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INSTITUTO TECNOLÓGICO DE ESTUDIOS SUPERIORES DE ZAMORA

INGENIERÍA EN INNOVACIÓN AGRÍCOLA SUSTENTABLE


1A
UNIDAD 4
TORRES ANAYA ALEJANDRO
TORRES MARTÍNEZ JESÚS REYNALDO
LUVIANO GARCÍA MARÍA GUADALUPE
MARTÍNEZ COLLAZO DAVID ADOLFO
LÓPEZ ROCHA MARÍA GUADALUPE
FUNDAMENTOS DE INVESTIGACIÓN
PROFR. GUILLERMO HERNÁNDEZ GARCÍA
ZAMORA MICHOACÁN, A 1 DE DICIEMBRE DE 2021

“LAS DIFICULTADES DE SUBSISTENCIA PENITENCIARIA DE LOS REOS,


RECLUSOS DENTRO DEL SISTEMA PENITENCIARIO”
INTRODUCCIÓN
En el presente documento se dará a conocer a grandes rasgos y en ciertos puntos
a profundidad el cómo es la vida dentro de las prisiones mexicanas, qué hacen los
reos para subsistir, las actividades necesarias (que en la mayoría de los casos son
delictivas) que se llegan a realizar en estas cárceles, específicamente en los
reclusorios y Centros de Readaptación Social, o mejor conocidos como
CERESOS.
A primera instancia debemos conocer y entender lo que es un reclusorio. Un
reclusorio es un tipo de cárcel que pertenece al Estado y en la cual se recluye a
personas de 18 años y más, que han cometido algún delito o infracción a las
leyes, por lo que se les priva de su libertad y de otros derechos civiles.
Lo que en un principio era designado como cárcel, no era más que un lugar
destinado para la guarda y custodia de los reos, así como para restringir la libertad
de los mismos. Posteriormente se le conoció con el nombre de Penitenciaria, esto
a causa de la evolución de la pena privativa de la libertad, la penitenciaria tenía
como finalidad el arrepentimiento de los presos por haber trasgredido una norma
de carácter penal.
En la actualidad se les conoce como Centros de Readaptación Social (CERESO),
los cuales además de buscar el arrepentimiento de los infractores, buscan la
reintegración a la sociedad de los internos, de ahí el nombre de “Readaptación”,
ya que uno de sus objetivos es readaptar a los presos una vez cumplida su pena.
Los antecedentes de la prisión en México, al igual que el resto del mundo se
encuentra ligada al horror, al sufrimiento y a la constante violación de los derechos
humanos de los reclusos.
A partir de 1956 se reorganiza el sistema Penitenciario a través de la atención del
tratamiento de los reos en funciones más específicas. Para este año ya se cuenta
con estadísticas e información de todo el sistema.
En 1975 México toma en cuenta las bases de la ONU para el tratamiento de los
reclusos donde se lleva a cabo un nuevo proyecto penitenciario. Durante la
gestión del presidente Adolfo López Mateos se resaltan aportaciones que
consistían en proveer la adecuada organización del trabajo en los reclusorios. En
1971 se aprueba por el Congreso Federal normas mínimas que regulan la
readaptación social en base al trabajo, la capacitación y la educación. Conforme
pasa el tiempo se modifican las estructuras organizacionales con la finalidad de
lograr toda una institución Penitenciaria.
Para el 2000 el objetivo primordial fue la organización del sistema, así como el
desarrollo de la Industria Penitenciaria, que generase y retroalimentase una
verdadera readaptación y responsabilidad social, haciendo de los CERESOS lo
que son hoy en día.
DESARROLLO
Las cárceles existen en la mayoría de las sociedades desde hace muchos siglos.
