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30.

Empujo el cochecito de mi hijo muchas veces sin un fin. Empujar por empujar, por no llegar al
departamento y envolverme en el frío, en las quejas, en el silencio y en la interrupción de mis
fantasías o recuerdos, que a esta altura son lo mismo. Empujo y siento que el coche me lleva y
me arrastra por esas calles tan bellas, limpias, ordenadas y rodeadas de árboles. El camino
conduce al bosque, el riachuelo atraviesa la ciudad y me guía. Es hermoso, no te miento, a
veces salen los patos del agua y cruzan las calles, puedo ver la vida serpenteando en la
corriente. El agua tranquila y sus peces en medio de esa paz. Cada estación del año dibujada
en esta ciudad, y mi niño y yo entre las hojas de otoño que se nos pegan en las ruedas del
coche, la nieve que no me deja avanzar, el sol desnudándome o la lluvia cómplice de mis
lágrimas. Todos los días empujando el cochecito, dejándome llevar para no entregarme, para
mostrarle a mi hijo la belleza y ese mundo que para mí no tiene sentido, pero quizás para él sí
lo tenga. Veo a otras personas haciendo lo mismo, nadie habla, nadie pregunta. Me cuestiono
cuántas mujeres u hombres habrán empujando sus vidas en ese artefacto. Qué ganas de decir,
yo también estoy cansada, mi hijo a veces llora porque no quiere subirse, hace calor y me
olvidé el gorro. Pero no hay palabras, al menos no entre nosotras. Veo también abuelas y
abuelos empujando cochecitos, acá después de jubilarse en una edad prudente con
condiciones de salud favorables, pueden disfrutar de cuidar nietos o nietas, y como las
guarderías son costosas, se elige una forma de cuidado mixta, entre la institución y la familia.
No sé por qué te cuento esto, ¿acaso te interesa saber quién empuja los cochecitos en este
lado del mundo?
Al principio tenía miedo de salir sola con mi bebé. Cuando llegué practicaba todos los días 100
metros con él en mi pecho. Era tan chiquito que podía caminar porteándolo y mi cuerpo parecía
ser suficiente sostén. Tenía miedo de cansarme, de no poder regresar, de necesitar ayuda y no
saber dónde pedirla. Haz cambios pequeños me decía el psicólogo, sal de a poco para que
recuperes la confianza. La confianza en este lugar, donde tan mal estuve, era difícil imaginarla o
sentirla, pero salía con R y me convencía que yo era suficiente para mantenernos sanos.
Cuando cumplió un año, ya había logrado ir al bosque con él a solas, pero era agotador, así que
opté por ir con el coche. Yo quería ser de esas madres que envuelven en telas hermosas a sus
guaguas y las cargas en la espalda, en el pecho, en el costado, y después cuando crecen
siguen encaramándolas en sus cuerpos. Lo intenté y lo llevaba en la espalda, pero creo que mi
pequeño se daba cuenta de lo complicado que era para mí, o yo le manifestaba
inconscientemente el dolor que sentía y él no quiso volver a subirse en la mochila de porteo.
Entonces, le expliqué que deberíamos acostumbrarnos a salir en coche y que la mamá ya no le
daría teta en el camino sino cuando regresáramos a casa. Al principio llevaba el fular y el coche,
cuando R no quería ir sentado, lo anudaba a mi cuerpo y regresaba los últimos metros con él, o
si lloraba me lo ponía un rato al pecho y descansábamos juntos en una banca. Finalmente no
quiso más subirse y quedar entre la tela y su mamá. Y fue muy bueno, porque los dos
kilómetros y medio que caminamos a diario, se volvieron más sencillos si cada uno ocupaba su
espacio. Ahora como camina y puedo tomar su mano, vamos alternando entre el coche y sus
pasitos. Cuando se duerme, tomo un libro y me siento a leer o a escuchar música. Es verano,
pero en realidad parece invierno chileno, por lo que persigo los pocos momentos donde no
llueve o hay tormenta para salir con él. Cada día es distinto, cada día me pregunto si tendré la
oportunidad de ver el sol, o de al menos salir sin el miedo de que me caiga un rayo. Pero ah í
estoy pendiente de salir y perderme, de empujar, de avanzar aunque no sepa muy bien hacia
adónde.
