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Introducción a la

teoría
psicoanalítica
PID_00154467

Pablo Rivarola Padrós

Tiempo mínimo de dedicación recomendado: 4 horas


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Pablo Rivarola Padrós

Psicólogo y psicoanalista. Máster


en Criminología y Ejecución Penal.
Coordinador del Proyecto Familias
del IMEB (Ayuntamiento de Barce-
lona). Ha participado en distintas
asignaturas en la Universidad de
Córdoba (Argentina), y ha investi-
gado para el CEJFE (Generalitat de
Catalunya).

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Índice

Introducción............................................................................................... 5

Objetivos....................................................................................................... 6

1. El origen del psicoanálisis............................................................... 7


1.1. Histeria y escisión de la consciencia ........................................... 7
1.2. Freud y el caso de Elisabeth von R. ............................................ 8

2. La pulsión............................................................................................. 12

3. El aparato psíquico........................................................................... 16

4. La repetición....................................................................................... 20

5. Sobre la transferencia...................................................................... 23

6. La clínica psicoanalítica en Jacques Lacan................................. 25


6.1. El signo: significante y significado ............................................. 25
6.2. La preeminencia del significante en Lacan ................................ 27
6.3. El deslizamiento del sentido ....................................................... 30
6.4. Entre el decir y lo dicho ............................................................. 31

7. El complejo de Edipo y el sujeto del inconsciente..................... 36

8. La dialéctica intersubjetiva............................................................ 48

9. El lugar del deseo en la clínica psicoanalítica........................... 51

Bibliografía................................................................................................. 57
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Introducción

Quizá el imperativo primordial que circula detrás de la práctica analítica sea


el conocido: wo es war, soll ich werden (allí donde eso estaba, el sujeto ha de
advenir). La responsabilidad a la que se enfrenta el sujeto en la experiencia
analítica puede ser entendida como una instancia a responder allí, estar a la
altura de la circunstancia que propone el saber, el saber sobre sí mismo, el saber
sobre su síntoma, sobre su deseo. Este saber es una respuesta a la pregunta
por el ser del sujeto: ¿quién soy? Esta pregunta será formulada por Lacan de
otro modo, ¿quién soy para el otro? También formulada como che vuoi? (¿qué
deseas?) en relación con la novela gótica de Jaques Cazotte El diablo enamorado,
cuando Belcebú se presenta ante el joven que lo convoca y le interroga sobre
su deseo, ¿qué deseas que sea para ti?

Cualquier respuesta que se intente para el interrogante, ¿quién soy?, llevará


sin más al engaño y surgirá uno y otro predicado, que no serán sino represen-
taciones que sostienen al sujeto sobre el vacío de una extensa cadena de signi-
ficantes. De esta manera, podremos ponernos todas las máscaras que nuestro
rostro resista, todas las ficciones que nos ayuden a soportar la realidad que, al
igual que la jarra que construye el alfarero a través de un contorno de barro,
las respuestas del sujeto sólo consistirán en un moldear el vacío, que no es
sino el de la falta fundante, el deseo del otro.

Si tenemos presente el concepto de tragedia de los griegos, puede pensarse en


la experiencia analítica como en una experiencia trágica, en tanto que el héroe,
al igual que el sujeto del análisis, estará solo, sin espejos ni complicidades y
en su soledad deberá responder por su deseo.

Para comprender los diferentes aspectos teóricos que fundamentan la expe-


riencia analítica, su clínica, desarrollaremos en el presente módulo la génesis
de algunos de los conceptos cruciales del psicoanálisis para aproximarnos a
sus cimientos y, desde allí, poder interrogarnos sobre su práctica específica.

Iniciaremos el recorrido a partir del descubrimiento realizado por Sigmund


Freud del inconsciente como una instancia psíquica que permite explicar de-
terminados síntomas de sus pacientes para posteriormente introducirnos en la
lectura que Jacques Lacan hace de la teoría freudiana, a partir de la lingüística,
desde donde presentará el inconsciente estructurado como un lenguaje. Si la
práctica analítica es una práctica dialógica, encontraremos en la palabra lo que
ella dice sobre el inconsciente y el deseo que lo ha fundado.
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Objetivos

Los objetivos que los estudiantes deberéis alcanzar con este módulo didáctico
son los siguientes:

1. Comprender la conformación de la estructura del inconsciente a partir de


los conceptos teóricos fundamentales.

2. Conocer los diferentes elementos que participan en la formulación del


complejo de Edipo.

3. Comprender la dimensión que posee la interpretación en la relación dia-


lógica que se establece en la clínica analítica.

4. Considerar el papel del analista desde la perspectiva transferencial que se


desarrolla en la práctica psicoanalítica.

5. Reconocer la función del lenguaje en la constitución subjetiva.


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1. El origen del psicoanálisis

En el intento de realizar una presentación de la teoría psicoanalítica, resulta


inevitable y a la vez necesario remitirnos a ciertos acontecimientos históricos
que tienen como principal protagonista al creador del psicoanálisis, el doctor
Sigmund Freud, a sus propias experiencias en la atención de pacientes y a las
dificultades que encontraba en los modelos tradicionales de intervención. Ta-
les experiencias, fundamentales en el desarrollo ulterior de lo que actualmente
reconocemos como el inconsciente, estuvieron ligadas a una enfermedad que
en aquellos años, y ya mucho antes, despertaba especial atención y curiosidad:
la histeria.

1.1. Histeria y escisión de la consciencia

En la antigua Grecia, Hipócrates daba cuenta de la existencia de este extraño


mal, extraño por las características sintomáticas que presentaba y la semejanza
que éstas presentaban con respecto a la epilepsia. La explicación que se había
desarrollado en torno a esta enfermedad radicaba en los movimientos que el
útero (en griego hysteria significaba útero) realizaba dentro del cuerpo de la
mujer y que, como había expuesto Platón, se debían a los deseos de éste por
albergar a un niño en su interior, lo que producía las consabidas convulsiones
en quienes padecían dicha enfermedad. Así la etiología de la histeria ha tenido
diferentes argumentos, como la retención de la sangre menstrual, posesiones
demoniacas o la acción de ciertos vapores tóxicos, entre otras.

A partir del siglo XVII, y especialmente a través de los estudios realizados por
Jean Martin Charcot en La Salpetrière (la sección para mujeres del Hôpital
Général pour le Renfermement des Pauvres de París), se concebirá el mal de la
histeria como una enfermedad psíquica. En ese periodo también se utiliza la
hipnosis como técnica por medio de la cual se podía inducir a las pacientes a
suprimir o provocar los fenómenos histéricos.

En el año 1885 Freud, debido al interés que había despertado en él lo que había
conocido sobre las intervenciones terapéuticas de Charcot, viaja a París y poco
a poco establece una estrecha relación con el médico de La Salpetrière. De
esta manera, Freud va desarrollando sus teorías con respecto a la atención de
las pacientes histéricas y especialmente, lo que contrariaba toda la mitología
anterior, la presencia de fenómenos histéricos en hombres.

La técnica de la hipnosis, sobre la que habían estado trabajando diferentes mé-


dicos, también atrajo a Freud. Especialmente le atrajo lo que había observado
en las prácticas del doctor Hippolyte Bernheim de la Universidad de Nancy
(Francia), quien destacaba la relevancia de la sugestión en el empleo de la hip-
nosis. En ese sentido, la técnica implicaba una serie de órdenes que el paciente
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recibía en estado hipnótico y que posteriormente realizaba sin reconocer los


motivos que lo llevaban a ejecutar las acciones. Lo que realmente sorprendía
a Freud era que, si se indagaba con firmeza sobre tales motivos, el paciente era
capaz de recordar que las acciones habían sido ordenadas por el médico.

A pesar de haber intentado perfeccionar la técnica de la hipnosis durante su


estancia en Nancy, Sigmund Freud abandonó dicha práctica con los pacien-
tes, ya que no lograba obtener en éstos el estado hipnoide esperado. Sin em-
bargo, los avances que había reconocido a partir de dicha práctica y los tra-
bajos de Charcot favorecieron que profundizase en sus estudios sobre lo que
podía reconocerse como la escisión de la consciencia o escisión psíquica. Es-
te fenómeno daría cuenta de la existencia de experiencias inconscientes que
afectarían al sujeto, tal sería la explicación que permitiría comprender el he-
cho de que ciertas consignas pautas por el hipnotizador pudieran ser ejecuta-
das por el paciente sin tener consciencia de ello. Este fenómeno, la escisión
de la consciencia, también permitiría explicar en los casos de histeria cómo
determinados síntomas (por ejemplo, el mutismo, las parálisis o las convul-
siones) tendrían un origen que también resultara desconocido por los propios
pacientes y que, al mismo tiempo, no existieran fundamentos orgánicos que
dieran cuenta de ellos.

De este modo, comenzaban a establecerse las primeras preguntas acerca del


contenido psíquico y sus causalidades, en tanto que Freud habría reconocido
que, por medio de la palabra y la sugestión, los pacientes podrían relacionar
los síntomas con aquellas representaciones que les habían dado origen. No
obstante, aún no lograba explicar los motivos por los cuales tales representa-
ciones habían quedado escindidas de la consciencia.

1.2. Freud y el caso de Elisabeth von R.

En el camino propuesto inicialmente para indagar sobre los orígenes del psi-
coanálisis, hemos considerado oportuno remitirnos a un caso clínico relevan-
te, tanto en lo que se refiere al método psicoanalítico como a las primeras con-
cepciones dinámicas del aparato psíquico que desarrollará Freud. Este caso,
conocido por el nombre de "señorita Elisabeth von R." se remonta al año 1892,
cuando Freud acepta iniciar el tratamiento de una joven dama de veinticuatro
años que padecía fuertes dolores en las piernas y presentaba dificultades para
caminar. Con respeto a este caso Freud comenta:

"Así, en éste, el primer análisis completo de una histeria que yo emprendería, arribé a un
procedimiento que luego elevé a la condición de método e introduje con consciencia mi
meta: la remoción del material patógeno estrato por estrato, que de buen grado solíamos
comparar con la técnica de exhumación de una ciudad enterrada".

S. Freud (1992). Estudios sobre la histeria. En J. Breuer y S. Freud. Obras completas (Vol.
II, p. 154-155). Buenos Aires: Amorrortu.
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La historia familiar de la joven paciente se había visto atravesada por seve-


ras desdichas: la muerte de su padre, a quien ella había cuidado con gran de-
dicación a lo largo de su prolongada enfermedad, posteriormente una inter-
vención quirúrgica en los ojos que debió realizarse su madre y finalmente la
muerte de la hermana en el parto de su segundo hijo.

Las dolencias que presentaba la paciente se centraban en la cara anterior del


muslo derecho, a lo que se añadía el cansancio que le producía estar de pie o
caminar. Freud denominará a este cuadro sintomático como el de una fatiga
dolorosa. El origen de dichos dolores no poseía ningún fundamento orgánico
determinado que pudiera reconocerse. Además, llamaba la atención de Freud
el hecho de que, ante la estimulación de las zonas sensibles y dolorosas, había
en la paciente una expresión más afín al placer que al dolor, lo que distanciaba
aún más el cuadro de una enfermedad orgánica y lo aproximaba a la hipótesis
de estar ante una histeria.

El procedimiento que emplearía Freud sería el de indagar en los recuerdos de


la paciente a través de un tratamiento catártico, para reconocer así la posible
vinculación entre las vivencias de la paciente y los síntomas que presentaba.
Así, las primeras informaciones que le transmite Elisabeth se remiten al padre
y a su enfermedad, el afecto que los vinculaba, la abnegación de ésta en sus
cuidados y la constante presencia de ella ante las diferentes demandas que
de su padre provenían. En este periodo es cuando ella recuerda los primeros
dolores en la pierna.

Tiempo después de la muerte de su padre, su hermana mayor contrae matri-


monio con un hombre de buena posición económica y venturoso porvenir,
pero que generó un elevado malestar en el seno familiar de la paciente, espe-
cialmente en ella, y el anhelo de ésta por mantener la unidad familiar y espe-
cialmente la protección que se le debía brindar a su madre. En el caso de su
otra hermana, el matrimonio celebrado con un hombre de características más
afables y próximas a la vida familiar que deseaba Elisabeth facilitó su rápida
aceptación, tanto más ante el nacimiento de su primer hijo que proporcionó
nuevas alegrías a todos sus miembros. Pero los recuerdos que la paciente rela-
taba al creador del psicoanálisis nuevamente se impregnaban de sus desdicha-
das vivencias: al tiempo del nacimiento de su sobrino, la madre de la señorita
Elisabeth padeció de una dolencia ocular que derivó en una operación y nue-
vamente la paciente de Freud hubo de dedicarse a cuidarla.

A la operación siguió una temporada de descanso de verano de toda la familia,


en la que los dolores de Elisabeth dificultaban su capacidad de caminar, ante
lo que se recomendó una cura de baños en los Alpes austriacos. Sin embargo,
los pesares no terminarían ahí, ya que mientras ella y su madre se habían
ausentado de la residencia de verano familiar, su hermana, madre del único
niño de la familia, había muerto de una enfermedad cardiaca congénita en el
parto de su segundo hijo.
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Hasta ese momento, a pesar de que los recuerdos remitían a situaciones de


pérdidas y sufrimientos con relación a la familia, permanecían en un ámbito
superficial. Tal como el mismo Freud indicaba:

"Era una historia clínica consistente en triviales conmociones anímicas, que no permitían
Abasia-astasia
explicar por qué la paciente debió contraer una histeria, ni cómo esa histeria hubo de
cobrar precisamente la forma de la abasia dolorosa".
Se trata de la pérdida de la fa-
S. Freud cultad de estar o mantener-
se de pie (astasia) y de andar
(abasia).
En esta búsqueda por descifrar el mensaje que debían significar aquellos sín-
tomas, era necesario profundizar aún más en los recuerdos de la paciente. En
Lectura complementaria
este momento tenemos el primer distanciamiento con el método catártico so-
bre el que trabajaba el doctor Breuer que consistía en la sugestión, a través S. Freud (1992). Estudios so-
bre la histeria. En J. Breuer
de la hipnosis, para obtener aquella información que el paciente en estado de y S. Freud. Obras completas
vigilia desconocía y, por medio de ella, sacar a la luz los acontecimientos o (Vol. II, p. 159). Buenos Ai-
res: Amorrortu.
incidentes que habían causado los síntomas. En el caso de Elisabeth, Freud se S. Freud
encuentra en la imposibilidad de lograr un estado hipnótico en ella y por esa
razón recurre a una técnica que había utilizado anteriormente: la presión sobre
la frente de la paciente y la solicitud de que pusiera en palabras aquello que
venía a su mente. A partir de allí los recuerdos que extraería Elisabeth posee-
rían una relevancia mayor, en tanto que ya no se trataría de aquellas vivencias
de dolor compartidas, sino más bien la descripción de escenas en las que la
protagonista en primera persona desvelaba sus sentimientos más profundos.

Así, con este método, se desveló que aquella época en la que el padre estaba
bajo sus cuidados permanentes habría coincidido con el amor hacia un joven
con quien podía compartir sus sentimientos. En una ocasión, de gran relevan-
cia para el inicio de los síntomas histéricos, fue invitada a una reunión social
en la que se encontraría con su joven enamorado. Elisabeth prefería quedar-
se al cuidado de su padre, pero la insistencia de su familia le hizo cambiar
de opinión y aceptó asistir. Al regresar al hogar se encontró con que la salud
del padre había empeorado y se culpabilizó por haber estado ausente y haber
priorizado sus intereses a los deberes para con el enfermo. Este hecho permi-
tía orientar a Freud al respecto de la presencia de un conflicto, una dificultad
en conciliar el amor por su padre y el amor hacia el joven, que habían sido
puestos en pugna en cierto momento y en su decisión habría antepuesto los
deseos eróticos ligados al joven. Tal desvelamiento propiciaba una respuesta
para comprender el origen de los dolores en aquella circunstancia.

No obstante, la pregunta al respecto del porqué habría sido en aquella zona


de la pierna, y por lo tanto transformarla en una zona histerógena, llegaría
después de una nueva comunicación de Elisabeth: aquel –el muslo derecho de
la pierna– era el lugar donde todas las mañanas su padre apoyaba la pierna
para que la joven hija le cambiara los vendajes. El conflicto entre los amores
de Elisabeth y la revelación recién transmitida por ésta, ¿podría posibilitar la
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comprensión o el desciframiento de aquellos dolores en la pierna? Será nece-


sario detenernos en el desarrollo del caso clínico para exponer un concepto
necesario y fundamental en la teoría psicoanalítica: la pulsión.
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2. La pulsión

En primer lugar, es importante destacar que el concepto de pulsión, dentro Conceptos fundamentales
de la teoría psicoanalítica, es uno de los cuatro conceptos que pueden reco-
Junto a la pulsión, los otros
nocerse dentro de la categoría o estatuto de concepto fundamental. Al decir tres conceptos fundamentales
fundamental, no sólo nos referimos a la importancia que posee dentro de la son la repetición, la transferen-
cia y el inconsciente.
estructura teórica, sino que su característica está dada en lo de no natural que
posee, es decir que no es posible reconocerle una existencia u objetividad ob-
servable y contrastable desde un planteamiento epistemológico, sino que se
trata de una convención, una construcción que posibilita comprender lo que
se pretende argumentar, como en este caso la cuestión de la sexualidad desde
un planteamiento diferenciado del determinismo biológico.

