazón sociopolítico de la antigua Atenas, además del principal centro de negocios.
Ágora significa mercado. La actividad mercantil bullía inundando la Vía Panatenaica (así llamada en
honor del Festival Panateniaco, celebrado cada cuatro años), entrada principal y arteria comercial
que atravesaba el recinto desde la Acrópolis hasta el Cerámico. Los grandes oradores de la época
hacían gala de su extraordinaria retórica en sus discursos, tratando de exponer su particular visión
sobre los distintos aspectos de la realidad política del momento. El “poder del pueblo”, la
democracia ateniense, reunía a los notables de la ciudad que decidían sobre las leyes que debían
regir el futuro de la sociedad, así como sobre todo aquello que afectara directamente a la vida
política de los ciudadanos.
El Ágora de Atenas estaba integrada por numerosos edificios públicos, de entre los que destacaban
la Casa de la Moneda, el Bouleutherion o Casa del Consejo, el Tholos (sede central del Consejo) o
la prisión en la que fue juzgado y ejecutado el filósofo Sócrates en el año 399 a. C.
Por otro lado, una serie de templos y monumentos iban ampliando el espacio sagrado del recinto
desde la época arcaica hasta la dominación romana, como los templos consagrados a Zeus, Apolo y
Hefesto, que antaño fue conocido como templo de Teseo, hoy Hefesteion o Templo de Hefesto.
Es imprescindible visitar el Museo del Ágora de Atenas que se encuentra en la Stoa o Pórtico de
Atalo, ya que es sin duda toda una sorpresa para aquellos que aprecian la historia y la arqueología.
La reconstruida Stoa de Atalo fue reconvertida en museo a mediados del siglo XIX para albergar en
su interior una colección de piezas y objetos encontrados en los trabajos de excavación del
yacimiento del Ágora.
En el interior del recinto arqueológico del Ágora está también la bella iglesia bizantina de Agii
Apostoli, una joya del arte bizantino.
El Templo de Hefesto.
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representaciones de Hércules) y las dos estatuas que representan a Hefesto una y la otra a Atenea,
ambas de enormes proporciones.
Es una de las iglesias más antiguas existentes en Atenas y data del año 1000 a 1025 d. C. Fue
edificada sobre las antiguas ruinas de un monumento romano del s. II. En el año 1950 es
reconstruida tal y como la conocemos hoy. Contenía importantes frescos bizantinos propios y
muchos otros traídos de significativas iglesias bizantinas de Atenas.
MUSEO ARQUEOLÓGICO.
El Museo propone un recorrido por orden cronológico, lo que facilita la ubicación en el tiempo de
las distintas colecciones visitadas. De esta forma, el público podrá maravillarse con vasijas neolíticas
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y figurillas del arte cicládico, continuar con la edad de bronce griega y terminar con la escultura
helenística y los bustos de emperadores romanos. Otras extraordinarias colecciones, algunas
donadas por particulares, completan el conjunto arqueológico expuesto en el Museo. Son los casos,
por ejemplo, de la colección de joyas Eleni Stathatou o de la Karapanos, que incluye una serie de
bronces de gran interés.
Un sinfín de tesoros conforman las distintas colecciones que el visitante puede conocer en el
interior del Museo. Así, el Niño de Maratón, escultura encontrada en el fondo del mar, el Kouros
de Volomandra, con influencias del arte egipcio, el Caballo con pequeño jinete, el Ánfora de
Dipylon, la escultura en mármol de Afrodita, Eros y Pan, el Joven de Antikýthira, o la Estela de
despedida, son algunas de las singulares piezas que completan el recorrido que el museo ofrece, en
el que no faltan vasijas, armas (como una daga micénica de bronce y oro), joyas, frescos, etc. Una
de las piezas favoritas es sin duda la llamada Máquina o mecanismo de Antikitera, un increíble
mecanismo diseñado para cálculos astronómicos cuya tecnología solo desde hace unos pocos años
ha dejado de ser un misterio, en cuya resolución se han implicado los mejores especialistas del
planeta en las diversas áreas científicas y técnicas que afectan al mecanismo.
Pero, sin duda, la pieza por excelencia del Museo es la denominada Máscara de Agamenón. Se trata
de una máscara funeraria de oro de mediados del siglo XVII a. C., joya de la cultura micénica. Fue
hallada en el yacimiento arqueológico de Micenas por el arqueólogo alemán Heinrich Schliemann.
PLAZA SYNTAGMA.
Una de las más simbólicas plazas de Atenas, Syntagma, de la Constitución, está rodeada de anchas
avenidas que no duermen y edificios neoclásicos, algunos de los cuales se han reformado
convirtiéndose en sofisticados hoteles. Es el caso del Hotel Grand Bretagne, emblemático edificio
de la capital helena, que en ocasiones sirve como punto de encuentro para diversas personalidades
del panorama sociopolítico o como centro de conferencias donde acuden periodistas de todos los
países.
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Escalones abajo se accede a la zona peatonal de la plaza, amplia y surtida de cafés. Un pequeño
oasis en medio del mundanal ruido, donde las entretenidas charlas de quienes se acomodan en las
terrazas permanecen ajenas al ir y venir de las gentes que cruzan el espacio tomando mil y una
direcciones. Desde la Plaza Syntagma parte una de las calles más comerciales de Atenas. Se trata de
la Avenida Ermou que nos llevará además al corazón del Barrio de Plaka.
El nuevo estadio sacó del olvido el espíritu que motivó su construcción genuina y reverdecieron los
laureles de los atletas que participaron en los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, en
1896, que tuvieron como sede oficial el Estadio Panathinaiko. La estructura actual fue diseñada por
Anastasios Metaxás, siguiendo fielmente la última remodelación de Herodes Ático, perteneciente
al siglo II d. C. Tiene unas dimensiones de 204 metros de longitud por 83 metros de ancho y una
capacidad para albergar a 60000 espectadores.
BARRIO DE PLAKA.
