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Universidad de San Carlos de Guatemala

Escuela de Formación de Profesores de Enseñanza Media


Programa Académico de Desarrollo Profesional Docente PADEP/D
Curso: Psicopedagogía

Material apoyo
Presencial No. 1

LA CHUMPA ROSADA

La chumpa rosada Ana salía corriendo de casa todos los días a las 7 de la mañana porque tenía que
llegar a tiempo a la panadería donde trabajaba. Tenía que tener todo listo antes de las 8 a.m. para
todas las personas que pasaban corriendo y compraban pan dulce, pan francés así como un vaso
de atol o café ya que sólo tenían tiempo de desayunar mientras caminaban a sus oficinas. Algunos
días llevaba tamalitos de viaje, chuchitos, paches o tamales para mejorar sus ingresos aunque no
había contado a nadie que estaba ahorrando para comprar la “chumpa rosada” para su hija Ana de
7 años. Cada día, a las 5 de la madrugada, despertaba a Cristina para que se aseara y ordenara el
cuarto antes de bañarse en la pila y desayunar. Era una batalla de todos los días porque Ana no
quería salir 19 de la colcha con que dormía como taquito… no quería salir del taco acolchado para
no sentir el frío de la madrugada. No quería abrir sus ojos porque estaba oscuro y le daba miedo.
Cierta vez… luego de salir corriendo, Ana y Cristina pasaron por una tienda donde vendían ropa
nueva. Ambas vieron de reojo unas chaquetas y ponchos pero, entre todo lo que se miraba
colgado, se distinguía una chumpa rosada con capuchón que parecía de algodón. Enguatada y
gruesa como para estar en la cima de una montaña… suficientemente caliente para quien
padeciera de frío. Cristina soltó la mano de Ana y se volvió a la tienda preguntando a la
dependiente por esa “chumpa rosada”. La señora, con actitud de “estoy ocupada” sólo respondió:
Cuesta Q85 mientras se sentía que el ambiente pesaba invadiéndose un silencio de desconsuelo
en Cristina. No pasó ni un segundo mientras Ana volvió a tomar la mano de Cristina y, sin mediar
palabra, corrió a la escuela para dejarla y enfilarse para su trabajo. Durante ese día, la “chumpa
rosada” era la única idea que rondaba en ambas cabezas… la de Ana y Cristina. Cuando Ana llegó a
la panadería, vio su monedero y contó el dinero que tenía. Apenas tenía Q25 pero de eso tenía
que garantizar que habría para comprar el almuerzo de Cristina y la cena de ambas, además de los
materiales para cocinar por la noche unos tamalitos de viaje que vendería al día siguiente. Justo
ese día no había llevado nada extra para vender; por lo tanto, no habría dinero extra. Le sobraría,
quizás, Q2. Al terminar su jornada, ya había hecho cuentas que necesitaba vender 100 tamalitos
para lograr reunir por lo menos la mitad del costo de la chumpa y tener dinero para comprar
materiales para hacer otros tamalitos pero no sabía si haría los mismos porque a sus clientes no
les gustaba repetir la misma comida del día anterior. Sabía que con un poco de esfuerzo lograba
resolver el problema diario de levantar a Cristina sin pelear porque tendría su “chumpa rosada”.
Universidad de San Carlos de Guatemala
Escuela de Formación de Profesores de Enseñanza Media
Programa Académico de Desarrollo Profesional Docente PADEP/D
Curso: Psicopedagogía

Material apoyo
Presencial No. 1

DOÑA CHAMPURRADA

Por Gustavo Berganza - Guatemala, 11 de noviembre de 2005

Despierta una evocación de gloria, de infinito y trascendencia. Tiene forma de luna llena y color de
sol de abril. Tan versátil es que puede mostrarse gorda o delgada, lisa o estriada, grande o
pequeña, compacta o polvorosa y dulce o con punto salado, sin dejar de ser por eso tan
apetecible. Porque ella es doña Champurrada, la reina y señora indiscutible de la panadería
guatemalteca. El diccionario de la Academia Española la define como “bizcocho delgado y
redondo”, lo cual, de ninguna manera le hace el honor que se merece. Una champurrada es, para
nosotros los guatemaltecos mucho, muchísimo más que eso: es un reservorio de significados y
emociones. Una champurrada es una memoria viva, un pecado venial, una promesa de tiempos
mejores, un breve descanso en el duro trajín cotidiano. Talvez hubiera sido mejor que los
académicos hubieran propuesto describirla como un “fragmento de sueño para acompañar el
café”, “ilusión de harina, satisfacción crujiente” o algo por el estilo. Ir a la panadería es confirmar
que doña Champurrada siempre está en el centro de su universo. La algarabía de molletes,
semitas, batidas, cortadas, conchas, shecas, cubiletes, zepelines, royales, panes de yemas,
campechanas, franceses, palomas, pirujos, blancos desabridos, lenguas y bonetes que dan lustre y
esplendor a su reinado, no resisten su indiscutible primacía. Ni siquiera los otros primos cercanos,
las esbeltas hojaldras, tan frágiles ellas, los barrocos churros y las tenaces rosquitas se sienten
capaces de suplantar a quien es ama y señora de la panadería guatemalteca. En esta era
globalizada, en la que hamburguesas y pizzas compiten con chiles rellenos y tamales, estoy seguro
que los guatemaltecos nunca dejarán que biscottis, brownies, muffins, daneses y galletas de
chocolate chip la desplacen de su afecto. Como todo ser excepcional, el origen de la champurrada
se pierde en el misterio. Podríamos invocar a Darwin para que nos ayudase a dilucidar si su
aparición en la tradición gastronómica guatemalense es consecuencia de una centenaria evolución
del pan de manteca común. O talvez, atendiendo a la teoría del diseño inteligente, la aceptemos
como magna opus de una mente supranatural que la hizo avanzar, de un solo paso, hacia el punto
máximo de la jerarquía panadera. Confieso que a mí me parece más creíble el segundo
argumento, y lo confirmo cada vez cuando luego de partirla entre mis manos, sumergirla durante
un breve instante en el café y llevarla luego a mi boca me despierta una evocación de gloria, de
infinito y trascendencia. Un sabor así, estará usted de acuerdo conmigo, sólo pudo ser creado en el
paraíso. Me extraña que siendo la champurrada tan consustancial a nuestra idiosincrasia todavía
no le hayan erigido un monumento o, por lo menos, dedicado un himno. Eso y más se merece este
primor de trigo, que tanta felicidad cotidiana nos obsequia.

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