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ESCUELA DE PSICOLOGÍA
PROGRAMA DE MAGISTER EN PSICOLOGÍA CLÍNICA.
MENCIÓN PSICOANALISIS
TESIS
PARA OPTAR AL GRADO DE MAGÍSTER
TESISTA:
FRANCISCA DAIBER VUILLEMIN
DIRECTORA DE TESIS:
SANDRA OKSENBERG RAPAPORT
SANTIAGO 2010
DATOS PERSONALES
TÍTULO DE LA TESIS
Firmas Responsables
Alumna :
INTRODUCCIÓN:…………………………………………………………………….1
5.2. El cuerpo del niño y su primer intérprete: hipótesis relacionadas a las fallas en la
constitución del espacio imaginario y la ritmicidad…………………………………….51
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS…………………………………………….102
INTRODUCCIÓN
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El término hiperactividad es el más comúnmente utilizado, sin embargo tiene muchos
reparos ya que los límites están muy mal definidos, lo que ha dado lugar a controversias tanto
prácticas como teóricas. En Francia este término se define bajo la expresión “inestabilidad
psicomotriz” y en Estados Unidos se conoce como “Trastorno por déficit de Atención con
Hiperactividad”; por lo tanto no es extraño que existan tantas divergencias a nivel de las
estadísticas.
Fourneret (2005) señala que los debates se han producido principalmente entre la
mirada anglosajona y la perspectiva francesa. Si bien durante mucho tiempo señala el autor, la
hiperactividad se concibió como una epidemia contemporánea con sus bases en América del
norte, desde fines del siglo 19 muchos clínicos franceses ya se habrían interesado en esta
categoría de niños hiperactivos y con dificultades de aprendizaje.
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Bourneville (1897) en Francia, intenta generar la primera descripción semiológica
detallada de las especificidades clínicas de este cuadro: motilidad intelectual y física extrema,
susceptibilidad e irritabilidad, necesidad de vigilancia continua, negligencia, sugestión y
sumisión frente las personas queridas. Gracias a los aportes de Henri Wallon (1925) se
integrarán a la comprensión de la hiperactividad infantil tanto factores endógenos (las
dificultades en el desarrollo de la personalidad) como exógenos (la problemática parental con
sus consecuentes dificultades en la relación con el niño) los cuales posibilitan las
interpretaciones de orden psicodinámico. Esta perspectiva va a dominar el conjunto de la
reflexión francesa en torno a la inestabilidad psicomotora oponiéndose de manera radical a la
posición de la escuela anglosajona, perspectiva que de manera inversa cede lugar a los
argumentos explicativos de naturaleza fisiológica (Fourneret, 2005).
Por otra parte, Tallis (2005) refiere que el debate actual en torno al TDA no solo
compromete a los profesionales implicados en el desarrollo infantil, sino que atraviesa
también a la escuela, las instituciones políticas y los intereses empresarios. El autor en su
texto “Neurología y trastorno por déficit de atención: Mitos y realidades” presenta desde una
mirada bastante lúcida los conflictos y posturas que se han presentando en relación a este
cuadro. En relación a las críticas que ha recibido el diagnóstico, Tallis concluye que en
realidad no hay una negación de la existencia del cuadro, sino una puesta en duda acerca de la
forma de diagnóstico y de la facilidad de rotulación y comienzo de la medicación. En su texto,
cita a Silvia Bleichmar quien refiere lo siguiente:
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sintomática y no curativa, lo cual da cuenta de que estamos ante un cuadro
descrito pero no explicado, cuya causalidad permanece no resuelta. (Bleichmar,
2000 en Tallis, 2005, p.9)
Para Tallis (2005) el debate atraviesa a toda la sociedad y no sólo los estamentos
profesionales y lo refiere del siguiente modo:
En base a toda la literatura revisada es posible señalar que las causas aún no se conocen
pero diversas perspectivas intentan dar cuenta de aquella. Es decir las causas evocadas tal y
como señala García (2006) abundan y no se conoce la causa de la hiperactividad. García,
escritor y psicoanalista lacaniano de origen argentino, señala que desde el psicoanálisis
también se han propuesto hipótesis. Para Winnicott, se trataría de una relación defectuosa con
la madre, existiendo a la base de este trastorno, perturbaciones en el lazo materno. Según
Diatkine, la hiperactividad podría entenderse como una defensa maníaca en contra de la
depresión. Para Bergés, esta manifestación, respondería a una falla en el desarrollo corporal y
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finalmente para Misés, la hiperactividad sería una respuesta a la relación simbiótica madre-
hijo, con un padre ausente. Desde la neurobiología, se habla de hipótesis relativas a anomalías
en la estructura cerebral o problemas en el metabolismo de los neurotransmisores. Desde las
ciencias cognitivas por otra parte, se ha intentado demostrar un defecto de inhibición de las
respuestas, una falla en la función ejecutiva. De igual modo, la genética estudia en los
gemelos o en los niños adoptados la evidencia de que habría algo heredado en la
hiperactividad. Numerosos genes entrarían en sospecha, especialmente los ligados al
metabolismo de los neurotransmisores, pero no se ha identificado ningún gen específicamente
relacionado a la hiperactividad. Por otra parte, el entorno también juega un rol importante,
tanto el contexto familiar y educativo como el entorno físico.
Desde este lugar es posible retomar los señalamientos de García (2006) quien postula
que la hiperactividad recubre perturbaciones distintas, manifestaciones que si bien pueden
tener ciertos elementos en común unas con otras, reflejan causas diferentes. Es decir que
desde esta perspectiva, en relación con la causa subjetiva, podríamos señalar que el
psicoanálisis tiene posiblemente respuestas que otras prácticas no tienen, pero el problema es
siempre, la actitud a tomar.
Los sufrimientos del niño no son únicamente internos sino que también son producidos
por el rechazo que su hiperactividad genera. Así, el drama del niño hiperactivo no sería muy
distinto al del niño llamado superdotado, que también sufre por su inadaptación en el colegio,
en su entorno familiar, social, etc.
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Más allá de la inestabilidad, hiperactividad, hiperquinesia SDAH, ADD, ADHD, más
allá de los discursos ideológicos lo que nos debiese generar una interrogante desde la clínica
es preguntarnos de qué niño estamos hablando. ¿Se trata de un niño con un “déficit” un
“handicap” que dada su incontinencia motriz va en respuesta, a generar un gran conflicto en la
calidad de su adaptación familiar y escolar? ¿O se trata más bien de un niño que sufre
psíquicamente y que su hiperactividad o desatención no son más que un síntoma que estaría
traduciendo ciertos desórdenes afectivos y emocionales con su entorno? ¿En otros términos
se trata, tal y como lo plantea Fourneret, de un niño portador o de un niño revelador? Esta
pregunta pareciese continuar abierta, no obstante, al pensar a este niño desde la clínica es muy
probable que la pregunta en torno a la causa deba suspenderse, pues pretender una causalidad
única nos impide visualizar lo fundamental, a saber el sufrimiento psíquico.
Rousillon (1995 citado en Berger, 2005) sugiere poder mantener una tensión etiológica
al trabajar desde la clínica con este cuadro. Este postulado resulta obvio si consideramos tal y
como señala Berger que estos niños presentan por ejemplo dificultades para simbolizar. Así,
esta dificultad en la organización psíquica no debiese interpretarse de un modo distinto por
estar ligada por ejemplo a un proceso neurológico, ya que de lo que se trata es de sufrimiento
psíquico.
Asimismo Bréjard y Bonnet (2007) señalan que debemos preguntarnos de qué se trata
este diagnóstico: ¿De un Trastorno o una construcción adaptada a las terapéuticas? ¿Se trata
de Hiperactividad o de un niño hiperactivo en particular? La definición en apariencia precisa,
de un trastorno que llamamos hiperactividad (o de otro modo) es cómoda únicamente para el
investigador o el clínico poco riguroso en su modo de aproximarse a un sujeto que padece. Al
concebir la hiperactividad como trastorno reducimos al niño a un comportamiento inadaptado
que habrá que hacer “desaparecer” mediante tal o cual terapéutica (no necesariamente
medicamentosa) dejando de lado, la escucha del sujeto y de su discurso. Se corre el riesgo de
transformar la clínica de un trastorno en una construcción artificial adaptada a tratamientos
preformados. Mantener una aproximación psicopatológica y psicoanalítica de la
hiperactividad debe responder a la siguiente condición: la referencia al niño que sufre, a su
historia, a lo que dice, dibuja, juega…. etc.
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De igual modo Claudon (2007) señala que el encuentro clínico con los niños y sus
padres confirma que la problemática no reside en el diagnóstico y en un tratamiento directivo
como por ejemplo la utilización de quimioterapias. Las demandas de ayuda se sitúan sobre
todo en la capacidad de ser padres, en la posibilidad de tolerar las ambivalencias y los
conflictos que desestabilizan los modelos parentales.
Untoiglich (2007) también se cuestiona acerca de este diagnóstico que se presenta como
un debate actual y señala lo siguiente:
Con el fin de abordar las múltiples interrogantes y debates que surgen en relación al
concepto de hiperactividad infantil, se trabajará en una primera instancia mostrando las
diversas posturas históricas y epistemológicas que han estado a la base de este diagnóstico,
demostrando que en la actualidad, se desconoce la causa y que lo que entra en juego al
parecer, son finalmente posturas ideológicas. Se incorporará la perspectiva de diversos
autores psicoanalíticos franceses que han concebido a la hiperactividad desde el término de
inestabilidad psicomotriz oponiéndose a la postura organicista del TDA. Desde esta
perspectiva, se buscará cuestionar el diagnóstico de trastorno por déficit de atención
buscando precisar las diferencias que presentan los niños así diagnosticados. Asimismo, se
postulará que el psicoanálisis puede generar aportes en la medida en que este diagnóstico se
suspenda y se conciba no como una categoría, sino que más bien, como múltiples expresiones
del sufrimiento infantil, que merecen ser escuchadas y comprendidas desde la particularidad y
subjetividad y tratadas tomando en cuenta su multideterminación.
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El psicoanálisis puede generar elementos cruciales para intervenir con los niños que
presentan estas dificultades, porque brinda una teoría sobre la estructuración psíquica que
permite comprender los tiempos del armado subjetivo, toma en cuenta los distintos modos de
constitución, describe las operaciones subjetivas e intrapsíquicas por las cuales alguien pasa a
ser sujeto, describe cómo es que la capacidad simbólica se constituye y despliega y puede dar
cuenta también del entramado individual, familiar y social. Es decir, el psicoanálisis al
trabajar con las causas subjetivas puede tener respuestas que otras prácticas no tienen. Así
cabe destacar que existe una gran diferencia entre pensar que una manifestación implica un
cuadro psicopatológico y una causa orgánica y desde ese ángulo desprender un tratamiento; a
pensar que, una manifestación tal y como se presentará a lo largo de esta tesis, puede ser
efecto de múltiples causas y que hay que descubrir cuáles son y por consiguiente, evaluar cuál
es el tratamiento más adecuado.
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CAPÍTULO I: ASPECTOS DESCRIPTIVOS - SINTOMATOLÓGICOS DE LA
HIPERACTIVIDAD INFANTIL
Duché (2006) psiquiatra infantil francés, refiere sin embargo, que la frecuencia de la
hiperactividad del niño varía de un país a otro y sobre todo en relación a las diferencias
culturales. Según el autor las diferencias en relación a las estimaciones son tantas, que se
vuelve fundamental apreciar con mucho sentido crítico estos indicadores estadísticos.
Asimismo Bréjard y Bonnet psicólogos clínicos franceses (2007) refieren que es muy
difícil evaluar la prevalencia del TDAH debido a que los estudios estadísticos existentes son
muy heterogéneos tanto a nivel de la metodología como a nivel de los resultados. Por otra
parte, el número creciente de consultas bajo este diagnóstico concierne a centros hospitalarios,
lo que no siempre se confirma en consultas privadas. Duché (1996) postula que ha habido
pocas categorías diagnósticas que hayan generado tantas controversias. Diversas ideas se
ponen en juego al momento de estudiar este cuadro.
López (2006) señala que en las últimas tres décadas se ha podido constatar una gran
variabilidad en la nomenclatura y en los criterios diagnósticos para definir esta condición:
Déficit atencional, hiperactividad, Hiperkinesia, Síndrome hiperquinético, Disfunción
cerebral mínima, Daño cerebral mínimo. “Cada uno de estos términos refleja una evaluación
diferente de la condición que ha sido considerada como un rasgo, un síntoma, un síndrome o
una enfermedad en distintos momentos, lo que implica un énfasis diferente en cómo debe ser
diagnosticada y tratada” (López, 2006 p.4).
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Claudon (2007) clínico infantil francés, refiere a su vez, que los cambios
terminológicos han variado en las épocas y en las regiones del mundo y no están ligados a
avances científicos que puedan determinar conocimientos específicos. Estos cambios según el
autor, están más bien ligados a las concepciones del clínico, quien podría profundizar o bien
descartar algún aspecto. La gran disparidad de términos refiere el autor, responde más bien
una divergencia de opiniones entre los clínicos e investigadores en relación al
posicionamiento clínico frente la infancia que a una realidad clínica disímil.
La edad aparece como un factor protector del trastorno. En efecto la prevalencia del
TDA disminuye con la edad y a su vez se redefinen los criterios característicos. Se observa
que un 85 % de los niños diagnosticados en la infancia persisten con el trastorno en la
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adolescencia (Bréjard & Bonnet, 2007). En relación a la adultez, se disponen de pocos
estudios epidemiológicos, pero se puede estimar su prevalencia entre 2% y 6% (Wender, 1995
en Bréjard & Bonnet, 2007).
Por otra parte la comunidad científica ha señalado que este cuadro presenta una alta
comorbilidad con otros trastornos. En los niños las formas más comunes de comorbilidad son
los desÓrdenes disruptivos de la conducta (35%), trastornos de ansiedad (25%), desórdenes
del ánimo (18%) y problemas de aprendizaje (25% por ejemplo dislexia, discalculia, etc)
(Amer. Psychiatr. Assoc., 1994; Amer. Acad. Pediatric., 2000).
Por otra parte no se ha podido probar que las condiciones de vida influencien el
síntoma (Marcelli, 1996 en Claudon, 2007). Ningún dato da cuenta de una función adaptativa
del trastorno frente a los cambios tecnológicos y sociales, sin embargo la reflexión en torno al
lugar del niño en la sociedad debiese ser profundizada (Shelley-Tremblay et al, 1996 en
Claudon, 2007).
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CAPÍTULO II: CONSIDERACIONES HISTÓRICAS EN RELACIÓN A CONCEPTO
DE HIPERACTIVIDAD INFANTIL
Bréjard y Bonnet (2007) refieren por su parte que la evolución de las diferentes
concepciones llevó a redefiniciones consecutivas del trastorno. Las concepciones
neurobiológicas y neuroanatómicas iniciales hacen prevalecer una perspectiva biológica en la
explicación del comportamiento. Se van evocando sucesivamente los términos de
predisposición mórbida y de lesión cerebral. La cuestión del déficit cede lugar al
disfuncionamiento, lo que permitió introducir una visión dinámica en esta visión determinista.
Sin embargo, desde la perspectiva anglosajona la causalidad biológica está siempre presente
siendo la regulación del sistema nervioso central lo que puede dar cuenta de la dinámica
conductual y afectiva del sujeto.
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Still (1902 citado en Bernaldo de Quirós, 2005) en Inglaterra, fue quien primero
describió la presencia de trastornos de conducta en un grupo de 20 niños, muchos de los
cuales tenían una historia de convulsiones y daño cerebral. Según su descripción, eran niños
agresivos, desafiantes, la mayoría con problemas de atención e hiperactividad. Observó una
mayor incidencia de anomalías físicas menores, como paladar ojival, macrocefalia o epicanto.
