Está en la página 1de 6

Casa bolsas

(o El pudor después del sustantivo)

⟪La sociedad era un vampiro incoherente y gigante que buscaba sin cesar sangre fresca para
sustentarse⟫
Mercedes Salisachs - “Adagio confidencial”

Luego de ver cómo aquellos árboles desiertos cercaron al fantasma hecho bolsa y a la
bolsa convertida en fantasma; de escuchar el preludio agudo y grave, quejoso, de los
perros desde todos lados; y de imaginar a los cachacos que de seguro nos miran
desde atrás… ¿cuánto más puedes soportar? Estamos aquí afuera como cojudos más
de veinte minutos, ¿cuánto más se te antoja que esperemos y nos traguemos tu
mentira? Sudamos miedo, compare, empezamos a sentir miedo. Cristofer está a
punto de cagarse pero se aguanta. Ricardo quiere irse hace rato, dice que mi mamá
me dejó salir solo hasta las siete, así que cuenta segundos. No quiero correr y llegar
sudado, dice el muy marica que incluye lo que le tomará llegar hasta su casa, por eso
debo irme diez minutos antes, cuando sabemos que solo le tomará cinco. Pero no solo
él, también nosotros nos queremos largar, compare, debes apurarte.

Cada minuto que pasa, así como todo lo que hicimos para poder estar aquí,
aumentan las ganas de no dejar de mearte. Comenzando en cómo nos reunimos. Por
mis notas, mi mamá me estaba gritando y no quería que salga –lo que ya es
costumbre–. Cristofer bajó a sacarme para decirle a mi mamá señito, le juro que yo le esto debería estar
enseño todo lo de las circunferencias trigonométricas, es fácil, solo que tiene su maña, como dialogo
mejorar formato
seño, además mi mamá me dio permiso porque iría con Antony, no sea malita pues y
la convenció. Con esta le debo una más al Gordo. De Ricardo ya sabes, igual su vieja
es jodida. Según nos contó -habría que creerle nomas-, lo condicionó: si salía hoy no
volvería a salir sino hasta la siguiente semana. Pececito nos hincaba entre líneas con
que esta segunda parte de Casa bolsas debía valer todos los días de encierro.

Fue él, el Gordo, quien primero bajó a mi casa, que para él está arriba, o sea
subió a mi casa para bajar juntos, encontrarnos con Ricardo en el parque cruzado y
en manchita subir –otra vez– a tu casa, que queda más arriba. Ya reunidos bajamos al
parque cruzado. A todo esto ponle unos cincuenta minutos: no es casual que estamos
cagados en geometría, compare. Si bien esto no lo sabes, regresar al parque para
nosotros era inútil porque el Gordo y yo teníamos todo armado, pero en el aula el
Pececito de mierda solito se apuntó y no encontramos forma de parcharlo sin que tú
sospeches lo que haríamos, de ahí que atracamos ir al parque para planificar con
ustedes esta parte de Casa Bolsas. Sonsos, debimos sospechar que con uno que no
sabía de nuestro plan la negociación para traerte sería desquiciada. Porque luego te
nos complicaste. Porque, compare, ya no sabíamos qué hacer para que atraques
suavecito. Saliste con eso de que todo era mentira, que en este cerro no se peleó
ninguna batalla con Chile, que no encontraríamos ningún fantasma allá atrás. Por
poco y nos escupes que esa parte estaba vigilada por los militares: si nos veían nos
retenían y qué se harían luego nuestras mamás. Que si por poco nos libramos de los
perros la primera vez, qué haríamos si ahora no nos bastaba correr. Así te bajaste al
mariquita de Ricardo que comenzaba a orinarse; aunque ya sabemos que ese Pececito
se cuelga de cualquier excusa para zafar cuerpo. Quisiste que iniciemos la batalla y,
como teníamos todo armado, batallamos.

Entonces utilizamos lo único que funcionaría: te cagas de miedo, marica, por


eso no quieres venir. Ahí te hicimos caer –y como caíste, Pececito te siguió para no
quedar marginado–: no había forma de saber que no hubo guerra aquí, debíamos ir
detrás de esa cosa que no habíamos visto bien si era un fantasma o una bolsa; los
cachacos no estarían, seguro se aparecerán a eso de las siete cuando bajen a cerrar la
reja que bordea el cerro, teníamos tiempo; además, compare, así entramos la primera
vez y no pasó nada, ahora debemos llegar más atrás y si los vemos pues corremos,
cómo crees que nos van a disparar, no seas cojudo; y si los perros se acercan bastante
retrocedemos hasta el pozo, nos subimos, y les arrojamos cualquier cosa. Como sea
debíamos traerte para que hables, compare, y aquí te tendremos a pesar de que me
des pena y estés logrando que me arrepienta de meterte aquí al pozo. Debías confesar
porque nadie te creyó cuando nos contaste lo de la flaca ¿Lu? (al final sí funcionó eso
de que solo una sílaba para poder recordarla).