Por lo general son lugares en los que las personas quedan detenidas hasta que se
las somete a algún tipo de proceso judicial. Quizá estén esperando a que se
celebre el juicio, a ser ejecutadas o a ser deportadas, o hasta que se abone un
rescate, una multa o una deuda. En ocasiones, una persona que supone una
amenaza particular para el Estado o para el gobernante local puede verse privada
de su libertad durante un largo período. El uso de la reclusión como castigo directo
de un tribunal fue introducido en Europa occidental y Norteamérica en el siglo
XVIII. Gradualmente se ha ido extendiendo a la mayoría de los países, a menudo
como resultado de la opresión colonial. En algunos países, el concepto de
encarcelar a seres humanos no encaja fácilmente en la cultura local. 12. A lo largo
de los años se ha producido un intenso debate, que aún se mantiene vivo, sobre
los propósitos del encarcelamiento. Algunos opinan que sólo debe utilizarse para
castigar al delincuente. Otros insisten en que su propósito principal es no sólo
disuadir a los reclusos de cometer nuevos delitos cuando recobren la libertad, sino
también disuadir a las personas que puedan estar tentadas de cometer un delito.
Otra perspectiva es que se encarcela a una persona con el fin de reformarla o
rehabilitarla. Es decir que durante su estancia en la cárcel acaba por darse cuenta
de que delinquir está mal y aprende a hacer cosas que le ayudarán a vivir en el
marco de la ley cuando recobre la libertad. A veces se afirma que la rehabilitación
personal llega gracias al trabajo. En algunos casos, una persona puede ser
recluida porque el delito que ha cometido demuestra que representa una grave
amenaza para la seguridad pública. 13. Desde el punto de vista práctico, los
propósitos de la reclusión se interpretan como una combinación de algunas o
todas esas razones. La importancia relativa de cada una variará según las
circunstancias de cada preso. Sin embargo, cada vez está más extendida la
opinión de que la cárcel es un último recurso que resulta sumamente costoso y
sólo debe usarse cuando la autoridad judicial considere evidente que una medida
no privativa de la libertad no sería apropiada. 14. La situación de las personas
detenidas a la espera de juicio es una cuestión que reviste especial interés. Su
situación difiere por completo de la de las personas que han sido condenadas por
un delito. Aún no han sido declaradas culpables de delito alguno y por
consiguiente son inocentes a los ojos de la ley. La realidad es que a menudo son
retenidas en condiciones durísimas, que a veces suponen una afrenta para la
dignidad humana. En varios países, la mayoría de las personas encarceladas
están esperando a que se celebre su juicio. La proporción llega en algunos casos
al 60 %. El tratamiento de los presos preventivos reviste problemas particulares,
por ejemplo cuando el acceso a asistencia letrada y a los familiares viene
determinado no por las autoridades penitenciarias sino por otra autoridad, como el
fiscal.
Lo más importante de esta investigación es el tema a tratar: La vida de los reos y
sus implicaciones para subsistir en las prisiones mexicanas. ¿Qué tipo de
personas llegan a caer en un reclusorio? Aquellas que cometen algún delito, que
en este caso nos centraremos en los moderados (como el fraude, estafas, etc.) y
los graves (secuestro, violación, homicidio, narcotráfico, lavado de dinero, etc.)
¿Qué se vive en los reclusorios?
Desgraciadamente y para sorpresa de nadie, en la mayoría de cárceles, penales y
reclusorios se violan la mayoría de los derechos humanos; tenemos el caso de
Juan Francisco Maya Juárez, o mejor conocido como “Paco Maya”, ex-miembro
del conocido grupo de comediantes “Diablo Squad”, liderado por Franco Escamilla.
Paco Maya fue arrestado en el año 2005, a causa de fraudes crediticios
generados en una agencia de Volkswagen. Esto lo llevó a ser encarcelado en el
reclusorio oriente durante 1 año y medio aproximadamente. Él nos cuenta como
es vivir dentro del reclusorio, qué se hace, como subsisten, qué actividades
conllevan, su relación con otros reos, gastos, visitas, etcétera.
Primero es llevado al reclusorio oriente, conocido por los reos como “Campus
Oriente”, donde entra a “Ingreso”, que es una de las zonas del reclusorio. Existe
“Ingreso”, “COC” y “Población”. Ingreso es donde llegan los nuevos reclusos, COC
es un intermedio, le llaman una “preparación” para población, y población es
donde ya están en sí todos los reos, y donde se realizan la mayoría de actividades
por parte de los mismos.