Plaka es el barrio que se encuentra a los pies de la Acrópolis. Observado desde lo alto, parece un
pequeño y pintoresco oasis inmerso dentro del centro ateniense. En efecto, se trata de una de las
zonas más atractivas a ojos de quien la visita. Un entramado de callejuelas y placitas que se
entremezclan formando un laberinto animado por el bullicio de viandantes y comerciantes. Las
horas diurnas coinciden con el ajetreo de los innumerables cafés, tabernas y tiendas que abarrotan
las coloreadas calles. Lugar idóneo para ir de compras en Atenas. Los tenderos realizan auténticos
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juegos malabares para exponer el mayor número de artículos de cara al público, luchando por ganar
todo el espacio posible al adoquinado. Aquí, una interminable colección de copias de estatuas
helenísticas de dioses en yeso, allá, una larga hilera de platos decorativos. Filas de vasos multiusos,
pulseras, esponjas naturales, amuletos con el mati (el ojo griego contra el mal de ojo), libros de
mitología griega, historia de Grecia, arqueología, gastronomía, traducidos al español, inglés, ruso,
alemán, francés, italiano… Desde
asequible bisutería hasta plata y
joyas a precios que quitan el
sentido. Productos típicos, como el
vino retsina, el queso, el aceite, los
licores y aguardientes o los dulces
de hojaldre relleno de frutos secos
con miel. Desde camisetas de
recuerdo hasta veraniegas
camisolas, pasando por
equipaciones de los principales
equipos de fútbol de la ciudad. Lugar
perfecto para comer o cenar en
alguno de los restaurantes.
Un variado de tapas griegas o mezedes regadas con vino blanco de la casa bajo un emparrado
aliviará el cansancio, haciendo que el cuerpo recobre fuerzas para retomar la jornada.
Puerta de Adriano.
Junto al Templo de Zeus Olímpico se encuentra la Puerta de Adriano. Construida por los romanos,
el impresionante arco de 18 metros de altura separaba la antigua ciudad griega, también conocida
como Ciudad de Teseo, de la nueva estructura urbanística romana concebida por Adriano. Fue
levantada como monumento conmemorativo del emperador, quien desarrolló una activa labor en
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La linterna de Lisícrates.
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Una impresionante visión constituye la contemplación de las ciclópeas columnas corintias del
Templo de Zeus Olímpico, también llamado Olimpeion. Al aproximarse a la descomunal obra, el
visitante tiene la impresión de que la nave hubiera sido construida por los gigantes para
congraciarse con el dios del cielo. No en vano, se trata del templo más grande de Grecia. Pareciera
que pudiera verse desde cualquier rincón de la ciudad. Y es que, en efecto, la asombrosa estructura
asoma insospechadamente tras sortear los múltiples recodos de las calles del centro de la capital.
La nave estaba compuesta originalmente por 104 columnas de 17 metros de altura que, como un
bosque pétreo, recorrían los 96 metros de largo por 40 de ancho que tenía la base. Tiempo después,
en el 174 a. C., un arquitecto romano sustituyó los capiteles de orden dórico por los corintios que
actualmente lucen en la cúspide. Actualmente solo quedan 15 de aquellas columnas, pero la fuerza
visual de estos impertérritos y silenciosos vigilantes es más que suficiente para hacerse una idea de
lo imponente de la estructura primigenia.
EL CANAL DE CORINTO.
El canal de Corinto es una vía de agua artificial que une el golfo de Corinto con el mar Egeo por el
istmo de Corinto abriendo esta vía al transporte marítimo y separando el Peloponeso del resto de
Grecia. Mide 6,3 km de largo y se construyó entre 1881 y 1893. Fue construido por el ingeniero
húngaro István Türr (1825-1908). Bajo los proyectos de Ferdinand de Lesseps, que recogían el
antiguo trazado de Nerón, Türr dirigió las obras del canal de Corinto desde 1881. El canal fue
inaugurado el 9 de noviembre de 1893.
El canal evita el rodeo de 400 km alrededor de la península del Peloponeso a los barcos pequeños,
ya que solo tiene 21 m de ancho y 8 de profundidad. A pesar de estas limitaciones, cerca de 11000
barcos cruzan el canal cada año, en su mayoría pertenecientes a rutas turísticas.
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La idea de un canal por Corinto revivió tras la independecia de Grecia del imperio Otomano en 1830.
El estadista griego Ioannis Kapodistrias le pidió a un ingeniero francés evaluar la factibilidad del
proyecto, pero tuvo que abandonarlo cuando el costo se estimó en unos 400 millones de francos de
oro, demasiado caro para un país recién independizado. Los ímpetus franceses se debieron a la
apertura del canal de Suez en 1869 y al año siguiente el gobierno del Primer Ministro Thrasyvoulos
Zaimis dictó una ley autorizando la construcción del canal de Corinto. Se puso a cargo a empresarios
franceses, pero tras la bancarrota de la compañía francesa que excavó el canal de Panamá, los
bancos de Francia se negaron a prestar dinero y la compañía terminó también en bancarrota. Se
otorgó una nueva concesión a la Société Internationale du Canal Maritime de Corinthe en 1881,
que fue comisionada para construir el canal y explotarlo los siguientes 99 años. La construcción se
inauguró formalmente el 23 de abril de 1882, en presencia del rey Jorge I de Grecia.
MICENAS.
De acuerdo con los resultados arrojados por los estudios referentes a la antigua Edad del Bronce
griega, muchos investigadores suponen la llegada a suelo heleno, en torno al 2200 a. C., de un
poblamiento protogriego procedente de Asia Menor. Estas gentes serían belicosas, poseedoras del
caballo, y con un tipo característico de cerámica, la cerámica minia. Antes de esta invasión, los
habitantes de Grecia hablaban una serie de lenguas no indoeuropeas. Al instalarse en Grecia, los
protogriegos habrían tomado numerosos términos de la lengua de esta población local, y este
“sustrato egeo” marcó la fisonomía del futuro idioma griego frente a las demás lenguas
indoeuropeas.
Así pues, el idioma griego, al que en su primitiva versión conocemos con el nombre de Lineal B,
nació en Grecia en torno al 1450 a. C. y no dejó ningún rastro fuera de Grecia. Fue el idioma utilizado,
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al menos en su forma escrita, por una nueva cultura, la cultura micénica, que evolucionaría, tras un
periodo de unos 1000 años, hasta la civilización que fue capaz de levantar el Partenón y que sería el
germen de nuestra actual civilización occidental. El centro de toda esta nueva cultura fue Micenas,
cuyas ruinas tenemos el privilegio de poder contemplar hoy en día, 3200 años después de que fuera
destruida, gracias a las excavaciones que llevó a cabo Heinrich Schliemann en 1876.
Micenas se encuentra
situada en plena región de la
Argólida, al norte del
Peloponeso. La historia de
Micenas es relativamente
corta y la distancia entre su
época de esplendor y la de su
destrucción no supera los
trescientos años.
