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SOBRE LA REALIDAD OPERANTE Y LA SOCIEDAD-FETICHE

MICROANÁLISIS DESDE EL LENTE DE LA PSEUDOCONCRECIÓN EN KAREL KOSÍK

Daniel Monroy Camacho


Licenciatura en Filosofía
Universidad de Guanajuato

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En este breve texto trataré de ensayar una serie de ideas acerca del
concepto de industrial cultural lúcidamente desarrollado por Theodor Adorno y
Max Horkheimer en su texto clave nombrado Dialéctica de la Ilustración,
aunado al concepto de pseudoconcreción empleado, años más tarde, por Karel
Kosík en una brillante deliberación acerca del materialismo dialéctico en el
texto suyo titulado Dialéctica de lo Concreto; perspectivas tales que trataré de
llevar a su entronque, empleando el dispositivo dialéctico en ciertos conceptos
clave, para evidenciar algunas ausencias, en sentido negativo, de la realidad
social y la totalidad concreta, las cuales, se hallan presas de las imposiciones
ideológicas de la realidad operante y la sociedad-fetiche.

Adorno Y Horkheimer, desde su pensamiento crítico frankfurtiano, señalaron


numerosas veces los puntos en los cuales la sociedad, la de su época, entendida
ya como un monopolio de cultura de masas, homogeneizada desde la razón
técnica-instrumental, era no más que un gran mecanismo estructuralista de
índole abstracto, deshumanizante, resultado de los procesos coactivos de las
diferentes esferas industriales y de poder, tanto las dominantes como la
petrolera, la química, la eléctrica, la bancaria, etc. Así como la supeditada a
éstas, es decir, aquella que produce cultura bajo las lógicas edificantes
anteriormente mencionadas. La industria cultural está sujeta a éstas en el punto
en que las industrias dominantes posibilitan el mantenimiento de la segunda en
sentido financiero y material, por los recursos que proporcionan para la
producción en masa de la misma.
Adorno y Horkheimer ponen en cuestión al cine, la radio y las revistas, vistas
como un sistema de ideologización de masas. En estos tres ámbitos, se puede
entrever que la finalidad de sus producciones no son propiamente artísticas (o
expresivas de lo no aparente, lo no dicho. Cualidad que Adorno atribuye a la
forma de la obra de arte). Su fin, en calidad de negocios que son, es hacer que
sus mercancías sean consumidas, sin importar lo ideologizantes que sus
contenidos pueden llegar a ser.

“El cine y la radio no necesitan ya darse como arte. La verdad de que no son sino negocio les
sirve de ideología que debe legitimar la porquería que producen deliberadamente. Se
autodefinen como industrias, y las cifras publicadas de los sueldos de sus directores generales
eliminan toda duda respecto a la necesidad social de sus productos.” (Adorno, p.166)

La crítica al cine y la radio radica en su carácter coactivo, es decir, que en el