Para nosotros los civiles el escuchar “Cárcel” significa rejas y punto. Pero desde el
punto de vista de alguien que estuvo recluso es algo totalmente distinto. La
realidad es muy diferente a lo que uno puede llegar a pensar, ya que suceden
cosas inimaginables, pero que desgraciadamente son ciertas. Cosas como la
“lista”, las “chequeras”, las “concesiones”, la “protección”, entre muchas otras
cosas que más que nada giran en torno al dinero.
Las cárceles en México: algunos datos generales
En México existen 447 establecimientos penitenciarios, que se distribuyen de
acuerdo con la autoridad a cargo: cinco federales, 330 estatales, 103 municipales
y nueve del gobierno del Distrito Federal. La población penitenciaria se divide en
95% de hombres y 5% de mujeres, porcentaje similar al registrado en otros países
(Azaola/José). Del total, 56% ha sido sentenciado, en tanto que el 44% restante
está integrado por detenidos sin condena, proporción que se ha mantenido más o
menos constante a lo largo de la última década. En ese aspecto, México se
diferencia de la mayoría de los países latinoamericanos, que presentan
porcentajes más elevados de presos sin condena.
En cuanto al fuero, 26% de los internos se encuentra acusado por delitos del fuero
federal, principalmente tráfico de drogas, mientras que 74% fue encarcelado por
delitos del fuero común, tendencia que tampoco se ha alterado significativamente
durante la última década.
Lo que sí ha ocurrido en los últimos diez años, y es importante subrayarlo, es el
incremento sin precedentes de la población en prisión. En la última década, en
efecto, el número de detenidos se ha más que duplicado, lo que nunca antes
había ocurrido en un periodo tan corto. De hecho, México tenía en 2006 una tasa
de 245 presos por cada 100.000 habitantes, una de las más elevadas en América
Latina, mientras que en 1996 la proporción era de 102 presos por cada 100.000
habitantes. En otras palabras: cada noche, un cuarto de millón de personas
duerme hacinada en las prisiones.
Entre los factores que han incidido en ese incremento, podemos señalar el
aumento de los índices delictivos, las reformas a los códigos que han endurecido
las penas y las medidas administrativas que prolongan la estancia en prisión.

Los resultados de las encuestas


Las dos encuestas (la primera efectuada en 2002 y la segunda, en 2006) fueron
realizadas en establecimientos penitenciarios del Distrito Federal y del Estado de
México, donde se concentran 50.000 internos, casi la cuarta parte del total de la
población en prisión del país. Las cárceles manejadas por los gobiernos del
Distrito Federal y del Estado de México son, además, las que presentan mayores
niveles de superpoblación, ya que reúnen a 40% del total nacional de la población
excedente en prisión.
Asimismo, son los centros penitenciarios que han registrado mayores incrementos
de detenidos, que se duplican cada seis años, lo que da una idea de la magnitud
de los problemas que enfrentan.
Algunos datos de la encuesta de 2006 permiten hacerse una idea de las
condiciones de vida de los presos en estos establecimientos: 26% de los internos
aseguró que no dispone de suficiente agua para beber; 63% considera que los
alimentos que les proporcionan son insuficientes; 27% señaló que no recibe
atención médica cuando la requiere; solo 23% dijo que la institución le proporciona
los medicamentos que necesita; un tercio de los presos opina que el trato que
reciben sus familiares cuando los visitan es «malo» o «muy malo»; 72% dijo que
se siente menos seguro en la prisión que en el lugar en donde vivía antes; y 57%
dijo desconocer el reglamento del centro penitenciario donde está recluido.
El problema del hacinamiento es particularmente grave en las prisiones del Distrito
Federal y de la zona metropolitana, donde algunos establecimientos albergan a
más de 9.000 internos. Para graficar este punto, alcanza con señalar que la mitad
de la población detenida en las cárceles analizadas duerme en espacios que
rebasan, en ocasiones por más del doble, el cupo para el cual fueron diseñados.