Según Still (1902) estos niños poseían un defecto en el control “moral” de su conducta y,
aunque algunos provenían de hogares caóticos, consideró que el problema se debía a una
predisposición biológica, hereditaria en determinados casos y consecuencia de un daño pre o
posnatal entre otros. Bréjard y Bonnet (2007) refieren que si bien Still percibe que estos
niños provenían de familias en las cuales la educación no era prioritaria, formula en un
segundo tiempo otra hipótesis: “el comportamiento y en consecuencia los síntomas evocados,
pueden explicarse por una predisposición mórbida de origen genético. El rol parental se pone
en cuestión” (p. 13). Para Tallis (2005) es obvio el parentesco sintomático de la definición de
Still con lo que hoy se describe como TDAH, aunque no queda clara su etiología, a partir de
lo que él llama “defecto de control moral”. Still por lo tanto se refiere al “Brain Damage
disfunction” para describir a los niños que presentan una hiperactividad motriz exagerada
frente a una respuesta orgánica. En Francia, esta hipótesis será concebida con menos fuerza
sin embargo, Paul Boncour será uno de los primeros autores que se posicionará a favor de la
hipótesis orgánica de la inestabilidad (Fourneret, 2004). Dupré (1907) siguiendo con estos
lineamientos, evoca la idea de debilidad “mental”. En ambos trabajos el niño inestable se
considera como un enfermo que padece un desequilibrio motor patológico de naturaleza
congénita (Fourneret, 2008).
Tallis (2005) señala que las primeras investigaciones realizadas en torno al cuadro, se
abocaron fundamentalmente al estudio de la conducta motora. Uno de los primeros trabajos
en destacar el exceso de actividad motriz fue el de J Demoor. En 1901, el autor se refiere a la
“inestabilidad motriz” comparándola con una corea mental y describiendo a los niños con
exageradas emociones, reacciones ambivalentes, falta de inhibición y de atención e incesante
necesidad de movimientos y cambios.
Los trabajos de Heuyer en 1914, Vermeylen en 1923, Wallon en 1925 y Male en 1932
configuran un segundo tiempo en la concepción francesa de la inestabilidad psicomotriz.
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Estos trabajos permiten precisar las disarmonías en el desarrollo y las dificultades propias de
estos niños. Vermeylen es el primero en proponer una explicación psicogenética de la
inestabilidad considerándola como una fijación del desarrollo en una etapa arcaica (Claudon
2007). En la tesis “Los niños anormales y los delincuentes juveniles”, Heuyer intenta
mediante una observación longitudinal de 102 niños separarse de una concepción puramente
orgánica del trastorno. El mérito de Heuyer estuvo en reintroducir en el debate consagrado a
la etiología de la inestabilidad psicomotriz, la importancia de la afectividad y de la influencia
del medio, basándose para esto, en la tesis desarrollada por Kreapelin en su estudio sobre
adolescentes psicopáticos en 1895 (Fourneret, 2008).
No obstante, serán principalmente los trabajos de Wallon los que marcarán un cambio
en el énfasis dado a la comprensión del niño inestable en una ideología marcada largamente
por las concepciones organicistas. En tanto médico, psicólogo y psicopedagogo Wallon va a
renovar la aproximación descriptiva mediante un método de análisis multidimensional y
comparativo entre niños sanos y niños con “cerebropatías” tomando en cuenta criterios del
desarrollo, socio-educativos y anátomo-clínicos demostrados ya empíricamente. El objetivo
de estas comparaciones radicaba fundamentalmente en poder describir la conducta y los
elementos psicoafectivos del niño en su ambiente, sus orígenes y su evolución respectiva, y
también estudiar las eventuales interacciones funcionales a la base. Pese a reconocer la
enorme influencia del medio y las emociones en la génesis del trastorno, Wallon sostiene la
idea de un anclaje corporal en la hiperactividad infantil tal y como lo sostiene en sus tesis “el
niño turbulento” de 1925 (Fourneret, 2008).
Fourneret (2004) refiere que será principalmente la epidemia de encefalitis que afecta
al continente norte americano a fines de la primera guerra mundial (encefalitis de Von
Ecónomo) la que jugará un rol fundamental en el desarrollo y difusión de la corriente
organicista. Hohman (1922) luego Ebaught y Strecker (1923) observan en los niños que
logran recuperarse de esta afección, un cambio radical en su carácter pero sobre todo en su
comportamiento, el cual deviene sorpresivamente hiperquinético a tal punto que no podían
llevar a cabo ningún tipo de aprendizaje y por consiguiente no eran aceptados en clases.
Algunos años más tarde, Bradley (1937) realiza un estudio con 30 niños inestables de 5 a 14
años con inteligencia normal y observa una mejoría paradójica en sus trastornos del
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comportamiento y sus logros escolares debido a la prescripción de una anfetamina, la
benzedrina. Este resultado se contrapone a lo esperado; que hubiese habido una mejoría con
barbitúricos debido a su propiedad sedativa. Estos hallazgos le permitieron a Bradley pasar de
una comprensión basada en los factores neuroquímicos del cuadro, a una comprensión
fisiopatológica (Fourneret, 2004).
En Francia por otra parte, en los albores de la segunda guerra mundial se generará un
revuelo total frente a las concepciones organicistas de la inestabilidad en beneficio de
concepciones más “psicológicas”, inspiradas fundamentalmente en las corrientes
psicodinámicas. Siguiendo los lineamientos de Wallon, Abrahamson (1940) trazará lo que
será la continuación de la posición francesa y fijará definitivamente la aceptación psicológica
de la inestabilidad infantil. El origen de la inestabilidad psicomotriz para Abrahamson se
explicaría por un déficit en el desarrollo afectivo. Las condiciones de vida familiar y social en
las que el niño se desarrolla juegan un rol central en la aparición y manifestación de la
inestabilidad. El interés se centrará en el análisis de las interrelaciones generadas entre el niño
y su familia. Durante los años 50, la inestabilidad psicomotriz deja su estatuto de entidad
nosográfica estricta para dar lugar a una dimensión semiológica equivoca, en donde la
interpretación solo adquiriría sentido al estar inserta en una comprensión global de la
organización psíquica del niño y sus modalidades relacionales (Fourneret, 2008).
Por otra parte y en búsqueda de la naturaleza orgánica del cuadro, Strauss y Lehtinen
en (1947) introducen el término de “daño cerebral”, sin embargo, muchos de los niños
estudiados, no presentaban un daño cerebral demostrable mediante el examen neurológico.
Los autores por lo tanto, interpretaron que, en estos casos, el examen neurológico no era
sensible para detectar daño, lo que dio origen al concepto de daño cerebral mínimo (Bernaldo
de Quirós, 2005).
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En los años 60, el término “daño cerebral mínimo” fue abandonado pues se consideró
inapropiado inferir la presencia de daño cerebral en niños que únicamente presentaban
problemas conductuales y no la pérdida de una función previamente adquirida. Clements
introdujo el término “disfunción cerebral mínima” (DCM), considerando la hiperactividad
como el síntoma principal. Sin embargo, en la práctica, el término disfunción continuó
indirectamente ponderando el concepto de daño cerebral y su diagnóstico se transformó en
una gran ambigüedad, aplicado por igual a niños con problemas motores, de conducta y/o de
aprendizaje. El único aspecto en común encontrado, fue la presencia de “signos blandos” en el
examen neurológico (para diferenciarlos de los signos duros o de daño cerebral) y en ciertas
ocasiones algunas anormalidades en el electroencefalograma (Bernaldo de Quirós, 2005).
En base a una extensa revisión bibliográfica, Bernaldo de Quirós (2005), señala que
estudios posteriores demostraron que la mayoría de los niños con daño cerebral no desarrolla
hiperactividad, que menos del 5 % de los niños hiperactivos solamente tienen signos
evidentes de daño cerebral, que los signos blandos no son patognomónicos de la
hiperactividad y que están también presentes en la población general. La consideración de que
el término DCM era demasiado vago y de poco o prácticamente ningún valor pronóstico y sin
evidencia neurológica, hizo que fuera lentamente abandonado (Kirk, 1963 citado en Bernaldo
de Quirós, 2005).
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mantener la atención y el esfuerzo mental, 2) deficiente control de los impulsos, 3)
incapacidad para modular el nivel de alerta, 4) fuerte inclinación a buscar gratificación
inmediata. Douglas encontró que el principal déficit estaba en la atención sostenida y no en la
distracción, parámetro en el cual los estudios no diferían de controles normales. Por otro lado,
el rendimiento de niños hiperactivos en pruebas de atención sostenida, no se diferenciaba de
los normales en situaciones de refuerzo continuo e inmediato. Douglas documentó también,
los significativos efectos del metifelnidato sobre la atención, así como la asociación entre el
déficit en el control de los impulsos y problemas de conducta en la evolución del síndrome
(Bernaldo de Quirós, 2005).
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Será en el establecimiento del vínculo que nos une al niño, en el tipo de relación
que se instaura en el cuerpo a cuerpo con él, donde se inscribirá el trastorno
psicomotor... la inestabilidad no es solitaria, golpea la mirada del examinador, el
oído, el tacto: la inestabilidad provoca. (Bergès, 1985 en Fourneret, 2004, p.11)
Tanto Bergès (1985 citado en Fourneret, 2004) como Flavigny (1988 citado en
Fourneret, 2004) coinciden que dada esta dinámica, los padres quedarían atrapados en un rol
de vigilancia y de control incesante que no hace otra cosa que acentuar el trastorno.
Considerando además que esta patología se presenta mayormente en los varones, el autor se
interesará en explorar las particularidades dinámicas de la relación madre-hijo. Existiría a la
base según el autor, una cierta tonalidad incestuosa en la relación, pudiendo llegar a
concebirse la hiperactividad como “un pasaje al acto del deseo de la madre”. La
hiperactividad sería una respuesta del niño frente a la proximidad física y excesiva de la
madre. Frente a esta cercanía, el niño experimentaría grandes montos de excitación corporal,
sin posibilidad de elaborarse. Esta confusión, mantendría el vínculo de dependencia
dificultando así, el proceso de separación-individuación. El niño debido a sus constantes
desbordamientos motores demandaría incesantemente los cuidados de su madre, quedando
ella misma, sometida a una gran ambivalencia afectiva.
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adopta el término “Déficit de la atención, con o sin hiperactividad” (DSM-III) a pesar de no
existir en ese momento estudios empíricos que demostraran la existencia de subtipos.
Lahey (1984, 1985, 1987, 1988 en Bernaldo de Quirós, 2005) encontró en sus
investigaciones que los niños con problemas de atención sin hiperactividad se caracterizaban
por ser soñadores, letárgicos y con peor rendimiento escolar, pero menos agresivos y con
menos problemas sociales que sus pares hiperactivos. En la clasificación de 1987 (DSM III-
R) este grupo fue incluido en la categoría de Déficit de Atención no diferenciado, como
categoría separada del Déficit de Atención/hiperactividad. De modo paralelo, investigaciones
realizadas por Barkley (1982) y Loney (1978, 1983, 1983 en Bernaldo de Quirós, 2005)
permitieron discriminar empíricamente la hiperactividad de los trastornos de conducta-
agresión, estableciendo un pronóstico negativo en la adolescencia para aquellos casos de
hiperactividad asociados a problemas de conducta.
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CAPÍTULO III: EL LUGAR DE LA HIPERACTIVIDAD EN LAS
CLASIFICACIONES ACTUALES
Según el DSM-IV, los criterios de diagnóstico para el Trastorno por déficit de atención con
hiperactividad son los siguientes:
1). Seis o más de los siguientes síntomas de desatención han persistido por lo menos durante 6
meses con una intensidad que es desadaptativa e incoherente en relación en relación con el
nivel de desarrollo (Rodríguez, 1998).
-Desatención:
a. presentan dificultades para prestar atención a los detalles o cometen errores por descuido en
las tareas escolares, trabajo u otras actividades;
b. tienen dificultad para mantener la atención en tareas u otras actividades;
c. parecen no escuchar cuando se les habla de forma directa;
d. suelen no seguir las instrucciones y fallan en la finalización de tareas escolares o trabajos o
específicos asignados (y esto no por no haber entendido la consigna ni por rebeldía);
e. presentan dificultades en la organización de tareas y actividades;
d. rechazan, les disgusta o evitan comprometerse en tareas que requieren un gran esfuerzo
mental (tales como deberes escolares y del hogar)
h. se distraen con facilidad por estímulos externos
i. no recuerdan o descuidan las actividades diarias.
-Hiperactividad:
a. son inquietos con sus manos y pies o se retuercen en el asiento.
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b. se levantan de su asiento en clase o en otros lugares, cuando el estar sentado es la conducta
esperada;
c. dan vueltas o corren en situaciones en que ello no es lo apropiado;
d. tienen dificultades para participar de manera tranquila en pasatiempos;
e. hacen varias cosas a la vez y actúan con desasosiego, como si estuvieran impulsados por un
motor;
f. hablan en exceso.
- Impulsividad:
g. contestan antes de que la pregunta sea completada;
h. tienen dificultad en esperar;
i. interrumpen o hablan por encima de las palabras del otro.
Como regla, estos síntomas deben estar presentes antes de los 7 años de edad y
también presentarse en dos o más ambientes. Como es de suponer estos síntomas producen un
gran perjuicio en las actividades académicas, sociales y laborales del paciente. Por otra parte,
resulta evidente que no deben considerarse cuando ocurren acompañando un trastorno
generalizado del desarrollo, esquizofrenia u otro trastorno psicótico (Rodríguez, 1998).
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Rodríguez (1998), señala que el Síndrome de Déficit de atención e hiperactividad se
caracteriza primordialmente por la persistencia de un patrón de inatención, hiperactividad e
impulsividad. Estas características de conducta deben estar presentes antes de los siete años
de edad, y tener una duración en el tiempo mayor a seis meses, por lo que el diagnóstico se
realiza frecuentemente en la edad escolar, aunque una profunda anamnesis revela patrones de
conducta hiperactivos (llanto exagerado, alta demanda de atención, patrón de sueño
inadecuado, etc) desde la lactancia (Lauffer, M.W, Denhoff, E 1957, en Rodríguez, 1998). El
autor señala de igual modo, que en situaciones en las que el niño está bajo estricto control y se
lo refuerza permanentemente persona a persona, los síntomas tienden a disminuir en forma
notable.
En base a su experiencia clínica como neurólogo infantil, Rodríguez (1998) refiere que
el comportamiento hiperactivo se revela como un grado exagerado de inquietud motora, sin
finalidad productiva, que no persigue un objetivo concreto y significativo. “A estos niños es
realmente difícil mantenerlos sentados, aunque sea poco tiempo. Corren y saltan en el aula, en
su casa, en el consultorio. Están permanentemente inquietos y agitados” (p.15).
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La hiperactividad resulta el más notable de los síntomas, tanto que se describe en el
75% de los niños que padecen este síndrome, los que, a pesar de tener una inteligencia
normal, o normal alta, presentan dificultades en el aprendizaje formal, en su comportamiento,
como también sutiles desviaciones de las funciones neurológicas en lo concerniente a la
percepción, conceptualización, lenguaje, memoria, atención y función motora (Rodríguez,
1998).
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que le demandan al niño esfuerzo inmediato y pueden desaparecer de manera transitoria según
las situaciones, sean estas duales o situaciones nuevas para el niño. Los autores refieren que
esta clasificación considera escasamente a la impulsividad en los trastornos atencionales y
reduce su objeto de estudio a la inestabilidad motriz y a la perturbación de la atención.
Bréjard y Bonnet (2007) explican que al dejarse de lado esta dimensión, el trastorno no puede
relacionarse a la dimensión conductual como lo sugiere la clasificación anglosajona.
La inestabilidad psicomotriz, es una noción que debe ser reconocida sólo si todos los
elementos clínicos que la definen están presentes, es decir las manifestaciones deben dar
cuenta de un desequilibrio en relación a la edad y al nivel del desarrollo mental del niño y
hacerse más evidentes en situaciones que demandan esfuerzos, como en clases por ejemplo.
Pueden desaparecer transitoriamente en algunas situaciones, como en una relación dual o una
situación nueva. La inestabilidad psicomotriz se inscribe en un contexto de relaciones y las
respuestas del medio son determinantes por lo que el impacto de las manifestaciones va a
variar de un sujeto a otro (Duché, 1996).
