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teoría
psicoanalítica
PID_00154467
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© FUOC • PID_00154467 Introducción a la teoría psicoanalítica
Índice
Introducción............................................................................................... 5
Objetivos....................................................................................................... 6
2. La pulsión............................................................................................. 12
3. El aparato psíquico........................................................................... 16
4. La repetición....................................................................................... 20
5. Sobre la transferencia...................................................................... 23
8. La dialéctica intersubjetiva............................................................ 48
Bibliografía................................................................................................. 57
© FUOC • PID_00154467 5 Introducción a la teoría psicoanalítica
Introducción
Objetivos
Los objetivos que los estudiantes deberéis alcanzar con este módulo didáctico
son los siguientes:
A partir del siglo XVII, y especialmente a través de los estudios realizados por
Jean Martin Charcot en La Salpetrière (la sección para mujeres del Hôpital
Général pour le Renfermement des Pauvres de París), se concebirá el mal de la
histeria como una enfermedad psíquica. En ese periodo también se utiliza la
hipnosis como técnica por medio de la cual se podía inducir a las pacientes a
suprimir o provocar los fenómenos histéricos.
En el año 1885 Freud, debido al interés que había despertado en él lo que había
conocido sobre las intervenciones terapéuticas de Charcot, viaja a París y poco
a poco establece una estrecha relación con el médico de La Salpetrière. De
esta manera, Freud va desarrollando sus teorías con respecto a la atención de
las pacientes histéricas y especialmente, lo que contrariaba toda la mitología
anterior, la presencia de fenómenos histéricos en hombres.
En el camino propuesto inicialmente para indagar sobre los orígenes del psi-
coanálisis, hemos considerado oportuno remitirnos a un caso clínico relevan-
te, tanto en lo que se refiere al método psicoanalítico como a las primeras con-
cepciones dinámicas del aparato psíquico que desarrollará Freud. Este caso,
conocido por el nombre de "señorita Elisabeth von R." se remonta al año 1892,
cuando Freud acepta iniciar el tratamiento de una joven dama de veinticuatro
años que padecía fuertes dolores en las piernas y presentaba dificultades para
caminar. Con respeto a este caso Freud comenta:
"Así, en éste, el primer análisis completo de una histeria que yo emprendería, arribé a un
procedimiento que luego elevé a la condición de método e introduje con consciencia mi
meta: la remoción del material patógeno estrato por estrato, que de buen grado solíamos
comparar con la técnica de exhumación de una ciudad enterrada".
S. Freud (1992). Estudios sobre la histeria. En J. Breuer y S. Freud. Obras completas (Vol.
II, p. 154-155). Buenos Aires: Amorrortu.
© FUOC • PID_00154467 9 Introducción a la teoría psicoanalítica
"Era una historia clínica consistente en triviales conmociones anímicas, que no permitían
Abasia-astasia
explicar por qué la paciente debió contraer una histeria, ni cómo esa histeria hubo de
cobrar precisamente la forma de la abasia dolorosa".
Se trata de la pérdida de la fa-
S. Freud cultad de estar o mantener-
se de pie (astasia) y de andar
(abasia).
En esta búsqueda por descifrar el mensaje que debían significar aquellos sín-
tomas, era necesario profundizar aún más en los recuerdos de la paciente. En
Lectura complementaria
este momento tenemos el primer distanciamiento con el método catártico so-
bre el que trabajaba el doctor Breuer que consistía en la sugestión, a través S. Freud (1992). Estudios so-
bre la histeria. En J. Breuer
de la hipnosis, para obtener aquella información que el paciente en estado de y S. Freud. Obras completas
vigilia desconocía y, por medio de ella, sacar a la luz los acontecimientos o (Vol. II, p. 159). Buenos Ai-
res: Amorrortu.
incidentes que habían causado los síntomas. En el caso de Elisabeth, Freud se S. Freud
encuentra en la imposibilidad de lograr un estado hipnótico en ella y por esa
razón recurre a una técnica que había utilizado anteriormente: la presión sobre
la frente de la paciente y la solicitud de que pusiera en palabras aquello que
venía a su mente. A partir de allí los recuerdos que extraería Elisabeth posee-
rían una relevancia mayor, en tanto que ya no se trataría de aquellas vivencias
de dolor compartidas, sino más bien la descripción de escenas en las que la
protagonista en primera persona desvelaba sus sentimientos más profundos.
Así, con este método, se desveló que aquella época en la que el padre estaba
bajo sus cuidados permanentes habría coincidido con el amor hacia un joven
con quien podía compartir sus sentimientos. En una ocasión, de gran relevan-
cia para el inicio de los síntomas histéricos, fue invitada a una reunión social
en la que se encontraría con su joven enamorado. Elisabeth prefería quedar-
se al cuidado de su padre, pero la insistencia de su familia le hizo cambiar
de opinión y aceptó asistir. Al regresar al hogar se encontró con que la salud
del padre había empeorado y se culpabilizó por haber estado ausente y haber
priorizado sus intereses a los deberes para con el enfermo. Este hecho permi-
tía orientar a Freud al respecto de la presencia de un conflicto, una dificultad
en conciliar el amor por su padre y el amor hacia el joven, que habían sido
puestos en pugna en cierto momento y en su decisión habría antepuesto los
deseos eróticos ligados al joven. Tal desvelamiento propiciaba una respuesta
para comprender el origen de los dolores en aquella circunstancia.
2. La pulsión
En primer lugar, es importante destacar que el concepto de pulsión, dentro Conceptos fundamentales
de la teoría psicoanalítica, es uno de los cuatro conceptos que pueden reco-
Junto a la pulsión, los otros
nocerse dentro de la categoría o estatuto de concepto fundamental. Al decir tres conceptos fundamentales
fundamental, no sólo nos referimos a la importancia que posee dentro de la son la repetición, la transferen-
cia y el inconsciente.
estructura teórica, sino que su característica está dada en lo de no natural que
posee, es decir que no es posible reconocerle una existencia u objetividad ob-
servable y contrastable desde un planteamiento epistemológico, sino que se
trata de una convención, una construcción que posibilita comprender lo que
se pretende argumentar, como en este caso la cuestión de la sexualidad desde
un planteamiento diferenciado del determinismo biológico.
En esta distinción que realiza sobre la pulsión, Freud diferencia cuatro com-
ponentes:
"Para la pulsión oral, por ejemplo, es evidente que no se trata del alimento, ni de la
rememoración de alimento, ni de eco de alimento, ni de los cuidados de la madre, sino
de algo que se llama pecho y que parece de lo más natural porque pertenece a la misma
serie."
J. Lacan (1997). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. El seminario XI (pp.
175 y 185). Buenos Aires: Paidós.
Decíamos que había un conflicto y que éste se situaba o era posible recono- Representante-
cerlo en lo que se habría revelado con respecto a los cuidados hacia su padre representativo
durante la larga enfermedad. Aquí es donde los conceptos de pulsión y repre- Posteriormente, en el punto
sión se comprenden en la estructura teórica del psicoanálisis. Lo que genera 7 de este módulo, "El comple-
jo de Edipo y el sujeto del in-
conflicto en Elisabeth, que no puede ser aceptado y por lo tanto es reprimido, consciente", veremos que La-
can denominará a esta idea o
es el deseo incestuoso hacia su padre, la represión actúa como mecanismo de representante como el signifi-
cante primordial o S1.
defensa del yo ante lo inconciliable de aquel deseo. Freud diferenciará la re-
presión originaria –cuando se establece la primera vinculación entre la energía
pulsional con la idea o representación (denominado como representante-re-
presentativo)– de la represión secundaria. Esta última consiste en la atracción
que aquel representante inconsciente genera hacia otras representaciones (sig-
nificantes).
