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MUERTE,

FRAGMENTOS Y POESIA.
REFE

7 DE NOVIEMBRE DE 2019
CRESPO JOAQUIN, L.U: 41104188-0
Joaquincrespoizzi@gmail.com

COMISION 49
Docente: Celilia Tercic.
Seminario B, docente: Laura Valcarce.
Introducción: En el presente trabajo intentaremos abordar la vida de la poeta Alejandra
Pizarnik, y luego de hacer un breve resumen sobre su corta y caótica vida, buscaremos
ahondar en dos cuestiones fundamentales. En primer lugar en las consecuencias que
trajo la muerte de su padre, marcando en ese acontecimiento un posible
desencadenamiento psicótico. Y por otro lado buscaremos enfatizar en la relación de la
autora y su cuerpo, un cuerpo que desde muy temprano (y más aún después de la muerte
del padre) fue vivido como fragmentado, realizando siempre que nos resulte posible
cierto paralelismo con el caso Joyce.

Cuerpo del trabajo:

Flora Alejandra Pizarnik nace en el año 1936, el 29 de abril, en Avellaneda, provincia


de Buenos Aires, es la menor de dos hermanas, hija de una familia judía de origen
polaco. El historiador Felipe Pigna dirá acerca de ella: “Alejandra todavía usaba el
“Flora”, hablaba con acento europeo y había empezado a estudiar Letras en la
Universidad de Buenos Aires cuando a los 19 años publicó La tierra más ajena, su
primer libro de poesía […] Fue en esos primeros años cuando aparecieron los complejos
por su tartamudez, su acné y la obsesión por la gordura que la llevó a tomar pastillas”. A
todo esto se le sumaba su incansable manía por compararse con su hermana mayor “esa
Myriam delgada y bonita, rubia y perfecta según el ideal materno, que todo lo hacía
bien y no tartamudeaba ni tenía asma ni montaba líos en el colegio”. Alejandra,
comienza a descubrirse como un ser distinto, integrando así en su carácter caótico e
inestable la necesidad de ser reconocida por los demás y de poner en papel todo lo que
su cuerpo y mente vivían. Después de un tiempo dejo la facultad y en 1956 publicó La
última inocencia. El libro está dedicado a quien era su psicoanalista, León Ostrov, su
amor platónico durante varios años. En palabras de él, Alejandra: “Mi primera
impresión, cuando la vi, fue la de estar frente a una adolescente entre angelical y
estrafalaria. Me impresionaron sus grandes ojos, transparentes y aterrados, y su voz,
grave y lenta, en la que temblaban todos los miedos […] desde los primeros momentos
supe: Alejandra Pizarnik, romántica y surrealista, pero por encima de todo, ella,
Alejandra, inclasificable y única” No es un dato menor la visión que su psicoanalista
poseía de ella, sin dudas, nos será útil para arribar a ciertas conclusiones en este trabajo.
Leon Ostrov dijo también: “Siempre confié en Alejandra. Más allá de sus
desfallecimientos, de sus abandonos, de sus renuncias, de sus angustias, de sus muertes

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—de su muerte— sabía yo que estaba salvada, irremediablemente, porque la poesía
estaba en ella como una fuerza inconmovible. […]. Hasta que […] decidió interrumpir
su búsqueda. ¿Porque había ya encontrado? ¿Porque sintió que nunca encontraría?”
Entre 1960 y 1964 Alejandra vivió en Paris, fue a buscar tranquilidad, pero no la
encontró pues el caos, lo llevaba dentro. Su vida social, amorosa y sexual bordeaba los
excesos. En el año 1964 de regreso en Buenos Aires publica un nuevo libro, que fue
exitosamente vendido; su personaje le había hecho dejar de lado la persona que estaba
tras de él, cuya alma expresaba en las poesías, pero su cuerpo había descartado. La
muerte de su padre el 18 de enero de 1967 marcó su vida. Murió de un infarto. Desde
este momento, las notas de sus Diarios se volvieron aún más sombrías: “Muerte
interminable, olvido del lenguaje y pérdida de imágenes. Cómo me gustaría estar lejos
de la locura y la muerte (…) La muerte de mi padre hizo mi muerte más real”. Durante
el año 1968, Pizarnik se mudó junto a su pareja, una fotógrafa, y a estos cambios se
sumó también su continua adicción a las pastillas. En 1972, la poeta estuvo cinco meses
internada en una clínica psiquiátrica. Cuando salió, todo fue peor, vivía de noche y su
dieta se basaba en dosis de té y pastillas. El 25 de septiembre de 1972 la encontraron
muerta por sobredosis. Tenía 36 años y la muerte, la había abrazado.