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CAPÍTULO IV: EL PSICONÁLISIS Y LA NOCIÓN FRANCESA DE
INESTABILIDAD PSICOMOTRIZ
25
El aporte del psicoanálisis ha permitido descentrar la mirada de la etiopatogenia del
trastorno y enfocarla en un análisis de sus condiciones y de sus determinantes psíquicos,
relacionales y narcisísticos. Sin embargo, los trabajos desarrollados por el psicoanálisis son
escasos y en su mayoría datan de la década del 70. Sin embargo, en los años 90 se produce un
retorno a los trabajos clínicos de orientación psicodinámica como un modo de responder a la
irrupción masiva de la perspectiva anglosajona en los hospitales franceses y en los sistemas
escolares y educativos (Claudon, 2007).
Berger (2005) psiquiatra y psicoanalista francés, señala que existirían tres cimientos
básicos desde las teorías psicodinámicas, que han intentado explicar la hiperactividad. En este
26
apartado se revisarán brevemente estos 3 fundamentos teóricos clásicos en relación al
concepto de inestabilidad psicomotriz, para luego desarrollar estas ideas en un contexto de
discusión que amplíe estas miradas.
Diatkine y Denis (1985) por una parte, postulan que la hiperactividad sería una
respuesta maniaca contra la depresión, Bergès (1985) por otra, propone la hipótesis de un
déficit a nivel de los revestimientos corporales y Marty (1980), señala que la hiperactividad
sería un trastorno psicosomático que se desarrollaría en niños de pensamiento operatorio y
una carencia importante en su capacidad para fantasear. Estos niños por lo tanto sólo podrían
exprimir sus tensiones internas, agitándose.
Todas estas perspectivas de algún u otro modo intentan responder a las preguntas que
se ponen en juego en torno al debate, a saber; ¿La hiperactividad es un síntoma que podría
manifestarse en estructuras clínicas diversas? ¿Una reacción psicosomática frente un
conflicto? o ¿Existe una estructura psíquica específica en los niños hiperactivos? A
continuación se revisan brevemente estos 3 cimientos teóricos psicodinámicos que ya desde
sus inicios se verá que plantean controversias y debates.
Berger (2005) aclara que Diatkine y Denis (1985) no trabajan el concepto de defensa
maniaca en sentido literal, es decir comparando la excitación maniaca adulta a la hiperkinesia
del niño. A nivel de la contratransferencia Diatkine y Denis destacan que los niños
hiperactivos mantienen una actitud familiar con el clínico, pasan de una actividad a otra y
generan en el adulto el sentimiento de sentirse desvalorizado. El niño inviste numerosos
puntos del espacio utilizando como mecanismo de defensa la identificación proyectiva. Estos
puntos representarían para él aspectos malos de sí mismo que debe mantener controlados, ya
que de lo contrario emerge la angustia persecutoria frente a estos objetos devenidos
terroríficos. La desvalorización, señalan los autores, permite desembarazarse de los objetos
investidos y así surge la necesidad de pasar al objeto siguiente. De este modo Diatkine y
Denis (1985 en Berger, 2005) concluyen que sería por lo tanto completamente arbitrario no
27
clasificar estos estados dentro de los cuadros de psicosis infantiles. Según Berger, es cierto
que algunos niños inestables presentan una escisión pasajera en el contacto con el mundo
exterior. También es cierto que un niño inestable puede estar “fuera de sí” en los momentos
de explosiones de cólera o en momentos de gran ansiedad, deformando frecuentemente la
realidad y sin poder dar cuenta de ella. Sin embargo, en cada una de estas situaciones, estos
momentos son breves y no alcanzan a invadir por completo el funcionamiento psíquico. El
sentido de realidad y la función de identidad se mantienen suficientemente conservados por lo
que no se puede categorizar a estos niños en el cuadro de las psicosis infantiles. Berger (2005)
refiere que la problemática principal no se sitúa en este registro, que no necesariamente se
encuentran confrontados a la perdida de objeto como es el caso de la depresión que podría
desencadenar una defensa maniaca, sino que más bien, se trataría de una dificultad temprana
para poder relacionarse con el medio, con los primeros objetos. Berger propone otro modo
para comprender estos comportamientos, a saber, la idea de un registro gestual y corporal
prefantasmático. Según Berger, estas manifestaciones darían cuenta de un registro de lo
arcaico, es decir concerniente a una experiencia presimbólica y preverbal.
Bergès (1985 citado en Berger, 2005) postula la hipótesis de un déficit a nivel de los
revestimientos corporales. El autor señala que el cuerpo como envoltura, puede constituir un
encierro por lo que muchas veces el modo de escapar, es la irrupción que representa la
hiperactividad. Si al contrario, la envoltura falta, los límites se vuelven inciertos y la búsqueda
se vuelve en el mundo exterior o en el otro, pues el cuerpo no los posee. Los estados
hiperquinéticos suturan lo que al cuerpo le falta. Según Bergès los niños no sienten su
hiperquinesia debido que esta actividad incesante les sirve de “sentido” de “vivido” y de
“frontera”. Para Bergès (1985 en Berger, 2005) la agitación, aparece, ya sea como una
irrupción en un contexto de contención insoportable (así como en los estados tensionales) o
bien como una demanda incesante de límites, fronteras. Asimismo, refiere que el cuerpo en
acción se vive como muy problemático o imposible de integrar como tal.
28
4.1.3. La hiperactividad como funcionamiento operatorio
Marty (1980 citado en Berger, 2005) refiere en relación a los sujetos adultos que
presentan este tipo de pensamiento, que se trataría de una estructura psíquica que funcionaría
defendiéndose del temor a caer en un estado de aniquilamiento. Este estado se califica como
depresión esencial porque no se manifiesta con sentimientos depresivos, no tiene objeto y
tampoco existe una auto-acusación por parte del sujeto. Marty describe el pensamiento
operatorio como un pensamiento motriz, incapaz de cumplir con una función de integración
pulsional. Smadja (1998 en Berger, 2005) refiere que la actividad se constituye en un
elemento muy importante en la vida de un sujeto en “estado operatorio” y no oscila con
estados de pasividad. Cuando la actividad se interrumpe conlleva frecuentemente a estados
que son vividos como aniquilación. “Este pensamiento operatorio no está totalmente cortado
del inconsciente, pero algunas funciones mentales han sido objeto de un proceso de
supresión” (Berger, 2005, p.17).
29
los psicoanalistas franceses, cuestiona el reduccionismo con el que se ha concebido el
diagnóstico de THADA.
Berger (2005) se interroga, comprueba, amplía y debate las teorías psicodinámicas que
han intentando dar cuenta de la hiperactividad. En base a una clasificación de la
hiperactividad fundamentada en un estudio clínico que consideró la historia familiar y las
relaciones tempranas de esto niños, Berger (2005) concluye que existirían a la base múltiples
explicaciones. En un gran número de casos se evidencian relaciones primarias defectuosas,
sea que se trate de padres impredecibles, ausentes o violentos, en un segundo grupo de casos,
el autor observa que la hiperactividad podría responder a una relación primaria con padres
controladores, sobreprotectores y en cierto nivel muy rígidos, incapaces de sentir placer con la
crianza, en un tercer número de casos, observa que estos niños tuvieron a madres deprimidas,
en un cuarto, padres incapaces de calmar y contener a sus hijos debido a su propia ansiedad y
en un quinto grupo de niños estudiados, observa que no hubo un ambiente capaz de proveer
una investidura suficiente.
Por otra parte, Bursztejn (2008) refiere que habría que situar el síntoma
“hiperactividad” dentro de la complejidad somato-psíquica. Desde este lugar retoma los
planteamientos de Golse para señalar las múltiples hipótesis psicopatológicas que pueden
considerarse al momento de pensar en esta manifestación. Golse (2003 citado en Bursztejn,
2008) retomando las diversas teorías psicodinámicas que se han descrito, señala que el
comportamiento hiperactivo podría relacionarse con el fracaso de la represión en el período de
latencia, cumpliendo la agitación una función evacuativa frente a toda representación
psíquica dolorosa; podría comprenderse también como un proceso paradojalmente “auto
calmante” o tranquilizante frente a la angustia y por último, podría representar, una defensa
maníaca contra la depresión.
30
Thomas (2007) también explora los diversos enfoques psicoterapéuticos que se han
propuesto para trabajar con niños con trastornos de la atención. El autor en su texto, muestra a
modo de resumen, las diversas perspectivas desarrolladas y los diferentes aspectos que se han
trabajado y considerado desde el psicoanálisis. Esta revisión demuestra nuevamente la
imposibilidad de concebir este diagnóstico como unicausal y evidencia la heterogeneidad
presente tanto en las diversas perspectivas, como dentro del propio psicoanálisis.
Daumerie (2004) refiere que si se analizan las principales hipótesis psicopatológicas que
se han formulado en relación a la hiperactividad infantil emerge una concepción polimorfa de
su etiología y sus mecanismos. La hiperactividad puede ser representada como:
- Un trastorno reactivo frente a una problemática familiar (específicamente a la relación
madre-hijo y/o a la depresión.
- Un conjunto de síntomas resultantes de un “déficit” en el proceso de simbolización.
- Un mecanismo de defensa.
- Un modo relacional patológico.
- Una patología narcisística.
31
Según Daumerie (2004) para el clínico que trabaja con estos niños, estas diferentes
representaciones se asocian frecuentemente para formar un “polycondensado heterogéneo”
saturado de contradicciones. El autor refiere que ninguna de esas representaciones logra ser
certera.
Menéchal (2004) por su parte refiere que el estatuto de “hiperactividad” alarma a la gran
mayoría de los clínicos. Billard (1996 en Menéchal & Gillot, 2004) señala que la designación
diagnóstica de un niño mediante un síntoma es en primera instancia violenta, sobre todo
considerando la naturaleza de la infancia. La utilización del término en Francia, refieren los
autores, es prácticamente inexistente porque podría llegar a estigmatizar la manifestación de
un comportamiento. Por lo tanto, para el clínico infantil admitir la hiperactividad, implicaría
ocupar una posición psíquica con respecto a una representación del exceso, el cual es
inherente a la infancia. El síntoma hiperactividad, explica el autor basado exclusivamente en
el comportamiento, termina finalmente aludiendo a un gran número de elementos que
pertenecen a diferentes problemáticas psicopatológicas.
Bourgeois (1996 citado en Daumerie, 2004) señala que ante las polémicas sobre el origen
psicógeno u orgánico del trastorno, la mayoría de los clínicos refiere grandes dificultades para
determinar de un modo claro el diagnóstico de hiperactividad. Existen y persisten profundas
divergencias y disparidades en función de las tendencias teóricas de los servicios psiquiátricos
(Saiag & Poisson-Salomon, 1995 en Daumerie, 2004).
Desde una mirada igualmente crítica en relación a este diagnóstico, Misès (2004)
psicoanalista y psiquiatra francés, señala lo siguiente:
32
Con el DSM-IV el trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad
aparece delimitado por criterios simples: posee una coherencia clínica fundada
sobre el rejunte de síntomas superficiales; invoca una etiopatogenia reductora que
apoya un modelo psicofisiológico, conlleva a la utilización dominante o exclusiva
de la Ritalina, la presencia de una comorbilidad es reconocida en casi dos tercios
de los casos, pero no se examina la influencia que los problemas asociados pueden
ejercer sobre el determinismo y las expresiones clínicas del síndrome. Finalmente
los modos de implicación del entorno familiar, escolar y social, no son ubicados
más que como respuestas a las manifestaciones del niño. (Prólogo, XI)
Golse (2003) también cuestiona estas clasificaciones nosográficas. Plantea, tomando las
enseñanzas de G. Canguilhem, que lo que aparece como patológico en un niño en una época
sería quizás considerado como normal en otra y no solamente porque la normalidad no puede
ser más que estadística sino, fundamentalmente, porque la tolerancia de una sociedad al
33
funcionamiento de los niños se funda sobre criterios educativos variables y sobre una
representación de la infancia que depende de ese momento histórico.
34
patología moderna del espíritu está en la hiper-simplificación que ciega la
complejidad de lo real. (Morin, 2004 citado en Untoiglich, 2007, p. 91)
Según Joly (2008) la inestabilidad del niño, golpea la inestabilidad de nuestras miradas:
trastorno por déficit de atención, síndrome hiperquinético, inestabilidad psicomotriz, niños
hiperactivos, agitados, turbulentos, impulsivos, inatentos. Joly refiere que más allá de lo
bulliciosa de la patología, estos niños invaden nuestro espacio para pensar. Inclusive en los
medios de comunicación no se habla más que de ellos: “Y el exceso puede ser acá, como en
otros ámbitos, el enemigo del bien” (p.129). El autor refiere sorprenderse frente al
movimiento que se genera en torno a este diagnóstico: “Alrededor del niño inestable, los
teóricos, los practicantes, los investigadores y los clínicos, se agitan a su vez como si la
inestabilidad fuese contagiosa” (p.129).
35
diferentes puntos de vista o vértices (en el sentido de Bion) y por la articulación
de sus diferentes comprensiones e inteligencias. (Joly, 2008, pp. 133-134)
Para Vasen (2007), psiquiatra infantil y psicoanalista argentino, preguntarnos sobre las
problemáticas de la infancia permite profundizar en procesos históricos que inciden en las
modalidades de lazo social que entablamos, es decir las formas en que nos vinculamos,
pensamos y compartimos la vida. Desde esta perspectiva surge la pregunta por las
condiciones sociales actuales, donde la estructuración del tiempo y del espacio cambia. Las
leyes, los ordenamientos sociales, ideales y las prácticas de crianzas, pasan a configurar otras
modalidades y tener otros modos de representación.
Amstrong (2001), es uno de los primeros autores en interrogarse en torno a los factores
educativos que se ponen en juego en la actualidad. Refiere que uno de los aspectos
inquietantes en relación al diagnóstico de TDAH en las escuelas, es que se ha incurrido a la
incursión del paradigma médico, en un espacio que anteriormente pertenecía a los educadores.
Las preguntas que orientaban la capacitación de un docente frente a los niños que tenían
dificultades para prestar atención eran las siguientes: “¿De qué modo aprende mejor este
niño? ¿Qué tipo de situación de aprendizaje debo crear a fin de que ponga de manifiesto su
capacidad natural para aprender? ¿Cómo puedo modificar mis clases para captar su
atención?” (Amstrong, 2001, p. 41)
El autor refiere que los esfuerzos del profesor se orientaban a comprender la forma de
aprendizaje del niño y en relación a esto, poder tomar decisiones acerca de cómo estructurar
el ámbito educacional. Ahora parece ser que el paradigma biológico actual incita al docente a
hacerse preguntas tales como: “¿Este niño tiene ADD? ¿Debo mandarlo a que se haga un test?
¿Convendrá medicarlo?” (Amstrong, 2001, p. 41). Del mismo modo el autor afirma que hay
estudios que indican que los síntomas pueden decrecer en intensidad y hasta desparecer en
ciertos contextos psicosociales:
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Las investigaciones sugieren que los chicos con diagnóstico de TDAH se
comportan de un modo más normal en situaciones como las siguientes:
- en relaciones uno a uno;
- en situaciones en las que se les paga para que realicen una tarea;
- en ambientes que incluyen algo novedoso o altamente estimulante;
- en contextos en los que ellos pueden controlar el ritmo de la experiencia de
aprendizaje;
- en los momentos en que interactúa con una figura de autoridad masculina, en
vez de una figura femenina;
En consecuencia, los síntomas de este trastorno parecen depender mucho del
contexto (Amtrong, 2001, p.21).
