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LOS CLÁSICOS

A fines del siglo XVIII se observaba un mayor desarrollo industrial en Europa. En ese entorno se
desarrolla una nueva escuela conocida como la Economía Clásica la cual tuvo su núcleo ideológico
en los trabajos de A. Smith las cuales fueron formalizadas y desarrolladas por D. Ricardo. Este
inicio de la formalización del análisis económico es lo que llevo a considerar a dichos autores como
los padres de la economía moderna.

El escocés Adam Smith (1723-1790) publicó en 1776 su famosa “Investigación sobre la naturaleza y
causa de la riqueza de las naciones” en la cual consideraba que la principal fuente de riqueza es el
trabajo y que la condición básica para el crecimiento de la riqueza real de un país era el
mejoramiento de la productividad del trabajo la cual depende del grado de división del trabajo y
este, a su vez, del tamaño del mercado. Este gran pensador es considerado como el padre del
Liberalismo moderno. Smith sostuvo el famoso “Teorema de la mano invisible” (competencia).
Según dicho teorema el afán egoísta de los empresarios de obtener beneficios los impulsaba a
ofrecer, bienes y servicios, a los consumidores; pero el hecho de tener que competir, los obliga a
ofrecer bienes y servicios a menor precio y de mejor calidad, actuando, como si, estuvieran
guiados por una mano invisible, preocupados por el bienestar de los consumidores cuando en
realidad solo buscan obtener los mayores beneficios.

Para Smith el Estado no debía intervenir sustancialmente en los asuntos económicos pues estos
son derrochadores, fáciles de corromper, ineficaces e inclinados a otorgar privilegios en perjuicio
de la sociedad. Para promover el bienestar lo mejor seria el estímulo del propio interés, el
desarrollo de la compet+ encia y la libertad del mercado. El mercado es un mecanismo que se
autorregula y el sistema de precios libres organiza el comportamiento de los agentes económicos
en forma automática llevando a la economía al pleno empleo.

Según Smith los capitalistas jugaban un papel trascendental en el proceso de acumulación y


crecimiento económico pues eran los principales agentes a través de los cuales la renta se
convertía en acumulación. La cantidad de beneficios eran los determinantes básicos del ritmo de la
acumulación y a su vez de la tasa de crecimiento. Los beneficios acumulados se reinvertían en
maquinarias permitiendo una mayor división del trabajo lo que a su vez elevaba la productividad
del trabajo y, por tanto, una mayor riqueza.

Smith distinguió entre valor y precio. El precio podría cambiar y estaba influenciado por la
cantidad de dinero, pero el valor estaba determinado por la cantidad de trabajo necesario para
producirlo.

El ingles David Ricardo (1772-1823) es el economista clásico más destacado después de Smith. Fue
quien inició el análisis abstracto de los modelos económicos. Hizo contribuciones notables.
Formalizo el concepto de la Renta Económica. Analizó el problema de la distribución de la renta
nacional, desarrollo el concepto de renta diferencial y estableció que la renta total estaba limitada
por los rendimientos decrecientes por lo que los incrementos de ingresos de una clase social se
conseguían arrebatándola a otra clase social. Afirmó que a largo plazo el crecimiento de la
población incrementaría la demanda de alimentos y debido a la ley de rendimientos
decrecientes solo se podría satisfacer a costos mayores lo que induciría a los trabajadores a exigir
salarios más altos lo cual haría que la participación de los beneficios de los capitalistas se reduzca
de modo que al reducirse la tasa de beneficios se eliminaría la acumulación llegándose al estado
estacionario en el que ya no habría acumulación neta.

Una de las obras más importantes de Ricardo es “Principios de Economía Política y Tributación”
(1817). Ricardo señaló la interesante posibilidad de que una reducción actual de los impuestos no
induzca a un mayor nivel de gasto debido a que los contribuyentes lo ahorrarían para pagar los
mayores impuestos que el estado les cobraría en el futuro. Una reducción de impuestos
ocasionaría un déficit fiscal que obligaría al Estado a tomar préstamos que pagaría en el futuro
cobrando mayores impuestos a los ciudadanos, estos reaccionarían ahorrando los mayores
ingresos por lo que no cambiaria el consumo presente. Es lo que en la actualidad se conoce como
la Equivalencia Ricardiana. Cabe recordar que el mismo Ricardo señaló que dicha posibilidad no se
cumpliría siempre.

