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CÓMO VIVIR UNA VIDA PLENA

Sonia Blasco
A mi marido,

Por saber esperarme.

Y por compartir conmigo su valentía,

su ilusión y su fuerza.
Índice

Introducción
No estás solo
Atrévete a pensar
Desmontando mitos
Primera parte: Unas bases sólidas para vivir una vida plena
Estamos obligados a ser libres
Aunque no todo está en nuestras manos, podemos escoger cómo
nos afecta
No hace falta esperar a nada para vivir una vida plena
Segunda parte: Las tres claves para vivir una vida plena
Primera clave: Conecta con tu yo interior
Alma y mente o personalidad
Cómo conectar con tu yo interior
Y después, ¿qué?
Segunda clave: Conócete a ti mismo
¿Cómo podemos conocernos?
Y después, ¿qué?
Tercera clave: Dale un propósito a tu vida
¿Cómo encontrar un propósito para tu vida?

Y después, ¿qué?
Tercera parte: Para cuando te fallen las fuerzas
Mira las cosas con perspectiva
Sé consciente de que habrá cosas que no podrás cambiar
Valora todo lo bueno que tienes
Disfruta de los placeres de la vida
No dejes de aprender
No dejes de asombrarte
¿Y si no sale bien?
Epílogo. “Tú cambiarás el mundo”
INTRODUCCIÓN

Este es el libro que a mí me hubiese gustado leer.


Un libro donde me explicasen de forma clara y honesta qué camino
debía seguir para sentirme feliz en el mejor sentido de la palabra; un libro
en el que, sin infantilismos ni demasiada magia, me mostrasen un camino
consistente y realista, digno de ser probado. Y, por poner la guinda, me
hubiera encantado que ese texto me ofreciese un mensaje inspirador,
cargado de energía.
Nunca se me hubiese ocurrido que sería yo la que intentaría escribirlo.
Pero después de haber leído mucho, de estar atenta a todo, de estudiar
filosofía y de haber vivido gran parte de mi vida, siento que puedo y quiero
hacerlo.
Mi propuesta es práctica y sencilla, aspira a ser útil.
Soy alguien que prueba, se equivoca, a veces acierta y va haciendo.
Pero, ante todo, soy una persona con una vida normal y corriente, que se
siente feliz desde un punto de vista estructural, y que quiere acompañar a
otros en el camino para que también puedan llegar a serlo, cada uno a su
manera.
Tener una vida plena es mucho menos complicado de lo que parece y
de lo que la locura del día a día te puede hacer pensar. Es algo que, aunque
ahora no lo creas, está al alcance de tu mano conseguir.

Antes de nada, me presentaré

Me llamo Sonia, tengo 55 años, un marido, tres hijos, una familia que
adoro, unas cuantas amigas, compañeras de risas y batallas, y un trabajo que
me gusta mucho. Además, estudio filosofía y me encanta. Ah, también
cuido de un pequeño huerto.
No soy coach, ni psicóloga, ni gurú de nada. Estudié historia, me
dedico al mundo de los museos y del patrimonio cultural.
Mi vida es muy convencional. Tengo mis días malos y mis días
buenos. Hago números para llegar a fin de mes y me enfado con mis hijos
cuando no recogen la cocina. Supongo que es lo habitual.
Pero a pesar de pasarme todo el día corriendo de aquí para allá y estar
agotada, siento, mejor dicho, sé, que tengo una vida plena. Y me he dado
cuenta de que esta sensación no es nada frecuente, y de que yo misma no la
tenía hace un tiempo.
Por eso he pensado que valía la pena poner en orden el proceso que he
seguido para llegar hasta aquí, por si puede servir a otros de inspiración o
de guía.

¿A quién está dirigido este libro? ¿Cómo te imagino?

Quiero creer que eres alguien que se plantea las cosas, alguien a quien
no le gusta ir por la vida con el piloto automático puesto, aunque por
circunstancias diversas, a menudo tenga que ir así, y alguien que es
consciente de que, ya que de momento solo tenemos esta vida, hay que
intentar vivirla lo mejor posible.
¿Es compartible mi experiencia? ¿Puede serte útil? Tendrás que seguir
leyendo para averiguarlo, pero te voy a prometer tres cosas:
1) No te voy a engañar ni a endulzar nada. Cuando te hablo de la vida
pienso en ella en todas sus dimensiones, con sus luces y sus sombras. Me
gusta así, tal cual.
2) Todo lo que te proponga va a ser muy fácil de llevar a cabo. Cuando
tienes una vida normal, no te puedes permitir que las cosas sean más
complicadas de lo necesario.
3) Intentaré ser concisa e ir al grano. Me encanta leer, y a veces
encuentro en los libros páginas de relleno que me sobran. Procuraré escribir
bien para que la lectura te resulte agradable, pero sin entretenerme más de
la cuenta. El tiempo es algo demasiado valioso como para perderlo.
En cualquier caso, es importante que sepas que la utilidad de este libro
va a depender en gran parte de ti.
Puedo compartir contigo mi experiencia, mis reflexiones y las de otros,
te puedo acompañar. Pero tener una vida plena pasa por tomar la decisión
de tenerla y por ser consecuente con esa decisión. Y eso solo puedes
hacerlo tú.
Si hace tiempo que no te escuchas, tendrás que volver a hacerlo.
No pasa nada, a mí también me costó al principio. Lo harás, ya lo
verás.
También tendrás que aparcar las actitudes victimistas y negativas, si es
que las tienes, porque no te van a llevar a ningún sitio.
Y ¿cuál será el premio final? ¿Cómo te sentirás cuando tengas una
vida plena?
Cuando vives una vida plena, la principal sensación interna que tienes
es de tranquilidad. Sientes que estás en el lugar que toca, a pesar de no
haber llegado a ningún sitio en especial y de que hay muchos otros caminos
que te apetecería explorar.
Tienes ganas de hacer mil cosas, de hablar con otras personas para
conocer su historia. Pero a la vez, necesitas y disfrutas de estar a solas. Es
como si tuvieses las pilas a tope de energía, aunque físicamente puedas
estar cansado.
Te sonará extraño, pero también sientes que, si tuvieras que morirte en
este momento —cosa que, aclarémoslo, no me apetece en absoluto—, todo
habría valido la pena. Quizás, este pensamiento es el más determinante.
Este es mi estado habitual.
No siempre, claro. Hay muchas veces en las que me enfado y lo
enviaría todo a freír espárragos.
Estoy convencida de que la vida es bella en toda su complejidad en la
inmensa mayoría de las circunstancias que nos toca vivir.
También creo que no acostumbramos a valorarla lo suficiente, hasta
que un día todo cambia y nos damos cuenta de que vivíamos de prestado.
No hace falta esperar a que llegue ese momento para ser conscientes
de que vivir es un regalo.
Además, apreciar nuestra vida y honrarla nos lleva a hacer lo mismo
con la de los demás y con la de todo lo que nos rodea.
Ya ves que no hay tiempo que perder. ¿A qué esperamos?
NO ESTÁS SOLO

«A pesar de que tengo todo lo que buscaba, siento un vacío existencial.


