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EN LA LITERATURA
BARCELONA
2009
Edita:
Universitat Abat Oliba CEU
Octubre 2009
Primera edición
Lección magistral
Marcin Kazmierczak
Introducción: la literatura como un
reflejo de la realidad
Parafraseando a Aristóteles (cfr. Aristóteles: Poética,
1.450b) podríamos decir que la literatura es un refle-
jo (mimesis) de la realidad. Por consiguiente, hablar
del amor en la literatura es hablar de una de las rea-
lidades cruciales de la vida psíquica del ser humano;
una de las cuestiones filosóficas y éticas fundamen-
tales, uno de los grandes deseos, aspiraciones y des-
afíos en la vida de cada hombre. La manera de enfo-
car esta cuestión en la vida de cada uno de nosotros
¿no es acaso el factor más determinante de nuestra
felicidad o infelicidad? Me interesa el amor en el sen-
tido más amplio, incluyendo todas las relaciones
humanas, tales como la maternidad, la paternidad,
la hermandad, la amistad y, como no, el amor entre
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el hombre y la mujer. Precisamente esta última
modalidad es la que constituye el foco principal de
mi interés en esta lección.
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También en los últimos dos siglos y hasta en la
actualidad este tema sigue ocupando a los poetas y
los escritores, puesto que la cuestión del amor sigue
teniendo una importancia vital para el ser humano
y sigue constituyendo una de sus aspiraciones y
preocupaciones fundamentales. No obstante, pare-
ce ser que en nuestros tiempos, en los inicios del
siglo XXI, esta cuestión se vive con una particular
angustia, debido a la inaudita crisis de la institución
del matrimonio, que está asolando especialmente
las sociedades que se encuentran dentro del ámbito
de la llamada cultura occidental y, en los últimos
años, muy particularmente, a España.
Un informe estremecedor
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Comunidad Europea se han incrementado en
369.365 en 25 años (1980-2005), que representa un
incremento del 55%. España con un crecimiento del
326% es el país de la Unión Europea donde más ha
crecido la ruptura en los últimos 11 años (1995-2006),
seguido de Portugal (89%) e Italia (62%) (2005).
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número de los matrimonios, hasta los que todavía
creen y desean una unión amorosa estable no con-
siguen mantenerla. Repitamos: en 15 años se han
roto 13.753.000 matrimonios. Esto significa más de
27 millones de personas profundamente decepcio-
nadas. ¿Por qué sucede esto? En la mayoría de los
casos estas personas, preguntadas por la razón de
su fracaso, responden: "me he equivocado de pare-
ja". Y puede que en algunos casos sea cierto. Pero,
mi convicción es que, en la mayoría de los casos no
se han equivocado de pareja sino del modelo del
amor, sobre el que querían construir su unión
matrimonial. ¿Significaría esto, pues, que existen
diferentes modelos del amor y que, algunos permi-
ten construir una unión satisfactoria y duradera,
mientras que otros no solamente dificultan esta
tarea sino prácticamente la impiden? Esta es preci-
samente la tesis que quiero plantear en esta confe-
rencia. Partiendo del mencionado concepto aristo-
télico del arte como mimesis de la realidad recurri-
ré a algunas obras literarias que, a mi juicio, se
caracterizan por un extraordinario acierto en la ela-
boración psicológica de sus personajes, con el obje-
to de ejemplificar los tres principales modelos del
amor, cuyo análisis deseo proponerles en esta
ponencia.
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El amor hedonista: la autocondena a la
soledad
El modelo hedonista, posiblemente el más en boga
en la cultura de masas del momento, se basa en las
premisas de la corriente filosófica con el mismo
nombre. Según esta visión, el valor más importante
en la vida del hombre es el placer y, por consiguien-
te, su aspiración fundamental es acumular a lo largo
de su vida el máximo de placer, al mismo tiempo
que se evita a toda costa el dolor. La versión con-
temporánea de la visión hedonista aplicada a las
relaciones amorosas pretende convertir la sexuali-
dad en un producto de consumo y, por consiguien-
te, tiende a -por decirlo así- sexualizar toda la reali-
dad, induciendo al hombre a convertirse en una
suerte de animal en un celo permanente pero bioló-
gicamente inútil por infértil. No es el lugar oportu-
no para analizar las relevantes connotaciones de
carácter económico (cantidades espectaculares de
dinero movidas por las diferentes ramas de lo que
podríamos llamar la industria sexual) y hasta políti-
co (la mayor manipulabilidad de los ciudadanos
afectados por cualquier adicción) que se despren-
den de la proliferación de este modelo, puesto que
prefiero centrarme por el momento en la dimensión
psicológica y ética, en detrimento de la sociológica.
