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El mercado de Amecameca

Se encuentra frente a la Plaza Cívica, que a su vez es parque Municipal con su hemiciclo a
Juárez, estacionamos y bajamos, para por fin comer, despues de nueve horas de carretera a
puro “tente en pie” desde las seis de la mañana que salimos de Zihua. Llegamos a una de las
fondas, y se soltó el aguacero, el agua pluvial nos pasaba por los pies y teníamos que subirlos
a las sillas, degustamos unos ricos tlacoyos y quesadillas de epazote.

Planeamos el viaje desde antes, fue un logro de Los expedicionarios, un grupo que se formó
para subir los cerros de alrededor del pueblo, tarea a la que nos dedicamos con alegría cada
domingo, en especial cuando más arreciaba la pandemia, cuando te recomendaban quedarte
en casa, más ganas nos daban de salir; asi que subimos las montañas empezando por el Cerro
Viejo, el Cerro de La Morelos hasta el Cerro de La Darío, el Cerro de La Madera, y las
cuevas, las dos del cerro viejo, la del tigre en la Majahua y la de los petrograbados en
Troncones.

En el camino platicamos de lo que tenemos en común al haber pasado por una infancia en
una familia católica, pero que al llegar a la preparatoria, tener una educación laica y conocer
a los filósofos griegos, nos retorcimos al lado de los ateos.

Compartimos búsquedas de las cuevas arriba de la montaña, en un video de red social, unos
chavos entraban y salían arrastrándose de una cueva de la que reconocimos la entrada, así
que en la siguiente subida buscamos la otra salida, las nombramos en el orden que las
topamos, porque de la primera todavía hay que subir unos 500 metros a la segunda.

Nos sentimos poderosos y fuimos a probarnos. Fuimos capaces de hacer un plan, reservar
una cabaña, tener dos carros para ir los diez, el más pequeño contento y valorando que se
llevaba “dos – tres” con los amigos de su mamá, esgrimió su razonamiento que acabo de
convencerlo para acompañarnos: no todos los días se va a las faldas de los volcanes a 3,600
metros sobre el nivel del mar.

Salimos tempranito, a las seis dijimos. Pasas a las cinco y media por los que faltan y
arrancamos. Me quedan en el camino, paso a la casa de Felipe donde ahora viven Jonathan y
Sofi, ya somos cuatro y en casa de Zul hacemos las quintetas. Regresé con Cinthia, Felipe,
Katy y Ale, nos tomamos una foto en el puente Mezcala sobre el río Balsas.

A pesar de que no tiene más de cinco o seis años que los conozco parece que hubiera estado
toda mi vida cerca de ellos, para empezar son más peques, al que menos le llevo, le llevo una
decena, pero entre los cincuenta y cuarenta no hay ya mucha diferencia, si consideramos que
a los dieciocho ya experimentaste la mayoría de las emociones; en los cincuentas la sorpresa
es que al repetir la experiencia no se pierda la intensidad, con miedo a que se te borren los
sentires y después no sientas nada hasta el negro total.

El sonido correteando por la cúpula celeste, como haciendo graficas musicales con ecos y
estridencias ampliadas en el plato del cielo, esa sensación de estar por primera vez en la vida
en una tormenta eléctrica con rayos y truenos en total oscuridad, con la luz cortada
previamente con la explosión de un transformador al ocultarse el sol, en la falda del
Iztaccíhuatl y con el Popo enfrente haciéndonos guiños solo un instante cuando se despeja la
cortina de nubes que se nos interpone. Ese instante eterno siguiendo el camino del sonido en
el cielo en concordancia con la trayectoria del rayo hasta electrocutar algún animalito del
monte al hacer tierra.

Fuimos al viaje de hongos porque arriba del cerro, liberados de pandemia, podíamos hacer
planes y lograrlos.

Como cabras que tiran al monte, de alguna manera Felipe nos unió, dedujo que nos
llevaríamos bien y que seriamos como una familia de domingo, para acompañar a sus perras;
Candela y Shally; contentos de pasear.

A sofy y a Felipe los conozco desde hace bastantes años, a Felipe desde la prepa, le daba
clases de teatro en una escuela que se llamó “Playa del arte”. A medio cerro le pregunte qué
si recordaba ese 2009 cuando se ejercitó en las artes escénicas, me dijo que: sí recordaba
haber asistido a esa escuela, a una semana de prueba y solo entró porque era gratis, no porque
le interesara mucho desarrollarse como actor; de cualquier manera, le puse ejercicios de
expresión corporal para que hiciera algunos animales, asi que desde ese recuerdo de aullar
como pantera jugando a que nos entraba el nahual nos hicimos cómplices.

En ese annus mirabilis que pasamos antes de acordar dar una vuelta por los volcanes y recoger
unos hongos alucinógenos en las faldas del Ixta, visitamos la cueva de la Majahua que
ninguno de los diez conocía. Tuvimos más constancia que los cobradores de la tarjeta de
crédito que no fallan cada domingo, durante un mes fuimos a buscar la dichosa cueva, pero
nos alegramos de conocer el paisaje y nombrar puntos, como ese del “Dedo de dios” desde
el punto expedicionario.

Arnoldo Tapia Merlo.

Semblanza: En su juventud estudia Ingenieria Civil en la Universidad Michoacana y


talleres de teatro en la casa de la cultura de Morelia, a la fecha sigue asistiendo a
laboratorios de crónica con Magali Tercero y a diplomados de Creación literaria por
videoconferencia, mientras trata de sacar para los gastos y la pensión de sus hijos en un
despacho de valuación.

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