Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Sonia Blasco
A mi marido,
su ilusión y su fuerza.
Índice
Introducción
No estás solo
Atrévete a pensar
Desmontando mitos
Primera parte: Unas bases sólidas para vivir una vida plena
Estamos obligados a ser libres
Aunque no todo está en nuestras manos, podemos escoger cómo
nos afecta
No hace falta esperar a nada para vivir una vida plena
Segunda parte: Las tres claves para vivir una vida plena
Primera clave: Conecta con tu yo interior
Alma y mente o personalidad
Cómo conectar con tu yo interior
Y después, ¿qué?
Segunda clave: Conócete a ti mismo
¿Cómo podemos conocernos?
Y después, ¿qué?
Tercera clave: Dale un propósito a tu vida
¿Cómo encontrar un propósito para tu vida?
Y después, ¿qué?
Tercera parte: Para cuando te fallen las fuerzas
Mira las cosas con perspectiva
Sé consciente de que habrá cosas que no podrás cambiar
Valora todo lo bueno que tienes
Disfruta de los placeres de la vida
No dejes de aprender
No dejes de asombrarte
¿Y si no sale bien?
Epílogo. “Tú cambiarás el mundo”
INTRODUCCIÓN
Me llamo Sonia, tengo 55 años, un marido, tres hijos, una familia que
adoro, unas cuantas amigas, compañeras de risas y batallas, y un trabajo que
me gusta mucho. Además, estudio filosofía y me encanta. Ah, también
cuido de un pequeño huerto.
No soy coach, ni psicóloga, ni gurú de nada. Estudié historia, me
dedico al mundo de los museos y del patrimonio cultural.
Mi vida es muy convencional. Tengo mis días malos y mis días
buenos. Hago números para llegar a fin de mes y me enfado con mis hijos
cuando no recogen la cocina. Supongo que es lo habitual.
Pero a pesar de pasarme todo el día corriendo de aquí para allá y estar
agotada, siento, mejor dicho, sé, que tengo una vida plena. Y me he dado
cuenta de que esta sensación no es nada frecuente, y de que yo misma no la
tenía hace un tiempo.
Por eso he pensado que valía la pena poner en orden el proceso que he
seguido para llegar hasta aquí, por si puede servir a otros de inspiración o
de guía.
Quiero creer que eres alguien que se plantea las cosas, alguien a quien
no le gusta ir por la vida con el piloto automático puesto, aunque por
circunstancias diversas, a menudo tenga que ir así, y alguien que es
consciente de que, ya que de momento solo tenemos esta vida, hay que
intentar vivirla lo mejor posible.
¿Es compartible mi experiencia? ¿Puede serte útil? Tendrás que seguir
leyendo para averiguarlo, pero te voy a prometer tres cosas:
1) No te voy a engañar ni a endulzar nada. Cuando te hablo de la vida
pienso en ella en todas sus dimensiones, con sus luces y sus sombras. Me
gusta así, tal cual.
2) Todo lo que te proponga va a ser muy fácil de llevar a cabo. Cuando
tienes una vida normal, no te puedes permitir que las cosas sean más
complicadas de lo necesario.
3) Intentaré ser concisa e ir al grano. Me encanta leer, y a veces
encuentro en los libros páginas de relleno que me sobran. Procuraré escribir
bien para que la lectura te resulte agradable, pero sin entretenerme más de
la cuenta. El tiempo es algo demasiado valioso como para perderlo.
En cualquier caso, es importante que sepas que la utilidad de este libro
va a depender en gran parte de ti.
Puedo compartir contigo mi experiencia, mis reflexiones y las de otros,
te puedo acompañar. Pero tener una vida plena pasa por tomar la decisión
de tenerla y por ser consecuente con esa decisión. Y eso solo puedes
hacerlo tú.
Si hace tiempo que no te escuchas, tendrás que volver a hacerlo.
No pasa nada, a mí también me costó al principio. Lo harás, ya lo
verás.
También tendrás que aparcar las actitudes victimistas y negativas, si es
que las tienes, porque no te van a llevar a ningún sitio.
Y ¿cuál será el premio final? ¿Cómo te sentirás cuando tengas una
vida plena?
Cuando vives una vida plena, la principal sensación interna que tienes
es de tranquilidad. Sientes que estás en el lugar que toca, a pesar de no
haber llegado a ningún sitio en especial y de que hay muchos otros caminos
que te apetecería explorar.