Desde esta perspectiva, creo que podemos afirmar
que este modelo tiene carácter narcisista y egocén-
trico, puesto que el sujeto percibe la otra persona
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meramente como un objeto potencial de su propio
placer. Por consiguiente tiene una actitud utilitaria
hacia el otro: "me interesas en tanto, en cuanto me
proporcionas placer y no me cuestas demasiado
(esfuerzo, preocupación o dinero)".
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nudos con horcas, llamas ardientes, azufre, etc. Sus
paredes grises y sus corredores anchos y simétricos
hacen pensar más bien, en el edificio de algún
ministerio u otra institución burocrática. Según la
explicación del diablo no se ven las llamas porque
"las llamas son hermosas y aquí la hermosura no
existe" (FISAS: 67). El diablo le ordena a Don Juan
que le siga hacia su lugar de destino. A lo largo del
recorrido va conociendo diferentes recámaras
donde están ubicadas diversas categorías de conde-
nados, tales como los soberbios, los orgullosos, los
avariciosos, los políticos, los iracundos, los blasfe-
mos, los lujuriosos - donde, a la sorpresa de Don
Juan el diablo no se detiene- hasta que llegan a un
pequeño local vacío, que resulta ser el destino de
Don Juan. Aquí se produce un diálogo interesante,
que merece la pena citar:
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persona sino sólo un objeto; nunca para ti la
mujer ha sido alguien sino sólo algo. Las has
deshumanizado a todas; para ti ellas no conta-
ban, sólo contabas tú. Toda tu vida ha sido una
adoración a ti mismo, no has amado a nadie, ni
siquiera te has amado a ti. (…) Por eso todas las
mujeres con las que has tratado han acabado
odiándote.
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en este momento y aquí estarás solo, absoluta-
mente solo, por toda la eternidad.
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El falso brillo del amor romántico
La definición del modelo del amor romántico podría
ocupar varias páginas, pero para las necesidades de
esta exposición me limitaré a destacar algunos
aspectos relevantes. En primer lugar se trata de una
relación basada exclusivamente en la dimensión
afectiva que, por consiguiente, no valora suficiente-
mente la importancia de la razón, indispensable
para construir una relación duradera. Por consi-
guiente, es una relación que está condenada a
depender de los movimientos de la afectividad que,
tal como cada uno de nosotros lo experimenta en su
propia vida, suelen ser inestables. Esto, en la prácti-
ca, es casi una garantía de la poca duración de tal
relación, con la salvedad de los amores trágicos, en
los que la unión entre los amantes no llega a consu-
marse (les separa la muerte de uno de los dos, la
voluntad cruel de los parientes, la enemistad de los
clanes, la guerra, la obligación de contraer el matri-
monio de conveniencia con otro, etc.). En estos
casos, que pueblan abundantemente las páginas de
la literatura romántica, el deseo afectivo no cumpli-
do se perpetúa, pero paradójicamente se perpetúa
precisamente porque la unión real (la vida común)
no llega a producirse. ¿Qué sucedería, pues, si la
unión llegara a consumarse? Después de un perío-
do relativamente breve de convivencia (según algu-
nos psicólogos se trata de una media de seis meses)
el amor romántico, en el sentido de una relación
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paradisíaca, acompañada por un gran bienestar
afectivo, tendría que acabar, y los amantes, en este
momento, tendrían que hacer frente a un dilema. O
bien abandonar la relación, al ver que ésta no corres-
ponde al modelo utópico, en el que ingenuamente
habían creído, o bien, emprender un camino total-
mente distinto, el de una relación basada no sola-
mente en el sentimiento, sino también en la decisión
de la voluntad -movida por la razón- de construir
pacientemente una relación de larga duración. Para
ello uno tiene que asumir desde el principio que en
el desarrollo de la relación al lado de los momentos
del placer sexual y bienestar afectivo habrá momen-
tos de desánimo, decepción, incluso enfado y aver-
sión contra la otra persona. Estas inevitables heridas
afectivas a veces tendrán que ser superadas median-
te un doloroso proceso de perdón, de renuncia de
una parte de sus propios deseos (sin dejar de ser uno
mismo), etc. Sin embargo, de esto hablaremos más
adelante, al tratar el tercer modelo del amor.