Hoy llegué al departamento después del paseo, Gabriel estaba de buen humor. Nos saludamos,
creo me dio un beso o quizás fue en la mañana de buenos días, uno de esos besos aburridos
en todo caso. Le dije que no entendía cómo el verano podía ser así, el verano es peor que un
invierno en la zona centro sur de Chile. Enserio, no veo el sol, hoy fueron 30 minutos en todo el
día, luego tormenta, y luego nada, osea gris. Un poco molesto, quizás por quejarme de su país,
me respondió que en Chile queremos todo gratis, y luego explicó, diciendo que estábamos
acostumbrados a tener sol y a no necesitar tener paciencia de esperar una temporada. Quieren
todo gratis, me dijo. Qué horrible frase, respondí de inmediato. Todo gratis, suena muy similar a
esa frase de la buena vida que venía a disfrutar de este país. La mamá de Gabriel fue quien me
la dijo, para motivarme a trabajar y no a tener hijos como las latinas mantenidas. Según ella
hablaba de las refugiadas, cuando le dije que me había hecho sentir mal con su comentario.
Nunca se me va a olvidar esa frase, me da lo mismo si es sobre las latinas como yo o las
refugiadas. No puedo con su nivel de racismo encubierto en caridad y neutralidad. Y ahora tenía
que escuchar a Gabriel diciéndome todo gratis. Podría haberlo dejado pasar, pero luego de
dormir a Mateo, le volví a insistir con la frase, le pregunté a qué se refería. El aclaró que no fue
su intención hacerme sentir mal ni decir algo con otro sentido, le dije que le creía, y es verdad le
creo. Pero me duele, porque hace unas semanas discutimos acerca de nuestra relación y él me
dijo que no iba a aceptar el juego del divorciado que trabaja para que la mujer se diera la gran
vida y se llevara a su hijo. No me sorprendió su comentario, porque incluso antes de Mateo y de
casarnos, su mamá me hablaba de todas las mujeres separadas que se casaban solamente
para asegurar su futuro económico sin trabajar. Tenían un hijo y eran automáticamente
beneficiadas por un pobre hombre trabajador. Esa frase sabía de dónde venía, Gabriel era más
parecido a su madre de lo que yo pude imaginar. Claro que al conocerlo en la playa viajando y
haber vivido los primeros años de relación en esa dinámica estando en Chile, donde yo sí tenía
un buen trabajo, me tardé en descubrir sus raíces.
Cuando Gabriel me habló de divorcio, le propuse que firmáramos un documento, donde yo
rechazara los derechos que pudiera tener sobre su dinero, a cambio de tener la custodia
definitiva de mi hijo. Porque mi mayor miedo no era perder mi condición de vida, sino
arriesgarme o tener siquiera que discutir sobre el futuro de mi pequeño entre abogados. En este
mundo, donde importa el dinero por sobre todo, creo que mi amor de madre no quedaría bien
tasado para ellos. Verían el sueldo al cual podría aspirar, la salud, el sistema educativo, las
características sociopolíticas de Chile, y tendría que vivir en este país porque sería la mejor
opción para un niño. Pero lo que más me dolía, era pensar que en algún momento alguien se
atreviera a cuestionar y posteriormente decidir, si Mateo debía estar a mi lado.
Seguimos discutiendo con Gabriel, insistió en que no era su intención ofenderme con el
comentario. Le respondí que nada me había salido gratis a su lado, que estaba pagando con mi
vida desde que me vine a su país. Mi decisión me había costado el cuerpo y el alma, y eso
jamás podría valorizarse en dinero.
Me siento escribiendo una historia del siglo pasado, como si la mujer que él conoció se hubiese
sometido a eso que llaman amor, pero el amor no es someterse, entonces no sé el significado
de estas líneas. Quería casarme, representaba una alternativa segura y estable. Al fin esas dos
palabras serían parte de mi historia. Se acabarían, según mis creencias, los enamoramientos
pasajeros, las ilusiones y sus intentos fallidos. Habría un compromiso por cumplir, iría hasta el
final con mis decisiones, creyendo mis teorías. Sí, yo me iba a casar, pese a todos los
pronósticos familiares y a lo anecdótico de la situación. Sería igual que las mujeres de mi
familia, formaría parte de esas vidas iniciáticas después de un anillo. Independiente a mi
historial de aventuras, desorden y riesgos. Yo también podía tener el otro lado, igual que esas
mujeres cuyo sueño fue bendecir una unión, porque realmente creen que es posible. Me unía al
grupo aunque yo me haya acostado probablemente con más hombres que ellas, aunque mi
primera vez haya sido con un compañero de la universidad borracho, que no sabía lo que
estaba pasando en mi cuerpo, porque a mí no me interesaba hacer a nadie parte de ese
inexistente ritual de la primera vez. Yo también podía dar el siguiente paso, sin haber construido
mi vida en torno a él, sin tener relaciones largas y serias.
Había amor, había compromiso, habían historias compartidas, había calma, había sexo, nos
faltaba solamente el título. No pensé en el significado, pensé en el misterio detrás de ese acto,
me pareció también rebelde, ir en contra de la naturaleza del cuerpo. Confundí el significado de
rebeldía, porque ir en contra de una misma no tiene nada de subversivo.
