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Prologo

El viejo camión entraba traqueteando en las calles del pequeño pueblo, su


conductor miraba serio el camino ajeno a las miradas de curiosidad que
despertaba debido a sus cetrinos rasgos extranjeros y a su colorido turbante.

Mientras el orondo ocupante del asiento del copiloto saludaba alegremente a


los paisanos con los que se cruzaban.

—¡Buenos días! Qué tiempo más encantador, ¿no es cierto?— sonreía


ampliamente el caballero mientras se tocaba el ala del sombrero.

Los chiquillos de la localidad ya se arremolinaban tras el vehículo ante la


promesa de una próxima diversión, pues habían visto que en el lateral del
destartalado camión un colorido cartel anunciaba:

"Circo de pulgas de monsieur Berdún"

—¡Buenos días!— repetía a niños y adultos por igual el mismísimo monsieur


Berdún, pues ese era el nombre del ocupante del camión.

El silencioso conductor se llamaba Haleb y no había nadie que pudiera decir


con certeza de qué país procedía. Cuando el camión llegó a la plaza del
pueblo Haleb lo detuvo y se dispuso a bajar del mismo.

Algunos niños se sorprendieron y algún adulto ocultó una risita tonta cuando
el conductor puso los pies en la calle y todos pudieron ver la pequeña
estatura de este, se sentaba sobre un cajón para poder ver por el parabrisas.

Haleb los ignoró y se dirigió al lateral del vehículo para bajarlo y descubrir así
un pequeño escenario que se apoyaba en dos patas que descendieron con la
tabla.
Fue en ese momento cuando el caballero se apeó ágilmente de la cabina y
dirigió sus pasos al pequeño escenario mientras hacía filigranas con su
bastón.

—¡Buenos días, señoras y señores! Me presentaré, soy monsieur Berdún y


quiero hacerles partícipes de esta curiosidad parisina que mi compañero
expone ante ustedes totalmente libre de cargo.

En efecto Haleb colocaba encima del escenario una serie de alegremente


coloridos objetos de feria de reducido tamaño. Los niños ya se habían
sentado en el suelo formando una audiencia expectante.

El caballero sacó de un compartimento oculto una cajita de madera y la


mostró a su distinguido público.

—¡Aquí mismo tengo a los más ágiles atletas de la naturaleza!—Los niños


aplaudieron.

Abrió la tapa corrediza de la cajita y gritó —¡Ale hop!— los diferentes objetos
de feria comenzaron a moverse solos; el tiovivo giró, los balancines subieron
y bajaron, los trapecios se balancearon... La gente volvió a aplaudir.

—¡Mientras los atletas desarrollan sus proezas me gustaría enseñarles la


más avanzada de las medicinas!— Haleb apareció con una serie de frascos
en sus brazos. Monsieur Berdún cogió uno y se lo mostró al público con una
sonrisa de confianza.

Capítulo 1º
Monsieur Berdún y Haleb habían acampado a una distancia prudencial del
pueblo los dos estaban calentándose en una pequeña fogata mientras
contaban las ganancias del día.

—Muy bien, no nos sacará de pobres pero podremos comer caliente un día
más.—Se regocijaba el caballero ante las escuetas ganancias.

Como si estuviera de acuerdo Haleb se sirvió un poco más del estofado que
chapoteaba en la cazuela sobre el fuego. Ante un ruido inesperado giró la
cabeza y contempló la oscuridad de la que surgía una forma.

La fogata iluminó a una jovencita que avanzaba hacía ellos.

—¿Es cierto que su medicina cura todos las enfermedades?—preguntó sin


rodeos la joven.

—¡Por supuesto, todos y cada uno de ellos!— Respondió monsieur que


nunca dejaba escapar un buen negocio por intempestivas que fueran las
horas.

—¿Curarán la enfermedad de mi hermano? Sus médicos no saben qué le


pasa— Volvió a preguntar la recién llegada.

—Bueno, tendríamos que examinarlo para suministrarle la medicina más


adecuada— Haleb miró asombrado a su compañero, algo había hecho que
cambiará su procedimiento de venta habitual.

—Está cerca de aquí, ¿me acompañaran?

—Por supuesto niña partamos inmediatamente, no hay tiempo que perder.—


La joven asintió intimidada ante la efusividad del desconocido.
- II -

—¿Está dormida?— Esta vez era monsieur Berdún quien conducía con
cuidado de noche por el camino que la joven les había indicado.

