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EL AMOR

EN LA LITERATURA

LECCIÓN MAGISTRAL LEÍDA EN LA


UNIVERSITAT ABAT OLIBA CEU
POR EL

DR. MARCIN KAZMIERCZAK


EL DÍA 1 DE OCTUBRE EN LA SOLEMNE APERTURA
DEL
CURSO ACADÉMICO 2009-2010

BARCELONA
2009
Edita:
Universitat Abat Oliba CEU
Octubre 2009
Primera edición
Lección magistral
Marcin Kazmierczak
Introducción: la literatura como un
reflejo de la realidad
Parafraseando a Aristóteles (cfr. Aristóteles: Poética,
1.450b) podríamos decir que la literatura es un refle-
jo (mimesis) de la realidad. Por consiguiente, hablar
del amor en la literatura es hablar de una de las rea-
lidades cruciales de la vida psíquica del ser humano;
una de las cuestiones filosóficas y éticas fundamen-
tales, uno de los grandes deseos, aspiraciones y des-
afíos en la vida de cada hombre. La manera de enfo-
car esta cuestión en la vida de cada uno de nosotros
¿no es acaso el factor más determinante de nuestra
felicidad o infelicidad? Me interesa el amor en el sen-
tido más amplio, incluyendo todas las relaciones
humanas, tales como la maternidad, la paternidad,
la hermandad, la amistad y, como no, el amor entre

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el hombre y la mujer. Precisamente esta última
modalidad es la que constituye el foco principal de
mi interés en esta lección.

Como es sabido el tema del amor nupcial, erótico o


como se quiera llamarlo ha sido uno de los temas
fundamentales en la literatura, desde sus mismos
orígenes. Según afirma el teórico Tomachevski: las
obras de la actualidad " ne survivent pas a cet inté-
rêt temporaire qui les a suscitées ", mientras que los
temas universales: " l'amour et la mort, demeurent
semblables tout au long de l'histoire. " (Cfr. TADIÉ)
La lírica, que está en el origen de la literatura, trata-
ba frecuentemente este tema, pero hasta en los
grandes poemas épicos de la antigüedad, en los que
desfilaban grandes héroes y donde resonaba el
estrépito de las batallas, frecuentemente la motiva-
ción de las acciones tenía carácter amoroso: men-
ciónese tan sólo el amor de Paris por la bella Helena
que causa la guerra de Troya, relatada por Homero
en la Ilíada. Antes de pasar a los ejemplos de la lite-
ratura más reciente habría que mencionar al menos
este gran poema amoroso incluido en el Pentateuco
que es el Cantar de los cantares, el cual, dicho sea de
paso, eleva el amor nupcial a la más alta categoría
del fenómeno analógico al amor de Dios por la
Iglesia y por la humanidad, que engendrará a su vez
la extraordinaria y única modalidad del misticismo
literario que es la mística nupcial de Teresa de Ávila,
Juan de la Cruz, etc.

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También en los últimos dos siglos y hasta en la
actualidad este tema sigue ocupando a los poetas y
los escritores, puesto que la cuestión del amor sigue
teniendo una importancia vital para el ser humano
y sigue constituyendo una de sus aspiraciones y
preocupaciones fundamentales. No obstante, pare-
ce ser que en nuestros tiempos, en los inicios del
siglo XXI, esta cuestión se vive con una particular
angustia, debido a la inaudita crisis de la institución
del matrimonio, que está asolando especialmente
las sociedades que se encuentran dentro del ámbito
de la llamada cultura occidental y, en los últimos
años, muy particularmente, a España.

Un informe estremecedor

Así pues, antes de proceder con los ejemplos litera-


rios de diferentes modelos del amor creo conve-
niente mencionar algunos datos incluidos en el
informe sobre La evolución de la familia en Europa,
elaborado por el Instituto de Política Familiar a base
de los datos oficiales de EUROSTAT, UNECE y fuen-
tes nacionales, y presentado en el Parlamento
Europeo en el año 2007, especialmente los que se
encuentran en el apartado dedicado a la evolución
del matrimonio, como expresión comunitaria y
social del amor entre dos personas.

Según el mencionado informe las rupturas matri-


moniales en los 27 países que conforman hoy la

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Comunidad Europea se han incrementado en
369.365 en 25 años (1980-2005), que representa un
incremento del 55%. España con un crecimiento del
326% es el país de la Unión Europea donde más ha
crecido la ruptura en los últimos 11 años (1995-2006),
seguido de Portugal (89%) e Italia (62%) (2005).

En tan solo 15 años (1990-2005) en Europa (UE27)


más de 13,5 millones de matrimonios se han roto
con más de 21 millones de niños afectados. La rup-
tura matrimonial supera el millón de divorcios de
manera que se rompe un matrimonio cada 30
segundos.

En 1980 la diferencia entre matrimonios producidos


y la ruptura fue de 2.421.716. En 2005 la diferencia es
de tan solo 1.359.000. Se ha pasado de una relación
de casi 5:1 en el año 80 (cada 4,6 matrimonios que se
producían se rompía 1 matrimonio) a una relación
2:1 en el año 2005 (cada 2,3 matrimonios que se
rompe 1).

Otro dato importante que surge tras la lectura de


este informe es que cada vez menos personas creen
en la posibilidad de tener una relación estable: de
ahí el descenso del número de matrimonios contra-
ídos en un 20 por ciento y la tasa tan elevada de
hijos que nacen fuera de la unión matrimonial (30
%). Lo que más me interesa destacar es que, inde-
pendientemente de este descenso notable en el

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número de los matrimonios, hasta los que todavía
creen y desean una unión amorosa estable no con-
siguen mantenerla. Repitamos: en 15 años se han
roto 13.753.000 matrimonios. Esto significa más de
27 millones de personas profundamente decepcio-
nadas. ¿Por qué sucede esto? En la mayoría de los
casos estas personas, preguntadas por la razón de
su fracaso, responden: "me he equivocado de pare-
ja". Y puede que en algunos casos sea cierto. Pero,
mi convicción es que, en la mayoría de los casos no
se han equivocado de pareja sino del modelo del
amor, sobre el que querían construir su unión
matrimonial. ¿Significaría esto, pues, que existen
diferentes modelos del amor y que, algunos permi-
ten construir una unión satisfactoria y duradera,
mientras que otros no solamente dificultan esta
tarea sino prácticamente la impiden? Esta es preci-
samente la tesis que quiero plantear en esta confe-
rencia. Partiendo del mencionado concepto aristo-
télico del arte como mimesis de la realidad recurri-
ré a algunas obras literarias que, a mi juicio, se
caracterizan por un extraordinario acierto en la ela-
boración psicológica de sus personajes, con el obje-
to de ejemplificar los tres principales modelos del
amor, cuyo análisis deseo proponerles en esta
ponencia.