Si se comparan ambas encuestas, queda claro que las instituciones penitenciarias
estudiadas proveen a los detenidos de cada vez menos bienes básicos, como
ropa, cobijas y zapatos. De hecho, el último sondeo demuestra que las familias
deben aportar cada vez más cosas a los internos para suplir las deficiencias de los
centros penitenciarios.
La tendencia al deterioro se confirma con la opinión de los reclusos acerca de la
calidad de los alimentos: en 2006, 44% dijo que la alimentación recibida era
«mala» o «muy mala», mientras que en 2002 el porcentaje era de 39%. Con
respecto a la atención médica en las cárceles del Distrito Federal, quienes dijeron
que no era adecuada representaban 20% del total en la primera encuesta y 35%
en la segunda. En cuanto a los medicamentos, 59% señaló que se los pide a la
familia. En las cárceles del Estado de México, el porcentaje de quienes calificaron
la atención médica de «mala» o «muy mala» se incrementó de 15% a 23% entre la
primera y la segunda encuesta.
El contacto con los familiares también se hizo más difícil. Aunque la frecuencia con
que los internos se comunican telefónicamente con sus familiares es parecida en
ambas encuestas, se registró una disminución en las visitas. También ha
disminuido la frecuencia de la visita conyugal en los centros penales del Distrito
Federal: mientras que en la primera encuesta 26% de los internos dijo haber
tenido acceso a este beneficio durante los seis últimos meses, en la segunda
consulta solo 20% manifestó lo mismo. En el Estado de México, la proporción se
mantuvo estable en 24%.
El trato que reciben sus familiares cuando los visitan fue calificado de «malo» o
«muy malo» por 30% de los encuestados en 2006, porcentaje similar al de la
primera encuesta. En cuanto a los pagos que tienen que efectuar los familiares
cuando los visitan, son significativamente más frecuentes en las prisiones del
Distrito Federal que en las del Estado de México, si bien en este caso los
porcentajes se han incrementado respecto a los obtenidos en la primera encuesta.
La presencia de la familia es fundamental para la mayoría de los presos. La
importancia de este apoyo queda claro si se toma en cuenta que, en el transcurso
de los seis meses anteriores a la entrevista, 86% de los internos dijo que sus
familiares les habían llevado alimentos, 78% ropa o zapatos, 65% dinero, 62%
medicinas y 46% material de trabajo. Como se ve, quienes reciben algún tipo de
asistencia externa son mayoría, aunque el porcentaje disminuyó entre la primera y
la segunda encuesta.
La percepción de seguridad dentro de la cárcel es limitada. La mayoría de los
presos dijo sentirse más seguro antes de ingresar a prisión, 57% manifestó que
sufrió un robo al menos en una ocasión y 12% dijo que fue golpeado cuanto
menos una vez en los últimos seis meses. Estas últimas cifras se han
incrementado ligeramente.
Los porcentajes de quienes consumen alcohol o drogas son difíciles de estimar.
Solo 13% de los internos lo admitió, pero las autoridades penitenciarias aseguran
que el porcentaje real es superior a 40%. Del mismo modo, tampoco resultó fácil
obtener cifras confiables sobre los internos que participan en actividades laborales
o educativas. Mientras que tres cuartas partes de los presos dicen participar de
actividades de este tipo, las autoridades sostienen que, en verdad, es solo una
tercera parte.

El desempeño de las instituciones de justicia


Las encuestas permiten también evaluar el desempeño de las instituciones de
justicia y analizar las numerosas deficiencias reportadas por los internos. En un
breve resumen de éstas, podemos señalar, en primer lugar, que el momento en
que el delincuente es detenido por la policía es señalado como el de mayor nivel
de corrupción percibida (62%) y reportada (52%). Es, en definitiva, la oportunidad
más importante para que un delincuente logre evitar la acción penal.
