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UNIVERSIDAD ADOLFO IBAÑEZ

ESCUELA DE PSICOLOGÍA
PROGRAMA DE MAGISTER EN PSICOLOGÍA CLÍNICA.
MENCIÓN PSICOANALISIS

DEBATES Y CONTROVERSIAS EN RELACIÓN A LA COMPRENSIÓN DEL


TRASTORNO POR DEFICT DE ATENCIÓN / HIPERACTIVIDAD: UNA MIRADA
PSICOANALÍTICA

TESIS
PARA OPTAR AL GRADO DE MAGÍSTER

TESISTA:
FRANCISCA DAIBER VUILLEMIN

DIRECTORA DE TESIS:
SANDRA OKSENBERG RAPAPORT

SANTIAGO 2010
DATOS PERSONALES

Identificación de los participantes responsables

Nombre de la candidata : Francisca Daiber Vuillemin

Nombre de la profesora guía : Sandra Oksenberg Rapaport

TÍTULO DE LA TESIS

DEBATES Y CONTROVERSIAS EN RELACIÓN A LA COMPRENSIÓN DEL


TRASTORNO POR DEFICT DE ATENCIÓN / HIPERACTIVIDAD: UNA MIRADA
PSICOANALÍTICA.

Firmas Responsables

Alumna :

Profesora guía de tesis:


ÍNDICE

INTRODUCCIÓN:…………………………………………………………………….1

CAPÍTULO 1: ASPECTOS DESCRIPTIVOS - SINTOMATOLÓGICOS DE LA


HIPERACTIVIDAD INFANTIL………………………………………………………9

CAPÍTULO 2: CONSIDERACIONES HISTÓRICAS EN RELACIÓN AL CONCEPTO


DE HIPERACTIVIDAD INFANTIL……………………………………...…………..12

CAPÍTULO 3: EL LUGAR DE LA HIPERACTIVIDAD EN LAS CLASIFICACIONES


ACTUALES……………………………………………………………………………20

3.1. Criterios de diagnóstico DSM-IV y CIE-10………………………………….. … .20

3.2. La clasificación francesa CFTMEA……………………………………………......22

CAPÍTULO 4: EL PSICOANÁLISIS Y LA NOCIÓN FRANCESA DE INESTABILIDAD


PSICOMOTRIZ………………………………………………………………………..25

4.1. Controversias en torno a las primeras hipótesis psicodinámicas…………………..26

4.1.1. La hiperactividad como defensa maníaca contra la depresión…………………...27


4.1.2. La hiperactividad como déficit en las envolturas corporales…………………….28
4.1.3. La hiperactividad como funcionamiento operatorio……………………………..29

4.2. Debates y controversias actuales en torno al diagnóstico de hiperactividad infantil


desde el psicoanálisis……………………………………………………………………29

CAPÍTULO 5: HIPÓTESIS PSICOANALÍTICAS EN RELACIÓN AL CONCEPTO DE


HIPERACTIVIDAD INFANTIL DESDE LOS DETERMINANTES RELACIONALES
TEMPRANOS: EL PRIMER OBJETO Y EL PRIMER INTÉRPRETE DEL CUERPO….
………………………………………………………………………………………….42

5.1. La depresión materna temprana sobre el cuerpo del niño…………………… …...42

5.2. El cuerpo del niño y su primer intérprete: hipótesis relacionadas a las fallas en la
constitución del espacio imaginario y la ritmicidad…………………………………….51

5.3. Los procedimientos autocalmantes………………………………………………...57


CAPÍTULO 6: HIPÓTESIS PSICOANALÍTICAS EN RELACIÓN AL CONCEPTO DE
HIPERACTIVIDAD INFANTIL DESDE LOS DETERMINANTES RELACIONALES
TARDÍOS……………………………………………………………………………...59

6.1.Reflexiones sobre la inestabilidad psicomotriz y la fase anal del desarrollo


psicosexual……………………………………………………………………………...59

6.2. La inestabilidad psicomotriz como patología de la castración anal………………..61

6.3. Fijaciones preedípicas en la inestabilidad psicomotriz…………………………….65

6.4. Déficit autoeróticos y significaciones perversas de la hiperactividad infantil…….69

6.5. La hiperactividad infantil como formación de compromiso entre la economía psíquica


del niño y las condiciones que impone la relación social………………………………74

CAPÍTULO 7: HIPÓTESIS PSICOANALÍTICAS CONCERNIENTES A LOS


REPRESENTANTES PSÍQUICOS DEL MOVIMIENTO CORPORAL Y LA FALLA EN
EL PROCESO DE SIMBOLIZACIÓN……………………………………………….77

7.1. La alteración de la función de para-excitación y de contención en el desarrollo


psicomotor………………………………………………………………………………77

7.2. Déficit nivel de las envolturas corporales y del narcisismo……………………….80

7.3. La envoltura psíquica de la motricidad y el proceso de simbolización………….....85

CONCLUSIONES Y REFLEXIONES FINALES……………………………..…..90

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS…………………………………………….102
INTRODUCCIÓN

El Trastorno por déficit de Atención con o sin hiperactividad (TDA/H) se ha


convertido en los últimos tiempos en uno de los motivos de mayor preocupación tanto para
padres como para la comunidad educativa, y ha hecho aumentar considerablemente las
consultas en los hospitales y en los servicios de salud mental infanto juvenil en la atención
pública.

El TDA es considerado un trastorno neuropsiquiátrico que encierra una enorme


diversidad en cuanto al diagnóstico y en cuanto a la orientación terapéutica. En ciertos lugares
estos niños son controlados en los servicios de neurología, en otros en los servicios de salud
mental y en otros desde la atención primaria. Sin embargo surge la interrogante en torno a
este aumento en la frecuencia del diagnóstico: ¿Los niños desatentos, hiperactivos e
impulsivos reflejan un fenómeno contemporáneo? ¿La hiperactividad es más frecuente dado
el modo de vida actual o es menos tolerada por padres desbordados, padres deprimidos y
docentes que quedan superados por las exigencias que se le demandan? Todos estos
elementos debiesen tomarse en cuenta al momento de categorizar a estos niños.

En la actualidad y en respuesta a la influencia norte americana, el Trastorno por


Déficit de Atención con o sin Hiperactividad, tiende a concebirse exclusivamente desde un
único punto de vista, lo que conlleva múltiples consecuencias, considerando que de acuerdo al
diagnóstico y su hipótesis etiológica se desprenden las medidas terapéuticas, que si apuntan
únicamente a buscar las bases orgánicas del cuadro descuidan otros abordajes que en tiempo
de la infancia resultan decisivos.

Muchos términos, algunos prácticamente sinónimos y algo ambiguos, variables según


la cultura, los idiomas y las ideologías, designan lo que comúnmente se conoce como
hiperactividad: Inestabilidad psicomotriz, trastorno por déficit de atención, síndrome
hiperquinético, hiperquinesia, etc.

1
El término hiperactividad es el más comúnmente utilizado, sin embargo tiene muchos
reparos ya que los límites están muy mal definidos, lo que ha dado lugar a controversias tanto
prácticas como teóricas. En Francia este término se define bajo la expresión “inestabilidad
psicomotriz” y en Estados Unidos se conoce como “Trastorno por déficit de Atención con
Hiperactividad”; por lo tanto no es extraño que existan tantas divergencias a nivel de las
estadísticas.

Para Duché (1996) psiquiatra infantil francés, se considera patológico si el


comportamiento del niño es más frecuente que en la mayoría de los sujetos de la misma edad.
No obstante, la apreciación que se haga va a variar de un observador a otro y dependerá de la
tolerancia de cada cual y de las circunstancias de examen. Por lo tanto se considerará fuera de
la norma, cuando quienes rodean al niño lo etiqueten de ese modo.

La hiperactividad infantil se presenta hoy en día como una de las patologías de la


infancia más emblemática debido a las oposiciones ideológicas que se producen entre dos
visones causales de los fenómenos comportamentales. Fourneret (2005) psiquiatra infantil
francés, ha estudiado en profundidad el debate que se ha generado históricamente tras este
diagnóstico. En relación a la discusión ideológica que se pone en juego, refiere que
básicamente han existido dos posturas: la primera según el autor, hace referencia al modelo
psicoanalítico Freudiano que le confiere a los síntomas del cuadro una intencionalidad oculta,
basada fundamentalmente en un determinismo intersubjetivo, que responde a una lógica
afectiva inconsciente y la segunda, al contrario, ve en la hiperactividad desbordante y estéril,
es decir, sin motivación manifiesta, la expresión de un déficit del control y/o de la
planificación motriz, en donde el origen unívoco se busca en las bases neurobiológicas de la
conducta y por ende se justifica un tratamiento que corrija y modifique la conducta.

Fourneret (2005) señala que los debates se han producido principalmente entre la
mirada anglosajona y la perspectiva francesa. Si bien durante mucho tiempo señala el autor, la
hiperactividad se concibió como una epidemia contemporánea con sus bases en América del
norte, desde fines del siglo 19 muchos clínicos franceses ya se habrían interesado en esta
categoría de niños hiperactivos y con dificultades de aprendizaje.

2
Bourneville (1897) en Francia, intenta generar la primera descripción semiológica
detallada de las especificidades clínicas de este cuadro: motilidad intelectual y física extrema,
susceptibilidad e irritabilidad, necesidad de vigilancia continua, negligencia, sugestión y
sumisión frente las personas queridas. Gracias a los aportes de Henri Wallon (1925) se
integrarán a la comprensión de la hiperactividad infantil tanto factores endógenos (las
dificultades en el desarrollo de la personalidad) como exógenos (la problemática parental con
sus consecuentes dificultades en la relación con el niño) los cuales posibilitan las
interpretaciones de orden psicodinámico. Esta perspectiva va a dominar el conjunto de la
reflexión francesa en torno a la inestabilidad psicomotora oponiéndose de manera radical a la
posición de la escuela anglosajona, perspectiva que de manera inversa cede lugar a los
argumentos explicativos de naturaleza fisiológica (Fourneret, 2005).

Las preguntas por el estatuto de la hiperactividad- sintomático o sindrómico- y luego


por su origen – orgánico o psíquico – han suscitado grandes controversias. La gran diversidad
de términos empleados para designar este trastorno del comportamiento -inestabilidad
psicomotora, hiperactividad, síndrome hiperquinético, Minimal Brain Damage Syndrome,
Minimal Brain disfunction o trastorno de atención con o sin hiperactividad-, bastan
ampliamente para demostrar las tensiones por las cuales han atravesado el estudio de los
fenómenos relacionados a la impulsividad e hiperactividad (Fourneret, 2004).

Por otra parte, Tallis (2005) refiere que el debate actual en torno al TDA no solo
compromete a los profesionales implicados en el desarrollo infantil, sino que atraviesa
también a la escuela, las instituciones políticas y los intereses empresarios. El autor en su
texto “Neurología y trastorno por déficit de atención: Mitos y realidades” presenta desde una
mirada bastante lúcida los conflictos y posturas que se han presentando en relación a este
cuadro. En relación a las críticas que ha recibido el diagnóstico, Tallis concluye que en
realidad no hay una negación de la existencia del cuadro, sino una puesta en duda acerca de la
forma de diagnóstico y de la facilidad de rotulación y comienzo de la medicación. En su texto,
cita a Silvia Bleichmar quien refiere lo siguiente:

No existen pruebas de laboratorio que certifiquen el carácter biológico de la


multiplicidad de síntomas que incluye el ADD y que la medicación es siempre

3
sintomática y no curativa, lo cual da cuenta de que estamos ante un cuadro
descrito pero no explicado, cuya causalidad permanece no resuelta. (Bleichmar,
2000 en Tallis, 2005, p.9)

Para Tallis (2005) el debate atraviesa a toda la sociedad y no sólo los estamentos
profesionales y lo refiere del siguiente modo:

Las posiciones oscilan desde la negación total de la existencia del síndrome,


motorizada fundamentalmente desde el psicoanálisis, ignorando o negando el
fracaso de no pocos tratamientos analíticos ortodoxos y prolongados por largos
años en pacientes con el síndrome, a la postura de la mayoría de neurólogos y
psiquiatras infantiles, que sin una adecuada lectura de la complejidad de la
conducta infantil, biologizan todas sus manifestaciones alteradas e instalan
medicaciones, de las cuales por ahora por lo menos podemos decir que no está
exenta de efectos colaterales farmacológicos y psíquicos. (pp. 93-94)

El lugar de la psicogénesis del síndrome es múltiple y variado. Según Duché (1996),


para la mayoría de los autores americanos, no existiría a la base del síndrome hiperquinético
factores esencialmente psicológicos, siendo que para los autores franceses de orientación
psicodinámica el acento estaría justamente puesto en los factores socio económicos, la
dinámica familiar y la experiencia e historia del sujeto. El síndrome para los autores franceses
respondería a perturbaciones relacionales precoces, carencias afectivas y distorsiones en el
vínculo madre hijo.

En base a toda la literatura revisada es posible señalar que las causas aún no se conocen
pero diversas perspectivas intentan dar cuenta de aquella. Es decir las causas evocadas tal y
como señala García (2006) abundan y no se conoce la causa de la hiperactividad. García,
escritor y psicoanalista lacaniano de origen argentino, señala que desde el psicoanálisis
también se han propuesto hipótesis. Para Winnicott, se trataría de una relación defectuosa con
la madre, existiendo a la base de este trastorno, perturbaciones en el lazo materno. Según
Diatkine, la hiperactividad podría entenderse como una defensa maníaca en contra de la
depresión. Para Bergés, esta manifestación, respondería a una falla en el desarrollo corporal y

4
finalmente para Misés, la hiperactividad sería una respuesta a la relación simbiótica madre-
hijo, con un padre ausente. Desde la neurobiología, se habla de hipótesis relativas a anomalías
en la estructura cerebral o problemas en el metabolismo de los neurotransmisores. Desde las
ciencias cognitivas por otra parte, se ha intentado demostrar un defecto de inhibición de las
respuestas, una falla en la función ejecutiva. De igual modo, la genética estudia en los
gemelos o en los niños adoptados la evidencia de que habría algo heredado en la
hiperactividad. Numerosos genes entrarían en sospecha, especialmente los ligados al
metabolismo de los neurotransmisores, pero no se ha identificado ningún gen específicamente
relacionado a la hiperactividad. Por otra parte, el entorno también juega un rol importante,
tanto el contexto familiar y educativo como el entorno físico.

Bréjard y Bonnet (2007) también se cuestionan en torno al debate sobre la causa.


Refieren que no existe un consenso a nivel de la comunidad científica. En un estudio ya
antiguo de Goodman y Piollion (1992, en Brejard & Bonnet, 2007) se señala que 38 factores
muchas veces contradictorios entre sí, podrían considerarse al origen de la hiperactividad.
Esto explicaría los debates que han surgido en torno a las causas, pero sobre todo el
cuestionamiento en relación al interés de reconocer una homogeneidad, que posiblemente
podría ser pertinente para la investigación, pero no así para la clínica.

Desde este lugar es posible retomar los señalamientos de García (2006) quien postula
que la hiperactividad recubre perturbaciones distintas, manifestaciones que si bien pueden
tener ciertos elementos en común unas con otras, reflejan causas diferentes. Es decir que
desde esta perspectiva, en relación con la causa subjetiva, podríamos señalar que el
psicoanálisis tiene posiblemente respuestas que otras prácticas no tienen, pero el problema es
siempre, la actitud a tomar.

Los sufrimientos del niño no son únicamente internos sino que también son producidos
por el rechazo que su hiperactividad genera. Así, el drama del niño hiperactivo no sería muy
distinto al del niño llamado superdotado, que también sufre por su inadaptación en el colegio,
en su entorno familiar, social, etc.

5
Más allá de la inestabilidad, hiperactividad, hiperquinesia SDAH, ADD, ADHD, más
allá de los discursos ideológicos lo que nos debiese generar una interrogante desde la clínica
es preguntarnos de qué niño estamos hablando. ¿Se trata de un niño con un “déficit” un
“handicap” que dada su incontinencia motriz va en respuesta, a generar un gran conflicto en la
calidad de su adaptación familiar y escolar? ¿O se trata más bien de un niño que sufre
psíquicamente y que su hiperactividad o desatención no son más que un síntoma que estaría
traduciendo ciertos desórdenes afectivos y emocionales con su entorno? ¿En otros términos
se trata, tal y como lo plantea Fourneret, de un niño portador o de un niño revelador? Esta
pregunta pareciese continuar abierta, no obstante, al pensar a este niño desde la clínica es muy
probable que la pregunta en torno a la causa deba suspenderse, pues pretender una causalidad
única nos impide visualizar lo fundamental, a saber el sufrimiento psíquico.

Rousillon (1995 citado en Berger, 2005) sugiere poder mantener una tensión etiológica
al trabajar desde la clínica con este cuadro. Este postulado resulta obvio si consideramos tal y
como señala Berger que estos niños presentan por ejemplo dificultades para simbolizar. Así,
esta dificultad en la organización psíquica no debiese interpretarse de un modo distinto por
estar ligada por ejemplo a un proceso neurológico, ya que de lo que se trata es de sufrimiento
psíquico.

Asimismo Bréjard y Bonnet (2007) señalan que debemos preguntarnos de qué se trata
este diagnóstico: ¿De un Trastorno o una construcción adaptada a las terapéuticas? ¿Se trata
de Hiperactividad o de un niño hiperactivo en particular? La definición en apariencia precisa,
de un trastorno que llamamos hiperactividad (o de otro modo) es cómoda únicamente para el
investigador o el clínico poco riguroso en su modo de aproximarse a un sujeto que padece. Al
concebir la hiperactividad como trastorno reducimos al niño a un comportamiento inadaptado
que habrá que hacer “desaparecer” mediante tal o cual terapéutica (no necesariamente
medicamentosa) dejando de lado, la escucha del sujeto y de su discurso. Se corre el riesgo de
transformar la clínica de un trastorno en una construcción artificial adaptada a tratamientos
preformados. Mantener una aproximación psicopatológica y psicoanalítica de la
hiperactividad debe responder a la siguiente condición: la referencia al niño que sufre, a su
historia, a lo que dice, dibuja, juega…. etc.

6
De igual modo Claudon (2007) señala que el encuentro clínico con los niños y sus
padres confirma que la problemática no reside en el diagnóstico y en un tratamiento directivo
como por ejemplo la utilización de quimioterapias. Las demandas de ayuda se sitúan sobre
todo en la capacidad de ser padres, en la posibilidad de tolerar las ambivalencias y los
conflictos que desestabilizan los modelos parentales.

Untoiglich (2007) también se cuestiona acerca de este diagnóstico que se presenta como
un debate actual y señala lo siguiente:

Podríamos pensar que en los casos de estas consultas actuales, en la mayoría de


los pacientes no hay una presentación sintomática en el sentido psicoanalítico del
término y esta será, en el mejor de los casos, algo a construir en un abordaje
terapéutico. Ya que un síntoma implica un aparato operando bajo la égida de la
represión y se define como mensaje dirigido al Otro, mensaje que conlleva una
pregunta, un enigma. En la clínica actual, en numerosas ocasiones, los padres
llegan con una clasificación diagnóstica del niño que obtura la posibilidad de
cuestionarse el porqué de su padecimiento. (p.99)

Con el fin de abordar las múltiples interrogantes y debates que surgen en relación al
concepto de hiperactividad infantil, se trabajará en una primera instancia mostrando las
diversas posturas históricas y epistemológicas que han estado a la base de este diagnóstico,
demostrando que en la actualidad, se desconoce la causa y que lo que entra en juego al
parecer, son finalmente posturas ideológicas. Se incorporará la perspectiva de diversos
autores psicoanalíticos franceses que han concebido a la hiperactividad desde el término de
inestabilidad psicomotriz oponiéndose a la postura organicista del TDA. Desde esta
perspectiva, se buscará cuestionar el diagnóstico de trastorno por déficit de atención
buscando precisar las diferencias que presentan los niños así diagnosticados. Asimismo, se
postulará que el psicoanálisis puede generar aportes en la medida en que este diagnóstico se
suspenda y se conciba no como una categoría, sino que más bien, como múltiples expresiones
del sufrimiento infantil, que merecen ser escuchadas y comprendidas desde la particularidad y
subjetividad y tratadas tomando en cuenta su multideterminación.

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El psicoanálisis puede generar elementos cruciales para intervenir con los niños que
presentan estas dificultades, porque brinda una teoría sobre la estructuración psíquica que
permite comprender los tiempos del armado subjetivo, toma en cuenta los distintos modos de
constitución, describe las operaciones subjetivas e intrapsíquicas por las cuales alguien pasa a
ser sujeto, describe cómo es que la capacidad simbólica se constituye y despliega y puede dar
cuenta también del entramado individual, familiar y social. Es decir, el psicoanálisis al
trabajar con las causas subjetivas puede tener respuestas que otras prácticas no tienen. Así
cabe destacar que existe una gran diferencia entre pensar que una manifestación implica un
cuadro psicopatológico y una causa orgánica y desde ese ángulo desprender un tratamiento; a
pensar que, una manifestación tal y como se presentará a lo largo de esta tesis, puede ser
efecto de múltiples causas y que hay que descubrir cuáles son y por consiguiente, evaluar cuál
es el tratamiento más adecuado.

Se trabajará en los capítulos 5, 6 y 7 haciendo mención a las múltiples representaciones


que ha postulado el psicoanálisis en relación a la inestabilidad psicomotriz a saber, como un
trastorno reactivo frente a una problemática familiar (específicamente a la relación madre-hijo
y/o a la depresión), como conjunto de síntomas resultantes de un “déficit” en el proceso de
simbolización o de representación, como un modo relacional patológico (o patología del
vínculo), como una fijación anal a nivel del desarrollo psicosexual (la motricidad pensada
como descarga violenta muchas veces ligada a la analidad) y finalmente como una patología
a nivel del narcisismo. Con el propósito de facilitar la lectura, estas hipótesis se trabajarán
intentando mantener un orden cronológico a nivel del desarrollo de la constitución somato
psíquica y de la identidad, desde los determinantes tempranos (capítulo 5) y tardíos (capítulo
6) que se ponen en juego a nivel de la relación con el primer objeto, hasta concebir a la
hiperactividad y el movimiento corporal como una puesta en juego a nivel del narcisismo.
Tomando en consideración estas propuestas se buscará repensar el abordaje clínico de estos
niños.

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CAPÍTULO I: ASPECTOS DESCRIPTIVOS - SINTOMATOLÓGICOS DE LA
HIPERACTIVIDAD INFANTIL

El trastorno por déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) se presenta hoy en día


como uno de los trastornos neuropsiquiátricos más diagnosticados en la infancia y sin duda el
más controversial. Este afecta entre un 3% a 7,5% de los niños en edad escolar, aunque el uso
de criterios más permisivos eleva la estimación hasta un 12% o 17% (Amer. Acad. Pediatric,
2000). En algunos sistemas escolares se reporta que hasta el 20% de los niños recibe
medicamentación psicoestimulante como tratamiento (Lefever et al., 1999 citado en López,
2006).

Duché (2006) psiquiatra infantil francés, refiere sin embargo, que la frecuencia de la
hiperactividad del niño varía de un país a otro y sobre todo en relación a las diferencias
culturales. Según el autor las diferencias en relación a las estimaciones son tantas, que se
vuelve fundamental apreciar con mucho sentido crítico estos indicadores estadísticos.

Asimismo Bréjard y Bonnet psicólogos clínicos franceses (2007) refieren que es muy
difícil evaluar la prevalencia del TDAH debido a que los estudios estadísticos existentes son
muy heterogéneos tanto a nivel de la metodología como a nivel de los resultados. Por otra
parte, el número creciente de consultas bajo este diagnóstico concierne a centros hospitalarios,
lo que no siempre se confirma en consultas privadas. Duché (1996) postula que ha habido
pocas categorías diagnósticas que hayan generado tantas controversias. Diversas ideas se
ponen en juego al momento de estudiar este cuadro.

López (2006) señala que en las últimas tres décadas se ha podido constatar una gran
variabilidad en la nomenclatura y en los criterios diagnósticos para definir esta condición:
Déficit atencional, hiperactividad, Hiperkinesia, Síndrome hiperquinético, Disfunción
cerebral mínima, Daño cerebral mínimo. “Cada uno de estos términos refleja una evaluación
diferente de la condición que ha sido considerada como un rasgo, un síntoma, un síndrome o
una enfermedad en distintos momentos, lo que implica un énfasis diferente en cómo debe ser
diagnosticada y tratada” (López, 2006 p.4).

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Claudon (2007) clínico infantil francés, refiere a su vez, que los cambios
terminológicos han variado en las épocas y en las regiones del mundo y no están ligados a
avances científicos que puedan determinar conocimientos específicos. Estos cambios según el
autor, están más bien ligados a las concepciones del clínico, quien podría profundizar o bien
descartar algún aspecto. La gran disparidad de términos refiere el autor, responde más bien
una divergencia de opiniones entre los clínicos e investigadores en relación al
posicionamiento clínico frente la infancia que a una realidad clínica disímil.

Desde las neurociencias, el Síndrome de déficit de Atención (SDAH) se define como


un trastorno del desarrollo cognitivo conductual que es diagnosticado únicamente sobre la
base de criterios conductuales y descriptivos (Sagvolden, 2004 en López, 2006). Siguiendo
esta línea, Castellanos y Tannock (2002) refieren que en 1994 al establecerse los criterios
diagnósticos del DSM-IV, se opta por una definición eminentemente descriptiva de la
sintomatología.

La cuarta edición del Manual de Diagnóstico y Estadísticas de enfermedades mentales


(DSM-IV, American Psyquiatric Association, 1994) reconoce tres subtipos de SDAH: con
predominio inatento, con predominio impulsivo/hiperactivo y el subtipo combinado en el que
se presentan los tres síntomas centrales. Más recientemente se ha discutido si corresponde
considerar los subtipos inatento e hiperactivo como una misma entidad clínica, pero no existe
consenso al respecto (Sagvolen et al., 2004 en López 2006). En cuanto a la prevalencia por
sexo se observa preferentemente en niños en una proporción de 3:1 con respecto a las niñas
(American Academy of Pediatrics, 2000). No obstante, se ha considerado que la forma
inatenta del síndrome podría predominar en las niñas, en tanto que la
hiperactividad/impulsividad y el tipo combinado en los niños (Taylor, 1998 citado en López,
2006). Biederman (1994 en López, 2006) refiere que al parecer hacia la adolescencia y la
adultez habría un aumento general de la proporción de mujeres que presentaría este cuadro.

La edad aparece como un factor protector del trastorno. En efecto la prevalencia del
TDA disminuye con la edad y a su vez se redefinen los criterios característicos. Se observa
que un 85 % de los niños diagnosticados en la infancia persisten con el trastorno en la

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adolescencia (Bréjard & Bonnet, 2007). En relación a la adultez, se disponen de pocos
estudios epidemiológicos, pero se puede estimar su prevalencia entre 2% y 6% (Wender, 1995
en Bréjard & Bonnet, 2007).

Por otra parte la comunidad científica ha señalado que este cuadro presenta una alta
comorbilidad con otros trastornos. En los niños las formas más comunes de comorbilidad son
los desÓrdenes disruptivos de la conducta (35%), trastornos de ansiedad (25%), desórdenes
del ánimo (18%) y problemas de aprendizaje (25% por ejemplo dislexia, discalculia, etc)
(Amer. Psychiatr. Assoc., 1994; Amer. Acad. Pediatric., 2000).

La influencia del tipo de clasificación utilizada conlleva a un aumento de la


prevalencia del trastorno ya que el DSM-IV define subtipos los que liga con los criterios
establecidos en el DSM-III.