37
sideral, métodos de comunicación que estimulan el “zapping” o la activación de
sus habilidades a través de juegos computacionales y otras formas. Podemos
observar, en consecuencia, la conducta infantil en el contexto de una mayor
agresividad social, de una exageración de la individualidad y de un discurso en su
formación que dice que “para ganar debes ser triunfador”. (p.28)
Feld (1998) no descarta que existan múltiples motivaciones para padecer dificultades
inherentes a un síndrome con etiología definible, pero refiere que se trata ante todo de un
síndrome con componentes sociales. En base a este postulado refiere que hay que considerar
que las alternativas justamente de tratamiento exigen mantener una mirada multidisciplinaria
en la cual se tenga en cuenta en principio, al individuo pero también al contexto. Para el autor,
desconsiderar los cambios operados socialmente, podría generar que se descontextualizara la
problemática infantil, generando con ligereza un falso síntoma de hiperactividad o falta de
atención. Esto significa por lo tanto que el comportamiento familiar, las condiciones
pedagógicas, los métodos didácticos, el entorno de la construcción del saber de ese niño no
pueden ser homogéneos en su formación.
En base a su experiencia clínica, Rojas (2005) refiere que los problemas de atención
pueden vincularse con procesos psíquicos varios, tales como duelos inconclusos, huidas hacia
un mundo imaginario, inhibición de la curiosidad o en cambio, una falla en la producción de
la curiosidad que abre al conocimiento, entre otros.
38
Para Feld (1998) la inatención es la alteración de los mecanismos capaces de regular la
relación con el medio que rodea al individuo, provocando así un rendimiento deficiente.
Atender es a un mismo tiempo percibir y percibir es comprender. Para comprender es
necesario evocar y asociar conocimientos, relacionar, comparar y valorar, lo que pone en
juego, de esta manera, todo el mecanismo de la acción de pensar. En el acto de atender, se
confunden el campo intelectual y afectivo, puesto que se atiende aquello que interesa en el
terreno de las inclinaciones naturales. Es decir que atender, supone y requiere de voluntad. Es
también hablar de atención, aludir a cierta orientación respecto a la voluntad, a una
vinculación a la percepción (si esta se considera como una capacidad de seleccionar) o a una
relación con la motivación, si es tomada como una disposición del individuo para seleccionar
estrategias. Por lo tanto, desde el ángulo que se mire, la atención es siempre un fenómeno
activo. Según Feld, para analizar el fenómeno de la atención, es necesario abordar el problema
en un contexto situacional, donde la misma se constituye en parte de la problemática
planteada.
Untoiglich (2007) también se interroga en torno a los puntos comunes en las consultas
por dificultades atencionales y refiere que por lo general la dificultad atencional es la
conducta manifiesta de múltiples situaciones subyacentes. No obstante, señala que tras esta
conducta manifiesta existen ciertos puntos de coincidencia los cuales podrían encontrarse
unidos por un denominador común, a saber, la dificultad para representar.
39
clínica es la siguiente: ¿Pretender que este síndrome pueda tener una base neurobiológica y
constitucional, condena necesariamente el trabajo desde la clínica psicoanalítica? Frente a esta
pregunta los aportes de Fourneret (2004) son fundamentales. El autor plantea que las
investigaciones y trabajos actuales tienen por objeto tratar de comprender la producción de
síntomas en tanto tales, sin explicar ni referirse a su sentido simbólico en términos de
causalidad psíquica. Por lo tanto, señala el autor, las investigaciones actuales, no pueden
sustraerse totalmente de las aproximaciones psicoanalíticas que tienen la ventaja de integrar
en su comprensión, la función económica del síntoma, es decir el lugar que ocupa este
síntoma en la vida psíquica del sujeto. Si bien desde una perspectiva médica, la categoría de
hiperactividad puede insertarse en la categoría de un trastorno del neurodesarrollo, por
ejemplo, esto no basta para conferirle una significación unívoca y puramente endógena, ya
que tanto la frecuencia de las manifestaciones comorbidas asociadas, pero sobre todo dadas
las interacciones que el niño va a generar con su entorno, se originarán dificultades en sus
lazos con los otros, lo que evidentemente condicionará su trayectoria evolutiva.
40
lado, la escucha del sujeto y de su discurso. A lo largo de esta tesis se apelará a no
transformar la clínica de un trastorno en una construcción artificial adaptada a tratamientos
preformados. Mantener una aproximación psicoanalítica de la hiperactividad debe responder a
la siguiente condición: la referencia al niño que sufre, a su historia, a su contexto, a lo que
dice, lo que dibuja, como juega… Por lo tanto antes de preguntarnos si los comportamientos
son adaptados o no, posiblemente debiésemos reflexionar en torno a qué intervenciones serían
adaptadas a la particularidad de cada niño.
41
CAPÍTULO 5: HIPÓTESIS PSICOANALÍTICAS EN RELACIÓN AL CONCEPTO
DE HIPERACTIVIDAD INFANTIL DESDE LOS DETERMINANTES
RELACIONALES TEMPRANOS: EL PRIMER OBJETO Y EL PRIMER
INTÉRPRETE DEL CUERPO
Según (Mazet y cool, 1994 en Claudon, 2007) existiría una discontinuidad en los
intercambios afectivos entre la madre y el bebé en una situación de depresión patológica. Esta
discontinuidad de la diada obliga al bebé a ir progresivamente utilizando comportamientos de
inestabilidad “motriz” luego psíquica, los que tendrán como núcleo patológico la necesidad de
autoestimularse (comportamiento maniaco contra las angustias depresivas). La estructura
42
relacional que se genera, va a conducir a desórdenes crecientes a nivel afectivo. Así refieren
los autores, la fuga hacia la hiperkinesia aparece en estas condiciones como una protección
eficaz para el bebé pero posteriormente podría conducir a un cuadro clínico. Guedeney (1989
citado en Berger, 2005) indica que si bien la cantidad de estimulación en la madre deprimida
es igual a la observada en madres que no están deprimidas, la calidad de la interacción es muy
diferente. Las madres deprimidas tienen menos interacciones visuales con sus hijos y a su vez
se muestran muy sobrestimulantes a nivel cenestésico: cambian constantemente de postura al
sostener a su hijo, lo que afecta la continuidad del holding: las madres deprimidas según
Guedeney son excesivamente estimulantes o carecen por completo de estimulación.
Cummings y Davis (1954 en Claudon, 2007) en un estudio a larga data de niños con
madres deprimidas mostró que los niños generaban posteriormente una tendencia a desarrollar
trastornos externalizados de cólera, desobediencia, agitaciones.
Anne Bar Din (1989) psicoanalista francesa, sobre la base de un interesante trabajo de
investigación, analiza las influencias negativas que una madre deprimida puede tener sobre el
desarrollo emocional y cognoscitivo del niño. Aunque no postula la depresión como
enfermedad, sino más bien como “una reacción normal del individuo a aquellos
acontecimientos vitales que le causan un dolor insoportable” (p. 13), analiza las
consecuencias de esta en el psiquismo infantil y concluye que la correlación entre depresión
materna y perturbaciones en los niños de corta edad parece seguir dos patrones principales:
43
a) un niño taciturno, aprensivo, ansioso y desconfiado con una madre deprimida, irritable
e impertinente;
b) un niño excesivamente inquieto, impulsivo, difícil de controlar y deseoso de llamar la
atención, con una madre deprimida, apática e insensible.
Asimismo refiere que los trastornos más comunes en el grupo de madres deprimidas son;
problemas de alimentación, de relación con sus iguales y con sus padres y atención deficiente
o actividad excesiva. Señala que los resultados son concluyentes en relación a la
hiperactividad y desatención.
Por su parte Berger (2005) en base a los 52 casos clínicos concernidos en su estudio,
señala que 16 de ellos, debieron enfrentarse en el primer año de su vida a una depresión
materna temprana. Lo anterior representa al 30.7% de los niños diagnosticados con
inestabilidad psicomotriz. En relación a la frecuencia de la depresión materna, Bellion (1998
en Berger 2005), señala que el 38,4% de los niños hiperkinéticos tienen a una madre
deprimida, de los que el 17,9 4% tiene depresión mayor y el 20,5 4% una depresión menor,
comparada a una frecuencia del 6% al 144% en niños de grupo control. Esta depresión es
descrita por las madres como grave conllevando a la necesidad de farmacoterapia
antidepresiva. Por lo general la depresión ha estado ligada a la muerte o enfermedad de algún
miembro de la familia.
Podemos hacernos la pregunta acerca de por qué muchos niños llevan al límite a
sus madres cuando han estado sometidos a una depresión materna precoz. ¿Será
para intentar encontrar un objeto seguro? ¿Será porque no están seguros de que
44
exista una base a nivel de la investidura parental? ¿Es en respuesta a un fantasma
materno de infanticidio? (Berger, 2005, p.72)
Claudon (2007), desde una perspectiva que subraya la importancia sobre la pregunta por
el movimiento corporal en el tejido interactivo que se forja en los primeros tiempos y que
prosigue a lo largo del desarrollo del sujeto, señala que la depresión materna y las
discordancias afectivas, ponen al cuerpo en primer lugar. Según el autor, las experiencias que
se ponen en juego en la inestabilidad psicomotriz serían de naturaleza esencialmente
propioceptiva y que las disonancias en las interacciones madre-hijo, se centrarían
particularmente en las sensaciones percetivo-motoras. En relación a la clínica, el autor
observa en las entrevistas, que las madres, le otorgan una gran importancia a las reacciones
motrices del niño en sus intercambios, más allá de las manifestaciones propias de la
hiperactividad. Los gestos y las posiciones del niño, no son concebidos por la madre como
propios a la autonomía y desarrollo psicomotor del niño sino que parecen más bien haber
adquirido significaciones propias. La gestualidad del niño parece muchas veces dirigirse y
estar ligada a la madre. La depresión materna según Claudon, no parece ser un factor causal
dominante sino que más bien un factor predisponente o agravante. Sin embargo, lo que si se
vuelve esencial, es la conjunción que se genera entre los sentimientos depresivos y la angustia
de pérdida de objeto originados desde el ámbito materno y las imágenes motrices asociadas a
45
la sensorialidad propioceptiva que emanan del niño en respuesta a la madre. Cada vez que el
cuerpo propio se experimente de un modo singular o que las acciones del niño sean
disonantes con la madre, se irán activando estas imágenes motrices a lo largo del desarrollo
motor. Posteriormente, al momento del aprendizaje de la marcha, las vivencias infantiles y las
representaciones asociadas entrarán en contacto directo con las representaciones y actitudes
maternas patógenas, por lo que la coerción y las proyecciones de angustia impregnarán las
experiencias íntimas perceptivas- motoras del niño.
Según Claudon (2007) la dinámica que se pone en juego no podría ser pensada en el
registro del conflicto sino que más bien respondería al intercambio emocional y afectivo. La
hiperactividad para el autor hace parte de la personalidad del niño, de la de la madre y del
vínculo establecido entre ambos y será a cada instante reactivada por los actores de la
relación.
Golse (1996) por su parte, refiere que no todas las depresiones maternas generan un
cuadro de hiperactividad y que no todos los niños inquietos han tenido a una madre
deprimida. El autor hace referencia a los conceptos de holding, handling y object presenting,
como base del sentimiento de continuidad de la existencia. Según Claudon (2007) el acento
está puesto sobre la necesidad fundamental que tiene el bebé de ser contenido y sostenido por
la madre tanto en cuanto a la alimentación y la sobrevivencia somática como en relación a la
instauración del aparato psíquico. La función de contención materna es muy difícil de
asegurar si es que la madre no ha podido interiorizar un objeto primario suficientemente
contenedor y si no logra experimentar libremente la doble identificación hacia su hijo y hacia
el niño que ella fue (Golse, 2006).
46
subjetiva” de Yo-piel y de las primeras envolturas psíquicas, las cuales se han visto muy
fragilizadas por los efectos de la depresión materna. La agitación motriz y la caparazón que
esta induce, le permiten al aparato psíquico en constitución, posibilitarse un continente y
evacuar la mentalización de los afectos más dolorosos o los más depresivos. El autor toma en
consideración todos los aspectos interactivos y los efectos del aposteriori que van a
complejizar el esquema propuesto y sobredeterminar la organización de una inestabilidad o
hiperactividad. La depresión materna por lo tanto, dificulta el trabajo psíquico de la
maternidad y a su vez activa los sufrimientos de la propia historia relacional.
Golse (1996) hace referencia a los postulados de Anzieu en relación al concepto de Yo-
piel y las funciones de envoltura psíquica. El carácter operatorio de las agitaciones motrices
pueden conllevar a una falla directa del Yo-piel debido a que los estados y sensaciones que
van marcando el cuerpo del bebé solo podrán transformarse en pensamientos si el Yo- piel
bien constituido, puede consolidar al Yo-pensante. La constitución de las funciones de
envoltura psíquica y de ligazón somato-psíquica depende estrechamente de las relaciones
afectivas del niño con el objeto materno en los espirales interactivos y en particular las que
sostienen, infiltran y estimulan el desarrollo psicomotor.
47
base segura, lo que lo conduce a fantasear la autonomía motriz como un abandono manifiesto
conllevando a un sufrimiento depresivo intenso. Para los autores se trataría de una dificultad
en la individuación a nivel de la fase simbiótica de Malher (1968). La agitación que se
evidenciaría en la inestabilidad psicomotriz sería una defensa de tipo maníaco que
enmascararía la estructura depresiva del niño. Esta tesis aporta algunas pistas al estudio del
vínculo madre e hijo pasado y actual y algunas características como la problemática de la
dependencia. Los autores finalmente hacen también referencia a una falla en la función de
para- excitación.
Berger (2005) considera de igual modo, que la agitación podría responder a una carga
pulsional sexual que no logra encontrar una representación tranquilizadora. Para Berger, se
vuelve fundamental pensar en la relación entre pensamiento y movimiento. Según el autor,
existe una unidad particular del funcionamiento psíquico en los niños hiperactivos. Se trata de
un pasaje en un momento precoz de la vida psíquica del sujeto, a una actividad motriz
desorganizada, sin ritmo y persistente. La unidad de la inestabilidad “entidad” reside en el
hecho de que se trata de un comportamiento que concierne específicamente a lo que no pudo
estructurarse psíquicamente en el sujeto. Por lo tanto, se trataría de aquello que no pudo ser
simbolizado ni ser representado en la historia del sujeto mediante una reciprocidad
intersubjetiva con su ambiente en un período preverbal y que no podrá ser reprimido. Serán
48
las huellas de esta experiencia no simbolizada refiere el autor, las que asediarán al niño desde
su interior.
Para escapar a la presencia ansiosa de las madres, los niños pueden reaccionar
inhibiendo sus experiencias sensoriales y mentales. Depositan hacia ella una
atención inquieta, luego se alejan. Comienzan a agitarse, no logran calmarse. No
quieren correr el riesgo de ser interrumpidos, por lo que ellos mismos se detienen
preventivamente frente a una actividad que acaban de comenzar. De este modo la
dispersión mental y motriz se instala. (Frejaville, 2008, p.120)
49
placentera cuando una madre (así lo hemos visto) cree que su bebé quiere atacarla
apenas levanta los brazos? (p.120)
Bellion (2004) también realiza una investigación acerca de los elementos depresivos de
la hiperactividad. El autor en un estudio sobre los trastornos vinculares en el niño hiperactivo,
indica que el origen del trastorno debe explorarse en la angustia suscitada por eventos
traumáticos precoces. Estos traumatismos tempranos están generalmente ligados a una
problemática de separación madre-hijo desencadenada en un momento decisivo del desarrollo
del niño. Los test proyectivos muestran una falla narcisística en respuesta a decepciones
suscitadas por las imágenes parentales. Los factores psicológicos implicados en la angustia
subyacente a la hiperactividad están ligados a un conjunto de razones inherentes a
separaciones tempranas y que no responden necesariamente a una condición real. El autor
explica que la falta de disponibilidad afectiva tal y como ocurre en la depresión materna se
presenta como un factor muy importante en el desarrollo de la hiperactividad.
50
materna se evidencian dos reacciones opuestas en el niño. Por una parte puede desarrollar una
actividad que cumpla un rol “antidepresivo” mediante la hiperactividad o bien, una reacción
inhibitoria que va limitando los intercambios estimulantes con el exterior.