Durante el tratamiento que lleva a cabo Freud, habría reconocido que aquel
lugar de la pierna de la paciente que presentaba dolores de mayor intensidad,
al ejercer una presión sobre esa zona, la paciente, para sorpresa de Freud, emi-
tía sonidos que evidenciaban un cierto alivio placentero. Se habría producido
© FUOC • PID_00154467 15 Introducción a la teoría psicoanalítica
Si continuamos con el desarrollo del caso que expone Freud, la paciente reve-
lará algo más que permitirá vincular la represión con los deseos de Elisabeth.
Aparece en escena su cuñado, aquel hombre que en diferentes ocasiones ha
sido galante con ella, como la primera vez que se produce su encuentro en
el que éste la confunde con su prometida. Tal situación se produjo al tiempo
de la operación de su madre en los ojos y el comienzo de la enfermedad de
su hermana, allí se permitieron un paseo Elisabeth y su cuñado por la colina
y significó para ésta un momento de gran satisfacción, donde había podido
compartir interesantes diálogos con un hombre al que admiraba. Al tiempo
repitió aquellos pasos en la colina pero solitaria y recordando los buenos mo-
mentos, cuando el dolor en las piernas apareció para dificultar su andar y, a
pesar de haber remitido durante un tiempo, su presencia se reanudó para no
desaparecer más. Aquel anhelo apareció nuevamente como una terrible reali-
dad, cuando al fallecer su hermana la posibilidad de transformarse en la mujer
de aquel hombre aparece nuevamente y recrudece los síntomas.
3. El aparato psíquico
Condensación y desplazamiento
El inconsciente está regido por el principio del placer que, como un principio
económico, pretende reducir el displacer y procurar el placer, dominado por
la búsqueda de satisfacción pulsional. Por otra parte, como característica evi-
denciada en las producciones oníricas, hay ausencia del tiempo, es decir, no
hay una cronología como existe en la consciencia, pasado y futuro son siem-
pre presente.
establecerá las pautas y rodeos para que la energía pulsional pueda fluir pero
ligada a representaciones que puedan admitir la censura hacia la consciencia
(como los actos fallidos o chistes).
e)�Ello. El término –en alemán das Es– fue inicialmente utilizado por el psi-
quiatra alemán Georg Groddeck, que lo habría tomado de Nietzsche, en re-
lación con las fuerzas desconocidas e incontrolables que movilizaban al yo,
fuerzas vívidas que ejercen su presión ante un yo pasivo. Será en la obra de
Freud El yo y el ello (1923) donde se le conferirá una conceptualización especí-
fica dentro de la segunda tópica del aparato psíquico. El ello, en esta obra de
Freud, será considerado como el reservorio de la energía psíquica, donde quien
rige los procesos es la necesidad de satisfacción de las pulsiones. Existe así una
gran similitud con la primera tópica en lo que se refiere al ello y el inconscien-
te, pero, como vemos en el gráfico, el ello en su totalidad es inconsciente pero
también lo son parte del yo y del superyó. El ello es el núcleo del inconsciente,
Freud lo referirá como un "ello hereditario", originario, en tanto no sólo será
lo reprimido (ved la represión primaria) lo que allí resida sino que también
lo conforman las tendencias hereditarias, elementos de origen ontogenético
y filogenético del individuo.
te "la voz de la consciencia". Será dicha instancia la más nueva de las adqui-
siciones filogenéticas en el desarrollo del psiquismo y su origen reside en la
introyección, incorporación de la autoridad parental que se presenta como un
límite ante la imperiosa necesidad de satisfacción pulsional. Tal incorporación
se produce, podemos decir, por un doble condicionamiento: el temor al cas-
tigo de la autoridad y, por otra parte, el temor a la pérdida del amor de aque-
lla figura de autoridad. El establecimiento del superyó se remonta entonces al
proceso de identificación que desarrolla el niño hacia la figura parental, en el
complejo de Edipo y a partir de la renuncia a sus deseos incestuosos, que es
donde esta instancia se origina. La angustia que se producía en el niño ante
el temor a esa autoridad externa se verá trasladada a la angustia que le genera
ahora el superyó una vez introyectado, esta voz de la conciencia que resuena
en el sujeto y que ante la posibilidad de transgredirla se hará presente a tra-
vés del sentimiento de culpabilidad, se verá reforzada posteriormente por las
pautas sociales y culturales de la comunidad a la que pertenezca y por lo tanto
perdurará más allá de los referentes que le dieron origen.
© FUOC • PID_00154467 20 Introducción a la teoría psicoanalítica
4. La repetición
Ejemplo
En 1920 Freud propone que hay algo más allá del principio del placer de lo
que la compulsión a la repetición es signo de su existencia, esto es: la pulsión
de muerte, el retorno a la muerte. Por una parte las pulsiones sexuales, que
se dirigen hacia la búsqueda del placer, y las pulsiones de autoconservación
son concebidas como pulsiones de vida y, como contraparte, las pulsiones de
muerte se dirigen hacia el retorno a un estado inorgánico, un estado inicial,
y se muestran mediante pulsiones agresivas y destructivas. La repetición de
situaciones traumáticas, que difícilmente encontraban apoyo en la hipótesis
de la búsqueda de satisfacción de lo placentero, se ordenaban en torno a la
necesidad de sumirlas por medio de representaciones a partir de las cuales el
sujeto pudiera integrarlas para así repararlas, reparar el trauma.
© FUOC • PID_00154467 21 Introducción a la teoría psicoanalítica
Freud observa los juegos de su nieto durante algún tiempo y reconoce un juego Juegos infantiles
particular que se producía cuando su madre se ausentaba y regresaba al hogar,
Obtendréis más información
este consistía en arrojar desde su cuna un carretel de madera que se encontraba sobre este ejemplo en la uni-
sujeto a un hilo, al hacerlo emitía un sonido, "ooo", al que identificaba como dad 7 de este módulo, "El
complejo de Edipo y el sujeto
la expresión fort (fuera) y luego, al recuperarlo, lo celebraba con un "aaa" (da, del inconsciente".
El orden
La idea de ordenar nos remite a lo que es una serie (1, 2, 3...); la cadena de significantes
como una serie (S1, S2...) encuentra su origen en un primer significante, S1 o significante
fálico, el deseo de la madre que como tal ha sido perdido para siempre para ser metafo-
rizado por el nombre del padre, que es el S2 o metáfora paterna a partir de la represión
originaria. La represión, a través de la ley paterna, será la que dé lugar a la Spaltung o
división inaugural del sujeto, el advenimiento del sujeto del inconsciente a partir del
establecimiento de un nuevo orden, el simbólico. El sujeto tendrá que reconocerse en
una cadena de significantes, como sucede con aquellos juegos de barras de los parques
infantiles donde los niños quedan suspendidos en el aire y avanzan sosteniéndose con las
manos. Aquellas barras, como los significantes, les permiten desplazarse, pero al mismo
tiempo serán su apoyo para evitar la caída.
