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América Latina
Aricó, José
José Aricó : Dilemas del marxismo en América Latina / José Aricó ;
editado por Martín Cortés. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos
Aires : CLACSO, 2020.
1086 p. ; 23 x 16 cm. - (Antologías)
ISBN 978-987-722-789-5
CDD 320.5322
Equipo Editorial
María Fernanda Pampín - Directora Adjunta de Publicaciones
Lucas Sablich - Coordinador Editorial
María Leguizamón - Gestión Editorial
Nicolás Sticotti - Fondo Editorial
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Pasado y presente 69
La hipótesis de Justo
Escritos sobre el socialismo en América Latina 343
La izquierda 847
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1. Hemos desarrollado la hipótesis de lectura del marxismo de Aricó como un gran ejercicio de traducción,
entendiendo por ello la preocupación por poner en relación la productividad crítica del marxismo con las
singularidades históricas de la realidad latinoamericana, lo cual implica, a la vez, un proceso de produc-
ción teórica que rearticula cada vez el corpus marxista de acuerdo a las preocupaciones que lo convocan.
Para un mayor desarrollo de esta tesis, y en general una mirada más amplia sobre el marxismo de Aricó,
ver Cortés (2015).
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Prólogo: Fragmentos de un marxismo latinoamericano
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Prólogo: Fragmentos de un marxismo latinoamericano
del desencuentro? Una “lección de método”, como dice por allí nues-
tro autor: el esfuerzo por pensar en clave marxista y en suelo peruano.
Puesta la cuestión de este modo, el punto de partida es siempre el de
una lectura situada en una coyuntura problemática, pensada desde una
búsqueda emancipatoria. De este modo, es a partir de las singularida-
des de esa coyuntura, de cada coyuntura (pero con el auxilio del mar-
xismo como horizonte teórico –y eventualmente de “todo” el marxis-
mo, si nos guiáramos por la insaciable vocación traductora de Aricó–),
que se dirimen los elementos que pueden hacer a su ruptura.
Volvamos entonces a la noción de fragmento. Esta antología está ani-
mada por una forma fragmentaria. Quizá todas las antologías lo estén,
pero aquí hay una particularidad, o más bien dos. Por un lado, el frag-
mento es claramente una forma de trabajo de Aricó. No podrían com-
prenderse sus contribuciones si no es a través del armado de series con
su infinidad de prólogos, artículos dispersos, notas. También están sus
libros, que aquí resaltamos por su valor teórico, pero que no dejan de
encadenarse virtuosamente con esas series de textos fragmentarios. El
trabajo de armado de series, vale aclarar, es del lector mucho más que
del autor (o del “antologista”), que en todo caso y a partir de ese trabajo
fragmentario fuerza aún más el carácter de intervención de todo acto
de lectura. Estamos entonces frente a una obra dispersa, y que además
admira otras obras dispersas: Gramsci como caso paradigmático. Pero
el Marx de Aricó también es mucho más el de los fragmentos que el de
las grandes obras, el de los puntos de fuga antes que el del sistema de pen-
samiento. Podemos con esto referirnos a la segunda particularidad que
mencionábamos más arriba: el propio modo de construcción del mar-
xismo latinoamericano como problema. Cabe aquí una analogía con
aquello que Gramsci sostenía para la historia de las clases subalternas:
esta se nos aparece disgregada y episódica. La falta de un relato triun-
fal en la historia popular no responde –al menos no principalmente– a
la falta de historiadores capaces de escribirla, si no a su condición sub-
alterna y la acumulación de derrotas que eso supone. El marxismo en
América Latina corre una suerte similar: no ha sido la forma, teórica ni
política, predominante en los modos de organización de las clases sub-
alternas. El desencuentro al que nos referimos más arriba es también la
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2. La periodización general de la obra de Aricó suele coincidir, aun si hay matices entre los diversos
comentaristas, en las grandes coordenadas que permiten ordenarla: (1) un primer período se extiende
desde su militancia juvenil en el PCA -1947- hasta la expulsión en 1963; (2) el segundo momento, signado
por la experiencia de la revista Pasado y Presente, y luego por los Cuadernos homónimos, reúne las diver-
sas lecturas heterodoxas del marxismo, y la aproximación a distintas experiencias políticas en Córdoba
(hasta 1970) y luego en Buenos Aires (hasta 1976); (3) el tercer momento remite al exilio mexicano, a partir
de 1976, marcado por un “redescubrimiento” de la realidad latinoamericana –manifiesta sobre todo en
la recuperación de la figura de José Carlos Mariátegui– y, al mismo tiempo, un mayor espacio para el
trabajo de investigación, alejado de las urgencias políticas que habían signado su vida; (4) por último, el
momento de retorno a la Argentina, participando de las expectativas que generaba el naciente gobierno
de Raúl Alfonsín, y fundando el Club de Cultura Socialista, espacio de debate teórico-político que fue, a su
modo, signo de los años ochenta. Ver De Ípola (2005), Crespo (2001) y Burgos (2004).
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3. Entrevista con Juan Carlos Cena realizada en Buenos Aires en julio de 2012.
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5. En una entrevista de 1986, Aricó afirma: “Cuando desde el segundo número de la revista [Pasado y Pre-
sente] estuvimos colocados en la situación de un grupo que no tenía destinatarios, excepto la sociedad
en su conjunto, vivimos esa situación con un sentimiento de culpa que creíamos poder apagar buscando
desesperadamente un anclaje político. Creo que la vida de la revista estuvo marcada por este deambular
detrás del sujeto político” (Aricó, 1986, p. 22).
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7. En su documentada investigación sobre el exilio argentino en México, Pablo Yankelevich (2010) señala
que esa fue la experiencia de la gran mayoría de los argentinos que hacia allí partieron, al menos de aquellos
ligados con el campo intelectual y cultural. Las universidades (especialmente la Universidad Nacional Au-
tónoma de México, el Colegio de México y la Universidad Autónoma de Puebla) y las editoriales y librerías
(en particular Fondo de Cultura Económica, Siglo XXI y Librería Gandhi) fueron ámbitos que acogieron
de manera inmediata y privilegiada a los argentinos que llegaban huyendo de la dictadura militar. Este
contexto es el que le brindó a Aricó, según variados testimonios, la posibilidad de trabajar de manera menos
urgente y, de ese modo, de desplegar también su trabajo como investigador.
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8. Los exiliados argentinos en México se dividieron principalmente en dos sectores expresados en dos
espacios político-culturales que los nucleaban. Por un lado, el COSPA (Comité de Solidaridad con el Pue-
blo Argentino), fundado y dirigido por Rodolfo Puigross, ligado muy estrechamente con Montoneros.
Por el otro, estaba la CAS (Comisión Argentina de Solidaridad) que nucleaba grupos socialistas, pero-
nistas críticos de montoneros y diversas expresiones intelectuales y culturales. Para profundizar en las
fracturas políticas y las instituciones de los argentinos exiliados en México ver Yankelevich (2010).
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izquierdas, tanto las peronistas como las socialistas, en los años inmediata-
mente previos (reproducimos aquí una intervención de Aricó en la revista,
a propósito de la relación entre socialismo y democracia). Como parte del
ejercicio de revisión amplia de las décadas del sesenta y setenta, la revista,
impulsada por el grupo de socialistas, integraba entre sus editores a figu-
ras provenientes del peronismo, pero críticos de Montoneros, y por ello in-
corporados al CAS: Nicolás Casullo y Sergio Caletti. Junto con estos, Aricó,
Schmucler, Portantiero y Ricardo Nudelman, entre otros, integraban el co-
mité editorial de la revista, que tenía a Jorge Tula por director y que publicó
trece números entre 1979 y 19819.
En ese mismo marco general, funcionó la editorial Folios, dirigida
por Nudelman y animada por varios de los “socialistas” de la CAS. El
emprendimiento, que funcionaba en torno de la infraestructura de la
importante librería Gandhi en la cual el mismo Nudelman trabajaba,
funcionaba como un pequeño espacio de discusión con una importan-
te autonomía de cada una de sus colecciones. Allí, Aricó dirigía la co-
lección denominada “El tiempo de la política”, en el marco de la cual
aparecerían importantes publicaciones que constituían sustantivas
traducciones destinadas a discutir los problemas que se venían tratan-
do en los debates de la izquierda exiliada y que se extenderían a los
primeros momentos de la reapertura democrática. La experiencia de
Aricó en Folios se extendió hasta 1984, cuando algunos de los títulos
editados en México se reeditan en Buenos Aires. Aunque escueta en
publicaciones, esta iniciativa de Aricó es sumamente clara en su pro-
pósito de intervención teórico-política en los temas que veníamos se-
ñalando. Instalada claramente en el contexto de la “crisis del marxis-
mo”, todos sus textos se inscriben de algún modo en el intento por
interrogar la teoría política del marxismo, desplegando además el ejer-
cicio más fuerte de diálogo entre esta tradición y otras corrientes del
pensamiento moderno. La colección “El tiempo de la política” publicó
un total de cinco títulos: Los usos de Gramsci, de Portantiero, en 1981;
el volumen colectivo Discutir el Estado, en México en 1982 y en Buenos
9. Para un análisis de la experiencia de Controversia, centrado en los modos en que el marxismo fue
puesto en discusión en la publicación, ver Giller (2017).
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Prólogo: Fragmentos de un marxismo latinoamericano
Aires en 1983; los Escritos Políticos de Max Weber, en dos tomos, en 1982
en México; los Escritos Políticos de Karl Korsch, también en dos tomos
editados en México en el mismo año y, finalmente, El concepto de lo po-
lítico, de Carl Schmitt, editado en México y en Buenos Aires en 198410.
De modo que entre estas experiencias editoriales y la vida univer-
sitaria en el mundo mexicano, nos encontraremos con el momento
más prolífico de Aricó en materia de edición (los Cuadernos conti-
núan con más de treinta títulos editados en México y Aricó asume la
dirección de la Biblioteca del pensamiento socialista que publica al me-
nos unos cien libros en aquellos años), así como con sus más finas
reflexiones como pensador de la tradición marxista latinoamericana.
Enumeremos brevemente: en 1977 imparte en el Colegio de México el
curso sobre economía y política en el marxismo, editado hace algu-
nos años, primero en México, luego en Argentina, como Nueve leccio-
nes de economía y política en el marxismo. En 1980 se publica en Perú la
primera edición de Marx y América Latina, que se reeditaría en México
dos años después con el agregado de un epílogo muy relevante en
materia histórica y teórica. De ese mismo año es la escritura de bue-
na parte de La hipótesis de Justo, que se publicaría póstumamente, en
1999. A ello debieran agregarse los textos sobre Mariátegui (desde la
compilación Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, nú-
mero 60 de los Cuadernos, encabezado por un largo estudio prelimi-
nar de Aricó hasta la participación en diversas revistas con artículos
sobre el amauta) y la importante variedad de artículos distribuidos en
las más diversas publicaciones.
Habida cuenta de la abundancia de materiales producidos (editados y es-
critos) por Aricó en estos años, se puede suponer que son también variados
los temas abordados en el período. Para esta antología hemos recuperado
los trabajos más significativos que, por distintas vías, hacen a la interroga-
ción en torno del marxismo latinoamericano. Por un lado, distintos traba-
jos sobre la figura de Mariátegui (que continuarán en el período siguiente),
10. A propósito del Aricó “inventor” de libros al que aludimos más arriba, es interesante señalar que en
una nota al pie del texto de Louis Althusser que encabeza el volumen Discutir el Estado, se reenvía al texto
“Difusión de la política y crisis del estado” (De Giovanni, 1982). Nos fue imposible dar con este libro, que
aparentemente nunca fue publicado.
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11. Sobre este punto, además de los textos de Aricó presentes en la antología, se puede consultar también
el clásico La agonía de Mariátegui, de Alberto Flores Galindo (1980). Se trata de un libro fundamental que
prueba además la importancia general de las relecturas de Mariátegui en aquellos años.
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B. Justo: como una vía para pensar las complejas asincronías entre eco-
nomía, política y cultura en la vida popular argentina, y las recurrentes
dificultades de las izquierdas para lidiar con ellas.
Aricó pasará en Buenos Aires los años que siguen al fin de la dictadura mi-
litar en 1983, hasta 1991, año de su fallecimiento. Esos tiempos estarán mar-
cados por la continuación de muchas de las preocupaciones intelectuales
que recién consignábamos, pero también por un escenario de discusión que
se modificaba sustantivamente. El naciente gobierno de la Unión Cívica
Radical, contaba con el explícito apoyo de quienes conformaban el Grupo
de Discusión Socialista. De hecho, Juan Carlos Portantiero y Emilio de Ípola
se integran como asesores del presidente, y muchos otros se incorporan a
distintos puestos de gobierno. En el caso de Aricó, su simpatía por Alfonsín
también era clara y manifiesta, aunque no asume ningún cargo y sus apre-
ciaciones de la época presentan siempre un tono más tocado por la incer-
tidumbre general que por un renovado entusiasmo político. En cualquier
caso, aquello que nos interesa subrayar es que el “clima intelectual” de los
años ochenta implica una gran transformación en materia de temas y esti-
los de discusión, y es incluso allí donde quizá puede rastrearse el desdibu-
jamiento de la tarea editorial de Aricó, que tiene en Folios su última expe-
riencia relevante. Una entrevista de 1984 puede ayudarnos a comprender la
posición de Aricó. Allí, a propósito de los Cuadernos de Pasado y Presente como
propuesta de apertura del marxismo, afirma:
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Aparecen en estas palabras, si se quiere, las dos razones que podrían ex-
plicar no solo el fin de la experiencia de los Cuadernos de Pasado y Presente,
sino también de las tareas de edición de Aricó. Primero, porque los “bue-
nos libros” no pueden resolver dilemas que son en realidad del movi-
miento social. Segundo, seguramente como efecto de un mismo clima
de época, porque los oídos del debate argentino ya no reciben al mar-
xismo como insumo para el pensamiento, sino como un eco del pasado
que no parece poder decir nada del presente, lo cual lleva a la trágica
circunstancia de que las palabras que antes se ligaban a la emancipación
suenen anacrónicas.
Nada de esto detiene, desde luego, las iniciativas político-culturales de
Aricó. En tiempos de la revista Controversia, el Grupo de Discusión Socialista
toma contacto con la revista argentina Punto de Vista, animada principal-
mente por Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, y a la cual Aricó se incorpora-
ría al momento de su retorno a la Argentina. Es precisamente a partir del
encuentro entre estos dos núcleos que se forma, en 1984, el Club de Cultura
Socialista, un espacio que buscaba ser un centro de reflexión y elaboración
intelectual que contribuyera a la renovación de la cultura de izquierda en
la Argentina, y que produciría su propia revista, La Ciudad Futura14, a partir
de 1986. Su principal propósito, en este marco, era la discusión en torno
de la democracia como punto de partida para el despliegue de un pensa-
miento socialista.
14. El primer número aparece en 1986. Aricó, Portantiero y Tula son los directores, mientras que el con-
sejo editorial está conformado, entre otros, por: Carlos Altamirano, Emilio de Ípola, Rafael Filippelli,
Ricardo Nudelman, José Nun, Beatríz Sarlo, Oscar Terán y Hugo Vezzetti.
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Acaso a partir del espíritu del Club se pueda proveer una imagen del
tipo de discusión política en que Aricó está inserto en aquellos años.
Su “Declaración de Principios” es muy gráfica respecto del modo de
pensar el problema de la democracia y el socialismo, situándose en el
manifiesto camino de “renovar la cultura de izquierda”, en el marco
de lo cual sitúa la necesidad de trascender la concepción instrumental
de democracia y de revisar fuertemente el “legado estatalista” de la iz-
quierda latinoamericana:
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5. A modo de cierre
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con los libros que inventaba y editaba, nos interesa sugerir la posibilidad
de una lectura actual de nuestro autor. Esa actualidad, sostenemos está
en la necesidad de seguir insistiendo con el problema del desencuentro.
Desencuentro que es, en parte, el ya mencionado, el del marxismo y el mo-
vimiento popular en América Latina. Pero es también, de manera más
situada, el de Aricó y la política, relación que aparece siempre más sig-
nada por las derrotas que por las grandes síntesis. Hay que decir, en este
punto, que esas derrotas son también las de las izquierdas latinoameri-
canas en general, y en todo caso Aricó nos puede ayudar a comprender
que esa partida nunca termina definitivamente. Justamente por esto es
posible que la figura de Aricó llame la atención de tantos nuevos lectores
en los últimos tiempos, porque algo de los enigmas políticos de los últi-
mos años parecen volver sobre una cantidad de búsquedas y preguntas
teóricas que aparecen desplegadas en esta antología. Si Bolívar y Marx
se daban dramáticamente la espalda en Marx y América Latina, algo de
esas dos figuras pareció rozarse en las aventuras de los procesos políti-
cos latinoamericanos de las últimas dos décadas. Se trata tan solo de una
resonancia, que debe ser explorada en su complejidad y en sus dobleces,
pero que, esto es lo importante, nos sugiere que las búsquedas de Aricó
son, quizá, también las nuestras.
Bibliografía
AA. VV. (1978). ¿Existe una teoría marxista del Estado? Puebla:
Universidad de Puebla.
Althusser, L. (1970). Contradicción y sobredeterminación. En La re-
volución teórica de Marx. México: Siglo XXI.
Aricó, J. (1963). Pasado y presente. Pasado y Presente, 1, (Córdoba).
Aricó, J. (1978). Carta a José Sazbón, fechada en junio en México.
Buenos Aires: Fondo José Sazbón del CeDInCI-UNSAM. [Consulta en
Archivo documental].
Aricó, J. (1984/1991). La necesidad de una autocrítica en el mar-
xismo. Entrevista de Carlos Suárez. En J. Aricó, Entrevistas 1974-1991.
Córdoba: CEA.
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el seno de las masas, ¿se puede afirmar que la clase obrera sola, espontá-
neamente, puede producir la ideología socialista? De ninguna manera.
“La historia de todos los países atestigua que la clase obrera, abandona-
da a sus propias fuerzas, solo es capaz de elaborar una conciencia tra-
deunionista, es decir la convicción de que es necesario agruparse en sin-
dicatos” (Lenin, 1946, p. 163). La conciencia socialista únicamente puede
surgir sobre la base de un conocimiento profundo del desarrollo cientí-
fico de la época y de la generalización de la experiencia proveniente de
las luchas obreras y populares. Esa ideología socialista es introducida
desde afuera de la clase obrera y es lo que permite llevar a la misma la
convicción profunda del papel histórico que tiene que desempeñar para
la liquidación de la sociedad basada en la explotación del hombre. En
este sentido quizá convenga transcribir una cita de Emilio Sereni que
ilustra admirablemente lo planteado.
Por ello, a diferencia de las otras clases que fueron dominantes, el pro-
letariado, para convertirse en clase para sí, debe nuclearse en el seno
del Partido de la clase obrera, que expresa el momento de la conciencia
socialista, producto de la comprensión de las leyes de desarrollo de la so-
ciedad. Así el Partido Obrero cumple la función de acelerar la formación
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¿Marxismo versus leninismo?
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Refutar cada uno de los errores de Mondolfo sería una tarea que escapa-
ría de los márgenes de esta simple nota bibliográfica –de por sí bastante
extensa– pero creíamos que era necesario puntualizar algunas observa-
ciones para ubicar en su justo término la posición revisionista del mar-
xismo que ocupa Mondolfo.
Bibliografía1
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Prólogo a Notas sobre Maquiavelo, sobre política y
sobre el Estado moderno, de Antonio Gramsci*
* Extraído de Aricó, J. (1962). Prólogo. En A. Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre
el Estado moderno. Buenos Aires: Lautaro.
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1. Estas tesis, también difundidas como “La situación italiana y las tareas del PCI” o “Tesis de Lyon”
(Gramsci, 1926/1977), fueron redactadas por Gramsci y Togliatti para el III Congreso del Partido Comu-
nista Italiano celebrado en Lyon, Francia, en 1926. Se puede consultar, además, el Informe de Gramsci
sobre el III Congreso (Gramsci, 1926a) [Nota de la presente edición].
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una necesidad histórica. Surge y puede desarrollarse solo “cuando las con-
diciones para su ‘triunfo’, para su indefectible transformarse en Estado
están al menos en vías de formación y dejan prever normalmente su desa-
rrollo ulterior” (Gramsci, 1962, p. 47).
Todo el volumen del Maquiavelo está dedicado fundamentalmente al
estudio de este “intelectual colectivo” que es el partido del proletariado,
analizado en el cuadro de la realidad italiana. No le interesa construir
un esquema abstracto de cómo debe ser y cómo debe funcionar un par-
tido obrero en cualquier país y en cualquier circunstancia histórica. Si
el presente debe ser una crítica permanente del pasado además de su
superación, si debemos estar cada vez más adheridos a un presente que
nosotros mismos hemos contribuido a crear teniendo conciencia del
pasado para mostrar las diferenciaciones y las precisiones y para justi-
ficarlas críticamente, la historia del partido del proletariado tiene para
Gramsci una vital importancia, puesto que ayuda a esclarecer el proceso
de distanciamiento de una determinada masa de hombres de la ideolo-
gía predominante, las raíces de sus características, las influencias de los
grupos afines amigos o enemigos, la acción sobre ellos de las superes-
tructuras y los elementos estructurales que determinan el surgimiento
de dicho grupo social. La historia del partido es en suma la historia gene-
ral del país escrita desde un punto de vista monográfico. Es lo que hace
Gramsci en este libro que presenta para nosotros, argentinos, tantos
puntos de vista válidos, para nuestras reflexiones políticas en la medi-
da en que trascienden la concreta experiencia de lucha para convertirse
en principios válidos también para nuestro actuar. Los problemas del
Partido Comunista Italiano, de su formación y de su estructura son ana-
lizados exhaustiva y profundamente.
Con una agudeza notable polemiza con las ideologías vinculadas al
revisionismo, en especial contra la concepción crociana de la política-
pasión y contra la concepción soreliana del mito; que en el plano político
se traducen en una tentativa de negar la importancia del partido obre-
ro y en exaltar la espontaneidad. Particularmente notable es la nota so-
bre “Algunos aspectos teóricos y prácticos del ‘economismo’” (Gramsci,
1962) y muy oportuna para la polémica con algunos “izquierdistas” crio-
llos que pretenden enchalecar al proletariado impidiéndole servirse de
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Bibliografía2
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Cómo y por qué el presente es una crítica del pasado además de su supe-
ración. ¿Pero el pasado debe por esto ser rechazado? ¿Es preciso rechazar
aquello que el presente criticó en forma “intrínseca” y aquella parte de
nosotros que a él corresponde? ¿Qué significa esto? Que debemos tener
conciencia exacta de esta crítica real y darle una expresión no solo teórica
sino política. Vale decir, debemos ser más adherentes al presente que
hemos contribuido a crear, teniendo conciencia del pasado y de su conti-
nuarse (y revivir) (Gramsci, s.d.).
* Extraído de Aricó, J. (1963, abril-junio). Pasado y Presente. Pasado y Presente. Revista Trimestral de
Ideología y Cultura, 1(1), 1-17, (Córdoba).
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de las fuerzas en pugna, del equilibrio de poder entre las clases en que
se encuentra escindida la sociedad. De allí que pueda ocurrir –es más,
que ocurra con frecuencia– que cuando el proletariado tiende a devenir
históricamente capaz de asumir la dirección total del país, el proceso
se invierta y las nuevas capas de intelectuales se transformen, a través
de un desarrollo muy capilar y hasta doloroso, caracterizado por suce-
sivos desgarramientos, en intelectuales de la clase obrera. Un proceso
que compromete toda la “persona” del intelectual y que exige como con-
dición imprescindible para producirse un mayor empeño práctico, una
mayor “obsesión política-económica” al decir de Gramsci (s.d.). Sin ella,
es difícil concebir que pueda desarrollarse con éxito la superación del in-
dividualismo, necesaria a los fines de la conquista de una unidad raigal y
profunda del intelectual con el pueblo.
La dualidad apuntada en el proceso de maduración demuestra que
estas condiciones no se dan con la plenitud que es de desear. Es aun
limitada la presencia hegemónica del proletariado, pues inciden sobre
él demasiados residuos corporativos, prejuicios, incrustaciones de ideo-
logías provenientes de otras clases, que el impiden comprender con la
profundidad que exigen las circunstancias la tarea histórica que debe
realizar como futura clase dirigente del país. Y este hecho dificulta a su
vez su poder de captación de las nuevas promociones intelectuales.
De esta limitación debe partir en su análisis el marxismo militante,
pues sin su superación es inconcebible la estructuración del nuevo blo-
que histórico de fuerzas necesario para encarar la reconstrucción nacio-
nal. Partir de ella para comprenderla en toda su significación y poder
así extraer su sentido y no engañarse con las exterioridades. Para poder
actuar con profundidad y coherencia sobre una realidad que cada gene-
ración torna nueva, distinta de la precedente.
Si el marxismo en cuanto historicismo absoluto puede ayudar a la iz-
quierda a comprender la dinámica generacional, el permanente replan-
teo de la cuestión de los “viejos” y los “jóvenes”, es siempre a condición
del esfuerzo por renovarse, por modernizarse, por superar lo envejeci-
do, que debe estar en la base de la dinámica de toda organización revo-
lucionaria. Cuando se parte del criterio de que somos los depositarios de
la verdad y que en la testarudez o en la ignorancia de los demás reside
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IV
Esta es una cuestión esencial, ya que las clases dominantes del país tam-
bién aplican una política de unificación cultural aunque concebida como
medio para impedir al pueblo la adquisición de una conciencia plena
de las contradicciones de la vida real, la búsqueda objetiva de la verdad,
el conocimiento histórico y de clase que le permita al mismo tiempo el
pleno desarrollo de la personalidad humana. Una política que en última
instancia es la de la anti-cultura. Contra esto es preciso anteponer una
acción en el plano ideal y práctico por una nueva cultura de masas que
signifique una toma de conciencia más profunda, más dialéctica de la
vida real y que solo puede darse en la medida en que se dé una presen-
cia autónoma, independiente en el plano ideológico y político de la clase
obrera.
La mención del papel decisivo que debe jugar el proletariado en esta
acción, no deriva simplemente del punto de partida ideológico que adop-
tamos. Expresa, por el contrario, lo “nuevo” que caracteriza el desarrollo
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José Aricó
de las fuerzas productivas del país en las últimas décadas y que está
dado por el crecimiento impetuoso de la clase obrera, su concentración
en grandes empresas industriales y el correlativo aumento de su peso y
conciencia política.
Una revista que se edita en Córdoba no puede desconocer la profun-
da transformación que se está operando en la ciudad y que tiende a con-
vertirla rápidamente en un moderno centro industrial de considerable
peso económico. El proceso de crecimiento de la industria al disgregar
la arcaica estructura “tradicional” sobre la que se asentaba la función
burocrática-administrativa cumplida por la ciudad ha contribuido a
transformar también el clásico distanciamiento ciudad-campo que ca-
racteriza la historia de nuestra región. Sería interesante rastrear en el
pasado cómo se configuró este distanciamiento. Retomar el discurso
que con profunda sagacidad crítica iniciara Sarmiento (1845/1977) en el
Facundo. Sin embargo, podemos quizás afirmar que las transformacio-
nes provocadas han abierto las posibilidades para que esta ciudad, tra-
dicionalmente vuelta de espaldas al campo, pueda cambiar de función y
estructurar una unidad profunda con las fuerzas rurales innovadoras,
vale decir, que la Córdoba monacal y conservadora comience a perfilarse
como uno de los centros políticos y económicos de la lucha por la recons-
trucción nacional.
Ante esta realidad, en constante proceso de transformación, no siem-
pre la izquierda logró ubicarse correctamente superando el dilema de
una consideración puramente ideológica y por tanto abstracta y meta-
física del nuevo contorno social o el empirismo sociológico al que tan
afectos se muestran los “tecnócratas” desarrollistas frigerianos. Difícil
es superar la permanente polaridad entre ideología y ciencia, conoci-
miento histórico y metodología científica, totalidad y empirismo (o más
concretamente revolución y reforma). En esencia, tales polaridades no
son más que expresiones cristalizadas de una peligrosa escisión entre
teoría y práctica. Cuando consideramos a la teoría como “justificadora”
de una práctica política determinada, o a esta última como “ejemplifica-
ción” de una concepción general “ya terminada”, no tenemos una con-
ciencia plena de que ambas posiciones son manifestaciones ideológicas
de un distanciamiento real producido en la unidad intelectuales-masa,
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argentina*
* Extraído de Aricó, J. (1965). Il Peronismo e i problemi della sinistra argentina. Problemi del socia-
lismo. [Trad. A. Fagioli y M. Alarcón Ortúzar. Rev. M. Cortés].
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Las razones del fracaso del 55, las causas que explican la caída ocurri-
da prácticamente sin luchar de un movimiento que en apariencia había
alcanzado su máxima expresión, deben ser buscadas en la naturaleza
misma del peronismo, en una reconstrucción objetiva y profunda de su
historia, la cual, por sí misma, puede darnos la clave para comprender su
“inesperada” vitalidad (inesperada para la izquierda, que contaba con el
hecho de que la caída de Perón hubiera determinado un rápido giro a la iz-
quierda de las masas obreras peronistas) y su presencia decisiva en el seno
de las masas populares, diez años después de la caída y exilio de su líder.
Con el fin de una reconstrucción tal es necesario, sin embargo, como
afirma justamente Di Robbio (1965), “afrontar el análisis del contenido
concreto de clase de aquel experimento, más allá de las clasificaciones
por conveniencia y de los juicios con trasfondo más o menos moralis-
ta”. Se trata, de todas maneras, de un trabajo aún por realizar. A pesar
del tiempo transcurrido, no disponemos hasta ahora ni siquiera de una
interpretación marxista adecuada del período histórico que comienza
en los años cuarenta. Los aportes de mayor validez a esta interpretación
deben ser, tal vez, buscados en esa que ha sido llamada la nueva izquierda,
dado que, en lo que concierne a los estudios realizados por los comu-
nistas, el panorama es francamente decepcionante. Pueden, de hecho,
haber cambiado ciertos apelativos, algunas formulaciones fueron reto-
cadas, pero el modelo estratégico continúa siendo el mismo que fue apli-
cado en el 45, cuando el peronismo era definido como “fascismo”, “nazi-
peronismo”, “corporativismo fascista”, y, mientras tanto, se daba inicio
a una colusión de fuerzas con la gran burguesía y la oligarquía terrate-
niente. La mentalidad típica de aquel período1 sigue prevaleciendo en el
PCA, como lo prueban algunos recientes trabajos dedicados a defender
las posturas tomadas en el período precedente a la primera presiden-
cia de Perón (45-46). Si a veinte años de distancia se sigue intentando
1. Puede ser útil, al respecto, consultar el libro de Marianetti (1965), que citamos por varios motivos: por-
que el autor es miembro del Comité Central del PCA; y porque el libro es una lectura recomendada para
los inscritos y dice con absoluta claridad lo que los otros intentan, por todos los medios, esconder con
razonamientos sofistas. Sería, de hecho, inútil buscar en los Trabajos Escogidos de V. Codovilla (1964/1972;
donde se reúnen escritos del 20 hasta hoy) ¡siquiera la mínima huella de la caracterización que se hacía
en el 45 del “naziperonismo”!
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de Di Robbio (1965), que –si bien tienen poco eco en las masas– se van
uniendo de forma cada vez más estrecha a los cuadros intermedios del
sindicalismo peronista, tendiendo a imprimir una ideología revolucio-
naria a un movimiento privado de un cuerpo doctrinal. Su capacidad de
irradiación es superior al número de cuadros y tenderá a acrecentarse
en momentos de crisis y de ruptura. Por lo tanto, es posible esperar que
grandes contingentes peronistas comiencen a volverse hacia posiciones
conscientemente revolucionarias, contribuyendo, en tal modo, a cortar el
nudo gordiano que hoy paraliza la creación de un gran movimiento de
liberación nacional.
Aquí reside mi parcial disenso con Di Robbio. Es evidente (y los he-
chos tienden a demostrarlo) que este proceso de disgregación interna
y de paralela formación de una tendencia revolucionaria de masas no
puede proceder por vías directas, del todo claras y definidas. De la des-
composición del grupo burocrático no surgirá claramente ni de golpe
una corriente revolucionaria con un programa homogéneo y una sólida
capacidad organizativa. Muy probablemente (y esta probabilidad deriva
del hecho de que tomamos en cuenta la enorme debilidad de la izquierda
no peronista para presionar y acelerar el proceso) se producirán reagru-
pamientos confusos, en que participarán sectores de la misma burocra-
cia, los cuales no querrán, de ninguna manera, perder el apoyo de las
masas del que hoy gozan. Continuaremos moviéndonos en situaciones
muy contradictorias que exigirán, de las fuerzas revolucionarias, una
evaluación no esquemática de la realidad y prácticas dúctiles que permi-
tan concentrar el ataque contra los grupos que serán, en cada caso, los
enemigos más peligrosos. Y, de todos modos, es claro que un proceso así
de fluido y contradictorio como aquel aquí prospectado, requiere como
condición de base la presencia activa de una vanguardia revolucionaria
capaz de transformarse en una verdadera guía orientadora de este pro-
ceso, sea por lo acertado de su enfoque estratégico, como por la eficacia
de sus acciones. Pero aquí comienza el drama argentino, ya que es un
hecho visible para todos que esta vanguardia todavía no existe ni se regis-
tran síntomas que permitan conjeturar su aparición en los márgenes del
peronismo. Actualmente, el drama reside en el rechazo de la izquierda
(fundamentalmente del PCA) a comprender que, sin la estructuración
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Sería inútil buscar entre las publicaciones del PCA o en sus formula-
ciones programáticas un examen detallado de estas particularidades,
o un intento de reconstrucción histórica. Así como sería también inútil
buscar allí un reconocimiento del “mayor potencial revolucionario” o
de la “mayor agresividad de clase” que el proletariado del noroeste pre-
senta. En estos casos las tesis se mantienen siempre en el cielo de las
abstracciones y, así como parecen no dar importancia a las particula-
ridades ofrecidas por las zonas donde es mayor el retraso argentino,
igualmente parecen darle poca importancia a los problemas políticos
surgidos a partir de las nuevas empresas imperialistas en las zonas de
desarrollo (especialmente en lo que concierne al análisis de las condi-
ciones particulares de la clase obrera concentrada en tales empresas).
De aquí deriva que el marco de las alianzas de clase necesarias para
la formación de un bloque histórico revolucionario haya sido siempre
formal, producto más de los textos marxistas que de la realidad de las
contradicciones que una estructura económico social como la nuestra
asume, caracterizada, como lo está, por el capitalismo atrasado y de-
pendiente, y de regiones sometidas a la explotación colonial.
Aquí está el centro de la cuestión. Desde nuestro punto de vista, el
PCA no desenvuelve una verdadera función revolucionaria ni ha podi-
do, hasta ahora, convertirse en la gran guía de los trabajadores argenti-
nos, porque no tiene claros los objetivos estratégicos de fondo. Por eso
emerge de su actividad el espíritu de un empirismo y de un reformismo
de corto alcance que se conforma con criticar las elecciones burguesas
antes de luchar por crear sus propias alternativas. Dado que la estrate-
gia no es clara, la táctica es oportunista y tiende a subordinar de hecho
la dinámica del partido al juego de las clases dominantes. Un ejemplo
claro de lo que afirmamos es dado por el comportamiento del PCA con
respecto al Gobierno de Illia.
Si analizamos los hechos siguiéndolos cronológicamente, vemos
que el PCA denuncia como “fraudulentas” las elecciones del 7 de julio
del 63 que se realizaban sobre la base de la proscripción del peronismo
y del comunismo. Como consecuencia, decide votar en blanco (excepto
en las elecciones locales, donde deja libertad de acción a los inscritos).
El 13, seis días después de la denuncia de fraude ¡el PCA identifica el
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Bibliografía
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* Extraído de Aricó, J. (1969, octubre). El marxismo antihumanista. Los Libros, pp. 20-22.
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gestión del poder. De ese modo, el consejo resultaba ser la base concreta
(y no formal) en la cual las masas trabajadoras se educaban en el auto-
gobierno y se capacitaban para constituirse en clase dirigente, destru-
yendo la máquina social y política del Estado burgués. Afirma Gramsci
(1919/1973b, p. 106-110): “Después de las experiencias revolucionarias de
Rusia, Hungría y Alemania el Estado socialista no puede encarnarse en
las instituciones del Estado capitalista, sino que es una creación fun-
damentalmente nueva con respecto a estas y con respecto a la historia
del proletariado”. No es suficiente sustituir el personal dirigente en el
aparato del Estado para transformarlo: la sociedad capitalista no admite
una transformación real del poder en sus centros decisivos. Organizadas
para asegurar la reproducción del sistema, las instituciones burguesas
son irreductibles a una política que propugne la destrucción de la or-
ganización capitalista del trabajo, que cuestione el uso capitalista de la
escuela, que intente superar la división de la realidad social en esferas
independientes y autónomas de lo económico y lo político. El sistema
capitalista, en suma, no admite una subversión tal de la sociedad que
conduzca al cuestionamiento de la división entre poderes de decisión y
tareas de ejecución, entre intelectuales y trabajadores manuales, entre
gobernantes y gobernados. Aquí reside el límite infranqueable de “varia-
bilidad” del sistema. En consecuencia, para el marxismo revolucionario,
la consigna de la “conquista del Estado” solo puede significar una única
cosa: “la creación de un nuevo tipo de Estado, generado por la experien-
cia asociativa de la clase obrera, es decir por los consejos, y la sustitución
por este del Estado democrático-parlamentario” (Gramsci, 1919/1973b,
pp. 106-110).
3. De 1918 a 1921 la lucha por la instauración de gobiernos basados en
el sistema de consejos impulsó el movimiento de masas más formida-
ble que conociera la historia de la Europa moderna. Surgen consejos en
Alemania, Hungría, Inglaterra, Italia, etc., que no logran, sin embargo,
asumir el control total del aparato del Estado. El fracaso de la revolución
en Alemania y Hungría, la derrota del proletariado en Italia, luego de las
ocupaciones de fábricas, etc., abre el camino para una recomposición
conservadora y reaccionaria de las estructuras capitalistas desquiciadas
por la irrupción de las masas obreras. Surgen regímenes fascistas en
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1. Discurso pronunciado en la Sección turinesa del Partido Socialista Italiano el 27 de junio de 1919.
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[…] el hecho de que una división del trabajo cada vez más perfecta
reduzca objetivamente la posición del trabajador en la fábrica a mo-
vimientos de detalle cada vez más “analíticos”, de modo tal que a cada
individuo se le escape la complejidad de la obra común, y en su con-
ciencia su propia contribución se deprecie hasta parecer fácilmente
sustituible a cada instante; el hecho de que al mismo tiempo el tra-
bajo concertado y bien ordenado dé como resultado una mayor pro-
ductividad “social” y de que el conjunto del personal de una fábrica
deba concebirse como un “trabajador colectivo”; estos hechos son los
presupuestos del movimiento de fábrica que tiende a convertir en “subjetivo” lo
que ya se está dando “objetivamente” (Gramsci, 1952, p. 79).
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2. Consigna incorporada por Marx a los Estatutos generales de la Asociación Internacional de Trabajadores.
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3. Este es el elemento concreto que aporta el maoísmo y que significa un retorno a la idea marxiana de la
“revolución en permanencia”, de la sociedad comunista como radicalmente distinta y destructiva de la so-
ciedad burguesa. Cf. al respecto los trabajos de Bettelheim (Aricó y otros, 2014) que incorporamos infra y el
N° 23 de los Cuadernos de Pasado y Presente dedicado a La revolución cultural china (Collotti Pischel, 1971).
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4. Cf. el fragmento de Gramsci (Aricó y otros, 2014) sobre el pasaje del saber al comprender y viceversa,
del sentir al comprender y al saber, reproducido infra. En el fondo, constituye una glosa de la idea de
Marx expuesta en la Tercera Tesis sobre Feuerbach: “La teoría materialista del cambio de las circunstan-
cias y de la educación olvida que [a] las circunstancias las hacen cambiar los hombres y que el educador
necesita, a su vez, ser educado. Tiene, pues, que distinguir en la sociedad dos partes, una de las cuales se
halla colocada por encima de ella. La coincidencia del cambio de las circunstancias con el de la actividad
humana o cambio de los hombres mismos solo puede concebirse y entenderse racionalmente como prác-
tica revolucionaria” (Marx, 1970, p. 666).
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Para poder enjuiciar con conocimiento propio las bases del desa-
rrollo de Rusia, he aprendido el ruso y estudiado durante muchos
años memorias oficiales y otras publicaciones referentes a esta ma-
teria. Y he llegado al resultado siguiente: si Rusia sigue marchando
por el camino que viene recorriendo desde 1861, desperdiciará la
más hermosa ocasión que la historia ha ofrecido jamás a un pueblo
para esquivar todas las fatales vicisitudes del régimen capitalista.
El capítulo de mi libro que versa sobre la acumulación originaria
se propone señalar simplemente el camino por el que en la Europa
Occidental nació el régimen feudal capitalista del seno del régimen
económico feudal. Expone la evolución histórica a través de la cual
los productores fueron separados de sus medios de producción
para convertirse en obreros asalariados […], mientras los posee-
dores de estos medios se convertían en capitalistas […]. Hasta hoy,
esta expropiación solo se ha llevado a cabo de un modo radical en
Inglaterra […]. Pero todos los países de la Europa Occidental están
pasando por la misma evolución, etc. […] Al final del capítulo, se re-
sume la tendencia histórica de la producción diciendo que engen-
dra su propia negación con la fatalidad que caracteriza a los cam-
bios naturales, que ella misma se encarga de crear los elementos
para un nuevo régimen económico al imprimir simultáneamente
las fuerzas productivas del trabajo social y el desarrollo de todo
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1. Aricó mostró un gran interés por este debate, que se expresó en la edición de dos publicaciones: Escritos
sobre Rusia II. El porvenir de la comuna rural rusa (Marx y Engels, 1980) [en el que entre otros materiales
publicó los borradores completos de la respuesta de Marx a Vera Zasúlich]; Correspondencia (1868-1895)
(Marx, Danielson y Engels, 1981) [Nota del primer editor].
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[Del original A]
Pregunta: La carta que según entiendo Marx envía a Vera Zasúlich, expresa la
idea de que el capitalismo no puede repetirse en ningún otro país del mismo modo
en que se constituyó en Europa Occidental. ¿Podría usted abundar un poco más
sobre este tema?
J. Aricó: Como ya dije, la supervivencia en Rusia de un gran sector rural
caracterizado por la presencia de la propiedad comunitaria de la tierra,
planteaba a los revolucionarios rusos el problema de si la comuna rural
podría llegar a constituir la base de una transformación socialista del país
(como sostenían los populistas), o si habría necesariamente de disolverse
para permitir el traspaso a la forma social capitalista caracterizada por
la propiedad privada, siguiendo de esta manera el camino recorrido por
las sociedades de Europa Occidental. Esta cuestión fue retomada expresa-
mente por Vera Zasúlich en su carta a Marx, en la que le pedía que expre-
sara su opinión sobre “el posible destino de nuestra comunidad rural y de
la teoría de la necesidad histórica para todos los países del mundo de pa-
sar por todas las fases de la producción capitalista”. Esta supuesta teoría
marxista colocaba a los revolucionarios rusos ante la siguiente disyuntiva:
Una de dos: o bien esta comuna rural, libre de las exigencias des-
mesuradas del fisco, de los pagos a los señores de la administra-
ción arbitraria, es capaz de desarrollarse en la vía socialista, o sea
de organizar poco a poco su producción y su distribución de los
productos sobre las bases colectivistas, en cuyo caso el socialismo
revolucionario debe sacrificar todas sus fuerzas a la manumisión
de la comuna y su desarrollo. O si, por el contrario, la comuna está
destinada a perecer no queda al socialista, como tal, sino ponerse
a hacer cálculos, más o menos mal fundados, para averiguar den-
tro de cuántos decenios pasarán las tierras del campesino ruso de
las manos de este a las de la burguesía y dentro de cuántos siglos,
quizá, tendrá el capitalismo en Rusia un desarrollo semejante al
de Europa Occidental. Entonces deberán hacer su propaganda tan
solo entre los trabajadores de las ciudades, quienes continuamente
se verán anegados en la masa de campesinos que, a consecuencia
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Es claro que el dilema estaba mal planteado y que expresaba en cierta ma-
nera la inmadurez ideológica de las corrientes vinculadas al pensamiento
de Marx. Por reacción a la mitología populista de la comuna rural, los so-
cialistas, en caso de aceptar la segunda alternativa, se habrían encerrado
en una espera fatalista de la irrupción del capitalismo en Rusia y habrían
limitado su proselitismo al todavía numéricamente débil proletariado
industrial, ignorando por completo al campo y sacrificando a la pura y
simple propaganda teórica y política la acción enérgica de movilización
política del campesinado que la situación rusa imponía y que justificaba
el terrorismo populista. En su respuesta, Marx se esforzó por esclarecer
ante todo el punto teórico de la denominada “inevitabilidad” de la disolu-
ción de la obschina y demostrar que esta podía aún convertirse en “el punto
de partida de una regeneración de la sociedad rusa”, a condición de que la
explosión oportuna de la revolución abatiera los obstáculos para su libre
desarrollo. Y dice Marx (1926) en su carta fechada el 8 de marzo de 1881:
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En los borradores que preparó sobre este tema, y a los que ya hice referencia
en mi exposición, Marx mostraba una notable preocupación porque no se
hiciera una aplicación mecánica a la situación social en Rusia de su esque-
ma del desarrollo capitalista. Según Marx, la posibilidad atribuida a Rusia
de evitar el camino capitalista, derivaba del hecho de que en este país:
2.EnlaediciónhechaporAricódelosmaterialesdeMarxsobrelacomunaruralrusa(MarxyEngels,1980),sepre-
senta una versión distinta de esta carta de Marx a Vera Zasúlich del 8 de marzo de 1881:
“Analizando la génesis de la producción capitalista digo: En el fondo del sistema capitalista está, pues, la
separación radical entre productor y medios de producción […] la base de toda esta evolución es la expropia-
ción de los campesinos. Todavía no se ha realizado de una manera radical más que en Inglaterra […]. Pero todos
los demás países de Europa occidental van por el mismo camino” (Marx, 1873, p. 316; edición francesa).
La ‘fatalidad histórica’ de este movimiento está, pues, expresamente restringida a los países de Europa
occidental. El porqué de esta restricción está indicado en este pasaje del capítulo XXXII: ‘La propiedad
privada, fundada en el trabajo personal […] va a ser suplantada por la propiedad privada capitalista, fundada
en la explotación del trabajo de otros, en el sistema asalariado’ (Marx, 1873, p. 340).
En este movimiento occidental se trata, pues, de la transformación de una forma de propiedad priva-
da en otra forma de propiedad privada. Entre los campesinos rusos, por el contrario, habría que trans-
formar su propiedad común en propiedad privada.
El análisis presentado en El Capital (Marx, 1873) no da, pues, razones, en pro ni en contra de la vitalidad
de la comuna rural pero el estudio especial que de ella he hecho, y cuyos materiales he buscado en las
fuentes originales, me ha convencido de que esta comuna es el punto de apoyo de la regeneración social
en Rusia, mas para que pueda funcionar como tal será preciso eliminar primeramente las influencias
deletéreas que la acosan por todas partes y a continuación asegurarle las condiciones normales para un
desarrollo espontáneo” (Marx y Engels, 1980, pp. 60-61) [Nota del primer editor].
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Marx señalaba que la comuna rural rusa constituía el tipo más moderno
de la formación arcaica de la sociedad, y que al mismo tiempo represen-
taba una fase de transición hacia una sociedad basada en la propiedad
privada de la tierra. Pero en tal sentido, se preguntaba si esto significaba
que la parábola histórica de la comuna rural debía arribar fatalmente a
ese resultado. Pero fíjense cómo responde a esta cuestión:
Por cierto que no. El dualismo que ella encierra permite una alter-
nativa: o el elemento de propiedad privada prevalece sobre el ele-
mento colectivo, o este se impone sobre aquel. Todo depende del
medio histórico en que ella se encuentra […]. Las dos soluciones son
de por sí posibles.
3. “Proyecto de respuesta de Marx a la carta de V. I. Zasúlich” (Marx y Engels 1973, pp. 161-162; t. 3). Aricó
agrega el siguiente párrafo de Marx: “El análisis hecho en El Capital (Marx, 1873) no ofrece, pues, razones
ni en pro ni en contra de la vitalidad de la comuna rural, pero el estudio especial que he hecho sobre ella,
y cuyos materiales he buscado en las fuentes originales, me ha convencido que esta comuna es el punto
de apoyo de la regeneración social en Rusia; pero a fin de que ella pueda funcionar como tal habrá que
eliminar primeramente las influencias deletéreas que la sacuden de todos lados y luego asegurarle las
condiciones normales de un desarrollo espontáneo”, que no aparece en la versión de las Obras escogidas
de Marx y Engels (1973) que hemos citado, correspondiente al primer borrador de Marx de la respuesta
a V. Zasúlich. Aricó utilizó en su texto la versión de otro borrador de la respuesta a Zasúlich, que aparece
en la edición francesa de El Capital (Marx, 1873), según la cita en el Original A [Nota del primer editor].
4. Marx y Engels (1973, p. 162). La versión ofrecida por Aricó en su texto dice:
“[…] gracias a una combinación de circunstancias únicas, la comuna agrícola, aún establecida por toda
la extensión del país, puede despojarse gradualmente de sus caracteres primitivos y desarrollarse di-
rectamente como elemento de la producción colectiva en escala nacional. Es precisamente gracias a la
contemporaneidad de la producción capitalista, que ella puede aprovecharse de todas las conquistas po-
sitivas sin pasar a través de sus peripecias terribles […]. Rusia no vive aislada del mundo moderno, ni es
de manera alguna presa de un conquistador extranjero como las Indias Orientales […]. Rusia es el único
país europeo en que se ha conservado la propiedad comunal en escala nacional. Pero al mismo tiempo
Rusia se encuentra en un medio histórico moderno. Es contemporánea de una civilización superior y
está ligada a un mercado mundial en el que predomina la producción, capitalista”. Las diversas versiones
del borrador de respuesta a Vera Zasúlich fueron publicadas por Aricó en el citado Cuaderno de Pasado y
Presente N° 90 (Marx y Engels, 1980, pp. 31-59). [Nota del primer editor].
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Y concluye:
Solo una revolución puede salvar a la comuna aldeana rusa. Los hom-
bres que detentan el poder social y político hacen, además, todo lo
posible a fin de preparar a las masas para este cataclismo. Si la revolu-
ción llega a tiempo, si la intelligentsia concentra todas las fuerzas “vi-
vas del país” para asegurar el libre desarrollo de la comuna rural, esta
será pronto el elemento regenerador de la sociedad rusa y el factor
de su superioridad sobre los países esclavizados por el capitalismo.
5. K. Marx (1980) borrador de la “Carta a Vera Zasúlich”, en una versión con algunas diferencias no muy
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6. En el original A Aricó circuló con lápiz la palabra “antes”, y en el margen del texto anotó, también circu-
lada en lápiz: “no”. [Nota del primer editor].
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7. En el original A figura la fecha de impartición de la clase: 30 de noviembre de 1977. [Nota del primer
editor].
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del resto de los sectores sociales y, por el otro, a confiar en que el capita-
lismo tiene límites fatales que le impiden reconstituirse y lo condenan a
perecer. A pesar de las inconsecuencias que Lenin pueda haber mostra-
do al aceptar de alguna manera la posibilidad de la caída o destrucción
del capitalismo, concluye con una frase que, a diferencia de Kautsky,
lo enfrenta radicalmente a toda teoría del derrumbe económico. Lenin
dice que no hay nada más insensato que deducir de las contradicciones
del capitalismo la imposibilidad de su subsistencia. Por el contrario, la
posibilidad del capitalismo reside en la reproducción permanente de
esas contradicciones. Esta idea vinculará a Lenin con la concepción
económica marxista, enfrentada a esa otra corriente, que tiende a ver a
Marx no como un teórico del equilibrio económico sino como un teóri-
co del desequilibrio económico; por lo que entonces el análisis se monta
sobre la base de la dinámica del proceso de acumulación de capital y
no sobre las relaciones de equilibrio que se mantienen en el interior de
la sociedad capitalista. Podemos decir entonces que es a partir de esta
reexhumación –porque ya estaba contenida en los textos de Marx– del
concepto de formación económico-social como madura en Lenin una
posición particular sobre tres problemas fundamentales alrededor de
los cuales se desarrolló toda la discusión promovida por Bernstein y los
revisionistas: cómo entender la necesidad del desarrollo, la unidad de cien-
cia y revolución, y las relaciones entre teoría y movimiento social. Es en la
respuesta a estos tres problemas donde Lenin se diferencia radicalmen-
te de Kautsky, y en general de la tradición del marxismo de la Segunda
Internacional, incluyendo a sus corrientes más radicales representadas
por Rosa Luxemburg, Pannekoek, Parvus o Radek, los que posterior-
mente, cuando surge la Internacional Comunista, constituyen lo que se
conoce como comunismo de izquierda europeo.
Como vimos en el capítulo anterior, existe en Lenin un neto rechazo
a concebir al marxismo como una filosofía de la historia cuya función
fuera la de garantizar la inevitabilidad de la victoria del proletariado.
Hay pasajes de sus obras donde discute especialmente este tema, que
gira en torno a la discusión sobre las famosas tríadas hegelianas. Según
Mijailovski, Marx las aplicaba en el examen sobre la acumulación origi-
naria para demostrar la inevitable caducidad del capitalismo.
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9. El socialismo científico, lejos de establecer perspectiva alguna sobre el porvenir, se limitó a hacer un
análisis del régimen burgués moderno y sus tendencias. Y solo esto: nada de previsiones, nada de uto-
pía. Solo a partir del examen de las contradicciones internas del régimen burgués moderno, se pueden
deducir las perspectivas de una acción política socialista. Aquí reside la gran conquista científica del
marxismo: en haber demostrado la necesidad del actual régimen de explotación capitalista.
10. A partir de este tipo de examen los socialistas formularon la teoría del desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas que pretende demostrar que solo es posible cambiar la sociedad capitalista a partir de deter-
minado grado de desarrollo de las fuerzas productivas. Teoría a la que se opuso en Italia una corriente
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de izquierda dentro del partido socialista que luego, encabezada por Gramsci (1917) quien escribió un
trabajo con el significativo título de “La revolución contra el capital” (no contra las relaciones capitalistas,
sino contra El Capital de Marx), donde demuestra que la revolución en Rusia fue una revolución hecha
contra El Capital de Marx (1980), pero no contra lo que Marx realmente pensaba sino contra todo aquello
que la socialdemocracia había interpretado: las revoluciones podían triunfar sin que se hubiera llegado a
esa etapa de madurez del desarrollo de las fuerzas productivas, parti pris de la cual partían los socialistas
para mostrar la viabilidad de un proceso revolucionario.
11. Para Bernstein y la socialdemocracia en general, la historia tenía un fin predeterminado, por lo que
el marxismo –que daba cuenta de ese fin– les aparecía como una teoría cerrada, confusa. Lenin, por el
contrario, plantea la necesidad de hacer avanzar al marxismo, porque, creía que la teoría de Marx –y lo
dice– no es algo definitivo, inamovible. Por el contrario, está convencido de que ella solo ha puesto “las
piedras angulares de la ciencia que los socialistas deben hacer progresar, en todas las direcciones, si no
quieren distanciarse de la vida. Nosotros pensamos que para los socialistas rusos es particularmente
necesaria una elaboración independiente de la teoría de Marx, puesto que esta teoría nos da solamente los
principios directivos generales, que se aplican en particular a Inglaterra de manera distinta que a Alemania,
a Alemania de manera distinta que a Rusia” (Lenin, 1975d, pp. 217-218) [Nota de la presente edición: Aricó
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cita otra traducción del ensayo “Nuestro Programa”, que difiere levemente de la que se lee en las Obras
completas consignadas en la bibliografía].
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12. Aricó se refiere a la “Contribución a la caracterización del romanticismo económico” (Lenin, 1979a).
[Nota de la presente edición].
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13. Es importante señalar que es a través de este análisis marxiano del proceso de reproducción del ca-
pital social global como llega Lenin al análisis de la condición particular de la clase obrera rusa, porque
luego veremos cómo a partir de la concepción particular del estado en la sociedad rusa, Trotsky también
llega a comprender la necesidad de la unidad total e indisoluble entre lucha política y lucha económica.
Ambos llegan a la misma conclusión por diferentes motivos; sin embargo, el hecho de que Lenin hubiera
enfatizado el análisis del proceso de reproducción del capital social global rescatando la categoría de for-
mación económico-social lo lleva luego a prolongar este análisis al conjunto de las clases de la sociedad
rusa, y aquí aparecen ya las diferencia notables con Trotsky fundamentalmente en torno al problema del
movimiento campesino.
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Esta afirmación que hace Lenin en el “¿Qué hacer?” y que en buena me-
dida se constituyó en la piedra del escándalo, no surge por generación
espontánea. Recordemos en este sentido la cita que hemos señalado en
“Quiénes son los ‘amigos del pueblo’” (Lenin, 1975b) o lo que Lenin dirá
luego en “Las tareas de los socialdemócratas rusos” (Lenin, 1979b), escrita
en 1897 y donde puede percibirse claramente la diferencia con Kautsky:
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una sociedad más justa, donde las luchas económicas por las propias
reivindicaciones, o las luchas políticas en estrecha relación con estas
conducían a un mejoramiento permanente de las condiciones de la vida
de la clase obrera, de la sociedad capitalista al socialismo. Por eso, decía
Bernstein, el movimiento lo es todo, los objetivos nada. Y son nada por-
que el movimiento es capaz de realizar todo, en la medida en que avanza
paralelamente a la evolución natural de las relaciones económicas14.