Por otro lado, la investigación a cargo de las procuradurías logra identificar solo a
una proporción muy reducida de responsables. La mayor parte de los
sentenciados (92%) fue detenida en flagrancia. Esto revela la incapacidad de las
fuerzas policiales para investigar y detener a los delincuentes profesionales, lo que
permitiría resolver los casos más complejos. En línea con lo anterior, la mayoría
de los delitos que se sancionan revisten escasa gravedad y complejidad. Son, en
su mayor parte, robos simples de bienes por un valor inferior a los 200 dólares.
La defensa de quienes están sometidos a juicios penales es sumamente deficiente
y, en algunos casos, inexistente. Se comete, por lo tanto, una violación sistemática
de los estándares mínimos del debido proceso legal desde el momento de la
detención hasta el de la sentencia. Esta violación es más aguda en la etapa en la
que el acusado se encuentra a cargo del Ministerio Público: 36% de los
sentenciados dijo haber sido golpeado por la policía judicial. Otras violaciones
importantes a garantías fundamentales que fueron frecuentemente reportadas en
esta etapa son: no haber informado a los detenidos de su derecho a permanecer
comunicados (30%), no haberles informado de su derecho a contar con un
abogado y que éste los asesore antes de presentar su declaración (58%), y no
haberles informado sobre su derecho a no declarar (62%). En ese contexto, no es
casual que la mitad de los sentenciados asegurara haber confesado bajo
intimidación o tortura.
En general, se evidencia un desequilibrio importante durante el juicio entre el
acusado y el acusador en detrimento del primero. Esto se explica tanto por la falta
de una defensa adecuada (46% de los abogados defensores no presentaron
pruebas), como por la ausencia del juez en la conducción del juicio. Todo ello hace
que el acusado se perciba, en 78% de los casos, como injustamente castigado.
Esta percepción se encuentra asociada, al menos en parte, a la falta de
estándares mínimos que hacen que un juicio pueda ser percibido como justo, tales
como la presencia del juez, una defensa de calidad y un nivel satisfactorio de
comprensión por parte del acusado acerca de lo que ocurre durante el proceso.
Los datos de las dos encuestas confirman que, en términos generales, casi todos
los establecimientos penitenciarios se han deteriorado y exhiben carencias
importantes. Una de las primeras conclusiones, por lo tanto, es que las prisiones
no constituyen un rubro sustantivo o relevante de la agenda política mexicana a la
hora de establecer la asignación de los recursos públicos. Las cárceles no son
vistas como un ámbito en el que se deben invertir recursos sino más bien como un
gasto que siempre sería deseable reducir.
Por otro lado, los familiares asumen con frecuencia, y de diferentes maneras, una
parte importante de los costos de reclusión del interno mediante el envío de
alimentos, ropa y otros elementos esenciales para la supervivencia. Esto significa
que la institución carcelaria impone, o admite de facto, penas que incluyen a la
familia y que, por lo tanto, trascienden al interno. Además de ser jurídicamente
inadmisible, esto coloca en una situación de desventaja a aquellos presos que
carecen de lazos sólidos con el exterior. Y pone de manifiesto la ausencia de
estándares explícitos que regulen los bienes que las instituciones penitenciarias
están obligadas a proveer, de acuerdo tanto con las normas nacionales como con
los tratados internacionales. Las respuestas de los presos encuestados acerca del
orden, la legalidad y la seguridad dentro de las cárceles fortalecen la hipótesis de
que las prisiones definen un universo propio de relaciones que se caracteriza por
el predominio de un régimen paralegal. Como demuestran diversos estudios, se
trata de espacios que propician una normatividad y una organización informal
paralelas al orden institucional formal (Pérez).
Otro factor que aconseja la revisión del actual modelo que rige las prisiones es el
hecho de que éstas no se encuentren en condiciones de cumplir con su
fundamento doctrinario de lograr la readaptación social mediante el trabajo, la
educación y la capacitación. En este punto parece haberse centrado el debate que
durante muchos años ha tenido lugar en el campo penitenciario, sin que por ello
pueda afirmarse que se ha logrado arribar a una solución satisfactoria.
