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La reelección en El Salvador es sinónimo de dictadura

El último presidente salvadoreño que se reeligió fue el dictador


Maximiliano Hernández Martínez. La prohibición constitucional para que
un presidente se reelija data desde el siglo XIX y es una tradición basada
en episodios concretos y lecciones dolorosas de historia que se ha ido
reflejando en las constituciones salvadoreñas prácticamente desde que el
país se independizó. La nueva interpretación, que permitiría a Nayib
Bukele reelegirse, devuelve a El Salvador a un tiempo donde la
democracia existía solo en papel.
Nelson Rauda
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El mayor Roberto d’Aubuisson, en traje y corbata, contaba a mano los
votos de los diputados, ayudándose de un lapicero y haciendo cuentas
audiblemente. Corría el 28 de septiembre de 1983 y la Asamblea
Constituyente estaba reunida en el Salón Azul, el mismo que ahora
conocemos, pero con más muebles de madera y menos escaños: la
Asamblea estaba conformada por 60 diputados, 24 menos de los que
tiene ahora. Los diputados estaban aprobando el Título III de la
Constitución: “El Estado, su forma de gobierno y sistema político”.

Discutían por casi todo, de forma y fondo. Ni siquiera los artículos que
parecerían obvios en contenido fueron aprobados a la carrera. Para la
aprobación del artículo 83, por ejemplo, que dice que El Salvador es un
Estado soberano, llevaban discutiendo día y medio el texto preciso
cuando decidieron ponerlo en pausa para avanzar en el articulado.
También pospusieron el artículo 84, que establece los límites territoriales
del país. El artículo 85 conllevó una larga discusión sobre el significado
del término “pluralista” para el sistema político. El 86 empezó con una
discusión semántica sobre el uso de la palabra “poderes” u “órganos”
para referirse a las tres ramas del Estado y se extendió a una discusión
de autores constitucionalistas europeos.

El artículo 87, el mismo que menciona el derecho a la insurrección y que


fue invocado por el Gobierno de Bukele cuando no controlaba la
Asamblea Legislativa, tuvo todo un debate teórico de fondo. En su origen,
los diputados hablaron de la relación de ese artículo con el derecho a la
resistencia de la Revolución Francesa y agregaron una frase que
blindaba la Constitución que estaban creando: en caso de insurrección,
esta solo serviría para separar a los funcionarios que rompieran el orden
constitucional, pero no implicaría una reforma constitucional automática.

Esa era la tónica. Cada artículo fue discutido minuciosamente por las seis
diferentes fracciones que componían el congreso salvadoreño y luego
cada fracción tenía el derecho a responder. Por eso lo que pasó con el
artículo 88 fue raro. A la hora de discutirlo, nadie pidió la palabra. Nadie
objetó. Todos votaron unánimemente. Ese artículo dice: “La alternabilidad
en el ejercicio de la Presidencia de la República es indispensable para el
mantenimiento de la forma de Gobierno y sistema político establecidos.
La violación de esta norma obliga a la insurrección”.

El oficialismo se refiere al texto del 83 como la “Constitución de


d’Aubuisson”, un peyorativo en alusión al fundador de Arena y
conspirador del asesinato de monseñor Romero que presidió la Asamblea
Constituyente. Esa perspectiva simplifica e ignora cinco meses de trabajo
y discusión en una Asamblea Constituyente formada por 60 diputados en
los que solo 19 eran de Arena. También ignora que se trata de un
documento desarrollado sobre décadas de constitucionalismo
salvadoreño en el que la democracia es, al menos en el papel, una forma
de gobierno innegociable.
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Roberto d´Aubuisson preside una sesión plenaria de la Asamblea
Constituyente de 1983, donde se discutía la aprobación de la
Constitución Política de El Salvador, en el Salón Azul de la Asamblea
Legislativa. Foto de El Faro: Archivo.

La prohibición de la reelección presidencial en El Salvador es una


tradición constitucional informada en episodios concretos y lecciones
dolorosas de los 200 años de Independencia del país. La última vez que
se escribió una Constitución, los diputados incluyeron seis artículos clave
en los que blindaron al país contra esa posibilidad. Treinta y ocho años
más tarde, la interpretación de la Sala Constitucional impuesta por Bukele
utiliza la semántica para argumentar que un presidente puede estar 10
años en el cargo: como Nayib Bukele es presidente 2019-2024, no fue
presidente en el periodo anterior 2014-2019. La prohibición, por tanto, no
aplica para él; puede inscribirse a la elección y, si gana, gobernar entre
2024 y 2029. Será hasta entonces, si busca un tercer período, que le
aplicarían todas las prohibiciones de la Constitución.

Esa interpelación de la Sala ilegalmente elegida es un intento de cambiar


la historia constitucional y va contra las lecciones que llevaron a cerrar
con llave la posibilidad.

El Faro revisó cientos de páginas de las sesiones de discusión y


aprobación del proyecto de la Constitución de 1983, horas de grabación
de las sesiones, periódicos de la época y consultó a expertos
constitucionalistas. Para aprobar el artículo 88 y otros cinco artículos
clave que prohíben la reelección de un presidente, la Asamblea logró un
consenso sin contradicciones.

El artículo 75 de la Constitución habla de la pérdida de derechos de


ciudadanos para quien promueva la reelección del presidente. Se aprobó
el 20 de septiembre de 1983, con 59 votos.

El artículo que prohíbe a la persona que haya ejercido la presidencia


continuar en sus funciones “un día más” (antes 150, ahora artículo 154)
se aprobó sin ninguna observación, ese mismo día, con 54 votos.

El artículo que describe las funciones de la Asamblea (131 de la


Constitución desde 1992, 127 de la de 1983) tiene 38 numerales. El 16
dice que la Asamblea debe “desconocer obligatoriamente al presidente
de la República o al que haga sus veces cuando, terminado su período
constitucional, continúe en el ejercicio del cargo”. Se aprobó con 57
votos, sin observaciones, en la tarde del 8 de noviembre de 1983.

El que ahora es el artículo 152 (era el 148 en la versión de 1983) prohíbe


a quien haya desempeñado la Presidencia de la República por más de
seis meses consecutivos o no durante el período inmediato anterior su
postulación al cargo. Se aprobó, con 55 votos, el 11 de noviembre de
1983.

Por último, el artículo 248 es una especie de candado que se pone a una
puerta previamente cerrada. Habla de la manera de reformar la
Constitución y dice: “no podrán reformarse en ningún caso los artículos
de esta Constitución que se refieren a la forma y sistema de Gobierno, al
territorio de la República y a la alternabilidad en el ejercicio de la
Presidencia de la República”. Ese inciso, al igual que el artículo 88,
tampoco se discutió y se aprobó el 24 de noviembre de 1983, con 35
votos.

Ese nivel de acuerdo no es poco para un país que se desangraba en


plena guerra mientras los diputados discutían y celebraban una nueva
Constitución. Esos artículos se mantuvieron intocables en las reformas a
la Constitución que se hicieron cuando finalizó la guerra. Para una clase
política y un país tan divididos durante 12 años de conflicto, una idea
estaba clara: no es buena idea que un presidente se reelija.

Bajo las balas

La Asamblea Constituyente fue electa en marzo de 1982. Una forma de


explicar la tensión política de aquellos años es la del politólogo Álvaro
Artiga, que ubica a los partidos en términos de su posición hacia el
régimen y el sistema de gobierno. Así, el FMLN era antirrégimen y
antisistema, y no participaba en el sistema político partidario. Los más
conservadores, prorrégimen y prosistema, eran el recién formado Arena
(septiembre de 1981) y el PCN, el partido de las dictaduras militares. El
Partido Demócrata Cristiano (PDC) jugaba el papel de oposición
(antirrégimen pero prosistema).