Por otra parte no se ha podido probar que las condiciones de vida influencien el
síntoma (Marcelli, 1996 en Claudon, 2007). Ningún dato da cuenta de una función adaptativa
del trastorno frente a los cambios tecnológicos y sociales, sin embargo la reflexión en torno al
lugar del niño en la sociedad debiese ser profundizada (Shelley-Tremblay et al, 1996 en
Claudon, 2007).

11
CAPÍTULO II: CONSIDERACIONES HISTÓRICAS EN RELACIÓN A CONCEPTO
DE HIPERACTIVIDAD INFANTIL

Las primeras descripciones clínicas de una forma patológica de inestabilidad


psicomotriz del niño en edad escolar datan de fines del siglo XIX. Es principalmente en
Francia continuando con las ideas de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) y basándose en los
principios filosóficos de una educación moral (en base a estos principios se desarrollará la ley
Ferry, promulgada el 28 de marzo de 1882, ley que organizará en Francia las condiciones de
la educación laica), que muchos médicos anhelantes de fundar una ciencia de la educación, se
interesarán a esta categoría de niños reticentes a cualquier tipo de aprendizaje (Fourneret,
2008). Así, desde 1892 Charles Boulanger, sostendrá una tesis consagrada al estudio de la
“inestabilidad mental”, en la que define a un grupo de niños caracterizados por “una falta de
equilibrio en sus facultades de espíritu” y que no pueden fijar durablemente su atención
(Welniarz, 2000 citado en Fourneret, 2008) Sin embargo, es Bourneville quien realiza la
primera descripción detallada del trastorno en su tratado médico pedagógico de 1897
definiendo la inestabilidad en los términos siguientes: “movilidad intelectual y física extrema
[…] susceptibilidad e irritabilidad,[….] tendencia a la destrucción […] necesidad de
vigilancia continua, […] negligencia….sumisión frente a las personas amadas” (Fourneret,
2008).

Bréjard y Bonnet (2007) refieren por su parte que la evolución de las diferentes
concepciones llevó a redefiniciones consecutivas del trastorno. Las concepciones
neurobiológicas y neuroanatómicas iniciales hacen prevalecer una perspectiva biológica en la
explicación del comportamiento. Se van evocando sucesivamente los términos de
predisposición mórbida y de lesión cerebral. La cuestión del déficit cede lugar al
disfuncionamiento, lo que permitió introducir una visión dinámica en esta visión determinista.
Sin embargo, desde la perspectiva anglosajona la causalidad biológica está siempre presente
siendo la regulación del sistema nervioso central lo que puede dar cuenta de la dinámica
conductual y afectiva del sujeto.

12
Still (1902 citado en Bernaldo de Quirós, 2005) en Inglaterra, fue quien primero
describió la presencia de trastornos de conducta en un grupo de 20 niños, muchos de los
cuales tenían una historia de convulsiones y daño cerebral. Según su descripción, eran niños
agresivos, desafiantes, la mayoría con problemas de atención e hiperactividad. Observó una
mayor incidencia de anomalías físicas menores, como paladar ojival, macrocefalia o epicanto.
Según Still (1902) estos niños poseían un defecto en el control “moral” de su conducta y,
aunque algunos provenían de hogares caóticos, consideró que el problema se debía a una
predisposición biológica, hereditaria en determinados casos y consecuencia de un daño pre o
posnatal entre otros. Bréjard y Bonnet (2007) refieren que si bien Still percibe que estos
niños provenían de familias en las cuales la educación no era prioritaria, formula en un
segundo tiempo otra hipótesis: “el comportamiento y en consecuencia los síntomas evocados,
pueden explicarse por una predisposición mórbida de origen genético. El rol parental se pone
en cuestión” (p. 13). Para Tallis (2005) es obvio el parentesco sintomático de la definición de
Still con lo que hoy se describe como TDAH, aunque no queda clara su etiología, a partir de
lo que él llama “defecto de control moral”. Still por lo tanto se refiere al “Brain Damage
disfunction” para describir a los niños que presentan una hiperactividad motriz exagerada
frente a una respuesta orgánica. En Francia, esta hipótesis será concebida con menos fuerza
sin embargo, Paul Boncour será uno de los primeros autores que se posicionará a favor de la
hipótesis orgánica de la inestabilidad (Fourneret, 2004). Dupré (1907) siguiendo con estos
lineamientos, evoca la idea de debilidad “mental”. En ambos trabajos el niño inestable se
considera como un enfermo que padece un desequilibrio motor patológico de naturaleza
congénita (Fourneret, 2008).

Tallis (2005) señala que las primeras investigaciones realizadas en torno al cuadro, se
abocaron fundamentalmente al estudio de la conducta motora. Uno de los primeros trabajos
en destacar el exceso de actividad motriz fue el de J Demoor. En 1901, el autor se refiere a la
“inestabilidad motriz” comparándola con una corea mental y describiendo a los niños con
exageradas emociones, reacciones ambivalentes, falta de inhibición y de atención e incesante
necesidad de movimientos y cambios.

Los trabajos de Heuyer en 1914, Vermeylen en 1923, Wallon en 1925 y Male en 1932
configuran un segundo tiempo en la concepción francesa de la inestabilidad psicomotriz.

13
Estos trabajos permiten precisar las disarmonías en el desarrollo y las dificultades propias de
estos niños. Vermeylen es el primero en proponer una explicación psicogenética de la
inestabilidad considerándola como una fijación del desarrollo en una etapa arcaica (Claudon
2007). En la tesis “Los niños anormales y los delincuentes juveniles”, Heuyer intenta
mediante una observación longitudinal de 102 niños separarse de una concepción puramente
orgánica del trastorno. El mérito de Heuyer estuvo en reintroducir en el debate consagrado a
la etiología de la inestabilidad psicomotriz, la importancia de la afectividad y de la influencia
del medio, basándose para esto, en la tesis desarrollada por Kreapelin en su estudio sobre
adolescentes psicopáticos en 1895 (Fourneret, 2008).

No obstante, serán principalmente los trabajos de Wallon los que marcarán un cambio
en el énfasis dado a la comprensión del niño inestable en una ideología marcada largamente
por las concepciones organicistas. En tanto médico, psicólogo y psicopedagogo Wallon va a
renovar la aproximación descriptiva mediante un método de análisis multidimensional y
comparativo entre niños sanos y niños con “cerebropatías” tomando en cuenta criterios del
desarrollo, socio-educativos y anátomo-clínicos demostrados ya empíricamente. El objetivo
de estas comparaciones radicaba fundamentalmente en poder describir la conducta y los
elementos psicoafectivos del niño en su ambiente, sus orígenes y su evolución respectiva, y
también estudiar las eventuales interacciones funcionales a la base. Pese a reconocer la
enorme influencia del medio y las emociones en la génesis del trastorno, Wallon sostiene la
idea de un anclaje corporal en la hiperactividad infantil tal y como lo sostiene en sus tesis “el
niño turbulento” de 1925 (Fourneret, 2008).

Fourneret (2004) refiere que será principalmente la epidemia de encefalitis que afecta
al continente norte americano a fines de la primera guerra mundial (encefalitis de Von
Ecónomo) la que jugará un rol fundamental en el desarrollo y difusión de la corriente
organicista. Hohman (1922) luego Ebaught y Strecker (1923) observan en los niños que
logran recuperarse de esta afección, un cambio radical en su carácter pero sobre todo en su
comportamiento, el cual deviene sorpresivamente hiperquinético a tal punto que no podían
llevar a cabo ningún tipo de aprendizaje y por consiguiente no eran aceptados en clases.
Algunos años más tarde, Bradley (1937) realiza un estudio con 30 niños inestables de 5 a 14
años con inteligencia normal y observa una mejoría paradójica en sus trastornos del

14
comportamiento y sus logros escolares debido a la prescripción de una anfetamina, la
benzedrina. Este resultado se contrapone a lo esperado; que hubiese habido una mejoría con
barbitúricos debido a su propiedad sedativa. Estos hallazgos le permitieron a Bradley pasar de
una comprensión basada en los factores neuroquímicos del cuadro, a una comprensión
fisiopatológica (Fourneret, 2004).

En Francia por otra parte, en los albores de la segunda guerra mundial se generará un
revuelo total frente a las concepciones organicistas de la inestabilidad en beneficio de
concepciones más “psicológicas”, inspiradas fundamentalmente en las corrientes
psicodinámicas. Siguiendo los lineamientos de Wallon, Abrahamson (1940) trazará lo que
será la continuación de la posición francesa y fijará definitivamente la aceptación psicológica
de la inestabilidad infantil. El origen de la inestabilidad psicomotriz para Abrahamson se
explicaría por un déficit en el desarrollo afectivo. Las condiciones de vida familiar y social en
las que el niño se desarrolla juegan un rol central en la aparición y manifestación de la
inestabilidad. El interés se centrará en el análisis de las interrelaciones generadas entre el niño
y su familia. Durante los años 50, la inestabilidad psicomotriz deja su estatuto de entidad
nosográfica estricta para dar lugar a una dimensión semiológica equivoca, en donde la
interpretación solo adquiriría sentido al estar inserta en una comprensión global de la
organización psíquica del niño y sus modalidades relacionales (Fourneret, 2008).

Por otra parte y en búsqueda de la naturaleza orgánica del cuadro, Strauss y Lehtinen
en (1947) introducen el término de “daño cerebral”, sin embargo, muchos de los niños
estudiados, no presentaban un daño cerebral demostrable mediante el examen neurológico.
Los autores por lo tanto, interpretaron que, en estos casos, el examen neurológico no era
sensible para detectar daño, lo que dio origen al concepto de daño cerebral mínimo (Bernaldo
de Quirós, 2005).

Extendiendo las investigaciones sobre los mecanismos neurológicos asociados a la


hiperactividad, Laufer y Denhoff (1957) consideraron que un pobre filtro de los estímulos a
nivel talámico era la causa del síndrome, en aquel entonces ya llamado Síndrome
hiperkinético (Bernaldo de Quirós, 2005).

15
En los años 60, el término “daño cerebral mínimo” fue abandonado pues se consideró
inapropiado inferir la presencia de daño cerebral en niños que únicamente presentaban
problemas conductuales y no la pérdida de una función previamente adquirida. Clements
introdujo el término “disfunción cerebral mínima” (DCM), considerando la hiperactividad
como el síntoma principal. Sin embargo, en la práctica, el término disfunción continuó
indirectamente ponderando el concepto de daño cerebral y su diagnóstico se transformó en
una gran ambigüedad, aplicado por igual a niños con problemas motores, de conducta y/o de
aprendizaje. El único aspecto en común encontrado, fue la presencia de “signos blandos” en el
examen neurológico (para diferenciarlos de los signos duros o de daño cerebral) y en ciertas
ocasiones algunas anormalidades en el electroencefalograma (Bernaldo de Quirós, 2005).

En base a una extensa revisión bibliográfica, Bernaldo de Quirós (2005), señala que
estudios posteriores demostraron que la mayoría de los niños con daño cerebral no desarrolla
hiperactividad, que menos del 5 % de los niños hiperactivos solamente tienen signos
evidentes de daño cerebral, que los signos blandos no son patognomónicos de la
hiperactividad y que están también presentes en la población general. La consideración de que
el término DCM era demasiado vago y de poco o prácticamente ningún valor pronóstico y sin
evidencia neurológica, hizo que fuera lentamente abandonado (Kirk, 1963 citado en Bernaldo
de Quirós, 2005).

Chess (1960 en Bernaldo de Quirós, 2005) estableció el nivel de actividad motora


como una de las características definitorias del síndrome. De este modo fue creciendo el
concepto de Síndrome hiperkinético, como un síndrome conductual separado del concepto de
daño cerebral.

En la segunda edición del Manual de diagnóstico y estadística de enfermedades


mentales DSM-II, publicado por la Asociación Psiquiátrica Americana se vio reflejada esta
característica del síndrome, con el nombre de Reacción Hiperkinética de la Infancia. Se trata
por lo tanto hasta ese momento sólo de una reacción, aún no se postula como trastorno.

En la década de los 70’ sobrevino un cambio teórico fundamental, al describir Douglas


y cols., los déficits cognitivos asociados a la hiperactividad, a saber: 1) incapacidad para

16
mantener la atención y el esfuerzo mental, 2) deficiente control de los impulsos, 3)
incapacidad para modular el nivel de alerta, 4) fuerte inclinación a buscar gratificación
inmediata. Douglas encontró que el principal déficit estaba en la atención sostenida y no en la
distracción, parámetro en el cual los estudios no diferían de controles normales. Por otro lado,
el rendimiento de niños hiperactivos en pruebas de atención sostenida, no se diferenciaba de
los normales en situaciones de refuerzo continuo e inmediato. Douglas documentó también,
los significativos efectos del metifelnidato sobre la atención, así como la asociación entre el
déficit en el control de los impulsos y problemas de conducta en la evolución del síndrome
(Bernaldo de Quirós, 2005).

Diversos autores anglosajones de orientación psicoanalítica, van a reaccionar en contra


de la corriente organicista de la época, buscando demostrar el aspecto psicodinámico de la
hiperactividad. Para Segal (1969) y Winnicott (1975) los comportamientos perturbadores
relativos a la hiperactividad y a los síntomas oposicionistas (irritabilidad, agresividad, baja
tolerancia a la frustración y arranques de rabia) sólo pueden comprenderse tomando en
consideración la organización psíquica del niño y el desarrollo de sus modalidades
relacionales (Fourneret, 2004).

Según Chees (1979 citado en Fourneret, 2004) el niño se desarrollaría en un contexto


fuertemente perturbador por lo tanto, la hiperactividad representaría un conflicto psíquico -
interno o bien con el exterior -, aún no elaborado por el niño y contra el cual él lucha. De este
modo, el conjunto de manifestaciones conductuales no serían más que una defensa patológica
para evitar quedar sumergido en sus propios afectos dolorosos. Desde esta perspectiva, la
hiperactividad sería la expresión sintomática de una patología reactiva.

Continuando con estas exploraciones Bergès (1985) y Flavigny (1988), ambos


psicoanalistas franceses, insistirán en las particularidades de las interacciones del niño
hiperactivo con sus padres, subrayando el aspecto eminentemente relacional de la
hiperactividad y concluyendo que este trastorno sería ante todo una patología del vínculo
(Fourneret 2004). Desde esta perspectiva Bergès señala lo siguiente:

17
Será en el establecimiento del vínculo que nos une al niño, en el tipo de relación
que se instaura en el cuerpo a cuerpo con él, donde se inscribirá el trastorno
psicomotor... la inestabilidad no es solitaria, golpea la mirada del examinador, el
oído, el tacto: la inestabilidad provoca. (Bergès, 1985 en Fourneret, 2004, p.11)

Tanto Bergès (1985 citado en Fourneret, 2004) como Flavigny (1988 citado en
Fourneret, 2004) coinciden que dada esta dinámica, los padres quedarían atrapados en un rol
de vigilancia y de control incesante que no hace otra cosa que acentuar el trastorno.
Considerando además que esta patología se presenta mayormente en los varones, el autor se
interesará en explorar las particularidades dinámicas de la relación madre-hijo. Existiría a la
base según el autor, una cierta tonalidad incestuosa en la relación, pudiendo llegar a
concebirse la hiperactividad como “un pasaje al acto del deseo de la madre”. La
hiperactividad sería una respuesta del niño frente a la proximidad física y excesiva de la
madre. Frente a esta cercanía, el niño experimentaría grandes montos de excitación corporal,
sin posibilidad de elaborarse. Esta confusión, mantendría el vínculo de dependencia
dificultando así, el proceso de separación-individuación. El niño debido a sus constantes
desbordamientos motores demandaría incesantemente los cuidados de su madre, quedando
ella misma, sometida a una gran ambivalencia afectiva.

Mille (1996 en Fourneret, 2004) retoma los planteamientos de Bergès en cuanto a la


dinámica que se pone en juego entre la madre y el niño. La madre, generalmente desbordada y
sobrepasada, se verá confrontada a grandes montos de ansiedad, que no puede controlar. Los
sentimientos de odio y de rabia ocasionados por esta exaltación serán rápidamente contra-
investidos en sentimientos de angustia y anulados por la medidas sobreprotectoras que adopta
frente al niño. Fourneret (2004) concluye que mediante este fenómeno de “reverberación” se
evidencia un drama en el que los protagonistas se alienan mutuamente, quedando
progresivamente encerrados en un círculo vicioso en el que todo tercero mediador-
especialmente paterno- resulta excluido.

A pesar de los desarrollos teóricos psicoanalíticos en relación a la hiperactividad, en


1980, la Asociación Psiquiátrica Americana, influida por las investigaciones de Douglas

18
adopta el término “Déficit de la atención, con o sin hiperactividad” (DSM-III) a pesar de no
existir en ese momento estudios empíricos que demostraran la existencia de subtipos.

Lahey (1984, 1985, 1987, 1988 en Bernaldo de Quirós, 2005) encontró en sus
investigaciones que los niños con problemas de atención sin hiperactividad se caracterizaban
por ser soñadores, letárgicos y con peor rendimiento escolar, pero menos agresivos y con
menos problemas sociales que sus pares hiperactivos. En la clasificación de 1987 (DSM III-
R) este grupo fue incluido en la categoría de Déficit de Atención no diferenciado, como
categoría separada del Déficit de Atención/hiperactividad. De modo paralelo, investigaciones
realizadas por Barkley (1982) y Loney (1978, 1983, 1983 en Bernaldo de Quirós, 2005)
permitieron discriminar empíricamente la hiperactividad de los trastornos de conducta-
agresión, estableciendo un pronóstico negativo en la adolescencia para aquellos casos de
hiperactividad asociados a problemas de conducta.

En la actualidad, el criterio diagnóstico adoptado por la Asociación Psiquiátrica


Americana DSM-IV establece el diagnóstico en base a dos dimensiones de la conducta:
hiperactividad- impulsividad y falta de atención, ya que la mayoría de los estudios realizados
no han podido discriminar a la impulsividad como dimensión separada de la hiperactividad
(Achenbach & Edelbrock 1983; Milich & Kramer, 1985 en Bernaldo de Quirós, 2005).

19
CAPÍTULO III: EL LUGAR DE LA HIPERACTIVIDAD EN LAS
CLASIFICACIONES ACTUALES

3.1 Criterios de diagnóstico DSM-IV y CIE-10

Según el DSM-IV, los criterios de diagnóstico para el Trastorno por déficit de atención con
hiperactividad son los siguientes:

1). Seis o más de los siguientes síntomas de desatención han persistido por lo menos durante 6
meses con una intensidad que es desadaptativa e incoherente en relación en relación con el
nivel de desarrollo (Rodríguez, 1998).

-Desatención:
a. presentan dificultades para prestar atención a los detalles o cometen errores por descuido en
las tareas escolares, trabajo u otras actividades;
b. tienen dificultad para mantener la atención en tareas u otras actividades;
c. parecen no escuchar cuando se les habla de forma directa;
d. suelen no seguir las instrucciones y fallan en la finalización de tareas escolares o trabajos o
específicos asignados (y esto no por no haber entendido la consigna ni por rebeldía);
e. presentan dificultades en la organización de tareas y actividades;
d. rechazan, les disgusta o evitan comprometerse en tareas que requieren un gran esfuerzo
mental (tales como deberes escolares y del hogar)
h. se distraen con facilidad por estímulos externos
i. no recuerdan o descuidan las actividades diarias.

2) Seis o más de los siguientes síntomas de hiperactividad-impulsividad han persistido por lo


menos durante 6 meses con una intensidad que es desadaptativa e incoherente en relación en
relación con el nivel de desarrollo.

-Hiperactividad:
a. son inquietos con sus manos y pies o se retuercen en el asiento.

20
b. se levantan de su asiento en clase o en otros lugares, cuando el estar sentado es la conducta
esperada;
c. dan vueltas o corren en situaciones en que ello no es lo apropiado;
d. tienen dificultades para participar de manera tranquila en pasatiempos;
e. hacen varias cosas a la vez y actúan con desasosiego, como si estuvieran impulsados por un
motor;
f. hablan en exceso.

- Impulsividad:
g. contestan antes de que la pregunta sea completada;
h. tienen dificultad en esperar;
i. interrumpen o hablan por encima de las palabras del otro.

Como regla, estos síntomas deben estar presentes antes de los 7 años de edad y
también presentarse en dos o más ambientes. Como es de suponer estos síntomas producen un
gran perjuicio en las actividades académicas, sociales y laborales del paciente. Por otra parte,
resulta evidente que no deben considerarse cuando ocurren acompañando un trastorno
generalizado del desarrollo, esquizofrenia u otro trastorno psicótico (Rodríguez, 1998).

La Clasificación Internacional de los Trastornos mentales y del comportamiento (CIE-


10), define en el apartado “Trastornos del comportamiento y de las emociones de comienzo
habitual en la infancia y adolescencia”, cierto número de criterios en relación al “Trastorno
hipercinético” [F-90], tales como la presencia de síntomas de inatención, hiperactividad e
impulsividad los cuales deben ser penetrantes, persistentes y estar presentes en múltiples
situaciones. El trastorno debe presentarse antes de los 7 años de edad y originar sufrimiento
para el sujeto o una alteración en su funcionamiento social. Se especifican ciertos sub-rótulos:
“Trastorno de la actividad y de la atención” [F90-0]- trastorno hipercinético, sin trastorno de
conducta- “Trastorno hipercinético disocial [F90-1] y “Trastorno hipercinético sin
especificación”. El CIE-10 no permite definir los sub-tipos de una categoría, pero especifica
las modalidades de un trastorno central (Bréjard y Bonnet, 2007)

21
Rodríguez (1998), señala que el Síndrome de Déficit de atención e hiperactividad se
caracteriza primordialmente por la persistencia de un patrón de inatención, hiperactividad e
impulsividad. Estas características de conducta deben estar presentes antes de los siete años
de edad, y tener una duración en el tiempo mayor a seis meses, por lo que el diagnóstico se
realiza frecuentemente en la edad escolar, aunque una profunda anamnesis revela patrones de
conducta hiperactivos (llanto exagerado, alta demanda de atención, patrón de sueño
inadecuado, etc) desde la lactancia (Lauffer, M.W, Denhoff, E 1957, en Rodríguez, 1998). El
autor señala de igual modo, que en situaciones en las que el niño está bajo estricto control y se
lo refuerza permanentemente persona a persona, los síntomas tienden a disminuir en forma
notable.

En base a su experiencia clínica como neurólogo infantil, Rodríguez (1998) refiere que
el comportamiento hiperactivo se revela como un grado exagerado de inquietud motora, sin
finalidad productiva, que no persigue un objetivo concreto y significativo. “A estos niños es
realmente difícil mantenerlos sentados, aunque sea poco tiempo. Corren y saltan en el aula, en
su casa, en el consultorio. Están permanentemente inquietos y agitados” (p.15).

El patrón de inatención se caracteriza por la notable incapacidad para mantener una


adecuada atención sobre tareas y objetivos con una finalidad adecuada y predeterminada.
Millichap (1975 citado en Rodríguez, 1998) refiere que la inatención es la manifestación más
llamativa del comportamiento que diferencia al niño hiperactivo del normal. Según el autor,
esta manifestación se hace más evidente en la escuela cuando se intenta que organicen o
completen sus tareas. Estas por lo general están incompletas y realizadas con “desinterés” y
los niños presentan serias dificultades para acatar instrucciones.

Para Rodríguez (1998) la impulsividad se manifiesta con lenguaje a “borbotones”, con


respuestas “apuradas”, en las que el niño no espera que la pregunta se haya terminado de
formular. Según el autor, no respetan tampoco el turno correspondiente durante juegos o
tareas en que la consigna así lo establece, interrumpen las conversaciones de otros, las más de
las veces sin una finalidad. Son propensos a padecer accidentes, ya que se involucran en
actividades peligrosas. Esta forma de comportamiento produce una interferencia con el
apropiado desarrollo de las funciones escolares, sociales, ocupacionales y familiares.

22
La hiperactividad resulta el más notable de los síntomas, tanto que se describe en el
75% de los niños que padecen este síndrome, los que, a pesar de tener una inteligencia
normal, o normal alta, presentan dificultades en el aprendizaje formal, en su comportamiento,
como también sutiles desviaciones de las funciones neurológicas en lo concerniente a la
percepción, conceptualización, lenguaje, memoria, atención y función motora (Rodríguez,
1998).

La inatención, es decir, la dificultad manifiesta para concentrarse en una tarea por


lapsos adecuados, es para muchos investigadores, la causa de los trastornos comportamentales
y sobre todo de aprendizaje en estos niños de inteligencia normal o normal alta. Esto se
explicaría por el fenómeno de la alta dispersión de la atención (labilidad atencional,) y falta de
concentración (Rodríguez 1998). El autor define este fenómeno del siguiente modo: “la
sensación es la ausencia de un patrón de filtrado de los estímulos parásitos, los que llaman la
atención con similar magnitud” (p.16). Explicará que la dificultad radica en que todos los
estímulos tienen el mismo valor, que no prevalece uno sobre todos los demás, por lo que se
observa una conducta errática, que no jerarquiza los estímulos según necesidad y que da como
resultado una percepción inadecuada de la realidad observada.

3.2 La clasificación Francesa CFTMEA

La Clasificación Francesa de los Trastornos Mentales del niño y del adolescente


(CFTMEA-Misès, 1988) reagrupa bajo la rúbrica “Hiperquinesia, inestabilidad psicomotora”
a los trastornos descritos tanto por la escuela Francesa como “inestabilidad psicomotora”
como el “Trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad” especificado por la
tradición anglosajona.

Según Bréjard y Bonnet (2007) en esta clasificación se encuentran síntomas psíquicos


y motores. En el plano psíquico, se evidencian dificultades para fijar la atención, una falta de
constancia en las actividades y cierto grado de impulsividad. En el plano motor, se evidencia
la hiperactividad y la agitación motora incesante. Los síntomas se manifiestan en situaciones

23
que le demandan al niño esfuerzo inmediato y pueden desaparecer de manera transitoria según
las situaciones, sean estas duales o situaciones nuevas para el niño. Los autores refieren que
esta clasificación considera escasamente a la impulsividad en los trastornos atencionales y
reduce su objeto de estudio a la inestabilidad motriz y a la perturbación de la atención.
Bréjard y Bonnet (2007) explican que al dejarse de lado esta dimensión, el trastorno no puede
relacionarse a la dimensión conductual como lo sugiere la clasificación anglosajona.

El término “inestabilidad psicomotriz infantil” enfatiza el interés dado a la afectividad


y la relación en el desarrollo del sujeto. Sin embargo, y en desmedro de la aproximación
psicopatológica psicodinámica, las aproximaciones neurobiológicas y neurofisiológicas
dominan el panorama actual (Claudon 2007).

La inestabilidad psicomotriz, es una noción que debe ser reconocida sólo si todos los
elementos clínicos que la definen están presentes, es decir las manifestaciones deben dar
cuenta de un desequilibrio en relación a la edad y al nivel del desarrollo mental del niño y
hacerse más evidentes en situaciones que demandan esfuerzos, como en clases por ejemplo.
Pueden desaparecer transitoriamente en algunas situaciones, como en una relación dual o una
situación nueva. La inestabilidad psicomotriz se inscribe en un contexto de relaciones y las
respuestas del medio son determinantes por lo que el impacto de las manifestaciones va a
variar de un sujeto a otro (Duché, 1996).