Así la teoría de la revolución social aparecía como una teoría aventu-
rera que lo único que lograba era perjudicar la evolución natural y lógica
hacia un mundo de igualdad.
Combatir esta concepción fue para Lenin una tarea central debido a
que ella podría consolidar la tendencia tradeunionista en el joven pro-
letariado ruso. En esta afirmación Lenin otorgaba un papel esencial
a la particularidad de la situación rusa, si bien no hay que olvidar que
esta situación la había ya descifrado a la luz de una interpretación de
marxismo que consideraba que el elemento central de la autonomía de
la clase obrera no residía en su escisión con respecto al resto del cuer-
po social (teoría que Kautsky había extraído de su lectura de El Capital
(Marx, 1980) a través de la teoría del salario). La teoría kaustkiana de la
autonomía llevaba a fomentar la corporativización de la clase obrera; de
aquí que desde finales del siglo, en los procesos de constitución de los
movimientos socialistas, la autonomía de la clase obrera fuera vista en
términos de constitución de partidos independientes que no debían de
establecer alianzas con ninguna fuerza política que no fuera el proleta-
riado. En contraste, para Lenin, la autonomía del proletariado no era
una autonomía organizativa, simplemente política, sino una autono-
mía teórica, ideológica, en la medida en que podía reconocer y determi-
nar científicamente el conjunto de las relaciones de clase existente en
una formación económico-social. Lenin y Kautsky convergen en la idea
de que el socialismo debe ser aportado al movimiento obrero desde el
14. Esta concepción era, para Lenin, el peligro fundamental que había que desterrar, por eso fue Struve,
discípulo ruso de Bernstein, el blanco central de sus ataques. Según este, existía entre la teoría de la
revolución social y la concepción materialista de la historia una contradicción absoluta. La teoría de la
revolución social se reducía para él a la teoría de la catástrofe; la concepción materialista de la historia se
reducía a una visión determinista de los elementos económicos.
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[Del original A]
Pregunta: Según creo haber entendido, de acuerdo a lo expuesto por usted, los
intelectuales aparecían como los traductores de la teoría marxista a una clase que
por sí misma no puede rebasar su horizonte ideológico economicista. Me pregun-
to si no habría que matizar un poco más las posiciones para alejar toda duda de
una separación entre intelectuales que poseen el saber y proletarios ignorantes.
J. Aricó: Me sorprende que usted haya entendido directamente lo con-
trario de lo que durante dos horas me esforcé por explicar. Usted cree
haber escuchado que en mi opinión la función de los intelectuales es la
de traducir la teoría marxista porque los obreros no la entienden. Yo dije
algo radicalmente distinto: no que había que traducir la teoría marxista,
sino que introducir la conciencia socialista en la clase obrera era anali-
zar la formación social capitalista y lograr que este análisis penetrara
en el conjunto de la acción de la clase. Entonces, no se trata de traducir
la teoría. La teoría marxista no logra definir una formación económico-
social simplemente traduciéndola, pues esto implicaría que la teoría
marxista tiene ya un análisis de todas las formaciones económico-so-
ciales, a partir de lo cual simplemente habría que buscar en un cajón la
ficha correspondiente a México, o a Argentina, por ejemplo, y estaría
resuelto el problema. No, precisamente el hecho de que se haya pensa-
do en una verdad universal del marxismo que debe ser llevada al seno
de la clase obrera ha provocado una confusión entre Lenin y Kautsky,
porque esto era lo que planteaba Kautsky, que había una verdad de la
doctrina marxista, una verdad de la teoría marxista que había que llevar
a la clase. Lenin estaba planteando otra cosa: los obreros se enfrentan a
los capitalistas, ya sea en una fábrica, ya sea como clase en su conjunto.
Lo que no logran saber si no introducen para ello una ciencia, lo que no
se deriva de la propia naturaleza espontánea de su acción es el conjun-
to de relaciones que existen entre el conjunto de las clases. Entonces,
cuando los obreros luchan por un 20% de aumento no siempre saben
que ese 20% de aumento provoca una transformación total del sistema,
una confrontación total del sistema, modifica una cantidad de elemen-
tos; solo saben que necesitan un 20% porque ha habido una devaluación,
un encarecimiento del 20%; pero para saber la relación que hay entre
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su lucha por el 20% de aumento y la lucha del conjunto –de los sectores
campesinos, de obreros, estudiantes, empleados, pequeñoburgueses,
burgueses, burguesía nacional, monopolios, trasnacionales–, para com-
prender la madeja de relaciones que se mueven en torno a la conquista
del 20% de aumento tienen que saber cómo funciona el capitalismo en
una sociedad determinada, y para conocer cómo funciona el capitalis-
mo en una sociedad determinada hay que estudiar el capitalismo. El
conjunto de relaciones capitalistas no se transparenta en la simple con-
frontación entre obreros y patrones; detrás de esta subyace un conjunto
de contradicciones que debe ser develado a través del reconocimiento
de esta formación económico-social, y, como decíamos, sin la introduc-
ción del instrumental teórico marxista una formación económico-social
no puede ser conocida, no puede ser develada, no puede ser analizada.
Entonces, la función de los intelectuales no es introducir conciencia a
nadie: en la medida en que son depositarios de una ciencia, su función
consiste en analizar la estructura económico-social de un país determi-
nado y encontrar la manera de encadenar este análisis con la lucha de
una clase obrera determinada o de sectores sociales determinados para
que estos comprendan la relación que hay entre la lucha que están ha-
ciendo y el conjunto de la sociedad. Lo único que estamos diciendo es
esto: la sociedad en su conjunto, la totalidad social, no se transparenta
en la confrontación o en el enfrentamiento de dos sectores determina-
dos. No, porque existe un conjunto de mediaciones. La tarea de los mar-
xistas es analizar este conjunto de mediaciones. Ahora bien, para que
ese conjunto de mediaciones develado, que forma un cuerpo de ciencia,
se introduzca en la acción política de una clase es necesario encontrar
la forma de conexión entre esa clase y esa ciencia. Definimos la forma
de conexión entre esa clase y esa ciencia a través de la idea de organiza-
ción, a través de la idea de partido, aunque cuando hablamos de partido
ponemos esta palabra entre comillas, porque no siempre partidos deter-
minados y concretos pueden cumplir esa función. A veces dicha función
se cumple desde otras instancias, por ejemplo, a través del sobredimen-
sionamiento de las funciones sindicales. Aparece entonces lo que se lla-
ma el pan-sindicalismo, un sindicalismo que al desbordar determinadas
reivindicaciones encuentra una forma de abrir totalmente el abanico de
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Creo que hay una cosa muy viscosa que deriva de la dificultad de defi-
nir la conformación particular de los sectores no capitalistas clásicos. Esta
diferenciación tan pronunciada, aun cuando ha surgido en Europa, que
es el centro de elaboración de herramientas conceptuales –es Poulantzas
centralmente el que la señala– creo que surge de toda la discusión que se
está haciendo en América Latina sobre el carácter de la dependencia, so-
bre el carácter de las formaciones nacionales, sobre el grado de relación
entre estas formaciones nacionales con el imperialismo con el fin de es-
tablecer una distinción clásica. Decíamos que definir la clase social que
comanda el proceso de desarrollo capitalista en una formación económi-
co-social es definir la dominante; el elemento dominante sería entonces
el modo de producción, mientras que definir la formación económico-
social sería mostrar la relación que hay entre este elemento dominante y
el conjunto de los elementos que constituyen una sociedad determinada.
Sin embargo, esta distinción que parece poseer un valor hermenéutico
extraordinario no ha logrado aún dilucidar el problema de si las socieda-
des precapitalistas latinoamericanas son sociedades feudales en tránsito
hacia el socialismo o sociedades capitalistas deformadas, es decir, si su
temprana adscripción al mercado capitalista mundial las define como so-
ciedades capitalistas o si hay que ver fundamentalmente las relaciones de
producción internas y la forma de extracción de plusvalor para decidir si
son efectivamente capitalistas o feudales. Esas son las dos tendencias que
prevalecen hoy en el discurso marxista en América Latina, discurso que a
veces se torna excesivamente violento porque, recubierto tras él, hay un
intento de categorización de las realidades latinoamericanas, una discu-
sión sobre el papel de determinadas clases en el proceso de desarrollo de
la revolución o de transformación revolucionaria, fundamentalmente la
relación que puede haber entre clase obrera y burguesía nacional o grado
de desarrollo capitalista en el campo. Toda la discusión gira en torno a
esto y hay especialistas en este tema que se han enzarzado en complicadas
discusiones. Nosotros hemos contribuido a la confusión general con un
Cuaderno sobre los modos de producción en América Latina (cf. Laclau y
otros, 1973)15; después Historia y sociedad ha hecho una discusión y yo pre-
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sumo que esa discusión no tiene salida. ¿Por qué? Porque a través de la
referencia de Marx a esta característica particular del sistema capitalista
en el sentido de que este subsume el conjunto de relaciones, el conjunto de
sociedades precapitalistas y, sin modificarlas, convierte la circulación de
productos en una circulación generalizada de mercancías y por tanto en
una circulación capitalista de mercancías, desde este análisis la discusión
habría sido liquidada hace tiempo. Nos interesa el grado de diferencia-
ción interna de cada una de estas formaciones, desde el punto de vista
del mercado mundial son todas sociedades capitalistas en la medida en
que están adscritas a las sociedades capitalistas, lo cual no invalida que el
reconocer la naturaleza real de las clases en el interior de cada una de estas
sociedades tenga cierta importancia para el análisis político, para el análi-
sis social, etc. Pero la distinción no aparece clara ni en Marx ni en Lenin, y
el hecho de que no aparezca clara no le impidió a Lenin hacer un examen
del desarrollo interno del capitalismo en Rusia, análisis del cual se discute
hoy si, en él, Lenin ha exagerado o no el grado de diferenciación capitalista
en el interior del campo. Este análisis, que es muy minucioso, está hecho
en un momento en que Lenin se ve urgido por la necesidad de demos-
trar que ese desarrollo se está operando. Entonces, así como era lógico
que en un momento donde estaba predominando el economicismo Lenin
inclinara todo su razonamiento hacia la necesidad de la conformación
del partido, del elemento político como elemento decisorio en el “¿Qué
hacer?” (Lenin, 1975c), también es factible que haya forzado el análisis de
las diferenciaciones de clases en Rusia lo cual lo haya llevado a afirmar
que la diferenciación era tan grande que el peso de la burguesía agraria
era mayor de lo que realmente era. Si esto es así, no parece contradictorio
que la política de los bolcheviques hasta la Revolución de 1917 contara con
la nacionalización de la tierra como principal reivindicación, tendiendo
a apoyarse fundamentalmente sobre el campesinado pobre. Pero si esa
diferenciación no era tan grande, si las capas intermedias del campesina-
do eran muy consistentes, la política de nacionalización podía llevar a un
enfrentamiento entre el proletariado de la ciudad y estos sectores rurales
muy consistentes. El que Lenin modificara el programa socialdemócrata
de nacionalización para adoptar el de los populistas rusos –entrega de la
tierra a los campesinos– quizás se deba a este hecho. De todas maneras,
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Yo creo que para analizar la validez universal del marxismo hay que
partir de un elemento central que como habíamos visto definía todo
el razonamiento de Marx, es decir partir del presente, lo cual significa
partir de una época determinada que es definida en sus características,
partir de una coyuntura determinada. Mejor que hablar de coyuntura
diríamos que hay que partir de una formación económico-social deter-
minada. Existe otro procedimiento, el cual es el de convertir a determi-
nados principios en principio de validez universal, los que deben ser
aplicados inexorablemente; o sea partir de la presencia de principios
universales que deben aplicarse inexorablemente en un movimiento
como este significa partir de custodios de estos principios fundamenta-
les lo cual lleva necesariamente a pensar que hay países, lugares, poten-
cias, sociedades, partidos determinados que son los que deben velar por
la verdad de estos principios generales. Este no es un hecho caprichoso,
sino lo que ocurre hoy concretamente en el movimiento obrero comu-
nista mundial. Existe un centro de poder, que es la Unión Soviética, que
tiene una definición de lo que son los principios de validez universal que
deben aplicarse en cada uno de los casos concretos. Existe otro centro,
que es China, que tiene la misma pretensión, y existen otros centros me-
nores de rechazo como pueden ser los grupos denominados eurocomu-
nistas o la misma Cuba, en cierto sentido, o Vietnam. Anteriormente es-
tos principios se definían a través de la Tercera Internacional, luego del
Cominform, después en la reunión de los partidos comunistas. Debido
a que en la última época las diferencias internas eran muy grandes,
los principios eran definidos diplomáticamente, es decir se lograba el
acuerdo sobre una coma y se buscaba el común denominador; como la
diferencia era tan grande, el común denominador tenía la característica
de ser muy pequeño, muy formal, tan absolutamente general que todos
podían reconocerse en él pues simplemente encubría un campo de pro-
blemas y no una definición. Cuando Lenin está arriesgando ese intento
de definir ciertas características universales del proceso de la revolución
en Rusia, lo hace en un momento muy particular –en un texto cuya im-
portancia no es teórica sino fundamentalmente política–, a través de un
examen y de una definición del capitalismo; pero es este un momen-
to de viraje. Cuando, a partir del Tercer Congreso de la Internacional
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por lo que podría interpretarse que esa diferenciación que hace Lenin en
ese momento sobre las características universales del bolchevismo y las
características particulares de los procesos en cada sociedad estaba muy
mediada por dicho reconocimiento. Por ejemplo, hay un elemento que
actúa en todo el movimiento comunista hasta 1935 y que se modifica en
el Séptimo Congreso [de la Internacional Comunista]:20 la necesidad de
que todas las sociedades en proceso de transición iniciaran un camino
soviético. En este sentido, toda la teorización de los comunistas residía
en que la alternativa al Estado burgués era una salida de tipo soviético,
lo que habla que constituir eran sociedades soviéticas. Por tanto, el ca-
mino soviético no era un caso particular ruso sino una verdad universal
de todo proceso revolucionario.
Como decíamos, esta concepción se modifica en 1935 y hay en los
comunistas una reconsideración del papel de las democracias, de los
Estados representativos, parlamentarios: sin embargo, vemos que este
planteamiento al dejar de lado esta verdad del camino soviético que
ahora aparece como particular, deja de lado simultáneamente ciertos
elementos de validez universal de este camino: no se puede concebir la
transición de una sociedad capitalista a una sociedad socialista sin un
Estado en proceso de extinción, sin un Estado que al conformarse como
un cuasi-Estado va creando instituciones de nuevo tipo que significan
una ruptura con respecto al Estado representativo. Entonces, ciertos
elementos de validez universal que estaban detrás de esta verdad par-
ticular fueron dejados de lado, y hoy se vuelven a plantear en el terreno
marxista como una discusión sobre las características del Estado, sobre
si es posible en el caso de Italia, de Francia, de España, construir una
sociedad, iniciar un proceso de transición, si el Estado se deja tal cual,
si simplemente se modifican los grupos gobernantes, las clases dirigen-
tes de ese Estado. Hoy sabemos que la discusión es más profunda. ¿Por
qué? Porque la reconsideración de esto que Marx señalaba como los ele-
mentos de producción y de reproducción del capital social global llevan a
comprender que el Estado no es un elemento externo, no es un elemen-
to superestructural a una formación económico-social capitalista, sino
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22. Tatiana Schucht. La primera edición en castellano de las Cartas de Gramsci (1950), con prólogo de
Gregorio Bermann, fue traducida de la primera edición italiana de 1947. [Nota del primer editor].
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europeos no publicaron las obras de Gramsci sino hasta los años sesen-
ta. Debo decir que la Argentina, que es una de esas zonas aisladas por
motivos bastante particulares, tuvo una función especial en ese sentido:
en 1950 se edita la correspondencia de Gramsci y en 1958 comienzan a
editarse los Cuadernos de la cárcel; en el caso de México la publicación más
o menos intensiva de las obras solo comienza a operarse el año pasado
cuando Juan Pablos (Gramsci, 1980b) reedita las viejas ediciones de 1958
de la editorial argentina Lautaro (Gramsci, 1950, 1958). Podemos decir
entonces que es solo en la última década –luego de 1968 y del Mayo fran-
cés– que Gramsci conquista en el debate teórico marxista internacional
el puesto de decisiva importancia que hoy están dispuestos a reconocer
los marxistas europeos y de todo el mundo. Este hecho coincide también,
y es este sin duda uno de los elementos que han actuado para que este
reconocimiento fuera ampliándose e imponiéndose, con la publicación
de la totalidad de Cuadernos de la cárcel en 1975. Los escritos gramscianos
de esa época están compuestos de una treintena de cuadernos donde
Gramsci va apuntando una serie de temas a partir de un plan inicial co-
nocido a través de la correspondencia a su cuñada, pero las notas fueron
disgregadas. Cuando a fines de 1940 los editores italianos comenzaron
a publicarlos, organizaron el conjunto de los apuntes en una serie de
temas que luego aparecieron como Notas sobre Maquiavelo, sobre la polí-
tica y el Estado moderno (Gramsci, 1962), Los intelectuales y la organización
de la cultura (Gramsci, 1984), Literatura y vida nacional (Gramsci, 1960), El
Risorgimento (Gramsci, 1980a), y otros. Pero independientemente de que
se trataba de un conjunto de temas diferenciados que solo hasta cierto
punto constituían unidades temáticas, se trata en realidad de un con-
junto de textos cuya importancia radica en que apuntan fundamental-
mente a establecer la diferencia entre el pensamiento de Marx y el pen-
samiento de Engels, a la lucha contra el economicismo y a la crítica de
burocratización a la Unión Soviética. Estos temas fueron recortados de
las ediciones anteriores pues eran considerados irritantes para la opi-
nión pública marxista internacional. El hecho de que los libros fueran
separados en volúmenes diferentes, para algunos facilitó y para otros
impidió comprender que, en última instancia, refiriéndose a la política,
a la historia, a los intelectuales o a los dialectos sardos, lo que Gramsci
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obra, pues debe recordarse que Gramsci escribía en la cárcel y que los
censores sellaban y recogían cada uno de sus libros. De ahí la necesidad
de reproducir esos acontecimientos expresados metafóricamente para
desentrañar lo que realmente quería decir y, por lo tanto, la necesidad
de conocer esos acontecimientos que pertenecen a la historia interna
de la sociedad italiana, de la sociedad europea, o del Partido Comunista
Italiano. Es este conjunto de dificultades lo que hay que superar para
poder penetrar, despojados de prejuicios, al análisis de esta obra. Pero
puede decirse que de todas maneras en el pensamiento político mar-
xista del mundo ha sido tan profunda su penetración, aun a nivel de la
cultura periodística, que hay un conjunto de categorías elaboradas por
Gramsci en el proceso de su construcción conceptual que hoy pertene-
cen al lenguaje corriente de la política. En este sentido abusamos hoy de
términos como hegemonía, bloque histórico, revolución pasiva, guerra
de maniobras, guerra de posición, sin saber que detrás de ellos hay un
pensamiento concreto y determinado que elabora una categoría concre-
ta y determinada que no puede ser utilizada indeterminadamente por-
que significa algo muy preciso que está en torno a una elaboración tam-
bién muy precisa. Entonces, hoy podemos decir que así como Newton,
Marx, Freud, Engels, pertenecen a nuestra cultura, que todos somos de
una u otra manera freudianos, newtonianos, engelsianos o marxistas
sin saberlo, o sin haber leído sus obras porque ellas están incorporadas
al lenguaje de la época, del mismo modo podemos decir que, tengamos
o no desconfianza, todos somos un poco gramscianos sin necesidad de
haber leído a Gramsci. El problema consiste en que el conocimiento de
su obra es algo aún por abordar. Por eso, independientemente de la cali-
dad de su lectura de los textos de Gramsci, lo que me propongo es hacer
una presentación general tratando de despertar el interés por una obra
a la que se acercarán cuando tengan tiempo.
Hoy sabemos que es imposible conocer el pensamiento de Gramsci
porque en él aparece por primera vez, recortada con nítidos rasgos de
autonomía, una teoría marxista de la política. Gramsci es casi la única
figura solitaria que aborda este campo, que lo recorta como un campo
autónomo y que si bien no intenta construir una teoría, sí realiza una se-
rie de observaciones que nos replantean la posibilidad de construir una
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23. En la actualidad, las regiones de más fuerte influencia comunista en Italia son las zonas intermedias
entre el norte y el sur de Italia –la Emilia, la Toscana, la Umbria– regiones donde las capas medias son
más considerables, proletariado en el norte, capa media y proletariado en la zona central y proletariado
rural en el sur de Italia. Quiero recordarles que en las primeras elecciones públicas que se hacen en Italia
en el año de 1946, el Partido Comunista Italiano, junto con el Partido Socialista, ganan las elecciones en
Sicilia, zona donde hay una alta densidad de proletariado y campesinado.
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vida interna, que aparecen con claridad en una etapa de aguda tensión
entre el Partido Comunista Italiano y el Partido Comunista Soviético
en el momento de la sanción contra el grupo opositor encabezado por
Trotsky. Véanse al respecto las cartas redactadas por Gramsci que el
Partido Comunista Italiano dirige al soviético; en ellas aparece clara-
mente esta diferenciación a que nos referíamos, pues Gramsci se negó
siempre a considerar al partido como un elemento externo a la clase.
Esta idea, que lo diferenciaba de Bordiga, el otro dirigente del Partido
Comunista Italiano, y que constituyó el motivo de la separación y la con-
dena de Bordiga, tenía una gran importancia, porque si el partido es
considerado como un destacamento exterior cuya función es la de ilu-
minar a la clase, el tipo de organización, la relación entre partido y clase,
etc., cobraban un carácter distinto. De todas maneras, y por mucho que
se identifiquen históricamente, Gramsci sabía que partido y clase no
son lo mismo, que pueden diferenciarse y hasta enfrentarse, particular-
mente en las sociedades socialistas. Sobre este tema reflexiona Gramsci
en esa carta; él era muy consciente de este peligro así como del riesgo de
burocratización que generaba el distanciamiento entre clase y partido;
y aunque no pueda decirse que en su examen de la burocratización en-
cuentre soluciones teóricas para evitar este problema, es indudable que
el conjunto de observaciones que hace en torno al problema del centra-
lismo burocrático son sumamente ricas y aprovechables prácticamen-
te. Debe añadirse que Gramsci no podía encontrar soluciones teóricas
acerca de este problema porque la relación entre partido y clase no es
un problema que admita soluciones teóricas, sino soluciones histórica-
mente determinadas en virtud del carácter de la clase, de la naturaleza
del partido, de las correlaciones de fuerzas, de las relaciones entre deter-
minado Estado y los demás, es decir un conjunto de relaciones que solo
pueden ser correctamente analizadas si se las ubica en los términos de
este conjunto de mediaciones. Por tanto, no puede ofrecerse una solu-
ción teórica sino una solución concreta, porque la teoría se constituye a
partir del conjunto de soluciones históricamente concretas de este tipo
de problemas.
Otro aporte novedoso que diferencia a Gramsci del resto de los mar-
xistas es su insistencia en que el aparato de gobierno, tanto en su forma
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no plantea opciones válidas a una acción política que está definida fun-
damentalmente por su intento de transformación de la sociedad, por su
intento de conquista de una sociedad libre, donde no existen ni la dicta-
dura ni el poder ni el Estado.
De este modo retornamos al punto inicial: la diferenciación grams-
ciana entre dirigentes y dirigidos vuelve entonces a replantearse como
un elemento central, porque para Gramsci la sociedad socialista signi-
ficaba la desaparición de esta distinción; si la política era la función y la
actividad social de todos los hombres, no podía estar en manos de deter-
minados depositarios que ejercían el poder. La política debía ser univer-
salizada y para que esto sea posible es necesario encontrar una relación
entre economía y política radicalmente distinta; para ello es también ne-
cesario no solo socializar la economía, sino transformar todo el proceso
productivo. La transformación del proceso productivo suponía que este
no estuviera ya dirigido, controlado por una clase o por una burocracia
dominantes, sino por los propios productores. De ahí entonces la noción
de productores, de ahí la noción de autogobierno de las masas, de ahí
también la noción de organizaciones de masas como mediadoras entre
el partido y la clase, manifestaciones de la capacidad propia de la clase
de organizarse. De ahí, en fin, un conjunto de temáticas que aparecen
en el pensamiento de Gramsci y que constituyen los rasgos de diferen-
ciación con respecto al leninismo, o con respecto a lo que habitualmente
se ha dado en llamar “marxismo-leninismo”. Es en torno a estos proble-
mas que debe analizarse toda la riqueza de pensamiento de Gramsci.
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¿Cuáles fueron entonces las razones que hicieron que esta teoría no
fuera formulada claramente por Marx, no fuera formulada en el mis-
mo sentido en que sí lo fue el análisis de las leyes de funcionamiento
de la sociedad capitalista? Primero, porque a partir de la derrota de 1848
la perspectiva de un triunfo de la revolución en Europa era bastante le-
jana. Habrá que esperar la aparición de la comuna de París para que la
posibilidad de la revolución, la posibilidad de la transformación revolu-
cionaria vuelva a presentarse. De todas maneras, hoy se sabe que Marx
y Engels exageraron la capacidad o la posibilidad de transformación re-
volucionaria que había abierto la comuna de París. El otro elemento que
hay que tener en cuenta, elemento muy importante, es que ni Marx ni
Engels eran efectivamente dirigentes políticos de organizaciones polí-
ticas de masas. Y que estas organizaciones políticas de masas aparecen
fundamentalmente a finales de siglo, en el mismo momento de la cons-
titución de la Segunda Internacional, 1890. Es el periodo de constitución
de los grandes organismos políticos de masas, organismos sindicales y
partidos políticos socialdemócratas o socialistas.
La única organización de la que efectivamente habían formado parte
era la Liga Comunista, y esta había desaparecido con la revolución de
1848. La Primera Internacional no fue estrictamente una organización
política; fue más bien la unificación europea de un movimiento obrero
organizado que incorporaba en su seno a diversas expresiones políti-
cas en la multiplicidad de las corrientes existentes. Por eso el modelo de
partido que estaba en la cabeza de Marx era el que se había expresado
en la comuna de París; es decir, no el partido del proletariado en sentido
estricto, como fue luego teorizado fundamentalmente por Lenin, sino
más bien la expresión política de una clase organizada sobre la base de
las diferenciaciones internas ideológicas y políticas que en ella existie-
ran. En mi opinión, el partido de la clase implicaba de un modo u otro
la presencia de una diversidad de corrientes políticas. Aunque debemos
reconocer que sería inútil buscar en Marx y en el mismo Engels una teo-
ría sustantiva del partido político, ni una delimitación precisa del tema.
Retomando el caso particular de Gramsci, debemos recordar que él
escribe no solo en calidad de teórico político, sino esencialmente como
participante activo de la política de su época en su país y como uno de
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24. Dirigida por los hermanos Taviani (1977) y basada en la novela autobiográfica homónima de G. Ledda
(1975). [Nota de la presente edición].
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25. Vale la pena señalar que esta designación del marxismo como “filosofía de la praxis” no es, como
durante muchos años se sostuvo, una metáfora para eludir el rigor de la censura mussoliniana. La publi-
cación científica de los Cuadernos de la cárcel (todos ellos acompañados con el respectivo sello del censor)
permite comprender mejor las dificultades del propio Gramsci para encontrar las palabras adecuadas
para sus nuevos conceptos. En las distintas versiones de los mismos textos aparece claramente de ma-
nifiesto un procedimiento bastante singular. El orden va de “filosofía de Marx” a “filosofía de la praxis”,
de “clase social” a “grupo social”, etc. Descartada la necesidad de metaforizar por razones policiales sus
expresiones, la adopción de términos provenientes fundamentalmente de la ciencia política tradicional
(Mosca, Sorel, Pareto) solo puede ser explicada satisfactoriamente por la necesidad de expresar nuevos
contenidos y reflexiones sobre hechos sociales que intentan ser vistos desde una perspectiva no habitual
en la tradición marxista.
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clases intermedias que de una manera u otra Marx (1987) había plantea-
do ya en las Teorías sobre la plusvalía. Si ustedes leen detenidamente las
Teorías, verán que allí Marx plantea que el proceso de desarrollo técnico,
económico y social, el proceso de desarrollo del capitalismo hace emer-
ger permanentemente nuevas capas sociales, nuevos sectores sociales.
Pero no estamos hablando de lo que decía Marx, sino de cómo el pen-
samiento marxiano había tomado cuerpo en el movimiento socialista.
En este sentido, si leen ustedes el programa de la socialdemocracia
que redacta Kautsky para el Congreso de Erfurt y que se convierte en
el parámetro de todos los programas socialistas de todos los partidos
socialistas del mundo, verán que ahí está planteado el hecho de la con-
centración del capital en un polo, la concentración del proletariado en
otro y el inevitable proceso del derrumbe del capitalismo, que era el otro
elemento que motivaba esta concepción de la transformación como
algo que se operaba luego de la toma del poder. Si las contradicciones
capitalistas conducían necesariamente a la destrucción del sistema, si
su derrumbe era inevitable, toda esta discusión sobre los procesos po-
líticos, sobre las instituciones burguesas, sobre la transformación de la
sociedad capitalista, era en última instancia una discusión estéril. La
discusión necesaria debía versar sobre el tipo de acción que habrían de
desplegar los socialistas para acelerar los dolores del parto, para acelerar
un proceso que era ineluctable dentro de la sociedad capitalista.
En realidad, lo que Bernstein niega es la idea de la proletarización, de
la polarización entre burgueses y proletarios, para afirmar la consisten-
cia, el mantenimiento de las capas intermedias y lo absurdo que signifi-
caba plantear un inevitable derrumbe del sistema capitalista. Destruidos
estos dos soportes, toda la concepción de la socialdemocracia devenía
caduca. La reacción de esta fue negar la validez del planteo de Bernstein,
negar el hecho de la permanencia de los sectores intermedios, tratar de
demostrar, utilizando nuevas cifras, que la concentración de capital en
pocas manos efectivamente se daba, que la polarización era un hecho,
que los sectores intermedios desaparecían y que la piedra angular de la
teoría marxista era la creencia en el derrumbe del sistema capitalista.
Entonces aparece Rosa Luxemburg, que es quien intenta reconstituir
el significado revolucionario de la teoría marxista para modelar una
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26. Séptimo Congreso de la Internacional Comunista celebrado en Moscú en agosto de 1935. [Nota del
primer editor].
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28. Segundo Congreso de la Internacional Comunista celebrado en Moscú en julio-agosto de 1920. [Nota
del primer editor].
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29. Séptimo Congreso de la Internacional Comunista (1935). [Nota del primer editor].
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30. Véase sobre el particular las atinadas observaciones hechas por Hobsbawm en el coloquio gramsciano
de Florencia. De él tomamos los ejemplos. [El tercer Coloquio Gramsci se reunió en Florencia en 1977,
precedido por el de Roma en 1958 y el de Cagliari en 1967. La edición de los trabajos de Florencia se titula:
Politica e storia in Gramsci (Ferri, 1977; 2 Vols.). Nota del primer editor].
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[Anexo a la clase N° 8]
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Prólogo a El socialismo y el hombre nuevo, de Ernesto
Che Guevara*
* Extraído de Aricó, J. (1977). Prólogo. En E. Ch. Guevara, El socialismo y el hombre nuevo. México:
Siglo XXI.
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educación técnica e ideológica, estas eran para Guevara las palancas que
podrían permitir a Cuba sortear el camino a veces sin retorno de la de-
generación burocrática, y avanzar en la construcción del comunismo.
Sobre estos pilares debían ser estructurados los mecanismos de gestión
de la economía socialista cubana.
Los trabajos más estrictamente “económicos” del Che, incluidos en la
tercera parte del volumen, están dedicados al debate que sobre el tema
de la gestión socialista de las empresas se desarrolló en Cuba durante
los años 1963-1965. Como es natural, fue en torno a las posiciones de
Guevara que giró toda la discusión destinada a reexaminar la experien-
cia de construcción del socialismo en el mundo y el grado de su adecua-
ción a Cuba. Todas sus intervenciones muestran la absoluta coherencia
de su pensamiento. Un socialismo concebido como un proceso que des-
de el inicio va introduciendo elementos de comunismo presupone nece-
sariamente un elevado grado de participación popular, el cual puede ser
mantenido solo mediante un sistema de gestión que privilegie los estí-
mulos morales y los consumos sociales y que tienda a aniquilar en forma
constante y sistemática todas las categorías económicas sobre las que se
asienta el sistema capitalista de producción. Es que los estímulos mate-
riales crean elementos de fragmentación y despolitización de las masas,
que pueden causar el estancamiento y la muerte de las revoluciones. Su
consigna era “revolución que no se radicaliza, muere”.
Sus trabajos de la época de la polémica están dedicados a defender
encarnizadamente esta verdad para él indiscutible. Su defensa perma-
nente del sistema presupuestario como el único acorde con los objetivos
de transformación revolucionaria y socialista de las estructuras econó-
micas y sociales heredadas del pasado, lo condujo a observar con cier-
to escepticismo las experiencias realizadas en otros países socialistas
con sistemas de gestión radicalmente opuestos al propugnado por él.
Escepticismo que a su vez se convirtió en irritación cuando creyó des-
cubrir en tales sistemas la raíz de la ausencia de un verdadero interna-
cionalismo en las relaciones económicas de esos países con los pueblos
dominados por el imperialismo. Y en el discurso que pronunció en Argel
sostuvo la posición de que el único parámetro válido para medir el inter-
nacionalismo proletario de un país socialista con un país dependiente
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Bibliografía2
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del Perú*
* Extraído de Aricó, J. (1980, septiembre). Mariátegui y la formación del Partido Socialista del
Perú, pp. 139-167. En L. Cueva Sánchez, Socialismo y participación. Lima: Centro de Estudios para el
Desarrollo y la Participación.
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1. Dice Sánchez (1978, pp. 142-143): “Estas diferencias tipifican dos actitudes ante la vida: la de Mariá-
tegui, obligado por sus condiciones físicas a llevar una vida sedentaria, recibiendo a quienes querían
visitarlo, sin contacto con la vida cotidiana; y la de Haya, ambulatoria y beligerante, lo que le obligaba
a conceder más interés a la acción que a la cavilación. El uno, intelectual, puro, esteticista, tardíamente
comprometido con la causa proletaria; el otro, intelectual dinámico, dedicado más al hacer que al pensar.
Al uno le sobró el espacio, al otro le faltaba el tiempo. El uno modeló su perspectiva de acuerdo con sus
lecturas; el otro según sus experiencias”. En realidad, Sánchez atribuye aquí a limitaciones físicas lo que
Haya de la Torre atribuía esencialmente al “eurocentrismo” mariateguiano. Recordemos que en su carta
a César Mendoza del 22 de septiembre de 1929, Haya destaca la “falta de sentido realista”, el “exceso de
intelectualismo y su ausencia casi total de un sentido eficaz y eficiente de acción”, que caracterizarían
a Mariátegui. Y es en torno a la oposición entre Mariátegui/hombre de pensamiento y Haya/hombre de
acción que el aprismo lleva adelante su lucha ideológica contra el “‘pensamiento” de Mariátegui. Ecos de
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esa posición pueden encontrarse, a su vez, en el trasfondo de la lucha de la Comintern contra el “maria-
teguismo” en la década del treinta.
2. Es interesante señalar, por ejemplo, la revalorización que hace Mariátegui del fenómeno “colónida”
como expresión de una “apetencia de renovación” que solo podía ser satisfecha con un pasaje a la política.
El interés y el respeto que merecían a Valdelomar las “primeras divagaciones socialistas” del joven Ma-
riátegui es un signo de ese desplazamiento del elitismo alejado de las masas y del espíritu “antiburgués”
que alimentó la fugaz experiencia de Colónida. Pero cabe preguntarnos cómo fue posible que de un mo-
vimiento cuyas concepciones políticas –en el sentido más amplio del término– eran antidemocráticas,
antisociales y reaccionarias se pudiera pasar tan rápidamente a una orientación “‘resueltamente socia-
lista”. Es posible pensar que sea precisamente en el “antiburguesismo” de los “colónidas” donde haya
que buscar el punto de flexión. Y en tal caso habría que relativizar el énfasis puesto por Mariátegui en su
carta a Glusberg al aclarar que “desde 1918, nauseado de política criolla, me orienté resueltamente hacia
el socialismo, rompiendo con mis primeros tanteos de literato inficionado de decadentismo y bizantinis-
mo finiseculares, en pleno apogeo”. ¿Por qué no aceptar, más bien, lo que afirma en la información que
prepara para la Primera conferencia de partidos comunistas de 1929, respondiendo, sin duda, a quienes
lo acusaban de haberse preocupado de los problemas nacionales solo a su regreso de Europa? Mariátegui
recuerda “que a los catorce o quince años empezó a trabajar en el periodismo” y que, por consiguiente, “a
partir de esa edad tuvo contacto con los acontecimientos y cosas del país, aunque carecía para enjuiciar-
los de puntos de vista sistemáticos”. Si esto es así, los escritos “de la edad de piedra” que el propio autor
consideraba soslayables resultarían de fundamental interés para reconstruir su itinerario intelectual y
político.
3. Cf. Rouillon (1975); Gargurevich (1978); Garrels (1976); Cornejo U. (1978); Terán (1980). Sin olvidar, por
supuesto, el precursor: Carnero Checa (1964).
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4. En un trabajo con el que coincido en gran parte, Carlos Franco (1979) aclara que la “disponibilidad”
de Mariátegui al “marxismo italiano” (yo diría más bien a la reacción antipositivista del idealismo filo-
sófico italiano) “es incomprensible si marginamos de su conciencia el activo sedimento teórico de su
período formativo anarquista peruana” (Franco, 1979, pp. 248, 249 y ss.]. En mi opinión, Franco acierta
al enfatizar la importancia de la atmósfera política y cultural del Perú de los años 1918-1923 como con-
dición necesaria y antecedente de la disponibilidad mariateguiana. Sin embargo, no creo que se pueda
identificar directamente a dicha atmósfera con el anarquismo, y esto por dos razones sobre las que creo
que vale la pena detenernos: 1) porque el conjunto de valores, de ideas-fuerza y de estilos de acción defi-
nidos como “anarquistas” son más bien características del romanticismo social latinoamericano, antes
que atributos exclusivos de una corriente política más acotada en el tiempo; 2) porque la expansión del
anarquismo peruano en los años de la crisis de la guerra mundial es a su vez un producto de una cisura
intelectual que requiere ser explicada. Aunque es innegable que existen lazos más o menos estrechos de
Haya y de Mariátegui con la cultura política anarquista es difícil extender estos lazos indiscriminada-
mente a toda la intelligentsia peruana. Por lo demás, habría que agregar que dichos lazos son distintos
en uno y otro caso. Si podría reconocerse que la influencia anarquista fue importante en Haya de la
Torre, es posible pensar que haya sido menor en el caso de Mariátegui, quien recuerda entre otras raí-
ces de la conversión política de la joven intelectualidad peruana, las enseñanzas de un Víctor M. Maúr-
tua, por ejemplo, caracterizadas por una neta orientación “idealista”.
Todo lo cual lleva a preguntarme hasta qué punto ciertas características del anarquismo latinoamerica-
no, y más en particular del peruano, del brasileño, o del de un Flores Magón, por ejemplo, son explicables
más en términos de la propia historia de las élites intelectuales, que en términos por lo general arbitra-
rios de adscripción a paradigmas ideológicos. El “anarquismo” así, expresaría un estado de espíritu, una
manera de concebir y de relacionarse con el mundo antes que la mera adhesión a una corriente política
definida. Se ha señalado muchas veces que en el interior de la gran autonomía política que caracteriza a las
sociedades latinoamericanas, existe una autonomía aún mayor de la producción ideológica, lo cual explica
el papel excepcional que han desempeñado históricamente los intelectuales. Quizás por este costado de
la singularidad que asume en nuestros países la función intelectual podamos explicarnos la similitud de
comportamientos que podemos descubrir entre la intelectualidad latinoamericana y la intelligentsia rusa de
la segunda mitad del siglo pasado. La circunstancia de que entre nosotros pesara más la figura de Bakunin
que lo que pesaba en Rusia la figura de Marx, no es en realidad un hecho demasiado importante.
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5. Sobre este tema en particular, bastante relevante por cierto en la medida que muestra las vincula-
ciones del fenómeno Mariátegui con el proceso de “nacionalización” de una vasta capa de intelectuales,
véase el artículo de Flores Galindo (1980).
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II
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que funda en 1928 el Partido Socialista del Perú, emerge desde el interior
y como una escisión del mismo movimiento del que habrá de surgir poco
después el Partido Aprista. Miles de páginas fueron escritas para negar
esta verdad que, por lo menos en los inicios de los treinta, era reconoci-
da por comunistas y apristas6. El moderno movimiento social peruano
tiene un punto de arranque común en esa suerte de Sturm und Drang que
fueron las movilizaciones populares iniciadas con la jornada del 23 de
mayo de 1923, fecha en que, como afirma Mariátegui, “tuvo su bautizo
histórico la nueva generación”. Un año después, el 7 de mayo de 1924,
Haya de la Torre crea en México un movimiento de regeneración y unifi-
cación continental llamada Alianza Popular Revolucionaria Americana,
o Apra. La nueva organización tiene la enorme virtud de recoger una
diversidad de temas que la ruptura de la intelligentsia con el régimen de
Leguía había hecho aflorar catárticamente en la sociedad peruana. El
Apra fue desde ese momento en adelante la expresión de un movimiento
intelectual y moral profundamente renovador de la sociedad en la medi-
da que creaba las condiciones para una ruptura “de masas” de los inte-
lectuales peruanos con su tradición histórica.
El hecho de que el Apra se postulara como un movimiento “continen-
tal”, aunque debíase en parte a la excesiva cuota de megalomanía de su
6. En una publicación oficial de la Internacional Comunista destinada a efectuar un balance de las ac-
tividades de sus distintas secciones nacionales, publicada en 1935, se detalla de la siguiente manera el
proceso peruano: “Ya en 1924 surgió en Perú la así llamada Apra, organización que en la primera época
de su existencia fue la representante política del bloque que reunía a una parte de los elementos revolu-
cionarios pequeñoburgueses y a los elementos nacionalreformistas de la burguesía y los terratenientes,
y que se orientaba hacia el imperialismo británico (por entonces había un gobierno reaccionario en Perú
que se mantenía en el poder con ayuda del imperialismo de los Estados Unidos de Norteamérica). El
Apra se sirvió abundantemente de la fraseología ‘antimperialista’ y ‘revolucionaria’ y supo conquistar
gran popularidad entre las masas. En la medida en que se ahondaba la crisis económica y se agudizaban
las contradicciones de clase, se intensificó en las filas del Apra el proceso de la diferenciación política.
Mientras una parte de sus cuadros dirigentes se vinculaba cada vez más con los elementos opositores
del campo burgués-terrateniente, manteniendo gracias a una demagogia de izquierda a una significa-
tiva parte de las masas pequeñoburguesas bajo su dirección, otra parte de los antiguos apristas se pasó
a las posiciones del movimiento obrero revolucionario y se acercó al comunismo. En 1928, este grupo
formó con Mariátegui al frente (uno de los dirigentes del aprismo de izquierda, y más tarde uno de los
fundadores del Partido Comunista) el Partido Socialista, en cuya ideología preponderaban concepciones
socialreformistas. La lucha interna en este partido llevó a la escisión, y en 1930 fue fundado el Partido
Comunista Peruano (con el grupo Mariátegui, los elementos de la izquierda del Apra y elementos anar-
quistas aislados)” (Komintern, 1935, p. 484-485).
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emerge a fines de 1930 como una gran fuerza política, capaz de dis-
putar a los comunistas la dirección de las masas y de conquistarlas en
forma perdurable8.
Creo que en la distinta concepción que tenían Haya y Mariátegui del
carácter frentista del Apra está un punto central del debate y la expli-
cación de la inevitabilidad de la ruptura. Para Haya el Apra no era sino
la característica propia que adoptaba en América Latina la forma euro-
pea del “partido político”, de modo tal que ambos eran una misma cosa.
(“El Apra es partido, alianza y frente ¡Imposible! Ya verá usted que sí.
No porque en Europa no haya nada parecido no podrá dejar de haberlo
en América”, le dice a Mariátegui en su carta del 20 de mayo de 1928)
(Martínez de la Torre, 1947/1949; t. 2). Para Mariátegui, en cambio, la exis-
tencia del Apra como frente único implicaba la presencia en su interior
de un proceso de definiciones y diferenciaciones en el que la formación
de corrientes y de organizaciones políticas aparecía como un desarrollo
probable y, en determinado nivel, necesario. Es interesante advertir que
en la polémica aparece reivindicado de manera positiva, tanto de uno y
otro lado, aunque por distintos motivos, el fenómeno del Kuomintang.
Mientras que Haya tenía en mente la imagen del Kuomintang de Chiang
Kai-sheck, el de la derecha que negó y aplastó la presencia de los comu-
nistas en su interior, el Kuomintang de Mariátegui es el de Sun Yat-sen,
el de la alianza con la Unión Soviética y el de la admisión, en el interior
del movimiento y como organización política autónoma, del Partido
Comunista de China. Relativizando la “estimación exagerada de las fór-
mulas asiáticas y de su posible eficacia en nuestro medio”, Mariátegui
aclaraba en una carta escrita en nombre del grupo de Lima a los compa-
ñeros peruanos deportados en México, de junio de 1929, que la experien-
cia del Kuomintang “es preciosa para el movimiento antimperialista de
Indoamérica, a condición de que se aproveche íntegramente”, y que la
crisis por la que atravesaba en esos mementos dicha organización de-
bíase “en gran parte por no haber sido explícita y funcionalmente una
alianza, un frente único” (ídem).
8. Sobre este tema, véase las siguientes contribuciones de ineludible lectura: Deustua y Flores Galindo
(1977); Anderle (1978); Béjar (1980); Balbi (1980).
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Mariátegui rechaza, por tanto, el proyecto de Haya por ser ajeno al pro-
ceso interno de maduración del movimiento social, por desvirtuar el
sentido de su actividad, por tratar de imponer fórmulas de “populismo
demagógico e inconcluyente”, vaciados de toda verdad que no fuera la
de la “vieja política criolla”, y finalmente por querer establecer un “caudi-
llaje personalista” que contradecía la necesidad de la disciplina de grupo
y de doctrina que requería un movimiento ideológico como el que pre-
tendía consolidar Mariátegui.
Como aclara en una carta previa a Magda Portal, del 16 de abril de 1928,
“me opongo a todo equívoco. Me opongo a que un movimiento ideológico,
que por su justificación histórica, por la inteligencia y abnegación de sus
militantes, por la altura y nobleza de su doctrina ganaré, si nosotros no lo
malogramos, la conciencia de la mejor parte del país, aborte miserable-
mente en una vulgarísima agitación electoral” (Martínez de la Torre, op.
cit.). Y aquí, en mi opinión, aparece claramente indicada la última de las
razones, y quizás la más importante, del rechazo de una propuesta que al
intentar colocarse prematuramente es el terreno del enfrentamiento polí-
tico directo con Leguía, amenazaba con abortar un movimiento todavía
colocado en un plano primordialmente “ideológico” y por lo tanto sin ca-
pacidad de respuestas políticas a la acción represiva del Estado.
Producida la ruptura con Haya, el único camino de acción posible que
quedaba libre para Mariátegui era apresurar la formación de “un grupo
o partido socialista, de filiación y orientación definidas, que, colaboran-
do dentro del movimiento (o sea el Apra, o alianza, o frente único, como
ambiguamente lo califica) con elementos liberales o revolucionarios de la
pequeña burguesía y aun de la burguesía, que acepten nuestros puntos de
vista, trabaje por dirigir a las masas hacia las ideas socialistas” (ídem, p.
301)9. A ese objetivo aplicará en adelante todas sus fuerzas y toda su capa-
cidad de pensamiento y de acción.
9. En el Tomo II del libro de Martínez de la Torre (1947/1949), pueden verse el resto de las cartas antes citadas.
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III
10. Existiendo disidencia sobre el nombre a dar a la organización propuesta por los apristas de Buenos
Aires, en el documento enviado a todas las organizaciones apristas de América Latina y de Europa inclu-
yeron las siguientes propuestas: Partido Socialista Peruano, Partido Agrarista Peruano, Partido Popular
del Perú. Es interesante señalar cómo al sostener la necesidad de la fisonomía nacionalista y popular de
la nueva organización, lo hacían desde una perspectiva socialista. En tal sentido, planteaban, por ejem-
plo, la “utilización simultánea de los símbolos socialistas y nacionales” (Martínez de la Torre, op. cit., p.
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313). Es sorprendente lo generalizada que estaba la idea de que el atraso de la cultura política de las ma-
sas peruanas obligaba a privilegiar contenidos antes que designaciones. Para todos, se trataba en cierto
modo de ser socialistas en los hechos antes que en las declaraciones.
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11. “Temo que bajo una nueva forma y con una nueva etiqueta tendremos en Perú una nueva edición del
Apra”, advertía Jules Humbert Droz (Luis) a los delegados peruanos (Secretariado Sud Americano de la
Internacional Comunista, 1929).
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13. Cf. Lewin (1977, p. 51) incluye la cita del artículo de Bujarin publicado en 1925.
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carácter propio, de una “función” propia que debía ser llevada a cabo aun
en contra del curso natural de los hechos, lo que tiende a constituirlos en
una “clase” distinta caracterizada por una fuerte tensión moral, por una
dedicación absoluta a la puesta en práctica de todas aquellas ideas que
pudieran encaminar a los pueblos latinoamericanos a su regeneración
material y moral. De ahí entonces que lo que caracterice a la “intelligent-
sia” sea el sentido misional de su compromiso con el pueblo y la ruptura
radical o el apartamiento de los intereses de la propia clase, antes que su
extracción de clase. No haber podido comprender esto, haber empeñado
en un reduccionismo “obrerista” frente a un sector social de tamaña im-
portancia, fue uno de los límites más serios de la acción obrera y socia-
lista en América Latina. Cuando la relación conflictiva entre ambas fuer-
zas sociales dejó de ser una acción paralela con momentos históricos de
encuentro para transformarse en caminos antagónicos –tal como resultó
del viraje estratégico de la Comintern en 1928– la búsqueda comunista de
una propuesta hegemónica no era sino una pobre frase declamatoria. Tal
como veremos más adelante es precisamente en torno a este tema que las
diferencias entre Mariátegui y la Comintern se muestran más radicales.
Este fenómeno de intelectual alienado15, que en su forma más típica y
más cargada de consecuencias sociales está vinculado a la experiencia de
novelas de Dostoievski es indicado con el término de ‘humillados y ofendidos’ es la gradación más vasta,
la relación propia de una sociedad en que la presión estatal y social es de las más mecánicas y exteriores,
en las que el contraste entre derecho estatal y derecho ‘natural’ (para usar esta expresión equívoca) es de
las más profundas por la ausencia de una mediación como la que en Occidente ha sido ofrecida por los
intelectuales dependientes del Estado; Dostoievski, por cierto, no mediaba el derecho estatal, puesto que
él mismo era ‘humillado y ofendido’” (Gramsci, 1956, p. 585).
15. Alienado no en el sentido filosófico y complejo de la palabra, sino en aquel más pedestre y cotidiano
al que se refiere precisamente el término ruso “otchuzhdenie” (“enajenación”) utilizado por Herzen para
dar cuenta de ese sentimiento que surge como resultado de una “inquietud profunda, un malestar inex-
presable”. El elemento común a todos los miembros de esta intelligentsia era “un sentimiento de profunda
alienación hacia la Rusia oficial y el ambiente que la circunda, y al mismo tiempo el deseo de escapar de
ella y, en algunos, hasta el impulso de liberar al ambiente mismo” (Herzen, 1961, p. 411). Según el estudio-
so M. Confino, las actitudes que parecieran caracterizar la intelligentsia rusa son: “1) la profunda solicitud
por los problemas de interés público: sociales, económicos, culturales y políticos; 2) un sentido de culpa y
de responsabilidad personal por el estado y la solución de estos problemas; 3) la propensión a considerar
las cuestiones políticas y sociales a la luz de problemas morales; 4) el sentirse en el deber de buscar las
conclusiones lógicas definitivas –en el pensamiento como en la vida– a cualquier costo; 5) la convicción
de que las cosas no son como deberían ser y que es preciso hacer algo” (Confino, 1972, p. 118). Sobre este
tema véase la exhaustiva reseña crítica de Di Simplicio (1979).
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José Aricó
las luchas sociales de la Rusia de mediados y fines del siglo pasado, carac-
terizó también ciertos períodos de las clases ilustradas latinoamericanas.
Y no solo en el pasado, porque quizás comportamientos semejantes, insa-
tisfacciones y tormentos equivalentes, podríamos encontrarlas en toda la
experiencia guerrillera latinoamericana de los años sesenta, aunque las
estructuras sociales se hayan en parte modificado y sean menos amorfas
que las que dieron lugar en el pasado a fenómenos similares.
En mi opinión es a un proceso de este tipo al que asiste la América
Latina de los años veinte, y el significado último de ese gran movimien-
to de reforma intelectual y moral que fue la Reforma universitaria. La
traslación a nuestra realidad de la canonización estaliniana del “bloque
de las cuatro clases”, fundado en un estricto análisis de clase, debía dar
como resultado una práctica política que obnubilada por la referencia
obligada a la burguesía nacional y a sus prolongaciones en el tejido so-
cial, no confiaba en alianzas amplias y positivas con vastos estratos de
la población. Como advierte Tutino (1968, p. 81), “es la siempre huidi-
za alternativa burguesa la que sustancialmente alimenta el sectarismo
proletario, incapaz de hegemonizarla; a fuerza de impotentes y deses-
perados esfuerzos, la idea de hegemonía se convierte en una especie de
exorcismo: la política del proletariado se transforma en una abstracción
metafísica y el propio partido del proletariado se encamina hacia un in-
merecido descrédito”.
Y aquí precisamente residía el límite insuperable de la política de la
III Internacional y de los comunistas en general. La inconsistencia, o
mejor dicho, la contradictoriedad interna de esta política residía en que
al tiempo que instaba a los comunistas a apoyar los movimientos na-
cionales revolucionarios que se enfrentaban con el imperialismo, pre-
tendía que se comprometiesen a crear partidos comunistas de compo-
sición esencialmente proletaria, porque solo en esto residía la garantía
de conquista de la dirección de las fuerzas antimperialistas, lo cual a
su vez era condición ineludible de su victoria. En la medida en que el
proletariado en la sociedad colonial era una clase demasiado incipiente
–como recordaron con tanta justeza los delegados peruanos en la con-
ferencia de 1929– la formación de partidos comunistas del tipo de los
europeos se tornaba irrealizable y a veces –por no decir la mayoría de
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16. El papel decisivo que desempeñó el fracaso de la revolución china en la modificación de la estrate-
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gia de la Internacional para los países dependientes y coloniales es reconocido indirectamente por Jules
Humbert Droz en el siguiente párrafo de una de sus intervenciones en la conferencia de 1929: “Ha habido
en América Latina otras tentativas además de la del Partido Socialista propuesto por Mariátegui para
solucionar el problema de la ligazón con las masas. Fue el Apra en el Perú, que tendía a convertirse en el
partido revolucionario de tres clases: pequeña burguesía, proletariado y campesinado, y que quería des-
empeñar en América Latina el papel del Kuomintang en China. Y es también la idea emitida por nuestro
partido brasileño, en el momento en que las tropas chinas del sur marchaban sobre Shanghái, de crear
en el Brasil un Kuomintang en el que entrarían el Partido Comunista con los liberales revolucionarios. La
experiencia del Kuomintang chino ha convencido a nuestros camaradas del Perú y del Brasil de la nece-
sidad de tener un partido del proletariado para hacer la revolución y no un partido de tres o cuatro clases,
donde en realidad dominan los pequeñoburgueses, que impiden el desarrollo de la revolución agraria y
el movimiento revolucionario del proletariado, al que traicionaron en el momento decisivo de la lucha
revolucionaria” (Secretariado Sud Americano de la Internacional Comunista, 1929, p. 102). Es claro que
Humbert Droz no recuerda que la entrada del Partido Comunista de China al Kuomintang obedeció
a una exigencia concreta de la IC, la cual solo logró imponerse merced a la modificación del núcleo
dirigente de los comunistas chinos. Además, no aclara cómo estas ideas que critica pudieron aflorar
entre peruanos, brasileños y otros comunistas latinoamericanos sin que de algún modo existiera el
consenso previo de la Comintern. En el caso del Perú, es evidente que la dirección de la Internacional,
o por lo menos ciertos dirigentes conspicuos de ella, veían con profunda simpatía la actividad de Haya
de la Torre, al que un hombre de la importancia de Losovski consideraba todavía como “compañero
peruano” meses después del enfrentamiento producido en el Congreso Antimperialista de Bruselas,
de febrero de 1927.
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IV
17. En el sentido de nuestro planteamiento, hay que recordar que Mariátegui se mantuvo adherido a
ciertas categorías estratégicas o formulaciones de la Comintern elaboradas en el período del V al VI Con-
greso (1924-1928), por ejemplo, la de “estabilización relativa del capitalismo”. El hecho de que hasta sus
últimos escritos siguió pensando en el sistema capitalista mundial en términos de su estabilidad y de que
no participara de la creencia de una inminente y hasta inevitable guerra de las potencias capitalistas con-
tra la Unión Soviética hecho este último del cual la Comintern extraía importantes conclusiones políticas
y estratégicas, es un claro indicio del paralelismo desfasado en el tiempo que creemos encontrar entre las
reflexiones de Mariátegui y las propuestas de la IC.
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18. En adelante, las citas de las intervenciones en la Conferencia de 1929 son tomadas del Tomo II de la
obra de Martínez de la Torre (op. cit).