Tienes ganas de hacer mil cosas, de hablar con otras personas para
conocer su historia. Pero a la vez, necesitas y disfrutas de estar a solas. Es
como si tuvieses las pilas a tope de energía, aunque físicamente puedas
estar cansado.
Te sonará extraño, pero también sientes que, si tuvieras que morirte en
este momento —cosa que, aclarémoslo, no me apetece en absoluto—, todo
habría valido la pena. Quizás, este pensamiento es el más determinante.
Este es mi estado habitual.
No siempre, claro. Hay muchas veces en las que me enfado y lo
enviaría todo a freír espárragos.
Estoy convencida de que la vida es bella en toda su complejidad en la
inmensa mayoría de las circunstancias que nos toca vivir.
También creo que no acostumbramos a valorarla lo suficiente, hasta
que un día todo cambia y nos damos cuenta de que vivíamos de prestado.
No hace falta esperar a que llegue ese momento para ser conscientes
de que vivir es un regalo.
Además, apreciar nuestra vida y honrarla nos lleva a hacer lo mismo
con la de los demás y con la de todo lo que nos rodea.
Ya ves que no hay tiempo que perder. ¿A qué esperamos?
NO ESTÁS SOLO
Una de las lecciones más importantes que nos enseña la filosofía es que
debemos atrevernos a pensar por nosotros mismos. Este es el primer paso
para tener una vida plena.
Kant nunca salió de su ciudad natal, Königsberg, en Alemania, donde
era profesor de universidad. Desde allí, trató de dar respuesta a las
preguntas más profundas que podemos plantearnos como seres humanos:
¿Qué puedo conocer?, ¿qué debo hacer?, ¿qué puedo esperar si lo hago? Y
el resumen de todas ellas, ¿qué es el hombre?
Para encontrar respuesta a estas cuestiones, Kant animaba a sus
alumnos a pensar por sí mismos. Cada mañana les decía la misma frase:
¡Sapere aude! (¡Atrévete a pensar!). Les pedía que, como seres racionales
que eran, fuesen capaces de valorar las cosas y de sacar sus propias
conclusiones.
Te propongo que, si no lo haces ya, empieces a aplicar ese consejo
desde este mismo momento. Empieza a pensar por ti mismo.
Eso no quiere decir que no puedas asumir como propias las ideas que
te vengan de fuera, por supuesto que sí. Lo importante es que no lo hagas en
modo piloto automático, que te pares a pensar si esas ideas están alineadas
contigo o no. En definitiva, que no te creas a pies juntillas todo lo que te
digan.
Ni siquiera lo que te digo yo.
DESMONTANDO MITOS
¿Seguro?
Si quieres, puedes… intentarlo. Eso debería ser suficiente.
Porque no todo depende de nosotros, y aun cuando así fuese, todos
tenemos nuestras limitaciones. Y tanto los demás, como la vida, nos
imponen las suyas.
Las personas con las que convivimos tienen su visión y sus objetivos,
tan lícitos como los nuestros. Por tanto, por lógica, es imposible que todos
consigamos todo lo que queremos en todo momento.
No hay nada que dure para siempre. Ni nosotros, ni los nuestros, ni las
circunstancias que nos rodean, ni el mundo tal como lo concebimos.
Todo lo que tenemos ahora, lo perderemos. Tarde o temprano va a ser
así.
A lo mejor te parece un pensamiento muy triste, pero no me dirás que
no es realista.
Además, tenerlo siempre presente es la mejor manera de valorar la
etapa que estamos viviendo, de no dar nada por supuesto, y de apreciar la
vida como un regalo, que es lo que la mayoría de las veces es.
«Porque yo lo valgo»
Tenemos las dos cosas y las dos son importantes. A nivel científico, no
sé cómo se traduce. Mi hermano, que es médico, me diría que todo se
encuentra en el cerebro y que se reduce a una cuestión de física y química.
Puede ser, no lo cuestiono. Pero estén o no las dos cosas en el cerebro, está
claro que se mueven en planos diferentes.
Normalmente nos situamos a un nivel mental, siempre haciendo cosas,
siempre planeando o recordando lo que ya hemos hecho.
Nuestra mente nos ayuda, pero también nos tiraniza.
A veces, no podemos parar de darle vueltas a algo, y cuando nos pasa
es agotador.