5.2. El cuerpo del niño y su primer intérprete: Hipótesis relacionadas a las fallas en la
constitución del espacio imaginario y la ritmicidad
Claudon (2007) refiere que se vuelve fundamental señalar en qué medida el cuerpo
del niño y sus funciones dependen de la apropiación que el niño haga de su propio cuerpo, de
la experiencia de su posesión y de la capacidad de representar los espacios y los ritmos que se
construyen en el vínculo con el objeto primario, quien será el primer interprete de los estados
del cuerpo del niño. Esta comprensión permite según el autor, proveer un medio para
dilucidar como es que los cuidados maternos y a grandes rasgos, la crianza del niño, van a
determinar un estilo de movilización corporal singular que podría ser reconocido en caso de
avatares, como una inestabilidad psicomotriz.
51
gran dificultad para representarse como teniendo un cuerpo propio, lo que conlleva a una
imposibilidad de transformar el cuerpo en espacio de representación e impide la proyección
normal de la imagen del cuerpo en el mundo exterior. Es por lo tanto el desarrollo de lo
imaginario y de la actividad de “rêverie”, lo que se ve obstaculizado, conllevando a lo que
Sami Ali (1980 en Berger, 2005) considera como una patología de la adaptación. Así señala el
autor, la actividad del sueño queda reprimida y la percepción reemplaza a la proyección, la
cosa y la palabra quedan en un nivel equivalente y lo familiar jamás conlleva una cuota de
extrañeza. Sami Ali subraya la importancia, como factor causal, de las perturbaciones
precoces en la relación madre-hijo, debido a carencias graves en relación a la crianza, o
debido a una depresión materna que deja al niño frente a una relación “no relacional”,
situación de impasse, sin vuelta atrás.
Claudon (2007) refiere que desde la perspectiva de Sami Ali, la capacidad de pensar
las emociones en el niño pequeño, está ligada a la posibilidad de hacer trabajar su cuerpo
como un espacio imaginario creador de ligazón, de objetos y relaciones.
Continuando con esta línea de pensamiento, Gauthier (1999, 2002 citado en Claudon,
2007) propone que el gran desafío para el niño en cuanto a su desarrollo, consiste en la
“apropiación” de su cuerpo. Sin embargo, refiere el autor, lo que nos es propio, pertenece en
una primera instancia al otro, la madre, que durante los primeros dos años de vida constituye
el “primer interprete” del cuerpo del niño, alimentándolo, orientándolo, educándolo y dándole
un sentido.
52
tipo de elemento diferencial, que ya no consiste en una expresión facial transitoria
sino en las características permanentes de un rostro. (p.63)
La autora analiza las razones de este proceso que culmina finalmente en la producción
psíquica del “extraño” allí donde antes estaba lo “familiar”. Para la autora, las manos juegan
un rol de fundamental importancia. El niño no sólo toca sino que “agarra” el objeto y se lo
lleva a la boca. Lo mismo realiza con las distintas partes de su cuerpo. En ese momento tanto
los objetos del mundo como su propio cuerpo se transforman para él en observables, al igual
que el contenido afectivo del rostro materno. Para reencontrarse con su estado corpóreo en el
rostro de la madre, requiere de su presencia, sin embargo al contemplar sus manos puede
captar este estado y ofrecerle al yo la posibilidad de hacer conscientes sus procesos internos
con mayor autonomía. Según Maladavski (1986 citado en Punta Rodulfo, 2007) el privilegio
de la visión de la propia mano anticipa, el discernimiento entre familiar y extraño. El autor
refiere que el hecho de que el niño se toque el rostro lo lleva a interrogarse por sus propios
rasgos y a encontrar una primera respuesta consistente al mirarse las manos pues en ellas ve
reflejada su imagen. Punta Rodulfo refiere que una segunda actividad la constituye el tocarse
partes del rostro ante la presencia de un familiar que a su vez toca ante el niño su propio
rostro, nombrándoselas y pidiéndole al niño que lo imite. Esta actividad implica un esfuerzo
por trasponer lo visto, no ya como estado afectivo, sino como acto motor a partir de una
función del yo, regida por la palabra ajena y consolidada como acto. La autora señala
finalmente que esta función imitativa podría ser uno de los requisitos para la producción del
“extraño a partir de lo familiar”
Sami Ali (1961, citado en Punta Rodulfo, 2007) describe la dificultad que presentan en
la clínica los pacientes que no han podido realizar este pasaje.
53
La máxima dificultad por lo tanto radica en tener que ligar, hilvanar o concatenar sucesos que
para el niño se hallan siempre desarticulados (Punta Rodulfo, 2007).
Tomando en consideración los aportes de Lacan, Winnicot, Dolto y los aportes de Sami
Ali, la autora concluye que el espejo más que ser un punto de partida es el complejo resultado
de las identificaciones precoces del niño con su madre.
El pasaje por el cuerpo propio es uno de los trabajos simbólicos más significativos
desde la pérdida del cuerpo materno, hasta su recuperación transfigurado en el
plano imaginario, con toda la fascinación que ejerce el espejo sobre el niño y que
deriva de que la imagen suple un término que no está presente en ese momento en
la realidad. (p.64)
La autora refiere que más allá de la permanencia del objeto, el niño procura captar la
figura materna integrando lo percibido y lo imaginado a partir de una síntesis espontánea en
donde los aspectos positivos y negativos que corresponden a la presencia y la no presencia se
unen. Dicha síntesis, subyacente en el espejo constituirá el común denominador de la “imagen
especular” y del “cuerpo real” y desde esa condición le permitirá al niño reconocerse en ese
otro que le devuelve el espejo. Finalmente los aspectos perceptivos e imaginarios, formarán
un todo, capaz de asegurar el dominio sobre los objetos, estableciéndolos como idénticos a
pesar de su existencia lacunar. De este modo, el cuerpo propio le dará al niño la posibilidad de
aprehender el objeto materno como alteridad y, a la vez, a través del objeto, podrá
reconocerse como estructura corporal inacabada.
En esta misma línea de análisis, los trabajos de Gauthier (1999) contribuyen a explicar
la importancia de la ritmicidad en la constitución del cuerpo propio y de la identidad. El
manejo que la madre haga alrededor de las energías corporales y musculares del niño al
momento de su desarrollo psicomotor y de su primeros aprendizajes, imponen un ritmo
específico que contribuirá a la formación de la envoltura corporal motriz infantil.
54
tanto en ciclos cortos como largos, le van permitiendo al niño ir constituyendo su identidad.
Desde este punto de vista señala el autor, la ritmicidad estaría al origen del desarrollo del yo.
La existencia de ritmos estables permite anticipar, por lo tanto predecir, organizarse y por
ende utilizar las facultades de memoria. Las otras dimensiones de la temporalidad radican en
la existencia de la capacidad de una representación del tiempo y de su duración al interior de
yo, y luego una representación de una historia, es decir, la estructuración del tiempo en un
tiempo presente, pasado y futuro. Gauthier (2008) en base a sus observaciones clínicas,
postula que la actividad de la madre se organiza alrededor del tiempo. La madre le comunica
el tiempo a su bebé en todo momento y desde los primeros meses de vida.
Según Gauthier (2008) los niños hiperactivos presentan también una desorganización en
lo que concierne las capacidades de representación del espacio. El niño refiere el autor, irá
desarrollando una motricidad cada vez más firme y alrededor del primer año de vida no sólo
será capaz de ponerse de pie sino que también de caminar pero sobre todo será capaz de
separarse de su madre y de crear un espacio de diferenciación entre él y ella. Gauthier (1993,
1995, 1999 citado en Claudon, 2007) señala que a partir de la indiferenciación de la diada
primaria, la constitución y reconocimiento del espacio supone para el bebé la creación de un
espacio propio (que califica de imaginario). Este espacio, tendría en primer lugar un origen
diferente al espacio tridimensional del adulto. Este espacio propio en vías de constitución,
recubre mediante lo imaginario, al sujeto, que de este modo irá poco a poco separándose del
otro. Un espacio de separación se constituye y va siendo investido por las experiencias
propias del cuerpo y por las imágenes que el niño se vaya haciendo de esta experiencia.
55
Gauthier (1999) refiere que desde los primeros momentos de nuestra vida, nuestro
cuerpo en su realidad biológica es trabajado y transformado por la madre. El cuerpo relacional
es el cuerpo real biológico tratado e interpretado por la madre. Del mismo modo, refiere que
la organización corporal del niño es el reflejo de la organización psíquica de la madre en
función de los vínculos que ella estableció con su madre y su cultura. El cuerpo equivale a un
contexto en el que el objeto materno le otorga la posibilidad al bebé de funcionar en una
relación. Claudon (2007) refiere que los cuidados maternos del niño incluyen la vida
fantasmática de la madre y el peso que esto tenga en el desarrollo del niño, va a depender de
sus adherencias imaginarias, familiares, culturales y sociales. La historia del cuerpo puede
interpretarse como el modo en que el sujeto se apropia de su propio cuerpo y crea un
sentimiento de posesión.
Según Claudon (2007) la interacción con el niño se ubica en una primera instancia sobre
el cuerpo y sus espacios corporales y la problemática de la hiperactividad muestra en demasía
que la atención de la madre (o un adulto) sobre el niño se condensa principalmente sobre el
cuerpo real, sus movimientos y sobre el espacio del cuerpo. El movimiento corporal infantil
atrae la atención y las intenciones maternas.
Desde este lugar se vuelve fundamental retomar los trabajos de Ménéchal (2004) en
relación al concepto de “transferencia de las competencias atencionales”: “En el niño
hiperactivo, el déficit de atención es relativo; no constituye un dato estable y definitivo del
sujeto; varía en relación al ambiente” (Ménéchal, 2004, p.108). Sin embargo, la pregunta no
queda fácilmente resuelta. Según el autor es cierto que en el plano clínico, se advierte que un
déficit global de la atención pareciese marcar las situaciones relacionales. En efecto la
particularidad del trastorno de la atención en estos niños, muestra que responde mal al criterio
de un déficit cognitivo intrasubjetivo, y que al contrario, convoca directamente al ambiente
en que se desarrolla la patología.
Para Ménéchal (2004) la agitación excesiva da cuenta muchas veces de una demanda
por la presencia del otro, sin que esta pueda inscribirse en una perspectiva simbolizada de
intercambio. Ménéchal refiere que han sido muchos los autores que han subrayado la
dimensión “reactiva” de los síntomas, llegando estos a constituirse en una protección y una
56
defensa frente a la ansiedad difusa generada por el exterior. Desde este lugar es posible
sostener que el cuerpo real se instaura como eje de la presencia y de la identidad del niño en
relación al ambiente, lo que conlleva a que se centre la atención y la interacción sobre el
cuerpo del niño (Claudon, 2007).
Los trabajos de G. Szewc (1993, 1995, 1998 en Berger, 2005) abordan desde una
perspectiva psicosomática la relación al objeto primario. El autor señala que algunos
comportamientos motores tendrían como objetivo promover la calma mediante la búsqueda
repetitiva de la excitación.
El autor especifica que el niño lleva a cabo los procedimientos autocalmantes cuando
se ve confrontado al fracaso de la función materna para atenuar su angustia, percibir su estado
de ansiedad y su necesidad de ser aliviado. El registro perceptivo y motor sustituye la
actividad de ligazón de las representaciones, ausente en el aparato psíquico. Berger (2005)
refiere que incluso se podría postular que en las situaciones de origen traumático específico,
sería un signo de progreso terapéutico que la excitación traumática encontrase sus primeras
ligazones a nivel mental bajo la forma de imágenes sádicas, por ejemplo.
Berger (2005) aclara que los procesos auto eróticos no son procedimientos
autocalmantes. Los autoerotismos normales son la continuación de los cuidados maternos, la
toma por parte del sujeto del placer que ha experimentados en presencia de su madre y que
permiten establecer un sentimiento de continuidad pese a la discontinuidad de estos cuidados.
El autoerotismo compulsivo calma, porque procura una descarga pero no una satisfacción. La
pulsión tiene una historia, un objetivo y logra satisfacerse mediante el encuentro con un
objeto adecuado mientras que la excitación no tiene historia, ni objetivo, ni memoria, parte
del cuerpo y va al cuerpo. Se trataría por lo tanto de una descarga de excitación y no de una
reducción de las cualidades de excitabilidad de los elementos psíquicos (Szwec, 1993, 1995,
1998 citado en Berger, 2005).
57
Tomando estos postulados, Berger (2005) refiere que la agitación externa puede tener
una función para-excitante substituta debido a que la madre constituiría precozmente un
objeto excitado/ excitante o angustiante ya sea por su depresión u otra tensiones. La agitación
externa sería entonces una protección en el registro de los “procedimientos autocalmantes”
58
CAPÍTULO 6: HIPÓTESIS PSICOANALÍTICAS EN RELACIÓN AL CONCEPTO
DE HIPERACTIVIDAD INFANTIL DESDE LOS DETERMINANTES
RELACIONALES TARDÍOS
En este capítulo se ampliará el estudio de las fases precoces del desarrollo somato
psíquico y se irá reflexionando en relación a la individuación de la identidad que se opera a
través del desarrollo del movimiento corporal, retomando las hipótesis de Claudon (2007). De
igual modo, se revisarán algunos de los determinantes más tardíos que podrían entrar en juego
en la génesis de una inestabilidad psicomotriz.
6.1. Reflexiones sobre la Inestabilidad psicomotriz y la fase anal del desarrollo psicosexual
59
evidenciará la marca de la pulsión anal. Será también en los esquemas relacionales
dominantes del niño y en particular con su madre, que se encontrarán los indicios clínicos que
implican a la fase anal del desarrollo: el control del objeto, la problemática de la dependencia
– independencia, la distancia sujeto/objeto, la agresividad contra el objeto o el sí mismo, etc,
son marcadores de esta fase (Freud, 1905, 1908).
Para introducir la reflexión sobre la fase anal del desarrollo y facilitar la lectura se hará
una breve reseña de este estadio considerando los postulados de Dolto (1971) en su escrito
“Psicoanálisis y Pediatría”.
El estadio anal conlleva una relación de objeto específica cuyo soporte básico es el
desarrollo somático de la musculatura y de la acción muscular. En el segundo año de vida, el
niño alcanza un mayor desarrollo neuromuscular. El niño descubre el placer autoerótico
masoquista, es decir, el placer de experimentar pasivamente las prácticas de cuidado sobre el
cuerpo. Como los cuidados de limpieza son dados por la madre, surgen las primeras
contradicciones, ya que si bien la madre castiga y reta si el niño ensucia, a causa de la
satisfacción fisiológica de la zona erógena, esta limpieza será agradable, surgiendo por
primera vez una situación de ambivalencia. Mediante la conquista del control de esfínter, el
niño descubre la noción de su poder y de su propiedad privada: sus heces. Emerge la
sensación de poder autoerótico y del poder afectivo sobre la madre a quien puede
recompensar o no (Dolto, 1971).
60
A esta edad, el niño es muy proclive a la percepción de los pares antagonistas dado el
inicio de la ambivalencia. En un esquema dualista, derivado de la investidura anal (pasivo-
activo) el niño establece en relación a lo que lo rodea, una serie de conocimientos calificados
según la relación de este objeto consigo mismo, luego de haberlo identificado a algo
conocido. Los objetos que se oponen a su voluntad son “malos” por lo que los golpea. Las
pulsiones agresivas espontáneas y las reacciones agresivas contra todo lo que se opone a él
deben ser diferidas, desplazas; y al ser el adulto quien se pone en juego, las pulsiones y
reacciones deberán ser desplazadas sobre objetos que lo recuerden ya sea por asociación (base
del simbolismo) o por representación (base del fetichismo y totemismo infantil) (Dolto,
1971).
Claudon (2007) refiere que el estadio anal, más allá de la relación de objeto específica
y del control de esfínter, evidencia la problemática de la cuestión de la marcha, la actividad
muscular tónica y el desarrollo motor global. Este estadio locomotor nombrado así por
Wallon, (1934), Royer (1978), Dolto, (1984) de Tychey (1993) en Claudon (2007),
corresponde al estadio anal freudiano pero incluye una reflexión en torno a la problemática de
aprendizaje de la marcha que lo atraviesa. Según Claudon, este estadio incluye el desarrollo
psicosexual y relacional inscrito en la problemática de la motricidad corporal. Este estadio
locomotor corresponde a un período relativamente largo, donde la autonomía motriz pasa a
ser fundamental al sostener la afirmación de la individuación de la identidad infantil.