Haleb asintió tras comprobarlo, la niña respiraba a su lado dormida con la


cabeza botando con el movimiento del camión.

—Te preguntarás por qué no le he vendido un simple frasco de medicina y en


su lugar estamos acompañándola a su casa.— Haleb asintió de nuevo.

—Digamos que ha sido una corazonada, cuando ha explicado lo de la


enfermedad de su hermano, ha usado el plural para referirse a los médicos
que le atienden— Haleb escuchaba atentamente. —Solo un niño de familia
rica se podría permitir que le atendieran varios médicos. A pesar de que su
ropa es de lo más corriente tengo la corazonada de que hemos dado con un
filón mi querido amigo.— El orondo caballero sonrió y continuó.

—Nos ha dicho que su hermano está en Aran, en esta época del año la corte
se reúne allí, alrededor del palacio de verano. Quizás se trata de la hija de un
noble que viaja disfrazada con la ropa de una de sus sirvientas, quien sabe.—
Los dos hombres miraron al frente quizás imaginando que su brillante futuro
iluminaba la carretera por la que avanzaban.
Capítulo 2º

La niña despertó poco antes de llegar al pueblo de Aran y desperezándose


guio a los hombres por las calles del pueblo hasta las puertas traseras del
palacio de verano.

—¿Tu hermano vive en el palacio?— Se extrañaron los dos caballeros.

La niña no respondió, se limitó a bajarse del camión y entrar por las puertas
del palacio con los dos hombres asombrados detrás.

La joven recorrió lujosas escaleras y estensos pasillos sin titubear hasta


llegar a unas grandes puertas que daban a una amplia y soleada habitación.
Con una cama en el centro y en la cama un delgado niño de piel pálida.

—¡Princesa!— Una mujer se levantó de una silla al lado de la cama.

—¿Cómo ha estado?— Preguntó la princesa con preocupación.

—¡¿Princesa?!— Monsieur Berdún sólo pudo articular esas palabras.

—¿Quienes...?— la mujer examinó con severidad a los hombres que habían


entrado detrás de la joven.

—¡Examinadlo!, ved que podéis hacer por él.— Indicó la princesa al


caballero.

—¡¿El heredero?!

—¡Rápido!— Apremio la chica.


Monsieur Berdún salió de su asombro y rápidamente urdió un plan, podía ver
ante él toda una serie de posibilidades algunas no muy halagüeñas.

—No somos los adecuados alteza, si nos lo permitís debemos buscar al más
famoso de los médicos, referir el caso de su querido hermano y traer de
vuelta el maravilloso remedio que lo cure.

—Pero dijisteis...

—Mis remedios son para la gente sencilla del reino, no para el heredero al
trono, permitidme marchar cuanto antes en busca del socorro que vuestro
hermano necesita.— Haleb no seguía el razonamiento de su compañero.

—De acuerdo marchad cuanto antes.— Dijo desilusionada la princesa.

—Antes podría otorgarnos la gracia de un avituallamiento para el camino.—


Se mostró zalamero el caballero.

—Id a los almacenes. Rose se encargará de que os den lo que pidáis.— La


aludida hizo una genuflexión a la princesa.

En ese momento entró una mujer alta y delgada con un largo vestido de luto,
por su actitud se notaba que estaba acostumbrada a mandar.

—¡Niña, por fin has vuelto nos tenias muy preocupados!

—Siento ser la causa de sus desvelos, tía.— Dijo humildemente la princesa.

—¿Quienes son estos?— Señaló a los dos hombres.

—Permítame que me presente...— Dijo monsieur Berdún recuperando su


Zalamería.
—¡Fuera de estas habitaciones inmediatamente!— Gritó la hermana del rey.

- II -

Mientras cargaban el camión de viandas monsieur Berdún se apartó un


poco con Haleb.

—Te preguntarás el por qué de mi actitud. Verás, tú me conoces, no soy un


hombre de grandes aspiraciones y creo que esto nos viene grande. Lo mejor
es poner tierra de por medio y que esa tía suya ponga algo de razonamiento
en la cabeza de la princesa.

Los dos volvieron junto al camión que parecía quejarse por el peso de la
comida que habían cargado en él.