En cuanto al conjunto de instituciones que intervienen en la procuración de
justicia, la actuación de la policía, de los fiscales y de los jueces deja mucho que
desear en cuanto a los estándares legales y el respeto a las garantías básicas. El
resultado de largo plazo es una sociedad sin reglas claras, donde todos saben que
éstas se aplican solo parcialmente y con excepciones. Del mismo modo, el hecho
de que la mayoría de los presos hayan sido detenidos en flagrancia revela la falta
de eficacia de los procedimientos de investigación. Si se diseñara una política para
incrementar la proporción de detenidos como resultado de una investigación
policial, probablemente llegaría a prisión otro tipo de delincuentes: seguramente
habría menos presos pobres.
Ahora bien, ¿cuál es el costo que paga el país por las deficiencias de su sistema
de procuración de justicia? El principal es, sin duda, el impacto sobre el Estado de
derecho. Las instituciones que intervienen en la procuración y administración de
justicia no pueden limitarse a combatir la delincuencia: tienen que incorporar,
como uno de sus objetivos centrales, la generación de confianza en los
ciudadanos, reducir la arbitrariedad y fortalecer la legalidad.
Un sistema de justicia ineficiente, que solo castiga a los pequeños infractores,
envía un mensaje poco claro a quienes son capaces de producir daños más
severos. Por eso, invertir en mejorar las instituciones de procuración y
administración de justicia permitiría elevar los niveles de confianza de los
ciudadanos. No se trata de invertir más recursos, sino de modificar mecanismos,
crear incentivos para las buenas prácticas y diseñar procesos inteligentes.
Sin un esquema claro de estándares y parámetros de calidad, sin el
establecimiento de prioridades y estrategias, podrán invertirse más recursos, como
de hecho se ha venido haciendo, pero los resultados seguirán siendo pobres. Solo
de este modo se podrá arraigar la percepción de que hay reglas que nadie viola,
que todos respetan. Ésta sería la mejor manera, la más sólida y sustentable, de
reducir los índices delictivos.

Las sanciones penales en nuestro sistema jurídico al igual que otras en el mundo,
están representadas por un amplio repertorio de reacciones que la sociedad ha
tenido respecto al delincuente, pero en el momento en que la pena restrictiva de la
libertad se empieza a utilizar como pena propiamente dicha, da lugar a que en
gran medida quede relegada la pena de muerte, y se convierta en la más utilizada,
no tan sólo en nuestro país, sino en la mayoría de los países del mundo.
Esto es, la prisión desde el momento en que sistemáticamente se le utiliza ya
como pena, ha sido el medio favorito para tratar de punir y manejar a los
delincuentes, aun cuando no se han abandonado totalmente otro tipo de penas
(multa) que también se encuentran normatizadas en los códigos represores, así
como tampoco ha cesado la búsqueda por encontrar otros medios penales con los
cuales poder sustituirla; por ejemplo: trabajo a favor de la comunidad, arraigo
domiciliario, etcétera.
A mayor abundamiento, se observa cómo los doctrinarios buscan explicar y
fundamentar tanto los diversos tipos de sanción como sus fines y duración,
tratando de encontrar una pena que sea lo suficientemente elástica para adecuarla
al delito y muy posteriormente, al delincuente.
Esta búsqueda ha llevado hasta hoy a encontrar solamente una pena conocida
con el nombre de prisión, lugar donde se le recluye a un delincuente sometiéndolo
a un tratamiento penitenciario, significando una apreciable alternativa para sustituir
la pena de muerte, las mutilaciones y las torturas aplicadas tiempos atrás a los
delincuentes.
Sin embargo, el fin de la pena privativa de la libertad de lograr la “readaptación
social” o “rehabilitación social”, por medio del tratamiento o terapia, ha sido motivo
de estudios en la doctrina penitenciaria, en las obras de los criminólogos y en
numerosos congresos penitenciarios, como por ejemplo, el Octavo Congreso de
las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente,
celebrado precisamente en 1990 en La Habana, Cuba, sin olvidar uno último
celebrado en El Cairo, Egipto, en el año de 1995 Con relación al término
tratamiento, hasta hace algunos años no se dis- cutía y se consideraba un
magnífico avance progresista dentro de un con- texto de humanización de las
prisiones.