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El amor hedonista: la autocondena a la
soledad
El modelo hedonista, posiblemente el más en boga
en la cultura de masas del momento, se basa en las
premisas de la corriente filosófica con el mismo
nombre. Según esta visión, el valor más importante
en la vida del hombre es el placer y, por consiguien-
te, su aspiración fundamental es acumular a lo largo
de su vida el máximo de placer, al mismo tiempo
que se evita a toda costa el dolor. La versión con-
temporánea de la visión hedonista aplicada a las
relaciones amorosas pretende convertir la sexuali-
dad en un producto de consumo y, por consiguien-
te, tiende a -por decirlo así- sexualizar toda la reali-
dad, induciendo al hombre a convertirse en una
suerte de animal en un celo permanente pero bioló-
gicamente inútil por infértil. No es el lugar oportu-
no para analizar las relevantes connotaciones de
carácter económico (cantidades espectaculares de
dinero movidas por las diferentes ramas de lo que
podríamos llamar la industria sexual) y hasta políti-
co (la mayor manipulabilidad de los ciudadanos
afectados por cualquier adicción) que se despren-
den de la proliferación de este modelo, puesto que
prefiero centrarme por el momento en la dimensión
psicológica y ética, en detrimento de la sociológica.
Desde esta perspectiva, creo que podemos afirmar
que este modelo tiene carácter narcisista y egocén-
trico, puesto que el sujeto percibe la otra persona

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meramente como un objeto potencial de su propio
placer. Por consiguiente tiene una actitud utilitaria
hacia el otro: "me interesas en tanto, en cuanto me
proporcionas placer y no me cuestas demasiado
(esfuerzo, preocupación o dinero)".

Tras esa breve definición que, desde luego, podría


matizarse y desarrollarse mucho más, si el marco
limitado de esta conferencia lo permitiera, conviene
enumerar algunos ejemplos de la elaboración litera-
ria del mismo. Podemos encontrar un estudio litera-
rio del modelo hedonista del amor en tales obras
como: O. Wilde: Retrato de Dorian Gray; A. Huxley:
Un mundo feliz; L. Tolstói: La sonata a Kreutzer; I.
Turguéniev: Lluvias primaverales; C. Fisas: Don
Juan en el infierno y un largo etc.

Les propongo una lectura común del mencionado


más arriba relato breve del escritor barcelonés
Carlos Fisas, titulado Don Juan en el infierno. El
mismo título, al hacer la referencia al personaje del
legendario seductor y conquistador de las mujeres,
ya nos sugiere de qué tipo de personaje se trata. Al
mismo tiempo al ubicar a Don Juan en el infierno,
donde lo vemos acompañado por el diablo, el autor
evoca de una manera inconfundible el viaje al
infierno descrito por Dante. Sin embargo es una
evocación, como diría Harold Bloom, revisionista;
es decir, el infierno descrito por Fisas difiere radical-
mente del imaginario medieval, lleno de bichos cor-

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nudos con horcas, llamas ardientes, azufre, etc. Sus
paredes grises y sus corredores anchos y simétricos
hacen pensar más bien, en el edificio de algún
ministerio u otra institución burocrática. Según la
explicación del diablo no se ven las llamas porque
"las llamas son hermosas y aquí la hermosura no
existe" (FISAS: 67). El diablo le ordena a Don Juan
que le siga hacia su lugar de destino. A lo largo del
recorrido va conociendo diferentes recámaras
donde están ubicadas diversas categorías de conde-
nados, tales como los soberbios, los orgullosos, los
avariciosos, los políticos, los iracundos, los blasfe-
mos, los lujuriosos - donde, a la sorpresa de Don
Juan el diablo no se detiene- hasta que llegan a un
pequeño local vacío, que resulta ser el destino de
Don Juan. Aquí se produce un diálogo interesante,
que merece la pena citar:

Don Juan pregunta al diablo:

- ¿Pero, ¿no estoy con los lujuriosos?

- No, tú no eres digno de ello. Los lujuriosos


tuvieron pasiones que no supieron controlar,
amores pecaminosos, vicios reprobables, pero
tú no. No has tenido nunca una sola pasión.

- ¿Cómo, si he amado a cientos de mujeres?

- No has amado a ninguna, las has usado para


ti. Ninguna mujer era un ser humano o una

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persona sino sólo un objeto; nunca para ti la
mujer ha sido alguien sino sólo algo. Las has
deshumanizado a todas; para ti ellas no conta-
ban, sólo contabas tú. Toda tu vida ha sido una
adoración a ti mismo, no has amado a nadie, ni
siquiera te has amado a ti. (…) Por eso todas las
mujeres con las que has tratado han acabado
odiándote.

- Pero muchas gozaron conmigo.

- Sí, algunas creían que sí, pero tú las desen-


gañaste y su placer no te importaba: sólo pen-
sabas en el tuyo. No has amado nunca a nadie.

- He tenido muchos amigos.

- Mentira también, no has tenido ninguno. A


los amigos se les ama y, como te he dicho, no
has sido capaz de amar a nadie. No te importa-
ban como personas sino como coro al perso-
naje solitario que tú representabas en vida. Los
necesitabas para que te aplaudiesen (…). Tu
vida ha sido una perpetua adoración del perso-
naje que has representado. Repito que sólo has
pensado en ti y en nadie más.

- Sí, estaba solo, pero ello me bastaba. No me


ha importado nunca estar solo, incluso despre-
ciaba a los demás para estarlo.