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influencia no se ha extinguido del todo hasta hoy.
Para ejemplificar el modelo del amor romántico he
elegido al personaje más emblemático de toda la
literatura romántica, el protagonista de la novela de
Johann Wolfgang Goethe: Las penas del joven
Werther. Ya que se trata de una obra bastante cono-
cida, me limitaré a recordar que la trama consiste en
la descripción del proceso mental y afectivo del
joven protagonista, Werther, quien se enamora de
Carlota, una mujer felizmente casada, quien, aun-
que alagada por la actitud idolátrica de Werther
hacia ella, al final lo rechaza, sacrificando así una
posible aventura romántica en aras de la fidelidad a
su marido y a su hogar. El joven Werther, al verse pri-
vado definitivamente del objeto de sus suspiros, cae
en la desesperación y se suicida.
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la virtud de la prudencia, la cual debería de hacerle
ver lo inoportuno de dejarse llevar por la pasión
hacia la mujer de la que está enamorado. Así pues, el
basar el "amor" en la ingenua confianza puesta en
los afectos cambiadizos, caprichosos e inestables
constituye un perfecto ejemplo del modelo del amor
romántico.
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si Carlota abandona a Werther no es en contra del
"amor", sino en contra de una pasión desordenada.
Es posible que lo haga por el miedo a romper con las
conveniencias de la sociedad en la que vive y a ser
rechazada por ella. En tal caso no tendría gran méri-
to, salvo el de regir sus actos por la prudencia, que no
deja de ser la reina de las virtudes. No obstante, es
posible también que tome esta decisión por fideli-
dad a su marido y por respeto a sí misma (al fin y al
cabo juró fidelidad a su marido y el fallar a este jura-
mento en algún momento podría hacerle perder el
respeto a sí misma). En tal caso sería un acto de
libertad, en contra de la egolatría y de la esclavitud
de la pasión.
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antropología cristiana eso es imposible, puesto que
en el corazón humano está inscrito el deseo del
amor absoluto, mientras que él mismo, al ser huma-
no (léase imperfecto) no es capaz de dar el amor
absoluto. Por consiguiente, su deseo del amor es
más grande que su capacidad de amar, de tal mane-
ra, que si intenta saciar su sed de amor absoluto
solamente en relación con otro ser humano, está
condenado a la frustración. Por lo tanto, el amor
humano para ser completo necesita desarrollarse en
unión con el Amor Trascendente. Solamente el amor
humano que está abierto al Amor Trascendente
puede llevar a la unión perfecta de dos corazones
humanos, a su vez, enlazados dentro del corazón de
quien es Amor. Creo que Agustín de Hipona se refe-
ría a este deseo inscrito en la naturaleza humana al
decir su famosa frase en las Confesiones: "Nos hicis-
te, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto
hasta que descanse en ti." (SAN AGUSTÍN,
Confesiones, I,1: CCL 27, 1.)
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de los que se desprende cual es su relación consigo
mismo, en el contexto de su amor por Carlota:
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comenzar esta carta y ahora lloro como un
niño. ¡Tanto martirizan estas ideas mi pobre
corazón!" (GOETHE: 148/9).
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En otro momento vemos a Werther exclamar:
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El amor oblativo
Este modelo del amor podría ser denominado tam-
bién como amor-entrega (oblación significa don o
entrega) consiste en considerar el bien del otro tan
real y tan importante como el suyo propio. (Cfr. John
Powell, Unconditional Love, Ed. Thomas More, Allen,
1999). Es un amor incondicional, que busca el bien
de la otra persona de una manera desinteresada. En
el contexto de la unión nupcial podríamos llamarlo
también como amor de plenitud, puesto que integra
no solamente la dimensión corpórea-sexual (a la
cual se limitaba el amor hedonista); la afectiva
(sobre la que quería construirse el amor romántico),
sino que incorpora también la dimensión racional y
volitiva, sin dejar de tener apertura a la
Trascendencia. Aprecia lo erótico y lo afectivo, como
componentes importantes de la relación, pero no los
absolutiza y, por consiguiente, no depende de los
vaivenes tormentosos del deseo sexual y de la atrac-
ción afectiva. Se basa en una decisión firme, movida
por la recta razón en orden a la felicidad del otro y
también la suya propia. Aquel que opte por este
modelo del amor parte del conocimiento del ser
humano y de su condición de imperfección. Por lo
tanto es consciente de que tendrá que hacer un
esfuerzo para construir una relación de entrega cada
día, a veces con el viento en popa y a veces en proa.