24
CAPÍTULO IV: EL PSICONÁLISIS Y LA NOCIÓN FRANCESA DE
INESTABILIDAD PSICOMOTRIZ

Dada la gran cantidad de hipótesis concernientes al concepto de “inestabilidad


psicomotriz”, se presentarán a modo de resumen los tres ejes teóricos principales que han sido
postulados en las teorías psicodinámicas y se mencionarán algunos de los debates actuales
surgidos particularmente en Francia y en Argentina como respuesta a la masificación del
diagnóstico norteamericano de TDA/H.

Tomando en consideración el análisis de Joly (2008) acerca del “paradigma inestable”


se desprende la complejidad del cuadro. Así, el autor refiere que el sujeto inestable presenta
genéricamente más allá de la sintomatología manifiesta (y ruidosa), una dificultad global en
su estructuración psíquica y un déficit masivo en la mentalización y en la dialéctica
subjetivante (pulsión, narcisismo y relación de objeto).

El término típicamente francés de inestabilidad psicomotriz infantil, enfatiza la


dificultad en la estructuración psíquica y busca promover una aproximación clínica
sistemática de las dificultades del niño. Su finalidad no es diagnóstica y tampoco busca
operacionalizar el tratamiento, sino que más bien intenta comprender la situación del niño. El
concepto “inestabilidad psicomotriz” instala las reflexiones desde una aproximación clínica
psicodinámica. El término “inestabilidad” evoca una situación no estructural, variable y
dependiente de múltiples factores los cuales pueden someterse a la reflexión clínica. El
concepto “psicomotriz” denota una concepción de sujeto que no es necesariamente
neurológica ni neuromotora. La perspectiva psicomotriz desde los trabajos de Ajurariega
1980, concierne los efectos complejos de las experiencias del individuo sobre su desarrollo y
su funcionamiento corporal, es decir que desde este ángulo, es el sujeto y no su organismo el
designado. Finalmente la palabra “infantil” alude a una clínica de la infancia es decir de
cambio y de variación y le recuerda al clínico el peso de la epigénesis sobre la ontogénesis
(Claudon, 2007).

25
El aporte del psicoanálisis ha permitido descentrar la mirada de la etiopatogenia del
trastorno y enfocarla en un análisis de sus condiciones y de sus determinantes psíquicos,
relacionales y narcisísticos. Sin embargo, los trabajos desarrollados por el psicoanálisis son
escasos y en su mayoría datan de la década del 70. Sin embargo, en los años 90 se produce un
retorno a los trabajos clínicos de orientación psicodinámica como un modo de responder a la
irrupción masiva de la perspectiva anglosajona en los hospitales franceses y en los sistemas
escolares y educativos (Claudon, 2007).

Según Brejard y Bonnet (2007) existe un número limitado de modelos psicoanalíticos


que logren dar cuenta de las modalidades de funcionamiento del “niño hiperactivo” como se
señala desde las perspectivas organicistas, justamente por la lógica de los modelos en
psicoanálisis. El síntoma médico en psicoanálisis no tiene mayormente importancia si está
aislado de la estructura psíquica del sujeto, porque la pregunta por el sentido está ausente. El
concepto mismo de Trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad TDA/H y sus
principales características (impulsividad, desatención e hiperactividad) no entran en la lógica
del síntoma en el sentido psicoanalítico.

Desde un punto de vista dinámico, el síntoma adquiere significado en la relación


afectiva en la que se desarrolla la personalidad del niño. El síntoma se inscribe dentro de una
aproximación global de la persona, se articula en la construcción de un sujeto concebido
siempre en desarrollo y encuentra su validación empírica en la observación siguiente: la
sintomatología de la hiperactividad tiende a modificarse con el tiempo, dejando emerger
organizaciones psicopatológicas muy diversas. Lo anterior permite hipotetizar acerca de una
gran heterogeneidad clínica en cuanto a esta manifestación, lo que conlleva al
cuestionamiento sobre la validez de asociar en un mismo cuadro expresiones tan diversas
como la hiperactividad, desatención e impulsividad (Bréjard y Bonnet 2007).

4.1 Controversias en torno a las primeras hipótesis psicodinámicas

Berger (2005) psiquiatra y psicoanalista francés, señala que existirían tres cimientos
básicos desde las teorías psicodinámicas, que han intentado explicar la hiperactividad. En este

26
apartado se revisarán brevemente estos 3 fundamentos teóricos clásicos en relación al
concepto de inestabilidad psicomotriz, para luego desarrollar estas ideas en un contexto de
discusión que amplíe estas miradas.

Diatkine y Denis (1985) por una parte, postulan que la hiperactividad sería una
respuesta maniaca contra la depresión, Bergès (1985) por otra, propone la hipótesis de un
déficit a nivel de los revestimientos corporales y Marty (1980), señala que la hiperactividad
sería un trastorno psicosomático que se desarrollaría en niños de pensamiento operatorio y
una carencia importante en su capacidad para fantasear. Estos niños por lo tanto sólo podrían
exprimir sus tensiones internas, agitándose.

Todas estas perspectivas de algún u otro modo intentan responder a las preguntas que
se ponen en juego en torno al debate, a saber; ¿La hiperactividad es un síntoma que podría
manifestarse en estructuras clínicas diversas? ¿Una reacción psicosomática frente un
conflicto? o ¿Existe una estructura psíquica específica en los niños hiperactivos? A
continuación se revisan brevemente estos 3 cimientos teóricos psicodinámicos que ya desde
sus inicios se verá que plantean controversias y debates.

4.1.1. La hiperactividad como defensa maníaca contra la depresión

Berger (2005) aclara que Diatkine y Denis (1985) no trabajan el concepto de defensa
maniaca en sentido literal, es decir comparando la excitación maniaca adulta a la hiperkinesia
del niño. A nivel de la contratransferencia Diatkine y Denis destacan que los niños
hiperactivos mantienen una actitud familiar con el clínico, pasan de una actividad a otra y
generan en el adulto el sentimiento de sentirse desvalorizado. El niño inviste numerosos
puntos del espacio utilizando como mecanismo de defensa la identificación proyectiva. Estos
puntos representarían para él aspectos malos de sí mismo que debe mantener controlados, ya
que de lo contrario emerge la angustia persecutoria frente a estos objetos devenidos
terroríficos. La desvalorización, señalan los autores, permite desembarazarse de los objetos
investidos y así surge la necesidad de pasar al objeto siguiente. De este modo Diatkine y
Denis (1985 en Berger, 2005) concluyen que sería por lo tanto completamente arbitrario no

27
clasificar estos estados dentro de los cuadros de psicosis infantiles. Según Berger, es cierto
que algunos niños inestables presentan una escisión pasajera en el contacto con el mundo
exterior. También es cierto que un niño inestable puede estar “fuera de sí” en los momentos
de explosiones de cólera o en momentos de gran ansiedad, deformando frecuentemente la
realidad y sin poder dar cuenta de ella. Sin embargo, en cada una de estas situaciones, estos
momentos son breves y no alcanzan a invadir por completo el funcionamiento psíquico. El
sentido de realidad y la función de identidad se mantienen suficientemente conservados por lo
que no se puede categorizar a estos niños en el cuadro de las psicosis infantiles. Berger (2005)
refiere que la problemática principal no se sitúa en este registro, que no necesariamente se
encuentran confrontados a la perdida de objeto como es el caso de la depresión que podría
desencadenar una defensa maniaca, sino que más bien, se trataría de una dificultad temprana
para poder relacionarse con el medio, con los primeros objetos. Berger propone otro modo
para comprender estos comportamientos, a saber, la idea de un registro gestual y corporal
prefantasmático. Según Berger, estas manifestaciones darían cuenta de un registro de lo
arcaico, es decir concerniente a una experiencia presimbólica y preverbal.

4.1.2. La hiperactividad como déficit en las envolturas corporales

Bergès (1985 citado en Berger, 2005) postula la hipótesis de un déficit a nivel de los
revestimientos corporales. El autor señala que el cuerpo como envoltura, puede constituir un
encierro por lo que muchas veces el modo de escapar, es la irrupción que representa la
hiperactividad. Si al contrario, la envoltura falta, los límites se vuelven inciertos y la búsqueda
se vuelve en el mundo exterior o en el otro, pues el cuerpo no los posee. Los estados
hiperquinéticos suturan lo que al cuerpo le falta. Según Bergès los niños no sienten su
hiperquinesia debido que esta actividad incesante les sirve de “sentido” de “vivido” y de
“frontera”. Para Bergès (1985 en Berger, 2005) la agitación, aparece, ya sea como una
irrupción en un contexto de contención insoportable (así como en los estados tensionales) o
bien como una demanda incesante de límites, fronteras. Asimismo, refiere que el cuerpo en
acción se vive como muy problemático o imposible de integrar como tal.

28
4.1.3. La hiperactividad como funcionamiento operatorio

La hiperactividad también se ha concebido como un trastorno psicosomático en los


niños de pensamiento operatorio, de pocos afectos aparentes y con una carencia importante en
su capacidad de fantasear (Berger, 2005).

Marty (1980 citado en Berger, 2005) refiere en relación a los sujetos adultos que
presentan este tipo de pensamiento, que se trataría de una estructura psíquica que funcionaría
defendiéndose del temor a caer en un estado de aniquilamiento. Este estado se califica como
depresión esencial porque no se manifiesta con sentimientos depresivos, no tiene objeto y
tampoco existe una auto-acusación por parte del sujeto. Marty describe el pensamiento
operatorio como un pensamiento motriz, incapaz de cumplir con una función de integración
pulsional. Smadja (1998 en Berger, 2005) refiere que la actividad se constituye en un
elemento muy importante en la vida de un sujeto en “estado operatorio” y no oscila con
estados de pasividad. Cuando la actividad se interrumpe conlleva frecuentemente a estados
que son vividos como aniquilación. “Este pensamiento operatorio no está totalmente cortado
del inconsciente, pero algunas funciones mentales han sido objeto de un proceso de
supresión” (Berger, 2005, p.17).

4.2. Debates y controversias actuales en torno al diagnóstico de hiperactividad infantil desde


el psicoanálisis

Revisando la bibliografía psicoanalítica actual en torno al diagnóstico de TDA


particularmente francesa y argentina, se distingue que para la mayoría de los autores de lo
que se trata es de sufrimiento psíquico y que por lo tanto la historia que encierra cada síntoma
merece un espacio para ser contada. Asimismo la gran mayoría de los autores concuerda en
que existen múltiples hipótesis, representaciones y apreciaciones acerca de la desatención e
hiperactividad, pero que sin embargo, se vuelve fundamental preguntarse sobre la incidencia
del contexto social y educativo y profundizar en las diferentes conflictivas psíquicas y
determinaciones particulares que predominan en cada niño. De este modo la gran mayoría de

29
los psicoanalistas franceses, cuestiona el reduccionismo con el que se ha concebido el
diagnóstico de THADA.

Berger (2005) se interroga, comprueba, amplía y debate las teorías psicodinámicas que
han intentando dar cuenta de la hiperactividad. En base a una clasificación de la
hiperactividad fundamentada en un estudio clínico que consideró la historia familiar y las
relaciones tempranas de esto niños, Berger (2005) concluye que existirían a la base múltiples
explicaciones. En un gran número de casos se evidencian relaciones primarias defectuosas,
sea que se trate de padres impredecibles, ausentes o violentos, en un segundo grupo de casos,
el autor observa que la hiperactividad podría responder a una relación primaria con padres
controladores, sobreprotectores y en cierto nivel muy rígidos, incapaces de sentir placer con la
crianza, en un tercer número de casos, observa que estos niños tuvieron a madres deprimidas,
en un cuarto, padres incapaces de calmar y contener a sus hijos debido a su propia ansiedad y
en un quinto grupo de niños estudiados, observa que no hubo un ambiente capaz de proveer
una investidura suficiente.

Por otra parte, Bursztejn (2008) refiere que habría que situar el síntoma
“hiperactividad” dentro de la complejidad somato-psíquica. Desde este lugar retoma los
planteamientos de Golse para señalar las múltiples hipótesis psicopatológicas que pueden
considerarse al momento de pensar en esta manifestación. Golse (2003 citado en Bursztejn,
2008) retomando las diversas teorías psicodinámicas que se han descrito, señala que el
comportamiento hiperactivo podría relacionarse con el fracaso de la represión en el período de
latencia, cumpliendo la agitación una función evacuativa frente a toda representación
psíquica dolorosa; podría comprenderse también como un proceso paradojalmente “auto
calmante” o tranquilizante frente a la angustia y por último, podría representar, una defensa
maníaca contra la depresión.

De igual modo, el comportamiento hiperactivo del niño podría observarse en el


contexto de un trastorno del vínculo o apego; en un contexto de abandono (frecuente en los
niños que han vivido rupturas y carencias múltiples); y finalmente, podrían presenciarse en el
contexto de un trastorno reactivo o adaptativo, pudiendo llegar a constituirse en un síndrome
post traumático (Bursztejn 2008).

30
Thomas (2007) también explora los diversos enfoques psicoterapéuticos que se han
propuesto para trabajar con niños con trastornos de la atención. El autor en su texto, muestra a
modo de resumen, las diversas perspectivas desarrolladas y los diferentes aspectos que se han
trabajado y considerado desde el psicoanálisis. Esta revisión demuestra nuevamente la
imposibilidad de concebir este diagnóstico como unicausal y evidencia la heterogeneidad
presente tanto en las diversas perspectivas, como dentro del propio psicoanálisis.

Para Flavigny (2001 citado en Thomas, 2007) los trastornos de la atención e


hiperactividad darían cuenta de un conflicto. Mazet (1988 en Thomas, 2007) enfatiza la
importancia de la autoestima y las dificultades de aprendizaje. Athanassiou (2001 en Thomas
2007) por su parte, refiere que las particularidades de la transferencia y contratransferencia
serían los elementos fundamentales para diferenciar entre los distintos modos de
hiperactividad de las reacciones maniacas. Bellion (2001 en Thomas, 2007) por otra parte, ve
en la hiperactividad una defensa. Gibello (2001 en Thomas 2007) aporta una visión bastante
interesante sobre la exploración clínica de la “dyschronie” (diacronía) poniendo el énfasis en
las dimensiones de tiempo y cambio. El autor señala la importancia de posibilitar un espacio
que introduzca la noción de temporalidad, en el lugar de la defensa maníaca. Gillots (2001 en
Thomas, 2007) en base a su experiencia psicoterapéutica grupal con estos niños, también nota
las enormes dificultades que presentan en cuanto a la representación del tiempo.

Daumerie (2004) refiere que si se analizan las principales hipótesis psicopatológicas que
se han formulado en relación a la hiperactividad infantil emerge una concepción polimorfa de
su etiología y sus mecanismos. La hiperactividad puede ser representada como:
- Un trastorno reactivo frente a una problemática familiar (específicamente a la relación
madre-hijo y/o a la depresión.
- Un conjunto de síntomas resultantes de un “déficit” en el proceso de simbolización.
- Un mecanismo de defensa.
- Un modo relacional patológico.
- Una patología narcisística.

31
Según Daumerie (2004) para el clínico que trabaja con estos niños, estas diferentes
representaciones se asocian frecuentemente para formar un “polycondensado heterogéneo”
saturado de contradicciones. El autor refiere que ninguna de esas representaciones logra ser
certera.

Menéchal (2004) por su parte refiere que el estatuto de “hiperactividad” alarma a la gran
mayoría de los clínicos. Billard (1996 en Menéchal & Gillot, 2004) señala que la designación
diagnóstica de un niño mediante un síntoma es en primera instancia violenta, sobre todo
considerando la naturaleza de la infancia. La utilización del término en Francia, refieren los
autores, es prácticamente inexistente porque podría llegar a estigmatizar la manifestación de
un comportamiento. Por lo tanto, para el clínico infantil admitir la hiperactividad, implicaría
ocupar una posición psíquica con respecto a una representación del exceso, el cual es
inherente a la infancia. El síntoma hiperactividad, explica el autor basado exclusivamente en
el comportamiento, termina finalmente aludiendo a un gran número de elementos que
pertenecen a diferentes problemáticas psicopatológicas.

Bourgeois (1996 citado en Daumerie, 2004) señala que ante las polémicas sobre el origen
psicógeno u orgánico del trastorno, la mayoría de los clínicos refiere grandes dificultades para
determinar de un modo claro el diagnóstico de hiperactividad. Existen y persisten profundas
divergencias y disparidades en función de las tendencias teóricas de los servicios psiquiátricos
(Saiag & Poisson-Salomon, 1995 en Daumerie, 2004).

Daumerie (2004) se interroga en relación a lo siguiente: ¿La hiperactividad debe ser


consideraba como un factor de riesgo, un síntoma o una patología? ¿Se trata únicamente de un
síntoma motor que daría cuenta de una falta o de una modalidad defensiva y que podría
conllevar a otras dificultades psicológicas? O ¿Se trata de un trastorno suficientemente
preciso e identificable en tanto entidad clínica?

Desde una mirada igualmente crítica en relación a este diagnóstico, Misès (2004)
psicoanalista y psiquiatra francés, señala lo siguiente:

32
Con el DSM-IV el trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad
aparece delimitado por criterios simples: posee una coherencia clínica fundada
sobre el rejunte de síntomas superficiales; invoca una etiopatogenia reductora que
apoya un modelo psicofisiológico, conlleva a la utilización dominante o exclusiva
de la Ritalina, la presencia de una comorbilidad es reconocida en casi dos tercios
de los casos, pero no se examina la influencia que los problemas asociados pueden
ejercer sobre el determinismo y las expresiones clínicas del síndrome. Finalmente
los modos de implicación del entorno familiar, escolar y social, no son ubicados
más que como respuestas a las manifestaciones del niño. (Prólogo, XI)

En Argentina también, múltiples psicoanalistas, educadores y sociólogos se han


interrogado, cuestionado y debatido en relación al concepto Americano de TDA y han
generado propuestas alternativas que se aproximan notablemente al concepto de Inestabilidad
psicomotriz francesa.

Bleichmar (1998) también critica la pertinencia de las clasificaciones actuales ya que


abandonan cualquier intento de encontrar la determinación sintomática y no profundizan las
causas ni determinaciones. En relación al DSM-IV postula lo siguiente:

No creo decir nada nuevo al afirmar que el DSM-IV es el pasaje a la psiquiatría,


la impregnación en psiquiatría, de ese fenómeno más general que consiste en el
estallido del sujeto en el plano psíquico y su erradicación a nivel social,
movimiento por el cual se intenta hacer desaparecer todo resto de subjetividad. En
razón de ello, a una conducta que puede tener muchos determinantes se la sitúa y
medica sin tener en cuenta la continuidad en el tiempo, en ausencia absoluta de
estudios longitudinales. (p.45)

Golse (2003) también cuestiona estas clasificaciones nosográficas. Plantea, tomando las
enseñanzas de G. Canguilhem, que lo que aparece como patológico en un niño en una época
sería quizás considerado como normal en otra y no solamente porque la normalidad no puede
ser más que estadística sino, fundamentalmente, porque la tolerancia de una sociedad al

33
funcionamiento de los niños se funda sobre criterios educativos variables y sobre una
representación de la infancia que depende de ese momento histórico.

Untoiglich (2007) señala que pese a la enorme cantidad de hipótesis, perspectivas y


explicaciones causales existentes, el TDA tiende a concebirse aún, en base a una explicación
unicausal y se pierde de vista por una parte la complejidad de la vida psíquica infantil y por
otra, los elementos culturales y la temporalidad:

El síndrome de déficit atencional con hiperactividad es una agrupación de


síntomas que se presentan juntos y que no tienen una etiología determinada sino
múltiple - social, familiar, psicológica, psicopatológica y biológica-, y las
opciones terapéuticas, siempre que sea posible, tiene que ser igualmente
multidimensionales y centradas en las primeras relaciones del niño con sus padres.
El tratamiento mediante fármacos psicoestimulantes, que sin duda reducen a corto
plazo la sintomatología en un porcentaje significativo de casos, pensamos que no
tendría que ser el tratamiento exclusivo ni tampoco siempre la primera elección.
(Icart Pujol & Ribalta Torrades, 2005 en Untoiglich 2007, p.92)

La autora en sus planteamientos introduce la noción de complejidad de Morin al igual


que Joly (2008) psicoanalista francés, quien postula que para pensar en torno al hiperactividad
se vuelve fundamental pensar en un paradigma psicopatológico complejo. Ambos autores
retomando a Morin, plantean que el concepto de complejidad nos permite pensar lo múltiple,
cuestionando las respuestas totalizadoras que intentan clasificar las conductas humanas como
si fueran objetivables y observables.

“¿Que es la complejidad? A primera vista la complejidad es un tejido (complexus:


lo que está tejido en conjunto) de constituyentes heterogéneos inseparablemente
asociados…Se presenta con los rasgos inquietantes de lo enredado, de lo
inextricable, del desorden, la ambigüedad, la incertidumbre, la contradicción. Un
pensamiento mutilante conduce, necesariamente, a acciones mutilantes. Mi
propósito es tomar conciencia de la patología contemporánea del pensamiento…la

34
patología moderna del espíritu está en la hiper-simplificación que ciega la
complejidad de lo real. (Morin, 2004 citado en Untoiglich, 2007, p. 91)

Según Joly (2008) la inestabilidad del niño, golpea la inestabilidad de nuestras miradas:
trastorno por déficit de atención, síndrome hiperquinético, inestabilidad psicomotriz, niños
hiperactivos, agitados, turbulentos, impulsivos, inatentos. Joly refiere que más allá de lo
bulliciosa de la patología, estos niños invaden nuestro espacio para pensar. Inclusive en los
medios de comunicación no se habla más que de ellos: “Y el exceso puede ser acá, como en
otros ámbitos, el enemigo del bien” (p.129). El autor refiere sorprenderse frente al
movimiento que se genera en torno a este diagnóstico: “Alrededor del niño inestable, los
teóricos, los practicantes, los investigadores y los clínicos, se agitan a su vez como si la
inestabilidad fuese contagiosa” (p.129).

El autor plantea que aunque se postule un síndrome manifiesto o a nivel de la conducta,


el famoso tríptico patognómico a saber: a) la inestabilidad propiamente motriz: conductas
hiperkinéticas masivas, agitación permanente, b) la inestabilidad psíquica, déficit de atención
y concentración y trastornos secundarios de aprendizaje, y c) inestabilidad afectiva,
impulsividad y trastornos emocionales y del comportamiento; este síndrome da cuenta en
realidad, de organizaciones psíquicas subjetivas extremadamente diversas que responden a
contextos desencadenantes muy disímiles. Por lo tanto la pregunta radica para el autor en lo
siguiente: “¿De quién estamos hablando? ¿Frente a qué se agita, porqué se agita?” (p.129).

Joly (2008) cuestiona la pertinencia de reunir a pacientes con una organización


subjetiva tan disímil alrededor de una única reagrupación sintomática y postula que para
ayudar al mejor tratamiento de este tipo de patologías del acto, del movimiento, de la atención
y del pensamiento, se vuelve fundamental un paradigma psicopatológico que dé cuenta de la
noción de complejidad.

La complejidad es el humilde reconocimiento de la pluridimensionalidad de un


objeto (pensamiento, acción, búsqueda) que integra siempre más de un registro,
muchos sistemas de funcionamiento y pertinencia, muchos niveles, y que sólo
podrá ser aprehendido por una conjunción de distintas y múltiples perspectivas,

35
diferentes puntos de vista o vértices (en el sentido de Bion) y por la articulación
de sus diferentes comprensiones e inteligencias. (Joly, 2008, pp. 133-134)

Este enfoque en torno a la complejidad nos permite cuestionarnos y abrir hipótesis y


preguntas en torno a los diagnósticos de época y en torno a la infancia, considerando los
factores sociales, culturales y educativos que pueden estar en juego.

Para Vasen (2007), psiquiatra infantil y psicoanalista argentino, preguntarnos sobre las
problemáticas de la infancia permite profundizar en procesos históricos que inciden en las
modalidades de lazo social que entablamos, es decir las formas en que nos vinculamos,
pensamos y compartimos la vida. Desde esta perspectiva surge la pregunta por las
condiciones sociales actuales, donde la estructuración del tiempo y del espacio cambia. Las
leyes, los ordenamientos sociales, ideales y las prácticas de crianzas, pasan a configurar otras
modalidades y tener otros modos de representación.

Amstrong (2001), es uno de los primeros autores en interrogarse en torno a los factores
educativos que se ponen en juego en la actualidad. Refiere que uno de los aspectos
inquietantes en relación al diagnóstico de TDAH en las escuelas, es que se ha incurrido a la
incursión del paradigma médico, en un espacio que anteriormente pertenecía a los educadores.
Las preguntas que orientaban la capacitación de un docente frente a los niños que tenían
dificultades para prestar atención eran las siguientes: “¿De qué modo aprende mejor este
niño? ¿Qué tipo de situación de aprendizaje debo crear a fin de que ponga de manifiesto su
capacidad natural para aprender? ¿Cómo puedo modificar mis clases para captar su
atención?” (Amstrong, 2001, p. 41)

El autor refiere que los esfuerzos del profesor se orientaban a comprender la forma de
aprendizaje del niño y en relación a esto, poder tomar decisiones acerca de cómo estructurar
el ámbito educacional. Ahora parece ser que el paradigma biológico actual incita al docente a
hacerse preguntas tales como: “¿Este niño tiene ADD? ¿Debo mandarlo a que se haga un test?
¿Convendrá medicarlo?” (Amstrong, 2001, p. 41). Del mismo modo el autor afirma que hay
estudios que indican que los síntomas pueden decrecer en intensidad y hasta desparecer en
ciertos contextos psicosociales:

36
Las investigaciones sugieren que los chicos con diagnóstico de TDAH se
comportan de un modo más normal en situaciones como las siguientes:
- en relaciones uno a uno;
- en situaciones en las que se les paga para que realicen una tarea;
- en ambientes que incluyen algo novedoso o altamente estimulante;
- en contextos en los que ellos pueden controlar el ritmo de la experiencia de
aprendizaje;
- en los momentos en que interactúa con una figura de autoridad masculina, en
vez de una figura femenina;
En consecuencia, los síntomas de este trastorno parecen depender mucho del
contexto (Amtrong, 2001, p.21).

Desde un análisis socio-familiar y buscando descentralizar la problemática del sujeto


designado, Rojas (2005), psicoanalista y psicoterapeuta grupal y familiar argentina, se abre a
la posibilidad de pensar en torno a la complejidad situacional en la que el niño está inserto. La
autora señala que la mirada sociofamiliar descentra la problemática del sujeto designado, pues
se diagnostica de este modo la complejidad situacional en la que el niño se halla inserto.
Rojas refiere que un diagnóstico debe caracterizarse como un diagnóstico situacional, no
como designación de estructuras cerradas e inmutables. Así según la autora, el diagnóstico
debiese enunciar cómo el paciente “está” en tales peculiares circunstancias, más allá de la
posibilidad de “ser” o encarar siempre un cuadro patológico determinado y sustancial.

Según Víctor Feld (1998) neuropediatra argentino, el “síntoma de la hiperactividad” se


ha transformado en la diva del momento. Para el autor el síntoma existe y la enfermedad
también. Existe medicamentación y existe el problema. Sin embargo, el autor cuestiona y se
interroga en torno al aumento del síndrome y refiere lo siguiente:

En tanto que no hemos avanzado con respecto a nuevas motivaciones que


requieren nuestros hijos alumnos y pacientes, la era actual muestra un ágil proceso
de formación de conocimientos, fenómenos de información a una velocidad

37
sideral, métodos de comunicación que estimulan el “zapping” o la activación de
sus habilidades a través de juegos computacionales y otras formas. Podemos
observar, en consecuencia, la conducta infantil en el contexto de una mayor
agresividad social, de una exageración de la individualidad y de un discurso en su
formación que dice que “para ganar debes ser triunfador”. (p.28)

Feld (1998) no descarta que existan múltiples motivaciones para padecer dificultades
inherentes a un síndrome con etiología definible, pero refiere que se trata ante todo de un
síndrome con componentes sociales. En base a este postulado refiere que hay que considerar
que las alternativas justamente de tratamiento exigen mantener una mirada multidisciplinaria
en la cual se tenga en cuenta en principio, al individuo pero también al contexto. Para el autor,
desconsiderar los cambios operados socialmente, podría generar que se descontextualizara la
problemática infantil, generando con ligereza un falso síntoma de hiperactividad o falta de
atención. Esto significa por lo tanto que el comportamiento familiar, las condiciones
pedagógicas, los métodos didácticos, el entorno de la construcción del saber de ese niño no
pueden ser homogéneos en su formación.