Lo que se repite no se presenta como algo idéntico a lo original –pensemos en Repetición de los traumas
la diferencia entre la vivencia de un acontecimiento, su percepción directa y el
Del mismo modo que sucede,
recuerdo del mismo–, tal como reconocía Freud en el relato de los sueños, en por ejemplo, cuando hemos
tanto los mecanismos de defensa, como es el caso de la represión, modifican perdido las llaves del coche y
para encontrarlas repetimos
y transforman aquellos contenidos para que puedan acceder a la conciencia. nuestro paso por los mismos
lugares donde hemos estado,
lo traumático a lo que se refie-
re Freud retomará las huellas
Allí es donde Lacan nos hablará de la insistencia del significante, la cadena de un camino conocido.
significante de la que el sujeto es un resto, como decíamos con el juego infan-
til de las barras, y el sujeto es lo que puede reconocerse entre uno y otro sig-
nificante, como efecto del discurso. Por lo tanto, el trauma que se repite es el
que lo conminó a ser en el lenguaje, el trauma que lo constituye en la pérdida
primordial de su objeto de deseo para tener que transitar por el desfiladero de
los significantes.
J. Lacan (1997). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. El seminario XI (p.
132). Buenos Aires: Paidós.
© FUOC • PID_00154467 23 Introducción a la teoría psicoanalítica
5. Sobre la transferencia
En realidad se trata de una paciente del doctor Breuer y del cual es interiorizado
Freud en 1882, a este último le llama la atención por sus características: una
joven inteligente que se había dedicado pacientemente a los cuidados de su
padre enfermo y que a raíz de dejar de alimentarse los médicos le prohíben que
siga con aquellos cuidados que tanto tiempo y esmero le demandaban. A partir
de ahí comienzan una serie de síntomas de conversión (como hemos visto al
inicio del capítulo en el caso de Elisabeth), se presentan cefaleas, dolores en el
cuello, ataques de tos, mutismo y alucinaciones.
"Llamamos transferencia a este nuevo hecho que tan a regañadientes admitimos. Cree-
Lectura complementaria
mos que se trata de una transferencia de sentimientos sobre la persona del médico, pues
no nos parece que la situación de la cura avale el nacimiento de estos últimos. Más bien
conjeturamos que toda esa proclividad del afecto viene de otra parte, estaba ya prepara- S. Freud (1992). Conferencias
da en la enferma y con oportunidad del tratamiento analítico se transfirió sobre la per- de introducción al psicoanálisis.
sona del médico. La transferencia puede presentarse como un tormentoso reclamo de Parte II (p. 402). Buenos Ai-
amor o en formas más atenuadas; en lugar del deseo de ser amada, puede emerger en la res: Amorrortu.
muchacha joven el deseo de que el hombre anciano la acepte como hija predilecta y la
aspiración libidinal pueda atemperarse en la propuesta de una amistad indisoluble, pero
ideal y no sensual."
S. Freud
Una vez hemos presentado brevemente los orígenes del psicoanálisis, nos ha
sido posible reconocer que, en el proceso de creación de un corpus teórico que
pretende explicar y además intervenir sobre un ámbito tan complejo como es
el de la psicología, se crean argumentos y fundamentos de una elevada abs-
tracción y complejidad que inicialmente son necesarios para la comprensión
del objeto de estudio. Algunos de estos fundamentos, a los que Freud llamaba
ficciones lógicas y que hemos expuesto de modo amplio y general, requieren
de una mayor profundización en tanto nos acompañarán a lo largo de todo el
material como ejes vertebrales de la clínica que esta teoría sostiene.
Significación de signos
En ambos casos la palabra blanco está presente. Sin embargo, sus significaciones difieren
debido al contexto de cada frase y por lo tanto se constituyen como signos lingüísticos
diferentes.
El significante será representado por medio de una ese mayúscula (S) y el sig- Lectura complementaria
nificado por una ese minúscula (s); por otra parte ya no está presente la elipse
J. Lacan (1988). La instancia
ni las flechas, con lo que se elimina la idea de una unidad estable entre ambos de la letra en el inconscien-
elementos y la barra dejaría de representar la relación o unión entre ambos te o la razón desde Freud. En
Escritos I (p. 479). Buenos Ai-
para indicar más bien la separación entre dos órdenes diferentes. Ahora bien, res: Siglo XXI.
¿qué sucede entonces con la significación, es decir, el efecto que se lograba a
partir de la unidad entre concepto e imagen acústica o entre pensamiento y
sonido? Para comprenderlo, tomaremos como ejemplo el que propone Lacan
en uno de sus escritos.
© FUOC • PID_00154467 28 Introducción a la teoría psicoanalítica
J. Lacan (1992). Las psicosis. En El seminario III (p. 284). Buenos Aires: Paidós.
Un paciente nos dice: "mi madre es adorable, alegre, protectora, es animada y siempre
está cuando la necesito, pero todo ello no es cierto".
Aquí la significación sólo es detenida al final, el punto final que actúa como la aguja del
tapicero y tensa los hilos del significante para conferir una significación diferente a lo
que podría ser si nos detenemos en cada uno de los significantes como unidades. Ello
podría representarse del siguiente modo:
La cadena de significantes (S1, S2... Sn) se desliza sobre la barra que los separa de los
posibles significados; recordemos que la barra en Lacan señala la resistencia entre ambos
y no como en Saussure, donde señala la relación entre ambos.
Lacan representará lo que acabamos de decir con lo que ha denominado Grafo Lectura complementaria
I.
J. Lacan (1987). Subversión
del sujeto y dialéctica del de-
seo en el inconsciente freu-
diano. En Escritos II (p. 784).
Buenos Aires: Siglo XXI.
Grafo I de Lacan
Un niño entra en una tienda de caramelos y le pide al dependiente "quiero dos euros
en caramelos" (punto ∆); el dependiente le dice "cógelos tú" (punto C, como código);
luego el niño le presenta un puñado de caramelos que ha tomado en sus manos (punto
M); el señor los cuenta, quita algunos y dice "aquí está, dos euros de caramelos" (punto
C, como sanción). Lo que queda de ∆, en tanto ha iniciado el pedido a partir de una
necesidad (comer caramelos) y ha debido transformarse en demanda (intervenir con otro)
es diferente a lo inicial (menos caramelos de los que esperaba) al intervenir la sanción
del otro, como si éste dijera "de lo que quieres a lo que puedes, queda este resto" (punto
$). Los caramelos, al igual que los significantes, no tienen un precio unitario, no poseen
un significado al que se encuentren unidos (como presentamos en el caso del signo de
Saussure), de ser así nuestro hipotético niño pediría, tomaría lo justo y pagaría. Pero en
el lenguaje, lo que nos permitirá reconocer Lacan a partir de la relación del sujeto con el
significante es que no existe lo justo (en el sentido de lo recto, preciso).
"Tropiezo, fallo, fisura. En una frase pronunciada, escrita, algo de un traspié. Freud está
imantado por esos fenómenos y es ahí donde buscará el inconsciente. Ahí, algo distinto
pide realizarse que aparece como intencional, ciertamente, pero provisto de una extraña
temporalidad, lo que se produce en esa hiancia, en el pleno sentido del término produ-
cirse, se presenta como el hallazgo. De ese modo, en primer lugar, la exploración freudia-
na vuelve a encontrar lo que ocurre en el inconsciente."
J. Lacan (1997). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. El seminario XI (p. 32).
Buenos Aires: Paidós.
Freud presenta, entre otros, este chiste en su trabajo sobre el chiste y la relación con el S. Freud (1993). El chiste y su
inconsciente: relación con el inconsciente (p.
48). Buenos Aires: Amorror-
tu.
Dos judíos se encuentran en las cercanías de la casa de baños. "Has tomado un baño?",
pregunta uno de ellos. Y el otro le responde preguntándole a su vez: "¿Cómo es eso?
¿Falta alguno?".