- Pues éste será tu castigo. Empezarás a arder

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en este momento y aquí estarás solo, absoluta-
mente solo, por toda la eternidad.

Y el diablo salió y cerró la puerta. (FISAS: 71-72)

La descripción de la actitud del protagonista hacia la


cuestión del amor es tan explícita que prácticamen-
te no exige ningún comentario. Vemos muy clara-
mente la aplicabilidad del modelo hedonista que, tal
como ya se ha dicho, consiste en una actitud utilita-
ria frente a la otra persona (aquí: las numerosas
amantes de Don Juan) con el objeto de conseguir el
placer sexual y, quizás al mismo tiempo, satisfacer el
orgullo de ser un gran conquistador de mujeres.

El castigo que sufre Don Juan en el infierno de Carlos


Fisas consiste en ser condenado al aislamiento y la
soledad. No se puede negar perspicacia y lucidez a
este final del relato: en efecto, los sujetos narcisistas,
egolátricos, incapaces de percibir el bien del otro
como real y darse a los demás, en la mayoría de los
casos acaban siendo rechazados por su entorno o,
en el caso de tener riquezas o poder, son tratados por
los que los rodean de la misma forma que ellos sue-
len tratar a los demás, es decir, de manera instru-
mental. Se les halaga y se les idolatra en tanto en
cuanto son útiles o temibles; lo cual no les previene
de sufrir el infierno de la soledad afectiva todavía
durante su vida.

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El falso brillo del amor romántico
La definición del modelo del amor romántico podría
ocupar varias páginas, pero para las necesidades de
esta exposición me limitaré a destacar algunos
aspectos relevantes. En primer lugar se trata de una
relación basada exclusivamente en la dimensión
afectiva que, por consiguiente, no valora suficiente-
mente la importancia de la razón, indispensable
para construir una relación duradera. Por consi-
guiente, es una relación que está condenada a
depender de los movimientos de la afectividad que,
tal como cada uno de nosotros lo experimenta en su
propia vida, suelen ser inestables. Esto, en la prácti-
ca, es casi una garantía de la poca duración de tal
relación, con la salvedad de los amores trágicos, en
los que la unión entre los amantes no llega a consu-
marse (les separa la muerte de uno de los dos, la
voluntad cruel de los parientes, la enemistad de los
clanes, la guerra, la obligación de contraer el matri-
monio de conveniencia con otro, etc.). En estos
casos, que pueblan abundantemente las páginas de
la literatura romántica, el deseo afectivo no cumpli-
do se perpetúa, pero paradójicamente se perpetúa
precisamente porque la unión real (la vida común)
no llega a producirse. ¿Qué sucedería, pues, si la
unión llegara a consumarse? Después de un perío-
do relativamente breve de convivencia (según algu-
nos psicólogos se trata de una media de seis meses)
el amor romántico, en el sentido de una relación

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paradisíaca, acompañada por un gran bienestar
afectivo, tendría que acabar, y los amantes, en este
momento, tendrían que hacer frente a un dilema. O
bien abandonar la relación, al ver que ésta no corres-
ponde al modelo utópico, en el que ingenuamente
habían creído, o bien, emprender un camino total-
mente distinto, el de una relación basada no sola-
mente en el sentimiento, sino también en la decisión
de la voluntad -movida por la razón- de construir
pacientemente una relación de larga duración. Para
ello uno tiene que asumir desde el principio que en
el desarrollo de la relación al lado de los momentos
del placer sexual y bienestar afectivo habrá momen-
tos de desánimo, decepción, incluso enfado y aver-
sión contra la otra persona. Estas inevitables heridas
afectivas a veces tendrán que ser superadas median-
te un doloroso proceso de perdón, de renuncia de
una parte de sus propios deseos (sin dejar de ser uno
mismo), etc. Sin embargo, de esto hablaremos más
adelante, al tratar el tercer modelo del amor.

A pesar de que desde hacía varios siglos habían sur-


gido obras que podríamos denominar como proto-
románticas (Tristan e Isolda; Romeo y Julieta de
Shakespeare, etc.) el período de la verdadera explo-
sión de este tipo de producción literaria tiene lugar a
caballo entre el siglo XVIII y el XIX. Sobre todo en la
primera mitad de esta centuria el modelo del amor
romántico ha ejercido una enorme influencia sobre
las sociedades occidentales y, de algún modo, esta

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influencia no se ha extinguido del todo hasta hoy.
Para ejemplificar el modelo del amor romántico he
elegido al personaje más emblemático de toda la
literatura romántica, el protagonista de la novela de
Johann Wolfgang Goethe: Las penas del joven
Werther. Ya que se trata de una obra bastante cono-
cida, me limitaré a recordar que la trama consiste en
la descripción del proceso mental y afectivo del
joven protagonista, Werther, quien se enamora de
Carlota, una mujer felizmente casada, quien, aun-
que alagada por la actitud idolátrica de Werther
hacia ella, al final lo rechaza, sacrificando así una
posible aventura romántica en aras de la fidelidad a
su marido y a su hogar. El joven Werther, al verse pri-
vado definitivamente del objeto de sus suspiros, cae
en la desesperación y se suicida.

Evoquemos algunos pasajes de esta novela, escrita


básicamente en forma de cartas dirigidas a Carlota
de parte de Werther. En una de ellas éste exclama:

¡Ay de mí! Este vacío, este horrible vacío que


siente mi alma..! Muchas veces me digo: “si
pudiera un momento, uno solo, estrecharla
contra mi corazón, todo este vacío se llenaría”
(GOETHE: 119).

Al hablar de lo que siente su alma vemos que Werther


absolutiza la dimensión afectiva de su propio ser, des-
preciando al mismo tiempo su dimensión racional y

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la virtud de la prudencia, la cual debería de hacerle
ver lo inoportuno de dejarse llevar por la pasión
hacia la mujer de la que está enamorado. Así pues, el
basar el "amor" en la ingenua confianza puesta en
los afectos cambiadizos, caprichosos e inestables
constituye un perfecto ejemplo del modelo del amor
romántico.

