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y la Búsqueda de la Coherencia
Giampiero Arciero y Vittorio F. Guidano
Las ciencias cognitivas, a partir de la celebrada revolución de los años 70, se han
desarrollado a lo largo de una trayectoria epistemológica preferente que señala
como estrategia básica para la investigación la explicación de las emociones y del
actuar humanos según leyes causales predictivas. El “hombre racional”, que puede
inferir lógicamente la validez de sus acciones y emociones desde premisas “claras y
distintas”, fue tomado como un modelo de referencia para el estudio de la actividad
cognoscitiva humana. Como sabemos, esta perspectiva se ha traducido en el
ámbito de las ciencias cognitivas en una metáfora dominante; el hombre racional es
transformado a través de la tecnología del ordenador y la simulación de la
inteligencia artificial en un hombre computacional. Mientras se mantiene los
principios del racionalismo, el enfoque computacional considera la actividad de
cognoscitiva como el producto de un proceso de representación de un mundo
independiente de quien observa; la validez del proceso de representación al que
corresponde la verdad de la “realidad externa” observada se asegura: 1) por la
capacidad para explicar en términos causales la relación entre los hechos
observados; y 2) por la verificabilidad de la explicación independientemente tanto
del contexto como del observador. Según esta metodología, por tanto, la
explicación de un evento mental se dirige, por un lado a clarificar las causas que
han determinado la emergencia, y por otro a confirmarla a través de la
reproducibilidad de las condiciones que la han producido. Como consecuencia, un
acto mental puede ser reconocido como tal por la comunidad de observadores sólo
si responde a estos criterios. [1] La actitud epistemológica dominante en la
psicología cognitiva desde sus primeros días refleja estos presupuestos
metodológicos: por un lado, el observador racional y por el otro el evento mental
impersonal. Pero ¿es posible reemplazar el significado de la experiencia que cada
uno de nosotros tiene del propio vivir con la explicación impersonal de la
experiencia?
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normalmente como “constructivista”. El énfasis que este enfoque pone en la
actividad personal y social de construcción de significado y del sentido se refleja en
una epistemología y una ontología de los procesos cognitivos inconmensurables con
las teorías racionalistas. A lo largo de la primera parte de este artículo trazaremos
los contornos de esta perspectiva delineando un grupo de presupuestos básicos
fundamentados en la tradición de la epistemología evolutiva por un lado y en la
fenomenología hermenéutica por el otro. La segunda parte tratará el tema de los
procesos de regulación de la identidad personal en el curso del fluir de la vida,
mientras que en la parte final se delinearán brevemente los principios de la
psicoterapia y la psicopatología post-racionalista.
Por otro lado, si pensamos al individuo como una organización biológica única,
somos llevados a consideraciones complementarias a las precedentes. Desde este
punto de vista, nuestro acceso al mundo, nuestro ser-en-el-mundo, está vinculado
al andamiaje emocional y perceptivo-motor inseparable de nuestro cuerpo (Merlau-
Ponty, 1962; Maturana, 1986; Maturana y Varela, 1987). Nuestro mundo y
nuestro conocimiento serían, ciertamente, diferentes si, por ejemplo, nuestra
percepción de los colores estuviese regulada por cuatro colores primarios en vez de
tres, ¡como en las palomas! Por lo tanto, estar biológicamente corporeizado implica
otro aspecto ontológico básico: mas que ser impersonal, cada acto de conocimiento
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refleja el orden experiencial sobre el que se funda, puesto que es inseparable de la
unidad vital que lo produce (Guidano y Lioti, 1983; Guidano, 1987; Guidano,
1991).
Lenguaje y experiencia
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contribución de cada participante; desde este punto de vista, el lenguaje se genera
como un orden autónomo a un nivel distinto del que los individuos usan. En
cambio, si consideramos la unidad individual, llegamos a una consideración
diferente de la noción de subjetividad a la ofrecida por el racionalismo. De hecho, el
significado que damos a nuestra experiencia del vivir mas que ser generada en la
conciencia de un sujeto que en soledad reflexiona sobre sí mismo, viene desde
afuera: nos llega como sentido; toma forma a través de un “esfuerzo de
apropiación” (Ricoeur, 1983) de la propia experiencia mediado por la comunidad
sociocultural en la cual se es participe. La conciencia de sí mismo, por tanto, no es
dada; surge en el desarrollo y en la articulación, a través del uso del lenguaje, de la
experiencia de existir que es la condición ontológica irreducible de cada significado.