La propuesta de Dolto (2005) sobre la castración anal sirve como punto de partida para
pensar la inestabilidad psicomotriz como una problemática de la motricidad en la
individuación de la identidad infantil.
61
erótico, deseo prohibido después de que el goce y el placer de éste han sido
conocidos y repetitivamente gustados. El camino queda un día definitivamente
interceptado de un “cada vez más” del placer que procura la satisfacción directa e
inmediata conocida en el cuerpo a cuerpo con la madre y en el aplazamiento de la
necesidad substancial. El cociente de esta operación de ruptura es la posibilidad,
para el niño, de recoger a posteriori lo que podemos llamar “frutos de la
castración”. (Dolto, 2005, p.60)
El fruto de la castración anal (o ruptura del cuerpo a cuerpo tutelar madre-hijo) priva al
niño del placer manipulatorio compartido con la madre. Dolto (2005) refiere que aunque el
niño ya no tenga necesidad del adulto para lavarse, vestirse, comer, limpiarse, deambular, su
deseo sufre por la privación del retorno a intimidades compartidas en contactos corporales de
placer. De este modo la autora refiere que gracias al lenguaje verbal, fruto del destete, el
desarrollo del esquema corporal permite sumar el lenguaje mímico y gestual a la destreza
física, acrobática y manual. Si la castración anal se brinda sin angustias y se asiste verbal y
técnicamente, el niño se sentirá seguro y estará listo para asumirse en el espacio tutelar, para
realizar sus propias experiencias y para adquirir una autonomía expresiva y motriz tanto en
relación a sus necesidades como a muchos de sus deseos. La autora refiere que para muchos
niños (y más aún para las madres) el que su madre les de mayor autonomía motriz constituye
una prueba insoportable. “Sin embargo, tanto como el destete –prohibición de mamar, de
mucosa a mucosa, de la cooperación bebé boca-madre alimento, en síntesis prohibición del
placer de captación caníbal-, la separación física, la prohibición del cuerpo del niño al placer
del cuerpo de la madre, esta castración llamada anal es la condición de la humanización y de
la socialización del niño de veinticuatro a veintiocho meses” (p.61). Dolto (2005) señala que
el resultado de la castración anal pone fin a la dependencia total respecto de la madre
permitiéndole generar una relación viva con el padre, con los compañeros y con las otras
mujeres: “es entrar en el actuar y el hacer de varón o niña en sociedad, saber controlar sus
actos, discriminar el decir del hacer, lo posible de lo imposible. No ceder al placer de actos
que podrían dañarlo a él mismo y a quienes él ama” (Dolto, 2005, p.61).
Desde esta perspectiva es posible retomar los postulados de Claudon (2007) quien
refiere que la falta de control en la inestabilidad psicomotriz podría comprenderse como una
62
repercusión directa de la pulsión anal bruta o poco sublimada. Es decir, que el efecto
socializante e industrioso de la castración no pudo establecerse. Las reacciones y las fantasías
impulsivas y muchas veces desorganizadoras del niño hiperactivo reflejan la dificultad del yo
para organizar la pulsión anal en la realidad externa. La hiperactividad no le permitiría al niño
entrar en un intercambio saludable con el otro y con el mundo mediante el intercambio del
lenguaje verbal.
Dolto (2005) refiere: “La castración anal se entrega así progresivamente ella orienta al
niño a dominar él mismo su motricidad pero no solamente la excremencial” (90). El niño por
lo tanto, señala la autora, se vuelve continente cuando logra el dominio motor de sí mismo
para su buen entendimiento del lenguaje motor de los seres animados del mundo exterior. “La
castración anal es posible, de una manera simbolígena que hace industrioso al niño, sólo
cuando hay identificación motriz con el objeto total que representa cada uno de los padres y
de los hermanos mayores en su motricidad intencional observable por el niño” (p.90).
63
Para Dolto el carácter decisivo de la castración anal consiste en que ella permitirá o no
la sublimación de las manifestaciones excremenciales bajo la forma del “hacer industrioso y
creativo” (p.109). Asimismo la castración anal, es concebida por Dolto como:
Claudon (2007) refiere que las patologías de la castración anal comienzan a emerger en
el tejido relacional alrededor de la marcha y de la limpieza. Las coerciones maternas en estos
dos tipos de aprendizaje impedirían la libertad del placer anal bruto y también el placer ligado
a su control. Según el autor, la madre (o algunos de sus representantes) impondría al niño
exigencias inadaptadas para la edad o exigencias que se vuelven coercitivas. Los ritmos, las
demandas y preocupaciones maternas, se vuelven los únicos soportes vinculares. La madre
actúa como si no le permitiese al niño individuarse. La ansiedad materna conduce al niño a un
manejo muscular adquirido para sentirse querido y estar en una adecuada armonía con ella.
Tomando en consideración los postulados de Dolto (1984), Claudon (2007) refiere que
la inestabilidad psicomotriz puede aparecer como una reacción narcisística infantil frente a
este acuerdo artificial. Según el autor existen una serie de factores que pueden conllevar a la
constitución de un vínculo patógeno madre- hijo donde el niño toma el estatuto de objeto
narcisístico para el otro y en donde el cuerpo y la motricidad se vuelven el centro de la
relación, a saber: las intrusiones paternas en las experiencias perceptivo-motrices infantiles,
64
en sus pensamientos cognitivos e imaginarios; las dificultades parentales a nivel espacio
temporal las que tendrían consecuencias en la autonomía e individuación infantil; las actitudes
educativas que podrían inducir cierta limitación hacia sus exploraciones y hacia la
experimientación del funcionamiento de su cuerpo y su pensamiento al inicio de la etapa anal;
las identificaciones proyectivas paternas correspondientes a relaciones objetales del pasado
(duelos, pérdidas, agresión); las angustias y fragilidades narcisísticas de los padres las que
debilitan la consolidación de la función paterna y la función de para-excitación.
65
juego según el autor, con el objetivo de ir profundizando a continuación algunos aspectos de
la teoría.
Según Flavigny (2004) el deseo edípico del niño aparece como habiendo sido
realizado, ya que la imago materna induce inconscientemente solicitaciones incestuosas (lo
que vuelve el conflicto irrepresentable psíquicamente). Los comportamientos del niño
representarían la actuación de una defensa frente al temor al incesto. Al mismo tiempo, la
madre estaría fijada con el niño en un comercio de tipo anal en que los deseos agresivos
inconscientes hacia el niño serían contrainvestidos y enmascarados por fantasías incestuosas.
La posición del padre queda en este contexto descalificada, lo que permitiría ocultar el odio
hacia el rival del mismo sexo para el niño. Por lo tanto, según Flavigny, la excitación del niño
hiperactivo sería de naturaleza sexual ligada a la sexualidad anal. Esta organización libidinal
fijaría al niño en su desarrollo dificultándole también la posibilidad de pensar la distancia con
los objetos.
El autor explica que la inestabilidad psicomotriz responde a una excitación del cuerpo
que no ha podido encontrar una derivación normal en el auto-erotismo propio al desarrollo
sexual del niño, es decir, en el autoerotismo masturbatorio. El niño, según el autor,
encontraría en la hiperactividad una derivación a su excitación, junto a una compensación
narcisística destinada a evitar la angustia generada por la agresividad materna que percibe. La
excitación sería una fachada que vendría a ocultar una problemática aún más profunda. La
angustia de fondo que el niño busca evitar mediante su síntoma corresponde a “la
imposibilidad de interiorizar una ausencia posible con la madre” (Flavigny, 2004, p.98).
66
mismo de una “posición viril” (es decir la interiorización psíquica de su referencia
sexual masculina) para el niño, junto a la angustia de no lograr elaborar esta
posición debido a la problemática mantenida en la relación con los padres. La
manifestación en la niña parece tener la misma significación (pero denotando la
envidia viril de la niña). (Flavigny, 2004, p.98)
Para el autor por lo tanto, la inestabilidad psicomotriz se explicaría como una vicisitud
de la posición viril del niño. El niño no logra elaborar esta posición debido a que experimenta
su deseo edípico como ya “realizado”. De igual modo, las fantasías agresivas experimentadas
por los padres, en particular la madre, dificultan una interiorización apacible. Por lo tanto, el
niño elabora una posición de “inestabilidad” caracterizada por beneficios secundarios tales
como el placer corporal (excitación del cuerpo) y el placer narcisístico (conseguir la atención
del los otros mediante su agitación); pero una gran vulnerabilidad apenas la situación no
permite llevar a cabo estos beneficios: tendencias depresivas, desvalorización y falta de
estima; una gran angustia de castración junto a una problemática psíquica marcada por
investiduras homosexuales y una carencia de objetos internos, lo que conlleva a una gran
inseguridad personal y una falta de confianza en la relación con otros.
67
castración edípica es central en el conflicto, sin embargo, no puede elaborarse porque rebalsa
las capacidades de ligazón del yo del niño. La inestabilidad psicomotriz respondería a una
represión de los componentes edípicos, siendo los actos motores, su efecto.
En relación al padre, Mallarive y Bourgois señalan que existiría una anulación del
padre por parte de la madre y una posición ambivalente del padre, los cuales se conducirían
68
como “padres, madres”. El padre se vería descalificado por la madre, pero a su vez se
descalificaría él mismo en respuesta también a su propia referencia paterna. En relación al
hijo varón existiría una actitud inconsciente de solicitación incestuosa por parte de la madre,
reforzada por una tachadura al padre; la madre, mantendría una relación muy próxima con sus
hijo como si la díada no pudiese jamás abrirse a otros objetos. Sin embargo, esta
sobreprotección podría enmascarar ciertos fantasmas agresivos y de muerte. Lo que se destaca
fundamentalmente desde esta teoría, es el vínculo de dependencia y la idea de una patología
relacional subyacente.
Valentin (1996 citado en Claudon, 2007) nota que los padres presentan en general la
fantasía de que el niño es mantenido como parte de ellos mismos, sin que logren tener
conciencia de aquello. Las perspectivas de Flavigny (2004) y de Valentin (1996) conciben de
un modo general a la inestabilidad psicomotriz como el resultado de un conflicto
intrapsíquico, con una etiología sexual importante y entienden la agitación, como un síntoma
freudiano (formación de compromiso). Para estos autores finalmente se trataría de una
dinámica edípica muy compleja de elaborar.
69
perverso correspondería a una fijación sobre una actividad en vez de un objeto, conduciendo a
un juego solitario en el que el otro es captado.
El niño hiperactivo se caracterizaría desde esta perspectiva de análisis, por una ausencia
de dirección manifiesta en su provocación (Ménéchal, 2004).
Para Ménéchal, la agitación excesiva da cuenta muchas veces de una demanda por la
presencia del otro, sin que esta pueda inscribirse en una perspectiva simbolizada de
intercambio. Ménéchal & Gilloots (2004) refieren que la impulsividad del niño hiperactivo se
presenta como una necesidad permanente de investir nuevas acciones, un movimiento
incesante y mal organizado que lo sitúa en el opuesto de las estereotipias autistas. Así para los
autores, la relación entre hiperactividad y autismo permite inscribir esta patología en una
configuración más global. Los autores refieren que si el autismo evidencia un déficit de la
ligazón de deseo en la expresión autoerótica del sujeto, en el caso de la hiperactividad, es
posible pensar a la inversa, una saturación libidinal desordena, incapaz de replegarse.
Desde esta perspectiva, se vuelve necesario retomar brevemente a Freud pues las
primeras experiencias de satisfacción fundan las bases del autoerotismo. Freud (1900) refiere
que la actividad del aparato en su primer modo de funcionamiento responde a inscripciones de
huellas las cuales producen una exigencia de trabajo al aparato psíquico, trabajo constante y
permanente. La única forma de resolver esto es mediante la alucinación, sin embargo, el
70
hambre perdura, por lo tanto se torna necesario recurrir a una acción, a otro tipo de respuesta,
una acción que vaya en busca del objeto. Es necesario por lo tanto que el otro responda, como
para poder ir armando circuitos representacionales más complejos. De este modo entonces, es
decir, desde la posibilidad de ir construyendo nuevas vías, nuevas inscripciones de huellas, es
que es posible el paso desde el proceso psíquico primario, al proceso secundario del
pensamiento. Se vuelve entonces muy relevante pensar en la primera relación con el otro, ya
que será el vínculo con este objeto, el que le permitirá al niño discernir, ir armando juicios, ir
reconociéndose como alguien y por lo tanto ir estableciendo el principio de realidad.
71
tanto se multiplican en desmedro del diálogo con los objetos internos, interacciones que
corren el riesgo de una erotización excesiva.
Siguiendo con estos postulados, Ménéchal (2004) considera que existe un “déficit auto-
erótico”. Mirar, ser mirado, mirarse. Escuchar. Ser escuchado. Escucharse. Preguntarse,
interrogarse….pensar. El diálogo interior descansa en las experiencias auto-eróticas mediante
las cuales el sujeto aprenderá a estar atento a sus experiencias sensitivas y sensoriales. Es
justamente esta experiencia la que se ve dificultada en los niños hiperactivos. La posición
“auto” es decir la posición reflexiva, supone un límite claro entre el adentro y el afuera entre
el yo y el otro.
Sin embargo, la pregunta no queda fácilmente resuelta. Según el autor es cierto que en
el plano clínico, se advierte que un déficit global de la atención pareciese marcar las
situaciones relacionales. En efecto la particularidad del trastorno de la atención en estos niños,
72
muestra que responde mal al criterio de un déficit cognitivo intrasubjetivo, y que al contrario,
convoca directamente al ambiente en que se desarrolla la patología.
La pregunta acerca de la relación “au monde” (relación con el entorno) ha sido tratada
desde el año 1925. Siguiendo la corriente propuesta por Henry Wallon (1925) muchos autores
han subrayado la dimensión “reactive” (reactiva) de los síntomas, llegando estos a constituirse
en una protección y una defensa frente a la ansiedad difusa generada por el exterior. Ménechal
(2004) refiere lo siguiente:
73
proceso primario, puede ser muy esclarecedor. Condensación, desplazamiento, figurabilidad,
trasformación de los afectos en su contrario, constituyen el modo de funcionamiento del
sueño, en donde la función principal consiste en preservar los afectos gracias a la censura a la
que está sometida su expresión. Según el autor, el niño hiperactivo se inscribe en un esquema
similar, no obstante se diferencia en cuanto al hecho de que extiende su espacio psíquico al
otro.
El niño hiperactivo pone en escena el sueño sin autorizar al espectador a hacerse
participe como interlocutor, todo ocurre como si dispersara sobre el mundo
exterior una capacidad onírica imposible de ser contenida en su mundo interno
[…] La excitación hiperactiva viene a enmascarar los conflictos internos más
profundos. (Ménéchal, 2004, p.118)
6.5. La hiperactividad infantil como formación de compromiso entre la economía psíquica del
niño y las condiciones que impone la relación social
74
hiperactividad impediría un manejo normal de los instrumentos de simbolización generando
fracasos en el registro de la transicionalidad y movilizando pasajes al acto transgresivos.
Según Daumerie, estos aspectos ilustran lo que podría ser la paradoja relacional en la
que se encuentra el niño hiperactivo:
75
Para Daumerie, se podría hipotetizar que estos sujetos han hecho un recorrido
institucional marcado por rupturas y por dificultades a nivel de los procesos de cuidado. Estos
niños ponen en cuestión no solamente los cortes nosológicos sino que también los
procedimientos institucionales que les son propuestos: “Literalmente “atópicos” parecen
tomados por una ruptura con el vínculo de pertenencia, excluidos o en la exclusión de los
cuadros primarios y secundarios” (p.49). Según el autor, las actitudes problemáticas de estos
niños generan un circuito retroactivo de interacciones patógenas que incluye a todos los
actores de la relación; el niño, sus pares, los padres, los educadores y los terapeutas.
