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FOBIA DEL DICCIONARIO

s. f. (fr. phobie; ingl. phobia; al. Phobie). Ataque de pánico ante un objeto, un animal,
una disposición del espacio, que actúan como señales de angustia.

Este síntoma, que puede aparecer durante la primera infancia y en ciertos estados de
neurosis y de psicosis, no excluye que se pueda hablar de estructura fóbica, que se podrá
definir, con Ch. Melman, como una enfermedad de lo imaginario.

Situación freudiana de la cuestión de la fobia: la angustia de la castración. La fobia es


desde el comienzo una cuestión psicoanalítica. S. Freud la llama histeria de angustia. A
pesar del estallido de esta noción en síntomas diversos que surgen en la histeria, la
neurosis obsesiva y la psicosis misma, se puede esbozar una especificidad estructural de
la fobia. En ella está en juego la simbolización misma, en su difícil lazo con lo
imaginario; esto se puede estudiar en la muy frecuente y pasajera fobia infantil.

La histeria de angustia, en Freud, se opone a la histeria de conversión, en la que grandes


formas de excitación ligadas al investimiento libidinal de una representación reprimida
conducen a una sintomatología somática. En la histeria de angustia, la angustia debida a
una representación angustiante ligada a la sexualidad aparece por sí misma y produce
una fuga que orienta el investimiento hacia una representación sustitutiva que
desempeña el papel simultáneo de señal de angustia y de pantalla ante la verdadera
razón de esta angustia, que es preciso encontrar y definir.

El interés de esta cuestión reside en que ni Freud ni Lacan, en sus elaboraciones tan
novedosas acerca de ella, han tenido una posición teórica inmutable. Y se podría decir
que, en Freud, a pesar de la cura del caso llamado «el pequeño Hans» [Juanito] (1905),
la situación de la fobia fue renovada en 1920 en Inhibición, síntoma y angustia sin que
por ello quedara concluida. ¿Cuál es, por consiguiente, la situación específica de la
fobia? ¿Puede extraerse de la exposición de la elaboración necesaria de este tema algo
que nos guíe hacia lo que la fobia tiene de original? Con el análisis del pequeño Hans,
Freud expone un caso que anuda la cuestión de la fobia, al caballo en este caso, con la
llamada fobia infantil, es decir, con ese momento de la infancia, de los 3 a los 5 años
quizá, en que a menudo el sujeto siente miedo, irracionalmente, frente a ciertos animales
y ciertos espacios, y en el que surge de esta manera la señal de lo que Freud teoriza
como la angustia de castración. Esta fobia se resuelve la mayoría de las veces cuando el
niño toma en cuenta el orden que rige no sólo su sexualidad, sino también la trasmisión
y la filiación.

El pequeño Hans no se atrevía a salir afuera: tenía miedo de que un caballo atado a un
carricoche lo mordiese. Sobre todo parecía temer que el caballo cayese e hiciese un
«tumulto» [al. «Krawall», alboroto, ruido fuerte, discordante]. Freud no condujo
directamente la cura, sino indirectamente, a través de los padres de Hans, que eran sus
alumnos. Esto no es indiferente respecto de la interrogación fundamental del fóbico
sobre la trasmisión del saber concerniente al deseo y al goce. El «pequeño Hans», como
todo fóbico, por «invalidado» que estuviese en su enclaustramiento, era vivaz,
inteligente, lúcido y demistificador. Con facilidad se muestra irónico ante las
teorizaciones paternas que caricaturizan torpemente las teorías freudianas sobre el
complejo de Edipo y la angustia de castración, aunque reconociendo, por otra parte, su
justeza. En efecto, todo el trabajo que Hans hace sobre la diferencia sexual, sobre el
nacimiento de los niños, particularmente el de su hermana Anna tan celada, sobre su
renegacíón (al. Verleugnung) ante el sexo de su hermana, todo ese trabajo elabora paso
a paso algo diferente del pánico ante ese sustituto fálico que es el caballo en la realidad
exterior. Hans admite poco a poco lo que la angustia de castración prescribe simbolizar,
y de ese modo se ve conducido a una cierta curación.