Capítulo 3º

-I-

Llevaban ya un rato alejándose del palacio de verano sin hablar ninguno de


los dos, cosa normal en Hareb pero extraña en monsieur Berdún.

El camino que los dirige al oeste del reino no era muy bueno, aquella era una
zona despoblada con escasos pueblos debido a la falta de agua, en la que
sería fácil esconderse una temporada.
—No, definitivamente no hubiéramos podido ayudar.— Por fin rompió su largo
silencio el caballero, algo que alegró a Haleb que ya empezaba a
preocuparse.

—¿No debería dar ya de comer a las pulgas?—Surgió una joven voz de la


caja del camión.

—¿Quién está ahí?— Exclamó sobresaltado Berdún.

—¡Soy yo!, Clara..., la princesa— Aclaró la joven, que había subido al camión
mientras este se cargaba de alimentos.

—¡Para Haleb!— indicó el caballero.

Haleb paró a un lado del camino y los dos hombres se bajaron de la cabina y
se dirigieron a la parte trasera.

—He decidido visitar con vosotros a todos esos médicos famosos.— Les dijo
decidida mientras la ayudaban a bajar de la parte trasera.

—Pero princesa...— Protesto monsieur Berdún.

—Vosotros no sabéis como es la enfermedad de mi hermano, os seré de


mucha ayuda.— Interrumpió la princesa.

—¡Está decidido, viajaré con vosotros!

- II -
El camión había cambiado de rumbo y ahora avanzaba a paso firme hacia
el norte, donde vivía el más famoso de los médicos del reino, era tan famoso
que no se trasladaba para ver a ningún paciente por rico que esté fuera.

Ni monsieur Berdún, ni Haleb se explicaban cómo habían acabado en esa


situación, pero una vez metidos harían las cosas de la forma correcta o mejor
dicho de la forma que ellos consideraban era la correcta.

—No debemos descubrir qué se trata de una medicina para el príncipe, si no,
el precio se dispararía.— Explicaba el orondo caballero.

—¡De acuerdo!— A la princesa no le importaba mucho el precio, pero por lo


que le había oído a su padre, el rey; la discreción sobre la enfermedad del
príncipe era necesaria.

—¿Y cómo entrenaís a las pulgas para que hagan esos trucos?— cambio de
tema de la joven por algo que la tenía intrigada.

—No lo hacemos nosotros, la proeza la realizan los mejores entrenadores de


pulgas de París, Francia.— Respondió monsieur berdún con una sonrisa a la
curiosidad de la niña.

Capítulo 4º

-I-
Monsieur Berdún y sus acompañantes habían llegado a Lissburgo, la
segunda ciudad en importancia del reino tras la propia capital, una ciudad
industrial que supera en riqueza a la susodicha capital. Aquí era donde había
abierto consulta el médico más famoso del reino.

Monsieur Berdún había concertado una cita por teléfono con el galeno en
cuestión. No era difícil de encontrar pues en cualquier periódico aparecía su
pomposo anuncio:

"El famoso facultativo doctor Gismundo titulado con honores en la universidad


de Fristtehm y laureado en Hamburgo, pasa consulta bajo cita previa en la
industriosa ciudad de Lissburgo para bien de la ciudadanía a las horas abajo
citadas."

Llegaron a la consulta a la hora de la cita pues monsieur Berdún decía que la


puntualidad antecede al caballero, quisiese decir eso lo que quisiese decir.

La sala de espera era amplia, luminosa y muy bien decorada, con papel
estampado de colores sobrios muy a la moda que imperaba en la ciudad y
muebles de maderas nobles. Todo parecía querer ponderar la seriedad y la
riqueza del médico en cuestión.

No tardaron mucho en hacerlos pasar a la consulta, lo que no dejó tiempo a


Berdún de darle indicaciones a la princesa de cómo comportarse.

—Siéntense, ¿a quien debo atender?— Preguntó el galeno.

Tras una breve explicación de la enfermedad de su hermano por parte de la


joven, el médico se recostó en el sofá y se mesó la barba.

—Es un caso muy singular, pero hay una clara sintomatología que
corresponde con una enfermedad infecciosa, un virus que afecta al sistema
respiratorio del paciente, le extenderé una receta, debe tomarla cada ocho
horas sin falta por espacio de una semana. Puede recoger su medicina en la
farmacia de aquí al lado.

