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Por circunstancias de la vida, y en buena hora llegué por los aires de Trujillo a trabajar,
como consecuencia del destierro que tuve en mi natal Eten, del que estaré siempre
agradecido…
Los trabajos que realicé en Trujillo, fueron como trabajador de limpieza en una fábrica de
fideos, en donde tuve la suerte de conocer a dos extranjero, uno italiano y el otro alemán;
aprendí mucho de ellos ya que su trabajo consistía en el montaje de una moderna
máquina, y allí yo de curioso mirando la tecnología…pero mi mente siempre girando en
seguir mis estudios superiores y conseguir una mejor posición…después me fui a una
fábrica de gaseosas y finalmente conseguí trabajo en una tienda comercial en el centro de
Trujillo, cuyos dueños eran japoneses…”arigato tomodachi” (gracias amigo) Comercial
Aray se llamaba la tienda, donde obtuve una gran amistad con los “jaladitos”, unas buenas
personas, y sobre todo muy trabajadores; aquí también me convertí en guardián por las
noches de unas de las granjas de los “jaladitos” y otras oportunidades como cuartelero de
su Hotel Aray.
Viajé con mi bolsa llena de ilusiones en busca del paraíso maravilloso, para ver concretado
todos mis sueños…
Lo primero que hice fue buscar trabajo, que nunca lo conseguí…todo eran ofrecimientos y
sobre todo, en algún trabajo más o menos decente, todo se conseguía con “tarjetazos” y
francamente esto no iba con mis principios…me sentía completamente abatido y
desilusionado.
Estos pocos días que estuve en Lima, aproximadamente dos meses, me hospedé en casa
de unos amigos de mi madre Emilia, en el distrito de Carmen de La Legua, Callao. Estas
personas eran mayores de edad y prácticamente vivían solos en una casa de tres pisos, en
donde se alquilaban departamentos y cuartos para jóvenes estudiantes o trabajadores.
La tía, la popular “mujer bala”, era una persona muy querida y respetada en el barrio, al
igual que su esposo el tío Pocho”, me estimaban y me trataban como si fuera su hijo, y no
quería que los dejara…estaré siempre muy agradecidos de estas dos almas buenas.
El tiempo pasaba y no veía nada positivo para mí y los años no perdonan…y mis sueños los
veía cada más lejos…mis deseos de ser alguien en la vida aprisionaba mi conciencia y mi
familia lejos, sobre todo mi viejita Emilia, que había depositado toda su esperanza en mí…
¿qué hago, me preguntaba?...y la mente me martirizaba y la desesperación se apoderaba
de mí.
En estas circunstancias, un domingo en la tarde, me encontré con unos amigos que vivían
en uno de los cuartos de alquiler, y me invitaron a salir e ir a disfrutar de una “pollada”…
les agradecí mucho, pero con este animo ni a misa.
Casi generalmente todos los domingo, los inquilinos salían a pasear o hacer algo y la casa
quedaba completamente sola, con apenas la “tía Bala”, el tío “Pocho” y yo…
Eran como las 6.00 de la tarde de ese frío domingo y se me ocurrió subir a la azotea del
edificio y sentarme a leer un rato mis apuntes de aritmética, porque eso sí, no descuidaba
mis estudios de preparación a la Universidad.
Mientras bajaba por las escaleras, escuchaba un murmullo fuerte de la gente que no
lograba descifrar, hasta que llegué al primer piso y no encontré a nadie…miré la sala
comedor y no había nadie; entonces me percaté que la puerta de la calle estaba abierta y
me dirigí hacia ella…
Lo que vi me sorprendió, pues las dos calles que daban al edificio estaban completamente
llenas de gente…y todos mirando y señalando hacia el cielo…