Pero hoy en día las cuestiones han cambiado, pues se cuestiona severamente por
parte de los estudiosos de la ciencia penitenciaria, ya que se ha hablado del
tratamiento como si se tratase de una varita mágica para poder transformar a los
delincuentes de hombres malos o perversos en hombres “buenos” de nuestra
sociedad. Es decir, “en la mayoría de leyes de ejecución penal quedó incluido
dicho concepto (tratamiento) a partir del siglo XX, y en las leyes suecas de 1945,
así como en las leyes de Holanda, Turquía, Checoslovaquia, Yugoslavia, Francia y
Noruega en 1964, por citar sólo algunos países de la Europa occidental”.
Respecto a estas legislaciones lo más importante de ellas es que en la de
Noruega, se señala como objetivo primordial del tratamiento el de mejorar en todo
lo posible la aptitud y el deseo del recluso de seguir una vida conforme a la ley,
una vez en libertad.
Refiriéndonos a nuestro país, se habla en nuestras leyes de ejecución penal del
mismo término (tratamiento), buscándose con ello lograr la tan aventurada
readaptación social del delincuente, o sea, la rehabilitación por medio de la
ejecución penal, debiéndose entender en el sentido de alcanzar la reeducación del
delincuente, teniendo como parámetro la media ético- cultural del ciudadano
común y corriente.
En otras palabras, el penitenciarismo moderno mexicano persigue como fin último
la readaptación o reinserción del delincuente a nuestro entorno social, a diferencia
del antiguo penitenciarismo que a lo más que aspiraba era ejecutar un castigo
para disuadir a futuro a quien violara el orden legal. Para alcanzar dicho propósito
se han hecho numerosos esfuerzos, y los especialistas en esta materia han
establecido como elementos fundamenta- les: el tratamiento individualizado del
preso, la existencia de instalaciones carcelarias adecuadas y el respaldo del
cuerpo técnico especializado (pedagogos, criminólogos, psicólogos, trabajadores
sociales y otros).
Pero aun cuando han sido magníficos los esfuerzos realizados en este aspecto
por penitenciaristas de vocación, sólo por citar en esta ocasión a algunos: Javier
Piña y Palacios, Antonio Sánchez Galindo, Sergio García Ramírez, Juan Pablo de
Tavira, etc., puedo afirmar, sin temor a equivocación, lo siguiente: nuestro sistema
penitenciario mexicano está muy lejos de poder lograr la verdadera rehabilitación
social del infractor de la ley penal, pues son varios los factores que impiden de una
buena manera lograr dicho propósito.
Estar encarcelado en México cuesta caro. Y no sólo por la sentencia que debe
cumplirse, sino también porque los reos deben pagar para sobrevivir en las
prisiones. En las cárceles mexicanas hay cuotas por todo: el derecho a dormir
acostado, recibir un poco de agua para beber y asearse, evitar golpizas y
asaltos… La justicia mexicana, "a juicio" ante las cámaras Organizaciones civiles y
estudios académicos señalan que un preso puede desembolsar un promedio de
5.000 pesos al mes (unos 300 dólares) por vivir en relativa calma dentro de una
prisión mexicana.
Hacinamiento y corrupción: el infierno de las cárceles mexicanas Las cárceles
mexicanas han sido escenarios de fugas, fiestas, riñas y amotinamientos. Se
imponen los autogobiernos, en momentos en que las autoridades han buscado
reducir la población carcelaria.
Motines, asesinatos, fugas, violencia: la crisis que viven las cárceles de México
desde hace años está lejos de solucionarse por el hacinamiento, los tentáculos de
las bandas criminales entre rejas y la corrupción de las autoridades. "La crisis se
debe a dos factores", explica Guillermo Zepeda, director de Jurimetría, un centro
de investigación de temas legales. "Por una parte al hacinamiento y por otra al
crimen organizado, que ha permeado ya a los centros penitenciarios".