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¡La soledad del sujeto de Descartes y Leibniz parece por tanto como el resultado de
la apropiación de sí mismo a través de la participación en un sentido compartido!
Como ha resumido Madison (1995) “el sujeto reflexivo en busca de significado, de
auto-comprensión, es un sujeto lingüístico, un sujeto que es propenso a y que se
conoce a sí mismo por medio del lenguaje que habita.”
La Identidad Personal
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contingentes. Estas dos polaridades, cuya relación varía en el curso de vida
individual, reflejan dos formas diferentes de manifestarse del dominio emocional.
En el primer caso, los patrones de pre-comprensión emotivas recurrentes, en el
segundo los estados emotivos episódicos.
Muchos autores en el curso de los últimos veinte años subrayando los aspectos
recurrentes de unos y las características intercurrentes de los otros, han distinguido
la diferencia entre rasgos emotivos y estados emocionales. En particular, los
estudios basados en una perspectiva funcionalista de las emociones discretas
(Ekman 1984; Izard 1991; Malatesta 1990) han mostrado como los patrones de
predisposición emocional (rasgos) corresponden a una organización emocional
estable, recurrente y unitaria que asegura la continuidad del sentido de sí mismo
(person-bound) mientras que el evento emocional parece estar más relacionado a
acontecimientos contingentes (situationally-bound) y puede no ser integrado en un
sentido de continuidad personal.
¿Qué relación existe entre estas dos dimensiones del dominio emocional? Visto
desde la perspectiva de la continuidad personal, la recurrencia de los estados
emotivos en el tiempo se manifiesta en la superposición entre el sentido de
estabilidad y la experiencia inmediata. Un evento es integrado dentro de una
inmediatez perceptiva a través de la identificación de aquellas propiedades del
acontecer que se pueden referir al sentido de continuidad personal. Esto significa
que una misma predisposición emocional que se ha sedimentado en el curso del
desarrollo personal proporcionará las coordenadas para el continuo contacto con el
mundo. Así, por ejemplo, para los evitantes, la progresiva estabilización de un
sentido de rechazo o pérdida unido a una organización emocional personal centrada
en la ira y la tristeza no sólo implica una anticipación trans-situacional del
rechazo/pérdida, sino que también guía la experiencia inmediata en términos de
percepción y acción. Por tanto, cualquier evento es decodificado en la inmediatez
perceptiva a través de la identificación de aquellas propiedades del acontecer que
hacen referencia a la pérdida/rechazo; por el otro lado, “hay una marcada
tendencia a generar, en el ambiente sociocultural al que pertenece, las acciones
posibles que sólo pueden ser comprendidas en términos de pérdida y decepción”
(pag. 125, Guidano, 1987).
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apoyadas por varios estudios clásicos sobre la naturaleza organizacional del
dominio emocional en las áreas de la percepción y la conducta. Estos estudios
muestran cómo las inclinaciones emocionales, en sujetos particulares, determina
tanto la capacidad de lectura perceptiva de emociones específicas o la incapacidad
de comprensión de determinados tipos de expresiones emotivas en los otros
(Tomkins y McCarter 1964) así como la capacidad o incapacidad de producir
emociones específicas en la expresión de determinadas clases de emociones
(Malatesta, Fiore y Messina, 1987; Malatesta y Wilson, 1988; Malatesta 1990). La
Mismidad, por tanto, “condensa” una historia, que es la historia de sedimentación e
integración de la experiencia en un orden emocional recurrente. A la perseverancia
de la unidad organizativa del dominio emotivo se opone, cuando no reconducible a
la continuidad del propio sentir, el ser sí mismo en la inmediatez situacional; en la
continua contingencia e impredecibilidad de la Ipseidad consiste aquella efectividad
del vivir que hace decir a Gadamer (1960) “el sí mismo que somos no se posee a sí
mismo; se podría decir que sucede.” ¿Cómo se conjuga este elemento de dispersión
del sí mismo –ipseidad- con el elemento inmutable en vida la vida de cada uno de
nosotros –el sentido de continuidad- que el tiempo no altera? Estamos así
alcanzando los umbrales del segundo tema. Es en este punto que se pone en juego
la mediación simbólica y con ella la identidad entendida como unidad narrativa de
las experiencias en el curso de una vida; de hecho, es a través de la
reconfiguración de la experiencia en una historia que la continuidad puede ser
integrada con la multiplicidad del propio acontecer.