Me gustaría recuperar la alegría que tenía cuando era un niño.»
«No me gusta la sociedad en que vivimos. Siento que formo parte de
un circo que no me interesa, pero no sé cómo salir de él. Creo que nos
estamos volviendo todos un poco locos.»
«Querría ser capaz de saborear la vida, se me está escapando entre los
dedos. No sé si es que me estoy dejando llevar por la inercia, o si esto es lo
que hay y tengo que aprender a convivir con ello.»

Es posible que te identifiques con alguna de estas frases y compartas


en gran medida lo que dicen: que la manera que tenemos de vivir es un
sinsentido, que es difícil encontrar valores, que todo son exigencias.
Vivo en una gran ciudad. A menudo me siento como si fuese un pato
de esos que tienen atados y a los que no paran de dar de comer para que
engorden y poder usar su hígado para hacer foie.
A los que residimos en las ciudades nos presentan la comida bien
apetitosa para que la compremos.
No hace falta que nos preocupemos por las condiciones en que se
produce, ni por los costes de todo tipo que conlleva el hacerlo. Solo
tenemos que ir al súper y comprar. Cuanto más y más rápido, mejor. Los
beneficios de todos tienen que seguir creciendo; no se sabe cuánto ni hasta
cuándo, pero tienen que crecer. Y que sea así depende de nuestro consumo.
Después recogen nuestros residuos. No nos cuestionamos adónde van
ni cómo los hacen desaparecer. Lo importante es que las calles estén limpias
para poder seguir con nuestra rutina diaria sin que la suciedad nos
incomode.
Mientras tanto, los anuncios de los grandes almacenes y la llegada de
las rebajas van marcando el paso de las estaciones.
Hay una gran incongruencia entre los mensajes que nos envían por
tierra, mar y aire, animándonos a consumir, y las consignas que recibimos
sobre la necesidad de frenar el cambio climático. ¿En qué quedamos?
En medio de esta vorágine, hay algunos que tropiezan, se caen y
quedan atrás. Otros nunca llegan a formar parte del sistema. No pueden
correr lo suficiente y no sale a cuenta esperarles.
El resto vamos haciendo lo que podemos para mantenernos en pie,
cada vez es más difícil seguir el ritmo.
Entonces, hacemos una parada en medio de una reunión o justo antes
de entrar en ella, nos miramos, resoplamos y decimos: «esto es una locura».
Todos lo vemos igual, pero seguimos.
Cuando nos quejamos de cómo está montado todo, deberíamos ser
conscientes de que también son nuestros pies los que están haciendo girar la
rueda en la que andamos metidos: nuestra actitud, nuestras decisiones,
nuestras compras.
Parece que tener dinero es lo más importante y que es casi una
obligación mostrar a los demás lo bien que nos van las cosas.
Pero lo cierto es que, teniendo cubiertas nuestras necesidades básicas,
disponer de más recursos económicos no garantiza el vivir una vida plena.
Las cuestiones esenciales de la vida, el aceptarnos a nosotros mismos,
el querer y ser queridos, no se pueden resolver con dinero porque son ajenas
a él.
Es preferible saber vivir con menos que querer cada vez más, porque
cuanto menos necesitas, más libre eres.
Cuentan que Sócrates paseaba por el mercado de Atenas sin comprar
nada. Luego les comentaba a sus discípulos que se maravillaba de la
cantidad de cosas que existían y que no necesitaba.
A mi madre, sin ser Sócrates, le pasa lo mismo.
Cuando al final de sus conferencias, la gente le preguntaba al gran
Leopoldo Abadía qué mundo íbamos a dejar a nuestros hijos, él contestaba
que sería más útil que nos planteásemos qué hijos íbamos a dejar al mundo.
Y es que, igual que somos parte del problema, también podemos serlo
de la solución.
Si te preguntas si la vida que llevas es la que quieres llevar, si tienes la
capacidad de mirar las cosas con perspectiva y la inquietud de buscar algo
que se identifique más contigo, estás salvado.
Es posible que todavía sigas sufriendo, porque aún no sabes cómo
bajarte de la rueda, o cómo seguir en ella sin dejar de ser tú mismo. Pero si
insistes, tarde o temprano descubrirás cómo hacerlo.
Y si lo que te preocupa es que solo seas tú quien se siente de esa
manera, puedes tener la certeza de que no es así.
No tienes más que entrar en internet y ver la cantidad de mensajes que
reflejan esa misma inquietud, que responde a la falta de encaje entre lo que
hacemos en el día a día, y los mensajes que nuestro corazón, nuestra
intuición y nuestro cuerpo nos envían. Unos mensajes muy valiosos, que
tenemos que aprender a descodificar y leer.

Seguramente habrás escuchado muchas ideas y consejos sobre cómo


ser feliz que, de entrada, te parecen obvios y fáciles de llevar a la práctica.
Pero después el día a día te puede, y acaban convirtiéndose en poco
más que unas frases bonitas, una lluvia fina que no cala.
También es posible que hayas leído eso de que la verdad está en tu
interior, pero te cueste encontrarla.
Yo estuve en ese punto y no hace tanto tiempo de eso. Me sentía
frustrada por esa frase; buscaba y buscaba y no era capaz de encontrar nada
especial en mí. ¡Llegué a pensar que el problema era que en mi caso no
había nada que encontrar!
Si estás en una situación así, te animo a seguir leyendo lo que he
preparado para ti. Creo que puedo ayudarte a que salgas de ese bucle y
encuentres eso que andas buscando.
Cuando lo consigas, verás que es lo más valioso que hayas tenido
nunca; y no exagero.

Antes de seguir, te explicaré cómo he organizado el libro para que


puedas hacerte una idea del camino que te propongo recorrer.
Lo primero que haré será empoderarte y animarte a pensar por ti
mismo.
A continuación, cuestionaremos una serie de mitos del típico discurso
de los -malos- libros de autoayuda. Son ideas que creo que, más que
ayudarnos, nos hunden.
En el siguiente apartado te explicaré por qué defiendo que vivir una
vida plena es algo que está en tus manos y depende de ti,
independientemente de tu carácter y tus circunstancias.
Y hasta aquí, la teoría. Es básica para que puedas implementar la
práctica que viene a continuación. O sea que, por favor, no te la saltes.
Ahora sí, en el siguiente capítulo te explicaré mi método para vivir una
vida plena.
Está formado por tres claves, las tres son importantes.
Veremos en qué consisten y te sugeriré formas concretas de llevarlas a
cabo. He buscado muchos ejemplos para que puedas encontrar el que mejor
encaje contigo. Porque la teoría más o menos la conocemos todos, lo difícil
es aplicarla en medio del estrés y el caos diario.
Antes de acabar el libro, prepararemos un kit de supervivencia para
cuando te fallen las fuerzas —que te fallarán, no lo dudes—.
Y finalmente, como te decía que quería que mi mensaje fuese
inspirador y cargado de esperanza, en el epílogo te animaré a contribuir a
cambiar el mundo.
Como comprenderás, no nos íbamos a poner por menos.
ATRÉVETE A PENSAR