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19. En tal sentido me parece totalmente acertado el juicio de Basadre: “Ahora bien, lo que no está claro
es si, con su viaje proyectado a Buenos Aires, quiso acentuar sus actividades de escritor sobre las de
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organizador político y social. Al intentar pasar de aquellas a estas, había sido rudamente golpeado por
las consignas internacionales de entonces, por los intereses, los planes y los esfuerzos de otros hombres
más poderosos que él” (Basadre, 1970, p. 354]. Las cartas a Glusberg de esa etapa confirman que quienes
preparaban en Buenos Aires su instalación eran los intelectuales argentinos a los que desde años atrás
estaba vinculado y no precisamente el Partido Comunista (Martínez de la Torre, op. cit.).
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20. En el Coloquio de Culiacán (s.f.), mi amigo Robert Paris objetó, con toda razón, la exactitud histó-
rica de esta formulación. La temática de la formación de un bloque social basado en la confluencia de
la clase obrera con el campesinado estaba instalada en el movimiento social ruso aun antes del propio
Lenin, quien es más bien uno de sus propugnadores antes que su creador. Y no solo en el mundo obrero
e intelectual, sino fundamentalmente en un partido que, como el socialista revolucionario, expresaba
los intereses del campesinado radicalizado. Sm embargo, sin desconocer la importancia historiográfica
y política de esta observación, que modifica profundamente una interpretación ya consolidada, hay que
reconocer también que esta temática penetra en las luchas sociales del mundo no ruso vinculada a la
propuesta leninista, y como parte inescindible y determinante de sus contenidos esenciales.
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21. Recordemos que en la Conferencia de 1929 se cuestionó la propia existencia del Perú como nación, o
como nación en formación al afirmar un vocero de la Internacional que sus fronteras como tales cons-
tituían algo puramente artificial, juicio que era extendido indiscriminadamente al resto de los países
latinoamericanos. Sobre este tema en particular, lamentablemente no he podido utilizar para mi trabajo
dos contribuciones de fundamental importancia presentadas en el Coloquio de Culiacán (s.f.): Oscar
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23. Sobre la concepción de Haya de la Torre en torno al organismo político véase el análisis particulari-
zado hecho por Carlos Franco en su trabajo ya citado (1979, pp. 271-277).
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24. Cf. Macera (1977, p. 79). En torno a este tema controvertido de la actitud de Mariátegui frente a la
coyuntura política peruana de los años veinte, y más en particular sobre el gobierno de Leguía, tiendo
a pensar exactamente como Basadre (1978, pp. 200-201) cuando afirma que “para Mariátegui, combatir
a Leguía no era lo esencial, sino difundir ideas, preparar el ambiente ideológico para la ‘gran transfor-
mación’ y muchas fueron las veces que Mariátegui coincidió con el leguiísmo atacando a la oligarquía
tradicional. Muy común es la tendencia a mirar solo el presente, a adoptar ante el hecho histórico que se
tiene delante una actitud de enloquecimiento considerándolo algo así como un hecho definitivo del cual
se va a acabar el mundo, […] La acción genial puede acelerar el rumbo de la historia pero solo en la medida
en que la época y el momento lo permiten. Algo de esto debió meditar o intuir seguramente Mariátegui
cuya obra por lo mismo que no rozaba los intereses inmediatos y era de tipo estrictamente intelectual,
carecía de fundamental importancia ante los ojos de Leguía y de quienes como él pensaban”. Cuando el
desarrollo del movimiento social afectó al gobierno de Leguía, este hizo uso de todo el poder represivo
del estado. Pero el hecho es que Mariátegui trató de construir una acción teórica y política que evitara
un enfrentamiento que intuía catastrófico para el movimiento de masas. Sobre este tema valdría la pena
de seguir reflexionando porque aquí creo que está una de las claves importantes para comprender su
actitud frente a Haya de la Torre y también frente a la Comintern.
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25. Original Mariátegui (1928, p. 1). Tomado de Burga y Flores Galindo (1979, p. 193); libro al que lamenta-
blemente tuve acceso solo después de concluido el presente trabajo.
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Bibliografía
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1. Las variaciones históricas en la designación de las naciones surgidas de la desintegración del imperio
español –y portugués– muestran la existencia de esa dificultad en el mismo vocabulario. De modo tal que
podríamos ensayar una reconstrucción histórica de la constitución del objeto histórico “América Latina”
estudiando simplemente la variación de sus designaciones. Véase en tal sentido la síntesis ofrecida por
Aricó (1980, pp. 107-112).
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2. Sobre los recaudos a que obliga la utilización de esta categoría de “capitalismo periférico” véanse las
utilísimas consideraciones hechas por Juan Carlos Portantiero (1981, pp. 123-132). Refiriéndose a los paí-
ses latinoamericanos arriba mencionados, Portantiero destaca que, más allá de los rasgos comunes que
los aproximan a esas naciones europeas periféricas y de tardía maduración capitalista, en los primeros
aparece con mayor claridad que en las segundas el papel excepcional desempeñado por el Estado y la
política en la construcción de la sociedad. Aunque se trata de un Estado –aclara– “que si bien intenta
constituir la comunidad nacional no alcanza los grados de autonomía y soberanía de los modelos bis-
marckianos o bonapartistas” (Portantiero, 1981, p. 127).
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esto por el hecho de que esa gran nación “americana” graficaba de ma-
nera incontrovertible cómo una diversidad de origen podía conducir a
un país americano a una diversidad de destino. Y aunque la reacción
modernista cuestione a comienzos de siglo el materialismo utilitario
y maquinizado que pervertía la democracia tocquevilliana, no lo hacía
para descalificar el ejemplo sino para asignar a la herencia cultural gre-
colatina y cristiana de América Latina la función de completarlo en una
síntesis ideal confiada a los resultados del progreso evolutivo.
La ruptura del orden colonial fragmentó el vasto patrimonio de la
historia cultural de nuestros pueblos haciendo emerger la pregunta
por una identidad que no aparecía claramente inscripta en la lógica de
hechos totalmente nuevos, contradictorios y, las más de las veces, des-
alentadores. El debate en pro o en contra de Europa no podía dejar de
fundarse en proyectos o exigencias que encontraban su referente en
la propia historia europea. Y si las corrientes liberales y democráticas
propugnaban transformaciones que permitieran la conquista de la ci-
vilización, del progreso y de la libertad que visualizaban en las nacio-
nes capitalistas modernas, aquellas otras corrientes de raíz conserva-
dora pugnaban por el mantenimiento o la reconquista de estructuras
económico-sociales y de poder alejadas del materialismo, de la ausen-
cia de solidaridad, de proletarización de las masas y de perversión de
la vida humana, de desorden social y revoluciones, de la aparición de
fenómenos aterrorizadores bajo las formas de socialismo, comunismo,
anarquismo, ateísmo y nihilismo, que descubrían en aquellas mismas
naciones y que veían insinuarse en sus propios países. Si para los pri-
meros debía ser tomado como ejemplo el nuevo orden social iniciado
en Europa con la Revolución Francesa, y al que el terror provocado por
la revolución de 1848 frenó en sus impulsos más radicales y democráti-
cos, sin anular sus tendencias liberales moderadas, para los segundos,
en cambio, la adopción de formas políticas que remedaban el absolu-
tismo y que se alimentaban de ideologías fuertemente conservadoras y
autoritarias podía constituir el único dique de contención para la marea
jacobina que amenazaba destruir al mundo. La discusión, por tanto, no
versaba sobre el apoyo o el rechazo de Europa, sino sobre cuál época de
su historia podía servir de fuente de inspiración y de modelo a seguir.
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4. “También la aparición del socialismo está frecuentemente condicionada por la abolición de este tra-
bajo servil. Es en 1905, por ejemplo, o sea un año después de la abolición parcial de las corveas para los
indígenas, cuando se constituye la primera organización socialista de Bolivia, la Unión Obrera Primero
de Mayo. La creación formal del Partido Obrero brasileño, en 1890, siguió igualmente a la abolición de
la esclavitud (1888). Y si el primer periódico obrero cubano, La Aurora, circuló desde 1865, la iniciativa de
militantes como Enrique Roig San Martín o Fermín Valdés Domínguez fructificó, en el Congreso Obrero
de 1892, solo después de la abolición definitiva de la esclavitud (1889)” (Paris, 1978, p. 166).
5. La ubicación geográfica desplazada hacia los puertos y zonas costeñas del proletariado industrial y
de servicios limitó fuertemente la posibilidad de expansión nacional de organizaciones socialistas que,
como la argentina o uruguaya, habían logrado una relativa implantación entre los trabajadores urbanos.
Sin embargo, las áreas de difusión de las corrientes políticas socialistas o anarquistas obedecen a muchas
otras razones que no son simplemente las de las características estructurales de la fuerza de trabajo.
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Tanto América del Norte como América del Sur estaban involucradas
contemporáneamente en un mismo proceso de incorporación al mo-
vimiento general de la sociedad moderna; sin embargo, las vías que
debieron recorrer resultaron en definitiva diferentes, porque también
eran por completo diferentes sus respectivas estructuras económicas
y sociales. Los mismos elementos técnicos y procesos económicos que
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7. Marx retornó muchas veces sobre las causas de la completa modernidad de los Estados Unidos. En los
Grundrisse (Marx, 1976: 92), por ejemplo, afirmaba lo siguiente: “[...] un país en el que la sociedad burguesa
no se desenvolvió sobre la base del régimen feudal, sino a partir de sí misma; donde esta sociedad no se
presenta como el resultado supérstite de un movimiento secular, sino como el punto de partida de un
nuevo movimiento; donde el Estado, a diferencia de todas las formaciones nacionales precedentes, es-
tuvo subordinado desde un principio a la sociedad burguesa, a su producción, y nunca pudo plantear la
pretensión de constituir un fin en sí mismo; donde, en conclusión, la sociedad burguesa misma, asocian-
do las fuerzas productivas de un mundo viejo al inmenso territorio natural de uno nuevo, se desarrolla
en proporciones hasta ahora ignotas y con una libertad de movimientos desconocida, y ha sobrepasado
con largueza todo trabajo precedente en lo que atañe al dominio sobre las fuerzas naturales; y donde,
por último, las antítesis de la sociedad burguesa misma aparecen solo como momentos evanescentes”.
En este sentido Engels (s.d.) podía sostener con una expresión paradójica que América era “el más joven
pero también el más viejo país del mundo”, un país burgués desde el inicio de su historia y en el que la
república burguesa se constituye en una suerte de modelo al que tenderán a conformarse los Estados
modernos arrastrados por el mecanismo de reproducción del capital.
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Fueron las corrientes anarquistas las que, por lo menos hasta los años
veinte del presente siglo, mostraron su extrema ductilidad para re-
presentar buena parte de todo este híbrido mundo de pensamientos
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9. Para el concepto de “clase subalterna”, véanse las observaciones hechas por Antonio Gramsci (1980a)
en sus Cuadernos de la cárcel. La mayor parte de ellas están agrupadas bajo el título de “Appunti sulla
storia delle classe subalterne” e incluidas en el volumen sobre Il Risorgimento (Gramsci, 1953, pp. 189-
225), en español El Risorgimento (Gramsci, 1980b, pp. 249-285). Gramsci anota que “la unidad histórica
de las clases dirigentes ocurre en el Estado, y la historia de estas es la historia de los Estados y de los
grupos de Estados”. La unidad histórica fundamental no es una mera expresión jurídica y política, sino
que resulta de las relaciones orgánicas que se establecen entre el Estado y la sociedad civil. Las clases
subalternas, en cambio, están por definición no unificadas ni pueden tampoco lograrlo a menos que se
conviertan ellas mismas en “Estado”, o sea, a menos que dejen de ser subalternas para convertirse en di-
rigentes y dominados. Su historia está entrelazada con la de la sociedad civil, es una función disgregada
y discontinua de la historia de la sociedad civil, es necesariamente episódica. “Es indudable que en la
actividad histórica de estos grupos existe una tendencia a la unificación aunque sea con planes provi-
sorios, pero esta tendencia es continuamente destruida por la iniciativa de los grupos dominantes [...]
Los grupos subalternos sufren siempre la iniciativa de los grupos dominantes, hasta cuando se rebelan
y emergen: solo la victoria ‘permanente’ destruye, y no inmediatamente, la subordinación”. Es por esto
que cada expresión de iniciativa autónoma de parte de los grupos subalternos tiene un valor inestimable
para la reconstrucción histórica del proceso de autonomía de las clases populares. Sin embargo, en la
medida en que el desarrollo hacia la conquista de una autonomía integral es para las clases populares
un proceso “disgregado” y “episódico”, su historia “solo puede ser tratada en forma monográfica y cada
monografía es un cúmulo muy grande de materiales con frecuencia difíciles de recoger” (Gramsci, 1953,
pp. 191-193). Antropólogos, sociólogos preocupados por la indagación de aquellos mecanismos que fun-
dan y preservan el mantenimiento de las estructuras económicas y sociales, han confluido en la necesi-
dad de sustituir una visión de las clases populares desde la esfera del Estado por una nueva perspectiva
“desde abajo”, es decir, “desde su formación objetiva en cuanto grupos subalternos, por el desarrollo y
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La Italia posee lo que falta en los demás países; una juventud ar-
diente y enérgica, con frecuencia desposeída, sin carrera y sin sa-
lidas, la cual, no obstante el origen burgués, no está moral e inte-
lectualmente exhausta, como la juventud burguesa de los demás
países. Esta juventud se precipita hoy de cabeza en el socialismo
revolucionario, en el socialismo que acepta por entero nuestro pro-
grama (Bakunin, 1971, p. 85).
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10. Oved (1975, p. 368, t. 2) recuerda que “en la actividad de los grupos anarquistas de la Argentina resal-
taba una tendencia notable a difundir publicaciones ideológicas [...]. Entre 1890 y 1905 se editaron en
Buenos Aires y se difundieron en la república (así como en países vecinos) 90 libros y folletos de autores
anarquistas, principalmente europeos, y de algunos activistas locales. De este modo Buenos Aires, a fines
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del siglo XIX y comienzos del siglo XX, se convirtió en uno de los dos centros principales en el continente
americano para la difusión de publicaciones anarquistas (el otro era Paterson, en los Estados Unidos). La
propaganda escrita en ese entonces, por intermedio de las publicaciones, tuvo amplia difusión; además
de la literatura impresa en Buenos Aires, Argentina era un mercado vasto para absorber literatura anar-
quista europea: francesa, italiana, y sobre todo española. Los libros, periódicos y folletos de las editoriales
anarquistas de Barcelona y Madrid llegaban pronto a Argentina y eran absorbidos por un público lector
numeroso”. La edición del libro de Oved (1978) El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina, publicada
por Siglo XXI, no incluye la parte citada de la tesis.
11. El mismo autor afirma, quizá con demasiado énfasis, que no hubo país donde el anarquismo tuviera
tanta influencia en la literatura como en Argentina, salvo un corto período en Francia: “Se puede de-
cir que la gran mayoría de los jóvenes escritores en la Argentina se han ensayado desde 1900 [...] como
simpatizantes del anarquismo, como colaboradores de la prensa anarquista y algunos como militantes
[...]” (op. cit., p. 121). Aunque considerando exagerada esta afirmación de Santillán, Oved reconoce que
“el anarquismo ejerció influencia sobre un número de autores jóvenes destacados en la primera década
del siglo XX. En esos años estaban muy cerca la bohemia porteña y los círculos anarquistas; varios de los
cafés más famosos de Buenos Aires, por ser lugar de cita de los bohemios [...] eran conocidos también
como lugares de reunión de anarquistas activos” (Oved, 1975, pp. 369-370, t. 2). En estos círculos brillaba
con luz propia la figura intelectual más relevante con que contó el anarquismo en la Argentina, Alberto
Ghiraldo. Sobre la relación entre el anarquismo y la intelectualidad argentina, tema aún no suficiente-
mente abordado, véanse entre otras obras: Cordero (1962); Bagú (1963); Giusti (1965).
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12. En una entrevista concedida al periódico La Stampa, Francesco Saverio Merlino, ese socialista anár-
quico al que Robert Michels definió como “el primer revisionista de Marx en el campo de los socialistas ita-
lianos”, extendía un certificado de defunción del anarquismo espontaneísta y romántico de fin del siglo:
“Creo que el partido anárquico está destinado a desaparecer. Es mi impresión particular que el partido
anárquico no posee más ningún hombre de primera línea [...] Por lo demás, el partido anárquico ya no
produce más intelectualmente; ninguna obra científica o política de valor ha surgido de alguna mente
del partido anárquico, que tampoco ha logrado procrear nada nuevo. Cuando el pensamiento anarquista
generaba vigorosas manifestaciones en los Estados Unidos, en Alemania, en la propia Inglaterra, el mo-
vimiento anárquico lograba expandirse. No solo se ha detenido; está concluido” (Bakunin, 1971, p. 698). El
agotamiento teórico del pensamiento anarquista no logrará ser superado ni por figuras de la importan-
cia política de un Enrico Malatesta, o de un Camillo Berneri, en España. Solo en los años sesenta, y como
resultado del cuestionamiento anticapitalista del movimiento estudiantil y de luchas obreras de nuevo
signo, emerge una izquierda extraparlamentaria y radicalizada que además del marxismo recupera la
temática antiautoritaria y no institucional del anarquismo y del comunismo de izquierda europeo de la
década del veinte. Lo cual, aunque no siempre se esté dispuesto a reconocerlo, contribuyó decisivamente
a incorporar a la discusión sobre el socialismo un conjunto de problemas soslayados durante muchos
años por el movimiento obrero internacional. Antes que una resurrección del anarquismo es posible afir-
mar que estamos presenciando una recuperación por parte del movimiento socialista –en el más amplio
sentido de esta palabra de una constante libertaria a la que las experiencias socialdemócratas y comunistas
ahogaron en la teoría y en la práctica del movimiento social.
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13. Son bastante ilustrativas al respecto las “Consideraciones finales” con las que Abad de Santillán (1971,
pp. 285-293) termina su libro sobre la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), fechadas el 31 de
diciembre de 1932, o sea, en momentos en los que la sociedad capitalista en su conjunto, y en particular
la argentina, atravesaban una profunda crisis económica, social y política: “[La FORA] ha cumplido hasta
aquí, como ninguna otra organización en América, con su misión de defensa de los trabajadores, en
resistencia tenaz y abnegada contra el capitalismo. Pero no basta ya la resistencia; es preciso encarar
más y más la superación del actual sistema económico [...]. No es ya la defensa la que ha de primar, sino
el ataque, y ese ataque implica una mejor disposición de nuestras fuerzas, pues en el terreno económico
la producción y el consumo no pueden ser interrumpidos, so pena de hacer odiosa la revolución y de
tener que sostenerla solo a base de nuevas dictaduras [...]. En una palabra, el centro de la FORA hasta
aquí, la resistencia al capitalismo, hay que desplazarlo por este otro: la preparación revolucionaria. La
preparación revolucionaria tiene dos aspectos, uno económico y otro insurreccional [...]. La FORA reco-
noce como medios de lucha para la conquista de mejoras económicas y morales solo la acción directa, es
decir, la acción en la que no intervienen terceros y que se desarrolla por los trabajadores mismos frente
al capital explotador y al Estado tiránico”. El arma específica de que dispone, la huelga general, responde
perfectamente, según Santillán, a la lucha contra el capitalismo y el Estado en el régimen capitalista; sin
embargo, no permite al movimiento salir de él y destruir el monopolio de la riqueza y del poder capitalis-
ta: “La huelga, el boicot y el sabotaje valen para arrancar esas conquistas y para defenderlas; para destruir
los pilares del capitalismo no basta. Y la FORA quiere destruir esos pilares, para eso ha sido creada, para
eso ha sido sostenida”. Para superar esta “falla en su táctica”, la FORA debe “afilar las armas de la revolu-
ción y declarar que lo mismo que las conquistas parciales tienen sus métodos propios y lógicos, los tiene
la destrucción del régimen de opresión y explotación en que vivimos [...]. La revolución tiene sus armas
propias, y una organización obrera no puede concertarlas más que en estos dos métodos: Ocupación de las
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La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América Latina
fábricas, de la tierra y de los medios de transporte. Insurrección armada para la defensa de esa ocupación”. Resultará
una tarea vana buscar en el libro alguna previsión concreta de los procesos reales a través de los que una
organización extremadamente debilitada por las divisiones internas, la represión policial y la coyuntura
económica de crisis, como era la FORA a comienzos de los años treinta, podía ser capaz de efectuar, en
un tiempo más o menos razonable, un desplazamiento de fuerzas como el planteado. El llamado a la
insurrección en boca del autor no es sino una exhortación a no integrarse, a resistir paciente y obstina-
damente la derrota para estar prontos a usufructuar la inevitable victoria del mañana.
14. Bayer enfatiza el papel desempeñado por la FORA del V Congreso, es decir, por la organización que
se mantuvo fiel a los principios del “comunismo anárquico”, en el establecimiento de un nexo orgánico
dúctil y creativo de una masa de trabajadores de por sí bastante difícil de organizar. “La central obrera
anarquista había logrado algo que luego ningún movimiento político-gremial superó en nuestra historia:
la formación de las ‘sociedades de oficios varios’ en casi todos (¡sic!) los pueblos de campaña. Y lo que es
más, casi todas (¡sic!) con sus órganos propios de expresión o sus propios volantes impresos. Es a la vez
curioso e increíble lo que hizo el anarquismo por el proletariado agrario argentino: hubo pueblos o pe-
queñas ciudades del interior donde el único órgano de expresión, el único periódico, era la hoja anarquis-
ta, con sus nombres a veces chorreando bondad, a veces oliendo a pólvora. Y los únicos movimientos cul-
turales dentro de esas lejanas poblaciones fueron los conjuntos filodramáticos que representaban obras
de Florencio Sánchez, Guimerá o Dicenta [...]. En los pueblos de campaña con estación de ferrocarril se
juntaban tres organizaciones obreras anarquistas: la de conductores de carros, la de oficios varios (en la
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José Aricó
que entraban los peones de la cosecha) y la de estibadores, es decir, los que hombreaban las bolsas de los
carros al depósito de la estación y de la estación a los vagones. Las tres organizaciones eran autónomas
pero a su vez pertenecían a la FORA en un sentido descentralizado y de amplia libertad interna. Ya lo
decía el pacto federal de la FORA: las sociedades (los sindicatos) serán absolutamente autónomas en su vida
interior y de relación y sus individuos no ejercerán autoridad alguna. Además, se reafirmaba este principio de libertad
y descentralización en el punto 10, cuando se establecía con énfasis: ‘la sociedad es libre y autónoma en el seno de la
federación local; libre y autónoma en la federación comarcal; libre y autónoma en la federación regional’” (Bayer,
1975, pp. 121-125). Es posible pensar que el autor, dejándose llevar por su identificación con el mundo
intelectual y moral de la resistencia anarquista, exagera el grado de organicidad y extensión alcanzado
por el movimiento obrero rural de orientación anarquista. Sin embargo, es preciso reconocer que es a
Osvaldo Bayer a quien le corresponde el mérito de haber re-exhumado el tema del sindicalismo agrario,
que no obstante haber sido durante las dos o tres primeras décadas del siglo una experiencia de funda-
mental importancia en la formación política de las capas trabajadoras rurales, aún no ha sido estudiado
ni siquiera en la etapa primaria de recopilación de fuentes. El trabajo (Bayer, 1975) sobre la huelga de los
obreros rurales de Jacinto Arauz, ocurrida el 9 de diciembre de 1921 en esa pequeña población pampeana,
se publicó originariamente en la revista Todo es Historia en 1974, y sigue siendo en la actualidad una expre-
sión desoladoramente solitaria de una orientación de búsqueda todavía no encarada. Recordemos que es el
mismo Bayer el autor del revelador dossier (cf. Los vengadores de la Patagonia trágica) sobre el genocidio de los
obreros rurales de la Patagonia durante la presidencia de Yrigoyen (Bayer, 1972; 1974; 1978 [tomo publicado
en Alemania Federal]) y de la biografía del anarquista italiano Di Giovanni (Bayer, 1970).
15. Por “comunicatividad” de clase debe entenderse la elaboración de una conciencia unitaria que une
a los trabajadores en torno a objetivos comunes, independientemente de las situaciones concretas, que
son, por lo general, bastante diversas entre sí.
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La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América Latina
16. Sobre el papel de Enrico Malatesta en las polémicas internas del anarquismo y como difusor de los
ideales del comunismo anárquico en el movimiento obrero rioplatense, véase la biografía de Nettlau
(1923), en especial el cap. XIV, y Oved (op. cit., pp. 17-21). Pero el análisis más exhaustivo de la relación
entre el revolucionario italiano y el surgimiento del movimiento obrero en Buenos Aires durante los
años 1885-1889 es el ensayo de Zaragoza Ruvira (1972, pp. 401-424). Sobre Pietro Gori, que arribó a Buenos
Aires a mediados de 1898 y permaneció casi cuatro años en el país, véase el encendido elogio que le hace
otro emigrado, Gilimón (1911/2011, p. 32; subrayado nuestro): “Y cuando entre ellos ha habido alguno,
como Pedro Gori, de figura atrayente, de gestos elegantísimos y de una elocuencia florida y encantadora,
deleitosa en la forma y profunda en el concepto, el éxito ha sido clamoroso y triunfal. En no pequeña
parte débese el incremento del anarquismo a ese poeta, sociólogo, jurista, orador sin rival y hombre cari-
ñoso, bueno, sin pose, que se llamó Pedro Gori. Su verbo atrajo a la juventud estudiosa e hizo sobreponer
la tendencia anarquista a la socialista. Sin él, es posible que el Partido Socialista hubiera crecido a la par
de las falanges anárquicas a pesar de contar el socialismo en su contra varios factores de importancia [¡sic!];
Gori dio un impulso extraordinario al anarquismo en la Argentina, cuyo territorio recorrió en todas las
direcciones, dando conferencias y captándose simpatías por su carácter, tanto como por su talento”.
Véase también Oved (op. cit., pp. 106-110), que considera a Gori como “una personalidad impresionante y
con una capacidad de propaganda excepcional”, siendo “su aporte a la corriente de los adictos a la organi-
zación muy valioso”. Sin embargo, y como correctamente advierte Oved, la actividad de Gori pudo ser tan
importante porque contribuyó a aglutinar, o a consolidar, una tendencia hacia la organización de la acti-
vidad reivindicativa obrera que ya se había abierto paso en el seno de los trabajadores. “Una evidencia es
el hecho de que el afianzamiento de los círculos ‘organizadores’ se cumplió en pocas semanas, y es difícil
de suponer que surgió de la nada, por generación espontánea, o por influjo exclusivo de un solo propa-
gandista como Pietro Gori” (op. cit., p. 108). De todas maneras, es indiscutible el papel desempeñado por
el anarquista y penalista italiano en la incorporación a la militancia social de un núcleo significativo de la
joven inteligencia porteña, como Pascual Guaglianone, Félix Basterra, Alberto Ghiraldo y otros. Sobre la
estadía de Gori en la Argentina, véase la extensa crónica de Larroca (1971, pp. 44-57).
367
José Aricó
17. El más ilustrativo es el caso del líder obrero chileno Luis Emilio Recabarren. Luego de una prolongada
militancia en su país, Recabarren viaja en 1916 a la Argentina y participa allí activamente en el movimien-
to obrero y en el socialismo. Cuando en el interior del Partido Socialista se opera la división provocada
por la postura en favor de la guerra y de los aliados, adoptada por el bloque parlamentario y luego por
la dirección del partido, Recabarren se inclina decididamente en favor de la tendencia de izquierda y en
un congreso extraordinario (el 5 y el 6 de enero de 1918) decide formar el Partido Socialista Internacional
(luego Partido Comunista). De igual manera, participó poco después en la creación de una corriente
internacionalista en Uruguay. Aunque no siempre recordado así, Recabarren fue uno de los precursores
del comunismo argentino y uruguayo, y el fundador, en 1922, del Partido Comunista de Chile. En Buenos
Aires escribió, entre otros textos, dos ensayos motivados, sin duda, por las experiencias recogidas duran-
te su militancia en el socialismo argentino: Lo que puede hacer la municipalidad en manos del pueblo inteligente
y Proyección de la acción sindical (Recabarren, 1917a, 1917b).
18. Al igual que lo ocurrido en Europa, en América Latina el proceso de organización de la clase obrera
en el plano sindical y político reproducía una insuprimible tensión interna del propio proceso. La dialéc-
tica anarquismo/socialismo no estaba expresando en el plano de la ideología y de la acción política la
polaridad verdad/error, como creían los antagonistas, sino dos fases o perspectivas de una situación en
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La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América Latina
sí misma contradictoria. Por esto, atribuir el predominio de una u otra corriente exclusivamente a las
características estructurales de la clase obrera latinoamericana (del tipo: masas de extracción artesanal
= anarquismo; proletario industrial = socialismo) es una explicación que soslaya aspectos tan importan-
tes y decisivos como, por ejemplo, el de las experiencias políticas previas y el tipo de organizaciones en
cuyo interior realizaron experiencias de luchas sociales buena parte de los líderes obreros y de la masa
de trabajadores movilizados. El hecho de que las características estructurales establezcan los límites de
la acción sindical y hasta los módulos organizativos, no significa que determinen el signo ideológico de
tal o cual organización. Porque las clases obreras argentina y chilena tenían fuertes rasgos distintivos,
una misma ideología y propuesta política como la socialista tenía en ambos países una morfología y
funcionalidad diferenciadas.
19. Es importante recuperar esta observación de Labriola que considera al marxismo como un fenómeno
históricamente determinado y no como un sistema dogmático de verdades ya adquiridas desde las pri-
meras elaboraciones de Marx y Engels. Y esto por dos razones: en primer lugar, para superar una concep-
ción restrictiva y maniquea de la historia del marxismo y del movimiento obrero; en segundo lugar, para
poder abordar en términos de problemática historicidad la querella acerca del encuentro del marxismo, en
cuanto teoría de la transformación social, con el movimiento social no solo de los países capitalistas cen-
trales, sino también en el resto del mundo. El reconocimiento implícito en la formulación de Labriola de
que la maduración del pensamiento de Marx no es un hecho puramente individual, puesto que se corres-
ponde con la maduración de un proceso en el que adquiere una decisiva importancia la transformación
histórica de ese sujeto concreto al que la doctrina asigna una función esencial, instala a la investigación
historiográfica en el terreno concreto de una realidad dada y otorga al encuentro del marxismo con el mo-
vimiento obrero el carácter de un problema siempre abierto en la medida en que cada uno de los térmi-
nos se resuelve en su relación con el otro. La definición del encuentro en términos de correspondencia es una
vía para eludir el falso dilema de las interpretaciones marxistas condenadas a oscilar entre una versión
especulativa y una versión pragmática de la relación entre teoría y movimiento social.
En cuanto al contenido en sí de la afirmación de Labriola (1973: 88), es innegable que una experiencia
como la de la Primera Internacional a la que indirectamente se refiere, en la medida en que estaba enca-
minada a superar el nivel de “secta” de la acción obrera y socialista anterior para dar paso “a la verdadera
organización de la clase obrera para la lucha”, debía ser de fundamental importancia para la elaboración
marxiana y condujo a Marx y a Engels a la firme convicción de que la desembocadura de ese proceso debía
ser la formación de partidos nacionales autónomos de la clase obrera. Vale la pena citar al respecto una co-
municación de Engels al Consejo Federal español de la Internacional, escrita el 13 de febrero de 1871, donde
aparece taxativamente enunciada la idea de que la formación de los partidos políticos nacionales era el re-
sultado inevitable de un proceso de maduración de la autonomía política de la clase obrera: “La experiencia
ha demostrado en todas partes que el mejor medio para liberar a la clase obrera de esta dominación de los
antiguos partidos consiste en fundar en cada país un partido proletario con una política propia, política que
se distinga claramente de la de los demás partidos, ya que debe expresar las condiciones de emancipación
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José Aricó
de la clase obrera. Las particularidades de esta política pueden en cada caso variar según sean las circuns-
tancias de cada país; pero puesto que las relaciones fundamentales entre capital y trabajo son en todas
partes las mismas y puesto que en todas partes subsiste el hecho del poder de las clases poseedoras sobre las
clases explotadas, los principios y el fin de la política proletaria serán idénticos, por lo menos en todos los
países occidentales” (Marx y Engels, 1962, p. 288, t. 17).
20. La exhumación del archivo del checo Anton Neugebaur ha permitido reconstruir la historia del club
Vorwärts, el cual, por lo menos hasta principios de los noventa cuando el grupo de G. Avé-Lallemant
conquista su dirección, nucleaba no solo a socialistas marxistas, como se pensaba erróneamente, sino
también a republicanos y anarquistas. Véase sobre este tema el artículo de Klima (1974, pp. 111-134), que
consultó dicho archivo.
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21. Sostiene Avé-Lallemant (1903, p. 838; subrayado nuestro): “En el interior de los círculos militantes
predomina un sentimiento abiertamente antirreligioso. Pocos argentinos poseen una idea clara de la
grandiosidad del ateísmo y del materialismo, ni pueden tenerla puesto que, lamentablemente, el método
de enseñanza en los países neolatinos es descuidado, la elaboración del pensamiento filosófico no está arrai-
gada en la raza, y, sobre todo, no se practica el pensar en general. Todo se supedita ciegamente a la concepción
autoritaria, mientras que una corriente con inclinación mística subyace decididamente en los mejores
obreros de origen español”.
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La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América Latina
22. Aún falta un estudio detenido sobre el papel desempeñado por la emigración alemana en la forma-
ción del socialismo latinoamericano. Pero sobre la diferencia entre la emigración “latina”, y más parti-
cularmente italiana, y la alemana, resultan sugerentes las observaciones de Gramsci (1953, pp. 210-211):
“En Alemania el industrialismo produjo en un primer tiempo una exuberancia de ‘cuadros industriales’,
que fueron quienes emigraron en condiciones económicas bien determinadas. Emigró un cierto capital
humano apto y calificado, junto con una cierta escolta de capital financiero. La emigración alemana era
el reflejo de cierta exuberancia de energía activa capitalista que fecundaba economías de otros países
más atrasados o del mismo nivel, pero escaso de hombres y de cuadros dirigentes. En Italia el fenómeno
fue más elemental y pasivo y, lo que es fundamental, no tuvo un punto de resolución, sino que aún conti-
núa [...]. Otra diferencia fundamental es la siguiente: la emigración alemana fue orgánica, es decir junto
con la masa trabajadora emigraron elementos organizativos industriales. En Italia emigró solo masa
trabajadora, preferentemente todavía informe tanto desde el punto de vista industrial como intelectual”.
Es posible pensar que haya sido esta doble condición de “técnicos” e “intelectuales” que caracterizaba
a la emigración alemana lo que contribuyó además a reforzar ese paternalismo característico de la so-
cialdemocracia alemana. Un caso paradigmático es el de Germán Avé-Lallemant (1835-1910), ingeniero
agrimensor y estudioso del marxismo, que fundó en 1890 el semanario El Obrero, y figura relevante de un
grupo compuesto en su mayor parte de alemanes (Augusto Kühn, Guillermo Schulze, Gotardo Hümmel,
Germán Müller) que contribuyeron a formar el Partido Socialista, en el interior del cual mantuvieron
siempre una actitud crítica y de principios, y que finalmente formaron parte desde sus inicios del Partido
Comunista. Una recopilación parcial de los escritos de Avé-Lallemant, precedida de una introducción de
Leonardo Paso, se publicó hace algunos años (Avé-Lallemant, 1974). Pero el estudio más detenido de su
vida intelectual y política, aunque deformado por una visión fuertemente ideologizada y anacrónica de
los términos del debate en el interior del Partido Socialista, sigue siendo el de Ratzer (1969).
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23. Pablo Zierold (?-1938), técnico alemán que emigró a México en 1888, constituye otro ejemplo semejan-
te al de Avé-Lallemant y el grupo de emigrados alemanes de Buenos Aires. Además de las notas enviadas
a Die Neue Zeit mantuvo correspondencia con Bebel, Liebknecht y Rosa Luxemburg y tradujo al español
artículos y ensayos de socialistas europeos. En 1911 fue uno de los fundadores del Partido Socialista Obre-
ro mexicano, organizado según el modelo del Partido Socialista español. Lamentablemente su archivo,
legado después de su muerte al Partido Comunista mexicano, se ha extraviado, por lo que hasta ahora
resulta imposible reconstruir tanto la intensidad de sus relaciones con los socialistas europeos, como la
historia de ese partido. Tomamos la referencia de García Cantú (1969, pp. 130-132).
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24. Sobre este tema véase la reciente obra Marx y América Latina de José Aricó (1980) y los comentarios críti-
cos de Oscar Terán, Emilio de Ípola y Carlos Franco publicados en Socialismo y Participación (1981, pp. 63-72).
25. Sin hablar ya de las organizaciones socialistas de Asia o de Europa sudoriental, y contrariamente a
una creencia generalizada, puede afirmarse que las relaciones entre la Segunda Internacional y los par-
tidos socialistas o grupos de internacionalistas latinoamericanos existieron desde el momento mismo
de su constitución. El Partido Socialista Argentino, por ejemplo, participó con delegaciones propias en
buena parte de los congresos internacionales y ocupó un puesto permanente en las sesiones del BSI des-
de 1901 hasta los umbrales de la Primera Guerra Mundial. Más que de incomunicación habría que hablar
con mayor justeza de incomprensión. Como señala W. Abendroth, “La base de la Internacional [...] se
hallaba en los partidos europeos. Los delegados americanos no jugaron un papel importante en ninguno
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la industria difícilmente podrían liberarse por sus propias fuerzas” (Thalheimer, 1911, p. 860; citado en
Mármora, 1981); Eugen V. Debs (1912, p. 31; citado en Mármora, 1981, n. 8) sostiene que la consigna “de los
liberales, ¡Tierra y Libertad!, ¡Expropiación de los latifundios! no parece correcta. Las masas proletarias
mexicanas son ignorantes, supersticiosas, desorganizadas, completamente esclavizadas y oprimidas.
Antes de realizar una ‘revolución económica’ hay que esclarecer a esas masas e imbuirlas de conciencia
de clase”.
27. El 21 de febrero de 1913 el Vorwärts (Buenos Aires) escribe que “los oprimidos tomaron las armas en
busca de su liberación y no lograron más que un cambio de opresor”. Dos días después, el 23 de febrero,
caracteriza a los dirigentes de la revolución como simples bandidos.
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28. La única referencia que hemos podido obtener sobre este corresponsal es una mención circunstancial
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del dirigente comunista Rodolfo Ghioldi. En un reportaje que le hiciera Emilio J. Corbière, y al rememo-
rar su etapa juvenil de militancia en el Partido Socialista, dice: “Constituíamos un grupo juvenil socialista
numeroso y también nos apoyaban algunos veteranos socialistas. El proceso en el que se desarrolló la
tendencia de izquierda dentro del Partido Socialista arranca a principios de la década del diez. De aquella
época son testimonios Palabras Socialistas, una publicación quincenal, y Adelante, órgano de la Federa-
ción de las Juventudes Socialistas. [...] Nosotros constituimos la Juventud Socialista ‘Amilcare Cipriani’
–anexa al Centro de la Sección 8ª que tenía su sede en Mármol 911. Trabajamos organizando cursos de
capacitación y conferencias. López Jaime pronunció una sobre ‘El concepto materialista de la historia’ y
recuerdo también al malogrado joven Cornelio Thiessen, fallecido a principios de 1916, y que trabajó en
torno al problema del militarismo” (Corbière, 1974, p. 22).
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29. Ya a comienzos de siglo Werner Sombart (1906) había de poner en duda la necesidad de la coinciden-
cia entre capitalismo y desarrollo de un movimiento obrero socialista. En 1906 publica un ensayo titulado
sugerentemente Warum gibt es in den Vereinigter Staaten kein Sozialismus? con el propósito, al final no logra-
do, de dar una respuesta a la refutación práctica que la experiencia predominante en los países anglosa-
jones hacía de su tesis sobre el socialismo como expresión ideológica necesaria derivada de la existencia
económico-corporativa inmediata de los trabajadores. Para la conciencia socialista de fines de siglo, la
experiencia de la sociedad americana obligaba a una ampliación considerable de la teoría marxista y a la
necesidad de un enriquecimiento de la imagen que se tenía del socialismo. Como es evidente, analizar la
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La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América Latina
se había topado con este problema cuando trató de determinar las cau-
sas de la distinta función que desempeñaba en una y otra parte la repú-
blica burguesa: forma política de la subversión de la sociedad burguesa
en Europa era en América del Norte su forma conservadora de vida. En
países de vieja civilización, con una formación de clase desarrollada, con
condiciones modernas de producción “y con una conciencia intelectual
en la que todas las ideas tradicionales se hallan disueltas por un traba-
jo secular” la república burguesa, en cuanto forma política, facilitaba la
transición a una forma social distinta. Pero en los Estados Unidos de
América, “donde, si bien existen ya clases, estas no se han plasmado
todavía, sino que cambian constantemente y se ceden unas a otras sus
partes integrantes, en movimiento continuo; donde los medios moder-
nos de producción, en vez de coincidir con una superpoblación crónica,
suplen más bien la escasez relativa de cabezas y brazos, y donde, por úl-
timo, el movimiento febrilmente juvenil de la producción material, que
tiene un mundo nuevo que apropiarse, no ha dejado tiempo ni ocasión
para eliminar el viejo mundo fantasmal” (Marx, 1852/1973, p. 416, t. 1)30,
allí, o en países semejantes, la república burguesa es “la forma conserva-
dora de vida” de esa sociedad.
La escasez de brazos y la extrema movilidad social que de esta deriva;
la ausencia de una conciencia intelectual capaz de disolver en un trabajo
secular todas las ideas tradicionales... Solo basta agregar ese elemento
que los explica a ambos: la presencia de inmensos territorios libres, para
experiencia socialista en los Estados Unidos solo en términos de “fracaso” impide plantearse la verdadera
pregunta: hasta qué punto hubo o no una “americanización” de las doctrinas socialistas y a qué organiza-
ciones dieron vida dichas doctrinas que significaron un momento de relevante importancia en la consti-
tución de la clase obrera norteamericana. Pero un estudio de este tipo requiere necesariamente estudiar
la historia del socialismo norteamericano no solo en relación con la evolución social y económica del país,
sino también preguntarse de qué manera tal historia estuvo unida a la del socialismo europeo.
30. Justo utiliza estas frases de Marx para mostrar que, al igual que en los Estados Unidos, en la Argentina
resulta imposible mantener el carácter exclusivamente “obrero” del Partido Socialista, el cual sufre, como
la sociedad en su conjunto, un incontrolable proceso de movilidad social. “Es un país aquel, y quizá lo es
en bastante grado este, en que un proletariado puede llegar en un período relativamente breve a la situa-
ción de empresario, de patrón, de capitalista más o menos grande, y donde, por consiguiente, un partido
como el nuestro, si conserva los elementos humanos que entran a formarlo [...] es seguro que ha de tener
en sus filas, después de cierto número de años, cierto número de patrones, aunque sea un partido obrero
y socialista” (Justo, 1921/1947, p. 354).
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que aparezca ante nuestros ojos ese haz de singularidad sobre el que la
conciencia radical europea fundará las razones de la anomalía america-
na. Si para Hegel la existencia de la tierra libre imposibilitaba de hecho la
emergencia de un Estado moderno o, dicho de otro modo, de la sociedad
burguesa como tal, en la medida en que la emigración constante diluía
las diferencias de clase, para Marx la inexistencia de la presión sobrepo-
blacional colocaba a los Estados Unidos fuera de la revolución europea
presagiada. La revolución socialista –y por lo tanto, agregamos nosotros,
el movimiento social capaz de llevarla a cabo– no podría abrirse paso allí
mientras la colonización capitalista no se hubiera agotado en Occidente.
La suerte de América, la posibilidad de formar un sistema compacto de
sociedad civil y de experimentar las necesidades de un estado orgánico,
solo habría de decidirse, tanto para Hegel como para Marx, cuando los
espacios libres se hubieran llenado y cuando la sociedad pudiera con-
centrarse sobre sí misma. Civilización burguesa e inmigración masiva
se evidencian así como dos aspectos de un mismo proceso, y el espectro
de la lucha de clases parece derivar inexorablemente de la consumación
de ambos. El Nuevo Mundo permitía a la economía política del Viejo
descubrir el secreto del modo capitalista de producción y de acumula-
ción en la medida en que mostraba que solo es posible a condición de
aniquilar la propiedad privada que se funda en el trabajo propio o, lo que
es lo mismo, la expropiación del trabajador.
Mientras el caudaloso y continuo torrente humano que todos los
años Europa depositaba en América encontrara la forma de disemi-
narse por un vasto territorio libre, la producción capitalista avanza-
ría lentamente. Cuando el proceso se revirtiera o la ola inmigratoria
europea fuera superior a la capacidad de absorción del territorio, la
producción capitalista avanzaría a pasos de gigante, aunque la de-
pendencia del asalariado tardara en alcanzar los niveles logrados en
Europa. Mientras cualquier hombre pudiera convertirse, si no en capi-
talista, por lo menos en un hombre independiente, produciendo o co-
merciando con sus propios medios o por su cuenta, no existía espacio
alguno en el interior del cual la clase obrera pudiera madurar para un
movimiento histórico independiente. Pero apenas el desarrollo capi-
talista concentrara la riqueza y distribuyera ampliamente la pobreza,
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31. Carta de Engels a Florence Kelly Wischnewetsky, del 27 de enero de 1887: “Nuestra teoría es una teoría de
desarrollo, no un dogma a aprender de memoria y a repetir mecánicamente. Cuanto menos se les macha-
que a los norteamericanos desde afuera y cuanto más la pongan a prueba con su propia experiencia –con
ayuda de los alemanes tanto más profundamente se incorporará a su carne y a su sangre [...] Creo que toda
nuestra experiencia ha mostrado que es posible trabajar junto con el movimiento general de la clase obrera
en cada una de sus etapas sin ceder u ocultar nuestra propia posición e incluso nuestra organización, y
temo que si los germano americanos eligen una vía distinta cometerán un grave error” (Engels, 1979, p. 316).
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32. La correspondencia de Marx y Engels con los americanos (en su mayoría emigrantes alemanes) es
bastante ilustrativa de la despreocupación por la teoría de que hacen gala. Evidentemente tenían una
noción aproximada del modo de formación de la sociedad americana y de los efectos que sobre ella
podían tener las sucesivas oleadas de inmigrantes y la consiguiente incorporación a la producción de
una mano de obra en extremo diferenciada, tanto racial como culturalmente. Comprendieron hasta
dónde resultaba difícil formar allí un tejido unitario en términos de conciencia de clase, y se sintieron
inclinados a valorizar, de una manera inusual en ellos, todo movimiento práctico de los trabajadores;
comprendiendo que, como tal, dicho movimiento no podía dejar de tener profundas implicaciones
teóricas. Mientras sometieron a una virulenta crítica el Programa de Gotha, que sirvió de base a la
unificación del movimiento obrero alemán en 1875 en un único partido socialdemócrata, en el caso
del movimiento obrero norteamericano estaban dispuestos a considerar de modo favorable cualquier
programa que, manteniéndose en el terreno de clase, permitiera al movimiento dar un paso adelante.
Esta actitud, aparentemente contradictoria, en realidad no es tal si se la analiza desde la perspectiva
política en la que Marx se colocaba, y no desde las consecuencias que se cree deducir de sus concep-
ciones. Lo que Marx creía encontrar en el obrero alemán y lo llevaba a atribuirle una función em-
blemática, no podía en modo alguno descubrirlo en el obrero norteamericano, lo cual muestra hasta
qué punto es errónea, o por lo menos parcial, la afirmación, que ya es casi un lugar común, de que
Marx y Engels no entendieron la naturaleza específica de los partidos socialistas que se organizaron
en el marco del desarrollo capitalista. Esta opinión no puede sostenerse si en lugar de tomar como
patrón de medida la relación entre Marx y el movimiento obrero alemán introducimos a esta en el
contexto más amplio del movimiento obrero europeo y americano.
De todas maneras, es evidente que ambos tendieron a observar el movimiento americano con las lentes
del inglés, influidos, acaso, por los elementos de convergencia que podían encontrarse en los procesos
formativos de ambos. Abrigaron idénticas esperanzas en la capacidad de ambas clases obreras de supe-
rar el peso retardatario de sus respectivas tradiciones, sin comprender cabalmente cuán distintas eran
entre sí. Dicho de otro modo, no pudieron imaginar hasta dónde las características de la sociedad ameri-
cana colocaban al movimiento de sus clases trabajadoras fuera de las experiencias europeas conocidas, y
por lo tanto también fuera de los propios esquemas marxistas, de sus fundamentos doctrinarios y hasta
de sus fases de elaboración. Lo cual plantea el problema de los límites de la teoría y no simplemente los de
su aplicación, terreno este en el que, como es explicable, ni Marx ni Engels pudieron instalarse.
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33. En 1895 Juan B. Justo realiza un viaje de estudios a Estados Unidos y Europa. Desde allí envía al pe-
riódico obrero La Vanguardia una serie de notas que fueron luego reunidas en un folleto titulado En los
Estados Unidos (Justo, 1928). La idea de que es en ese país donde se estaba operando un experimento
vinculado al destino futuro de toda la humanidad recorre sus páginas. Veamos, por ejemplo, la com-
paración que hace con su propio país: “La población blanca en los Estados Unidos proviene casi toda
de las naciones europeas que hoy más sobresalen por su energía y su aptitud de organización. Se ha
desarrollado libre de toda traba feudal como las que aún pesan sobre algunos de los pueblos de Euro-
pa; libre de todo militarismo, porque no tiene vecinos temibles, ni colonias que defender; libre de las
convulsiones de los países sudamericanos, donde la clase gobernante, de una incapacidad económica
completa, ha luchado, dividida en facciones, por el privilegio de oprimir una clase inferior, ignorante y
débil, o donde, como en la República Argentina, una numerosa y activa población extranjera se mantiene
fuera del organismo político del país. Constituyen, pues, los Estados Unidos, entre las grandes naciones
modernas, la sociedad que más se acerca al tipo industrial, y colocada en las condiciones más favorables
para su prosperidad. Si esa prosperidad está ahora matizada con miseria, si el desorden y la anarquía han
hecho su aparición en la sociedad americana [...] el origen de todo eso tiene que estar en que el sistema
industrial muy adelantado ya no está en armonía con las instituciones vigentes, ni con el nivel intelectual
y moral de la población y exige perentoriamente en ellos un adelanto proporcional. Es en Norte América
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La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América Latina
donde el capitalismo se desarrolla hoy más grande y más libre. Es aquí, pues, donde conviene estudiar su
evolución” (Justo, 1928, pp. 5-6).
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34. “El pueblo argentino no tiene glorias. La independencia fue una gloria burguesa; el pueblo no tuvo
más parte en ella que la de servir los designios de la clase privilegiada que dirigía el movimiento. Pero
pronto tuvo que luchar contra esta clase para defender el suelo en que vivía contra la rapiña y el absoluto
dominio de los señores [...]. El gaucho vio su existencia amenazada, e, incapaz de adaptarse a las condi-
ciones de la época, se rebeló. Así nacieron las guerras civiles del año veinte y subsiguientes, que fueron
una verdadera lucha de clases. Las montoneras eran el pueblo de la campaña levantado contra los señores
de las ciudades [...]. Los gauchos defendían el terreno que pisaban; luchaban a su modo por la libertad. Su
resistencia, sin embargo, fracasó. ¿Por qué fracasó? Porque eran de una incapacidad económica completa;
su insurrección, puramente instintiva, no tendía más que a dejar las cosas como estaban, a un imposible
statu quo, que les permitiera seguir viviendo como habían vivido hasta entonces” (Justo, 1947, T. VI: 37-38).
“Los gauchos no eran ‘un pueblo lleno de la conciencia de sus intereses y de sus derechos políticos’, como
lo pretende el historiador López, y lo creen quienes toman en serio el mote aquel de ‘Federación’; no eran
tampoco una ‘inmunda plaga de bandoleros alzados contra los poderes nacionales’, como dice el mismo
historiador. Eran simplemente la población de los campos acorralada y desalojada por la producción
capitalista, a la que era incapaz de adaptarse, que se alzaba contra los propietarios del suelo, cada vez
más ávidos de tierras y de ganancias [...]. Poco a poco la población campesina fue domada por los mismos
que ella había exaltado como jefes, y de toda esta lucha no resultó nada permanente en bien de quienes
la habían sostenido: los campesinos insurreccionados y triunfantes no supieron establecer en el país la
pequeña propiedad. Para ellos, esta hubiera sido, sin embargo, el único medio de liberarse efectivamente
de la servidumbre y del avasallamiento a los señores; como establecer la pequeña propiedad hubiera sido
el medio más eficaz de oponerse a las montoneras y de cimentar sólidamente la democracia en el país”
(Justo, 1947, T. VI: 167). Como luego veremos, esta idea de una democracia rural cimentada en un desa-
rrollo agrario de tipo norteamericano constituye uno de los presupuestos de la estrategia justista de un
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35. Nada hay más estéril para la indagación crítica de los elementos fundantes de una identidad propia de
América Latina –más allá de las diferencias y semejanzas de sus territorios nacionales constitutivos– que
la idea de un continente colocado fuera de la historia universal, categoría con la que hemos aceptado de-
signar la historia de Occidente, o dicho de otra manera la historia de la expansión mundial de la sociedad
burguesa. La “utopía de América” no es, en realidad, sino una proyección mítica de la conciencia culposa
de Occidente. Producto de esa civilización que nos constituyó como realidad social y cultural, no somos
sino sus hijos putativos, a veces exaltados y muchas otras condenados. Ni excepción, ni perversión, no
hay salvación para nosotros, en el caso de que la humanidad tenga alguna, “sin la ciencia y el pensa-
miento europeos u occidentales”, como reconocía Mariátegui. La crisis de la racionalidad occidental es
también la nuestra, y solo desde el interior de ella y de todo lo que ella libera es posible pensar un mundo
nuevo y los caminos propios que todo pueblo recorre para construir su identidad propia en ese universal
colectivo que es el mundo de los hombres. Bien vista, la idea de la existencia de un “continente del por-
venir” reconoce como fundamento la posibilidad abierta para toda la humanidad de construir una nueva
civilización que involucra necesariamente al socialismo; en caso contrario, solo es un sustituto ideológi-
co del encubrimiento real del statu quo.
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36. Véase, por ejemplo, el caso paradigmático del libro de Fermín Chávez (1977). La crítica de las utopías
iluministas de la clase dirigente argentina, definidas como “ideologías de la dependencia”, se hace desde
una perspectiva que enfatiza un “pensamiento nacional” que, aunque se reconoce que aún no está for-
mulado como tal, subyace, según el autor, en una supuesta voluntad historicista de un pueblo argentino
metafísicamente pre constituido. Para Chávez (1977, p. 30), “el día que la historia de la cultura argentina
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Es verdad que la tentativa de trazar un plano del país para luego edi-
ficarlo realizada por las élites letradas argentinas no logró un consenso
tal que obviara las luchas violentas por las que debió atravesar el país
para que, en 1880, el Estado emergiera como un todo concluido. Y tam-
bién es cierto que el resultado no coincidió en mucho con los proyectos
alentados por un ideal democrático como el de Sarmiento, por ejemplo.
Entre dichos proyectos, o los de Alberdi u otros, y el proceso de cons-
trucción del Estado argentino se fue abriendo una cisura cada vez más
profunda que terminaría frustrando las esperanzas de la inteligencia
argentina. Si la república parecía haber encontrado en 1880 el camino
señalado por Alberdi (s.d.), el Estado a que dio lugar no resultó ser “el
instrumento pasivo de una élite política”. La excesiva gravitación al-
canzada por “ese servidor prematuramente emancipado y difícilmente
controlable” suscitaba fuertes dudas sobre la probable evolución futura
del país hacia una república verdadera. Sarmiento (s.d.) pretendió mo-
dificar la realidad de un sistema representativo falseado en su funciona-
miento concreto mediante la naturalización en masa de los extranjeros.
Pero su propuesta no tuvo resonancia alguna en la sociedad, y esto por
la sencilla razón de que las clases propietarias argentinas, que detenta-
ban los derechos electorales, no estaban en modo alguno interesadas en
extenderlos a otros sectores sociales y en hacerlos respetar. Cuando por
motivos muy poderosos dicha actitud debió modificarse en sectores
decisivos de estas clases, la reforma electoral pudo abrirse paso. Como
advierte Halperin, “más que un proyecto realizable, el de Sarmiento es
una nueva manifestación de la curiosa lealtad al ideal democrático que
mantiene a través de una larga carrera política en que su papel más
frecuente fue el de defensor del orden, y aun en momentos en que su
preocupación inmediata es –como en esta última etapa de ella– limi-
tar la influencia de los desheredados” (Halperin Donghi, 1980). Aunque
distinta de como la soñó la generación del 37, la Argentina de 1880 es, a
su modo, una nación moderna. Pero ha dejado aún sin respuesta “una
se escriba sobre un nuevo eje, habrá que dar el sitio y el espacio que le corresponde al pensamiento histo-
ricista o antiiluminista que transcurre de Alberdi a Taborda, y a aquellas obras literarias que, exaltando y
defendiendo lo americano de la barbarie europeísta, constituyen una suerte de antifacundos que rebaten
la funesta fórmula sarmientina”.
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una expansión del centro capitalista hacia la periferia que los definido-
res de ese proyecto se proponían a la vez acelerar y utilizar” (Halperin
Donghi, 1980, p. XIII).