En cuanto al comercio internacional planteó, a diferencia de Smith, la teoría de las ventajas


comparativas según la cual los países se especializarían en aquellos bienes en los que los costos de
oportunidad de producirlos son menores.

El francés Jean B. Say (1767-1832) en su obra mas conocida “Traité d'économie politique, ou
simple exposition de la manière dont se forment, se distribuent, et se composent les richesses”
(1803) enunció lo que ahora se conoce como la famosa “Ley de los mercados de Say” que
descansa en dos proposiciones: (a) Los productos se cambian por productos, (b) La demanda de
bienes esta constituida por otros bienes.

En la primera el dinero es un simple medio de cambio cuyo único valor es el de permitir comprar
algo con él, por lo que su uso no altera el hecho básico de las transacciones: el intercambio de
bienes. Say señalaba que lo que las personas quieren en el fondo son bienes y no dinero. El dinero
es un mero instrumento de cambio y unidad de cuenta, por lo que no tenía efectos reales en la
economía, lo que se conoce como la neutralidad del dinero.

La segunda implica que la producción de bienes genera ingresos suficientes para comprar dichos
bienes, además, se produce algo para cambiarlo por otros bienes, como lo señalara James Mill “la
oferta crea su propia demanda”. A nivel agregado seria imposible la sobre oferta de producción.
Todo esto supone que se gastan todos los ingresos y nada se ahorra. Say admitía la posibilidad de
una sobreproducción de algunos productos pero no una sobreproducción generalizada en la que
los recursos estén ociosos debido a la insuficiencia de demanda.

La teoría clásica de los precios señalaba que dados el tamaño y composición del producto, la
tecnología y la tasa de salario real, la competencia aseguraba la existencia de una continua
tendencia de los precios hacia sus niveles normales o naturales. Para Smith, las fluctuaciones de
los precios de mercado dependían de las fuerzas de la demanda.

El reverendo Inglés Thomas Robert Malthus (1766-1834) representó la actitud más pesimista de la
escuela clásica. En su “An Essay on the Principle of Population, as it

affects the Future Improvement of Society” (1798) Argumentó que el crecimiento poblacional
tendía crecer geométricamente mientras que los recursos naturales y la producción agrícola solo
crecían aritméticamente. Por tanto, tarde o temprano, escasearían los alimentos y que las guerras,
las epidemias y las plagas resultarían necesarias para regular la población. Además, planteó la
posibilidad de un “atascamiento generalizado”, una sobre oferta de bienes no esenciales sin
posibles compradores. Para enfrentar dicho problema Malthus planteó que se estimulara los
gastos de los ricos empleando más personas para construir, mejorar y embellecer sus terrenos y
propiedades. También los gastos del Estado en carreteras y otras obras públicas de esa manera
contribuían a mantener el nivel de la demanda agregada por lo que es visto por muchos
historiadores económicos como el precursor de la teoría de la demanda efectiva.

John Stuart Mill (1806-1873) es considerado como él último de los grandes clásicos. Su obra “The
Principles of Political Economy: with some of their applications to social philosophy,” (1848) es
convirtiéndose en el manual por excelencia de economía por ese entonces en el que consolida el
pensamiento clásico y revisa algunas de sus premisas. Señaló que hay dos tipos de leyes que rigen
la economía: las de la producción influenciada por la naturaleza y de la tecnología ante la cual los
hombres no podían hacer casi nada. Y, las leyes de la distribución determinadas por el accionar
humano que si podía ser alterada. J.S. Mill estaba preocupado por una tendencia inestable de la
economía, la llegada del estado estacionario y las tasas de ganancia más bajas que empujaría a los
empresarios a buscar negocios más riesgosos para alcanzar beneficios más altos. Para enfrentar
dicho peligro Mill planteó que el Estado recogiera, por medio de impuestos, una parte de los
fondos potencialmente invertibles para financiar proyectos socialmente beneficiosos. De esa
forma el Estado reduciría la caída de las tasas de beneficios del capital privado y se reduciría la
volatilidad de la economía
Principios más importantes de la escuela clásica

Con frecuencia se llama a la doctrina clásica liberalismo económico. Sus bases son la libertad
personal, la propiedad privada, la iniciativa individual, la empresa privada y la interferencia mínima
del gobierno. El término liberalismo se debe considerar en su contexto histórico: las ideas clásicas
eran liberales en contraste con las restricciones feudales y mercantilistas sobre la elección de
ocupaciones, las transferencias de tierras, el comercio, etcétera. Un testamento del cambio
histórico es el hecho de que hoy día se califica de “conservadora” a una persona que defienda al
liberalismo económico. Enseguida se resumen las principales características de este conjunto de
pensa- mientos. Un desarrollo más completo de estas nociones aparece a todo lo largo de los
capítulos siguientes.