Pero sin ella no podríamos movernos en este mundo, llevar una vida
normal. Forma parte de nosotros, y necesita su espacio, hay que tratarla con
cariño. Nos ocuparemos de ella más adelante.
Ahora vamos a lo fundamental.
Cuando te hablo del alma, me refiero a eso que todos tenemos dentro y
que nos hace iguales. Aquello con lo que conectamos cuando no pensamos,
cuando no juzgamos, cuando podemos sentir a la otra persona o nos
podemos sentir a nosotros mismos tan cerca.
Voy a ponerte un ejemplo.
Hace poco murió un amigo de la familia. Fuimos al tanatorio y, al día
siguiente, a la ceremonia. En esos momentos de dolor, de amor y de
compasión, todas las tonterías que llenan nuestra vida cotidiana
desaparecen.
Es como un paréntesis que nos permite conectar con los demás desde
nuestra esencia, recordar lo verdaderamente importante: el amor, el
cuidado, la alegría de volver a estar juntos, a pesar de que la vida y las
circunstancias nos hayan separado.
En esos momentos, con un poco de suerte, nuestras barreras caen. No
tenemos que protegernos de nada, ni aparentar lo que no somos. Nos
reconocemos en nuestra fragilidad. Nos sentimos hermanos en el mejor
sentido de la palabra, nos acompañamos.
Cuando te hablo del alma, me refiero a ese sentimiento que se abre en
determinadas circunstancias como esta. Si has hecho meditación, yoga o
similar, seguro que sabes a lo que me refiero.
Cuando te hablo de conectar contigo, me refiero a hacerlo con eso tan
profundo, tan blandito, que tienes en tu interior.
El argumento es muy sencillo y está muy claro. Si no conectas contigo,
no sabrás qué es lo que quieres. Será imposible que tengas una vida plena si
no estás haciendo lo que te gusta, lo que te llena. O peor aún, si ni siquiera
puedes sentir que te está gustando, que te está llenando.
Y después, ¿qué?
Mantén esa conexión
Una vez que te hayas reencontrado, es imprescindible que sigas
alimentando esa conexión con tu yo más profundo.
No necesitas dedicarle mucho tiempo, pero sí un poquito.
Tengo una amiga que vivió una vida sencilla y agradable hasta que su
hijo adolescente sufrió un accidente que pudo haber sido mortal y que lo
trastocó todo. Han pasado ya muchos años. Después de muchos esfuerzos y
de grandes dosis de entereza, todo volvió a su cauce. Me sorprendió
cuando, hace poco, nos explicaba que, a pesar de todo y en medio de la
situación, nunca dejó de dedicarse un tiempo a sí misma, ni siquiera en los
momentos más complicados. Decía que eso era lo que la había salvado.
Piensa en algo que te gusta hacer porque sí, algo que requiera de tu
concentración y que tengas que hacer a solas, y resérvate un espacio de
tiempo para practicarlo. Puede ser algo muy simple.
Mi hija adolescente se levanta cada mañana una hora antes de lo que
debería. Dice que lo hace porque no le gusta ir con prisas desde primera
hora de la mañana. Se prepara una taza de café con leche, un desayuno que
da gusto verlo, y se sienta en su mesa a leer. Cuando la veo, siento que todo
le va a ir bien, porque día a día, ese pequeño espacio de tiempo va
fortaleciendo su espíritu, reforzando su conexión. Pase lo que le pase, eso la
va a ayudar siempre.
Mi padre decía que una vez que aprendes a tocar un instrumento, ya
nunca más estás solo. Creo que se refería a lo mismo que estoy tratando de
explicarte aquí.
Quizás lo que te permita conectar contigo mismo sea algo que hayas
hecho en el pasado y que tengas olvidado, o puede que sea algo nuevo que
llame tu atención. Si no se te ocurre qué puede ser, ve probando. La música,
la lectura, escribir, pintar, hacer alguna manualidad, disfrutar del silencio o
del contacto con la naturaleza, cuidar de una planta, tener un huerto, pasear
en bicicleta o con tu mascota. Nadie mejor que tú, sabrá qué te conviene
para conseguir el objetivo que buscamos.
En mi caso, son cosas tan básicas como preparar una buena cena,
limpiar la casa en silencio o poner orden en un armario. Mientras lo hago,
siento que además de poner las cosas en su sitio, mi mente se calma. Luego
puedo seguir estudiando, leyendo o hablando con quien sea, pero esos
instantes me han servido para cargar las pilas y volver a conectar con mi
interior.