Prandi (2006), psicoanalista lacaniana, en concordancia con los postulados


desarrollados por los autores Rojas y Feld (1998), señala que en el discurso imperante la
demanda está impregnada del discurso de su época, la inmediatez. Por lo tanto podríamos
pensar que abrir una reflexión en torno a la causa, conlleva a una gran angustia que no se
logra sostener y que por ende se tramita de manera urgente. Así, si pensamos en la
hiperactividad como síntoma, veremos que a nivel social emerge algo muy similar, a saber;
intentar rápidamente acallar el síntoma, sin respetar la operación de reflexión. Para la autora,
la hiperactividad es un síntoma que permite encontrar una salida por la vía motora, no espera.
“Por la anulación del tiempo entre la causa y el efecto el sujeto se precipita en la urgencia”
(Prandi, 2006, p.64).

En base a su experiencia clínica, Rojas (2005) refiere que los problemas de atención
pueden vincularse con procesos psíquicos varios, tales como duelos inconclusos, huidas hacia
un mundo imaginario, inhibición de la curiosidad o en cambio, una falla en la producción de
la curiosidad que abre al conocimiento, entre otros.

38
Para Feld (1998) la inatención es la alteración de los mecanismos capaces de regular la
relación con el medio que rodea al individuo, provocando así un rendimiento deficiente.
Atender es a un mismo tiempo percibir y percibir es comprender. Para comprender es
necesario evocar y asociar conocimientos, relacionar, comparar y valorar, lo que pone en
juego, de esta manera, todo el mecanismo de la acción de pensar. En el acto de atender, se
confunden el campo intelectual y afectivo, puesto que se atiende aquello que interesa en el
terreno de las inclinaciones naturales. Es decir que atender, supone y requiere de voluntad. Es
también hablar de atención, aludir a cierta orientación respecto a la voluntad, a una
vinculación a la percepción (si esta se considera como una capacidad de seleccionar) o a una
relación con la motivación, si es tomada como una disposición del individuo para seleccionar
estrategias. Por lo tanto, desde el ángulo que se mire, la atención es siempre un fenómeno
activo. Según Feld, para analizar el fenómeno de la atención, es necesario abordar el problema
en un contexto situacional, donde la misma se constituye en parte de la problemática
planteada.

Untoiglich (2007) también se interroga en torno a los puntos comunes en las consultas
por dificultades atencionales y refiere que por lo general la dificultad atencional es la
conducta manifiesta de múltiples situaciones subyacentes. No obstante, señala que tras esta
conducta manifiesta existen ciertos puntos de coincidencia los cuales podrían encontrarse
unidos por un denominador común, a saber, la dificultad para representar.

Janin (2005), psicoanalista de origen argentino también, en su libro “Niños desatentos


e hiperactivos”, refiere que no es casual que muchas veces, las dificultades para atender estén
acompañadas por hiperactividad e impulsividad. La autora, en uno de sus postulados, refiere
que la desatención, hiperactividad e impulsividad se ligan a la dificultad para inhibir procesos
psíquicos primarios. Tal como Rojas y Untoiglich, Janin comparte, que tanto la desatención
como la hiperactividad pueden responder a múltiples determinaciones. “Es un efecto
complejo, que en sí mismo no explica nada” (Janin, 2005, p.75).

Profundizando el debate y habiendo expuesto las múltiples hipótesis y causas que


intentan explicar y comprender este síndrome, la pregunta que parece imponerse desde la

39
clínica es la siguiente: ¿Pretender que este síndrome pueda tener una base neurobiológica y
constitucional, condena necesariamente el trabajo desde la clínica psicoanalítica? Frente a esta
pregunta los aportes de Fourneret (2004) son fundamentales. El autor plantea que las
investigaciones y trabajos actuales tienen por objeto tratar de comprender la producción de
síntomas en tanto tales, sin explicar ni referirse a su sentido simbólico en términos de
causalidad psíquica. Por lo tanto, señala el autor, las investigaciones actuales, no pueden
sustraerse totalmente de las aproximaciones psicoanalíticas que tienen la ventaja de integrar
en su comprensión, la función económica del síntoma, es decir el lugar que ocupa este
síntoma en la vida psíquica del sujeto. Si bien desde una perspectiva médica, la categoría de
hiperactividad puede insertarse en la categoría de un trastorno del neurodesarrollo, por
ejemplo, esto no basta para conferirle una significación unívoca y puramente endógena, ya
que tanto la frecuencia de las manifestaciones comorbidas asociadas, pero sobre todo dadas
las interacciones que el niño va a generar con su entorno, se originarán dificultades en sus
lazos con los otros, lo que evidentemente condicionará su trayectoria evolutiva.

Bursztejn (2008) pone nuevamente en el debate la pregunta acerca de cómo visualizar


esta manifestación: “¿Como enfermedad o como síntoma?” El autor en base a una extensa
reflexión en torno a los criterios actuales que se utilizan para diagnosticar, concluye que el
tratamiento debiese consistir en una aproximación comprensiva, que considere los múltiples
componentes de una situación patológica. Desde esta perspectiva, señala que se vuelve crucial
interrogarse acerca del sentido de los síntomas y sobre la historia en la cual se inscriben. Este
movimiento de historización se opone a las descripciones estereotipadas sobre los trastornos
de atención o hiperactividad encontrados en los manuales, pero también muchas veces
termina divergiendo del discurso de los padres.

Tomando en consideración los múltiples debates, posturas y cuestionamientos en torno


al diagnóstico, se torna relevante profundizar las múltiples determinaciones de esta
problemática ya que la definición en apariencia precisa, de un trastorno que llamamos
hiperactividad (o de otro modo) es cómoda únicamente para el investigador o el clínico poco
riguroso en su modo de aproximarse al sujeto en sufrimiento. Al concebir la hiperactividad
como trastorno reducimos al niño a un comportamiento inadaptado que habrá que hacer
“desaparecer” mediante tal o cual terapéutica (no necesariamente medicamentosa) dejando de

40
lado, la escucha del sujeto y de su discurso. A lo largo de esta tesis se apelará a no
transformar la clínica de un trastorno en una construcción artificial adaptada a tratamientos
preformados. Mantener una aproximación psicoanalítica de la hiperactividad debe responder a
la siguiente condición: la referencia al niño que sufre, a su historia, a su contexto, a lo que
dice, lo que dibuja, como juega… Por lo tanto antes de preguntarnos si los comportamientos
son adaptados o no, posiblemente debiésemos reflexionar en torno a qué intervenciones serían
adaptadas a la particularidad de cada niño.

En los capítulos siguientes se presentarán algunas de la hipótesis que han buscado ir


comprendiendo la complejidad de esta problemática, con el objetivo de mostrar que
finalmente lo que se debe diagnosticar son los múltiples conflictos que se ponen en juego, es
decir si el niño se defiende y de qué, si el conflicto responde al orden de la fantasía, o más
bien hay una realidad perturbadora, si los elementos del conflicto son inter o intra subjetivo, si
se trata de un síntoma o de un trastorno en la estructuración subjetiva.

41
CAPÍTULO 5: HIPÓTESIS PSICOANALÍTICAS EN RELACIÓN AL CONCEPTO
DE HIPERACTIVIDAD INFANTIL DESDE LOS DETERMINANTES
RELACIONALES TEMPRANOS: EL PRIMER OBJETO Y EL PRIMER
INTÉRPRETE DEL CUERPO

Se discutirán en una primera instancia las hipótesis comprensivas en relación a la


hiperactividad y desatención desde las alteraciones precoces en el vínculo con el otro. Se
trabajará tomando en consideración los trabajos de diversos autores en relación al lugar
otorgado al objeto materno primario y sus avatares, particularmente depresivos en la
construcción de las primeras capacidades de envoltura psíquica y de contención somato
psíquica.

5.1. La depresión materna temprana sobre el cuerpo del niño

Claudon (2007) refiere que las dificultades generadas por un embarazo o un


nacimiento, pueden constituir junto a las disposiciones inherentes a la propia historia, un
riesgo depresivo en la madre. Investigaciones sobre los fenómenos psíquicos precoces en la
diada, muestran la frecuencia de una sobreinvestidura de la motricidad (junto a una atención
lábil y elementos disfóricos) en los bebés sometidos a perturbaciones precoces en los
intercambios con una madre deprimida (Mazet y coll, 1994 en Claudon, 2007). Las
interacciones patológicas según los autores radican en una discontinuidad en los intercambios
y una pobreza en la armonización afectiva. Los autores plantean la noción de fuga hacia la
hiperquinesia. Este concepto se asemeja al de defensa de tipo maniaco contra un sufrimiento
depresivo, en el sentido Kleiniano del término, con una negación de la realidad interna y una
fuga hacia la realidad externa.

Según (Mazet y cool, 1994 en Claudon, 2007) existiría una discontinuidad en los
intercambios afectivos entre la madre y el bebé en una situación de depresión patológica. Esta
discontinuidad de la diada obliga al bebé a ir progresivamente utilizando comportamientos de
inestabilidad “motriz” luego psíquica, los que tendrán como núcleo patológico la necesidad de
autoestimularse (comportamiento maniaco contra las angustias depresivas). La estructura

42
relacional que se genera, va a conducir a desórdenes crecientes a nivel afectivo. Así refieren
los autores, la fuga hacia la hiperkinesia aparece en estas condiciones como una protección
eficaz para el bebé pero posteriormente podría conducir a un cuadro clínico. Guedeney (1989
citado en Berger, 2005) indica que si bien la cantidad de estimulación en la madre deprimida
es igual a la observada en madres que no están deprimidas, la calidad de la interacción es muy
diferente. Las madres deprimidas tienen menos interacciones visuales con sus hijos y a su vez
se muestran muy sobrestimulantes a nivel cenestésico: cambian constantemente de postura al
sostener a su hijo, lo que afecta la continuidad del holding: las madres deprimidas según
Guedeney son excesivamente estimulantes o carecen por completo de estimulación.

La teoría de Mazet según Claudon (2007) no explica cómo se instala la hiperactividad


en la continuación de desarrollo del niño ya que los intercambios afectivos y las modalidades
relacionales pueden también adquirir formas y contenidos específicos más allá del primer año
de desarrollo. Según Claudon, la clínica indica que las dificultades aparecen muchas veces
tardíamente y que se ponen en juego al momento del desarrollo de la motricidad. Duché
(1996) refiere que es alrededor de los 2 a 3 años, que los primeros signos aparecen. Claudon
señala que se vuelve fundamental explicar los factores que van a mantener la inestabilidad
psicomotriz. La dificultad de la madre de asumir una función materna precoz y adecuada se
vuelve fundamental al momento de hablar de las patologías de la motricidad.

Cummings y Davis (1954 en Claudon, 2007) en un estudio a larga data de niños con
madres deprimidas mostró que los niños generaban posteriormente una tendencia a desarrollar
trastornos externalizados de cólera, desobediencia, agitaciones.

Anne Bar Din (1989) psicoanalista francesa, sobre la base de un interesante trabajo de
investigación, analiza las influencias negativas que una madre deprimida puede tener sobre el
desarrollo emocional y cognoscitivo del niño. Aunque no postula la depresión como
enfermedad, sino más bien como “una reacción normal del individuo a aquellos
acontecimientos vitales que le causan un dolor insoportable” (p. 13), analiza las
consecuencias de esta en el psiquismo infantil y concluye que la correlación entre depresión
materna y perturbaciones en los niños de corta edad parece seguir dos patrones principales:

43
a) un niño taciturno, aprensivo, ansioso y desconfiado con una madre deprimida, irritable
e impertinente;
b) un niño excesivamente inquieto, impulsivo, difícil de controlar y deseoso de llamar la
atención, con una madre deprimida, apática e insensible.
Asimismo refiere que los trastornos más comunes en el grupo de madres deprimidas son;
problemas de alimentación, de relación con sus iguales y con sus padres y atención deficiente
o actividad excesiva. Señala que los resultados son concluyentes en relación a la
hiperactividad y desatención.

Por su parte Berger (2005) en base a los 52 casos clínicos concernidos en su estudio,
señala que 16 de ellos, debieron enfrentarse en el primer año de su vida a una depresión
materna temprana. Lo anterior representa al 30.7% de los niños diagnosticados con
inestabilidad psicomotriz. En relación a la frecuencia de la depresión materna, Bellion (1998
en Berger 2005), señala que el 38,4% de los niños hiperkinéticos tienen a una madre
deprimida, de los que el 17,9 4% tiene depresión mayor y el 20,5 4% una depresión menor,
comparada a una frecuencia del 6% al 144% en niños de grupo control. Esta depresión es
descrita por las madres como grave conllevando a la necesidad de farmacoterapia
antidepresiva. Por lo general la depresión ha estado ligada a la muerte o enfermedad de algún
miembro de la familia.

Considerando la tesis de Rousillon, Berger (2005) postula que la “inestabilidad


psicomotriz” en respuesta a una depresión materna, se exprime bajo la forma de fatiga, falta
de tonicidad, pobreza gestual, lo que conlleva a una discordancia en las relaciones madre-hijo.
Para Berger desde esta perspectiva, se trata de un niño que fracasaría en sus esfuerzos de
animar a una madre deprimida, no tomando un “rol antidepresivo” sino que más bien en el
sentido de no haber podido experimentar la ilusión omnipotente de haber creado a una madre
capaz de adaptarse a sus necesidades. Desde este lugar, el autor señala que se trata de una
causa muy compleja y plantea lo siguiente:

Podemos hacernos la pregunta acerca de por qué muchos niños llevan al límite a
sus madres cuando han estado sometidos a una depresión materna precoz. ¿Será
para intentar encontrar un objeto seguro? ¿Será porque no están seguros de que

44
exista una base a nivel de la investidura parental? ¿Es en respuesta a un fantasma
materno de infanticidio? (Berger, 2005, p.72)

El estudio de la depresión materna en la hiperactividad, resulta interesante y es probable


que en ciertos casos sea un determinante. No obstante, esta hipótesis tomada aisladamente
parece muy poco específica. Los autores no explican porqué una depresión materna induce a
la hiperactividad y no a una organización psicótica o limítrofe, por ejemplo. Coraze y Albaret
en Claudon (2007) señalan que los signos hiperquinéticos en el contexto precoz son muy poco
específicos. En su estudio sobre niños con padres deprimidos Guedeney (1989 citado en
Claudon, 2007) señala que el problema de la depresión materna y sus consecuencias no puede
reducirse a una relación de causalidad. Berger (2005) también plantea que la depresión
materna precoz es una hipótesis muy vaga ya que está al origen de diversas dificultades
psíquicas. El autor refiere que la hipótesis frecuentemente propuesta en relación a la función
del niño como antidepresivo y la necesidad de animar a su madre mediante el movimiento,
parece extremadamente simplista.

Claudon (2007), desde una perspectiva que subraya la importancia sobre la pregunta por
el movimiento corporal en el tejido interactivo que se forja en los primeros tiempos y que
prosigue a lo largo del desarrollo del sujeto, señala que la depresión materna y las
discordancias afectivas, ponen al cuerpo en primer lugar. Según el autor, las experiencias que
se ponen en juego en la inestabilidad psicomotriz serían de naturaleza esencialmente
propioceptiva y que las disonancias en las interacciones madre-hijo, se centrarían
particularmente en las sensaciones percetivo-motoras. En relación a la clínica, el autor
observa en las entrevistas, que las madres, le otorgan una gran importancia a las reacciones
motrices del niño en sus intercambios, más allá de las manifestaciones propias de la
hiperactividad. Los gestos y las posiciones del niño, no son concebidos por la madre como
propios a la autonomía y desarrollo psicomotor del niño sino que parecen más bien haber
adquirido significaciones propias. La gestualidad del niño parece muchas veces dirigirse y
estar ligada a la madre. La depresión materna según Claudon, no parece ser un factor causal
dominante sino que más bien un factor predisponente o agravante. Sin embargo, lo que si se
vuelve esencial, es la conjunción que se genera entre los sentimientos depresivos y la angustia
de pérdida de objeto originados desde el ámbito materno y las imágenes motrices asociadas a

45
la sensorialidad propioceptiva que emanan del niño en respuesta a la madre. Cada vez que el
cuerpo propio se experimente de un modo singular o que las acciones del niño sean
disonantes con la madre, se irán activando estas imágenes motrices a lo largo del desarrollo
motor. Posteriormente, al momento del aprendizaje de la marcha, las vivencias infantiles y las
representaciones asociadas entrarán en contacto directo con las representaciones y actitudes
maternas patógenas, por lo que la coerción y las proyecciones de angustia impregnarán las
experiencias íntimas perceptivas- motoras del niño.

Según Claudon (2007) la dinámica que se pone en juego no podría ser pensada en el
registro del conflicto sino que más bien respondería al intercambio emocional y afectivo. La
hiperactividad para el autor hace parte de la personalidad del niño, de la de la madre y del
vínculo establecido entre ambos y será a cada instante reactivada por los actores de la
relación.

Golse (1996) por su parte, refiere que no todas las depresiones maternas generan un
cuadro de hiperactividad y que no todos los niños inquietos han tenido a una madre
deprimida. El autor hace referencia a los conceptos de holding, handling y object presenting,
como base del sentimiento de continuidad de la existencia. Según Claudon (2007) el acento
está puesto sobre la necesidad fundamental que tiene el bebé de ser contenido y sostenido por
la madre tanto en cuanto a la alimentación y la sobrevivencia somática como en relación a la
instauración del aparato psíquico. La función de contención materna es muy difícil de
asegurar si es que la madre no ha podido interiorizar un objeto primario suficientemente
contenedor y si no logra experimentar libremente la doble identificación hacia su hijo y hacia
el niño que ella fue (Golse, 2006).

Golse (1996) puntualiza el riesgo de una falla en la función continente y para-excitante


materna y posteriormente en las capacidades de para-excitación propias al niño, corriendo el
riesgo de no lograr un desarrollo íntegro. La historia intergeneracional de la madre también se
pondría en juego. El autor refiere que sin esta capacidad continente y delimitante materna, el
niño se encuentra “desnudo” y deberá forjar un continente de remplazo en función de sus
propias posibilidades para sobrellevar las angustias arcaicas de dispersión y sus proto-
pensamientos. Surge por lo tanto la necesidad de construir una “segunda piel psíquica

46
subjetiva” de Yo-piel y de las primeras envolturas psíquicas, las cuales se han visto muy
fragilizadas por los efectos de la depresión materna. La agitación motriz y la caparazón que
esta induce, le permiten al aparato psíquico en constitución, posibilitarse un continente y
evacuar la mentalización de los afectos más dolorosos o los más depresivos. El autor toma en
consideración todos los aspectos interactivos y los efectos del aposteriori que van a
complejizar el esquema propuesto y sobredeterminar la organización de una inestabilidad o
hiperactividad. La depresión materna por lo tanto, dificulta el trabajo psíquico de la
maternidad y a su vez activa los sufrimientos de la propia historia relacional.

Golse (1996) hace referencia a los postulados de Anzieu en relación al concepto de Yo-
piel y las funciones de envoltura psíquica. El carácter operatorio de las agitaciones motrices
pueden conllevar a una falla directa del Yo-piel debido a que los estados y sensaciones que
van marcando el cuerpo del bebé solo podrán transformarse en pensamientos si el Yo- piel
bien constituido, puede consolidar al Yo-pensante. La constitución de las funciones de
envoltura psíquica y de ligazón somato-psíquica depende estrechamente de las relaciones
afectivas del niño con el objeto materno en los espirales interactivos y en particular las que
sostienen, infiltran y estimulan el desarrollo psicomotor.

Tomando en consideración el origen precoz e interno de la diada madre e hijo, la tesis


de Mallarive y Bourgois (1976) enfatiza la idea de una distorsión del vínculo madre hijo, la
cual es visualizada tanto en la anamnesis como en el trabajo clínico. Los autores refieren que
existiría a la base interacciones particulares de mucho desapego en momentos precoces del
desarrollo. Para Mallarive y Bourgois se trataría de una “patología relacional entre la madre y
el niño” no obstante, no aluden directamente a la idea de una depresión materna propiamente
tal, sin embargo, se presenta como una tesis interesante a desarrollar en relación tanto a los
primeros determinantes tempranos como también en relación a la individuación.

Mallarive y Bourgois (1976) señalan que la ausencia de estimulaciones precoces


pertinentes hacia el niño genera una serie silenciosa (bebé tranquilo, tendencias depresivas y
regresivas, agitaciones nocturnas). Por una parte, el déficit en la función de contención y para
-excitante de la madre se amplifica en el momento de la marcha y el niño parece no poder
filtrar las excitaciones externas y por otra, la madre se ve incapacitada de otorgarle al niño una

47
base segura, lo que lo conduce a fantasear la autonomía motriz como un abandono manifiesto
conllevando a un sufrimiento depresivo intenso. Para los autores se trataría de una dificultad
en la individuación a nivel de la fase simbiótica de Malher (1968). La agitación que se
evidenciaría en la inestabilidad psicomotriz sería una defensa de tipo maníaco que
enmascararía la estructura depresiva del niño. Esta tesis aporta algunas pistas al estudio del
vínculo madre e hijo pasado y actual y algunas características como la problemática de la
dependencia. Los autores finalmente hacen también referencia a una falla en la función de
para- excitación.

En esta misma línea de análisis y tomando en consideración la perspectiva de las


relaciones tempranas, Berger (2005), sustentándose en su trabajo clínico y considerando la
historia de numerosos niños hiperactivos concluye que existirían fallas precoces en la relación
con el objeto primario. La naturaleza de esta falla en la relación con el objeto se evidenciaría
mediante cuatro procesos observados; las consecuencias de un holding defectuoso, (el autor
retoma los postulados de Winniciott 1960), la puesta en marcha de “procesos auto calmantes”
(comportamientos motores que tienen como objetivo generar calma a través de la búsqueda
repetitiva de la excitación), el fracaso en la constitución del espacio imaginario y la ritmicidad
y la presencia “flotante” de un objeto amenazante. Según el autor, en la historia de estos
niños, estos procesos podrían manifestarse aisladamente o en conjunto. Asimismo el autor
refiere que la dificultad podría entenderse como una incapacidad de estar solo en presencia de
otro, según el concepto de Winnicott de (1958).

Berger (2005) considera de igual modo, que la agitación podría responder a una carga
pulsional sexual que no logra encontrar una representación tranquilizadora. Para Berger, se
vuelve fundamental pensar en la relación entre pensamiento y movimiento. Según el autor,
existe una unidad particular del funcionamiento psíquico en los niños hiperactivos. Se trata de
un pasaje en un momento precoz de la vida psíquica del sujeto, a una actividad motriz
desorganizada, sin ritmo y persistente. La unidad de la inestabilidad “entidad” reside en el
hecho de que se trata de un comportamiento que concierne específicamente a lo que no pudo
estructurarse psíquicamente en el sujeto. Por lo tanto, se trataría de aquello que no pudo ser
simbolizado ni ser representado en la historia del sujeto mediante una reciprocidad
intersubjetiva con su ambiente en un período preverbal y que no podrá ser reprimido. Serán

48
las huellas de esta experiencia no simbolizada refiere el autor, las que asediarán al niño desde
su interior.

Frejaville (2008), psiquiatra y psicoanalista francesa, refiere haber observado en el


trabajo clínico con estos niños, interacciones madre- hijo patógenas, es decir, que generaban
en el niño agitación e inestabilidad psicomotriz. En base a lo estudiado, Frejaville advierte
que las madres de estos niños se mostraban muy hiperestimulantes, intervenían mucho sin
considerar lo que el niño pudiese desear, sin percibir que el niño muchas veces podía ocuparse
solo de sí mismo o que esperaba que sostuvieran más bien su actividad en curso, en lugar de
una intervención directa. Las madres según la autora, se comportaban de un modo
impredecible; el niño muchas veces dejaba de jugar para vigilar a su madre. Desplazaba así la
atención de su propia vivencia hacia las experiencias de su madre. La autora sostiene que este
punto podría ser central para explicar esta vigilancia posteriormente inquieta que presenta el
niño hiperactivo:

Para escapar a la presencia ansiosa de las madres, los niños pueden reaccionar
inhibiendo sus experiencias sensoriales y mentales. Depositan hacia ella una
atención inquieta, luego se alejan. Comienzan a agitarse, no logran calmarse. No
quieren correr el riesgo de ser interrumpidos, por lo que ellos mismos se detienen
preventivamente frente a una actividad que acaban de comenzar. De este modo la
dispersión mental y motriz se instala. (Frejaville, 2008, p.120)

La autora describe que se trata de madres muy ansiosas y preocupadas y que se


inquietan tanto de ver a su hijo en calma, como en movimiento. Frejaville (2008) detalla su
observación del siguiente modo:

Afectadas por una subjetividad atormentada, intervienen, modifican e impiden los


movimientos del niño, impidiendo que estos adquieran el valor de experiencia y
perturban la realización de su “proyecto motor”… Al darles un sentido proyectivo
a las experiencias de sus hijos, estas madres no pueden acompañar a su hijo en sus
descubrimientos, ni compartir el placer sentido. ¿Cómo vivir una interacción

49
placentera cuando una madre (así lo hemos visto) cree que su bebé quiere atacarla
apenas levanta los brazos? (p.120)

Bellion (2004) también realiza una investigación acerca de los elementos depresivos de
la hiperactividad. El autor en un estudio sobre los trastornos vinculares en el niño hiperactivo,
indica que el origen del trastorno debe explorarse en la angustia suscitada por eventos
traumáticos precoces. Estos traumatismos tempranos están generalmente ligados a una
problemática de separación madre-hijo desencadenada en un momento decisivo del desarrollo
del niño. Los test proyectivos muestran una falla narcisística en respuesta a decepciones
suscitadas por las imágenes parentales. Los factores psicológicos implicados en la angustia
subyacente a la hiperactividad están ligados a un conjunto de razones inherentes a
separaciones tempranas y que no responden necesariamente a una condición real. El autor
explica que la falta de disponibilidad afectiva tal y como ocurre en la depresión materna se
presenta como un factor muy importante en el desarrollo de la hiperactividad.

Los resultados en relación al estudio familiar en niños hiperactivos, muestran una


relación simbiótica madre-hijo y una retracción paterna (Bellion 2004). El autor también
observa una dificultad materna para mantener las pautas educativas en respuesta a la baja
tolerancia a la frustración del niño. Esta actitud se explicaría dada la gran culpabilidad
materna en relación a los eventos tempranos de origen traumático y por otra parte, como un
deseo de evitarle al niño frustraciones adicionales. Asimismo en relación a sus historias
personales, se evidenciaría una gran dificultad para identificarse con sus propias madres,
generalmente consideradas como muy restrictivas. Por otra parte, la imagen paterna del niño
aparece ligada a la dificultad de las madres para otorgarles un lugar, dada experiencias muy
frustrantes con su propio padre. El padre por su parte se retraería de su función como un modo
de evitarle al niño el sufrimiento ante un padre muy autoritario y exigente (experiencia
relativa a su propia infancia). De igual modo en la historia de los padres, se repite una
relación con la madre caracterizada por carencias afectivas.