La quiebra del Estado liberal y la restauración conservadora inicia-
da en los treinta tenían la virtud de mostrar las miserias de las clases
propietarias argentinas, vinculadas por lazos económicos, ideológicos
y políticos de subordinación al capitalismo extranjero y en particular a
Inglaterra. Sin embargo, la condena de esas clases (definidas curiosa-
mente por los revisionistas no en términos de grupos de intereses o de
capa social, sino de una élite unificada por una mentalidad extranjeri-
zante, esto es, de una “oligarquía”) se alimentaba de una tradición cul-
tural tan fuertemente tributaria de la derecha antijacobina francesa que
concluía por negar cuanto de democrático pudiera haber en la tradición
liberal. No es por esto casual que dicha corriente se fuera constituyendo
en torno a la crítica del gobierno radical de Yrigoyen no por sus insu-
ficiencias reales, sino por sus aspectos democráticos, por su condición
de “plebeyo”. La quiebra del Estado liberal era la consecuencia lógica de
un régimen político que, al colocar el poder de decisión en manos de
las masas populares, conducía a desjerarquizar la función pública y a
negar el pale de dirección que por naturaleza correspondía a ciertas éli-
tes. El antiideologismo revisionista, su rechazo de la utopía iluminista,
encubre, en realidad, una actitud abiertamente hostil contra una ideo-
logía determinada: la ideología democrática heredada de la Revolución
Francesa, cuyos principios, según Ernesto Palacio (1960, p. 24) “implican
la negación de todas las condiciones de la convivencia social”37.
Colocado en una perspectiva ideológica y política pretendidamen-
te nacionalista –aunque de hecho usufructuaria del pensamiento de
Maurras y de la derecha francesa– el revisionismo histórico fue un vio-
lento contradictor de aquellas interpretaciones que, como la de Justo,
intentaban explicar los conflictos dominantes en la Argentina posrevo-
lucionaria en términos de lucha de clases. Y aunque este revisionismo
37. Es, como advierte Halperin “un antiintelectualismo propio de intelectuales, que si creen que una ideo-
logía tiene por sí sola fuerza suficiente para deshacer todo un orden secular, es porque creen implícita-
mente que las ideas gobiernan la historia” (Halperin Donghi, 1970, p. 17-18).
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38. Declara Justo en la fundamentación de un proyecto de legalización de las asociaciones obreras por él
presentado a la Cámara de Diputados, en 1912: “La intervención del Estado, la extensión de sus atribucio-
nes, no las queremos, señor presidente, sino en la medida en que la clase trabajadora conquista el poder
político, penetra dentro del Estado y lo impregna de sus ideales” (Justo; citado por Cúneo, 1956, p. 35-36).
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41. Véase su Informe al Partido Socialista Argentino del 27 de junio de 1919 (Justo, 1919/1947b, pp. 15-49) y
la conferencia pronunciada en un Centro socialista el 13 de diciembre (Justo, 1921/1947, pp. 352-376), que
representan la exposición más razonada y completa de la concepción de Justo acerca de las vinculaciones
entre el Partido Socialista y el movimiento democrático burgués.
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Por los mismos días en que Croce iniciaba [...] la crítica de algunas
ideas y proposiciones de Marx, y en que Bernstein todavía exiliado
en Londres comenzaba en la revista Neue Zeit una serie de artículos
[...] bajo el título común de ‘Problemas del socialismo’, Justo funda-
ba entre nosotros el Partido Socialista que, si bien inspirado en el
ideario del autor de El Capital se diferenciaba netamente de la ma-
yoría de las agrupaciones hermanas de Europa por la modernidad
de su lenguaje, su actitud crítica y su disposición al libre examen.
Justo nos dio así un partido socialista al día, despojado de intran-
sigencias estériles, aligerado de cargazones dogmáticas y en el que
no era posible advertir la existencia de residuos antiliberales, tan
comunes en la conformación ideológica de algunos partidos del
viejo continente.
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42. Ocurre simplemente que en aquellos países donde se formaron partidos socialistas sobre bases socia-
les no claramente diferenciadas, en los que no existía previa o simultáneamente una tradición marxista
fuerte o personalidades teóricas relevantes, y la doctrina de Marx era leída con las lentes de ideologías
socialistas heredadas de las tradiciones revolucionarias francesas e inglesas, el reformismo social no
tenía necesidad alguna de modificar una teoría marxista revolucionaria a través de un abierto o velado
“revisionismo”. Sobre el tema véanse Eric J. Hobsbawm (1974, p. 265) y también los ensayos de Hobs-
bawm y otros (1980).
43. Las conferencias pronunciadas por Jean Jaurès en Buenos Aires, en septiembre y octubre de 1911,
fueron taquigrafiadas y traducidas por Antonio de Tomaso y luego publicadas en volumen aparte: Con-
ferencias (Jaurès, 1911/1922).
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Son estas mismas ideas las que alimentan las concepciones de Justo, su
visión de la historia de las sociedades humanas, del papel transformador
de las masas cuando están guiadas por un ideal de transformación. Por
lo que resulta doblemente curioso que nunca se haya intentado analizar
el paralelismo de ambas figuras del socialismo, ni siquiera a la luz de un
texto tan sugerente e ilustrativo como las conferencias porteñas de Jaurès.
Ambos aceptaron la lucha de clases como ese drama necesario por
el que la humanidad debía atravesar para que una nueva sociedad pu-
diera abrirse paso44. Aunque próximos al marxismo, se separaron de él
cuantas veces lo creyeron necesario, porque la teoría solo podía ser tal si
dejaba de ser una doctrina abstracta para convertirse en un cuerpo de
pensamientos apto para descubrir o inventar las formas nuevas que el
ideal socialista debía adquirir en cada sociedad nacional concreta.
44. En el homenaje que la Cámara de Diputados rindió al presidente de la república, Roque Sáenz Peña,
que acababa de fallecer, Justo pronunció un discurso en el que, luego de reconocer los méritos de un
hombre que “supo comprender en su hora una gran necesidad pública”, concluía afirmando: “Ha realiza-
do sin esfuerzo aparente, en este continente de revueltas sangrientas y estériles, una verdadera revolu-
ción incruenta y fecunda. Lo colocamos al mismo nivel de los hombres que en el arte y en la ciencia, en la
economía y en la técnica, propulsan el progreso humano. Y por eso el Partido Socialista extiende también
su aplauso a la memoria del presidente extinto. Con ello probamos que si la lucha de clases es para nosotros
una necesidad, no es un ideal. Se nos impone como un hecho. Su noción y su práctica nos vienen de la sociedad misma
en que vivimos y nuestra actividad fundamental tiende a hacerla más humana, más conducente. Si ha de haber par-
tidos, ¿qué partidos son más justificados que aquellos en que esté dividida la sociedad misma por sus leyes fundamen-
tales? Con nuestra actitud, aportando a la deliberación pública de los negocios de la Nación la opinión de
la clase productora manual, de la clase productora por excelencia, contribuimos a que se solucionen los
problemas nacionales en la mejor forma. Estamos seguros de evitar así conflictos ciegos y destructivos en el seno
de la sociedad en que vivimos” (Justo, 1914; citado por Cúneo, 1956, pp. 342-343, énfasis nuestro).
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45. En el artículo “Question de méthode”, bastante difundido en idioma español en las primeras décadas
del siglo, Jaurès (1899/1933, p. 112-113) definía claramente su propuesta de una política socialista fuerte-
mente proyectada a la actividad política cotidiana; capaz, por lo tanto, de eludir el encierro de una labor
organizativa e ideológica concebida solo en términos de una ritual, antes que real, preparación para la
conquista del poder. Si una fuerza socialista no puede renunciar, sin negarse a sí misma, a su propio
proyecto de transformación social, la lucha revolucionaria, o, en los términos de Jaurès, el “método revo-
lucionario, debe ser acompañado de un método de organización y de asimilación cotidiana, en el cual el
proletariado deberá emplear todas sus fuerzas, asimilando cuanto sea posible a las demás clases [...]. Es
preciso que en la democracia burguesa no exista una sola cuestión referida a la enseñanza, al arte, a la
finanza, en la que el socialismo no dé pruebas, desde ahora, de tener soluciones preparatorias superiores,
desde el solo punto de vista democrático y humano, a las soluciones burguesas. Es preciso que por esta
vía él constriña y obligue a sus militantes a un esfuerzo continuo de estudio y de pensamiento que hará
del Partido Socialista la élite activa y pensante de la humanidad”.
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46. Según el investigador norteamericano Weinstein, que tuvo acceso al archivo de Justo, “[…] existen ar-
tículos y cartas inéditas que evidencian que mantenía una activa correspondencia con líderes sindicales
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del continente y que era un verdadero portavoz del obrero latinoamericano [¡sic!]. Se conserva corres-
pondencia con Santiago Iglesias de Puerto Rico, Juárez de El Salvador, Moisés de la Rosa y L. Grana-
dos (h.) de Colombia, Alejandro Escobar y Carvallo, Francisco Carfías Merino y José Ibsen Coe de Chile,
Emilio Frugoni del Uruguay y Ramiro Villasboas (h.) del Brasil. Este material revela además que esos
dirigentes estaban familiarizados con los escritos de Justo, sea a través de La Vanguardia, de artículos o
de libros que este les enviaba” (Weinstein, 1978, pp. 182-183 y ss.). Se conserva además su correspondencia
con Pablo Iglesias, fundador y dirigente del Partido Socialista Obrero Español, y con diversas otras per-
sonalidades sociales europeas. Weinstein afirma que “este material no solo completa la imagen de Justo
como representante del pensamiento latinoamericano, sino que además indica que es posible una inves-
tigación más completa de las relaciones entre el Partido Socialista Argentino y los partidos socialistas de
los restantes países de América Latina” (Weinstein, 1978, p. 184).
47. Las relaciones entre los partidos socialistas de Uruguay y de Argentina fueron siempre muy estrechas.
Por sus concepciones, su estilo de acción y el carácter de su núcleo dirigente, el uruguayo mostraba estar
poderosamente influido por el argentino. Pero Emilio Frugoni (1880-1969), que era su figura intelectual
y política más destacada, no logró constituir un grupo dirigente de la calidad y de la experiencia política
del que formó Justo. Recordemos, además, que cuando en 1919 se da en Lima una tentativa efímera de
formación de un partido socialista, ella estuvo vinculada a ciertas iniciativas de acción continental propi-
ciadas por el Partido Socialista Argentino. Véase sobre el tema el libro de Rouillon (1975, p. 259 y ss.).
Un explícito y muy elogioso reconocimiento de esta función relevante desempeñada por el socialismo
argentino en el subcontinente está contenido en el saludo enviado por el Partido Socialista Obrero de
España con motivo de la realización del III Congreso del PSA, en julio de 1900: “En vosotros –dice el
mensaje– beben las ideas socialistas los uruguayos, los chilenos, los peruanos; vosotros sois la Alemania
socialista de la América hispana” (PSOE; citado por Cúneo, 1956, p. 232).
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48. Sobre el proyecto de Justo en particular, véase Halperin Donghi (1976, pp. 473-478).
49. Retomando la observación de David Viñas (1971, pp. 212-213), Halperin menciona la nueva y definitiva
popularidad adquirida por el mito de Juan Moreira cuando es llevado al teatro. Fue el conjunto teatral de
los Podestá, una familia proveniente de inmigrantes italianos, el que llevó hasta los últimos rincones del
país “las desgracias del pobre cuya justa venganza sobre su implacable acreedor no tiende a ser vista ya
sobre la clave exclusiva de una oposición entre gauchos y gringos; es la reaparición de Martín Fierro en la
prensa anarquista, como víctima simbólica de la opresión política y social, que convive con las denuncias
contra la ‘barbarie gaucha’ de los gobiernos represores” (Halperin Donghi, 1976, p. 477).
50. Sobre las causas que impulsaron al presidente Roque Sáenz Peña a poner en marcha una reforma polí-
tica que daría como resultado el triunfo de Hipólito Yrigoyen en las elecciones presidenciales de 1916 véase,
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en especial, el excelente libro de Natalio R. Botana (1977, p. 217-345); más referida al tema del conflicto entre
sistema político y clases populares, es por muchos motivos valiosa la contribución de David Rock (1977).
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51. Los grandes conflictos sociales que en 1917 dieron lugar a un movimiento huelguístico sin preceden-
tes (entre otros, ferroviarios y portuarios) culminan en enero de 1919 con una huelga general reprimida
violentamente por el gobierno. La “semana trágica” de enero abrió una crisis profunda en la sociedad y
en el seno del gobierno radical, hasta ese momento proclive a aceptar la legitimidad de las luchas obreras.
Dos hechos fundamentales mostraron la debilidad de los soportes sociales sobre los que se apoyaban los
cambios intentados por Yrigoyen e hicieron emerger a esas mismas fuerzas que, una década después,
provocaron la ruptura del régimen de gobierno representativo y la caída de la segunda presidencia de
Yrigoyen. Por primera vez las fuerzas armadas se vieron envueltas de manera directa en la represión
social y participaron como árbitros de la suerte del gobierno civil; además, y juntamente con el ejército,
en la acción represiva participan grupos paramilitares integrados por civiles de clase media y alta, expre-
sivos del temor generalizado en las capas medias por la subversión social. Si durante una primera etapa
del gobierno de Yrigoyen sus relaciones con las clases dominantes estuvieron mediadas, en gran parte,
por su política de coalición con el movimiento obrero, desde 1919 en adelante la política de los radicales
tenderá a consolidar un bloque con la clase media urbana. Véanse, sobre este tema, Rock (1977, pp. 167-
204); Godio (1972). Un comportamiento semejante tuvo poco tiempo después el gobierno de Yrigoyen
cuando se produjeron los movimientos huelguísticos de los peones rurales de la Patagonia, en 1921-1922.
Una vívida reconstrucción del conflicto y de la masacre de más de 1.500 trabajadores llevada a cabo por el
ejército y la guardia blanca de los terratenientes es la obra ya citada de Osvaldo Bayer (1972, 1974, 1978) Los
vengadores de la Patagonia trágica, en cuatro volúmenes. Considerados estos conflictos desde una perspec-
tiva actual, resulta evidente que por sus características propias, y por la ausencia de fuerzas radicalizadas
en condiciones de aprovecharlos con propósitos revolucionarios, estos conflictos nunca significaron una
amenaza real para el orden social vigente. Sin embargo, la gravedad de la crisis económica y social y los
hechos revolucionarios europeos hicieron creer a muchos que efectivamente existía un grave peligro de
trastrocamiento del sistema político y social existente. Y esto explica el violento desplazamiento de los
sectores medios hacia una política fuerte de reconstitución del orden, que se expresó orgánicamente con
el surgimiento de la Liga Patriótica Argentina. Pero a diferencia de lo ocurrido con las bandas armadas
que en los años anteriores colaboraban con la policía en la destrucción de los locales y de las publicacio-
nes socialistas y anarquistas, la Liga Patriótica Argentina representó el primer grupo con propósitos
antirrevolucionarios organizado de modo permanente y con una propuesta orgánica de resolución de
los conflictos sociales.
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reserva, que cada año cruza los mares para trabajar en los miles de
trilladoras a vapor que funcionan cada verano en este país, ¿no es la
mejor prueba de que la agricultura argentina es a tal punto capita-
lista y está en tal grado vinculada a la economía mundial, que ya no
puede engendrar las ideas políticas de los viejos pueblos de campe-
sinos propietarios? (Justo, 1908/1947, pp. 243-244).
52. Sobre la estrecha relación entre progreso económico y control de la clase trabajadora, véanse además
los trabajos recopilados por Giménez Zapiola (1975); Flichman (1977); Cortés Conde (1979).
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53. Sobre la crítica de Justo al carácter parasitario, según él derivado de la condición absentista de buena
parte del capital extranjero, véanse las observaciones de Halperin Donghi (1976, pp. 474- 477).
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54. Además de los trabajos de Rock (1977); Laclau (1975); Flichman (1977) y Cortés Conde (1979) ya citados,
sobre este tema véanse: Ferns (1968); Scobie (1968) y Laclau (1978, pp. 164-233).
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55. Resolución adoptada en el IX Congreso de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) del 1 al
4 de abril de 1915. El Congreso resuelve “pronunciarse contra el proteccionismo, por cuanto reconoce
que si bien el intercambio libre y universal puede, en ciertos casos, lesionar intereses circunscriptos de
determinados grupos industriales de trabajadores, el proteccionismo representa una forma artificial de
concurrencia en la producción que solo puede sustentarse a expensas de las clases consumidoras, enca-
reciendo el precio real de las mercaderías”. Citado por Laclau (1975, pp. 40-41).
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Hay una industria sana que crece espontáneamente en el suelo del capi-
talismo argentino; ella necesita de la “protección” del Estado no porque
encuentre en este su condición de existencia, sino porque a través de la
56. Estas expresiones son de 1921, pero ya en sus primeros escritos insistía sobre la misma perspectiva:
“La ilusión está en creer que el progreso del país depende de la implantación de industrias artificia-
les o que las buenas industrias necesitan protección legal. La tontería es no darse cuenta de que esta
protección se hace en detrimento de su propia industria, de la ganadería y de la agricultura, bases del
bienestar y del adelanto económico del país [...]. Un partido librecambista debe congregar cuanto antes
a los capitalistas de la industria rural. Ella no pide protección del Estado, ni la necesita; pero no puede
sufrir por más tiempo sin protesta, las leyes del proteccionismo. Que haya en buena hora una industria
argentina, pero no a costa del debilitamiento de las principales fuentes de riqueza que tiene el país”
(Justo, 1896/1947c, pp. 135-137).
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Me hice socialista sin haber leído a Marx, arrastrado por mis senti-
mientos hacia la clase trabajadora en la que veía una poderosa fuerza
para mejorar el estado político del país. Mis más importantes lectu-
ras de orden político y social habían sido, hasta entonces, las obras
de Herbert Spencer, que en estilo claro y relativamente ameno, ha
escrito sobre lo que algunos llaman sociología, pretendida ciencia en
la que no creemos. Nos sentimos, en cambio, bien dentro de la his-
toria, desarrollo continuo y eterno de la humanidad, en que, activa
y pasivamente, tomamos parte, y es porque queremos imprimir a la
historia un sentido dado que tratamos de ver bien claro en los acon-
tecimientos para dirigirla mejor. Asimismo la lectura de Spencer me
había dado algunas ideas, que ya eran un paso para orientarme en el
desbarajuste político del país, que después de Sarmiento no había tenido
hombres de ideas sustanciales. El teorema spenceriano de la evolución
social de tipo primitivo militar a un tipo industrial definitivo, fue
uno de los motivos ideológicos de mi adhesión al socialismo. Spencer
también me iluminó haciéndome ver lo relativo e imperfecto de la
función del Estado, lo muy poco que puede la ley, y curándome así
de todo fetichismo político, de toda superstición por el poder de los
hombres que hacen leyes y decretos. La lectura de Marx me hizo ver
más allá; comprendí la superficialidad de Spencer al denunciar al so-
cialismo como la esclavitud del porvenir, crítica en la cual caía en el
doble error de suponer que el esclavo trabaja siempre para su amo
y los asalariados modernos siempre para sí mismos. De las ideas de
Spencer me quedó, sin embargo, bastante sedimento para que al
hacerme socialista, es decir, amigo de la formación y del desarrollo
de un partido político obrero empeñado en la conquista del poder,
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57. De sus innumerables escritos mencionamos: “El programa socialista del campo” (1901); La cuestión
agraria (1915b), que incluye como apéndice una conferencia sobre “La renta del suelo” (1915a); ¿Crisis ga-
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nadera o cuestión agraria? (1923), que reproduce su intervención parlamentaria de los días 20 y 21 de abril
de 1923. En el Congreso socialista realizado en La Plata en julio de 1901 se aprobó el programa agrario re-
dactado por Justo. De su vocación por los problemas del campo argentino, quizá debida también a la dura
tensión familiar que debió soportar cuando joven, entre una madre que lo deseaba intelectual y un padre
que se batía infructuosamente por convertirlo en un hacendado, dan una buena prueba sus reiterados
intentos por compatibilizar su profesión y su vocación políticas con la de un productor agrario moderno.
Ya no solo su instalación como médico rural en Junín, con el propósito de investigar el problema agra-
rio, sino también su finca en Morón, luego la compra de la chacra “La Vera” en Tío Pujio –experiencia
que su socio de aventura, Nicolás Repetto (1960) cuenta en su ilustrativo libro Mi paso por la agricultura–,
finalmente su residencia en la chacra “Los Cardales”, donde fallece. Precisamente de esta etapa última
de su vida, y de su amor a la naturaleza transformada por el hombre, nos habla Alicia Moreau de Justo
(1938, pp. 25-28) en “Algunos recuerdos de su estada en ‘Los Cardales’”. Por esta relación particular con el
mundo rural Justo se aproxima a esa otra gran figura democrática argentina, Lisandro de la Torre, de un
modo mucho más significativo que cuanto hasta ahora se ha analizado. De todas maneras, es esta una
perspectiva de búsqueda no ensayada todavía.
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58. Véanse al respecto las consideraciones hechas por el Comité Ejecutivo del PSA en su informe presen-
tado al Buró de la Internacional Socialista sobre el fraccionamiento partidario que condujo a la forma-
ción del Partido Socialista Independiente enfrentado al oficial: “A partir de 1914 –año en el que el Partido
obtiene sus grandes triunfos electorales logrando la mayoría de diputados por la Capital, además de la
elección de un senador por el mismo distrito, y la de dos diputados a la Legislatura de la provincia de
Buenos Aires y uno a la Legislatura de Mendoza– el Partido comienza a sufrir una crisis de crecimiento.
Atraídos por estos éxitos engrosan sus filas numerosas personas sin educación ni costumbres de verda-
deros socialistas. Numerosos jóvenes que hasta entonces se habían conducido de una manera correcta y
en relación con los ideales que nosotros defendemos, entrevieron horizontes políticos más halagadores
que la ruda lucha del socialismo como fuerza de crítica y de control. Comienzan a verificarse en nuestra
propia organización algunos fenómenos desagradables de inconducta individual y de grupos que pre-
tenden aclimatar en nuestro seno las prácticas y los métodos que nosotros repudiamos de las facciones
de la política tradicional” (Vandervelde, 1928, pp. 7-8).
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59. Véanse sobre el tema los capítulos 7 y 8 del libro de David Rock (1977) y el relato hecho por la hija de
José Ingenieros, Delia Kamia (Ingenieros, 1957) de los contactos previos establecidos por los emisarios
personales del presidente de la república, Hipólito Yrigoyen, con algunos intelectuales vinculados al so-
cialismo y a la corriente sindicalista, con el propósito de lograr un acuerdo interpartidario. Resulta muy
ilustrativo el “Memorial sobre las orientaciones sociales del presidente Yrigoyen (1919-1920)” (Ingenieros,
1957), redactado como documento privado por J. Ingenieros frente a la eventualidad de un desenlace
fatal de sus malestares físicos. El “Memorial” es reproducido también en la recopilación de escritos de
Ingenieros (Ingenieros, 1979, p. 422) de la cual “Ingenieros, o la voluntad de saber”, la Introducción de
Oscar Terán (1979), representa un iluminador esfuerzo interpretativo de esta otra gran figura del socia-
lismo argentino (Cf. Ingenieros, 1979). De todas maneras, no hay que olvidar que la búsqueda por parte
de Yrigoyen de una aproximación política al socialismo aparecía ante estos como una pura maniobra
circunstancial, puesto que había sido precisamente el entorno de Yrigoyen el que más había combatido al
Partido Socialista, utilizando para ello los instrumentos más deleznables de esa “politiquería criolla” que
tanta repugnancia despertaba en Justo y sus compañeros. Cuando en 1914, Enrique Del Valle Iberlucea es
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electo senador de la Capital por el Partido Socialista, el senador José Emilio Crotto, presidente del comité
nacional del radicalismo y hombre de confianza de Hipólito Yrigoyen, es quien impugna al senador so-
cialista con argumentos como los siguientes: “[...] no tiene el candidato las cualidades necesarias para ser
senador [...] contribuye a que se expandan por el territorio de la República esas ideas antipatrióticas [...]
además de estas consideraciones, es de nacimiento extranjero [...] esos predicadores del parricidio, estos
enemigos de la humanidad incapaces de comprender que se viva y que se muera por el hogar y la bande-
ra, no deben merecer nuestra consideración” (Crotto ; citado por Cúneo, 1956, pp. 339-340). Ejemplos de
este tipo constituían hechos cotidianos en la vida política de ambas organizaciones, pero por encima de
la anécdota, lo que dificultaba una aproximación de ambas fuerzas, en el caso de que esto fuera realmen-
te posible, era por parte de los socialistas su total desconfianza por una política en la que solo veían los
fuertes elementos de continuidad con un pasado que ellos, en cambio, se proponían superar.
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60. El Comité de Propaganda Gremial fue constituido el 12 de mayo de 1914 por un conjunto de militantes
provenientes del movimiento juvenil socialista y que sostenían una política de oposición de izquierda en
el interior del PSA. Sus propósitos eran: “Constituir sindicatos gremiales entre los obreros de un mismo
oficio que aún no estén organizados en sociedad; Intensificar la propaganda gremial para el acrecenta-
miento de los sindicatos ya organizados; Crear sociedades de oficios varios en las localidades y entre los
obreros que por condiciones especiales no pueden por el momento constituirse en sindicatos de oficio;
Uniformar las organizaciones a constituir y las ya existentes mediante una eficaz y positiva reglamenta-
ción que, a más de estar basada en el espíritu de la lucha de clases que encarna el moderno movimiento
proletario, consulte asimismo todo otro género de necesidades, que, si bien son inherentes al régimen,
la organización obrera puede prever y atenuar; Levantar estadísticas del trabajo por gremios, número de
obreros de cada profesión, desocupación, salarios, condiciones de trabajo, costo de la vida y habitación
obreras, etc.; Publicar en hojas volantes el resultado de estas estadísticas y otras análogas del extranjero,
como asimismo todo aquello que tienda a ilustrar a la clase trabajadora en lo relativo a su progreso y
mejoramiento”. La necesidad de una organización semejante estaba dictada por un hecho que resulta
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sumamente ilustrativo de la indiferencia por la actividad sindical que invadió la vida interna del Partido
Socialista cuando comenzaron sus grandes éxitos electorales. Según observa el Informe publicado en
1917 por el CPG, “constituido el actual Comité, trató de desarrollar su acción preliminar entre el elemento
obrero incorporado al Partido Socialista, considerándolo como el más apto por su concepto de la lucha de
clases y aspiraciones de emancipación social. Indújole a esta preferencia, además de la circunstancia in-
dicada, el hecho de haber comprobado, mediante una estadística levantada en agosto de 1914, que un 95%
de los afiliados estaban sin agremiar” [!]. El Comité organizó –según reza su propio informe– a 16.671 trabaja-
dores, realizó 64 conferencias de propaganda, publicó 32 manifiestos con un tiraje de 67.500 ejemplares y
en momentos de su disolución tenía organizados 18 sindicatos y 3 centros culturales. De los documentos
sobre la polémica que se suscitó entre el CPG y la dirección de La Vanguardia y del Partido Socialista se
deduce que este organismo había logrado el suficiente éxito en su labor como para que despertara los
recelos de los dirigentes sindicales de la FORA y del propio Partido Socialista. Buena parte de los inte-
grantes del Comité de Propaganda Gremial pasarán luego a formar parte del nuevo Partido Socialista In-
ternacional surgido de una ruptura interna del socialismo. Véase Comité de Propaganda Gremial (1917).
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treinta, poco después de la muerte de Juan B. Justo, aparece la Revista Socialista, en 1933 se funda la Escue-
la de Estudios Sociales “Juan B. Justo” y en 1935, y como resultado de los esfuerzos de Julio V. González,
la Universidad Popular Socialista. Sobre la acción cultural socialista hasta los años veinte una buena sín-
tesis es la que ofrece Ángel M. Giménez (1927, pp. 56-86) en su ensayo “Treinta años de acción cultural”,
redactado con motivo del 30° aniversario de la fundación del Partido Socialista (30 de junio de 1896-1926).
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En nuestra opinión, Justo advirtió esa doble raíz del cosmopolitismo obre-
ro argentino y lo prueba el hecho de que su hipótesis se basara esen-
cialmente en las propuestas de: 1) nacionalización de las masas traba-
jadoras, y 2) acción política de la clase obrera; propuestas ambas que
por sí mismas implican una lucha política por superarlo. Comprendió,
quizá como nadie en su época, la necesidad de que el recientemente for-
mado Partido Socialista se fijara como tarea prioritaria la lucha por la
62. Sobre el “cosmopolitismo” de la clase obrera y sus raíces véanse las aclaraciones hechas en la nota 3 de
la Primera Parte del presente ensayo.
63. Es importante indicar la dimensión “antiestatal” del cosmopolitismo porque, aun admitiendo las difi-
cultades para el proceso de nacionalización de las masas que generaba su fuerte composición extranjera,
lo que realmente interesa analizar son las actividades desarrolladas para modificar esta situación, o la
ausencia de ellas, lo cual implica la incomprensión de los propios objetivos. De tal modo, se podrá dar una
importancia privilegiada “a los grupos que surgieron de esta situación por haberla entendido y modifica-
do en su ámbito” (Gramsci, 1977, pp. 24-27).
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64. En 1898 se produjo la primera división orgánica en el socialismo argentino. Uno de los motivos de la
ruptura, que luego se constituyó en el motivo central, giró en torno a los procedimientos para la elección
de los candidatos del Partido en las elecciones de ese mismo año. La decisión del Partido de excluir como
candidatos a los militantes que por su condición de extranjeros no tuvieran los derechos políticos motivó
la protesta del Centro Socialista de Barracas al Norte por lo que consideraba una flagrante discrimina-
ción. El Comité Ejecutivo (1896) responde sentando un criterio que luego constituiría un artículo del
Estatuto aprobado en el Primer Congreso partidario: “Puede haber algún extranjero o algún ciudadano
no inscripto que haya prestado a nuestra causa servicios de consideración; pero seguramente él será el
primero en comprender cuán poco importante es para el Partido que él tenga en todos los casos dere-
cho a voto en el funcionamiento interno del Partido. Lo importante para una organización que predica
la acción política es fomentar esa acción en todos sus miembros; y para eso nada tan razonable ni tan
necesario como dar mayor influencia dentro de la colectividad a los que por sus hechos responden mejor
a los fines de esta”. Posteriormente, el congreso partidario aprobará el siguiente artículo 7 de sus esta-
tutos: “En las cuestiones políticas (actitud del Partido en las elecciones, designación de candidatos, etc.)
solo resolverán los miembros del Partido que tengan los derechos políticos, y las mujeres adherentes,
despojadas por ley de estos derechos. Los demás miembros del Partido tendrán su campo de acción en
la propaganda, en las tareas administrativas de las agrupaciones, etcétera” (citado en Oddone, 1934, t. 1).
Los grupos disconformes con esta actitud formarán en 1899 una nueva organización a la que darán el
nombre de Federación Obrera Socialista Colectivista.
65. Era esta convicción la que animaba también a los autores de la reforma política de 1912. “Este país,
según mis convicciones después de un estudio prolijo de nuestra historia, no ha votado nunca”, afirmó
Joaquín V. González en el Senado de la Nación cuando se discutió la ley de reforma electoral propiciada
por Roque Sáenz Peña.
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66. Como señalaba Gramsci (1975a, pp. 120-121), “[…] el elemento popular ‘siente’, pero no siempre com-
prende o sabe. El elemento intelectual ‘sabe’ pero no comprende o, particularmente, ‘siente’. Los dos ex-
tremos son, por lo tanto, la pedantería y el filisteísmo por una parte, y la pasión ciega y el sectarismo por
la otra. [...] El error del intelectual consiste en creer que se pueda saber sin comprender y, especialmente,
sin sentir ni ser apasionado (no solo del saber en sí, sino del objeto del saber), esto es, que el intelectual
pueda ser tal [...] si se halla separado del pueblo-nación, o sea, sin sentir las pasiones elementales del pue-
blo [...]. No se hace política-historia sin esta pasión, sin esta vinculación sentimental entre intelectuales
y pueblo-nación”.
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67. En realidad, frente al método de Marx, Justo (1947, p. 262, t. 6) adopta una posición esencialmente
empirista, coincidente con la asumida por Bernstein: “No falta, pues, quien crea que si Marx y Engels han
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José Aricó
5. A modo de conclusión
llegado a grandes resultados, no ha sido gracias a la dialéctica hegeliana, sino a pesar de ella. Bernstein
achaca a las ‘trampas’ de este modo de raciocinio algunos de sus errores de hecho, como la predicción
de que la revolución burguesa alemana del año 48 sería el inmediato preliminar de una revolución pro-
letaria [...]. Toda la sección ‘Forma de valor’ del primer capítulo de El Capital, donde el autor dice haber
hecho gala del modo de expresión característico de Hegel, es un artificioso esfuerzo por demostrar que
la igualdad A = B es una desigualdad, y en la equiparación del valor de dos mercancías cualesquiera des-
cubrir por el raciocinio que una de ellas está en la ‘forma de equivalente’, es decir, de moneda”. Justo no
comprendió la importancia fundamental que tiene para el sistema científico de Marx el análisis de la for-
ma de valor y de las demás categorías económicas fetichistas. Considerándolas como puras “alegorías”,
como vacuna metafísica, Justo no entendió que con ellas Marx no pretendía fundar una nueva filosofía
sino precisamente escapar de esta. No para crear en su lugar una nueva “ciencia”, sino los instrumentos
para una crítica de la economía política, concebida por Marx como un cuestionamiento radical de toda la
ideología burguesa y, por tanto, también de la “ciencia”.
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68. Por todo eso no es casual que hayan sido los socialistas y los comunistas quienes en los años treinta
se convirtieran en las corrientes dirigentes del proceso de constitución de un nuevo sindicalismo in-
dustrial. Instalados en el conflicto de clases, su capacidad organizativa y su honestidad e inteligencia
les permitieron conquistar a sectores decisivos de la clase obrera para una intervención más activa en
la vida política de la república. Sin embargo, ni socialistas ni comunistas fueron capaces de incorporar
como problemáticas propias el conjunto de temas que de un modo u otro habían contribuido a suscitar
en los años anteriores a la crisis y que esta había hecho emerger con intensidad dramática. El problema
de la nación, de su identidad, de sus incapacidades, de la vinculación entre propuesta nacional y pro-
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La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América Latina
puesta socialista, entre intelectuales y pueblo, o dicho de otro modo, esa autocrítica nacional que la crisis
del treinta permitió realizar, fue encarada por corrientes ideológicas distintas y divergentes de aquellas
otras vinculadas al movimiento obrero, de modo tal que entre socialismo y nación se profundizó una
cisura en el momento mismo en que el socialismo mostraba una capacidad inédita de fundirse con la
única clase verdaderamente nacional.
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José Aricó
podemos precisar aquí hasta qué punto, a erosionar los obstáculos que
se interponían al triunfo del golpe de Estado en 1930, el análisis de las ra-
zones que condujeron a la derrota de un movimiento nacional y popular,
como era –no obstante todas sus limitaciones– el yrigoyenista, hubiera
obligado también a cuestionar los fundamentos de una política basada
en la identificación del bloque de fuerzas populares como los enemigos
frontales del proletariado.
Y aquí está, indudablemente, el momento de extrema debilidad del
razonamiento de Justo, pero también el de toda la izquierda argentina;
la incapacidad de comprender en la teoría y en la práctica que la sustitu-
ción de un ordenamiento capitalista por otro ordenamiento económico,
social y político distinto, fundado sobre nuevas relaciones de producción
y de propiedad, no solo supone el ascenso al poder de la clase obrera,
sino también –y nos atreveríamos a decir, esencialmente– de un bloque
de fuerzas sociales y políticas que, como tal, modifica los contornos y
funciones de todas las clases, incluida, claro está, la propia clase obrera.
Lo que no entendía Justo, pero no solo él, sino tampoco el maximalismo
que lo denostaba por “reformista”, era que el dilema falso entre refor-
mismo y maximalismo que dividía al movimiento obrero argentino por
esos años, y que lo siguió dividiendo de ahí en adelante, no era sino una
forma ideológica, y por tanto velada e inconsciente, de reproducir en su
propia interioridad la división entre economía y política sobre la que se
asienta la posibilidad incontrastada de reproducción del sistema al que
se creía afectar con uno u otro tipo de acción obrera.
El socialismo que precedió a la crisis del treinta –cuando hablamos
de tal no nos referimos exclusivamente al partido de Justo, sino también
a corrientes que, como el anarquismo, el sindicalismo y el comunismo,
defendían proyectos finalistas orientados al logro de una sociedad so-
cialista– se mostró incapaz de diseñar una estrategia orientada a dilatar
en la teoría y en la práctica las funciones de la clase obrera argentina, no
solo aquellas referidas a su definición económico-corporativa (políticas,
sindicales, cooperativas y culturales), como hizo precursoramente Justo,
sino aquellas otras que podían convertirlas en una clase nacional, esto es,
en la fuerza dirigente de un nuevo bloque social y de un nuevo proyecto
de sociedad. Las limitaciones de su pensamiento, que eran también y en
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La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América Latina
69. De las publicaciones aparecidas en los últimos años, vale la pena mencionar las introducciones de
R. Paris (1969, 1972) a las ediciones francesas e italiana de los 7 ensayos. En italiano, y con introducciones
de G. Foresta (1970) y de I. Delogu (1973) se publicaron sendas antologías de las “Cartas de Italia” y otros
escritos. En cuanto a sus trabajos sobre temas culturales y literarios fueron antologizados recientemente
por la editorial italiana Mazzotta, y prologados por A. Melis, estudioso de Mariátegui del que incorpo-
ramos en este volumen su contribución más importante. En español, las publicaciones son numerosí-
simas, por lo que solo mencionaremos algunas de las más significativas: D. Meseguer Illan (1974); Y.
Moretic (1970); H. E. Vanden (1975); G. Rouillon (1975, t. 1; 1977, t. 1 y 2). Deben mencionarse además los
varios volúmenes de recopilaciones de ensayos sobre Mariátegui publicados por la Editorial Amauta en
las series “Presencia y proyección de los 7 ensayos” y “Presencia y proyección de la obra de Mariátegui”. A
la misma Editorial Amauta, propiedad de la esposa y los hijos de Mariátegui, se debe la iniciativa invalo-
rable de la publicación de sus Obras completas en 20 volúmenes, y en ediciones reprint de sus dos más gran-
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José Aricó
des iniciativas culturales: el periódico Labor (Lima, 1974) y la revista Amauta (Lima, s.d.), 6 volúmenes que
contienen los 32 números publicados más dos números del suplemento Libros y Revistas que precedie-
ron su aparición. En los últimos años se han publicado además innumerables antologías y recopilaciones
de los trabajos de Mariátegui, muchas de ellas en ediciones populares y de elevados tirajes. Es de esperar
que en este año 1978, con motivo del cincuentenario de la aparición de los 7 ensayos de interpretación de la
realidad peruana (Mariátegui, 1928/1984), se reavive aun más el interés por su figura, a la que la crisis polí-
tica que sacude al Perú desde el golpe militar contra Velasco convierte en el punto central de referencia.
Anotemos desde ya la muy reciente publicación del folleto de César Germaná (1977): La polémica Haya de
la Torre-Mariátegui: Reforma o revolución en el Perú; el debate de varios intelectuales y dirigentes políticos:
Frente al Perú oligárquico (AA.VV., 1977); la exhumación de varias cartas escritas por Mariátegui con motivo
de la polémica con Haya de la Torre; etc. Esperemos que este sea también el año de la prometida publica-
ción de su correspondencia, fundamental para poder reconstruir con el máximo de objetividad posible el
período final de la vida de Mariátegui, tan oscuro todavía en algunos aspectos referidos a su relación con
la Internacional Comunista y a su polémica con los apristas. En tal sentido, lamentamos no haber podido
consultar aún el segundo tomo de la obra de Rouillon (1977).
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La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América Latina
70. Este es precisamente el tono que caracteriza el libro de Jorge del Prado, compañero de lucha de Ma-
riátegui en el proceso de gestación del Partido Socialista del Perú y en la actualidad, desde hace varias
décadas, secretario general del Partido Comunista peruano. En Mariátegui y su obra, Del Prado (1946) se
empeña en demostrar la presencia en Mariátegui de una suerte de stalinismo avant la lettre, al mismo
tiempo que lo convierte en un teórico del “frentismo” browderiano. Resultaría interesante analizar las
diversas reelaboraciones que sufrió este texto al cabo de los años como piezas fundamentales para la re-
construcción del itinerario de los comunistas peruanos. Constituye una demostración bastante elocuen-
te de las graves limitaciones de una historiografía de partido que hace de la unidad del grupo dirigente y
de su identificación rígida y sectaria con un módulo ideológico y político determinado el eje interpretati-
vo de una historia que presenta multiplicidad de articulaciones, de vacilaciones y de errores, de debates
y fraccionamientos. El resultado de una historia concebida de esta manera es, como diría Togliatti (1974)
la “representación de una ininterrumpida procesión triunfal” que, como es obvio, no puede explicar el
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hecho de que una organización con historia semejante haya fracasado históricamente en su doble ob-
jetivo de conquista de las masas y de transformación revolucionaria de la sociedad. Aunque, claro está,
siempre queda el recurso de la traición, que se convierte así en el canon interpretativo fundamental. Por
ejemplo, el fracaso de los comunistas en su política de conquista de las masas apristas en la década del
treinta se debió –según la Internacional Comunista– a las rémoras mariateguistas que repercutían en su
trabajo práctico; varios años después, cuando la caracterización del aprismo se ha modificado, la exclusi-
va responsabilidad del sectarismo de la etapa inicial del Partido Comunista del Perú recae sobre la acción
disociadora y de traición del renegado Ravines...
71. Véase la nota introductoria de César Levano (1976,p. 17, v. 16) a Figuras y aspectos de la vida mundial.
Levano refuta a Robert Paris afirmando sin, por supuesto, demostrarlo que entre la concepción soreliana
del mito y la que sustentaba Mariátegui hay una diferencia radical, dado que este no era “de ningún
modo, proclive a concesiones a las ideologías del enemigo de clase” (¡sic!). ¡Qué distancia hay entre las
palabras de Levano y otro autor, al que sin duda respeta, sobre la personalidad de Sorel! Nos referimos
a Antonio Gramsci y a la crónica que escribió en L’Ordine Nuovo comentando las declaraciones de Sorel
en favor de la Revolución de Octubre y de la experiencia inédita de los obreros turineses. Y dice Gramsci
(1919, p. 1): Sorel “no se ha encerrado en ninguna fórmula, y hoy, conservando cuanto hay de vital y nuevo
en su doctrina, es decir la afirmada exigencia de que el movimiento proletario se exprese en formas
propias, de que dé vida a sus propias instituciones, hoy él puede seguir no solo con ojos plenos de in-
teligencia, sino con el ánimo pleno de comprensión, el movimiento realizador iniciado por los obreros
y campesinos rusos, y puede llamar también ‘compañeros’ a los socialistas de Italia que quieren seguir
aquel ejemplo. Nosotros sentimos que Georges Sorel ha permanecido siendo lo que había sido Proudhon,
es decir un amigo desinteresado del proletariado. Por esto sus palabras no pueden dejar indiferentes a
los obreros turineses, a esos obreros que tan bien han comprendido que las instituciones proletarias
deben ser creadas ‘en base a un esfuerzo permanente si se quiere que la próxima revolución sea otra cosa
que un colosal engaño’”. Pocos años después, Togliatti rendía un homenaje al “pensador revolucionario
que permaneció hasta el fin siempre fiel a la parte mejor de sí”, afirmando que Sorel había reconocido en
el soviet “su” sindicato, “es decir la primera realización del sueño de Marx de la redención de los trabaja-
dores por obra de sí mismos, a través de un trabajo orgánico de creación de un nuevo tipo de asociación
humana” (Togliatti, 1922, p. 407-409, v. 1, n. 4). Es por esto que Sorel debe ser reivindicado como propio
por el movimiento obrero y socialista, rechazando el apresurado e injusto juicio de Lenin (s.d.) que lo
llamó “el conocidísimo embrollón”.
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72. Sobre el tema de las características ideológicas del grupo de jóvenes intelectuales turineses que ani-
maron la experiencia ordinovista, la bibliografía es extensísima, pero siempre es útil volver a las agudas
reflexiones de uno de sus más destacados participantes: Togliatti (1964/1977) “Rileggendo L’Ordine Nuo-
vo”, publicado en Rinascita el 18 de enero e incluido ahora en la recopilación de sus escritos sobre Antonio
Gramsci. Véanse también la introducción “Espontaneidad y dirección consciente en el pensamiento de
Gramsci” en Gramsci (1973, pp. 87-101); y el “Apartado II” del trabajo de Portantiero (1977, pp. 22-36).
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[…] hace del pensamiento de Gramsci una de las voces más auto-
rizadas de una perspectiva revolucionaria en Occidente, y que in-
tenta precisamente el camino de una relación no formal, sino real,
con el leninismo. Lo cual a su vez es verdadero porque el leninis-
mo de Gramsci es por otra parte un aspecto de una recomposición
más vasta, que compromete en primera persona al pensamiento de
Marx (Badaloni, s.d., p. 174)73.
73. Señalemos que para toda la temática del significado de la recomposición de las fuentes originarias
del marxismo gramsciano, y la formulación de nuevos conceptos teóricos para interpretar la realidad
de Occidente a partir de los ya elaborados por Gramsci, el libro de Badaloni (s.d.) tiene una importancia
fundamental.
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74. En este libro se incluye la serie de tres artículos que Mariátegui dedicó a Gobetti: “I. Piero Gobetti”, “II.
La economía y Piero Gobetti” y “III. Piero Gobetti y el Risorgimento” (1950, pp. 146-159). Originariamente
fueron publicados en la revista Mundial (12 y 26 de julio y 15 de agosto de 1929, respectivamente). Sobre
la relación entre Mariátegui y Gobetti, véase “Mariátegui e Gobetti” de Paris (1967) y la “Introduzione” de
Delogu (1973, LIII-LXIII).
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75. Sobre un periplo europeo como observatorio privilegiado para redescubrir la identidad propia de
América, Mariátegui hace unas curiosas reflexiones autobiográficas sobre las cuales no se ha insistido lo
suficiente. En una serie de notas dedicadas a Waldo Frank, Mariátegui observa que lo que lo aproximó
al autor de Nuestra América es “cierta semejanza de trayectoria y de experiencia”. “Como él yo no me sentí
americano sino en Europa. Por los caminos de Europa, encontré el país de América que yo había dejado
y en el que había vivido casi extraño y ausente. Europa me rebeló hasta qué punto pertenecía yo a un
mundo primitivo y caótico; y al mismo tiempo me impuso, me esclareció el deber de mi regreso, yo tenía
una conciencia clara, una noción nítida. Sabía que Europa me había restituido, cuando parecía haberme
conquistado enteramente, al Perú y a América [...] no es solo un peligro de desnacionalización y de des-
arraigamiento; es también la mejor posibilidad de recuperación y descubrimiento del propio mundo y
del propio destino. El emigrado no es siempre un posible deraciné. Por mucho tiempo, el descubrimiento
del mundo nuevo es un viaje para el cual habrá que partir de un puerto del viejo continente” (Mariátegui,
1950, pp. 211-214). El deber de una tarea americana... apareció ante el joven Mariátegui como un imperativo
moral cuando en Europa se sintió extraño, diverso e inacabado, cuando comprendió que allí “no era ne-
cesario”, y el hombre “ha menester de sentirse necesario” para poder emplear gozosamente sus energías,
para poder alcanzar su plenitud.
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II
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76. Debemos preguntarnos hasta qué punto es correcto y cuáles son las razones que impulsan a los his-
toriadores de filiación comunista a identificar a Mariátegui con otros destacados dirigentes del comu-
nismo latinoamericano (véase al respecto el artículo de V. Korionov incluido en la presente recopilación).
Si lo que los aproxima es el hecho de haber “levantado la bandera del internacionalismo proletario en
América Latina”, los puntos de comparación son importantes pero por completo insuficientes. Si, según
lo que se desprende del párrafo de Korionov (s.d.), Mariátegui al igual que los demás habría sido “uno
de los más ardientes propagadores de las ideas del marxismo-leninismo”, la identificación corre el ries-
go de hacer desaparecer lo que los distingue, es decir todo aquello que caracteriza la “singularidad” del
pensamiento de Mariátegui. Aunque más no sea desde un punto de vista metodológico, lo relevante no
es enfatizar la adscripción ideológica y política de Mariátegui a la III Internacional, puesto que esta es
innegable; lo realmente importante, y el único camino válido para reconstruir “su” marxismo, es señalar
lo que lo distinguía y hasta distanciaba de la Comintern. Solo así podremos entender, por ejemplo, la
diferencia de actitud mental, de estilo de razonamiento, de concepción política y de visión ideológica
que caracteriza a la polémica que Mariátegui y Mella emprendieron con Haya de la Torre y el aprismo.
Únicamente. El verdadero marxismo excluye el procedimiento del “pensar en abstracto”, porque solo
puede medirse en forma fructífera con la realidad: 1) si es capaz de no separar el juicio sobre un fenóme-
no histórico del proceso de su formación; 2) si en el examen de dicho proceso no convierte a una de sus
características en un elemento tal que le permita suprimir todas las otras. Siempre es útil recordar las
observaciones que hace Lenin contra ese estilo de pensamiento en abstracto en su polémica contra Buja-
rin y Trotsky acerca del papel de los sindicatos. Como curiosidad anotemos que cuando Togliatti (1974) se
vio obligado a luchar contra la misma deformación del estilo de pensamiento marxista, tradujo y publicó
en Rinascita un escrito de Hegel, titulado precisamente Wer denkt abstrack? [¿Quién piensa en abstracto?].
Sobre el particular, véase la citada introducción de Ragionieri (en Togliatti, 1974, p. LIII).
77. Gramsci (1970) se pregunta en dicha nota “si una verdad teórica descubierta en correspondencia con
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una determinada práctica”, es decir si el leninismo “puede generalizarse y considerarse universal en una
época histórica”. La prueba de su carácter universal consiste, para Gramsci, en la posibilidad de que esta
verdad se convierta: 1) en un estímulo para conocer mejor la realidad efectiva en un ambiente distinto
del que la vio surgir; 2) en que una vez ocurrido esto dicha verdad se incorpore a la nueva realidad con
la fuerza de una expresión propia y originaria. Y aclara: “En esta incorporación estriba la universalidad
concreta de aquella verdad, y no meramente en su coherencia lógica y formal, o en el hecho de ser un
instrumento polémico útil para confundir al adversario”. La universalidad del marxismo, o en nuestro
caso del leninismo, no residiría entonces en su “aplicabilidad”, sino en su capacidad de emerger como
expresión “propia” de la totalidad de la vida de una sociedad determinada. En este sentido, solo sus múl-
tiples encarnaduras “nacionales” permitirán lograr que la teoría de Marx y, aceptemos también, la de
Lenin, en la medida en que pueda ser autonomizable de aquella, se convierta de una verdad teórica en
una universalidad concreta. Es por eso que Gramsci acota, con razón, que la unidad de la historia no es
un presupuesto, sino un provisional punto de llegada.
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III
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78. No encontramos en la Bio-Bibliografía de José Carlos Mariátegui de Rouillon (1963) referencia alguna al
número de homenaje que la revista Claridad de Buenos Aires dedicó a Mariátegui. No hemos tenido acce-
so a dicho número y conocemos la polémica solo a través de la recopilación de trabajos sobre el pensador
peruano preparada por Ramos (1973), algunos de los cuales forman parte también de nuestra edición. En
el número de homenaje publicado en mayo aparecieron los artículos de Seoane (1930) “Contraluces de
Mariátegui” y de Heysen (1930a) “Mariátegui, bolchevique d’annunziano”. Posteriormente, en septiem-
bre del mismo año, Armando Bazán (1930) envía a la revista una Carta Abierta que se publica con el título
de “La defensa de Amauta”, y a la que Heysen (1930b) responde el 18 de octubre con su artículo “Un poroto
en contra de mi bolchevique d’annunziano”.
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79. Se refiere a la manifestación de obreros y de estudiantes que el 23 de mayo de 1923 se lanzaron a las
calles de Lima para protestar contra el propósito del presidente Leguía de consagrar el país al Sagrado
Corazón de Jesús. Varios miles de manifestantes, incluyendo una gama extremadamente variada de co-
rrientes políticas (desde civilistas hasta anarquistas), luego de escuchar una encendida arenga de Haya
de la Torre marcharon en masa hacia la sede del gobierno, que desató una brutal represión. Todo terminó
con la muerte de dos manifestantes, muchos heridos y gran cantidad de detenidos. Haya de la Torre fue
expulsado del país, iniciando así un periplo latinoamericano y europeo que lo pondría en contacto con la
revolución mexicana, los países capitalistas de Europa y la Unión Soviética. El hecho tuvo una significa-
ción política de tal magnitud que Haya se convirtió súbitamente en un héroe nacional. Comentando la
jornada del 23 de mayo, Mariátegui afirmó que ella “reveló el alcance social e ideológico del acercamiento
de la vanguardia estudiantil a las clases trabajadoras. En esa fecha tuvo su bautizo histórico la nueva
generación”. Sobre este episodio de importancia decisiva en la historia de las masas populares peruanas,
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81. Una demostración bastante ilustrativa de las limitaciones de la actual historiografía soviética apli-
cada al estudio de la Internacional Comunista, es la ofrecida por el reciente volumen preparado por el
Instituto de Marxismo-Leninismo anexo al Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética
(1969). Esta obra, que representa la primera tentativa de escribir una historia orgánica y documentada
de la Comintern, tiene el grave defecto de superponer al movimiento real de la clase obrera un cuerpo de
doctrinas fijo y cristalizado, el “marxismo-leninismo”, de modo tal que los hechos y situaciones son inter-
pretados en términos de aproximación o no a dicho esquema. Es así como las directivas de la Comintern
son consideradas siempre correctas y los “errores” derivan exclusivamente de su mala interpretación o
de su incorrecta aplicación. Hay que reconocer, sin embargo, que a diferencia de obras anteriores que
seguían el lamentable criterio de no citar nunca el origen de la documentación utilizada, la presente
contiene referencias puntuales y precisas al material de archivo empleado, lo cual tiene una importancia
fundamental para el análisis de algunos períodos decisivos de la historia de la Comintern, como es el
caso concreto de la etapa preparatoria del viraje del VII Congreso, desde fines de 1933 a mediados de 1935.
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82. Fue precisamente la publicación de su libro Por la emancipación de América Latina lo que motivó el
comienzo de la polémica pública entre el Buró Sudamericano de la Internacional Comunista y Haya de
la Torre. Ya la carta dirigida por Haya a los estudiantes de La Plata (incluida en ese volumen) había mere-
cido una crítica de la Internacional, órgano oficial del Partido Comunista de la Argentina. Apenas publi-
cado el libro, el 15 de agosto de 1927, La Correspondencia Sudamericana, revista quincenal del Secretariado
Sudamericano de la Comintern, publica un extenso editorial titulado “¿Contra el Partido Comunista?” en
el que critica duramente las posiciones defendidas por Haya de la Torre en su libro. El editorial concluye
denunciando al APRA como “forma orgánica de una desviación de derecha, que comporta una concep-
ción pequeño-burguesa y que constituye una concesión que se hace a los elementos antimperialistas no
revolucionarios”. (PCA, 1927, p. 5).
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83. Observamos aquí cómo Del Prado manipula los hechos para descargar a la Comintern de sus respon-
sabilidades en la aplicación de la línea del “social-fascismo” en América Latina. El “radicalismo infantil”
de Ravines, antes que constituir una nota distintiva de su personalidad intelectual y política, o ser el
resultado de la influencia ejercida sobre él por el “traidor trotskista Sinani”, es la expresión del tipo de
mentalidad que caracterizaba a la militancia comunista en el período que va del VI al VII Congreso de
la Comintern. Para convencerse de esto basta con leer las publicaciones de la época. La manipulación de
los hechos resulta de convertir en un mero provocador a un hombre como Sinani, que en esta etapa era
precisamente el dirigente del buró latinoamericano que desde Moscú orientaba, dirigía y controlaba las
actividades de las secciones de la Internacional Comunista en nuestro continente. Acusado de trotskista,
cayó víctima de las purgas efectuadas en la Unión Soviética luego del asesinato de Kirov, en 1934. De los
pocos datos sobre su figura de que disponemos, deducimos que la acusación fue un simple pretexto para
deshacerse de uno de los miembros de una vasta e informe corriente política que cuestionaba la direc-
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ción de Stalin, y que reconocía en Kirov su más enérgico representante. Es sugestiva al respecto la recu-
peración de su figura como historiador en el ensayo bibliográfico de M. S. Alperovich (1976, p. 49). Un
relato bastante puntual, aunque no podemos precisar hasta qué punto distorsionado, del proceso contra
Sinani, puede verse en el capítulo “Catártica stalinista” del libro de Ravines (1974, pp. 233-241). Sinani
publicó diversos trabajos sobre temas históricos y políticos latinoamericanos tanto en La Correspondencia
Internacional, como en La Internacional Comunista, que eran los órganos oficiales de la Comintern, y circuló
profusamente por nuestros países un folleto suyo dedicado a La rivalidad entre Estados Unidos e Inglaterra
y los conflictos armados en la América del Sur (Sinani, 1933).
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84. Veamos uno de esos documentos, de importancia excepcional porque forma parte nada menos que
del informe del Comité Ejecutivo de la Comintern sobre la situación ideológica, política y organizativa
de cada una de sus secciones nacionales, con motivo de la próxima realización del VII Congreso. En la
parte dedicada a Perú anota lo siguiente: “El lado fuerte del Partido Comunista peruano reside en que
la formación de sus cuadros se opera en lucha tenaz contra el APRA y contra los restos de mariateguis-
mo. Mariátegui (fallecido en 1930), a quien le cabe un lugar sobresaliente en la historia del movimiento
revolucionario peruano, no pudo librarse íntegramente de los restos de su pasado aprista. Vaciló en la
cuestión de la creación del partido comunista como partido de clase del proletariado y no comprendió
del todo su significación. Conservó su ilusión sobre el papel revolucionario de la burguesía peruana y
subestimó la cuestión nacional indígena, a la que identificaba con la cuestión campesina. En el partido
peruano, incluso hasta hoy se hace sentir la presencia de diversos restos de mariateguismo que repercu-
ten en su trabajo práctico” (Comité Ejecutivo de la Comintern, 1935, p. 486).