Esta lluvia de información no hace más que un panorama general para entender el
porqué de esta historia. Lejos de dar respuestas a algunos supuestos, solo intentaremos
infundir certeza sobre algunas cuestiones. En este trabajo solo tomaremos las
consecuencias que trajo la muerte de su padre, y nos referiremos, si nos resulta posible,
a su cuerpo y su fragmentación.

Alejandra estuvo sus últimos años de vida internada en el hospital Pirovano, medicada y
con un diagnostico que sin ser del todo claro nadie dejo de llamar “locura”. Algunas
fuentes dicen que lo padecido por la poeta era un trastorno límite de la personalidad,
bordeline. Una patología que en pacientes con diagnostico severo demuestra un
comportamiento con rasgos psicóticos. Una persona con Borderline no ha sido capaz de
manejar adecuadamente el resentimiento hacia eventos difíciles que le han tocado vivir,
sea abandono, abuso, divorcio, o alguna cuestión similar. Podemos pensar entonces que
entre tantas otras cosas, lo que no logro asimilar Pizarnik fue la muerte de su padre,
vivida como un abandono, o como un divorcio entre la vida y la muerte. Ciertamente
esta muerte, enfrenta al sujeto con el agujero, con la nada misma, y la poeta luego de la
muerte de su padre pierde su brújula. El 18 de enero de 1967, Alejandra escribió: "18 de

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enero. Muerte de Papá”. Ella, que inundaba las hojas de sus diarios con palabras y
oraciones, ese día, no puedo escribir más que tres palabras. De esto se trata el encuentro
con el agujero, hay perplejidad, hay certeza, caen las muletas. Lacan llamara a este
momento, el momento mudo de la psicosis. Y que mejor manera de ejemplificarlo que
esas tres palabras que son el silencio mismo. “muerte de papa”. Ella misma relata en sus
escritos, que la muerte de su padre hizo su propia muerte más real. Si entendemos esta
frase desde la perspectiva Lacaniana, no caben dudas de que eso real, es el encuentro
con el agujero, la irrupción de lo real en lo imaginario (“Lo ausente tiene un extraño
modo de manifestarse” A. Pizarnik). Esta muerte desencadena una nueva exigencia,
pues debe encontrar una manera de ubicarse, habiendo perdido la referencia que su
padre era para ella. Si revisamos la vida de Alejandra, podremos ver que hay patologías
casi desde siempre, pero podemos también ubicar en este momento de su vida una
especie de desencadenamiento. ¿No será demasiado suponer un desencadenamiento
psicótico? Ocurre que Lacan nos dirá “¿Qué es el fenómeno psicótico? La emergencia
en la realidad de un significación enorme que parece una nadería –en la medida en la
que no se la puede vincular a nada, ya que nunca entro en el sistema de la
simbolización- pero que, en determinadas condiciones puede amenazar todo el edificio”.
¿Cuál es la significación que aparece en la vida de Alejandra luego de la muerte de su
padre? Por el momento no podremos dar respuesta a esa pregunta. Pero otra afirmación
de Lacan nos dará quizás un poco de alivio: “Todo parece indicar que la psicosis no
tiene prehistoria. Lo único que se encuentra es que cuando, en condiciones especiales
que deben precisarse, algo aparece en el mundo exterior que no fue primitivamente
simbolizado, el sujeto se encuentra absolutamente inerme”. En definitiva, si bien no
sabemos que es lo que no fue simbolizado, de lo que si tenemos certeza es de que la
muerte de su padre despertó en Alejandra algo que no estaba simbolizado, y que a partir
de ese momento, y hasta su muerte, quedo inerme frente a ello. Desprovista de armas,
intentando encontrarlas en la literatura, termino por encontrar algo, y una vez hallada el
arma, se suicidó.