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patrones emocionales estabilizados que proporcionan al protagonista el sentido de
permanencia en el tiempo, y la variedad de situaciones emocionalmente
significativas que perturba aquel sentido de continuidad personal. Es ésta la
dialéctica interna del personaje de la que surge su identidad narrativa. La narración
de sí mismo despliega aquellos aspectos inmutables del carácter al punto de
integrar aquellas emociones perturbadoras en una unidad coherente y articula
aquella dialéctica interna en el lenguaje. En este acto el sí mismo se apropia de su
sentir y actuar modulando la experiencia de su vivir a través de la estructuración de
una cohesión coherente que corresponde a la continuidad del sujeto de la historia y
la unidad de la historia misma.
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la seguridad y el aferrarse) (Fox y Davidson, 1984; Malatesta y Wilson, 1988;
Suomi, 1984; Thompson, 1990). El sentido de permanencia del sí mismo se
organiza alrededor de emociones recurrentes, cuyo ordenamiento y regulación
depende de la cualidad específica de los patrones de apego en curso; estos rasgos
emocionales proporcionan la clave de las características perceptuales-afectivas para
la asimilación continua de la experiencia. Por otro lado, la consistencia en el tiempo
de la relación con el cuidador contribuye a estabilizar y articular el sentido
prototípico de permanencia de sí mismo, alcanzado durante las primeras etapas del
desarrollo. Las capacidades de organizar-se y regular-se exhibidas en los procesos
de apego están claramente demostradas por la presencia de verdaderas
organizaciones de apego –es decir, evitante, ambivalente y seguro- desde las
etapas más tempranas del desarrollo (Ainsworth et al. 1978; Bretherton, 1985,
1995) Una organización central de apego consiste en una disposición de la
configuración unitaria de experiencias prototípicas cargadas emocionalmente-
sedimentada por eventos y situaciones recurrentes en la reciprocidad con la figura
de referencia –acompañada por un núcleo articulado de actividades afectivas,
autonómicas y conductuales. De esta forma, se puede generar un sentido estable
de percepción de sí mismo, modulado a través de la rítmica
activación/desactivación de tonalidades emotivas opuestas. Por ejemplo,
consideremos el apego evitativo exhibido por un niño con un padre rechazante. Por
un lado, el niño desarrolla una percepción de sí mismo bastante diferenciada,
centrada alrededor de un sentido de distancia de los otros, que es percibida en una
forma pasiva o sufrida (como en el caso de la inayudabilidad) o en una manera
activa o auto-generada (como en el caso de la rabia y en la agresividad). Por otro
lado, el proceso de regulación entre emociones opuestas impide que el
experimentar la separación y la experiencia de soledad (conectada con la
inayudabilidad) vaya más allá de los límites críticos, debido a la activación opuesta
de la conducta externa de búsqueda y contacto (conectada a la rabia). Esta
emoción generalmente es impedida que vaya más allá de límites críticos –y
producir una mayor separación y rechazo –por la activación del proceso opuesto
que restablece la separación y el recentrarse en sí mismo.
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basadas en ese estilo de modulación emocional. Desde este punto de vista, la
organización emocional se muestra tanto como reguladora y regulada por el sí
mismo. Es reguladora, en el sentido que modula la proximidad de una figura de
apego a través del desarrollo de una sensibilidad particular a los patrones
contingentes (dominio interpersonal); es regulada por el sí mismo en cuanto que
simultáneamente organiza y mantiene el sentido de continuidad personal dentro de
trayectorias preferenciales de significado, integrando nuevas experiencias
emocionales en una percepción unitaria de sí mismo (dominio personal). Esta
relación de mutua definición y regulación entre la propia mismidad y una figura
emocionalmente recíproca se pone en evidencia por aquellos estudios que indican
cómo el sentido de permanencia de sí mismo, en el curso de la niñez y la temprana
infancia, está relacionada con cambios en los patrones de cuidado (Magai &
McFadden, 1995; Thompson, Lamb y Estes 1982) como por ejemplo, la pérdida de
una figura de apego, y circunstancias difíciles de la vida –como en las familias
desventajadas- que ponen más en riesgo la estabilidad de las relaciones de apego
(Cicchetti, 1985) y con ello, la capacidad de modulación del dominio emocional.
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La estructuración de las experiencias personales en una modalidad narrativa hace
posible la articulación emotiva, a través de la aplicación de las distinciones en el
fluir de la experiencia inmediata para ser comprendida y explicada. De esta forma,
el “sentido de las cosas” implícito puede ser también aprehendido y hecho explícito.