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todavía en las jambas. Para aliviar al dintel del peso de la muralla construida sobre él, se diseñó un
triángulo de descarga, característico de la arquitectura micénica tardía, como puede verse también
en numerosas tumbas de tholos.
En este espacio triangular se colocó el relieve monumental más antiguo de Grecia. Estaba realizado
en piedra caliza y en él dos leones apoyan sus patas delanteras sobre dos altares gemelos sobre los
que apoya una columna sosteniendo un techo. Las cabezas de los leones, hoy perdidas, quizás
estuvieran hechas de esteatita.
Los gobernantes micénicos, cuando se construyó la puerta, pertenecían, según la tradición, a la casa
de Atreo y el relieve de la puerta podría haber sido su escudo de armas.
Es un recinto de tumbas reales del siglo XVI a. C. Hacia el 1250 a. C. las primitivas murallas de la
fortaleza se modificaron para incluir dentro de ellas al círculo. Como el recinto se situaba al pie de
las murallas de la ciudad, los micénicos construyeron un muro circular de sostenimiento alrededor
de las fosas para soportar el empuje de un relleno de tierras coronado por una plataforma superior.
Sobre ella se construyó un nuevo murete circular formado por dos filas concéntricas de losas de
piedra hincadas en el suelo y separadas 1,2 m. La cavidad entre ellas se rellenó con piedras pequeñas
y se cubrió con lajas horizontales. Sobre las tumbas se erigieron estelas decoradas con relieves de
caza, escenas de guerra o juegos atléticos.
El mobiliario de las tumbas III, IV y V, las más recientes, es incomparablemente más rico que el de
las tumbas I, II y VI. Probablemente la tumba más rica de todas es la IV que albergaba a 2 mujeres
y 3 hombres, y contenía entre otros objetos tres de las cinco famosas máscaras de oro halladas en
el círculo, 5 vasos de oro y 11 de plata. Algunos de estos vasos son considerados como piezas
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claramente minoicas, importadas de Creta o realizadas por artesanos que trabajaban en Micenas,
mientras que otros son micénicos.
Una de las máscaras áureas es la llamada máscara de Agamenón que corresponde a un rey micénico
que habría muerto en torno al 1600 a. C.
El Palacio de Micenas.
Una vez que abandonamos la Gran Rampa, y dirigiéndonos siempre hacia el sur, atravesamos la
entrada noroeste del palacio, formada por un pórtico apoyado en su zona central en columnas de
madera sobre basas de piedra que aún se conservan. Avanzamos y encontramos a la izquierda los
restos de un puesto de guardia, que protegía la entrada. Bordeándolo y a la izquierda, un corredor
nos lleva primeramente a una gran sala larga y estrecha cuya función se desconoce. Tenía bancos
de piedra a lo largo de los muros este y oeste y estaba decorada con frescos. Siguiendo el corredor
es posible acceder, a través de escaleras, a la zona de recepciones oficiales (Gran Patio y Mégaron)
que se encontraba en un nivel inferior. Pero también, y al final del mencionado corredor, se puede
llegar a una sala con restos de un suelo de estuco rojo y un canal de desagüe, que probablemente
fue un baño y, en consecuencia, la tradición lo ha identificado con el baño en que fue asesinado
Agamenón.
Desde la terraza inferior, y a través de otra rama de Gran Rampa, se podía acceder también al Gran
Patio y a un alojamiento para visitantes. El gran patio era un espacio abierto al sudeste y que ofrecía
una vista impresionante sobre la llanura de Argos.
El Mégaron se situaba en el lado este y era el lugar donde el wanax (el rey) y su corte desarrollaban
sus actividades. Estaba precedido de un pórtico con dos columnas de madera (quedan las basas de
piedra), suelo de yeso y muros decorados con triglifos y rosetas. Al pórtico le seguía un vestíbulo
con suelo de baldosas de yeso y, en la parte central, de estuco decorado con figuras zigzagueantes
en cuadrados azules, rojos y amarillos. A la sala del trono se llegaba a través de una gran abertura
(todavía puede distinguirse el umbral). En el centro se encuentra un gran hogar formado por un
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anillo de piedras alrededor de un núcleo de arcilla revestido con estuco pintado. La superficie fue
renovada diez veces, pero sin alterar los motivos decorativos en forma de llamas y espirales. La zona
del hogar estaba limitada por cuatro columnas de madera, cuyas basas se conservan, que sostenían
el techo, provisto de una abertura (el opaion) para permitir la entrada de luz y la salida del humo
del hogar. El trono debía estar situado contra el muro, a la derecha de la entrada, pero esa parte se
hundió por corrimientos de tierra y ha sido parcialmente restaurada.
La Cisterna Subterránea.
El Tesoro de Atreo.
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Sobre el dintel el triángulo de descarga estaba flanqueado por dos semicolumnas y revestido con
mármol polícromo adornado con bandas horizontales de espirales y rosetas. El tholos (la falsa
cúpula) tiene un diámetro de 14,5 m y una altura de 13,2 m. Se construyó con 33 filas paralelas de
sillares ortogonales con un estilo de construcción en el que cada fila superior de piedras sobresale
hacia el centro disminuyéndose así en cada una de ellas el diámetro del círculo.
El interior se hallaba decorado con piezas metálicas, fijadas con clavos, de los que aún pueden verse
los agujeros que dejaron en la piedra. Una sala de menores dimensiones se sitúa en el lado norte de
la cámara, cuyos muros estaban recubiertos originalmente con losas de piedra labrada. El Tesoro
de Atreo fue en su época el mayor monumento arquitectónico del continente europeo.
El teatro de Epidauro, uno de los monumentos que nadie debe perderse en su viaje a Grecia, forma
parte de un conjunto monumental, conocido como el Asclepeion de Epidauro, que era en la
antigüedad un santuario que se utilizaba además como centro terapéutico, quizás el centro
terapéutico más importante del mundo occidental.
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La entrada actual al yacimiento no coincide con la primitiva entrada al santuario, que estaba situada
al norte, y en donde se construyeron unos majestuosos propileos, inicio de la vía sacra que llegaba
hasta el templo de Asclepio. Esta vía estaba jalonada con estelas, inscripciones oficiales, mesas de
ofrendas y estatuas.
Hoy en día se accede al lugar por el suroeste, lo que permite visitar primeramente el teatro, que se
encuentra a mano derecha, antes de introducirnos en el conjunto de construcciones que
constituyen el santuario propiamente dicho.