- Nunca lo he hecho pero quisiera –dijo habituado al curioseo de la edad apenas


ligera, sin el pudor que se aprende después del sustantivo en todo el cuerpo.
- Vi en una peli cómo lo hacen, qué será –sus entrepiernas se estrechan
vehementes, ocurre algo ahí abajo, en el adverbiado porque desconocen el
nombre, les comienza a titilar, donde antes olieron algo extraño.

Con todo, espero que cuando te saquemos me puedas perdonar. No sé si al


Gordo o al Pececito también, pero por lo menos a mí, compare. Debes entender que
engañarnos fue cagado, ¿acaso no te contamos la verdad? Sí, sí, nadie le cree a
Cristofer cuando dice que ya se tiró a tres flacas -según él, se tiró a Wendy, ¡ya pues!-.
Aun así, ni Ricardo ni yo mentimos. ¿Tú?, ¿con una flaca?, ¿hace años? Podría creer
que Alex ya tiró; no, que se lo han tirado porque es tremenda mami. En cambio…
tú… es que eres… debes aceptarlo… tienes cosas raras… No te decimos Mariposón
solo porque sí: tus maneritas; tus cruzaditas de pierna; tus palabritas de diccionario
bien luciditas; tus cuadernitos limpios y forraditos sin que se manchen ni se doblen
las esquinas; tus lapiceritos y plumoncitos siempre en orden de tonalidades para que
puedas usarlos según la necesidad… estás cagado, compare.

2
Caíste por tu mentira. Creíste que esta segunda vez el pozo no sería el límite y
veríamos qué más hay, que iríamos hasta atrás para encontrar fantasmas. Sin
embargo, compare, el Gordo y yo sabíamos que no iríamos. Qué importabas. La
caída no sería tan profunda, la aguantarías; a lo mucho serían unos cuantos metros
antes de que toques agua. Y ya ves, con gritos y todo te mantienes a flote, sobrevives.
Aunque trates de esquivar los chorrazos que se manda el Gordo, no importa; aunque
sigas gritando mi nombre rogándome que por nuestra amistad –no seas pendejo–, no
te sacaremos; primero debes hablar. Te quedarás ahí hasta que nos digas por qué nos
querías cagar, hasta que nos digas que solo te querías lucir, que nos querías hacer ver
como unos cojudos, como puro pajeros. Qué mierda importa si el Pececito anda
medio en desacuerdo y quiere darse vuelta. De entre todos, yo soy más amigo tuyo y
ya ves, si a mí no me convences, menos a ellos. Además, el Gordo no te dejará luego
de que trataste de quitarle puntos, huevonazo.

Debiste pensarlo mejor antes de desafiarlo. Nada de esto pasaría si me


hubieses hecho caso, compare, te dije que debías apurarte. Estábamos tranquilos
comiendo el pan con pollo que le compré a la vieja de la tienda cuando comenzaste a
trabajarla para que te fíe uno. Te dije que acabaras rápido antes de que el Gordo nos
viera y venga a pedirnos. Pero te demoraste. Nos vio, vino con Pececito y se
abalanzaron. De la nada, pasa Wendy y Ricardo comenzó a hablar que la había visto
ayer agarrando fuera de su casa con un pata. Obviamente no le creímos, pero era
Wendy: algo de sospecha nos podíamos permitir. Así que comenzamos a imaginarla.
Se nos hizo agüita, compare, se nos paraba.

- ¿Mira mira, sientes? –no ha pasado mucho desde la mañana en que se vieron
atravesados por formas que se traslucían. Formas que los obligaron a esconder
sus truzas porque olían diferente. A cambiarse fugaces antes del colegio para
que nadie descubra que al levantarse había un olorcito agradable.
- Hablamos de eso y se mueve, qué será –quieren más de ese olorcito, ¿pero
cómo procurarse más? Ya no circunscribirse únicamente a las mañanas. Lo
necesitan en todo momento. Cuantas veces puedan estar a solas sin importar
el lugar para encontrar esas formas y olores nuevos.