Cuídate
Conforme vayas conectando cada vez más contigo mismo, te será más
sencillo cuidarte. Te acostumbrarás a parar y a sentir, empezarás a ver con
qué te encuentras cómodo y con qué no, qué te funciona a corto plazo y con
qué experimentas un bienestar más profundo.
Hay gente que se casa consigo misma.
Si no te apetece, no hace falta que organices una ceremonia de ese
tipo, pero, en el fondo, lo que te estoy pidiendo es lo mismo: que te quieras,
en cualquiera de las circunstancias que te toque vivir, o hayas metido la pata
en lo que la hayas llegado a meter. No importa. Si haces siempre lo que
puedes, intentando que las cosas salgan lo mejor posible, es más que
suficiente.
Tienes el mismo derecho a la vida que todo lo que te rodea. Eres
especial solo por el hecho de existir, diferente a todo y a todos,
irremplazable. El mundo te necesita para ser entero, formas parte de él.
Igual que las estrellas y que los árboles que ves, igual que cualquiera de las
personas que quizás, en los momentos de bajón, puedan parecerte más
listas, más rápidas o maravillosas que tú.
Como leí hace un tiempo, si te comparas con los demás, siempre
encontrarás personas más pequeñas y más grandes que tú. Y ¿qué más da?
Si en el fondo, todos somos iguales. Si cuando nos acostamos y cerramos
los ojos por la noche, todos estamos solos.
Es bueno que te responsabilices de tu cuidado, porque nadie puede
saber mejor que tú, cómo te sientes, qué necesitas y por qué.
A veces nos molestamos cuando alguien a quien apreciamos no tiene
en cuenta nuestros gustos o nuestros deseos, pero no podemos pedir a los
demás que nos adivinen el pensamiento, bastante tienen con entender el
suyo. Si necesitamos ayuda o queremos algo, es necesario que vayamos
aprendiendo a pedirlo tranquila y claramente.
Además de cuidar nuestras emociones, no nos podemos olvidar de
nuestro cuerpo, que cada día nos presta sus servicios. Nuestros humildes
pies, que cargan con nuestro peso, nuestras piernas, nuestra espalda,
nuestras manos, que siempre están ahí para lo que haga falta.
Este no es el tema del libro, ni tampoco mi especialidad, pero no podía
dejar de recordarte su importancia.
En lo que se refiere al cuidado físico, hay tres aspectos que estoy
aprendiendo a tener en cuenta: la alimentación, el descanso y un poquito de
ejercicio. Creo que es esencial elegir unos básicos de cuidado para cada uno
de estos temas, algo que nos guste y que encaje con nuestra rutina diaria.
Es evidente que, si no disfrutamos con el tipo de ejercicio que
hacemos, o si nos autoimponemos un tipo de alimentación que nos suponga
una tortura, tarde o temprano dejaremos de hacerlo. Seguro que sabes a lo
que me refiero.
Mis básicos son muy sencillos y económicos: caminar, a veces ir en
bicicleta, alimentarme lo mejor posible (me encanta cocinar y comer bien,
aunque hasta hace poco estaba enganchadísima a las galletas de chocolate),
hacer estiramientos —casi— cada mañana, salir de vez en cuando de la
ciudad, e intentar no acostarme más tarde de las once de la noche. Estar en
silencio y descansar es mi forma particular de cargar las pilas.
Lo de una mente sana en un cuerpo sano, funciona en los dos sentidos.
Cuando estás bien contigo mismo, te pones enfermo menos veces de lo
habitual. No quiere decir que seas inmortal, pero las enfermedades sencillas
parece que te atacan menos.
Hace muchos años, tuve una conversación con una compañera de
trabajo que me sorprendió. Hablando de la típica gripe de cada invierno, me
dijo que ella nunca se ponía enferma «porque tenía hijos pequeños».
Yo, que todavía no los tenía, la miré extrañada. Entonces me explicó
que ella creía que, como los niños la necesitaban, su cuerpo estaba en alerta
para mantenerse lo más activa posible, y que esa era la razón por la que se
ponía enferma mucho menos de lo normal.
¿No te ha pasado más de una vez que empiezas a encontrarte mal nada
más coger las vacaciones? Parece como si el cuerpo hubiese ido aguantando
mientras lo necesitábamos, pero que al bajar la presión y relajamos,
reclamase su tiempo y nuestra atención.