El primer edificio que nos encontramos, caminando siempre hacia el centro del santuario, es el
llamado Katagogion, posada, construido en el siglo III a. C. para dar alojamiento a los peregrinos.
Era una edificación imponente que, al parecer, disponía de dos pisos y de unas 150 estancias.
Pasadas las ruinas de unos baños prerromanos torcemos a la derecha para llegar a un gran edificio
cuadrado con salas hipóstilas y peristilo de estilo dórico. Fue construido a finales del siglo IV o
principios del III a. C. y, aunque recibe el nombre de gimnasio, pudo haberse usado también en
banquetes, pues en alguno de sus recintos se han encontrado soportes de piedra para los lechos
que se utilizaban en los mismos.
Al oeste del gimnasio estaba el estadio. Empezamos a adentrarnos en el área más sagrada del
recinto. A mano derecha, el primer templo con que nos encontramos es el de Artemisa, del que
quedan solamente los cimientos. Se trataba de un templo próstilo hexástilo dórico, con canalones
decorados con imágenes de perros y un jabalí, una muestra de los cuales puede verse en el museo.
Al oeste del templo siguen visibles los cimientos de un edificio precedido por un pórtico de ocho
columnas, que pudiera haber sido el taller de Trasímedes de Paros, quien esculpió la estatua
crisoelefantina de Asclepio.
El área sagrada y terapéutica está compuesta por cuatro edificaciones principales: El antiguo
enkoimeterion, situado detrás del templo de Artemisa; el tholos, que es el edificio de planta
circular que está ubicado más a la izquierda; el templo de Asclepio, entre el tholos y el antiguo
enkoimeterion; y, como cierre y al norte de toda la zona, el nuevo enkoimeterion. Salimos del nuevo
enkoimeterion y nos dirigimos hacia los propileos situados al norte por la vía sacra.
A la izquierda nos encontramos primeramente con la biblioteca, donde leían los enfermos por las
mañanas, y después el templo de Temis, de finales del siglo IV a. C. A la derecha está ubicado el
recinto central del santuario y al fondo y fuera de él el templo de los Dióscuros. Finalmente vemos
el llamado pórtico de Cotis. Este edificio tiene pórticos dóricos en los laterales y un patio central
flanqueado por un peristilo donde se situaban las tiendas en las que compraban los enfermos. Fue
erigido en época helenística y restaurado por Cotis, rey de Tracia, a principios del siglo I d.C.
El conjunto de los propileos del santuario disponía de dos fachadas. Una miraba al exterior del
santuario y la otra hacia el interior. Cada una de ellas disponía de seis columnas jónicas. A los
propileos se accedía por una rampa. En el interior, delante de las paredes este y oeste, había una
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fila de 5 columnas, mientras que en los frentes norte y sur, detrás de las fachadas, había cuatro
columnas in antis.
El Teatro de Epidauro.
El teatro de Epidauro se levantó en el siglo IV a. C. por Policleto el Joven quien lo diseñó para una
capacidad de 6200 espectadores. Este arquitecto fue quien diseñó también el tholos que se
encuentra en las cercanías del templo de Asclepio.
Los espectadores ingresaban en las gradas inferiores desde el párodos y desde aquí accedían a las
gradas superiores. A las últimas filas se entraba directamente desde las áreas circundantes. La
acústica del teatro es espléndida y permite a un espectador sentado en la grada más elevada oír el
ruido que hace una moneda al caer en el centro de la orquestra.
El Templo de Asclepio.
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ejecutó por varios artistas. En el frontón occidental se representaba una amazonomaquia frente a
las murallas de Troya. En el centro destaca a caballo Pentesilea, la reina de las amazonas, que pelea
con dos guerreros, uno de los cuales ha sido identificado con Macaón, hijo de Asclepio, que luchó
en Troya. En las esquinas vemos a dos griegos caídos en la batalla. El autor del frontón nos es
desconocido. La acrótera central del frontón es una Nike que baja del cielo agarrando una perdiz,
símbolo de la personalidad curativa de Asclepio. Las acróteras laterales son dos Nereidas a caballo.
Las tres acróteras son obra del escultor Timoteo.
A la naos se entraba por una lujosísima puerta hecha de madera y marfil. En ella estaba alojada la
estatua crisoelefantina del dios, obra de Trasímedes de Paros. Representaba a Asclepio
acompañado de un perro y sentado en un trono con la mano derecha sosteniendo un cetro y la
izquierda apoyada en la cabeza de una serpiente. Sobre el trono estaban esculpidas hazañas de
héroes argivos: la de Belerofonte en relación con la Quimera y la de Perseo que ha cortado la cabeza
a la Medusa.
Frente al templo se encontraba el gran altar, de 15 m. de longitud, construido a la vez que el templo,
en donde se celebraban los sacrificios en honor al dios. En la parte sur del altar se levantó una
construcción tetrástila que era el principal lugar del sacrificio, mientras que en la parte norte se
erigían una serie de estatuas de hombres pudientes que habían sido curados por el dios.
El Estadio.
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El Tholos.
El Tholos, que está siendo objeto de un programa de restauración, se erigió en la esquina oeste de
la zona sagrada por Policleto el Joven, el arquitecto del teatro, a mediados del siglo IV a. C.
Estaba cimentado sobre tres muros circulares concéntricos, únicos restos del monumento que han
llegado hasta nosotros. Sobre un podio circular escalonado de tres niveles apoyaban 26 columnas
dóricas de 7 m. de altura que sostenían un arquitrabe circular con triglifos y metopas. A la columnata
exterior seguía la pared de la naos, que era circular. La superficie interior estaba decorada con
pinturas.
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por un pórtico jónico doble. A la sección occidental, de una altura, se añadió al final del mismo siglo
otra altura más. Aquí dormían los enfermos para recibir en sueños la visión del dios curador que
les revelaría un remedio para la enfermedad.
El nuevo enkoimeterion o ábaton contenía el pozo sagrado de Asclepio y entre sus columnas había
paneles de piedra para ocultar los ritos que tenían lugar en su interior.
NAUPLIA.
Más moderna, pero no exenta de encanto, es la villa de Nauplia, a escasa distancia de Epidauro.
Nauplia, Nafplio para los griegos, fue la primera capital del país entre 1829 y 1834, al comienzo de
la independencia de los griegos respecto de los turcos.