El gobierno del presidente Enrique Peña Nieto ha insistido en su intención de
enfrentar este problema endémico con más infraestructuras, equipamientos,
aumentando los salarios y reforzando la capacitación del personal. En el último
año se logró reducir la población carcelaria en 30 mil personas, pero el 58 por
ciento de los actuales 216 mil 831 reos viven hacinados.
Esto significa que más de un tercio de las 375 cárceles del país están
sobrepobladas.
ARMAS Y FIESTAS
En varias cárceles, las bandas criminales terminan imponiendo su autogobierno y
mantienen sus rivalidades, originando riñas, motines, fugas y asesinatos. Este año
se han registrado balaceras, incendios y hasta el escape de 29 reos en varias
prisiones de Tamaulipas. De Sinaloa huyó el hijo de Juan José Esparragoza, uno
de los fundadores del poderoso cártel de Sinaloa. Las redes sociales han hervido
en las últimas semanas con las imágenes de una "narcofiesta" en una cárcel de
Jalisco, donde decenas de presos toman alcohol, comen y disfrutan de un
concierto en directo, y con un video de reos maltratados y obligados a limpiar
vestidos con ropa interior femenina.
Hace apenas unos días, la policía encontró armas largas y un túnel en otro
presidio de Tamaulipas donde el 80 por ciento de los detenidos son miembros del
cártel del Golfo. En la memoria están las dos espectaculares huidas en 2001 y
2015 de Joaquín El Chapo Guzmán, uno de los mayores narcotraficantes del
mundo, y la masacre del año pasado en la cárcel de Topo Chico en Nuevo León,
que dejó 49 muertos por una pelea.
Este escenario solo es posible por "la corrupción dentro del sistema", reitera la
académica del Centro de Investigación y Docencia Económicas Catalina Pérez.
"Hay muchísima corrupción de la que nadie se ocupa". "Terminan unos internos
pagando por tener celdas de lujo y todo lo que quieren tener, mientras que los más
pobres son los que limpian los escusados (baños)", cuenta. La Comisión Nacional
de los Derechos Humanos (CNDH) expresó de nuevo en mayo "su preocupación
por el agravamiento de las condiciones de autogobierno/cogobierno en centros
penitenciarios, ante el aumento de internos vinculados a la delincuencia
organizada o con suficiente capacidad económica".
UNA LEY INEFICAZ
Casi el 50 por ciento de los reos en prisiones federales y el 30 por ciento en
penales estatales están detenidos de forma preventiva, a la espera de un juicio y
una sentencia. En muchos casos, esperan castigos por delitos menores, como
robos sin violencia. "La gente que está ahí es la que tiene menos recursos, que
han sido acusados solo por delitos menores", señala Pérez. En su opinión, México
debe decidir qué función da a las cárceles: "Si las vamos a usar para quienes
poseen mínimas cantidades de sustancias ilícitas o para reinsertar (a la sociedad)
a quienes cometieron los peores delitos", plantea. En junio de 2016, el Congreso
aprobó una ley de sanciones penales que, además de la prisión, prevé otras
penas como la reparación de daños o trabajos comunitarios.
La norma busca lograr la reinserción social de los delincuentes y despresurizar las
cárceles, pero su proceso de implementación avanza lentamente. "Tenemos ahora
que exigirle a la autoridad que cumpla de manera debida con la ley, y es algo que
no vemos que esté aconteciendo", señala la senadora Angélica de la Peña, del
Partido de la Revolución Democrática (PRD) y al frente de la comisión de
Derechos Humanos en la Cámara Alta. Las organizaciones civiles, de su lado,
están preocupadas porque la sociedad no ha sido educada para aceptar a quien
ha estado preso. "Si saliendo de la cárcel no encuentra trabajo, es discriminado,
es el señalado de su barrio, pues es el cuento de nunca terminar", subraya
Consuelo Bañuelos, directora de Promoción de Paz, una organización que busca
la reinserción social de los presos.

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