De los 60 diputados, el PDC obtuvo 24, demostrando la fuerza que


llevaría a Napoleón Duarte a ganar la presidencia dos años más tarde
(aunque Duarte ya había sido presidente del país, en la tercera Junta
Revolucionaria de Gobierno). Entre 1982 y 1984, todos los partidos
tenían ministros como parte de un gobierno de “unidad nacional”. En las
elecciones del 82, la Arena del mayor Roberto d’Aubuisson obtuvo 19
votos y se aseguró el control de la mayoría en una alianza con el PCN,
que consiguió 14 escaños. El PCN se dividió muy pronto en la
Constituyente: nueve de sus diputados formaron el Partido Auténtico
Institucional Salvadoreño (PAISA), pero mantuvieron su alineamiento con
Arena en la mayoría de temas. Los otros tres lugares los ocuparon
partidos minoritarios: uno del Partido Popular Salvadoreño (PPS), y dos
de Acción Democrática (AD).

En términos de género, la división era mucho más desigual. Solo hubo


siete diputadas constituyentes y cinco más en calidad de suplentes. Esto
fue más evidente cuando se formó la comisión redactora de la
Constitución: 13 hombres en un primer momento, aunque después se
incorporaron otros ocho diputados, entre ellas quizá las dos mujeres de
mayor peso en esa Asamblea: María Julia Castillo, del PCN, la primera
presidenta de la Asamblea Legislativa; y Gloria Salguero Gross,
fundadora de Arena, y años más tarde vicepresidenta de la Asamblea.

La Comisión Redactora empezó su trabajo con tres acuerdos: basarse en


la Constitución de 1962, convocar a diferentes organizaciones sociales y
gremiales para opinar y pedir opinión a diferentes instituciones. “Además
se consultaron las Constituciones de todos los países de América Latina,
de España y otros países europeos , así como también compendios y
tratados sobre Derecho Constitucional y otras disciplinas jurídicas y
filosóficas”, según el informe que la comisión redactora de la Constitución
presentó al pleno.

Lograr acuerdos en el contexto de la guerra civil fue un desafío desde la


propia elección, que los medios catalogaron “bajo las balas”. El FMLN,
entonces guerrilla, amenazó con boicotear el proceso: la votación no se
pudo llevar a cabo en 21 municipios y hubo ataques a las cabeceras de
Morazán, Chalatenango y Usulután, según describió la revista Proceso,
un semanario de la Universidad Centroamericana (UCA) que resumía los
hechos políticos.
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Diputados votan durante una sesión plenaria para aprobar un artículo de
la Constitución, en la Asamblea Constituyente de 1983. Foto de El Faro:
Archivo.

El país atravesaba los que, según la Comisión de la Verdad, fueron los


años más cruentos de la guerra. Mientras tanto los diputados
constituyentes se reunían en el Salón Azul, al cual la Asamblea se había
trasladado en 1975. Discutieron largo: técnicamente, la Constitución se
aprobó en una sesión solemne que se suspendió al finalizar cada
plenaria, entre el 22 de julio y el 20 de diciembre de 1983. Las sesiones
duraban unas cinco o seis horas, de lunes a viernes. Pero ni ellos podían
escapar a la violenta realidad del país. En el pleno se denunció la
desaparición del diputado suplente del PDC Oseas Perla y el atentado
contra el diputado arenero Prudencio Palma Duque, quien sobrevivió
después de que dispararan tres veces a una llanta de su vehículo,
ocasionando un choque que lo incapacitó por cinco semanas.

La discusión y consecución de acuerdos entre opositores, en una


Asamblea asediada por las balas, contrasta inevitablemente con el papel
de la Asamblea del Bicentenario. En el primer mes y medio de trabajo,
esta Asamblea ha aprobado 65 decretos, 55 de ellos enviados por la
Presidencia, según un análisis de La Prensa Gráfica. Al no necesitar
acuerdos con la oposición, las discusiones son irrelevantes y la Asamblea
reduce su papel al de simple ejecutora de los designios presidenciales.
Asuntos trascendentales como la destitución de magistrados de la Sala
de lo Constitucional, fiscal general, la purga de un tercio de jueces del
país basados en su edad o la adopción de una nueva moneda, se han
tomado en cuestión de horas, incluso con el método exprés de
aprobación conocido como dispensa de trámite.

Discutir la Constitución del 83 fue mucho más complejo. Después de la


lectura de cada una de las secciones y los artículos, Ricardo González
Camacho, relator de la Comisión Redactora, se encargaba de leer la
parte del informe sobre cada sección y acentuar los puntos que le
parecían importantes. El abogado González Camacho hablaba pausado y
lucía como una caricatura de Groucho Marx, detrás de su prominente
nariz, grueso bigote y grandes anteojos, además de una creciente frente
que combatía con el resto de su cabello engominado y peinado hacia la
derecha. González Camacho fue electo por San Salvador como uno de
los dos diputados constituyentes de un desaparecido partido de logotipo
naranja, Acción Democrática, y es considerado por varios
constitucionalistas como uno de los padres de la Constitución vigente. En
sus explicaciones era común citar de memoria a autores como Raymond
Carré de Malberg, Maurice Duberger o Karl Loewenstein (clásicos en los
currículos universitarios sobre derecho constitucional), o traducía en vivo
cuando encontraba en sus libros expresiones en francés.
"Respecto de la incompatibilidad del que ha desempeñado la Presidencia
de la República”, dijo González Camacho, “se califica en el proyecto de
manera que este desempeño dure más de seis meses, consecutivos o
no, durante el período inmediato anterior o dentro de los últimos seis
meses anteriores a la fecha del inicio del período presidencial”. Esto era
para permitirle a un vicepresidente o designado participar en la elección,
siempre que haya ejercido la presidencia en “períodos muy cortos o en
época que no pueda afectar los resultados del proceso electoral”.

En esas incompatibilidades, también incluyó las figuras del presidente de


la Asamblea Legislativa o de la Corte Suprema de Justicia “durante el año
anterior al día del inicio del período presidencial”. ¿La razón? El
presidente de la Asamblea “ejerce gran influencia en el orden político” y
puede “aprovechar esta situación para inclinar a su favor el proceso
electoral”. El Salvador de los 70 vio grandes fraudes electorales,
especialmente en 1972 y 1977, que favorecieron al PCN. La restricción
sobre el presidente de la Corte parecía más obvia: “su cargo es
absolutamente incompatible con toda actividad de orden político
partidista”. Adicionalmente, también se prohibió la inscripción como
candidatos a los militares “que estuvieren de alta o lo hayan estado en los
tres últimos años al inicio del período presidencial”. Eso era menos obvio
y un poco iluso. Diferentes historiadores sitúan el poder real en el
Ministerio de Defensa durante la década de los 80 y la presidencia la
ejercía en ese momento el banquero Álvaro Magaña, gestor de un
acuerdo entre la Fuerza Armada, los partidos y el gobierno de Estados
Unidos, que lo prefería antes que a un extremista como d’Aubuisson.

Para empezar a aprobar esa sección hubo varios debates. Por ejemplo,
Genaro Pastore, el único diputado del Partido Popular Salvadoreño,
objetó el mínimo de edad de 30 años que debería tener un presidente.
“Un puesto de tanta responsabilidad, como es el de ser un Jefe de
Estado, debe de gozar de una experiencia, debe de tener un bagaje de
conocimientos de estadista, sea porque los ha adquirido o sea por
intuición”, dijo.
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La bancada de Nuevas Ideas celebra el nombramiento de Ernesto
Castro, amigo y socio del presidente Nayib Bukele, como nuevo
presidente de la junta directiva de la Asamblea Legislativa en la sesión
del 1 de mayo del 2021. Foto de El Faro: Carlos Barrera

En realidad, El Salvador ya había tenido un joven presidente: el general y


caudillo Tomás Regalado tenía 37 años cuando asumió la presidencia en
1898, inaugurando el siglo XX político. Regalado participó en un golpe de
Estado y reorganizó los bloques de poder. Se legitimó un año después
del golpe, en elecciones sin competencia en 1899, pero no se reeligió
pese a su popularidad: la reelección ya estaba prohibida en 1886 y
Regalado la respetó.