La princesa estaba maravillada de que por fin alguien había dado con la
causa de la enfermedad de su hermano y no paró de darle las gracias
mientras se despedían. Monsieur Berdún interrumpió brevemente la
efusividad de la joven.— La infección del aparato respiratorio me recuerda a
un artículo reciente del doctor Linen de Hamburgo. Por supuesto lo ha leído.

—Caballero estoy al tanto de todas las nuevas vías de investigación que se


desarrollan en la actualidad.— respondió levemente ofendido el facultativo.

Tras pagar la cuantiosa minuta a la enfermera salieron de la consulta. La


princesa exultante y monsieur berdún con una leve sospecha en la mente.

Capítulo 5º

-I-

—¡Un estafador!— Gritó la princesa.

—Bueno, no lo digo con esa rotundidad, el caso es que ninguno de los


médicos reales sabía de qué enfermedad se trataba y él lo averigua solo con
una breve explicación y sin hacer una sola pregunta.— Explicó el orondo
caballero.
—Por eso es tan reconocido.— Sostuvo la joven.

—Eso lo explicaría, pero al marcharme con la mosca tras la oreja le hice una
pequeña prueba, le pregunté por un tal doctor Linen de Hamburgo que me
acababa de inventar y aunque no afirmo conocerle, tampoco lo nego.—
Continuo explicando monsieur Berdún.

—¿Y entonces?— preguntó la princesa.

—Me gustaría volver a ponerle otra pequeña prueba, tan solo para
asegurarnos.

- II -

Monsieur Berdún entró en la consulta del doctor Gismundo fingiendo una


leve cojera y usando su bastón como apoyo, cada vez que ponía el pie en el
suelo hacía una mueca de dolor.

—Es un ataque de gota, sin duda. Elimine de su dieta las carnes rojas y por
supuesto nada de alcohol.— Dijo el doctor.

—¿Pero me recetara alguna medicina? Este dolor...— Añadió, ya que veía


que su plan fracasaría si todo se limitaba a recomendarle una dieta por parte
del médico.

El galeno se recostó en la silla y se mesó la barba como ya hiciera la primera


vez.

—Por supuesto, le extenderá una receta que puede hacer efectiva en la


farmacia de aquí al lado.
- III -

Los tres compinches miraban atentos las dos botellitas con la medicina que
les había recetado el doctor Gismundo.

—Tienen el mismo color.— Dijo la princesa.

Monsieur Berdún cogió resuelto las dos botellitas con ambas manos y dijo,
mientras se las acercaba a su nariz una después de la otra.

—Y huelen igual.

Por fin hizo acopio de su valor y echó un trago de una de las botellas, se pasó
con disgusto el líquido por la boca y luego lo trago, después hizo lo mismo
con el contenido de la otra.

—Y saben igual de mal.

—¿Entonces qué, lo descartamos?— preguntó la princesa decepcionada.

—Eso me temo, ni siquiera se ha tomado la molestia de disimular dándonos


dos remedios diferentes para dos enfermedades que no tienen nada que ver.

La princesa se levantó y se separó del grupo cabizbaja..

—Pobre, se había hecho ilusiones.— Dijo monsieur Berdún a Haleb. El


caballero acababa de denostar a todos los que se dedicaban a engañar a
pobres incautos sin darse cuenta que se injuriaba a sí mismo, o lo que es
peor, si se había dado cuenta que se insultaba a sí mismo.
Capítulo 6º

-I-

El más famoso curandero del reino también atendía en la ciudad de


Lissburgo y el grupo se dirige a verle con la princesa aun deprimida por el
reciente fracaso.

—Era tan famoso, ¿cómo puede ser?— Se preguntaba la princesa por lo


bajo.

—El dinero puede comprar muchas cosas, incluida la fama.— respondió


monsieur Berdún, aunque sabía que las palabras de la princesa no iban
dirigidas a él.

No tardaron en llegar a una casita baja de las afueras, era una casa
tradicional de la zona pintada con alegres y vivos colores. Pasaron la verja y
entraron, dentro un hombre vestido también con vivos colores se les acercó.

—Bienvenidos a casa del sanador, les atenderá en un momento, no acepta


pagos por su tratamiento pero acepta donativos para mantener la gran obra
que lleva a cabo.— Extendió una bandeja hacia los visitantes.