Si estás atento a tu yo interior, podrás detectar todas esas necesidades
más fácilmente, y aliviarlas o intentar darles cauce lo antes posible.
Y, si eres de los míos, un detalle importante: tu cuidado debe ir por
delante del de los demás. Aunque de entrada pueda parecerte egoísta, solo
cuando estamos bien con nosotros mismos, podemos estar bien de verdad
por los demás.
Recuerda la consigna que nos dan siempre en los aviones: primero te
tienes que poner tu mascarilla, luego ya podrás ayudar a los demás a
ponerse la suya.
Y después ¿qué?
Acéptate y quiérete
Conocernos es importante. Sin duda, es el primer paso. Pero solo es
eso, el primero. Los que vienen después son todavía mejores.
Conforme te vayas conociendo, es necesario que empieces un proceso
de aceptación, casi de perdón, de reconocimiento y de cariño. Es como si te
reencontrases con un viejo amigo.
Creo que si entiendes la personalidad tal como te la he explicado,
como algo que nos ha sido dado, te será más fácil avanzar en este punto,
porque habrás visto que, en gran parte, ser como somos no es algo que
hayamos escogido.
Salimos de fábrica con un talante determinado, que es el que nos ha
ido marcando la pauta, condicionando la mirada. No hemos sido tan
autónomos como pensábamos, ni nuestra visión ha resultado ser la única
posible; eso implica una cura de humildad.
Otra cosa que nos debemos a nosotros mismos es un reconocimiento.
Todos hemos ido buscando, como mejor hemos sabido, nuestra manera
particular de relacionarnos con los demás y de movernos por el mundo.
Quizás has sido capaz de encontrar tu propia vía para conseguir la
aceptación, el cariño y el reconocimiento de los demás, que es lo que todos
perseguimos. Ese esfuerzo titánico merece un abrazo grande y tierno.
Pero, aunque suene duro, la única aceptación, cariño y reconocimiento
que puedes tener siempre asegurado, es el tuyo. También es el que te
producirá una satisfacción interna más profunda. Además, es el único que
está en tus manos conseguir. Por lo tanto, debes empezar por ahí.
Si te cuesta ser amable contigo mismo, intenta pensar en tu ego o en tu
personalidad como si fuese un compañero de viaje. Para él, o ella, tampoco
debe ser fácil, porque a menudo las emociones nos llevan por donde no
queremos ir. Necesita su espacio, sentirse reconocido, como todos. Debes
tener paciencia, formáis parte del mismo equipo y seguro que te aporta
muchas cosas buenas, ¡no todo va a ser malo!
Hablarte bien, te ayudará. No hay mejor masaje para el alma.
Tenía una compañera de trabajo que era especialista en eso. Me
maravillaba escucharla, porque a menudo lo hacía en voz alta.
Si se equivocaba en algo, nunca se oía una frase tipo: «es que soy
imbécil» (que es lo que acostumbro a decirme yo). Era más bien una
expresión cariñosa, decía: «María, cómo estás hoy…». ¿No debe ser
maravilloso tratarse así?
Y después ¿qué?
Busca la manera de incorporarlo en tu vida
Cuando ya tengas claro qué es lo que quieres hacer, es básico que
destines un tiempo a investigar cómo llevarlo a cabo. Tienes que encontrar
la mejor forma de incorporarlo en tu vida.
A veces podemos llegar a desistir de hacer algo que nos motiva «solo»
porque no sabemos de dónde sacar el tiempo o el dinero que necesitamos
para hacerlo. Especialmente si tu vida es ajetreada, el qué es tan importante
como el cómo.
El inglés es mi asignatura pendiente.
Hace unos años, cuando llegó el mes de julio, me dije por enésima vez
que debería aprovechar para hacer un curso intensivo. Me acerqué a una
academia que me gustaba para pedir precios, horarios y hacer un examen de
nivel. Iba lanzada.
Pero tuve un momento de lucidez y pensé que no tenía ningún sentido
pegarme el gran atracón de clases en un mes, para después pasarme el resto
del año sin hacer nada.
Así que decidí relajarme, disfrutar del mes de julio y dedicarlo a
buscar una forma de aprender inglés que fuese sostenible para mí durante
todo el curso. Acabé encontrando un método que me encajaba, y sigo con
él. Decir que sé inglés es un poco excesivo, pero ha resultado ser una muy
buena opción.