En otra escena, podemos observar que el uso de la


palabra "amor" en todo el texto está plenamente
contaminado por la visión romántica. Así pues, des-
pués de que Carlota leyera la carta, en la que Werther
le declara su amor, se produce una escena de
encuentro, que concluye con unos besos apasiona-
dos. Pero Carlota, al entrar en sí, se libera de su abra-
zo y exclama:

“No volveréis a verme” Y lanzando sobre aquel


desgraciado una mirada llena de amor, corrió a
la habitación inmediata y se encerró en ella
(GOETHE: 162).

En este fragmento constatamos que el narrador uti-


liza la palabra amor como sinónimo de pasión. Y esa
es precisamente, según mi parecer, el gran error
antropológico del romanticismo, tanto más eficaz
que incluye una parte de la verdad, puesto que la
dimensión afectiva, en efecto, tiene un papel impor-
tante en la relación amorosa, pero no es ni la única
ni, a mi juicio, la más importante. Por el contrario,

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si Carlota abandona a Werther no es en contra del
"amor", sino en contra de una pasión desordenada.
Es posible que lo haga por el miedo a romper con las
conveniencias de la sociedad en la que vive y a ser
rechazada por ella. En tal caso no tendría gran méri-
to, salvo el de regir sus actos por la prudencia, que no
deja de ser la reina de las virtudes. No obstante, es
posible también que tome esta decisión por fideli-
dad a su marido y por respeto a sí misma (al fin y al
cabo juró fidelidad a su marido y el fallar a este jura-
mento en algún momento podría hacerle perder el
respeto a sí misma). En tal caso sería un acto de
libertad, en contra de la egolatría y de la esclavitud
de la pasión.

En su última carta a Carlota, pocos instantes antes


de suicidarse, Werther vuelve a insistir en lo que
hemos denominado como el gran error antropológi-
co del romanticismo:

¡Ay! ¡Cuánto te he amado desde el momento en


que te vi! Desde ese momento comprendí que
llenarías toda mi vida… (GOETHE: 172)

El error que se encierra detrás de esta afirmación


consiste no solamente en el hecho de considerar el
amor como un fenómeno perteneciente exclusiva-
mente al ámbito de lo afectivo, sino también en con-
siderar que un ser humano puede llenar completa-
mente el corazón de otro ser humano. A la luz de la

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antropología cristiana eso es imposible, puesto que
en el corazón humano está inscrito el deseo del
amor absoluto, mientras que él mismo, al ser huma-
no (léase imperfecto) no es capaz de dar el amor
absoluto. Por consiguiente, su deseo del amor es
más grande que su capacidad de amar, de tal mane-
ra, que si intenta saciar su sed de amor absoluto
solamente en relación con otro ser humano, está
condenado a la frustración. Por lo tanto, el amor
humano para ser completo necesita desarrollarse en
unión con el Amor Trascendente. Solamente el amor
humano que está abierto al Amor Trascendente
puede llevar a la unión perfecta de dos corazones
humanos, a su vez, enlazados dentro del corazón de
quien es Amor. Creo que Agustín de Hipona se refe-
ría a este deseo inscrito en la naturaleza humana al
decir su famosa frase en las Confesiones: "Nos hicis-
te, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto
hasta que descanse en ti." (SAN AGUSTÍN,
Confesiones, I,1: CCL 27, 1.)

En el amante romántico hay, no obstante, otro foco


de falsedad antropológica y otro dramático autoen-
gaño, que consiste en considerar como la cumbre
del amor por el otro aquello que, en realidad no es
más que un ejercicio de egolatría y narcisismo encu-
bierto bajo la apariencia de un gran amor, o de lo
que hoy todavía muchos denominan como el amor
verdadero. Para percatarnos de esta dimensión nar-
cisista de Werther observemos algunos fragmentos,

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de los que se desprende cual es su relación consigo
mismo, en el contexto de su amor por Carlota:

Suelo decirme a mí mismo: “tu destino no tiene


igual; comparados contigo los demás hombres
son felices; porque jamás mortal alguno se vio
atormentado como tú” (GOETHE: p. 126).

En este particular monólogo interno del protagonis-


ta observamos la clara tendencia a absolutizar su
propio malestar afectivo que de algún modo ya indi-
ca su egolatría, egocentrismo, la incapacidad de per-
cibir la realidad de las otras personas, como igual de
real e importante que la suya propia. En su arrogan-
cia infantil considera que el único sufrimiento
importante y grande es el suyo propio.

En la misma línea podemos leer en otra carta a


Carlota:

Al separarme ayer de tu lado un frío inexplica-


ble se apoderó de todo mi ser; (…) respirando
con angustiosa dificultad pensaba en mi vida
(…) ¡Quiero morir! No es desesperación, es con-
vencimiento, mi carrera está concluida y me
sacrifico por ti. (…) Cuando subas a la monta-
ña, piensa en mí y acuérdate de que he recorri-
do muchas veces el valle; mira luego hacia el
cementerio y, a los últimos rayos del sol
poniente, vean tus ojos como el viento azota la
hierba de mi sepultura. Estaba tranquilo al

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comenzar esta carta y ahora lloro como un
niño. ¡Tanto martirizan estas ideas mi pobre
corazón!" (GOETHE: 148/9).

En esta carta de nuevo podemos constatar la exis-


tencia de una actitud narcisista del protagonista,
encubierta por la pasión, dirigida aparentemente
hacia la persona de la amante. En el fondo esta
pasión es reflexiva, autorreferencial, dirigida hacia sí
mismo. El yo se proyecta en el objeto de su deseo y
exige reciprocidad para, en definitiva, exaltarse a sí
mismo, deleitarse en su estado de euforia afectiva. Al
no conseguirlo, se compadece de sí mismo. Werther
se conmueve pensando en la pena que Carlota ten-
drá por él después de su muerte; en cambio, no
piensa en ningún momento en el daño emocional
(por ejemplo la sensación de culpa) que su patético
testamento puede causar en ella. Es así porque para-
dójicamente ella no le importa como tal, sino en
tanto en cuanto es el objeto de su deseo y en función
de su potencial de generar el bienestar afectivo al
propio protagonista. Así pues, con sorpresa, nos
encontramos con una dinámica utilitaria muy pare-
cida a la que se daba en una relación basada en el
modelo hedonista, con la única diferencia, que en
aquél se trataba de obtener el placer sexual, mien-
tras que en éste, de obtener el placer afectivo. Pero,
en el fondo, ambos no son sino diferentes formas de
narcisismo y egolatría.

