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Las también llamadas “uniones de hecho” están adquiriendo en la sociedad en estos últimos
años un especial realce. Ciertas iniciativas insisten en su reconocimiento institucional e incluso
su equiparación con las familias nacidas del compromiso matrimonial, donde se aborda el
problema de su reconocimiento y equiparación jurídica, primero respecto a la familia fundada
en el matrimonio y después respecto al conjunto de la sociedad. Se atiende posteriormente a la
familia como bien social, a los valores objetivos a fomentar y al deber en justicia por parte de la
sociedad de proteger y promover la familia, cuya raíz es el matrimonio.
Desde un punto de vista no todas las uniones de hecho tienen el mismo alcance social ni las
mismas motivaciones. Algunas uniones de hecho son clara consecuencia de una decidida
elección. La unión de hecho «a prueba» es frecuente entre quienes tienen el proyecto de casarse
en el futuro, pero lo condicionan a la experiencia de una unión sin vínculo matrimonial. Es una
especie de «etapa condicionada» al matrimonio, semejante al matrimonio «a prueba». Otras
veces, las personas que conviven justifican esta elección por razones económicas o para soslayar
dificultades legales. Muchas veces, los verdaderos motivos son más profundos.
Frecuentemente, bajo esta clase de pretextos, subyace una mentalidad que valora poco la
sexualidad. Está influida, más o menos, por el pragmatismo y el hedonismo, así como por una
concepción del amor desligada de la responsabilidad. Se rehúye el compromiso de estabilidad,
las responsabilidades, los derechos y deberes, que el verdadero amor conyugal lleva consigo.
Las uniones de hecho no siempre son el resultado de una clara elección positiva; a veces las
personas que conviven en estas uniones manifiestan tolerar o soportar esta situación. En ciertos
países, el mayor número de uniones de hecho se debe a una desafección al matrimonio, no por
razones ideológicas, sino por falta de una formación adecuada de la responsabilidad, que es
producto de la situación de pobreza y marginación del ambiente en el que se encuentran
Hoy en día más que nunca se hace necesaria -para la familia, y para la sociedad misma- una
atención adecuada a los problemas actuales del matrimonio y la familia, un respeto exquisito de
la libertad que le corresponde, una legislación que proteja sus elementos esenciales y que no
grabe las decisiones libres.
Las comunidades cristianas se ven interpeladas por el fenómeno de las uniones de hecho. Las
uniones sin vínculo institucional legal -ni civil ni religioso-, constituyen ya un fenómeno cada vez
más frecuente al que tiene que prestar atención la acción pastoral de la Iglesia. No sólo mediante
la razón, sino también, y sobre todo, mediante el «esplendor de la verdad» que le ha sido
donado mediante la fe, el creyente es capaz de llamar las cosas con su propio nombre: el bien,
bien, y el mal, mal. La presencia de la Iglesia y del matrimonio cristiano ha comportado, durante
siglos, que la sociedad civil fuera capaz de reconocer el matrimonio en su condición originaria, a
la que Cristo alude en su respuesta. La condición originaria del matrimonio, y la dificultad de
reconocerla y de vivirla como íntima verdad, en la profundidad del propio ser