Te explico esta anécdota para que seas consciente de que el primer
paso antes de escribir algo, será siempre sacarle punta al lápiz. Requiere su
tiempo, pero es imprescindible hacerlo.
Ten en cuenta también que el inicio de cualquier actividad es la parte
más complicada. Necesita un esfuerzo adicional: tenemos que situarnos,
entender, practicar.
Son las primeras curvas, forman parte de la ruta. Hay que dedicarles
más tiempo y atención, pero pasarán.
Concéntrate en lo esencial
A veces decimos que no tenemos tiempo; pero mientras estamos vivos,
lo único que tenemos es tiempo. Lo que sí es cierto es que no tenemos
tiempo para todo, por eso es tan importante invertirlo en aquello que sea
esencial para nosotros.
Si quieres tener una vida plena, intenta no perder tiempo y la energía
en cosas que no te aportan. No me refiero a aburrirte o a descansar, hablo de
darle vueltas a conflictos sin importancia o a dejar que los días se te
escapen sin más.
Mi prima dice que hay que llenarlos. Creo que tiene razón. Si no, son
tan ligeros que pasan volando.
En una charla TED ejemplificaban la necesidad de reservar tiempo
para hacer aquello que para nosotros fuese lo más relevante, mediante un
recipiente transparente y un montón de bolas grandes, medianas y arena. Si
empezamos por poner primero la arena y las bolas medianas —decían—,
cuando les llegue el turno a las bolas más grandes —las que
verdaderamente importan—, no tendremos dónde meterlas.
En cambio, si lo hacemos justo al revés, e introducimos primero las
bolas más grandes, a continuación, las medianas y, finalmente, la arena, si
esta no cabe en el recipiente, no pasará nada, porque nos habremos
asegurado de tener dentro todo lo que tiene valor para nosotros.
Si eres de los que, como a mí, se le ocurren siempre más cosas que
hacer de las que puede, recuerda que puedes usar de nuevo el truco que ya
te comenté: hazte la pregunta ¿qué no voy a hacer? Tu cerebro localizará
enseguida aquello que tiene menos importancia para ti. Así, podrás
descartarlo para concentrarte y disfrutar de lo que sí has decidido hacer.
Lo de trasladarte al futuro es otro truco que también utilizo a menudo.
Si tengo una lista demasiado larga de tareas para el día, pienso qué me
gustaría más haber hecho al acabar la jornada, y empiezo por ahí.
Por supuesto, también hay que aprender a decir no a algunas
propuestas ajenas sin sentirse culpable. Si acabamos haciendo todo lo que
nos llega, nos convertiremos en una veleta andante.
En la vida hay que tener presente lo que en economía llaman el coste
de oportunidad.
Esta mañana he escuchado cómo Iñaki Gabilondo lo aplicaba a su
vida.
Decía que era muy consciente de que a lo largo de los años solo va a
poder hacer un número limitado de viajes, leer un número limitado de
libros, beber un número limitado de vinos. Eso le hace escoger esos viajes,
esos libros y esos vinos con mucho cariño, y valorar y saborear a conciencia
los que selecciona.
Hay veces en las que todo se nos hace más cuesta arriba. Tenemos un mal
día y es difícil encontrar un rayito de sol que nos ilumine y nos dé un poco
de calor. O peor aún, la vida se complica definitivamente y necesitamos
sacar fuerzas de donde no las hay.
Lou Marinoff publicó hace algunos años Más Platón y menos Prozak,
un libro en el que invitaba a usar la filosofía como remedio para enfrentarse
a las situaciones problemáticas de la vida. En mi caso, la filosofía actúa
como un bálsamo. No me soluciona los problemas, pero me aporta una
mirada lúcida que me ayuda a encararlos mejor.
Por eso, en esta parte del libro —que imagino como una caja de
herramientas a la que podrás echar mano cuando lo necesites—, he
incorporado las reflexiones de algunos de mis filósofos de cabecera, porque
creo que también te pueden ser de utilidad.
Es bueno que tengas siempre presentes estas reflexiones y que te vayas
ejercitando en ellas. La vida da un vuelco cuando menos te lo esperas, y hay
que aprovechar las épocas de tranquilidad para nutrir nuestro espíritu, que
será el encargado de sostenernos cuando todo falle.