Una de las lecciones más importantes que nos enseña la filosofía es que
debemos atrevernos a pensar por nosotros mismos. Este es el primer paso
para tener una vida plena.
Kant nunca salió de su ciudad natal, Königsberg, en Alemania, donde
era profesor de universidad. Desde allí, trató de dar respuesta a las
preguntas más profundas que podemos plantearnos como seres humanos:
¿Qué puedo conocer?, ¿qué debo hacer?, ¿qué puedo esperar si lo hago? Y
el resumen de todas ellas, ¿qué es el hombre?
Para encontrar respuesta a estas cuestiones, Kant animaba a sus
alumnos a pensar por sí mismos. Cada mañana les decía la misma frase:
¡Sapere aude! (¡Atrévete a pensar!). Les pedía que, como seres racionales
que eran, fuesen capaces de valorar las cosas y de sacar sus propias
conclusiones.
Te propongo que, si no lo haces ya, empieces a aplicar ese consejo
desde este mismo momento. Empieza a pensar por ti mismo.
Eso no quiere decir que no puedas asumir como propias las ideas que
te vengan de fuera, por supuesto que sí. Lo importante es que no lo hagas en
modo piloto automático, que te pares a pensar si esas ideas están alineadas
contigo o no. En definitiva, que no te creas a pies juntillas todo lo que te
digan.
Ni siquiera lo que te digo yo.
DESMONTANDO MITOS

Y ya que nos hemos puesto a pensar, vamos a cuestionarnos algunas de las


ideas que impregnan nuestra sociedad y que nos hacen más difícil vivir una
vida plena; porque nos venden una imagen que no es real, en la que todo es
fantástico y todo es posible, una vida en la que «nosotros lo valemos todo».
Por eso, si nos alineamos con los astros y aprendemos a focalizar bien,
el universo se pondrá entero a nuestros pies.
Y si la vida se complica (que siempre lo hace en algún momento), o no
logramos nuestros sueños, será porque no le hemos puesto la suficiente
intención.
¿Realmente crees que esto funciona así?
Voy a enumerar algunas de las típicas frases que siento que no nos
hacen ningún bien:

«Tenemos que estar persiguiendo la felicidad, entendida como el


placer, la riqueza, el poder, siempre»

Admitámoslo, eso es muy estresante.


Insostenible desde un punto de vista económico para la mayoría de
nosotros, y físicamente agotador. No podemos estar a tope las 24 horas del
día, los 7 días de la semana.
Hay que parar de vez en cuando, aburrirse, saborear primero la calma
para después poder disfrutar también de la tempestad y ser capaces de lidiar
con ella.

«Todo es perfecto o debería serlo»


En realidad, nada lo es. Ni nuestros cuerpos, ni nuestra personalidad,
ni nuestra vida. Precisamente su «perfección» radica en eso, en la belleza de
su imperfección, en que está bien que seamos como somos. ¿O es que las
cosas o las personas que nos gustan de verdad no las queremos tal cual son?
En la vida no todo es bonito, ni siempre es fácil. También hay
sufrimiento, momentos de tristeza, desencuentros. A veces, dolor. Y al
final, la muerte. Y esto no sucede porque no nos hayamos conjurado
suficientemente con los astros. Pasa porque forma parte de la vida, porque
no puede ser de otra manera.

«Si quieres, puedes»

¿Seguro?
Si quieres, puedes… intentarlo. Eso debería ser suficiente.
Porque no todo depende de nosotros, y aun cuando así fuese, todos
tenemos nuestras limitaciones. Y tanto los demás, como la vida, nos
imponen las suyas.
Las personas con las que convivimos tienen su visión y sus objetivos,
tan lícitos como los nuestros. Por tanto, por lógica, es imposible que todos
consigamos todo lo que queremos en todo momento.

«Podemos ser eternos»

No hay nada que dure para siempre. Ni nosotros, ni los nuestros, ni las
circunstancias que nos rodean, ni el mundo tal como lo concebimos.
Todo lo que tenemos ahora, lo perderemos. Tarde o temprano va a ser
así.
A lo mejor te parece un pensamiento muy triste, pero no me dirás que
no es realista.
Además, tenerlo siempre presente es la mejor manera de valorar la
etapa que estamos viviendo, de no dar nada por supuesto, y de apreciar la
vida como un regalo, que es lo que la mayoría de las veces es.
«Porque yo lo valgo»

No somos los reyes del mambo. En nuestra sociedad parece que


tenemos derecho a todo. Pero, igual que tenemos derechos, también
tenemos obligaciones. Nuestros derechos acaban donde empiezan los de los
demás, que son tan respetables como los nuestros.
El mundo no se ha creado para rendirnos sus favores; el resto de las
personas, tampoco. No son actores secundarios de nuestra película, son los
protagonistas de la suya.
Cada uno tenemos nuestras historias, nuestros anhelos.
Y a veces, nuestros sueños no coincidirán con los de otras personas.
En algunos casos, incluso llegarán a ser contradictorios.
Cuando eso pase, ¿qué hacemos? ¿No nos habían dicho que teníamos
derecho a todo? ¿O es que esa frase solo rige para nosotros?

«Todo tiene un sentido»

O no. La verdad es que no lo sabemos.


Darwin, con su teoría de la evolución, nos explicó que la sorprendente
perfección de la naturaleza se basa en la capacidad de adaptación de las
especies. Lo que funciona, se mantiene. Lo que no, desaparece. Todas las
piezas del puzle encajan porque aquellas que no lo hacían han sido
sustituidas por otras que sí se ajustan al resto.
Pero también es cierto que, a veces, experimentamos un sentimiento de
pertenencia a algo más grande, esos momentos que James Joyce llamaba de
«epifanía». Cuando aparecen, nos sentimos en comunión con todo y con
todos.
Wittgenstein, un gran filósofo, decía que era imposible describir esas
experiencias con palabras, porque nuestro lenguaje era demasiado tosco
para hacerlo. Decía que lo más parecido sería hablar de una sensación de
asombro profundo ante el mundo, de una percepción de seguridad (fuera de
toda lógica), que nos hace sentirnos a salvo de todo y de todos.
No podemos llegar a saber si todo está organizado de una determinada
manera, o si, por el contrario, esto un puro caos; solo podemos movernos en
el ámbito de las creencias.
Para mí, pensar que la vida nos va poniendo en nuestro camino aquello
que necesitamos, es una manera bonita de ver las cosas, pero nada más,
porque no podemos saber si efectivamente esto es así.
Lo bueno es que no es necesario tener esa certeza para avanzar. Basta
con ser conscientes de que todo lo que nos pase en la vida puede aportarnos
algo y ayudarnos a crecer.
¿FELICIDAD O VIDA PLENA?