El concepto de pulsión (Trieb) es empleado por Freud en 1905 en el desarrollo


de los Tres ensayos sobre la sexualidad infantil, cuando en su estudio de la sexua-
lidad infantil y las perversiones establece la diferencia entre ésta y el instinto.
El instinto hará referencia a un comportamiento compartido por todos los
seres de la misma especie, de carácter hereditario, que lleva al organismo a la
acción, a partir de pautas preestablecidas y dirigidas a un objeto predetermi-
nado, el estímulo, y con una finalidad, como es la supervivencia o reproduc-
ción de la especie. En el caso de la pulsión, se trata de una fuerza constante,
la del instinto es momentánea, determinada temporalmente con relación a su
estímulo-interno y no posee un objeto determinado.

A partir de estas diferencias, Freud se distancia de la concepción médica de


bases o fundamentos biológicos que definían la sexualidad humana en estricta
relación con lo genital y la predeterminación de su finalidad reproductiva.

En esta distinción que realiza sobre la pulsión, Freud diferencia cuatro com-
ponentes:

a) el empuje (Drang, exigencia de trabajo, energía),


b) la fuente (Quelle, zona de donde surge–zona erógena),
c) el objeto (Objekt, hacia donde se dirige),
d) la meta (Ziel, la satisfacción).

La pulsión se presentará como una fuerza constante que no se limita a lo psí-


quico ni a lo orgánico, sino que está en la intersección de ambos; su fuente
se encuentra en las zonas erógenas, en su particularidad de bordes, aperturas
corporales: la boca en primera instancia, el orificio anal y el borde palpebral (el
ojo). Cuando Lacan toma el primero de los términos de la pulsión propuestos
por Freud, el empuje, nos recordará que no se trata de un impulso que se ori-
gine a partir de un estímulo externo, sino que su origen es interno y por otra
parte tampoco podrá ser comparado a otros estímulos internos como pueden
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serlo el hambre o la sed. Señala además, como hemos mencionado, que su


fuerza es constante, lo que nos lleva a la consideración del último término, la
meta. Si esta energía es constante significa que el llegar a una meta no equivale
su finalización, su desaparición, como puede serlo el hambre luego de haber
comido un gran plato de paella.

Llegar a la meta es la satisfacción de la pulsión, pero no significa que se trate de Sublimación


una descarga real de energía, es lo que sucede por ejemplo en la sublimación.
Canalización de la energía de
origen sexual hacia otras acti-
Decimos que no se trata de una descarga real en tanto, recordemos, no es en vidades que, como el arte o el
trabajo intelectual, resultan so-
referencia a un planteamiento lógico como puede ser el de lo orgánico que cialmente aceptadas.

pretende un equilibrio, una homeostasis. Podemos comprenderlo al reconocer


que, por ejemplo, cuando se hace referencia a la pulsión oral, ésta está en
relación de satisfacción con los labios, el placer de la boca y no del alimento
que recibe, un placer que como zona erógena está en estrecha relación con el
objeto pecho, allí la función de la satisfacción, al igual que en los otros objetos,
está en el contorno, el rodeo en torno al objeto.

En el presente cuadro podemos reconocer las pulsiones, la fuente de éstas y


su objeto:

Pulsión Zona erógena Objeto

Oral Boca y labios Pecho

Anal Margen anal Excremento

Escópica Borde palpebral Mirada

Invocante Oreja Voz

Representación gráfica del circuito de la pulsión, según J. Lacan

"Para la pulsión oral, por ejemplo, es evidente que no se trata del alimento, ni de la
rememoración de alimento, ni de eco de alimento, ni de los cuidados de la madre, sino
de algo que se llama pecho y que parece de lo más natural porque pertenece a la misma
serie."

J. Lacan (1997). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. El seminario XI (pp.
175 y 185). Buenos Aires: Paidós.

A continuación, reproducimos el gráfico que presentó Jacques Lacan en su


seminario del 13 de mayo de 1964, en el que se representa el circuito de la
pulsión.
© FUOC • PID_00154467 14 Introducción a la teoría psicoanalítica

Representación gráfica del circuito de la pulsión, según J. Lacan

Como hemos expuesto, la pulsión no es una en el sentido de poder ser equi-


parada al instinto cuya meta sea la reproducción de la especie, sino que se trata
de pulsiones parciales cuya meta es precisamente el retorno al origen, la zona
erógena, previo a un rodeo o giro sobre el objeto.

Para una mayor claridad sobre el concepto de pulsión, es necesario remitirnos


a otro concepto que será básico en la teoría psicoanalítica, éste es el de la
represión. Retomemos para ello el caso de Elisabeth.

Decíamos que había un conflicto y que éste se situaba o era posible recono- Representante-
cerlo en lo que se habría revelado con respecto a los cuidados hacia su padre representativo

durante la larga enfermedad. Aquí es donde los conceptos de pulsión y repre- Posteriormente, en el punto
sión se comprenden en la estructura teórica del psicoanálisis. Lo que genera 7 de este módulo, "El comple-
jo de Edipo y el sujeto del in-
conflicto en Elisabeth, que no puede ser aceptado y por lo tanto es reprimido, consciente", veremos que La-
can denominará a esta idea o
es el deseo incestuoso hacia su padre, la represión actúa como mecanismo de representante como el signifi-
cante primordial o S1.
defensa del yo ante lo inconciliable de aquel deseo. Freud diferenciará la re-
presión originaria –cuando se establece la primera vinculación entre la energía
pulsional con la idea o representación (denominado como representante-re-
presentativo)– de la represión secundaria. Esta última consiste en la atracción
que aquel representante inconsciente genera hacia otras representaciones (sig-
nificantes).

Durante el tratamiento que lleva a cabo Freud, habría reconocido que aquel
lugar de la pierna de la paciente que presentaba dolores de mayor intensidad,
al ejercer una presión sobre esa zona, la paciente, para sorpresa de Freud, emi-
tía sonidos que evidenciaban un cierto alivio placentero. Se habría producido
© FUOC • PID_00154467 15 Introducción a la teoría psicoanalítica

un desplazamiento de la energía pulsional hacia aquella zona del cuerpo, el


malestar de aquel deseo incestuoso se haría más soportable de aquel modo que
a través del reconocimiento consciente.

Si continuamos con el desarrollo del caso que expone Freud, la paciente reve-
lará algo más que permitirá vincular la represión con los deseos de Elisabeth.
Aparece en escena su cuñado, aquel hombre que en diferentes ocasiones ha
sido galante con ella, como la primera vez que se produce su encuentro en
el que éste la confunde con su prometida. Tal situación se produjo al tiempo
de la operación de su madre en los ojos y el comienzo de la enfermedad de
su hermana, allí se permitieron un paseo Elisabeth y su cuñado por la colina
y significó para ésta un momento de gran satisfacción, donde había podido
compartir interesantes diálogos con un hombre al que admiraba. Al tiempo
repitió aquellos pasos en la colina pero solitaria y recordando los buenos mo-
mentos, cuando el dolor en las piernas apareció para dificultar su andar y, a
pesar de haber remitido durante un tiempo, su presencia se reanudó para no
desaparecer más. Aquel anhelo apareció nuevamente como una terrible reali-
dad, cuando al fallecer su hermana la posibilidad de transformarse en la mujer
de aquel hombre aparece nuevamente y recrudece los síntomas.

Deseos de la infancia como el amor del padre y la muerte de la hermana poseen


una gran carga de energía pulsional que difícilmente puede hacerse soportable,
de ahí que el dolor físico permite conciliar lo que no es posible conciliar de
otro modo. El síntoma de Elisabeth en la imposibilidad de andar se origina
en un conflicto psíquico que es la condición de la represión. Aquellos deseos
infantiles que habrían sido reprimidos retornan a partir de las vivencias de
la paciente y derivan en síntomas manifestados en dolores físicos, en lo que
denomina Freud como el retorno de lo reprimido o represión secundaria.

A partir de lo expuesto es posible avanzar sobre lo que Freud desarrolló en su


trabajo sobre la interpretación de los sueños (1900) con respecto al aparato psí-
quico, que significará en su esencia el desarrollo de los procesos inconscientes.
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3. El aparato psíquico

Como hemos referido, el aparato psíquico se origina principalmente a partir Metapsicología


de los conceptos de defensa y represión que Freud habría reconocido en su
La metapsicología es un mo-
estudio de la histeria y las neurosis. La consideración de un aparato no ha de ser delo conceptual e hipotético
referido a una estructura rígida, sino más bien al funcionamiento de diferentes creado por Freud con el fin
de describir y comprender los
fuerzas en conflicto que nos remiten a la idea de una caracterización dinámica procesos psíquicos y diferen-
ciarlos de la psicología clásica y
del psiquismo que implica, a su vez, puntos de vista topológicos (ubicación) sus estudios sobre la conscien-
cia.
y económicos (en cuanto a los desplazamientos de la energía pulsional). Estos
tres registros constituyen lo que se reconoce como una metapsicología.

Composición del aparato psíquico

El aparato psíquico se compone de tres sistemas: consciente, precons-


ciente e inconsciente, que fueron desarrollados por Freud en su traba-
jo sobre la interpretación de los sueños (1900), en lo que se ha deno-
minado como la primera tópica (del griego lugar) del aparato psíquico.
Posteriormente, en 1920, en lo que se conoce como la segunda tópica,
Freud consideró la participación de tres instancias que poseen diferen-
tes características y que actúan en los diferentes sistemas: el yo, el ello
y el superyó. Ambas tópicas no son excluyentes, sino que implicarán
una propuesta de mayor especificidad y profundización en el funciona-
miento del aparato psíquico.

Composición y funcionamiento del aparato psíquico


© FUOC • PID_00154467 17 Introducción a la teoría psicoanalítica

A continuación, definiremos brevemente a cada uno de ellos.

a)�Inconsciente. El sistema inconsciente se reconoce por su contenido y sus


mecanismos. En cuanto a su contenido: como hemos expuesto anteriormente,
en el inconsciente se encontrarían los representantes de las pulsiones, que co-
mo tales están investidas de energía que pugna por su descarga. Con respecto
a los mecanismos, destacamos el de desplazamiento y la condensación. Estos
mecanismos forman parte de lo que se denomina proceso primario y que con-
siste en el modo en el que fluye la energía de una representación a otra, como
puede reconocerse por ejemplo en la formación de los sueños o en el caso de
los síntomas tal como hemos desarrollado en el caso de Elisabeth.

Condensación y desplazamiento

Se denominan de este modo los mecanismos mediante los que determi-


nadas representaciones inconscientes logran contrarrestar las limitacio-
nes que les impone la censura. En el caso de la condensación, y como
es reconocida por Freud en La interpretación de los sueños, es a través de
una única representación que se asocian diversas representaciones (por
ejemplo, el contenido de un sueño en el que aparece un rostro que nos
es familiar y que podemos reconocer que está compuesto por rasgos de
diferentes personas). El desplazamiento, por otra parte, estaría definido
por el desprendimiento que se produce de una representación de ma-
yor intensidad hacia una que puede ser considerada poco relevante en
el momento de franquear la censura hacia el sistema consciente (por
ejemplo cuando algunos elementos que aparecen en el sueño como de
mayor relevancia o más destacados y sin embargo no poseen para el
sujeto la importancia que poseen otros que en el mismo sueño se repre-
sentan como insignificantes o secundarios).

El inconsciente está regido por el principio del placer que, como un principio
económico, pretende reducir el displacer y procurar el placer, dominado por
la búsqueda de satisfacción pulsional. Por otra parte, como característica evi-
denciada en las producciones oníricas, hay ausencia del tiempo, es decir, no
hay una cronología como existe en la consciencia, pasado y futuro son siem-
pre presente.

b)�Preconsciente. Corresponde a un sistema que Freud elaboró dentro de la


primera tópica, su ubicación es intermedia en tanto posee contenidos que son
de carácter inconsciente pero que pueden tener acceso a la consciencia. Este
sistema será el que ejerza una censura de los contenidos que no pueden tener
acceso a la consciencia y que provienen del inconsciente. En el trabajo de
Freud sobre los sueños, asigna al preconsciente el papel de ser quien otorga
elementos de realidad a los contenidos inconscientes para poder acceder a la
consciencia. Así en el preconsciente quien rige es el principio de realidad, que
© FUOC • PID_00154467 18 Introducción a la teoría psicoanalítica

establecerá las pautas y rodeos para que la energía pulsional pueda fluir pero
ligada a representaciones que puedan admitir la censura hacia la consciencia
(como los actos fallidos o chistes).

c)�Consciencia. Topológicamente la consciencia será el sistema que recibe in-


formación desde el interior y desde el exterior del aparato psíquico. Freud atri-
buía a la consciencia su especificidad de ser el nexo con la realidad, receptora
de los estímulos externos, la percepción y la atención. Desde un punto de vis-
ta dinámico, funcionaría como un amortiguador de aquellos estímulos que,
tanto desde fuera como desde el inconsciente pueden resultar perturbadores
para el equilibrio psíquico.

d)�Yo. Es una instancia que, como hemos ilustrado en el gráfico, no se limi-


ta a lo que en la primera tópica era el sistema consciente, sino que abarca al
preconsciente y llega al inconsciente. En este sentido el yo para Freud es una
parte del ello que a partir de la influencia del mundo exterior se habría mo-
dificado para posteriormente diferenciarse del ello. Para Freud, al inicio el ser
humano es puro inconsciente (puro ello) –profundizaremos sobre este tema en
el desarrollo del complejo de Edipo–, donde quien rige es el principio de placer
a partir de la reducción de tensión de la energía pulsional. Será el yo quien,
constituido a partir de las pautas y prohibiciones del mundo exterior, permi-
tirá que el principio de realidad sea quien condicione la descarga de energía,
por ello es importante su papel en la censura y la resistencia, como así tam-
bién en el proceso de sublimación. Y como destacaremos posteriormente en
el estadio del espejo propuesto por Lacan, será la sede del registro imaginario,
donde a partir del otro –el semejante– se podrá conferir una unidad corporal
y se alineará en aquella imagen donde se reconoce.

e)�Ello. El término –en alemán das Es– fue inicialmente utilizado por el psi-
quiatra alemán Georg Groddeck, que lo habría tomado de Nietzsche, en re-
lación con las fuerzas desconocidas e incontrolables que movilizaban al yo,
fuerzas vívidas que ejercen su presión ante un yo pasivo. Será en la obra de
Freud El yo y el ello (1923) donde se le conferirá una conceptualización especí-
fica dentro de la segunda tópica del aparato psíquico. El ello, en esta obra de
Freud, será considerado como el reservorio de la energía psíquica, donde quien
rige los procesos es la necesidad de satisfacción de las pulsiones. Existe así una
gran similitud con la primera tópica en lo que se refiere al ello y el inconscien-
te, pero, como vemos en el gráfico, el ello en su totalidad es inconsciente pero
también lo son parte del yo y del superyó. El ello es el núcleo del inconsciente,
Freud lo referirá como un "ello hereditario", originario, en tanto no sólo será
lo reprimido (ved la represión primaria) lo que allí resida sino que también
lo conforman las tendencias hereditarias, elementos de origen ontogenético
y filogenético del individuo.

f)�Superyó. Será, al igual que el ello, un término que introduce Freud en su


obra El yo y el ello (1923) y tendrá la particularidad de ser una instancia de
carácter moral, quien ejerce el papel de juez o como diríamos coloquialmen-
© FUOC • PID_00154467 19 Introducción a la teoría psicoanalítica

te "la voz de la consciencia". Será dicha instancia la más nueva de las adqui-
siciones filogenéticas en el desarrollo del psiquismo y su origen reside en la
introyección, incorporación de la autoridad parental que se presenta como un
límite ante la imperiosa necesidad de satisfacción pulsional. Tal incorporación
se produce, podemos decir, por un doble condicionamiento: el temor al cas-
tigo de la autoridad y, por otra parte, el temor a la pérdida del amor de aque-
lla figura de autoridad. El establecimiento del superyó se remonta entonces al
proceso de identificación que desarrolla el niño hacia la figura parental, en el
complejo de Edipo y a partir de la renuncia a sus deseos incestuosos, que es
donde esta instancia se origina. La angustia que se producía en el niño ante
el temor a esa autoridad externa se verá trasladada a la angustia que le genera
ahora el superyó una vez introyectado, esta voz de la conciencia que resuena
en el sujeto y que ante la posibilidad de transgredirla se hará presente a tra-
vés del sentimiento de culpabilidad, se verá reforzada posteriormente por las
pautas sociales y culturales de la comunidad a la que pertenezca y por lo tanto
perdurará más allá de los referentes que le dieron origen.
© FUOC • PID_00154467 20 Introducción a la teoría psicoanalítica

4. La repetición

En el seminario de los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Lacan


dirá que la rememoración de la biografía es algo que anda, es algo posible en la
medida de una historización o un camino de retorno sobre los propios pasos,
pero tiene un límite, lo Real.