• Participación mínima del gobierno. El primer principio de la escuela clásica era que el mejor
gobierno tutela al menor. Las fuerzas del mercado competitivo libre guiarían la producción, el
intercambio y la distribución. La economía se debía autoajustar y debía tender a un empleo total,
sin la intervención del gobierno. La actividad del gobierno se debía limitar a imponer los derechos
de propiedad, encargarse de la defensa nacional y proporcionar educación pública. • Conducta
económica en interés propio. Los economistas clásicos suponían que la conducta en interés propio
es básica para la naturaleza humana. Los productores y comerciantes proporcionaban bienes y
servicios por el deseo de obtener utilidades; los trabajadores ofrecían sus servicios de trabajo para
obtener salarios y los consu- midores compraban productos como una forma de satisfacer sus
deseos.

• Armonía de intereses. Con la importante excepción de Ricardo, los clásicos hacían hincapié en la
armonía natural del interés en una economía de mercado. Al buscar satisfacer los propios
intereses individuales, las personas servían a los mejores inte- reses de la sociedad.

• Importancia de todos los recursos y actividades económicos. Los clásicos señalaban que todos
los recursos económicos, tierra, trabajo, capital y capacidad empresarial, así como las actividades
económicas, agricultura, comercio, producción y el inter- cambio internacional, contribuyen a la
riqueza de una nación. Los mercantilistas habían dicho que la riqueza se derivaba del comercio; los
fisiócratas consideraron que la tierra y la agricultura eran la fuente de toda la riqueza.

• Leyes económicas. La escuela clásica hizo considerables contribuciones a la economía al enfocar


el análisis en teorías o “leyes” económicas explícitas. Algunos ejemplos incluyen la ley de la ventaja
comparativa, la ley de los rendimientos decrecientes, la teoría malthusiana de la población, la ley
de los mercados (ley de Say), la teoría de la renta de Ricardo, la teoría de la cantidad de dinero y la
teoría del valor del trabajo. Los clásicos creían que las leyes de la economía son universales e
inmutables.

¿A quiénes beneficiaba o trataba de beneficiar la escuela clásica?

A largo plazo las economías clásicas servían a toda la sociedad, debido a que la apli- cación de sus
teorías promovía la acumulación de capital y el crecimiento económico. Les daba respetabilidad a
las personas de negocios en un mundo que antes habían
48 Capítulo 4 LA ESCUELA CLÁSICA: PRECURSORES

dirigido los honores y el ingreso hacia la nobleza y la alta burguesía. Los comerciantes y los
industrialistas alcanzaron una nueva posición y dignidad como promotores de la riqueza de la
nación y los empresarios tenían la seguridad de que al buscar utilidades, servían a la sociedad. Esas
doctrinas finalmente condujeron a más beneficios materiales para los propietarios y
administradores de negocios, debido a que la idea clásica ayu- daba a promover el entorno
político, social y económico que fomentaba la industria, el comercio y las utilidades. Pero no todas
las personas se beneficiaban igualmente con dichos conceptos; había costos, junto con los
beneficios de la industrialización. En Gran Bretaña quienes gana- ban salarios, en particular,
llevaban la parte más pesada de los costos debido a las largas horas de trabajo con una paga baja.
Pero al final el progreso económico permitió que los trabajadores mejoraran su propia posición de
trabajo y, en este sentido, la economía clá- sica también los benefició. Hoy día, los sueldos y
salarios por lo común constituyen las dos terceras partes del ingreso nacional total en las
economías del mercado industrial.

¿En qué forma la escuela clásica era válida, útil o correcta en su época?