Sin embargo, el resorte de su cura -¿y no es esto acaso una indicación para las curas de
las fobias?- es el momento en que Freud le dice a Hans: «Mucho antes de que él viniera
al mundo, yo sabía que un día nacería un pequeño Hans que amaría tanto a su madre
que por ello tendría miedo de su padre, y se lo conté a su padre». Lo que Freud llama
con humor su «fanfarronada bromista» corresponde a una intervención, que no es una
predicción religiosa, aun cuando el pequeño Hans le pregunte luego bruscamente al
padre: «¿Acaso el profesor habla con el buen Dios para que pueda saber todo por
adelantado?». Ciertamente, Freud indica el lugar justo del miedo de Hans: el caballo era
un sustituto del padre en el triángulo edípico, pero hacía falta además que esta
historización del conflicto pudiese situar un saber inconciente como un conjunto
[sometido a una falta]. Lacan llamará S(A)[A barrada] [significante de la falta en el
Otro, véase «El grafo» en matema] a ese lugar del lenguaje en el que Hans tiene su sitio
en la trasmisión significante. Si el caballo (al. Pferd) está en asonancia con Freud, ya no
se trata sólo de ese pedazo de espacio [y de carne] que surge del horizonte y cae
brutalmente, en su crudeza no simbolizable, sino de que el pequeño Hans ha entrado en
el nudo que liga filiación, nominación y trasmisión por medio de las redes simbólicas
del lenguaje.

A partir de allí va a poder reencontrar el lugar ficcional de las teorías sexuales infantiles
donde pueden historizarse como un juego serio los diferentes lugares que un sujeto
puede ocupar y donde la castración toma un sentido distinto al de un peligro de
mutilación. Curación imperfecta, dirá Lacan, en la medida en que encontrará el tercero
que no encontraba en su padre del lado de una abuela, y que la paternidad que allí
situará será sobre todo una paternidad imaginaria. Esto no quita que la cuestión del falo
y de sus leyes pudo ser planteada y que la respuesta dada toma su sitio en un lugar
dialectizado y no proyectado en la realidad exterior del espacio como la inminencia de
un peligro que, no obedeciendo a ninguna ley, puede surgir en cualquier momento de
cualquier lado.

En Inhibición, síntoma y angustia (1920), Freud remite la fobia a una angustia del yo y
sitúa así la angustia de la fobia directamente en relación con la amenaza de castración,
en tanto que la angustia histérica se manifiesta por la pérdida del amor del lado del
objeto y la angustia de la neurosis obsesiva se juega con relación al superyó. No parece
sin embargo que estas precisiones invaliden la idea de una moción pulsional reprimida
que retornaría como una percepción del exterior. Pues se puede decir que la fobia
plantea la cuestión misma de la represión en la medida en que la oposición del interior y
el exterior remite a una pregnancia imaginaria que no puede sino llevar a un callejón sin
salida la organización de los lazos entre el lenguaje y la manera en que el sujeto allí se
sitúa, aun cuando el concepto freudiano de proyección, inventado y operatorio para la
paranoia, no conviene verdaderamente a la fobia. Sin embargo, establecida la represión
originaria en la fobia, parece que el lazo entre las palabras y lo imaginario, que
concierne al espacio y la mirada, constituye en este caso una solución original. Se
agrega entonces la cuestión de saber si la cura de un fóbico debe conducir a una
neurotización. Aunque es verdad que el fóbico ha inventado todo un montaje para evitar
la castración y la neurotización producida por la simbolización que ella engendra, ¿debe
por ello eludirse la razón de la neurotización y su beneficio, sin intentar repensar la
cuestión y las posturas en juego en la castración?