La misma cama, el mismo hombre, los mismos días. Me despedía de todo lo pasado,
continuaría vacía como si fuera posible. Como si casarse significaba desempacar y olvidar
dónde dejé el equipaje. Comenzaría uno nuevo, compartido. Termino de escribirlo y me
arrepiento de cómo se ve en el papel. No entiendo por qué quise ser parecida a las mujeres que
conozco y no ser parecida a mí misma. Más bien quería ser ambas. Lo quería todo y en esa
época necesitaba estar tranquila, pero la tranquilidad se transformó en tedio e inercia. Cuando
nos casamos yo le dije a Gabriel, el sueño de un sol y de un mar y una vida peligrosa. Esa fue
la canción que escogí, Viernes 3 am de Charly García sonaba en la ceremonia. Ahora no tengo
sol, ni mar ni una vida peligrosa. Lo único peligroso de esta vida seré yo si no me voy pronto de
aquí.

31.

Me gusta el ritmo de la teta, organiza el día a día en silencio. Una teta libre jugando a ser
esclava de los labios que la atrapan como si no hubiese vuelta atrás. La teta produciendo lo que
el niño necesita, la teta necesitando al niño para producir. Dejarla fluir y permanecer en ella.
Elijo la quietud de una succión a la vorágine de un día a día que aún no comprendo. No sé qué
rol quiero jugar en este lugar, no tengo energías para pensar en ello. Prefiero suspenderme en
la teta y que se callen las voces para las cuales no tengo respuestas o argumentos. Yo estoy
creando en silencio, entregada a los vaivenes de mi imaginación, entre palabras y danzas,
aferrándome. La teta me da tiempo, genera el ambiente cálido para volver a amarme y sentir
que no soy lo que se ve, sino lo que está ebullendo en la quietud de la succión. La teta es mi
aliada, un punto aparentemente muerto, que está generando otra vida, la vida que me hará
libre.

32.
Gabriel me pregunta la mayoría de las cosas relacionadas con Mateo. Hace poco decidió
vestirlo sin pedir mi aprobación. Pero aún viene a consultarme si calienta la comida en el horario
de cena.
Me gustaba ser la que daba el visto bueno, me acuerdo de la v corta con el círculo y la b larga
con el otro círculo, que hace algunos años dibujaba en una hoja insignificante, pero que para el
resto significaba un adelante. Me acuerdo de mis correos pidiendo vistos buenos, o de mis
proyectos autorizados, sin más comentarios que esas dos letras. Ahora viene mi esposo a
buscar esas letras y yo le doy la autorización a ridiculeces; sí, lo bañamos ahora, o: sí, lo que no
se comió de almuerzo será su cena. Prosiga a la cocina, autorizado. Sí, mañana es día de visita
a tu mamá, una vez a la semana, como dice el calendario, sin importar los pataleos entre
semana de la señora por venir a meterse a nuestra casa, cuando no tenemos tiempo ni ganas
de visitas.
Negociamos con Gabriel, tomamos acuerdos, tenemos compromisos, vamos cediendo, pero yo
soy la de la última palabra en decisiones domésticas. Me suena muy consecuente con el
concepto dueña de casa, sin embargo no me siento cómoda con su uso, porque no soy dueña
de nada, tampoco vivo en una casa. Mas bien me parece un premio de consuelo, Gabriel se
queda con el resto, pero yo al menos soy la dueña de la casa. Creo que es una trampa para
dejar caer el peso de las labores domésticas en la mujer u hombre que dejaron de trabajar para
criar, como si hubiesen obtenido algo. Si tuviera que tener un título me gustaría ser llamada
como la mujer de la leche, ese es mi único rol en este hogar, el cual no quiero transar, compartir
o delegar aún. Pero el resto no necesita mi última palabra, no creo que Gabriel la necesite
tampoco. Creo que está condicionado, fue criado para responder a una reina de corazones. Yo
no quiero ser la reina de nada, menos continuar los patrones que esa señora había instaurado
en su hijo. Pero estaba sintiéndome muy cómoda en el lugar, peligrosamente cómoda. Si
continuaba podría convertirme rápidamente en esa mujer que tanto detestaba. Quizás ese odio
venía de mis vísceras, a alertar, como una oportunidad de mirar y detener esa figura que se
estaba apoderando de mí, que no tenía nada que ver con mis figuras maternas. Lo había
aprendido aquí, para no dejarme humillar, pero ese ojo por ojo, que había usado con esa
señora, tenía que parar. No quiero que Mateo crezca con una reina de corazones. Voy a
empezar por lo más básico, mis vistos buenos domésticos se tienen que acabar, luego Gabriel
tendrá que aprender a hacer dormir a Mateo y Mateo debe tomar otra leche, no solo la mía.