Una de mis amigas me dice siempre que hay que mirar las cosas «con
ojos de Dios».
Abrir el zoom nos ayuda a poner la situación en contexto, a darle
sentido y a valorarla en su justa medida.
En las buenas ocasiones, nos lleva a ser más conscientes del momento
y a saborearlo en toda su plenitud, evitando que pase de largo sin más. Y, si
tenemos un mal día, nos invita a relativizar.
Cuando los niños son pequeños y trabajas fuera de casa, todo es muy
difícil de gestionar. La adolescencia tampoco es fácil. Es garantía casi
segura de que van a pasar cosas que no van a ser muy agradables. Todavía
no sabes cuáles, pero pasarán.
Sin embargo, todo ese período incluye también otros muchos
momentos que no volverán, y que, seguro que cuando pasen, vas a echar de
menos.
Cuando me desespero viendo las habitaciones de mis hijos, intento
tenerlo presente. Pienso que, cuando esté todo siempre ordenado, cuando
me vaya de casa dejando las cosas en su sitio, y vuelva y sigan estando ahí,
querrá decir que han volado. Sé que entonces añoraré revivir alguna de sus
peleas por ver a quién le toca recoger la cocina o sacar los platos del
lavavajillas.
Hace poco, mi madre me contaba que unos amigos suyos, ya mayores,
habían disfrutado mucho cuando su hija, de casi cincuenta años, se había
quedado a dormir una noche en su casa. Me decía que no sabían cuántas
veces se habían acercado a su habitación para verla dormir.
Un beso de buenas noches, una mirada a los ojos para saber cómo se
sienten las personas que tienes más cerca, una confidencia o una petición de
consejo cuando menos te la esperas, son regalos que compensan todo lo
demás.
Pero para saborearlos, tenemos que ser capaces de levantar la mirada y
ver más allá de los platos sucios.
Cuando sientas que estás sin fuerza, valora si se trata solo de un
problema de cansancio o de soledad. Puede que te estés exigiendo más de la
cuenta. Quizás necesitas una charla o descansar. ¿Lo que te preocupa tiene
realmente la importancia que le estás dando?
A veces, nuestra mente se enzarza en problemas que no son tales,
bolas que van creciendo en nuestra cabeza sin ton ni son.
Aunque la mente es muy compleja, en determinados aspectos no deja
de ser bastante básica. Es como un mono que siempre necesita estar
entretenido con algo. Sabiéndolo, puedes escoger el hueso que le das a roer,
porque habrás notado que solo puede roer de uno en uno. Esa es una gran
ventaja que puedes aprovechar.
Así que, si ves que estás entrando en un bucle que no te lleva a ningún
sitio, prueba a tratarla con cariño, a agradecerle los servicios prestados por
avisarte de aquel peligro inminente y a darle otro tema más agradable en el
que pensar.
Si no funciona a la primera, insiste. Busca otro asunto con el que
puedas distraerla. Verás como consigues salir de ahí.
Hay una plegaria que recomienda tener la serenidad para aceptar las
cosas que no puedes cambiar, el valor para cambiar las que sí puedes y la
sabiduría para distinguir unas de las otras.
Epícteto fue un filósofo griego que vivió parte de su vida como
esclavo en Roma. Ya liberado, fundó su propia escuela, que tuvo una gran
repercusión. Es uno de los maestros de la filosofía estoica. Mira lo que dice:
«La felicidad y la libertad comienzan con la clara comprensión de un
principio: algunas cosas están bajo nuestro control y otras no. Solo tras
haber hecho frente a esta regla fundamental y haber aprendido a distinguir
entre lo que podemos controlar y lo que no, serán posibles la tranquilidad
interior y la eficacia exterior.
Bajo control están las opiniones, las aspiraciones, los deseos y las
cosas que nos repelen. Estas áreas constituyen básicamente con exactitud
nuestra preocupación, porque están directamente sujetas a nuestra
influencia. Siempre tenemos la posibilidad de elegir los contenidos y el
carácter de nuestra vida interior.
Fuera de control, sin embargo, hay cosas como el tipo de cuerpo que
tenemos, el haber nacido en la riqueza o el tener que hacernos ricos, la
forma en que nos ven los demás y nuestra posición en la sociedad.
Debemos recordar que estas cosas son externas y, por tanto, no constituyen
nuestra preocupación.