© FUOC • PID_00154467 31 Introducción a la teoría psicoanalítica
El tero
El segundo de los personajes es quien genera el malentendido y el efecto de comicidad
al detenerse en el significado que correspondería a la palabra tomar y responder a él sin
tomar la significación de toda la oración que en su conjunto remite a otra significación, El tero es un ave que para em-
la de bañarse. pollar los huevos construye un
nido falso así, cuando los ani-
males pretenden robarle los
huevos, no encuentran lo que
En el mecanismo del chiste, Lacan reconoce dos de los procesos que Freud habría pro- esperaban.
puesto en la formación del inconsciente como son el de la condensación y el desplaza-
miento y los remite a los tropos de la lingüística de la metáfora y la metonimia. Así,
mientras en el caso de la metáfora la condensación permite que un significante pueda
estar en lugar de otro y trasladar la significación de forma vertical (de acuerdo con lo
que hemos presentado como el signo que recrea Lacan), en el caso del desplazamiento, la
metonimia posibilita que la significación se despliegue de forma horizontal por la con-
tigüidad en la cadena significante, como sucede en el chiste del baño: la pregunta que
formula el interlocutor desplaza el sentido de la orientación original hacia otra significa-
ción posible dentro de la cadena, tomar por coger.
Las dimensiones del lenguaje propuestas son las del enunciado�y�la�enuncia- Lectura complementaria
ción, dimensiones que pueden ser también diferenciadas como la de lo dicho
J. Lacan (1987). Subversión
(el enunciado) y la del decir (la enunciación). Esta diferencia, de términos por del sujeto y dialéctica del de-
el momento, está circunscripta a un orden temporal del verbo, ya que se pre- seo en el inconsciente freu-
diano. En Escritos II (p. 773).
senta el verbo decir (la enunciación) y su conjugación en pretérito (el enun- Buenos Aires: Siglo XXI.
ciado: he dicho, han dicho). Aunque como verbos ambos tiempos hacen refe-
rencia a la acción de hablar, el enunciado se presenta como lo que ha queda-
do de esa acción, como la huella, por el contrario, en la enunciación se está
implicando el mismo acto del habla, el pleno acto del uso de la palabra. La
diferencia aquí no tendría relevancia si no es en cuanto a que el sujeto es pre-
sentado como agente de este acto (diciendo).
Por una parte, es posible determinar al sujeto del enunciado, que sería aquel
que queda expuesto en lo dicho, lo que dice de él, lo que de él habla. Él se
reconoce allí, al igual que sucede en el estadio del espejo y, aun siendo pala-
bras y no imágenes, este enunciado conforma un espacio imaginario donde el
sujeto se reconoce y, como ya veremos, a la vez se engaña. En otra perspecti-
va, podemos situar al sujeto de la enunciación, que es quien habla pero a su
vez se aleja de lo que dice. Aquí está situado el yo (je) por oposición al yo del
narcisismo, al de la imagen, al yo (moi). La diferenciación que exponemos so-
bre el yo posiblemente resulta compleja si pretendemos comprenderla desde
una misma lógica, en un mismo plano argumental, y esto es así porque preci-
samente se encuentra en dos niveles diferentes, dos órdenes diferenciados, el
imaginario y el simbólico.
Cuando nos referimos al yo (moi) se trata del yo del estadio del espejo, del
orden imaginario donde el niño construye su yo ideal como una unidad sin
fisuras en la cual sostenerse. Por otra parte, el yo (je) pertenece al orden de
© FUOC • PID_00154467 32 Introducción a la teoría psicoanalítica
Ejemplo
El estadio del espejo es un concepto elaborado por Lacan que se refiere al momento en
el que el niño se identifica con la imagen que de él se presenta en el espejo. Ante esta
imagen se aliena y así ésta se transforma en una imagen ortopédica de su totalidad. Esto
que se produce ante el espejo es análogo a lo que sucede ante el otro, un semejante que
como el espejo produce fascinación en el niño, imagen también de la que se apropia
como suya, que sin embargo es a la inversa, la imagen que fascina, aliena, y por lo tanto
el sujeto pasará a ser la imagen. El sujeto, al igual que sucede con su propia imagen, será
capturado por el lenguaje.
Ahora bien, el motivo por el que hemos dirigido nuestro análisis hacia la cues-
tión del enunciado es justamente porque el sujeto que se presenta en la prác-
tica del análisis hablará de un sufrimiento, de un malestar y realizará una de-
manda. ¿Cuánto del sujeto estará implicado en esta demanda? O más bien,
¿sabe el sujeto lo que está demandando? Porque si nos es posible formular esta
división en el sujeto, lo que ponemos en duda es que este sujeto que está ha-
blando diga realmente algo de sí (enunciación) y no lo que de sí dice o piensa
(enunciado). En sus palabras hay más bien ocultamiento, por cuanto que lo
limitan a ser reconocido por y en ellas, por lo que queda un resto que siempre
escapa al enunciado.
"¿Quién habla? Cuando se trata del sujeto del inconsciente. Pues esta respuesta no podría
venir de él, si él no sabe lo que dice, ni siquiera qué habla, como la experiencia del análisis
entera nos lo enseña."
Queda claro que aquí también parecería paradójico que si en la palabra no está
la verdad del sujeto, en tanto que es verdad de ella misma y no de quien la
enuncia, ¿cómo es que se lleva a cabo el análisis si éste se sostiene de la palabra?
Esto lo podemos ver con nitidez a través de los lapsus del discurso del paciente,
donde hay traspiés, en esas rupturas es donde el discurso analítico adquiere
su valor, por ser precisamente donde se reconocen las formaciones del incons-
ciente: "en lo que el discurso realiza al vaciarse como palabra" (Lacan, 2008,
pág. 780) como aquellos cortes que se producen en el discurso, enunciación
donde se deja oír el deseo inconsciente, en tanto habla de él más allá de su
intencionalidad discursiva.
© FUOC • PID_00154467 33 Introducción a la teoría psicoanalítica
Ejemplo
Pensemos por ejemplo en los lapsus que suceden al hablar. Estos se le presentan al sujeto
como una equivocación en lo que ha enunciado, equivocación en tanto no estaba por
él previsto que así sucediera y ante la que debe reponerse con alguna palabra que lo
salve de este error, que va más allá de ser sólo gramatical. Allí se ha evidenciado algo que
debiera haber permanecido oculto, ha devenido la desnudez donde debía haber prendas,
ropajes –yo (moi)– que lo hagan ver como él cree ser visto. Es necesario tener presente
en este punto lo que señalamos entre el je y el moi, los lapsus serán aquellos cortes en la
cadena significante que posibilitarán el acceso al inconsciente, como pequeñas puertas
que se abren y se cierran y muestran a través de una pequeña abertura la relación entre
el significante no esperado (aquella palabra enunciada sin intención) y un significante
reprimido, inconsciente.
Ejemplo
Podemos tomar como ejemplo lo que sucede cuando grabamos nuestra voz en un siste-
ma de audio. Al hablar presuponemos que la voz se está registrando tal como la estamos
emitiendo, sin embargo, al detener la grabación y escucharla, nos desconocemos en lo
que escuchamos, aquella voz no parece la nuestra, se oye diferente. En el caso de los
lapsus, podemos relacionarlo con la grabación, mientras hablamos (enunciación) supo-
nemos que el otro (el receptor) comprende lo que decimos, pero al aparecer aquella pala-
bra o expresión inesperada, el grabador se detiene y la escuchamos nuevamente (enun-
ciado), no nos identificamos en aquello. En el intento por explicarlo –porque no nos
identificamos en esa voz o porque dijimos lo que dijimos como lapsus– el discurso que
se articulará, como apertura inconsciente, tendrá más de yo (je) y menos de yo (moi),
es decir, se evidenciará la división subjetiva por encima de la imagen ideal sobre la que
identifica el sujeto.