Quién chucha será ese pata, no nos importó. Su cara empezó a ser nuestras
caras. Su cuerpo amorfo se convirtió en nuestros cuerpos. Montábamos a una potra
recia. Empezamos a azotar una y otra vez sin ritmo un culito redondo y suave pero
firme. Un culito que solito se sometía y dejaba que se le coloquen detrás, tomábamos
un cuerpo que envía todas sus fuerzas a las rodillas para no caer. Y resiste. Cierra sus
ojos y muerde sus labios, y resiste. Pero va perdiendo fuerza mientras arremetemos
más. Y más. Así que se sirve de las manos, esta vez, y las coloca como pueda, donde
pueda. Y como las tiene sobre la cama, aprieta las sábanas, las retuerce sobre sus
dedos para intentar mantenerse. Y resiste. Ese pata saca cabeza metiéndosela por
nosotros. Conchasumadre. Qué rico.

3
Quién chucha será, compare. Pero lo empezamos a envidiar. Pececito no nos
quiso dar más detalles, seguro para hacerse el interesante el muy conchasumare. Ya
qué importaba. Imaginamos que no todo acabaría ahí en su puerta; por las puras no
iría a bajar a su casa el pendejo ese, aprovecharía que ella siempre para sola. Debía
entrar…

- Y cómo es el tuyo… –quieren descubrirse. Imaginar el adverbiado del otro es


continuar viéndose. Es aún tocarse sin la intervención de otras manos por las
mañanas, por las tardes, en todo momento. Ya no basta.

Seguro entra, le agarra sus tetas y las pone en su cara. Sus tetazas, compare.
Así que también las sentimos. Estaba ahí y queríamos arrancarle la camisa para
hacerla enojar y con furia apretarla. Pasarle la lengua por entre el medio, a los
costados, encima y por debajo. Luego levantarlas y con las manos, así, fuerte, bien
fuerte, apretarlas hasta que grite. Que se deje la muy potra. Y lamer sus pezones,
¿cómo serán? ¿Marrones, negros, rosaditos? Mierda, que se pongan duritos también.

- ¿Y si nos miramos cuál crece más? –el revoloteo empieza. Es el dedo índice
quien toma la iniciativa, autónomo, y deja de apuntar ahí abajo, donde el
nombre no existe. Precipitado, siente la crecida y solicita una mayor labor
sensorial.

Luego tumbarle la pinga en la cara como sin discutir él lo hace: doblega a una
indómita que se deja hacer para chupar la verga. Hundir su boca hasta que se
atragante. Que babee. Que resista el impulso de nuestros brazos. Dejarla salir, pero
solo un momento, quizá dos o tres, antes de volver a enterrarla con todo y ojos.
Recoger su pelo en un moño para que no interrumpa su labor, para que no la
distraiga. También nosotros movernos, compare. Porque de eso se trata: los brazos
solos no bastan: servirnos del empuje no solo de la pelvis, también de la cadera.

- ¿Pero no se lo decimos a nadie, ya? –se suman las palmas y llaman a los torsos
y muslos. Se aprietan. No bastaba ver. Para qué un nombre si pueden olerse el
mismo hálito de sus truzas por las mañanas. Para qué precisar un sustantivo si
sus miradas, al inicio con miedo de colisionar, ahora les otorgan el permiso
para cincelar sus formas en el otro.

Pero cómo te lo podrías imaginar tú si… tú… Mariposón, no es necesario que


lo diga. Cristofer fue el primero en darse cuenta: se te veía incómodo. Así que surgió
la pregunta solo para joderte, compare: ¿y, Mariposita, ya tiraste?

- Promesa que no –sus manos siguen el juego encima de sus cuerpos. Quieren
esparcirse con los labios. En las películas se ve sencillo, pero cómo colocar la
lengua encima de otra, dónde dejar los dientes si los del otro también estarían
ahí reclamando ser invitados, cuándo dejar de respirar para que el exhalar no
estanque la concentración.

4
Nos creíste cojudos y comenzaste a decir que no, no habías tirado pero que sí
te la habían chupado, huevón.

- Si tú lo haces yo también lo hago, solo para saber qué se siente.

No, compare, cualquier cosa menos agarrarme de cojudo. Podías mentirles a


esos pendejos, eso te lo entendía, pero ¿por qué a mí? Si era verdad me lo hubieses
contado antes. O después, cuando ellos se quitaron. Pero preferiste seguir y contar
que sentiste rico cuando le pusiste tus manos a Lu para metérsela completa.

