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Composición literaria

Narrativa psicológica

El enigma de una huella de vida


¿En qué medida una sonrisa refleja nuestro mundo interior?
Adriana V. Ordoñez T.

En la madrugada gélida del lunes 3 de noviembre, el Dr. Albán se preparaba


para cumplir con su rutinaria labor, eran las 03:45 cuando el galeno advertía la
frialdad de las sábanas y pensó que se asemejaban a todo cuerpo inerte que
claudica ante el triunfo de la muerte. De repente, alguien toca el timbre de forma
ansiosa e insistente y, como no podría ser de otra manera, ha ocurrido un
impactante accidente de tránsito, a causa de ello, siete personas fallecieron.
Algunos cuerpos se muestran desfigurados, con sus ojos desorbitados y la palidez
de su rostro esboza un ceño fruncido, ya sea por la confusión o el dolor,
paralelamente, otros cuerpos reposaban incompletos por las amputaciones
sufridas; en consecuencia, toda la atmósfera empezó a ceder espacio al olor
característico de la muerte. No obstante, a esta decadente escena se suma un
cuerpo que llega, exactamente a las 03:55, en diferentes condiciones y al ser el
último en llegar, pasa inadvertido para el forense.
El Dr. Albán saca su libretita para registrar los primeros indicios que son
evidencias causales del motivo mortal, tras pasar la revisión por los primeros siete
cuerpos, piensa en lo insignificante que es el ser humano frente al poder de la
muerte. Una y otra vez, interioriza las expresiones de dichos rostros retorcidos por
los gestos de dolor y angustia; aunque esto no representan ninguna sorpresa para
el galeno, y más aún, si a esta escena se suma el olor a sangre que representa el
desprendimiento de la vitalidad.
Pero, paradójicamente, existe un cuerpo que contrasta con los demás, uno
en particular, que se encuentra intacto, pues no ha cedido a la inclemencia de la
muerte, pareciese que está aún en la batalla; pues su rostro todavía mantiene la
huella de la vida. Seguidamente, los camilleros trasladan los cuerpos inertes. El
forense inicia su labor con el único cuerpo que mantiene su identificación, el cuerpo
de Roberto Cáceres, cuyo rostro mantiene una espléndida sonrisa. Intenta a toda
costa encontrar el motivo de la muerte, pero siente que la sonrisa figurada en el
rostro del occiso, lo perturba e inquieta a tal punto de obsesionarse solamente por
esta expresión que observa lentamente y no la admite ya que esta se aparta de
cualquier explicación lógica.
Sus ojos no han visto una situación semejante, pese a que lleva veinte años
en el oficio. Se siente impotente, decide regresar a la comodidad de su sillón, toma

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Composición literaria
Narrativa psicológica

una copa de vino, cierra los ojos e imagina cuál fue la causa de la notable sonrisa
que está por enloquecerlo.
Son las 5:00 am, aún el forense no ha completado su trabajo con el último
cadáver, es consciente de ello, pero también interioriza la limitación que le dificulta
realizar su labor. Siente que se enloquece, decide salir de la sala forense, pierde la
noción de su accionar, abandona los cuerpos, toma un taxi y se dirige a su
apartamento.
Ya en la comodidad de su hogar, inicia una minuciosa investigación referente
al trastorno de la sonrisa, progresivamente, deduce que Roberto Cáceres fue
invadido por una alteración emocional, cuyo origen era aún desconocido. Pensaba
que, al sumergirse en el plano biosociológico, podría encontrar una respuesta a su
inquietud. La tarde caía, el sol ya se ocultaba, y el galeno no tenía una respuesta
certera que devele el enigma. Presa de la desesperación y el cansancio, cedió ante
un sueño profundo.
Martes 4 de noviembre, el médico despierta a las 5:00 am, es consciente de
su irresponsabilidad, se levanta rápidamente, toma un baño se observa en el
espejo, y se detiene a recordar que debido a su rutinaria labor había perdido la
sonrisa, había olvidado cuándo fue la última vez que el espejo reflejó su sonrisa. Y
pensó por qué era ilógico que una persona mantenga una sonrisa luego de su
deceso, si las expresiones son parte de la vida y Cáceres estuvo vivo, entonces
¿dónde está la situación ilógica y el motivo de su investigación? Ante este
cuestionamiento, recordó una aseveración general: “es conocido que la muerte no
escoge un momento oportuno para arrebatarnos la vida”.
Entonces meditó y expresó: “Siempre he sentido lástima por los cuerpos
inertes que he revisado, hasta me he regocijado en constatar que
independientemente del reconocimiento y posición social, todos coinciden en un
mismo destino final: su encuentro con la muerte. Hasta he llegado a pensar que,
por mi rutinario oficio, le llevo ventaja a la muerte, pues ella no me arrebatará
nada porque estaré listo para ese encuentro. Y ahora advierto que al menos ellos
no decidieron perder su vida, fueron víctimas de casos fortuitos, pero yo soy el más
miserable de todos, pese a que la muerte aún no ha llegado por mí, ya he perdido
la vida”.
Era evidente que el forense había olvidado sonreírle a la vida, perdió la
capacidad de percibir los gratos momentos que esta le ofrece, no sabía cómo
hacerlo. Recién, ahora, justo ahora, había interpretado el enigma de gratificación
existencial a través de una esplendorosa y develada sonrisa.

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