Bellion (2004) concluye que la presencia de elementos depresivos en la hiperactividad


responde a las fallas de entorno para remediar las angustias ocasionadas por las separaciones
precoces. Lemaires-Silliére (1989 citado en Bellion, 2004) señala que ante una depresión

50
materna se evidencian dos reacciones opuestas en el niño. Por una parte puede desarrollar una
actividad que cumpla un rol “antidepresivo” mediante la hiperactividad o bien, una reacción
inhibitoria que va limitando los intercambios estimulantes con el exterior.

5.2. El cuerpo del niño y su primer intérprete: Hipótesis relacionadas a las fallas en la
constitución del espacio imaginario y la ritmicidad

Claudon (2007) refiere que se vuelve fundamental señalar en qué medida el cuerpo
del niño y sus funciones dependen de la apropiación que el niño haga de su propio cuerpo, de
la experiencia de su posesión y de la capacidad de representar los espacios y los ritmos que se
construyen en el vínculo con el objeto primario, quien será el primer interprete de los estados
del cuerpo del niño. Esta comprensión permite según el autor, proveer un medio para
dilucidar como es que los cuidados maternos y a grandes rasgos, la crianza del niño, van a
determinar un estilo de movilización corporal singular que podría ser reconocido en caso de
avatares, como una inestabilidad psicomotriz.

Desde esta perspectiva de análisis, las reflexiones de Gauthier (2002 citado en


Claudon, 2007) sobre la mirada, el afecto y la interacción en psicoterapia de niños, son muy
valiosas para comprender la capacidad del adulto, muchas veces intuitiva, de entender e
integrar los estados internos del bebé. El lenguaje del cuerpo no es utilizado como canal de
comunicación simbólico pero más bien como una predisposición psicosomática a sentir o
imaginar las emociones y el estado del cuerpo del otro. Aquí, el movimiento corporal del niño
responde a la calidad emocional y afectiva del contexto interactivo. Gauthier (1999, 2002, en
Claudon, 2007) refiere que sin pretender un vínculo de causalidad, la movilización corporal
infantil puede comprenderse en relación al revestimiento afectivo de los diferentes elementos
del maternaje.

Sami Ali (1984) propone el concepto de cuerpo real y cuerpo imaginario,


visualizándolo como dos aspectos, dos niveles diferentes del funcionamiento del sujeto y de
sus actividades. Se trata de un cuerpo que tiene una doble pertenencia a lo real y lo
imaginario. Sami Ali (1980 citado en Berger, 2005) refiere que en estos niños existiría una

51
gran dificultad para representarse como teniendo un cuerpo propio, lo que conlleva a una
imposibilidad de transformar el cuerpo en espacio de representación e impide la proyección
normal de la imagen del cuerpo en el mundo exterior. Es por lo tanto el desarrollo de lo
imaginario y de la actividad de “rêverie”, lo que se ve obstaculizado, conllevando a lo que
Sami Ali (1980 en Berger, 2005) considera como una patología de la adaptación. Así señala el
autor, la actividad del sueño queda reprimida y la percepción reemplaza a la proyección, la
cosa y la palabra quedan en un nivel equivalente y lo familiar jamás conlleva una cuota de
extrañeza. Sami Ali subraya la importancia, como factor causal, de las perturbaciones
precoces en la relación madre-hijo, debido a carencias graves en relación a la crianza, o
debido a una depresión materna que deja al niño frente a una relación “no relacional”,
situación de impasse, sin vuelta atrás.

Claudon (2007) refiere que desde la perspectiva de Sami Ali, la capacidad de pensar
las emociones en el niño pequeño, está ligada a la posibilidad de hacer trabajar su cuerpo
como un espacio imaginario creador de ligazón, de objetos y relaciones.

Continuando con esta línea de pensamiento, Gauthier (1999, 2002 citado en Claudon,
2007) propone que el gran desafío para el niño en cuanto a su desarrollo, consiste en la
“apropiación” de su cuerpo. Sin embargo, refiere el autor, lo que nos es propio, pertenece en
una primera instancia al otro, la madre, que durante los primeros dos años de vida constituye
el “primer interprete” del cuerpo del niño, alimentándolo, orientándolo, educándolo y dándole
un sentido.

Siguiendo el análisis sobre los primeros tiempos de constitución psíquica y tomando en


consideración la tesis de Sami Ali, Punta Rodulfo (2007) sostiene que dicha constitución,
prosigue un recorrido que conduce al espejo, es decir al momento en que el niño realiza un
esfuerzo por transportar la impresión visual del objeto por otra propia a través de la
motricidad:

Diremos que el proceso de producción psíquica del extraño exige un requisito:


que el niño desplace su interés de la expresión facial de estados afectivos a los
rasgos del rostro materno con los cuales se identifica. He aquí que se produce otro

52
tipo de elemento diferencial, que ya no consiste en una expresión facial transitoria
sino en las características permanentes de un rostro. (p.63)

La autora analiza las razones de este proceso que culmina finalmente en la producción
psíquica del “extraño” allí donde antes estaba lo “familiar”. Para la autora, las manos juegan
un rol de fundamental importancia. El niño no sólo toca sino que “agarra” el objeto y se lo
lleva a la boca. Lo mismo realiza con las distintas partes de su cuerpo. En ese momento tanto
los objetos del mundo como su propio cuerpo se transforman para él en observables, al igual
que el contenido afectivo del rostro materno. Para reencontrarse con su estado corpóreo en el
rostro de la madre, requiere de su presencia, sin embargo al contemplar sus manos puede
captar este estado y ofrecerle al yo la posibilidad de hacer conscientes sus procesos internos
con mayor autonomía. Según Maladavski (1986 citado en Punta Rodulfo, 2007) el privilegio
de la visión de la propia mano anticipa, el discernimiento entre familiar y extraño. El autor
refiere que el hecho de que el niño se toque el rostro lo lleva a interrogarse por sus propios
rasgos y a encontrar una primera respuesta consistente al mirarse las manos pues en ellas ve
reflejada su imagen. Punta Rodulfo refiere que una segunda actividad la constituye el tocarse
partes del rostro ante la presencia de un familiar que a su vez toca ante el niño su propio
rostro, nombrándoselas y pidiéndole al niño que lo imite. Esta actividad implica un esfuerzo
por trasponer lo visto, no ya como estado afectivo, sino como acto motor a partir de una
función del yo, regida por la palabra ajena y consolidada como acto. La autora señala
finalmente que esta función imitativa podría ser uno de los requisitos para la producción del
“extraño a partir de lo familiar”

Sami Ali (1961, citado en Punta Rodulfo, 2007) describe la dificultad que presentan en
la clínica los pacientes que no han podido realizar este pasaje.

Todo cuanto hacen es vago, difuso, o se presenta en fragmentos, en detalles


dislocados que jamás superan la yuxtaposición más inconsistente. Cada vez que
empiezan algo se repite el no saber cómo proseguir. No suelen recordar al final
del trayecto lo primero que querían hacer. Lo que es peor, pierden la conexión, el
registro de la conexión en que se va estableciendo una secuencia. (p.63)

53
La máxima dificultad por lo tanto radica en tener que ligar, hilvanar o concatenar sucesos que
para el niño se hallan siempre desarticulados (Punta Rodulfo, 2007).

Tomando en consideración los aportes de Lacan, Winnicot, Dolto y los aportes de Sami
Ali, la autora concluye que el espejo más que ser un punto de partida es el complejo resultado
de las identificaciones precoces del niño con su madre.

El pasaje por el cuerpo propio es uno de los trabajos simbólicos más significativos
desde la pérdida del cuerpo materno, hasta su recuperación transfigurado en el
plano imaginario, con toda la fascinación que ejerce el espejo sobre el niño y que
deriva de que la imagen suple un término que no está presente en ese momento en
la realidad. (p.64)

La autora refiere que más allá de la permanencia del objeto, el niño procura captar la
figura materna integrando lo percibido y lo imaginado a partir de una síntesis espontánea en
donde los aspectos positivos y negativos que corresponden a la presencia y la no presencia se
unen. Dicha síntesis, subyacente en el espejo constituirá el común denominador de la “imagen
especular” y del “cuerpo real” y desde esa condición le permitirá al niño reconocerse en ese
otro que le devuelve el espejo. Finalmente los aspectos perceptivos e imaginarios, formarán
un todo, capaz de asegurar el dominio sobre los objetos, estableciéndolos como idénticos a
pesar de su existencia lacunar. De este modo, el cuerpo propio le dará al niño la posibilidad de
aprehender el objeto materno como alteridad y, a la vez, a través del objeto, podrá
reconocerse como estructura corporal inacabada.

En esta misma línea de análisis, los trabajos de Gauthier (1999) contribuyen a explicar
la importancia de la ritmicidad en la constitución del cuerpo propio y de la identidad. El
manejo que la madre haga alrededor de las energías corporales y musculares del niño al
momento de su desarrollo psicomotor y de su primeros aprendizajes, imponen un ritmo
específico que contribuirá a la formación de la envoltura corporal motriz infantil.

Gauthier (2008) refiere que la ritmicidad es una de las principales dimensiones de la


temporalidad que se ve deficitaria en el niño hiperactivo. El desarrollo de ritmos estables,

54
tanto en ciclos cortos como largos, le van permitiendo al niño ir constituyendo su identidad.
Desde este punto de vista señala el autor, la ritmicidad estaría al origen del desarrollo del yo.
La existencia de ritmos estables permite anticipar, por lo tanto predecir, organizarse y por
ende utilizar las facultades de memoria. Las otras dimensiones de la temporalidad radican en
la existencia de la capacidad de una representación del tiempo y de su duración al interior de
yo, y luego una representación de una historia, es decir, la estructuración del tiempo en un
tiempo presente, pasado y futuro. Gauthier (2008) en base a sus observaciones clínicas,
postula que la actividad de la madre se organiza alrededor del tiempo. La madre le comunica
el tiempo a su bebé en todo momento y desde los primeros meses de vida.

Según Gauthier (2008) los niños hiperactivos presentan también una desorganización en
lo que concierne las capacidades de representación del espacio. El niño refiere el autor, irá
desarrollando una motricidad cada vez más firme y alrededor del primer año de vida no sólo
será capaz de ponerse de pie sino que también de caminar pero sobre todo será capaz de
separarse de su madre y de crear un espacio de diferenciación entre él y ella. Gauthier (1993,
1995, 1999 citado en Claudon, 2007) señala que a partir de la indiferenciación de la diada
primaria, la constitución y reconocimiento del espacio supone para el bebé la creación de un
espacio propio (que califica de imaginario). Este espacio, tendría en primer lugar un origen
diferente al espacio tridimensional del adulto. Este espacio propio en vías de constitución,
recubre mediante lo imaginario, al sujeto, que de este modo irá poco a poco separándose del
otro. Un espacio de separación se constituye y va siendo investido por las experiencias
propias del cuerpo y por las imágenes que el niño se vaya haciendo de esta experiencia.

Claudon (2007) refiere que la motricidad se vuelve primordial en la construcción


imaginaria y la progresiva representación del espacio, de sí mismo y del otro. La continuidad
y estabilidad en los intercambios con la madre junto al sentimiento de unidad del cuerpo y la
evolución progresiva del espacio de separación, son funciones básicas para que pueda surgir
la imagen de un sujeto independiente de los objetos. Retomando la hipótesis de Gauthier
(1999) es posible señalar, que las dificultades de mentalización deben ser consideradas en
relación a las dificultades para representar el espacio y el tiempo y habitar el propio cuerpo.

55
Gauthier (1999) refiere que desde los primeros momentos de nuestra vida, nuestro
cuerpo en su realidad biológica es trabajado y transformado por la madre. El cuerpo relacional
es el cuerpo real biológico tratado e interpretado por la madre. Del mismo modo, refiere que
la organización corporal del niño es el reflejo de la organización psíquica de la madre en
función de los vínculos que ella estableció con su madre y su cultura. El cuerpo equivale a un
contexto en el que el objeto materno le otorga la posibilidad al bebé de funcionar en una
relación. Claudon (2007) refiere que los cuidados maternos del niño incluyen la vida
fantasmática de la madre y el peso que esto tenga en el desarrollo del niño, va a depender de
sus adherencias imaginarias, familiares, culturales y sociales. La historia del cuerpo puede
interpretarse como el modo en que el sujeto se apropia de su propio cuerpo y crea un
sentimiento de posesión.

Según Claudon (2007) la interacción con el niño se ubica en una primera instancia sobre
el cuerpo y sus espacios corporales y la problemática de la hiperactividad muestra en demasía
que la atención de la madre (o un adulto) sobre el niño se condensa principalmente sobre el
cuerpo real, sus movimientos y sobre el espacio del cuerpo. El movimiento corporal infantil
atrae la atención y las intenciones maternas.

Desde este lugar se vuelve fundamental retomar los trabajos de Ménéchal (2004) en
relación al concepto de “transferencia de las competencias atencionales”: “En el niño
hiperactivo, el déficit de atención es relativo; no constituye un dato estable y definitivo del
sujeto; varía en relación al ambiente” (Ménéchal, 2004, p.108). Sin embargo, la pregunta no
queda fácilmente resuelta. Según el autor es cierto que en el plano clínico, se advierte que un
déficit global de la atención pareciese marcar las situaciones relacionales. En efecto la
particularidad del trastorno de la atención en estos niños, muestra que responde mal al criterio
de un déficit cognitivo intrasubjetivo, y que al contrario, convoca directamente al ambiente
en que se desarrolla la patología.

Para Ménéchal (2004) la agitación excesiva da cuenta muchas veces de una demanda
por la presencia del otro, sin que esta pueda inscribirse en una perspectiva simbolizada de
intercambio. Ménéchal refiere que han sido muchos los autores que han subrayado la
dimensión “reactiva” de los síntomas, llegando estos a constituirse en una protección y una

56
defensa frente a la ansiedad difusa generada por el exterior. Desde este lugar es posible
sostener que el cuerpo real se instaura como eje de la presencia y de la identidad del niño en
relación al ambiente, lo que conlleva a que se centre la atención y la interacción sobre el
cuerpo del niño (Claudon, 2007).

5.3. Los procedimientos autocalmantes

Los trabajos de G. Szewc (1993, 1995, 1998 en Berger, 2005) abordan desde una
perspectiva psicosomática la relación al objeto primario. El autor señala que algunos
comportamientos motores tendrían como objetivo promover la calma mediante la búsqueda
repetitiva de la excitación.

El autor especifica que el niño lleva a cabo los procedimientos autocalmantes cuando
se ve confrontado al fracaso de la función materna para atenuar su angustia, percibir su estado
de ansiedad y su necesidad de ser aliviado. El registro perceptivo y motor sustituye la
actividad de ligazón de las representaciones, ausente en el aparato psíquico. Berger (2005)
refiere que incluso se podría postular que en las situaciones de origen traumático específico,
sería un signo de progreso terapéutico que la excitación traumática encontrase sus primeras
ligazones a nivel mental bajo la forma de imágenes sádicas, por ejemplo.

Berger (2005) aclara que los procesos auto eróticos no son procedimientos
autocalmantes. Los autoerotismos normales son la continuación de los cuidados maternos, la
toma por parte del sujeto del placer que ha experimentados en presencia de su madre y que
permiten establecer un sentimiento de continuidad pese a la discontinuidad de estos cuidados.
El autoerotismo compulsivo calma, porque procura una descarga pero no una satisfacción. La
pulsión tiene una historia, un objetivo y logra satisfacerse mediante el encuentro con un
objeto adecuado mientras que la excitación no tiene historia, ni objetivo, ni memoria, parte
del cuerpo y va al cuerpo. Se trataría por lo tanto de una descarga de excitación y no de una
reducción de las cualidades de excitabilidad de los elementos psíquicos (Szwec, 1993, 1995,
1998 citado en Berger, 2005).

57
Tomando estos postulados, Berger (2005) refiere que la agitación externa puede tener
una función para-excitante substituta debido a que la madre constituiría precozmente un
objeto excitado/ excitante o angustiante ya sea por su depresión u otra tensiones. La agitación
externa sería entonces una protección en el registro de los “procedimientos autocalmantes”

Suchet (2004) especifica que es más prudente hablar de excitación que de


hiperactividad. Señala que el calificativo de “calmante” deber ser comprendido como
antinómico de satisfactorio debido a que lo que calma no conlleva necesariamente la
satisfacción. Asimismo el autor refiere que algunos de estos procedimientos autocalmantes,
cuando no son invasivos, pueden incluso llegar a hacer parte de la psicopatología de la vida
cotidiana, como un recurso simple hacia a una forma de motricidad y en estos casos, estos
procedimientos no le impiden al sujeto pensar, más bien, facilitan la disposición al
pensamiento. No obstante expone Suchet, si estos procedimientos toman un lugar
preponderante en el funcionamiento mental, pueden llegar a ser el reflejo de un cambio
radical en la economía psicosomática. Estos procedimientos tienen un funcionamiento
totalmente diferente a la represión y a la producción de síntoma neurótico y actúan como
mecanismos de defensa que aseguran la protección del yo contra un peligro que podría
amenazar su integridad. Desde esta perspectiva tendría estrecha relación con la motricidad y a
la percepción.

58
CAPÍTULO 6: HIPÓTESIS PSICOANALÍTICAS EN RELACIÓN AL CONCEPTO
DE HIPERACTIVIDAD INFANTIL DESDE LOS DETERMINANTES
RELACIONALES TARDÍOS

En este capítulo se ampliará el estudio de las fases precoces del desarrollo somato
psíquico y se irá reflexionando en relación a la individuación de la identidad que se opera a
través del desarrollo del movimiento corporal, retomando las hipótesis de Claudon (2007). De
igual modo, se revisarán algunos de los determinantes más tardíos que podrían entrar en juego
en la génesis de una inestabilidad psicomotriz.

El énfasis principal estará puesto en el período de aprendizaje de la marcha, con sus


corolarios en la individuación infantil ya que en este período, tal y como lo señala Claudon
(2007) emerge la expresión sintomática específica de la inestabilidad psicomotriz. La
propuesta sobre los determinantes tardíos nos permite vislumbrar la problemática parental
sobre la organización de psiquismo del niño a largo plazo.

A lo largo de este capítulo se trabajará considerando la tesis de Claudon (2007) quien


señala que al momento en que comienza a surgir la motricidad el niño y emerge el deseo de
operar en el mundo y consigo mismo, se genera una problemática relacional singular en el
vínculo madre hijo. Emerge el conflicto relativo a la autonomía en la acciones y de las
representaciones de esta acciones infantiles, que recae en el vínculo primario y posteriormente
en el vínculo social e institucional. Se trabajará con las hipótesis que han concebido a la
hiperactividad como respuesta a una fijación de la libido anal, como una fijación preedípica,
las teorías que le han otorgado a la inestabilidad psicomotriz una significación perversa y
finalmente, se presentarán las hipótesis que conciben a la hiperactividad desde una dimensión
social e institucional.

6.1. Reflexiones sobre la Inestabilidad psicomotriz y la fase anal del desarrollo psicosexual

Diversos estudios han enfatizado la organización anal de la libido en la inestabilidad


del niño (Mallarive y Bourgois 1976, Dolto 2005, Flavigny 2004). Estos estudios revelan que
será en la acción del cuerpo, su dinámica, sus contracciones y tensiones musculares, que se

59
evidenciará la marca de la pulsión anal. Será también en los esquemas relacionales
dominantes del niño y en particular con su madre, que se encontrarán los indicios clínicos que
implican a la fase anal del desarrollo: el control del objeto, la problemática de la dependencia
– independencia, la distancia sujeto/objeto, la agresividad contra el objeto o el sí mismo, etc,
son marcadores de esta fase (Freud, 1905, 1908).

Para introducir la reflexión sobre la fase anal del desarrollo y facilitar la lectura se hará
una breve reseña de este estadio considerando los postulados de Dolto (1971) en su escrito
“Psicoanálisis y Pediatría”.

El estadio anal conlleva una relación de objeto específica cuyo soporte básico es el
desarrollo somático de la musculatura y de la acción muscular. En el segundo año de vida, el
niño alcanza un mayor desarrollo neuromuscular. El niño descubre el placer autoerótico
masoquista, es decir, el placer de experimentar pasivamente las prácticas de cuidado sobre el
cuerpo. Como los cuidados de limpieza son dados por la madre, surgen las primeras
contradicciones, ya que si bien la madre castiga y reta si el niño ensucia, a causa de la
satisfacción fisiológica de la zona erógena, esta limpieza será agradable, surgiendo por
primera vez una situación de ambivalencia. Mediante la conquista del control de esfínter, el
niño descubre la noción de su poder y de su propiedad privada: sus heces. Emerge la
sensación de poder autoerótico y del poder afectivo sobre la madre a quien puede
recompensar o no (Dolto, 1971).

Ahora bien, en relación al comportamiento, el niño logra un desarrollo neuromuscular


muy satisfactorio que le permite disponer libremente de sus grupos musculares y le da la
posibilidad de imitar al adulto no sólo a nivel de sus palabras sino que a nivel de los gestos.
Se muestra activo, ruidoso, cruel y agresivo en relación a los objetos, los cuales toma,
destruye, golpea, tira al suelo como si consiguiese un gran placer, acentuado por la molestia
del adulto. Se logra así la identificación. Será porque ama al adulto que disfruta haciéndolo
enojar. La ambivalencia que comienza a desarrollarse a fines del estadio oral se solidifica. El
niño, refiere Dolto (1971), hará uso de su agresividad muscular sin más regla que su capricho.
Será por lo tanto fundamental el rol de la educación para habituarlo a una disciplina social en
cuanto a las relaciones de objeto.

60
A esta edad, el niño es muy proclive a la percepción de los pares antagonistas dado el
inicio de la ambivalencia. En un esquema dualista, derivado de la investidura anal (pasivo-
activo) el niño establece en relación a lo que lo rodea, una serie de conocimientos calificados
según la relación de este objeto consigo mismo, luego de haberlo identificado a algo
conocido. Los objetos que se oponen a su voluntad son “malos” por lo que los golpea. Las
pulsiones agresivas espontáneas y las reacciones agresivas contra todo lo que se opone a él
deben ser diferidas, desplazas; y al ser el adulto quien se pone en juego, las pulsiones y
reacciones deberán ser desplazadas sobre objetos que lo recuerden ya sea por asociación (base
del simbolismo) o por representación (base del fetichismo y totemismo infantil) (Dolto,
1971).

Claudon (2007) refiere que el estadio anal, más allá de la relación de objeto específica
y del control de esfínter, evidencia la problemática de la cuestión de la marcha, la actividad
muscular tónica y el desarrollo motor global. Este estadio locomotor nombrado así por
Wallon, (1934), Royer (1978), Dolto, (1984) de Tychey (1993) en Claudon (2007),
corresponde al estadio anal freudiano pero incluye una reflexión en torno a la problemática de
aprendizaje de la marcha que lo atraviesa. Según Claudon, este estadio incluye el desarrollo
psicosexual y relacional inscrito en la problemática de la motricidad corporal. Este estadio
locomotor corresponde a un período relativamente largo, donde la autonomía motriz pasa a
ser fundamental al sostener la afirmación de la individuación de la identidad infantil.

6.2. La inestabilidad psicomotriz como una patología de la castración anal

La propuesta de Dolto (2005) sobre la castración anal sirve como punto de partida para
pensar la inestabilidad psicomotriz como una problemática de la motricidad en la
individuación de la identidad infantil.

Si se parte de la idea de que la castración es la prohibición radical opuesta a una


satisfacción buscada y anteriormente conocida, de ello se desprende que la imagen
del cuerpo se estructura gracias a las emociones dolorosas articuladas al deseo

61
erótico, deseo prohibido después de que el goce y el placer de éste han sido
conocidos y repetitivamente gustados. El camino queda un día definitivamente
interceptado de un “cada vez más” del placer que procura la satisfacción directa e
inmediata conocida en el cuerpo a cuerpo con la madre y en el aplazamiento de la
necesidad substancial. El cociente de esta operación de ruptura es la posibilidad,
para el niño, de recoger a posteriori lo que podemos llamar “frutos de la
castración”. (Dolto, 2005, p.60)

El fruto de la castración anal (o ruptura del cuerpo a cuerpo tutelar madre-hijo) priva al
niño del placer manipulatorio compartido con la madre. Dolto (2005) refiere que aunque el
niño ya no tenga necesidad del adulto para lavarse, vestirse, comer, limpiarse, deambular, su
deseo sufre por la privación del retorno a intimidades compartidas en contactos corporales de
placer. De este modo la autora refiere que gracias al lenguaje verbal, fruto del destete, el
desarrollo del esquema corporal permite sumar el lenguaje mímico y gestual a la destreza
física, acrobática y manual. Si la castración anal se brinda sin angustias y se asiste verbal y
técnicamente, el niño se sentirá seguro y estará listo para asumirse en el espacio tutelar, para
realizar sus propias experiencias y para adquirir una autonomía expresiva y motriz tanto en
relación a sus necesidades como a muchos de sus deseos. La autora refiere que para muchos
niños (y más aún para las madres) el que su madre les de mayor autonomía motriz constituye
una prueba insoportable. “Sin embargo, tanto como el destete –prohibición de mamar, de
mucosa a mucosa, de la cooperación bebé boca-madre alimento, en síntesis prohibición del
placer de captación caníbal-, la separación física, la prohibición del cuerpo del niño al placer
del cuerpo de la madre, esta castración llamada anal es la condición de la humanización y de
la socialización del niño de veinticuatro a veintiocho meses” (p.61). Dolto (2005) señala que
el resultado de la castración anal pone fin a la dependencia total respecto de la madre
permitiéndole generar una relación viva con el padre, con los compañeros y con las otras
mujeres: “es entrar en el actuar y el hacer de varón o niña en sociedad, saber controlar sus
actos, discriminar el decir del hacer, lo posible de lo imposible. No ceder al placer de actos
que podrían dañarlo a él mismo y a quienes él ama” (Dolto, 2005, p.61).

Desde esta perspectiva es posible retomar los postulados de Claudon (2007) quien
refiere que la falta de control en la inestabilidad psicomotriz podría comprenderse como una

62
repercusión directa de la pulsión anal bruta o poco sublimada. Es decir, que el efecto
socializante e industrioso de la castración no pudo establecerse. Las reacciones y las fantasías
impulsivas y muchas veces desorganizadoras del niño hiperactivo reflejan la dificultad del yo
para organizar la pulsión anal en la realidad externa. La hiperactividad no le permitiría al niño
entrar en un intercambio saludable con el otro y con el mundo mediante el intercambio del
lenguaje verbal.

Dolto (2005) refiere: “La castración anal se entrega así progresivamente ella orienta al
niño a dominar él mismo su motricidad pero no solamente la excremencial” (90). El niño por
lo tanto, señala la autora, se vuelve continente cuando logra el dominio motor de sí mismo
para su buen entendimiento del lenguaje motor de los seres animados del mundo exterior. “La
castración anal es posible, de una manera simbolígena que hace industrioso al niño, sólo
cuando hay identificación motriz con el objeto total que representa cada uno de los padres y
de los hermanos mayores en su motricidad intencional observable por el niño” (p.90).

Dolto señala que cuando la simbolización de la motricidad en actos útiles y lúdicos no


puede cumplirse por falta ya sea de control, de iniciación, de palabras o de alegría lúdica con
el entorno, el niño no podrá sublimar el placer anorrectal: “el niño retorna por falta de
castración anal simbolígena, a la comunicación liminar inicial que tenía con la madre interior”
(p.90).