Claro está, que no hablaremos de una psicosis tan florida como la del doctor Schreber,
pero si podemos postular que esta muerte hace que las muletas imaginarias caigan, que
caiga la identificación con ese otro que le permitía estar compensada. Lacan en su
seminario tres lo explicara con la metáfora del taburete, cómo el sujeto se desestabiliza.
Pues si se llama a aquello que no está, a la cuarta pata del taburete que solo tiene tres,

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aquello no significado aparece. Y en ese momento comienza la retirada de la libido de
los objetos del mundo, cae el mundo exterior. En una psicosis clásica, desarrollada
típicamente, lo siguiente seria la reconstrucción del mundo a partir de los delirios que
comienzan cuando el otro toma la iniciativa; pero no vemos eso en Alejandra. Sino más
bien un continuo esfuerzo por volver a estabilizarse, o bien para escaparse de la muerte
de su padre, y un significante que todo el tiempo aparece en sus escritos. El suicidio.
“No se puede vivir metafísicamente las 24 h del día. No se puede andar todo el día
interrogándose acerca del suicidio. Y no obstante sé que debo suicidarme. Sería mi
único acto no destructivo. Suicidarme para preservarme” Y es que la palabra toca al
cuerpo hasta el punto de alterarlo, de dañarlo. Lo que a veces duele es el lenguaje
cuando no encuentra palabras para expresar lo que se siente, cuando frente al agujero
hay solamente más agujero. Quizás de eso se trata el lenguaje que desde un primer
momento nos fragmenta, nos divide, y nos invade. El lenguaje no es más que un
parasito dirá Lacan. De él es que hay que defenderse, y Piazarnik intento siempre
hacerlo, poesía mediante. Aunque sus intentos resultaron en vano, su lenguaje explícito
y tajante no fue eficaz para superar el dolor que la muerte género. Su afición por hacerse
poeta, incluso valiéndose de su padre para poder ir más lejos que él, o al menos
intentarlo, le fueron en vano, pues no es novedad que la muerte desestabiliza, lo
particular de este caso es que la muerte acarrea consigo no solo un profundo dolor, sino
la perdida de sentido. Alejandra usa todo tipo de palabras para dar sentidos a su mundo,
esta muerte hace aparecer distintas formas en su escritura.

"Muerte inacabable, olvido del lenguaje y pérdida de las imágenes. Cómo me gustaría
estar lejos de la locura y de la muerte. (…) Me faltan ganas de tener ganas. No quiero
preguntar a nadie. Apagaron la luz en mí –no del todo puesto que sufro-. La muerte de
mi padre hizo mal mi muerte”

¿Podría su suicidio ser pensado como una forma de identificación con su padre? Si su
padre siempre fue su referencia, su camino a seguir, ¿sería loco pensar que Alejandra no
vio otra escapatoria que la muerte misma para otra vez ser hablada por su padre?
Quizás, no estamos seguros de poder dar respuesta a esto, tampoco lo intentaremos.
Plantear el interrogante no parece ya, una manera de avanzar sobre ello.

Luego de su regreso de Paris, y de varios años de terapia con Pichon – Riviere,


Alejandra termino internada en el hospital Pirovano. Y entre las pastillas y las terapias,
su mejor remedio seguía siendo la escritura, pues allí escribió:
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“Pero ¿qué cosa curar? Y ¿por dónde empezar a curar? Es verdad que la psicoterapia
en su forma exclusivamente verbal es, casi tan bella como el suicidio.”

“Y, sí, aquí en el Pirovano hay almas que no saben por qué recibieron la visita de las
desgracias. Pretenden explicaciones lógicas los pobres pobrecitos” (quisiéramos tan
solo mencionar que estas palabras han sido expresadas por Pizarnik en forma de prosa,
lo cual se tornó una necesidad, una obsesión para ella, y lo particular de este tipo de
escritura es que el autor escribe verso a verso, y más allá del verso que lo ocupa no sabe
nada. Escribe en fragmentos. Indagar sobre esto nos llevaría hacia lugares que no son
pertinentes a este trabajo, por lo que solo queríamos marcar esta diferencia de escritura
en los últimos tiempos de Alejandra, como indicador clave de la fragmentación vivida)

“Para reunirme con el migo de conmigo y ser una sola y misma entidad con él, tengo
que matar al migo para que así se muera el con y, de este modo, anulados los contrarios,
la dialéctica suplicante finaliza en, la fusión de los contrarios”