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En otro momento vemos a Werther exclamar:

¡Ay de mí! Ya no volverán a ver la luz del sol [mis


ojos]; estarán cubiertos por una niebla densa y
sombría. ¡Sí, viste de luto, naturaleza! (GOE-
THE: 163).

Aparte de compadecerse de sí mismo, del mismo


modo que ya se ha visto más arriba, vemos que la
arrogancia narcisista del protagonista alcanza una
dimensión cosmológica, propia por otro lado de la
grandilocuencia de la época romántica. Al exigir que
la naturaleza "vista de luto" debido a su desgracia,
demuestra de una manera gráfica su egolatría, con-
sistente en percibir su propio yo como el centro del
universo.

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El amor oblativo
Este modelo del amor podría ser denominado tam-
bién como amor-entrega (oblación significa don o
entrega) consiste en considerar el bien del otro tan
real y tan importante como el suyo propio. (Cfr. John
Powell, Unconditional Love, Ed. Thomas More, Allen,
1999). Es un amor incondicional, que busca el bien
de la otra persona de una manera desinteresada. En
el contexto de la unión nupcial podríamos llamarlo
también como amor de plenitud, puesto que integra
no solamente la dimensión corpórea-sexual (a la
cual se limitaba el amor hedonista); la afectiva
(sobre la que quería construirse el amor romántico),
sino que incorpora también la dimensión racional y
volitiva, sin dejar de tener apertura a la
Trascendencia. Aprecia lo erótico y lo afectivo, como
componentes importantes de la relación, pero no los
absolutiza y, por consiguiente, no depende de los
vaivenes tormentosos del deseo sexual y de la atrac-
ción afectiva. Se basa en una decisión firme, movida
por la recta razón en orden a la felicidad del otro y
también la suya propia. Aquel que opte por este
modelo del amor parte del conocimiento del ser
humano y de su condición de imperfección. Por lo
tanto es consciente de que tendrá que hacer un
esfuerzo para construir una relación de entrega cada
día, a veces con el viento en popa y a veces en proa.
Sabe de antemano que tendrá que aprender a perdo-
nar y a pedir perdón, que tendrá que superar más de

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un momento de crisis y de desánimo y esperar con
paciencia para que el viento del afecto vuelva a
soplar en popa. Pero sabe también, por intuición y
por el testimonio ajeno, que al final es éste el único
modelo del amor que puede dar la paz, la confianza,
la felicidad, entendida no como un éxtasis instantá-
neo de los sentidos (propio del amor hedonista y
romántico) sino como una satisfacción duradera,
una seguridad afectiva y el gozo prorrogado en el
tiempo que brota de la experiencia de estar contri-
buyendo a la felicidad de otra persona, encontrando
en ello el sentido de la existencia y la alegría de vivir.

En diversas obras, procedentes de diferentes épocas


de la historia de la literatura podemos encontrar a
personajes, cuya manera de vivir el amor correspon-
de al modelo oblativo. Sin embargo, me parece espe-
cialmente digno de atención el personaje de Sonia
Marmeladova en la novela de Fedor Dostoyevski
Crimen y castigo.

Tal como recordamos, la trama de esta obra clásica


por excelencia gira en torno al doble asesinato
cometido por el joven protagonista Rodia
Romanovich Raskolnikof, movido por la pobreza, la
desesperación y, sobre todo por la falsa ideología,
que tal vez podríamos denominar como proto-
nietzscheana, según la cual existen unos hombres
extraordinarios, que están más allá del sistema del
bien y del mal y quienes tienen derecho a cometer

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actos crueles e inmorales para supuestamente mejo-
rar la humanidad. En función de esa ideología, Rodia
considera que no solamente tiene derecho a matar a
la vieja prestamista Aliona sino que, además, al eli-
minarla hace un favor a la humanidad. Sin embargo,
su argumentación se derrumba, puesto que en el
momento del crimen aparece Lisbeth, la hermana
más joven de la prestamista, quien constituye un
verdadero opuesto de su hermana: la encarnación
de la bondad. Rodia, sorprendido, no ve otro reme-
dio que asesinar también a la hermana, hecho debi-
do al cual se tambalea enteramente su justificación
social del crimen, puesto que la hermana buena era
la primera víctima de la avaricia y el mal genio de su
hermana mayor. Este desenlace no previsto por el
protagonista hace que se desencadene en su interior
un verdadero tormento de culpabilidad, exacerbado
por los interrogatorios, a los que le somete el juez de
la instrucción, Porfirio Petrovich y quien, además de
inducirle paulatinamente a la confesión del crimen,
lo desafía intelectualmente y le hace ver lo absurdo
de su fe en la existencia de los hombres extraordina-
rios, exentos de la responsabilidad delante de la jus-
ticia humana y divina.

A lo largo del desarrollo de la trama del asesinato y de


la posterior investigación del mismo, tiene diversas
apariciones el personaje de Sonia. Sonia es hija de un
alcohólico, cuya adicción llevó a la miseria extrema a
su familia, que consta de su segunda esposa -la

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madrastra de Sonia- y de varios hijos menores.
Inducida por la madrastra, Sonia se ve obligada a
dedicarse a la prostitución para conseguir los
medios materiales necesarios para sostener a la
familia. A pesar de las circunstancias en las que se ve
atrapada, no deja de tener un corazón puro y, de una
manera sumamente sorprendente en una novela del
siglo XIX, representa el papel de un ángel, en calidad
del mensajero del amor incondicional, que, dicho
sea de paso, tiene claras connotaciones cristianas.
Este mensaje del amor incondicional está en la raíz
de la metanoia, es decir, un cambio profundo de la
vida interior de Rodia.