Sabe de antemano que tendrá que aprender a perdo-
nar y a pedir perdón, que tendrá que superar más de
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un momento de crisis y de desánimo y esperar con
paciencia para que el viento del afecto vuelva a
soplar en popa. Pero sabe también, por intuición y
por el testimonio ajeno, que al final es éste el único
modelo del amor que puede dar la paz, la confianza,
la felicidad, entendida no como un éxtasis instantá-
neo de los sentidos (propio del amor hedonista y
romántico) sino como una satisfacción duradera,
una seguridad afectiva y el gozo prorrogado en el
tiempo que brota de la experiencia de estar contri-
buyendo a la felicidad de otra persona, encontrando
en ello el sentido de la existencia y la alegría de vivir.
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actos crueles e inmorales para supuestamente mejo-
rar la humanidad. En función de esa ideología, Rodia
considera que no solamente tiene derecho a matar a
la vieja prestamista Aliona sino que, además, al eli-
minarla hace un favor a la humanidad. Sin embargo,
su argumentación se derrumba, puesto que en el
momento del crimen aparece Lisbeth, la hermana
más joven de la prestamista, quien constituye un
verdadero opuesto de su hermana: la encarnación
de la bondad. Rodia, sorprendido, no ve otro reme-
dio que asesinar también a la hermana, hecho debi-
do al cual se tambalea enteramente su justificación
social del crimen, puesto que la hermana buena era
la primera víctima de la avaricia y el mal genio de su
hermana mayor. Este desenlace no previsto por el
protagonista hace que se desencadene en su interior
un verdadero tormento de culpabilidad, exacerbado
por los interrogatorios, a los que le somete el juez de
la instrucción, Porfirio Petrovich y quien, además de
inducirle paulatinamente a la confesión del crimen,
lo desafía intelectualmente y le hace ver lo absurdo
de su fe en la existencia de los hombres extraordina-
rios, exentos de la responsabilidad delante de la jus-
ticia humana y divina.
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madrastra de Sonia- y de varios hijos menores.
Inducida por la madrastra, Sonia se ve obligada a
dedicarse a la prostitución para conseguir los
medios materiales necesarios para sostener a la
familia. A pesar de las circunstancias en las que se ve
atrapada, no deja de tener un corazón puro y, de una
manera sumamente sorprendente en una novela del
siglo XIX, representa el papel de un ángel, en calidad
del mensajero del amor incondicional, que, dicho
sea de paso, tiene claras connotaciones cristianas.
Este mensaje del amor incondicional está en la raíz
de la metanoia, es decir, un cambio profundo de la
vida interior de Rodia.
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rozaban. De pronto, se estremeció como si la
hubiera asaltado un pensamiento espantoso,
lanzó un grito y, sin que ni ella misma supiera
por qué, cayó de rodillas delante de
Raskolnikof.
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Ella no le escuchó. Gritó enloquecida:
Y prorrumpió en sollozos.
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En el instante de esta revelación, según sigue rela-
tando el narrador, Rodia
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como tantas veces habían sonreído, con una
expresión de odio y altivez.
- ¡Levántate!
Le había puesto la mano en el hombro. Él se
levantó y la miró, estupefacto.
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En este punto de la lectura puede surgir la duda de si
el amor de Sonia realmente tiene carácter incondi-
cional. Podría parecer que no, puesto que exige a
Rodia, que se entregue a la justicia y que expíe su cri-
men, dejando a entender que solamente así podrá
estar con ella.