Comenzaré a respetar los horarios de mis clases y citas, independiente si Gabriel se siente
cómodo calmando a Mateo, cuando pregunte por mí. La mamá está ocupada algunas veces,
esos dos hombres tienen que aceptarlo.
33.

Voy a recuperar mi espacio, mi cuerpo. Planearé el regreso a Chile, con o sin compañía. Y si
alguna vez regreso a vivir aquí, no será por un esposo o por un hijo, será porque quiero. Tengo
que regresar. Actualizaré mis perfiles en redes sociales, no puedo aparecer en mis fotos con un
niño colgado de la teta todo el tiempo. Quiero aparecer sola, quiero verme sola en una foto, con
todo lo que los años han hecho en mí, sin distracciones. Busco y no encuentro una foto de esas
características, no tengo fotos sola desde que quedé embarazada. Cuando pienso en una hoja
de vida, me desespero, ¿por qué no tomé más cursos durante mi último año laboral? ¿Por qué
no continué mis postulaciones para un doctorado? ¿Por qué dejé mis investigaciones a medio
camino? No concreté porque iba a iniciar algo en este país, pero no fue tan sencillo como
pensé. Emocionalmente no estaba preparada para ser migrante y no me di cuenta a tiempo. Me
creí capaz de imitar a la mujer que era en Chile en estas tierras, y después de unos meses, la
realidad me recordó que en algún momento de la vida hay que dejar de imitarse a sí misma.
Pero igual comencé de cero, dispuesta a repetir lo que alguna vez fui, subestimando las
dificultades de migrar. Pasó lo que tenía que pasar, tuve que hacerme cargo de mis fantasmas
emocionales y luego de un embarazo no planeado pero muy deseado, al menos por mí.
Ese era mi escenario, conocía otros, de chilenas estudiando en la capital, haciendo postgrados.
No ingresando a este país sólo por estar casada. Qué decepción para mí decir que estaba aquí
con la visa de reunificación familiar y no por mis propios méritos.
En fin, debo buscar trabajo. Nuevamente en el sistema, diciendo señor, señora, pidiendo vistos
buenos. Me encantaría volver a trabajar con él, pero es imposible, no hay punto de unión, él ya
no está en Chile y quizás nunca regrese. Además es muy disperso, siempre está en un nuevo
proyecto “salvando al mundo”, demasiado ocupado para discutir un marco teórico con la calma
que este requiere.
Voy a postular como siempre lo hice sin pedir ayuda, concursos públicos y sus malditas
plataformas, aunque ahora después de 5 años cómo voy a hacer calzar mis postulaciones con
sus requerimientos. No me quedaría otra opción que trabajar en el sector privado. Yo ahí, no.
No quiero, pero si quiero vivir en Chile nuevamente necesito generar ingresos. Ingresos son
ingresos. Me confundo, no quiero ciertos ingresos, pero menos seguir aquí. Tendría que
comenzar preguntando a mis compañeros de universidad si saben de algo, o quizás en mi
desesperación haría un post en mis redes sociales, diciendo que mamá canguro, dueña de
casa freelancer, busca reintegrarse, ¿algún dato? Y si fuera demasiada mi desesperación,
escribiría, ayúdenme a volver a Chile, por favor, denme un trabajo digno. Mierda, ¿no están la
mayoría de las personas pidiendo lo mismo?
Me aburrí, no puedo más con el tema por ahora, voy a dar la teta, a esconderme un rato, a
embriagarme en mis hormonas y el olor de mi guagua. Lo dejaré dormido y regresaré a buscar
mi curriculum en el computador. Gabriel los hace perfectos, me ofreció su ayuda. Hicimos hace
un par de años atrás algunos para postular a empleos en este país. Nunca me llamaron, ahora
que entiendo el idioma y los releo, me gusta cómo se ven, qué lástima que aquí no les haya
interesado mi perfil. Quizás fue la foto, acá piden fotos, Gabriel dice que parezco de Siria y que
acá no le gustan las personas de ese país. Por favor, es toda la explicación que puede dar mi
querido e inteligente Gabriel.

34.

Mateo no puede seguir durmiendo con el pezón en la boca. En la noche no me doy cuenta si lo
hace porque me quedo dormida junto a él, pero en sus siestas, necesito que me libere. Mi
mamá me lo advirtió, “hija se va a acostumbrar y tú no vas a tener tiempo de hacer tus cosas, te
lo digo con cariño, tómalo como sugerencia, tú eres la mamá, tú sabes lo que haces a final de
cuentas”. ¿A qué cosas se referirá mi mamá?¿Lavar la loza, aspirar? No creo, ella desde que
me ve por cámara web maternar, se ha vuelto una gran simpatizante de mi labor e intenta
entender mis intervenciones precisas en la mantención del orden y limpieza del departamento.