Ya hemos visto que es importante intentar pensar siempre por nosotros


mismos, y hemos aplicado esa visión crítica a algunos de los mensajes que
nos animan constantemente a perseguir un tipo de felicidad que consiste en
tener una vida perfecta siempre y para siempre, porque nosotros lo valemos
todo.
Si este modelo de felicidad, característico de algunos libros de
autoayuda y de nuestra sociedad en general, no es coherente ni sostenible y
nos lleva a una insatisfacción constante, ¿a qué podemos aspirar? ¿Hay otro
tipo de felicidad que pueda ser alcanzable y digna de ser buscada?
Claro que sí. Como tantas otras enseñanzas, lo encontramos en la
antigua Grecia. Los griegos llamaban a la felicidad, eudaimonia. Eu viene
de bueno. Y daimon, de espíritu. Para ellos, la felicidad era algo así como
tener un buen espíritu, sentir un buen ánimo.
Por eso Aristóteles decía que los niños no podían ser felices. Podían
pasárselo bien, divertirse; pero para tener un buen daimon, para ser felices
en un sentido estricto, era imprescindible haber vivido un tiempo, haber
aprendido unas lecciones que solo se pueden aprender viviendo.
Pensaban que la auténtica felicidad tenía que ser autónoma. Si era tan
buena, no debía depender de ninguna otra cosa para experimentarse.
Además, por lógica, tenía también que ser completa. Si lograbas tener
ese buen espíritu, no necesitabas nada más, porque ya habías alcanzado el
objetivo último que todos perseguimos.
Viendo que todos buscamos la felicidad, Aristóteles se propuso
investigar cuál era el mejor camino de alcanzarla.
Para averiguarlo, hizo una especie de encuesta entre sus
conciudadanos. Encontró cuatro tipos de respuestas:
1. Los que creían que la felicidad llegaba de la mano del poder y de la
riqueza. ¿Te suena?
2. Los que la asimilaban con el placer. Seguro que te suena también.
3. Había quien consideraba que la felicidad estaba, sobre todo,
relacionada con la vida virtuosa.
4. Y, finalmente, estaban los que pensaban que se alcanzaba por medio
de la vida contemplativa.
¿Cuál hubiera sido tu respuesta? ¿Cuál de estos cuatro caminos crees
que es el mejor para alcanzar la felicidad? ¿Se te ocurre algún otro?
Las conclusiones de Aristóteles fueron las siguientes.
Consideró que, aunque el camino más seguro para ser feliz era
dedicarse a la vida contemplativa, esta opción solo era alcanzable para unos
pocos, para los grandes sabios. Y esos no necesitaban sus consejos.
Como era tremendamente práctico, quiso encontrar un camino que
pudiesen seguir la mayoría de los mortales, la gente normal y corriente.
Siguió buscando.
Descartó también el poder y la riqueza. Pensó que, para conseguirlos,
necesitas que se den muchas circunstancias que no siempre dependen de ti.
Y tarde o temprano, ese poder se acaba. Visto así, le pareció un camino
poco consistente. No coincidía con la idea de felicidad autónoma que iba
buscando.
El placer tampoco le pareció una buena opción, un poco por lo mismo.
Acostumbra a estar vinculado con algo o con alguien. Si necesitamos de ese
algo o de ese alguien para ser felices, ¿dónde queda nuestra independencia?
Al final, el filósofo concluyó que, para ser felices en el sentido de tener
un buen espíritu, lo mejor que podemos hacer es intentar llevar una vida
virtuosa.
No cierres el libro, no te asustes. No se trata de buscar la santidad, es
algo mucho más sencillo y posibilista.
Cuando Aristóteles hablaba de tener una vida virtuosa, se refería a lo
que él llamaba: «ejercitarse en el oficio de ser persona», hablaba de trabajar
por ir consiguiendo una mejor versión de nosotros mismos. Poco a poco,
tranquilamente, solo intentándolo de una manera firme y constante; ni
siquiera hace falta conseguirlo.
Un filósofo contemporáneo, Eugenio Trías, hablaba de «llegar a ser lo
que eres», es lo mismo.
Aristóteles decía que ejercitarse en el oficio de ser persona es un
esfuerzo gozoso. Esfuerzo, porque es más cómodo relajarse y no
cuestionarse nada, pasarse las horas mirando el móvil o hacer lo que nos
dicen los demás, sin plantearnos si eso es, realmente, lo que nosotros
queremos.
Pero también decía que era un esfuerzo gozoso, porque mientras lo
practicas ya experimentas esa sensación de plenitud, ya empiezas a sentirte
feliz en el sentido griego del término. No hace falta haber llegado a ningún
sitio, ni haber alcanzado nada en especial. No hace falta que todo sea
perfecto para empezar a sentirte bien contigo mismo. Es suficiente con
empezar a andar.
Como ves, los antiguos griegos tenían una idea de la felicidad bastante
más sostenible que la nuestra. Se parece más a la idea de vida plena que te
propongo, que a la lista de bodas que estamos acostumbrados a perseguir.
Por eso, a partir de ahora, utilizaré indistintamente la palabra felicidad y la
expresión vida plena para referirme a ella.
PRIMERA PARTE

UNAS BASES SÓLIDAS PARA VIVIR UNA VIDA PLENA

Ahora que ya sabemos lo que buscamos, voy a darte argumentos para


mostrarte que tener una vida plena es algo que depende de ti y que está en
tus manos. Puede que creas que diciendo esto, solo te estoy añadiendo más
presión y haciéndote sentir más culpable. Si depende de mí, ¿por qué no soy
capaz de sentirme feliz?
No te preocupes, después de la teoría vendrá la práctica, no nos vamos
a quedar aquí. Pero es fundamental que entiendas por qué lo que te estoy
diciendo no es una frase hecha, y cuál es el razonamiento que hay detrás de
esta afirmación que te otorga todo el protagonismo. Porque únicamente así
encontrarás la fuerza y el sentido que necesitas para continuar y poner en
práctica todo lo que te propondré más adelante, y otras cosas que seguro
que se te ocurrirán a ti.
Sin esta base, todo lo que viene a continuación puede convertirse en
algo hueco, inconsistente; porque en lo más profundo de ti, seguirás
esperando a que la respuesta venga de fuera: de los demás, de la suerte, del
universo, de un príncipe o una princesa azul que te vengan a rescatar. Por
eso te pido que tengas un poquito de paciencia y te concentres en lo que te
voy a explicar.