El lapsus aparecería ante el sujeto como el niño que en el cuento de Andersen hace su
aparición señalando al rey y mostrando su desnudez para evidenciar lo obvio y quitar
las máscaras. No nos es posible conocernos a nosotros mismos sino reconocernos.
Esto se debe a que, si hay un conocimiento de sí, es sólo por medio del otro. En el
caso del estadio del espejo el niño se reconoce en su propia imagen en tanto presiente
que el otro ya lo identifica como tal. El rey engañado del cuento es tal como lo somos
todos, él se fía de la mirada de los otros que como tal lo reconocen vestido. Sobre ello
encontramos en Lacan que el temor del sujeto a ser mal entendido o no creído en
sus palabras puede aparecer como más fundamental que el ser engañado por otro.
éste no era un comienzo alentador para una conversación. Alicia contestó, con cierto
recelo:
–Yo... yo casi no lo sé, señor, en este momento... Por lo menos sé quién era cuando me
levanté esta mañana, pero me parece que debo de haber cambiado varias veces desde
entonces.
–Temo, señor, que no puedo explicarme –dijo Alicia– porque yo no soy yo misma, como
usted ve."
Fuente: L. Carroll (1998). Los libros de Alicia. La caza del Snark. Cartas – Fotografías (p. 55).
Buenos Aires: Ediciones de la Flor / Best Ediciones.
Esta dificultad que encuentra Alicia para decir quién es puede relacionarse con
el planteamiento anterior, presentado también como una dificultad, esta es,
la búsqueda del lugar adecuado en el que el sujeto pueda definirse. Mencio-
namos aquí el término lugar y lo hacemos en referencia a una sentencia que
pertenece a Freud y que es citada repetidas veces por Lacan. Se trata de wo es
war, soll ich werden (donde eso fue, yo debo llegar a ser). De acuerdo con lo que
sobre esta sentencia desarrolla Lacan, podremos decir que posee un carácter
imperativo, que se encuentra signado por el término soll traducido al español
como deber desde el que se insta al sujeto a ir ahí, devenir responsable de sí
mismo, en cuanto puede reconocerse en el lugar donde estaba descentrado,
bajo el engaño de un conocimiento supuesto. Dicho conocimiento es el que
se encuentra en lo que habíamos denominado como yo (moi), la representa-
ción que el sujeto tiene de sí mismo. Lacan afirma que no es de este yo (moi)
imaginario del que se trata en el soll ich werden (yo debo llegar a ser).
© FUOC • PID_00154467 35 Introducción a la teoría psicoanalítica
Ya que este imperativo no pretende que el sujeto llegue a ser en su representa- Nota
ción, en su dicho o su máscara sino que, por el contrario, lo que aparece como
Traducido al español en la
afirmación de sí –su yo (moi)– vacile, dude. Apareciendo el sujeto sólo en la obra de Lacan de distintas ma-
desaparición de su posición y de sus certezas, reconocemos al yo (moi) –el ego– neras, de acuerdo con qué ubi-
ca en el lugar del "es" como:
como el lugar del dicho en el que el sujeto se encuentra cuando alguna verdad allí donde era, yo (je) debo lle-
gar a ser (o bien). Ahí donde el
de sí pretende afirmar. Allí donde lo que acompaña y sostiene es el enunciado, S (sujeto) era, ahí el "ich" debe
llegar a ser.
el "soy esto...", "soy quien...", seguido de predicados que representan al sujeto
para sí y para los demás: "soy una persona muy tolerante con mis amigos, me
molesta que no sean sinceros conmigo porque puedo escuchar y aceptar si en
algo no están de acuerdo".
En cuanto al yo (je) que a ese lugar debe advenir, se trataría de que quien habla, Lectura complementaria
en oposición al dicho, estaría en el orden del decir, de la enunciación, como
J. Lacan (2008). Subversión
siendo aquel signo que indica pero nada predica de quien habla. Al yo (je) es a del sujeto y dialéctica de de-
quien hacíamos referencia cuando mencionábamos que el discurso analítico seo en el inconsciente freu-
diano. En Escritos II (p. 781).
obtenía su valor en los traspiés, lapsus y cortes del sujeto en su discurso, cortes Buenos Aires: Paidós.
que dejan al sujeto al desnudo de su dicho: "enunciación que se denuncia,
enunciado que se renuncia". De este modo, el concepto que de sujeto elabora
Lacan, y que aquí pretendemos reconocer, presenta como característica prin-
cipal la de quedar como un resto.
"¿[...] qué queda aquí sino el rastro de lo que es preciso que sea para caer del ser?"
J. Lacan
¿Y qué es ese rastro, sino esa ignorancia que se debe perder? La caída del velo.
Nuevamente estamos, como lo hemos mencionado, en la desnudez.
Con relación a este caer del ser, podemos encontrar su vinculación con la sen-
tencia trágica que Sófocles pone en boca de Edipo: "antes bien, no ser". Edipo
tendrá la muerte que le es propia al héroe, la muerte en la que tacha su ser.
Este ser esencial y de carácter metafísico, sólo puede aparecer por medio de
representaciones y, vestiduras, que lo denuncian en su ocultamiento. El héroe
avanza solo y traicionado, como todos los hombres se engañan, permanecen
en el equívoco y desde allí se nombran, pero, y a diferencia de los demás mor-
tales, el héroe avanza en esa senda, solo –en el desamparo (Hilflosigkeit)– en el
camino hacia determinar qué es y qué no es, sin esperar ninguna ayuda.
© FUOC • PID_00154467 36 Introducción a la teoría psicoanalítica
El sujeto –en tanto habla– dentro del marco de la teoría psicoanalítica será
impensable si lo apartamos del lenguaje y, justamente al considerarlo inmer-
so en un mundo de lenguaje, encontraremos los elementos que lo definirán
como escindido.
El sujeto escindido
J. Lacan (1988). De nuestros antecedentes. En Escritos I (p. 65). Buenos Aires: Siglo XXI.
En el seminario VI, Lacan dirá, a modo de ejemplo, que lo real puede ser toma-
do como el vértice de una habitación, el sitio en el que el techo y las paredes
se juntan. De este sitio nada sabemos, simplemente está ahí, y será así hasta
que una araña dibuje su tela en él. Sólo a partir de la venida de este nuevo
elemento aquel rincón se hará presente para nosotros.
Lo real
Lo real es todo aquello que está dado, lo que existe sin que medie para
su determinación la palabra y, por lo tanto, lo que no puede faltar. Para
que algo falte, es decir, para que demos cuenta de que hay algo que no
está donde debería estar es porque previamente se ha establecido un
orden, un orden simbólico: se lo ha nombrado, designado.
Así, lo real es la presencia absoluta donde todas las posibilidades están dadas.
En este orden es en el que se encuentra el niño, pero este niño del que habla-
mos no está solo, sino que se conforma dentro del triángulo imaginario. En
él participan, además del niño, la madre y un tercer elemento que será quien
articule esta relación: el falo.
El triangulo imaginario
"Si la madre acude por la mañana, en camisón, a dar el pecho a su bebé, éste tiene la
impresión de que él, con su hambre, la ha convocado: de este modo, vive la experiencia
de estar siendo alimentado, concertada y acordada."
Si Lacan determina en ese lugar faltante el falo e identifica al niño como el falo
de la madre, no es sin aclarar que este falo es un significante y, en tanto tal,
puede recibir tantos significados como sujetos existan. El falo será entonces el
significante que sirva para nominar lo que falta.
"Si el deseo de la madre es el falo, el niño quiere ser el falo para satisfacerlo."