El diputado Pastore omitió esa parte de la historia. “Ningún partido


político ha escogido para candidato presidencial, a una persona, a un
hombre que tenga treinta años”, dijo Pastore. “Hemos analizado muchas
administraciones en Latinoamérica, en Europa y hasta en Estados
Unidos, hemos buscado candidatos presidenciales que tengan 30 años;
nos acercamos más a Kennedy, que tenía cuando tiró su candidatura 40,
o 45 años”, dijo Pastore. Kennedy tenía 43 cuando asumió y Pastore
quería que el mínimo fuera 35 años. Pastore había hecho el mismo punto
en una discusión de un artículo anterior, respecto al requisito de edad
para ser diputado: 25 años. González Camacho le había replicado que
era absurdo: que Napoleón fue emperador de Francia a los 30 años y que
a la edad de Pastore, 54 años, ya estaba muerto, lo cual hizo a Pastore
objeto de burlas tras una sonora carcajada del pleno.

El ejemplo puede parecer risible, pero ilustra lo minucioso de los debates


al texto. Hubo temas más álgidos, como el límite a la propiedad privada
rural. La postura enfrentaba a la derecha y a la oposición más liberal.
Tres años antes de la formación de la Asamblea Constituyente, el Estado
había implementado una política para tratar de aliviar la profunda
desigualdad que estaba a la base del conflicto armado: la posesión de la
tierra. Había en el país 238 propiedades de más de 500 hectáreas. El
Estado expropió 25 % de los latifundios agrícolas y la vendió a
cooperativas de campesinos, a precios cómodos. Esa política, la Reforma
Agraria, suponía tener más fases. Según el mayor d’Aubuisson, continuar
su implementación iba “a acabar con la producción, con la economía del
país y entonces sí perderemos la guerra y caeremos en ·manos del
comunismo”. Mientras que para el PDC, el propósito era "sacar al
campesino de la marginación económica y cultural en que se le ha
mantenido”. El debate sobre los artículos 104 y 105 estancó las
discusiones entre septiembre y noviembre, y tuvo que posponerse para
avanzar en otros aspectos. Finalmente, se acordó un texto y un límite:
ninguna persona o empresa puede tener una tierra rústica mayor de 245
hectáreas.

Pero los límites al periodo presidencial de cinco años y la prohibición de


la reelección nunca estuvieron en duda. Es más, para los diputados
constituyentes ni siquiera ameritó discusión la pérdida de los derechos
ciudadanos a cualquiera que proponga la reelección presidencial.

“Es bien evidente que la Constitución se defiende a sí misma”

Hay tradiciones en el constitucionalismo tan obvias que los Estados dan


por hecho y llegan al punto de no incluirlas en sus textos legales. La
Constitución de Estados Unidos, por ejemplo, no reconoce el derecho a la
vida. “Es tan obvio que el Estado lo tiene que respetar que ni siquiera lo
pone”, explica Rodolfo González, exmagistrado constitucionalista y
presidente del Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional,
sección El Salvador (IIDC). González argumenta que prohibir la
reelección presidencial es una de esas tradiciones en el
constitucionalismo salvadoreño. “Eso tiene un gran peso a la hora de
interpretar. No se puede cambiar en una sentencia, sino en una
Asamblea Constituyente”, dice sobre la resolución de la Sala impuesta
por el Bukelismo que abrió la puerta a la reelección.

El IIDC hizo un estudio sobre el asunto basándose en la Constitución de


1841, segunda en la historia salvadoreña, pero primera como Estado
independiente. Esa Constitución limitaba el periodo presidencial a dos
años y especificaba que el mandatario “no podrá ser reelecto hasta que
pase igual periodo”. El mismo artículo se repitió en la Constitución de
1871, casi idéntico. Un año después se modificó el periodo presidencial
de dos a cuatro años, pero siempre sin posibilidad de reengancharse.

En 1886 se incorporaron tres prohibiciones adicionales. El presidente


saliente no podía tampoco ser electo vicepresidente, se añadió el
candado constitucional a las reformas relativas a la reelección y se
añadió un castigo a quien promoviera la idea: la pérdida de derechos de
ciudadano.

La idea de la reelección presidencial devuelve a El Salvador al siglo 19.


Recién independizado el país, cuatro mandatarios sucumbieron a la
tentación de perpetrarse en el poder. Doroteo Vasconcelos se reeligió en
1859, utilizando una enmienda constitucional. Luego, Francisco Dueñas,
Santiago González y Rafael Zaldívar también se reeligieron en un
convulso periodo entre 1864 y 1883. González y Zaldívar escribieron dos
constituciones cada uno, en el afán de reelegirse. Curiosamente, Bukele,
que ya evidenció la misma intención, también comisionó a su
vicepresidente Félix Ulloa la escritura de una nueva constitución.
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Presidente de la Asamblea Legislativa, Ernesto Castro, juramenta a
Óscar López Jerez (derecha) como presidente de la CSJ el 1 de mayo de
2021. López Jerez preside la Sala de lo Constitucional que avaló la
reelección presidencial. Foto: Cortesía/Asamblea Legislativa

El siglo 20 político trajo más regularidad en la alternancia con una


excepción: el general Maximiliano Hernández Martínez, genocida de la
población indígena. Hernández Martínez es, de hecho, el último
presidente en la historia salvadoreña en reelegirse. O sea, el último
presidente salvadoreño que se reeligió fue un dictador. Pero incluso para
el dictador la reelección fue un problema social. Su intención de
postularse nuevamente a una reelección fue uno de los factores que
contribuyó a su caída, tras un alzamiento social, en 1944. En la
Constitución de Hernández Martínez, de 1939, también se prohibió la
reelección, salvo la excepción que el dictador se concedió a sí mismo.
Esa Constitución incorporó una nueva prohibición: los parientes del
presidente (incluidos hermanos, primos, hijos o parientes de su cónyuge)
tampoco podían aspirar al cargo.

Rodolfo González explica que “las experiencias positivas y negativas que


vive cada sociedad van reflejándolas en sus nuevas constituciones”.
Cuando El Salvador prohibió en su constitución que los parientes del
presidente participaran en elecciones, venía saliendo de dos décadas
(1913-1931) en las que el poder rotó entre las familias Meléndez-
Quiñones- Romero. Algo similar ocurre con la reelección presidencial.
“Son dos siglos que en Latinoamérica, Centroamérica y El Salvador
hemos vivido embates de un caudillismo, de un personalismo en el
ejercicio del poder y se refleja en estas disposiciones”, recuerda
González.

En la Constitución de 1950, la prohibición se mantuvo suprimiendo o


incorporando algunas de estas variantes. 1962 confirmó el peso de la
historia antirreelecionista. El líder del golpe de Estado de enero de 1961
favoreció la convocatoria a una Constituyente para superar la prohibición
a la presidencia que le planteaba la constitución de 1950, pues él había
ocupado el Ejecutivo a raíz del golpe. Aunque en el país no hubiera
elecciones libres y se viviera una sangrienta represión, al menos en el
papel se manifestaba la vocación por la alternabilidad.

La Constitución del 83, la actual, es un producto de todos esos


elementos. “Los artículos que se refieren al periodo presidencial no
pueden ser reformados, si el fulano que está en el cargo quiere
reelegirse, la Asamblea lo puede desconocer, el pueblo puede lanzarse a
las calles ejerciendo el derecho de insurrección si quiere haber
perpetuación, los ciudadanos que promuevan la continuidad del
presidente pierden sus derechos políticos”, resume González. “Es bien
evidente que la Constitución se defiende a sí misma”, concluye.

“Sin democracia seguiremos en un Estado con tiranuelos”

Tener una Asamblea bien pagada y que usa una gran cantidad de
recursos públicos para su funcionamiento bien podría ser una tradición
salvadoreña. Las críticas en ese sentido llevan iguales unos 40 años.

“La Constitución que nos darán nuestros patriotas padres de la patria


será de oro", criticaba un artículo de La Prensa Gráfica, en crítica directa
a los sueldos de los diputados constituyentes. El mayor Roberto
d’Aubuisson, según ese artículo, ganaba 10 000 colones mensuales, los
otros ocho diputados que conformaban la directiva ganaban 8000 colones
mensuales cada uno, y el resto de los 51 diputados recibían 5000 colones
al mes. En 1983, el salario mínimo rondaba entre 200 y 300 colones al
mes.

La crítica de LPG, reseñada en la edición 126 de la revista Proceso del 9


de octubre de 1983, además, señalaba que los “millones en salarios no
reflejan en su totalidad el costo de la Asamblea, ya que no se toma en
cuenta todo el resto de personal que labora para atender a los diputados,
el consumo de gasolina de los directivos, depreciación de vehículos,
mobiliario, papelería, etc., además del consumo de café y ‘otras 'bebidas'
para los recesos prolongados".