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85. Sobre el “redescubrimiento” por parte de la historiografía soviética actual, del movimiento populista
como una corriente con una unidad propia y una continuidad que expresaba la experiencia más formi-
dable de fusión de las masas populares con la intelligentzia revolucionaria rusa del siglo pasado, véase la
“Introducción” de Venturi a la segunda edición italiana de su libro, incluida en la edición española que
citamos (Venturi, 1975, pp. 9-75). El autor señala con acierto que la manifiesta necesidad que sienten los
historiadores soviéticos de volver sus miradas sobre la experiencia del populismo revolucionario, es por-
que de una manera u otra encuentran en ella una serie de puntos problemáticos aún no resueltos, tales
como la relación entre democracia y socialismo, intelligentzia y pueblo, desarrollo retrasado o acelerado
de la economía, Estado y participación popular, etc. Para Venturi, la meta obligada del renovado interés
por el populismo es siempre la comparación histórica con el marxismo, y en tal sentido concluye su intro-
ducción con una afirmación que suscribimos totalmente. Si en su comparación histórica con el populis-
mo el marxismo se ve obligado a llegar a la conclusión de que en dicho movimiento ya están planteados
in nuce una cantidad de problemas aún irresueltos, en las sociedades en transición, debe comprender
también “que el pensamiento y el movimiento socialistas, en toda Europa, de dos siglos a esta parte, son
demasiado variados y ricos para poder ser monopolizados por una única corriente, aunque esta sea el
marxismo, y que todo intento de establecer en el ámbito del socialismo una corriente llamada científica
y considerada como auténtica –contrapuesta a las otras, utópicas y falaces– no solo es históricamente
erróneo, sino que acaba llevando a una voluntaria mutilación y distorsión de la totalidad del pensamien-
to socialista” (ídem, 1975, p. 75). Sobre este tema, véanse también el libro de la investigadora soviética V.
A. Tvardovskaia (1978) y en especial el prólogo, redactado por M. I. Gefter.
86. Las afirmaciones de Zhdanov fueron extraídas de los archivos citados por M. G. Sedov (1965, p. 257).
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adoptadas por Stalin afectaron tanto a los muertos como a los vivos, y se
aplicaron con idéntica crueldad contra el recuerdo del populismo revo-
lucionario y contra los historiadores y eruditos que se habían ocupado
de él. [...] La teoría oficial fue expresada por E. Yaroslavski, que en 1937 se
dirigía a las nuevas generaciones diciéndoles que “los jóvenes miembros
del partido y del Konsomol no siempre saben, ni valoran suficientemen-
te, el significado de la lucha que nuestro partido libró durante decenios,
superando la influencia del populismo, contra este, aniquilándolo como
el peor enemigo del marxismo y de la causa entera del proletariado”
(ídem, 1975, p. 11-12).
Fueron entonces necesidades políticas inmediatas las que conduje-
ron a efectuar, a mediados de los años treinta, tan violento corte rea-
lizado en el tejido histórico de Rusia, que en virtud de la hegemonía
cultural e ideológica del PCUS sobre la Internacional Comunista, y por
ende sobre todos los partidos comunistas del mundo, inevitablemente
debía convertirse en canon interpretativo de otras realidades nacionales,
caracterizadas por un fuerte componente campesino y por densos mo-
vimientos intelectuales vinculados al mundo rural. Tal es lo que ocurrió,
por ejemplo, con China y con el grupo dirigente maoísta, fuertemente
criticado en la dirección de la Comintern por sus desviaciones campe-
sinistas, y por tanto “populistas”. Y fue solamente debido a circunstan-
cias tan especiales como la derrota del movimiento revolucionario en
las ciudades y la relativa “autonomía” frente a la Comintern del grupo
maoísta, lo que permitió a Mao conquistar la dirección total del Partido
a comienzos de 193587.
La condena del populismo encubría en realidad la negación de toda
posibilidad subversiva y revolucionaria de movimientos ideológicos y po-
líticos de las masas populares que no fueran dirigidos directamente por
87. En enero de 1935 se reunió en Tsunyi, en las montañas de la provincia de Kueichow, el Buró Político Am-
pliado del PCCh que, luego de ásperas discusiones, resolvió elegir a Mao Tse-tung presidente del partido,
a la cabeza de un nuevo grupo dirigente compuesto por sus más fieles compañeros de armas y de ideas.
Desde entonces Mao se convierte en el jefe de los comunistas chinos y la Internacional Comunista queda de
hecho marginada del proceso. Los hombres que defendían su política en la dirección del Partido Comunista
chino vuelven a Moscú o son relegados a un segundo plano. Uno de los que regresan a Moscú es precisa-
mente Van Min, informante en el VII Congreso de la IC de los problemas del mundo colonial.
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88. Y decimos “inconscientemente” porque muchas veces la continuidad de un proceso es afirmada solo
de manera retórica y artificial, como aclara Venturi (1975, p. 10) para el caso de los populistas rusos, de
modo tal que existe a condición de estar vaciada de contenido. Movimientos que, no obstante sus articu-
laciones propias y sus diferencias de matices, conservaban una unidad interna son desagregados en sus
elementos componentes separando a los malos de los buenos, “haciendo caer el silencio y la sombra sobre
los primeros y confundiendo a los otros en la forzosa e indistinta claridad de los paraísos ideológicos”
(ídem, 1975, p. 11).
89. Siempre es bueno recordar lo que escribía Engels (1872/1976) al italiano G. Bovio: “En el movimiento
de la clase obrera, según mi opinión, las verdaderas ideas nacionales, es decir correspondientes a los he-
chos económicos, industriales y agrícolas, que rigen la respectiva nación, son siempre al mismo tiempo
las verdaderas ideas internacionales. La emancipación del campesinado italiano no se cumplirá bajo la
misma forma que la del obrero de fábrica inglés; pero cuanto más uno y otro comprendan la forma pro-
pia de sus condiciones, más la comprenderán en la sustancia”.
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90. Es lo que se deduce de las memorias de Ravines (1974, p. 244): “[...] Manuilski convocó a una ‘confe-
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rencia estrecha’ a la que solo asistimos cinco dirigentes latinoamericanos: Prestes, Rodolfo Ghioldi, Blas
Roca, Da Silva y yo. Participaron en las reuniones secretas, además de Manuilski y de Dimitrov, Guralski,
Kuusinen, Motilev, Miroshevski y el ‘camarada Grinkov’, el profesor de arte militar que dirigía los cursos
en una academia especial sobre métodos de sabotaje, de ataque y defensa, de lucha callejera, de asalto a
cuarteles, líneas férreas, depósitos de armas, víveres, etcétera”. Además, y es otro elemento en favor de
nuestra hipótesis, Miroshevski escribía en el órgano teórico oficial, La Internacional Comunista.
91. Véase al respecto la carta de la por ese entonces populista Vera Zasúlich a Marx y la respuesta de
Marx en Marx y Engels (1881/1980). Para responder a la pregunta de su corresponsal sobre el destino fu-
turo del capitalismo en Rusia, Marx (1926, pp. 309-342) preparó un borrador más o menos extenso sobre
el particular, que no llegó a completar ni enviar y que permaneció desconocido hasta que lo publicó el
Marx-Engels Archiv de Frankfurt. Diversos otros materiales sobre el tema de la evolución de la economía
y de las estructuras agrarias rusas, que demuestran el gran interés que Marx tenía por esa problemática,
hasta estos momentos solo han sido publicados en revistas especializadas soviéticas, y en idioma ruso.
La bibliografía sobre el asunto es ya bastante extensa, pero sigue siendo sugerente la respuesta intentada
por Eric J. Hobsbawm (1976, pp. 5-47) a la pregunta de cuáles habrían sido las razones que impulsaron a
Marx a indagar en la posibilidad de existencia de caminos que obviaran los sufrimientos generados por
el capitalismo.
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92. Según el registro de los libros de la biblioteca particular de Mariátegui laboriosamente elaborado por
Harry E. Vanden (1975), la única recopilación de obras de Lenin que probablemente incluyera algunos de
sus escritos contra el populismo es el Tomo I de Pages Choisies (1895- 1904) editado en París (Lenin, 1930),
es decir varios años después de que las posiciones de Mariátegui sobre la comunidad agraria peruana
ya habían sido elaboradas. En su biblioteca figuraban también algunos tomos de Oeuvres Completes de
Editions Sociales Internationales, editadas en París (Lenin, 1928). Pero debemos recordar que esta edi-
ción nunca se completó y que solo se publicaron pocos volúmenes, ninguno de ellos sobre los primeros
escritos. Vanden indica que es probable que otros trabajos de Lenin pudieron haber sido extraídos de la
biblioteca de Mariátegui, pero esto es solo una presunción.
93. Como señala Delogu (1973, p. LXX), Mariátegui conoció una Italia bien determinada geográficamen-
te: aquel territorio que desde Roma hacia el norte “se desanuda, antes que distenderse, por Siena, Flo-
rencia, Génova, Turín, Milán, Venecia. Una Italia que más que cuerpo y sustancia parece tener articula-
ciones, puntos de conjunción y de anudamiento, coincidencias y contradicciones”. La Italia fuertemente
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tensionada entre centralismo y regionalismo, entre Norte y Sur, entre campo y ciudad, entre industria
y agricultura, entre desarrollo y subdesarrollo, aparece en Mariátegui siempre mediada a nivel político
y, dada también la naturaleza del mediador, todas estas contradicciones, son “esfumadas, atenuadas y
de algún modo, aunque solo sea a través del silencio, mistificadas”. A ese provinciano en franca ruptura
con su pasado de literato inficionado de decadentismo y de bizantinismo finiseculares que fue el jo-
ven Mariátegui, el deslumbramiento ante el sincretismo cultural grecorromano no le impidió advertir
los signos indudables de consunción, arrastrado por la caída de la democracia liberal. Pero, impresio-
nado por el mundo fabril y por la nueva clase social que en su interior maduraba (no por casualidad
al escribir sobre el sentido ético del marxismo transcribe una extensa cita donde su admirado Gobetti
relata la emoción que sintió al conocer por primera vez el interior de las usinas Fiat y encontrarse con
una masa de trabajadores con “una actitud de dominio, una seguridad sin pose, un desprecio por todo
tipo de diletantismo”), Mariátegui no vio esa Italia subyacente, esa Italia meridional e “indígena” con la
que debería haber tenido un mayor sentido de afinidad. La temática del “atraso”, que está en el centro
de su reflexión de los años 1926-1928, no emerge en Mariátegui como traducción del “meridionalismo”
gramsciano y ordinovista, sino como “descubrimiento” de un mundo ocluido hasta ese entonces de su
pensamiento. Mariátegui se aproxima a Gramsci no por lo poco que pudo haber leído y aceptado de él,
sino porque frente a una problemática afín tiende a mantener una actitud semejante. Verdad esta que,
de ser aceptada, ahorraría a los exégetas muchas elucubraciones gratuitas acerca de su relación con un
dirigente político que solo se reveló como un extraordinario teórico marxista más de veinte años después
de cuando lo conoció Mariátegui. ¿No resultaría históricamente más plausible afirmar que el Gramsci
conocido por Mariátegui es el que Gobetti (1964, pp. 103-107) perfila, con agudeza de ideas y emocionada
afección, en La Rivoluzione Liberale?
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94. El texto de Mariátegui ha sido incluido en una útil recopilación de los textos y documentos principales
de la discusión: La polémica del indigenismo (Mariátegui, 1976, pp. 75-76). La idea de la resolución final del
indigenismo en el socialismo deriva en Mariátegui de la convicción de la incapacidad de las burguesías
locales de “cumplir las tareas de la liquidación de la feudalidad”. “Descendiente próxima de los coloni-
zadores españoles, le ha sido imposible [a la burguesía] apropiarse de las reivindicaciones de las masas
campesinas. Toca al socialismo esta empresa. La doctrina socialista es la única que puede dar un sentido
moderno, constructivo, a la causa indígena, que, situada en su verdadero terreno social y económico, y
elevada al plano de una política creadora y realista, cuenta para la realización de esta empresa con la vo-
luntad y la disciplina de una clase que hace hoy su aparición en nuestro proceso histórico: el proletariado”
(Mariátegui, 1930/1971, p. 188).
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95. Vale la pena recordar, como una prueba más del carácter emblemático asumido por el título de la nue-
va revista, que poco tiempo antes todavía se pensaba en “Vanguardia”, es decir en un nombre vinculado
más a otras experiencias ideológicas y culturales. No es difícil pensar que el hecho de que el grupo inicial
de Amauta se integrara en sus comienzos con elementos provenientes del Cuzco y de Puno, y el que desde
1925 la relación entre Luis E. Valcárcel y Mariátegui fuera bastante estrecha determinó en gran medida
la elección del título y la tendencia de la revista. Lo que hacía de Amauta una revista marxista única en su
género era su singular capacidad de incorporar las corrientes más renovadoras de la cultura europea a las
expresiones más vinculadas a la emergencia política y cultural de las clases populares latinoamericanas.
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96. En dichas conversaciones, recopiladas en cinta magnetofónica por Ana María Soldi, Valcárcel se re-
mite a un artículo suyo aún inédito y titulado “Coloquios con José Carlos” en el que expone con mayor
detalle las entrevistas e intercambios de ideas que sostuvo con Mariátegui. De todas maneras, y para
completar el cuadro del interesante y decisivo episodio de las relaciones de estas dos figuras destacadas
del pensamiento social peruano, vale la pena transcribir el relato de la otra faceta de la relación, la de la
influencia poderosa que tuvo Mariátegui en el grupo indigenista para hacerlo avanzar en una definición
más concreta de su problemática. Y dice Valcárcel: “Las reuniones en torno a Mariátegui, a quien ya
veíamos en sus dos últimos años inmovilizado en su silla de ruedas, atraía a elementos no solamente de
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la capital, sino de las provincias; de manera que era frecuente encontrar en estas reuniones a gentes del
norte, del centro, del sur del Perú, de la sierra y de la costa. En las discusiones que llegamos a tener con
José Carlos, en realidad nunca llegamos a disentir; por el contrario, íbamos cada vez entendiendo más el
planteamiento nuevo que él hizo del problema indígena, sacándolo de su ambiente puramente regional
y aun nacional, para adherirlo al movimiento universal de las clases oprimidas. También en ese aspecto
estábamos de acuerdo y no hay duda de que se produjo un verdadero vuelco en ese sentido, sacando el
problema indígena de su ambiente restringido para denunciar la opresión indígena ya al lado de las
demás opresiones que se realizan en el mundo” (Soldi, 1970).
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97. El hecho de que en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana de Buenos Aires (junio de
1929) los delegados peruanos adujeran razones de legalidad política para defender el carácter, la defini-
ción política y el rótulo del partido en el Perú no puede conducirnos a engaño acerca de la naturaleza real
de la discusión. Y el hecho de que los dirigentes de la Internacional Comunista y de su Buró Sudameri-
cano rechazaran por ingenuas tales razones y destacaran las implicaciones políticas de una posición a
la que en cierto modo calificaban de neoaprista, demuestra que la discusión era más profunda y versaba
sobre posiciones absolutamente opuestas.
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1. En un escrito del 7 de junio de 1883, Engels (1961, p. 7) afirma que “el rey negro Soulouque, de Haití”
fue “el verdadero prototipo de Luis Napoleón III”. Véase sobre el particular Marx y Engels (1975, pp. 12-13,
120-121).
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2. Sobre la publicación del artículo por Aníbal Ponce y su “comentario marginal”, véase: “Apéndice” Nota VII.
3. El artículo de Alperovich ofrece una buena síntesis de la evolución del pensamiento historiográfico
soviético sobre América Latina, aunque no ahonda en las razones de tal evolución. Indicar al XX Con-
greso del PCUS como el hecho que creó condiciones favorables para un nuevo examen de la historia
latinoamericana es solo una comprobación que de todas maneras no ayuda demasiado a aclarar por qué
los juicios del período anterior eran incorrectos. Atribuyendo la unilateralidad de las concepciones ori-
ginarias “al culto de Stalin y a las condiciones subsiguientes de la época”, Alperovich no obstante agrega
una consideración que, a nuestro entender, constituye una buena hipótesis de trabajo y coincide con
las reflexiones que estamos haciendo acerca de la relación entre el pensamiento marxista y América La-
tina. Según Alperovich, las pocas obras sobre el tema, publicadas en la etapa anterior, “se referían a la
historia de unos cuantos países latinoamericanos (México, Argentina, Cuba, Panamá, Paraguay, Haití)
y sus autores se centraban en los problemas de la expansión imperialista de los Estados Unidos y las
cuestiones del movimiento obrero y los problemas agrarios. Así sucedió que en la mayoría de los estudios
publicados, las naciones de América Latina figuran como meros objetos en que se realiza la política agre-
siva del imperialismo norteamericano. Asimismo, la historia interior o nacional de los numerosos países
latinoamericanos […], hasta de algunos que se han señalado más arriba, prácticamente se investigaba en
una medida inadecuada, insuficiente; la mayoría de los países permanecían fuera del estrecho ángulo
hacia el cual se enfocaba el interés de los historiadores soviéticos” (Alperovich, 1976, pp. 53-54). Dicho con
otras palabras, las razones de los errores conceptuales derivaban: 1) del hecho de considerar a nuestras
naciones exclusivamente desde el fenómeno imperialista; 2) o desde la perspectiva del movimiento obre-
ro (agrego, internacional). América Latina, y el conjunto de naciones que la componen, era considerada,
por tanto, desde su exterioridad. Alperovich soslaya el hecho importantísimo de que esto era posible en
gran medida porque la historiografía soviética constituía una sistematización teórica e histórica de la ex-
periencia concreta de la Comintern y de los partidos comunistas. Sobre la relación entre historiográfica
y política en el movimiento comunista, y referida más concretamente al caso de Mariátegui, remitimos
a nuestra “Introducción” a Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano (Aricó, J. y otros, 1978, pp.
XI-LVI y, en particular, XXVI-XXIX y XXXIII-XL).
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Marx y América Latina: El Bolívar de Marx
4. La nueva recopilación soviética y los textos de Marx y Engels sobre España, publicada por la editorial
Progreso de Moscú en 1974, abandonó el criterio anterior y dejó de incluir el artículo sobre Bolívar. Como
en los casos anteriores, y a diferencia de una práctica habitual en este tipo de publicaciones, no se incluye
ninguna nota editorial aclaratoria.
5. Draper (1968) señala correctamente la motivación política del juicio adverso de Marx sobre Bo-
lívar, pero deja de lado un problema que en nuestra opinión sigue siendo el fundamental. Si bien
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Marx tendió siempre a usar una tabla de valores tradicionales para hablar de personajes, la dejó de
lado al enjuiciar los hechos. ¿Por qué en el artículo sobre Bolívar el enjuiciamiento de los hechos de
la independencia latinoamericana quedó desplazado totalmente por la utilización de esa tabla de va-
lores? El problema vuelve a plantearse. La reducción del fenómeno bolivariano a un ejemplo más de
bonapartismo lo hizo recaer en los mismos vicios de polemista en que recayó en su excesiva persona-
lización del régimen de Napoleón III. Sorprende observar cómo esta personalización, absolutamente
contradictoria con su propio método de análisis, lo condujo a descuidar en su análisis de la Francia
del Segundo Imperio las transformaciones operadas en su infraestructura industrial y a sobreestimar
los fenómenos políticos y financieros en sus rasgos parasitarios y degenerativos. Como señala Rubel
(1960, pp. 149-150): “la pasión del polemista predominó constantemente sobre el estudio de los hechos
en sus encadenamientos múltiples. Se diría que Marx se rehusó a prestar atención a la vocación eco-
nómica del bonapartismo; se complacía en considerar solo sus ambiciones militares, sus acrobacias
financieras y sus ‘remilgos políticos’. […] Podríamos haber esperado un análisis más penetrante de
las determinaciones económicas de parte de un ‘materialista’” Según Rubel (1960), una explicación
sociológica de este hecho singular puede encontrarse en El dieciocho brumario (Marx, 1973b). Para Marx,
la aventura bonapartista solo es explicable como “traición” de una clase que ha abandonado sus intereses
“históricos” en beneficio de sus intereses inmediatos. Siendo una clase económicamente dominante, la
burguesía francesa pudo renunciar a una representación política adecuada. Dividida en fracciones riva-
les, pudo consagrarse tranquilamente a sus negocios a la sombra del poder del Estado. Para conservar in-
tacta su potencia social, la burguesía renunció en su propio interés al gobierno propio. El bonapartismo,
en cuanto supremacía absoluta del Poder Ejecutivo sobre el resto de los poderes de la nación, expresaba
por ello el supremo antagonismo entre el Estado y la sociedad (Rubel, 1960: 152-153). Pero razonando de
este modo, el bonapartismo comenzaba a dejar de ser un fenómeno político particular, expresivo de una
inadecuación circunstancial de la sociedad y del poder de la clase dominante, para convertirse, según la
lógica del discurso de Marx, en una línea de tendencia de la sociedad moderna. Fracturando la relación
entre Estado y sociedad, Marx retornaba inconscientemente a toda la temática antiestatalista de sus
primeros escritos políticos antihegelianos.
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Marx y América Latina: El Bolívar de Marx
6. Las consideraciones del recopilador del volumen sobre el texto de Marx están incluidas en su “Intro-
ducción” (Marx y Engels, 1975, pp. 12-13) y en las numerosas y utilísimas notas con que se comenta el
artículo (Marx y Engels, 1975, pp. 105-121).
7. Véase sobre el tema de la hegemonía británica en América Latina y de su actitud frente a la unidad
continental las desmitificadoras reflexiones de T. Halperin Donghi (1969, pp. 146-161, 168-175), que co-
mentamos en la Nota VIII del “Apéndice”.
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sobre bases inestables, acabara por “anular los esfuerzos por imponer
algún orden a las unidades más pequeñas en que espontáneamente
se había organizado la Hispanoamérica posrevolucionaria” (Halperin
Donghi, 1969, p. 156).
En oposición a esta tendencia a descubrir en la conciencia europea de
la época una animadversión por la figura de Bolívar, de la que Marx fue
prejuiciosamente partícipe, son reveladoras las agudas observaciones
hechas por Draper (1968) en un artículo dedicado precisamente a este
tema. A través de la correspondencia mantenida por Marx y Engels po-
demos reconstruir la forma en que ambos encararon la tarea encomen-
dada por Dana. Sabemos por ejemplo que, como era característico en él,
Marx comenzó consultando los artículos que sobre el tema habían pu-
blicado otras enciclopedias de la época, como la Encyclopaedia Americana,
la Encyclopaedia Britannica, la Penny Encyclopaedia, la Encyclopédie du XIXe
siècle, el Dictionnaire de la Conversation, el Brockhaus Conversations-Lexikon,
etc. Al consultar el término en los textos utilizados por Marx, Draper ad-
vierte que, curiosamente, estos no solo no critican a Bolívar sino que, por
el contrario, son abiertamente favorables a él, lo cual, a su vez, explica la
molestia de Dana. Por otra parte, una de las fuentes incluida como re-
ferencia al final del trabajo de Marx, las Memorias del general Miller (s.d.),
si bien censura los proyectos políticos bolivarianos, trata de mantener
frente al libertador una actitud imparcial, reconociéndole, entre otros,
sus “inmensos servicios” prestados a la causa independentista. Scaron
señala que el hecho de que Marx se hubiera inclinado por los juicios de
dos enemigos declarados de Bolívar, como eran Hippisley y Ducudray, y
no por los más equilibrados de Miller, constituye una prueba de que “su
actitud de entonces hacia lo latinoamericano era previa, no posterior, a la
lectura de las obras en que se fundó para redactar la biografía de Bolívar”
(Marx y Engels, 1975, pp. 106-107). Lo cual constituye un argumento más
en favor de lo sostenido por Draper (1968) y de lo que intentamos de-
mostrar en el presente trabajo. Marx redacta su diatriba no siguiendo el
juicio de sus contemporáneos sino contrariándolo. Escoge a veces en for-
ma arbitraria argumentos y datos que sirven para avalar su posición,
desconociendo otros que su formación de “materialista histórico” le ve-
daba hacer, y todo esto al servicio de una posición netamente contraria
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8. Debo buena parte de las reflexiones que siguen a las discusiones que sobre este trabajo mantuve con
Oscar Terán, quien tuvo la generosidad de facilitarme sus observaciones por escrito, y permitirme utili-
zarlas libremente en mi texto.
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9. “Víctor Hugo se limita a una amarga e ingeniosa invectiva contra el editor responsable del golpe de Es-
tado. En cuanto al acontecimiento mismo, parece, en su obra, un rayo que cayese de un cielo sereno. No
ve en él más que un acto de fuerza de un solo individuo. No advierte que lo que hace es engrandecer a este
individuo en lugar de empequeñecerlo, al atribuirle un poder personal de iniciativa que no tenía paralelo
en la historia universal. Por su parte, Proudhon intenta presentar el golpe de Estado como resultado de
un desarrollo histórico anterior. Pero, entre las manos, la construcción histórica del golpe de Estado se le
convierte en una apología histórica del héroe del golpe de Estado. Cae con ello en el defecto de nuestros
pretendidos historiadores objetivos. Yo, por el contrario, demuestro cómo la lucha de clases creó en Francia
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las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el
papel de héroe” (Marx, 1973b, p. 405). Resulta imposible negar la identidad de procedimiento analítico
utilizado por los historiadores “objetivos” frente a Napoleón III y por Marx frente a Bolívar.
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Pero si esto es así nos vemos obligados a plantearnos una nueva pre-
gunta: ¿por qué Marx, que con tanta sutileza y profundidad trató de des-
entrañar otras coyunturas históricas sumamente complejas para hallar
su “núcleo racional”, pudo percibir los sucesos bolivarianos –y por ex-
tensión el fenómeno de América Latina– como sumergidos en un con-
texto francamente irracional? En nuestra opinión, puede postularse con
suficientes razones que sobre esta forma hegelianizante de percibir el
proceso operó el segundo principio que hemos señalado, que es el de la
resistencia de Marx a reconocer en el Estado una capacidad de “produc-
ción” de la sociedad civil y, por extensión, de la propia nación. La “cegue-
ra” teórica de Marx derivaría, entonces, del círculo vicioso en que acabó
por encerrarse su pensamiento.
Recordemos que la concepción hegeliana de la “dialéctica de los es-
píritus de los varios pueblos particulares” reconocía a cada uno de ellos
la posibilidad de “llenar solo un grado y a ejecutar solo una misión en la
acción total”10. En el pasado, no a todos los pueblos les cupo esta tarea
sino única y exclusivamente a aquellos que por sus disposiciones natu-
rales y espirituales estuvieron en condiciones de crear un vigoroso siste-
ma estatal, mediante el cual lograron imponerse sobre los demás. Según
Hegel, “en la existencia de un pueblo, el fin esencial es ser un Estado
y mantenerse como tal: un pueblo sin formación política […] no tiene
propiamente historia; sin historia existían los pueblos antes de la forma-
ción del Estado, y otros también existen ahora como naciones salvajes”
(Hegel, 1974, p. 372, § 549). A partir de tal consideración, Hegel pensaba
que un pueblo al que le resultara indiferente poseer un Estado propio de-
jaría rápidamente de ser un pueblo. Pero como América era para Hegel
el continente del porvenir, la potencial historicidad de sus pueblos estaba
en su capacidad de devenir Estados, capacidad que, por ser desplazada a
10. “Este movimiento de la historia universal es el camino para la liberación de la sustancia espiritual, el
hecho mediante el cual el fin absoluto del mundo se realiza en el mundo; el espíritu, que primeramente
es solo en sí, llega a la conciencia y a la autoconciencia y por tal modo a la revelación y realidad de su
esencia en sí y por sí, y se hace también eternamente universal, se hace el espíritu del mundo. Puesto
que este desenvolvimiento tiene lugar en el tiempo y en la existencia, y por tanto en cuanto a historia sus
momentos singulares y grados son los espíritus de los varios pueblos, cada uno como singular y natural
en una determinación cualitativa está destinado a llenar solo un grado y a ejecutar solo una misión en la
acción total” (Hegel, 1974, p. 370, § 549).
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Sin embargo, esta réplica del Estado hegeliano que Marx ve reproducirse
de manera agudizada en la situación de “autonomización del Ejecutivo”
característica del Segundo Imperio, no era sino una expresión lineal
de una relación de fuerza ya previamente consolidada dentro de la es-
fera económico-productiva. Sin la presencia claramente delimitable
de dicha esfera, su existencia era una falsa forma, pura arbitrariedad y
autoritarismo.
A partir de todas estas consideraciones, no resulta difícil imaginar de
qué modo el Bolívar que Marx construye debía ser el heredero arbitrario y
despótico de aquella tradición político-estatal contra la que siempre había
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11. “Toda transformación puede y debe, para Marx, devenir objeto de explicación causal mediante la re-
currencia a la ‘esencia’ del modo de producción. De ahí la relación de adecuación perfecta que se viene
a establecer entre crítica de la economía política y explicación científica de la morfología capitalista. En este
esquema –que de ‘núcleo esencial’ deduce las ‘leyes de movimiento’ y de estas la tendencia fundamental
al derrumbe del sistema–, la crisis política se presenta como una variable dependiente de la crisis de la
relación de producción, precisamente en la medida en que la crítica de la política es considerada como
emanación directa de la crítica de la economía política. El momento político se configura entonces como
violencia concentrada e instrumento (complejo de aparatos de represión) del dominio de clase, o bien
[…] como expresión lineal de una relación de fuerza ya consolidada dentro de la esfera económico-pro-
ductiva. La ausencia en Marx de una teoría y de un análisis positivo de las formas institucionales y de
las funciones de lo político no indica por tanto una ausencia o una ‘laguna’ del sistema global, sino sobre
todo la consecuencia de las modalidades peculiares con las que el propio sistema ha sido ‘construido’”
(Marramao, 1982, p. 22).
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a la idea que se hacía Lenin, por ejemplo, de la característica que debía tener el núcleo dirigente del
partido revolucionario, en condiciones de ilegalidad, para continuar siendo democrático. Pero también
se asemeja a la propuesta leniniana de ampliar el grupo dirigente del PCUS en las nuevas condiciones
de partido en el poder mediante la incorporación de unos cien obreros que por su virtuosismo “de clase”
podrían contrarrestar la peligrosa tendencia a la burocratización del Estado y del partido que detectaba
Lenin. Véase, al respecto, la recopilación de textos de Lenin (1980, p. 97 y ss) titulada Contra la burocracia.
Aunque la semejanza establecida deriva de una identidad de situaciones, antes que de opiniones, resulta
interesante ver cómo las respuestas a los problemas suscitados por los procesos de cambio hechos “desde
arriba” son casi siempre las mismas y combinan de manera curiosa la apelación al poder represivo del
Estado y la confianza en las virtudes excepcionales del núcleo dirigente.
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moral pudo justificarlo y hasta defenderlo; pero tanto teórica como polí-
ticamente le negó cualquier grado de creatividad histórica. Y cuando en
virtud de circunstancias muy especiales tuvo que analizar a una figura
histórica excepcional, atravesada por la multiplicidad de determinacio-
nes del contradictorio proceso latinoamericano, se rehusó a desplegar
su formidable capacidad de análisis en el examen de una revolución
dramáticamente colocada en la situación de realizarse “desde arriba”.
A partir de todos los elementos que hemos tratado de incorporar a un
análisis que, en las circunstancias actuales aspira a ser una perspectiva
de búsqueda antes que una tentativa de resolución, podemos problema-
tizar de mejor manera la oclusión de una realidad que durante décadas
caracterizó la historia del movimiento socialista. La singularidad lati-
noamericana no pudo ser comprendida por dicho movimiento no tanto
por el “eurocentrismo” de este como por la singularidad de aquella. La
condición ni periférica ni central de los Estados naciones del continente,
el hecho de haber sido el producto de un proceso al que gramscianamen-
te podríamos definir como de revolución “pasiva”, el carácter esencial-
mente estatal de sus formaciones nacionales, el temprano aislamiento
o destrucción de aquellos procesos teñidos de una fuerte presencia de
la movilización de masas fueron todos elementos que contribuyeron a
hacer de América Latina un continente ajeno a la clásica dicotomía entre
Europa y Asia que atraviesa la conciencia intelectual europea desde la
Ilustración hasta nuestros días.
Es por todo esto que resulta pobre, limitado y falso asignar al su-
puesto “eurocentrismo” marxiano el paradójico soslayamiento de la
realidad latinoamericana. La presencia obnubilante de los fenómenos
de populismo que caracterizan la historia de nuestros países en el si-
glo XX llevó curiosamente a identificar eurocentrismo con resistencia
a toda forma de bonapartismo o de autoritarismo. El resultado fue una
fragmentación cada vez más acentuada del pensamiento de izquierda,
dividido entre una aceptación del autoritarismo como costo ineludible
de todo proceso de democratización de las masas y un liberalismo aris-
tocratizante como único resguardo posible del proyecto de una socie-
dad futura, aun al precio de enajenarse el apoyo de las masas. Aceptar
la calificación de “eurocéntrico” con que se pretende explicar la oclusión
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14. Véase “Evoluzione, rivoluzione e Stato: Marx e il pensiero etnológico” (Krader, 1978, pp. 211-244). En
la versión española véase “Evolución, revolución y estado: Marx y el pensamiento etnológico” (Krader
1979, pp. 89-137).
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Para salvar a la comuna rusa hace falta una revolución rusa. Por
lo demás, los detentadores de las fuerzas políticas y sociales hacen
cuanto pueden para preparar a las masas a semejante catástrofe. A
la vez que desangran y torturan la comuna, esterilizan y agotan su
tierra, los lacayos literarios de los “nuevos pilares de la sociedad”
señalan irónicamente las heridas que estos le infligieron como
otros tantos síntomas de su decrepitud espontánea e incontesta-
ble. Aseveran que se muere de muerte natural y que sería un bien
el abreviar su agonía. No se trata ya de un problema que hay que
resolver sino simplemente de un enemigo al que hay que arrollar.
No es entonces un problema teórico. […] Si la revolución se efectúa
en el momento oportuno, si la inteligencia rusa concentra todas las
fuerzas vivas del país en asegurar el libre desenvolvimiento de la
comuna rural, esta se erigirá pronto en elemento regenerador de la
sociedad rusa y en elemento de superioridad sobre los países sojuz-
gados por el régimen capitalista (véase parte del borrador en Marx
y Engels, 1973, p. 170).
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I.
Tal como se ha insistido reiteradas veces en el texto que hoy intenta una
nueva edición, mi propósito al emprender lo que podría llamar una lec-
tura “contextual”, no ya del marxismo, sino del propio Marx, era el de
construir una perspectiva adecuada, o por lo menos crítica, para encarar
de manera no ritual ni abstracta la vexata quaestio del lugar paradójico
que ocupa América Latina en su pensamiento. Y digo así porque bien
vale la pena recordar que ya en el debate que comprometió a apristas y
marxistas desde fines de los años veinte emergió el problema de la nece-
sidad de poner a prueba la validez de ese compacto cuerpo de doctrinas
que era el “marxismo” –de la III Internacional, claro está– a partir de
la heterodoxia de Europa representada por América. Fue precisamente
por esos años cuando los trabajos de Marx sobre la India, o las irritantes
expresiones de Engels sobre México, fueron exhumados por un movi-
miento que comenzaba a preguntarse por su identidad y su destino.
Muchos años transcurrieron desde entonces; años preñados de gran-
des convulsiones, de inauditas transformaciones que han dejado como
saldo la pérdida del sentido de una historia en cuya prevista dirección
ascendente se basó por largo tiempo la confianza en la futura liberación
humana. Revestidas del aroma ideológico que les otorgó la vulgata mar-
xista, en el interior de la cual adquirían la robustez de tendencias cuyas
dimensiones objetivas permitían analizarlas con el rigor de la ciencia,
las antiguas seguridades y creencias se han desmoronado y de muy poco
sirven hoy para analizar la complejidad de un mundo en el que los ac-
tores parecieran haber trastrocado sus papeles. Cuestionada la “razón
histórica” que configuró al marxismo –a despecho de Marx, y permíta-
seme esta machacona insistencia– como un providencialismo ochocen-
tista, se nos cuela por la ventana la realidad de un mundo que no veo por
qué debamos justificar, y que por definición ideológica y por la simple
condición de “humano” me inclino como muchos otros a reconocer en
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15. Véase Bloch (1977, pp. 270-277). Cuando Marx afirma que los filósofos solo han interpretado al mundo
y de lo que se trata es de transformarlo, nos está diciendo que toda interpretación es posible únicamente
como transformación y que toda transformación es interpretación. Como podría decirse hoy, el terri-
torio de la interpretación se extiende a todo el mundo ya que todo el mundo puede ser concebido como
lenguaje.
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pero formidable como mito político, con el que se afirma una posición
frente al mundo, una voluntad de lucha por transformar una sociedad
lacerada e injusta.
Pero esta realidad incontrovertible, ¿da cuenta plenamente de la
complejidad del fenómeno “marxista”? Si desde que existe como edificio
teórico y motor de la historia fueron constantes las tentativas de reinter-
pretarlo de acuerdo a las distintas experiencias y circunstancias, ¿hasta
qué punto el objeto “marxismo” se deja aprisionar por un término sinté-
tico que expresa ciertas formas de su constitución –por más hegemóni-
cas que estas sean– pero deja de lado otras, a las que la ortodoxia descali-
ficó como “heréticas” y sin cuya determinación la historia del marxismo
puede construirse como historia universal al precio de mutilar lo que
le es verdaderamente propio, su sustancia práctico-política? Así como
la historia de la Iglesia no es idéntica a la historia del cristianismo ni la
contiene in toto, la historia del marxismo desborda las vicisitudes de la
vulgata y de sus “desviaciones”. Además de una historia esotérica como
institución y como dogma, como hecho de ideas y de figuras intelectua-
les, es innegable que hay otra historia suya discontinua y descentrada,
plena de morfologías ocultas, de sendas perdidas y temporalidades di-
versas; una historia esotérica y pluralista en la que se expresa la multipli-
cidad de tentativas, de proyectos y de resultados de la lucha de las clases
subalternas. Negada como reconstrucción ideal, cronológica y rectilínea
de una ortodoxia –que no deja de ser tal por el hecho de instituirse a par-
tir de ciertas corrientes o centros teóricos y políticos de coagulación–, la
historia del marxismo reclama ser construida en su extrema diversidad
nacional. Deja por tanto de ser una historia única, aunque con admitidas
fracturas, para transformarse en una historia de la “pluralidad” de los
marxismos. Y solo de esta manera podrá ser posible reconstruir cómo y
en qué medida el trabajo teórico de Marx y de los que siguieron tales o
cuales de sus ideas o en él se inspiraron pudo haber influido –para utilizar
una expresión que reconozco ambigua e imprecisa– en un determinado
país y en un preciso momento histórico; hasta dónde fue recuperado por
las fuerzas y movimientos sociales en sus luchas y en la configuración de
sus ideologías, programas y culturas; qué papel desempeñó en la consti-
tución del socialismo como una corriente ideal y política.
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16. Cuando me refiero a los elementos esenciales del marxismo apunto a tres aspectos que en Marx cons-
tituían una unidad inescindible: la crítica de la economía política como ciencia del trabajo fetichizado de
los hombres; una concepción de la historia y una metodología historiográfica por la cual el tiempo histó-
rico se constituye como teoría de las formas a partir del carácter sistemático del presente; la coincidencia
de filosofía y política, o dicho de otro modo, la “identidad” de teoría y práctica.
17. La expresión es de L. Althusser (1982, pp. 11-21).
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18. Recordemos las sensatas palabras de Bobbio: “Para concluir, he comenzado a hablar de crisis del
marxismo para adoptar el lenguaje corriente; en realidad para quien como yo no es marxista ni antimar-
xista, y considera a Marx como un clásico con quien es preciso ajustar cuentas como se hace con Hobbes
o Hegel, no existe tanto una crisis del marxismo como marxistas en crisis. Solo un marxista, en cuanto
considera que el marxismo es una doctrina universal, o un antimarxista, en cuanto considera que el
marxismo debe ser rechazado del principio al fin, pueden correctamente decir, con dolor o placer, que el
marxismo está en crisis. El primero, porque no encuentra allí lo que creía encontrar; el segundo, porque
de la constatación de un error decreta su fracaso y su fin”. Véase ahora, en español, la intervención de N.
Bobbio (1982, pp. 76-83) de donde tomamos la cita.
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19. Por el razonamiento que estoy haciendo es evidente que este condicional tiene para mí un valor
meramente retórico. No creo en tal posibilidad porque me parece que con Marx se clausura la tentativa
de la razón occidental de englobar como método y teoría la diversidad de lo real. Pero la consumación de
las categorías definitorias de “totalidad”, “progreso” y “centralidad”, presupuestas en dicha razón y que
Marx –aunque no solo él– arrastra a su punto de disolución, ¿lo instala solo en el pasado? Resultaría iluso-
rio negar que el debate actual sobre el problema del Estado y de lo político obliga a examinar críticamente
toda la cultura de izquierda, ¿pero cómo abrirse a una renovada y más poderosa tensión proyectual sin
medirse necesariamente con Marx? Si el pasado continúa operando sobre el presente cronológico y tien-
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II.
de a proyectarse al futuro, ¿cómo pensar la transición sin todo aquello que nos dio Marx para entender
el pasado y el presente?
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20. “El mundo es, pues, un mundo desgarrado, que se enfrenta a una filosofía de suyo total.” Si después
de Hegel pudieron aparecer en escena “todos esos ensayos pobres y en su mayoría sin fundamento de
los filósofos modernos” es porque “los espíritus mediocres conciben, en tales épocas, una idea inversa a
la de los estrategas de cuerpo entero. Creen poder reparar el daño sufrido reduciendo las fuerzas com-
batientes, dispersándolas, concluyendo un tratado de paz con las necesidades reales, al revés de lo que
hizo Temístocles cuando, amenazada Atenas por la destrucción, movió a los atenienses a abandonar la
ciudad, para crear una nueva Atenas en el mar, en otro elemento” (Marx, 1982, p. 131).
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ser remitidos a las relaciones sociales que los hombres establecen para
vincularse consigo mismos y con la naturaleza. En adelante, todos los
misterios que inducían a la teoría al misticismo “encuentran su solución
racional en la práctica humana y en la comprensión de esta práctica”. Y
en la idea de sociabilidad, o de actividad critico-práctica, o de praxis, está el
núcleo teórico de reunificación de todos los elementos de la vida social,
elementos que, por lo demás, se encuentran en la base de toda forma de
vida social históricamente determinada. Esta idea de Marx hoy aparece
como tan obvia que ni valdría la pena mentarla. Sin embargo, la idea de
que el conocer no es una simple actividad descriptiva de lo objetivamen-
te existente sino la construcción de un mundo sensiblemente experimen-
tal y estructurado de relaciones constantes y de procesos regulares, im-
plica el establecimiento de un principio que ya no puede ser contradicho
desde el interior del discurso filosófico.
Que con esta idea que Marx comparte con Nietzsche se haya alcan-
zado, según palabras de Heidegger, la “posibilidad más extrema de la
filosofía” (Heidegger, 1968, p. 133, 1969)21, sin lograr romper no obstante
con las premisas metafísicas a las que se mantuvieron ligados, siendo un
problema relevante no anula la radicalidad de sus propuestas. Después
de Marx y Nietzsche, el pensamiento filosófico ya no puede ser prose-
guido libremente y debe limitarse a los sucesivos “renacimientos de los
epígonos y de sus variantes”. Para una conciencia laica como la que me
empeño en situarme interesa poco que ambos pensadores estén más acá
o más allá de los umbrales de la nueva época que vislumbramos; o epí-
gonos o heraldos marcan un insoslayable punto de flexión de la cultura
moderna. Si tal como recordaba Marx todo gran pensador condena a las
generaciones sucesivas a explicarlo, de un modo u otro, sacralizándo-
lo a despecho de aquello que lo cuestiona o desdeñándolo como “perro
21. Tanto Marx como Nietzsche “permanecen, y no solo exteriormente, ligados a premisas metafísicas;
ellos completan la metafísica y realizan de tal manera el fin de la filosofía en absoluto. En el ‘platonismo
subvertido’ de Nietzsche y en el ‘trastrocamiento de la metafísica’ realizada por Marx, Heidegger destaca,
‘es alcanzada la posibilidad más extrema de la filosofía’” (Schmidt, 1977, p. 24). Como subversión de la
“abstracta metafísica” concebida por el idealismo hegeliano, Marx expresaría el círculo de Hegel como
tiempo histórico de la burguesía. Es por esto que resulta tan cierta la afirmación de Maximilien Rubel
cuando recuerda que es Hegel –teórico sistemático del Estado y de la guerra– nuestro verdadero contem-
poráneo, el verdadero triunfador del siglo XX.
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22. Como señala Tronti (1982, p. 52) “el umbral crítico está exactamente en el punto en el que la realidad
no aparece según lo que es, pero deviene lo que es. Se puede aferrarla únicamente en ese punto: no con
los ojos de una ciencia exacta sino con las manos de una práctica transformadora”.
23. “Lo que Marx –viniendo de Hegel– ha reconocido en un sentido esencial y significativo como aliena-
ción del hombre alcanza en sus raíces la apatricidad del hombre moderno. […] Por cuanto Marx, al expe-
rimentar la alienación, alcanza a introducirse en una dimensión esencial de la historia, la visión marxista
de la historia supera a toda la restante historiación”. Solo dentro de aquella dimensión, “y solo allí, se hará
posible un diálogo fecundo con el marxismo” (Heidegger, op. cit., pp. 94-95).
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24. Véase también todo el apartado “Sviluppo, socializzazione e forma ‘politica’ della crisi in Marx” (Au-
ciello, 1981, pp. 11-47), que desarrolla la línea argumental aquí presentada.
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25. Véase Marx (1972, pp. 373-377, v. 1; pp. 227-230, v. 2). Véase también Rosdolsky (1978, p. 457-481, c. 28),
dedicado específicamente al tratamiento del tema.
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26. Crisis de la forma Estado en el sentido de que la parte “Estado” de los sistemas políticos tiende a
perder peso relativo respecto de las demás partes del mismo sistema. “El Estado, como máquina, aparato,
no solo de dominio sino también de administración, no solo como estrato de gobernantes sino tam-
bién como cuerpo de funcionarios, comando y ejecución, decisión más burocracia, Schmitt más Weber:
esta forma de Estado está en crisis general” (Tronti, 1982, p. 54). Y esta crisis es acompañada de manera
paralela y convergente por una crisis general del partido político. El punto crítico que atraviesa hoy el
hecho histórico de la organización de las masas, señala Tronti (1982), deriva del hecho de que tanto el
Estado como el partido “han perdido el monopolio de la política”. La notable dilatación de la subjetividad
que tanto el capitalismo como el socialismo crearon en las últimas décadas –y que tuvieron en 1968 un
agudísimo momento de manifestación– no pareciera ser integrable a través de los mecanismos de una
sociedad altamente conflictuable en Occidente, o de un sistema fuertemente ideologizado como en los
países de socialismo “real”. El hecho de que esta tendencia a la crisis del Estado en los actuales sistemas
políticos se manifieste de las más variadas maneras no alcanza a velar la nitidez de un proceso para el que
hoy se ha acuñado el término de “ingobernabilidad”.
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27. Véase Tronti (1982, p. 53). Es verdad que hay momentos de “clausura” de toda una época histórica en
los que resulta inconducente mirar hacia atrás para encontrar en el pasado las respuestas a los desafíos
del presente. Pero aunque, como alguien recordaba, sea particularmente difícil saber ser herederos de
sí mismos, no nos queda otro camino que medirnos con el pasado y el presente para proyectar el futuro
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III.
29. Ya Marx (s.d.) advertía la necesidad de no ideologizar esta cuestión cuando recordaba que “la clase
obrera no tiene ideales a realizar, sino elementos nuevos de la sociedad a liberar”, afirmación que, anali-
zada a fondo, muestra hasta qué punto la “positividad” proletaria es definida por Marx como posibilidad
suya de ser “negatividad”, “no capitalismo real” (“la clase obrera será revolucionaria o no será”). La crítica
marxiana sitúa aquí su fundamento y su punto de partida.
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30. ¿Qué otra cosa es el movimiento socialista sino la conjunción de las dos dimensiones aquí señaladas?
Recordemos las palabras de Gramsci cuando sintetizaba en dos puntos fundamentales la función del
socialismo: “la formación de una voluntad colectiva nacional-popular de la cual el Príncipe moderno es
al mismo tiempo organizador y expresión activa y operante”. El movimiento socialista debía ocupar en
las conciencias de las masas populares el sitio ocupado por la divinidad o el imperativo categórico, y en
tal sentido podía convertirse en la base de un laicismo moderno y de una completa laicización “de toda
la vida y de todas las relaciones de costumbres”. Como fundamento de la civilización moderna, ¿qué es la
democracia sino esta laicización del poder?
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IV.
31. ¿No es hora ya que la cultura de izquierda tenga la misma sensibilidad por estos fenómenos supues-
tamente “anómalos” que la que siempre caracterizó a los intelectuales “reaccionarios”? Desde esta pers-
pectiva resultaría de extrema importancia una relectura verdaderamente crítica de todo el pensamiento
conservador latinoamericano, que, me atrevería a adelantar, supo ver con mayor lucidez que la izquierda
los vastos conos de sombras de nuestras sociedades.
32. Franco, Terán y De Ípola (1981); Franco (1981); Filippi (1982).
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33. Véase en la reciente “Introducción” de Oscar del Barco a las Notas marginales al “Tratado de economía
política” de Adolph Wagner, de K. Marx (1982, p. 11-28), una densa y significativa exposición de los alcances
que puede tener para la “reinterpretación” de Marx una lectura del carácter “fragmentario” de su discur-
so. Para Del Barco, el hecho de que siempre dejara inconclusos sus escritos no es producto de la impoten-
cia creadora del autor ni de falta de tiempo debido a una sobrecarga de sus tareas políticas; “se trata, más
bien, de una compleja mutación en el objeto de estudio de Marx y, consecuentemente, en la perspectiva
del enfoque teórico. Por causas […] que constituyen lo diferente del sistema capitalista y que descentran
todo el aparato teorético explicativo, el objeto ha perdido su traslucidez y asibilidad, de manera tal que
el discurso que pretende dar cuenta de ese objeto no puede presentarse como un todo teórico, sino que
está constreñido a ser un discurso molecular, genealógico […]; ese saber, en sentido propio, intenciona
una realidad a la que solo es posible acercarse a través de los restos y las fracturas, los deslizamientos,
las fallas y los desechos de lo que durante tanto tiempo, y al menos en el proscenio histórico, se creyó
algo compacto y legal, una pura objetividad estructurada según los cánones de la Razón” (ibíd., pp. 13-14).
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34. Véanse, por ejemplo, sus Revelaciones sobre la historia diplomática secreta del siglo XVIII (Marx, 1980b).
Este texto casi desconocido de Marx evidencia por sí mismo hasta qué punto una lectura paralela relati-
viza, o por lo menos condiciona y delimita, el valor general de algunas afirmaciones por todos aceptadas,
y de las que en mi libro me hice partícipe. Por ejemplo, en la página 130 sostengo que “la negación del Es-
tado como centro productor de la sociedad civil es un principio constitutivo del pensamiento de Marx”.
Cito allí el cuestionamiento que él hace de la concepción hegeliana de la productividad de la sociedad
civil por el Estado, pero podría haber citado muchos otros textos orientados en el mismo sentido. Porque
este principio de Marx es fundamental en su razonamiento, el marxismo tuvo siempre serias dificulta-
des para explicar el poder dictatorial. Cuando, como en el caso de Napoleón III, el Estado no aparecía
dominado por ninguna clase determinada, el hecho era presentado como la resultante de una situación
“transitoria” de equilibrio de fuerza entre las clases, que permitía una “momentánea autonomización del
Ejecutivo”. Es esta situación particular la que Marx describe en sus escritos histórico-políticos como Las
luchas de clases en Francia (Marx, 1973a) y El dieciocho brumario de Luis Bonaparte (Marx, 1973b). Pero lo que
quedaba sin explicación era el hecho de que, una vez instaurado, el Estado dictatorial, estaba siempre
en condiciones de perseguir una política independiente porque en realidad se había convertido en una
potencia en sí mismo. Lo cual, y aquí vuelve a reaparecer la “paradoja” marxiana, es lo que muestra con
lujo de detalles y hasta con exageración Marx en sus Revelaciones, redactadas, como se sabe, en la misma
época de sus artículos sobre la revolución en España y sobre Bolívar.
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35. Aunque existan diversas teorías “marxistas” de la política, no existe en cambio una teoría marxista de
la política. Como subraya Bongiovanni, lo que existe, en realidad, es una crítica marxiana de la política.
“Cuando Marx adopta en positivo categorías de la política no las reelabora (lo cual sería imposible), sino
que toma en préstamo aquellas provenientes de la gran tradición democrática y revolucionaria prece-
dente. […] Pero en su análisis las categorías de lo ‘político’ y hasta de lo ‘diplomático’ gozan de amplia
autonomía: gravitan sobre la realidad histórica, en sus escritos ‘periodísticos’, ‘políticos’ e ‘histórico-di-
plomáticos’, seguramente no menos y quizá más que la ‘economía’ y las ‘clases’ de sus epígonos marxis-
tas.” En Marx, en cambio, “lo ‘político’ es con frecuencia visto (internacionalmente) como el autónomo
lugar de resistencia contra el dinamismo revolucionario de la sociedad civil” (Bongiovanni, 1981, p. LI).
Desde este punto de vista, creo que es cuestionable la observación de Franco de que la falta de elabora-
ción en Marx de “un conjunto sistemático de categorías políticas independientes” le impidió “identificar
los fenómenos reales en su propia esfera e identificar las determinaciones de la institucionalidad políti-
ca”, puesto que tal ausencia no lo tornó desvalido ante el curso íntimo de otro proceso –el de Rusia– que
también “descendía de las alturas”.
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Extraído de Aricó, J. (1980, diciembre). Ni cinismo ni utopía. Controversia, 9, pp. 15-16, Suple-
mento La democracia como problema, (México).
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3. Es por todo esto por lo que para quien, como uno, nunca pretendió
ser otra cosa que un socialista a secas, y que durante muchos años pen-
só que era el movimiento y la teoría comunista los que expresaban más
fielmente aquel ideal, el problema debe comenzar por la negativa a
aceptar cualquier tipo de identificación entre socialismo y democracia,
o cualquier tipo de supeditación de uno al otro término. Si a esta altu-
ra del mundo, de un mundo terrible colocado ante la alternativa de un
irrefrenable proceso de autodestrucción, el ideal socialista tiene todavía
sentido, es porque fuera de sus ideas esenciales, de sus grandes ideales
de transformación social y de configuración de una nueva comunidad
humana, solo entrevemos la barbarie y no una forma civil de relación del
hombre con sus semejantes. Casi podríamos decir que lo que muestra
hoy la realidad del mundo es que para poder ser tal requiere necesaria-
mente del socialismo.
Pero siendo diverso, el ideal socialista se sostiene como tal solo a con-
dición de admitir al método democrático como camino de su efectiviza-
ción. Solo así el mundo incontenible de lo diverso y de lo complejo puede
abrirse paso de una manera no negativa, sino positiva, como una nueva
forma de vida moral y cultural de las masas. Si nos oponemos a la unidi-
mensionalización capitalista, no podemos doblegarnos ante tendencias
semejantes rotuladas de “socialistas”. La desaparición del capitalismo
no significa, como creímos ingenuamente durante tantos años, el re-
torno de lo complejo a lo simple; por el contrario, supone una diversifi-
cación gigantesca de las formas sociales que maduran como formas de
contestación en el seno de la sociedad burguesa. La pluralización social
y por lo tanto el método democrático de resolución de las diferencias en
eterno proceso de aparición y desaparición (los “nuevos sujetos socia-
les”), aparecen así como los fundamentos sobre los cuales el socialismo
puede abrirse paso.
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Bibliografía
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* Extraído de Aricó, J. (1981, octubre). Otto Bauer y la cuestión nacional. Icaria. Revista de Crítica
y Cultura, 1(2), 15-20, (Buenos Aires).
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por ejemplo: Die soziale Funktion der Rechtsinstitution [La función social de las
instituciones jurídicas] de Karl Renner, y Kausalität und Teleologie im Streite
um die Wissenschaft [Casualidad y teología en la disputa sobre la ciencia] de
Max Adler (1904, v. 1); Die Nationalitätenfrage und die Sozialdemokratie [La
cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia] de Otto Bauer (1907, v. 2);
Das Finanzkapital [El capital financiero] de Rudolf Hilferding (1910, v. 3); Die
Staatsauffassung des Marxismus [La concepción marxista del Estado] de Max
Adler (1922, v. 4). En octubre de 1907, año en que conquistado el sufra-
gio universal tanto el Partido socialdemócrata como el Partido cristiano
social obtuvieron una gran victoria electoral que los convirtió en las dos
fuerzas principales del electorado austriaco, se inició la publicación de
la revista teórico-política Der Kampf [La lucha], fundada por Otto Bauer
junto con Karl Renner y Adolf Braun.