J. Lacan (1987). La significación del falo. En Escritos II (p. 673). Buenos Aires: Siglo XXI.
Entonces, quiere decir que el niño se identificará con el falo, que se identifica
con el deseo de la madre y por ello el niño pretende ser deseo de deseo de la
madre, esto es, identificar su propio deseo al deseo de ella.
Lacan denominará al falo, al que con el niño intenta identificarse –por ser
aquello que la madre desea más allá del hijo–, como falo imaginario, aquello
que imaginariamente colma la falta de la madre. Esto lo vemos con claridad
cuando Lacan en su quinto seminario dice del niño:
"[...] ¿Qué es lo que ella quiere? Yo (je) bien quisiera que sea yo (moi) lo que ella quiera,
pero está bien claro que no es nada más que yo (moi) lo que ella quiere."
Esta cita nos remite a lo ya dicho con respecto a la división del sujeto en su
nominación y aquí es donde podemos encontrar su justa aplicación. Si el yo
(moi) es el yo donde se reconoce el sujeto, donde se aliena, no le quedará
alternativa más que ser un yo (moi) moldeado al deseo de la madre, ser su
deseo. Entrará el niño en una alternativa dialéctica que Lacan denominará
como la de ser o no ser el falo.
"No cabe duda de que un objeto puede empezar a ejercer su influencia en las relaciones
del sujeto mucho antes de que haya sido percibido como objeto."
J. Lacan (1994). La relación de objeto. El seminario IV (p. 69). Buenos Aires: Paidós.
Estos juegos fueron tratados por Freud y un claro detalle de los mismos es el que en su
obra Más allá del principio del placer se denomina como Fort! Da!, que se explica luego de
que el mismo Freud observó a un niño que jugaba con un carretel de madera atado a
un piolín, este juego consistía en arrojar el carretel y luego mediante el piolín traerlo de
nuevo hacia él. El niño al lanzarlo emitía un fuerte y prolongado "o-o-o-o", que según su
madre y quien lo observaba significaba "Fort" (se fue) y al recuperarlo lo saludaba con un
amistoso "Da" (acá está). Este objeto, el carretel, representará a la madre para el niño y, de
este modo, mediante el juego, en una situación en la que él tenía un papel de pasividad
–era abandonado por la madre– adquiría ahora un papel de dominio, ya que era el niño
quien controlaba en su juego las apariciones y desapariciones.
En este segundo tiempo la posición del niño de ser deseo del deseo cobra aún
mayor fuerza, ya que lo que se pone en evidencia es que hay algo más allá
del niño y que la madre desea. Así se presenta el deseo en su principal carac-
terística: la insatisfacción, ya que así lo manifestará la madre al darle lugar al
padre y se colocará bajo su ley, de este modo lleva al niño a la renuncia de
ser su objeto de deseo.
aparición de este otro que se presentará como rival, sino la ley que introduce.
La cuestión de la ley no sólo está aquí implicada como una idea de mandato
u obediencia, lo que en realidad está denotando es que el deseo en cuanto tal
está supeditado, sometido a la ley�del�deseo�del�otro. Así ya no habrá para el
niño esa reciprocidad de satisfacción imaginaria en la que siendo el falo de la
madre encontraba su lugar. A partir de la ley que rige el deseo�del�otro, y por
tanto, ese lugar será ahora cuestionado.
Habrá un concepto utilizado por Lacan que será preciso introducir en este mo-
mento del complejo de Edipo y que, aunque esté presente en los tres tiempos
del complejo, será ahora cuando cobre significación: el mensaje. Aquí el men-
saje no debe ser entendido en un sentido positivo, como aquello que produce
un emisor y se dirige a un receptor en el sentido de la comunicación habitual.
Este mensaje es aquel que se encontrará antes de que una posición sea esta-
blecida, entendiendo por posición la que adoptará por ejemplo el niño como
falo de la madre. Esta posición sólo será posible si el mensaje que recibe el
niño es aquel por medio del que la madre lo ubica en ese lugar. En este caso
diremos que el niño es escuchado desde el lugar en el que previamente se le
ha reconocido.
Por esta razón, si la función interdictora del padre es efectiva, sólo lo será por
mediación de la madre y recibida por el niño a través del discurso de la madre,
cuando ella reconoce la ley del padre, al aceptar que "él hace la ley". Así se
produce como un mensaje sobre mensaje, que es el mensaje de interdicción.
Si la madre recibe el mensaje de prohibición del padre, "no reintegrarás tu
producto", es que hay por parte de ella un reconocimiento de esta ley, una
ley que regirá su deseo y le llegará al niño un "mensaje de mensaje", un "no"
como mensaje, ya que si la madre debe remitirse a una ley de otro, es que,
como tal, el niño no es el objeto de deseo de la madre y aquí es donde lo que
mencionábamos como la ley del deseo del otro adquiere su sentido para el
niño.
El Nombre-del-Padre
Lectura complementaria
Tótem y tabú
Así se produciría el origen de las dos prohibiciones o, como denomina Freud, los dos
tabúes del totemismo "con los cuales comenzó la eticidad de los hombres": respetar
al animal totémico, puesto que el padre había sido muerto y ya no habría solución a
ello, y por otra parte la prohibición del incesto. Este último tiene su origen en que, si
bien los hermanos se habían unido para matar al padre y salir de su sometimiento,
existía en cada uno de ellos la voluntad de apoderarse de todas las mujeres y tenerlas
para sí. Pero ante la imposibilidad de que hubiera entre ellos uno que fuera capaz
de ocupar el lugar del padre, se impusieron esta ley que implicaba la renuncia de
aquellas mujeres por las que habían matado y devorado al padre.
La metáfora
Ejemplo
Pensemos por ejemplo en las piezas del ajedrez y el tablero. Las piezas de este juego (el
alfil, la reina, la torre) sólo son objetos que si no están puestos en el tablero carecen de una
significación, de un sentido. Así, un alfil puede ser un sujetapapeles, un trozo de madera
o cualquier otra cosa que queramos, pero sólo será un alfil en un tablero de ajedrez. Y a
la inversa, hasta una piedra puede ser un alfil si se coloca en su lugar dentro del tablero
y sigue las reglas de juego.
Lacan dirá que para que un sujeto alcance su madurez sexual, es decir que lo
genital conquiste su función, es necesario haber sido castrado. Esto es enten-
dido, por ejemplo, en el caso del varón: para que como tal pueda tener un
pene, es necesario poder perderlo. En tanto que si en un primer momento él
se ubicaba como falo imaginario de la madre, todo él era ese falo, ya que él
se identificaba con el deseo de la madre –la imagen del cuerpo tratada como
totalidad, ser o no ser el falo–, pero al advenir el orden simbólico, la indife-
renciación anatómica entre el varón y la mujer es cuestionada y el pene para
el niño adquiere significación, es algo que podría perder.
Lectura complementaria
Un señor entra en una panadería, primero tiende la mano y pide un pastel, devuelve
este pastel y pide un vaso de licor, lo bebe y cuando le dicen que pague el vaso de licor,
responde: "he dado a cambio un pastel. –Pero el pastel tampoco lo ha pagado–. Pero no J. Lacan (1995). El yo en la
lo comí". La falta a la que nos referimos, por ser del orden simbólico, es la falta de un teoría de Freud y en la técnica
significante y que puede entenderse como la falta en lo simbólico engendrándose a sí psicoanalítica. El seminario II
misma, es imposible pagar una deuda con otra deuda o, lo que sería en este caso, cubrir (p. 350). Buenos Aires: Pai-
dós.
la falta que el significante ha instituido con otro significante.