proceso de su consumo no dejan lugar alguno a la interpretación o reflexión
alguna del consumidor, éste, en calidad de sujeto meramente receptivo, no tiene
posibilidad alguna de intervenir en los contenidos que les son dados. Las
producciones cinematográficas de la industria cultural, al ser inmersivas
audiovisualmente, cifran sus contenidos en la estimulación sensible, los cuales,
posteriormente, son dados por verdaderos en demasía como hechos acabados,
cerrados a la posibilidad de crítica y reinterpretación. Este proceder ideológico
replica, en términos que me atrevo a llamar pseudoartísticos, el estado actual de
las cosas. Símil es con la radio, pues en su calidad emisaria constante de
contenidos sonoros determinados por la industria de comunicaciones, y al no
brindar la posibilidad de intercambio (como sí lo hace el teléfono, por ejemplo),
se convierte en un aparato más de programación opresiva de las conciencias,
pues impone sus contenidos sin la posibilidad de ser intervenidos por los sujetos
individuales que le consumen. Es así como los recursos de la imagen y el sonido
representan factores clave para las mercancías que produce la industria cultural,
aunque, el factor imperante que realmente se encuentra detrás de la amplia
reproducción y dispersión de estas mercancías se cifra en términos tecnológicos,
pues es por medio de la acelerada sofisticación de la racionalidad
técnico-instrumental, objetivada en sus aparatos, y, en los cuales están
implicados millones de personas por medio de su fuerza de trabajo, que se
continúa replicando el status quo de esta realidad pseudoconcreta, dicho en otras
palabras, la realidad operante y la sociedad-fetiche.
Bajo los términos ya mencionados, la sociedad-fetiche, o fetichizada, liquida a
los individuos concretos, deshumaniza al clasificarlos bajo discursos
estructurales y sistemas administrativos (trabajo/mercancía, capital humano,
anatomopolítica, etc.), y a la realidad social concreta bajo conceptos abstractos
y universales (población, tasas de natalidad y mortalidad, normas, burocracia,
raza, clases sociales, territorio, nacionalidad, entre algunas categorías que
Foucault describió como mecanismos del biopoder), los cuales dan pauta al
despliegue mecanicista de la realidad operante como autónoma en apariencia
-entiéndase operante en el sentido técnico-instrumental de la misma-, y,
asumida erróneamente, como la única realidad posible fundada en el discurso
dominante positivista, o como Marx bien lo denunció: la ideología burguesa, el
discurso liberal de la economía política. El poder hegemónico, en el laberinto de
su redes, absorbe, filtra y determina, con constante eficacia, aspectos cada vez
más íntimos de las esferas de la vida social, pues, éste no solo es un estado de
represión, también puede ser entendido como un estado de seducción a través de
la dominación en la promesa del “mejoramiento” de los estándares de vida.
En el accionar de esta sociedad -entiéndase sociedad como la suma de las
relaciones sociales (Marx)- no se construye ni lleva a cabo su proceder con base
en el conocimiento de los fenómenos concretos de la realidad. Sino por fuerzas
irracionales que determinan coactivamente al hombre, las cuales gobiernan
inconscientemente su “motricidad pulsional”. Hasta aquí, si se toma por
verdadero lo ya expuesto desde su objetividad histórica, el concepto de
pseudoconcreción podría caer en ciernes dado que ambas perspectivas (la de la
realidad operante y la sociedad-fetiche) son claros ejemplos de
pseudoconcreciones. Ambas representan un valor atribuido a su forma como
mercancía. Se vuelven abstracciones reales (Adorno) en el momento en que la
industria cultural, por ejemplo, produce mercancías de consumo lanzadas al
mercado en forma de películas, música, programas de televisión, obras de arte,
redes virtuales, etc., que en función de preservar sus procesos mismos de
producción, les dotan de contenidos estimulantes e ideológicos para su gran
venta, dispersión y posterior reproducción. El efecto resultante es la cosificación
de la subjetividad individual como elementos de mera fuerza de producción y
consumo, así como de la subjetividad colectiva a formas abstractas que no
pertenecen a su realidad objetiva, a valores edificantes que articulan su
existencia en términos estadísticos, burocráticos e historicistas, como ya ha sido
mencionado. Se trata de la reducción forzada de la totalidad de lo real, que es
abierta, fluctuante en sus constelaciones naturales, culturales e históricas, a una
sola perspectiva de conocimiento de ella: la impuesta por las esferas del poder
estatal y económico. La pseudoconcreción del mundo objetivo como realidad
operante, y de la realidad social como sociedad fetichizada, es el resultado de la
imposición de la ideología positivista como la única perspectiva auténtica de
comprender la realidad concreta, tanto en su aspecto objetivo como subjetivo.

“El mundo físico como modo tematizado de captar y conocer la realidad física es sólo una de
las posibles imágenes del mundo, la imagen que ofrece determinadas propiedades esenciales
y aspectos de la realidad objetiva. Pero además del mundo físico existen también otros
mundos, igualmente válidos, como, por ejem-plo, el mundo artístico, el mundo biológico,
etc., lo que significa que la realidad no se agota con la imagen física del mundo.” (Kosík, p,
29-30)