La autora refiere que muchas modalidades educativas, en la etapa de castración anal


(entre los dieciocho meses y los cuatro o 5 años, época en la que entran en juego la
motricidad, el valor de sociabilidad en el juego con los demás niños, el valor de dominio
corporal, fuente de placer y de salud) son origen de trastornos del carácter en la familia y la
sociedad. Dolto señala que estos trastornos se deben ya sea a una inhibición bien a la
inexistencia de respeto por toda regla de conducta.

No se entenderá la importancia que es preciso asignar a la puesta en juego de la


castración anal, si no se comprende que ella es quien permite la obtención de un
dominio adecuado y humanizado de la motricidad así fuese en la forma, entre
otras del aprendizaje de la marcha. (Dolto, 2005, p.109)

63
Para Dolto el carácter decisivo de la castración anal consiste en que ella permitirá o no
la sublimación de las manifestaciones excremenciales bajo la forma del “hacer industrioso y
creativo” (p.109). Asimismo la castración anal, es concebida por Dolto como:

La prohibición de hacer lo que se le ocurra por placer erótico […] La castración


anal debe enseñar al niño la diferencia entre lo que es su posesión, de la que es
enteramente libre, y lo que es la posesión del otro, cuyo uso para él debe pasar por
la palabra que demanda a otro prestarle objetos de los que él querría disponer y
que acepta que este otro se los rehúse. (p.114)

La autora señala que más allá de la pulsión de la posesión de objetos parciales, el


respeto por la posesión personal de un objeto por parte del otro promueve que el niño
comprenda que su espacio se prolonga hacia el exterior por lo que también debe respetar que
el espacio del otro se prolongue en sus propios espacios personales, sobre los cuales él no
tiene derecho de acción, sino que únicamente los de una negociación por el lenguaje.

Claudon (2007) refiere que las patologías de la castración anal comienzan a emerger en
el tejido relacional alrededor de la marcha y de la limpieza. Las coerciones maternas en estos
dos tipos de aprendizaje impedirían la libertad del placer anal bruto y también el placer ligado
a su control. Según el autor, la madre (o algunos de sus representantes) impondría al niño
exigencias inadaptadas para la edad o exigencias que se vuelven coercitivas. Los ritmos, las
demandas y preocupaciones maternas, se vuelven los únicos soportes vinculares. La madre
actúa como si no le permitiese al niño individuarse. La ansiedad materna conduce al niño a un
manejo muscular adquirido para sentirse querido y estar en una adecuada armonía con ella.

Tomando en consideración los postulados de Dolto (1984), Claudon (2007) refiere que
la inestabilidad psicomotriz puede aparecer como una reacción narcisística infantil frente a
este acuerdo artificial. Según el autor existen una serie de factores que pueden conllevar a la
constitución de un vínculo patógeno madre- hijo donde el niño toma el estatuto de objeto
narcisístico para el otro y en donde el cuerpo y la motricidad se vuelven el centro de la
relación, a saber: las intrusiones paternas en las experiencias perceptivo-motrices infantiles,

64
en sus pensamientos cognitivos e imaginarios; las dificultades parentales a nivel espacio
temporal las que tendrían consecuencias en la autonomía e individuación infantil; las actitudes
educativas que podrían inducir cierta limitación hacia sus exploraciones y hacia la
experimientación del funcionamiento de su cuerpo y su pensamiento al inicio de la etapa anal;
las identificaciones proyectivas paternas correspondientes a relaciones objetales del pasado
(duelos, pérdidas, agresión); las angustias y fragilidades narcisísticas de los padres las que
debilitan la consolidación de la función paterna y la función de para-excitación.

| Claudon (2007) refiere lo siguiente: “El espacio de seguridad y de libertad en que el


niño puede desarrollar su motricidad se vuelve el espacio que la madre ha investido con las
capacidades y fallas de su personalidad” (p.75). Según el autor, el niño reciente que más allá
de este espacio, sus deseos e iniciativas podrían generar un gran monto de ansiedad. Las
frustraciones que la madre siente al momento de la separación producida por la marcha, se
manifiestan inconscientemente infiltrando el espacio relacional. El aprendizaje de la marcha,
le permite al niño desarrollar la capacidad de tomar distancia con el objeto materno e integrar
espacios potenciales propios. Según el autor, el niño se mantendría en el estatuto de objeto
para la madre, respondiendo a sus necesidades de posesión narcisística, lo que mantendría la
imagen de un cuerpo anal en el que la castración no es simbolígena, pero perversa, ya que
mantendría los deseos motores infantiles confundidos con las motivaciones maternas. Los
contratiempos tónico-emocionales entre la madre y el niño, van a ir impregnando el desarrollo
psicomotor con imágenes del sí mismo negativas.

De este modo la inestabilidad, sostiene el autor, podría comprenderse como la


consecuencia de una relación infanto-materna patógena en la que las necesidades narcisísticas
se sitúan en primer plano.

6.3. Fijaciones preedípicas en la inestabilidad psicomotriz

Flavigny (2004) propone una interesante tesis en relación a las dificultades en el


desarrollo edípico particularmente en el varón (tomando en consideración la estadística
francesa de 5 varones/1 niña). Se presentará a modo de resumen la dinámica que se pone en

65
juego según el autor, con el objetivo de ir profundizando a continuación algunos aspectos de
la teoría.

Según Flavigny (2004) el deseo edípico del niño aparece como habiendo sido
realizado, ya que la imago materna induce inconscientemente solicitaciones incestuosas (lo
que vuelve el conflicto irrepresentable psíquicamente). Los comportamientos del niño
representarían la actuación de una defensa frente al temor al incesto. Al mismo tiempo, la
madre estaría fijada con el niño en un comercio de tipo anal en que los deseos agresivos
inconscientes hacia el niño serían contrainvestidos y enmascarados por fantasías incestuosas.
La posición del padre queda en este contexto descalificada, lo que permitiría ocultar el odio
hacia el rival del mismo sexo para el niño. Por lo tanto, según Flavigny, la excitación del niño
hiperactivo sería de naturaleza sexual ligada a la sexualidad anal. Esta organización libidinal
fijaría al niño en su desarrollo dificultándole también la posibilidad de pensar la distancia con
los objetos.

El autor explica que la inestabilidad psicomotriz responde a una excitación del cuerpo
que no ha podido encontrar una derivación normal en el auto-erotismo propio al desarrollo
sexual del niño, es decir, en el autoerotismo masturbatorio. El niño, según el autor,
encontraría en la hiperactividad una derivación a su excitación, junto a una compensación
narcisística destinada a evitar la angustia generada por la agresividad materna que percibe. La
excitación sería una fachada que vendría a ocultar una problemática aún más profunda. La
angustia de fondo que el niño busca evitar mediante su síntoma corresponde a “la
imposibilidad de interiorizar una ausencia posible con la madre” (Flavigny, 2004, p.98).

Como respuesta a este contexto fantasmático, el niño hiperactivo, refiere Flavigny,


presenta un déficit en la interiorización de las prohibiciones y una insuficiente integración de
las identificaciones estructurantes a nivel edípico. Para explicar las diferencias estadísticas
(varón/niña) en la manifestación de la hiperactividad, el autor concibe como hipótesis lo
siguiente:

La inestabilidad psicomotriz se revela no solamente como un trastorno del niño


varón, sino que más bien como una manifestación ligada al establecimiento

66
mismo de una “posición viril” (es decir la interiorización psíquica de su referencia
sexual masculina) para el niño, junto a la angustia de no lograr elaborar esta
posición debido a la problemática mantenida en la relación con los padres. La
manifestación en la niña parece tener la misma significación (pero denotando la
envidia viril de la niña). (Flavigny, 2004, p.98)

Para el autor por lo tanto, la inestabilidad psicomotriz se explicaría como una vicisitud
de la posición viril del niño. El niño no logra elaborar esta posición debido a que experimenta
su deseo edípico como ya “realizado”. De igual modo, las fantasías agresivas experimentadas
por los padres, en particular la madre, dificultan una interiorización apacible. Por lo tanto, el
niño elabora una posición de “inestabilidad” caracterizada por beneficios secundarios tales
como el placer corporal (excitación del cuerpo) y el placer narcisístico (conseguir la atención
del los otros mediante su agitación); pero una gran vulnerabilidad apenas la situación no
permite llevar a cabo estos beneficios: tendencias depresivas, desvalorización y falta de
estima; una gran angustia de castración junto a una problemática psíquica marcada por
investiduras homosexuales y una carencia de objetos internos, lo que conlleva a una gran
inseguridad personal y una falta de confianza en la relación con otros.

Finalmente la inestabilidad psicomotriz podría pensarse, tomando los postulados del


autor, por una parte, como una patología de la autoridad, es decir, como el placer de enfrentar
una instancia paterna rechazada y desestimada, pero a la vez idealizada y dotada de un gran
poder; como una patología de la ausencia, la cual es vivida como imposible y erotizada en la
relación con la madre y finalmente, como una desviación de la sexualidad infantil hacia
investiduras arcaicas principalmente narcisísticas y teñidas de analidad, las que mantendrían
una agitación corporal incesante (una exhibición fálica del falo que el padre nunca exhibió).

Por otra parte y continuando con el postulado relativo a la comprensión de la


inestabilidad psicomotriz como una dificultad para elaborar el conflicto edípico, se vuelve
interesante mencionar la hipótesis de Valentin (1996 citado en Claudon, 2007). Según el
autor, la excitación interna sería vivida como compareciendo del mundo externo y respondería
a una tentativa ilusoria de recrear un para – excitación. Junto a la agitación, existiría una gran
actividad fantasmática de dimensión edípica que el niño intentaría reprimir. La angustia de

67
castración edípica es central en el conflicto, sin embargo, no puede elaborarse porque rebalsa
las capacidades de ligazón del yo del niño. La inestabilidad psicomotriz respondería a una
represión de los componentes edípicos, siendo los actos motores, su efecto.

Según Mallarive y Bourgois (1976) los niños hiperquinéticos aparecen presentando


ciertas disarmonías en cuanto a su desarrollo evolutivo y una organización psíquica
preedípica. Por otra parte, refieren que existiría una ausencia de objeto transicional y subrayan
también un componente depresivo y un bajo nivel de estructuración afectiva. Para Lepage
(1981 citado en Flavigny, 2004) los niños hiperquinéticos presentan una disarmonía a nivel
estructural o bien a nivel de la maduración de sus funciones y presentan una estructura límite
de personalidad. Flavigny (2004) por su parte señala, que en su estudio se confirma una
precariedad de los mecanismos de defensa neuróticos, ausencia de rasgos psicóticos evidentes
y las defensas parecen eficaces, logrando mantener el juico de realidad.

Al subrayar el componente depresivo y el bajo nivel de estructuración afectiva, los


autores visualizan la hiperactividad como una defensa maníaca contra la depresión. Lepage
(1981 citado en Flavigny, 2004) concuerda con los autores y nota que los mecanismos de
defensas se inscribirían alrededor de la posición depresiva. Flavigny (2004) por su parte
también señala haber identificado un componente depresivo manifiesto y casi permanente,
junto a una asociación inconstante de manifestaciones de tipo agresivo o destructivo.

Mallarive y Bourgois (1976) enfatizan la ausencia de estimulaciones precoces y la


dificultad materna de aceptar la ruptura de la fase simbiótica o bien la pérdida de objeto. En
relación al componente materno, Mallarive y Bourgois notan una distorsión constante y
precoz del vínculo madre e hijo, una patología materna discreta a nivel manifiesto y una
actitud sobreprotectora que enmascararía un rechazo profundo hacia el niño. Por su parte,
Lepage (1981 en Flavigny, 2004) señala que existirían ciertas tendencias agresivas,
expresadas mediante fantasmas de muerte, una relación de dependencia entre los padres y un
déficit de maternaje como consecuencia de las angustias de muerte.

En relación al padre, Mallarive y Bourgois señalan que existiría una anulación del
padre por parte de la madre y una posición ambivalente del padre, los cuales se conducirían

68
como “padres, madres”. El padre se vería descalificado por la madre, pero a su vez se
descalificaría él mismo en respuesta también a su propia referencia paterna. En relación al
hijo varón existiría una actitud inconsciente de solicitación incestuosa por parte de la madre,
reforzada por una tachadura al padre; la madre, mantendría una relación muy próxima con sus
hijo como si la díada no pudiese jamás abrirse a otros objetos. Sin embargo, esta
sobreprotección podría enmascarar ciertos fantasmas agresivos y de muerte. Lo que se destaca
fundamentalmente desde esta teoría, es el vínculo de dependencia y la idea de una patología
relacional subyacente.

Valentin (1996 citado en Claudon, 2007) nota que los padres presentan en general la
fantasía de que el niño es mantenido como parte de ellos mismos, sin que logren tener
conciencia de aquello. Las perspectivas de Flavigny (2004) y de Valentin (1996) conciben de
un modo general a la inestabilidad psicomotriz como el resultado de un conflicto
intrapsíquico, con una etiología sexual importante y entienden la agitación, como un síntoma
freudiano (formación de compromiso). Para estos autores finalmente se trataría de una
dinámica edípica muy compleja de elaborar.

6.4. Déficit auto erótico y significaciones perversas de la hiperactividad infantil

Ménéchal (2004) plantea ciertas hipótesis bastante novedosas en torno a la


inestabilidad psicomotriz. La hipótesis original se fundamenta sobre la idea de un déficit en el
auto-erotismo. El autor sugiere que la hiperactividad podría ser pensada como una solución
psíquica para el niño, similar a la puesta en escena por el adulto, en la problemática perversa.
Para el autor, el acto hiperactivo daría cuenta de una fijación sobre la actividad en vez del
objeto. Ante la necesidad de manejar las fallas a nivel de su narcisismo, el niño utilizaría
defensas de tipo maníaco y las carencias en el armado auto erótico conducirían a una
fetichización del acto, siendo el “fetiche”, la agitación.

Lo que ligaría según Ménéchal y Gillots (2004), la hiperactividad a la problemática


perversa sería el vínculo que se establece entre movilización del acto y pasaje al acto. El autor
se basa en los planteamientos de Masud Khan (1979) para explicar que el pasaje al acto

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perverso correspondería a una fijación sobre una actividad en vez de un objeto, conduciendo a
un juego solitario en el que el otro es captado.

Por lo tanto ambos elementos se presentan en primer plano en la clínica de la


hiperactividad: el niño hiperactivo fascina al mismo tiempo que extenúa, pero esta
puesta en escena de sí mismo no está al servicio de una conquista afectiva como
en la histeria, sino más bien lo que se pone en juego es la burla del acto y del
rencuentro y específicamente la destrucción de la metáfora paterna propuesta en el
cuidado. (Ménéchal & Gillots, 2004, p.136)

El niño hiperactivo se caracterizaría desde esta perspectiva de análisis, por una ausencia
de dirección manifiesta en su provocación (Ménéchal, 2004).

Para Ménéchal, la agitación excesiva da cuenta muchas veces de una demanda por la
presencia del otro, sin que esta pueda inscribirse en una perspectiva simbolizada de
intercambio. Ménéchal & Gilloots (2004) refieren que la impulsividad del niño hiperactivo se
presenta como una necesidad permanente de investir nuevas acciones, un movimiento
incesante y mal organizado que lo sitúa en el opuesto de las estereotipias autistas. Así para los
autores, la relación entre hiperactividad y autismo permite inscribir esta patología en una
configuración más global. Los autores refieren que si el autismo evidencia un déficit de la
ligazón de deseo en la expresión autoerótica del sujeto, en el caso de la hiperactividad, es
posible pensar a la inversa, una saturación libidinal desordena, incapaz de replegarse.

Ménéchal por lo tanto, propone pensar la hiperactividad no desde el “exceso” de


hiperactividad sino más bien desde el lugar de un “déficit” particular ligado al sueño y a la
construcción del polo auto-erótico.

Desde esta perspectiva, se vuelve necesario retomar brevemente a Freud pues las
primeras experiencias de satisfacción fundan las bases del autoerotismo. Freud (1900) refiere
que la actividad del aparato en su primer modo de funcionamiento responde a inscripciones de
huellas las cuales producen una exigencia de trabajo al aparato psíquico, trabajo constante y
permanente. La única forma de resolver esto es mediante la alucinación, sin embargo, el

70
hambre perdura, por lo tanto se torna necesario recurrir a una acción, a otro tipo de respuesta,
una acción que vaya en busca del objeto. Es necesario por lo tanto que el otro responda, como
para poder ir armando circuitos representacionales más complejos. De este modo entonces, es
decir, desde la posibilidad de ir construyendo nuevas vías, nuevas inscripciones de huellas, es
que es posible el paso desde el proceso psíquico primario, al proceso secundario del
pensamiento. Se vuelve entonces muy relevante pensar en la primera relación con el otro, ya
que será el vínculo con este objeto, el que le permitirá al niño discernir, ir armando juicios, ir
reconociéndose como alguien y por lo tanto ir estableciendo el principio de realidad.

Frejaville (2008) sugiere a modo de hipótesis, un déficit en relación a las primeras


experiencias del niño hiperactivo:

Las primeras experiencias de satisfacción son el sedimento de los auto-erotismos.


Plurisensoriales por naturaleza, experimentadas a nivel de las diversas zonas
erógenas, superficiales e internas, estas se integran al yo. Será el yo el que
integrará los aspectos narcisisticos y objetales. Las experiencias auto eróticas se
verán dificultadas si la madre interviene de manera inadecuada, sea muy luego o
muy tarde. Si la madre de la realidad tarda mucho en satisfacer la demanda, el
recuerdo de la satisfacción dejará un espacio abierto para el sufrimiento.
Contrariamente, si la madre interviene en exceso la elaboración de los
“autoerotismos” se verá obstaculizada. (p.121)

La interiorización de la experiencia de satisfacción y del objeto de satisfacción generará


que cada vez que se rememore esta experiencia el niño sienta un placer narcisistico, lo que
contribuirá al desarrollo de un yo autónomo, menos dependiente del objeto externo (Frejaville
2008).

Los trastornos de la atención e hiperactividad se originan en las experiencias en donde


las investiduras narcisísticas y objetales son vividas como incompatibles, cuando el límite
entre adentro y afuera se fragiliza (Frejaville 2008). La autora refiere que cuando la
investidura de los objetos externos sobrepasa a la del espacio psíquico, primará un apego a lo
real, a lo inmediato y a lo perceptivo, por lo que la atención se descentrará de las experiencias
internas y de la reflexión, hacia los estímulos internos que la invaden. Las interacciones por lo

71
tanto se multiplican en desmedro del diálogo con los objetos internos, interacciones que
corren el riesgo de una erotización excesiva.

Incapaces de calmarse, de detenerse, esto niños experimentan una gran angustia al


centrarse en sí mismos, pareciesen tener dificultades en la posición “auto”, posición reflexiva
entre la actividad y la pasividad (Freud, 1905 en Frejaville, 2008)

Siguiendo con estos postulados, Ménéchal (2004) considera que existe un “déficit auto-
erótico”. Mirar, ser mirado, mirarse. Escuchar. Ser escuchado. Escucharse. Preguntarse,
interrogarse….pensar. El diálogo interior descansa en las experiencias auto-eróticas mediante
las cuales el sujeto aprenderá a estar atento a sus experiencias sensitivas y sensoriales. Es
justamente esta experiencia la que se ve dificultada en los niños hiperactivos. La posición
“auto” es decir la posición reflexiva, supone un límite claro entre el adentro y el afuera entre
el yo y el otro.

Ménéchal (2004) critica el diagnóstico de TDA particularmente en relación al criterio de


inatención como un criterio estático y al respecto señala que tal y como lo postulan Barkley
(1983) y Taylor (1994), la atención varía en un mismo niño dependiendo de las situaciones.
Algunas aproximaciones recientes como la de Dumas (1999) ponen en cuestión el lugar de la
inatención en el trastorno, en desmedro del nombre mismo de la patología. La inatención
estaría más bien ligada al desinterés del niño frente a las tareas o actividades que se le
proponen (Ménéchal, 2004). El autor refiere que este criterio determinante e incontestable es
muy complejo en cuanto a su interpretación y que la noción de “déficit” inscrita en la
nomenclatura americana del Trastorno por déficit atencional con/sin hiperactividad parece
abusivamente reduccionista. El autor puntualiza que la sensibilidad frente al factor emocional
en particular, nos lleva a poner en duda esta aproximación deficitaria del trastorno: “En el
niño hiperactivo, el déficit de atención es relativo; no constituye un dato estable y definitivo
del sujeto; varía en relación al contexto” (Ménéchal, 2004, p.108)

Sin embargo, la pregunta no queda fácilmente resuelta. Según el autor es cierto que en
el plano clínico, se advierte que un déficit global de la atención pareciese marcar las
situaciones relacionales. En efecto la particularidad del trastorno de la atención en estos niños,

72
muestra que responde mal al criterio de un déficit cognitivo intrasubjetivo, y que al contrario,
convoca directamente al ambiente en que se desarrolla la patología.

La pregunta acerca de la relación “au monde” (relación con el entorno) ha sido tratada
desde el año 1925. Siguiendo la corriente propuesta por Henry Wallon (1925) muchos autores
han subrayado la dimensión “reactive” (reactiva) de los síntomas, llegando estos a constituirse
en una protección y una defensa frente a la ansiedad difusa generada por el exterior. Ménechal
(2004) refiere lo siguiente:

Podríamos retomar la hipótesis de un “déficit” en los niños hiperactivos, un déficit


en el sentido de Balint (1971) al evocar el “déficit fundamental”. Déficit complejo
que concerniría específicamente el autoerotismo en tanto que exprime las
vicisitudes y elecciones de una sexualidad infantil en permanente evolución y que
legitima bajo este título, los garantes que cada sujeto le debe a la especie. El niño
hiperactivo, desde esta perspectiva, se opondría al movimiento continuo de la
cadena intersubjetiva fantasmática que liga lo humano gracias a los efectos
dinámicos de la sexualidad infantil. Privado de esta modalidad de vínculo, el niño
hiperactivo expresaría compulsivamente una libido de naturaleza arcaica, “eros
sin autoerotismo”. (pp. 121-122)

Para Ménéchal (2004) es posible considerar al proceso de control de la atención ligado a


lo que el psicoanálisis reconoce como el campo del deseo. Según el autor, el niño hiperactivo
invierte el esquema freudiano del deseo. “En lugar de fundarlo en las huellas de investiduras
mnémicas de la primera experiencia de satisfacción, lleva al estatuto de experiencia primaria
los efectos del encuentro con el otro, en los que se instala la transferencia de las competencias
atencionales. Es decir, el niño hiperactivo, biologiza al otro” (p.116). Desde este lugar el autor
plantea el tema de la Ritalina, señalando que al medicamentar, se instala el componente
biológico, es decir, prima la necesidad por sobre el deseo.

Ménéchal (2004) concluye, que la excitación prevalente en la hiperactividad infantil es


la consecuencia directa de cierto menoscabo en el campo de deseo. Para Ménéchal pensar la
hiperactividad mediante un funcionamiento similar al del proceso del sueño, es decir al

73
proceso primario, puede ser muy esclarecedor. Condensación, desplazamiento, figurabilidad,
trasformación de los afectos en su contrario, constituyen el modo de funcionamiento del
sueño, en donde la función principal consiste en preservar los afectos gracias a la censura a la
que está sometida su expresión. Según el autor, el niño hiperactivo se inscribe en un esquema
similar, no obstante se diferencia en cuanto al hecho de que extiende su espacio psíquico al
otro.
El niño hiperactivo pone en escena el sueño sin autorizar al espectador a hacerse
participe como interlocutor, todo ocurre como si dispersara sobre el mundo
exterior una capacidad onírica imposible de ser contenida en su mundo interno
[…] La excitación hiperactiva viene a enmascarar los conflictos internos más
profundos. (Ménéchal, 2004, p.118)

La clínica muestra, según Ménéchal, que la hiperactividad no pertenecería únicamente


al niño sino que resultaría de una construcción conjunta de orden intersubjetivo, que pondría
en conflicto las bases narcisísticas infantiles, pero también las del adulto. Esta conjunción
narcisística participa en la tenacidad de esta patología. Ménéchal constata que el niño
moviliza excesivamente la atención del otro y lo obliga a mantener una relación dual
exclusiva, siendo la solicitud y provocación del contexto, una de las características más
evidentes de la hiperactividad. Es en este registro que el autor postula “la transferencia de las
competencias atencionales” del niño frente al otro inmovilizado.

6.5. La hiperactividad infantil como formación de compromiso entre la economía psíquica del
niño y las condiciones que impone la relación social

En un interesante estudio exploratorio de terreno llevado a cabo con profesionales de


la salud mental que trabajan con niño hiperactivos, Daumerie (2004) realiza una aproximación
experimental, con el objetivo de averiguar cómo es que los clínicos se representan este
diagnóstico. Según el autor, los síntomas de la hiperactividad infantil son particularmente
sensibles a la dimensión social como expresión del sufrimiento en el vínculo con otro e
interrogan acerca de la naturaleza trans- subjetiva de algunos mecanismos del trastorno. La

74
hiperactividad impediría un manejo normal de los instrumentos de simbolización generando
fracasos en el registro de la transicionalidad y movilizando pasajes al acto transgresivos.

Daumerie (2004) concluye que se podrían pensar los signos patológicos de la


hiperactividad infantil como una forma de compromiso entre la economía psíquica del niño y
las condiciones que impone la relación social, tanto a nivel de los vínculos afectivos precoces
como a nivel de los vínculos institucionales, posteriores. Para el autor, se trataría de niños que
han sufrido desmantelamientos psíquicos precoces, lo que suscitaría como consecuencia, el
recurso al pensamiento operatorio y la agitación. De este modo, el medio, los actos y el
cuerpo- los suyos y los del otro- parecerían ser los únicos refugios de la subjetividad. Para
Daumerie existe una confusión originaria que el niño intenta figurar utilizando como
intermediario su agitación y el impacto en el adulto. El autor concluye, que en una relación en
la que el cuerpo no ha sido investido como lugar de representación pero como una interfaz
directa con el exterior, el niño queda prisionero de una interacción constante con el entorno,
única salvaguarda para lograr cierto equilibrio.

Según Daumerie, estos aspectos ilustran lo que podría ser la paradoja relacional en la
que se encuentra el niño hiperactivo:

Pasando de una paradoja interactiva (rechazo/ función) a una paradoja


intersubjetiva (evitación de la relación/importancia de esta en la economía de los
trastornos) que pondría en dificultad su desarrollo cognitivo y su integración
social y que le permitiría solo parcialmente la internalización de los sistemas de
ligazón que organizan la conflictiva social e institucional. (Daumerie, 2004, p.49)

Hochman (1994 citado en Daumerie, 2004) utiliza el concepto de institución mental


para designar a este organizador de la vida psíquica que se apoya continuamente en las
instituciones externas. La institución mental cumple un rol instituyente para el sujeto pues
permite organizar sus pensamientos, sus afectos, sus emociones, sus percepciones y sus
acciones bajo una instancia que le permite acceder al lenguaje y a la cultura.

75
Para Daumerie, se podría hipotetizar que estos sujetos han hecho un recorrido
institucional marcado por rupturas y por dificultades a nivel de los procesos de cuidado. Estos
niños ponen en cuestión no solamente los cortes nosológicos sino que también los
procedimientos institucionales que les son propuestos: “Literalmente “atópicos” parecen
tomados por una ruptura con el vínculo de pertenencia, excluidos o en la exclusión de los
cuadros primarios y secundarios” (p.49). Según el autor, las actitudes problemáticas de estos
niños generan un circuito retroactivo de interacciones patógenas que incluye a todos los
actores de la relación; el niño, sus pares, los padres, los educadores y los terapeutas.