El padre debe responder como quien posee el falo, de tal modo que aquello
que la madre había introducido como nombre del padre (NP) adquiera consis-
tencia. El proceso que instaura la metáfora paterna en el sujeto es justamen-
te su constitución como sujeto del inconsciente, ya que el niño antes de es-
te momento se ubicaba como objeto (imaginario) del deseo de la madre y se
identificaba con este deseo. Será entonces a partir de este proceso cuando logre
constituirse como sujeto de deseo, sujeto de la división. La división que en él
se produce adviene por medio del orden simbólico, de modo que aquello que
en un tiempo era vivencia real pasará a ser simbolizado en el lenguaje. Esta
simbolización de lo real es lo que sucede en la denominada represión�origi-
naria, por medio de la cual el primer significante que abre el espacio de la falta
–falta simbólica, establecida a partir de la castración– es el (S) significante del
deseo de la madre que, siendo reprimido, instaura el inconsciente en el sujeto.
Por eso, Lacan ve el inconsciente como los efectos de la palabra sobre el sujeto
y estos efectos conducen a definir al inconsciente estructurado como lenguaje.
El hecho de que el sujeto acceda al orden simbólico le permite salir del plano
imaginario en el que se encontraba, pero para comprometerlo más aún en él.
Así el yo (moi) al que se había alienado por medio de la matriz simbólica –con-
formada por el reconocimiento del otro– adquiere por medio de lo simbólico
mayor solidez, se consolida. El sujeto quedará escindido en la búsqueda por
la palabra que lo designe, ya que todo significante enunciado por él no hará
más que alejarlo del lugar de su pretendida búsqueda, un alejamiento que en
realidad será una permanencia, ya que la cadena de significantes por la que se
deja guiar en este intento sólo denunciará su ineficacia y el carácter inefable
de su pregunta. En esto consistirá lo que Lacan denomina con el término fa-
ding y que puede ser traducido al español como desvanecimiento, el sujeto, en
el intento por presentarse, se ausentará en el mismo movimiento y quedará
oculto tras las palabras que lo sostienen. Para hacerse presente en su discurso
debe borrarse del mismo mediante los significantes que lo designan.
8. La dialéctica intersubjetiva
Esquema L de Lacan
el eje que va del otro (O) al yo (o) está representado en una línea sin cortes,
en tanto es la propia palabra del sujeto que, como respuesta al mensaje que él
puede oír, afirma su posición con respecto al otro: "eres mi mujer".
Cuando nos referimos al Otro, este gran Otro está designando la alteridad
radical, por lo que no se trata de un sujeto en particular, sino el lugar donde el
sujeto dirige la palabra al otro –su semejante– como encarnación de este Otro.
Implica en esta palabra su reconocimiento (como Otro) que es a lo que nos
referimos con el mensaje, que el sujeto recibe como la palabra invertida que
sostiene su propia palabra. Podríamos decir que el otro se encuentra más acá
del sujeto que habla y encontramos fundamento de su palabra en su propia
historia como sujeto de deseo, sujeto dividido, causado por el lenguaje. Por
ello el otro puede ser reconocido, pero nunca conocido.
Cuando decimos que el Otro se encuentra más acá, nos estamos refiriendo a
lo que Lacan denomina como no hay Otro del Otro, lo que indicaría que no hay
garantía de la palabra más que en la propia enunciación de ella y la palabra
encuentra sostén en sí misma a partir del mensaje que del Otro surge como
respuesta, no reconociendo más allá Otro que como tal pueda dar garantía
de esta palabra empeñada. Entendemos así el muro del lenguaje como aquello
que impide la comunicación entre dos verdaderos sujetos y que es lo que se
encuentra representado en el esquema L anterior.
Por una parte, y como ya hemos expuesto, el sujeto deviene tal, en tanto que
estructurado en el orden simbólico. Este orden se imprime sobre lo que deno-
minábamos matriz simbólica y es lo que en el estadio del espejo daba lugar al
reconocimiento del niño en una imagen sobre la cual se alienará y surgirán
así los primeros esbozos de un yo (moi). Esta formación culminará con el ad-
venimiento del orden simbólico por medio de la ley del padre y se conformará
lo que se ha designado como sujeto del inconsciente, sujeto del deseo.
o' hasta o. No significa que el plano imaginario sea en sí aquello que interfiere
la comunicación entre dos verdaderos sujetos, sino que como antes mencio-
nábamos lo que imposibilita que ella se establezca es el muro del lenguaje.
Debido a que ello sucede, la comunicación se establecerá en otro orden, esto
es, en el orden del intercambio imaginario, se realizará así entre dos yoes y así
el sujeto será el que recibe la palabra, la tomará como viniendo de un yo (moi)
y de este modo circunscribe el sujeto a su representación, tomando al yo (moi)
sujeto del enunciado –lo dicho–, por el sujeto de la enunciación, el yo (je).
Mediante esta relación, podemos decir que el sujeto queda como tal borrado
tras su palabra y en este nivel es donde es posible hablar de la palabra vacía.
Si pensamos en el inconsciente expresándose por medio de pulsaciones, de
apertura y cierre, del decir y lo dicho, la palabra vacía estaría representando
un cierre y el sujeto quedaría enajenado por aquello que al nombrarlo lo deja
fuera del juego, una apuesta que se cierra y aquellas palabras que lo nombran
son las fichas que ha dejado sobre la mesa.
Citando la metáfora utilizada por Lacan, podemos entender la palabra vacía como aque-
lla que rueda en el molino de las palabras y la que no se debe confundir con la mentira.
Que ella este vacía –vaciada– debe entenderse como la palabra que es plena de significa-
do, en tanto se sostiene en la posibilidad ilusoria de que el significante y el significado
se correspondan en un plano común a todos los seres hablantes (como si cada palabra
tuviera un único sentido o significado y que al hablar no fuera posible que hubiera malos
entendidos).
El analista cura por lo que es, más que por lo que pueda decir o hacer, por lo
que es para el otro, el paciente, quien en el análisis dirige sus palabras hacia
este Otro que ha sido encarnado en el lugar del analista, lugar en el que la
palabra adquiere sentido en tanto evocada por el Otro, donde encuentra su
articulación. Lejos está por ello la clínica analítica de predicar la dirección de
conciencia. En primer lugar porque sólo remitiría el refuerzo del yo en lo ima-
ginario y, en un segundo aspecto, por la razón de que si hay tras su palabra un
intento de dirección, es que como analista se ubicaría previamente en querer
hacer el bien y de ahí el analista debe curarse. En este sentido, no es con su
ser con el que el analista debe presentarse, sino con su carencia de ser. En tanto
que presentando el deseo como una incógnita el sujeto en el análisis intentará
responder y ofrecer en su tener lo que el Otro –el analista– desea, que es su
reconocimiento.
© FUOC • PID_00154467 51 Introducción a la teoría psicoanalítica
Avanzar solo y traicionado, de acuerdo con lo que podemos extraer del semi-
nario sobre la ética de Lacan, es lo que establece las diferencias entre el héroe
y el hombre común. No significa que al hombre común no se le presente la
situación en la que se encuentre solo y traicionado, lo que marcará la diferen-
cia entre uno y otro es que el héroe avanzará a pesar de ello, ya que es ése el
destino que para el héroe está señalado.
Así le sucede a Filóctetes, protagonista de otra de las tragedias de Sófocles, quien a pesar
de haber sido abandonado y confinado a una isla desierta debido al hedor que emanaba
de la herida de su pierna, permanece fiel a su odio y no perdona ni olvida.
