Está en la página 1de 1

Si mi perro hubiera sido más grande, no me habría importado que entrase en la cueva

con nosotros, pero Billy era principalmente un Yorkshire que a duras penas me llegaba
a las rodillas y que pasaba todas las tardes durmiendo como un bebé en las piernas de
alguno de mis familiares.

No obstante, no quedaba otra opción.

—¿Sabe rastrear? —preguntó Sara, a lo que fruncí el ceño.

—No lo sé, pero a mí no me hace caso. Al único que responde de verdad es a mi padre,
así que ni siquiera estoy segura de que vaya a quedarse con nosotros todo el tiempo.

—Vaya.

No dijimos nada más. Nos cogimos de la mano para asegurarnos de que no nos
perdíamos la una a la otra y nos metimos en aquella cavidad húmeda y fría.

Afortunadamente, el olor a humedad opacaba el resto. Habíamos venido bien abrigadas


y calzadas con botas de montaña, así que avanzar por la cueva iba a ser una experiencia
menos desagradable de lo esperado.

También podría gustarte