Untoiglich (2007) retoma desde una perspectiva diferente, esta idea, señalando que uno
de los puntos en común que manifiestan estos niños es la dificultad para representar: “Cuando
los elementos históricos de orden traumático son preponderantes, el pasaje al proceso
secundario es precario, pues dichos restos no elaborados invaden la producciones
secundarias” (Schlemenson, 2001 en Untoiglich 2007, p. 97). La autora explica que esto tiene
relación con el hecho de que muchas de las situaciones que les ocurren a estos niños se
descargarán compulsivamente en forma corporal y será entonces su cuerpo el que hablará por
ellos, sin que ellos puedan hacerse cargo de lo que les ocurre, ni de los efectos de malestar
que con frecuencia generan en los otros. La autora refiere que al no existir un espacio para la
tramitación de la angustia, son los otros, padres, maestros u otros niños los que se angustian.

Untoiglich (2007) señala que al indagar en las historias de estos niños se encuentran una
gran cantidad de situaciones ligadas al origen no procesadas, o duelos o situaciones
angustiantes de diversa índole, que no tuvieron un espacio para la resignificación y que se
archivaron como hechos del pasado, sin lugar para su tramitación simbólica: “Esta posibilidad
está siempre mediatizada por Otro, que es el que ofrece las garantías simbólicas para que el
mundo en general y la propia historia singular tengan un sentido tramitable psíquicamente
para el niño” (p.98).

76
CAPÍTULO 7: HIPÓTESIS PSICOANALÍTICAS CONCERNIENTES A LOS
REPRESENTANTES PSÍQUICOS DEL MOVIMIENTO CORPORAL Y LA FALLA
EN EL PROCESO DE SIMBOLIZACIÓN

En este capítulo se expondrán las hipótesis que han intentado dar cuenta de la
hiperactividad desde una teoría psicosomática, así como las perspectivas de los autores que
han trabajado en relación a la constitución del proceso del pensamiento. Se trabajará en este
capítulo entendiendo las dificultades atencionales e hiperactividad como una dificultad en la
posibilidad para representar y simbolizar.

7.1. La alteración de la función de para-excitación y de contención en el desarrollo


psicomotor

Diversos trabajos clínicos acerca de la “inestabilidad psicomotriz” del niño han


enfatizado la problemática sobre la función de contención de las experiencias psíquicas y la
falla en el para-excitación en relación a la génesis de los trastornos psicomotores en la
hiperactividad. Las fragilidades maternas evocadas a lo largo de esta tesis tanto en relación a
las fases precoces del desarrollo (depresión materna) como en relación a la angustia de
separación (vínculo anaclítico) van a traducirse también en una falla en la función de para
excitación en los momentos de las primeras coordinaciones motrices y de las primeras
deambulaciones infantiles.

Según Claudon (2007) estas dificultades podrían generar en el niño una falla en la
capacidad para elaborar sus propias representaciones y los afectos de displacer, quedando
entremezclados con sus propiocepciones.

Tanto Golse (1996) como Berger (2005) muestran la importancia que adquieren las
dificultades inherentes a las fallas en la función materna de para excitación y de contención de
los vividos corporales y psíquicos en los momentos precoces. Esta perspectiva es retomada
por Mallarive y Bourgois (1976) a nivel del desarrollo de la fase de la marcha infantil. Los

77
autores indican que la madre no logra establecer una función de soporte seguro para el niño en
el período de la adquisición de la marcha. De este modo los autores refieren que al momento
de la marcha, el niño parece ser brutalmente confrontado a un cúmulo de excitaciones
externas. El niño desarrolla una experiencia de angustia de abandono inconsciente e interpreta
la autonomía relativa a la adquisición de la marcha como un abandono manifiesto e
irreversible (Mallarive & Bourgois, 1976).

Tanto en las investigaciones de Berger (2005) como de Szwec (1993, 1995, 1998 en
Berger 2005) se aborda la hipótesis relativa a la dificultad del niño para elaborar las tensiones
pulsionales y los afectos. Berger observa que la agitación psicomotora cumple una función
para excitante complementaria debido a que la madre ya sea por depresión u otros conflictos
constituye precozmente para el niño un objeto excitado /excitante. La agitación también
podría ser leída como una protección en el registro de los procedimientos autocalmantes,
hipótesis desarrollada en los capítulos anteriores. Szwec enfatiza que la búsqueda repetitiva
de excitación cumple con el objetivo de promover la calma cuando el niño se ve confrontado
a la incapacidad de la madre para aplacar su angustia. Tomando en consideración estos
postulados Claudon (2007), concluye que la agitación corporal cumple con una función para-
excitante y protectora.

Claudon (2007) sostiene que una falla en la función para excitante materna induce a
una perturbación en la capacidad de para excitación del niño. Los deseos de autonomía motriz
se verán alterados debido a la fragilidad psíquica y psicomotriz en la cual se encuentra el niño
al no lograr procesar mediante la relación con su madre las excitaciones provenientes del
exterior. De este modo la psicomotricidad aparece como el lugar de origen de las tensiones
pero al mismo tiempo como un medio circunstancial para manejarlas. El autor afirma lo
siguiente: “La psicomotricidad aparece como una lógica dominante para ligar los vividos y
sus sensaciones con las representaciones de sí mismo, en el espacio del tejido relacional con
la madre” (p.89). Según el autor mediante esta experiencia se va forjando “una representación
del cuerpo en acción” que permite establecer una ligazón entre tres aspectos del
funcionamiento somato psíquico: vínculo anaclítico/ psicomotricidad/ identidad. De este
modo, la dificultad en algún aspecto de la tríada, afectará necesariamente a los otros dos. Si
para el niño la autonomía motriz equivale a abandonar y ser abandonado, es posible pensar

78
que la psicomotricidad y el cuerpo “móvil” serán perturbados y perturbadores y tanto las
propiocepciones (sensaciones del movimiento corporal) como los afectos de displacer se
constituirán en un mismo vivido ansiógeno. A través del aprendizaje de la marcha, siempre y
cuando se preserve el sentimiento de ser tenido y contenido, se pondrá en juego la capacidad
del niño de tomar distancia con el objeto conservando el sentimiento de seguridad y de
identidad suficiente, en relación al propio cuerpo y al psiquismo. Para Claudon lo que se pone
en juego es la identidad, al tratarse de una problemática acerca del desarrollo de los ritmos y
espacios propios, somáticos y psíquicos.

Considerando los postulados acerca de la función de contención materna de Bion (1962)


Winnicott (1970), Bick (1968) y Houzel (2005), Claudon (2007) concluye que la
hiperactividad o bien la “agitación” en la “inestabilidad psicomotora” constituye una interfaz
entre el niño y su medio que se traduce en un preciado continente narcisístico. No obstante, el
autor postula que la hiperactividad no debiese ser interpretada como un desborde ligado a un
simple déficit en la función de contención, sino que más bien se trataría de un esfuerzo
excesivo para contener los elementos sensorio-motores y de este modo lograr estabilizar,
atraer (en el sentido de Houzel) y ligar las experiencias de sí mismo en un movimiento
complejo de protección narcisística. La pregunta en relación a los espacios subjetivos según
el autor, permite hipotetizar la hiperactividad en el marco de una patología de la
individuación. Para el autor, la noción de “encuentro con el objeto continente” es fundamental
para comprender esta problemática.

Las imágenes dinámicas del cuerpo, los gestos dirigidos hacia algo o alguien la
mirada del otro sobre sí mismo, la designación del síntoma, todos estos aspectos
destacan el “lugar del otro” alrededor y a partir del cuerpo del niño (podríamos
inclusive preguntarnos si el niño es hiperactivo cuando está absolutamente solo.
(Claudon, 2007, p.96)

79
7.2. Déficit a nivel de las envolturas corporales y del narcisismo

Bergès (1995 en Claudon, 2007) en sus postulados, también enfatiza la importancia de


la función de contención y señala que la hiperactividad muchas veces da cuenta de una
provocación al otro, caracterizando esta patología como produciéndose en el vínculo.

La agitación, a veces extrema, aparece, ya sea como una irrupción en un contexto


de contención insoportable (así como en los estados tensionales) o bien como una
demanda incesante de límites, de fronteras, el cuerpo en acción vivido como muy
problemático o imposible de integrar como tal.( Bergès, 1995 citado en Claudon,
2007, p.94)

Por lo tanto para el autor la inestabilidad motora no se define tan sólo por la agitación.
Resulta lícito hacer hincapié en la participación de la voz, la envoltura cutánea y lo que
Bergès llama la “provocación”.

Bergès (2007) en su texto “Le corps dans la neurologie et la psychanalyse” explica que
los estados de tensión de estos niños, muestran que ellos son atraídos por algo. Habría que
agregar que son “atraídos hacia” una imagen ideal, un límite ideal completamente imaginario.
Este estado de tensión puede verse sobrepasado por la motricidad, la cual el niño trata de
contener. Normalmente la palabra y el lenguaje simbolizan un estado de tensión, hacia una
imagen.

Pero estos niños no son escuchados, no han sido nunca escuchados: una madre
que no le quita los ojos de encima a su hijo, ¿cómo puede escucharlo? Si no son
escuchados, será la motricidad que ocupará el lugar de las palabras, que vendrá a
remplazar las palabras que no se han escuchado nunca: es lo que llamamos pasaje
al acto. (Bergès, 2007, p.90)

Según Bergès, el pasaje al acto no significa pasar a la acción, sino más bien que se pasa
del lenguaje, que no se puede utilizar, a la acción. Es decir, que estos niños al estar privados
de la palabra (porque la vivencia interna es de no ser escuchados) pasarían al acto. La palabra
que no se dice en el momento de la acción, hace que ella pierda el sentido, este es el núcleo

80
del conflicto en el niño hiperquinético, y es frente a esto que el adulto reacciona creyéndose
en la obligación de otorgarle un sentido. El niño mediante su acción (privado de la palabra)
entrena al adulto en la constatación que no hay sentido alguno, el adulto por lo tanto le otorga
un sentido y es este, el que vuelve al niño insoportable.

Para Bergès, la hiperactividad tendría una estrecha relación con la pulsión de muerte. La
excitación motora y la falta de atención funcionarían como defensa contra la pulsión de
muerte.

El acento está generalmente puesto en el estado depresivo de la madre y la


respuesta hiperactiva precoz, a veces muy temprana del niño; la madre se levanta
muchas veces durante la noche teniendo la impresión que su bebé dejó de respirar,
lo despierta para asegurarse que está vivo. Está constantemente tratando de
estimularlo, de interrogar la vivacidad, la motricidad, el movimiento y es
finalmente ella quien genera esta respuesta, que al principio la satisface pero que
luego, la sobrepasa. ¿Qué hacer para que la madre logre manejar la situación?
Porque un niño hiperactivo es guiado por la mirada de su madre; ella lo precede,
no lo sigue. De algún modo, en respuesta a su deseo, lo priva del sentido normal
del peligro. Desde este lugar se vuelve necesario escuchar a la madre y al contexto
en su conflicto en torno a la muerte. (Bergès, 2007, p.99)

Bergès explica que el movimiento desenfrenado de un niño hiperactivo no tiene sentido


en sí mismo, es el otro, quien se lo da. Mientras más el adulto intenta traducir el movimiento
del niño hiperactivo, más le impide hablar. Esto da cuenta de los primeros tiempos, es decir
que cuando la madre está con su hijo, trata de satisfacer cada una de sus funciones y de
manejarlas por completo y evidentemente desde la clínica se ve, según el autor que estas
madre tienden a desbordarse con el funcionamiento de su hijo. Según el autor, para estas
madres es intolerable el desborde, por lo tanto, la consecuencia finalmente es que estos niños
no pueden anticipar (y esto porque justamente hay otro que lo hace constantemente por ellos).

A nivel cognitivo, los niños hiperactivos presentarían dificultades para pasar del
pensamiento figurativo, al operativo de Piaget, pasaje que termina con el logro de

81
una imagen mental. El autor refiere que si la posibilidad de anticipar se ha visto
bloqueada en los vínculos con el ambiente, con la madre o su sustituta, se podría
comprender la precipitación de los niños hiperquinéticos, las ansias de terminar
antes de haber comenzado, la necesidad de de repetir los movimientos sin parar,
como una puesta en duda en relación “al último minuto, el último momento, es
decir la muerte” (Bergès, 2007, p.90).

Continuando con esta idea de Bergès y para comprender qué es lo que sucede si se
producen fallas en los prerrequisitos estructurantes, es decir, si la madre no puede ejercer su
función de sostén narcisístico, se vuelve interesante retomar el concepto de vivencia de
satisfacción. Para Untoiglich (2007) la vivencia de satisfacción “implica la sumatoria de la
incorporación de los elementos nutricios por un lado y su introducción por otro humano,
sexuado, con un aparato psíquico funcionando, supuestamente a predominio de lo secundario”
(p. 101). Bleichmar (1993 citada en Untoiglich, 2007) refiere lo siguiente:

En el momento del amamantamiento, la mamá provista de un Yo capaz de investir


narcisísticamente al bebé y no sólo de propiciar la introducción de cantidades
sexuales no ligadas, acaricia, sostiene generando, a partir de esto, vías colaterales
de ligazón de la cantidad que ingresa. Será la representación totalizante que
adquiere el bebé en el interior de los sistemas del narcisismo yoico materno, lo
que permita que la pulsión, intrusiva atacante, encuentre de inicio formas de
ligazón por vías colaterales. (p.101)

Tal y como se ha postulado a lo largo de este trabajo y retomando a Untoiglich (2007)


si se producen fallas tempranas, la energía desencadenada, traumáticamente desencadenada,
no encontrará vías dentro del principio del placer para derivarse. Estaremos en un “más acá
del principio del placer” derivación lineal de las cantidades que ingresan, al modo de una
irrupción displaciente masiva sin posibilidad de regulación (Bleichmar, 1993 citada en
Untoiglich, 2007). Ante cada embate de displacer, tenderá a reproducirse el “más acá del
principio del placer”, en una compulsión de repetición traumática que no logra vías de ligazón
y retorna a un circuito siempre idéntico, dado que es inevacuable, porque no es efecto de una
tensión vital que podría resolverse mediante alimento, sino que se trata de una excitación

82
inmanejable. La autora señala que esta tendencia a la descarga no se puede evacuar, ya que
aquello imposibilitado de ligarse también lo está de descargarse y esto se constituye como
modalidad general de funcionamiento psíquico. Así la fijación de estos los modos de descarga
dejará a este aparato incipiente sometido a una compulsión a la repetición traumática
(Untoiglich, 2007).

Tomando en consideración estos supuestos, la tesis de Bleichmar resulta interesante:


“Las hiperkinesis que se caracterizan por su deambulación no direccional, ponen de relieve la
imposibilidad tanto de la función inhibidora de yo, como de la conciencia para construir una
significación-cualificaión afectiva de las cantidades que arriban” (Bleichmar, 1993 en
Untoiglich 2007, p.102)

Frejaville (2008), en base a su experiencia clínica con niños hiperactivos, refiere en


concordancia con los postulados de Bergès que aceptar la calma, la quietud, es salirse de las
estimulaciones perceptivas y reencontrase con el espacio psíquico. El rechazo de este espacio
interno generado por la agitación, implica quedarse constantemente en contacto con el mundo
exterior. Según la autora, los niños que cuentan con un mundo interno seguro, logran
calmarse sin grandes dificultades, no obstante, los niños hiperactivos con un mundo pulsional
poco mentalizado, son más reticentes a la calma, pues temen quedarse solo con ellos mismos.
La quietud corporal y mental se evita mediante cualquier forma. Según la psicoanalista
cuando se logra verbalizar los afectos mediante una sesión clínica, las angustias que emergen
en relación a la idea de la inmovilidad son relativas a la parálisis, al encierro y al ahogo. Por
lo tanto estos niños, explica Frejaville, se mueven para sentirse vivos, para no desaparecer y
en este punto coincide ampliamente con Bergès. De igual modo, refiere que para los niños
hiperactivos y con dificultades de concentración, focalizar la atención en una representación o
sobre una figuración es posible únicamente, si esta evoca el movimiento.

Frejaville (2008) observa que para estos niños, la quietud, tanto interna como externa,
se acompaña de grandes angustias, y que por lo general parecieran buscar en el exterior lo que
produzca movimiento pues la quietud y el silencio, explica la autora, les originan un intenso
temor y desde esta perspectiva refiere que el movimiento sería una defensa contra el vacío
interno y lo puntualiza del siguiente modo:

83
La inestabilidad psicomotriz se traduce como una agitación a nivel externo, pero
el mundo interno de estos niños es más fijo, un espacio psíquico en el cual el
trabajo de ligazón y de representación de la pulsión no se realiza del todo bien. El
preconciente se encuentra con hendiduras. Las reivindicaciones pulsionales no le
dan espacio a los conflictos psíquicos, traduciéndose inmediatamente en
movimiento. (p.118)

Los postulados de Green permiten comprender cómo es que se manifiesta clínicamente


este sentimiento de vacío. Green (1986 citado en Untoiglich, 2007) propone una distinción
entre narcisismo primario positivo que sería reconducible a eros y que tendería a la unidad y
la identidad, de un narcisismo primario negativo, reconducible a las pulsiones de destrucción
y que no se manifiesta en el odio hacia el objeto, sino en la tendencia del yo a deshacer su
unidad para tender a cero. Se vuelve interesante recalcar, refiere Untoiglich, que muchos de
los casos de abulia, tienden a ser diagnosticados o ponerse de manifiesto, como dificultades
atencionales. La serie “blanca”, alucinación negativa, psicosis blanca y duelo blanco, son
todos fenómenos relativos, señala la autora, a lo que se podría llamar la clínica del vacío o la
clínica de lo negativo y son el resultado de uno de los componentes de la represión primaria;
“primera desinvestidura masiva, radical y temporal que deja huellas en lo inconsciente en la
forma de agujeros psíquicos” (Green, 1986 en Untoiglich 2007, p.102). Untoiglich refiere que
en esto casos predominan la desmentida y la escisión. Señala que cuando la función de
ligazón no se constituye y cuando lo que predomina es la desligadura, y el aparato funciona
con predominio de la pulsión de muerte, la energía se descarga en lo real, o vuelve al soma.

Según Bergès (2007) para el niño hiperactivo los límites de su cuerpo son determinados
por el otro y no tienen que ver con su cuerpo. El autor concibe que es el cuerpo el que debiese
transformarse en el eje y en el punto de origen de la acción, tanto espacial como temporal,
pero este niño, según Bergès, no siente su cuerpo.

El autor explica que si no hay otra cosa que movimientos de descarga, el niño de ningún
modo podrá sentir sus límites ni tener una idea del origen, del punto de partida. Para el autor
es crucial la noción de origen en la hiperactividad. La noción de origen en la lógica del

84
parentesco, tiene una gran relación con los orígenes del cuerpo. El concepto de origen, tiende
a relacionarse con hiperactividad y con la muerte, muerte que está sostenida por la pregunta
sobre el parentesco (Bergès 2007).

La motricidad, la ausencia de atención, las dificultades temporo- espaciales, podrían


hacer parte de una búsqueda en la lógica de la paternidad. Las historias con respecto al origen
se relacionan con el espacio y con el tiempo, visiblemente en la organización temporal del
movimiento y en el esquema corporal (Bergès 2007).

7.3. La envoltura psíquica de la motricidad y el proceso de simbolización

Claudon (2008) en base a un estudio realizado con pruebas proyectivas concluye que los
niños hiperactivos no presentan un imaginario vacío, sino que más bien se trataría de una
dificultad para simbolizar que alteraría finalmente la mentalización. Por otra parte, la
representación emerge mediante una imagen del cuerpo que se proyecta excesivamente y
finalmente la envoltura corporal muestra una fragilidad en los límites y en los sentimientos de
continuidad, ligados a la dificultad del yo infantil de constituir una representación unificada,
continua y gratificante del propio cuerpo. Según el autor, estos tres elementos evidencian una
dialéctica patógena del cuerpo con el espacio, la que limita la individuación de la identidad. El
cuerpo real continúa visualizándose como el único recurso para experimentar la delimitación
de los objetos, el vínculo con el objeto, los contenidos emocionales y las representaciones.
Tomando en consideración los postulados de Gauthier (1999) el autor concluye lo siguiente:

La hiperactividad infantil del niño puede ser descrita como la experiencia


sensorial, emocional y cognitiva de un espacio interno que no puede ser
representado de manera suficientemente precisa y continua. Las dificultades de
mentalización están ligadas a la precariedad de representación mental del espacio,
de los ritmos propios y del otro, y finalmente a una dificultad para ‘habitar” el
propio cuerpo. (Gauthier, 1999 citado en Claudon, 2008)

85
Según Claudon, (2007) todas estas reflexiones permiten describir y estudiar la
emergencia repetitiva de la agitación psicomotriz: “la motricidad del cuerpo serviría de útil
continente para un material psíquico no pensado y conflictivo en la relación con la madre y en
el que la calidad afectiva de displacer sería figurada por la cinestesia propioceptiva” (p.105).

El autor explica que las dificultades de mentalización obligan al cuerpo a tener que
sostener y figurar las tensiones psíquicas. De esta manera, la hiperactividad se presenta
finalmente como un modo de figuración corporal disgregado por las agitaciones-acciones. Se
trataría de agitaciones que no presentan un objetivo específico, sino que únicamente cumplen
con la función de sostener el movimiento corporal excesivo del niño.

El autor hipotetiza que el déficit de simbolización del niño hiperactivo inscribe al


cuerpo como lugar de síntoma y que luego el cuerpo, en tanto modo de figuración
estereotipada de orden sensorial, volvería en su origen, a representar una imagen mental
corporal específica. Claudon aclara esta hipótesis, señalando que se trataría de una
representación de las cenestesias propioceptivas es decir, de una representación corporal. Esta
imagen es investida por sobre el resto de las representaciones. De este modo, el cuerpo irá
representando para el yo psíquico una figuración cenestésica de las tensiones psíquicas e
impases vividos. Según el autor, el circuito que se establece es el siguiente: sensación
/representación/ agitación-acción /sensación. Claudon refiere que esta circularidad explicaría
la mantención de la agitación psicomotriz y el aspecto compulsivo y dominante del síntoma.
Este tipo de imagen motriz es llamado Representación corporal de acción (RCA) para
significar que el movimiento corporal es tributario de cierta imagen inconsciente de sí mismo.

Este trastorno de simbolización se situaría, tomando en consideración los postulados de


Rousillon (1995, 1997, en Claudon, 2007) a nivel del pasaje de la simbolización primaria, a la
simbolización secundaria. La primera, es no representativa, luego representativa de cosa y
relativa al vivido sensorial, perceptivo. Según Claudon la hiperactividad, es en un primer
tiempo una representación corporal de acción: “De esencia corporal, contiene los índices
perceptivos cenestésicos inherentes al movimiento del cuerpo” (p.114). Según Rousillon
(1995, 1997, en Claudon, 2007) a este nivel primario, la representación cosa es integrada al

86
yo para ser subjetivada, ya que está inserta en un contexto de organización narcisística y
pulsional significante para el yo.

Claudon comparte con Berger (2005) y Gauthier (1999) la hipótesis concerniente a que
las representaciones que se activan y que dan un sentido contextual subjetivo a la excitación
sensorio-motriz propioceptiva, responden al registro de un vínculo rígido al objeto materno
que altera el uso de la motricidad: “el material psíquico, no pensado o insuficientemente
pensado se inscribiría esencialmente en este registro relacional narcisístico patógeno para el
yo” (p.115). De este modo el autor refiere que la simbolización primaria se elaboraría
raramente hacia la secundaria. Esta última, refiere el autor, es relativa a la palabra, se
encuentra desligada de la marca corporal y logra mediante la palabra integrarse al
preconciente/conciente mediante la mentalización de la percepción y del imaginario. En este
punto se vuelve importante aclarar la noción de mentalización concebida por Claudon. El
autor trabaja con la definición de Bergeret y Tichey.

Para Bergeret la mentalización corresponde a la utilización mental que se hace de


lo imaginario […] La mentalización es una actitud en la que el imaginario es
tratado, elaborado y utilizado en tanto imaginario […] El comportamiento utiliza
al imaginario como un modelo relacional que no es mentalizado, que pasa al acto,
en vez justamente de ser mentalizado (De Tichey 1994, citado en Claudon, 2007,
p.114)

Claudon (2007) señala que la agitación emerge desde una representación motriz. Esta
representación corporal de acción se inscribe en una simbolización primaria de las
excitaciones internas y externas (representación primaria, representación cosa) y contribuye a
la representación de sí. La RCA (representación corporal de acción) resulta de una falla en la
elaboración simbólica. Retomando a Rousillon (1995 en Claudon, 2007) el acto sería una
forma primaria de simbolización. La dificultad de mentalización repercute en la ligazón
intrapsíquica de las excitaciones y los afectos. Al no poder separarse del sistema corporal de
base, no logran elaborarse a nivel mental ni inscribirse en el aparato psíquico como
experiencias subjetivas significativas. Existiría según el autor un vínculo particular entre un
aspecto del psiquismo del niño con las sensaciones cenestésicas y los movimientos

87
corporales. La hiperactividad muestra también un “discordancia” del sujeto con sus
experiencias, su mundo interno y sus espacios propios.

La hiperactividad infantil o inestabilidad psicomotriz aparece como una dificultad del


desarrollo, una dificultad para integrar y organizar el movimiento a lo largo de desarrollo
motor y en función de la identidad a lo largo del proceso intersubjetivo (Claudon 2007).

Claudon finalmente concluye que la inestabilidad psicomotriz daría cuenta de una


organización psíquica profunda y específica e implicaría un desarrollo psicosomático. Si bien
para el observador, la inestabilidad aparece como desorganizada, los mecanismos específicos
y la naturaleza del síntoma darían cuenta al contario, de una adecuada organización a nivel del
desarrollo psicosomático del niño, pero de grandes dificultades a nivel de los dinamismos
psíquicos de cada gran etapa de desarrollo afectivo y libidinal. La organización de la agitación
en la inestabilidad, constituiría en tiempo normales, un sistema suficiente para tratar la
excitaciones intra e intersubjetivas. Se trataría en palabras de Claudon de un trastorno de la
mentalización algo particular, un trastorno uniforme pero que se repite, por lo que la
alteración a nivel del desarrollo correspondería justamente a esta forma de discontinuidad.

En esta misma línea de análisis, Frejaville (2008), refiere como hipótesis comprensiva
fundamentada en la observación de este comportamiento, que existiría un déficit en la
elaboración psíquica de las pulsiones y las emociones, las cuales se exteriorizarían en el
cuerpo. Para la autora, o bien la pulsiones no lograrían ligarse a representaciones adecuadas o
bien habría una ligazón y desligazón constante entre pulsión y representación. Según
Frejaville (2008) la inestabilidad ideacional traduce esta dificultad en la representación de la
pulsión. Frejaville comparte con Claudon que la inestabilidad psicomotriz da cuenta de un
déficit en el proceso de mentalización, lo que se evidencia en la exteriorización de las
tensiones pulsionales, mediante el comportamiento. La autora describe el espacio psíquico de
estos niños como un psiquismo desocupado, silencioso y carente de representaciones
patológicas, ya sean estas neuróticas, psicóticas o depresivas (será mediante el abordaje
psicoterapeutico que estas producciones comenzarán a emerger).

Para Szwec (1993 citado en Frejaville, 2008) existe cierta coexistencia entre todos los
síntomas de la inestabilidad psicomotriz. En el espacio psíquico de estos pacientes, la pulsión

88
parece no haber podido ligarse a las representaciones, como si existiese el temor a que la
pulsión pudiese ser representada, a que quedase encerrada en una representación. La ligazón
entre pulsión y representación es considerada muy estrecha, muy lábil y no asegura la
representación.