Las emociones contienen una articulación y requieren también una articulación
como proceso potencial de vida (Taylor, 1985).
En otro estudio que evaluaba los modelos operativos internos de niños de 6 años,
Main Kaplan y Cassidy (1985) encontraron que los niños evitativos no sólo tenían
dificultades en comunicar experiencias de separación, sino que se esforzaban
también para permanecer disciplinados emocional y conductualmente cuando eran
confrontados con temas interpersonales evocativos emocionalmente.
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Estos estudios indican que en el curso de la infancia temprana y media, el
ordenamiento narrativo de la experiencia, por un lado, coordina la relación con una
pareja (partner) más adulta, por el otro modula las experiencias emocionales a las
que se refiere, a través de una reconfiguración más o menos coherente. Por lo cual
la habilidad parental para proporcionar apoyo y andamiaje experiencial, facilitando
la articulación emotiva a través de la recomposición en tramas de significados
compartidos (social sharing) facilita simultáneamente la modulación del dominio
emocional y la integración de situaciones más complejas en un sentido de cohesión
coherente de sí mismo. Esto promueve por un lado, la habilidad para distinguir los
propios estados internos y elaborarlos en una forma progresivamente diferenciada,
por el otro permite mantener el nivel de activación emocional dentro de una
intensidad manejable. A la estabilidad del sentido de sí mismo, contribuye tanto la
búsqueda activa de estados emocionales intermedios (Guidano, 1987) como la
exclusión directa o indirecta de las tonalidades emocionales que no pueden ser
integrada en la identidad narrativa construida hasta ahora (Bowlby 1980, 1985;
Guidano 1987, 1991). Es evidente que la dificultad de acceso y de apropiación de
tonalidades emocionales que tienen que ver con áreas críticas de la experiencia
personal, reduciendo la posibilidad de integración de los propios estados internos,
podrán determinar en estos años la emergencia de situaciones psicopatológicas
fomentando en consecuencia la incompetencia para resolver momentos críticos del
desarrollo.
Continuidad y discontinuidad
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capacidad de modulación afectiva. De hecho, cuanto más capaz es la composición
de los eventos de articular la propia experiencia en una unidad inteligible, más
capaz es de modular las oscilaciones emotivas perturbadoras y asimilarlas en un
sentido de sí mismo. Esto se explica porque trascurre una especificación recíproca
entre la reconfiguración simbólica de la experiencia y la capacidad de reconocer
diferentes tonalidades emocionales y variaciones diferentes de una misma tonalidad
emocional dentro del sentido de continuidad personal. Como dice Taylor: “En cada
etapa, lo que sentimos es una función de lo que ya hemos articulado y evoca la
confusión y perplejidad que una comprensión adicional puede no revelar. Pero si
nosotros queremos tomar el desafío o no, si buscamos la verdad o tomamos refugio
en la ilusión, nuestra auto-(in)comprensión moldea lo que nosotros sentimos. Este
es el sentido en que un hombre es un animal auto-interpretativo” (Taylor, 1985,
p.65).
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de sí mismo proporciona, así, un sentido de estabilidad dinámica en el tiempo que
se acompaña de una modulación igualmente estable del dominio emocional.
No sorprende, por tanto, los datos aparentemente contrapuestos que indican como
en los momentos de transición ocurren grandes transformaciones y
discontinuidades, pero también una magnificación de disposiciones básicas de la
personalidad en vez de un cambio de las mismas (Caspi y Moffit, 1991).
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El éxito de una reorganización global del sentido de sí mismo depende de las
capacidades de reelaborar un nuevo equilibrio –más flexible y abstracto que el
previo- entre la experiencia crítica, los temas ideo-afectivos que esta última ha
disparado y las perspectivas de vida. Cada proceso de revolución personal se
acompaña, por tanto, de una reinterpretación profunda del propio pasado y una
reconstrucción de los proyectos existenciales y la misma praxis del vivir. Por otro
lado, la incapacidad de tal reelaboración, no permitiendo autoreferirse la
perturbación crítica, no permite reintegrar la discrepancia emotiva en un sentido de
continuidad personal. Cuando esto ocurre, la fuerte activación de temáticas
emocionales básicas –mantenida por la persistencia de la discrepancia- determina,
por un lado, la rigidez y concreción de la narración de sí mismo y, por el otro, un
sentido de extrañeza y de no pertenencia de la experiencia crítica. La manifestación
de situaciones psicopatológicas puede representar, entonces, el intento extremo
que la persona realiza para mantener un sentido de manejo de su propio sentir.