Pero hasta para esa Asamblea Constituyente, al menos discursivamente,


la democracia era innegociable.

“La Comisión concibe a El Salvador como una República democrática y


se ha esforzado en preparar un proyecto de ley fundamental en que, en
virtud del equilibrio en el ejercicio del poder, el sistema democrático sea
vivencia genuina y no una simple declaración semántica”, dice el informe
de la Comisión Redactora de la Constitución.

En ese entonces, la reelección se asociaba como enemiga de la


democracia y cercana al comunismo, el enemigo político de los 80
encarnado en la guerrilla, pero también azuzado desde afuera, con el
cercano espejo de Nicaragua, la perpetuación del partido en el poder en
Cuba y en plena Guerra Fría entre Washington D.C. y Moscú. Décadas
más tarde, a mediados de 2000, la derecha usó electoralmente la idea de
que el FMLN llegaría al poder para mantenerse y no aceptaría la
alternabilidad. Irónicamente, un gobierno que se presume como “pos
ideología” pero que ejerce como neoliberal es el que ha preparado el
escenario para romper la alternabilidad.

Los diputados constituyentes incluyeron la consideración extrema del


derecho y el deber de la insurrección. “No se trata de cualquier alteración,
sino que está circunscrita a la transgresión a la forma de Gobierno, esto
es, a la forma republicana, al sistema político pluralista democrático y
representativo y a las graves violaciones a los derechos consagrados en
la Constitución, vale decir, las garantías y derechos fundamentales, sin
cuyo respeto, la vida de los ciudadanos se vuelve insoportable”, leyó el
diputado González Camacho del informe.

Luis Nelson Segovia, uno de los dos diputados de Acción Democrática,


recordó, en la sesión del 28 de septiembre del 83, que ese extremo de
“legalizar la insurrección” surgió como respuesta a las dictaduras. “El
derecho a la insurrección hace mención del famoso derecho de la
resistencia a la opresión, que se manifiesta como uno de los principios
fundamentales de la Revolución Francesa”, dijo Segovia.

Pero aún en esos casos extremos, los constituyentes privilegiaban una


idea de separación de poderes. La idea de que “El Estado no será jamás
el patrimonio de ninguna familia ni persona”, apertura de la primera
Constitución salvadoreña (1824), persiste. El informe de la Comisión
Redactora lo dejó de esta manera: “Aún en estas circunstancias
excepcionales, se debe mantener la independencia de los distintos
Órganos, en cuanto a sus atribuciones y competencias, en la formulación
de la voluntad política. Ni una sola persona, ni una Junta, ni un Consejo,
podrán tener simultáneamente, las facultades que en la Constitución se
confiere al Órgano Legislativo, Ejecutivo o Judicial”.
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Junta directiva de Sesión de la Asamblea Constituyente, que aprobó la
Constitución en sesiones entre el 22 de julio y el 20 de diciembre de
1983. Foto de El Faro: Archivo.

La idea de imponer límites al poder estaba diseminada en toda la


discusión. Carlos Crespín, vocero del partido Paisa dijo, en la sesión del
22 de septiembre de 1983, que era necesario limitar al presidente no solo
legalmente, sino también moral y éticamente. “Si un gobernante que
hiciera gala del nepotismo, que nos da un pariente en Migración, otro en
ANTEL, otro en la Alcaldía, otro en la Gobernación, eso no es
inconstitucional, pero es inmoral”, ejemplificó Crespín. En el año del
Bicentenario, el presidente Bukele tiene a sus tres hermanos como
principales asesores, a otro hermano en el INDES, y a otro pariente como
secretario de Comercio. En su gobierno, el nepotismo es tan común que
el hijo de la ministra de Educación es el ministro de Gobernación. El
premonitorio diputado Crespín añadió: “Los pueblos no siempre saben
distinguir, para que los gobiernen, a sus líderes positivos de sus líderes
negativos. Creo también que es lógico lo que yo digo, que debemos de
limitar (la soberanía) a lo honesto, justo y conveniente que en lo absoluto
no nos conduzca a ningún estatismo o a cualquier otra clase de
dictadura”.

La lucha por la democracia reflejaba el espíritu de los tiempos. No


solamente en las participaciones de los diputados o en la concurrencia
electoral, sino de algunos representantes de grupos de sociedad civil que
fueron invitados a dar su opinión. El 27 de julio de 1983, Felipe Rovira
Mixco, acudió a la Asamblea como representante de la Cooperativa
Industrial Electrónica Nacional. “Los cambios que se aconsejan son
nacidos de la esperanza de que no estemos nuevamente creando un
caciquismo presidencialista”, dijo Rovira. “La alternabilidad (...) sin poder
ser reelecto el Presidente y Vice-Presidente, busca una democracia
representativa y participativa (...) el costo de la democracia es la garantía
de la libertad, de lo contrario seguiremos con un estado con tiranuelos
que son marionetas de grupos o castas privilegiadas que nos han
subyugado desde la Independencia de España”, agregó Rovirá y remató:
“logremos hoy nuestra verdadera Independencia”. 200 años después, esa
pujanza entre democracia y autoritarismo no ha desaparecido en El
Salvador.

La jueza Aifán describe la “criminalización y vigilancia” a las que está


sometida
Erika Lorena Aifán Dávila, como jueza de Mayor Riesgo “D” desde 2016,
es una de las juezas más relevantes de Guatemala, pero está bajo asedio
desde hace tres años, debido a los casos de corrupción que lleva. Aifán
ha denunciado espionaje y boicot en su juzgado desde otras instancias
del Organismo Judicial. La presión en su contra se intensificó cuando
tuvo a su cargo varios casos que investigaba la Comisión Internacional
Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). Cuando se le pregunta si
actualmente confía en su equipo, su respuesta es contundente: “No”.

Julie López y José Luis Sanz / Ciudad de Guatemala


Lunes, 22 de noviembre de 2021
1267

En teoría, el Organismo Judicial (OJ) concentra recursos en los juzgados


de Mayor Riesgo para procesar casos de alto impacto. En la práctica, los
jueces que los dirigen son hostigados. Sólo entre 2015 y 2018, estos
jueces sumaron 57 denuncias administrativas, 33 denuncias penales, y
22 solicitudes de antejuicio (la jueza Erika Aifán concentra el mayor
número), según un informe de Impunity Watch. En junio pasado, cuatro
de estos jueces (Aifán, Pablo Xitumul, Miguel Ángel Gálvez, y Yassmin
Barrios) dijeron que muchas de las denuncias no tienen fundamento y
pidieron al Ministerio Público (MP) que las revise y desestime. Estos
procesos consumen horas de la agenda ya recargada de los jueces y las
juezas, y les exponen a amenazas inverosímiles. Además los obligan a
emplear más recursos de los que disponen para defenderse.

El informe de Impunity Watch, de febrero de 2019, revela que “los jueces


de Mayor Riesgo tienen el mismo salario y beneficios laborales de los
jueces ordinarios”. Sin embargo, trabajan bajo mayor presión y riesgos a
su seguridad y la de sus familias, y son blanco de un alto escrutinio
público que suele acabar en criminalización.

En esta entrevista, ocurrida el 5 de octubre pasado, y en la que Aifán se


despojó de su habitual discreción y conversó durante casi dos horas, ella
calificó a todo este proceso como “una criminalización bajo aparente
legalidad”.

Para comprender el delicado momento en que están los jueces como


Aifán es necesario traer a cuenta varios sucesos que han marcado el
deterioro de la justicia en Guatemala.
Erika Aifán durante entrevista ofrecida a El Faro, en su despacho, en el
Palacio de Justicia de la Ciudad de Guatemala. Foto de El Faro: Víctor
Peña.

Erika Aifán durante entrevista ofrecida a El Faro, en su despacho, en el


Palacio de Justicia de la Ciudad de Guatemala. Foto de El Faro: Víctor
Peña.
Las denuncias contra Aifán comenzaron en junio de 2018. Su juzgado
llevaba complejos procesos que iniciaron la Comisión Internacional
Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) y la Fiscalía Especial Contra
la Impunidad (FECI), cuando ya estaban bajo acoso.