Para apreciar mejor la maestría con la que el escritor


eslavo elabora literariamente las dinámicas psicoló-
gicas de sus personajes, fijémonos en la escena de la
conversación de Rodia con Sonia, en la cual éste le
confiesa su crimen. Sonia, tras darse cuenta de que el
hombre a quien tenía por una persona moralmente
impecable resulta ser el autor del terrible asesinato
de dos personas inocentes, con el agravante de que
Lisbeth, la hermana buena de la prestamista había
sido su amiga, reacciona de la siguiente manera:

Sonia estaba fuera de sí. Saltó del lecho. De pie


en medio de la habitación, se retorcía las
manos. Luego volvió rápidamente sobre sus
pasos y de nuevo se sentó al lado de
Raskolnikof, tan cerca que sus cuerpos se

32
rozaban. De pronto, se estremeció como si la
hubiera asaltado un pensamiento espantoso,
lanzó un grito y, sin que ni ella misma supiera
por qué, cayó de rodillas delante de
Raskolnikof.

- ¿Qué ha hecho usted? Pero ¿qué ha hecho


usted? -exclamó desesperada.

De pronto, se levantó y rodeó fuertemente con


los brazos el cuello del joven. (DOSTOYEVSKI:
412)

Rodia queda sorprendido con la reacción de Sonia,


de quien se esperaba desprecio y rechazo rotundo
por su espantoso crimen. La condena sería la reac-
ción más lógica y previsible en cualquier persona que
se encuentra en la cercanía de un asesino, y más aún
en Sonia, una joven que, como se ha dicho más arri-
ba, destaca por su delicada sensibilidad y bondad
infinita. Pero éste es, precisamente, uno de los ele-
mentos del mensaje cristiano sutilmente introducido
por el autor en la trama de su novela. Sonia, como un
ángel mensajero de Dios, en vez de mostrar rechazo
o condena, muestra compasión y misericordia.
Raskolnikof, al no entender su conducta, exclama:

- No te comprendo, Sonia. Me abrazas y me


besas después de lo que te acabo de confesar.
No sabes lo que haces.

33
Ella no le escuchó. Gritó enloquecida:

- No hay en el mundo ningún hombre tan des-


graciado como tú!

Y prorrumpió en sollozos.

La sorpresa de Raskolnikof frente a esta reacción de


Sonia, tan contraria a lo que éste se esperaba, des-
pierta en él los sentimientos humanos, que intenta-
ba suprimir, con el objeto de parecerse a su ideal del
hombre extraordinario o un nuevo Napoleón. Esta
utópica autoimagen le obliga a ser insensible no
solamente hacia los demás, sino también hacia sí
mismo. Bajo la mirada compasiva de Sonia se da
cuenta de su profunda infelicidad, exacerbada por
causa de la falsa ideología, en la que su intelecto se
había dejado atrapar y que le indujo a violentarse a
sí mismo, obligándole a endurecerse y mostrarse
insensible. En un instante se da cuenta de la necesi-
dad inscrita en su corazón y, me atrevería a decir, en
el corazón de cada ser humano, de ser sostenido,
ayudado, en definitiva amado por otro. Este gran
descubrimiento que consiste en la toma de concien-
cia de su finitud, imperfección y necesidad de los
demás marcará en realidad el primer paso en su
metanoia. Se da cuenta de que vivía en la mentira
existencial sobre sí mismo, creyéndose un "hombre
extraordinario" y, al mismo tiempo, creyendo equi-
vocadamente, que para ser feliz es necesario ser
autosuficiente y ponerse por encima de los demás.

34
En el instante de esta revelación, según sigue rela-
tando el narrador, Rodia

prorrumpió en sollozos. Un sentimiento ya


olvidado se apoderó del alma de Raskolnikof.
No se pudo contener. Dos lágrimas brotaron
de sus ojos y quedaron pendientes de sus pes-
tañas.

- ¿No me abandonarás, Sonia? -preguntó, des-


esperado.

- No, nunca, en ninguna parte. Te seguiré


adonde vayas. ¡Señor, Señor! ¡Qué desgraciada
soy! ¿Por qué no te habré conocido antes? ¿Por
qué no has venido antes? ¡Dios mío! (…) ¿Qué
podemos hacer ahora? ¡Juntos, siempre juntos!
-exclamó Sonia- volviendo a abrazarle-. ¡Te
seguiré al presidio!

Aquí podría acabar la historia de un amor trágico


que, gracias a la entrega y sacrificio de Sonia, podría
convertirse en casi idílico. Pero el optimismo idílico
no es propio del realismo psicológico de Fedor
Dostoievski. Así pues, Rodia, quien hacía unos ins-
tantes había quedado profundamente conmovido
por la declaración de amor por parte Sonia justo tras
confesarle su crimen, ahora reacciona de una mane-
ra negativa:

Raskolnikof no pudo disimular un gesto de


indignación. Sus labios volvieron a sonreír

35
como tantas veces habían sonreído, con una
expresión de odio y altivez.

- No tengo ningún deseo de ir al presidio,


Sonia. (DOSTOYEVSKI: 412).

Vista la negativa de Rodia a reconocer su crimen y


asumir las consecuencias de haberlo realizado,
Sonia se muestra intransigente, muy a pesar de la
efusión afectiva que la llena de compasión por el
joven:

- Bueno, ¿qué debo hacer? Habla - dijo el joven,


levantando la cabeza y mostrando su rostro
horriblemente descompuesto.

- ¿Qué debes hacer? - Exclamó la muchacha.


Se arrojó sobre él. Sus ojos, hasta aquel
momento bañados en lágrimas, centellearon
de pronto.

- ¡Levántate!
Le había puesto la mano en el hombro. Él se
levantó y la miró, estupefacto.

- Ve inmediatamente a la próxima esquina,


arrodíllate y besa la tierra que has mancillado.
Después inclínate a derecha e izquierda, ante
cada persona que pase, y di en voz alta:
“¡He matado!” Entonces Dios te devolverá la
vida.

36
En este punto de la lectura puede surgir la duda de si
el amor de Sonia realmente tiene carácter incondi-
cional. Podría parecer que no, puesto que exige a
Rodia, que se entregue a la justicia y que expíe su cri-
men, dejando a entender que solamente así podrá
estar con ella.

El mismo Rodia se sorprende con esta exigencia por


parte de Sonia:

- ¿Quieres que vaya a presidio, Sonia? - pregun-


tó con acento sombrío- ¿pretendes que vaya a
presentarme a la justicia?