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éste último solamente puede alcanzar si expía sus
culpas. Así pues, Sonia lo induce a la aceptación de
la pena por su propio bien; sabe que sólo podrá redi-
mirse si confiesa la verdad y asume la expiación. De
lo contrario, la culpa le llevaría a la locura. Al mismo
tiempo, como vemos más adelante, Sonia se ofrece
para acompañarle a Raskolnikof en su difícil camino
de regeneración moral:
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El motivo de la cruz, que simboliza el sufrimiento y
la redención, constituye otro elemento del mensaje
cristiano presente en la obra del escritor ruso. Sonia,
en esta escena, de nuevo representa al ángel, en su
calidad de mensajero de Dios, pero, de una manera
particular, a Dios encarnado, Jesucristo, quien, en
vez de condenar al pecador (aquí representado por
Rodia) toma su cruz en su propia espalda. Así pues,
el carácter incondicional del amor de Sonia queda
aún más patente en este diálogo, llevándonos a la
conclusión de que la incondicionalidad de su entre-
ga amorosa no es incompatible con la exigencia que
dirige a Rodia, puesto que, tal como ya se ha adelan-
tado, lo que le exige es una condición sine qua non
para su particular catarsis que, a su vez, es necesaria
en orden a su plenitud humana y, por consiguiente,
a su felicidad.
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izquierda, a unos cincuenta pasos. Trataba de
pasar inadvertida para él, ocultándose tras una
de las barracas de madera que había en la
plaza. Comprendió que quería acompañarle
mientras subía su Calvario.
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el fruto de la reciprocidad por parte de Rodia. Éste, al
corresponder al amor de la mujer que se sacrificó por
él, completa su camino de superación del ensimisma-
miento narcisista, en el que se encontraba en el inicio
de la trama. El autor opta por describir este momento
ya en las últimas páginas de la novela (en el epílogo)
de manera escueta y con palabras sencillas:
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hacia la resurrección, que simboliza el amor y la
nueva vida de entrega del uno al otro. Así lo describe
el narrador en uno de los últimos párrafos de la
novela:
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Conclusiones
Al terminar esta ponencia, quisiera dirigirme espe-
cialmente a nuestros alumnos. Quisiera desearos
que, enriquecidos por la experiencia de los perso-
najes de las obras que se han analizado y de
muchas otras, en las que se plantea la cuestión del
amor, en la medida de lo posible evitéis los dos pri-
meros modelos del amor evocados: el hedonista y
el romántico; puesto que, tal como podemos con-
templar en el ejemplo de los personajes, a pesar de
su aparente atractivo, son reduccionistas, incom-
pletos y, por consiguiente, destructivos y genera-
dores de infelicidad. En cambio, os deseo que
podáis vivir en vuestra vida la maravillosa aventu-
ra del amor oblativo, amor de entrega y de pleni-
tud. Me atrevo a dirigiros este deseo, basándome
no solamente en los textos literarios, sino también
en la experiencia propia, puesto que, si se me per-
mite un pequeño testimonio personal, tengo la
gran suerte de vivir este modelo de amor desde
hace trece años, con el maravilloso fruto de cinco
hijos y el principal fruto, que es la felicidad de
saber que amo y que soy amado, que pertenezco a
mi esposa con mi cuerpo y alma y que ella me per-
tenece a mí. Ya que los dos somos humanos, yo he
aprendido a perdonar y sé que siempre que come-
ta un fallo podré contar con el perdón de ella. Creo
que no hay nada más grande ni nada que pueda
dar una felicidad comparable con la del amor, que
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consiste en darse enteramente a un legítimo espo-
so o una legítima esposa.
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este escepticismo son comprensibles! Es suficiente
recordar las inauditas tasas de divorcio y separación.
Es comprensible, talvez especialmente en el caso de
las personas que han vivido el drama del divorcio y
de la separación en su propia familia. Pero ¡sí es
posible realizar este deseo! Sigue habiendo matri-
monios duraderos y fructuosos, en los que la llama
del amor no solamente no se extingue, sino que
parece crecer con los años. Al mismo tiempo es ver-
dad, que la decadencia de la cultura de las masas,
que consiste en la apoteosis del modelo hedonista,
hace que conseguirlo sea más difícil que en otras
épocas. Pero, queridos jóvenes, ¿quién os ha dicho
que la felicidad está en lo fácil? Como dijo Séneca:
Per aspera ad astra! (a través de las dificultades hasta
las estrellas) ¡No tengáis miedo de la dificultad!
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Bibliografía:
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