Uno de esos casos es Comisiones Paralelas 2020: en abril de 2018, Aifán


ligó a proceso al abogado Roberto López Villatoro, y a dos personas más,
después de que la CICIG demostró que el abogado intentó influir en el
nombramiento de “las más altas autoridades del poder judicial en el país”
por medio de una estructura paralela a las Comisiones de Postulación (de
jueces y magistrados). Eran candidatos para integrar la Corte Suprema
de Justicia (CSJ) y las Cortes de Apelaciones.

Para mayo de 2018, en otro caso de la CICIG, Construcción y


Corrupción, Aifán había condenado a nueve prominentes empresarios
que sobornaron a un exfuncionario de la administración anterior. La
sentencia incluía una disculpa pública y un resarcimiento del daño por
medio de la construcción de obras públicas, por Q35 millones (US$4.6
millones), que incluyeran en un lugar visible este anuncio: que la
construcción de la obra era parte del cumplimiento de la condena en el
caso Construcción y Corrupción. Ese mismo mes, Consuelo Porras
asumió la fiscalía general.

El 31 de agosto de 2018, el entonces presidente Jimmy Morales anunció


que no solicitaría la extensión del mandato de la CICIG (vigente por un
año más). Ese mismo día, tres meses después de que comenzaron las
denuncias en su contra, Aifán reveló que dos vehículos no identificados la
siguieron desde la Torre de Tribunales hasta su casa. No obstante, en
diciembre, Aifán envió a los procesados a juicio en el caso Comisiones
Paralelas. En enero de 2019, cuando el jefe de la Comisión, Iván
Velásquez, y varios investigadores extranjeros volvían a Guatemala
después de un viaje corto, el Gobierno prohibió su ingreso al país.

La presión contra Aifán siguió escalando. Provenía del MP, en forma de


denuncias de fiscales cuestionando sus actuaciones como jueza, y de
algunos procesados. También salía de su propia oficina, en filtraciones de
documentos en procesos con un denominador común: Gustavo Alejos,
exsecretario Privado de la Presidencia (2008-2012). La FECI también
señaló a Alejos de intentar influir en la composición de las cortes. El
exfuncionario, que es procesado en otros cinco casos de corrupción, es
una de las fuentes detrás de las denuncias contra Aifán.

En junio de 2021, la FECI pidió el retiro de la inmunidad a diez


magistrados de la CSJ, el Tribunal Supremo Electoral y la Corte de
Constitucionalidad (CC), en el caso Comisiones Paralelas. Un mes
después, la fiscal general despidió al jefe de la FECI, Juan Francisco
Sandoval, quien también tenía una docena de denuncias en su contra en
el MP. En agosto, la CSJ rechazó el pedido de la FECI, y los magistrados
mantuvieron su inmunidad. En septiembre, el MP pedía la captura de
Sandoval (aunque estaba fuera del país desde julio).

Para entonces, los jueces de Mayor Riesgo estaban en una isla rodeada
de operadores de justicia cuestionados. Unos meses antes, cuando
acudieron a la sede central del MP para pedir que cesara la persecución
en su contra, la respuesta de la fiscalía general fue el silencio absoluto.

Aifán navega en este contexto con un equipo de trabajo del cual


desconfía, salvo por su secretaria. La han grabado sin autorización
discutiendo información confidencial, y han extraído piezas de
expedientes del juzgado. También le han ocultado certificaciones que
requieren sus resoluciones en un plazo definido, para que lo incumpla y
sea sancionada.

“Es evidente que hay una estrategia estructurada para afectar la


funcionalidad del juzgado”, dice la jueza. “Hay una estructura criminal en
todo esto, subyacente, por la forma en que se van moviendo, la comisión
de los hechos y la protección hacia los autores materiales”.
El tiempo que emplea en esquivar los ataques extiende algunas de sus
jornadas hasta la media noche, pero no prosperan las denuncias contra
los empleados que según ella boicotearon el juzgado. Al contrario, afirma
que el OJ los protege.

En septiembre pasado, la nueva CC (juramentada en abril) revocó un


amparo que frenaba un antejuicio contra Aifán. El proceso surgió por las
medidas que la jueza ordenó contra candidatos a magistrados, con base
en su vinculación con el caso Comisiones Paralelas, y Gustavo Alejos,
según la FECI. Sin embargo, la CSJ rechazó la petición de retirarle la
inmunidad este mes. Es la segunda vez este año en que la Corte decide
que Aifán retenga su inmunidad.

Actualmente, poco ilustra la situación de Aifán como las condiciones en


que se desplaza hacia el juzgado que dirige, desde una oficina en el otro
extremo del vestíbulo en el nivel 14 de la Torre de Tribunales. Apenas
son unos 50 metros, pero la rodean cuatro guardias de seguridad
vestidos de particular, que empuñan fusiles de asalto, y al menos una
guardia uniformada del OJ. Una vez entra al juzgado, el equipo de
seguridad permanece en la puerta, a un lado de la ventanilla de
recepción, en alerta.

Su oficina no mide más de tres metros cuadrados, con mesas y libreras


donde hay expedientes y documentos en cualquier espacio disponible. El
ruido del tráfico se cuela por la ventana, también el estruendo de los
aviones que despegan del aeropuerto La Aurora y sobrevuelan el edificio.
Aifán ha cerrado la puerta de su oficina. La precede la fama de ser
escueta para hablar, pero esta entrevista dura una hora y 47 minutos.
Este día, la jueza de Mayor Riesgo tiene mucho que decir.

Erika Aifán, durante la primera audiencia de un caso conocido como


“Comisiones Paralelas 2020: Control político y judicial en manos de un
preso”, el 18 de febrero. Ante ella se sienta Gustavo Alejos. Foto: Simone
Dalmasso / Plaza Pública.

Erika Aifán, durante la primera audiencia de un caso conocido como


“Comisiones Paralelas 2020: Control político y judicial en manos de un
preso”, el 18 de febrero. Ante ella se sienta Gustavo Alejos. Foto: Simone
Dalmasso / Plaza Pública.
—Usted ha dicho que su judicatura ha sido objeto de espionaje desde
hace dos años. ¿Cuál fue el detonante?

—En junio de 2018, tuvimos una solicitud de informe de amparo en el que


textualmente la persona copiaba parte de una resolución que no había
sido notificada. Entonces, con mi secretaria reforzamos la vigilancia para
evitar más filtraciones. Cuando son cosas muy confidenciales,
allanamientos, autorizaciones, órdenes de aprehensión, solo lo trabajo
con mi secretaria. Registramos cuántas órdenes de aprehensión no se
ejecutaban por operativo. Eran una o dos, un margen normal, cuando no
encontraban a las personas. De pronto hubo un expediente con el 25%
de ineficacia, una diferencia sustancial que comenzó con el cambio de
fiscal general. En el segundo operativo fue un 50%. El tercer y último
operativo, del 5 de agosto de 2019, fue 100%. No se capturó a nadie. Ese
fue otro punto de filtración, pero no de mi secretaria. Nos llamó la
atención que los dos primeros operativos fueron de la (auxiliar) fiscal,
Cinthia Monterroso (de la FECI). Ella nos culpó. Dijo que seguramente en
el juzgado se había filtrado la información.

Un reporte de prensa divulgó que la lista de personas a capturar circuló


en redes sociales un día antes del tercer operativo. Entre ellas estaba
Gustavo Alejos. Aifán dice que la fiscal general inició una investigación de
oficio por “fuga de información”. La jueza también pidió investigar a
Monterroso por la filtración en varios casos. Aifán confiaba en su
secretaria. Habían manejado casos más delicados con cero filtraciones.
Entonces, para ubicar la fuga, comenzaron a observar patrones de
comportamiento en el resto del personal.

—Con la puerta abierta (de la oficina), escucho que una de las oficiales le
grita al notificador, “¡Pedro Luis! ¡Te llaman! Es el licenciado fulano de tal.
Te está devolviendo la llamada”. Él sale corriendo a contestar el teléfono,
y la oficial le dice, “dice que tú lo llamaste, o le pusiste un mensaje, algo
así”—relata Aifán.