Las economías clásicas racionalizaban las prácticas a las que se dedicaban las personas
emprendedoras. Eso justificaba la derrota de las restricciones mercantilistas, que habían
sobrevivido a su utilidad. La competencia era un fenómeno creciente y la dependen- cia respecto
de ella como la mayor reguladora de la economía era un punto de vista defendible. Los gobiernos
eran notoriamente derrochadores y corruptos y, bajo esas circunstancias, mientras menor fuera la
intervención del gobierno, tanto mejor. Al ayudar a eliminar los restos del sistema feudal, los
economistas clásicos promovieron las empresas de negocios. Por ejemplo, cuando se abolieron las
leyes feudales de la tierra y ésta sirvió como una garantía para el crédito, los terratenientes fueron
capaces de reunir grandes sumas para invertirlas en la agricultura o la industria. Cuando se iniciaba
la industrialización, la necesidad más grande de la sociedad era concentrar los recursos en la
máxima expansión posible de la producción. La elevación del sector privado por encima del sector
público servía admirablemente a este fin. Debido a que los consumidores por lo general eran
pobres y a que las oportunidades de inversión eran ilimitadas, los capitalistas tenían un poderoso
incentivo para reinvertir una porción considerable de sus utilidades. El resultado fue una rápida
expansión de la producción. El continuo crecimiento del sector público habría requerido crecientes
impuestos, desviando así los recursos de la formación del capital privado. La economía clásica y
quienes la apoyaban agrandaron el mercado, no sólo logrando un comercio internacional más
libre, sino también al promover una fuerza de trabajo urbana. Los agricultores que trabajaban para
su subsistencia consumirían gran parte de su propio producto, mientras que comprarían muy poco
en el mercado: los trabajadores urbanos de finales del siglo XVIII, en contraste, compraban sus
productos alimenticios en el mercado. En consecuencia, la agricultura ingresó más directamente al
sector mone- tario de la economía y el comerciante y el procesador encontraron un nicho entre el
agricultor y el consumidor.

¿Qué principios de la escuela clásica se convirtieron en contribuciones perdurables?

Los economistas clásicos contribuyeron con el mejor análisis del mundo económico hasta su
época, sobrepasaron con mucho a los análisis de los mercantilistas y los fisiócratas.
Capítulo 4 LA ESCUELA CLÁSICA: PRECURSORES 49

Colocaron los cimientos de la economía moderna como una ciencia social y las generacio- nes que
siguieron se basaron en sus percepciones y sus logros. Varias de las “leyes” clásicas ahora se
enseñan como “principios” de la economía en los libros de texto de economía. Los principios que
se convirtieron en contribuciones perdurables incluyen, pero no se limitan, a los siguientes: (1) la
ley de los rendimientos decrecientes, (2) la ley de la ventaja comparativa, (3) la noción de la
soberanía del consumidor, (4) la importancia de la acu- mulación de capital para el crecimiento
económico y (5) el mercado como un mecanismo para conciliar los intereses de los individuos con
los de la sociedad. Esto no pretende sugerir que la economía clásica no careciera de puntos débiles
y de errores. La historia y los teóricos económicos subsiguientes mostrarían que el lais- sez-faire,
como una política pública, era inadecuado para enfrentarse, entre otras cosas, a las depresiones
económicas, los monopolios (ya fueran naturales o no), al poder del monopsonio, a los
efectos externos de las acciones privadas y a las provisiones de bienes cuyos beneficios eran
indivisibles (bienes públicos). Algunos defensores de la economía clásica llevaron su llamado por el
laissez-faire hasta extremos absurdos. Para citar sólo un ejemplo, el Economist de Londres
criticaba al “movimiento sanitario”, que instaba a que el gobierno requiriera un suministro de agua
pura y la eliminación adecuada de las aguas negras. Incluso después de que se construyeron líneas
de alcan- tarillado, al principio no se requería que los propietarios de casas se conectaran a ellas.
El Economist declaró que las malas condiciones de las viviendas y los elevados índices de
fallecimientos urbanos

[...] se originan por dos causas y ambas se agravarán con esas nuevas leyes. La primera es la
pobreza de las masas que, si eso es posible, se incrementaría debido a los impuestos inflingidos
por las nuevas leyes. La segunda es que nunca se ha permitido a las personas que cuiden de sí
mismas. Siempre las han tratado como siervos o como niños y en un alto grado se convierten en
imbéciles respecto a aquellos aspectos que el gobierno ha decidido realizar por ellas. Hay un mal
peor que el tifo, el cólera o el agua impura y es la imbecilidad mental.1

Además de su excesivo énfasis en el laissez-faire, la economía clásica era ambigua, deficiente o


errónea en varias áreas del análisis económico. Por ejemplo, descubrirá que la predicción clásica
de que el ingreso de la renta aumentaría y las utilidades dis- minuirían a medida que avanzara la
economía, no consideraron el papel del cambio tecnológico y la relación entre la creciente
productividad y los salarios. Como un segundo ejemplo, la teoría del valor del trabajo presentada
por algunos de los clási- cos no incorporó totalmente el papel de la utilidad y la demanda para
establecer el valor del producto. Pero éste no es el lugar para tratar esos puntos. En vez de ello, se
aborda a los tres precursores de la escuela clásica.