Yo sería “et al” si hacer el aseo fuera una investigación científica. Mi mamá lo sabe y admira mis
intentos de priorizar el bienestar de Mateo. Asumió que su bienestar depende directamente del
mío. Creo que mis cosas para ella son dormir o hacer vida social. Mi mamá no se imagina
cuáles son mis cosas.
Cuando Mateo duerme en el día, salgo de su encanto y lo saco de mi cuerpo total o
parcialmente. Ahí comienzan eso que mi mamá llama mis cosas. Me reencuentro con mis
movimientos, el olor de mi cuerpo sin la respiración de un bebé sobre mis tetas y esas
imágenes de playas infinitas que no puedo recordar dos veces de la misma manera. El mar con
sus distintas temperaturas y oleajes, siendo uno pero recibido en mi piel como un devenir de
emociones, dejándome ir tan profundo como mi cuerpo permite. En ese instante necesito mi
cuerpo, me quiero sentir en otro espacio, voy en busca de un lugar a solas. A veces x se
aparece y diluye en el agua, otras revivo escenas y las intento modificar sin éxito. Pero continúo
en el mar. El mar transformado en sensaciones de un cuerpo que vuelve a ser mío alejándose
de las ambiciones del amor, la culpa y sus fantasías.

35.
Tengo que esperar que crezca la albahaca para hablarle a X, para decirle quizás de las cartas
que le escribí. Ya sembré la albahaca, se van a romper sus semillas, lo buscaré cuando la
albahaca esté tan frondosa que no tenga más alternativa que cortarla. Sí, la voy a cortar una a
una, Gabriel hará pesto y yo la mezclaré con el choclo para cocinar pastel. Por mientras voy a
disfrutar su olor recién regada, ese olor del recuerdo, de mi infancia de mi abuela. Ella me pedía
ir a buscar al patio unas hojas para el té. Chinita vaya por favor y me trae unas hojitas. Cuántas
le preguntaba yo. Unas poquitas para las dos, respondía. Yo salía por la cocina siguiendo el
olor de la huerta, las sacaba con delicadeza y mi piel se impregnaba de ella. Me olía las manos
y cortaba unas hojas de más para meterlas en mis bolsillos. Volvía donde mi mama, se las
entregaba y ella las dejaba en nuestras tazas. La bolsa corriente de té se abría en colores con
la caída del agua hervida y las hojas flotaban. Quiere azúcar chinita y yo sentía el olor a azúcar
quemada calentándose en una lata sobre la cocina a leña, veía como ella doblaba su delantal
floreado y tomaba la lata caliente desde la base para poner unas cucharadas en nuestras tazas
y las hojas volvían al fondo. No hay otra definición de belleza, ni olor más tranquilizador que el
de la albahaca mojada, el caramelo y la presencia de mi abuela. Mi abuela resolvía la vida con
sus aguas de hierbas, a su lado iba probando los sabores y conociendo las emociones frente a
una taza tibia. Qué le duele chinita, por qué no quiere comer, tómese esta agüita de manzanilla.
Un día llegué llorando, no le quise contar la razón, me preguntó si era por un chiquillo, no le
respondí y me hizo un agua de romero para las penas de los amores primeros, y siguió
versando algo que no recuerdo. Me gustaban mucho sus frases, estrofas de canciones o versos
integrados en su día a día. Su vida parecía mágica en la cocina, en la huerta, entre sus flores.
Cuando ya estaba muy enferma y sus días transcurrían en una cama, nos turnábamos para
acompañarla y mirarla, acomodar su almohada, ponerle crema en sus manos, peinarla, lo que
ella pidiera. No era sólo yo, era una familia completa amándola a diario. Una tarde de invierno
estando junto a ella, le dije que me iría a clases de danza. De respuesta obtuve un: linda la
gracia, la abuela muriendo y la nieta bailando. Me despedí tratando de parecer graciosa,
prometiéndole regresar al día siguiente. No le haga caso a esta vieja chinita, me dijo cuando
salí por la puerta de su dormitorio. Qué ganas de haberle confesado que necesitaba bailar para
poder contener el dolor de verla morir. Necesitaba la danza para vivir, mi cuerpo buscaba en
ella la libertad. Así como en estos momentos necesito a mi abuela diciéndome que me tome
una agüita y deje de pensar leseras y de pensar en él.
No le haría caso, quiero imaginarlo, aunque no sepa quién es realmente ni exista una historia
que nos una. Quiero pensar en esas noches de verano. Escribo para no someterme a historias
inconclusas. Voy a regar la albahaca con paciencia, disfrutar su aroma, la vamos a cortar hoja
por hoja con Gabriel, me voy a tomar el último té de la temporada y lo buscaré.

36.