Se trataba del notificador Pedro Luis Hernández Debroy. Después de


preguntarle al respecto, el notificador le dijo que le había dado su número
de celular al abogado defensor y se escribían por WhatsApp. Aifán le
explicó que toda comunicación debía ser por la vía oficial, con la línea fija
del juzgado, para dejar un registro en el caso de que fuera necesario
comprobar cuándo se hizo una llamada. El notificador insistió en que no
había hecho nada malo, y le mostró a Aifán los mensajes de texto en su
celular. La jueza observó que el notificador informaba de antemano al
abogado respecto a la programación de las audiencias, por ejemplo.
También informaba resoluciones selectivamente a una de las partes, en
otros casos, antes de notificar oficialmente a todas.

—Ahí vimos el match con el problema del amparo—dice Aifán. —Ese fue
el detonante: ponerlos a ellos en evidencia y en conocimiento de que yo
ya sabía que estaban actuando mal.

—¿Qué casos involucra esto? —se le preguntó

—Mesoamérica, un caso de migrantes que una estructura transnacional


trae desde Nepal, Bangladesh, (y Eritrea). Pasan por toda Sudamérica,
Centroamérica, Guatemala, México, hasta Estados Unidos. Se han hecho
dos operativos de captura. Lo curioso es que, en este caso, (el
notificador) tenía las comunicaciones con la fiscal (contra la Trata de
Personas, a cargo del caso). El otro caso fue Caja de Pandora, una
posible defraudación a la Municipalidad de Guatemala. El otro caso es el
359, que los netcenteros llaman la multicausa, porque abarca los casos
Construcción y Corrupción 1 y 2; Red, Lavado y Política; Casa Antigua
(que es el de los Q122 millones), Odebrecht, Financiamiento Electoral
Ilícito, y Comisiones Paralelas.

—¿Hubo filtraciones en estos últimos casos?

—Estas filtraciones con Pedro Luis (el notificador) se dieron en 2018,


2019, y no abarcan las últimas fases (del 359), porque estábamos todavía
en Construcción 1 y 2. Pusimos controles. Para evitar (que filtrara) una
resolución anticipadamente, vigilamos que se le entregara hoy y hoy se
notificara. No le dábamos tiempo para filtrar. Esto comenzó a generar
algún malestar (se quejó de que alguien revisaba su archivo, por
ejemplo). Entonces, le dije: “levantemos acta y vemos qué tiene, qué le
revisaron, y qué le sacaron del archivo”. Por supuesto, no había nada
forzado (en el archivo)—dijo Aifán.

El notificador esparció el contenido de sus archivos, carpetas y


documentos sobre el escritorio. Le entregó uno por uno a la jueza y ella
identificaba el documento en voz alta. Era el 3 de octubre de 2019.

—Como estaba un poco alterado, no se dio cuenta de algo —relata la


jueza—. Me entrega un documento, y cuando lo veo, era una fotocopia de
una denuncia en mi contra. Como recibo cantidad de denuncias en mi
contra, ni pasó por mi mente que era una denuncia nueva. Y él, como
estaba molesto, sólo me pasó el siguiente documento.

Aifán se ríe porque lo que siguió era de película.

—Mi reacción fue, “Ay, esto es mío. ¿Qué hace esto aquí?”. Lo quité y en
automático le recibí el siguiente documento, y él me lo dio en automático.
Pero en eso, él reaccionó, así como… “Hiiiij”— Aifán hace las veces de
quien contiene la respiración por un susto. — “¡Es la denunciaaaa!”—la
jueza imita la reacción en cámara lenta del notificador. Ríe brevemente,
pero recobra la seriedad de súbito y continúa —. Fue una fracción de
segundo, y no sé cómo pasó, porque después que dije “Esto es mío,
¿qué hace aquí?”, lo puse a un lado. Pasó mi secretaria y le dije
“guárdeme esto”. Y ella lo tomó y se fue. En esa fracción de segundo, él
reaccionó, y se me fue encima. Giró la silla, y se paró, y empezó a
decirme, “¡Devuélvamelo! ¡Eso es mío!” y empecé a retroceder, hasta que
topé la espalda con un archivo, y grité “¡Llamen a seguridad!”. El
documento que (yo) tenía era el siguiente; entonces lo agarré así
(levantándolo, para que él lo viera), y le dije “¡Cálmese! ¡Cálmese!”.

El notificador siguió exaltado, dice Aifán, hasta que vio llegar a la


seguridad. Entonces, se contuvo y se sentó. En los siguientes meses, la
jueza comprobó que el notificador y la oficial Tatiana Guzmán Figueroa
habían sustraído del juzgado información de varios expedientes.

Así, mientras Aifán llevaba algunos de los casos más importantes del
país, también debió convertirse en detective en su propio despacho,
solicitando la revisión de computadoras, teléfonos celulares y archivos.
Sólo así comprobó que la grababan, sacaban expedientes —en físico y
electrónico —de la oficina, y ocultaban notificaciones de diligencias que
ella debía resolver. El jefe de seguridad del OJ le dijo que ella exageraba
cuando escuchó sus sospechas. “Pienso que usted está muy estresada y
está viendo cosas que no son”, le comentó una vez, según Aifán, antes
de comprobar que ella tenía razón.

Erika Aifán durante entrevista ofrecida a El Faro, en su despacho, en el


Palacio de Justicia de la Ciudad de Guatemala. Foto de El Faro: Víctor
Peña.

Erika Aifán durante entrevista ofrecida a El Faro, en su despacho, en el


Palacio de Justicia de la Ciudad de Guatemala. Foto de El Faro: Víctor
Peña.
El día cuando descubrió que la oficial Guzmán la grababa, el 4 de octubre
de 2019, esperó tres horas para que llegara el fiscal. Cuando telefoneó al
MP por la demora, el interlocutor le recomendó denunciar el hecho en la
Oficina de Atención Permanente y agregó que el fiscal posiblemente
llegaría en ocho días.

Comprobar que había filtración de información sólo aumentó la tensión en


el juzgado, según Aifán. En el celular de la oficial hallaron siete
grabaciones de voz de la jueza, de otras personas en el juzgado, e
información del caso Mesoamérica (uno de los archivos de voz duraba
152 minutos). Además, una guardia del OJ tuvo que forcejear con
Guzmán después de encontrar en su cartera documentos de un
expediente. Al verlos, la oficial trató de arrebatárselos a la guardia.

Por las grabaciones y los documentos hallados, Guzmán fue detenida.


Pero al día siguiente, un juez de paz dictó falta de mérito. El OJ también
le impidió a Aifán convertirse en parte acusadora y, como corolario, el
juzgado de turno “certificó lo conducente”: dio trámite a una denuncia de
la oficial y el notificador contra Aifán, por supuestas violaciones o abuso
laboral. La oficial fue trasladada a otro juzgado, en Villa Nueva.

Aifán asegura que había desaparecido la pieza 39 del caso Fénix, que
lleva la FECI (52 acusados en el lavado de Q350 millones del Instituto
Guatemalteco de Seguridad Social, que una sala de apelaciones anuló
este año). La jueza agrega que también se perdieron algunas
certificaciones de sala, al menos diez apelaciones, 508 folios de una
pieza que se envió a una sala, y un CD. La mayoría de los documentos
perdidos eran del caso Fénix y Aifán los vincula con la oficial.

—¿Qué impacto tuvo en los casos la sustracción de documentos?

—Se detuvo casi un mes el proceso en audiencia de primera declaración


en el caso Fénix. Como se detectó la pérdida de las actuaciones, había
que reponerlas. Pero no sabíamos exactamente cuánto se había perdido.
Detectarlo nos llevó bastante tiempo.

—¿Cómo afectan a los procesados?

—Les perjudican (los retrasos). Afecta el funcionamiento del juzgado. Las


personas privadas de libertad y en primera declaración me presentaron
denuncias, quejas, exhibiciones personales, amparos. El trabajo se
incrementó. El lunes 7 de octubre de 2019, el lunes después de los
incidentes con el notificador y la oficial, nadie llegó a trabajar, salvo mi
secretaria. Han encubierto al personal corrupto.

—¿Han? ¿Quiénes?