- Debes aceptar el sufrimiento, la expiación,


que es el único medio de borrar tu crimen.

- No, no iré a presentarme a la justicia, Sonia.

- ¿Y tu vida qué? - exclamó la joven-. ¿Cómo vivi-


rás? ¿Podrás vivir desde ahora? ¿Te atreverás a
decir una palabra a tu madre…? ¿Qué será de
ella…? Pero, ¿qué digo? Ya has abandonado a tu
madre y a tu hermana. Bien sabes que las has
abandonado… ¡Señor…! Él ya ha comprendido
lo que esto significa… ¿Se puede vivir lejos de
todos los seres humanos? ¿Qué va a ser de ti?

Como podemos observar en este diálogo, la exi-


gencia de Sonia no es muestra de un amor condi-
cional, sino del deseo de la felicidad de Rodia, que

37
éste último solamente puede alcanzar si expía sus
culpas. Así pues, Sonia lo induce a la aceptación de
la pena por su propio bien; sabe que sólo podrá redi-
mirse si confiesa la verdad y asume la expiación. De
lo contrario, la culpa le llevaría a la locura. Al mismo
tiempo, como vemos más adelante, Sonia se ofrece
para acompañarle a Raskolnikof en su difícil camino
de regeneración moral:

-¿Llevas alguna cruz?


Él la miró sin comprender la pregunta.

-No, no tienes ninguna, ¿verdad? Toma, quéda-


te esta, que es de madera de ciprés. Yo tengo
otra de cobre que fue de Lisbeth. Hicimos un
cambio. Ella me dio esta cruz y yo le regalé una
imagen. Yo llevaré ahora la de Lisbeth y tú la
mía. Tómala - suplicó-. Es una cruz, mi cruz…
Desde ahora sufriremos juntos, y juntos lleva-
remos nuestra cruz.

-Bien, dame - dijo Raskolnikof.


Quería complacerla, pero de pronto, sin poder-
lo remediar, retiró la mano que había tendido.

-Más adelante, Sonia. Será mejor.

-Sí, será mejor- dijo ella exaltada-. Te la pon-


drás cuando empiece tu expiación. Entonces
vendrás a mí y la colgaré en tu cuello.
Rezaremos juntos y después nos pondremos
en marcha. (DOSTOYEVSKI: 422)

38
El motivo de la cruz, que simboliza el sufrimiento y
la redención, constituye otro elemento del mensaje
cristiano presente en la obra del escritor ruso. Sonia,
en esta escena, de nuevo representa al ángel, en su
calidad de mensajero de Dios, pero, de una manera
particular, a Dios encarnado, Jesucristo, quien, en
vez de condenar al pecador (aquí representado por
Rodia) toma su cruz en su propia espalda. Así pues,
el carácter incondicional del amor de Sonia queda
aún más patente en este diálogo, llevándonos a la
conclusión de que la incondicionalidad de su entre-
ga amorosa no es incompatible con la exigencia que
dirige a Rodia, puesto que, tal como ya se ha adelan-
tado, lo que le exige es una condición sine qua non
para su particular catarsis que, a su vez, es necesaria
en orden a su plenitud humana y, por consiguiente,
a su felicidad.

Ya en el último capítulo de la novela vemos la consu-


mación de la promesa de Sonia, cuando Rodia final-
mente, tras largas horas de lucha interior, toma la
decisión de obedecer a Sonia y confesar su crimen.
El camino de su casa hasta la comisaría evoca explí-
citamente el motivo cristiano del vía crucis, en el
cual no dejará de acompañarle su alma hermana:

Pronto apareció alguien en su camino. No se


asombró, porque lo esperaba. En el momento
en que se había arrodillado por segunda vez en
la plaza del Mercado había visto a Sonia a su

39
izquierda, a unos cincuenta pasos. Trataba de
pasar inadvertida para él, ocultándose tras una
de las barracas de madera que había en la
plaza. Comprendió que quería acompañarle
mientras subía su Calvario.

En este momento se hizo la luz en la mente de


Raskolnikof. Comprendió que Sonia le perte-
necía para siempre y que le seguiría a todas
partes, aunque su destino le condujera al fin
del mundo." (DOSTOYEVSKI: 521)

Este es el momento definitivo de la revelación: Rodia


finalmente concibe en lo más profundo de su ser,
que es amado de una manera incondicional, oblati-
va, que consiste en una entrega gratuita e irrevoca-
ble. Descubre un amor, por el que no tendrá que
pagar factura, un amor que solamente exige al
amado aquello que es bueno para él, un amor difícil
pero posible y generador de la felicidad duradera.

El último paso de la metanoia del protagonista tiene


lugar en Siberia, adonde le llevará la condena de la
justicia, la cual, al tener en cuenta la circunstancia
atenuante de la confesión y del arrepentimiento del
reo, se limitó a condenarle a siete años de trabajos
forzados en los inhóspitos hielos siberianos. Sonia,
en cumplimiento de su promesa, le acompaña de
nuevo, consiguiendo el trabajo de enfermera en el
mismo presidio. Es entonces cuando ésta se dará
cuenta de que el amor que sembró finalmente traerá

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el fruto de la reciprocidad por parte de Rodia. Éste, al
corresponder al amor de la mujer que se sacrificó por
él, completa su camino de superación del ensimisma-
miento narcisista, en el que se encontraba en el inicio
de la trama. El autor opta por describir este momento
ya en las últimas páginas de la novela (en el epílogo)
de manera escueta y con palabras sencillas:

Sonia se dio cuenta de que Rodia la amaba: sí,


no cabía duda. La amaba con amor infinito. El
instante tan largamente esperado había llega-
do. (DOSTOYEVSKI: 542)