Untoiglich (2007) retoma desde una perspectiva diferente, esta idea, señalando que uno
de los puntos en común que manifiestan estos niños es la dificultad para representar: “Cuando
los elementos históricos de orden traumático son preponderantes, el pasaje al proceso
secundario es precario, pues dichos restos no elaborados invaden la producciones
secundarias” (Schlemenson, 2001 en Untoiglich 2007, p. 97). La autora explica que esto tiene
relación con el hecho de que muchas de las situaciones que les ocurren a estos niños se
descargarán compulsivamente en forma corporal y será entonces su cuerpo el que hablará por
ellos, sin que ellos puedan hacerse cargo de lo que les ocurre, ni de los efectos de malestar
que con frecuencia generan en los otros. La autora refiere que al no existir un espacio para la
tramitación de la angustia, son los otros, padres, maestros u otros niños los que se angustian.
Untoiglich (2007) señala que al indagar en las historias de estos niños se encuentran una
gran cantidad de situaciones ligadas al origen no procesadas, o duelos o situaciones
angustiantes de diversa índole, que no tuvieron un espacio para la resignificación y que se
archivaron como hechos del pasado, sin lugar para su tramitación simbólica: “Esta posibilidad
está siempre mediatizada por Otro, que es el que ofrece las garantías simbólicas para que el
mundo en general y la propia historia singular tengan un sentido tramitable psíquicamente
para el niño” (p.98).
76
CAPÍTULO 7: HIPÓTESIS PSICOANALÍTICAS CONCERNIENTES A LOS
REPRESENTANTES PSÍQUICOS DEL MOVIMIENTO CORPORAL Y LA FALLA
EN EL PROCESO DE SIMBOLIZACIÓN
En este capítulo se expondrán las hipótesis que han intentado dar cuenta de la
hiperactividad desde una teoría psicosomática, así como las perspectivas de los autores que
han trabajado en relación a la constitución del proceso del pensamiento. Se trabajará en este
capítulo entendiendo las dificultades atencionales e hiperactividad como una dificultad en la
posibilidad para representar y simbolizar.
Según Claudon (2007) estas dificultades podrían generar en el niño una falla en la
capacidad para elaborar sus propias representaciones y los afectos de displacer, quedando
entremezclados con sus propiocepciones.
Tanto Golse (1996) como Berger (2005) muestran la importancia que adquieren las
dificultades inherentes a las fallas en la función materna de para excitación y de contención de
los vividos corporales y psíquicos en los momentos precoces. Esta perspectiva es retomada
por Mallarive y Bourgois (1976) a nivel del desarrollo de la fase de la marcha infantil. Los
77
autores indican que la madre no logra establecer una función de soporte seguro para el niño en
el período de la adquisición de la marcha. De este modo los autores refieren que al momento
de la marcha, el niño parece ser brutalmente confrontado a un cúmulo de excitaciones
externas. El niño desarrolla una experiencia de angustia de abandono inconsciente e interpreta
la autonomía relativa a la adquisición de la marcha como un abandono manifiesto e
irreversible (Mallarive & Bourgois, 1976).
Tanto en las investigaciones de Berger (2005) como de Szwec (1993, 1995, 1998 en
Berger 2005) se aborda la hipótesis relativa a la dificultad del niño para elaborar las tensiones
pulsionales y los afectos. Berger observa que la agitación psicomotora cumple una función
para excitante complementaria debido a que la madre ya sea por depresión u otros conflictos
constituye precozmente para el niño un objeto excitado /excitante. La agitación también
podría ser leída como una protección en el registro de los procedimientos autocalmantes,
hipótesis desarrollada en los capítulos anteriores. Szwec enfatiza que la búsqueda repetitiva
de excitación cumple con el objetivo de promover la calma cuando el niño se ve confrontado
a la incapacidad de la madre para aplacar su angustia. Tomando en consideración estos
postulados Claudon (2007), concluye que la agitación corporal cumple con una función para-
excitante y protectora.
Claudon (2007) sostiene que una falla en la función para excitante materna induce a
una perturbación en la capacidad de para excitación del niño. Los deseos de autonomía motriz
se verán alterados debido a la fragilidad psíquica y psicomotriz en la cual se encuentra el niño
al no lograr procesar mediante la relación con su madre las excitaciones provenientes del
exterior. De este modo la psicomotricidad aparece como el lugar de origen de las tensiones
pero al mismo tiempo como un medio circunstancial para manejarlas. El autor afirma lo
siguiente: “La psicomotricidad aparece como una lógica dominante para ligar los vividos y
sus sensaciones con las representaciones de sí mismo, en el espacio del tejido relacional con
la madre” (p.89). Según el autor mediante esta experiencia se va forjando “una representación
del cuerpo en acción” que permite establecer una ligazón entre tres aspectos del
funcionamiento somato psíquico: vínculo anaclítico/ psicomotricidad/ identidad. De este
modo, la dificultad en algún aspecto de la tríada, afectará necesariamente a los otros dos. Si
para el niño la autonomía motriz equivale a abandonar y ser abandonado, es posible pensar
78
que la psicomotricidad y el cuerpo “móvil” serán perturbados y perturbadores y tanto las
propiocepciones (sensaciones del movimiento corporal) como los afectos de displacer se
constituirán en un mismo vivido ansiógeno. A través del aprendizaje de la marcha, siempre y
cuando se preserve el sentimiento de ser tenido y contenido, se pondrá en juego la capacidad
del niño de tomar distancia con el objeto conservando el sentimiento de seguridad y de
identidad suficiente, en relación al propio cuerpo y al psiquismo. Para Claudon lo que se pone
en juego es la identidad, al tratarse de una problemática acerca del desarrollo de los ritmos y
espacios propios, somáticos y psíquicos.
Las imágenes dinámicas del cuerpo, los gestos dirigidos hacia algo o alguien la
mirada del otro sobre sí mismo, la designación del síntoma, todos estos aspectos
destacan el “lugar del otro” alrededor y a partir del cuerpo del niño (podríamos
inclusive preguntarnos si el niño es hiperactivo cuando está absolutamente solo.
(Claudon, 2007, p.96)
79
7.2. Déficit a nivel de las envolturas corporales y del narcisismo
Por lo tanto para el autor la inestabilidad motora no se define tan sólo por la agitación.
Resulta lícito hacer hincapié en la participación de la voz, la envoltura cutánea y lo que
Bergès llama la “provocación”.
Bergès (2007) en su texto “Le corps dans la neurologie et la psychanalyse” explica que
los estados de tensión de estos niños, muestran que ellos son atraídos por algo. Habría que
agregar que son “atraídos hacia” una imagen ideal, un límite ideal completamente imaginario.
Este estado de tensión puede verse sobrepasado por la motricidad, la cual el niño trata de
contener. Normalmente la palabra y el lenguaje simbolizan un estado de tensión, hacia una
imagen.
Pero estos niños no son escuchados, no han sido nunca escuchados: una madre
que no le quita los ojos de encima a su hijo, ¿cómo puede escucharlo? Si no son
escuchados, será la motricidad que ocupará el lugar de las palabras, que vendrá a
remplazar las palabras que no se han escuchado nunca: es lo que llamamos pasaje
al acto. (Bergès, 2007, p.90)
Según Bergès, el pasaje al acto no significa pasar a la acción, sino más bien que se pasa
del lenguaje, que no se puede utilizar, a la acción. Es decir, que estos niños al estar privados
de la palabra (porque la vivencia interna es de no ser escuchados) pasarían al acto. La palabra
que no se dice en el momento de la acción, hace que ella pierda el sentido, este es el núcleo
80
del conflicto en el niño hiperquinético, y es frente a esto que el adulto reacciona creyéndose
en la obligación de otorgarle un sentido. El niño mediante su acción (privado de la palabra)
entrena al adulto en la constatación que no hay sentido alguno, el adulto por lo tanto le otorga
un sentido y es este, el que vuelve al niño insoportable.
Para Bergès, la hiperactividad tendría una estrecha relación con la pulsión de muerte. La
excitación motora y la falta de atención funcionarían como defensa contra la pulsión de
muerte.
A nivel cognitivo, los niños hiperactivos presentarían dificultades para pasar del
pensamiento figurativo, al operativo de Piaget, pasaje que termina con el logro de
81
una imagen mental. El autor refiere que si la posibilidad de anticipar se ha visto
bloqueada en los vínculos con el ambiente, con la madre o su sustituta, se podría
comprender la precipitación de los niños hiperquinéticos, las ansias de terminar
antes de haber comenzado, la necesidad de de repetir los movimientos sin parar,
como una puesta en duda en relación “al último minuto, el último momento, es
decir la muerte” (Bergès, 2007, p.90).
Continuando con esta idea de Bergès y para comprender qué es lo que sucede si se
producen fallas en los prerrequisitos estructurantes, es decir, si la madre no puede ejercer su
función de sostén narcisístico, se vuelve interesante retomar el concepto de vivencia de
satisfacción. Para Untoiglich (2007) la vivencia de satisfacción “implica la sumatoria de la
incorporación de los elementos nutricios por un lado y su introducción por otro humano,
sexuado, con un aparato psíquico funcionando, supuestamente a predominio de lo secundario”
(p. 101). Bleichmar (1993 citada en Untoiglich, 2007) refiere lo siguiente:
82
inmanejable. La autora señala que esta tendencia a la descarga no se puede evacuar, ya que
aquello imposibilitado de ligarse también lo está de descargarse y esto se constituye como
modalidad general de funcionamiento psíquico. Así la fijación de estos los modos de descarga
dejará a este aparato incipiente sometido a una compulsión a la repetición traumática
(Untoiglich, 2007).
Frejaville (2008) observa que para estos niños, la quietud, tanto interna como externa,
se acompaña de grandes angustias, y que por lo general parecieran buscar en el exterior lo que
produzca movimiento pues la quietud y el silencio, explica la autora, les originan un intenso
temor y desde esta perspectiva refiere que el movimiento sería una defensa contra el vacío
interno y lo puntualiza del siguiente modo:
83
La inestabilidad psicomotriz se traduce como una agitación a nivel externo, pero
el mundo interno de estos niños es más fijo, un espacio psíquico en el cual el
trabajo de ligazón y de representación de la pulsión no se realiza del todo bien. El
preconciente se encuentra con hendiduras. Las reivindicaciones pulsionales no le
dan espacio a los conflictos psíquicos, traduciéndose inmediatamente en
movimiento. (p.118)
Según Bergès (2007) para el niño hiperactivo los límites de su cuerpo son determinados
por el otro y no tienen que ver con su cuerpo. El autor concibe que es el cuerpo el que debiese
transformarse en el eje y en el punto de origen de la acción, tanto espacial como temporal,
pero este niño, según Bergès, no siente su cuerpo.
El autor explica que si no hay otra cosa que movimientos de descarga, el niño de ningún
modo podrá sentir sus límites ni tener una idea del origen, del punto de partida. Para el autor
es crucial la noción de origen en la hiperactividad. La noción de origen en la lógica del
84
parentesco, tiene una gran relación con los orígenes del cuerpo. El concepto de origen, tiende
a relacionarse con hiperactividad y con la muerte, muerte que está sostenida por la pregunta
sobre el parentesco (Bergès 2007).
Claudon (2008) en base a un estudio realizado con pruebas proyectivas concluye que los
niños hiperactivos no presentan un imaginario vacío, sino que más bien se trataría de una
dificultad para simbolizar que alteraría finalmente la mentalización. Por otra parte, la
representación emerge mediante una imagen del cuerpo que se proyecta excesivamente y
finalmente la envoltura corporal muestra una fragilidad en los límites y en los sentimientos de
continuidad, ligados a la dificultad del yo infantil de constituir una representación unificada,
continua y gratificante del propio cuerpo. Según el autor, estos tres elementos evidencian una
dialéctica patógena del cuerpo con el espacio, la que limita la individuación de la identidad. El
cuerpo real continúa visualizándose como el único recurso para experimentar la delimitación
de los objetos, el vínculo con el objeto, los contenidos emocionales y las representaciones.
Tomando en consideración los postulados de Gauthier (1999) el autor concluye lo siguiente:
85
Según Claudon, (2007) todas estas reflexiones permiten describir y estudiar la
emergencia repetitiva de la agitación psicomotriz: “la motricidad del cuerpo serviría de útil
continente para un material psíquico no pensado y conflictivo en la relación con la madre y en
el que la calidad afectiva de displacer sería figurada por la cinestesia propioceptiva” (p.105).
El autor explica que las dificultades de mentalización obligan al cuerpo a tener que
sostener y figurar las tensiones psíquicas. De esta manera, la hiperactividad se presenta
finalmente como un modo de figuración corporal disgregado por las agitaciones-acciones. Se
trataría de agitaciones que no presentan un objetivo específico, sino que únicamente cumplen
con la función de sostener el movimiento corporal excesivo del niño.
86
yo para ser subjetivada, ya que está inserta en un contexto de organización narcisística y
pulsional significante para el yo.
Claudon comparte con Berger (2005) y Gauthier (1999) la hipótesis concerniente a que
las representaciones que se activan y que dan un sentido contextual subjetivo a la excitación
sensorio-motriz propioceptiva, responden al registro de un vínculo rígido al objeto materno
que altera el uso de la motricidad: “el material psíquico, no pensado o insuficientemente
pensado se inscribiría esencialmente en este registro relacional narcisístico patógeno para el
yo” (p.115). De este modo el autor refiere que la simbolización primaria se elaboraría
raramente hacia la secundaria. Esta última, refiere el autor, es relativa a la palabra, se
encuentra desligada de la marca corporal y logra mediante la palabra integrarse al
preconciente/conciente mediante la mentalización de la percepción y del imaginario. En este
punto se vuelve importante aclarar la noción de mentalización concebida por Claudon. El
autor trabaja con la definición de Bergeret y Tichey.
Claudon (2007) señala que la agitación emerge desde una representación motriz. Esta
representación corporal de acción se inscribe en una simbolización primaria de las
excitaciones internas y externas (representación primaria, representación cosa) y contribuye a
la representación de sí. La RCA (representación corporal de acción) resulta de una falla en la
elaboración simbólica. Retomando a Rousillon (1995 en Claudon, 2007) el acto sería una
forma primaria de simbolización. La dificultad de mentalización repercute en la ligazón
intrapsíquica de las excitaciones y los afectos. Al no poder separarse del sistema corporal de
base, no logran elaborarse a nivel mental ni inscribirse en el aparato psíquico como
experiencias subjetivas significativas. Existiría según el autor un vínculo particular entre un
aspecto del psiquismo del niño con las sensaciones cenestésicas y los movimientos
87
corporales. La hiperactividad muestra también un “discordancia” del sujeto con sus
experiencias, su mundo interno y sus espacios propios.
En esta misma línea de análisis, Frejaville (2008), refiere como hipótesis comprensiva
fundamentada en la observación de este comportamiento, que existiría un déficit en la
elaboración psíquica de las pulsiones y las emociones, las cuales se exteriorizarían en el
cuerpo. Para la autora, o bien la pulsiones no lograrían ligarse a representaciones adecuadas o
bien habría una ligazón y desligazón constante entre pulsión y representación. Según
Frejaville (2008) la inestabilidad ideacional traduce esta dificultad en la representación de la
pulsión. Frejaville comparte con Claudon que la inestabilidad psicomotriz da cuenta de un
déficit en el proceso de mentalización, lo que se evidencia en la exteriorización de las
tensiones pulsionales, mediante el comportamiento. La autora describe el espacio psíquico de
estos niños como un psiquismo desocupado, silencioso y carente de representaciones
patológicas, ya sean estas neuróticas, psicóticas o depresivas (será mediante el abordaje
psicoterapeutico que estas producciones comenzarán a emerger).
Para Szwec (1993 citado en Frejaville, 2008) existe cierta coexistencia entre todos los
síntomas de la inestabilidad psicomotriz. En el espacio psíquico de estos pacientes, la pulsión
88
parece no haber podido ligarse a las representaciones, como si existiese el temor a que la
pulsión pudiese ser representada, a que quedase encerrada en una representación. La ligazón
entre pulsión y representación es considerada muy estrecha, muy lábil y no asegura la
representación.