Quisiéramos entonces, tomar este último fragmento del poema escrito por Pizarnik en el
hospital, para hablar de la fragmentación del propio cuerpo. Y es que en toda su obra el
tema de la fragmentación es clave. En la teoría de los nudos, en los años 70, Lacan
explicara que la escritura de los nudos, para no ser conflictiva, no debe tener
interpenetración, es decir, no debe haber predominancia de ninguno de los tres registros.
Deben estar anudados de tal manera que si uno de ellos se suelta, se sueltan los tres.
Explica también las diferentes formas de anudamiento que pueden darse y las maneras
de solucionar ciertos conflictos que se relacionan con estos anudamientos. Pero al punto
que intentamos llegar, y detenernos, es en el ejemplo que da acerca del escritor irlandés,
Joyce. Joyce era un escritor, cuya psicosis nunca se desencadeno, pues la imposición de
palabras que sufría, propia de su psicosis, le servía para escribir poéticamente. Hacía de
esa imposición de palabras bellos y complicados textos literarios. Lacan ubica que lo
que ocurre en él es que el registro imaginario no está anudado a lo simbólico ni a lo real.
Y esto es lo que le genera a él cierto conflicto con su cuerpo y la fragmentación. Ya que
es mediante la identificación imaginaria que el cuerpo se torna unidad. Esto nos permite
suponer también, que en Pizarnik se da cierto desanudamiento de lo imaginario, lo que
hace que la fragmentación de su cuerpo sea haga evidente en varios de sus versos. Y
más aún, sus versos permiten entender cómo encuentra en un otro, cierta identificación
para sentirse unida, reconstruida: “En tus ojos encuentro mi persona súbitamente
reconstruida. En tus ojos se acumulan mis fragmentos que se unen apenas me miras. En
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tus ojos vivo una vida de aire puro, de respiración fiel. En tus ojos no necesito del
conocimiento, no necesito del lenguaje” y este otro: “Yo no quise ser estos fragmentos.
Pero, puesto que debo, puesto que no puedo, no quiero ser otra, debo o tengo que
reescribir o copiar a máquina un fragmento por día”. Si quisiéramos hacer una analogía
entre el caso Joyce y el de Alejandra, deberíamos decir que a Joyce era la escritura lo
que lo mantenía estabilizado, unido, lo que hacía que no se descompense. En Alejandra,
no solo debemos situar que la poesía no basto para que no se descompensara, sino que
el lenguaje se le volvió fragmentado (ya que después de la muerte de su padre comenzó
a escribir en prosas) y carente de sentido. La escritura lejos de brindarle cierta unidad
como le brindaba a Joyce, le servía de depósito, era el lugar donde lograba depositar sus
fragmentos. Y esos fragmentos con suerte, se volvían una poesía, cuando no un diario, o
un libro. Pero lejos de salvarla y otorgarle un sentido, cada palabra escrita la acercaba
más a la muerte, que quizás, al final, solo le dio el sentido que ella siempre exigió. En
el pizarrón de la recámara, donde la hallaron muerta, se encontraron los últimos versos
de la poeta: “No quiero ir, nada más, que hasta el fondo”

Conclusiones: Si se nos permite, sería interesante poder comenzar la conclusión con


una cita de Lacan. “Hay poesía cada vez que un escrito nos introduce en un mundo
diferente al nuestro y dándonos la presencia de un ser, de determinada relación
fundamental, lo hace nuestro también […] La poesía es creación de un sujeto que asume
un nuevo orden de relación simbólica con el mundo” quien puede permitirse dudar que
un escrito de Pizarnik nos permite indagar otro mundo, no hace replantear la vida y la
muerte, el cuerpo y la escritura misma. Nos hace pensar de qué manera somos hablados
por un otro, quien es ese otro. Si el lenguaje no es más que un parásito como dice
Lacan, ¿Cómo es posible que solo algunos enfermos lo sientan? ¿Por qué los que aún no
nos reconocemos enfermos solo lo vemos como un vehículo de comunicación sin más?
¿Acaso somos padecientes de una enfermedad que no vivimos como tal? Es posible tal
vez, que todo lo que es fragmentación se nos olvide luego de la aparición del
narcisismo. ¿Estaremos tan sumidos en nuestro propio narcicismo que no vemos lo
fragmentado del cuerpo? ¿Puede alguien afirmar que somos algo más que seres
fragmentados, heridos? ¿Qué papel jugaría entonces? Nos contentaremos respondiendo
con un verso de Pizarnik. “Entre otras cosas escribo para que no suceda lo que temo
[…] Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos
estamos heridos”

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Bibliografía:

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http://www.contranatura.org/literat/biblioteca/Pizarnik
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