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El dogma de la inviolabilidad del rey

 Leo y releo la Constitució n y no encuentro ningú n pasaje en el que se diga


expresamente que la inviolabilidad es absoluta y que abarca tanto los
actos pú blicos como los privados. Tampoco encuentro antecedentes en las
actas que recogen los debates previos a la redacció n del texto
constitucional

José Antonio Martín Pallín


Comisionado español de la Comisión Internacional de Juristas (Ginebra)
Abogado. Ex fiscal y magistrado del Tribunal Supremo.

Juan Carlos I Eduardo Parra - Europa Press

11 de julio de 2022 23:25h
Actualizado el 12/07/2022 05:30h

https://www.eldiario.es/opinion/tribuna-abierta/dogma-inviolabilidad-
rey_129_9161406.html

La cuestió n sobre la inviolabilidad de la persona del Rey, proclamada en nuestra


Constitució n, se ha convertido en un debate teoló gico alejado de cualquier
interpretació n racional y ló gica exigible en un estado de derecho. Si alguna
institució n, a lo largo de la historia, se ha construido sobre los dogmas, sin duda
alguna ha sido la Iglesia Cató lica, Apostó lica y Romana. Son numerosos los dogmas
que han sido asumidos como verdades inmutables procedentes de la revelació n
divina o elaborados por decisiones adoptadas en concilios ecuménicos. Para no
herir sensibilidades me centraré en el de la Santísima Trinidad y en el de la
Primacía e Infalibilidad del Papa. El primero ha sido admitido por la propia
ortodoxia cató lica, como un misterio y el segundo, vigente durante siglos, se ha
matizado limitá ndolo a los casos en los que habla “ex cathedra”, es decir cuando se
expresa desde el solio Pontificio. Si niegas algú n dogma, te alejas o te expulsan de
la Iglesia y te conviertes en un hereje.

Si los señ ores letrados del Congreso quieren seguir anclados en los dogmas, por lo
menos que acudan a los clá sicos. San Pablo, en su Carta a los Romanos, nos enseñ a
que: no hay autoridad que no venga de Dios“. El renombrado Obispo Bossuet (1627-
1704) en La política inspirada en la Sagrada Escritura mantiene que los Reyes
reciben su poder directamente de Dios y su misió n es la ejecució n de la voluntad
divina. Cualquier otra forma de gobierno es imperfecta. La autoridad real se
considerada sagrada. Si volvemos al presente y nos situamos en el terreno laico y
democrá tico; segú n el diccionario de la Real Academia Españ ola, un dogma: ”es
una proposició n que se asienta por firme y cierta como principio innegable“. Se
tiene por verdad y no puede ponerse en duda. Para María Moliner, dogma es una
afirmació n tenida por indudable, en la que deben creer obligatoriamente los
adeptos a la doctrina de que forma parte.
Por enésima vez, los letrados del Congreso de los Diputados y sus corifeos, acuden
al “raciocinio dogmático” para predicar, urbi et orbi, que la inviolabilidad del Rey es
absoluta porque así lo dice la Constitució n. Acaban de denegar la tramitació n de
una proposició n de Ley del Partido Nacionalista Vasco que pretendía modificar la
Ley Orgá nica del Poder Judicial para que el Tribunal Supremo conociese de las
acciones civiles y penales contra el Rey o la Reina por actos que no tengan relació n
con las funciones institucionales del Jefe del Estado. Leo y releo la Constitució n y
no encuentro ningú n pasaje en el que se diga expresamente que la inviolabilidad es
absoluta y que abarca tanto los actos pú blicos como los privados. Tampoco
encuentro antecedentes en las actas que recogen los debates previos a la redacció n
del texto constitucional.