La idea lacaniana del significante fóbica. Lacan, en el seminario sobre La relación de


objeto (1956-57), estudia casi palabra por palabra el análisis del pequeño Hans relatado
por Freud. Nos hace pasar de la consideración estéril del objeto fóbico a la idea
operatoria de significante fóbico. Este significante fóbico, tal el «Pferd» para Hans, se
define como un significante para todo uso, verdadera metáfora del padre que permite al
niño simbolizar lo Real del goce fálico, que descubre y hace surgir las posturas edípicas.

El objeto fobígeno es situado entonces por Lacan como aquello que en el espacio sirve
para ocultar la angustia fundamental del sujeto. «Para satisfacer algo que no puede
resolverse en el nivel del sujeto, en el nivel de la angustia intolerable, el sujeto no tiene
otro recurso que inventarse el miedo de un tigre de papel». La cuestión es entonces
saber qué liga al objeto fobígeno con el significante fóbico; pero esto no parece haber
sido abordado directamente en Lacan, aunque sólo a partir de la teoría lacaniana del
objeto a, y en particular de lo que dice de la mirada, puede resolverse el problema de
esta articulación, En el Seminario XVI «De un otro al Otro» [debemos advertir que el
establecimiento del título de este seminario es polémico, habiéndose propuesto también
el de «De un Otro al otro»] (1968-69), Lacan toma posición sobre la cuestión de saber si
se puede hablar de una «estructura fóbica»: «No se puede ver allí una entidad clínica -
dice-, sino más bien una plataforma giratoria, algo que debe ser dilucidado en sus
relaciones con aquello a lo que más comúnmente vira, a saber, los dos grandes órdenes
de la neurosis, la histeria y la obsesión, pero también en el punto de juntura que
establece con la perversión».

Efectivamente, se plantea una cuestión: ¿cómo distinguir el objeto fóbico del objeto
fetiche? Ambos mantienen una relación directa con la angustia de castración, tienen
valor de significantes, pero ambos son imaginarizados; ambos representan una cierta
positivización del falo y procuran un acceso al goce fálico.

Con todo, puede encontrarse en Lacan, desde 1963, en un único seminario, El


Seminario de los Nombres-del-Padre (véase Nombre-del-Padre), una indicación que
quizá va a especificar al objeto fóbico: «No es verdad que el animal aparezca como
metáfora del padre en el nivel de la fobia; la fobia no es más que un retorno». ¿Retorno
a un tótem? No es seguro: si Lacan vuelve sobre este tema, es para afinar la cuestión del
lazo entre Nombre-del-Padre y falo en el objeto fóbico: pues parece, como lo subraya
Melman, que el animal fóbico representa al falo y no al padre. ¿Diremos que el objeto
fóbico produce una especie de «crasis» [capacidad de detener hemorragias, de
coagulación. en términos médicos, y contracción de las vocales, en griego 1 entre el
valor significante del falo y un llamado al Nombre-del-Padre simbólico que se resuelve
a menudo bajo la forma de una paternidad imaginaria?

Estas cuestiones tomarán un giro importante en el seminario R.S.I. (1974-75), en el que


justamente lo imaginario es situado de pleno derecho, en pie de igualdad con los otros
dos registros Real y Simbólico, indispensable como ellos para el anudamiento. El 17 de
diciembre de 1974, Lacan redefine la angustia como «aquello que ex-siste del interior
del cuerpo (...) cuando se hace sensible la asociación a un cuerpo (...) de un goce
fálico». Y dice todavía: «Si el pequeño Hans se sumerge en la fobia, es evidentemente
para darle cuerpo al embarazo [embarras: estorbo, molestia, impedimento; también
alusión a la barra de la división del sujeto, y en castellano asociable con el embarazo
femenino; sentimiento trabajado por Lacan en el Seminario XI que tiene a causa de ese
falo, para el que se inventa toda una serie de equivalentes diversamente piafantes bajo la
forma de la llamada fobia a los caballos (...) es devolviéndole esta angustia pura, se
puede decir (...) como se logra acomodarla a ese falo». Se indica aquí una dirección de
la cura: pasar de una positivización del falo a lo que es exactamente su función, el
operador simbólico (Dx, que marca y hace funcionar al mismo tiempo el hiato radical
entre los sexos desde que se trata del sujeto hablante.