Con anterioridad la ciudad había sido ocupada por los venecianos. De hecho, muchas de las
construcciones se remontan a la segunda ocupación veneciana, entre 1686 y 1834. Así, pasear por
sus calles pavimentadas con mármol y edificios de aire neoclásico, o ascender por las fortalezas
entrelazadas es remontarse al enclave estratégico que fue motivo de continuas disputas entre
venecianos y otomanos desde el siglo XV en adelante, si bien el origen de la ciudad data de mucho
antes.
De los cuatro fuertes de Nauplia cabe destacar el de Palamidí, sobre la colina oriental que domina
la zona. Se trata de una poderosa estructura amurallada que rodea siete bastiones autosuficientes,
diseñados para resistir la temible artillería de la época. Para contemplar las hermosas vistas que se
ofrecen desde lo alto de Palamidí hay que armarse de valor, ya que casi 900 escalones culminan la
ascensión desde el casco viejo hasta la cima.
Tiene un encanto especial el tomarse un café en alguna de las terrazas que dan al mar. Desde ellas
se puede contemplar el islote de Bourtzi, un castillo que parece flotar sobre las aguas. Siguiendo el
paseo marítimo desde el puerto, en dirección este, disfrutaremos de las vistas ofrecidas por el golfo
de la Argólida, cuyas aguas parecen plata fundida por el sol al atardecer. Al final del camino,
llegaremos a una pequeña playa apartada del pueblo, donde podremos deleitarnos con un buen
baño en aguas del Egeo, si es que el tiempo acompaña.
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LA ACRÓPOLIS.
El conjunto monumental de la Acrópolis se levantó en el siglo V a. C. sobre las ruinas que dejaron
las guerras contra los Persas. Sus principales impulsores fueron el estadista Pericles y el arquitecto
Fidias, dos colosales talentos al servicio de la democracia ateniense. Este promontorio escarpado
era la ciudad primitiva. Quedan algunos muros micénicos de cuando un puñado de mortales convivía
con los dioses y Atenea, según cuenta Homero, se coló en la plaza de Erecteion. Poco a poco se
impuso el sentido común: los vecinos bajaron al llano y la terraza quedó como espacio sagrado
adonde se va a sacrificar unos bueyes, charlar con conocidos y respirar aire puro. Atenas cuajaba
entonces una original fórmula de convivencia.
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El inicio de la Democracia.
Olvidadas las etapas de reyes y tiranos, practicaba una forma de gobierno en la que el pueblo
participaba en las decisiones con una asamblea que se reunía, al menos, cada diez días. Algo
parecido a la democracia moderna, si no en las fórmulas, sí en el espíritu. Políticos como Efialtes o
Solón sentaron las bases, y cuando Pericles tomó las riendas en el siglo V a. C. pudo decir: Somos la
escuela de toda la Hélade. Lo cierto es que en dos centurias Atenas produjo una extraordinaria
floración de escritores, artistas, filósofos y sabios.
Hubo un momento crítico para la Acrópolis. Se rehacía el templo de Atenea Niké y se tenían ya listas
muchas estatuas y tambores de columnas, cuando Jerjes, el soberano persa, echó encima su
máquina de guerra. Trataron de frenarlo en el desfiladero de las Termópilas, pero el Gran Rey los
aplastó y saqueó Atenas en el año 480 a. C. Para expulsar a los persas se formó una liga entre todas
las ciudades de la Hélade y, tras las victorias griegas de Salamina y Platea, lograron alejar la
amenaza. Poco a poco, el dinero que las ciudades aportaban voluntariamente para la causa
defensiva siguió siendo exigido, a veces mediante la fuerza, por parte de Atenas, que ejercía cierto
imperialismo económico y administraba una fortuna notable. Atenas toma su nombre de la diosa
Atenea, tan feroz en la batalla como amante de la inteligencia y de la razón. La ciudad identificó su
esencia con esos valores y los defendió armas en mano frente a las potencias autocráticas de su
tiempo, como Persia o Esparta. Pericles se dispuso a convertir la Acrópolis en un grandioso reducto
cívico sagrado en honor de la diosa Atenea que los había librado de los persas. A su proyecto se
debe la configuración de la Acrópolis tal como hoy la vemos. Que no es, ni mucho menos, el aspecto
que tuvo durante siglos: aquellos mármoles sagrados les vinieron de perlas a quienes levantaron un
gallinero o un corral; e incluso fueron robados para disfrutarlos en otros países.
La Restauración de la Acrópolis.
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recomposición de las construcciones con los fragmentos hallados en el suelo. Así, lo que surge de
sus cenizas es la Acrópolis del tiempo de Pericles, un recinto a caballo entre el exvoto religioso y la
campaña publicitaria, al cual se accedía por la Vía Sacra, que enfilaba la procesión de las
Panateneas, al final de la cosecha, con ofrendas para la patrona y un rico peplo o túnica tejida por
manos vírgenes. La vía atravesaba el ágora, a los pies del escarpe, y penetraba en la Acrópolis por
una puerta monumental, los Propileos, concebida a modo de prólogo del Partenón y erigida por el
arquitecto Mnesicles un año después de terminarse aquél. Es difícil revivir las sensaciones de
quienes entraban en el territorio sacro por los Propileos. Si lo viéramos tal y como fue, tal vez nos
parecería un poco hortera. No todo, pero muchas partes estaban pintadas con colores vivos sobre
los cuales resaltaba la palidez del mármol; los fondos de los relieves, por ejemplo, o los techos
interiores teñidos de azul con estrellitas doradas. Salvada la cuesta y franqueados los Propileos,
conviene volver la vista atrás, a la derecha. Allí, como un mascarón de proa, campea una auténtica
joya, el templo de Atenea Niké, erigido en memoria de la victoria de Salamina y ceñido con un
delicado friso de figuras a modo de corona triunfal.
Los Propileos.
Los Propileos constituyen,
con toda probabilidad, el
umbral más espectacular de
cuantos anteceden a un
conjunto arquitectónico de
la Antigüedad. Flanquear
esta monumental entrada
es retroceder en el tiempo al
siglo V a. C. Más concreta-
mente a los años trans-
curridos entre el 437 a. C. y
el 431 a. C. (ya que la obra
estuvo interrumpida duran-
te la Guerra del Peloponeso,
que tuvo lugar en el 432 a.