Ejemplo

Un paciente decía a su analista:

P: Y ahora, otra vez sucede lo mismo, cuando me enamoro de alguien, me abandona. Me


sucedió con Cristina y aún lo recuerdo, con Mariona y todavía no lo entiendo. Ahora
Julieta, me ha dicho que no quiere continuar con nuestra relación...
A: ...
P: Intento pensar en qué tiene en común, pero no lo sé.
A: Tú.

Freud se había interesado por lo que sucedía en aquellos casos de neurosis


traumáticas en las que los pacientes parecían condenados al fracaso constan-
te, como sujetos de una circularidad de la que no podían retraerse, de la que
semejaban prisioneros perpetuos. El reconocimiento de tales procesos lleva a
Freud a un importante giro de lo que hasta ese momento había determina-
do en cuanto a su teoría sobre el funcionamiento psíquico. Si aquello que lo
impulsaba, si su motor era la búsqueda de satisfacción, el cumplimiento del
principio del placer, la repetición de vivencias angustiantes no se correspon-
dería con este principio. ¿Por qué tendría que repetir el sujeto aquello que le
producía malestar?

En 1920 Freud propone que hay algo más allá del principio del placer de lo
que la compulsión a la repetición es signo de su existencia, esto es: la pulsión
de muerte, el retorno a la muerte. Por una parte las pulsiones sexuales, que
se dirigen hacia la búsqueda del placer, y las pulsiones de autoconservación
son concebidas como pulsiones de vida y, como contraparte, las pulsiones de
muerte se dirigen hacia el retorno a un estado inorgánico, un estado inicial,
y se muestran mediante pulsiones agresivas y destructivas. La repetición de
situaciones traumáticas, que difícilmente encontraban apoyo en la hipótesis
de la búsqueda de satisfacción de lo placentero, se ordenaban en torno a la
necesidad de sumirlas por medio de representaciones a partir de las cuales el
sujeto pudiera integrarlas para así repararlas, reparar el trauma.
© FUOC • PID_00154467 21 Introducción a la teoría psicoanalítica

Freud observa los juegos de su nieto durante algún tiempo y reconoce un juego Juegos infantiles
particular que se producía cuando su madre se ausentaba y regresaba al hogar,
Obtendréis más información
este consistía en arrojar desde su cuna un carretel de madera que se encontraba sobre este ejemplo en la uni-
sujeto a un hilo, al hacerlo emitía un sonido, "ooo", al que identificaba como dad 7 de este módulo, "El
complejo de Edipo y el sujeto
la expresión fort (fuera) y luego, al recuperarlo, lo celebraba con un "aaa" (da, del inconsciente".

aquí). ¿Por qué este juego, en el que podía reconocerse la escenificación de


una vivencia displacentera, era producido con reiteración por el niño? Preci-
samente por ello. La posibilidad de ordenarlo, simbolizarlo, como un intento
(fallido) de anular aquello que se presenta como traumático. En este sentido,
y retomando lo expuesto al inicio sobre el límite de lo Real, nos permite com-
prender lo desarrollado por Lacan con relación a la repetición como definición
ineludible del inconsciente estructurado como un lenguaje.

El orden

La idea de ordenar nos remite a lo que es una serie (1, 2, 3...); la cadena de significantes
como una serie (S1, S2...) encuentra su origen en un primer significante, S1 o significante
fálico, el deseo de la madre que como tal ha sido perdido para siempre para ser metafo-
rizado por el nombre del padre, que es el S2 o metáfora paterna a partir de la represión
originaria. La represión, a través de la ley paterna, será la que dé lugar a la Spaltung o
división inaugural del sujeto, el advenimiento del sujeto del inconsciente a partir del
establecimiento de un nuevo orden, el simbólico. El sujeto tendrá que reconocerse en
una cadena de significantes, como sucede con aquellos juegos de barras de los parques
infantiles donde los niños quedan suspendidos en el aire y avanzan sosteniéndose con las
manos. Aquellas barras, como los significantes, les permiten desplazarse, pero al mismo
tiempo serán su apoyo para evitar la caída.

Podemos establecer una similitud entre el concepto de pulsión de muerte de


Freud con lo que Lacan propone como lo Real, si el límite está en lo real es
porque allí se encuentra lo que no puede simbolizarse, lo que carece de un
orden. La repetición se producirá por la insistencia del significante, en tanto
insiste en el inefable intento de recuperar el objeto perdido (das Ding, la cosa),
algo que es imposible, como lo es en esencia la repetición, si la consideramos
como la posibilidad de un reencuentro con lo mismo. Si reprodujéramos los
mismos pasos que dimos hace años en un paseo por la montaña, ¿sería el
mismo paseo?

En Freud el concepto de trauma, que inicialmente estaba en consonancia con


las vivencias infantiles de carácter sexual, como lo expusimos en el caso de
Elisabeth, se remitía a los estudios que éste había desarrollado en torno a la
histeria. En 1920, a partir de su interés por aquellos casos de neurosis traumá-
tica, especialmente a raíz de la Primera Guerra Mundial y que había afectado
a tantas personas, desarrolla el concepto de pulsión de muerte, a la que consi-
derará la pulsión por excelencia. Esta pulsión sería el origen de la compulsión
que llevaría a estos pacientes a la repetición, a revivir situaciones de gran an-
gustia, especialmente mediante los sueños, como un mecanismo para lograr
el retorno a la homeostasis, el equilibrio de las tensiones.
© FUOC • PID_00154467 22 Introducción a la teoría psicoanalítica

Lo que se repite no se presenta como algo idéntico a lo original –pensemos en Repetición de los traumas
la diferencia entre la vivencia de un acontecimiento, su percepción directa y el
Del mismo modo que sucede,
recuerdo del mismo–, tal como reconocía Freud en el relato de los sueños, en por ejemplo, cuando hemos
tanto los mecanismos de defensa, como es el caso de la represión, modifican perdido las llaves del coche y
para encontrarlas repetimos
y transforman aquellos contenidos para que puedan acceder a la conciencia. nuestro paso por los mismos
lugares donde hemos estado,
lo traumático a lo que se refie-
re Freud retomará las huellas
Allí es donde Lacan nos hablará de la insistencia del significante, la cadena de un camino conocido.
significante de la que el sujeto es un resto, como decíamos con el juego infan-
til de las barras, y el sujeto es lo que puede reconocerse entre uno y otro sig-
nificante, como efecto del discurso. Por lo tanto, el trauma que se repite es el
que lo conminó a ser en el lenguaje, el trauma que lo constituye en la pérdida
primordial de su objeto de deseo para tener que transitar por el desfiladero de
los significantes.

"El inconsciente es la suma de los efectos de la palabra sobre un sujeto, en el nivel en el


que el sujeto se constituye por los efectos del significante."

J. Lacan (1997). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. El seminario XI (p.
132). Buenos Aires: Paidós.
© FUOC • PID_00154467 23 Introducción a la teoría psicoanalítica

5. Sobre la transferencia

Al referirnos al concepto de transferencia es inevitable remitirnos a la historia


del psicoanálisis y con ello a un caso clínico que en ella posee una marcada
relevancia sobre los primeros pasos de lo que sería el descubrimiento del in-
consciente por Freud y aún más precisamente sobre el ulterior desarrollo de la
técnica analítica. El caso al que hacemos referencia es el que se conoce con el
nombre de Anna O. (Bertha Pappenheim) y es presentado en la obra de Freud
Estudios sobre la histeria, de 1895.

En realidad se trata de una paciente del doctor Breuer y del cual es interiorizado
Freud en 1882, a este último le llama la atención por sus características: una
joven inteligente que se había dedicado pacientemente a los cuidados de su
padre enfermo y que a raíz de dejar de alimentarse los médicos le prohíben que
siga con aquellos cuidados que tanto tiempo y esmero le demandaban. A partir
de ahí comienzan una serie de síntomas de conversión (como hemos visto al
inicio del capítulo en el caso de Elisabeth), se presentan cefaleas, dolores en el
cuello, ataques de tos, mutismo y alucinaciones.

Después del fallecimiento del padre de la paciente, Breuer se dedica a su cui-


dado y permanece una gran cantidad de horas con la paciente, en este tiempo
él utilizará la hipnosis con el fin de lograr que ella hable y pueda remitirlo al
inicio de sus síntomas, tal como era la finalidad del método hipnótico que se
destinaba al tratamiento de la histeria. De hecho, será Anna O. quien bautice
como talking cure a esta técnica de repetir las palabras que habían sido dichas
por la paciente pero en estado hipnótico. Mediante este tratamiento, Breuer
logra que los síntomas remitan, pero los efectos en el matrimonio de éste a
raíz de la gran dedicación que prodigaba sobre la paciente se hacen sentir, por
lo que marcha de viaje con su esposa.

El doctor Breuer es convocado por la paciente debido a graves dolores abdomi-


nales y allí se produce una situación en la que Anna O. pronuncia, en un es-
tado de embarazo histérico, la siguiente frase: "está llegando el hijo de Breuer".
Ante esta expresión, el doctor Breuer abandonará la escena, no sin espanto.

Estas circunstancias donde se ha revelado de forma manifiesta el deseo sexual


de la paciente hacia Breuer, también y ante la huída de éste, llevan a Freud a
considerar los deseos del propio Breuer hacia ella, donde lo central que destaca
Freud es la posibilidad de pensar este "amor" como el verdadero motor del
tratamiento.
© FUOC • PID_00154467 24 Introducción a la teoría psicoanalítica

"Llamamos transferencia a este nuevo hecho que tan a regañadientes admitimos. Cree-
Lectura complementaria
mos que se trata de una transferencia de sentimientos sobre la persona del médico, pues
no nos parece que la situación de la cura avale el nacimiento de estos últimos. Más bien
conjeturamos que toda esa proclividad del afecto viene de otra parte, estaba ya prepara- S. Freud (1992). Conferencias
da en la enferma y con oportunidad del tratamiento analítico se transfirió sobre la per- de introducción al psicoanálisis.
sona del médico. La transferencia puede presentarse como un tormentoso reclamo de Parte II (p. 402). Buenos Ai-
amor o en formas más atenuadas; en lugar del deseo de ser amada, puede emerger en la res: Amorrortu.
muchacha joven el deseo de que el hombre anciano la acepte como hija predilecta y la
aspiración libidinal pueda atemperarse en la propuesta de una amistad indisoluble, pero
ideal y no sensual."

S. Freud

En el amor o enamoramiento, lo que subyace es la repetición de los modelos


infantiles, aquella primera relación de amor, como amor auténtico. En esta
autenticidad es donde señala Lacan que deberá considerarse la transferencia
en el análisis, en tanto no será en el engaño por parte del analista, como lu-
gar imaginario desde donde deberá responder. Lacan sitúa allí el concepto del
sujeto supuesto al saber inconsciente, lugar del analista, en tanto será hacia
donde el paciente dirigirá sus palabras suponiendo la posibilidad de una sig-
nificación en las que ellas se conjuguen, una verdad que obture la falta en la
que el sujeto se funda como sujeto de deseo.
© FUOC • PID_00154467 25 Introducción a la teoría psicoanalítica

6. La clínica psicoanalítica en Jacques Lacan

Una vez hemos presentado brevemente los orígenes del psicoanálisis, nos ha
sido posible reconocer que, en el proceso de creación de un corpus teórico que
pretende explicar y además intervenir sobre un ámbito tan complejo como es
el de la psicología, se crean argumentos y fundamentos de una elevada abs-
tracción y complejidad que inicialmente son necesarios para la comprensión
del objeto de estudio. Algunos de estos fundamentos, a los que Freud llamaba
ficciones lógicas y que hemos expuesto de modo amplio y general, requieren
de una mayor profundización en tanto nos acompañarán a lo largo de todo el
material como ejes vertebrales de la clínica que esta teoría sostiene.

Para ello tomaremos como referencia el trabajo conceptual desarrollado por


uno de los psicoanalistas de mayor relevancia y trascendencia en el campo
psicoanalítico como ha sido el psiquiatra francés Jacques Lacan. Su obra, con-
solidada a partir de los diferentes seminarios que impartió en París a partir
del año 1953, se desarrolla en su propio decir como un "retorno a Freud", que
consistirá para él en una necesaria definición del psicoanálisis fundada a par-
tir de los propios textos de Freud y sostiene que volver a Freud es el requisito
imprescindible para salir de él.

Será en este retorno a Freud, a partir del estructuralismo de su época, especial-


mente desde la teoría lingüística de Ferdinand de Saussure, lo que enmarcará
la principal de sus aportaciones en la definición del psicoanálisis y que desa-
rrollaremos a continuación: el inconsciente se encuentra estructurado como
un lenguaje.

6.1. El signo: significante y significado

Lacan propone que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Ahora


bien, ¿cómo es posible determinar la estructura del lenguaje en el inconscien-
te? Los conceptos de inconsciente, estructura y lenguaje admiten una relación
entre sí dentro de la teoría desarrollada por Lacan y esta relación es la que
intentaremos presentar en este apartado. Para ello es necesario remitirnos a la
lingüística y las aportaciones de Saussure a partir de las que Lacan introducirá
una analogía que posibilite la comprensión del funcionamiento de los proce-
sos inconscientes.
© FUOC • PID_00154467 26 Introducción a la teoría psicoanalítica

La lengua es un producto social del lenguaje que, a partir de un conjun-


to de convenciones adoptadas y aceptadas socialmente, posibilita a lo
sujetos comunicarse. Ésta precede al sujeto hablante y por lo tanto será
éste quien deberá subordinarse a ella.

La unidad elemental de la lengua es el signo, al que Saussure se refiere como


signo lingüístico y que define como una unidad conformada por la relación
entre un concepto y una imagen acústica, esta última es la huella mnémica o
representación y no simplemente un sonido. De este modo, el signo lingüís-
tico es entendido como una entidad psíquica compuesta por dos caras a las
que posteriormente Saussure designará como significante (imagen acústica) y
significado (concepto) y serán representadas mediante el siguiente esquema:

Esquema del signo lingüístico, según Saussure

En este esquema se reconocen las características del signo como lo presenta


Saussure, en tanto es una unidad cerrada donde ambos elementos que la com-
ponen poseen una relación indisoluble. En el signo es posible destacar algunas
propiedades esenciales como lo es su arbitrariedad, en tanto no existe ningún
lazo natural entre significado y significante, sino que su vinculación es propia
de la determinación que ha establecido cierta comunidad. En relación a su
arbitrariedad, la unidad del signo es inmutable, ya que una vez establecido,
ni el sujeto ni la comunidad lingüística podrán variarla. En cierto modo será
como dice Saussure la tradición en el uso será la que establezca tal unidad y
si existe una modificación ésta podrá deberse al tiempo, como un factor que
podría modificar o alterar la unidad, lo que en tal caso no sólo afectará a uno
de sus elementos constitutivos, sino que tanto podría variarse el concepto –el
significado– como el significante.

Por otra parte, en relación con la temporalidad, si el tiempo puede provocar


cambios en el signo, también lo hará en el mismo acto del habla, en tanto la
utilización de la lengua requiere tiempo para ejecutarse, no es algo estático,
y en tal caso será en su acción (hablar) donde reconoceremos lo lineal del
significante, al entrelazarse unos y otros formando una cadena de oposiciones.
Cada signo de la cadena discursiva que se establece al hablar va a adquirir su
significación a partir de los signos que le siguen y preceden, lo que nos llevará
al concepto del valor del signo que propone Saussure.
© FUOC • PID_00154467 27 Introducción a la teoría psicoanalítica

El valor del signo consiste en la posibilidad de asignarle una significación,


su "valor", lo que sucedería si tomamos por ejemplo una misma palabra y la
asilamos de las diferentes frases en las que se ubica y ésta mantiene su unidad
entre significante y significado en una implicación recíproca. Al referirse al
aislamiento, como corte en el contexto, se destaca la relevancia que posee el
mismo en el momento de pensarlo como una unidad. Veamos a continuación
un ejemplo.

Significación de signos

"Las paredes de la casa son de un blanco brillante."