El hecho de ubicar esta última escena de la trama,


que tiene una importancia fundamental para el
mensaje final del relato, en la época de la Pascua, sin
duda constituye otra evocación de la visión cristia-
na, en este caso aludiendo al misterio pascual de la
muerte y la resurrección, cuya simbología parece
crucial en la metanoia del protagonista. Recordemos
que la forma geométrica del cuartucho en el que se
encuentra en el inicio de la trama recuerda un ataúd;
su soledad y ensimismamiento y, más aún su ideolo-
gía que trae la muerte a sus víctimas y por poco tam-
bién a él mismo, marcan la etapa de la muerte rela-
cionada con el concepto del pecado y del misterio de
la iniquidad, tal como se ve planteado en la teología
cristiana; mientras que la paulatina apertura al amor
de Sonia y el deseo de corresponder, así como la
decisión de expiar sus culpas, marcan su camino

41
hacia la resurrección, que simboliza el amor y la
nueva vida de entrega del uno al otro. Así lo describe
el narrador en uno de los últimos párrafos de la
novela:

Querían hablar, pero no pudieron pronunciar


una sola palabra. Las lágrimas brillaban en sus
ojos. Los dos estaban delgados y pálidos, pero
en aquellos rostros ajados brillaba el alba de
una nueva vida, la aurora de una resurrección.
El amor los resucitaba. El corazón de cada uno
de ellos era un manantial de vida inagotable
para el otro. Decidieron esperar con paciencia.
Tenían que pasar siete años en Siberia. ¡Qué
crueles sufrimientos, y también qué profunda
felicidad, llenaría aquellos siete años!
Raskolnikof estaba regenerado. (DOSTOYEVS-
KI: 542)

42
Conclusiones
Al terminar esta ponencia, quisiera dirigirme espe-
cialmente a nuestros alumnos. Quisiera desearos
que, enriquecidos por la experiencia de los perso-
najes de las obras que se han analizado y de
muchas otras, en las que se plantea la cuestión del
amor, en la medida de lo posible evitéis los dos pri-
meros modelos del amor evocados: el hedonista y
el romántico; puesto que, tal como podemos con-
templar en el ejemplo de los personajes, a pesar de
su aparente atractivo, son reduccionistas, incom-
pletos y, por consiguiente, destructivos y genera-
dores de infelicidad. En cambio, os deseo que
podáis vivir en vuestra vida la maravillosa aventu-
ra del amor oblativo, amor de entrega y de pleni-
tud. Me atrevo a dirigiros este deseo, basándome
no solamente en los textos literarios, sino también
en la experiencia propia, puesto que, si se me per-
mite un pequeño testimonio personal, tengo la
gran suerte de vivir este modelo de amor desde
hace trece años, con el maravilloso fruto de cinco
hijos y el principal fruto, que es la felicidad de
saber que amo y que soy amado, que pertenezco a
mi esposa con mi cuerpo y alma y que ella me per-
tenece a mí. Ya que los dos somos humanos, yo he
aprendido a perdonar y sé que siempre que come-
ta un fallo podré contar con el perdón de ella. Creo
que no hay nada más grande ni nada que pueda
dar una felicidad comparable con la del amor, que

43
consiste en darse enteramente a un legítimo espo-
so o una legítima esposa.

Por consiguiente, me parece que no estaría de más


incluir entre las fundamentales motivaciones para
una eficaz y esforzada realización de vuestros estu-
dios universitarios la motivación, por así decir, amo-
rosa, que podría expresarse en el siguiente propósi-
to: "estudio con seriedad porque me estoy preparan-
do para ser un esposo, una esposa responsable,
capaz de dar sostén a mi elegido, a mi elegida, capaz
de fundar un hogar y asumir la responsabilidad por
él." En nuestros tiempos de crisis del modelo tradi-
cional de la familia, en los que muchas personas tie-
nen miedo ante el compromiso, de tal manera que ni
siquiera se plantean el matrimonio y la fidelidad,
¡cuánta necesidad tiene la sociedad de los jóvenes,
como vosotros, dispuestos a ir a contracorriente!
Deseosos de prepararse para vivir un amor basado
en el don incondicional de sí mismo, expresado
mediante el matrimonio y dispuesto a recibir una
nueva vida (léase: sin miedo a tener hijos.)

Estoy seguro de que en el corazón de cada uno y de


cada una de los que estáis en esta sala existe este
deseo. Aunque es posible que esté soterrado por el
brillo fugaz de los otros modelos del amor, de los que
hemos hablado; o por el miedo de que esto sea
imposible, de que "yo no sea capaz", de que "el otro
seguramente acabará fallándome". ¡Este miedo y

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este escepticismo son comprensibles! Es suficiente
recordar las inauditas tasas de divorcio y separación.
Es comprensible, talvez especialmente en el caso de
las personas que han vivido el drama del divorcio y
de la separación en su propia familia. Pero ¡sí es
posible realizar este deseo! Sigue habiendo matri-
monios duraderos y fructuosos, en los que la llama
del amor no solamente no se extingue, sino que
parece crecer con los años. Al mismo tiempo es ver-
dad, que la decadencia de la cultura de las masas,
que consiste en la apoteosis del modelo hedonista,
hace que conseguirlo sea más difícil que en otras
épocas. Pero, queridos jóvenes, ¿quién os ha dicho
que la felicidad está en lo fácil? Como dijo Séneca:
Per aspera ad astra! (a través de las dificultades hasta
las estrellas) ¡No tengáis miedo de la dificultad!

Y por último, pensad también que la fuerza para


hacer frente a las dificultades en todos los ámbitos
de la vida, incluidas las relaciones familiares o amo-
rosas, podemos buscarla en la verdadera fuente del
amor: en Dios. El amor humano es tan bello y nos
resulta tan atractivo, porque en definitiva es reflejo
del amor de Dios.

45
Bibliografía:

ARISTÓTELES, Poética, Alianza, Madrid 2009.

DOSTOYEVSKI, F. Crimen y castigo, Ed. Juventud,


Barcelona, 2001.

FISAS. C. Amor y amores, Ed. Planeta-Fábula,


Barcelona, 2002.

GOETHE, J. W. Las penas del joven Werther, Salvat,


Madrid, 1969.

POWELL, J. Unconditional Love, Ed. Thomas More,


Allen, 1999 (2ª ed.).

TADIÉ, J. Y.- La Critique littéraire au XXe siècle. P.


Belfond, Paris, 1987.

La evolución de la familia en Europa, WWW.ipfe.org

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