89
CONCLUSIONES Y REFLEXIONES FINALES

Al momento de hablar de TDA/H se vuelve fundamental cuestionarse e interrogarse en


relación a qué diagnóstico se trata. Si se retoman los postulados acerca de la inestabilidad
psicomotriz se distingue que los determinantes psíquicos para pensar la hiperactividad,
desatención e impulsividad son múltiples.

Las hipótesis trabajadas a lo largo de esta tesis, tanto en relación a los primeros
tiempos de la constitución somato psíquica, como las hipótesis relativas a la individuación y
sus determinantes más tardíos, permiten colegir que existen múltiples motricidades y
desatenciones. Desde esta perspectiva, se vuelve primordial para concluir, pensar el
diagnóstico de TDA desde un paradigma que conciba la idea de complejidad psicopatológica.
Retomando a Morin y pensando la complejidad, como “el humilde reconocimiento de la
pluridimensionalidad de un objeto, pensamiento, acción, búsqueda y que integra siempre más
de un registro, muchos sistemas de funcionamiento y pertinencia, muchos niveles, y que sólo
puede ser aprehendido por una conjunción de distintas y múltiples perspectivas, diferentes
puntos de vista o vértices y por la articulación de sus diferentes comprensiones e
inteligencias” (Joly, 2008, pp. 133-134), es que se considera fundamental concebir el
diagnóstico de Trastorno por Déficit de Atención con o sin hiperactividad, desde esta mirada.
Así y en relación a lo trabajado a lo largo de esta tesis, es posible pensar la hiperactividad,
impulsividad y desatención como una multiplicidad de perturbaciones disímiles relativas tanto
a los cimientos de la vida psíquica, como en relación a perturbaciones en el lazo o no lazo con
el Otro. Sin embargo, frente a la invasión del diagnóstico resulta esencial distinguir las
llamadas falsas hiperactividades o pseudo inestabilidades de superficie que tienden a
diagnosticarse y catalogarse como TDA y que informan tal y como lo señala Joly (2008)
sobre una singular evolución psico-socio-educativa y que dan cuenta más bien, de una falta de
contención, de identificación y límites o bien, de una fragilidad en la identificación
narcisística. De igual modo, se diagnostica a niños confundidos en un intercambio o en una
mezcla de lugares entre el niño y el adulto. Asimismo, estas pseudo hiperactividades que
tienden a diagnosticarse como “Trastorno”, podrían estar respondiendo a la incapacidad de
decir “no” y su reverso, la incapacidad para soportar la más mínima frustración, el tiempo del

90
zapping, de la imagen, de lo virtual y la aceleración de los estímulos o la dificultad para
concentrarse y la imposibilidad en paralelo, de darle atención y tiempo al niño. Se diagnóstica
como TDA a niños estresados por falta de tiempo y de espacio (incluso para crecer) en una
sociedad que enaltece el pragmatismo, la rentabilidad y velocidad. Todos estos juegos
psicoeducativos terminan fabricando y tejiendo nuevos modos de niñez, niños agitados e
inestables con una gran inseguridad interna, visualizada en la oposición y desafío al adulto
y/o en la agitación (motriz y psíquica). Se debe por lo tanto ser sumamente cuidadosos al
momento de diagnosticar ya que tal y como lo señala Janin (2009) una de las dificultades con
la que nos topamos en la actualidad en psicopatología infantil, es la invasión de diagnósticos,
que no son más que un conjunto de enunciados descriptivos que se terminan transformando en
enunciados identificatorios conllevando a que un niño sea catalogado por los síntomas que
presenta, perdiendo así su identidad.

Desde este lugar se vuelve fundamental por lo tanto distinguir entre el mal real y la
construcción social. Existe un mal real tal y como lo postula Stiglitz (2006) que podemos
pensar en términos de lazo o no-lazo con el Otro (la desatención como un no lazo con la
palabra del Otro) o en términos de exceso pulsional (la hiperactividad y la impulsividad
como manifestaciones de un cuerpo mal regulado por lo simbólico). Sin embargo, ninguno de
estos males debiese constituir una clasificación o una categorización en términos
diagnósticos.

Desde esta perspectiva es posible sostener que toda clasificación se caracteriza por
dejar fuera la consideración sobre el propio modo de arreglárselas con la pulsión, de gozar.
Será por lo tanto mediante el síntoma, concebido como producción subjetiva, que el
psicoanálisis podrá localizar algo de ese modo y operar sobre él. Por lo tanto en términos
freudianos la pregunta podría postularse como: ¿Es posible hablar de un diagnóstico estático
en un psiquismo en estructuración? ¿Si la atención es investidura, es posible hablar de “la”
atención o de lo que se trata es de múltiples atenciones y desatenciones? ¿Qué ocurre con la
libido que no se utiliza para prestar atención? O ¿Qué sucede si retorna al cuerpo y éste se
vuelve inquieto sin responder al llamado del Otro? Es justamente debido a esta razón que el
psicoanálisis no hace clase, no existe uniformidad. El psicoanálisis por lo tanto, apunta a

91
acceder más allá de lo particular del dato objetivable y agrupable, a una dimensión de
singularidad.

Tomando en consideración estas proposiciones, es posible por lo tanto concluir que los
determinantes para hablar de hiperactividad son múltiples y que a lo largo de esta tesis se ha
intentando mostrar que en resumen, tal y como lo señala Garcia (2006) “como lo muestra la
abundancia de causas evocadas, no se conoce la causa de la hiperactividad” (p.23). Sin
embargo, el psicoanálisis en relación a las causas y al posibilitar el trabajo con la subjetividad,
tiene respuestas que las otras prácticas no tienen.

Resumiendo, si pensamos en relación a las múltiples hipótesis, causas y determinantes


tempranos al momento de hablar de mal real en torno a la hiperactividad, nos encontramos
con hipótesis relativas a la dificultad del niño para elaborar las tensiones pulsionales y los
afectos. Asimismo, la agitación psicomotora puede cumplir una función para - excitante y
protectora complementaria debido a que la madre ya sea por depresión u otros conflictos ( o
una relación caracterizada por carencias afectivas) constituye precozmente para el niño un
objeto excitado /excitante. La agitación o hiperactividad también podría ser leída como una
protección en el registro de los procedimientos autocalmantes, ya que la búsqueda
repetitiva de excitación cumple con el objetivo de promover la calma cuando el niño se ve
confrontado a la incapacidad de la madre para aplacar su angustia, percibir su estado de
ansiedad y su necesidad de ser aliviado. El autoerotismo compulsivo calma, porque procura
una descarga pero no una satisfacción. Se trata de una descarga de excitación y no de una
reducción de las cualidades de excitabilidad de los elementos psíquicos. Estos procedimientos
tienen un funcionamiento totalmente diferente a la represión y a la producción de síntoma
neurótico y actúan como mecanismos de defensa que aseguran la protección del yo contra un
peligro que podría amenazar su integridad. Desde esta perspectiva, tendría estrecha relación
con la motricidad y la percepción.

De igual modo, hay niños que desarrollan una actividad que cumple un rol
“antidepresivo” mediante la hiperactividad o bien, una reacción inhibitoria que va
limitando los intercambios estimulantes con el exterior. En esta misma línea, pensando en la
temática de la muerte y la depresión, diversos autores han postulado una defensa de tipo

92
maníaco que enmascararía la estructura depresiva del niño. Para Bergès, la hiperactividad
tendría una estrecha relación con la pulsión de muerte. La excitación motora y la falta de
atención funcionarían como defensa contra la pulsión de muerte. Para el autor, la función de
ligazón no se constituye y cuando lo que predomina es la desligadura, y el aparato funciona
con predominio de la pulsión de muerte, la energía se descarga en lo real, o vuelve al soma.

Desde otra línea de análisis, Golse (1996) hace referencia a los postulados de Anzieu
en relación al concepto de yo piel y las funciones de envoltura psíquica. Refiere que el
carácter operatorio de las agitaciones motrices pueden conllevar a una falla directa del yo
piel debido a que los estados y sensaciones que van marcando el cuerpo del bebé solo podrán
transformarse en pensamientos si el Yo- piel bien constituido, puede consolidar al Yo-
pensante. Diversos autores han trabajado la idea de una falla narcisística en respuesta a
decepciones suscitadas por las imágenes parentales. Sami Ali (1984) por su parte, refiere que
en estos niños existiría una gran dificultad para representarse como teniendo un cuerpo
propio, lo que conlleva a una imposibilidad de transformar el cuerpo en espacio de
representación e impidiendo la proyección normal de la imagen del cuerpo en el mundo
exterior.

Gauthier (1999) trabaja la idea de un déficit en la ritmicidad señalando que este eje,
es una de las principales dimensiones de la temporalidad que se ve deficitaria en el niño
hiperactivo. El desarrollo de ritmos estables, tanto en ciclos cortos como largos, será lo que le
irá permitiendo al niño ir constituyendo su identidad.

Se ha postulado también que la hiperactividad podría responder a la primacía del


cuerpo real por sobre el relacional. El cuerpo relacional es el cuerpo real biológico tratado e
interpretado por la madre. Las patologías del movimiento, muestran en demasía que la
atención de la madre (o un adulto) sobre el niño, se condensa principalmente sobre el cuerpo
real, sus movimientos y sobre el espacio del cuerpo. Desde este lugar es posible sostener que
el cuerpo real se instaura como eje de la presencia y de la identidad del niño en relación al
ambiente, lo que conlleva a que se centre la atención y la interacción sobre el cuerpo del niño.

93
En cuanto a los determinantes relacionales más tardíos que podrían entrar en juego en
el desarrollo de una inestabilidad psicomotriz, se distinguen también múltiples causas e
hipótesis vinculadas a su génesis.

Dolto (2005) ha enfatizado el papel de la investidura anal puesta en juego en la


impulsividad. Asimismo se ha concebido la hiperactividad como una “patología de la
castración anal” como una repercusión directa de la pulsión anal bruta o poco sublimada. El
fruto de la castración anal (o ruptura del cuerpo a cuerpo tutelar madre-hijo) priva al niño del
placer manipulatorio compartido con la madre. Es decir, que el efecto socializante e
industrioso de la castración no puede establecerse en estos casos. Las reacciones y las
fantasías impulsivas y muchas veces desorganizadoras del niño hiperactivo reflejan la
dificultad del yo para organizar la pulsión anal en la realidad externa. La hiperactividad desde
esta perspectiva, no le permitiría al niño entrar en un intercambio saludable con el otro y con
el mundo mediante el intercambio del lenguaje verbal. Claudon (2007) refiere que se
mantendría la imagen de un cuerpo anal en el que la castración no sería simbolígena sino que
perversa, pues mantiene los deseos motores infantiles, confundidos con las motivaciones
maternas.

Según Flavigny (2004) la excitación del niño hiperactivo sería de naturaleza sexual
ligada a la sexualidad anal. Esta organización libidinal fijaría al niño en su desarrollo,
dificultándole también la posibilidad de pensar la distancia con los objetos. Por otra parte, la
inestabilidad psicomotriz podría pensarse como una dificultad para elaborar la posición
viril del niño. El niño, según Flavigny no logra elaborar esta posición debido a que
experimenta su deseo edípico como ya “realizado”, elaborando una posición de
“inestabilidad” caracterizada por beneficios secundarios tales como el placer corporal
(excitación del cuerpo) y el placer narcisístico (conseguir la atención del los otros mediante su
agitación). Sin embargo, cuando la situación no le permite llevar a cabo estas ganancias
secundarias, surge una gran vulnerabilidad marcada por tendencias depresivas,
desvalorización y falta de estima, una gran angustia de castración, junto a una problemática
psíquica marcada por investiduras homosexuales y una carencia de objetos internos, lo que
conlleva a una gran inseguridad personal y una falta de confianza en la relación con otros.

94
Por otra parte, Flavigny (2004) ha concebido la agitación psicomotriz como una
patología de la autoridad, es decir, como el placer de enfrentar una instancia paterna
rechazada y desestimada, pero a la vez idealizada y dotada de un gran poder, como una
patología de la ausencia, la cual es vivida como imposible y erotizada en la relación con la
madre y finalmente, como una desviación de la sexualidad infantil hacia investiduras
arcaicas principalmente narcisísticas y teñidas de analidad, las que mantendrían una agitación
corporal incesante. La inestabilidad psicomotriz respondería a una represión de los
componentes edípicos, siendo los actos motores, su efecto. La angustia de castración
edípica es central en el conflicto sin embargo, no puede elaborarse porque rebalsa las
capacidades de ligazón del yo del niño.

La hiperactividad también se ha planteado como un déficit en el auto-erotismo.


Ménéchal (2004) sugiere que la hiperactividad podría ser pensada como una tramitación
psíquica para el niño, similar a la puesta en escena por el adulto, en la problemática
perversa. Para el autor, el acto hiperactivo daría cuenta de una fijación sobre la actividad, en
vez del objeto. Ante la necesidad de manejar las fallas a nivel de su narcisismo, el niño
utilizaría defensas de tipo maníaco y las carencias en el armado auto erótico conducirían a una
fetichización del acto, siendo el “fetiche” la agitación.

Por otra parte Frejaville (2008) refiere que los trastornos de la atención e
hiperactividad se originan en las experiencias en donde las investiduras narcisísticas y
objetales son vividas como incompatibles, cuando el límite entre adentro y afuera se
fragiliza. La autora refiere que cuando la investidura de los objetos externos sobrepasa a la del
espacio psíquico, primará un apego a lo real, a lo inmediato y a lo perceptivo, por lo que la
atención se descentrará de las experiencias internas y de la reflexión, hacia los estímulos
internos que la invaden. Las interacciones por lo tanto se multiplican en desmedro del diálogo
con los objetos internos, interacciones que corren el riesgo de una erotización excesiva. La
hiperactividad también podría concebirse como un conjunto de dificultades en la posición
“auto” posición reflexiva entre la actividad y la pasividad. La posición “auto” es decir, la
posición reflexiva, supone un límite claro entre el adentro y el afuera entre el yo y el otro. En
esta misma línea, es posible postular la hiperactividad, impulsividad y trastornos de la
atención como respuestas a una falla en la función inhibidora del yo y a una falla en la

95
estructuración de representaciones preconcientes. La dificultad de mentalización
repercute en la ligazón intrapsíquica de las excitaciones y los afectos. Claudon (2007) señala
que estos, al no poder separarse del sistema corporal de base, no logran elaborarse a nivel
mental ni inscribirse en el aparato psíquico como experiencias subjetivas significativas.

Ménéchal (2004) ha postulado la hiperactividad como una construcción conjunta de


orden intersubjetivo, que pondría en conflicto las bases narcisísticas infantiles, pero también
las del adulto. Esta conjunción narcisística participa en la tenacidad de esta patología. La
agitación excesiva da cuenta muchas veces de una demanda por la presencia del otro, sin
que esta pueda inscribirse en una perspectiva simbolizada de intercambio. Ménéchal constata
que el niño moviliza excesivamente la atención del otro y lo obliga a mantener una relación
dual exclusiva, siendo la solicitud y provocación al otro, una de las características más
evidentes de la hiperactividad. Es en este registro, que el autor postula “la transferencia de
las competencia atencionales” del niño frente al otro inmovilizado.

Para Daumerie (2004) la hiperactividad impediría un manejo normal de los


instrumentos de simbolización generando fracasos en el registro de la transicionalidad y
movilizando pasajes al acto transgresivos. De este modo concluye que se podrían pensar los
signos patológicos de la hiperactividad infantil como una formación de compromiso entre
la economía psíquica del niño y las condiciones que impone la relación social, tanto a
nivel de los vínculos afectivos precoces, como a nivel de los vínculos institucionales,
posteriores. Para el autor, se trataría de niños que han sufrido desmantelamientos psíquicos
precoces, lo que suscitaría como consecuencia, el recurso al pensamiento operatorio y la
agitación. De igual modo, es posible concebir a los niños hiperactivos como presentando
dificultades en el armado de una institución mental. La institución mental, término
acuñado por Hochman (1994 citado en Daumerie, 2004) sería un organizador de la vida
psíquica que se apoya continuamente en las instituciones externas. Estos niños habrían hecho
un recorrido institucional marcado por rupturas y por dificultades a nivel de los procesos de
cuidado.

La “inestabilidad psicomotora” también podría pensarse como una interfaz entre el


niño y su medio, que se traduce en un preciado continente narcisístico. Claudon (2007)

96
refiere que más que un simple déficit en la función de contención, se trataría más bien de un
esfuerzo excesivo para contener los elementos sensorio-motores y de este modo lograr
estabilizar, atraer y ligar las experiencias de sí mismo en un movimiento complejo de
protección narcisística. La psicomotricidad aparece también como una lógica dominante
para ligar las sensaciones con las representaciones de sí mismo, en el espacio del tejido
relacional con la madre. Según Claudon, mediante esta experiencia se va forjando “una
representación del cuerpo en acción” que permite establecer una ligazón entre tres aspectos
del funcionamiento somato psíquico: vínculo anaclítico/ psicomotricidad/ identidad.

Finalmente es posible postular estos síntomas (ya sea las dificultades atencionales, la
hiperactividad o impulsividad) como teniendo un punto en común, a saber: la dificultad para
representar. Untoiglich (2007) refiere que cuando los elementos históricos de orden
traumático son preponderantes, el pasaje al proceso secundario es precario, pues dichos
restos no elaborados invaden las producciones secundarias. Muchas de las situaciones que les
ocurren a estos niños se descargarán compulsivamente en forma corporal y será entonces
su cuerpo el que hablará por ellos. Se evidencian situaciones ligadas al origen no
procesadas, duelos o situaciones angustiantes de diversa índole, que no tuvieron un espacio
para la resignificación.

Luego de la revisión y exposición de la multideterminación y multifactorialidad de los


aspectos puestos en juego en las dificultades atencionales e hiperactividad, se vuelve
sumamente interesante pensar en un paradigma de la complejidad, como una subversión
frente a los modos simplificadores de conocimiento que terminan “mutilando”, en palabras de
Morin, las realidades o los fenómenos de los cuales pretenden dar cuenta. Desde este lugar y
retomando los planteamientos de Morin, es posible pensar que el fundamentalismo en
psicopatología (neurodesarrollo, neurofisiología y cognitivismo) basándose en un
conocimiento simplista funda su pretendida rigurosidad y operacionalismo en lo manifiesto.
Desde este lugar, es posible sostener a modo de conclusión, que la visión mutiladora unívoca,
unidimensional e imperialista de la ciencia (y de la psicopatología) se paga violentamente en
los fenómenos humanos y específicamente, en estos diagnósticos de época.

97
Retomando a Bleichmar (1998), todas estas clasificaciones, que intentan dominar el
campo, no sólo carecen de racionalidad sino que someten a la clínica a serias dificultades. Por
una parte, a la ausencia de modelos explicativos derivada de un afán clasificatorio que se
caracteriza por abandonar la búsqueda relativa a una determinación pulsional y por otra, a un
ensamblaje puramente descriptivo, que reúne características, sin profundizar en las causas ni
determinaciones.

Por lo tanto, la complejidad en torno a la problemática de la hiperactividad y


desatención, nos debiese hacer pensar al “mismo” tiempo y para ese “mismo” sujeto, tanto en
sus funciones cognitivas, su corporalidad, la investidura de sus funciones psicomotrices,
cognitivas e instrumentales, como en su vida intrapsíquica, su estructuración subjetiva, su
historia, su vida, sus relaciones intersubjetivas y transgeneracionales y su contexto (social,
cultural, escolar) de desarrollo e integración.

Desde la clínica por lo tanto, si bien es cierto que la sintomatología que presentan
estos niños responde muchas veces a los criterios diagnósticos del trastorno por déficit de
atención con o sin hiperactividad del DSM-IV, se advierte que este síndrome comportamental
puede recubrir situaciones psicopatológicas muy variadas (la dificultad de concentración
puede deberse tanto a causas circunstanciales como un episodio traumático recientemente
padecido, un duelo familiar que no deja energía libre para conectarse con la situación actual,
un exceso de trabajo que somete a un estrés insoportable), inscribirse en una problemática
familiar compleja, traducir eventualmente dificultades en la estructuración psíquica o bien,
responder a un síntoma, entendido como síntoma analítico, como puesta en acto de lo
inconsciente. En lugar de eliminar al sujeto por su objetivación en conductas, el psicoanálisis
puede tomar la manifestación como signo del sufrimiento de un sujeto que responde al
malestar de un modo singular. La propuesta de esta tesis radica en que más que considerarlo
como un “trastorno” o un “déficit” que habría que hacer “desaparecer” o acallar, se podría
más bien pensar como una solución provisoria que habrá que intentar erigir como mensaje y
llamado al Otro. Por lo tanto se trata de una apuesta al síntoma en lugar del trastorno o del
déficit, para encontrar el modo singular del sujeto de hacer con la angustia. Desde esta
perspectiva, pensar en la complejidad de las determinaciones implica una aproximación

98
comprensiva, en el sentido etimológico del término, es decir una aproximación que tome en
cuenta los diferentes componentes de la perturbación.

Parece esencial continuar interrogándose sobre el sentido de estas manifestaciones y la


historia en la que se inscriben. Este movimiento de historización se opone a las descripciones
estereotipadas de “Trastorno” descrito en los manuales, pero también muchas veces incluso,
al discurso de los padres desbordados. Se vuelve fundamental continuar investigando y
generando hipótesis para pensar el trabajo clínico con estos niños. Las intervenciones
terapéuticas sin embargo, debiesen intentar responder más a las especificidades de la situación
clínica que a las posiciones ideológicas que se ponen en juego. No obstante, se trata de un
tema equívoco en el que se ponen en juego tensiones que son clínicas y políticas en el sentido
más genérico, es decir, no sólo como tratamos a una persona, sino cómo situamos nuestro
discurso “en una sociedad en donde no existe la financiación de Dios para hacer las cosas,
sino que lo que se hace, crea la financiación de lo que se hace” (Garcia 2006, p.33).

Por otra parte, continúa abierta la pregunta acerca de la medicamentación y


posiblemente la necesidad de continuar investigando acerca de sus efectos subjetivos. La
respuesta farmacológica tal y como lo señala Stigiltz (2006) no tiene efectos unívocos. Si bien
por lo general va en contra de la demanda de saber, es inseparable de un efecto sujeto. Cabe
destacar que no se trata de rechazar a priori la prescripción de psicoestimulantes sino que
poder situar su uso en la perspectiva del caso a caso y con cautela. “La oferta del
medicamento miente si apunta a reducir el malestar a lo biológico” (Stiglitz, 2006, p.16). La
prescripción del fármaco puede ser legítima si no se instala como una respuesta automática y
si se considera desde una aproximación multifactorial y compleja ya que tal y como señala
Tallis (2006):“La medicamentación desresponsabiliza… Es más fácil pensar que una pastilla
puede solucionar un problema que pensar que se trata de un proceso” (p.36).

Habría que continuar investigando, preguntándose y generando interrogantes acerca de


la infancia en el mundo moderno, es decir intentar transformar la “hiperactividad” en la
pregunta acerca de qué es un niño hoy y porqué este fenómeno que se trataba de una manera,
ahora se trata de ésta… ¿Tendremos que tratar dentro de decenios a los niños normo-activos
de hoy? ¿La hiperactividad no será el reflejo de una cultura sometida a las leyes del zapping,

99
publicidad y consumo? El niño debe prestar por lo tanto su atención a cada uno de los
estímulos que se le ofrecen y en esto se dispersa y probablemente se pierde quedando
sumergido a una intensa angustia relativa al vacío. Si bien cada una de estas influencias
socioculturales merecen ser seriamente investigadas, no se puede desconocer que al observar
a ciertos niños, se evidencia que la agitación motriz y las dificultades atencionales que
presentan y que obstaculizan su escolaridad y las relaciones con su entorno, es un hecho que
los clínicos no pueden desconocer. Desde los orígenes de la psiquiatría del niño, múltiples
autores describieron bajo diferentes nombres (corea mental, niño turbulento o inestable,
hiperkinesia, inestabilidad psicomotriz) a niños que presentaban a la vez un comportamiento
agitado y ciertas dificultades para mantener su atención sobre una actividad precisa. Algunos
de estos niños parecen efectivamente experimentar un gran sufrimiento y demandan ayuda. La
hiperactividad, sin importar los términos con el que haya sido designada, es una realidad
clínica, pero la pregunta que debiese importar es cuál es el estatuto que se le otorga a este dato
observable: ¿enfermedad, síndrome o síntoma?

Ahora bien, en relación a las dificultades atencionales ¿Qué se pone en juego


entonces al momento de atender? ¿De qué déficit se trata? ¿A qué atiende o desatiende un
niño desatento? (¿No será que su interés es otro? ¿No estará angustiado y habrá que descubrir
qué es lo que lo causa? ¿No existe también la posibilidad que su atención esté centrada en la
curiosidad que le genera algo mucho más significativo que el discurso o actividad que le
proponen su padre, madre o docente?) ¿Se trata de un niño desatento o de un niño
desatendido?

En relación al trabajo clínico con niños diagnosticados como TDA, cabe señalar que
sólo pudiéndose suspender las clasificaciones, dejando de lado la categoría TDA y los saberes
que pesan sobre ellos (neurólogo, colegio, familia) puede ir emergiendo una demanda de
ayuda. Las entrevistas a los padres son importantes, no en el sentido de las encuestas
utilizadas para recabar información supuestamente cuantitativa de la conducta del niño (como
por ejemplo, la escala de conners para padres y profesores tan utilizada) sino más bien para
poder vislumbrar el lugar que tiene ese niño en la economía libidinal familiar, cómo es que el
deseo de los padres se ha puesto en juego en la historia particular de ese niño, en su modo de
accionar en el mundo, en su inserción escolar y social, qué ideales pesan sobre él y con qué

100
lugares se lo identifica o con qué personajes familiares se lo asocia. Por parte del niño, las
primeras entrevistas pueden permitir evaluar si es posible la constitución de un síntoma que
testimonie de cómo ese niño está sujeto en el lenguaje, al tiempo que da cuenta de su posición
de goce.

Finalmente más que un “déficit” o “trastorno” la propuesta de este trabajo es que lo


que se debiese diagnosticar, siendo muy cuidadosos en no clasificar ni catalogar, son los
múltiples conflictos que se ponen en juego, es decir si el niño se defiende y de qué, si el
conflicto responde al orden de la fantasía, o más bien da cuenta de una realidad amenazadora
y turbadora, si se trata de un conflicto con su entorno significativo, si los elementos del
conflicto son inter o intrasubjetivo y si se trata de un síntoma o de un trastorno en la
estructuración subjetiva.

A modo de conclusión, se puede complejizar el diagnóstico de trastorno por déficit de


atención habiendo precisado las diferencias que presentan los niños así diagnosticados.
Asimismo, el psicoanálisis puede generar aportes en la medida en que este diagnóstico se
suspenda y se conciba no como una categoría, sino que más bien, como múltiples expresiones
del sufrimiento infantil, que merecen ser escuchadas y comprendidas desde la particularidad y
subjetividad y tratadas tomando en cuenta su multideterminación. Por lo tanto, para pensar el
trabajo clínico con estos niños se vuelve fundamental hacer hablar más que acallar esto que
emerge y toma la forma de TDA. Desde el psicoanálisis entonces habrá que dirigirse al sujeto,
uno por uno, para que su padecer encuentre una salida que le sea propia, por fuera de lo que le
falta (déficit) o de lo que le sobra (hiper-actividad).

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