"Al lanzar la flecha hizo blanco en el árbol."

En ambos casos la palabra blanco está presente. Sin embargo, sus significaciones difieren
debido al contexto de cada frase y por lo tanto se constituyen como signos lingüísticos
diferentes.

Así, tal como lo desarrollara Saussure, al realizar cortes en la cadena, en éstos


deberíamos poder reconocer signos como elementos cerrados, donde cada sig-
nificante se encontraría ligado/unido a un concepto, lo que ejemplifica como
una hoja de papel que, al cortarla, esta separación afectará tanto al anverso
como al reverso de la misma.

6.2. La preeminencia del significante en Lacan

Jacques Lacan propone algunas modificaciones respecto al signo lingüístico tal


como hemos presentado de acuerdo con los estudios de Saussure. Así, invierte
en primer lugar los elementos que componen al signo y dará preeminencia al
significante (S) sobre el significado (s) y lo representará del siguiente modo:

El significante será representado por medio de una ese mayúscula (S) y el sig- Lectura complementaria
nificado por una ese minúscula (s); por otra parte ya no está presente la elipse
J. Lacan (1988). La instancia
ni las flechas, con lo que se elimina la idea de una unidad estable entre ambos de la letra en el inconscien-
elementos y la barra dejaría de representar la relación o unión entre ambos te o la razón desde Freud. En
Escritos I (p. 479). Buenos Ai-
para indicar más bien la separación entre dos órdenes diferentes. Ahora bien, res: Siglo XXI.
¿qué sucede entonces con la significación, es decir, el efecto que se lograba a
partir de la unidad entre concepto e imagen acústica o entre pensamiento y
sonido? Para comprenderlo, tomaremos como ejemplo el que propone Lacan
en uno de sus escritos.
© FUOC • PID_00154467 28 Introducción a la teoría psicoanalítica

Ilustración de Lacan sobre lo que sucede con la significación

Sobre la línea encontramos dos significantes, caballeros y damas, debajo de


ella hay dos puertas iguales, que sólo encontrarán su diferencia a partir del sig-
nificante que los determina; al mismo tiempo, el significante no posee ningu-
na significación si no es en relación con otro significante de la cadena. De este
modo reconocemos que la relación entre significante y significado es inestable
y sólo en la cadena de significantes será donde se podrá determinar –detener–
la significación.

"El significante debe concebirse como diferente de la significación. Se distingue por no


tener en sí mismo significación propia."

J. Lacan (1992). Las psicosis. En El seminario III (p. 284). Buenos Aires: Paidós.

Tal determinación, que anteriormente hemos expuesto como lo que Saussure


destacaba en el corte que posibilitaba la unidad y el valor del signo lingüístico,
será modificada por Lacan mediante el concepto de punto de almohadillado,
point de capiton o puntada.

Point de capiton o puntada

Estos términos remiten a una técnica de tapicería empleada habitualmente en sofás en


la que, mediante el tensado de un hilo, una serie de botones previamente dispuestos se
hunden sobre una superficie blanda de forma simultánea. Lo que posibilita dicha técnica
es evitar que la masa del relleno se mueva. En el discurso del ser hablante, el concepto
puntada permitirá anudar el significante al significado y detener su deslizamiento.

El deslizamiento está haciendo expresa referencia al discurso como enuncia-


ción, en lo hablado como acción, que no es igual a lo que sucede con lo escrito
o con lo enunciado, en tanto su significación ya estaría determinada allí mis-
mo. En cambio, al hablar podemos decir que su significación sólo aparecerá al
final, por ser en la cadena de significantes donde el significado se encuentra
sostenido, a diferencia de lo propuesto anteriormente como signo lingüístico
en unidades que pueden delimitarse en significado/significante.
© FUOC • PID_00154467 29 Introducción a la teoría psicoanalítica

Significación al final del enunciado

Un paciente nos dice: "mi madre es adorable, alegre, protectora, es animada y siempre
está cuando la necesito, pero todo ello no es cierto".

Aquí la significación sólo es detenida al final, el punto final que actúa como la aguja del
tapicero y tensa los hilos del significante para conferir una significación diferente a lo
que podría ser si nos detenemos en cada uno de los significantes como unidades. Ello
podría representarse del siguiente modo:

La cadena de significantes (S1, S2... Sn) se desliza sobre la barra que los separa de los
posibles significados; recordemos que la barra en Lacan señala la resistencia entre ambos
y no como en Saussure, donde señala la relación entre ambos.

Lacan representará lo que acabamos de decir con lo que ha denominado Grafo Lectura complementaria
I.
J. Lacan (1987). Subversión
del sujeto y dialéctica del de-
seo en el inconsciente freu-
diano. En Escritos II (p. 784).
Buenos Aires: Siglo XXI.

Grafo I de Lacan

En el punto de partida ∆ se está representado al ser hablante que está comu-


nicando algo, parte de una necesidad como punto de origen. La línea S-S´ re-
presenta la cadena de significantes, la dimensión diacrónica del lenguaje o la
sucesión temporal a la que hemos hecho referencia anteriormente.

El primer punto de intersección se ha denominado C, el lugar del Código,


donde se encontrará con el lenguaje y sus reglas, el conjunto de significantes
de los que dispone el sujeto. El punto M será el lugar del mensaje, así luego de
haber escogido las palabras en C, digamos, se produce el mensaje, que vemos
en la línea M-C. Sin embargo, el mensaje no depende del ser hablante, sino
de la sanción del código, como se representa en la línea superior en dirección
C-M, donde se establece un corte (puntada) que permite acotar una sincronía
entre los significantes y limitar su significación, es decir, conferirle un sentido
de forma retroactiva.

Ejemplo relacionado con el grafo de Lacan


© FUOC • PID_00154467 30 Introducción a la teoría psicoanalítica

Un niño entra en una tienda de caramelos y le pide al dependiente "quiero dos euros
en caramelos" (punto ∆); el dependiente le dice "cógelos tú" (punto C, como código);
luego el niño le presenta un puñado de caramelos que ha tomado en sus manos (punto
M); el señor los cuenta, quita algunos y dice "aquí está, dos euros de caramelos" (punto
C, como sanción). Lo que queda de ∆, en tanto ha iniciado el pedido a partir de una
necesidad (comer caramelos) y ha debido transformarse en demanda (intervenir con otro)
es diferente a lo inicial (menos caramelos de los que esperaba) al intervenir la sanción
del otro, como si éste dijera "de lo que quieres a lo que puedes, queda este resto" (punto
$). Los caramelos, al igual que los significantes, no tienen un precio unitario, no poseen
un significado al que se encuentren unidos (como presentamos en el caso del signo de
Saussure), de ser así nuestro hipotético niño pediría, tomaría lo justo y pagaría. Pero en
el lenguaje, lo que nos permitirá reconocer Lacan a partir de la relación del sujeto con el
significante es que no existe lo justo (en el sentido de lo recto, preciso).

6.3. El deslizamiento del sentido

Será en el lenguaje, en las palabras, donde el sujeto habrá de transmitir lo


que no quiere decir y en este no querer decir es donde Freud, al igual que
posteriormente Lacan, han hecho una especial distinción. Sus análisis sobre
los fenómenos del lenguaje (los equívocos, los olvidos de palabras, los lapsus
y los chistes) les han permitido indagar al respecto del sujeto y su relación con
el deseo, donde la imagen sobre la que se sostiene el sujeto como una máscara
–yo (moi)– se moviera de su lugar y permitiera entrever retazos de una verdad
que permanece oculta. En tales fenómenos podemos reconocer con relación
a lo expuesto anteriormente el deslizamiento que se produce sobre el sentido,
donde las palabras no están aferradas a una significación precisa, sino que
pueden remitirnos a otros significados.

"Tropiezo, fallo, fisura. En una frase pronunciada, escrita, algo de un traspié. Freud está
imantado por esos fenómenos y es ahí donde buscará el inconsciente. Ahí, algo distinto
pide realizarse que aparece como intencional, ciertamente, pero provisto de una extraña
temporalidad, lo que se produce en esa hiancia, en el pleno sentido del término produ-
cirse, se presenta como el hallazgo. De ese modo, en primer lugar, la exploración freudia-
na vuelve a encontrar lo que ocurre en el inconsciente."

J. Lacan (1997). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. El seminario XI (p. 32).
Buenos Aires: Paidós.

Esta operación de deslizamiento es particularmente reconocida en el chiste, Lectura complementaria


donde precisamente lo que genera el efecto de su comicidad está en el juego
Ó. Masotta (1983). Lecciones
de palabras, donde el sentido que se espera siempre está en otra parte. Este de introducción al psicoanálisis.
efecto es denominado por Oscar Masotta como operación tero. México, DF: Gedisa.

El chiste y su relación con el inconsciente


Lectura complementaria

Freud presenta, entre otros, este chiste en su trabajo sobre el chiste y la relación con el S. Freud (1993). El chiste y su
inconsciente: relación con el inconsciente (p.
48). Buenos Aires: Amorror-
tu.
Dos judíos se encuentran en las cercanías de la casa de baños. "Has tomado un baño?",
pregunta uno de ellos. Y el otro le responde preguntándole a su vez: "¿Cómo es eso?
¿Falta alguno?".
© FUOC • PID_00154467 31 Introducción a la teoría psicoanalítica

El tero
El segundo de los personajes es quien genera el malentendido y el efecto de comicidad
al detenerse en el significado que correspondería a la palabra tomar y responder a él sin
tomar la significación de toda la oración que en su conjunto remite a otra significación, El tero es un ave que para em-
la de bañarse. pollar los huevos construye un
nido falso así, cuando los ani-
males pretenden robarle los
huevos, no encuentran lo que
En el mecanismo del chiste, Lacan reconoce dos de los procesos que Freud habría pro- esperaban.
puesto en la formación del inconsciente como son el de la condensación y el desplaza-
miento y los remite a los tropos de la lingüística de la metáfora y la metonimia. Así,
mientras en el caso de la metáfora la condensación permite que un significante pueda
estar en lugar de otro y trasladar la significación de forma vertical (de acuerdo con lo
que hemos presentado como el signo que recrea Lacan), en el caso del desplazamiento, la
metonimia posibilita que la significación se despliegue de forma horizontal por la con-
tigüidad en la cadena significante, como sucede en el chiste del baño: la pregunta que
formula el interlocutor desplaza el sentido de la orientación original hacia otra significa-
ción posible dentro de la cadena, tomar por coger.

6.4. Entre el decir y lo dicho

En distintos trabajos de Lacan, en especial en el escrito titulado Subversión del


sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano, se establecen dos dimen-
siones del lenguaje que serán evidenciadas en tanto el sujeto habla, es decir,
el sujeto al hablar encuentra su condición de ser sujeto del lenguaje.

Las dimensiones del lenguaje propuestas son las del enunciado�y�la�enuncia- Lectura complementaria
ción, dimensiones que pueden ser también diferenciadas como la de lo dicho
J. Lacan (1987). Subversión
(el enunciado) y la del decir (la enunciación). Esta diferencia, de términos por del sujeto y dialéctica del de-
el momento, está circunscripta a un orden temporal del verbo, ya que se pre- seo en el inconsciente freu-
diano. En Escritos II (p. 773).
senta el verbo decir (la enunciación) y su conjugación en pretérito (el enun- Buenos Aires: Siglo XXI.
ciado: he dicho, han dicho). Aunque como verbos ambos tiempos hacen refe-
rencia a la acción de hablar, el enunciado se presenta como lo que ha queda-
do de esa acción, como la huella, por el contrario, en la enunciación se está
implicando el mismo acto del habla, el pleno acto del uso de la palabra. La
diferencia aquí no tendría relevancia si no es en cuanto a que el sujeto es pre-
sentado como agente de este acto (diciendo).

Por una parte, es posible determinar al sujeto del enunciado, que sería aquel
que queda expuesto en lo dicho, lo que dice de él, lo que de él habla. Él se
reconoce allí, al igual que sucede en el estadio del espejo y, aun siendo pala-
bras y no imágenes, este enunciado conforma un espacio imaginario donde el
sujeto se reconoce y, como ya veremos, a la vez se engaña. En otra perspecti-
va, podemos situar al sujeto de la enunciación, que es quien habla pero a su
vez se aleja de lo que dice. Aquí está situado el yo (je) por oposición al yo del
narcisismo, al de la imagen, al yo (moi). La diferenciación que exponemos so-
bre el yo posiblemente resulta compleja si pretendemos comprenderla desde
una misma lógica, en un mismo plano argumental, y esto es así porque preci-
samente se encuentra en dos niveles diferentes, dos órdenes diferenciados, el
imaginario y el simbólico.

Cuando nos referimos al yo (moi) se trata del yo del estadio del espejo, del
orden imaginario donde el niño construye su yo ideal como una unidad sin
fisuras en la cual sostenerse. Por otra parte, el yo (je) pertenece al orden de
© FUOC • PID_00154467 32 Introducción a la teoría psicoanalítica

lo simbólico, donde ya no se trataría de una imagen de sí mismo, sino de la


enunciación como sujeto, en la entrada a la cadena significante a partir de un
decir que lo denuncia –delata– como sujeto de deseo, como veremos ante la
declinación del complejo de Edipo, a partir de la instauración de la metáfora
paterna. Entre el moi y el je existe una correspondencia, en tanto no habrá la
disolución de uno (moi) ante el surgimiento del otro (je), ambos coexisten en
diferentes órdenes, el imaginario y el simbólico.

Ejemplo

El estadio del espejo es un concepto elaborado por Lacan que se refiere al momento en
el que el niño se identifica con la imagen que de él se presenta en el espejo. Ante esta
imagen se aliena y así ésta se transforma en una imagen ortopédica de su totalidad. Esto
que se produce ante el espejo es análogo a lo que sucede ante el otro, un semejante que
como el espejo produce fascinación en el niño, imagen también de la que se apropia
como suya, que sin embargo es a la inversa, la imagen que fascina, aliena, y por lo tanto
el sujeto pasará a ser la imagen. El sujeto, al igual que sucede con su propia imagen, será
capturado por el lenguaje.

Ahora bien, el motivo por el que hemos dirigido nuestro análisis hacia la cues-
tión del enunciado es justamente porque el sujeto que se presenta en la prác-
tica del análisis hablará de un sufrimiento, de un malestar y realizará una de-
manda. ¿Cuánto del sujeto estará implicado en esta demanda? O más bien,
¿sabe el sujeto lo que está demandando? Porque si nos es posible formular esta
división en el sujeto, lo que ponemos en duda es que este sujeto que está ha-
blando diga realmente algo de sí (enunciación) y no lo que de sí dice o piensa
(enunciado). En sus palabras hay más bien ocultamiento, por cuanto que lo
limitan a ser reconocido por y en ellas, por lo que queda un resto que siempre
escapa al enunciado.

"¿Quién habla? Cuando se trata del sujeto del inconsciente. Pues esta respuesta no podría
venir de él, si él no sabe lo que dice, ni siquiera qué habla, como la experiencia del análisis
entera nos lo enseña."

J. Lacan (2008). Subversión del sujeto y dialéctica de deseo en el inconsciente freudiano.


En Escritos II (p. 780). Buenos Aires: Paidós.

Queda claro que aquí también parecería paradójico que si en la palabra no está
la verdad del sujeto, en tanto que es verdad de ella misma y no de quien la
enuncia, ¿cómo es que se lleva a cabo el análisis si éste se sostiene de la palabra?

Esto lo podemos ver con nitidez a través de los lapsus del discurso del paciente,
donde hay traspiés, en esas rupturas es donde el discurso analítico adquiere
su valor, por ser precisamente donde se reconocen las formaciones del incons-
ciente: "en lo que el discurso realiza al vaciarse como palabra" (Lacan, 2008,
pág. 780) como aquellos cortes que se producen en el discurso, enunciación
donde se deja oír el deseo inconsciente, en tanto habla de él más allá de su
intencionalidad discursiva.
© FUOC • PID_00154467 33 Introducción a la teoría psicoanalítica

Los traspiés se comprenden como aquellas situaciones en las que el sujeto se


reconoce en un desconocimiento, lo que se entiende en este caso por traspié
es un perder pie donde al perderlo el caminante toma conciencia de su posición
anterior, es decir estar en pie, bien parado o estar en lo cierto. Por esta razón
nos será posible tener en cuenta también los actos fallidos.

Ejemplo

Pensemos por ejemplo en los lapsus que suceden al hablar. Estos se le presentan al sujeto
como una equivocación en lo que ha enunciado, equivocación en tanto no estaba por
él previsto que así sucediera y ante la que debe reponerse con alguna palabra que lo
salve de este error, que va más allá de ser sólo gramatical. Allí se ha evidenciado algo que
debiera haber permanecido oculto, ha devenido la desnudez donde debía haber prendas,
ropajes –yo (moi)– que lo hagan ver como él cree ser visto. Es necesario tener presente
en este punto lo que señalamos entre el je y el moi, los lapsus serán aquellos cortes en la
cadena significante que posibilitarán el acceso al inconsciente, como pequeñas puertas
que se abren y se cierran y muestran a través de una pequeña abertura la relación entre
el significante no esperado (aquella palabra enunciada sin intención) y un significante
reprimido, inconsciente.