Estamos obligados a ser libres

Si la lección más importante que nos enseña la filosofía es la de pensar


por nosotros mismos, la segunda lección básica que nos ofrece es la de
tomar conciencia de que estamos obligados a ser libres.
A diferencia del resto de los seres vivos, los humanos tenemos la
conciencia de existir y la capacidad de escoger cómo queremos vivir.
Incluso cuando nos dejamos llevar, estamos eligiendo, porque podríamos
hacer las cosas de otra manera.
Esta libertad, que a priori es un privilegio, puede sentirse como una
condena, porque es cierto que la otra cara de la libertad es la
responsabilidad.
Me encanta la actitud de los pájaros. Tengo la suerte de vivir en una
zona de la ciudad muy tranquila, dónde se les oye cantar. Cada mañana,
pase lo que pase, ellos cantan. Haga un buen día o esté a punto de llover, es
igual. Ellos tienen que cantar, pues cantan.
Kant me diría que no tiene ningún mérito, que el instinto los lleva a
hacerlo. Y que, como contrapartida, no tienen la libertad de decidir no
cantar aquella mañana porque están de mal humor o porque no les apetece.
Empieza el día y cantan.
Nosotros podemos darle mil vueltas a la cabeza antes de levantarnos.
Pensar si el trabajo que nos toca hacer ese día nos apetece, si ayer fue bien o
hubo algo que querríamos haber hecho diferente.
Al final, con todas nuestras cavilaciones, estamos escogiendo entre
levantarnos de la cama con el pie derecho o con el pie izquierdo. Estamos
eligiendo entre cantar o protestar a la primera de turno. Y esa es solo la
primera elección de las muchas que iremos haciendo a lo largo de todo el
día.
Siempre estamos tomando pequeñas decisiones. Comer o no esa
galleta de chocolate, comprar en una tienda del barrio o en una gran
superficie, escuchar a alguien o desconectar mientras nos habla, poner
empeño en lo que hacemos o pasar de puntillas por la vida.
A lo mejor creerás que tu carácter, la sociedad o las personas que nos
rodean, nos condicionan. Es verdad, yo no puedo ver las cosas igual que tú.
Tampoco las veríamos de la misma manera si viviésemos en un entorno
diferente o si nuestra vida hubiese sido más o menos complicada. Pero
tómate un minuto y reflexiona. Todo ese contexto, ¿nos obliga? ¿No
tenemos la capacidad de pararnos y decidir hacer algo diferente a lo que se
supone que nos toca hacer por carácter, por costumbre, por tradición?
¿Cuántas personas conocemos que, pese a haber llevado una vida
durísima, han sido capaces de hacer justo lo contrario de lo que se esperaba
de ellas? ¿Cuántos casos hemos leído de gente que le ha plantado cara a la
situación y nos ha inspirado a todos los demás? Piénsalo, es muy posible
que tengas cerca a alguna de esas personas.
Los griegos decían que una cosa es el talante, con el que nacemos, y
otra el carácter, que es el que nos vamos forjando con las pequeñas
decisiones que tomamos. Yo al talante le llamo nuestra tendencia natural.
No somos responsables de nuestro talante, nacemos con uno o con otro, de
la misma manera que tenemos un físico determinado. Pero, de nuestro
carácter, sí somos responsables. Porque lo vamos construyendo día a día
con nuestros actos. Cuanto más hacemos el vago, más vagueamos, y al
revés.
Nuestra tendencia natural, como nuestro físico, hará que nos sea más o
menos fácil hacer o conseguir determinadas cosas. Pero no nos obliga a
comportarnos de una determinada manera. El contexto, tampoco.

Aunque no todo está en nuestras manos, podemos escoger cómo nos


afecta

Viktor Frankl fue un neurólogo y psiquiatra austríaco judío. En 1942 le


enviaron, con su mujer y sus padres, a un campo de concentración. Entre
1942 y 1945 llegó a estar en cuatro campos de concentración distintos,
incluido Auschwitz. Él sobrevivió, pero su familia y sus amigos no tuvieron
la misma suerte. Relató su experiencia en su libro El hombre en busca de
sentido.
En medio de aquellas circunstancias tan complicadas, Frankl tomó la
decisión de mantenerse vivo en el sentido espiritual del término, de
mantener su dignidad en medio de la barbarie. Creía que muchas de las
personas que lograron sobrevivir, lo hicieron porque tenían un propósito de
vida. En su caso, la voluntad de explicar a la humanidad las atrocidades que
estaba viviendo allí: quería sobrevivir para dar testimonio de aquel horror.
En el libro analiza, desde su formación de psiquiatra, de qué dependía
el estado de ánimo más íntimo del prisionero y concluye que acababa
siendo el resultado de una decisión personal. He seleccionado un fragmento
un poco largo, pero merece la pena que lo leas:
«Pero ¿y qué decir de la libertad humana? ¿No hay una libertad
espiritual con respecto a la conducta y a la reacción ante un entorno dado?
¿Es cierta la teoría que nos enseña que el hombre no es más que el producto
de muchos factores ambientales condicionantes, sean de naturaleza
biológica, psicológica o sociológica? ¿El hombre es solo un producto
accidental de dichos factores? Y, lo que es más importante, ¿las reacciones
de los prisioneros ante el mundo singular de un campo de concentración son
una prueba de que el hombre no puede escapar a la influencia de lo que le
rodea? ¿Es que frente a tales circunstancias no tiene posibilidad de
elección?
Podemos contestar a todas estas preguntas en base a la experiencia y
también con arreglo a los principios. Las experiencias de la vida en un
campo demuestran que el hombre tiene capacidad de elección. Los
ejemplos son abundantes, algunos heroicos, los cuales prueban que puede
vencerse la apatía, eliminarse la irritabilidad. El hombre puede conservar un
vestigio de la libertad espiritual, de independencia mental, incluso en las
terribles circunstancias de tensión psíquica y física.
Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los
hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás,
dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en
número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede
arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la
elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para
decidir su propio camino.
Y allí, siempre había ocasiones para elegir. A diario, a todas horas, se
ofrecía la oportunidad de tomar una decisión, decisión que determinaba si
uno se sometería o no a las fuerzas que amenazaban con arrebatarle su yo
más íntimo, la libertad interna; que determinaban si uno iba o no iba a ser el
juguete de las circunstancias, renunciando a la libertad y a la dignidad, para
dejarse moldear hasta convertirse en un recluso típico». (Disponible en:
https://tu-pdf.com/el-hombre-en-busca-de-sentido-pdf/, pág. 37. ©1979
Editorial Herder S.A., Barcelona).
Si en un campo de concentración Frankl y sus compañeros tenían la
libertad de elegir, ¿no la podemos tener también nosotros?
En su obra Si esto es un hombre, Primo Levi también narra sus
vivencias en Auschwitz. En un momento del libro, Levi explica cómo,
cuando le fallan las fuerzas, el sargento Steinlauf del ejército austrohúngaro,
le anima con estas palabras:
«Que somos esclavos, sin ningún derecho, expuestos a cualquier
ataque, abocados a una muerte segura, pero que nos ha quedado una
facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor porque es la última:
la facultad de negar nuestro consentimiento. Debemos, por consiguiente,
lavarnos la cara sin jabón, en el agua sucia, y secarnos con la chaqueta.
Debemos dar betún a los zapatos no porque lo diga el reglamento, sino por
dignidad y por limpieza. Debemos andar derechos, sin arrastrar los zuecos,
no ya en acatamiento de la disciplina prusiana sino para seguir vivos, para
no empezar a morir».
Mi madre diría que todo pasa por tener la habitación ordenada y la
cama bien hecha. Creo que tiene gran parte de razón.
Este verano estuvimos de vacaciones en el sur de Italia, en una zona
bellísima, la Puglia. Uno de los alojamientos donde pasamos un par de
noches estaba en un barrio muy humilde. Cada mañana, las vecinas —y un
vecino— se encargaban de mantener la calle impecable. Los balcones y las
puertas de las casas estaban llenos de macetas con flores, que cuidaban con
mimo. Todo allí respiraba esa dignidad tan íntima de la que hablaba el
sargento Steinlauf.
Aranguren, un filósofo del siglo XX, decía que, desde un punto de
vista moral, no solo es importante hacer «lo correcto», también hay que
intentar mantener la moral bien alta.
Decía que era consciente de que requería un gran esfuerzo, pero lo
consideraba fundamental. Porque cuando estamos des-animados, no
tenemos fuerza. Nos quedamos sin alma, sin espíritu. Cuando nos sentimos
así no tenemos más alternativa que dejarnos llevar por lo que nos pasa,
estamos a merced de los demás y de los acontecimientos.