El agua al caer me desnuda las manos, la recibo sobre mi piel, paralizada interponiéndose a su
roce con la superficie. Cae y el sonido me distrae de voces y palabras que no quiero oír.
Imagino a mi cuerpo dejándose ir por la gravedad en medio de los impactos desapercibidos. Es
sólo agua cayendo, pero para mí es la salida y la cárcel, el agua atrapada contra el metal,
destinada a fluir en él, a seguir conductos, a llevar a favor o en contra de su voluntad la
inmundicia. “Ponte los guantes”, me dice Gabriel. ¿Qué guantes? le pregunto. Los guantes para
lavar la loza, compré dos tallas, L para mí, M para ti, deben estar en la despensa. Si vas a lavar
con ese producto de limpieza, usa guantes, te puedes lastimar la piel. Se va de la cocina.
Recuerdo que tenemos guantes, sí, los he visto, una vez intenté usarlos pero me picaba la piel
y mi mano se irritó. Usé sólo uno, creo que talla L. En algún momento Gabriel descubrirá que
falta el guante izquierdo y resignado usará uno M y uno L. De seguro me aclarará con cortesía,
que hay un guante para cada mano y talla. Aún no se acostumbra que yo sacaré el primero que
vea y lo pondré en la mano que esté disponible y no me importará si me quedan dos dedos en
el espacio de uno. No me importa nada, ni siquiera limpiar con guantes. Los uso solamente
cuando tengo que limpiar los hongos del baño, en una sola mano, rapidito porque me canso
fácil. Gabriel lo sabe, cuando lavo y limpio no uso guantes, no me gustan, no voy a hacer un
ritual de la limpieza. No voy a ser como las mujeres de los anuncios de la televisión, arregladas,
limpiando bien equipadas, expertas en productos y sus características. Voy a limpiar porque es
necesario, porque tengo un hijo y quiero enseñarle. Pero deleitarme por una casa limpia y
ordenada, jamás. El placer lo busco y encuentro en otros lados. No entiendo la razón en la
insistencia de Gabriel por usar guantes. Mi mamá nunca usó guantes,y ahí está con las manos
gastadas usando calcetines viejos y cloro para limpiar. Sí, mi mamá usa cloro en todos los
lugares de la casa. Gabriel no quiere que yo use cloro para limpiar el departamento, dice que es
peligroso. Si supiera que yo crecí con el olor a cloro en las manos de mi mamá, abrazándome o
sirviendo la comida. Cloro humedeciendo el lavamanos mientras me cepillaba los dientes, en
mis pies cuando caminaba descalza y mi mamá acababa de trapear. En mi ropa cuando se
manchaba y mi mamá la lavaba con él. La misma botella verde de cinco litros para diversas
necesidades de la casa. Pero Gabriel no entiende y me muestra artículos académicos de lo
peligroso que es el cloro, usa mascarillas al manipularlo, lo diluye en agua y nos hace salir del
lugar. Quizás el cloro de este país es distinto, una fórmula mortal. No lo sé, pero prefiero
quedarme con las investigaciones empíricas de mi madre que aún sigue limpiando con cloro.
Creo que a ella sí le gusta limpiar o al menos se distrae. Una vez me dijo que limpiara y así iba
a dejar de pensar tonterías. Le hice caso y comprobé que tenía razón. Pero no lo usaré como
distractor de mi mente, a ésta la quiero perturbada y libre, tensionando las imágenes de familia
feliz, que a veces se parecen a los comerciales que detesto. No me voy a entregar tan fácil al
aseo doméstico. Aunque ahora que hace calor, han llegado los famosos moscos de la fruta y a
esos los odio profundamente, y es tanto mi desagrado que ando limpiado para que no tengan
una oportunidad dulce de alojar en la cocina. No lo logro, pese a los esfuerzos, porque los
restos orgánicos del día son un imán. Entre más saludable comemos, más visitantes nos llegan.