- Tú me lo haces primero y luego yo… –quiere ser segundo para protegerse. Si


al otro le desagrada hacerlo entonces él se resistirá a colocar su cabeza.

Fingiste que había sucedido hace un par de años, cuando fue a tu casa a
dejarte los cuadernos que le habías prestado –claro, te agarraste de tu orden– para
que se ponga al día. Quién, te preguntamos, y solo dijiste Lu, que para qué todo el
nombre si luego lo olvidaremos. Claro, convenientemente, era de otro colegio, antes
de que te cambies a este. Aprovechaste que nadie estaba en tu casa. Que le querías
invitar un cigarrito que te conseguiste porque te contó que quería probar, solo para
saber qué se siente. Claro, claro, compare, te lo aceptó y por eso pasó. Estaban
pucheando, ¿que una cosa llevó a la otra y así terminaron agarrando?, claro, claro. Y
hablaron de una peli morbosa, te dijo ella, ¿que ella comenzó? Ya.

- Espera… Lu… is… –se ahoga con las palabras, quedito desfallece y comienza
lento a sentir cómo al adjetivado lo invade un calor desde afuera y se alza con
un peso insólito que aprieta. Siente todo el cuerpo estremecerse. Coloca sus
manos sin ejercer presión sobre la cabeza del otro, instintivamente, aturdido.
Le gusta sentirlas ayudando a que el regocijo se ensanche.

Cuando terminaste no dijimos nada. Te quedamos mirando medio


asombrados, medio queriendo sacarte la mierda, ¿te hiciste el huevón otra vez o no
viste que no te creímos nada? Avispado, seguro para llenar el silencio que hicimos,
nos preguntaste si nosotros ya no éramos pitos. Pececito y yo fuimos honestos: a
punta de pornos conocíamos tetas y culos. El Gordo salió con su mierda de Angélica,
Fabi y Wendy, ¿Wendy? Las tiene marrones, qué van a saber ustedes cómo lo mueve,
culona no por las huevas. Ahí fue. Te quitaste no sé a dónde, seguro para no dar más
explicaciones, y Pececito se fue detrás de Wendy para joderla. Entonces nosotros lo
planeamos: cómo chucha nos quieres apantallar, me dijo Cristofer, si eras pitazo y
encima maricón. Te quería sacar la mierda, compare, pero lo contuve –ahora me
debes una, acuérdate–, así que mejor planificamos esto. Como hace rato queríamos
hacer la segunda parte de Casa bolsas luego del fracaso de la primera vez cuando
vimos bolsas en vez de fantasmas, y como tú estabas emocionado –solo quieres estar
incluido–, esta era la oportunidad. Te haríamos caer en este pozo. Entonces nos

5
preparamos: botellas de agua y al límite de tiempo antes de que cierren las rejas para
meterte presión.

- No dejes de hacer eso… no… dejes… –el otro baja para luego subir. Musical.
Perfecciona su destreza rítmica para hacer espacio a sus silencios y a su
agudez.

Ahora sabes que el único problema fue Pececito. Al regresar al salón luego del
recreo te dijimos para venir hoy mismo casi por la noche para comprobar que sí
habían fantasmas. Seguro esa vez no los vimos porque todavía era de día y así no se
dejan ver. Te lo dijimos y el mierda ese se metió. Atracamos. Quedamos en planificar
todo en el parque porque ya la profe de Historia nos amenazó por la bulla. No
importa, me dijo el Gordo, aquí hablarías. Una vez en el pozo te diríamos que te
acerques para comprobar si se escuchaba alguna voz. Y lo hiciste, huevonazo. Te
asomaste y ahí fue cuando te tiramos. El idiota de Pececito no sabía dónde meterse
porque pensó que también lo tiraríamos a él –solo sigue aquí porque ya le contamos
todo–.

Pero se me está acabando la pichi, mierda, y ya no tenemos más agua para


cagarte. Si no te apuras en decirnos que nos querías ver la cara de cojudos, te juro que
te dejamos aquí, no me importa que me creas tu único amigo y que grites mi nombre,
ni cagando seré marginado por tu culpa. Así que habla, compare, porque ya casi son
las siete y, la verdad, no quiero comprobar si hay fantasmas.

19 de abril - 6 de mayo, 2021

También podría gustarte