Está en la página 1de 2

Decreto de colectivizaciones de las empresas industriales y comerciales

Ir a la navegaciónIr a la búsqueda

Este artículo o sección necesita referencias que aparezcan en una publicación


acreditada.
Este aviso fue puesto el 22 de agosto de 2017.

Cartel de la colectivización en el sector textil.

Ticket de entrada a un cine controlado por la CNT-FAI.


El protagonismo de las organizaciones obreras en la derrota de las aspiraciones
militares, hará que a partir de julio de 1936 se lleve a cabo una profunda
transformación social y económica liderada por trabajadores y campesinos de las
respectivas fábricas y campos de cultivo. Estas organizaciones tendrán el poder que
los órganos institucionales perdieron con el levantamiento del ejército, puesto que
controlaban armas y gestionaban, por medio de la colectivización, gran cantidad de
centros de producción. Es en este contexto cuando la Generalitat constituirá el
Comité Central de Milicias Antifascistas que coordinará los diferentes Comités de
Milicias Antifascistas (uno en cada pueblo de Cataluña) para defender la República.
En estos comités formaban parte la CNT-FAI, Unión de Rabassaires, POUM, PSUC,
Acción Catalana, ERC.

Se llevarán a término entonces las colectivizaciones de empresas en toda Cataluña.


Será de tal magnitud esta revolución que la Generalitat elabora el Plan de
transformación socialista del país donde se encuentra el Decreto de
Colectivizaciones. El decreto de colectivizaciones y control obrero fue uno de los
objetivos del gobierno de la Generalitat de Cataluña a raíz del inicio de la guerra
civil española que fijó las bases de una socialización de la economía por la cual
los trabajadores participaban directamente de la gestión de sus empresas y, además,
indirectamente, del organismo regulador de la actividad económica a través de la
elección de delegados en el Consejo de Economía de Cataluña.

Los criterios que estableció el decreto fueron los siguientes:

Las empresas que tenían más de 100 trabajadores, las que estaban abandonadas por
sus propietarios o aquellas los patrones de las cuales hubieran sido declarados
facciosos por los Tribunales Populares, tenían que ser colectivizadas
obligatoriamente.
Las empresas que contaban entre 50 y 100 trabajadores eran colectivizadas si al
menos tres cuartas partes de los trabajadores lo acordaban.
Las empresas de menos de 50 obreros quedaban bajo el control de su propietario,
pero eran fiscalizadas por un consejo obrero con un número de representantes de
cada sindicato proporcional a sus afiliados. Recuerdan a los comités de empresa
actuales. Los consejos obreros velaban por el cumplimiento de las condiciones
laborales acordadas (control laboral), revisaban el flujo de dinero (control
administrativo), y finalmente también tenían por función controlar y mejorar la
producción (control de producción).
Las empresas que considerara la Consejería de Economía que conviniera sustraerlas
de la acción de la empresa privada.
Los más perjudicados fueron, sin duda, los grandes propietarios, mientras que los
pequeños empresarios conservaron sus fábricas, si bien controladas por los obreros.
Los problemas que tuvieron las industrias fueron los de una economía de guerra:
carencia de primeras materias que se obtenían de la España en manos de los
franquistas, escasez de combustible, bloqueo a las exportaciones y represalias de
compañías extranjeras que habían sufrido la colectivización de sus empresas en
Cataluña.

Los resultados de las colectivizaciones fueron irregulares: algunos sectores, como


el metal y el químico, actuaron con eficacia, mientras que otras ramas industriales
tropezaron debido al intervencionismo de los consejos obreros o la carencia de
experiencia de sus gestores. Otros sectores reconvirtieron sus empresas para surtir
al ejército (como los Almacenes Santa Eulalia que pasaron a confeccionar uniformes
militares).

En el campo catalán, los labradores propietarios formaron parte de forma


obligatoria de la Federación de Sindicatos Agrícolas de Cataluña (FSAC) a la cual
tenían que vender sus cosechas, al precio indicado por la consejería de
Agricultura, y a cambio la FSAC los proveía, a precios razonables, de los productos
de primera necesidad que necesitaban. Aun así, los labradores sólo vendían una
parte de su cosecha y la otra la reservaban o la vendían en el mercado negro, donde
se pagaban mejores precios debido a la escasez que había.

El número de colectivizaciones efectuadas al campo fue relativamente pequeño y en


ningún momento no alteraron la estructura de la propiedad.

Referencias
Bibliografía
Bonamusa, Francesc (2005). Economia, finances i col·lectivitzacions industrials», a
Breu Història de la guerra civil a Catalunya. Barcelona: Edicions 62.
Castells Duran, Antoni (1993). Les col·lectivitzacions a Barcelona 1936-1939.
Barcelona: Hacer. ISBN 84-8534-895-8.
Cerdá y Richart, Baldomero (1937). Empresas colectivizadas e intervenidas. Su
organización, contabilidad y régimen legal. Barcelona: Bosch.
Mayayo i Artal, Andreu (2005). «El conflicte social al camp», a Breu Història de la
guerra civil a Catalunya. Barcelona: Edicions 62.

También podría gustarte