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El capitalismo son valores (II): En defensa del trabajo

duro
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El capitalismo implica una ética del trabajo y una


visión positiva del mismo. Las ideologías
anticapitalistas han acostumbrado a denigrar los
valores asociados al trabajo. Opúsculos como El
derecho a la pereza del yerno de Karl Marx, Paul
Lafargue (en el cual se elogia sin pretenderlo a los
gallegos como una de las razas malditas que
gustan de trabajar) o el infame Elogio de la
ociosidad de Bertrand Russell prometen idílicos
futuros en los que el trabajo será casi abolido, al
tiempo que idolatran al ocio y la pereza. Sin
embargo, desde el campo de los modernos teóricos
del capitalismo (no así los antiguos como el gran
Samuel Smiles) no se enfatiza lo suficiente el valor
del trabajo ni la importancia del fomento de
dichos valores. Por ejemplo, sólo hay que observar
como las nuevas generaciones son educadas en la
caza y captura de ociosos y vagos seres como las distintas variedades de pokemones o
en la influencia de perezosos pitufos mientras que las generaciones hoy ya ancianas
fueron criadas con relatos de enanos trabajadores, como los que se ven en ese
maravilloso canto al trabajo como es Blancanieves de Walt Disney (con sus laboriosos
enanos armados de picos y palas silbando al trabajar). El trabajo ha sido siempre una de
las bestias negras de las ideas socialistas y su denigración ha sido siempre una
constante, tanto en la teoría como en la cultura, mientras que los intelectuales
capitalistas actuales han dedicado muy poco de su tiempo a alabar al trabajo. Han
preferido centrarse en la importancia de los empresarios y las técnicas financieras y
olvidado que muchos de los logros alcanzados por el capitalismo se deben a las virtudes
de una magnífica clase obrera imbuida de valores de trabajo duro, seriedad, disciplina y
perfeccionismo y que, sin estos valores, ni empresarios ni financieros habrían podido
conseguir nada.

Se olvida muchas veces que las clases trabajadoras han evolucionado a la par que el
sistema capitalista y han interiorizado buena parte de sus valores. Y, paralelamente, la
pérdida de los mismos se ve con mucha más claridad y en primer lugar en el deterioro
de estos. Es curioso, pero debemos a un marxista, E. P. Thompson, la detección de este
proceso de adopción de valores capitalistas por parte de los trabajadores ya en el siglo
XIX, si bien el autor lamenta el proceso. En ensayos como “Tiempo, disciplina de
trabajo y capitalismo industrial” narra como la clase obrera va lentamente adoptando
valores como la puntualidad a la hora de trabajar, la seriedad en el cumplimiento de los
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plazos de entrega, la adopción de la dura disciplina fabril y sobre todo la necesidad el
trabajo constante y continuo. Como él mismo narra (también Max Weber enfatiza el
mismo punto) las sociedades precapitalistas disfrutaban de muchos días festivos e
incluso de la institución del San Lunes en el cual era frecuente no ir a trabajar. Además,
existía el hábito de una vez ganado el dinero proceder inmediatamente a gastarlo y no
volver al trabajo hasta que este se hubiese acabado. La adquisición de formas de trabajo
capitalistas se realizó con grandes dificultades y fue paralela al desarrollo de sus
instituciones (bancos, bolsas, cámaras de compensación, etc.) pero se consiguió en un
alto grado. La fuerza de trabajo actual, con todos sus defectos y muchos de ellos
compartidos con el empresariado, es uno de los principales logros de la civilización
occidental. Es una fuerza de trabajo bien formada, seria y orgullosa del producto o
servicio realizado. Trabajan sin descanso, sin interrumpir la producción ni siquiera en
las condiciones más duras. El nivel de perfección y calidad alcanzado por los
trabajadores de países como Suiza o Alemania, o sin ir más lejos el nuestro, se constata
en los resultados de su trabajo y es fácilmente contrastable cuando lo comparamos con
el de los países que aún no han alcanzado niveles avanzados de capitalismo. Requirió
mucho tiempo, esfuerzo y concienciación alcanzar estos resultados. Pero podemos estar
orgullosos de la fuerza de trabajo del capitalismo.

Por desgracia, las fuerzas ideológicas que atacan el capitalismo no excluyen al trabajo de
sus ataques. Las teorías de la explotación, las de alienación, hasta las modernas
propuestas de reducir por la ley las jornadas laborales han siempre intentado presentar
al trabajo como una maldición que será en el futuro abolida, desvalorizando, por tanto,
su aportación al bienestar humano. El trabajo educa a las personas (buena parte de lo
que sabemos lo aprendemos en el propio proceso), nos relaciona con otras personas y
nos integra socialmente. Al mismo tiempo, nos hace sentirnos útiles y orgullosos de
nosotros mismos, pues lo que poseemos o consumimos lo debemos a nuestro propio
esfuerzo. Esto nos dignifica y nos hace sensibles, al mismo tiempo, a la demagogia de
quien nos quiere arrebatar por la fuerza parte de lo obtenido con nuestro legítimo
esfuerzo.

El capitalismo necesita de trabajo duro y serio, pero éste forma parte de una cultura y
de una forma de ver el mundo que no es fácil de establecer. No es de extrañar que los
países del mundo que más crecen son aquellos (como otra de las razas malditas de
Lafargue, los chinos) que cuentan con una ética muy estricta del trabajo y el esfuerzo.
Pueblos que no reclaman más vacaciones sino más trabajo, como los suizos o los
japoneses, son ejemplos de pueblos exitosos por su capacidad de trabajo. Nuestro éxito
histórico es también fruto de dicho espíritu. Mis recuerdos de niño son el de gallegos y
gallegas duros y trabajadores, cavando, haciendo cemento, levantando edificios,
fábricas y carreteras y velando de noches en fábricas y talleres. Ellos levantaron la
Galicia próspera de hoy (nunca en su historia fue tan rica, aún con todos sus problemas,
como en nuestra época). No dejemos que ideas de ocio y molicie arruinen este legado.
Procedamos, pues, a combatirlas con ideas que valoricen el esfuerzo y el trabajo duro.
Pero, por desgracia, no les prestamos mucha atención a estos principios y centrados en
otros aspectos del capitalismo (finanzas, innovación emprendimiento) no vemos cuales
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son las verdaderas bases del mismo, y no entendemos que sin una buena fuerza de
trabajo los bancos tendrían poco que financiar y los emprendedores no tendrían base
sólida sobre la cual innovar.

El artículo cortesía del Instituto Xoan de Lugo .

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