En la enunciación, en el decir del sujeto, es donde será posible establecer una


relación entre ambos a través de una señal, una puntualización sobre aquel
significante, donde el analista permitirá al sujeto deslizarse sobre la cadena
significante a través de este yo (je) dividido por el lenguaje.

Ejemplo

Podemos tomar como ejemplo lo que sucede cuando grabamos nuestra voz en un siste-
ma de audio. Al hablar presuponemos que la voz se está registrando tal como la estamos
emitiendo, sin embargo, al detener la grabación y escucharla, nos desconocemos en lo
que escuchamos, aquella voz no parece la nuestra, se oye diferente. En el caso de los
lapsus, podemos relacionarlo con la grabación, mientras hablamos (enunciación) supo-
nemos que el otro (el receptor) comprende lo que decimos, pero al aparecer aquella pala-
bra o expresión inesperada, el grabador se detiene y la escuchamos nuevamente (enun-
ciado), no nos identificamos en aquello. En el intento por explicarlo –porque no nos
identificamos en esa voz o porque dijimos lo que dijimos como lapsus– el discurso que
se articulará, como apertura inconsciente, tendrá más de yo (je) y menos de yo (moi),
es decir, se evidenciará la división subjetiva por encima de la imagen ideal sobre la que
identifica el sujeto.

Lapsus en los cuentos infantiles

El lapsus aparecería ante el sujeto como el niño que en el cuento de Andersen hace su
aparición señalando al rey y mostrando su desnudez para evidenciar lo obvio y quitar
las máscaras. No nos es posible conocernos a nosotros mismos sino reconocernos.
Esto se debe a que, si hay un conocimiento de sí, es sólo por medio del otro. En el
caso del estadio del espejo el niño se reconoce en su propia imagen en tanto presiente
que el otro ya lo identifica como tal. El rey engañado del cuento es tal como lo somos
todos, él se fía de la mirada de los otros que como tal lo reconocen vestido. Sobre ello
encontramos en Lacan que el temor del sujeto a ser mal entendido o no creído en
sus palabras puede aparecer como más fundamental que el ser engañado por otro.

En el seminario XI, Lacan presenta este planteamiento, que puede resumirse


en la propuesta de una elección, pensar�o�ser, ¿cuál será la alternativa correc-
ta? Si por una parte optamos por el ser, como lo verdadero y fundamental,
caeremos en la cuenta de que no sólo perderemos el pensamiento, sino tam-
bién el mismo ser. Pues el ser únicamente podrá afirmarse a sí mismo si hay
© FUOC • PID_00154467 34 Introducción a la teoría psicoanalítica

un pensamiento que lo sostenga como tal. Si, por el contrario, consideramos


el pensamiento como la opción correcta –teniendo en cuenta lo establecido
por el psicoanálisis– daremos con que el pensamiento no podrá nunca serlo
todo, ya que él mismo se sostiene por lo que el pensar no sabe, aquello que
del pensamiento se pierde y esto es lo�inconsciente.

Decimos que algo se pierde, ya que no habría posibilidad de nombrarlo todo.


Toda definición que el sujeto intente conllevará una exclusión. Por ello en el
presente análisis lo que pretendemos manifestar es que, al definirse el sujeto,
es él quien queda excluido de esa definición. Como ejemplo de lo que estamos
desarrollando nos remitiremos a una situación presentada en la literatura in-
fantil, en el cuento de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas de Lewis
Carroll, donde el personaje de este cuento se encuentra en un reiterado des-
encuentro. Este desencuentro es con relación al constante conflicto que tiene
Alicia en cada uno de los lugares donde se desarrollan sus aventuras, que radi-
ca inicialmente en lo inconveniente de sus proporciones físicas con respecto
al resto de los personajes. Así, o es demasiado pequeña en un país de gigantes
o es muy grande y perturbadora en medio de seres pequeños. Estos cambios
de tamaño son expresados en el capítulo V, titulado "Consejos de una oruga":

"–¿Quién eres tú? –dijo la oruga.

éste no era un comienzo alentador para una conversación. Alicia contestó, con cierto
recelo:

–Yo... yo casi no lo sé, señor, en este momento... Por lo menos sé quién era cuando me
levanté esta mañana, pero me parece que debo de haber cambiado varias veces desde
entonces.

–¿Qué quieres decir con eso? –dijo severamente la oruga–. ¡Explícate!

–Temo, señor, que no puedo explicarme –dijo Alicia– porque yo no soy yo misma, como
usted ve."

Fuente: L. Carroll (1998). Los libros de Alicia. La caza del Snark. Cartas – Fotografías (p. 55).
Buenos Aires: Ediciones de la Flor / Best Ediciones.

Esta dificultad que encuentra Alicia para decir quién es puede relacionarse con
el planteamiento anterior, presentado también como una dificultad, esta es,
la búsqueda del lugar adecuado en el que el sujeto pueda definirse. Mencio-
namos aquí el término lugar y lo hacemos en referencia a una sentencia que
pertenece a Freud y que es citada repetidas veces por Lacan. Se trata de wo es
war, soll ich werden (donde eso fue, yo debo llegar a ser). De acuerdo con lo que
sobre esta sentencia desarrolla Lacan, podremos decir que posee un carácter
imperativo, que se encuentra signado por el término soll traducido al español
como deber desde el que se insta al sujeto a ir ahí, devenir responsable de sí
mismo, en cuanto puede reconocerse en el lugar donde estaba descentrado,
bajo el engaño de un conocimiento supuesto. Dicho conocimiento es el que
se encuentra en lo que habíamos denominado como yo (moi), la representa-
ción que el sujeto tiene de sí mismo. Lacan afirma que no es de este yo (moi)
imaginario del que se trata en el soll ich werden (yo debo llegar a ser).
© FUOC • PID_00154467 35 Introducción a la teoría psicoanalítica

Ya que este imperativo no pretende que el sujeto llegue a ser en su representa- Nota
ción, en su dicho o su máscara sino que, por el contrario, lo que aparece como
Traducido al español en la
afirmación de sí –su yo (moi)– vacile, dude. Apareciendo el sujeto sólo en la obra de Lacan de distintas ma-
desaparición de su posición y de sus certezas, reconocemos al yo (moi) –el ego– neras, de acuerdo con qué ubi-
ca en el lugar del "es" como:
como el lugar del dicho en el que el sujeto se encuentra cuando alguna verdad allí donde era, yo (je) debo lle-
gar a ser (o bien). Ahí donde el
de sí pretende afirmar. Allí donde lo que acompaña y sostiene es el enunciado, S (sujeto) era, ahí el "ich" debe
llegar a ser.
el "soy esto...", "soy quien...", seguido de predicados que representan al sujeto
para sí y para los demás: "soy una persona muy tolerante con mis amigos, me
molesta que no sean sinceros conmigo porque puedo escuchar y aceptar si en
algo no están de acuerdo".

En cuanto al yo (je) que a ese lugar debe advenir, se trataría de que quien habla, Lectura complementaria
en oposición al dicho, estaría en el orden del decir, de la enunciación, como
J. Lacan (2008). Subversión
siendo aquel signo que indica pero nada predica de quien habla. Al yo (je) es a del sujeto y dialéctica de de-
quien hacíamos referencia cuando mencionábamos que el discurso analítico seo en el inconsciente freu-
diano. En Escritos II (p. 781).
obtenía su valor en los traspiés, lapsus y cortes del sujeto en su discurso, cortes Buenos Aires: Paidós.
que dejan al sujeto al desnudo de su dicho: "enunciación que se denuncia,
enunciado que se renuncia". De este modo, el concepto que de sujeto elabora
Lacan, y que aquí pretendemos reconocer, presenta como característica prin-
cipal la de quedar como un resto.

Con respecto a lo que mencionábamos como imperativo en la sentencia de


Freud, vemos que, a ese sitio al que se debe advenir es al ser, llegar a ser. Y
podemos pensarlo como un sitio de autenticidad, en el que si hay una verdad
que perseguir ésta se encontraría en el ser. Pero no habría justificación para
sostener sobre la idea del ser, salvo su relación con la muerte. Si hay que decir
algo del ser es que como tal se opone al no ser, a la muerte. Sobre esta oposición
encontramos varios comentarios en los seminarios de Lacan, pero hay uno en
especial al que aquí podremos referirnos:

"¿[...] qué queda aquí sino el rastro de lo que es preciso que sea para caer del ser?"

J. Lacan

¿Y qué es ese rastro, sino esa ignorancia que se debe perder? La caída del velo.
Nuevamente estamos, como lo hemos mencionado, en la desnudez.

Con relación a este caer del ser, podemos encontrar su vinculación con la sen-
tencia trágica que Sófocles pone en boca de Edipo: "antes bien, no ser". Edipo
tendrá la muerte que le es propia al héroe, la muerte en la que tacha su ser.
Este ser esencial y de carácter metafísico, sólo puede aparecer por medio de
representaciones y, vestiduras, que lo denuncian en su ocultamiento. El héroe
avanza solo y traicionado, como todos los hombres se engañan, permanecen
en el equívoco y desde allí se nombran, pero, y a diferencia de los demás mor-
tales, el héroe avanza en esa senda, solo –en el desamparo (Hilflosigkeit)– en el
camino hacia determinar qué es y qué no es, sin esperar ninguna ayuda.
© FUOC • PID_00154467 36 Introducción a la teoría psicoanalítica

7. El complejo de Edipo y el sujeto del inconsciente

El sujeto –en tanto habla– dentro del marco de la teoría psicoanalítica será
impensable si lo apartamos del lenguaje y, justamente al considerarlo inmer-
so en un mundo de lenguaje, encontraremos los elementos que lo definirán
como escindido.

El sujeto escindido

En el marco teórico que estamos desarrollando, Lacan utilizará la palabra alemana


Spaltung para referirse a la escisión psíquica, la división irreversible que se produce
tras la instauración de la metáfora paterna, en el complejo de Edipo, y que dará lugar
al nacimiento del sujeto del inconsciente. Pero, ¿cómo se produce tal división? Si
nos remitimos a lo que hemos presentado al respecto del signo (significante sobre
significado) podemos, con Lacan, decir que la unión fusional madre-hijo está en el
ámbito del significado, una vivencia sin representación, sin palabras. Posteriormente
intervendrá el padre, quien dará lugar a la dialéctica del ser en el niño: si no es el
falo (objeto de deseo) deberá tenerlo, lo que implica, por lo tanto, posicionarse como
sujeto de deseo y se debe nombrar (significar) su pérdida como objeto a través del
significante del deseo de la madre S1 como el primer significante que da inicio a la
cadena de significantes quedando así reprimido en el inconsciente para ser sustituido
por el nombre del padre por medio de la metáfora paterna (S2). Será precisamente a
partir de tal metáfora, como sustitución de un significante por otro, cuando se instala
la represión originaria.

Podemos entenderlo como si el padre, o quien establece la prohibición, dijera: "para


ser debes nombrarte (tener)". Al aceptar tal ley y, por lo tanto, nombrarse, el niño
accederá al orden de lo simbólico y lo que diga de sí es un significante, uno más en la
cadena de significantes. De este modo el sujeto permanece alienado al lenguaje: para
ser debe nombrarse y al nombrarse desparece como ser, a ello nos remite el concepto
de división/escisión del sujeto.

Esquema del sujeto escindido

Estas afirmaciones sobre la preeminencia del lenguaje, en lo que respecta a la


constitución del sujeto, estarán sólidamente fundadas en las consideraciones
que realiza Lacan sobre el complejo de Edipo, consideraciones de las que des-
tacaremos principalmente la que hace referencia a la instauración de la ley,
el orden simbólico. Pero primero debemos aclarar la distinción que establece
Lacan entre lo simbólico y, por otra parte, el lenguaje. La diferencia que debe
destacarse es que dentro del campo del lenguaje coexisten las dimensiones de
lo simbólico y lo imaginario y la dimensión�simbólica del lenguaje es aquella
© FUOC • PID_00154467 37 Introducción a la teoría psicoanalítica

que encuentra sus fundamentos en el significante en lo que será denominado


por Lacan como la palabra�verdadera. Por otra parte, la dimensión�imagi-
naria estará relacionada con el significado, la significación y la palabra�vacía.

La distinción que intentamos señalar es entonces que dentro del lenguaje no


existe lo simbólico como preeminente. Lo simbólico será lo que sobre un sus-
trato imaginario surgirá como resultado del complejo de Edipo.

Este sustrato imaginario encontrará su fundamento en lo que anteriormente


mencionamos como el estadio�del�espejo. Allí, el niño se aliena en la imagen
que luego le es devuelta por el espejo, alienación a través de la cual el niño
tomará esa imagen como propia, imagen que se le presenta como dando uni-
dad al propio cuerpo. Esto no se fundamenta en el solo aspecto de la visión,
en la visión que él haga de este reflejo. Lo que dará la posibilidad de que el
niño se encuentre y se acepte en esa imagen que le es exterior es lo que deno-
minaremos aquí mecanismo�fundamental. Dicho mecanismo es efectivo a
partir de la presencia de un otro distinto, que luego será un semejante, que
está allí para reconocerlo y encontrará sustento en esa presencia que tendrá el
carácter de una mirada de afirmación.

"Hasta el ciego es allí sujeto por saberse objeto de la mirada."

J. Lacan (1988). De nuestros antecedentes. En Escritos I (p. 65). Buenos Aires: Siglo XXI.

Podemos pensar en esta situación: el niño parado frente al espejo y su madre


por detrás, que dirige la mirada hacia el niño que se presenta en el espejo y a
él le habla y le concede su cariño. A ello se refiere Lacan cuando en sus escritos
caracteriza el estadio del espejo y a éste como formador del yo. A partir de
aquí el niño se identificará en esa imagen, se podrá reconocer en las fotogra-
fías y reconocerá que cuando le hablen, se rían de él o le regañen, se estarán
dirigiendo a aquella imagen que él es, una imagen que siempre será exterior
para él y que, si se quiere, sólo podrá ser vista, reconocida, a partir del otro.

En el complejo de Edipo es donde lo que hemos dicho se encontrará desarro-


llado más claramente y por ello iniciaremos aquí el análisis de lo que Lacan
establece respecto a este complejo, mencionando particularmente cada uno
de los tres tiempos en que Lacan los divide, puntualizando principalmente la
instauración del orden simbólico en el niño.

Diremos que el niño en el primer momento del complejo de Edipo –antes de


que el padre entre en escena– se encuentra en el orden de lo real y que lo
real se considera como lo pleno, ya que no habría nada que falte ni tampoco
ninguna presencia que pueda ser cuestionada o tomada en cuenta.
© FUOC • PID_00154467 38 Introducción a la teoría psicoanalítica

En el seminario VI, Lacan dirá, a modo de ejemplo, que lo real puede ser toma-
do como el vértice de una habitación, el sitio en el que el techo y las paredes
se juntan. De este sitio nada sabemos, simplemente está ahí, y será así hasta
que una araña dibuje su tela en él. Sólo a partir de la venida de este nuevo
elemento aquel rincón se hará presente para nosotros.

Lo real

Lo real es todo aquello que está dado, lo que existe sin que medie para
su determinación la palabra y, por lo tanto, lo que no puede faltar. Para
que algo falte, es decir, para que demos cuenta de que hay algo que no
está donde debería estar es porque previamente se ha establecido un
orden, un orden simbólico: se lo ha nombrado, designado.

Así, lo real es la presencia absoluta donde todas las posibilidades están dadas.
En este orden es en el que se encuentra el niño, pero este niño del que habla-
mos no está solo, sino que se conforma dentro del triángulo imaginario. En
él participan, además del niño, la madre y un tercer elemento que será quien
articule esta relación: el falo.

El triangulo imaginario

Lo imaginario nos remite a la idea de imagen, en lo que ésta posee de


engañoso e ilusorio. En el primer momento del complejo de Edipo, par-
timos de una relación de indistinción fusional, el niño está alienado al
deseo de la madre, él está identificado con el objeto que le falta a la ma-
dre, se posiciona en el lugar de quien completa la carencia, de manera
imaginaria, identificado con el falo. Así se constituye lo que reconoce-
mos como triángulo imaginario: madre, niño y falo.
© FUOC • PID_00154467 39 Introducción a la teoría psicoanalítica

"Si la madre acude por la mañana, en camisón, a dar el pecho a su bebé, éste tiene la
impresión de que él, con su hambre, la ha convocado: de este modo, vive la experiencia
de estar siendo alimentado, concertada y acordada."

