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—Black, ¿por qué os llamáis a todos por vuestros apellidos? ¿No es demasiado formal?

—En serio, ¿esa es la pregunta que te atormentaba?

Regulus estuvo a punto de empezar a reír a carcajadas, pero Lucy le recordó que la señora
Pince ya les había advertido una vez durante esa tarde.

En realidad, la pregunta no era en absoluto absurda. Desde que habían llegado a Hogwarts,
Avery, Mulciber, Wilkes y Black sólo se referían entre ellos usando sus apellidos. Alguna mente
más simple que la de Lucy hubiera achacado esa costumbre al intento por parte de los jóvenes
Slytherin de sacar a relucir a sus honorables familias en cada conversación. Pero no, no se
debía a ello, ni tampoco a que nunca hubieran usado sus nombres: cuando eran niños no
habían utilizado los apellidos. Habría sido muy confuso, ya que se veían en celebraciones
familiares, donde los Black, por poner un ejemplo, eran lógicamente más de uno.

—Esto que te voy a contar es el mayor secreto que tendrás que guardar en tu vida, Lucinda
Talkalot.

—¿De verdad? —preguntó, emocionada. Parecía satisfecha de haberse dado cuenta de un


detalle insignificante que prometía, en realidad, ser información jugosa.

—Mis amigos y yo no nos llamamos por nuestros nombres por un motivo. —Regulus hizo una
pausa dramática para observar a Lucy, con sus ojos abiertos y expectantes—. Nuestros
nombres… son horribles, Lucy. Somos Augustus Avery, Virgil Mulciber, Priscilla Wilkes y
Regulus Black. A Wilkes solíamos llamarla Prissy. Estoy seguro de que si alguno se atreviera a
llamarla Prissy de nuevo, acabaría enterrado en alguna parte del Bosque Prohibido.

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