No hace falta esperar a nada para vivir una vida plena

Elisabeth Kübler-Ross fue una psiquiatra americana que se especializó


en cuidados paliativos y en el acompañamiento a personas que se
encuentran al final de la vida. Identificó las cinco fases que
experimentamos después de una pérdida. Es posible que hayas oído hablar
de ellas: negación, ira, negociación, depresión y aceptación.
Aunque a nivel científico sus propuestas ya han sido superadas o
matizadas, la doctora Kübler-Ross consiguió algo muy importante que
nunca pasará de moda: llamar la atención sobre la importancia de los
cuidados paliativos y mejorar todo lo relacionado con ellos, con el
acompañar de la mejor manera posible cuando ya no queda otra opción que
esperar lo inevitable.
A lo largo de su carrera y como base de sus investigaciones, E.K.R.
habló con muchos enfermos terminales. Programaba sesiones dirigidas a
estudiantes, en las que invitaba a personas que se encontraban al final de su
vida a que explicasen cómo se sentían, qué necesitaban en aquellos
momentos; sus clases estaban llenas.
Después de haber escrito mucho sobre la muerte, la doctora decidió
escribir un libro sobre la vida. En Lecciones de vida recoge las enseñanzas
que sus numerosos testimonios le ofrecieron sobre cómo hay que vivir para
disfrutar de una vida plena, para marcharse con la tranquilidad de haber
vivido. Al contrario de lo que pueda parecer, no es un libro triste en
absoluto. Es muy inspirador, creo que el más transformador que he leído.
El último de los capítulos está dedicado a la felicidad.
Desde el punto de vista de la doctora Kübler-Ross, vivimos en la
sociedad del cuándo. Todo se reduce a eso: cuando tenga pareja, cuando
encuentre trabajo, cuando nos vayamos a vivir juntos, cuando tenga niños,
cuando cambie de trabajo, cuando mis hijos se vayan de casa, cuando me
jubile… Entonces haré esto o lo otro, entonces seré feliz. Ella se pregunta
por qué hay que esperar a algo para ser feliz.
Su reflexión es que nuestra vida nunca va a ser perfecta.
Cuando tengamos eso que ahora esperamos y que se supone que nos
dará la felicidad, nos faltará otra cosa, o aquello que tanto anhelamos no
será cómo lo habíamos imaginado. En cualquier caso, cuando alcancemos
ese nuevo estado no se producirá de repente un milagro y toda nuestra vida
será de color de rosa, con cero preocupaciones.
Después de un tiempo de alegría, todo volverá más o menos a su
cauce, y nos sentiremos tan felices o desdichados como lo hayamos sido
hasta entonces.
¿O no ha sido así en tu caso y en el de las personas que conoces?
Entonces, ¿qué razón hay para esperar?
Es cierto que cada etapa que vivimos tiene sus condicionantes, pero
ninguno de ellos nos invalida para tener una vida plena. Ni el momento
vital en el que nos encontramos, ni nuestro carácter, ni nuestras
circunstancias personales.
Podemos tener una vida plena «a pesar de» o contando con ello,
porque eso no es más que un telón de fondo. Nos afecta, nos condiciona,
debemos tenerlo en cuenta, pero nada más.
La verdadera vida no está en los grandes acontecimientos, sino en los
pequeños momentos que se nos escapan entre los dedos esperando a que
lleguen otros mejores.
Esta idea, que siempre había oído, me vino de golpe al leer la reflexión
de la doctora Kübler-Ross.
Cuando me compré el libro Lecciones de vida, lo hice buscando un
algo «espiritual» que creía que me faltaba.
Tenía unos días de vacaciones, había entrado en una librería pequeñita
del barrio y, ojeando las estanterías, me había llamado la atención el título
de ese libro y el enfoque que presentaba. Como en tantos otros casos,
esperaba encontrar en él la fórmula mágica que me llevase, por fin, a vivir
una vida plena.
Ya había completado todas las casillas que me había marcado de joven
para ser feliz: tenía un trabajo y una pareja que me llenaban, también los
hijos que tanto había deseado. Pero a pesar de todo, seguía sintiendo que me
faltaba algo, algo de tipo «espiritual», que no podía concretar.
Y ahora, las personas que estaban al final de su viaje me estaban
diciendo algo obvio: que no hay ningún secreto especial, porque la felicidad
no es un estado puro al que consigas acceder después de cumplir un número
determinado de requisitos.
No se trata de saber qué te falta en la lista e ir a por ello. Se trata de
tomar la decisión de disfrutar de la mejor manera posible de lo que tienes, e
ir haciendo. Ni más, ni menos.
Recuerdo perfectamente cómo me sentí al leer aquello. Estaba
tumbada en la cama y fue como si me hubiesen dado una bofetada.
Al final del libro, E.K.R. dice que una de las lecciones más
sorprendentes que le ofrecieron las personas que entrevistó, fue que la vida
no termina con el diagnóstico de una enfermedad terminal. Más bien, ocurre
lo contrario.
Es entonces cuando comienza, porque las personas que se encuentran
al final del trayecto descubren algo evidente que muchas veces pasamos por
alto: que hay que intentar vivir cada día en su máxima plenitud. Y eso no
pasa por hacer cosas alucinantes, que también. Pasa, sobre todo, por
disfrutar de lo más simple:
«Resulta revelador oír a los moribundos cuando expresan que les
encantaría ver una vez más las estrellas o quedarse contemplando el océano.
Muchos de nosotros vivimos cerca del mar, pero nunca nos tomamos el
tiempo de verlo sosegadamente. Todos vivimos bajo las estrellas, pero
¿contemplamos alguna vez el cielo? ¿Realmente tocamos y saboreamos la
vida, vemos y sentimos lo extraordinario, especialmente en lo ordinario?
Cada día que despiertas, te han regalado un día más para experimentar
la vida. ¿Cuándo fue la última vez que viviste plenamente un nuevo día?
No tendrás otra vida como esta. Nunca volverás a desempeñar este
papel ni a experimentar esta vida tal como se te ha dado. Nunca volverás a
experimentar el mundo como en esta vida, en esta serie de circunstancias
concretas, con estos padres, hijos y familiares. Nunca tendrás los mismos
amigos otra vez. Nunca experimentarás de nuevo la tierra en este tiempo
con todas sus maravillas. No esperes para echar una última mirada al
océano, al cielo, las estrellas o a un ser querido. Ve a verlo ahora».
(Lecciones de vida: dos expertos sobre la muerte y el morir nos enseñan
acerca de los misterios de la vida y del vivir, Elisabeth Kübler-Ross, David
Kessler, Luciérnaga, Barcelona, 2014).
Qué gran lección, pensé. Y que difícil es llevarla a cabo.
SEGUNDA PARTE