M. F. Castarède (2003). El espíritu de la ópera. La exaltación de las pasiones humanas (p.


169). Barcelona: Paidós.

En el primer momento del complejo de Edipo, las necesidades que acontezcan


serán satisfechas por la madre de modo tan inmediato que podríamos pensar
que las satisfacciones surgen de modo conjunto con las necesidades. Aquellos
cuidados que brinda la madre a su pequeño hijo nos aproximan a lo que La-
can refiere al respecto de la posición del niño como objeto de la madre. Así,
como se muestra en la vida cotidiana, la madre se encargará en cierta medi-
da de establecer, por ejemplo, cuándo el niño tiene hambre o frío. Es posible
ver en frases como "tiene calor", "se ha quedado con hambre" y "quiere dor-
mir" la objetivación que hace la madre del niño. En estos casos vemos que sus
observaciones responden a necesidades orgánicas, ahora bien, es imaginable
las consecuencias que tendrán predicados que vayan más allá, tales como por
ejemplo "nunca va a dejar sola a su madre", "es un chico triste" o "de mayor
va a ser...".

En esta relación, entre madre e hijo, considerada según decíamos como el


primer momento del complejo de Edipo, se ubica el niño como el objeto que
satisface a la madre y ocupa el lugar de lo que a ella le falta. Se identifica al
niño con aquello que a ella le falta, que es justamente el tercer término de la
tríada imaginaria: el falo. La madre ubica así, al niño, en el lugar de aquello
que es su deseo, de aquello que le falta.

Si Lacan determina en ese lugar faltante el falo e identifica al niño como el falo
de la madre, no es sin aclarar que este falo es un significante y, en tanto tal,
puede recibir tantos significados como sujetos existan. El falo será entonces el
significante que sirva para nominar lo que falta.

"Si el deseo de la madre es el falo, el niño quiere ser el falo para satisfacerlo."

J. Lacan (1987). La significación del falo. En Escritos II (p. 673). Buenos Aires: Siglo XXI.

Entonces, quiere decir que el niño se identificará con el falo, que se identifica
con el deseo de la madre y por ello el niño pretende ser deseo de deseo de la
madre, esto es, identificar su propio deseo al deseo de ella.

Lacan denominará al falo, al que con el niño intenta identificarse –por ser
aquello que la madre desea más allá del hijo–, como falo imaginario, aquello
que imaginariamente colma la falta de la madre. Esto lo vemos con claridad
cuando Lacan en su quinto seminario dice del niño:

"[...] ¿Qué es lo que ella quiere? Yo (je) bien quisiera que sea yo (moi) lo que ella quiera,
pero está bien claro que no es nada más que yo (moi) lo que ella quiere."

J. Lacan. El seminario, libro V. Sesión del 15 de enero de 1958. Inédito.


© FUOC • PID_00154467 40 Introducción a la teoría psicoanalítica

Esta cita nos remite a lo ya dicho con respecto a la división del sujeto en su
nominación y aquí es donde podemos encontrar su justa aplicación. Si el yo
(moi) es el yo donde se reconoce el sujeto, donde se aliena, no le quedará
alternativa más que ser un yo (moi) moldeado al deseo de la madre, ser su
deseo. Entrará el niño en una alternativa dialéctica que Lacan denominará
como la de ser o no ser el falo.

Como una cuestión previa, en el segundo�momento�del�complejo�de�Edipo


será necesario analizar cómo el niño que está inmerso en un mundo del len-
guaje hace su primera aproximación a este mundo. Para ello es conveniente
remitirnos a la dinámica de la dialéctica�de�la�frustración. La frustración es
el centro en el que converge la relación entre la madre y el hijo. ¿Cómo es que
surge la frustración en esta relación? o más bien ¿cómo surge la relación, en
tanto que sólo será posible que exista una frustración si algo que estaba esta-
blecido cae? En esta relación lo real, lo simbólico y lo imaginario volverán a
concurrir. Entre madre e hijo, el primer objeto con el que el niño se encuentra
en dependencia es con el seno materno y este objeto es denominado por Lacan
como objeto real en relación directa, esto es, está o no está –en relación con
lo faltante–, pero el pecho como objeto real no está en representación de algo
más que sí mismo y, por lo tanto, este objeto no nos es posible considerarlo
aún como un objeto simbólico.

"No cabe duda de que un objeto puede empezar a ejercer su influencia en las relaciones
del sujeto mucho antes de que haya sido percibido como objeto."

J. Lacan (1994). La relación de objeto. El seminario IV (p. 69). Buenos Aires: Paidós.

En lo que respecta a la madre, ella no aparece desde el inicio. Es algo distinto


al objeto primordial y estará presente recién en los primeros juegos, en los
que el niño tomará algún objeto y repetirá la situación de arrojarlo y luego
recuperarlo.

Presencia de la madre en los primeros juegos

Estos juegos fueron tratados por Freud y un claro detalle de los mismos es el que en su
obra Más allá del principio del placer se denomina como Fort! Da!, que se explica luego de
que el mismo Freud observó a un niño que jugaba con un carretel de madera atado a
un piolín, este juego consistía en arrojar el carretel y luego mediante el piolín traerlo de
nuevo hacia él. El niño al lanzarlo emitía un fuerte y prolongado "o-o-o-o", que según su
madre y quien lo observaba significaba "Fort" (se fue) y al recuperarlo lo saludaba con un
amistoso "Da" (acá está). Este objeto, el carretel, representará a la madre para el niño y, de
este modo, mediante el juego, en una situación en la que él tenía un papel de pasividad
–era abandonado por la madre– adquiría ahora un papel de dominio, ya que era el niño
quien controlaba en su juego las apariciones y desapariciones.

En este juego de presencia y ausencia se encontrará la madre para el niño y será


articulado el mismo en el registro�de�la�llamada, que es donde se comienza a
vislumbrar la presencia de un todavía precoz orden simbólico. Si bien hemos
mencionado que el niño está inmerso en un mundo de lenguaje, no había
© FUOC • PID_00154467 41 Introducción a la teoría psicoanalítica

surgido aún lo que podemos denominar la ausencia y aquí es donde lo que


habíamos denominado como la relación con la falta del objeto real (el pecho
materno) encuentra el vínculo con la madre como agente de frustración.

La madre es entonces agente de frustración en tanto ella es agente simbólico,


a quien el niño puede hacer presente mediante la llamada, pero no responde.
Al no responder, Lacan dirá que ella, de estar inscrita en una estructuración
simbólica pasará a convertirse en real, es decir, es pura potencia y el que ella se
presente o no dependerá de su arbitrio y no de las llamadas del niño. Será así
como aquel objeto que decíamos que era objeto real –el pecho materno– pasará
a ser un objeto simbólico, en tanto comenzará a existir para el niño a partir
de su ausencia, una ausencia o presencia que ya no será la de un objeto de
pura y simple satisfacción, sino la simbolización de una potencia�favorable,
la del reconocimiento de su madre, que encuentra su articulación en lo que
referíamos sobre el primer momento del complejo de Edipo, en el que la madre
ubicaba al niño en el lugar del falo, en el lugar de la falta.

Continuando con el desarrollo de los tres momentos del complejo de Edipo,


decimos que la entrada que hace el niño en un segundo momento está deter-
minada por el ingreso del padre, que se incorpora al triángulo edípico como
un cuarto elemento. éste se presenta como un oponente para el niño y se re-
forzará aún más para el niño la alternativa en la que se encontraba con res-
pecto a su madre, la de ser o no el falo, por cuanto el padre es quien aparece
en el mismo plano en el que se encontraba el niño, un plano de rivalidad. Por
esta razón, Lacan da a este padre el nombre de padre�imaginario.

Este padre se presenta privando a la madre de su hijo como falo y, en lo que


respecta al niño, frustrando su posición de falo para la madre, por lo que
cuestiona así su lugar como aquel que satisface plenamente a la madre, ya que
ese lugar será reservado para él. Este padre aparece como ley, no como quien
la representa, sino como la ley en sí misma por ser quien realiza esta doble
prohibición tanto para el niño como para la madre.

En este segundo tiempo la posición del niño de ser deseo del deseo cobra aún
mayor fuerza, ya que lo que se pone en evidencia es que hay algo más allá
del niño y que la madre desea. Así se presenta el deseo en su principal carac-
terística: la insatisfacción, ya que así lo manifestará la madre al darle lugar al
padre y se colocará bajo su ley, de este modo lleva al niño a la renuncia de
ser su objeto de deseo.

Este movimiento que se produce cuando se introduce el padre es sólo posible


si la madre funciona como mediadora de su ley si ella acepta la misma, ya que
de nada valdría para el niño que el padre como tal aparezca si la madre no lo
reconoce como quien es el que tiene lo que ella desea. Sólo presentándose ella
como sometida a una ley que va más allá de ella y de la que está supeditado el
deseo para el niño, existirá este cuarto elemento que es el padre. Lo que habrá
que destacar en éste, el segundo tiempo del complejo de Edipo, será no sólo la
© FUOC • PID_00154467 42 Introducción a la teoría psicoanalítica

aparición de este otro que se presentará como rival, sino la ley que introduce.
La cuestión de la ley no sólo está aquí implicada como una idea de mandato
u obediencia, lo que en realidad está denotando es que el deseo en cuanto tal
está supeditado, sometido a la ley�del�deseo�del�otro. Así ya no habrá para el
niño esa reciprocidad de satisfacción imaginaria en la que siendo el falo de la
madre encontraba su lugar. A partir de la ley que rige el deseo�del�otro, y por
tanto, ese lugar será ahora cuestionado.

Habrá un concepto utilizado por Lacan que será preciso introducir en este mo-
mento del complejo de Edipo y que, aunque esté presente en los tres tiempos
del complejo, será ahora cuando cobre significación: el mensaje. Aquí el men-
saje no debe ser entendido en un sentido positivo, como aquello que produce
un emisor y se dirige a un receptor en el sentido de la comunicación habitual.

El mensaje será lo que se produce a otro nivel, es decir desde donde se


recibe –como reconocimiento del otro– para a partir de ahí posicionar
al emisor. Recurriendo a un ejemplo de lo cotidiano si, como empleado
no reconozco en mi superior su autoridad, difícilmente obedeceré sus
normas u órdenes.

Este mensaje es aquel que se encontrará antes de que una posición sea esta-
blecida, entendiendo por posición la que adoptará por ejemplo el niño como
falo de la madre. Esta posición sólo será posible si el mensaje que recibe el
niño es aquel por medio del que la madre lo ubica en ese lugar. En este caso
diremos que el niño es escuchado desde el lugar en el que previamente se le
ha reconocido.

Por esta razón, si la función interdictora del padre es efectiva, sólo lo será por
mediación de la madre y recibida por el niño a través del discurso de la madre,
cuando ella reconoce la ley del padre, al aceptar que "él hace la ley". Así se
produce como un mensaje sobre mensaje, que es el mensaje de interdicción.
Si la madre recibe el mensaje de prohibición del padre, "no reintegrarás tu
producto", es que hay por parte de ella un reconocimiento de esta ley, una
ley que regirá su deseo y le llegará al niño un "mensaje de mensaje", un "no"
como mensaje, ya que si la madre debe remitirse a una ley de otro, es que,
como tal, el niño no es el objeto de deseo de la madre y aquí es donde lo que
mencionábamos como la ley del deseo del otro adquiere su sentido para el
niño.

El Nombre-del-Padre

El no del padre dará introducción a un término elaborado por Lacan, el Nombre-del-Padre,


y al mencionar este no planteará un juego de homofonía entre le nom du père (el nombre
del padre) y le non du père (el no del padre).
© FUOC • PID_00154467 43 Introducción a la teoría psicoanalítica

El padre imaginario se presenta ante el niño como rival y, debido al reconoci-


miento que de él hace la madre, adquiere para Lacan el lugar de padre simbóli-
co, pero debemos aclarar que en sí este padre, como simbólico, es inexistente.
Al decir que es inexistente, el padre no toma su lugar con todo su peso sino
más bien con toda su sombra, una sombra simbólica.

Lectura complementaria
Tótem y tabú

S. Freud (1993). Tótem y tabú


y otras obras (p. 143). Buenos
Al emplear el término sombra, nos remitimos a lo escrito por Sigmund Freud en su Aires: Amorrortu.
trabajo titulado Tótem y tabú sobre el que hace referencia al mito denominado de la
horda primordial: "un día los hermanos expulsados se aliaron, mataron y devoraron
al padre, y así pusieron fin a la horda paterna [...]". En este mito se presenta un padre
que gozaba de todas las mujeres, mientras que los demás hombres, hijos de este pa-
dre, eran relegados y no tenían acceso a ellas hasta que juntos los hermanos dieron
muerte al padre y lo devoraron. Nos dice Freud que cada uno de ellos, en esta primera
fiesta de la humanidad, al comer al padre, se apropiaba de una parte de su fuerza y
se realizaba de este modo una identificación con aquel ser odiado y envidiado. Pero
este odio estaba ligado al amor y la admiración que es posible ver en cada uno de los
niños y los neuróticos, un sentimiento de ambivalencia amor/odio hacia este padre y
sucedió que estas mociones�tiernas dieron lugar al arrepentimiento y al nacimiento
de la conciencia�de�culpa. Por ello aquel padre ahora muerto cobraba mayor fuerza
que en vida, lo que antes prohibía como padre en vida ahora se lo prohibían ellos:
"revocaron su hazaña declarando no permitida la muerte del sustituto paterno, el
tótem y renunciaron a sus frutos denegándose las mujeres liberadas".

Así se produciría el origen de las dos prohibiciones o, como denomina Freud, los dos
tabúes del totemismo "con los cuales comenzó la eticidad de los hombres": respetar
al animal totémico, puesto que el padre había sido muerto y ya no habría solución a
ello, y por otra parte la prohibición del incesto. Este último tiene su origen en que, si
bien los hermanos se habían unido para matar al padre y salir de su sometimiento,
existía en cada uno de ellos la voluntad de apoderarse de todas las mujeres y tenerlas
para sí. Pero ante la imposibilidad de que hubiera entre ellos uno que fuera capaz
de ocupar el lugar del padre, se impusieron esta ley que implicaba la renuncia de
aquellas mujeres por las que habían matado y devorado al padre.

La madre, al aceptar y reconocer la ley del padre, es quien introduce al niño en


el orden simbólico por medio del significante del nombre del padre, pues el
padre como tal no existe para el niño si no es por medio de la madre. Entonces
al niño le llega el no del padre, ya que es la ley a la que debe responder la
madre. Este significante corresponde a la función de aquel quien ha devenido
privador de la madre, aquel padre que como tal tiene o no tiene –ya que deberá
demostrarlo– el objeto: el falo que la madre desea. Lacan denominará a este
significante como metáfora del nombre del padre, que reemplazará para el
niño –dentro del orden simbólico que a partir de la ley ha sido instaurado–
al significante "deseo de la madre" y como tal remite a un significado al que
Lacan denominará como una incógnita (x). ¿Qué desea la madre?
© FUOC • PID_00154467 44 Introducción a la teoría psicoanalítica

La metáfora

En relación con la metáfora, podemos situarla de forma sencilla como


el cambio de una palabra por otra o, lo que es lo mismo, una sustitu-
ción significante. En la oposición significante/significado Lacan dará
preeminencia al significante, en tanto que si es la sustitución lo que
articula el orden simbólico, todo significante puede ser significado de
otro significante, ya que los elementos que constituyen la dimensión
simbólica no tienen existencia positiva, sino que se constituyen por sus
mutuas diferencias, lo que nos llevará a determinar que no hay el sig-
nificado al que como tal remitan las palabras.

Ejemplo

Pensemos por ejemplo en las piezas del ajedrez y el tablero. Las piezas de este juego (el
alfil, la reina, la torre) sólo son objetos que si no están puestos en el tablero carecen de una
significación, de un sentido. Así, un alfil puede ser un sujetapapeles, un trozo de madera
o cualquier otra cosa que queramos, pero sólo será un alfil en un tablero de ajedrez. Y a
la inversa, hasta una piedra puede ser un alfil si se coloca en su lugar dentro del tablero
y sigue las reglas de juego.

Las palabras se anudan en una cadena de significantes, como también son


eslabones los silencios, los actos, los gestos y todo aquello que remita al sujeto
en su decir, ahora bien si hay una significación, un sentido, será el propio del
sujeto, pero éste no será transferible, al igual que las piezas del ajedrez sólo
entran en juego para ese sujeto y sólo ése. Inútil será pretender asignarle un
significado si sus significantes son metáfora de una falta que lo ha constituido
y que habla de él.