—Las autoridades del Organismo Judicial. Algunas entidades. El lunes


que no llegan a trabajar, vino toda la prensa. La Supervisión de
Tribunales vino a documentar, pero nadie nos dijo qué había pasado,
(aunque ese día los ausentes) se reunieron con la gerencia de recursos
humanos y de desarrollo integral. Todos fueron a pedir su traslado.
Fueron a VEA Canal, donde salen diciendo que les gritaba, que los
trataba mal, situaciones que no eran ciertas; que las grabaciones eran
supuestamente de mis gritos, y de todo lo que les hacía. Se presentaron
(a trabajar) el martes como si nada. El Organismo Judicial autorizó las
ausencias y no nos notificó.

El 8 de octubre suspendieron dos audiencias del caso Fénix porque la


oficial encargada (Guzmán) se ausentó. Una audiencia era para tratar la
modificación de medidas cautelares de dos detenidos; y otra, para
escuchar a cuatro procesados. El notificador regresó hasta el 16 de
octubre, y la oficial, uno o dos días después, según Aifán.

Un día antes, cuando nadie llegó a trabajar, excepto su secretaria, todos


los archivos estaban cerrados con llave, pero no había llaves disponibles.
Aifán llamó a Supervisión de Tribunales, que llamó a un cerrajero.
Fotografiaron el contenido y los archivos, antes y después de abrirlos,
para evitar que dijeran que ella había tomado documentos que el
personal ya había sustraído.

Durante ese proceso, ingresó una solicitud de informe de la Sala,


preguntando por qué Aifán no había cumplido con una resolución en el
plazo indicado. La resolución había sido enviada en una certificación que
recibió la comisaria Loida Vitalina Lux Santizo en el juzgado, según lo
comprobó Aifán en el libro de ingreso de documentos, pero nunca se la
entregaron. Lux le dijo que la entregó a la oficial Guzmán, que no firmó de
recibido. La jueza dice que sólo ellas saben qué sucedió.

Una de las partes insistía en que la Sala ordenó al juzgado dejar en


libertad a los procesados, y que Aifán debía ordenar esas libertades. Pero
cuando Aifán solicitó las certificaciones de nuevo, se percató de que la
Sala había ordenado otra cosa. La sospecha es que la intención era
causar problemas a la jueza, si ordenaba las libertades y se comprobaba
que la instrucción era distinta.

La jueza Erika Aifán, encargada del caso Financiamiento Ilícito, escucha


la primera declaración de Andrés Botrán, el día 25 de abril 2018. Foto de
El Faro: Archivo.

La jueza Erika Aifán, encargada del caso Financiamiento Ilícito, escucha


la primera declaración de Andrés Botrán, el día 25 de abril 2018. Foto de
El Faro: Archivo.
—¿Hubo filtraciones después de 2019?

—Sí.

—¿Aún con cambio de personal?


Aún con cambio de personal. Ellos no cambiaron a todo el personal (al
mismo tiempo). Le notificaban su traslado, pero a nosotros nos
mandaban la notificación hasta que cambiaban a la persona. Entonces,
esta persona seguramente se quedaba articulando cosas y cooptando a
la gente.

—¿Actualmente confía en su equipo?

—No… No.

—Estamos hablando de amenazas externas e internas.

—Hemos logrado ordenar bastante (el juzgado) porque, me cambian a


Pedro Luis (el notificador), pero me mandan a una notificadora que no
venía a trabajar durante meses. Y se imagina, si en un proceso tengo a
cien personas a quienes notificar, ¿cuántas notificaciones hago al año?
Ella hizo un 10% de las notificaciones. Teníamos un promedio de 4,000 o
5,000 notificaciones retrasadas.

—¿Si eso le creaba problemas a usted en este juzgado, podría ser eso
parte del objetivo?

—Sí, porque ella no notificaba en todo el mes. Tenemos un aproximado


de 1,000 a 1,800 notificaciones al mes. Cuando (la notificadora) no venía,
se generaba un embudo. Tenía gente con doble trabajo. Estábamos en
pandemia, etcétera. Fue muy complicado. Además, la oficial que
denuncié (Guzmán) acumuló varios escritos desde febrero (que no
entregó). El tema en común en todos era el señor Gustavo Alejos. Todas
las peticiones de él no las recibí.

—¿Sabe si esta situación ha sucedido en otro juzgado, con los otros


jueces de Mayor Riesgo?

—No me lo han comentado.

—Uno podría imaginar que estas filtraciones son por presunta corrupción
judicial, al servicio de los intereses de un afectado o afectada específica.
Pero, por el paso del tiempo, ¿puede ser que responda a una estructura y
a un interés político?

—El interés no puedo medirlo, pero sí responde a una estructura. Y les


voy a decir por qué. En 2018 empiezan a descubrirse estos problemas de
filtración, y la Sala me certifica por el caso Bitkov (familia rusa que obtuvo
documentos guatemaltecos vía una red de falsificación, y promotora de
uno de los antejuicios contra la jueza, para que perdiera su inmunidad).
Aparece también el abogado Rodrigo De la Peña (promotor de otro
antejuicio), que nunca se ha constituido en los procesos a mi cargo, pero
conoce cómo se desarrollan todos, porque comienza a presentarme
denuncias, exhibiciones personales, amparos, y toca, por ejemplo, casos
como el Bitkov y Construcción. Fue como la contratación de alguien para
hostigarme a través de diversas acciones. Él se detiene hasta que La
Hora saca un reportaje, y le pregunta, “¿y usted por qué está poniendo
tantas denuncias en contra de la jueza?” y responde que fue por hacer
justicia. Entonces, le preguntan si las ha presentado contra otros jueces y
él dice que no. Le preguntan por qué, y dice que porque no tiene tiempo
de poner denuncias a todos. Nunca justifica por qué me selecciona.
Después que lo publica La Hora, él desaparece. Simultáneamente, la
Corte nunca nos proveyó los insumos necesarios. Tuvimos mucho
problema para que asignara las salas de audiencia. Nos limitaba. Todo
iba concatenado. Al momento de presentar las denuncias contra la oficial,
ninguna prospera. Tatiana (Guzmán) sólo ha sido sancionada en un
proceso (de aproximadamente 14). Los demás no han concluido. Algunos
los impugné cuando dijeron que no debían ser investigados. Dicen que sí,
y la siguiente autoridad le da vuelta. Ahorita hay algunos procesos en que
ordenaron que se siguiera con el procedimiento y fuera audiencia
disciplinaria.

—¿Cuántas denuncias ha presentado contra su personal?

—Ya no tengo en mente cuántos son, pero el personal (del juzgado) en


total tenía más de 110 denuncias. En el caso de la notificadora (que se
ausentaba todo el mes), ella traía como 50 denuncias de su trabajo
anterior. De las que yo presenté, hay 14 que declararon con lugar por
falta gravísima y la sanción más alta es destitución. Tiene 14
destituciones. Tiene un montón de faltas graves y un montón de faltas
leves. La notificadora fue trasladada como tres días antes de que nos
notificaran, para que yo no la pueda destituir.

—¿Cuán coherente es la falta de apoyo a los juzgados de Mayor Riesgo


con la importancia que tienen en el Organismo Judicial? ¿Cuánto retrasa
su trabajo lidiar con todo esto?

—Me quita mucho tiempo. Algunos días he salido a las 12 de la noche,


revisando, haciendo actas, resoluciones, porque no puedo detener el
trabajo. Tengo personas privadas de libertad y hay que resolver la
situación jurídica. Hay que hacer audiencias. Y a veces implica que
también me quede sin almorzar, porque el supervisor sabe que ese es el
espacio que tengo libre y entonces en ese espacio vienen a entrevistarme
o a pedirme informes. Tengo una gran cantidad de denuncias y eso
también implica para mí tener que invertir recursos. Para una defensa
tuve que pagar Q700 de fotocopias. En abogado no gasto, porque me
apoyan un amigo y mi papá, básicamente mi papá. Pero si tuviera que
pagarlo, el salario no me alcanzaría. La sobrecarga de trabajo genera
estrés, que no haya filtraciones de información, estarse uno cuidando,
aparte de las vigilancias. Todo eso afecta la funcionalidad. Si yo debo
decidir una audiencia compleja, yo debería estar leyendo el expediente y
no evacuando audiencias de régimen disciplinario.