Monsieur Berdun no entendía la diferencia entre cobrar una minuta y pagar


un donativo, pero sí comprendía el lenguaje universal que hablaba aquella
bandeja extendida ante él.
Depósito una pequeña cantidad de dinero, pero el tipo del traje extravagante
seguía con la bandeja desplegada. Volvió a echar mano del bolsillo sacando
esta vez una buena cantidad que dejó en la bandeja. Esta desapareció como
por arte de magia.

El ayudante del curandero los guió a través de una cortina hasta una
habitación iluminada con muchas velas, demasiadas según la opinión del
caballero que había tenido malas experiencias con los incendios.

—Maestro estos creyentes vienen a consultarle.— Se acercó el hombre del


traje a todo color a lo que parecía un montón de ropa muy variada en el
suelo, el bulto cogió forma de persona y un rostro se interesó en el contenido
de la bandeja con tan mal fortuna que su movimiento empujó la mesa tras él y
tiró algunos de los muchos objetos que sobre ella estaban.

—¡Fuera! Tus vibraciones no son buenas en esta sagrada sala.— El maestro


sacó de malos modos al ayudante de la sala, este injusto tratamiento no pasó
desapercibido para monsieur berdún.

—¿Qué deseáis de este humilde sanador?— El caballero no había visto


mucha humildad en lo que llevaba allí, pero procedió a explicar lo que les
había traído.

- II -

Tras unas oraciones y lo que pareció un baile interminable mientras sacaba


plantas secas de unos cajoncitos, el curandero se acercó a ellos y les explicó
el tratamiento.
—Debéis recoger la primera deposición de la mañana de un burro joven y
hacer una cataplasma que aplicareis en su espalda al mediodía, y dadle en
horas pares una cocción de este raro azafrán traído de oriente y esta exótica
orquídea oro de más lejanas tierras.

Mientras hablaba ponía el contenido de los cajones en paquetitos de seda


roja, pero monsieur Berdún no pudo dejar de advertir que de vez en cuando
les echaba furtivas miradas, al final lo lió todo con cuerda de esparto, el
conjunto era bastante curioso incluso artístico si se permite la expresión.

Capítulo 7º

-I-

—¿Qué opinais?— la princesa parecía ansiosa por una respuesta positiva.

—Bueno, ha ponderado cada ingrediente como si fuera su exclusividad lo que


los hace obrar maravillas más que sus propiedades en sí. Y si os habéis
fijado, acababa cada explicación con una mirada escrutadora, como si
quisiera asegurarse de que nos creíamos lo que contaba.

—Entonces, ¿lo descartamos?— Se desanimó la princesa.

—Es pronto para decirlo, quiero comprobar una cosa...— dijo Berdún
enigmáticamente.
- II -

El ayudante del curandero terminaba su jornada avanzada la noche, tal era


la cantidad de público que acudía a sanar sus males al curandero.

Monsieur Berdún se hizo el encontradizo a pesar de llevar esperando por


largo tiempo.

—Que casualidad, precisamente quería agradecerle que ayudara a mi


sobrino con su enfermedad.

—No es nada y el sanador ya se ha marchado.— Dijo el ayudante sin saber


con quien hablaba ni a que sobrino se refería.

—Bueno, entonces permítame invitarle a tomar algo a usted, amigo mío.

—Estaré encantado de acompañarle por un rato.— Se congratuló el ayudante


al que no solían presentarse oportunidades como aquella de beber gratis.—
Aquí cerca hay una taberna que abre hasta tarde.— añadió solícito el
hombre.

Dentro de la taberna se sentaron en una mesa apartada y el orondo caballero


pidió el mejor licor del local, ante el regocijo de su acompañante.

—Bueno ¿cómo le trata el maestro? Pero beba, beba amigo mío.

—Muy bien, es un gran jefe muy cortés conmigo.— Dijo el ayudante antes de
dar un largo trago.
—Excelente, es muy importante tener un mentor que le valore a uno. Pero
beba, beba, no gaste cumplidos conmigo.

Tras un rato de beber ininterrumpidamente la lengua del acompañante de


monsieur Berdún comenzó a soltarse y su actitud cambió.