Será necesaria entonces la intervención del padre real, en el tercer�tiempo�del


complejo�de�Edipo, para que esa palabra del padre, que fue mensaje para el
niño como nombre del padre adquiera su potencia. En este tercer tiempo el
padre deberá demostrar que tiene el falo e intervendrá como quien lo tiene y
no como quien lo es. Sólo así será posible que el niño abandone la dialéctica
que lo ubica en la conquista por ser el falo y que se encuentre ante una nueva
dialéctica que se constituirá en el registro del tener o no el falo. Con la inter-
vención del padre, que se presenta afirmándose como quien tiene el falo, se
conjugarán las acciones antes nombradas: la doble prohibición, la frustración
(al niño como falo de la madre) y la privación (a la madre de su objeto fálico).
El padre se presenta ejerciendo dentro del complejo de Edipo su función fun-
damental: la castración.

En este tercer tiempo, mediante el complejo de castración, se producirá la de-


clinación del complejo de Edipo y será posible la asunción por parte del niño
de su sexualidad. El niño abandonará el intento por ser el falo de la madre
para de este modo identificarse con el padre, quien se presenta como aquel
que posee lo que la madre desea.
© FUOC • PID_00154467 45 Introducción a la teoría psicoanalítica

Lacan dirá que para que un sujeto alcance su madurez sexual, es decir que lo
genital conquiste su función, es necesario haber sido castrado. Esto es enten-
dido, por ejemplo, en el caso del varón: para que como tal pueda tener un
pene, es necesario poder perderlo. En tanto que si en un primer momento él
se ubicaba como falo imaginario de la madre, todo él era ese falo, ya que él
se identificaba con el deseo de la madre –la imagen del cuerpo tratada como
totalidad, ser o no ser el falo–, pero al advenir el orden simbólico, la indife-
renciación anatómica entre el varón y la mujer es cuestionada y el pene para
el niño adquiere significación, es algo que podría perder.

Por ello se definirá la castración como la falta en el orden simbólico (que se


ha instituido a partir de la ley) de un objeto imaginario, el falo. Podría ejem-
plificarse tomando lo que dice Lacan en el siguiente cuento:

Lectura complementaria
Un señor entra en una panadería, primero tiende la mano y pide un pastel, devuelve
este pastel y pide un vaso de licor, lo bebe y cuando le dicen que pague el vaso de licor,
responde: "he dado a cambio un pastel. –Pero el pastel tampoco lo ha pagado–. Pero no J. Lacan (1995). El yo en la
lo comí". La falta a la que nos referimos, por ser del orden simbólico, es la falta de un teoría de Freud y en la técnica
significante y que puede entenderse como la falta en lo simbólico engendrándose a sí psicoanalítica. El seminario II
misma, es imposible pagar una deuda con otra deuda o, lo que sería en este caso, cubrir (p. 350). Buenos Aires: Pai-
dós.
la falta que el significante ha instituido con otro significante.

El padre debe responder como quien posee el falo, de tal modo que aquello
que la madre había introducido como nombre del padre (NP) adquiera consis-
tencia. El proceso que instaura la metáfora paterna en el sujeto es justamen-
te su constitución como sujeto del inconsciente, ya que el niño antes de es-
te momento se ubicaba como objeto (imaginario) del deseo de la madre y se
identificaba con este deseo. Será entonces a partir de este proceso cuando logre
constituirse como sujeto de deseo, sujeto de la división. La división que en él
se produce adviene por medio del orden simbólico, de modo que aquello que
en un tiempo era vivencia real pasará a ser simbolizado en el lenguaje. Esta
simbolización de lo real es lo que sucede en la denominada represión�origi-
naria, por medio de la cual el primer significante que abre el espacio de la falta
–falta simbólica, establecida a partir de la castración– es el (S) significante del
deseo de la madre que, siendo reprimido, instaura el inconsciente en el sujeto.
Por eso, Lacan ve el inconsciente como los efectos de la palabra sobre el sujeto
y estos efectos conducen a definir al inconsciente estructurado como lenguaje.

La represión a la que hacemos mención aquí se presenta como lo que da origen


al sujeto de deseo, quien fundará su deseo a partir de una falta. Esta falta por
estar instituida en un orden simbólico es imposible de cubrir, ya que lo que allí
falta es el significante, un significante –que por serlo siempre participará de
una cadena y encontrará en dicha cadena su sentido sólo en oposición a otros
significantes– que, como tal, más que cubrir la falta será denuncia de ésta.
Lo establecido como metáfora del nombre del padre puede aparecer como un
síntoma, aquello que sostendrá al sujeto de caer en el vacío de la falta, una falta
imposible, que lo confrontaría con su castración, que lo encontrará desnudo
© FUOC • PID_00154467 46 Introducción a la teoría psicoanalítica

–sin máscara– en el momento de responder. Entonces lo que se presenta como


meta del análisis será la posibilidad de elegir del padre, lo�peor, en tanto lo
peor será asumir plenamente la imposibilidad constitutiva del deseo.

El hecho de que el sujeto acceda al orden simbólico le permite salir del plano
imaginario en el que se encontraba, pero para comprometerlo más aún en él.
Así el yo (moi) al que se había alienado por medio de la matriz simbólica –con-
formada por el reconocimiento del otro– adquiere por medio de lo simbólico
mayor solidez, se consolida. El sujeto quedará escindido en la búsqueda por
la palabra que lo designe, ya que todo significante enunciado por él no hará
más que alejarlo del lugar de su pretendida búsqueda, un alejamiento que en
realidad será una permanencia, ya que la cadena de significantes por la que se
deja guiar en este intento sólo denunciará su ineficacia y el carácter inefable
de su pregunta. En esto consistirá lo que Lacan denomina con el término fa-
ding y que puede ser traducido al español como desvanecimiento, el sujeto, en
el intento por presentarse, se ausentará en el mismo movimiento y quedará
oculto tras las palabras que lo sostienen. Para hacerse presente en su discurso
debe borrarse del mismo mediante los significantes que lo designan.

Es necesario establecer una relación para poder comprender a quién se dirige


el sujeto cuando habla o, en todo caso, qué es lo que subyace tras el discurso
del sujeto. Esta relación debe entablarse entre el sujeto de deseo, causado en el
lenguaje –al que estamos haciendo referencia–, y el niño en el tiempo anterior
al que se produjera en él la instauración del orden simbólico.

Habíamos mencionado que el niño estaba en posición de objeto imaginario,


identificado en el deseo de su madre, y que se constituía como tal por medio
de su reconocimiento, en tanto era aceptado por la madre como objeto de
su falta. Lo que sucederá en cambio con el sujeto, ya escindido por causa del
significante, no diferirá en su esencia, ya que aquello que prevalecerá en el
sujeto será el deseo de reconocimiento, en tanto reconocimiento del deseo.
Aunque aparezca como un juego de palabras, están en sí justificadas, y podrán
comprenderse por medio de la fórmula que Lacan da del deseo: el deseo es el
deseo del otro.

El sujeto al intentar responder a la falta en el otro, el otro primordial, la madre,


se encontrará cercado por su propia falta, falta en la que funda su deseo. El
otro (o gran Otro) es entendido por Lacan como el tesoro del significante y,
como tal, es al que se remite siempre el sujeto cuando habla, lo que podría dar
a entender que el otro es simbólico. Donde el sujeto pretende ser reconocido
como productor de la palabra es hacia donde el yo (je) al que dábamos el ca-
rácter de sujeto de la enunciación se dirige para ser reconocido, en referencia a
este otro donde el yo (je) se produce. Pero de este otro sólo quedarán sombras,
ya que tras ese otro al que el sujeto habla, aparecerá el otro, el semejante y el
© FUOC • PID_00154467 47 Introducción a la teoría psicoanalítica

sujeto no será reconocido en el decir sino en lo dicho, el otro tomará su pala-


bra como el yo (moi) de quien habla y, por lo tanto, quedará el sujeto definido
y delimitado a su representación.
© FUOC • PID_00154467 48 Introducción a la teoría psicoanalítica

8. La dialéctica intersubjetiva

Introduciremos aquí el esquema elaborado por Lacan en el seminario de 1955


denominado esquema L, que nos será útil para representar lo que hasta aquí
hemos desarrollado:

Esquema L de Lacan

Aquí la S está representando al sujeto o, lo que podríamos decir, el sujeto en


su intento, ya que aquí está representado como sujeto de deseo, cercado en
su imposibilidad. Debajo de él se encuentra el yo (o) que, como tal, es al que
nos referíamos con el término yo (moi), donde se reconoce el sujeto, en el
mismo plano imaginario (como lo indica la línea que va de o' a o) en el que
se encuentra su semejante, el otro (o'). El yo (moi) deviene de la primera rela-
ción especular que el sujeto establece con el otro (o'), en tanto de la relación
representada por la línea (S-o') es que podrá constituirse en un yo (moi) en el
que pueda identificarse. Por esta razón, tanto el yo como el otro son represen-
tados por Lacan en el mismo plano imaginario (o-'o). Haremos referencia el
concepto de otro no sólo para situarlo en el esquema, sino para comprender a
qué se refiere Lacan cuando define al inconsciente como el discurso del otro.

Aquí se vuelve a presentar lo que habíamos mencionado con respecto al sujeto


en su intento por ser reconocido como productor de la palabra, que se dirige
siempre al otro como a Otro, un sujeto verdadero, ya que en su palabra lo
reconoce como tal. Podríamos decir que el sujeto habla desde el lugar que
supone, es escuchado. Esto es presentado en Lacan cuando hace referencia a
las frases "eres mi maestro", "eres mi mujer", en las que ya está implicada la
respuesta "soy tu discípulo", "soy tu esposo". Sucede de tal modo como si esa
palabra fuera en realidad una respuesta, a esto es a lo que Lacan denomina
como el mensaje que le viene al sujeto de forma invertida, en tanto su propia
palabra es respuesta de su reconocimiento en el otro, lo que viene representado
con la línea que va del O (otro) al S (sujeto) y que está designada con el término
inconsciente, por estar este mensaje implícito en la propia palabra del sujeto. Y
© FUOC • PID_00154467 49 Introducción a la teoría psicoanalítica

el eje que va del otro (O) al yo (o) está representado en una línea sin cortes,
en tanto es la propia palabra del sujeto que, como respuesta al mensaje que él
puede oír, afirma su posición con respecto al otro: "eres mi mujer".

Lo que nos interesa plantear es justamente lo que surge como resultado de


este esquema que representa la dialéctica intersubjetiva, esto es, que el Otro
como tal no está más que en el mismo lenguaje, está fundado en ese orden.
Este punto es posible relacionarlo con lo que Lacan señalará como el muro del
lenguaje, por medio del cual se podrá destacar la separación existente entre el
sujeto y el Otro verdadero, como tesoro del significante. La cuestión del muro
del lenguaje se ubica aquí como una doble consecuencia, ya que es verdad que
en el Otro se funda el sujeto, también es cierto que éste nos está vedado.

Cuando nos referimos al Otro, este gran Otro está designando la alteridad
radical, por lo que no se trata de un sujeto en particular, sino el lugar donde el
sujeto dirige la palabra al otro –su semejante– como encarnación de este Otro.
Implica en esta palabra su reconocimiento (como Otro) que es a lo que nos
referimos con el mensaje, que el sujeto recibe como la palabra invertida que
sostiene su propia palabra. Podríamos decir que el otro se encuentra más acá
del sujeto que habla y encontramos fundamento de su palabra en su propia
historia como sujeto de deseo, sujeto dividido, causado por el lenguaje. Por
ello el otro puede ser reconocido, pero nunca conocido.

Cuando decimos que el Otro se encuentra más acá, nos estamos refiriendo a
lo que Lacan denomina como no hay Otro del Otro, lo que indicaría que no hay
garantía de la palabra más que en la propia enunciación de ella y la palabra
encuentra sostén en sí misma a partir del mensaje que del Otro surge como
respuesta, no reconociendo más allá Otro que como tal pueda dar garantía
de esta palabra empeñada. Entendemos así el muro del lenguaje como aquello
que impide la comunicación entre dos verdaderos sujetos y que es lo que se
encuentra representado en el esquema L anterior.

Por una parte, y como ya hemos expuesto, el sujeto deviene tal, en tanto que
estructurado en el orden simbólico. Este orden se imprime sobre lo que deno-
minábamos matriz simbólica y es lo que en el estadio del espejo daba lugar al
reconocimiento del niño en una imagen sobre la cual se alienará y surgirán
así los primeros esbozos de un yo (moi). Esta formación culminará con el ad-
venimiento del orden simbólico por medio de la ley del padre y se conformará
lo que se ha designado como sujeto del inconsciente, sujeto del deseo.

Ahora bien, cuando decimos que el sujeto se funda en el Otro, responde a la


definición del Otro como tesoro del significante, ya que si el sujeto deviene
como tal a partir del surgimiento del inconsciente por el significante, será en
el Otro de donde provenga la sanción de lo dicho por el sujeto y este Otro se
presentará como garante –origen y destino– de la palabra del sujeto. Cuando
el sujeto intenta una comunicación con un verdadero sujeto, con el Otro, se
encontrará con el eje imaginario que en el esquema está representado desde
© FUOC • PID_00154467 50 Introducción a la teoría psicoanalítica

o' hasta o. No significa que el plano imaginario sea en sí aquello que interfiere
la comunicación entre dos verdaderos sujetos, sino que como antes mencio-
nábamos lo que imposibilita que ella se establezca es el muro del lenguaje.
Debido a que ello sucede, la comunicación se establecerá en otro orden, esto
es, en el orden del intercambio imaginario, se realizará así entre dos yoes y así
el sujeto será el que recibe la palabra, la tomará como viniendo de un yo (moi)
y de este modo circunscribe el sujeto a su representación, tomando al yo (moi)
sujeto del enunciado –lo dicho–, por el sujeto de la enunciación, el yo (je).

Mediante esta relación, podemos decir que el sujeto queda como tal borrado
tras su palabra y en este nivel es donde es posible hablar de la palabra vacía.
Si pensamos en el inconsciente expresándose por medio de pulsaciones, de
apertura y cierre, del decir y lo dicho, la palabra vacía estaría representando
un cierre y el sujeto quedaría enajenado por aquello que al nombrarlo lo deja
fuera del juego, una apuesta que se cierra y aquellas palabras que lo nombran
son las fichas que ha dejado sobre la mesa.

Citando la metáfora utilizada por Lacan, podemos entender la palabra vacía como aque-
lla que rueda en el molino de las palabras y la que no se debe confundir con la mentira.
Que ella este vacía –vaciada– debe entenderse como la palabra que es plena de significa-
do, en tanto se sostiene en la posibilidad ilusoria de que el significante y el significado
se correspondan en un plano común a todos los seres hablantes (como si cada palabra
tuviera un único sentido o significado y que al hablar no fuera posible que hubiera malos
entendidos).

Cuando se hace referencia al concepto de palabra verdadera, corresponde a la


posibilidad de establecer una comunicación entre dos sujetos verdaderos, en
ese caso, que pueda el sujeto saber a que Otro se dirige cuando habla. Ahí es
donde debe dirigirse como meta el análisis, donde el analista no deberá ocupar
el lugar de un espejo viviente, sino un espejo vacío. De este modo, el analista
actuaría desde el lugar del Otro del sujeto y no tomaría este lugar, sino más
bien se dejaría tomar por ese sitio donde se coloca el sujeto y que las palabras
del sujeto no encuentren allí sostén, apoyo o confirmación, ya que como lo
mencionamos anteriormente pertenece al orden de lo imaginario.

El analista cura por lo que es, más que por lo que pueda decir o hacer, por lo
que es para el otro, el paciente, quien en el análisis dirige sus palabras hacia
este Otro que ha sido encarnado en el lugar del analista, lugar en el que la
palabra adquiere sentido en tanto evocada por el Otro, donde encuentra su
articulación. Lejos está por ello la clínica analítica de predicar la dirección de
conciencia. En primer lugar porque sólo remitiría el refuerzo del yo en lo ima-
ginario y, en un segundo aspecto, por la razón de que si hay tras su palabra un
intento de dirección, es que como analista se ubicaría previamente en querer
hacer el bien y de ahí el analista debe curarse. En este sentido, no es con su
ser con el que el analista debe presentarse, sino con su carencia de ser. En tanto
que presentando el deseo como una incógnita el sujeto en el análisis intentará
responder y ofrecer en su tener lo que el Otro –el analista– desea, que es su
reconocimiento.
© FUOC • PID_00154467 51 Introducción a la teoría psicoanalítica

9. El lugar del deseo en la clínica psicoanalítica

Avanzar solo y traicionado, de acuerdo con lo que podemos extraer del semi-
nario sobre la ética de Lacan, es lo que establece las diferencias entre el héroe
y el hombre común. No significa que al hombre común no se le presente la
situación en la que se encuentre solo y traicionado, lo que marcará la diferen-
cia entre uno y otro es que el héroe avanzará a pesar de ello, ya que es ése el
destino que para el héroe está señalado.