LAS TRES CLAVES PARA VIVIR UNA VIDA PLENA

Espero haberte dado buenos argumentos para convencerte de dos cosas:


que vivir una vida plena es algo que depende solo de ti, y que no es
necesario esperar a nada para tenerla. No hay duda de que el entorno
influye y todo nos condiciona, pero siempre podemos escoger cómo
afrontar lo que nos va llegando.
Hasta aquí, la teoría. Como todos sabemos, siempre es lo más fácil. Lo
difícil empieza cuando intentas ponerla en práctica. Y este es el principal
objetivo de mi libro: ayudarte a poner en práctica todo aquello que puede
que hayas leído ya muchas otras veces.
Verás que el modelo que te propongo es muy sencillo, que no quiere
decir simple.
Está basado en tres claves, las tres son importantes.
Se trata de ir desarrollándolas de una manera equilibrada, como si
estuviésemos construyendo un taburete de tres patas.
La suerte es que están relacionadas entre sí y que, al avanzar en una,
hacemos crecer a las otras dos.
Son estas:

1. Conecta con tu yo interior


2. Conócete a ti mismo
3. Dale un propósito a tu vida

A continuación, profundizaremos en cada una ellas y te recomendaré


métodos sencillos para aplicarlas.
Por supuesto, si crees que alguna de las claves ya la tienes
suficientemente desarrollada, no hace falta que te entretengas en ella.
Puedes pasar a la siguiente, aunque te recomiendo echarle un vistazo, por si
encuentras algo que te pueda ir bien.
Una última recomendación que pienso que te va a ser muy útil.
Si todo va bien, cuando sigas leyendo te van a venir muchas cosas a la
cabeza, se te removerán mil temas. Si quieres seguir con tu vida normal y
que este proceso no interfiera demasiado en tu día a día, te ayudará tener
siempre a mano una libreta pequeña.
El móvil también puede servir, pero no es lo mismo, porque el cerebro
trabaja de una forma diferente cuando escribimos a mano.
En la libreta podrás apuntar lo que se te ocurra en cualquier momento.
Puede que no vuelvas a leerlo nunca más, no importa. El objetivo es que
des salida a tus pensamientos para que puedas seguir con lo que estés
haciendo. Además, siempre estarán ahí por si te apetece leerlos.

1. Primera clave: conecta con tu yo interior

Hay personas que no se sienten a gusto estando a solas, la casa se les


cae encima y necesitan siempre estar haciendo algo en compañía, o bien
quedarse hipnotizados delante de una pantalla. Si no es así, se sienten
inquietas y de mal humor, como un gato en un callejón sin salida. Si este es
tu caso, presta mucha atención a este capítulo. Necesitas parar, escuchar a tu
cuerpo y volver a conectar contigo.
En función de tu carácter, serás más o menos activo, te gustará más
estar en casa o pasarte el día en la calle, pero sentirte a gusto estando a solas
es básico, porque al final, somos la única compañía real con la que podemos
contar siempre. Además, por mucho que viajemos y que hagamos, nunca
vamos a conseguir escapar de nosotros mismos.
Mejor reencontrarnos.

Alma y mente, o personalidad

Tenemos las dos cosas y las dos son importantes. A nivel científico, no
sé cómo se traduce. Mi hermano, que es médico, me diría que todo se
encuentra en el cerebro y que se reduce a una cuestión de física y química.
Puede ser, no lo cuestiono. Pero estén o no las dos cosas en el cerebro, está
claro que se mueven en planos diferentes.
Normalmente nos situamos a un nivel mental, siempre haciendo cosas,
siempre planeando o recordando lo que ya hemos hecho.
Nuestra mente nos ayuda, pero también nos tiraniza.
A veces, no podemos parar de darle vueltas a algo, y cuando nos pasa
es agotador.
Pero sin ella no podríamos movernos en este mundo, llevar una vida
normal. Forma parte de nosotros, y necesita su espacio, hay que tratarla con
cariño. Nos ocuparemos de ella más adelante.
Ahora vamos a lo fundamental.
Cuando te hablo del alma, me refiero a eso que todos tenemos dentro y
que nos hace iguales. Aquello con lo que conectamos cuando no pensamos,
cuando no juzgamos, cuando podemos sentir a la otra persona o nos
podemos sentir a nosotros mismos tan cerca.
Voy a ponerte un ejemplo.
Hace poco murió un amigo de la familia. Fuimos al tanatorio y, al día
siguiente, a la ceremonia. En esos momentos de dolor, de amor y de
compasión, todas las tonterías que llenan nuestra vida cotidiana
desaparecen.
Es como un paréntesis que nos permite conectar con los demás desde
nuestra esencia, recordar lo verdaderamente importante: el amor, el
cuidado, la alegría de volver a estar juntos, a pesar de que la vida y las
circunstancias nos hayan separado.
En esos momentos, con un poco de suerte, nuestras barreras caen. No
tenemos que protegernos de nada, ni aparentar lo que no somos. Nos
reconocemos en nuestra fragilidad. Nos sentimos hermanos en el mejor
sentido de la palabra, nos acompañamos.
Cuando te hablo del alma, me refiero a ese sentimiento que se abre en
determinadas circunstancias como esta. Si has hecho meditación, yoga o
similar, seguro que sabes a lo que me refiero.
Cuando te hablo de conectar contigo, me refiero a hacerlo con eso tan
profundo, tan blandito, que tienes en tu interior.
El argumento es muy sencillo y está muy claro. Si no conectas contigo,
no sabrás qué es lo que quieres. Será imposible que tengas una vida plena si
no estás haciendo lo que te gusta, lo que te llena. O peor aún, si ni siquiera
puedes sentir que te está gustando, que te está llenando.