La vigente Constitució n, a diferencia de algunas anteriores, proclama que la


soberanía reside en el pueblo españ ol y elimina la condició n de sagrada para la
persona del Rey. Lo que dice la Constitució n es que el Rey es el Jefe del Estado,
nada menos, pero nada má s. En todos los textos constitucionales, incluidos los de
las monarquías existentes en la Unió n Europea, se afirma, al igual que en la
nuestra, que los actos del Rey deben ser refrendados por los ministros. Es evidente
que el Presidente o los ministros solo pueden refrendar los actos políticos del Jefe
del Estado. La irresponsabilidad de la persona del Rey solo puede entenderse en
un plano político, pero no puede extenderse a las actividades privadas, sin el riesgo
de consagrar constitucionalmente el despotismo y la impunidad. Por favor, señ ores
letrados, reflexionen sobre lo que afirman porque despotismo equivale a abuso de
superioridad, fuerza o poder en la relació n con los demá s. Eso, ni má s ni menos, es
lo que ustedes está n sosteniendo, en contra de los valores y principios
constitucionales.

En medio de esta controversia, disponemos de una inestimable interpretació n


auténtica realizada por el propio Jefe del Estado con ocasió n de uno de los
discursos que dirige, en fechas señ aladas, a los españ oles. Estaba en curso el
proceso abierto contra Iñ aki Urdangarin, marido de su hija Cristina, acusado de
varios delitos de fraude y contra ella misma, considerada como partícipe a título
lucrativo. Como puede observarse, se trataba de actividades privadas, fomentadas
y apoyadas por el respaldo real, sin cuya contribució n hubiera sido imposible
realizarlas. Pues bien, el propio Jefe del Estado que, al mismo tiempo, era la
persona del Rey que se dirigía a los españ oles, declaró , en tono solemne: “Todos
somos iguales ante la ley”. Esta afirmació n cayó en saco roto y los letrados, al
parecer, opinan que los que le redactaron el discurso no tenían ni idea de derecho
constitucional. 

Cuando esta estrambó tica e incongruente posició n se intenta sostener por los
representantes del Gobierno de Españ a, en una demanda civil, presentada en
Inglaterra, contra el anterior jefe del Estado don Juan Carlos de Borbó n y Borbó n, a
nadie puede extrañ ar que un juez inglés, sin ningú n á nimo de confrontació n y con
el solo uso de la razó n y del sentido comú n, no entienda que la inviolabilidad
alcance también a un posible robo en una joyería. Cosas, como diría Franco, de la
pérfida Albió n.
Si un ciudadanos o ciudadana, que no sú bditos, es víctima de un delito cometido
por la persona del Rey, su derecho constitucional a obtener la tutela efectiva de los
jueces y tribunales en el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos se ve
quebrantado, relegá ndolos a la má s absoluta indefensió n. La cuestió n adquiere
unas caracteres pintorescos y difícilmente asimilables por el comú n de los
mortales, cuando se les dice que, si tienen alguna reclamació n civil, por deudas o
por cualquier otra circunstancia privada, deben olvidarse de acudir a los jueces y
tribunales porque se lo impide la sagrada inviolabilidad de la persona del Rey.  

Hubo un tiempo en el que los comerciantes que abastecían a la Casa Real


ostentaban orgullosos en su publicidad el título de “Proveedores de la Real Casa”.
Ese marchamo ya no puede usarse, pero es ló gico pensar que los miembros de la
familia real comen, se visten y gozan, como todos, de la posibilidad de acceder a
toda clase de bienes de consumo. Si algú n día, espero que no, las facturas no se
pagan, ya lo saben, como en el dicho militar: “Las reclamaciones al maestro
armero”. 

Pienso que, ante el conflicto, el actual Jefe del Estado y sus asesores, hayan tenido
la oportunidad de reflexionar sobre las consecuencias de esta anomalía, insó lita en
cualquier sistema democrá tico. No creo necesaria una ley de la Corona, basta con
desempolvar el dictamen del Consejo de Estado, cuando fue requerido para
pronunciarse sobre la necesidad de modificar la Constitució n ante la renuncia a la
inviolabilidad absoluta que suponía la firma por Españ a del Estatuto de la Corte
Penal. Se estimó , con buen criterio, que no era necesario. Es suficiente con
interpretar el alcance de la inviolabilidad, en el sentido de los Tratados
Internacionales que delimitan las inmunidades y privilegios del Jefes de Estado a
los actos propios del ejercicio de sus funciones. Así lo impone la
Constitució n. Permanecer al margen o por encima de ella, no es bueno para la
Corona ni para la democracia.

 Tribuna Abierta

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