Asumo que me gusta matarlos, voy con una servilleta mojada a aplastarlos y celebro cada
muerte. Obviamente Gabriel va detrás mío, diciendo que es peor matarlos porque quedan sus
huevos y generaré más. Ay Gabriel, probablemente tiene razón, pero qué hago con mis
instintos, con esas ganas de matarlos de un golpe, o perseguirlos hasta lograrlo. Acá no
usamos spray contra insectos, no los encuentro en el supermercado donde compramos
habitualmente. Tampoco le gustan a Gabriel, dice que no sabemos el daño que causa en el
humano si tiene ese poder sobre insectos. Esa batalla dejo que la gane él y no insisto en
comprar. Por eso uso una técnica natural, en un vaso mezclo vinagre con lavaloza, y van
llegando lentamente los mosquitos a flotar y morir en ellos. Ya tengo cinco recipientes entre la
cocina y el comedor, lejos del alcance de Mateo. Aunque él ya se sube en una silla y alcanza
el 70% de las cosas de la casa. Yo confío en mi niño y le explico que hay cosas peligrosas que
son para atrapar los mosquitos. Él me dice, mohco mama, y toma el clásico matamoscas de
plástico diciendo pum pum. Lo aprendió el año pasado, cuando me miraba y decía mama pum y
me daba el instrumento. Ahora ya está más grande y lo hace solo. Cuando ve una mosca o
mosquito corre a avisarme. Realmente se lo agradezco. A veces le doy una oportunidad a la
mosca de irse volando y abro la ventana. Mateo le dice, vaya, vaya, moviendo su manito en
gesto de despedida. El problema con los mosquitos se vuelve incontrolable cuando Gabriel no
bota la basura a tiempo. Yo no tengo fuerza para llevar a la entrada del edificio los 33 litros que
acumulamos, que se multiplican por dos o tres, dependiendo de la disposición de Gabriel para ir
a botarla, llevo las bolsas a medio llenar y eso también parece incomodar. Odio depender de
Gabriel. Acá hay que comprar bolsas oficiales para dejarla en los contenedores que retiran las
municipalidades. Hay tres tamaños, 11, 33 y 61 litros, cada municipio tiene un color de bolsa y
son vendidas en las tiendas de comida. Me gusta mucho el sistema de recolección, cuando
viene el camión Mateo me pide pararse en la ventana a mirar cómo se llevan los desechos. Hay
un conductor y dos hombres atrás de pie, sí son todos hombres, según mi experiencia,
fácilmente la mitad serían extranjeros. La labor de los hombres de atrás es conectar el
contenedor al camión, para que éste automáticamente lo eleve y lo vacié en su interior. Lo
mismo sucede con el material orgánico, y con el cartón. El cartón lo recogen una vez al mes y
son los hombres quienes suben las cajas al camión, hay vecinos que separan el papel y hacen
perfectos fardos con él. En algunos municipios es obligatorio separar el cartón del papel, en el
nuestro, menos mal, podemos mezclarlos y entregar todo en una caja.
Gabriel detesta botar la basura, más bien que yo se lo pida, siempre lo hace de mal humor y
con reclamos. Siempre está cansado, siempre es un problema, que a veces deja pasar y se
transforma en tres bolsas de 33 litros en el balcón rodeados de moscas. Cómo odio esa escena
y ser yo la que lo recuerde. No le doy órdenes en general, pero no puedo callarme con esas
bolsas. De hecho con las latas y vidrios tenemos un problema similar. Gabriel debe llevarlo al
menos una vez al mes al depósito de reciclaje. Pese a que las enjuagamos, los moscos se
sienten atraídos y se posan sobre ellas. Por eso opté llevar las latas con Mateo a un lugar
cercano a la casa caminado. Le propuse a Gabriel que lo hiciéramos juntos, pero él cree que es
una pérdida de tiempo ir de a poco, en vez de ir una vez con el auto cargado. Pero no le hago
caso, al menos yo llevo las malditas latas y algunas botellas, en su mayoría de cerveza, en
bolsas pequeñas colgadas en el triciclo de Mateo. A él le encanta ayudarme a mover las bolsas,
pero no entiende que no puede ponerlas en los contenedores porque no alcanza. Dice mama
upa, pero no podría sostenerlo en brazos para que lo haga, entonces le ofrezco la opción de
lanzar desde el triciclo y me llega una que otra lata en la cabeza.
Hoy parece que no tengo más que contar, fue un día de limpieza, de calor, de poco sol. Fue un
día de lo que algunos titularían de dueña de casa. No he avanzado en los libros pendientes, me
duele la cabeza, tengo sueño, pero no puedo dormir. A veces pienso en x y escribo.

37.
Me imagino que X debe tener frío dónde está, no le gusta el invierno. Cómo decir lo contrario, si
me fui en busca del verano cuando viajé en esos años. Creí que era posible huir del frío. Según
el pronóstico del tiempo van a seguir las tormentas pero no menos de 15º, me alivio porque
habrá un poco de sol y luego que pase lo que tenga que pasar. Le escribo a mi amiga Marcela,
para saber cómo está y preguntar la marca de un yogurt que le ofreció a Mateo cuando la
visitamos, es un yogurt bio sin azúcar añadida con trozos de fruta. Me respondió rápido, dijo
que está bien, muy ocupada, avanzando como siempre avanzando. Palabras textuales. Luego
nombró las actividades que tenía planificadas para la semana y se despidió con una disculpa,
no tengo tiempo. Sólo quería saber la marca del yogurt, no es urgente, puedo esperar, escribí
de regreso. Me envió el nombre del producto y ahí terminó la conversación con un gracias.