—La verdad, no me trata del todo bien. Es muy brusco y tiene un carácter
terrible.— Se sincero con tristeza su nuevo amigo.

—Pues no lo parece, da la impresión de ser un hombre cabal.

—Eso es de cara al público, cuando esta solo es un jefe horrible.— Continuó


sumido en su tristeza el auxiliar.

—¿Quién lo diría, tanto cambia su carácter?— Preguntó el caballero.

—No lo sabe usted bien, les hace hacer auténticas tonterías a los clientes y
luego se divierte pensando en ello.

—No me diga, hay gente que da mucho miedo.

—Eso es, la gente es terrible...— El ayudante fue bajando la voz hasta caer
dormido.

Monsieur Berdún ya sabía lo que quería. Pago al Tabernero para que dejara
dormir al hombre y se marchó sintiéndose mal por el disgusto que se llevaría
la princesa.
Capítulo 8º

-I-

Efectivamente la princesa se llevó un disgusto, monsieur Berdún veía en


esos charlatanes un reflejo de sí mismo y no le gustaba la sensación.

—Podemos buscar en el extranjero.— El orondo caballero quería hacer algo


por la princesa.

—Los médicos de la corte son todos extranjeros y ninguno de ellos ha sabido


hacer nada.— Contestó desesperanzada la princesa.

—Quizás yo pueda hacer algo.— Dijo monsieur Berdún. Lo que sirvió para
que Haleb le mirará con asombro y la princesa con alegría.

—¿De verdad?— Preguntó la princesa.

—Aquí donde me veis estudie la carrera de medicina y en mis tiempos ejercí


en la capital.— Se ufanó el caballero.

Haleb miraba a sus dos compañeros con incredulidad, no sabia cual de los
dos era el loco.

Mientras volvían al palacio de verano la niña cayó rendida de sueño en la


cabina del camión.

—¿Pensarás qué me he vuelto loco?— Le dijo monsieur berdún a Haleb.


Este no asintió pero su mirada lo decía todo.
—Bueno, en modo alguno se me ha pasado por la cabeza que vaya a triunfar
donde todos los médicos de palacio han fracasado...— aclaró el caballero,
—pero pienso que la princesa nos necesita a su lado en estos momentos y
eso vamos a hacer, si estás de acuerdo.— Esta vez Haleb sí asintió.

- II -

Ya en palacio la princesa le contó todo a su hermano que la escuchaba


embelesado, el niño también había estado muy preocupado por el estado de
su hermana.

—ya verás, monsieur Berdún encontrará una cura en poco tiempo.—


Afirmaba ufana la princesa, la victoria del caballero sobre la enfermedad sería
un poco su victoria.

—Hay que ser prudentes...— El entusiasmo de la joven preocupaba a


Berdún.

De repente entró un mayordomo muy serio en la habitación y pronunció. —El


rey desea entrevistarse con monsieur Berdún.

Todos se pusieron en alerta, ninguno había contado con la intervención del


monarca.

En la habitación a la que fue llevado brillaba la sencillez y el buen gusto, nada


que ver con la enorme sala del trono que esperaba el caballero. Se trataba
más bien de un pequeño despacho sin excesiva decoración, usado para
trabajar y no para aparentar.
Poco tiempo después entró un hombre de edad media que señalando una
silla dijo. —Siéntese por favor.

Monsieur Berdún obedeció pues había reconocido la imagen del propio rey
que publicaban los diarios en aquel hombre enjuto.

—No me andaré con rodeos, dicen que es un médico traído por mi hija para
curar al príncipe ¿qué pretende en realidad?

Capítulo 9º

-I-

—Cómo ha adivinado no soy medico, bueno, lo soy, pero como si no lo


fuera.— Explico monsieur Berdún al rey.

El rey dejó que continuara sin decir nada. —Mi pretensión no es la de curar al
príncipe, si no la de tranquilizar a la princesa. Solo busco acompañarla a
sobrellevar este trance, sospecho que no tiene a nadie en quien apoyarse ya
que ha salido sola del palacio a buscar un remedio para su hermano, no debe
tener a nadie que le diga que es una locura.

—A mi hija le resulta muy difícil abrirse a los demás, ni a mi, ni a otros.


Entiendo que en estos momentos necesite a alguien pero...