—La fiscal general Consuelo Porras tomó posesión del cargo en mayo de
2018, un mes antes que usted comenzara a acumular denuncias. ¿Cómo
ha sido su relación con el MP desde entonces?

—Tengo una relación eminentemente profesional con el Ministerio


Público. Sólo nos tratamos en audiencias, y a través de los escritos. Creo
—casi susurra—, espero no equivocarme, que el MP y los abogados
defensores quedan bastante convencidos de mis resoluciones. Tengo
una incidencia muy bajita de apelaciones. Y de las apelaciones, el índice
de revocatorias hasta ahorita ha sido bajo. Trato de explicar los motivos
legales y fácticos o de hechos en cada resolución, para que las partes
entiendan por qué, y vean que no hay ningún tipo de injerencia, ni
soborno, ni una amenaza, o interés en beneficiar o perjudicar. La relación
con el MP siguió normal.
—¿La fiscalía general ha tenido un papel en las denuncias presentadas
por o contra usted?

—Siempre ha costado que el Ministerio Público investigue. Hay cierta


renuencia cuando se trata de funcionarios o empleados públicos en
general. Lo digo porque (cuando estuve en un juzgado) en Jutiapa
también presenté denuncias contra oficiales.

—Entonces, ¿es desde siempre?

—Siempre han existido retrasos. Cada institución tiene una cantidad de


trabajo exorbitante, pero me preocupa que se trata de un juzgado de
Mayor Riesgo; tenemos los casos de más alto impacto. Es evidente que
hay una estrategia estructurada para afectar la funcionalidad del juzgado,
y el trabajo que desarrollo. La filtración de información debería estar entre
las investigaciones prioritarias. En 2019, la fiscal general dijo, “eso se
debería investigar porque no es posible que se haya filtrado toda la
información”. Estaba leyendo que hasta (el 4 de octubre de este año)
citaron a un periodista que publicó una noticia previa al respecto. Están
investigando esto dos años después. La creación de los Juzgados de
Mayor Riesgo era para concentrar los recursos y el apoyo a los juzgados,
pero hubo pérdida de expedientes y parece que a nadie le interesa. El
Ministerio Público no lo investiga. El Organismo Judicial, en el caso de
Tatiana (Guzmán), no ha emitido sanciones. Hay una estructura criminal
en todo esto, subyacente, por la forma en que se van moviendo, en la
comisión de los hechos y en la protección hacia los autores materiales.
Debe analizarse como una estructura, como un todo. Lamentablemente,
los eventos están dispersos. Nosotros ya le enviamos una petición a la
fiscal hace unos cinco a ocho meses, para que unifiquen las denuncias
dispersas en una fiscalía, y que ella decida en cual, pero no tenemos
respuesta.

—¿Qué repercusiones han tenido las solicitudes de antejuicio en su


contra?

—Me han generado muchos problemas, como el de la fiscal Cinthia


Monterroso (de la FECI). Ella presentó una denuncia porque yo
supuestamente la estaba obligado a cambiar unas sindicaciones, y el
tema no fue ese. Ella estaba peleándose con la representante de la
CICIG en una audiencia con aproximadamente 70 partes procesales.
Tenía la sala de audiencias full, con prensa y todo, y (ellas) tenían
discrepancias por las imputaciones. Las insté a que se coordinaran, pero
cuando ella me acusó, (las otras partes) me recusaron en todos los
demás procesos, diciendo que seguramente yo había hecho lo mismo
con todos los fiscales. Curiosamente, el proceso que (Monterroso) tenía a
su cargo, fue el único en el que (las otras partes) no me recusaron.

Aifán dice que tuvo muchos inconvenientes porque la Supervisión de


Tribunales incorporó pruebas de Monterroso, desapareció pruebas suyas
(de la jueza), y tipificó faltas gravísimas encaminadas a una destitución, la
sanción máxima.

La jueza recuerda que el día de la audiencia con Monterroso y la CICIG,


el 5 de agosto de 2019, también fue el día del tercer operativo fallido, con
cero capturas. La secretaria de la jueza estaba afuera en unos trámites, y
Aifán estaba sola, cuando llegó Gustavo Alejos. Según un reporte de
prensa, la FECI sospechó que hubo fuga de información, porque Alejos
llegó a Tribunales cuando debió ser uno de los capturados en ese
operativo. Alejos dijo que desconocía la orden de captura en su contra
aunque la lista con su nombre apareció en Twitter un día antes. “Uno de
mis oficiales aparentemente filtró información”, dice la jueza. “Era el único
que tenía el documento que apareció en las redes. Es un caso en
investigación”.

El 22 de julio de 2021, después de que la fiscal general hizo cambios en


la Fiscalía Contra la Corrupción, asignó varios casos a Monterroso,
incluyendo uno de Gustavo Alejos. Un día después de despedir a
Sandoval de la FECI, reubicó a Monterroso en la agencia ocho de esa
fiscalía.

—Hemos visto qué ha sucedido con otros operadores de justicia, por el


curso que han seguido las denuncias en su contra y que, en algunos
casos, han debido salir del país. ¿Esto es algo que usted ha
considerado?
—Espero no tener que verme en escenarios como estos o de una posible
detención en mi contra.

—¿Mejor no visualizarlo?

—Prefiero no. Con mis abogados estamos enfocados en demostrar que


las denuncias son infundadas, que no tienen medios de prueba, que son
nulas de pleno derecho. Tampoco se han observado los principios
procedimentales y de fondo en la integración del pleno de la corte que le
ha dado trámite a estas solicitudes, como en la denuncia del Instituto de
Magistrados de la Corte de Apelaciones del Organismo Judicial
(IMCAOJ).

El magistrado Wilber Castellanos, quien presidía el Instituto en 2020,


pidió retirar la inmunidad a Aifán por las diligencias que calificó como
“ilegales” contra los candidatos a magistrados de la Corte de
Apelaciones, quienes (a criterio de Castellanos) gozaban de inmunidad.
Sin embargo, entre los indicios que la FECI tenía de la supuesta
vinculación de los magistrados a Comisiones Paralelas 2020, figuraba
una reunión entre Castellanos y Gustavo Alejos, para supuestamente
negociar cómo se integrarían las nóminas de los candidatos a las Salas
de Apelaciones para el siguiente período. El 17 de noviembre pasado, la
CSJ rechazó el antejuicio que promovía Castellanos, el segundo que
rechaza este año contra la jueza, aunque Aifán tiene otras denuncias
pendientes.

—Lo han dicho mis abogados; esto es un círculo vicioso. —continúa


Aifán. —Son relevantes las denuncias infundadas que tiene abiertas la
fiscal general y que pedimos que se archiven. La ley da un plazo de 20
días para decidir. Hay peticiones de varios compañeros (otros jueces de
Mayor Riesgo) desde 2012. En mi caso, las más antiguas son de 2018.
Ya excedieron demasiado el plazo de 20 días. No estamos evadiendo
una responsabilidad, pero, si no tienen ningún fundamento, ¿por qué van
a estar abiertas tanto tiempo?

Entonces les decimos, — continúa Aifán—: “¿Usted cree que hay


fundamento? Pida el antejuicio. ¿Usted cree que no hay fundamento?
Archive, pero tome una decisión”. Si es antejuicio, iré a defenderme. Si es
archivo, la contraparte tendría que emprender otra acción. Mientras ellos
no tomen esa decisión, seguimos expuestos. Vemos [que] también
pueden estar manejando plazos, [y diciendo] “guardo esta denuncia
porque la voy a activar cuando convenga”.

—¿Según los casos que ustedes llevan?

—Cuando hemos estado con audiencias álgidas, se incrementa el


número de denuncias, de visitas de los supervisores, y en una
oportunidad hasta me sacó de la audiencia la supervisora. En una
llamada, le dijo a mi secretaria que si yo no contestaba el teléfono iba a
reportar que yo no estaba trabajando, porque a ella no le constaba que yo
estuviera acá (en la Torre de Tribunales). Por eso hablamos de una
criminalización bajo aparente legalidad, porque son procedimientos
establecidos en la ley, pero no tienen sustento. Y eso sí nos genera temor
que se vulneren nuestros derechos.

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