Las consecuencias clínicas y teóricas de la obra de Lacan sobre la concepción de la


fobia. La obra de Lacan permite avanzar sobre las diferentes cuestiones planteadas por
la fobia y, sin duda, plantear la hipótesis de una estructura propia de la fobia; hipótesis
importante puesto que, con bastante frecuencia, los grandes fóbicos son situados y
tratados como psicóticos.

Existen fobias a los animales y fobias espaciales (agorafobia, claustrofobia).

Parece que Lacan puede ayudarnos a resolver esta distinción. Esta es una de las
propuestas del estudio de Melman (op. cit.), que plantea la fobia como «una enfermedad
de lo imaginario». Retomando las antiguas descripciones de M. Legrand du Saulle
(1878), destaca, en efecto, que los espacios organizados por la perspectiva son
fobígenos: lugares desiertos donde nada detiene la mirada, miradores, puntos de vista
vertiginosos. Notemos entonces que el animal, ese «automaton», surge a menudo a
partir de lo que tiene función de punto de fuga, como si ese punto (inducido por una
relación con el espacio regulada por la imagen especular, vista y articulada por una
palabra, en el espejo) no fuese ya vinculable a una geometrización sino que pudiese
surgir como un jirón de espacio, dotado de su propia autonomía. El psicoanálisis
lacaniano, a partir del Seminario X, 1963-64, «Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis» (1973), sabe reconocer en el punto de fuga de un cuadro el lugar de la
mirada. Pues bien, de eso se trata expresamente en la fobia: el espacio produce un
peligro amenazante, lo real mismo de la mirada y no ya su lugar. ¿Por qué razón? Se
puede argumentar una relación con lo imaginario: la inteligente agudeza de las fobias,
tan notable y tan impotente para curarlas, puede entenderse así. De este modo, Melman
puede oponer el fóbico al neurótico, que paga con la castración un tributo simbólico al
gran Otro por el goce: «Es (...) como si el sujeto le pagase al Otro (...) un tributo del
orden de lo imaginario con la invención del animal fobígeno (...) la fobia se presenta
entonces como si la amputación del espacio viniese de modo inesperado a constituir el
tributo que el fóbico se ve llevado a pagar». Todo neurótico, por cierto, conoce lugares
inaccesibles, marcados por una prohibición; «pero el problema es que, para el fóbico,
este tributo no tiene límite nunca: puede extenderse hasta el umbral de su domicilio; en
otras palabras, en cierto modo, puede darlo todo». Lo que le permite a Melman decir,
retomando la problemática borromea de Lacan, que hay una relación singular en la fobia
entre lo Imaginario y lo Real. Mientras que habitualmente es el redondel de lo
Simbólico el que hace agujero, el de lo Imaginario el que hace consistencia, y el de lo
Real el que funda la «ex-sistencia», en la fobia todo pasa como si fuese lo imaginario lo
marcado por la dimensión del agujero. Lo que no carece de consecuencias: esto explica
el juego, el equívoco en el fóbico entre el carácter finito o infinito del goce con el que se
las tiene que ver, sea goce fálico, sea goce del Otro. Y demuestra la pregnancia de la
relación yoica con el semejante, en particular con el acompañante necesario, desde que
hay esta suspensión, esta economía de la castración en la relación con el falo que no
plantea verdaderamente la diferencia de los sexos. Esta relación con la infinitud, pagada
con la angustia, es verdad, le da al fóbico esa agudeza sobre sí mismo y el mundo que es
su encanto, aunque esta agudeza no baste para curarlo. Esta es la dificultad de la cura de
los fóbicos, y los éxitos verdaderos aunque temporarios de las reeducaciones
conductistas encuentran ahí sus argumentos. Pero dejan intacto el problema ético
planteado por su curación: ¿pasa esta por una neurotización? Como lo dice Melman:
«¿El Nombre-del-Padre es el pivote necesario para obtener la castración o es el pivote
del síntoma?».