C.), el periodo en el que fue
erigida la monumental entrada sobre la vieja estructura primigenia dentro del conjunto de obras
que integraban el nuevo plan de Pericles de la Acrópolis de Atenas.
Y es que, posiblemente, el actual aspecto de las ruinas arqueológicas, con ese silencioso encanto
que se percibe flotando por entre la desnuda estructura, podría parecerse a la apariencia que
presentara la escena en pleno proceso de construcción, siglos atrás.
A pesar de las numerosas calamidades y vicisitudes sufridas a lo largo de los siglos (hizo las veces de
fortaleza, residencia arzobispal, palacio durante la ocupación de los francos y hasta de arsenal de
los turcos, sufriendo la explosión del polvorín en el que llegó a convertirse en un periodo de la
dominación otomana, al impactar una pieza de artillería durante un asedio veneciano; e incluso fue
afectado por la caída de un rayo en el año 1645), la estructura que conforman los Propíleos de la
Acrópolis ha conseguido mantenerse en pie, si bien, con el paso del tiempo, fue perdiendo parte
del esplendor original.
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Así, la construcción iniciada por el arquitecto Mnesicles, que sustituyó a la primigenia estructura de
la época de Pisístrato, contó en origen con un edificio principal, el cual se encontraba dividido por
una doble porticada como fachada, cada una con cinco aberturas, vestíbulo de entrada e hilera de
columnas de orden dórico y jónico. La obra, realizada con mármol pentélico, estaba coronada por
un techado azul en el que brillaban unos adornos dorados a modo de estrellas.
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El Partenón.
Han transcurrido casi dos mil quinientos años desde su construcción y, tras franquear los Propileos,
el perfil del templo consagrado a la diosa Atenea va tomando cuerpo, recortándose contra el fondo
celeste, llenando toda la escena con su porte hasta que parece ser la única realidad existente entre
el cielo y la tierra, sencillamente colosal y armoniosa a los ojos de quien lo contempla, pues tal es
su fuerza visual.
Los planos del proyecto fueron realizados por los arquitectos Calícrates e Ictino, cuyo trabajo se
encontró bajo constante supervisión del gran Fidias, artífice del nuevo plan de Pericles. Las obras
se iniciaron en el año 437 a. C. y culminaron en el 432 a. C., dando lugar a un edificio de orden
dórico con unas dimensiones aproximadas de 70 metros de largo por 31 de ancho, con columnas
de más de diez metros de alto, casi todo él puro mármol traído de las canteras del vecino monte
Pentelis. Una inmensa cámara interior albergaba la espectacular escultura de Atenea Parthenos
(virgen), de la cual deriva el nombre del templo, Partenón. Fue esculpida en oro (se precisó más de
una tonelada) y marfil por Fidias, alcanzando una altura de 12 metros.
La perfección de la obra llega a tal punto que el basamento sobre el que se erige el templo está
curvado a propósito para corregir el defecto óptico que se produce en el ojo humano en la
percepción de una superficie recta. Esta pequeña elevación en el centro de la base ayudaba además
a la expulsión del agua hacia el exterior de la estructura. Igualmente, el empleo de columnas de
distinto tamaño según su disposición no equidistante sobre la planta, con un mayor diámetro en su
zona central (llamada éntasis) y ligeramente arqueadas hacia el centro, así como otros pequeños
detalles, colaboran a corregir el efecto de leve deformación visual que produce la contemplación
según la distancia de estas monumentales obras.
Resulta realmente complicado, hasta para la mente más fantasiosa, imaginar cómo fue en realidad
el templo en su máximo esplendor, tras su inauguración en el siglo V a. C. Pues donde hoy se
presenta una desnuda estructura de mármol blanco, una vez hubo adornos y colores. En la parte
superior de cada frontispicio, la magnitud de algunas de las figuras que componían las escenas
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contrastaba con las del Friso de las Panateneas, de menor tamaño. Bajo los gigantescos frontones,
las metopas, separadas por triglifos, presentan relieves con motivos inspirados en la mitología
griega, como la Gigantomaquia, Amazonomaquia, la Guerra de centauros y lapitas o la Guerra de
Troya. Toda esta formidable combinación de escultura integrada estaba adornada con tonos vivos
que daban a la estructura un aspecto muy distinto del que conserva actualmente. Hoy día, los
huesos del esqueleto del Partenón resplandecen con el fulgor de la luz del sol, creando una
atmósfera digna del tiempo de leyenda que se recrea en los relieves del templo.
El Erecteion.
El gran señor de los mares, Poseidón, quien competía con Atenea por convertirse en dios protector
de la ciudad de los atenienses, clavó su tridente en la roca de la que brotó el Erecteion o Erecteón,
uno de los templos que gobiernan la Acrópolis. Si bien el dios de los océanos acabó saliendo
derrotado de su competición con la futura deidad patrona de la ciudad por convertirse en protector
de Atenas, el templo del Erecteion se erige como uno de los más espléndidos de cuantos dominan
el sagrado recinto de la Acrópolis de Atenas.
El hermoso edificio, tallado en mármol pentélico, fue construido entre los años 421 y 406 a. C., obra
atribuida al arquitecto Filocles y consagrada a Atenea, Poseidón y al mítico rey ateniense Erecteo.
La planta del templo escala las alturas desniveladas por el terreno hasta constituirse en una
armónica estructura a pesar de las circunstancias, como un ejemplo único de adaptación
arquitectónica dentro de la Acrópolis.
De los tres pórticos que abren la entrada al recinto destaca el del lado sur, donde las cariátides,
estatuas con forma de mujer que hacían las veces de columnas, soportaban el peso del piso
superior. Las figuras que actualmente se encuentran en el lugar son réplicas de las originales, cuatro
de las cuales pueden apreciarse en el moderno Museo de la Acrópolis.
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Las Cariátides.
El teatro de Dionisos.
Asimismo, existía una gruta consagrada a Ártemis. Hermana melliza de Apolo, era la deidad virgen
de la salvaje naturaleza. Durante el cristianismo la cueva fue transformada en una capilla bizantina,
llamada Panagia Spiliotissa (La Virgen de la Cueva), que aún hoy presenta un aspecto primitivo y
genuino.
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El Odeón de Herodes Ático es el más sublime de los antiguos teatros griegos que se conservan
actualmente en Atenas. Las obras para su construcción comenzaron en el año 161 gracias al
mecenazgo de Herodes Ático, orador y político griego pro romano, en honor de su difunta esposa.