Intentar controlar o cambiar lo que no podemos tiene como único
resultado el tormento». (Disponible en:
https://grandeseducadores.files.wordpress.com/2015/09/epicteto_manualde
vida_sharon-lebell.pdf).
Marco Aurelio es otro filósofo estoico que nos enseña a mirar con un
poco de distancia la situación que atravesamos. Al final de su vida, escribió
unas reflexiones que me acompañan a menudo.
Lo hacía por las noches, después de haberse pasado el día defendiendo
la frontera romana frente a los bárbaros. Era el emperador. Para que luego
digamos nosotros que no tenemos tiempo.
Escribió:
"Cuán ridículo y extraño el que se asombra de cualquiera de los
acontecimientos de la vida." (Libro XII, 13).
"Rememora sin cesar a los que se indignaron en exceso por algún
motivo, a los que alcanzaron la plenitud de la fama, de las desgracias, de los
odios o de los azares de toda índole. Seguidamente, haz un alto en el
camino y pregúntate: «¿Dónde está ahora todo aquello?». Humo, ceniza,
leyenda o ni siquiera leyenda." (Libro XII, 27).
"Piensa, por ejemplo, en los tiempos de Vespasiano. Verás siempre las
mismas cosas: personas que se casan, crían hijos, enferman, mueren, hacen
la guerra, celebran fiestas, comercian, cultivan la tierra, adulan, son
orgullosos, recelan, conspiran, desean que algunos mueran, murmuran
contra la situación presente, aman, atesoran, ambicionan los consulados, los
poderes reales. Pues bien, la vida de aquellos ya no existe en ninguna parte.
(Libro IV, 32)."
(Meditaciones, Marco Aurelio, Alianza Editorial, S.A., Madrid, 2005).
Aunque estés pasando por una fase difícil, es muy probable que
encuentres en tu vida algo positivo a lo que puedas agarrarte para subir el
ánimo. Identificarlo y agradecerlo te puede ayudar, porque el sentimiento de
agradecimiento es tan potente que tiene la capacidad de anular todo lo
demás. Cuando lo experimentamos, nuestra mirada cambia a mejor,
sentimos que se nos hincha el alma.
Mi padre padeció durante muchos años una enfermedad. Estaba en
casa, cada vez podía salir menos. Mi madre le cuidó durante ese tiempo.
¿Crees que fueron infelices durante aquellos años?
Todo lo contrario.
Cuando le visitaba el médico, le decía que era el enfermo con más
suerte del mundo. Tenía a su mujer al lado, que le quería y lo cuidaba como
a un bonsái; tenía cerca a sus hijos y a sus nietos; vivía en un piso amplio
desde el que podía mirar el cielo. ¿Qué más podía pedir? El médico no
podía hacer otra cosa que darle la razón.
Por supuesto, su barrio también era el mejor del mundo: aceras anchas,
bancos donde sentarse, todos los servicios y transportes a mano… ¿Sabes
dónde vivía? En una de las avenidas con más tráfico de la ciudad.
Mi madre no le iba a la zaga.
Ninguno de los dos dejó de ser consciente de la situación por la que
atravesaban. No pienses que eran unos ingenuos. Precisamente porque
sabían cuál era el final, disfrutaban de estar juntos y de hacer aquello que
todavía estaba en su mano: cocinar y comer bien, hacer membrillo en otoño
y arroz con leche todo el año, reunir a la familia, tumbarse en el sofá a ver
la tele, o salir a hablar con los vecinos.
¿Qué tienes a tu alrededor que te haga sentir afortunado?
No dejes de aprender
No dejes de asombrarte
Echemos a andar
El día acaba cuando nos vamos a dormir. Cada día nos trae una nueva
oportunidad.
Nos equivocaremos. No pasa nada, no somos perfectos ni estamos
obligados a serlo.
Nos pasarán cosas. Tendremos que asumirlas, forman parte de la vida.
Cuando lleguen, intentaremos buscar apoyo y llevarlas lo mejor
posible. Mientras tanto, disfrutemos del privilegio de estar vivos e
intentemos hacer las cosas lo mejor posible.
Intentemos
y lo mejor posible.
Con eso es suficiente.
Ya está.
Epílogo
Como todo en mi vida, esto es una versión beta, es decir, que con el
tiempo y poquito a poco, espero ir completando y mejorando el contenido
de este libro.
Puedes enviármela a:
sonia@comovivirunavidaplena.com
o compartirla en Amazon.