TRASTORNO Y TERAPIA
Principios de Psicopatología
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identificación de los trastornos psicopatológicos en base a las manifestaciones
clínicas (causalmente relacionados a modificaciones bioquímicas) eliminando la
existencia particular de la persona.
b) El repetitivo emerger de las emociones críticas que no pudiendo ser articuladas
en una cohesión unitaria deben ser manejadas concretamente.
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Finalmente, en la situación psicótica, la incapacidad para elaborar el evento
discrepante produce una disgregación del sentido de cohesión de sí mismo y por
tanto de la identidad narrativa. Esta extrañeza de sí mismo consigo mismo –ruptura
interna del “mecanismo de identidad”- tiene repercusiones en las dos polaridades
de la identidad personal. Por un lado, determina una intensa galvanización de
temas básicos emocionales al punto de excluir cada posible variación del sentido de
sí mismo. Además, la incapacidad de reordenar el propio sentir y actuar en una
trama coherente de significados hace que el sujeto no logre descentrarse del campo
perceptivo de la experiencia inmediata; en efecto, el acontecer intercurrente del
vivir se vuelve estable en el tiempo sólo si recompone en conexiones coherentes
que integran de manera unitaria la multiplicada del acontecer. La imposibilidad de
articular la variedad de la experiencia, identificándola como propia, explica por qué
imagines, percepciones, pensamientos, emociones, etc. son advertidas como
elementos extraños a la interioridad. De aquí aquel amplio cortejo sintomático
característico de los estados psicóticos que la psiquiatría ha descrito como
alucinaciones, ideas de referencia, inadecuación de la afectividad. Por otro lado, la
estabilización de esta modalidad de percibir se verifica a través de una estructura
de sentido inmutable que anula la heterogeneidad de los acontecimientos. Desde
esta perspectiva no hay diferencia que la estructura de sentido sea univoca, como
en el caso del delirio o en la forma catatonica, o que se pulverice en conexiones
ininteligibles como en las formas desorganizadas. En ambos casos, en efecto, los
acontecimientos nuevos serán reconocidos sin que determinen un efecto retroactivo
sobre el espacio de la experiencia y sobre el horizonte de las expectativas,
neutralizando así la variedad y los posibles efectos generativos. Eso contribuye a
mantener bloqueado los patrones de activación en acción y simultáneamente
produce una gradual pérdida del sentido compartible del significado individual de la
experiencia.
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(desesperación) con delirios y alucinaciones con temas de inadecuación personal,
ruina, culpa, etc.; si es positiva (rabia) con delirios persecutorios.
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la apropiación de aquellas emociones perturbadoras en una narración de sí mismo
capaz de integrar el significado de las emociones perturbadoras y el sentido de la
continuidad personal. El terapeuta implicado en este proceso debe tener dos
consideraciones básicas en su mente. En primer lugar, que la forma en que el
paciente trata de reorganizar el sentido y significado de su historia no está
vinculada a la verdad objetiva de los hechos, sino a una revisión de la experiencia
personal que haga factible para el paciente la continuidad tanto de la historia como
de su ser protagonista. Desde esta perspectiva, las resistencias, activadas por los
eventos que ponen en peligro la continuidad del sentido de sí mismo, aparecen
como mecanismos que pretenden mantener la viabilidad de la identidad personal en
curso. Por esta razón, deben ser articuladas en vez de oponerse a ellas. Como han
subrayado Mahoney y Lyddon (1988), es muy probable que el respeto por la
sabiduría implícita de los procesos sistémicos faciliten el progresivo desarrollo
psicológico, respecto a lo que ocurre en cambio si se intenta negar su significado o
limitar su expresión.
Por otro lado, el curso del proceso de articulación emotiva (eso que ocurre en la
propia praxis de vivir y cómo se hace coherente en una cohesión unitaria de sí
mismo) está determinado principalmente por la habilidad de comprensión que el
paciente ha desarrollado en el curso de su narración de vida, antes que por la
profesionalidad del terapeuta. A tal propósito compartimos el punto de vista de
Cicchetti (1998) para el cual, aunque no sea inevitable, “una adaptación positiva a
desafíos evolutivos aumenta la competencia y mejora la preparación para resolver
de manera funcional/adaptativa las tareas sucesivas del desarrollo. Por el contrario,
una resolución comprometida o inadecuada de pasajes críticos del desarrollo se
resuelve en una probabilidad disminuida de una adaptación positiva a las demandas
evolutivas posteriores”. Esto explica una experiencia común de muchos terapeutas:
esto es, cómo diferentes pacientes con idénticos trastornos pueden en un caso
reintegrar la discrepancia en el curso de pocas sesiones, mientras que otros son
capaces de generar pequeños cambios en un largo período de tiempo. Lo que
indica, además, que los procesos de reordenamiento del paciente constituyen la
limitación fundamental del desarrollo y duración de la terapia.