De menores dimensiones que su vecino, el más antiguo Teatro de Dionisos, tenía una capacidad
para albergar un aforo de unos cinco mil espectadores aproximadamente. Se encuentra enclavado
en la ladera sur de la Acrópolis, como si brotara de las entrañas de la roca.
El Museo de la Acrópolis.
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e importantes piezas de los edificios de la Acrópolis, como son los Propileos, el templo de Atenea
Niké, el Erecteion y el Partenón, que dispone de una sala exclusiva (las más relevante del museo).
Otro de sus grandes atractivos es sin duda la Sala de las Cariátides, las famosas columnas con forma
de mujer que sostenían parte del Templo del Erecteion de la Acrópolis de Atenas.
Entre otras obras destacamos la figura de lechuza de mármol de la entrada al museo (símbolo de la
sabiduría). En el vestíbulo del museo podremos disfrutar de la estatua de mármol de Procne, el
busto de Artemisa Brauronia, y como pieza señalada el busto de Alejandro Magno. También
destacamos la estatua de Hermes Propileo que se encontraba a la entrada de la Acrópolis. Otra de
sus joyas emblemáticas es el Moscóforos, estatua de un joven que porta sobre sus hombros un
ternero. Destacan también las estatuas de jóvenes doncellas denominadas Korai. Debe tenerse en
cuenta que una visita completa al Museo de la Acrópolis ocupa unas dos horas.
EL LICABETO.
La colina del monte Licabeto o Lykabittós es, con 227 metros, el punto más alto de Atenas. Dispone
de una de las mejores vistas de la ciudad, que se pueden contemplar con gran deleite al asomarse
a sus miradores o desde el restaurante y los cafés que se encuentran en la cumbre. Según cuenta la
mitología, la roca, que se le cayó accidentalmente a la diosa Atenea, estaba destinada a servir como
base sobre la que se cimentaría la Acrópolis. La literatura clásica nos ha dejado algunas referencias
al Lykabittós a través de obras como el Critias de Platón o Las Ranas de Aristófanes.
La cima del Licabeto alberga la singular capilla de San Jorge (Ágios Georgios), erigida sobre el
emplazamiento de una primigenia iglesia consagrada al profeta Elías. En la víspera de la Pascua
Ortodoxa una serpiente luminosa recorre la ladera del monte. Se trata de la procesión que,
iluminada con velas, desciende por los caminos hasta la base de la colina.
El Licabeto cuenta también con un pequeño teatro en el que tienen lugar espectáculos de diversa
índole que alcanzan su mayor apogeo durante el festival que tiene lugar en Atenas en los meses de
verano. El visitante puede llegar a la cima caminando en menos de una hora o, si lo prefiere, de
forma más rápida, haciendo uso del funicular que sale de la calle Ploutarhou, en las inmediaciones
del barrio de Kolonaki.
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EL SANTUARIO DE DELFOS.
“Nadie que acuda a Delfos puede resistir la fuerza que emanan aquellos santuarios, tan desolados
como altivos en el seno de un paisaje violento. Delfos comunica una fuerza indomable, allí al pie del
pétreo Parnaso, cercado de afilados picachos y en difícil equilibrio sobre barrancadas que bien
pueden conducir a los infiernos.” Así describe el lugar Javier Reverte en su libro Corazón de Ulises.
El lugar era un recinto sagrado dedicado principalmente al dios Apolo, llegando a ser el centro
religioso de mayor influencia de la antigua Grecia. Destacaba el gran templo consagrado a Apolo,
en el que se hallaba la Pitia, adivinadora que mediaba entre el dios y los hombres en las preguntas
que éstos le planteaban. Hasta este lugar se desplazaron miles de griegos en la antigüedad en busca
de respuestas a cuestiones de diversa índole. Los peregrinos accedían a una parte del templo donde
esperaban que un intermediario entre ellos y la Pitia, que se hallaba en una habitación de acceso
prohibido, les comunicara la contestación. Ésta solía ofrecer con frecuencia interpretaciones
ambiguas, con lo que el oráculo siempre acertaba.
Según la mitología, Apolo había dado muerte a la serpiente Pitón que vivía en una cueva cercana al
santuario para apoderarse de su sabiduría. Una vez hecho esto, el dios guardó las cenizas de la
serpiente en un sarcófago e instituyó unos juegos en su honor llamados Juegos Píticos. Del nombre
de la serpiente proviene el de la Pitia o adivinadora, que interpretaba las respuestas del dios.
El ascenso por el yacimiento es costoso, ya que hay que andar por caminos inclinados, pero los
distintos tesoros que el visitante irá descubriendo conforme vaya completando la subida colmarán
con creces las más altas expectativas. Las primeras ruinas que aparecerán serán las de la fuente
Castalia, a la derecha de la carretera. Esta fuente era el lugar al que acudían las pitias y los
sacerdotes a purificarse antes de entrar en el recinto sagrado. Al otro lado de la carretera, algo más
abajo, se encuentra la zona del gimnasio y, prosiguiendo la bajada, el santuario de Atenea Pronaia,
uno de los más originales que existen por su tholos con base circular edificado a finales del siglo IV
a.C., si bien el templo fue construido años antes, en el siglo VII a.C.
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Desde la entrada al yacimiento hasta llegar al templo de Apolo, el visitante se irá topando con los
denominados Tesoros de las ciudades griegas, pequeños templetes donde se guardaban las
ofrendas y donaciones que cada polis hacía al santuario, llegando a tratarse en ocasiones de piezas
de gran valor. Destacan especialmente el de Atenas, con su templo de mármol prácticamente
intacto y el de Sifnos, cuyos motivos decorativos estaban inspirados en la Gigantomaquia (guerra
entre los gigantes y los dioses olímpicos).
El templo de Apolo podría ser el sexto que se construyera en el mismo emplazamiento, si bien de
los tres primeros solo existen referencias literarias. El cuarto y el quinto eran de orden dórico, siendo
destruido el primero por un incendio y el segundo por un terremoto. El que podemos admirar hoy
día fue construido en el siglo IV a.C. Sobre el templo se encuentra el teatro, cuyo aforo albergaba a
cerca de 5.000 espectadores que se sentaban a disfrutar de las obras clásicas, como el drama de
Edipo, que mataría a su padre y se casaría con su madre, tal y como anunció, precisamente, el
oráculo de Delfos.
Más arriba, el estadio tenía capacidad para 7.000 personas y en él se celebraban los Juegos Píticos.