SIR DUDLEY NORTH

Sir Dudley North (1641-1691), que vivió durante el apogeo del periodo mercantilista, atacó con
fuerza el espíritu de la doctrina mercantilista. Era un acaudalado comer- ciante, dedicado al
comercio turco, que más adelante se convirtió en comisionado aduanal y después en funcionario
del tesoro. Se ha llamado a North el primer comer- ciante prominente libre del mundo.

1 Economist, Londres, 13 de julio de 1850.

Capítulo 4 LA ESCUELA CLÁSICA: PRECURSORES 51


Su breve opúsculo, Discoures upon Trade, fue la única obra publicada de North, que apareció en
forma anónima en 1691. Esa cautela era comprensible en un comer- ciante y alto funcionario del
gobierno cuyos puntos de vista no se ajustaban a las ideas prevalecientes. Décadas después su
hermano sugirió que la publicación se suprimió deliberadamente. Cuando Ricardo leyó una
publicación reimpresa, escribió: “No tenía la menor idea de que cualquiera haya albergado esas
opiniones tan correctas como las que se expresan en esta publicación, en un periodo tan anterior.”
North hacía hincapié en que el comercio no es un beneficio unilateral para cual- quier país que
tenga un excedente de exportaciones, sino que más bien es un acto de mutua ventaja para ambos
lados. Su objeto no es acumular especie, sino intercam- biar excedentes. Una división del trabajo y
el comercio internacional promoverían la riqueza incluso si no existe ni oro ni plata.

El comercio no es nada más que un trueque de superfluidades; por ejemplo, de lo que es mío te
doy aquellas cosas de las que puedo prescindir por algo de lo tuyo, que yo quiero y de lo que
puedes prescindir […] Aquel que es más diligente y que cultiva más frutos, o que trabaja más en la
fabricación, abundará más en lo que otros hacen, o cultivan: y en consecuencia estar libre de
necesidades y disfrutar de más bienes, es ser verdaderamente rico, aun cuando no haya cosas
tales como oro, plata o cosas parecidas entre ellos.2

North repudiaba el concepto de que la riqueza se debe medir por las existencias de metales
preciosos de un país. Su énfasis era en las empresas de negocios y la acumulación. Aquí atacaba la
teoría, más que la práctica de los mercantilistas. Pero, algo comprensible para su época, no incluía
a la fabricación en su lista de activida- des productivas. Incluso al tomar su significado original de
“hacer con la mano”, la manufactura carecía de importancia en el siglo XVII.

Ningún hombre es más rico porque su Estado lo tiene todo en dinero, orfebrería, etcétera, a su
lado, por el contrario, por esa razón es más pobre. Es más rico el hombre cuyo Estado se
encuentra en condiciones crecientes, ya sea en tierras en la granja, en dinero con interés, o en
bienes en el comercio: si cualquier hombre, por un capricho, convirtiera a todo su Estado en
dinero y lo conservara muerto, muy pronto sentiría a la pobreza creciendo sobre él, mientras él se
está comiendo rápidamente las existencias. Pero para examinar el asunto más de cerca, ¿qué
quieren esas personas que claman por dinero? Empezaré con el mendigo: quiere dinero e
importuna pidiéndolo: ¿qué haría con él si lo tuviera? comprar pan, etcétera. Entonces en vedad lo
que quiere no es el dinero, sino pan y otras necesidades de la vida.3

Incluso hoy en día, algunas personas no han dominado la profunda verdad del último párrafo; se
quiere dinero sólo para deshacerse de él, debido a que lo que en verdad se quiere son bienes y
servicios. ¿Cuál es entonces la riqueza de una nación? North observó que el comercio entre las
naciones distribuye el suministro de dinero conforme a las necesidades del comercio. Escribió:

Ya que se ha observado que en donde no hay casas de moneda, el comercio no ha que- rido un
suministro total de dinero, porque si lo quisiera, el coyn (impuesto excesivo) de otros príncipes se
convertirá en grosella, como en Irlanda y la plantación. Entonces

2 Sir Dudley North, Discourses upon Trade (1691), editor Jacob H. Hollander, Baltimore, MD, Johns
Hopkins Press, 1907, p. 2. 3 Ibídem, pp. 11 y 12.