El sujeto del que aquí se trata es el sujeto del inconsciente, en tanto la causa que
lo marca, y sobre la que se funda, le resulta desconocida. Esta causa será la del
orden simbólico, que encontrará su estatuto en el significante, irrupción del no
del padre que establecerá un nuevo orden y en el cual el sujeto deberá surgir.
Este orden simbólico es el que compromete, por la palabra del padre, al sujeto
en las vías del deseo, como si dijese: "¡allí donde gozabas, ahora desearás!".
Para ser, deberá pagar el precio del tener, precio tan elevado que deberá apostar
en ello su vida, que de hecho la ha apostado, ya que el sujeto para advenir en
lo simbólico ha debido morir en lo real.
El deseo será lo que, como pura potencia, insistirá en la cadena del sig-
nificante, pero que sólo aparecerá en una consistencia que pertenece
al orden imaginario, sólo en apariencia podrá cubrir la falta que lo ha
causado como deseante. La palabra se le presentará al sujeto como pacto
o promesa, en la medida en que por medio de su cumplimiento, éste
puede esperar alcanzar la felicidad anhelada, una felicidad que es pre-
tensión de todos y es la que demandará el paciente al analista.
A partir de esta promesa podremos retomar nuestra pregunta, por lo que Lacan
quiere significar con la traición. La pregunta sería ¿dónde será traicionado
el sujeto? Será traicionado en su deseo, deseo del sujeto planteado como el
deseo del Otro, allí es donde se originó la promesa de un reconocimiento y de
ser bien amado. Esta traición surge ante un desvelamiento, el Otro ha estado
desde siempre castrado, es decir, en falta, lo que puede presentarse como una
oposición a la formulación de Descartes:
R. Descartes
Qué mayor traición que ésta puede esperar el sujeto, quien siempre ha-
bía cumplido con el ritual de las ofrendas, la de ser todo para el Otro.
La traición nos remite así a lo irreducitble del deseo, en tanto será una
apuesta por lo imposible pero guiados por la ilusión, que nos guía a la
posibilidad de que exista lo que colme al Otro y que por lo tanto tenga
algún sentido seguir apostando. Allí el sujeto habrá de sumirse al servi-
cio de los bienes –lo que debe tener–, con los cuales seguirá apostando
en el camino de acceso al deseo.
J. Lacan (1995). La ética del psicoanálisis. El seminario VII. Buenos Aires: Paidós.
Garantes de la seguridad
éstas son algunas certezas que en cierto modo son imposibles de predecir y que cada uno
pretende afirmar: una residencia en un determinado barrio, un grupo de amistades que
consoliden nuestra identidad con ellos, el colegio de los hijos donde éstos tendrán como
compañeros a los demás niños cuyos padres también dirán bien de nosotros.
El saber al que guía el análisis es ese saber del vacío que con malabares el yo está
intentando darle un sentido. Vacío que es allí traición, ya que no hay Otro del
Otro, no hay garantía más que en lo que la palabra tiene de vacío y que en-
frenta al sujeto a la verdad de lo verdadero, esto es que lo real no tiene un sen-
tido. La vida, en la que el yo se apuesta, no es sino la inserción de ese sentido.
Lo que conforma la apuesta del análisis es posible definirla del siguiente modo
"apostar del padre a lo peor" y no significa aquí sino el enfrentamiento por
parte del sujeto al imposible atolladero en el que está confinado en su deseo y
que los bienes sólo se presentarán como velos ante los que deberá despojarse.
se debe cubrir es una falta de nada real, sino de una falta en lo simbólico. Del
mismo modo podremos analizar el deseo como un no es eso, no es eso sino otra
cosa, una cosa siempre ahí, en el horizonte, como posible pero inalcanzable. El
deseo entonces está sujeto en su existencia a lo que perdura como imposible,
en este perdurar es donde encuentra el deseo su razón, como sucede en el
análisis de los sueños que llevó a cabo Freud, el hecho de que el sueño del
hambriento sea un gran pastel no calmará su hambre sino que más bien lo
hará seguir presente. Y en este seguir deseando es donde se ubica el sujeto del
inconsciente, un seguir que está regulado y mantenido por la norma, el orden
que promete un fin posible y en el que el sujeto encuentra su vía americana,
como lo denomina Lacan, aquella que promete el confort y que implicaría un
reforzamiento del yo, al dar a este yo tantos ropajes como oportunidades para
desnudarse tenga el sujeto. Confort y seguridad no parten sino del engaño y
evitan al sujeto la incómoda pregunta por el ser.
Nacido en 1929, este artista ha logrado maravillosos cuentos en los que la realidad
y la fantasía se entremezclan en atmósferas de gran intensidad, donde muchas veces
el lector se confunde con los diferentes protagonistas de sus obras a raíz de la lógica
de sus argumentaciones que, a pesar de estar sostenidas en la materia prima de lo
imaginario y la ficción, transmiten una consolidada coherencia con la lógica racional
de lo cotidiano. Esto es lo que sucede en reiteradas ocasiones en el libro de cuentos El
espejo en el espejo. El laberinto donde la sensación de pérdida por parte del espectador
en los diferentes pasadizos del laberinto narrativo le mantiene siempre en el vilo de
la próxima palabra. Encontramos allí un cuento que nos describe un artista, más pre-
cisamente un bailarín que se encuentra sobre el escenario, él está allí arriba absoluta-
mente solo, la oscuridad del escenario es total y no se oye ni el más mínimo sonido.
J. Lacan. La ética del psicoanálisis. El seminario VII (p. 378). Buenos Aires: Paidós.
El sujeto podrá optar, ceder al servicio de los bienes, lo que equivale a desco-
nocer la traición y sostener todavía allí al Buen Dios o aceptar el desengaño. El
analista es quien en la clínica psicoanalítica tendrá que tomar un papel central
en este desengaño.
Ejemplo
Para dar un ejemplo de lo que se entiende como la posición del analista, recurriremos
a la escena final del film Blow–Up de Michelangelo Antonioni. En ella se presenta para
el espectador un partido de tenis que está siendo jugado por dos mimos, que simulan
dar certeros golpes a una pelota inexistente. Alrededor de lo que sería un campo de tenis
improvisado está presente un grupo de mimos que cumplen a la perfección su papel de
público. Todos ellos siguen la pelota en el trayecto que va de golpe a golpe de raquetas
también ausentes.
Lo que nos interesa rescatar de esta escena es lo que sucede cuando el principal prota-
gonista del film pasa por allí, inmerso en sus asuntos. En ese momento los mimos le
hacen señas para que éste les alcance la pelota inexistente que ha caído cerca de él. En
esa situación limitaremos nuestra descripción, dejaremos que el personaje actúe según
el guión. En cuanto a nuestro análisis intentaremos darle nuevos rumbos al accionar de
dicho personaje.
Tracemos una analogía hipotética entre lo que debe ser el actuar del analista
frente a la demanda del paciente y la reacción del protagonista ante la petición
por parte de los mimos de que retorne la pelota al juego para encontrar una
conclusión que puede brindar cierta claridad sobre la posición del analista.
Con respecto a lo que desarrollamos en nuestro análisis, el deseo del analista
es el motor del análisis, en tanto, al presentarse como incógnita, y sin ninguna
pista para su develamiento, éste hará apostar al analizante todo lo que de sí
tenga para dar, es decir su deseo. Así lo que pone en marcha el juego, la pelota
en este caso, podemos compararla a la función del deseo, en su papel movili-
zador, articulando el juego de lo que se propone como siempre más allá, en
tanto es un objeto imposible (como incesante movimiento, ya que desapare-
cería si los mimos dejan de sostenerla con la mirada).
© FUOC • PID_00154467 56 Introducción a la teoría psicoanalítica
Bibliografía
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