La apuesta de Kosík por la destrucción de la pseudoconcreción, desde su teoría


onto-epistemológica marxista, radica en el entendido de que, dicho de manera
muy laxa, la realidad es más de lo que parece. La esencia de los fenómenos se
halla en los fenómenos mismos, y puede ser conocida a través de un rodeo, es
decir, desde las distintas intencionalidades, y métodos científicos, con las cuales
se les estudie para ir escudriñando la verdad objetiva que manifiestan del
mundo, de la totalidad concreta de la cual son solo partes, empero, partes
fundamentales. La pseudoconcreción del mundo objetivo y de la sociedad no
son tales en el sentido de que sean falsas, o de que detrás de ellas se esconda la
realidad verdadera. Dar por hecho esto sería un tanto injusto y erróneo, pues
estaríamos cayendo de nuevo en el reduccionismo positivista al sentenciar algo
como supuestamente falso de algo que es supuestamente verdadero. Más bien lo
son en el sentido de que impera la tendencia a creer que son la única forma de
dar sentido a la existencia (ideología), así como de comprender tanto de vivir la
realidad. La perspectiva económica es solo un lente, de entre muchos, que puede
explicar ciertos aspectos puntuales de un fenómeno determinado desde un
marco socio-cultural e histórico. Y así como existe ese lente, existen muchos
otros métodos de conocimiento con los cuales puede ser estudiado el mismo
fenómeno. La destrucción de la pseudoconcreción abre la posibilidad, en
primera instancia, del conocimiento de las cosas en sí mismas sin la
intervención metafísica o mística de ellas por medio de la adjudicación de
valores que no se hallan en su propia materialidad. La esencia de las cosas no se
encuentra detrás de las cosas mismas, tampoco es algo que las trasciende, por el
contrario, está ahí, es la materialidad misma de los fenómenos concretos, y su
conocimiento hace de las cosas en-sí-mismas cosas para-sí, es decir, devienen
en objetos de conocimiento, objetos de una experiencia práctica. Esta
aprehensión teórica de la objetividad, o praxis fundante (Marx), es activa, y
provoca la construcción de diversos sentidos de realidad en el proceso de
conocimiento de los fenómenos del mundo, pues la objetividad no es la cosa
misma, es el resultado práctico de nuestra contemplación que construye la
realidad y construye el sentido de ésta. En este proceso teórico-metabólico de
contemplación práctica, de conocimiento intencionado y de destrucción de la
pseudoconcreción desde la relación activa del sujeto para con el objeto
activo-pasivo, ocurre a la par una transformación en el sujeto mismo, dado que,
en la misma construcción del sentido de realidad (conjunto de sentidos) éste se
va liberando en sentido ideológico, pues, se cae en cuenta que la realidad
concreta, o mundo objetivo, puede ser comprendido desde diversas aristas, y no
solo bajo una sola, la del discurso dominante.
Ésto, eventualmente, provocaría el surgimiento de una actitud -filosófica- de no
identificación frente a las lógicas edificantes del capital. También, una postura
crítica frente a la forma/mercancía que produce la industria cultural para su
consumo. Se habla de la pauta para la liberación del mundo de la vida limitada
en términos de realidad operante y sociedad-fetiche, pues ambas reducen su
condición concreta, material, pulsional y natural a abstracciones. Para estas
formas categóricas del sistema de producción capitalista, el sujeto individual no
existe, pues este solo es visto desde el lente de la pseudoconcreción, como
abstracción real, como mercancía. La destrucción de la pseudoconcreción abre
la posibilidad de visualización de múltiples sentidos en la totalidad de lo real
cifrada en los fenómenos del mundo inteligidos desde la experiencia práctica, lo
cual, desde el dispositivo dialéctico empleado en las categorías a analizar en
estas deliberaciones (no mías, solamente esquematizadas por mí), siembran la
semilla para la emancipación ideológica, para la praxis revolucionaria en la
construcción de nuevos sentidos, de nuevas alternativas discursivas que
evidencien lo no aparente en lo aparente.
Cerrar la realidad a una sola perspectiva, a un solo filtro, es negar la inmensa
posibilidad en movimiento de la totalidad de lo real, es negar la gran amplitud
oscura de lo antepredicativo en un solo conjunto de predicados que se imponen
como -aparentemente- universales.

“La conciencia surge de la deducción de lo no dicho.”


BIBLIOGRAFÍA:

Foucault, M. (1999). Las mallas del poder. En Estética, Ética y Hermenéutica. Barcelona.
Ediciones Paidós Ibérica, S.A., 235-254.

Horkheimer, M., Adorno, T. W. (1998). La industria cultural. Ilustración como engaño de


masas. En Dialéctica de la Ilustración. Valladolid. (3a ed.). Editorial Trotta., 165-212.

Kosík, K. (1967). Dialéctica de lo Concreto. México, D.F. Editorial Grijalbo, S.A.

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