Alemán: Phobie.
Francés: Phobie.
Inglés: Phobia.

Término derivado del griego phobos y utilizado en lengua francesa como sufijo para
designar el terror de un sujeto frente a un objeto, un ser vivo o una situación.

Utilizado en psiquiatría como sustantivo hacia 1870, el término designa una neurosis
cuyo síntoma central es el terror continuo e inmotivado del sujeto ante un ser vivo, un
objeto o una situación que en sí mismos no presentan ningún peligro real.

En psicoanálisis, la fobia es un síntoma y no una neurosis; de allí la utilización en su


lugar de la expresión histeria de angustia. Introducida por Wilhelm Stekel en 1908, y
retomada por Sigmund Freud, la histeria de angustia es una neurosis de tipo histérico
que convierte una angustia en un terror inmotivado ante un objeto, un ser vivo o una
situación que en sí mismos no presentan ningún peligro real.

Entre los sucesores de Freud, la palabra tiende a representar el concepto de histeria de


angustia.

Conocida desde la noche de los tiempos, esta repulsión que afecta a ciertos individuos
en situaciones particulares ha suscitado numerosos comentarios. Para conjurar el miedo
al combate, los griegos habían divinizado a Fobos, y los guerreros lo honraban antes de
partir a la guerra. Si bien ese miedo remitía a un peligro muy real que el siglo XX
volvió a encontrar con las neurosis de guerra, las enfermedades de ese tipo fueron
tratadas en Occidente con los recursos de las medicinas tradicionales: hierbas y
pociones mágicas, collares de ajo, crímenes rituales, fetiches, etcétera. Algunas
afecciones no identificadas, como por ejemplo la hepatitis, denominada ictericia,
entraron durante mucho tiempo en la categoría de los trastornos debidos al miedo. Se
suponía que el enfermo cambiaba de color por efecto de un pánico interno o externo,
ligado en general a una manifestación diabólica o divina. Son muchas las supersticiones
que siguen expresando la angustia: por ejemplo, el miedo al número 13.

Se han identificado decenas de enfermedades del miedo, entre las cuales algunas se
hicieron célebres: la hidrofobia (miedo al agua), la agorafobia (miedo a los lugares
abiertos), la claustrofobia (miedo a los lugares cerrados), etcétera. En el centro de este
universo del miedo suelen ser las representaciones de la animalidad las que revelan la
esencia de la fobia. Desde los frescos infernales de Jerónimo Bosch (1450-1516) hasta
La metamorfosis de Franz Kafka (1883-1924), pasando por el Drácula del escritor
irlandés Bram (Abraham) Stocker (1847-1912), se expresa el terror a la transformación
del ser humano en bestia, del ángel en demonio, del alma en cuerpo. El evolucionismo
darwiniano le dio consistencia científica a este fantasma, como lo subraya Freud en
Tótem y tabú, basándose en el caso del pequeño Arpad, el niño analizado por Sandor
Ferenczi en razón de su fobia a los gallos.

Lo que le permitió al saber psiquiátrico de fines del siglo XIX convertir la fobia en una
verdadera entidad nosográfica, fue que se extirpara el terror en el universo del
pensamiento religioso. Al convertirse en una neurosis, la fobia accedió a un estatuto
estructural, mientras que el bestiario, síntoma de los antiguos pánicos sagrados, quedó
convertido en un mal ineluctable que destruía el alma desde el interior. En esta
configuración, el sujeto podía ser designado como fóbico sin que se identificara el
objeto de su fobia. De allí la confusión entre la fobia y la angustia en sentido existencial.