Berdún se atrevió a interrumpir a su majestad. —Supongo que piensa que no


soy el apropiado, pero soy quien ha elegido su hija y eso es importante.
El rey pareció meditar un momento. —Le concederé acceso a todo el palacio,
creo que será necesario para mantener la ilusión. No abuse de ello.

De vuelta junto a Haleb, en la habitación que les habían asignado el caballero


se sincera con su compañero. —Debería decir que vengo de hablar con el
rey, pero en realidad creo que con quien he hablado es con un padre muy
preocupado por sus hijos.

- II -

Al día siguiente monsieur Berdún habló con los médicos y con los
cocineros, sacando en claro dos conclusiones:

Los médicos de palacio eran demasiado egocéntricos como para solicitar la


ayuda exterior, no creían que nadie pudiera triunfar donde ellos habían
fracasado. Berdún veía un serio problema en esto ya que esa cerrazón podía
llevarles a empecinarse en un tratamiento ineficaz.

Tras hablar con los encargados de cocina llegó a otra conclusión, el príncipe
era muy selectivo con sus comidas y los sirvientes demasiado permisivos con
sus caprichos. Sospechaba que la falta de variedad en sus comidas podría
ser la causa del problema.

Al final decidió que sólo él podía hacerse cargo de ambos problemas. El


primero tenía difícil solución, no podía despedir a los médicos, su poder no
llegaba a tanto y no sabía dónde encontrarles buenos sustitutos. Pero el
segundo problema era más fácil, pedir a los cocineros que hicieran comida
variada y ser él quien sirviera esa comida al príncipe.
Así comenzó a solucionar un problema mientras buscaba una solución para
el otro.

Capítulo 10º

-I-

Monsieur Berdún comenzó a dar de comer al príncipe apoyado por la


princesa. El niño empezó reticente, pero con el tiempo pareció ceder.

—¡Magnífico, es usted un sol monsieur Berdún!— Dijo efusivamente la


hermana del rey. —Nunca había visto comer tan bien al príncipe.

—No es cosa mía, tiene más que ver con la influencia de la princesa que
conmigo.— Contestó humilde el referido.

—No, no, no, insisto, es usted un verdadero sol.— Con una sonrisa de oreja a
oreja apoyó la mano en el hombro del caballero. El gesto no le pasó
inadvertido al hombre.

Berdún caminaba por el patio con Haleb mientras hablaban, principalmente


hablaba el orondo caballero y el otro le acompañaba. —La hermana del rey
busca algo, pero no imaginó que puede ser. No es normal el cambió que ha
dado, de querernos echar a esto de ahora.
—¿Por qué decís eso?— Se acercó la princesa a la extraña pareja.

Berdún estaba visiblemente avergonzado, no hubiese querido que la princesa


le escuchara hablar así de su tía.

—Una persona como vuestra tía que no es amable por naturaleza solo trata
de forma tan cercana a alguien cuando cree conocer a esa persona o cuando
busca algo de ella, si me permitís la indiscreción.

—Conozco muy bien a mi tía y es tal cual decís, creo que le sonsacaré como
buenamente pueda.— Dijo resuelta la princesa.

—Ten cuidado, hacer de espía es divertido mientras no te pillan.— Dijo el


caballero.

- II -

—Hola tía, quería agradecerte tu preocupación por el príncipe, siento no


haber venido antes.

La princesa se había dirigido al ala que se reservaba para la estancia de la


hermana del rey y su hijo.

—Princesa, si me hubieses avisado de tu visita habría organizado un poco


mis aposentos.— La mujer hizo un gesto alrededor señalando un imaginario
desorden que no se corresponde con la realidad, todo lo que estaba a la vista
parecía impoluto. —Siéntate querida.

—Gracias tía.—La princesa se sentó en el sofá al lado de la noble.


—Como he sentido la enfermedad del príncipe y como he pensado en la
enorme responsabilidad que pone el rey sobre tus jóvenes hombros al dejarte
a ti toda la carga del tratamiento.— La tía de la princesa dijo esto mientras le
servía el té a su sobrina. —Es terrible como el joven príncipe se apaga
lentamente, no puedo lamentarlo más. Entonces pasó, casi
imperceptiblemente la mujer miró a la joven examinándola atentamente.

La princesa hizo todo lo posible por mantener inmutable su rostro, pero un


sudor frío le recorrió la espalda.