La necesidad de crear un ámbito propio de expresión surgió de la
nueva perspectiva abierta por la escuela marxista de Viena en el interior
de la socialdemocracia austriaca. Pero esto implicaba un distanciamien-
to cada vez mayor con la política cultural llevada a cabo por Kautsky des-
de Die Neue Zeit, el órgano científico de la socialdemocracia alemana que
hasta ese momento había sido también el de la austriaca. De tal manera,
y sirviéndose de sus propios instrumentos ideológicos, los austromar-
xistas pudieron realizar una confrontación productiva con esa cultura
de la gran Viena de las primeras décadas del siglo que aun nos sigue
asombrando por su carácter verdaderamente excepcional: Una cultura
expresada en el campo del derecho por las teorías de Hans Kelsen, con
el que no casualmente Bauer y Adler tendrán discusiones cruciales en
los años veinte; en el campo de la economía con aquella Wiener Schule de
Carl Menger, Böhm-Bawerk y Wieser que en la disputa sobre el método
había desbaratado a la Historia Schule alemana, en el campo lógico-cien-
tífico por Ludwig Wittgenstein, que estableció un puente entre la cultu-
ra vienesa y el mundo anglosajón, y por la Wiener Kreis de Carnap, Hahn,
Neurath y Schlick, influida poderosamente por el pensamiento de Ernst
Mach (autor que representó uno de los más importantes puntos de re-
ferencia del austromarxismo); en el campo literario por Hofmannsthal,
Kraus, Musil, Roth, Zweig, Schnitzler, Bahr, Altenberg, etc.; en el campo
de la música por Mahler, Schönberg y Richard Strauss; en el campo de
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una comunidad de lengua es, según este esquema, una sociedad (Bauer,
1978, p. 173). En su “Prefacio” de 1924, Bauer procederá a un análisis crí-
tico de su enfoque metodológico, pero como ya dijimos no cuestionará
la esencia de su teoría.
Los austromarxistas, y entre ellos Bauer en primer lugar, fueron los
únicos en consagrarse a un verdadero estudio científico del problema
y por lo tanto los únicos auténticamente, “marxistas” en el verdadero
sentido de la palabra. Cualesquiera sean las críticas a que hoy podamos
someter una obra teórica de la magnitud de la que estamos comentan-
do, no podemos de ninguna manera desconocer su importancia. Por lo
que no deja de sorprender –y esto constituye por sí mismo todo un cam-
po de indagación sobre la forma en que el cuerpo teórico del marxismo
penetró en el movimiento social– que a pesar de los años transcurridos
La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia (Bauer, 1907/1924) no
haya sido aún editada en otros idiomas que el original y que en la pro-
pia área alemana, desde 1924 en adelante nadie pensara en la utilidad
de reeditarlo1. ¡Aunque resulte curioso, tampoco es casual que en estos
días haya aparecido una edición en catalán y se anuncie otra en idioma…
occitano! Si como acostumbraba recordar Bauer, cada época debe tener
su propio Marx, en la nuestra, tan compleja y contradictoria, donde ob-
servamos el pronunciado in crescendo de luchas nacionales que corroen
violentamente hasta el propio interior del bloque de los países llamados
“socialistas”, ¿no habrá llegado la hora también de tener nuestro propio
Bauer? Cuando trastabillan las viejas convicciones en una igualdad de
destino que el análisis económico –o mejor dicho, economicista– atribuyó
a todos los proletarios del mundo, releer los escritos de un teórico mar-
xista que mantuvo imperturbable su fe en el triunfo del socialismo, pero
que supo descubrir ya a principios de siglo la insoslayable presencia de
una “comunidad de destino” resultante de la compleja e irreductible his-
toria de cada nación y tanto o más importante que la primera, volver a
las páginas del texto de Bauer es una forma de mantenerse firmemente
1. Según las referencias incluidas en el escrito de Stalin (1913/1977) la editorial Serp publicó en 1909 una
edición en ruso del libro de Bauer. No sabemos si volvió a publicarse luego de la Revolución de Octubre.
En cuanto a la edición catalana, que solo hemos visto anunciada, se titula Sobre la qüestió nacional (Bauer,
1979). No podemos precisar si se trata de una antología o de la obra completa.
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Bibliografía3
2. Para la redacción de esta nota hemos consultado varias obras. Pero dejamos constancia de nuestro
reconocimiento para con dos trabajos que ofrecen un muy buen cuadro de conjunto de la significación
teórica y política del austromarxismo y de la figura de Bauer. Ellos son: (1) Marramao (1977); (2) Bourdet
(1968). Nuestra advertencia solo se ha limitado a glosar las fuentes indicadas, y en especial, la Introduc-
ción de Marramao, extremadamente rica en ideas y sugerencias analíticas.
3. [Ampliada para la presente edición].
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I. Consideraciones generales
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Solamente desde los años veinte del nuevo siglo, y con la formación
del movimiento comunista, se inició en América Latina una actividad
sistemática de edición y difusión de la literatura marxista. Sin embar-
go, desde mucho tiempo antes, más precisamente con la repercusión
que tuvieron en las corrientes democráticas latinoamericanas los ful-
gurantes acontecimientos de la Comuna de París, en 1871, se despertó
el interés por la figura de Karl Marx y por su pensamiento. Debe re-
cordarse que en América Latina la Comuna fue unánimemente con-
siderada como la obra exclusiva de la Asociación Internacional de los
Trabajadores y todo el espectro de las tendencias ideológicas en ella
presentes, desde el jacobinismo y la democracia social hasta el socia-
lismo revolucionario y el anarquismo, fueron remitidos por la opinión
pública a una matriz: la Internacional. Es así como ya en 1870 un pe-
riódico obrero mexicano publica el Manifiesto Comunista (Marx, 1970)
por primera vez en América Latina. Pero durante estos años inicia-
les y hasta la constitución del Partido Socialista en la Argentina, en
1896, el conocimiento de las obras más importantes de Marx estaba
en manos de los pequeños núcleos de la emigración política alemana
–que leía tales obras en su idioma original– o francesa e italiana. Pablo
Zierold, desde México, o el ingeniero socialista alemán Germán Avé-
Lallemant (1903), desde Argentina, mantuvieron un estrecho contacto
con los socialdemócratas alemanes, y en especial con Kautsky (1890)
y su revista Die Neue Zeit, de la que eran corresponsales. Sin embargo
excepto en el pequeño núcleo de emigrantes alemanes que protagoni-
zó con Avé-Lallemant la experiencia de un periódico declaradamente
marxista como El Obrero (Avé-Lallemant, 1890), publicado en Buenos
Aires, el conocimiento del marxismo no pudo expandirse en los me-
dios obreros e intelectuales latinoamericanos, aunque el nombre de
Marx comenzara a ser reiteradamente mentado por pensadores como
José Martí, Tobías Barreto, Euclides da Cunha y otros. Fue sin duda
desde la creación por militantes socialistas argentinos del periódico
obrero La Vanguardia (AA. VV., 1894), y dos años después, del Partido
Socialista, que la teoría marxista comienza a difundirse en forma or-
gánica, y en torno a la experiencia ideológica y política de un orga-
nismo obrero que sustenta tal filiación. En 1898, y como resultado del
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y este solo era posible como superación del atraso político de las masas
y como conquista de su propia autonomía política y organizativa, todos
aquellos movimientos vinculados de algún modo a este atraso debían
ser combatidos a fin de que el progreso pudiera abrirse paso.
La transformación de la doctrina de Marx en un canon interpretativo
basado en la unidad tendencial de evolución técnico-económica y evolu-
ción política le impedía a Justo advertir que no era el atraso sino preci-
samente la modernidad capitalista el trasfondo de la morfología concre-
ta adoptada por el proceso de constitución de las masas populares. La
visión de una trasparencia de las relaciones entre esfera económica y
esfera política en la sociedad argentina concluía en el fácil sociologismo
de privilegiar una institucionalidad perfecta que solo existía en el papel
y que condujo al partido socialista a estrellarse infructuosamente con
la opacidad de un mundo irreductible a la transformación proyectada.
Justo (1947) advirtió como pocos –y aquí reside el valor de su hipótesis–
que el socialismo podía ser una fuerza “nacional” en la Argentina finise-
cular si mostraba ser capaz de luchar por la nacionalización de las masas
trabajadoras extranjeras y por la acción política de la clase obrera. En la
lucha por la imposición del sufragio universal, de la libertad política sin
restricciones, por el gobierno de las mayorías y el respeto de las mino-
rías habría de operarse la fusión de masas “extranjeras” y “nacionales”
requerida para la formación de un movimiento de masas moderno, que
como tal era compatible con la modernidad alcanzada por el desarrollo
de las fuerzas productivas en Argentina. Pero el problema no residía en
la perspectiva en sí, sino en los procesos que debía protagonizar el movi-
miento obrero argentino para que pudiera movilizarse en torno a dicha
propuesta estratégica. Y es aquí donde se evidencia una distancia pro-
funda entre su pensamiento y el marxismo. Porque si para Marx la au-
toemancipación de los trabajadores suponía siempre una compleja dia-
léctica entre movimientos históricos de la clase y capacidad develadora
de la teoría, para Justo en cambio se reduce a una simple explotación
directa claramente visualizable por un movimiento al que la lucha políti-
ca, la lucha sindical y la asociación cooperativa permite rápidamente al-
canzar los conocimientos y la disciplina necesarios para la conquista de
la emancipación social. Desaparecido o mutilado el marxismo reaparece
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esa vieja idea que permea todo el movimiento socialista y que Lassalle
llevó a su más clara expresión: la del encuentro y fusión del proletariado
con la ciencia como presupuesto para realización del socialismo.
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Socialismo latinoamericano
dispersos que ya a fines del siglo pasado habían intentado dar forma or-
gánica a la tendencia socialista. Habiendo logrado cierta implantación
entre los obreros del salitre, en el norte del país, en 1921 se transformó en
Partido Comunista. La fundación de un nuevo partido socialista fue una
resultante de la experiencia, excesivamente breve pero ilustrativa del es-
tado de ánimo de las clases populares, de la “república socialista” surgi-
da de una revuelta militar el 4 de junio de 1932. En 1933 se constituye el
Partido Socialista sobre la base de la fusión de grupos provenientes de
la izquierda radical y de divisiones producidas en el interior del Partido
Comunista. El nuevo organismo protagonizará, pocos años después,
junto con los comunistas y los radicales, la primera experiencia latinoa-
mericana de Frente Popular. Desde 1957 en adelante, y luego de haber
superado divisiones internas que esterilizaron en buena parte su acción
política, el partido reunificado establecerá con los comunistas una alian-
za que, bajo distintas formas, se mantendrá aun hasta el presente.
El Partido Socialista ha mantenido siempre una actitud crítica frente
a las experiencias de la II y III Internacional, manteniéndose al mar-
gen de ellas y con una política continental e internacional propia. Así
su Declaración de Principios señala que “[…] la doctrina socialista es
de carácter internacional y exige una acción solidaria y coordinada de
los trabajadores del mundo. Para iniciar la realización de estos postu-
lados, el Partido Socialista propugnará la unidad económica y política
de los pueblos del continente para llegar a la Federación de Repúblicas
Socialistas del Continente y a la creación de una economía antimperia-
lista” (Partido Socialista Chileno, s.d.).
Afirma además en lo nacional que “durante el proceso de transforma-
ción total del sistema es necesaria una dictadura de trabajadores orga-
nizados”. En 1970, una coalición de cinco partidos vertebrada en torno a
la alianza socialista-comunista y denominada Unidad Popular, impone
como nuevo presidente de la República al socialista Salvador Allende,
que intenta instrumentar un programa de profundas reformas de es-
tructura abortado por el golpe militar de 1973.
Otras experiencias de formación de partidos socialistas en los mar-
cos de la II Internacional, casi todas infructuosas o de muy breve du-
ración, se produjeron en Brasil, Cuba y México. En los años veinte, y
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Bibliografía
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Marx y América Latina*
* Extraído de Aricó, J. (1983, mayo-junio). Marx y América Latina. Nueva Sociedad, 66, pp. 47-58.
Este trabajo, con algunas correcciones y agregados, reproduce la ponencia presentada en el Con-
greso Internacional sobre Karl Marx en África, Asia y América Latina, organizado por la Fundación F.
Ebert en colaboración con la Comisión Alemana de la UNESCO en Tréveris, Alemania Federal, del
14 al 16 de marzo de 1983. [Nota de la primera edición].
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Contextualizar a Marx
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1 ¿No es sorprendente la abusiva reiteración con que siempre se recuerdan estos juicios tempra-
nos (1847) de Engels y de Marx como si fueran los únicos que hubieran emitido sobre las conflicti-
vas relaciones entre México y los Estados Unidos? Véanse al respecto las siempre útiles reflexiones
de García Cantú (1969, pp. 186-198, 464-469) y, en este número de Nueva Sociedad, el trabajo “Marx y
México” de Monjarás Ruiz (1983), como texto preliminar de su estimulante estudio sobre los textos
éditos e inéditos de Marx y Engels referidos a América Latina.
2 Tal como he mostrado en mi libro “Marx y América Latina” (Aricó, 1980, 1982), del que el pre-
sente trabajo es en realidad una síntesis.
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¿El eurocentrismo?
La última explicación del soslayamiento de Marx apela al socorri-
do argumento del supuesto desprecio “eurocéntrico”. Si dejamos de
lado esa noción pedestre del concepto que se funda en la idea de una
ontológica “ininteligibilidad” del mundo no europeo por la cultura oc-
cidental –idea esta profundamente arraigada en América Latina, en
cuanto mundo de naciones aún en búsqueda de una identidad propia
siempre evanescente e indeterminada– nos queda de todas maneras
la fundamentación que el concepto recibe por parte de quienes, colo-
cados en una perspectiva distante de la romántica-nacionalista que
la visión de eurocentrismo conlleva, enfatizan el hecho indiscutible
de un Marx pensador de su tiempo y poseído, como es lógico, de una
creencia nunca puesta en cuestión en el progreso, en la necesidad del
dominio del hombre sobre la naturaleza, en la revalorización de la tec-
nología productiva, y en una laicización de la visión judeocristiana
de la historia. A partir de este basamento cultural, definido como un
típico “paradigma eurocéntrico”, Marx habría construido un sistema
categorial basado en las determinantes contradicciones de clase que
debía necesariamente excluir aquellas realidades que escapaban al
modelo. La contradicción subyacente entre un modelo teórico-abs-
tracto y una realidad concreta irreductible a sus parámetros esencia-
les explicaría, por tanto, la exclusión de América. Marx no podía ver
detrás del caos, del azar y de la irracionalidad, el proceso de devenir
naciones de los pueblos latinoamericanos, porque su perspectiva capi-
talístico-céntrica se lo vedaba. Una construcción teórica como la suya,
basada en la modalidad particular que adquirió la relación nación-
Estado en Europa, determinaba necesariamente una concepción de la
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política, del Estado, de las clases, y más en general del curso histórico
de los procesos que no encontraba réplica cabal en América Latina.
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Estas son las razones por las que creo que es un camino inconducen-
te atribuir a un supuesto “europeísmo” de Marx su paradójico soslaya-
miento de la realidad latinoamericana. Inconducente, porque clausura
un nudo problemático que solo a condición de quedar abierto libera las
capacidades críticas del pensamiento de Marx para que puedan ser uti-
lizadas en la construcción de una inédita capacidad de representar lo
real, de una nueva racionalidad que nos permita leer aquello que, como
recordaba Hofmannsthal, “jamás fue escrito”.
Únicamente si la investigación marxista avanza a contrapelo en la
historia puede cuestionar un patrimonio cultural que reclama siempre
el momento destructivo, para que la memoria de los sin nombre atravie-
se una historia que en la conciencia burguesa es siempre el cortejo triun-
fal de los vencedores. Es en los puntos límites de su pensamiento donde
podemos encontrar todo aquello que Marx aún nos sigue diciendo. Pero
esta tarea es posible solo porque siendo un pensador que alcanzó una
aguda conciencia de la crisis fue capaz de leer en el libro de la vida la
pluralidad de las historias que fragmentan un mundo que se propuso
destruir, para que la posibilidad del futuro pudiera abrirse paso.
Bibliografía
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Democracia y socialismo en América Latina*
Lo que voy a decir, lo que voy a intentar presentar aquí no es, por su-
puesto, una ponencia. Será simplemente una mera conversación en la
que trataré de tomar algunos temas más o menos deshilvanadamente.
El resto de los compañeros cubrirán otros temas más referidos a lo que
estrictamente se quería plantear.
Lo fundamental es que de este conjunto de ideas o de sugerencias que
surjan aquí, de la conversación, tratemos de organizar una discusión
sobre, quizás el tema más arduo, más difícil de una discusión sobre los
caminos de la democracia en América Latina. Porque en el supuesto de
que en alguno de nosotros existiera algo de claridad o de seguridad o de
convicción sobre las posibilidades más o menos concretas, a un plazo más
o menos visualizable, de abrir un proceso más o menos efectivo de de-
mocratización, o por lo menos de instauración de sistemas democráticos
más o menos formales en lo institucional, creo que si alguna idea o espe-
ranza tenemos de este tipo, que si además le sumamos a este tema de la
democratización la idea de socialismo, esas esperanzas serían mucho más
evanescentes aún. Y serían mucho más evanescentes porque en América
Latina, aun cuando ha existido una dimensión socialista y ha existido un
ideal socialista, y han existido organizaciones socialistas (tomándolas en
un sentido amplio), organizaciones que vienen prácticamente desde fines
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Presentación y Nota biográfica en El concepto de lo
“político”. Teoría del partisano. Notas complementarias
al concepto de lo “político”, de Carl Schmitt*
Presentación
Más de un lector habrá de preguntarse por las razones que nos llevan
a incluir en nuestra colección “El tiempo de la política” a un autor tan
controvertido como Carl Schmitt. En tiempos como los presentes, ha-
bituados a trasladar a los debates ideológicos los métodos y las cate-
gorías de la guerra, pareciera ser una necesidad insoslayable justificar
la presencia en una editorial democrática de quien es por lo general
considerado como un pensador político nazi por su adhesión al parti-
do nacionalsocialista y, esencialmente, por la justificación teórica que
él dio a la práctica y a las instituciones del nazismo. En circunstancias
semejantes es mucho menos probable que existan personas que piensen
que la preocupación no tiene, en realidad, motivos valederos. El mismo
hecho de que el tema se planteara en el Consejo editorial de Folios y que
decidiéramos de común acuerdo la utilidad de una presentación que
fuera a la vez expresión de motivos, da cuenta de una modalidad aun
presente de la confrontación intelectual, de un –por así decirlo– “esti-
lo” de debate que no por anacrónico e inaceptable debe ser soslayado.
Quienes se sientan inclinados a receptar con sorpresa y hasta fastidio
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¿Cómo evitar la guerra civil? Dicho de otro modo, ¿cuál es el nexo entre
dialéctica histórica y orden que la controla en una época signada por la
crisis de la representación estatal clásica? Este es, en suma, el problema
histórico que desde siempre fascinó a Schmitt y al que abordó desde una
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2. “Hay cierto acuerdo entre los críticos en considerar la adhesión de Schmitt al nazismo como derivada
del método decisionista y no de la homogeneidad de contenidos entre el pensamiento de Schmitt y la expe-
riencia nazi. Es notable las divergencias en torno a la evaluación de este hecho entre aquellos que creen
que deriva de un general ‘ocasionalismo’ del pensamiento schmittiano, y los que creen que es, sobre todo,
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un riesgo presente como posibilidad en la revisión de las metodologías positivistas e historicistas” (Galli,
1981, p. XXIX).
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Más allá de las opiniones que tengamos respecto del actual debate
sobre la crisis del marxismo –que en realidad implica otro, aún más im-
portante, sobre el sentido y la posibilidad del socialismo– es innegable
que en el mundo de hoy son firmemente cuestionadas dos ideas fuerza
que encontraron en el marxismo su sustento teórico y que hicieron del
movimiento obrero y socialista un movimiento histórico de transforma-
ción. Ellas son, y permítanme enunciarlas de esta manera sumaria pero
a la vez ilustrativa:
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II
Pero es posible pensar que una razón más se agrega a la señalada para
validar el tema del marxismo. Porque si lo que se quiere es razonar no
ya sobre el marxismo en general, sino sobre el marxismo “en América
Latina”, es porque de algún modo se piensa que su itinerario recorrió
aquí caminos singulares que merecen ser reconstruidos para establecer
con mayor rigor sus límites y potencialidades. Y pienso que esta preo-
cupación se justifica de manera plena, porque en caso contrario el de-
bate sobre el marxismo y su crisis arriesgaría ser entre nosotros el eco
distorsionado de otro debate que aunque importante no es totalmente
el nuestro, dado que el nuestro, como diría Tolstoi, puede serlo solo “a
su manera”. Todo lo cual, bien mirado, puede ayudarnos a reflexionar
sobre otro problema, de importancia crucial, que ordena el tema de hoy
y que se refiere a las relaciones entre populismo y marxismo en América
Latina. Y digo crucial porque para todos aquellos que compartimos la
convicción de que el destino de nuestro continente está vinculado de
manera estrecha a la posibilidad de diseñar una alternativa democrática
y socialista a su crisis de civilización, resulta evidente que la encrucijada
ante la que nos encontramos es la de descubrir o inventar los caminos
que posibiliten construir movimientos socialistas potencialmente capa-
ces de superar las viejas oposiciones entre populismo y clasismo, inade-
cuadas y desprovistas hoy de realidad sustantiva.
Es en torno a estas formas antipódicas de manifestación de la iz-
quierda latinoamericana que puede resultar útil una breve incursión
historiográfica y no porque crea que el pasado arroja lecciones que de-
ben ser recogidas en el presente. Sino por aquello de que nada de lo que
alguna vez aconteció ha de darse por perdido y porque nuestra tarea,
no de historiadores, sino de socialista que en las voces del presente a las
que presta oído intenta escuchar el eco de las que enmudecieron, acaso
no pueda ser otra que la que Walter Benjamin (2009) atribuía al mate-
rialista histórico: “fijar la imagen del pasado tal como este se presenta
de improviso al sujeto histórico en el instante del peligro”. En tal senti-
do estoy persuadido que fue hacia fines de los años veinte, y en un país
excéntrico a las grandes sedes del debate teórico y político, cuando se
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III
¿Por qué pienso que desandar el camino y volver a los años veinte tiene
una importancia historiográfica decisiva? Como ustedes saben la in-
serción del marxismo en la cultura política latinoamericana es un tema
insuficientemente estudiado. Su dilucidación plantea problemas de
difícil trámite por el hecho de que su itinerario fue discontinuo y con-
tradictorio, atravesado como estuvo por complejos procesos de fusión
con ideologías democráticas o liberales, o con ciertas dimensiones de
la cultura política heredada del orden colonial. Las razones de este difi-
cultoso camino de adaptación o recomposición son diferentes pero creo
que en esencia remiten a dos campos problemáticos. Por un lado, como
es obvio, a la naturaleza intrínseca de la propia teoría marxista; por el
otro, y yo diría que fundamentalmente, a las características propias, ori-
ginales, de las formaciones sociales iberoamericanas en cuyo interior las
clases trabajadoras se constituyeron como tales. Este es el motivo por el
que estudiar las formas teóricas que adoptó el marxismo en sus áreas dife-
renciadas de expansión constituye un campo analítico excepcional para
el historiador de las ideas, en la medida en que es posible pensar que
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¿Cómo pudo ser posible tal cambio de paradigmas en un país del que
Mariátegui afirmaba aún en 1927 que no constituía una nación, una socie-
dad que soportaba con nostalgiosa tragicidad el derrumbe de sus creen-
cias, una intelectualidad aristocrática, elitista, constituida como tal sobre
las espaldas de un mundo popular subalterno sometido a la explotación
más inicua, un Estado que conservaba incólume la herencia colonial y
un sistema institucional jerárquicamente organizado? Es aquí donde la
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[…] nunca sitúa como factor máximo de la historia a los hechos eco-
nómicos en bruto, sino siempre al hombre, a la sociedad de los hom-
bres, de los hombres que se reúnen, se comprenden, desarrollan a
través de esos contactos (cultura) una voluntad social, colectiva, y
entienden los hechos económicos, los juzgan y los adaptan a su vo-
luntad hasta que esta se convierte en motor de la economía, en plas-
madora de la realidad objetiva, la cual vive entonces, se mueve y toma
el carácter de materia telúrica en ebullición, canalizable por donde la
voluntad lo desee, y como la voluntad lo desee (Gramsci, 1980, p. 35).
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Bibliografía
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América Latina*
* Extraído de Aricó, J. (1985). Prólogo, pp. 11-16. En J. Labastida Martín del Campo (Coord.), He-
gemonía y alternativas políticas en América Latina (Seminario de Morelia). México: Siglo XXI.
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Bibliografía
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José Aricó, cordobés, residió en México durante varios años y allí, como
antes y ahora en Argentina, desarrolló una intensa actividad como
investigador de la historia de las ideas, y principalmente del marxis-
mo, en América Latina. Entre sus libros hay que recordar Mariátegui
y los orígenes del marxismo latinoamericano (Aricó y otros, 1978); Marx y
América Latina (Aricó, 1980/1999) y el que en este momento tiene en
prensa: La hipótesis de Justo (Aricó, 1980/2009). Aricó obtuvo este año
una beca de la Fundación Guggenheim de Estados Unidos.
¿Por qué la dedicatoria de tu libro Marx y América Latina dice “A los compañe-
ros de Pasado y Presente”? ¿Qué connotaciones de tu vida intelectual y política
están comprendidas en esa evocación?
Pasado y Presente es el nombre de una revista que en 1963 comenzamos
a publicar en Córdoba. Su aparición provocó desagrado en los medios
comunistas a los que en su mayoría pertenecía el núcleo redaccional,
pero también interés y sorpresa en la izquierda intelectual, en especial
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porteña. La pregunta era cómo pudo ser posible que una revista de las
características de Pasado y Presente pudiera surgir en un lugar como
Córdoba, que había gozado en el pasado de cierto prestigio intelectual,
pero hecho desde modelos intelectuales muy distintos. La revista pare-
cía instituir un campo de reflexiones sin antecedentes, sin una tradición
en la que inscribirse y por lo tanto como una creación ex nihilo. De pron-
to, irrumpía un grupo de personas que provenían en su mayoría de la
universidad, que eran todos militantes de la izquierda y comunistas los
más, y que mostraban una disposición inédita a vincular ciertos debates
teóricos que se sucedían en Europa (pero no solo en ella) con los proble-
mas de la izquierda argentina. Esto era lo que sorprendía: la novedad de
un grupo que pensaba los problemas políticos y de la izquierda desde un
lugar de provincia, esto es, desde fuera del tradicional centro de conden-
sación de las estructuras teóricas y de la fisonomía organizativa del pen-
samiento de izquierda. Esta circunstancia anómala sirvió de estímulo
para el desarrollo de la revista porque le permitía descentralizar tanto
el discurso como los viejos temas de debate. Pero además le posibilitó
incorporar voces que nunca hubieran aparecido juntas en una publica-
ción porteña del mismo tipo. Es difícil, desde el presente, reconstruir
toda esa historia o darle su verdadera significación, pero en todos estos
años, me parece, por lo que he visto y oído, por lo que he conversado con
gente a la que no había conocido antes, que la presencia de la revista,
el clima de ideas que animó, el tipo de discusiones que suscitó, fueron
muy importantes para una historia que aún no estamos en condiciones
de reconstruir, pero en cuyo interior Pasado y Presente desempeñó una
función más relevante que la que nosotros mismos tendimos a asignar-
le. Supongo que la reconstrucción de esa historia, con todas sus implica-
ciones positivas y negativas, puede ayudarnos a explicar momentos que
aún nos resultan difíciles de abordar: los años sesenta y el Cordobazo, la
década de los setenta y el vertiginoso viraje de la sociedad argentina a
una espiral de violencia total. En México, durante el exilio, descubrimos
hasta qué punto Pasado y Presente estuvo en el centro de un debate teó-
rico y político que coagula en el más significativo movimiento social de
transformación de las últimas décadas. De sus aciertos y de sus profun-
dos errores somos corresponsables: su historia es la nuestra.
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¿Cuáles fueron los puntos de nucleamiento del grupo que animó Pasado y
Presente?
Nosotros éramos un grupo de comunistas que nos propusimos re-
flexionar sobre las razones de las insuficiencias de la acción comunista
en la Argentina. Y para esto arrancábamos de dos hechos. Por un lado, lo
que estaba ocurriendo en la Unión Soviética, que nos parecía grave y ur-
gente de analizar a diferencia de la actitud asumida por un PC que dis-
minuía su significado. Por el otro, ciertos fenómenos de recomposición
de la teoría marxista que se sucedían en algunos países. Nos interesaba,
en especial, el debate intelectual y político que atravesaba el marxismo
italiano. Pienso que seguíamos con detenimiento lo que ocurría en Italia
porque, de un modo u otro, todos recibimos la influencia poderosa de
Antonio Gramsci. Y aquí podría afirmar que si hubo un grupo sobre el
cual la influencia del pensamiento gramsciano en Argentina fue decisi-
vo, ese grupo estaba fundamentalmente en Córdoba o nucleado en tor-
no a la experiencia de nuestra revista. En tal sentido, y para hablar de mi
caso, no fue por azar que haya sido traductor de Gramsci, que el título
de la revista reprodujera el nombre con que Gramsci reagrupó algunas
de sus notas de los Cuadernos de la cárcel (Gramsci, 1980). Recuerdo que el
nombre fue escogido simultáneamente por Juan Carlos Portantiero des-
de Buenos Aires y por mí desde Córdoba, sin que nos hubiéramos puesto
de acuerdo previamente. Desde años antes de la publicación de la revista
hubo una estimulante frecuentación de sus escritos que, más allá de la
discusión actual sobre la vigencia del gramscismo, tuvo en nosotros un
efecto de liberación muy fuerte y nos ayudó a observar fenómenos que
antes, en el pensamiento marxista, estaban soslayados. Por ejemplo, los
problemas de los intelectuales, de la cultura, de la relación entre Estado,
nación y sociedad, la función del partido político en el seno de un bloque
de fuerzas populares, etcétera. No es que tales problemas no se pensa-
ran, sino que se pensaban desde una perspectiva que no nos obligaba
a descubrir nuestra propia realidad nacional. Aquí conviene señalar,
que antes de Gramsci, para nosotros, comunistas argentinos, no nos
era necesario conocer el pasado nacional para pensar la política. Pero si,
como nos enseñaba Gramsci, la unidad histórica de las clases dirigen-
tes se da en el Estado y este es el centro de constitución de un aparato
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a los autores como quiere leerlos. Y hasta se podría sostener que los
autores no existen; existen solo lectores que traducen y recomponen.
¿Supone todo esto una importancia decisiva del gramscismo en América Latina?
Creo que cuando haya que analizar los elementos que contribu-
yeron a la modificación de ciertas teorías acerca de América Latina,
de su constitución como tal y sus procesos de cambio –teorías como
las del subdesarrollo, de la dependencia, etcétera– el “gramscismo”
aparecerá como un dispositivo teórico corrector de visiones y fusio-
nador de fuentes diversas. El desplazamiento del campo de interés
de la teoría desde una visión economicista de la dependencia hasta
el privilegiamiento de las formas histórico-sociales en que se organi-
zaron las clases y fuerzas en pugna y que a su vez condicionaron las
formas particulares de los Estados, esta recuperación de la historia
frente a la estructura se produjo en los momentos de crecimiento
de la inspiración gramsciana y en buena parte estimulada por esta.
Además de las vicisitudes políticas adversas que vivieron nuestros
pueblos y que obligaron a repensar muchas cosas, las condiciones en
que estas debieron ser pensadas –el exilio, por ejemplo– facilitaron la
penetración de las ideas de Gramsci. El encuentro del marxismo con
el problema del Estado, con el soslayado problema de las “formas”
del Estado, no fue en tal sentido una copia de las discusiones que se
suscitaron en Europa, sino el fruto de una relectura crítica posibili-
tada por el demoledor ataque que el gramscismo condujo contra las
formulaciones economicistas. Y esto me lleva a otro problema más
general sobre las maneras que tenemos los latinoamericanos de leer
tradiciones teóricas que no son las nuestras, y sobre el cual ejem-
plificaré solo un caso. Hay un pensador que entre nosotros fue más
mentado que leído y cuyas obras fueron conocidas a principios de
siglo y luego olvidadas. Me refiero a George Sorel, que de la mano de
Gramsci, y antes, de la de Mariátegui, ha vuelto a la superficie como
alguien muy próximo a nosotros. Y esto puede ocurrir así porque
de la misma manera que puede a afirmarse que América Latina es
un continente nacional-popular, debe reconocerse también que fui-
mos sorelianos sin saberlo. En este continente necesitado de mitos
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Bibliografía2
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Debemos reinventar América Latina, pero...
¿desde qué conceptos “pensar” América?*
* Extraído de Ansaldi, W. (1986, julio). [Entrevista a J. Arico]. David y Goliath, 49, (Buenos Aires).
Nota: Extractos de este reportaje fueron publicados en Aricó, J. (1991-1992, diciembre-febrero). Re-
inventar América Latina. La Ciudad Futura, 30-31, (Buenos Aires).
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DEBEMOS REINVENTAR AMÉRICA LATINA
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pienso que existe tal complejidad en los problemas que atraviesan las
sociedades modernas, tal morfología concreta de la sociedad capitalista,
que la idea central de Marx de un movimiento político que cristalizara
en torno del proletariado y el énfasis puesto en la potencialidad propia
del proletariado para superar y destruir las contradicciones capitalistas
esté llegando a su consumación. Tengo la sospecha –y digo la sospecha,
simplemente para dar una palabra que relativice las cosas– de que esta
idea que aparece en Marx y que se sedimenta y se constituye como una
idea fuerte del marxismo, la idea de una clase social que es la depositaria
y la ejecutora de una transformación de la sociedad, ha caducado. No
porque los trabajadores no puedan ser elementos activos de superación
de la sociedad capitalista, sino porque no pasa estrictamente por su con-
dición de productor el convertirse en elementos activos de superación
de la sociedad capitalista. No pasa estrictamente hoy por el trabajo asa-
lariado la posibilidad configuración de un polo social de superación de la
sociedad capitalista. Esto podríamos decir –como podría decirlo Marx,
recordando a los Grundrisse– que es una base excesivamente estrecha
para tomar en cuenta el conjunto de contradicciones que hoy sacuden a
la sociedad moderna y que solamente podrían ser superadas si se pensa-
ra el movimiento social y el movimiento político de una manera distinta
que la manera clásica de los partidos obreros. Estos, al defender los in-
tereses estrictos de los trabajadores, pugnaban al mismo tiempo por la
transformación de la sociedad en la medida en que los intereses estrictos
de los trabajadores se correspondían totalmente con esa nueva forma de
la sociedad que podía ser la sociedad socialista. En realidad, el trabajo
asalariado forma parte del sistema de reproducción del capital. Y tiende
a constituirse, a abroquelarse y a corporativizarse en la defensa del pro-
pio sistema, por lo que ninguna lucha social en pro de las estrictas rei-
vindicaciones de los trabajadores tienen la posibilidad de transformarse
en una lucha por la sustitución de un sistema si no está mediada por una
fuerte subjetividad, la que no puede surgir espontáneamente de la pro-
pia lucha de los trabajadores. Con esta afirmación tal vez pueda decirse
que, de algún modo, rescato la respuesta que en su momento dio Lenin
a esta crisis inicial del marxismo, a fines del siglo pasado y comienzos
de este siglo: la idea de que el movimiento obrero era un movimiento
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¿Pero solamente con Marx o también con toda la tradición del socialismo utópico
del siglo pasado: Saint-Simon, Fourier, Proudhon, etcétera?
No digo solamente con Marx pues debe ser necesariamente con otros,
con toda esa tradición que mencionas. Por supuesto no se puede olvi-
dar a Proudhon, por ejemplo, pero no es lo mismo Marx que Proudhon
hoy. Pensando en Marx, me parece que nos legó muchos conocimien-
tos ya no estrictamente en el terreno histórico, económico o filosófico,
sino también en el terreno político. Construyó un paradigma político
que se asienta sobre la idea de la necesidad de la construcción de otra
manera de relacionarse de los hombres, de la necesidad de construir
otro tipo de sociedad, pero intentó mostrar cómo esta sociedad no es
una construcción meramente utópica, vale decir una construcción
ex-nihilo, sino que solo puede ser pensada y construida a partir de los
elementos y de las fisuras de la sociedad presente. Esa idea de Marx
de que la utopía era la posibilidad de realizar algo cuyos elementos ya
estaban presentes, esa idea de la “terrenalidad” de la utopía pienso que
debe ser rescatada porque tiende a darle a la necesidad y a la posibilidad
de conquista de una sociedad mejor una encarnadura material que los
hombres deben saber descubrir en la propia lucha de su época, en los
propios movimientos de su época. En ese sentido, y alimentando po-
derosamente una utopía de transformación, Marx no es, sin embargo,
un utopista. Es esencialmente un pensador no utópico. ¿Cómo se en-
tiende esta aparente paradoja? Hay dos maneras de entender la utopía.
La utopía como un norte ideal que permite descubrir lo que se asoma
en la vida de la sociedad, lo que corroe una manera histórica de vivir de
los hombres, lo aún no existente. La otra forma de entender la utopía
es como una construcción ideal, como una sociedad perfecta la cual los
hombres debían acomodarse. Marx no fue un constructor de utopías
en este último sentido, pero trató siempre de prefigurar un futuro.
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¿Se puede rescatar una utopía marxiana? ¿Se puede seguir siendo marxista hoy?
O dicho en otros términos, ¿qué significa hoy ser marxista?
Pienso que hay que rescatar este utopismo materialista de Marx,
este utopismo terrenal de Marx, porque me parece que nos afinca en la
necesidad de entender que la lucha por la transformación de la socie-
dad actual y la conquista de una sociedad futura mejor está inscripta
en la sociedad presente. Nos ayuda a comprender la necesidad de mo-
vimientos sociales, políticos, culturales, de civilización de las costum-
bres, que sepan ver lo que aún no existe en su plenitud pero cuyas hue-
llas se detectan en el presente. Solamente manteniéndonos con este pie
en tierra de la sociedad presente y con una visión de transformación es
posible imaginar que la sociedad puede ser transformada, que es posi-
ble pensar una sociedad de nuevo tipo. Y creo que pensar una sociedad
de nuevo tipo es un horizonte moral de importancia para los hombres.
Es una postura intelectual y moral frente a la realidad. Por último, de-
bemos recordar además que detrás de la idea de la crisis del marxismo
se oculta la idea de la imposibilidad del socialismo, de la imposibilidad
de una sociedad mejor. Sin embargo, la idea de la imposibilidad de
una sociedad mejor se funda en última instancia en otra filosofía de
la historia tan negativa como aquella que se criticaba en el marxismo,
filosofía que nos lleva a reconocer la “naturalidad” de lo existente, que
nos impulsa a ser siervos de lo existente, en lugar de hombres libres
que pugnan por cambiar lo existente. Entonces, yo diría para finalizar
que, quizás, una manera de seguir siendo marxista hoy es afincarse en
esta idea de transformación, en esta idea de cambio de la sociedad, en
esta dimensión utópica del pensamiento de Marx que no nos aparta de
la realidad sino que nos arrastra violentamente hacia esta para ver allí
lo que efectivamente está cambiando, lo que se mueve, lo que quiere
expresar otra realidad que no puede aún cristalizar porque los hom-
bres no siempre logran llevar a cabo lo que se proponen ser o lo que
imaginan que quieren ser.
Esta última parte de tu intervención plantea de alguna manera el problema del
sujeto de la revolución, o del actor principal del proceso de transformación de la
sociedad capitalista hacia una de nuevo tipo, que es también un viejo problema
dentro de las tradiciones socialista y marxista, entre otras cosas, lo que ya es una
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tiene a su vez la virtud de mostrar las carencias de que tal teoría (y por
supuesto, tal idea) encerraba. Pero no podemos dejar de ver que estas
mismas carencias deben ser situadas históricamente para no incurrir
en la soberbia de hacer del pasado una mera suma de errores. Y esto
resulta mucho más fácil de ser dicho que de ser llevado a la práctica en la
reconstrucción historiográfica o en la reflexión teórica.
Pero volviendo al tema inicial, hay un evidente achicamiento de la
clase obrera en la sociedad moderna. En su cantidad numérica, en su
proporción con el resto de la población y en su peso político y social. Hoy
es un hecho indiscutible que la clase obrera industrial constituye un sec-
tor cada vez más minoritario de la sociedad moderna.
Y es posible imaginar en el futuro una sociedad automatizada a un
punto tal que ese sector de trabajadores quede reducido a una mínima
expresión. Esto ya había sido contemplado por Marx en sus famosos
manuscritos de 1857-1858, a los que antes hice referencia. Reflexiona allí
sobre el problema y adelanta hipótesis de extrema actualidad. Y no por-
que fuera omnisciente y pudiera prever las características particulares
de las nuevas tecnologías, sino porque la prolongación lógica de su razo-
namiento lo llevaba a enfatizar al sistema capitalista como un modo de
producción que posibilitaba la transformación del maquinismo indus-
trial en una suerte de gran autómata que subsumía real y formalmente
la clase obrera al capital con los consiguientes efectos de su tendencial
reducción numérica y su enajenación cualitativa.
Sin embargo, debo aclararles que esta prognosis tan clarividente que-
dó oculta en manuscritos exhumados casi un siglo después de haber sido
escritos y que los marxistas estaban persuadidos de que a medida que fue-
ra creciendo el capitalismo se produciría un aumento cualitativo del peso
específico de la clase obrera. Esta tendencia, considerada como una ley
inexorable, se deducía estrictamente del análisis de Marx, quien –no pue-
de negarse– participaba de tal idea. Hay que tener en cuenta que esta lectu-
ra de las leyes de tendencia del capitalismo se correspondía en la práctica
con un vertiginoso crecimiento del proletariado industrial y con la forma-
ción de los grandes partidos obreros. Y por eso pudo tal vez imponerse
como una verdad adquirida en el movimiento socialista. Una vez hecha
esta aclaración quisiera seguir reflexionando sobre esas sendas perdidas
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evidente de que tales partidos eran el resultado del encuentro de los in-
telectuales con las élites obreras. La discusión sobre si el ideal socialista
surgía espontáneamente de la dinámica propia del movimiento de los
trabajadores o si era producto de la fusión de la ciencia con la existen-
cia, no alcanzaba a ocultar este hecho evidente del desplazamiento de
un amplio campo intelectual hacia un movimiento social que mostra-
ba capacidad de autoorganización, y de resistencia a los efectos de la
industrialización.
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Lo que estás proponiendo es tanto una visión diferente de la política como de las
fuerzas sociales transformadoras.
Si la política debe dejar entonces de ser imaginada como el enfrenta-
miento de dos ejércitos compuestos por fuerzas regulares y constantes,
siempre idénticos a sí mismos, pugnando uno por la revolución y el otro
por la conservación, uno por el pueblo y el otro por el antipueblo, uno
por el avance y el otro por el retroceso, etc., etc.; si la política debe ser
no el mero hecho del reconocimiento de la diversidad, sino la búsque-
da constante de síntesis que permitan avanzar en la implementación de
un proyecto compartido, descomponiendo y recomponiendo las fuerzas
existentes en el escenario; si la política de transformación no puede ba-
sarse en la confianza en la existencia de un sujeto trascendental corpo-
rizado en una figura social determinada, si todo esto que estoy diciendo
tiene algo de razón, puedo extraer entonces la siguiente conclusión: las
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que fueron todas estas circunstancias y las que no menciono pero que
se refieren a la configuración del tejido intelectual plural, las que permi-
tieron que se diera una estación muy fértil del exilio latinoamericano en
México, de la que yo me siento un usufructuario privilegiado. ¿Por qué?
Porque me permitió darle a mi trabajo intelectual una dimensión, una
manera de ver los hechos que acaso no hubiera podido alcanzar en mi
país, por lo menos en esa Argentina que yo recuerdo, en la Argentina de
mis años. Por supuesto que en la Argentina de mi exilio, la del Proceso,
nada de esto era pensable. Pero ¿qué es lo que se produjo en México?
En esencia, un cambio del punto de observación, desde el sitio desde el
cual pensaba. Y esto tiene relevancia porque nunca cuando se piensa se
incorporan en ese pensar las coordenadas del lugar en el que, y desde el
cual, se piensa. Pero lo que no es habitualmente un hecho de conciencia,
se convierte, podríamos decir, en un hecho de existencia cuando el des-
plazamiento se produce. Y el que este virar del pensamiento a veces no
ocurra puede, si razonamos bien, ser la prueba indirecta de lo que estoy
diciendo. Situado en otro lugar, en un espacio nacional caracterizado
por una multiplicidad de elementos tan significativos, yo podía plan-
tearme problemas o maneras particulares de verlos que antes no me ha-
bía planteado en mi indagación. Yo venía trabajando desde hacía varios
años sobre el tema de la expansión del marxismo como si ella fuera el
resultado natural de la potencialidad de este. Ahora lo que me interesaba
ver eran los obstáculos que dificultaban su difusión. Y esto me remitió al
origen, al conocimiento de que el socialismo en América no pudo contar
para su expansión con una reflexión de Marx en la que apoyarse. Pero
la recopilación de trabajos de Marx y Engels sobre América Latina –que
tan bien preparó Pedro Scaron y que yo edité en los Cuadernos de Pasado
y Presente en 1972– mostraba que si bien los textos de ambos pensado-
res sobre nuestra realidad no eran demasiados, eran sí suficientes para
sacar conclusiones sobre el modo particular en que Marx vio a nuestro
continente, sobre lo que pudo ver y sobre lo que se empecinó en ver mal.
La idea de que Marx despreció a América, justificó la ocupación de terri-
torios mexicanos por los Estados Unidos, pensó que lo mejor que le po-
día ocurrir a México era su ocupación total, etc., etc., es tan generalizada
que constituye casi un lugar común y como tal un prejuicio histórico.
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Porque cuando Marx, en la década del cuarenta, pensaba que era bueno
que los territorios mexicanos pasaran a manos de los norteamericanos,
muchos mexicanos pensaban lo mismo, algunos se proponían venderles
más porciones de territorio y otros hasta pensaron soluciones institu-
cionales que condicionaron fuertemente la existencia de México como
una nación republicana independiente. Con esto quiero decir que el
problema nacional no se planteaba en esos momentos de la misma ma-
nera que se planteó luego, frente a los franceses, por ejemplo.
Pero dejando estas tonterías de lado, lo que me interesaba ver eran
las razones de las dificultades de Marx para considerar un complicado
proceso de constitución de los Estados nacionales, que no era totalmen-
te comparable al que se había dado y se estaba dando en Europa.
Esto era lo que yo pretendía aclarar. Para poder hacerlo yo necesi-
taba previamente descalificar el valor explicativo de una noción desde
la cual se analizaron los errores de Marx: el concepto de “europeísmo”.
Si aceptaba sin discutir la idea de que la condición de europeo de Marx
establecía un límite insuperable para analizar otras realidades irreduc-
tibles al modelo “europeo”, la investigación no podía dar un solo paso
adelante. Yo me propuse tematizar la cuestión mostrando que en sus
trabajos históricos Marx hizo gala de una curiosa capacidad analítica. Y
digo curiosa porque parecía contradecir o diferenciarse de los cánones
clásicos del materialismo histórico. Basta leer, por ejemplo, sus trabajos
sobre España, Rusia o Turquía, para advertir que la supuesta descalifi-
cación teórica y política del campesinado, que es verdad que pertenece
a la tradición marxista y que se puede encontrar en los escritos de Marx
sobre Francia, no es tal y que, por el contrario, el campesinado es privi-
legiado como un excepcional sujeto de transformación. Es interesante
recordar, además, que la revalorización del campesinado ruso lo lleva
concretamente a cuestionar la idea, aceptada como “marxista” ya en su
época, de una secuencia unilineal en la sucesión de las formaciones so-
ciales. Su insistencia en considerar a su teoría como antipódica de una
filosofía de la historia y su capacidad para analizar ciertas constantes
atípicas en los procesos de configuración de los Estados en las naciones
excéntricas a los países de Europa occidental, dan elementos para cues-
tionar la presencia en él de un vicio europeísta como el que permeó el
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Recojo esta última afirmación tuya para plantearte ahora el segundo tema de mi
pregunta anterior y que versa sobre las relaciones entre democracia y socialismo.
Escuchándote con atención creo observar en tu razonamiento algo así como una
equivalencia de ambos términos. ¿Cómo ves concretamente sus relaciones?
Yo diría que tiendo a pensar al discurso democrático como un discur-
so socialista. En teoría, el discurso democrático se valida en la medida en
que propugna una aproximación siempre mayor entre libertad e igual-
dad. El problema de la igualdad, el hacerse cargo de este valor, el colo-
carlo como el valor desde el cual un orden político es legítimo, todo esto
que forma parte del ideal democrático, es sostenido firmemente por el
socialismo. El socialismo se coloca en la historia como la coronación y
la efectivización del ideal liberal de libertad y del ideal democrático de
igualdad. Y por esto el cuestionamiento por parte de la derecha fascista
del Estado liberal-democrático suponía el cuestionamiento de esas tres
grandes corrientes del pensamiento político europeo. Creo que en este
sentido hay una idea equivocada, o por lo menos parcial, de lo que ha
sido el socialismo. Esta idea se formó en el interior de las tradiciones
históricas e historiográficas que hoy deben ser reexaminadas. El socia-
lismo aparece como el fruto inevitable de la configuración de una nueva
clase social que es el proletariado, o, mejor dicho, la clase obrera. Sin em-
bargo, basta incursionar superficialmente sobre la historia de las ideas
socialistas para observar que su germinación fue mucho más temprana
y que el discurso democrático-radical tenía fronteras indefinibles con
el discurso socialista. Por la sencilla razón de que el primero arrancaba
del supuesto de un orden económico y social distinto del existente, la
posibilidad de obtención del cual era la razón de ser del segundo. Todo
discurso democrático supone en el límite una sociedad de iguales, una
sociedad en la que la soberanía reposa exclusivamente sobre el pueblo.
La creencia en que la sociedad vuelva traslúcida las relaciones de los
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¿Cómo se relacionan estos temas cuyos nexos internos has mostrado con esa otra
línea tuya de investigación vinculada con Juan B. Justo y con la experiencia del
socialismo argentino? ¿Hasta qué punto es otra faceta del mismo problema de la
relación entre democracia y socialismo?
Se dice que cada libro tiene su historia. Y el que estoy escribiendo
sobre Justo también la tiene. Te dije al comienzo de cómo trabajando
sobre el socialismo en América Latina recalé en dos grandes temas que
ocupan por años mis días de exilio. Y lo que debían ser dos capítulos
del libro originario se convirtieron luego en obras independientes. Una
publicada y la otra no. También tenía un capítulo dedicado a Justo, pero
luego se fue ampliando de tal manera que constituyó una obra indepen-
diente. Concluida en 1980, pero que en estos momentos reescribo para
publicarla en Buenos Aires. No creo que alguna vez concluya el bendito
libro sobre el socialismo latinoamericano, pero ya cumplió y tal vez siga
cumpliendo una finalidad que no deja de alegrarme, pues da sentido
a mi vida y un horizonte definido a mis preocupaciones intelectuales.
Y esto no es poca cosa para un intelectual, aunque lamento haberlo al-
canzado tan tarde. Me detuve en el relato solo porque quise señalarte
que mi preocupación por Justo fue más reciente y está estrechamente
vinculada con el viraje que se fue produciendo en mi orientación de
búsqueda. Me enfrenté al problema de Justo cuando debí trabajar so-
bre la visión que tenían los socialistas europeos residentes en América
sobre la posibilidad de crear entre nosotros movimientos políticos co-
nectados con el centro. La característica distintiva de las notas de los
corresponsales americanos publicadas en Die Neue Zeit, la revista teó-
rica más importante el socialismo europeo, dirigida por el discípulo de
Marx más relevante, Karl Kautsky, es su inocultable paternalismo, el
fastidio que les provocaba observar las dificultades que obstaculizaban
la difusión del marxismo y del ideal socialista en países bárbaros como
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aparentemente no estaba en sus manos cambiar. El rigor con que ese pe-
queño partido impulsó la exigencia de ser argentino para ocupar puestos
de dirección, la decisión que a comienzos de siglo tomó un congreso par-
tidario de obligar al extranjero a nacionalizarse en el año de su afiliación,
han sido vistos como otra expresión más del moralismo mojigato que el
grupo dirigente del partido, nucleado en derredor de Justo, trató de im-
poner como correctivo de formas degradantes de la moralidad pública.
Y sin embargo, ese rigorismo ético debería ser visto como un elemento
decisivo de esa revolución cultural –para usar un término moderno– que
el socialismo quiso ser y en parte fue en la sociedad argentina. Había que
votar aunque no se pudiera hacerlo, había que defender el voto, aunque
tal vez se le fuera la vida en esta acción. Como una especie de gandhianos
prematuros, los socialistas defendieron una manera de hacer política, de
vivir la cotidianeidad, propugnar una moralización de las costumbres que
a tantos años de distancia se me aparece como portentosa. No solo fue-
ron ellos. Estuvieron también los anarquistas y otras corrientes del mo-
vimiento social. Pero el hecho es que en la primera década del siglo este
movimiento tenía tal fuerza que el problema “social” se impuso como uno
de los problemas más graves del país. Si en 1912 se produjo en el seno de las
clases dominantes esa fractura que permitió a su núcleo más avanzado, a
su sector más transformista, imponer un proyecto de reforma integral del
sistema electoral, este hecho no puede ser explicado desconociendo aque-
lla presión social. El insurreccionarismo radical pero también la fuerza y
gravitación del movimiento socialista y anarquista fueron los elementos
de la realidad que indudablemente indujeron a la clase gobernante a intro-
ducir una reforma que pocos años después posibilitó su derrota electoral.
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¿En qué medida conservan vigencia política aquellos debates en torno de alterna-
tivas que la historia se encargó hace mucho tiempo de devorar? ¿Piensas que una
alternativa como la que crees poder definir en la Argentina preperonista puede
hoy ser revalorizada y en función de qué?
Creo que sí, que debe ser revalorizada por varios motivos que
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Esto remite, de alguna manera, a la relación entre sociedad civil y Estado, que me
parece una buena manera de abordar el último punto de esta conversación: la po-
lémica entre Mariátegui y Haya de la Torre dentro del proceso de constitución y
desarrollo del pensamiento y de la práctica política socialista en América Latina.
Mariátegui, como Justo, piensa en el socialismo pero, a diferencia de este, es mar-
xista, entendiendo bien, por supuesto, que se trata de un marxismo que tiene sus
rasgos de originalidad, en tanto es pensado desde la especificidad peruana, tema
este que ahora se valoriza.
Es cierto y esto me lleva a reflexionar sobre un tipo de expresiones
que confunde y no aclara los problemas. Cuando se dice que Mariátegui
es el primer marxista de América, se afirma, sin demostrarlo, que todos
los que lo precedieron no lo fueron. Justo fue el primer traductor de El
Capital al español, trató de utilizar de manera positiva el legado de Marx
y fue una figura decisiva en la constitución del más importante Partido
Socialista adherido a la Segunda Internacional. Aníbal Ponce fue un
difusor de las ideas de Marx y al final de sus días se identificó con el
marxismo. Dialéctica fue una revista marxista editada por Ponce. ¿Cómo
saber quién lo era y quién lo era menos? ¿Qué nos ayuda a conocer la
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Bibliografía
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* Extraído de Aricó, J. M. (1995, enero-julio). El populismo ruso. Estudios, 5, pp. 31-52, (Córdoba:
UNC, Centro de Estudios Avanzados).
Nota: Desgrabado de la clase magistral que dictara en 1987 en el curso de Literatura del siglo XIX de
la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, Argentina, a instancias de M. T. Gramuglio
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Hablo de una visión maniquea porque toda esa historia pasada fue de
alguna manera reinterpretada, recolocada, reconstruida, a partir de lo
que ocurrió desde la Revolución de Octubre en adelante. Ese proceso es-
tuvo signado por una estructura ideológica, por una doctrina de pensa-
miento, el marxismo, y fue el marxismo el que leyó de una determinada
manera todo ese pasado de la sociedad rusa. Con esto no estoy diciendo
que lo haya leído mal, sino que lo leyó en virtud del tipo de resolución
que tuvo el problema social ruso a partir de la Revolución de Octubre. Y
ese tipo de resolución llevó a que –por una cantidad de motivos sobre los
cuales podemos conversar luego– este movimiento populista quedara
descalificado o clausurado, quedara silenciado.
Si quieren conocer con más o menos profundidad y detalle lo que
fue ese movimiento, deben recurrir a un libro de Franco Venturi (1975)
Los populistas rusos, que es quizás lo mejor que se ha escrito sobre el
tema. Franco Venturi es un historiador del iluminismo italiano de fi-
nes del siglo XVIII. Fue agregado cultural de la embajada italiana en
la Unión Soviética entre los años 47 y 50. En ese entonces se le ocu-
rrió trabajar sobre la ideología de la Revolución Rusa, fundamental-
mente sobre el debate que tuvo lugar dentro del Partido Comunista
entre Bujarin, Trotsky, Stalin, Lenin. Quiso estudiar el fenómeno del
leninismo. Cuando trató de conseguir el material bibliográfico para
poder hacer ese estudio, el manejo existente en las bibliotecas de la
Unión Soviética –donde a veces los libros son secreto de Estado– se
lo impidió. Entonces fue retrocediendo en los años de pedido y se en-
contró con que el material referido al movimiento populista ruso de
entre 1840 y 1850 era de relativamente fácil acceso. Entonces se puso
a estudiar el populismo. Vale decir que debemos a la censura de las
bibliotecas soviéticas el hecho de que un historiador italiano nos haya
suministrado la obra más importante sobre ese movimiento del siglo
pasado y nos permita seguirlo en todos sus detalles.