50 Capítulo 4 LA ESCUELA CLÁSICA: PRECURSORE


no dejemos que la preocupación por el dinero específico nos atormente tanto; ya que un pueblo
que no es rico no puede desearlo y si no tiene nada, se le proporcionará del coyn de otras
naciones.4

North argumentaba a favor del laissez-faire como una forma de lograr las máximas ganancias del
comercio tanto intra- como internacional. Una teoría osada en una época de agresivo
nacionalismo.

Ahora puede parecer extraño oír que se dice, que todo el mundo en lo que concierne al comercio
no es sino una nación o un pueblo y en ese respecto las naciones son como las personas. Que la
pérdida del comercio con una nación, no se considera sólo sepa- radamente, sino que gran parte
del comercio del mundo se anuló y se perdió, ya que todo se combina junto. Que no puede haber
un comercio no rentable para el público; porque si alguno resulta así, el hombre lo abandona; y
siempre que los comerciantes prosperen, el público del cual son parte, también prospera. Que
obligar a los hombres a hacer negocios en cualquier forma prescrita le puede aprovechar a
quienes les sirvan; pero el público no gana, debido a que le está quitando a un sujeto para darle a
otro. En breve, que todo lo que favorece a un comerciante o interés contra otro, es un abuso y
reduce esa misma utilidad del público.5

Aun cuando North creía que el libre comercio ayudaría tanto a los comerciantes como al país, no
profesaba una doctrina de armonía de intereses como la que más adelante expresó Smith. De
hecho, North veía que los muchos intereses especiales se aprovecha- ban a costa del público,
utilizaban el poder del gobierno para adquirir privilegios espe- ciales. Su idea de que, por
consiguiente, las autoridades no deberían apoyar intereses privados limitados era muy opuesta a
la doctrina mercantilista. Una vez más presenta un punto de vista que es pertinente para los
problemas del comercio contemporáneo.

Siempre que los hombres consultan para el bien público acerca de los adelantos del comercio,
respecto a lo que a todos concierne, por lo común estiman que su propio interés inmediato es la
medida común del bien y del mal. Y hay muchos, que ganan un poco en sus propios comercios,
que no se preocupan por lo mucho que otros sufren; y en sus tratos, cada hombre se esfuerza, así
como otros se ven obligados a hacerlo, a actuar servilmente por su utilidad, pero bajo el amparo
del público. Así los pañeros tendrían hombres que se verían obligados a comprar su fabricación; y
puedo mencionar algo como vender lana; tendrían hombres obligados a comprarles a ellos a un
precio más elevado, aun cuando el pañero perdiera. Y en general todos aquellos que son
perezosos o no son lo bastante activos y que no tratan de dar salida al producto de su Estado, o de
comerciar con él ellos mismos, verán a todos los comer- ciantes obligados por las leyes a traer a
casa con ellos suficientes premios, no importa si ellos [los comerciantes] ganan o pierden con
eso.6

Por último, North no estaba de acuerdo con el concepto mercantilista de que la guerra y la
conquista enriquecen a un país. Escribió: “El dinero exportado en el comercio es un incremento
para la riqueza de la nación; pero si se gasta en la guerra y en pagos en el extranjero, significa un
empobrecimiento.” Por “pagos en el extranjero”

4 Ibídem, pp. 16 y 17. 5 Ibid., B1, B2. 6 Ibid., B.

52 Capítulo 4 LA ESCUELA CLÁSICA: PRECURSORES


probablemente se refería a los pagos hechos sin recibir un rendimiento equivalente de
importaciones, como en el caso de los subsidios militares a los aliados. Éste es un punto de vista
antimercantilista de la clase más poderosa, pero que en sí está abierto a las críticas: una riqueza
nacional consiste en el valor de los servicios prestados, además del valor de los bienes domésticos
e importados que están disponibles.

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