Se entiende por qué Freud prefirió la expresión histeria de angustia, creada por Stekel:
ella le permitía ubicar la sexualidad en el centro del síntoma fóbico. En un primer
momento, en 1894-1895, constató que había síntomas fóbicos en todo tipo de trastornos
neuróticos o psicóticos, pero particularmente en la neurosis obsesiva y la neurosis de
angustia (o neurosis actual). Ellos revelaban la conversión de la angustia en terror en los
pacientes que practicaban la continencia y se mostraban fanáticos de la limpieza porque
los horrorizaban las cosas de la sexualidad.

Después, en el análisis de Juanito (Herbert Graf) en 1909, Freud observó que hay por lo
menos una neurosis en la cual el síntoma fóbico es central. La llamó histeria de
angustia. En este caso, la libido no es convertida sino liberada en forma de angustia.
Observemos que la fobia es uno de los síntomas que la cura psicoanalítica permite
dominar con mayor facilidad, reemplazándola por la angustia.

Los sucesores de Freud se interesaron mucho en las fobias infantiles y, en consecuencia,


esencialmente en los terrores inspirados por animales. Como en el arte y la literatura,
son casi siempre el principal vector del síntoma fóbico y, por lo tanto, de la angustia.
Por otra parte, se encuentra su huella en los otros dos grandes casos freudianos: el
Hombre de los Lobos (Serguei Constantinovich Pankejeff) y el Hombre de las Ratas
(Ernst Lanzer).

Pero, después de Freud se modificó la terminología, y la fobia terminó por ser aceptada
menos como síntoma que como una verdadera entidad clínica. De allí la desaparición
progresiva de la expresión histeria de angustia. Si Melanie Klein disolvió la fobia en la
angustia, haciendo de ella un mecanismo arcaico integrado en la posición
esquizoparanoide, Anna Freud, por el contrario, la consideraba una neurosis de
transferencia, en la cual el objeto fobógeno se convierte en el símbolo de todos los
peligros ligados a la sexualidad, al que hay que rechazar mediante mecanismos de
defensa. De allí la aparición de una defensa maníaca o la adopción en ciertos individuos
de una actitud llamada contrafóbica. Desde el punto de vista de la teoría clásica
(freudiana y annafreudiana), la claustrofobia debe interpretarse como deseo de
masturbarse y miedo a hacerlo, y la agorafobia, como expresión de un fantasma de
prostitución. Y así sucesivamente. Según la óptica kleiniana, la claustrofobia es un
deseo de escapar a la protección asfixiante del objeto bueno, mientras que la agorafobia
correspondería al deseo de evadirse de un mundo poblado de objetos malos.
Gran clínico de los estados de terror ligados al surgimiento de lo real, Jacques Lacan fue
el único autor que desarrolló una concepción francamente estructural de la fobia en
general. De allí la idea, en su seminario La relación de objeto, de que el objeto de la
fobia es un significante, es decir, un elemento significativo de la historia del sujeto que
vendría a enmascarar su angustia fundamental: "Para taponar algo que no se puede
resolver en el nivel de la angustia intolerable del sujeto, éste no tiene más recurso que
fomentarse un tigre de papel". Lacan compara ese significante con letras de fuego, o
"blasones de la fobia", verdaderas paredes de papel que para el sujeto se vuelven tan
inatravesables como la Muralla China. Desde esta perspectiva, es preciso distinguir el
objeto significante (o significante fóbico) del objeto fetiche, para demostrar que el
primero corresponde a una sintomatología neurótica (histeria, neurosis obsesiva), y el
segundo a una clínica de la perversión. Si el fetiche satisface la condición absoluta de un
goce, el significante fóbico protege contra la desaparición del deseo. ,

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