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través de una “moviola” (Guidano, 1991), el paciente es entrenado en
experimentar las escenas enfocando desde afuera las secuencias de los eventos –
para reconstruir un significado coherente con la unidad de la historia- para después
acercar el enfoque, recolocando la escena- que se ha vuelto significativa – en la
secuencia entera. Al mismo tiempo, la reintegración de las escenas críticas en una
conexión inteligible se refleja en otras escenas (modificando el énfasis) y sus
conexiones (modificando el sentido). Las nuevas tonalidades emocionales que este
proceso permite reconocer y dar significado, pueden por tanto ser transformadas
en iguales variaciones del propio sentido de sí mismo y de la propia identidad
narrativa. En las fases iniciales de la terapia, la autoobservación guiada por el
terapeuta capacita al paciente para distinguir entre la dimensión del acontecer y la
reconfiguración de este acontecer. El análisis conjunto de las secuencias de escenas
permite reconstruir tanto los patrones de coherencia interna subyacente a
cualquiera de los eventos problemáticos, como la forma en que el paciente se las
refiere a sí mismo. En las fases más avanzadas de la terapia, y luego en el análisis
del estilo afectivo y la historia del desarrollo (infancia, edad preescolar, niñez,
adolescencia y juventud) este proceso de reformulación puede ser ulteriormente
facilitado por el entrenamiento del paciente para reconocerse como protagonista
(punto de vista “subjetivo” que permite explorar cómo era percibida la experiencia
desde la perspectiva de quien la vivía), como espectador (punto de vista “objetivo”
que permite al paciente captar los significados recurrentes en la conexión de las
situaciones) y como autor (punto de vista “reflexivo” que promueve la conciencia
de la propia forma de integrar la experiencia) de la historia que va narrando. La
relectura de los episodios de la vida emocionalmente significativos desde varios
puntos de vistas determina la reactivación de las emociones relacionadas y
simultáneamente una modificación de las modalidades en la cual estas son
evaluadas y autoreferidas. Esto, por un lado, induce la recomposición de nuevos
grupos de respuestas inmediatas a nivel subjetivo, expresivo y fisiológico,
generando una mayor flexibilidad en el sentido de estabilidad personal en curso
(relación mismidad-ipseidad). Por el otro, el reformular una secuencia de escenas
en una cohesión inteligible dispara el emerger de nuevos recuerdos, nuevas
conexiones de los eventos y nuevas tonalidades emocionales relacionadas con ellos.
Esto se traduce en una recomposición de la relación entre los recuerdos
autobiográficos específicos (únicos para cada evento singular), conocimiento del
evento general (durante el propio periodo de vida) y temas de vida, simultáneo con
un desplazamiento del horizonte de las expectativas (narración de sí mismo). Esta
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recomposición del espacio de la experiencia, que gradualmente toma forma en el
curso de la revisión conjunta de la praxis del propio vivir y de su historia, modifica
simultáneamente la imagen habitual de sí mismo (el protagonista de la historia);
ésta va gradualmente reestructurandose a través de un proceso de apropiación de
nuevas experiencias que son integradas en una nueva cohesión de sí mismo –
modificación del punto de vista actual de sí mismo. Es en este aumento de la
flexibilidad a través de un incremento de la integración de la experiencia –que se
acompaña de una modulación más articulada del dominio emotivo- en lo que
consiste el efecto terapéutico, el aspecto más importante de una psicoterapia
eficaz.
1. Construcción del setting con una creciente diferenciación entre la praxis del
vivir y su reconfiguración.
[1] La posibilidad de reproducir “actos mentales” está en el centro del uso extensivo
que la psicología ha hecho de las tecnologías computacionales.
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[2] Los estudios realizados en muchos ámbitos enfocan claramente como el lenguaje
en las civilizaciones pre-literarias se caracterizan por una adherencia total a la
esfera de la acción (Havelock, 1963; Ong, 1982)
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