El proceso en el que consiste la práctica analítica puede ser representado como


un camino que guiará al sujeto hasta el enfrentamiento de una situación parti-
cular en su vida, que se encuentra ligada a lo que será una posición ética, allí el
sujeto deberá elegir cómo tendrá que seguir su camino, una elección que con-
lleva sus riesgos. La presencia del analista sólo puede llegar hasta ese momen-
to, de ahí en adelante, donde el verdadero camino comience, el sujeto estará
solo. éste será el sitio donde los senderos se bifurquen y el sujeto deberá elegir,
podrá avanzar como un héroe o tolerar la traición y continuar esperando.

Avanzar solo y traicionado, según Lacan

Así le sucede a Filóctetes, protagonista de otra de las tragedias de Sófocles, quien a pesar
de haber sido abandonado y confinado a una isla desierta debido al hedor que emanaba
de la herida de su pierna, permanece fiel a su odio y no perdona ni olvida.

Para desarrollar lo que en Lacan puede entenderse como traición, en el sentido


que le dará a este término en lo que respecta a lo que deberá enfrentarse quien
se encuentre en el final del análisis, es que deberemos retornar al concepto de
sujeto que establece el psicoanálisis y sobre el cual fundamenta su práctica.

El sujeto del que aquí se trata es el sujeto del inconsciente, en tanto la causa que
lo marca, y sobre la que se funda, le resulta desconocida. Esta causa será la del
orden simbólico, que encontrará su estatuto en el significante, irrupción del no
del padre que establecerá un nuevo orden y en el cual el sujeto deberá surgir.
Este orden simbólico es el que compromete, por la palabra del padre, al sujeto
en las vías del deseo, como si dijese: "¡allí donde gozabas, ahora desearás!".
Para ser, deberá pagar el precio del tener, precio tan elevado que deberá apostar
en ello su vida, que de hecho la ha apostado, ya que el sujeto para advenir en
lo simbólico ha debido morir en lo real.

El ser ha dado lugar al tener, es lo que podemos extraer como consecuencia


de lo que la ley del significante ha instaurado en el sujeto. Por eso el deseo del
sujeto se establecerá como un perpetuo intento por designarse como teniendo
allí donde antes simplemente era.
© FUOC • PID_00154467 52 Introducción a la teoría psicoanalítica

El deseo será lo que, como pura potencia, insistirá en la cadena del sig-
nificante, pero que sólo aparecerá en una consistencia que pertenece
al orden imaginario, sólo en apariencia podrá cubrir la falta que lo ha
causado como deseante. La palabra se le presentará al sujeto como pacto
o promesa, en la medida en que por medio de su cumplimiento, éste
puede esperar alcanzar la felicidad anhelada, una felicidad que es pre-
tensión de todos y es la que demandará el paciente al analista.

A partir de esta promesa podremos retomar nuestra pregunta, por lo que Lacan
quiere significar con la traición. La pregunta sería ¿dónde será traicionado
el sujeto? Será traicionado en su deseo, deseo del sujeto planteado como el
deseo del Otro, allí es donde se originó la promesa de un reconocimiento y de
ser bien amado. Esta traición surge ante un desvelamiento, el Otro ha estado
desde siempre castrado, es decir, en falta, lo que puede presentarse como una
oposición a la formulación de Descartes:

"Dios te ha engañado porque nunca existió."

R. Descartes

Qué mayor traición que ésta puede esperar el sujeto, quien siempre ha-
bía cumplido con el ritual de las ofrendas, la de ser todo para el Otro.
La traición nos remite así a lo irreducitble del deseo, en tanto será una
apuesta por lo imposible pero guiados por la ilusión, que nos guía a la
posibilidad de que exista lo que colme al Otro y que por lo tanto tenga
algún sentido seguir apostando. Allí el sujeto habrá de sumirse al servi-
cio de los bienes –lo que debe tener–, con los cuales seguirá apostando
en el camino de acceso al deseo.

"El arroyuelo donde se sitúa el deseo no es solamente la modulación de la cadena signi-


ficante, sino lo que corre por debajo de ella, que es hablando estrictamente lo que somos
y también lo que no somos, nuestro ser y nuestro no ser, lo que en el acto es significado
pasa de un significante a otro en la cadena, bajo todas las significaciones."

J. Lacan (1995). La ética del psicoanálisis. El seminario VII. Buenos Aires: Paidós.

A partir del desvanecimiento de las certidumbres del sujeto, se presenta ante


una elección, donde sin duda puede permanecer en el orden de los bienes
que lo representan para encontrar quien posee el reflejo que de éstos emana.
El carácter de bien es el que adquiere relevancia como predicado del ser, en
tanto el sujeto sólo encontrará sustento al ser, ubicado tras lo que de él predica
y allí es donde el significante adquiere toda su consistencia. El sujeto sólo
podrá enunciarse como un significante que forma parte de la cadena, lo que
es consustancial al individuo de nuestros días, donde la sociedad proclama la
© FUOC • PID_00154467 53 Introducción a la teoría psicoanalítica

certeza de las pertenencias, de la posición social, de la seguridad ante los otros


que son distintos y que de un momento a otro pueden irrumpir y quitarnos
lo que con tanto esfuerzo hemos adquirido.

Garantes de la seguridad

éstas son algunas certezas que en cierto modo son imposibles de predecir y que cada uno
pretende afirmar: una residencia en un determinado barrio, un grupo de amistades que
consoliden nuestra identidad con ellos, el colegio de los hijos donde éstos tendrán como
compañeros a los demás niños cuyos padres también dirán bien de nosotros.

Lo que es predicado y se ubica como un bien, como un bien máximo, es el yo.


Desaparecer tras el yo es el precio pagado por pertenecer al orden simbólico,
donde los bienes pueden ser intercambiables y en este intercambio adquieren
su importancia y su único sustento. Lacan dará a entender que el único bien
posible es el que debe servir para pagar el precio del acceso al deseo, el bien
que se preciará por ser el salvoconducto es el alto coste de la seguridad. A esta
seguridad se remite lo que mencionábamos como un "él no lo sabía", lo que
no sabía es en qué medida su vida estaba implicada en esa seguridad. Claro
está que haya una resistencia a saber de ese saber, saber del que nada se sabe,
ya que es un saber de la muerte. Resistencia ante la que no vaciló Edipo, quien
no se quedó con lo que le fue revelado como un pasado calamitoso y del que
quiso saber aún más.

El saber al que guía el análisis es ese saber del vacío que con malabares el yo está
intentando darle un sentido. Vacío que es allí traición, ya que no hay Otro del
Otro, no hay garantía más que en lo que la palabra tiene de vacío y que en-
frenta al sujeto a la verdad de lo verdadero, esto es que lo real no tiene un sen-
tido. La vida, en la que el yo se apuesta, no es sino la inserción de ese sentido.
Lo que conforma la apuesta del análisis es posible definirla del siguiente modo
"apostar del padre a lo peor" y no significa aquí sino el enfrentamiento por
parte del sujeto al imposible atolladero en el que está confinado en su deseo y
que los bienes sólo se presentarán como velos ante los que deberá despojarse.

Enfrentarse a la castración puede ser una de las formas de denominar lo que se


pretende en la finalización del análisis. Este enfrentamiento es lo que podemos
denunciar como lo peor del padre y que se afirma sustancialmente con el origen
del deseo en el sujeto, de donde se extrae que sólo como escindido el sujeto
podrá advenir. Podemos referirnos al deseo como una tautología, "el deseo es
el deseo", donde lo circular de su concepción radica en que el mismo orden
en el que encuentra su origen la pregunta por el deseo es donde este deseo
encuentra su causa. Dicho orden es el simbólico. Deseo y ley se presentan
como contorno de un vacío que ellos mismos inauguran y por ello puede ser
planteada la apuesta del sujeto como una apuesta para perder, ya que no habrá
el objeto que obture ese vacío.

No se tratará de un juego de encastre en el que cada pieza tiene su lugar como


en los juegos infantiles y ninguna pueda ocupar el espacio asignado para otra.
En el caso del deseo del sujeto no habría la pieza adecuada, ya que la falta que
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se debe cubrir es una falta de nada real, sino de una falta en lo simbólico. Del
mismo modo podremos analizar el deseo como un no es eso, no es eso sino otra
cosa, una cosa siempre ahí, en el horizonte, como posible pero inalcanzable. El
deseo entonces está sujeto en su existencia a lo que perdura como imposible,
en este perdurar es donde encuentra el deseo su razón, como sucede en el
análisis de los sueños que llevó a cabo Freud, el hecho de que el sueño del
hambriento sea un gran pastel no calmará su hambre sino que más bien lo
hará seguir presente. Y en este seguir deseando es donde se ubica el sujeto del
inconsciente, un seguir que está regulado y mantenido por la norma, el orden
que promete un fin posible y en el que el sujeto encuentra su vía americana,
como lo denomina Lacan, aquella que promete el confort y que implicaría un
reforzamiento del yo, al dar a este yo tantos ropajes como oportunidades para
desnudarse tenga el sujeto. Confort y seguridad no parten sino del engaño y
evitan al sujeto la incómoda pregunta por el ser.

El psicoanálisis reniega de este refuerzo que llevaría al sujeto a creer en la posi-


bilidad de tener siempre una respuesta que lo saque del aprieto ("está muerto,
¡que no lo sepa!"). Justamente en esta vía es donde el psicoanálisis no se puede
comprometer, en primer lugar porque si la felicidad que se pretende alcanzar
está ligada al orden de los bienes, como aquello de lo que el sujeto se puede
apropiar es sin duda contrapuesto a lo que como promesa el análisis puede dar.
Es decir, lo único que puede prometer es que no habrá promesas que apelen a
reconfortar la demanda del sujeto. De lo que se tratará será de una pérdida de
las certidumbres y en esto conlleva lo que de trágico posee la práctica analítica.

Remitiremos nuevamente a la bibliografía para establecer algunos nexos que


permitan articular los diferentes conceptos que estamos desarrollando en este
punto. Para ello, queremos citar un autor de origen alemán, reconocido prin-
cipalmente por su obra infantil y juvenil titulada La historia interminable, se
trata del escritor Michael Ende.

Nacido en 1929, este artista ha logrado maravillosos cuentos en los que la realidad
y la fantasía se entremezclan en atmósferas de gran intensidad, donde muchas veces
el lector se confunde con los diferentes protagonistas de sus obras a raíz de la lógica
de sus argumentaciones que, a pesar de estar sostenidas en la materia prima de lo
imaginario y la ficción, transmiten una consolidada coherencia con la lógica racional
de lo cotidiano. Esto es lo que sucede en reiteradas ocasiones en el libro de cuentos El
espejo en el espejo. El laberinto donde la sensación de pérdida por parte del espectador
en los diferentes pasadizos del laberinto narrativo le mantiene siempre en el vilo de
la próxima palabra. Encontramos allí un cuento que nos describe un artista, más pre-
cisamente un bailarín que se encuentra sobre el escenario, él está allí arriba absoluta-
mente solo, la oscuridad del escenario es total y no se oye ni el más mínimo sonido.

La postura física en la que se encuentra ha sido ensayada miles de veces y requiere


de una gran concentración, es una posición incómoda pero debía mantenerla todo
el tiempo, debía estar alerta porque le habían dicho que en el momento de alzarse el
telón él debía iniciar su solo. Este hombre no sabía absolutamente nada de lo que le
rodeaba, si había o no había público, cómo era la sala o si había realmente una sala
allí abajo. El tiempo pasaba y el cansancio era cada vez mayor, como así también las
dudas al respecto de si se habría cancelado la actuación y se habrían olvidado de él.
La eterna espera le había hecho olvidar sus pasos de baile y hasta el motivo que lo
había llevado allí, sin embargo seguía de pie, solo, frente al oscuro telón. El artista,
© FUOC • PID_00154467 55 Introducción a la teoría psicoanalítica

como el sujeto al que hacemos referencia, habrá de encontrarse ante la ausencia de


las certezas que lo sostienen, algo habrá de caer, como decíamos anteriormente, para
que aquella coreografía tantas veces repetida y aprendida pueda dar lugar al deseo
que lo ha fundado.

Buscar la verdad en el mismo orden en el que ésta gobierna no lleva sino al


mantenimiento del engaño que radica en el mismo plano del que la palabra
es pacto. éste consiste en que luego de la instauración del orden simbólico el
sujeto se encontrará en las vías de lo posible, que es en el único orden donde
puede mantenerse el deseo como enunciar que quien cumple con las normas
obtendrá un beneficio y en ello radicaría la promesa. éste es, dice Lacan, el
mensaje del poder.

"Continúen trabajando y, en cuanto al deseo, esperen sentados."

J. Lacan. La ética del psicoanálisis. El seminario VII (p. 378). Buenos Aires: Paidós.

El sujeto podrá optar, ceder al servicio de los bienes, lo que equivale a desco-
nocer la traición y sostener todavía allí al Buen Dios o aceptar el desengaño. El
analista es quien en la clínica psicoanalítica tendrá que tomar un papel central
en este desengaño.

Ejemplo

Para dar un ejemplo de lo que se entiende como la posición del analista, recurriremos
a la escena final del film Blow–Up de Michelangelo Antonioni. En ella se presenta para
el espectador un partido de tenis que está siendo jugado por dos mimos, que simulan
dar certeros golpes a una pelota inexistente. Alrededor de lo que sería un campo de tenis
improvisado está presente un grupo de mimos que cumplen a la perfección su papel de
público. Todos ellos siguen la pelota en el trayecto que va de golpe a golpe de raquetas
también ausentes.

Lo que nos interesa rescatar de esta escena es lo que sucede cuando el principal prota-
gonista del film pasa por allí, inmerso en sus asuntos. En ese momento los mimos le
hacen señas para que éste les alcance la pelota inexistente que ha caído cerca de él. En
esa situación limitaremos nuestra descripción, dejaremos que el personaje actúe según
el guión. En cuanto a nuestro análisis intentaremos darle nuevos rumbos al accionar de
dicho personaje.

Tracemos una analogía hipotética entre lo que debe ser el actuar del analista
frente a la demanda del paciente y la reacción del protagonista ante la petición
por parte de los mimos de que retorne la pelota al juego para encontrar una
conclusión que puede brindar cierta claridad sobre la posición del analista.
Con respecto a lo que desarrollamos en nuestro análisis, el deseo del analista
es el motor del análisis, en tanto, al presentarse como incógnita, y sin ninguna
pista para su develamiento, éste hará apostar al analizante todo lo que de sí
tenga para dar, es decir su deseo. Así lo que pone en marcha el juego, la pelota
en este caso, podemos compararla a la función del deseo, en su papel movili-
zador, articulando el juego de lo que se propone como siempre más allá, en
tanto es un objeto imposible (como incesante movimiento, ya que desapare-
cería si los mimos dejan de sostenerla con la mirada).
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Si el protagonista, situado en nuestro caso como el analista, les devuelve la


pelota, quedaría atrapado en el juego. Develaría lo que se presentaba como
una incógnita, habría cedido en su deseo. Aquello que se le habría presenta-
do como señuelo lo ha entrampado. Si por el contrario, y de acuerdo con la
enseñanza que podemos extraer de la práctica analítica sobre la respuesta del
analista, el protagonista tomara la ilusoria pelota y la arrojara hacia el lado
contrario de donde se encuentran los mimos estaría en ese caso sabiendo jugar
el juego que le corresponde como analista. En esta respuesta, que es la respuesta
no esperada, su deseo se habría mantenido en la imposibilidad de ser engañado.
Persistencia de la incógnita, en tal caso ¿qué habrá del analizante? éste deberá
apostar, y cada vez más. El analista se ha mantenido, en este caso, fuera del
deseo de hacer el bien, en el sentido de no responder allí donde es convocado
y de no tomar la palabra del otro como absoluta y verdadera y comprenderlo
a través de ella.

Para finalizar esta primera parte, retornaremos a lo mencionado inicialmente,


y que podía ser presentado para el psicoanálisis como una fórmula de carácter
ético que guía al análisis: wo es war, soll ich werden (donde eso fue, yo debo llegar
a ser) "Allí donde eso estaba, el Ich, el sujeto, ha de advenir". La postura ética
que en definitiva es a lo que debe dirigirse el análisis no implicará una elección
entre decidir de allí en más que es lo bueno y que lo malo, sino en saberse
allí eligiendo, cuando la palabra escapa de la repetición y entra en el silencio.
Éste es el silencio donde no puede esperarse ayuda de nadie, un silencio en
el que surge el sujeto cuando la palabra, en la que ha fundado su origen, es
por fin callada.
© FUOC • PID_00154467 57 Introducción a la teoría psicoanalítica

Bibliografía
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Masotta, Ó. (1983). Lecciones de introducción al psicoanálisis. México, DF: Gedisa.

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