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LA JORNADA

19 de Febrero de 2016

Raúl Zibechi

Las bases sociales de las nuevas derechas


Una nueva derecha está emergiendo en el mundo y también en América
Latina, región donde presenta perfiles propios y una nueva e inédita base
social. Para combatirla es necesario conocerla, rehuir los juicios simplistas y
entender las diferencias con las viejas derechas.

Mauricio Macri es bien distinto de Carlos Menem. Éste introdujo el


neoliberalismo, pero era hijo de la vieja clase política, al punto de que
respetaba algunas normas legales y tiempos institucionales. Macri es hijo del
modelo neoliberal y se comporta según el modelo extractivo, haciendo del
despojo su argumento principal. No le tiembla el pulso a la hora de pasar por
encima de los valores de la democracia y de los procedimientos que la
caracterizan.

Algo similar puede decirse de la derecha venezolana. Se trata de alcanzar


objetivos sin reparar en medios. El modo de operar de la nueva derecha
brasileña se diferencia incluso del gobierno privatizador de Fernando
Henrique Cardoso. Hoy los referentes son personajes como Donald Trump y
Silvio Berlusconi, o el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, militarista y
guerrero que no respeta ni al pueblo kurdo ni a la oposición legal, cuyos
locales y mítines son sistemáticamente atacados.

Estas nuevas derechas se referencian en Washington, pero es de poca utilidad


pensar que actúan de modo mecánico, siguiendo las órdenes emanadas de un
centro imperial. Las derechas regionales, sobre todo las de los grandes países,
tienen cierta autonomía de vuelo en la defensa de intereses propios, sobre todo
aquellas que se apoyan en un empresariado local más o menos desarrollado.

Pero lo realmente novedoso son los amplios apoyos de masas que consiguen.
Como se ha dicho, nunca antes la derecha argentina había llegado a la Casa
Rosada por la vía electoral. Esta novedad merece alguna explicación que no se
puede agotar en este breve espacio. Tampoco parece adecuado atribuir todos
los avances de la derecha a los medios. ¿Qué razones hay para sostener que
los votantes de la derecha son manipulados y los de la izquierda son votos
conscientes y lúcidos?
Hay dos cuestiones que sería necesario desbrozar antes de entrarle a un
análisis más amplio. La primera son los modos de hacer, el autoritarismo casi
sin freno ni argumento. La segunda, las razones del apoyo de masas, que
incluye no sólo a las clases medias, sino también a una parte de los sectores
populares.

Sobre las decisiones autoritarias de Macri, el escritor Martín Rodríguez


sostiene: “El macrismo actúa como un Estado Islámico: su ocupación del
poder significa una suerte de profanación de los templos sagrados
kirchneristas” (Panamarevista.com, 28/01/16). Los despidos masivos
decididos se apoyan en la firme creencia de las clases medias de que los
trabajadores estatales son “privilegiados” que cobran sin trabajar. Porque el
costo político de esas tremendas decisiones ha sido hasta ahora muy bajo.

La comparación con los modos del Estado Islámico suena exagerada, pero
tiene un punto de contacto con la realidad: las nuevas derechas llegan
arrasando, llevándose por delante todo aquello que se interpone en su camino,
desde los derechos adquiridos por los trabajadores hasta las reglas de juego
institucionales. Para ellos, ser democráticos es apenas contar las papeletas en
las urnas cada cuatro o cinco años.

La segunda cuestión es comprender los apoyos de masas conseguidos. El


antropólogo Andrés Ruggeri, investigador sobre las empresas recuperadas,
destaca que la derecha pudo “construir una base social reaccionaria capaz de
movilizarse, basada en los sectores más retrógrados de la clase media, sectores
que siempre existieron y que en los 70 apoyaron la dictadura” (Diagonal,
13/02/15). Esa base social está anclada en un votante-consumidor “que
adquiere un voto como un producto de supermercado”.

Considera que el gran error del gobierno de Cristina Fernández consistió, en


vez de fomentar un sujeto popular organizado, en promover “un conjunto
social desmembrado, individualista y consumista, que además pensó que las
conquistas de la lucha de 2001, y los beneficios sociales logrados en estos 12
años, eran derechos adquiridos que no estaban en riesgo. Convencerlos de esto
último fue un gran logro de la campaña de la derecha, clave para su triunfo”
(Diagonal, 13/02/16).

Las clases medias son muy diferentes a las de los años 60. Ya no se
referencian en las camadas de profesionales que se formaron en universidades
estatales, que leían libros y seguían estudiando cuando finalizaban sus
carreras; aspiraban a trabajar por sueldos medianos en reparticiones estatales y
se socializaban en los espacios públicos donde confluían con los sectores
populares. Las nuevas clases medias se referencian en los más ricos, aspiran a
vivir en barrios privados, lejos de las clases populares y del entramado urbano,
son profundamente consumistas y recelan del pensamiento libre.
Si una década atrás parte de esas clases medias golpearon cacerolas contra el
“corralito” del ministro de Economía, Domingo Cavallo, y en ocasiones
confluyeron con los desocupados (“piquete y cacerola, la lucha es una sola”,
era el lema de 2001), ahora sólo les preocupa la propiedad y la seguridad, y
creen que la libertad consiste en comprar dólares y vacacionar en hoteles de
cinco estrellas.

Estas clases medias (y una parte de los sectores populares) están modeladas
culturalmente por el extractivismo: por los valores consumistas que promueve
el capital financiero, tan alejados de los valores del trabajo y el esfuerzo que
promovía la sociedad industrial hace apenas cuatro décadas.

Los defensores del modelo neoliberal consiguen un piso de apoyos en torno a


35-40 por ciento del electorado, como muestran todos los procesos de la
región. A menudo no sabemos cómo enfrentar esta nueva derecha. No es
agitando contra el imperialismo como la derrotaremos, sino mostrando que se
puede gozar de la vida sin caer en el consumismo, el endeudamiento y el
individualismo.

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