Capítulo 11º

-I-

—Y fue tal cual me dijiste, me examino para ver si creía sus palabras,
¿miente mi tía al decir que está preocupada por la salud de mi hermano?—
Preguntó alarmada la princesa.

—No nos precipitemos, puede ser por otra causa, debemos investigar más.—
Monsieur Berdún intentaba sonar razonable con la joven, pero ya tenía la
mosca detrás de la oreja con respecto a la hermana del rey y sus cambios de
actitud.

—¿Qué debemos hacer?— Indagó más calmada la princesa.


—Vos nada, si estamos equivocados... yo me encargaré de la
investigación.— Berdún no quería verbalizar lo que suponía en aquel
momento.

- II -

Monsieur Berdún preguntó a todos los sirvientes de palacio que no


estuvieran relacionados con la tía de la princesa. Descubrió de forma
indirecta que el príncipe empeoraba cuando ella estaba presente, algo que
alarmó aún más al caballero.

—Debemos tender una trampa que no deje dudas sobre el asunto y que nos
permita salir indemnes si estamos equivocados. — Era con Haleb con quien
hablaba, aún no se atrevió a plantearle sus suposiciones a la princesa.

—¿Pero qué debemos hacer?— Se preguntaba Berdún junto a la cama del


niño que en aquellos momentos jugaba con su compañero y no entendía de
qué hablaba el hombre como no entendía nunca de que hablaban los adultos
por eso le gustaba Haleb, él no decía palabras incomprensibles.

La hermana del rey no encontró a nadie en la habitación del príncipe, solo


estaba Rose dormitando en una silla, hacía ya tiempo que no tenía una
oportunidad así y no la iba a desaprovechar.

El niño se rió. —¿Qué tienes cariño?— Preguntó la noble.

—Es un secreto.— Respondió el príncipe mientras su tía se dirigía a la mesita


de noche sobre la que estaba la jarra de agua.
—¿Y no me lo vas a contar?— Le preguntó su tía mientras sacaba un
paquetito de la manga de su vestido.

—Se donde están escondidos. —Respondió risueño el niño.

Eso alarmó a la hermana del rey. —¡Ahora Haleb!—Grito Berdún mientras


salía del gran armario donde estaba escondido.

Haleb estaba detrás de las cortinas, cerca de la mesita y sobre todo cerca de
la mano de la mujer. —¡No te atrevas a tocarme!— Gritó ella cuando le
arrebataron el paquetito que sostenía. —¡Os denunciaré al rey!

—Nosotros la denunciaremos al rey— Respondió monsieur Berdún.

—¡Nunca os creerá, me han tendido una trampa!— Siguió gritando ella.

Entonces se abrieron las puertas y entró el propio rey acompañado de unos


soldados. Lo había llamado la princesa que había estado espiando las
acciones de monsieur Berdún.

—Creo que me debes una explicación hermana.— Cualquiera que conociera


al rey sabía que el tono calmado de hablar escondía una gran furia interna y
su hermana lo conocía mejor que nadie, por lo que cayó de rodillas viéndose
totalmente perdida.

Epilogo
Con la hermana del rey desterrada del reino y el príncipe mejorando día a
día llegó la hora de marcharse. La princesa se despedía de monsieur Berdún,
que junto a su destartalado camión se disponía a partir.

—¿Qué sucede niña?— Preguntó el caballero, no creía que la tristeza de la


joven se debiera solamente a su partida.

—¿Crees qué yo seré como mi tía cuando tenga un hijo? No quiero odiar a mi
hermano— Expuso la princesa.

—En modo alguno, vuestra tía quería egoístamente el trono para su hijo, vos
no sois una joven egoísta.— Berdún respondió de la mejor manera que supo.

—Pero yo como ella soy la mayor y no podré reinar, mis hijos no heredarán el
trono.— Dijo preocupada la niña.

—Vos queréis el bien de todos, nunca haríais daño a otros para obtener algo.
Quizás las leyes cambien, quizás seáis parte de la evolución del mundo,
nunca se sabe. Esperad lo mejor del futuro, pero vivid lo mejor del
presente.— El caballero se subió al vehículo e hizo un gesto de despedida a
la joven.

La princesa vio con tristeza como se alejaba traqueteando el camión y decidió


resueltamente vivir de la mejor manera posible.

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