89
CONCLUSIONES Y REFLEXIONES FINALES
Las hipótesis trabajadas a lo largo de esta tesis, tanto en relación a los primeros
tiempos de la constitución somato psíquica, como las hipótesis relativas a la individuación y
sus determinantes más tardíos, permiten colegir que existen múltiples motricidades y
desatenciones. Desde esta perspectiva, se vuelve primordial para concluir, pensar el
diagnóstico de TDA desde un paradigma que conciba la idea de complejidad psicopatológica.
Retomando a Morin y pensando la complejidad, como “el humilde reconocimiento de la
pluridimensionalidad de un objeto, pensamiento, acción, búsqueda y que integra siempre más
de un registro, muchos sistemas de funcionamiento y pertinencia, muchos niveles, y que sólo
puede ser aprehendido por una conjunción de distintas y múltiples perspectivas, diferentes
puntos de vista o vértices y por la articulación de sus diferentes comprensiones e
inteligencias” (Joly, 2008, pp. 133-134), es que se considera fundamental concebir el
diagnóstico de Trastorno por Déficit de Atención con o sin hiperactividad, desde esta mirada.
Así y en relación a lo trabajado a lo largo de esta tesis, es posible pensar la hiperactividad,
impulsividad y desatención como una multiplicidad de perturbaciones disímiles relativas tanto
a los cimientos de la vida psíquica, como en relación a perturbaciones en el lazo o no lazo con
el Otro. Sin embargo, frente a la invasión del diagnóstico resulta esencial distinguir las
llamadas falsas hiperactividades o pseudo inestabilidades de superficie que tienden a
diagnosticarse y catalogarse como TDA y que informan tal y como lo señala Joly (2008)
sobre una singular evolución psico-socio-educativa y que dan cuenta más bien, de una falta de
contención, de identificación y límites o bien, de una fragilidad en la identificación
narcisística. De igual modo, se diagnostica a niños confundidos en un intercambio o en una
mezcla de lugares entre el niño y el adulto. Asimismo, estas pseudo hiperactividades que
tienden a diagnosticarse como “Trastorno”, podrían estar respondiendo a la incapacidad de
decir “no” y su reverso, la incapacidad para soportar la más mínima frustración, el tiempo del
90
zapping, de la imagen, de lo virtual y la aceleración de los estímulos o la dificultad para
concentrarse y la imposibilidad en paralelo, de darle atención y tiempo al niño. Se diagnóstica
como TDA a niños estresados por falta de tiempo y de espacio (incluso para crecer) en una
sociedad que enaltece el pragmatismo, la rentabilidad y velocidad. Todos estos juegos
psicoeducativos terminan fabricando y tejiendo nuevos modos de niñez, niños agitados e
inestables con una gran inseguridad interna, visualizada en la oposición y desafío al adulto
y/o en la agitación (motriz y psíquica). Se debe por lo tanto ser sumamente cuidadosos al
momento de diagnosticar ya que tal y como lo señala Janin (2009) una de las dificultades con
la que nos topamos en la actualidad en psicopatología infantil, es la invasión de diagnósticos,
que no son más que un conjunto de enunciados descriptivos que se terminan transformando en
enunciados identificatorios conllevando a que un niño sea catalogado por los síntomas que
presenta, perdiendo así su identidad.
Desde este lugar se vuelve fundamental por lo tanto distinguir entre el mal real y la
construcción social. Existe un mal real tal y como lo postula Stiglitz (2006) que podemos
pensar en términos de lazo o no-lazo con el Otro (la desatención como un no lazo con la
palabra del Otro) o en términos de exceso pulsional (la hiperactividad y la impulsividad
como manifestaciones de un cuerpo mal regulado por lo simbólico). Sin embargo, ninguno de
estos males debiese constituir una clasificación o una categorización en términos
diagnósticos.
Desde esta perspectiva es posible sostener que toda clasificación se caracteriza por
dejar fuera la consideración sobre el propio modo de arreglárselas con la pulsión, de gozar.
Será por lo tanto mediante el síntoma, concebido como producción subjetiva, que el
psicoanálisis podrá localizar algo de ese modo y operar sobre él. Por lo tanto en términos
freudianos la pregunta podría postularse como: ¿Es posible hablar de un diagnóstico estático
en un psiquismo en estructuración? ¿Si la atención es investidura, es posible hablar de “la”
atención o de lo que se trata es de múltiples atenciones y desatenciones? ¿Qué ocurre con la
libido que no se utiliza para prestar atención? O ¿Qué sucede si retorna al cuerpo y éste se
vuelve inquieto sin responder al llamado del Otro? Es justamente debido a esta razón que el
psicoanálisis no hace clase, no existe uniformidad. El psicoanálisis por lo tanto, apunta a
91
acceder más allá de lo particular del dato objetivable y agrupable, a una dimensión de
singularidad.
Tomando en consideración estas proposiciones, es posible por lo tanto concluir que los
determinantes para hablar de hiperactividad son múltiples y que a lo largo de esta tesis se ha
intentando mostrar que en resumen, tal y como lo señala Garcia (2006) “como lo muestra la
abundancia de causas evocadas, no se conoce la causa de la hiperactividad” (p.23). Sin
embargo, el psicoanálisis en relación a las causas y al posibilitar el trabajo con la subjetividad,
tiene respuestas que las otras prácticas no tienen.
De igual modo, hay niños que desarrollan una actividad que cumple un rol
“antidepresivo” mediante la hiperactividad o bien, una reacción inhibitoria que va
limitando los intercambios estimulantes con el exterior. En esta misma línea, pensando en la
temática de la muerte y la depresión, diversos autores han postulado una defensa de tipo
92
maníaco que enmascararía la estructura depresiva del niño. Para Bergès, la hiperactividad
tendría una estrecha relación con la pulsión de muerte. La excitación motora y la falta de
atención funcionarían como defensa contra la pulsión de muerte. Para el autor, la función de
ligazón no se constituye y cuando lo que predomina es la desligadura, y el aparato funciona
con predominio de la pulsión de muerte, la energía se descarga en lo real, o vuelve al soma.
Desde otra línea de análisis, Golse (1996) hace referencia a los postulados de Anzieu
en relación al concepto de yo piel y las funciones de envoltura psíquica. Refiere que el
carácter operatorio de las agitaciones motrices pueden conllevar a una falla directa del yo
piel debido a que los estados y sensaciones que van marcando el cuerpo del bebé solo podrán
transformarse en pensamientos si el Yo- piel bien constituido, puede consolidar al Yo-
pensante. Diversos autores han trabajado la idea de una falla narcisística en respuesta a
decepciones suscitadas por las imágenes parentales. Sami Ali (1984) por su parte, refiere que
en estos niños existiría una gran dificultad para representarse como teniendo un cuerpo
propio, lo que conlleva a una imposibilidad de transformar el cuerpo en espacio de
representación e impidiendo la proyección normal de la imagen del cuerpo en el mundo
exterior.
Gauthier (1999) trabaja la idea de un déficit en la ritmicidad señalando que este eje,
es una de las principales dimensiones de la temporalidad que se ve deficitaria en el niño
hiperactivo. El desarrollo de ritmos estables, tanto en ciclos cortos como largos, será lo que le
irá permitiendo al niño ir constituyendo su identidad.
93
En cuanto a los determinantes relacionales más tardíos que podrían entrar en juego en
el desarrollo de una inestabilidad psicomotriz, se distinguen también múltiples causas e
hipótesis vinculadas a su génesis.
Según Flavigny (2004) la excitación del niño hiperactivo sería de naturaleza sexual
ligada a la sexualidad anal. Esta organización libidinal fijaría al niño en su desarrollo,
dificultándole también la posibilidad de pensar la distancia con los objetos. Por otra parte, la
inestabilidad psicomotriz podría pensarse como una dificultad para elaborar la posición
viril del niño. El niño, según Flavigny no logra elaborar esta posición debido a que
experimenta su deseo edípico como ya “realizado”, elaborando una posición de
“inestabilidad” caracterizada por beneficios secundarios tales como el placer corporal
(excitación del cuerpo) y el placer narcisístico (conseguir la atención del los otros mediante su
agitación). Sin embargo, cuando la situación no le permite llevar a cabo estas ganancias
secundarias, surge una gran vulnerabilidad marcada por tendencias depresivas,
desvalorización y falta de estima, una gran angustia de castración, junto a una problemática
psíquica marcada por investiduras homosexuales y una carencia de objetos internos, lo que
conlleva a una gran inseguridad personal y una falta de confianza en la relación con otros.
94
Por otra parte, Flavigny (2004) ha concebido la agitación psicomotriz como una
patología de la autoridad, es decir, como el placer de enfrentar una instancia paterna
rechazada y desestimada, pero a la vez idealizada y dotada de un gran poder, como una
patología de la ausencia, la cual es vivida como imposible y erotizada en la relación con la
madre y finalmente, como una desviación de la sexualidad infantil hacia investiduras
arcaicas principalmente narcisísticas y teñidas de analidad, las que mantendrían una agitación
corporal incesante. La inestabilidad psicomotriz respondería a una represión de los
componentes edípicos, siendo los actos motores, su efecto. La angustia de castración
edípica es central en el conflicto sin embargo, no puede elaborarse porque rebalsa las
capacidades de ligazón del yo del niño.
Por otra parte Frejaville (2008) refiere que los trastornos de la atención e
hiperactividad se originan en las experiencias en donde las investiduras narcisísticas y
objetales son vividas como incompatibles, cuando el límite entre adentro y afuera se
fragiliza. La autora refiere que cuando la investidura de los objetos externos sobrepasa a la del
espacio psíquico, primará un apego a lo real, a lo inmediato y a lo perceptivo, por lo que la
atención se descentrará de las experiencias internas y de la reflexión, hacia los estímulos
internos que la invaden. Las interacciones por lo tanto se multiplican en desmedro del diálogo
con los objetos internos, interacciones que corren el riesgo de una erotización excesiva. La
hiperactividad también podría concebirse como un conjunto de dificultades en la posición
“auto” posición reflexiva entre la actividad y la pasividad. La posición “auto” es decir, la
posición reflexiva, supone un límite claro entre el adentro y el afuera entre el yo y el otro. En
esta misma línea, es posible postular la hiperactividad, impulsividad y trastornos de la
atención como respuestas a una falla en la función inhibidora del yo y a una falla en la
95
estructuración de representaciones preconcientes. La dificultad de mentalización
repercute en la ligazón intrapsíquica de las excitaciones y los afectos. Claudon (2007) señala
que estos, al no poder separarse del sistema corporal de base, no logran elaborarse a nivel
mental ni inscribirse en el aparato psíquico como experiencias subjetivas significativas.
96
refiere que más que un simple déficit en la función de contención, se trataría más bien de un
esfuerzo excesivo para contener los elementos sensorio-motores y de este modo lograr
estabilizar, atraer y ligar las experiencias de sí mismo en un movimiento complejo de
protección narcisística. La psicomotricidad aparece también como una lógica dominante
para ligar las sensaciones con las representaciones de sí mismo, en el espacio del tejido
relacional con la madre. Según Claudon, mediante esta experiencia se va forjando “una
representación del cuerpo en acción” que permite establecer una ligazón entre tres aspectos
del funcionamiento somato psíquico: vínculo anaclítico/ psicomotricidad/ identidad.
Finalmente es posible postular estos síntomas (ya sea las dificultades atencionales, la
hiperactividad o impulsividad) como teniendo un punto en común, a saber: la dificultad para
representar. Untoiglich (2007) refiere que cuando los elementos históricos de orden
traumático son preponderantes, el pasaje al proceso secundario es precario, pues dichos
restos no elaborados invaden las producciones secundarias. Muchas de las situaciones que les
ocurren a estos niños se descargarán compulsivamente en forma corporal y será entonces
su cuerpo el que hablará por ellos. Se evidencian situaciones ligadas al origen no
procesadas, duelos o situaciones angustiantes de diversa índole, que no tuvieron un espacio
para la resignificación.
97
Retomando a Bleichmar (1998), todas estas clasificaciones, que intentan dominar el
campo, no sólo carecen de racionalidad sino que someten a la clínica a serias dificultades. Por
una parte, a la ausencia de modelos explicativos derivada de un afán clasificatorio que se
caracteriza por abandonar la búsqueda relativa a una determinación pulsional y por otra, a un
ensamblaje puramente descriptivo, que reúne características, sin profundizar en las causas ni
determinaciones.
Desde la clínica por lo tanto, si bien es cierto que la sintomatología que presentan
estos niños responde muchas veces a los criterios diagnósticos del trastorno por déficit de
atención con o sin hiperactividad del DSM-IV, se advierte que este síndrome comportamental
puede recubrir situaciones psicopatológicas muy variadas (la dificultad de concentración
puede deberse tanto a causas circunstanciales como un episodio traumático recientemente
padecido, un duelo familiar que no deja energía libre para conectarse con la situación actual,
un exceso de trabajo que somete a un estrés insoportable), inscribirse en una problemática
familiar compleja, traducir eventualmente dificultades en la estructuración psíquica o bien,
responder a un síntoma, entendido como síntoma analítico, como puesta en acto de lo
inconsciente. En lugar de eliminar al sujeto por su objetivación en conductas, el psicoanálisis
puede tomar la manifestación como signo del sufrimiento de un sujeto que responde al
malestar de un modo singular. La propuesta de esta tesis radica en que más que considerarlo
como un “trastorno” o un “déficit” que habría que hacer “desaparecer” o acallar, se podría
más bien pensar como una solución provisoria que habrá que intentar erigir como mensaje y
llamado al Otro. Por lo tanto se trata de una apuesta al síntoma en lugar del trastorno o del
déficit, para encontrar el modo singular del sujeto de hacer con la angustia. Desde esta
perspectiva, pensar en la complejidad de las determinaciones implica una aproximación
98
comprensiva, en el sentido etimológico del término, es decir una aproximación que tome en
cuenta los diferentes componentes de la perturbación.
99
publicidad y consumo? El niño debe prestar por lo tanto su atención a cada uno de los
estímulos que se le ofrecen y en esto se dispersa y probablemente se pierde quedando
sumergido a una intensa angustia relativa al vacío. Si bien cada una de estas influencias
socioculturales merecen ser seriamente investigadas, no se puede desconocer que al observar
a ciertos niños, se evidencia que la agitación motriz y las dificultades atencionales que
presentan y que obstaculizan su escolaridad y las relaciones con su entorno, es un hecho que
los clínicos no pueden desconocer. Desde los orígenes de la psiquiatría del niño, múltiples
autores describieron bajo diferentes nombres (corea mental, niño turbulento o inestable,
hiperkinesia, inestabilidad psicomotriz) a niños que presentaban a la vez un comportamiento
agitado y ciertas dificultades para mantener su atención sobre una actividad precisa. Algunos
de estos niños parecen efectivamente experimentar un gran sufrimiento y demandan ayuda. La
hiperactividad, sin importar los términos con el que haya sido designada, es una realidad
clínica, pero la pregunta que debiese importar es cuál es el estatuto que se le otorga a este dato
observable: ¿enfermedad, síndrome o síntoma?
En relación al trabajo clínico con niños diagnosticados como TDA, cabe señalar que
sólo pudiéndose suspender las clasificaciones, dejando de lado la categoría TDA y los saberes
que pesan sobre ellos (neurólogo, colegio, familia) puede ir emergiendo una demanda de
ayuda. Las entrevistas a los padres son importantes, no en el sentido de las encuestas
utilizadas para recabar información supuestamente cuantitativa de la conducta del niño (como
por ejemplo, la escala de conners para padres y profesores tan utilizada) sino más bien para
poder vislumbrar el lugar que tiene ese niño en la economía libidinal familiar, cómo es que el
deseo de los padres se ha puesto en juego en la historia particular de ese niño, en su modo de
accionar en el mundo, en su inserción escolar y social, qué ideales pesan sobre él y con qué
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lugares se lo identifica o con qué personajes familiares se lo asocia. Por parte del niño, las
primeras entrevistas pueden permitir evaluar si es posible la constitución de un síntoma que
testimonie de cómo ese niño está sujeto en el lenguaje, al tiempo que da cuenta de su posición
de goce.
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