Pensé que podríamos organizar algo juntas, pero después de esa conversación para qué
insistir. Quizás a ella la soledad le va bien o tenga suficiente compañía con sus compañeras de
iglesia. Esa es una buena forma de integrarse, pertenecer a un grupo de gente con intereses
similares. Tal vez deba buscar personas con mis intereses en este país, alguien tan
desesperada como yo por irse y por escribir poesía.
En general las mujeres que viven acá por razones como las mías, dicen que es cosa de
costumbre y actitud, dicen que en un par de años esto pasará. Sus frases no tienen sentido, al
menos para mí, lo único mío restante en este lugar es mi actitud. Aquí he perdido mucho, pero
mi actitud no la voy a entregar tan fácil, voy a decir lo que quiero, criticar y no nublaré mi visión
por unos buenos índices de calidad de vida. Yo no me reconozco tan sólo en mí misma. No
quiero enceguecer ni jugar a la empatía en esta burbuja, quiero ir de frente con mis palabras
independiente del lugar al cual me conduzcan.

38.
Hace unas semanas Ágata, la chica que cuida a Mateo y que ahora es mi amiga, comenzó a
trabajar en un nuevo proyecto perteneciente a la municipalidad, tiene un contrato por dos años y
sus horarios son fijos. Lamentablemente no va a seguir cuidando a Mateo, me recomendó a una
chica llamada Ana. Ella es mexicana, está haciendo un magíster en economía latinoamérica en
Viena. Lleva unos meses acá, vive con su pareja, tiene 5 años menos que yo, 3 menos que
Ágata. Viene tres veces por semana, tiempo en el cual aprovecho para tomar clases de danza,
escribir y dormir. Mi hijo ya se acostumbró a estar con ella, pero cuando le pregunto con quién
quiere jugar nombra a Ágata y sonríe. A Ágata la veo cuando salimos a pasear o a comer papas
fritas. Es lamentable que en esta ciudad solamente las venden en las cadenas de comida rápida
(son dos), y no existen kioskos ni carritos ni negocios con máquina para freír donde pueda
comprar unas papas sin tener que ir a un restaurante. Por eso vamos con Ágata a uno de los
locales ubicado en la estación de tren a comprar papas fritas y luego a sentarnos en algún
parque a conversar.
Hoy le pregunté si tenía tiempo, pero no podía porque Ana la había invitado a celebrar una
fecha tradicional de esta ciudad. Participé la primera vez que vine de vacaciones. El centro se
repleta de gente, hay stands con nombres como “caliente, sabor, o el regaetón de moda”, en
donde venden comidas y alcohol. Música, gente ebria caminando por las calles, muy agradable
de ver. Esa noche la ciudad parece cualquier otra cosa, menos la ciudad. Creo que es una de
las pocas celebraciones del año, las otras son los mercados navideños en invierno, pero es algo
más bien familiar. Me llamó la atención cómo cambian los austriacos al beber alcohol, dejan de
ser tiernos y se vuelven humanos, con errores, bromas, defectos visibles. Disfruto verlos así,
aunque tenía la esperanza que podría ser algo más de una noche. Luego de esa noche vuelve
todo a la normalidad y hay que esperar hasta febrero del año siguiente donde celebran el
carnaval. Gabriel dice que es la próxima “oportunidad de sentirlo”. Yo nunca he estado en esa
fiesta, porque mi cuerpo no resiste el invierno y me voy antes a Chile a pasar el invierno
austríaco. Tampoco me entusiasma conformarme con tan poco, un par de fiestas al año y luego
la abulia de siempre. Sin embargo, no imaginé que unos años más tarde de mis primeras
vacaciones, estaría aquí escribiendo cómo celebran otros, mientras yo doy teta y espero que a
Gabriel se le pase el dolor de cabeza para preguntarle si vemos una película. Ágata me envía
mensajes de texto contándome que con el ron o se le suelta la lengua o se le bajan los
pantalones y que está coqueteando con un chico comprometido, le pregunté si estaba con su
esposo y dijo que sí. Promete otro día contarme los detalles en persona.
A Gabriel no le interesan las festividades, dice estar demasiado agotado en su mundo que gira
entre el trabajo y la familia. Así lo define él. Hoy después del trabajo, cenamos y dormimos a
Mateo. Luego vine a escribir y le dije que antes de las 9 estaría desocupada. “Eso por qué” me
preguntó. Te paso el dato solamente, para que sepas que después no estaré disponible porque
tengo clases de poesía. Silencio como respuesta, me dijo que se tenía que duchar primero, que
quizás no estaría listo. Entendió el mensaje y continúo con su rutina. Luego de esa
conversación, prefiero seguir escribiendo y luego intentar terminar de leer a Proust. Cuando
Gabriel esté duchado y con el pelo seco, ya habrán empezado mis clases.

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