El Museo cuenta con obras de gran valor, de entre las que destacan el auriga de bronce (470 a. C.),
las estatuas de Cleobis y Bitón (siglo VI a. C.), el toro de plata casi de tamaño natural (siglo VI a. C.),
la escultura de metal más antigua que se conserva), la esfinge de Naxos, los relieves del Tesoro de
Sifnos y el Ónfalos, el ombligo del mundo.
Una piedra cónica llamada ónfalos (ombligo) muestra el lugar que sería considerado como el centro
desde el que comenzaría la creación del mundo y que se convirtió también en el centro sagrado de
toda Grecia.
El templo de Apolo.
El templo de Apolo, la más importante construcción del santuario, domina el recinto sagrado desde
su posición central. Aquí se guardaban las estatuas y las demás ofrendas al dios y tenían lugar los
rituales de culto, incluyendo el de la adivinación. Además aquí estaba el archivo, destruido en el 373
a. C., que contenía las listas de los vencedores de los juegos Píticos.
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Según la leyenda, el propio Apolo ayudó a los arquitectos Trofonios y Agamedes a construir el
templo de piedra, destruido por el fuego en el 548 a. C. Su restauración, con la ayuda de griegos y
no griegos, fue completada en torno al 510 a. C. por la familia Alcmeónida de Atenas. Era un templo
períptero dorio, que fue destruido por un terremoto en el 373 a. C. El templo existente no fue
completado hasta la Tercera Guerra Sagrada, en 330 a. C. Este templo dórico fue levantado por los
arquitectos Espintaros de Corinto, Xenodoro y Agatón, con 6 columnas en el frente y 15 en los lados,
y el pronaos y el opistodomos in antis. La cella estaba dividida en tres naves por dos columnatas de
ocho columnas dóricas cada una.
La ceremonia de adivinación tenía lugar en el ádyton, una habitación subterránea donde solo los
sacerdotes que interpretaban las palabras de la Pitia tenían acceso. Las esculturas de los frontones
de mármol de Paros eran fruto del trabajo de los escultores atenienses Praxias y Andróstenes. El
frontón este representaba a Apolo y las Musas, y el oeste a Dionisos y las Ménades. Poco se sabe de
cómo era el interior; los escritores antiguos mencionan que las paredes del pronaos estaban escritas
con aforismos de los siete sabios: “Conócete a ti mismo”, “Nada es demasiado”, etc. Había una efigie
de bronce de Homero y un altar de Poseidón, y en el ádyton una estatua de Apolo y el ónfalos.
El templo ha sido parcialmente restaurado y los fragmentos de las esculturas de los frontones se
encuentran en el Museo Arqueológico de Delfos.
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de oro y plata, y quisieron agradecer esto al dios Apolo dedicándole este tesoro.
Se conservan in situ solo los cimientos y algunos motivos de la decoración que se exponen en el
Museo Arqueológico de Delfos.
El teatro de Delfos.
El teatro de Delfos, uno de los pocos teatros griegos de los que conocemos con exactitud su fecha y
su diseño, se localiza dentro del santuario de Apolo, en la esquina noroeste del muro circundante.
En él se celebraban los concursos musicales de los juegos Pitios y de otros festivales religiosos.
Se desconoce la forma original del teatro; es posible que los espectadores se sentasen en asientos
de madera o sobre el mismo suelo. El primer teatro de piedra se construyó en el siglo IV a. C. y fue
reelaborado varias veces. La forma conservada se debe a la restauración patrocinada por Eumenes
II de Pérgamo en los años 160-159 a. C.
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El Camino Sagrado.
El gimnasio.
Algunos siglos más tarde este recinto fue ocupado por un monasterio bizantino. Su iglesia principal,
construida en lo alto de la palestra, fue demolida en 1898 por los arqueólogos de la excavación. En
su visita a Delfos, Lord Byron inscribió su nombre en una de las columnas reutilizadas en el
monasterio.
La fuente Castalia.
Fue la fuente sagrada de Delfos y su agua jugó un importante papel en el culto del templo y del
oráculo. Aquí se lavaban la Pitia, los sacerdotes y los servidores del templo y de ella se tomaba
también el agua usada para lavar el propio templo. Los teopropoi, los consultantes del oráculo,
estaban obligados a lavarse aquí para purificarse.
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El estadio.
Es uno de los monumentos mejor conservados de esta índole. Está situado al noroeste del teatro,
sobre el santuario de Apolo, en la parte más elevada de la antigua ciudad. En él tenían lugar las
competiciones atléticas de los juegos pitios.
El estadio original es del siglo V a. C. y tendría asientos de madera o tal vez se sentarían sobre el
mismo suelo. Las gradas conservadas se construyeron en el siglo II d. C. por Herodes Ático, junto
con el arco triunfal que decora la entrada. El graderío norte con doce filas de asientos y la tribuna
de la «proedria» (presidencia) al oeste se encuentran bastante bien conservados. En el lado sur solo
había seis filas de asientos debido a la inclinación del terreno.
La pista de carreras tenía unas dimensiones de 177,55 por 25,6 metros, por lo que se estima que 17
o 18 corredores podían competir a la vez en una carrera y sus límites estaban marcados con una fila
de losas de piedra.
El tholos del santuario de Atenea Pronaia, claramente visible desde arriba, es tal vez el monumento
más característico en Delfos y el edificio más importante de este pequeño santuario. Este edificio
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circular de propósito desconocido es una obra maestra de la arquitectura clásica. Fue concebido
posiblemente para desarrollar algunos de los cultos ctónicos.
Según Vitruvio, se levantó en el 380 a. C. por el arquitecto Teodoro de Fócide. El tholos es una
síntesis de la mayoría de los estilos de la arquitectura clásica. Descansa sobre un podio de tres
peldaños y las veinte columnas dóricas del peristilo exterior soportaban un friso de triglifos y
metopas con decoración en relieve. Dentro de la cella había diez columnas corintias. Se utilizaron
materiales variados para conseguir un efecto multicolor: mármoles de Paros y del Pentélico y piedra
caliza azul de Eleusis para los detalles estructurales, el muro de la cella y el suelo. El techo,
probablemente cónico, fue decorado con acróteras con forma de mujer en una pose de danza.
El tholos fue parcialmente restaurado en 1938. Sus restos arquitectónicos y algunas esculturas
recuperadas se conservan actualmente en el Museo Arqueológico de Delfos.
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