Ya sé que ustedes estudian literatura y en este curso de literatura solo
les ha tocado un ruso y que posiblemente no les toque uno nunca más.
En una de esas la literatura rusa no les interesa o no les interesa tanto
como para ponerse a estudiar el ámbito, el lugar donde surgió esa litera-
tura. Pero si les llegara a interesar, les prometo que se encontrarán con
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ruso había ocupado buena parte de Europa y fue uno de los elementos
decisivos en la constitución de la Santa Alianza, ese encuentro de go-
bernantes europeos que trató de instaurar un sistema de dominio de la
sociedad europea por largo tiempo.
Para la conciencia democrática y revolucionaria europea, Rusia era
el baluarte de la reacción. Y así había aparecido en 1848 al producirse
la Revolución porque Rusia contribuyó a romper, a destruir una serie
de revoluciones nacionales u obreras que se dieron en Europa por esos
años, logrando imponer de nuevo el peso de gobiernos monárquicos
reaccionarios.
A partir de la Guerra de Crimea, que significó una derrota del Imperio
ruso frente a un intento turco, inglés, francés y de otras potencias, esa
sociedad se ve sacudida. Fue una guerra en la que el orgullo nacional
quedó destrozado y que colocó a la sociedad rusa en una situación de
perplejidad y de necesidad de reflexionar sobre su camino.
Casi siempre son grandes derrotas militares –o no tan grandes– las
que hacen que los pueblos se invaginen, se replieguen sobre sí mismos,
se den vuelta y comiencen a preguntarse qué son, hacia dónde van. No
olvidemos nuestro caso. Si hoy podemos estar hablando sobre Rusia
es porque también existió una guerra, porque también perdimos una
guerra y porque esa pérdida tuvo significación para la situación argenti-
na. Los remito a ello para tratar de que entiendan, o traten de entender
cómo es posible que en una sociedad como la rusa se haya podido dar un
movimiento de renovación intelectual, un movimiento ideológico que
se preguntó por las raíces de esa sociedad y por su propio camino.
El tipo de estructura policial del Estado, el enorme peso del campe-
sinado, la debilidad de aquellas clases que constituyen las sociedades
europeas modernas –me refiero fundamentalmente a la burguesía–, la
escasa presencia de un proletariado que recién aparece como fenómeno
masivo hacia final del siglo, colocaban a esa sociedad en una situación
singular: era un mundo de príncipes, de aristócratas, de comerciantes,
de curas, que manejaban un inmenso archipiélago de instituciones cam-
pesinas de una naturaleza particular.
En ese mundo, la mayor parte de la intelectualidad estuvo coloca-
da siempre en una situación particular. Constituyó –y el término es
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del pensamiento. Buena parte de esa intelligentzia debió emigrar, fue ex-
pulsada, fue exilada y transitó por todas las grandes ciudades europeas.
Zúrich, por ejemplo, fue uno de los grandes centros de confinamiento y
de encuentro de los intelectuales rusos.
Esa intelligentzia conocía Occidente, seguía los procesos políticos de
Occidente y trataba de integrar esos procesos a la suerte de Rusia. Pero
la pregunta era ¿Rusia, con esa situación, con esas características, era un
país que podía incorporarse al torrente de Occidente? Recordemos que
la intelligentzia consideraba que tenía un deber para con el pueblo y que
ese deber colocaba en primer plano la búsqueda de la justicia, la búsque-
da de la libertad, la búsqueda de la felicidad. La pregunta que se hacían
entonces era ¿esos valores predominaban en Occidente? ¿Existían en
Occidente? ¿Qué existía en Occidente?
En esos años –estamos hablando de 1840 y 1850– existía el reinado
del capitalismo. Existía una sociedad sometida a procesos de transfor-
maciones violentas a los que se llamó en un comienzo las revoluciones
industriales, que descompaginaban la sociedad tradicional, que movili-
zaban enormes cantidades de fuerza de trabajo, que sacaban a esa fuer-
za de trabajo de los lugares en donde vivía y la confinaban en grandes
barriadas. Fueron revoluciones que hicieron de las ciudades grandes
ghettos donde el hombre, separado de su comunidad, separado de su
mundo de relaciones, era convertido en obrero fabril.
La sociedad burguesa de mediados del siglo pasado europeo era una
sociedad de ricos y de pobres, una sociedad jerárquica donde un mundo
paupérrimo debía soportar las cargas, los costos económicos y sociales
del proceso de industrialización. Esa masa se había sublevado, había
protagonizado revoluciones, había protagonizado la gran revolución de
1848 y, sin embargo, había sido derrotada. Lo que aparecía como propio
del capitalismo europeo era la pérdida de sentido de lo humano, la im-
posición de un régimen que, sobre la base de la individualización pro-
gresiva del hombre, lo despojaba de todas sus características, de todos
sus atributos.
Eso era lo que los intelectuales rusos veían en la sociedad europea.
¿Qué significaba entonces occidentalizarse para Rusia? ¿Podía encon-
trarse en el camino de un desarrollo capitalista acelerado la manera de
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situación. Por tanto, partían de una visión del proceso histórico que, aun
reconociendo la existencia de etapas y leyes de desarrollo, no era deter-
minista. Pensaban que la organización popular, que la cultura popular,
que la acción de ciertas élites, podía organizar este mundo de manera tal
que pudiera invalidar lo que aparecía como determinismo histórico en
la sociedad europea.
Esta idea de la posibilidad de evitar un camino que recorriera lo que
se llamó la acumulación originaria del capital en Europa, cargada de
hambre y de miseria, estaba vinculada a una visión particular que te-
nían de la sociedad rusa, y fundamentalmente del mundo campesino.
¿En qué consistía el mundo campesino ruso? Aun cuando existían pro-
pietarios individuales, la relación entre el campesino y la tierra estaba
indisolublemente unida. Si leen una novela como la de Gógol (2017), Las
almas muertas, entenderán por qué no era la posesión de la tierra sino la
posesión de las almas vinculadas a la tierra lo que hacía de un señor un
terrateniente. La tierra no tenía ningún valor; lo que tenía valor era la
existencia de campesinos que trabajaban la tierra. Entre ella y el campe-
sino no había separación. Hasta 1860, cuando se produce lo que se llama
la liberación de los siervos de la gleba, entre siervos y gleba había una
unidad total. La tierra era, en última instancia, hombres que la trabaja-
ban. No tenían una propiedad per se.
Además de la presencia de estos grandes señores terratenientes –que
verán en las novelas de Tolstói, de Turguéniev, en todos los novelistas
rusos del siglo pasado–, de estos grandes señores que se pasaban todo el
día discutiendo sobre la base de que tenían miles de almas vivas que tra-
bajaban para ellos, existían otras formas de cultivo de la tierra, diferen-
tes de la típica modalidad de la propiedad individual grande, pequeña o
chica que existía en Occidente.
Era una institución que se llamaba la obschina, vale decir una comu-
na aldeana en función de la cual una determinada extensión de tierra
era cultivada en forma comunitaria por un grupo de campesinos que
constituían una comunidad de aldea. Vale decir, una unidad en la que
se repartían de manera comunitaria el conjunto de los bienes extraídos
del trabajo común de los campesinos en torno a un determinado tipo de
propiedad.
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1. Naródnaia Volia significa expresión popular o voluntad nacional. El reparto negro se refiere a la resti-
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tución de la tierra negra, fértil, la tierra del humus, a los campesinos; esa tierra que había sido usurpada
por los terratenientes.
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tierra, y lo que aparece como una gran reforma liberal en la sociedad oc-
cidental, liberando a estos siervos de esta forma de propiedad aparente-
mente feudal, era la gran tentativa de las clases dominantes rusas de hacer
avanzar el desarrollo del capitalismo, separando a los hombres de la tierra.
Pero entonces el problema que se planteaban era: si este es el camino
adoptado por las clases dominantes, ¿cómo era posible torcerlo? Porque
si este camino se profundizaba, conduciría inevitablemente a la destruc-
ción de la comunidad agraria, y por tanto a un desarrollo del capitalismo
en Rusia que sería más terrible que el de la sociedad occidental, pero
que no dejaría luego posibilidades de transformar esta sociedad en un
sentido capitalista.
La idea de la aceleración del proceso histórico era, por tanto, para los
populistas, una guerra contra el tiempo. Un tiempo que, de no ser torci-
do, iba a operar en su desfavor.
Entre la acción de las clases dominantes para imponer un capitalismo
desde el Estado, con la consiguiente destrucción de lo que constituían
las bases del tipo de desarrollo socialista, y el énfasis en torcer estos des-
tinos precipitando una revolución, es la idea que se va imponiendo en
este movimiento populista, desdibujando esta idea de una revolución
social que debía nacer desde abajo.
Porque a partir de estas transformaciones que se dan en los sesenta,
y a partir del fracaso de un movimiento muy singular, que se da en los
setenta, los intelectuales revolucionarios rusos llegan a la conclusión de
que la masa inerme de campesinos no puede ser movida en torno a una
revolución que nazca desde abajo, sino que es necesario destruir desde
arriba el poder de la autocracia zarista.
En los años setenta se da tal vez la experiencia más singular del mo-
vimiento populista, que se llamó “la ida hacia el pueblo”, que duró tres
años, donde cientos de intelectuales abandonaron sus puestos, abando-
naron sus profesiones, y se desparramaron por toda Rusia para llevar
el verbo revolucionario y para organizar a los campesinos en esta revo-
lución que debía darse necesariamente, porque ellos partían de que el
mundo de dolor, de sufrimiento, de insatisfacción que estaba alojado en
este mundo campesino podía explotar con facilidad si la inteligencia, si
la conciencia, si la razón, era capaz de vincularse a la fuerza.
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Esto, que puede provocar risa hoy, sin embargo es una técnica de vin-
culación con un mundo del cual se toma conciencia que se tiene una re-
lación externa y se trata de cambiarlo mediante un proceso de mutación
de valores y de características de un sector social con relación a otro.
En algunas organizaciones de izquierda, esto se ha llamado desde hace
muchos años en este país “proletarización”.
Esto fue una suerte de “campesinización” de los intelectuales. Y a los
intelectuales rusos, como a los que se proletarizaron aquí, les fue más o
menos de la misma manera, porque no era posible pensar que este hiato
histórico entre intelectuales y pueblo, que había signado la característi-
ca de esa sociedad, como la separación entre intelectuales y proletarios
en este país, sería suturado mediante este simple cambio de valores y de
comportamientos.
Pero de todas maneras, el fracaso de este movimiento, que era un fra-
caso de una tendencia a penetrar en el conjunto de la sociedad molecu-
larmente y hacerla estallar desde la propia sociedad, enfatiza, privilegia
el camino de respuesta violenta que adoptan los populistas para tratar
de desarticular y destruir el poder zarista, la autocracia zarista, desde el
lugar donde estaba ubicada, desde la conquista del poder. Comienza lo
que se llama el terrorismo ruso. Comienza la organización de pequeños
grupos revolucionarios que se plantean operar sobre el Estado para pro-
vocar estos cambios. O para liquidar un zar y sustituirlo por otro, o para
liquidar el conjunto de este estrato de gobierno, de este poder omnímo-
do que existía dentro de la sociedad.
No es que esta idea fuera simplemente una idea alocada, porque es-
taba vinculada a un análisis que se hacía de la situación particular de
Rusia, comparada con la situación occidental. El capitalismo europeo
había provocado un cambio de las sociedades, la expansión de un área
burguesa, la expansión de un sistema político de representación de es-
tos intereses a través de los partidos y del parlamento, la expansión del
movimiento proletario, la expansión de las capas medias. Por tanto, las
sociedades occidentales tenían un tejido conectivo entre el poder del
Estado y el conjunto de la sociedad que les permitía manejarse –pode-
mos introducir un concepto gramsciano– de manera hegemónica sobre
el conjunto de la sociedad. Vale decir, entre la sociedad y el Estado existía
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Estos temas, que estaban siendo discutidos con las categorías limi-
tadas del pensamiento social ruso del siglo pasado, con las maneras un
poco bastardas del debate, pero vinculadas a la teoría de la dinámica del
capitalismo de Marx, luego vuelven a discutirse y se siguen discutiendo
en todos los lugares.
Nosotros, hoy, ¿tenemos posibilidades de recorrer la escalera que nos
puede llevar a niveles equivalentes a los de las sociedades europeas? Si
alguna vez lo llegamos a pensar, esta es la idea que está en la sociedad
argentina del siglo pasado. Esto es lo que está en Alberdi, lo que está en
Sarmiento, lo que está en Roca. ¿Cómo hacer para acelerar los tiempos
históricos que nos permitan llegar a donde están los otros? O como dice
Alfonsín, “sumarnos al concierto de los grandes países actuales”. Ser
igual que ellos hoy es un hecho cuestionado, porque es imposible pensar
que podamos reconstituir de alguna manera nuestras estructuras como
para que podamos llegar allí. Ese nivel no solamente ya no puede ser
alcanzado por estos pueblos, sino que ya comienza a dejar de poder ser
alcanzado por países de las propias potencias centrales.
Cuando todo el sistema de producción industrial se modifica, ya no
se trata de la capacidad de montar una industria pesada o una industria
liviana. Cuando el problema central es quien detenta los elementos de la
información, cuando la información se ha convertido en una especie de
cerebro que ordena todo el trabajo productivo, las diferencias entre las
sociedades se acrecientan, y el problema de los modelos de civilización,
de los modelos de producción y de consumo, se vuelven a replantear.
Esto es lo que estaba en la discusión de los populistas rusos en el siglo
pasado: ¿cómo constituir una sociedad donde el bienestar colectivo, la fe-
licidad de los hombres, la igualdad, la justicia y la libertad sean los valores
que determinen toda la dinámica de la sociedad? Ese es el problema que
tenemos nosotros, y ese es el problema que tienen todas las sociedades.
Desde este punto de vista, el debate de los populistas, que es un de-
bate histórico, puntual, datado, en un momento determinado que con-
movió a toda Rusia y que tuvo su expresión luego en la literatura, porque
es contra ciertos personajes de este momento que verán ustedes apare-
cer en Crimen y Castigo (Dostoievski, 2004) un sistema de razonamiento
–Raskolnikov está pugnando contra cierto sistema de razonamiento que
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Alumno: ¿Por qué dice que el personaje de Raskolnikov refleja este pensamiento
eslavófilo?
Aricó: Estoy usando un término que sin dudas ustedes rechazarán. En
otras discusiones verán cómo este término obedece a una visión de la
sociedad o una visión de la literatura donde la literatura es reflejo de
la sociedad. No me quiero meter en ese problema porque el personaje
es sumamente complicado, y la función de ustedes es discutir sobre el
personaje. Yo lo que les estoy dando es el contorno donde se han hecho
estas discusiones.
Pero la reflexión que hace Raskolnikov cuando va a ir a asesinar a la
viejita, al pajarraco ese, usurero, si uno ha leído a Fourier puede encontrar
fuertes elementos fourieristas. Yo creo que se puede descomponer una
obra haciendo una operación ya no de crítica literaria. Diseccionando
fuentes van a encontrarse con un conjunto de elementos que circulan en
la sociedad europea, como el problema de la figura de Napoleón.
La figura del dictador, el problema de cómo se configura una vi-
sión del delito, delito y enfermedad, todo eso son temas de otras áreas.
Están siendo discutidos. Pero en el caso de Dostoievski, él tenía una
visión fundamentalmente crítica de este movimiento. Y creo que lo
que lo asustaba de este movimiento era su racionalismo, el privilegia-
miento de la vida frente a la visión racionalista de que las sociedades
eran perfectibles, de que las sociedades podían ser arregladas, de que
el Estado podía arreglar la sociedad, de que los nombres podían ser
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Alumno: Este vacío que había entre esta cabeza de poder que los terroristas que-
rían destruir y el resto de la nación se explica en realidad por la falta de una
burguesía, que era precisamente la que formaba las instituciones que había en
Inglaterra y en Francia. Para la teoría central de Marx esto es indispensable, es
indispensable que se constituya la burguesía hablando en términos sociológicos y
luego que se empobrezca para que se concentre el poder económico y se pueda dar
esta revolución que él en ese momento ve muy fácil: se trataba nada más que de
tomar las grandes empresas que habían centralizado la acumulación del capital.
¿Cómo Marx puede hacer esa voltereta ideológica para poder justificar que de las
comunas rusas pudiera salir otra vía distinta?
Aricó: Marx (s.d.) dice lo siguiente: “lo que yo describo en El Capital es
el movimiento de las sociedades de la Europa occidental”. No es una
teoría de la historia. No se puede construir una teoría de la historia.
No es un paspartú en el cual deben ser encerrados todos los hechos
históricos. Estas sociedades se organizaron así, lo cual no significa que
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que eran justicieros, que eran nobles, que eran buenos a carta cabal, que
eran respetuosos, que tenían un sentido de la familia, de los hijos, todo
eso impregnó mi mundo infantil, y en una de esas impregnó el mundo
infantil de muchos de esta sociedad. De allí viene mi fascinación.
Si ustedes leen algunas obras, por ejemplo el libro Los exiliados román-
ticos de Carr (2010), van a encontrar las relaciones de este mundo, donde
por ejemplo, las mujeres son personajes. Es interesante que en Turguéniev
los personajes sean fundamentalmente mujeres, que la mujer rusa sea un
personaje decisivo de la literatura rusa, y habría que ver por qué.
Este mundo influyó poderosamente en mi visión de las cosas. De allí
que sea un enamorado de este mundo y de los populistas rusos, y haya
tratado de transmitirles con cierto fervor un conocimiento sobre un
mundo que yo creo vale la pena reconstruir. Para trabajar mejor en los
problemas de la literatura, para trabajar mejor con los problemas de la
sociedad, para ser un poco más sabios, más conocedores, y para saber
que la historia de lo humano no se agota nunca. Ni lo sabemos todo, ni
ninguna sociedad tiene nunca las claves de todas las cosas.
Entonces, como educación sentimental y como educación en la mo-
destia, valdría la pena que incursionaran un poco sobre eso. Si deciden
incursionar les puedo sugerir alguna literatura. Un libro muy interesan-
te es el de Isaiah Berlin (2012), un ruso de nacimiento, liberal, que está en
Inglaterra, y que se llama Pensadores rusos. En este libro está incorporado
un trabajo que se llama “El zorro y el erizo” que vale la pena leer, porque
es lo mejor que yo he leído sobre La guerra y la paz de Tolstoi (2004).
Bibliografía
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La izquierda*
La pregunta plantea una cuestión previa sobre la cual no sería fácil hoy
ponernos de acuerdo. El concepto mismo de “izquierda” encierra signi-
ficaciones distintas que solo pueden identificarse si se mantiene la espe-
cular representación del término con el oposicional de “derecha”. En su
sentido fuerte supone un modelo político construido sobre el principio
dicotómico de la oposición izquierda-derecha, entre sí excluyentes en
una lógica política fundada esencialmente en la distinción amigo-ene-
migo que es dable encontrar como un residuo de la cultura de izquierda
y de derecha y a la que el teórico alemán Carl Schmitt elevó al rango de
refinada elaboración teórica.
Estas polaridades, aunque sean constantemente erosionadas por los
hechos, son reacias a desaparecer porque se alimentan de posturas exis-
tenciales que admiten de manera implícita o explícita la destrucción vio-
lenta del enemigo y la superación del antagonismo social como requisi-
tos insoslayables de una vida asociada de los hombres concebida como
comunidad armónica y sin conflictos. En la medida en que las fuerzas
políticas que las sustentan afirman aceptar el compromiso democrático
como el único terreno en el que tales antagonismos deben dirimirse, am-
bos términos tienden a ser cuestionados por una realidad que se resiste a
ser partida en dos. Sin embargo, aunque la imposición de la forma de la
democracia política obliga necesariamente al concepto de “izquierda” a
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Pasado y Presente*
* Extraído de Aricó, J. (s.d.). Pasado y Presente. Córdoba: Biblioteca Aricó. [Documentos, caja 1,
folio 1, mimeo].
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Buenos Aires. Nadie podía pensar que en una ciudad de provincia como
Córdoba se publicara una revista con tal grado de apertura a los debates
teóricos y políticos de ciertas áreas europeas, y mucho menos que esa
revista fuera redactada por comunistas militantes. Pues esta era otra de
sus características. Buena parte de los redactores pertenecían a organis-
mos partidarios como el comité provincial, las comisiones de organiza-
ción, de cultura, del sector universitario, etc. Recuerdo que la sorpresa
fue tanta que el secretariado del comité provincial nos ofreció un brindis
de felicitación. Pocos días después la dirección nacional del partido en
la persona de Rodolfo Ghioldi criticó duramente a la revista como con-
traria al espíritu del partido y se decidió su prohibición y la disolución
del grupo redactor. Nuestra negativa a aceptar esta resolución provocó
finalmente la expulsión de Aricó, Del Barco, Schmucler y Kieczkovsky.
Luego se sucedieron las expulsiones de buena parte del sector universi-
tario de la Federación Juvenil Comunista de Córdoba, que constituía de
hecho la base de sustentación del trabajo de la revista.
En esta primera etapa de su existencia, PyP fue un órgano cultural de la
izquierda cordobesa, con fuerte prestigio en el país y vinculada al campo
ideológico del llamado castrismo. Lo que nos diferenciaba de las otras co-
rrientes castristas surgidas del Partido Socialista, o de fraccionamientos
del Partido Comunista, o de raíz católica, era nuestra filiación “gramscia-
na”, por lo menos en algunas de sus figuras intelectuales más relevantes:
Aricó, Portantiero, Del Barco (aunque en este eran notables sus apertu-
ras hacia ciertos fenómenos de la cultura europea: el estructuralismo,
Husserl, Claude Lévi-Strauss, etc.). Tan es así que una publicación de la
llamada izquierda nacional nos bautizó polémicamente “los gramscianos
argentinos”. Admitiendo la potencialidad revolucionaria de los movi-
mientos tercermundistas, castristas, fanonianos, guevaristas, tratábamos
de vincularlos a los procesos de recomposición del marxismo europeo que
se producían en Italia. Éramos una mezcla rara de guevaristas togliattia-
nos. Si alguna vez esta combinación fue posible, nosotros la expresamos.
Desde la tentativa de trabajar en el interior del Partido Comunista
para cambiarlo (N° 1), o luego de nuestra expulsión, el descubrimiento
de las contradicciones objetivas que pudieran ofrecer una base de sus-
tentación para una izquierda revolucionaria colocada fuera del sistema
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Extraído de Aricó, J. (1988). “El Espejo de Occidente”. El Ciudadano (Buenos Aires) 15 de noviembre.
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No debe sorprendernos, por tanto, que frente a los cambios que se están
produciendo en la Unión Soviética y las crecientes dificultades que se le
presentan en sus relaciones con sus zonas alógenas y los países que de ella
dependen muchos se sientan tentados a plantear la cuestión en los viejos
términos de “ellos o nosotros”: o la declinación de Occidente o la del impe-
rio soviético, de modo tal que la desintegración de este último es la condi-
ción para la preservación del primero. La Unión Soviética se convierte así
en ese “Imperio del Mal” cuya desaparición se busca apelando no importa
a qué medios, aunque contradigan valores que se consideran atributos de
la noción misma de Occidente. Desde esta perspectiva, ninguna reforma
sustancial del sistema soviético resulta posible y los cambios que ya se han
producido no tienen significación alguna o son puramente circunstancia-
les. En cuanto Imperio del Mal, la Unión Soviética no es sino una confi-
guración moderna de ese Oriente despótico, inmutado e inmutable, en
contraposición al cual se construyó la noción de Occidente.
Resulta evidente la función reaccionaria que cumple tal visión en el
mundo actual. Busca legitimar ideológica y políticamente la permanen-
cia de una bipolaridad que comienza a desintegrarse por la emergencia
de nuevos conflictos como los que separan al Norte del Sur y a los que
se suman las crecientes tendencias a la unificación de Europa. En los
umbrales del nuevo siglo, el futuro previsible de un mundo estructurado
en una diversidad de sistemas complejos y enfrentado a la necesidad
de disipar el espectro de la catástrofe nuclear que nutrió la lógica de la
bipolaridad, replantea el problema del destino de las naciones presentes
y, con este, la necesidad de restituir al concepto de Occidente las virtua-
lidades implícitas en su propia constitución.
La idea de Europa
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El espejo de Occidente
las Cartas Persas de Montesquieu (1982), para citar solo un nombre, donde
se despliega con todo su vigor una concepción que privilegia el pluralismo
a la homogeneidad despótica de Oriente, las muchas virtudes individuales
a la condición de uno señor y todos los demás siervos. Mientras la origina-
lidad de la cultura de Occidente (en el sentido de la cultura de Europa “occi-
dental”) residía en el valor fundante del principio de libertad, a Oriente, en
cambio, le estaba asignado el lugar específico del imperio del despotismo.
Así, es posible descubrir en el origen de la conciencia europea un principio
estrictamente político que se refiere a la organización de la libertad y a la
forma del Estado. Es verdad que esta idea de libertad nace como forman-
do parte de una originaria conciencia cristiana, pero tiende a separase de
ella en los procesos de secularización de la sociedad y del Estado. A partir
de una concepción que atribuye una connatural capacidad expansiva de
la idea de Europa o de Occidente, la Rusia que sucede a las reformas de
Pedro el Grande pertenece con pleno derecho a tal mundo y no ocurre así,
en cambio, con los países de la península balcánica sometidos a los tur-
cos. Para Voltaire, “la Italia y la Rusia fueron unidas por las letras” (1978, c.
34). Y en pleno siglo XIX, cuando los grandes novelistas y escritores rusos
se convirtieron en nombres conocidos por el hombre de Occidente, Rusia
formó parte verdaderamente activa de la Europa cultural y así fue sentida,
no obstante el rechazo que por las formas autoritarias de su régimen polí-
tico manifestaron las corrientes democráticas europeas.
Tanto por su cultura como por la inspiración cristiana de su pue-
blo, Rusia se pensó a sí misma como formando parte de Europa y de
Occidente, en la medida de que ambas naciones, siendo distintas, ten-
dieron a identificarse desde la época del humanismo cristiano. Y sin
embargo, en su autoconciencia como nación europea estaba incluido
también el reconocimiento de su singularidad, el lugar específico de
país de frontera, obligado a mediar culturas diferentes y hasta opuestas.
Fue esta situación particular la que sin duda estuvo siempre presente
en la conciencia desdichada con la que sus intelectuales se enfrenta-
ron al problema de occidentalizarse conservando una identidad; iden-
tidad que, como siempre ocurre, está insuprimiblemente habitada por
la ambivalencia de pretender ser universales a la vez que reivindicar la
particularidad.
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Examen de conciencia
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El espejo de Occidente
Bibliografía
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La cola del diablo. Itinerario de Gramsci
en América Latina
¿Por qué Gramsci en América Latina?*
* Extraído de Aricó, J. (1988). La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina, pp. 83-126.
Buenos Aires: Puntosur. [Segunda edición revisada Aricó, J. (2005). La cola del diablo. Itinerario de
Gramsci en América Latina, Cap. 4. Buenos Aires: Siglo XXI].
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¿Cuáles fueron las razones de tal expansión y en torno a qué nudos pro-
blemáticos el pensamiento de Gramsci fue incorporado como un ins-
trumental eficaz para examinarlos bajo nuevas perspectivas analíticas?
¿Frente a qué demandas de la realidad las elaboraciones de los Cuadernos
de la cárcel (Gramsci, 1981a) que comenzaron a publicarse demostraban
ser aptas para admitir traducciones hasta puntuales? Para esbozar un
cuadro de conjunto, pero que retenga al mismo tiempo las diferencias
temáticas y de apropiaciones que se dieron en las distintas áreas nacio-
nales, o aun regionales como Centroamérica, es preciso recordar el con-
texto político e intelectual en el que se produjeron. La difusión de sus
ideas ocurre en América Latina a caballo de dos momentos históricos
diferentes, divididos como estuvieron por la derrota de las ilusiones re-
volucionarias que despertó en el continente el “octubre cubano”2. A co-
mienzos de los setenta la ola expansiva de la Revolución Cubana ya se
había consumado y una cascada de golpes militares modificó el rostro
de un continente erosionado por la violencia armada y la contrarrevolu-
ción. En esta situación, y de modo que no podía ser sino contradictorio,
las ideas de Gramsci contribuyeron primero a nutrir proyectos radicales
de transformación, para posibilitar luego reflexiones más críticas y rea-
listas de las razones de una trágica desventura.
Como es lógico, en uno o en otro momento las inflexiones fueron
distintas, como distinto fue también el lugar que se le atribuyó en una
tradición de pensamiento que constituyó desde la Revolución Rusa en
adelante la matriz esencial de la cultura de izquierda. Si en los años
sesenta y comienzos de los setenta, los “años de Cuba”, para utilizar
una expresión sintética pero certera, el Gramsci que se incorpora en-
tra todo entero en la historia del leninismo americano, en la nueva
etapa que se inicia a partir de la descomposición de los regímenes au-
toritarios, Gramsci, en tanto que marxista, aparece como irreductible al
2. Es el título de esa hermosa crónica de los avatares de la revolución cubana publicada por Saverio
Tutino (1968) a partir de su contacto directo con dicha experiencia como corresponsal de L’Unità en La
Habana.
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3. Esta publicación reúne las ponencias presentadas en el Seminario de Morelia dedicado específica-
mente a analizar la funcionalidad metodológica y política del concepto gramsciano de hegemonía.
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4. Sobre este tema véase el conjunto de notas reunidas bajo el título de “Traductibilidad de los lenguajes
científicos y filosóficos” pertenecientes al Cuaderno 11 (1932-1933), es decir, aquel dedicado fundamental-
mente a refutar la interpretación mecanicista del marxismo hecha por Bujarin en su Teoría del materia-
lismo histórico. En español, dichos textos pueden leerse en Gramsci (1981a, pp. 317-322, t. 4), pero también
en Gramsci (1975a, pp. 71-79). Gramsci se refiere en muchísimas partes de sus Cuadernos, y de los escritos
previos a su detención, a este problema frente al cual su condición de sardo de nacimiento y filólogo
de formación lo hacía particularmente sensible. No deja de sorprender que estas reflexiones no hayan
despertado un interés mayor de los comentaristas. En tal sentido, no es por azar que el concepto de
traducibilidad haya sido utilizado con imaginación e inteligencia para encarar un estudio contrastado
de la difusión del marxismo en América Latina a través del análisis de los discursos de Gramsci y de José
Carlos Mariátegui. Me refiero a la comunicación presentada por Robert Paris al Coloquio de Culiacán
(Sinaloa) sobre Mariátegui en 1980 y publicada aparte en Paris (1983, pp. 31-54).
5. Los textos incluidos en el libro fueron escritos en un arco de tiempo que va desde 1975 hasta 1981. Véase
de mismo autor, Portantiero (1980, pp. 29-51).
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6. En el mismo sentido y con idéntico énfasis véase todo el parágrafo V: “¿Por qué Gramsci?” (Portantie-
ro, 1984a, pp. 123-140, 145-146).
7. El autor utiliza la expresión de “contrarrevolución prolongada” para designar el proceso de transfor-
mación capitalista desde arriba de la sociedad brasileña según el modelo de revolución pasiva descrito
por Gramsci. El libro de Florestan Fernandes (1978) muestra una evidente inspiración gramsciana aun-
que su nombre solo sea mencionado en la bibliografía.
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cúspide, de revolución desde lo alto, que está por supuesto en las antípodas
de la tan ansiada revolución democrático-burguesa que los partidos co-
munistas latinoamericanos instituyeron como modelo teórico y político
del cambio y que pretendieron llevar a la práctica a través de múltiples
combinaciones tácticas, desde fines de los años veinte.
Las desventuras de la izquierda latinoamericana derivan del hecho
de que sus estrechos paradigmas ideológicos le impidieron comprender
la singularidad de un continente habitado por profundas y violentas lu-
chas de clases, pero donde estas no han sido los actores principales de su
historia. Como recordó Touraine, “la nitidez de las situaciones de clase
no acarrea prácticas de clase aislables. Más profundamente, el análisis
de las relaciones de clases está limitado por el de dependencia”. Los per-
sonajes principales de la historia latinoamericana reciente no parecen
ser la burguesía ni el proletariado, ni tampoco los terratenientes y los
campesinos dependientes. Son, más bien, según el mismo autor, el ca-
pital extranjero y el Estado8. Se entiende, así, que todo el desarrollo de la
sociología latinoamericana desde los cincuenta en adelante haya partido
de la crítica de la idea de burguesía nacional, es decir, de la crítica de la
teoría y de la práctica de una izquierda que hizo del modelo de la revolu-
ción democrático-burguesa su matriz ideológica fundante y su punto de
referencia insoslayable para caracterizar la realidad. De tal modo, entre
ciencia crítica de la realidad y propuestas políticas de transformación se
abrió una brecha que produjo consecuencias negativas para ambas di-
mensiones. La reflexión académica quedó mutilada en su capacidad de
prolongarse al mundo de la política, al tiempo que una pedestre y anqui-
losada reflexión política excluyó de hecho el reconocimiento de aquellos
nuevos fenómenos tematizados por los intelectuales. Parafraseando a
Marx, ni la crítica se ejercía como arma, ni las armas necesitaron de la
crítica para encontrar un fundamento9.
8. Véase Touraine (1978, p. 81). La cita forma parte del ensayo “Las clases sociales en una sociedad de-
pendiente” (1978, pp. 81-100) motivado por el debate que se produjo en el Seminario de Mérida, Yucatán,
sobre las clases sociales y los problemas metodológicos que plantea el análisis histórico estructural en so-
ciedades “anómalas”. Las intervenciones y discusiones fueron recogidas en un volumen que sigue siendo
de imprescindible consulta: Benítez Centeno (1973).
9. Fue el reconocimiento de la existencia de esta brecha entre “lo académico” y “lo político” –y la explo-
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11. Segunda edición, modificada (Gramsci, 1981, p. 286): “En los Estados periféricos típicos del grupo,
como Italia, Polonia, España y Portugal, las fuerzas estatales son menos eficientes”.
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12. En su introducción a un volumen de homenaje a Gramsci publicado en español en Italia, con motivo
del simposio realizado en Santiago de Chile en mayo de 1987, el historiador italiano Enzo Santarelli hace
una reseña detallada de los apuntes referidos a América Latina contenidos en los Cuadernos; advirtiendo
la necesidad de insertarlos en el contexto de la problemática sobre la revolución pasiva, Santarelli en-
cuentra en ellos, y con razón, “algunas deformaciones o simplificaciones propias de una tendencia a la
comparación continental”, pero valoriza al mismo tiempo la hipótesis gramsciana de la presencia de un
proceso en curso de Kulturkampf, como traducción del concepto de matriz europea de “reforma intelec-
tual y moral”, a las condiciones propias de Latinoamérica. Véase Santarelli (1987, p. 12).
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13. Las referencias a América Latina en los Cuadernos se encuentran en las siguientes páginas de la edi-
ción en español que estamos citando: (Gramsci, 1981a, pp. 159, 216-217, 220, 299-300, t. 1); (Gramsci, 1981a,
p. 18-20, 194, t. 2); (Gramsci, 1981a, p. 365, t. 4). Conviene recordar que en un apunte fechado en 1930
Gramsci exceptúa a la Argentina de esa fase necesaria de Kulturkampf que detecta en América. La nota,
que se pregunta por los rasgos distintos de la supuesta “latinidad” de nuestras naciones, agrega
una observación que conviene retener “la difusión de la cultura francesa está ligada a esta fase: se
trata de la cultura masónica-iluminista, que ha dado lugar a las llamadas Iglesias positivistas, en las
que participan también muchos obreros aunque se llamen anarcosindicalistas” (Gramsci, 1981a, p.
18-19, t. 2).
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14. El autor realiza aquí un examen cuidadoso del modelo propuesto por Gramsci para analizar el bo-
napartismo como ejemplo clásico de discontinuidad entre clases y movimiento y de la utilidad de su
aplicación a casos como el de los movimientos políticos nacionalistas y populistas latinoamericanos.
Luego de mostrar que, en opinión de Gramsci, el estudio de un movimiento de tipo “boulanguista” –o
sea, de cesarismo regresivo según la conceptualización utilizada en los Cuadernos– no puede efectuarse
de modo tal que lo presente como expresión inmediata de una clase, Portantiero agrega que el texto en
el que Gramsci critica esta visión “economicista” de la dinámica social, “parece un retrato ex profeso de
tanta lectura “clasista’ que se ha hecho (y se hace) en América Latina de los movimientos populistas”
(Portantiero, 1981a, p. 125-126).
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15. La introducción de las comillas para designar a la restauración en algunos de los apuntes sugiere que
Gramsci usa el término en sentido metafórico, es decir para indicar “toda época compleja de grandes
sacudimientos históricos”. Utilizada como metáfora, la designación de “período de la Restauración” ad-
mite extensiones a procesos que no tienen vinculación histórica con ese periodo considerado en sentido
estricto. Pero su generalización tiene la virtud de permitirnos plantear el problema estrictamente teórico
de “qué tipos de efectos se producen cuando cierto tipo de sujetos históricos actúan de un cierto modo, y
cuáles otros se producen cuando se actúa de modo distinto. La definición de los tipos es entonces función
de la teoría que se quiere verificar” (Pizzorno, 1978, p. 47). No se trata, por tanto, de una tesis historiográ-
fica, sino más bien de un criterio teórico-político.
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Aunque sea cierto que para las clases productivas fundamentales (bur-
guesía capitalista y proletariado moderno) el Estado no es concebible
más que como forma concreta de un determinado mundo económi-
co, de un determinado sistema de producción, no se ha establecido que
la relación de medio a fin sea fácilmente determinable y adopte el aspecto de un
esquema simple y obvio a primera vista. […] En realidad, el impulso para
la renovación puede ser dado por la combinación de fuerzas progre-
sistas escasas e insuficientes de por sí (sin embargo de elevadísimo
potencial porque representan el futuro de su país) con una situación
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ellas la base doctrinaria y política para una acción caracterizada por su ex-
tremo voluntarismo16. Es curioso observar el fenómeno solo en apariencia
contradictorio de la fascinación ejercida por lo que pretendiendo ser toda
una “revolución teórica” no era, en realidad, sino una reformulación bajo
nuevos conceptos de las tesis fundamentales del marxismo-leninismo. El
vanguardismo típico del discurso de izquierda encontraba en la aparente
rigurosidad conceptual de Althusser una posibilidad de refundar su con-
dición de portador de una verdad científica, y por lo tanto histórico-políti-
ca, erosionada por la crisis del estalinismo y la emergencia de fenómenos
revolucionarios fuera de la tradición comunista.
El althusserianismo cumplió en América Latina una función contra-
dictoria, lo cual tal vez explica el hecho de que con extrema rapidez se con-
virtiera en una ideología hegemónica en la cultura de izquierda. En una
época en que la crisis del estalinismo había opacado el interés por el mar-
xismo teórico, Althusser le restituyó un prestigio intelectual acrecentado
por la expansión del estructuralismo francés vinculado a las ideas de Marx
por múltiples lazos. Pero al mismo tiempo consolidó en sus posiciones
ideológicas a las nuevas vanguardias surgidas de la descomposición de los
partidos comunistas. Fusionada con una lectura en clave catastrofista de
ciertos elementos de las teorías dependentistas, permitía coronarla con
una estrategia de transformación revolucionaria según el esquema de la
propuesta de clase contra clase elaborada en los años veinte por la Tercera
Internacional. La descomposición de las formaciones tradicionales de la
izquierda tenía, a su vez, el efecto de acentuar la búsqueda de sustitutos
en las organizaciones guerrilleras y terroristas urbanas depositarias de
una tarea histórica incumplida. Nadie ignora el papel desempeñado por
los escritos de Régis Debray en la formulación de una propuesta estra-
tégica global revolucionaria que fusionaba elementos del “foquismo” de
matriz guevariana-castrista con las ideas de Althusser. Y la combinación
ejerció una fascinación tal que, aún después de la derrota de la violencia
armada, los libros de Althusser siguieron difundiéndose ampliamente en
los ambientes académicos y de la izquierda militante.
16. Véanse, entre otros: Córdova (1987, p. 14); Portantiero (1982, pp. 324-325); Moulián (1983, pp. 9-10), este
último texto en clave autobiográfica.
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Esta complejidad del proceso ya había sido entrevista por los dirigentes
de la Internacional Comunista encargados del trabajo en América Latina
cuando entablaron una violenta polémica al respecto en la conferencia
de los partidos comunistas de la región en 1929. La categoría de revolu-
ción democrático-burguesa, que en las formulaciones de la Comintern
era en realidad una traducción rusa de la experiencia europea del ciclo
abierto por la Revolución Francesa de 1789, resultaba inadecuada para
dar cuenta de la dinámica social mexicana. ¿Pero quién podía negarse
a reconocer en esta ciertos rasgos característicos de la revolución en
oriente? Montalvo recuerda el paralelismo con Rusia que sagazmente
apuntó Octavio Paz y que por más alejado que parezca
17. Remitimos a la amplia reseña que incluye el autor de las distintas corrientes interpretativas de la
Revolución Mexicana y de las características del Estado que a partir de esta se constituye.
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18. El paralelismo entre las situaciones rusa y latinoamericana desde la segunda mitad del siglo pa-
sado ha sido ensayado por varios autores y ofrece muchos elementos de interés, para un estudio más
fundado de las dificultades que encontraron para implantarse las grandes importaciones ideológicas
europeas: el liberalismo, el pensamiento democrático y el marxismo. Indudablemente es Richard M.
Morse quien ha planteado el problema de manera más clara y a nivel propositivo, abriendo un campo
de problemas a explorar: “Se puede elaborar mucho más el contraste entre Rusia e Iberoamérica. En
primer lugar, los rusos tenían el sentimiento de poseer una cultura nacional propia y no europea y
una forma no europea de cristianismo, mientras que las fragmentadas naciones iberoamericanas no
solo compartían la cultura y la religión de una parte ‘atrasada’ de Europa sino que después de la inde-
pendencia durante una generación en muchos casos no pudieron establecer claramente sus límites
geográficos. En segundo lugar, no hubo nada equivalente a la traumática occidentalización de Rusia
por Pedro el Grande en la adición selectiva y dirigida de preceptos de la Ilustración a la cultura política
ibérica que se inició en la época borbónica e impidió enfrentamientos tan dramáticos como los que
se produjeron en Rusia entre occidentalizantes y eslavófilos, o entre burgueses y socialistas, o entre
racionalistas y nihilistas. En tercer lugar, en Iberoamérica no existía el naródnichestvo, la fe en los cam-
pesinos y peones agrícolas que compartían en Rusia [los] naródniki religiosos (como Dostoievski, Tols-
toi y los eslavófilos) o irreligiosos revolucionarios (como Herzen, Bakunin y los naródniki socialistas
de la década del setenta). Mientras que la intelligentsia rusa se sentía culpable ante un pueblo que para
ella representaba el núcleo de la nacionalidad, los pensadores iberoamericanos asumieron la misión
histórica tutelar de ‘incorporar’ a grupos desposeídos de etnicidad distinta a una cultura occidental de
definición algo incierta. El ‘problema’ de indios, afroamericanos y descamisados solo tendría formu-
laciones políticas vigorosas en el siglo XX. Por último, tal como Iberoamérica carecía de la tradición
‘socialista’ que invocaban los naródniki rusos, también su cultura política carecía del elemento autocrá-
tico y embrionariamente totalitario que en el caso ruso pudo conformar en la década del ochenta las
aspiraciones socialistas para producir –fatalmente, según parece visto desde la perspectiva de hoy– el
desenlace de 1917” (Morse, 1982, pp. 129-130). Con relación a este tema y la “producción” de un marxis-
mo latinoamericano por parte de Mariátegui véanse Aricó (1985, pp. 72-91); Faletto (1985, pp. 61-71).
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con pies de barro, pasto y pezuña” como decía Alberto Methol Ferré
(s.d.) para referirse al Uruguay batllista. Y la “solución” mexicana nos
vuelve a remitir a la eterna querella clasificatoria y a la provisoriedad
de todo juicio que sobre la base de aquellos dos grandes paradigmas
de Oriente y Occidente pretenda incluir, y desde allí explicar, procesos
diferenciados.
Es indudable que por muchas razones no podemos considerar como
“orientales” a las naciones latinoamericanas. Como recordaba Debray,
nos lo impide una serie de determinaciones que él enunciaba del si-
guiente modo:
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19. Sobre la voluntad “proyectiva” de las élites occidentalizantes no puede dejar de consultarse el des-
lumbrante análisis que hace Tulio Halperín Donghi (1980). Pero sobre este tema la bibliografía es abun-
dantísima.
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20. Además de las obras sobre Gramsci escritas en América Latina, y que son ya numerosas, hay que
mencionar el libro de Dora Kanoussi y Javier Mena (1985) dedicado específicamente al concepto grams-
ciano. En cuanto a los textos que analizan aspectos de la historia de las naciones latinoamericanas a la luz
de la categoría gramsciana de “revolución pasiva” suman una cantidad tal, que desbordan la posibilidad
de enumerarlos en una nota que solo se propone indicar algunas perspectivas de análisis. Señalo algu-
nos a los que tuve acceso y que aún no he citado: Ansaldi (s.d.); Nogueira (1984); Werneck Vianna (1976);
Zabaleta Mercado (1986); Coutinho (1985, p. 35-55), que fue publicado en español por la revista mexicana
Cuadernos políticos y con algunos cortes en La Ciudad Futura (Coutinho, 1987); los artículos de: Portantiero
(1987); Calderón (1987); Aricó (1987); Ansaldi (1987) y Coutinho (1987) publicados en el Suplemento “Gram-
sci en América Latina” de La Ciudad Futura.
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21. El autor incluye a pie de página los nombres de algunos especialistas que en los últimos años anali-
zaron aspectos de la historia del Brasil a la luz de la categoría de “vía prusiana”. Todos ellos, excepto uno,
integran dicha categoría con la gramsciana de “revolución pasiva”. Según Coutinho, esta integración
no ha ocurrido por “casualidad”, sino por la convicción de que la primera resultaba insuficiente para
entender “plenamente” una realidad que requería de la “integración” de la segunda para poder ser afe-
rrada. Tengo la impresión de que esta forma de plantear el problema aplasta la potencialidad analítica
de la categoría gramsciana al reducirla a una suerte de coronamiento superestructural de un modelo fac-
tible de ser aplicado a ciertas realidades latinoamericanas. Existe ya una amplia bibliografía dedicada
a señalar los errores metodológicos y de concepción teórica implícitos en un esquema interpretativo
que enfatizó desmedidamente el grado de desarrollo capitalista en el campo ruso y que tuvo peligrosas
consecuencias políticas tanto antes como después de la Revolución de Octubre. Para el caso de Améri-
ca Latina, la utilización de la categoría leniniana suponía la aceptación del modo de producción como
elemento central y organizador del análisis y la idea de transición al capitalismo como estructurante
de la interpretación histórica de los países. Desde esta perspectiva, la realidad latinoamericana era en
definitiva asimilada a una realidad “clásica”. En contra de esta posición, que sigue contando aún hoy con
fuerte predicamento entre los historiadores marxistas, han surgido otras que intentan demostrar que la
utilización indiscriminada de la categoría de “vía prusiana” para explicar la evolución de la agricultura
en América Latina obstaculizó la posibilidad de hacer historia de este problema, es decir, de reconstruir
el funcionamiento normal de las estructuras agrarias y a partir de esto ofrecer un marco teórico y me-
todológico más adherente a la realidad de las formaciones sociales decimonónicas. Véase, al respecto,
entre otros, el reciente trabajo de Bellingeri y Montalvo (1982, pp. 15-29).
Así planteadas las cosas, y admitiendo que las aventuras y las desventuras de la categoría de “vía pru-
siana” en América Latina resultan de la indebida aplicación de esquemas abstractos a una realidad no
clásica, se ponen claramente en evidencia las virtudes de una categoría como la de revolución pasiva, que
supone un previo reconocimiento del terreno nacional, es decir, un examen exhaustivo y problematiza-
dor de realidades nacionales específicas. Un examen, por lo demás, que como el mismo Coutinho (1986,
p. 169) indica, “está ya haciéndose, y que, en sus mejores resultados, no ha sido ajeno a la inspiración y al
estímulo de Antonio Gramsci”.
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22. Pero el debate de fines de los sesenta ¿no se fundaba en la hipótesis teórica de una inagotable ca-
pacidad expansiva de la racionalización capitalista que los hechos han desmentido? De hacerse en el
presente, un debate como el provocado por el libro de Asor Rosa (1973) recorrería indudablemente otros
carriles. Asistimos a un redescubrimiento de la nación en el debate cultural europeo de los últimos años,
que está vinculado, como no podía ser de otro modo, a los umbrales críticos en que ha colocado a los
pueblos la expansión planetaria del modelo americano –del “americanismo” diría Gramsci. Si es verdad
que el fenómeno central de las sociedades de posguerra está representado hoy por la crisis del princi-
pio tradicional de autoridad, no es posible dejar de lado al analizar este fenómeno el papel cumplido
por la “progresiva desnacionalización de las fuentes antropológico-culturales”, o dicho de otro modo,
por la cancelación del pasado que provocan la generalización planetaria de la tecnología y la expansión
inaudita de los medios de comunicación de masas. Sería difícil negar que en el presente “la crisis irre-
frenable de los patrimonios culturales recibidos –si no producida, ciertamente acelerada al extremo por
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los mass-media– se manifiesta del modo más evidente en la relación cada vez más tenue, deshilachada y
el final inconsistente, que todas las civilizaciones y los pueblos de la tierra tienen hoy con el propio pa-
sado […]. De esta cabal ‘muerte del pasado’, de este empobrecimiento de la herencia vital de la tradición,
dan prueba en las cuatro últimas décadas sobre todo las sociedades occidentales” (Della Loggia, 1982, p.
410; citado por Accame, 1983, p. 163).
Frente a los procesos de corporativización y de feudalización de las sociedades que derivan de la naturaleza
propia de la planetarización capitalista, el redescubrimiento del tema de la nación, lejos de ser un anacronis-
mo expresa la necesidad de las comunidades de afrontar, a través de la reconquista de un sentido, un futuro
cargado de interrogantes e incertidumbres. No es por azar, en consecuencia, que sea este un tema que preo-
cupe siempre más a la izquierda socialista. Puesto que si en épocas pasadas la afirmación de una síntesis na-
cional contra los residuos de la fragmentación feudal fue una tarea propia de las monarquías nacionales y des-
pués de la burguesía, la tarea de defender la colectividad contra una reedición moderna de la feudalización del
mundo no puede corresponder a otras fuerzas que a aquellas que apuntan a desarmar, revertir o transformar
este mecanismo de planetarización. “En su lógica posmoderna –anota Accame– la revalorización de la idea
nacional se convierte en fundamento esencial de cualquier programa serio de reforma de las instituciones
democráticas en sentido dinámico y eficientista. Cualquier nueva implantación de ingeniería institucional y
política que se intente introducir para mejorar la tasa de gobernabilidad del sistema sería un mecanismo sin
alma si no estuviera en condiciones de referirse a una colectividad que se ha vuelto consciente de los valores,
del patrimonio histórico-cultural, de la misma trasmisión genética a través de la cual los hombres son llama-
dos a obrar en común y a construir un mañana no estrechamente limitado a la perspectiva de cada individuo o
de grupos de presión intermedios” (Accame, 1983, p. 166).
Una izquierda socialista que aspire a colocarse a la altura de los problemas del presente, no puede ni debe
reexaminar la categoría de nación con la mirada vuelta hacia el pasado, pues sería esta una forma de recaer
en una visión organicista y totalizante que, en realidad, es ajena a su patrimonio de ideas. ¿No es la inercia
de la tradición la que empuja a las masas a la pasividad, al plegamiento molecular, a la inevitabilidad de lo
dado? Reconstruir el concepto de nación exige, por lo tanto, descomponer una tradición sabiendo que esta
tarea es posible porque la propia tradición es heterodoxa y contradictoria en sus componentes y, como nos
lo recordó Mariátegui, “se caracteriza precisamente por su resistencia a dejarse aprehender en una fórmula
hermética”. La tradición tiene siempre un aspecto ideal, fecundo como fermento o impulso de progreso o
superación, y un aspecto empírico que la refleja sin contenerla esencialmente. La tarea de los socialistas, en
consecuencia, no puede ser negarla sino refundarla, encarnando la voluntad de la sociedad de “vivir reno-
vándose y superándose incesantemente”. Esta es la posición que sustenta el autor de los 7 Ensayos (Mariá-
tegui, 1984) en un artículo que siempre es útil recordar: “Heterodoxia de la tradición”. La conclusión que de
aquí extrae permite despejar el equívoco que el pensamiento de derecha proyecta sobre la izquierda, cuan-
do la acusa de renegar o repudiar en bloque a la tradición: “Los verdaderos revolucionarios no proceden
nunca como si la historia empezara con ellos. Saben que representan fuerzas históricas, cuya realidad no les
permite complacerse con la ultraísta ilusión verbal de inaugurar todas las cosas. […] No existe, pues, un con-
flicto real entre el revolucionario y la tradición, sino para los que conciben la tradición como un museo o una
momia. El conflicto es efectivo solo con el tradicionalismo. Los revolucionarios encarnan la voluntad de la
sociedad de no petrificarse en un estadio, de no inmovilizarse en una actitud.
A veces la sociedad pierde esta voluntad creadora paralizada por una sensación de acabamiento o desencanto.
Pero entonces se constata, inexorablemente, su envejecimiento y su decadencia” (Mariátegui, 1984, p. 117, 119).
Pero sobre el tema véase también el artículo que le sigue, “La tradición nacional” (Mariátegui, 1984, pp. 121-123).
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23. Aunque sobre el tema conviene leer íntegramente las dos últimas notas del trabajo que citamos (de
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24. Sobre el mismo tema del descubrimiento de la democracia y la ampliación del pensamiento de la
izquierda véase el exhaustivo análisis que hace Barros (1986, pp. 27-60), y la extensa bibliografía que el
autor comenta.
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25. El autor se refiere aquí a los siguientes textos: Laclau (1978); Nun (1983); Aricó (1978, 1980); Portantiero
(1982b); Moulián (1983); Franco (1981).
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26. En realidad, el autor, en el parágrafo “¿Una alternativa democrática radical a la democracia burgue-
sa?” (Barros, 1986, pp. 50-58) del que tomamos la cita está reseñando la posición de lo que califica “tercera
tendencia intelectual” entre los que incluye a un conjunto de intelectuales de filiación gramsciana, o
en los que es evidente su frecuentación, que tienen en común “el llamamiento a una renovación de la
izquierda”.
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27. Sin embargo, este autor critica la forma en que estos temas han sido recuperados por los teóricos.
La crítica del reduccionismo, dice Barros, los ha llevado “a la conversión a una teoría democrática de la
acción, disfrazada de hegemonía, a expensas de una teoría social capaz de iluminar las limitaciones de
la acción social” (Barros, 1986, p. 54). En su opinión se ha recuperado la teología de la emancipación de
Gramsci, pero no su “historicismo absoluto” con la consecuencia de que aquellas cuestiones que resul-
tan esenciales para la apropiación de Gramsci en América Latina “son escamoteadas”. ¿Cuáles son esas
cuestiones? El autor las enuncia así: “¿pueden ser disociados los conceptos de ‘hegemonía’ y ‘voluntad
nacional-popular’ de las condiciones sociohistóricas concretas en las que fueron elaborados? Y, además,
¿se puede adoptar como relativamente inequívoca la afirmación de Gramsci de que la hegemonía solo
puede plantearse con relación a las ‘clases fundamentales’ en las sociedades con bajos niveles de inte-
gración intersectorial, bolsas de producción capitalista intensiva controlada por oligopolios locales y
transnacionales y una clase obrera industrial relativamente pequeña que está sumamente diversificada y
estratificada por las diferencias salariales? Añádanse la fragmentación social y política de las otras clases
sociales, la intensa penetración de las orientaciones consumistas y la concentración y ubicuidad de las
formas de cultura, de masas, y la tarea parecerá imposible de abordar” (Barros, 1986, p. 54). No hay dudas
de que Barros tiene razón en señalar estas cuestiones irresueltas como decisivas para la configuración de
una alternativa democrática socialista en la región, o en algunos de sus países. Pero hay que reconocer
que son precisamente tales cuestiones las que hoy preocupan a teóricos e intelectuales socialistas que
asumen con responsabilidad el hecho de transitar terrenos que no conocen y con instrumentos concep-
tuales que deben ser reformulados.
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28. Véase Cardoso (1977a, pp. 206-237). La fórmula de Cardoso, próxima a la ya mencionada de Flo-
restan Fernandes, intentaba dar cuenta de una revolución desde arriba, de una revolución pasiva. Se
oponía, por tanto, a la concepción habitual de la izquierda de “una revolución burguesa, democrático-
liberal, que además de incidir sobre el orden social postulaba una transformación del orden político,
creando la democracia liberal, pertenece no al pasado sino a la historia de formaciones sociales que no
se constituyeron de forma analógica en los países de economía dependiente. La expectativa de que la
industrialización y la urbanización abrirían paso a la etapa democrático-burguesa está basada en una
analogía anacrónica e indebida” (Cardoso, 1977a, p. 234). El tema motivó una extensa y, a veces, ríspida
controversia y una notable respuesta de Cardoso, “E pur si muove” (Cardoso, 1977b, pp. 401-413), en la que
insiste en dos afirmaciones centrales de su posición: 1) que existe una posibilidad de dinamismo en las
economías capitalistas dependientes en los países que se están industrializando bajo control del capital
monopólico internacional; 2) que esa forma de industrialización no involucra la realización, en los países
dependientes industriales, de las reformas y tareas históricas que se suelen atribuir a la acción de las
burguesías europeas en la fase de la revolución democrático-industrial. Elementos ambos que, en las
caracterizaciones de Gramsci, fijan las condiciones de una “revolución pasiva”.
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29. Además, recordemos el ensayo “Para un estudio de las clases subalternas” rico en ideas y en proble-
mas que Hobsbawm escribió en 1962 para la revista italiana Societa y que en español lo reprodujo Pasado
y Presente (Hobsbawm, 1963, pp. 158-167). Pienso que el ensayo de Hobsbawm y la publicación en español
de Rebeldes primitivos (Hobsbawm, 1968), cumplieron entre nosotros un activísimo papel impulsor de los
estudios sobre movimientos sociales. Recuerdo que fue esta preocupación la que nos llevó en la editorial
Siglo XXI, de Argentina, que se acababa de fundar en 1969, a iniciar una amplísima colección de “Historia
de los movimientos sociales”, que luego continuó el mismo sello editorial en España y de la que un entu-
siasta impulsor de estos temas, Enrique Tandeter, fue el alma mater.
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no por la vía del marxismo, sino por la crítica de este. En realidad, fue
monopolizada de manera casi exclusiva por las corrientes ideológicas
populistas y derivaba de matrices ideológicas y culturales diferenciadas.
Si en el caso del aprismo eran tributarias del marxismo, leído en clave
latinoamericana, en el de otros fenómenos de populismo como el caso
concreto del peronismo, resultaban ajenos a este y más próximos al na-
cionalismo de masas protagonizado por el fascismo mussoliniano de
la primera época. La experiencia peronista es un ejemplo emblemático
de las dificultades que tuvieron las corrientes ideológicas vinculadas al
marxismo para dar cuenta de un fenómeno “original” y al que interpre-
taron remitiéndolo a sus matrices ideológicas. Desde esta perspectiva
el populismo y el nacionalismo popular en general fueron condenados
como formas de falsa conciencia y de manipulación política en lugar de
ser vistos como experiencias autoconstitutivas de los trabajadores y de
otros sectores populistas30.
Después de Rusia, América Latina es la gran patria del populismo.
Fértil en experiencias políticas de este tipo, es también un extensísimo
laboratorio donde se procesan las más variadas teorías sobre procesos
históricos nacionalmente diferenciados, pero a los que una genérica im-
pronta populista los comunica y les otorga rasgos que se suponen co-
munes. Como se ha señalado, la utilización ampliamente generalizada
del término coexiste con una extrema diversidad en la caracterización
e interpretación de lo que el término designaría. En cada momento
puede ser una ideología, un movimiento, un conjunto de partidos o di-
rectamente un régimen político, o también un tipo de acción política
que combina en distintas formas los elementos ideológicos, políticos,
organizativos, y que puede o no transformarse en un régimen políti-
co31. Lo que me interesa destacar es que frente a un esquema interpre-
tativo –generalmente compartido– que hace de ellos fenómenos emer-
gentes en aquellas fases históricas de transición desde una economía
30. Sobre este tema véanse los trabajos: Portantiero (1981, pp. 230-250); De Ípola y Portantiero (1981, pp.
7-18); además de los antes mencionados.
31. Véase sobre el tema del populismo latinoamericano la voz del mismo título que se incluye en el Dic-
cionario de política dirigido por Bobbio y Mateucci (1982, pp. 1.288-1.294), en el que se comentan con cierta
extensión las propuestas teóricas de Ernesto Laclau al respecto. Véase, además, De Ípola (1982).
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32. Se pueden ver, entre otros, Laclau (1978, 1985, pp. 19-44).
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directa, bien vale la pena recordar que por esos años Gramsci era casi
un desconocido hasta para los propios italianos. Y si de su figura de di-
rigente y luego de preso político se tenía algún recuerdo, muy pocos po-
dían decir algo de su estatura de teórico y creador intelectual. Más aun,
tengo la impresión de que Mariátegui pudo conocer más de Gramsci a
través de la relectura de su admirado Piero Gobetti una vez de regreso a
Lima, que de sus impresiones de la vida intelectual y política italiana en
los años de su residencia en Europa (1920-1923).
El problema se presenta, sin embargo, porque es posible establecer
un cierto parentesco, y hasta coincidencias sugestivas, entre los discur-
sos de ambos sin que la común remisión al leninismo sea suficiente para
explicar este hecho singular. Y no porque resulte imposible encontrar
en uno y en el otro la impronta de los sucesos de Octubre y las elabo-
raciones teóricas fundamentales de Lenin, sino porque ambos eviden-
cian ser productores de un cierto tipo de marxismo –no reductible al
leninismo– cuya vocación es radicarse en realidades nacionales que se
admiten como específicas, y expresarse en una práctica teórica y polí-
tica diferenciada. A esta motivación fundamental deben ser agregadas
otras, aun de biografías personales y de itinerario intelectual, que apro-
ximan de manera sorprendente a ambas figuras y que las convierten,
entre nosotros, en una suerte de vasos comunicantes en una reflexión
más general sobre las notas distintivas del marxismo latinoamericano.
Una evoca irresistiblemente a la otra, de un modo tal que si en el Perú el
reavivamiento del debate en torno a Mariátegui hizo irrumpir la figura
de Gramsci, en el resto de América Latina, en cambio, es muy posible
que haya sido la difusión del pensamiento del autor de los Cuadernos de
la cárcel (Gramsci, 1981a) la que contribuyera decisivamente a redescubrir
a Mariátegui.
Es un hecho admitido por los investigadores peruanos el vínculo de
retroalimentación que aquí menciono, y que se torna evidente cuando
las diversas corrientes interpretativas del pensamiento de Mariátegui
rompen con el provincianismo con que hasta entonces se lo había consi-
derado y sitúan sus escritos y su evolución intelectual en una vasta pers-
pectiva cultural y política internacional. Su encuentro con el leninismo
y la experiencia del movimiento comunista deja así de tener el valor de
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33. Ver en especial el anexo “Mariátegui ¿un Gramsci peruano?” (Guibal, 1981). Entre otros varios tes-
timonios que dan cuenta de esta aproximación recuerdo el de Roncagliolo (1980, p. 120): “A nosotros,
peruanos puede interesarnos Gramsci por una razón adicional: piensa y actúa desde, y en, la Italia en que
José Carlos Mariátegui ‘hizo su mejor aprendizaje’. El conocimiento de Gramsci servirá siempre para una
más íntegra comprensión de Mariátegui”.
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34. Sobre la vinculación entre Mariátegui y Gramsci a través de Piero Gobetti –ese croceano de izquierda
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Los trabajos de Paris marcaron una perspectiva de búsqueda que fue se-
guida por un conjunto de investigadores y ensayistas latinoamericanos,
de filiación gramsciana o asiduos lectores de sus escritos, y que constitu-
yeron un verdadero centro de irradiación a toda la región de las ideas del
autor de los 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana (Mariátegui,
1984). Y no fue por azar que desde ese sitio privilegiado del exilio in-
telectual en que se convirtió México desde los años setenta se pudiera
organizar en Culiacán, con el Auspicio de la Universidad Autónoma de
Sinaloa, el primer Coloquio internacional sobre “Mariátegui y la revolu-
ción latinoamericana” en abril de 1980.
Falta aún esa obra amplia y medulosa que encare la reconstrucción de
lo que no puedo menos que considerar “el encuentro afortunado” en la
posteridad de dos pensadores que en su tiempo no llegaron a conocerse,
aunque Mariátegui supiera de la existencia de Gramsci, y que presentan
para nosotros paralelismos y coincidencias deslumbrantes. Pero ahora,
a diferencia de lo que ocurría en los años sesenta, los materiales nece-
sarios están allí, al alcance de la mano de quien se proponga hacerlo35.
Tengo la convicción de que un estudio semejante arrojaría muchas lu-
ces ya no solo sobre el perfil político e intelectual de ambos, sino tam-
bién –lo cual es todavía más importante– sobre la naturaleza propia y
las notas distintivas de un marxismo latinoamericano cuya producción
constituyó el proyecto que su muerte prematura impidió a Mariátegui
consumar.
en filosofía y en política, el teórico de la revolución liberal y el mílite de L’Ordine Nuovo, como lo bautizó el
peruano– véase específicamente el capítulo VI (Paris, 1981, pp. 154-175). Esta aproximación ya había sido
planteada años antes por el propio Paris (1966, pp. 194-200).
35. Indudablemente el trabajo fundamental sigue siendo el ensayo de Robert Paris presentado como
ponencia en el Coloquio de Culiacán y publicado luego como artículo en Socialismo y Participación (Paris,
1983, pp. 31-54). El autor, según sus palabras, intenta allí “aplicar –e incidentalmente verificar– la catego-
ría gramsciana de ‘traductibilidad’, a fin de desarrollar, a través de un estudio de caso, lo que designamos
como una aproximación contrastante”. Precisamente porque está instalado en el terreno hermenéutico
que posibilita establecer las condiciones de un procedimiento de comparación o más bien, de contras-
tación, este trabajo de Paris debería ser el punto de arranque para una elaboración del tema. Con pers-
pectivas diferentes y más bien de modo enunciativo, el problema ha sido planteado también en otros
trabajos de los que enumeramos algunos: Lévano (1969, pp. 66-68); Núñez (1978, pp. 26-29); Delogu (1973,
pp. IX-LXXII); Aricó (1978, pp. XII-LVI); Melis (1967/1978, pp. 201-225); Bonilla (1979, pp. 4-5); Ibáñez (s.d.,
pp. 35-46); López (s.d., pp. 18-19, 24). A los cuales habría que añadir los de Guibal, Roncagliolo y Paris
mencionados en las citas anteriores.
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Bibliografía
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I.
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Y cuando resultó evidente para todos que la historia del mundo no eu-
ropeo se distanciaba de los modelos originarios que el centro del desa-
rrollo internacional proyectaba a la periferia a través de sus corrientes
ideológicas, esta ideología intervino con todo su instrumental analítico
y conceptual para explicar las causas por los efectos. De este modo, las
1. El ensayo está publicado en esa recopilación como capítulo V: “Las interpretaciones europeas (“cesa-
ristas” y “fascistas”) de Bolívar como elaboraciones historiográficas y de teoría política sobre Venezuela
y América Latina”.
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II.
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2. En un sentido próximo al de Marx, recuerdo la reflexión de T. W. Adorno: “Lo urgente para el concepto
es aquello a lo que no llega, lo que el mecanismo de abstracción elimina, lo que no es de antemano un
caso de concepto”.
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Bibliografía
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Guevara y las tradiciones latinoamericanas*
*
Extraído de Aricó, J. (1989, enero-junio). Guevara e le tradizione latinoamericane. Latinoaméri-
ca Cubana, 10(33-34), 13-21, (Roma).
Traducción A. Fagioli y M. Alarcón Ortúzar. Revisión M. Cortés.
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Los intelectuales en una ciudad de frontera*
* Extraído de Aricó, J. (1997). Los intelectuales en una ciudad de frontera. Tramas: para leer la literatura ar-
gentina, 3(7), I Generaciones Perdidas. [Primera edición Aricó, J. (1989, 9 de abril). Los intelectuales
en una ciudad de frontera. Diario Córdoba, Suplemento cultural].
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1. Sobre esta función de “equilibrio” de la ciudad, véase el ensayo de Santiago Monserrat (1972).
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2. Como es evidente, exceptúo de la mención a Carlos Astrada porque aun habiendo formado parte del
núcleo intelectual de la Reforma, en los años treinta y siguientes no habita la ciudad. Pero no puede des-
conocerse que la relación entre Astrada y Córdoba es en sí misma todo un tema.
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figuras que poblaron los sesenta. Esa lucha fue encarada en los tres mo-
mentos desde firmes posiciones de ruptura y con el propósito explícito
de renovar una herencia cultural en sus elementos de tradición y moder-
nidad. Quienes la emprendieron hablaron desde su propia condición de
intelectuales y sometieron a crítica dicha función, no porque pretendían
dejar de ser intelectuales sino porque creían que debía ejercerla de otro
modo. Más allá de sus aciertos y errores, llevaron adelante sus propó-
sitos con apasionada exaltación y un tono profético que acaso sonaba
a falso en una sociedad nacional aplastada por adversidades y que se
aceptaban como un sino. ¿Pero a qué otro tono puede apelarse cuando
se cree tener algo que decir y se advierte la sordera? Fueron hombres de
su tiempo y si una vida civil les era vedada a ellos y sus semejantes, ¿de
qué otro modo que soñando lo imposible podían cumplir con su respon-
sabilidad de humanos? Cuando las pasiones se extinguen y son materias
de tratados filosóficos, la reconstrucción de un pasado es también una
forma de resistencia y de manifestación de esa verdad benjaminiana de
que nada de lo que ocurrió está perdido para siempre.
Córdoba la Docta, la ciudad civil, tiene motivos para reconocerse
en esos momentos en los que relampagueó una cultura de resistencia.
Olvidados o amenazados de aniquilamiento por la fuerza de las armas,
han sobrevivido y vuelven por sus fueros. Reclaman el análisis profundo
y exhaustivo que los restituya al entramado de las vicisitudes históricas,
sociales y culturales de una ciudad que, no gratuitamente, aspiró siem-
pre a ejercer una función particular y muy propia en la sociedad nacio-
nal y en los confines de Occidente.
Bibliografía3
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Crisis del socialismo, crisis del marxismo*
* Extraído de Aricó, J. (1991). Crisis del socialismo, crisis del marxismo, pp. 133-160. En M. J. Lu-
bertino Beltrán (Comp.), Evolución y crisis de la ideología de izquierda, Vol. 2, Parte 3: El escenario
ideológico. Buenos Aires: CEAL. [Transcripción parcial y corregida por el autor del libro].
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un fenómeno no pueda ser desligado del otro, cada uno de ellos exige
un tratamiento particular en cuanto remite a distintos órdenes de pro-
blemas. La crisis de un sistema político es algo más que la crisis de una
teoría. En cierto sentido la crisis del socialismo no tiene por qué presu-
poner necesariamente la crisis del marxismo, porque para muchos pensa-
dores de tradición marxista la experiencia de los países del Este, de Asia
o de América Latina como Cuba, constituía una flagrante tergiversación
de los aspectos fundamentales de la teoría de Marx. A su vez, la teoría
marxista no tenía por qué conducir necesariamente a la constitución de
Estados despóticos o totalitarios. La doctrina de Marx nutrió, por ejem-
plo, la experiencia histórica de la socialdemocracia alemana, o austro-
húngara, y ninguna de estas fuerzas, cuando fueron fuerzas de gobier-
no, pretendieron constituir tales tipos de Estados o sistemas políticos.
Con esto quiero decir que no hay que confundir experiencias políticas con
presupuestos ideológicos, excepto que aceptemos el integrismo religioso
o nacionalista, y el integrismo “liberal”, que también existe y pretende
obligarnos a aceptar una visión unidimensionalizada del mundo.
Me interesa analizar la llamada “crisis del marxismo” y el por qué
de esta manera habitual suya de comportarse. Un modo adecuado de
abordar el problema es preguntarnos por qué es posible la perduración
de una concepción (doctrina o teoría) que desde el momento mismo de
su generación en el movimiento obrero ha estado sometida permanen-
temente a situaciones de crisis: crisis de certidumbre, crisis de ideas,
crisis de conceptualizaciones, etc., etc. ¿Cómo es posible que un sistema
teórico, que el filósofo italiano Benedetto Croce (1942) creía haber des-
truido con sus sesudas refutaciones a finos del siglo pasado, siga persis-
tiendo un siglo después? Si abordamos la cuestión desde esta pregunta,
es posible escapar a la tentación ideológica (y por lo tanto políticamente
situada) de razonar únicamente sobre los elementos o aspectos o partes
de la teoría marxista quo han entrado en crisis, para detenernos también
en aquellos elementos, aspectos o partes que dan cuenta de su extre-
mada vitalidad en el tiempo, de su prolongada existencia y aún de su
vigencia. Si enfocamos la cuestión de este modo, no tratamos tanto de
ver lo que ya no sirve de lo que Marx ha dicho, como de poner de relieve
hasta dónde parte de lo que dijo ilumina nuestro presente, nos ayuda a
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que la cultura marxista hoy está sometida a una crítica muy profunda no
solo y no tanto por la fuerza de las objeciones teóricas que se puedan ha-
cer a todas o partes de sus formulaciones, sino fundamentalmente por la
radicalidad de las informaciones que se han producido en el desarrollo
social moderno y por las formas de conciencia que adoptó la percepción
de tales transformaciones. Esta puede parecer una afirmación anodi-
na o banal. Sin embargo, me parece que es pertinente señalarla porque
nos posibilita indagar con mayor detenimiento por qué algunas ideas
que cumplieron un papel importante en la constitución de movimien-
tos sociales de fuerte gravitación sobre la evolución de las sociedades
europeas, y que hoy son criticadas como erróneas por su craso reduccio-
nismo, tuvieron efectividad política. Es evidente, para dar un ejemplo,
que la teoría marxista se asienta sobre el reconocimiento privilegiado
de un “soporte histórico” de los procesos de transformación que es la
clase obrera. A partir de una indagación de la naturaleza de la sociedad
capitalista y de las características de sus leyes de funcionamiento, Marx
estructura un sistema teórico que reconoce una contradictoriedad de
origen con esta forma productiva. La transformación en mercancías de
los bienes creados por los hombres, y la universalización de la forma-
valor, hace del capitalismo un sistema basado en la contradicción en-
tre trabajo y capital. La oposición entre las fuerzas sociales en las que
esta contradicción se expresa es el motor de la dinámica de la sociedad
burguesa y encierra los elementos de su autodescomposición. Se podría
decir, entonces, que la afirmación del proletariado como soporte histó-
rico de la superación del capitalismo es resultado en Marx del examen
de la sociedad burguesa. Y sin embargo, sabemos que dicha afirmación
está en Marx desde un primer momento, cuando aún estaba lejos de po-
der dar cuenta del proceso de formación del movimiento obrero y de
las leyes del funcionamiento del capitalismo. La idea de los trabajadores
como la fuerza a partir de la cual es pensable una lucha contra la socie-
dad de clases, es anterior a Marx. Marx la hace suya e intenta darle un
fundamento teórico. Pero este fundamento teórico aparece como verda-
dero porque en la realidad se está produciendo un proceso de agregación
social, política y cultural de los trabajadores. Si la fuerza del marxismo
residía en no darle la “verdadera” consigna de lucha a los trabajadores,
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*
Extraído de Aricó, J. (1991-1992, diciembre-febrero). 1917 y América Latina. La Ciudad Futura, 30-31,
pp. 14-16, Suplemento 10, (Buenos Aires)..
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con claridad la influencia decisiva que tuvieron los sucesos del Octubre
ruso y las construcciones teóricas y prácticas que contribuyó a generar.
Por consiguiente, fue y sigue siendo un craso error tratar de evaluar
dicha influencia con el estrecho rasero de las escuálidas formaciones
comunistas que desde los años veinte vegetaron en la región. El mode-
lo populista arranca de las elaboraciones hechas por la Internacional
Comunista sobre las revoluciones en los países dependientes y colonia-
les y les da un sesgo particular, merced al cual se privilegia la cuestión
nacional respecto a una perspectiva exclusivamente clasista. En su ver-
sión, la escasa autonomía de la clase obrera, su extrema debilidad res-
pecto de los demás grupos y clases sociales, tornaba ilusorio un proyecto
de cambio fundado en su capacidad hegemónica. La profunda heteroge-
neidad de los componentes nacionales y populares solo podía ser supe-
rada colocando al Estado en el centro de la constitución de la unidad na-
cional. El concepto de pueblo es a la vez, paradójicamente, un punto de
partida y un producto de una acción solo posible desde el Estado. Lo cual
conduce inexorablemente a una sobrevaloración de su función en des-
medro de la sociedad civil a la que, en definitiva, se considera incapaz de
cualquier acción autónoma. La conquista del Estado es el requisito para
desde él conducir la transformación y el proceso de industrialización.
Esta doble función del Estado como constituyente de la unidad nacional
y como factor decisivo y hasta excluyente de la transformación económi-
ca remite nuevamente a la experiencia soviética y la conceptualización
leninista, pero se funda además en las modalidades propias del proceso
de construcción de las naciones latinoamericanas. Un Estado de fuerza
decisiva frente a una sociedad civil débil y gelatinosa no puede sino dar
como resultado una actitud de reverenciamiento del Estado, una “es-
tadolatría” que alimenta las concepciones autoritarias y cesaristas del
cambio social. Y por tal razón tal vez pueda explicarse la expansión del
leninismo, aunque metamorfoseado bajo rasgos populistas, porque en
definitiva América Latina es, o por lo menos lo fue por largo tiempo, un
“continente leninista”.
La divergencia fundamental entre populistas y socialistas giró, en
realidad, en torno a la resistencia a aceptar los modelos de partidos “de
clase” y la dirección de la Comintern. La unidad de los distintos intereses
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del pueblo, a la que una consigna aprista presentaba como fusión “de
los trabajadores manuales e intelectuales”, requería en su opinión de un
movimiento nacional omniabarcativo que excluyera a todo aquello que,
por no aceptar su liderazgo o disentir con sus propuestas ideológicas y
políticas, se colocara en una relación de marginalidad y enfrentamiento
con el movimiento nacional. Pero si este se identifica con la nación mis-
ma, lo que queda fuera de él es simplemente la “antinación”.
El Estado nacional antimperialista, sostenido por un movimiento
que, en definitiva, solo pretendía ser una correa de transmisión de la ac-
ción de aquel en la sociedad, parecía ser el instrumento más adecuado,
si no el único, para implementar desde arriba una política de masas capaz
de fusionar demandas de clase con demandas de nación y de ciudada-
nía. La multivariedad de sus formas, con independencia de sus signos
autoritarios o progresistas, remite al modelo originario que, en el caso
de América Latina, fue el producto de la conjunción de las dos grandes
experiencias mexicana y rusa. De una revolución “sin teoría” y de otra
que sostuvo tenerla y organizó su difusión por el mundo.
5. Asistimos a la crisis irreversible de este modelo de Estado nacional
antimperialista, aunque formas estatales inspiradas en sus principios
subsistan aun en distintas partes del mundo. Las razones de esta crisis
son múltiples y se ha abundado mucho sobre ellas. Fruto de los efectos
expansivos de la revolución rusa y de la necesidad de encontrar cami-
nos rápidos para la conquista de la autonomía económica de sus pue-
blos acelerando los procesos de industrialización, no puede soportar la
desintegración del complejo de prácticas políticas, formas económicas y
construcciones institucionales que conformó a lo largo de muchos años
de historia. Se ha clausurado una época y con esta se ha consumado una
experiencia que ya no puede medirse productivamente con un mundo
que cambia vertiginosamente en el sentido de su integración.
En América Latina ya entró en crisis en los años setenta y el ciclo de
los golpes militares que le sucedió fue su resultado. Los actuales proce-
sos de democratización se enfrentan, a su vez, a una gravosa herencia de
formas perimidas del Estado y de la sociedad, que en muchos casos los
autoritarismos militares contribuyeron a agravar antes que a superar.
El camino que ha emprendido América Latina ya no admite retornos
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Esa sociabilidad –vos hablaste de lo que te apartaste– ¿en qué te hacía ingresar?
Me hacía ingresar al campo del saber, de las lecturas. Era una franja de
lectura enorme, como lo era el torrente de la literatura social. Y me hacía
ingresar al campo de una especie de sociedad propia, extremadamen-
te solidaria, intercomunicada, solidaria como lo son las comunidades
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Entonces, eras penalizado por ejemplo por orinar en la vía pública. Muchas
veces fuimos detenidos por orinar en la vía pública. A los veinte días salías,
te esperaban en la esquina, te llevaban de nuevo y te detenían otros veinte
días. Así yo pasé como ciento setenta días detenido en un solo año.
Me acuerdo que una vez, que acababa de salir de la prisión, me bañé,
me puse un sobretodo nuevo que tenía, fui a la casa de unos compañeros
del partido, cayó la policía y me dieron otros treinta días más.
La cárcel fue un elemento interesante en mi formación personal. Era
una organización estructurada para lograr cierto aprovechamiento útil
del militante detenido. Existía una comisión que organizaba la distribu-
ción de los bienes que se recibían. Nunca he visto una escrupulosidad
tan grande. Este era uno de los elementos a favor del tipo de administra-
ción que hacía el Partido Comunista.
Además, estaban los cursos y las lecturas. Era interesante ver a un
conjunto de militantes, muchos de ellos semianalfabetos o no interesa-
dos en la lectura, comenzando a interesarse, y a participar en las discu-
siones. Era una especie de microcosmos donde el tema de la formación
política y el debate cultural aparecían notablemente expuestos. A veces
grotescamente expuestos.
Me acuerdo que en el año 1950 caímos presos justo cuando se estaba
discutiendo la teoría de Lysenko. Y era interesante ver a albañiles, elec-
tricistas, carpinteros y abogados discutir sobre las leyes de la herencia.
Ver la ingenuidad y la pasión con que se discutía sobre temas de los cua-
les no se conocía absolutamente nada. Esto era un hecho apasionante.
Porque estaba mostrando, en realidad, de manera disfrazada y grotesca,
otro tipo de cosas: el papel que desempeñaba la cultura y el saber en la
formación de un militante comunista.
Esos dos o tres años, donde estuve preso muchas veces, fueron muy
útiles porque me enseñaron cierto rigor y aceptación de disposiciones
y normas de trabajo solidario. Fue tan importante como para que, a ve-
ces, ocurriera el hecho curioso de que, cuando salías de la cárcel, luego
seguías soñando con la cárcel. Hasta, quizás, en algunos rincones de
tu cabeza, deseando que te metieran en cana de nuevo para poder re-
anudar ese diálogo interrumpido con los viejos compañeros. Una vez
llevé el Facundo a la cárcel y no dejo de recordar la pasión con la que
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Vale decir, un hombre que juntaba esas dos cosas. Esas dos cosas,
eran las cosas que yo quería juntar. Porque yo era un hombre muy preo-
cupado por la reflexión teórica, por la lectura de los libros, y además era
un militante político.
Y no encontraba ni en los intelectuales, ni en los políticos esa doble
función. Con los intelectuales podía hablar de Gramsci pero tenía que
forrar un libro de él para ir a las reuniones del comité provincial del
Partido Comunista, porque si alguien me veía con un libro de ese tipo
me decía, como me dijo el responsable agrario del partido, que mejor le-
yera las obras de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, en lugar
de estar leyendo este tipo de obras que siempre están hechas por gente
que están en la frontera.
Quiero decir que había un campo de lectura que yo debía proteger
con el silencio, no debía ser expuesto. Por eso podía leer a Trotsky, lo
tenía en mi casa pero nadie sabía que lo tenía. No podía tenerlo en mi
biblioteca. Y esa posibilidad de juntar ambas cosas estaba en Gramsci, y
eso es lo que me interesó y me llevó a comprar sus obras, entre el año 1951
y 1953, en la edición de Einaudi que había traído una librería de Córdoba.
Esas lecturas formaban parte de algo que yo reservaba y no hacía
circular en ciertas áreas. En ese sentido, mi actitud era un tanto esqui-
zofrénica. Tenía un comportamiento en la dirección del partido (ya era
miembro del comité provincial) donde callaba muchas de las cosas que
pensaba y, en ocasiones, comentaba afuera.
A veces me metía en situaciones difíciles, porque estaba obligado a
defender cosas que no suscribía ante personas que sabían perfectamen-
te que yo pensaba de manera distinta.
A esto los italianos lo llaman “dos piezas”. Sin duda, me pude manejar
en esas dos piezas como para no perder cierto prestigio y reconocimien-
to en sectores que cada vez estaban más en desacuerdo con la dirección
del partido, pero me tornaban absolutamente sospechoso ante ella. Te
estoy hablando de los años 1959, 1960, 1961 y 1962.
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el editorial “Examen de conciencia”. Él fue quien hizo el prólogo a uno de los libros
de Gramsci que habías traducido. Lo tratas con más consideración después en La
cola del diablo. ¿Qué era para vos o para tu grupo… en aquellos años?
Yo conozco a Agosti hacia fines de los años cincuenta, y siempre me
ha parecido que fue un encuentro muy promisorio. Por dos cosas, pri-
mero porque me estimuló a que no dejara de lado el trabajo intelectual.
Él creía ver en mí a un joven promisorio en el trabajo cultural. Eso era
importante, porque uno estaba lleno de inseguridades y no tenía dema-
siadas oportunidades para escribir. Él me instó a escribir y publicó una
cosa muy mala que escribí sobre Mondolfo en Cuadernos de Cultura, una
cosa muy sectaria.
Me estimuló y me pareció muy interesante. A partir de ese conocimien-
to que debe haber sido por el año 1959, lo visité con bastante frecuencia
cada vez que iba a Buenos Aires. Conversábamos sobre diversos temas y
parecíamos sostener cierto acuerdo sobre formas de ver el trabajo cultu-
ral, la amplitud, la cerrazón de los comunistas, todo este tipo de cosas.
Además, a partir de esta idea que él tenía de la importancia del tra-
bajo cultural en el Partido Comunista y de las esperanzas que de algún
modo pudo haber puesto en mi intervención, contribuyó a que no come-
tiera un desatino político y personal.
La dirección de la juventud me proponía que fuera a sustituirlo a
Ratzer en Budapest a una organización que se llamaba la Federación
Mundial de la Juventud Democrática. En realidad, era una organización
colateral del Partido Comunista cerrada y un nido de intrigantes y de
espías, y de personajes del arribismo político comunista.
La opinión personal de Agosti fue que no debía viajar. Creo que, en ese
momento, frente a la idea de hacer una experiencia en Europa de cuatro
años, de aprender idiomas, de encontrarme con otra gente, abrirme al es-
pacio europeo, frente al entusiasmo que podía crear ese tipo de cosas, las
palabras de él sobre la nada que me iba a dar ese lugar y sobre lo mucho
que podía perder si iba me sirvió para tomar una resolución en un sentido
contrario. Creo que si veo lo que ocurrió posteriormente, fue una decisión
muy sensata la mía. No logro visualizar cómo podría haber sido mi vida
futura veinte o treinta años después a partir de esa experiencia. Digo esto
porque conozco a los que sí hicieron esa experiencia.
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[…] creo que tienen un profundo miedo de que se expanda. Porque las
raíces de las disidencias de lo que luego va a ser el PCR ya estaban plan-
teadas. Eso es lo que no conocíamos nosotros. Nosotros, en Córdoba,
conocíamos solamente los ecos de ese debate.
Y con una idea de flexibilidad en el trato, lo que disimulaba este núcleo duro. Lo
conocí en el año 1964-1965. Yo me había suscripto a Rinascita, en Corrientes, lo
cual también era bastante estrambótico. Me acuerdo que allí Arismendi circula-
ba como una especie de líder ideológico-político latinoamericano alternativo de
Codovilla. Uno no lo decía pero así era…
Me acuerdo que Ratzer era así, muy abierto en la conversación. Una vez le
pregunté: —¿Y Arismendi? Y él me contestó: —Se habla mucho de Arismendi
porque no se lo ha leído bien a Codovilla. Es decir que rápidamente captó el senti-
do cuando yo no lo había expresado; era canchero para captar estos significantes.
Tenía una especie de escucha analítica.
Sí, tenía una gran agudeza para percibir ese tipo de cosas y de
individualizar…
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El congreso de la FUA del año 1959 fue en Córdoba. ¿El IV Congreso es el que va
a marcar una línea, un cambio en la línea de la FUA?
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Entrevista a José María Aricó
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José Aricó
Hay otro referente que es importante para el clima de ideas de esos años: el XXII
Congreso. Es también un punto importante en tanto que subraya y agudiza la
crítica antiestalinista.
El XXII Congreso fue la gota que rebalsó el vaso. Previamente a eso,
en Córdoba estaban ocurriendo cambios; y, además, se habían produci-
do cosas importantes en la universidad: habíamos ganado las elecciones
en Filosofía, se había ampliado la base de representación de esta fuerza
de izquierda, teníamos una posición muy importante en el manejo de la
Facultad de Filosofía, se habían incorporado profesores que venían de
Buenos Aires, como Jitrik y Adolfo Prieto, se había afiliado a la organiza-
ción comunista Luis Prieto, y se había formado una base de estudiantes
y profesores consistente e interesante desde el punto de vista de su nivel
intelectual.
Y ahí aparece la posibilidad de sacar una revista no tanto política,
sino de crítica cultural, podríamos decir más al estilo de Punto de vista
que de La Ciudad Futura. Una revista que fue bautizada por Enrique Luis
Revol con un título que todos aceptamos: Usos de razón. Esa era la revista
que iba a salir y en torno a eso comenzó la discusión.
Pero después se produce el viaje de Oscar del Barco por una beca a
Francia. Entonces, se desarma un poco la cosa. Viene el momento del
XXII Congreso. Todas las cosas previas al congreso, de alguna manera,
habían aparecido como otros problemas del Partido Comunista en la di-
rección de la Juventud Comunista nacional, donde aparecían discusiones
de las cuales yo no tenía un conocimiento extremadamente cabal porque
aún cuando estaba en el Comité Central no participaba en ese secretaria-
do donde se debatía. Pero los ecos de este debate estaban mostrando que,
en el orden nacional, se articulaban dos líneas distintas y que había una
línea de crítica muy dura hacia ciertas posiciones del partido.
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Entrevista a José María Aricó
Yo creía que ese editorial podía pasar en el Partido Comunista, y los de-
más compañeros se mataban de risa y me decían que con ese editorial
nos iban a expulsar a todos. Me acuerdo que en ese momento recogí la
célebre expresión: “Si esa garúa me moja, tiro el poncho a la mierda”. Y
resulta que nos mojó: nos liquidaron a todos.
Yo no sé si vos recordás ese editorial. Pero yo intento fundar todo el razo-
namiento a partir de ampararme dentro de ciertas corrientes comunistas.
Me acuerdo que utilizo muchas veces, en toda la discusión sobre el proble-
ma de las generaciones, expresiones de Pajetta que derivan de un artículo
muy interesante que él había escrito sobre cómo se anudaron las generacio-
nes, las tres grandes generaciones de la constitución del Partido Comunista
Italiano. Me acuerdo que luego, cuando se arma toda la discusión sobre la
revista, Contreras, que era un poco un indio desenfadado, un mestizo des-
enfadado, nos cargaba diciendo: qué tanto pajeta, pajeta, pajeta.
En el Partido Comunista Argentino había un problema generacional,
un problema de ruptura generacional. No era un problema insuperable.
Ya ese tema se había planteado en la discusión de Portantiero con la gen-
te de la revista Contorno.
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José Aricó
Leyendo ahora el editorial de la revista, uno capta una serie de reservas hacia el
Partido Comunista. Como si vos utilizaras un órgano de frente para introducir
dentro del partido una discusión que no se libraba dentro de él.
Eso era así. Aparecía muy claro en el editorial que era así. Yo pensaba
que esa era la excusa elegante que les podía permitir a ellos absorber las
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José Aricó
Presente, hay que suspender las publicaciones que se anunciaban que iban
a salir y hay que dejar de publicar la revista so pena de nuestra expulsión.
Se inicia una discusión y al cabo de un mes o dos meses nos expulsan.
Eso mostraba que ese partido no estaba dispuesto a discutir nada,
ninguno de esos temas. Cerrado ese camino, a nosotros se nos plantea
un problema porque nunca imaginamos ni pretendimos la construc-
ción, a partir de la revista, de un movimiento autónomo, separado. No
queríamos hacer eso.
Vos hablás de lo que va del primer número, que sale en marzo de 1963, al cuar-
to, que sale en el año 1964. Ahora, hay un contraste notable entre el editorial de
presentación de la revista y el “Examen de conciencia”, donde o ustedes ahí lo
dicen todo o hay un cambio entre la conciencia ideológica del 63 y la del 64. ¿Se
han añadido nuevos elementos aparte del hecho de que han quedado fuera de la
cultura partidaria y entonces esto desata una dinámica que los lleva a elaborar
ideológicamente más cosas de las que tenían pensadas al comienzo?
Ocurrieron dos cosas. En primer lugar, esta ruptura que se opera
con la revista coincide luego con una ruptura que se produce en Buenos
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Entrevista a José María Aricó
de los consejos y con el obrerismo italiano de esos años. Y por otro lado, está
superpuesta, añadida, otra visión más tercermundista de la Argentina, y ahí
aparece esto que vos decís de la integración de la clase obrera, donde la clase
obrera aparece casi como una categoría privilegiada susceptible de ser integra-
da, capturada por el reformismo y, por lo tanto, la necesidad de que haya una
instancia externa.
Con un elemento que vincula a ambas cosas en la construcción del
editorial: el privilegiamiento del voluntarismo político, que da tanto
para uno como para lo otro. Es interesante porque muestra la clave vo-
luntarista en que veíamos y podíamos leer la visión política de Gramsci,
o esta visión obrerista con esta otra visión tercermundista. Esto es lo que
permitía compatibilizar o mezclar dos cosas que no tenían nada que ver:
el togliatismo, cierta visión del partido, del papel de las direcciones po-
líticas y de la capacidad teórica de intervención y de abrir un proceso de
masas que iba desde abajo hacia arriba, con esta otra visión voluntarista
de ruptura de un ordenamiento político, de creación de una desestabili-
zación que permitiera, podríamos decir, una libre expresión de una vo-
luntad de masas revolucionarias.
Esa clave voluntarista, esa lectura voluntarista que ya estaba incluida,
porque la dimensión lukacsiana ya estaba metida en la revista desde el
segundo número. Te explica cómo se pueden juntar cosas que en Europa
no se podían ver juntas, que obedecían a corrientes absolutamente dife-
renciadas. Y muestra el tipo de utilización hasta cierto punto caprichoso
que hacíamos nosotros de las tradiciones ideológicas que incorporába-
mos y mezclábamos. Eso da cuenta de la extrema debilidad del grupo y
además de la extrema maleabilidad del grupo para incorporar elemen-
tos culturales, que no puede ser visto como un elemento negativo en sí.
Pero creo que fue una idea que perjudicó la labor. La perjudicó porque el
movimiento social estaba creciendo, se estaba armando como un gran
movimiento y había una funcionalidad específica del grupo que podía
haber desempeñado una gran función en Córdoba.
Pero ahí actuó otro elemento además del voluntarismo, que es esa
especie de sensación de culpa. Esa especie de minusvalía que la función
intelectual en el caso de la izquierda tiene, esa idea de que los intelectua-
les tienen que pagar una culpa, la culpa de su apartamiento del pueblo,
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En el tercer editorial –no funciona como editorial pero de hecho es el texto político
de ese número– hay una referencia de nuevo al peronismo. El razonamiento es
más o menos así, y ahí aparece de nuevo cierta ambigüedad la fábrica se pone en
el centro, el antagonismo entre capital y trabajo parece ser el antagonismo que
dinamiza el proceso sociopolítico argentino y donde el carácter moderno de la
Argentina es el dato subrayado, pasar de una sociedad tradicional a una sociedad
moderna. Pero luego vuelve a aparecer la idea de la posibilidad de integración.
En este caso, lo que puede obstruir esta operación integracionista de la clase
obrera ya no va a estar radicado en un elemento externo sino en un elemento in-
terno a la experiencia política de la clase obrera y que es su condición de peronista.
Porque vos decís, ¿qué es lo que ha impedido hasta ahora que la clase obrera sea in-
tegrada al dispositivo de dominación? Su condición de peronista. Esto abre un espacio
para la reflexión de la izquierda que no puede desconocer este fenómeno que es central.
Esto nos remite muy directamente a la segunda etapa de Pasado y Presente.
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Estas dos almas que están presentes en el editorial del primer número de la se-
gunda etapa, tengo la inclinación a pensar que esta ambigüedad estaba presente
también en la primera etapa. Ahí el nexo es el juicio sobre el papel que tiene el
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José Aricó
¿No leninista?
No leninista. Vale decir, el límite central de la intelligentzia era haber
intentado implementar una política docente. Teníamos que salir de la
política docente y ser observadores participantes. Nuestro saber tenía
que mezclarse con el otro entender. El pasaje del saber al comprender
de Gramsci era el leit motiv. Eso estaba vinculado a una confianza su-
prema en eso. Esa confianza era posiblemente constitutiva de nuestra
identidad como comunistas, pero además, estaba vinculada a debates
sobre toda la historiografía obrera que se estaban realizando fundamen-
talmente en Italia.
Todo esto que te estoy diciendo quizás sea una experiencia perso-
nal. Creo que esto pasa más por una historia personal que de grupo.
Pero en el año 1960 se produce una discusión historiográfica sobre el
problema de la característica de la historiografía obrera en Europa,
en Italia, que es muy importante. Y la corriente obrerista de Quaderni
Rossi está montada sobre una lectura que hacen Lanzardo y otros
historiadores del movimiento obrero, donde privilegian mucho eso
con relación a la expresión política comunista o socialista de la clase
obrera.
Estas dos matrices están, ahí, jugando en Pasado y Presente y van a jugar creo
yo a lo largo de las dos etapas.
Van a jugar. En el caso del Negro Portantiero el discurso historicista
es pleno. Si vos ves todos los escritos que van desde Nueva táctica hasta
Nueva política, hay una conversión en el caso del Negro a esta especie de
nacionalismo radical. Yo diría que es el hombre que expresa con más
absoluta claridad esta posición.
Esta no podía ser mi posición, porque yo no estaba en esa matriz.
Porque quería hacer un discurso no desde las masas populares, sino
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Entrevista a José María Aricó
desde la condición obrera. Eso era muy fuerte, quizás por tradición
personal, pero además porque hablamos de dos realidades distintas. Yo
estaba en contacto permanente con el mundo obrero, estaba en una ciu-
dad donde no podes prescindir de ese contacto.
Me acuerdo que era amigo de Gustavo Roca y en su estudio se junta-
ban los dirigentes sindicales, teníamos relaciones de amistad con Atilio
López y otros.
Era una relación distinta. La del movimiento estudiantil también fue
distinta. El otro era un discurso más general donde las barreras estaban
cortadas, era un discurso más intelectivo. Esa diferencia de sesgo era
muy importante.
Pero esas dos visiones estaban, aun en mi propio discurso. Por eso
puede ser que existan esos saltos que vos decís, esos forzamientos de
razonamiento; porque el trasfondo del supuesto sobre el cual se mos-
traba el razonamiento nunca quedaba claramente de manifiesto. Entre
otras cosas, porque uno tendía a exagerar ese grado de modernidad de
ese sector moderno de la economía argentina y el grado de poder cap-
tador de ese sector moderno sobre la economía y sobre la vida política
nacional.
Nosotros estábamos haciendo un discurso, sobre todo yo, que se ase-
mejaba más a las discusiones que estaban haciendo los italianos sobre
su país que a lo que ocurría realmente con empresas automovilísticas
que dependen de coyunturas de mercado y que no tienen un efecto de
transformación de la sociedad económica nacional.
Lo que se perdía era la sociedad económica nacional, lo que se per-
día era la nación, y eso es lo que no veíamos. Por eso no hay un discur-
so sobre las fuerzas sociales, no hay un discurso sobre el radicalismo,
los conservadores, no hay un examen de la dinámica política, sino que
hay una especie de mirada unilateral, sesgada sobre toda la realidad
nacional.
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Este fue el centro de la discusión. Una discusión que era muy difícil
de zanjar, porque me parece que la lógica de la situación los empuja-
ba a Montoneros a mantenerse en esa tesitura. En muchos casos, en la
discusión con Quieto, nosotros descubríamos la falencia de su razona-
miento y veíamos la falta de seguridad con que llevaba adelante ese ra-
zonamiento porque me parece que coincidíamos en esta necesidad de
abrir una etapa de desarme y de construcción de un movimiento social
que tenía que ser el eje fundamental de esta lucha por la conquista de la
dirección del movimiento peronista.
La situación no se dio de esa manera. Pero yo diría que desde el pri-
mer número de la revista al segundo de la segunda etapa, las discusio-
nes centrales giraban en torno a reconocer y a plantear la necesidad de
ampliar todas las bases de representación de este movimiento y por eso
muchas de las críticas que hacíamos eran a la manera en que manejaban
la universidad, a la manera en que establecían una política de alianzas, a
la manera en que consideraban la lucha contra el Ejército, a la manera en
que consideraban la discusión interna del peronismo. No participando
nosotros, excepto el caso de Pepe Nun y de Pablo Gerchunoff, de la acep-
tación de otras corrientes que cuestionaban al movimiento Montoneros
desde otro costado, fundamentalmente el Peronismo de Base. Nosotros
no apostábamos al Peronismo de Base sino al movimiento Montoneros
por una razón muy concreta: porque el Peronismo de Base nos merecía
críticas de todas estas expresiones que no se hacían cargo de la necesi-
dad de instalar la lucha en los esquemas de poder y no en la construcción
simplemente de un mundo de resistencia abajo.
Cuando surge la revista Ya es para llevar adelante esta política. Hay
un polémica permanente entre El descamisado y Ya sobre este tipo de co-
sas, donde nosotros éramos más condescendientes con ciertas expre-
siones de Montoneros que podían considerarse como más oportunistas.
Por ejemplo, el acuerdo con Balbín, la necesidad de aislar a Isabelita, la
necesidad de un pacto de gobierno, la apoyatura al plan de Gelbard, la
defensa de la política del ministro de Agricultura Giberti. Defendíamos
este tipo de cosas. Eso vinculado también a una política de nexo con cier-
tos movimientos sindicales que iban apareciendo en una cantidad de
lugares donde cuestionaban cosas muy interesantes. Me acuerdo toda la
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Entrevista a José María Aricó
Vos decís que ustedes finalmente eran parte de una dialéctica social que los invo-
lucraba y que a lo mejor cuando ustedes creían que empujaban en realidad eran
empujados.
Éramos empujados. Nosotros queríamos corregir algo que era inco-
rregible, dentro de un movimiento que nos envolvía, donde quizás la
única posibilidad real era retirarse y decir: vamos al desastre. Eso no lo
decía nadie, ni siquiera Balbín.
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Walter Benjamin, el aguafiestas*
*
Extraído de Aricó, J. (1990-1991, octubre-enero). Walter Benjamin, el aguafiestas. La Ciudad Fu-
tura, 25-26, p. 15, Suplemento 9, (Buenos Aires).
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Walter Benjamin, el aguafiestas
Bibliografía
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Benjamin en español*
*
Extraído de Aricó, J. y Leiras, M. (1990-1991, octubre-enero). Benjamin en español. La Ciudad
Futura, 25-26, p. 21, Suplemento 9, (Buenos Aires).
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José Aricó
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Benjamin en español
pensamiento. Tal vez hayan sido estas limitaciones las que contribuye-
ron a malograr un esfuerzo editorial meritorio. A fines de los años se-
tenta las ediciones de Taurus se vendían en mesas de saldos en algunas
librerías mexicanas (lo cual, como se sabe, no podía ocurrir de ningún
modo en las librerías argentinas, bajo el clima represivo de la dictadura
militar). Señalamos este hecho porque indica el pobre destino que en su
momento les cupo a esas primeras ediciones.
Edhasa publica una edición de la selección de trabajos hecha por
Murena para Sur, con el título de Angelus Novus (Benjamin, 1971a), que
designa el proyecto frustrado de una revista para la cual Benjamin re-
dactó un “Anuncio” en 1922, inspirado en el célebre cuadro de Paul Klee
que él adquiriera en Múnich en 1921. Un año antes había aparecido en
Caracas, editado por Monte Ávila, un volumen que, con el título de Sobre
el programa de la filosofía futura y otros ensayos (Benjamin, 1970), incorpora-
ba, entre otras, el ensayo sobre Las afinidades electivas de Goethe.
A principios de los ochenta la difusión de Benjamin se revitaliza. La
publicación de varios trabajos sobre la escuela de Frankfurt, como La
imaginación dialéctica de Martin Jay (1974) y Origen de la dialéctica negativa
de Susan Buck-Morss (1981) entre los más importantes, y de las obras de
Adorno (1962), Horkheimer (s.d.) y Habermas (1975), en un clima cultu-
ral signado por la desintegración del marxismo positivista, constituye
la invitación a revisitar el legado benjaminiano y el argumento a partir
del cual se hilvana una nueva lectura de sus escritos. Disueltos los obs-
táculos culturales que limitaban su expansión, junto al Benjamin críti-
co revolucionario y filósofo de la historia se despliegan las figuras del
teólogo, el viajero, el niño, el amante y el coleccionista. Avanzando en el
laberinto de una escritura a la vez sobria y enigmática, el lector de habla
hispana aprende a perderse en los trabajos desconocidos como el autor
en las calles de Berlín.
La publicación de los textos más expresamente autobiográficos des-
vían el camino de la hermenéutica de la obra benjaminiana al tiempo
que sugieren las instrucciones para transitarla. En 1982 aparece en es-
pañol, publicado por Alfaguara, Infancia en Berlín hacia 1900 (Benjamin,
1982a). Cinco años después, la misma editorial presenta Dirección única
(Benjamin, 1987), rara colección de pequeños fragmentos y aforismos,
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José Aricó
que desafía, como casi todo el trabajo de Benjamin, la eficacia de las ta-
xonomías y los límites de los géneros y que el autor dedicara, en 1928, a
su fervorosamente amada Asja Lacis.
Puede agregarse a este conjunto de obras el magnífico relato de la
estancia del berlinés en la capital soviética, Diario de Moscú (Benjamin,
1988a) publicado por Taurus. Este trabajo es, acaso, el que de modo más
elocuente ilustra la singular amalgama de estética, filosofía y política
que distingue la mirada benjaminiana.
Los trabajos de Gershom Scholem son otro de los pilares sobre los que
se edifica la interpretación contemporánea de Benjamin. De este autor,
Península publicó Walter Benjamin: historia de una amistad (Scholem,
1987). Taurus edita la abundante correspondencia (Benjamin y Scholem,
1987) que los dos amigos intercambiaron entre 1933-1940. El puntilloso
cuidado con el que Scholem preparó estas ediciones permite acceder a
una fuente de vital importancia para reconstituir el itinerario biográfico
de Benjamin, no menos sinuoso que su obra.
Curiosamente, a la par que el éxito de sus trabajos se extiende, durante
la década del ochenta pocos textos específicamente teóricos se agregan a
la serie de traducciones. La editorial mexicana Premia publica Para una
crítica de la violencia (Benjamin, 1982b), texto a partir del cual puede pre-
cisarse el tono particular que lo revolucionario como forma de la política
adquiere en la voz del berlinés. Para completar el semblante del Benjamin
crítico solo se agregaron dos nuevas traducciones. La primera de ellas, pu-
blicada por Península, recoge su tesis doctoral de 1918: El concepto de crítica
de arte en el Romanticismo alemán (Benjamin, 1918/1988).
El otro volumen es una compilación de trabajos sobre literatura in-
fantil, los niños y los jóvenes titulado Escritos (Benjamin, 1989) en la
edición de Nueva Visión. La misma editorial había publicado con el tí-
tulo de Reflexiones sobre niños, juguetes, libros infantiles, jóvenes y educación
(Benjamin, 1974b) algunos de estos, pequeños ensayos. La nueva edición
agrega entre otros textos “Abecedarios de hace cien años” y un estudio
introductorio del profesor turinés Giulio Schiavoni.
Algunas de las conferencias radiofónicas que Benjamin (1988b) redac-
tara fueron recogidas por el sello Icaria en un libro aparecido en los ochen-
ta: Berlín demónico. Según [una] noticia consignada en el suplemento que el
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1. Para consultar las ediciones posteriores de estos textos, ver sección Bibliografía [Nota de la presente
edición].
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Bibliografía2
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como una clara señal de que los países de la región están preparados
para atravesar, en la década que se inicia, los “umbrales” de la moder-
nidad? Entre mantener una situación que los ha conducido a una cri-
sis sin precedentes, y acoplarse al modelo de desarrollo que le propone
Occidente con los penosos costos sociales que este supone, ¿están en
condiciones de escoger un camino autónomo?
Planteadas las preguntas en estos términos, las respuestas no pueden
hoy ser positivas. No hay demasiados indicadores que permitan afir-
mar que esta preparación existe, o abrigar esperanzas de que un futuro
próximo se la logre. Por lo que observamos, si se hace simplemente men-
ción de algunos hechos, lo que se está produciendo en América Latina es
un profundo cambio de tendencia en un sentido negativo. Si a partir de
la condición de países periféricos que en la primera y en la segunda pos-
guerra encararon procesos de industrialización, los países de la región
fueron considerados como sociedades “en desarrollo” o “en vías de de-
sarrollo”, hoy es evidente para todos que es una región de países estan-
cados o en regresión. De fuertemente importadora de capitales América
Latina se ha convertido paradójicamente en exportadora de capitales no
obstante la crisis profunda por la que atraviesan sus gentes. Como tan-
tas veces se ha dicho, entre nosotros está operando un plan Marshall “al
revés”. El bloqueo de las perspectivas de crecimiento, el estancamiento
económico, la desintegración del tejido social y cultural, los fenómenos
de generalización de la delincuencia y del narcotráfico (hasta el punto
de permitirse algunos la formulación macabra de una “civilización de la
cocaína”), la pérdida de fe en el futuro, la crisis de los Estados naciona-
les, la sensación generalizada de que nuestros países no tienen lugar en
un mundo en recomposición, todos estos hechos negativos tiñen la vida
nacional y el estado de ánimo de sus pueblos.
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La búsqueda de una tercera vía
La América Latina que debe quedar atrás, la que hoy debe ser superada,
es ese inmenso hinterland dividido, compartimentado en Estados na-
cionales incapaces de encarar profundos caminos de reformas; Estados
cada vez más obsoletos y agotados frente a las dificultades que plantea
cualquier alternativa de cambio en un sentido integrador. Si algo nos
enseña el proceso de unificación europea es la imposibilidad de ima-
ginar proyectos de reformas en un estrecho marco nacional. El tipo
de estructuración de las economías mundiales, y de integración de las
economías nacionales a las economías mundiales, plantea los límites in-
superables que tiene todo proyecto de reformas sustanciales encarado
dentro de esos marcos nacionales. Las posibilidades de las grandes re-
formas sociales en Europa dependen del proceso mismo de unificación
y de las fuerzas políticas y sociales que lo dirigen. Por esta razón la idea
de la reunificación de la casa europea es para los socialistas europeos
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José Aricó
Si me permite una cita más, y esta vez de un sociólogo que conoce como
pocos a América Latina y no es afecto a soñar con los ojos abiertos, me re-
fiero a Alain Touraine, y a su reciente libro La palabra y la sangre3, podrán
observar ustedes la coincidencia de sus conclusiones con las de Morse.
3. ¿Por qué traducir de modo tan neutralizante la contraposición entre la “palabra” y la “sangre” que
resume el título original en francés: La parole et le sang. Politique et societé en Amérique Latine?
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La búsqueda de una tercera vía
Tal cual lo expresa Touraine (1989), el dilema que tienen hoy por delante
el pensamiento social avanzado de América Latina y las fuerzas políticas
animadas de una voluntad de cambio es compatibilizar dos principios
que el pensamiento de derecha plantea como excluyentes. Saber combi-
nar los procesos de crecimiento económico con la elevación de la parti-
cipación social, supone abrirse a nuevos caminos, aceptar una “tercera
vía” que se corresponde con toda una historia donde los principios de
soberanía popular, de comunidad y de persona eran considerados valo-
res a los que no se debía renunciar. El reto de imbricar estos valores con
aquellos que privilegia la modernidad debe ser asumido por un pensa-
miento social avanzado que aún no acierta a escapar del desconcierto
en que lo ha sumido la desintegración de sus hipótesis fundamentales.
El pensamiento debe volverse sobre sí mismo para desandar un camino
y recomponer en abierta confrontación con los hechos su instrumental
teórico y político. Solo así estará en condiciones de asumir como propia
la incitación de Touraine (1989): “tomar conciencia de las posibilidades
de América Latina más aún que de sus dificultades”. Porque pensar de
este modo el problema significa comprender que es en nosotros, lati-
noamericanos, donde están nuestros males, pero también la posibilidad
de librarnos de ellos.
Bibliografía
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Repensándolo todo (tal vez siempre haya sido así)*
* Extraído de Aricó, J. (1990-1991, octubre-enero). Repensándolo todo (tal vez siempre haya sido
así). La Ciudad Futura, 25-26, (Buenos Aires).
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Repensándolo todo (tal vez siempre haya sido así)
La unidad latinoamericana
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proletariado no fue lo que ellos pensaron que era, y lo mismo ocurrió con
la burguesía y los campesinos. Pero esa lucha le permitió a la izquierda
convertirse en una fuerza política y diseñar categorías fundamentales
para el pensamiento de izquierda. Aún más: estas luchas le permitieron
a la izquierda insertarse en la corriente principal de los procesos políti-
cos latinoamericanos.
Hoy, aquel modelo está en bancarrota. Pero detrás de la vieja idea de
los estados antimperialistas había otra idea, tal vez más vieja y más va-
liosa, la idea de la unidad latinoamericana. Debería existir una respuesta
popular-democrática y tal vez antimperialista a la concepción burguesa
de la integración de mercados, basada en el principio de que cada país
debe tratar de salvarse cortejando al imperialismo.
¿Por qué no revivir la propuesta del APRA en los años veinte acerca
del establecimiento de una ciudadanía latinoamericana? Mientras los
gobiernos hablan acerca de mercados comunes nacionales, ¿por qué la
izquierda no levanta la bandera de que en el nuevo mundo de bloques
regionales competitivos Latinoamérica solo puede sobrevivir como una
unidad? Luego podríamos trabajar para construir las bases culturales de
la unificación. Pienso que esta es una idea que solo la izquierda es ca-
paz de perseguir. Sin una gran idea, la gente no tomará grandes riesgos.
Latinoamérica es un desafío a la imaginación. Pienso que tendríamos
que aceptar el desafío y convertir a la unidad latinoamericana en nues-
tro ideal.
Bibliografía
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Sobre los autores
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José Aricó
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