¿Cómo conectar con tu yo interior?

Cuando somos niños estamos plenamente conectados con nuestro yo


interior. Con el tiempo, es como si esa conexión se hubiese ido calcificando.
Puede que el día a día te haya llevado a vivir en plan autómata y que
en estos momentos de tu vida no sepas ni lo que quieres, ni lo que te gusta.
Yo también me sentía así.
Había estado tantos años en modo «no parar», que cuando por fin
empezaba a tener un ratito para mí, no sabía ni qué hacer. Cuando me
preguntaban por mis aficiones, tenía que pensar mucho para ser capaz de
enumerarlas. ¿Qué aficiones, si no tenía tiempo ni para rascarme la oreja?
Recuerdo que la madre de un amigo de mi hijo me dijo: «A veces,
cuando tengo que comer por ahí, doy veinte vueltas sin saber en qué
restaurante meterme. Miro todos y no me convence ninguno. Luego, entro y
no sé qué pedir. Al final, acabo comiendo cualquier cosa, mareada como un
bombo de tanto pensar». Qué curioso, le dije, a mí me pasa lo mismo.
Estaba tan acostumbrada a dejarme llevar, que cuando tenía que
decidir por mí misma no sabía ni qué me apetecía comer. Es una anécdota,
pero creo que me entenderás.
El tema era más complicado. Ya no era que no sabía qué me gustaba o
qué me apetecía, era que no sabía cómo me sentía.
Si este es también tu caso, lo primero que tienes que hacer es volver a
conectar tus circuitos. Puede que te cueste al principio, pero lo conseguirás.
Seguramente hay mil técnicas que puedes utilizar. Te explicaré la que
me ayudó a mí.
En primer lugar, me animó ser consciente de que no siempre me había
sentido así. En algún momento me había gustado hacer cosas, tenía
aspiraciones, me comía el mundo. Después no me lo comí, es verdad, pero
había habido una época en la que creía que todo era posible. ¿Dónde estaba
aquella Sonia? ¿Qué era lo que le gustaba?
Necesitaba reencontrarme con ella de nuevo.
Empecé a hacer algo muy tonto, pero que me funcionó: deambular. Es
una palabra que ahora me parece preciosa.
Deambular quiere decir pasear sin rumbo. Eso fue lo que hice, me di
permiso para tomarme algunas horas libres.
El primer día que lo hice era un sábado por la mañana. Me había
tocado ir a trabajar, una jornada sobre museos en un entorno precioso.
Hacía una mañana fantástica, el cielo era de un azul intenso, me sentí
inspirada. Puse un mensaje a mi familia en el grupo que tenemos de
WhatsApp y dije que no iría a comer a casa, que me quedaba por allí, que
ya llegaría.
Tampoco era la gran aventura. Era un mediodía, seguro que podrían
sobrevivir sin mí. Pero, aunque no te lo creas, en aquel momento sentí
como si estuviera haciendo una proeza.
El plan era dejarme llevar, a ver qué pasaba. Sin ir a un sitio
determinado, sin pensar en comer o no comer, por qué calles pasaría,
adónde iría. El plan era no tener plan, hacer lo que me apeteciese en cada
momento. SENTIR, ese era el plan.
No pasó nada especial, pero lo logré. Disfruté enormemente de ese
mediodía, aún recuerdo las sensaciones. Descubrí una tienda de ropa que
me encantó, me compré un par de camisetas que todavía llevo con mucho
cariño, encontré una ruta para volver caminando a casa que he repetido
muchas otras veces, me senté en el césped a escuchar la música que tocaba
un grupo callejero, no sé ni qué comí. Me sentí viva. Volví a casa como
nueva. Todo estaba en su sitio, no se había muerto nadie. Prueba superada.
No fue la única vez que «deambulé». A partir de ahí, lo hice unas
cuantas veces. Por ejemplo, iba a la estación que tengo más cerca de casa y
cogía un billete para el primer tren que tuviese un destino sugerente y que
me permitiese volver a una hora prudencial. O llegaba a ese pueblo, me
daba cuenta de que me apetecía quedarme y decía que no me esperasen para
comer.
Sin planificar, sin tener nada especial que hacer. Simplemente, ir
sintiendo y haciendo lo que sentía: tomar el sol, leer el periódico, pasear
haciendo una ruta que encontraba por casualidad, disfrutar de los infinitos
tonos de verde de un parque, leer la historia de un edificio. Estar abierta a lo
que fuese apareciendo sin llevar las orejeras puestas para no ver más allá de
lo que se supone que tengo que ver, como era mi estado habitual.
Deambular me ayudó mucho. Poco a poco, fui volviendo a sentir.
Fui consciente de todas las veces que decía «a mí me da igual» cada
vez que se planteaban diversas opciones. No me refiero a cosas
trascendentales, me refiero a las decisiones más simples del día a día. Pues
no, no me tenía que dar igual. Seguro que había alguna cosa que me
apetecía más que otra. Pensar y decidir requiere un esfuerzo, y yo soy
perezosa por naturaleza.
Dejar pequeñas decisiones en manos de otros era más cómodo y menos
arriesgado.
Intenté decirlo menos veces, pararme a pensar qué era lo que me
apetecía en cada momento. A veces, lo que escogía resultaba bien, otras no
tanto; pero hacer ese ejercicio me ayudaba a conectar conmigo misma y a
irme acostumbrando a sentir de nuevo, que era lo que pretendía.
Si te encuentras en una situación así, te invito a que pruebes a buscar
esos momentos de desconexión con todo lo demás y a que te regales unos
ratitos solo para ti.
Aunque al principio puedas llegar a sentirte culpable, te aseguro que es
bastante improbable que el mundo acabe porque tú desaparezcas.
Ten en cuenta que cuando te tomes esos permisos, te sentirás mejor. Y
cuando vuelvas, el efecto se multiplicará, porque esa sensación de bienestar
se transmitirá a todos los que estén a tu alrededor.
Y si resulta que el mundo se ha trastocado un poco en tu ausencia, no
te preocupes demasiado. Puede que el mundo tenga que empezar a aprender
a funcionar sin ti. Seguro que lo consigue, y será bueno para él y para ti.
Sobre todo, es importante que cuando te tomes esos respiros, no caigas
en la tentación de llenar esos espacios de actividades, por mucho que te
gusten o que te apetezca llevarlas a cabo: acabarás haciendo lo que tenías
previsto hacer, y ahora no se trata de hacer, se trata de sentir. Eso es lo que
buscamos.
Si tienes niños pequeños o personas mayores a tu cargo, no desesperes.
No pasa nada, puedes deambular con ellos, yo lo hice.
Cuando le pillé el gusto, salíamos de casa sin saber qué hacer y les
decía que nos íbamos «de aventura», que ya iríamos viendo qué hacíamos.
Hubo días mejores y peores, pero aquella sensación de salir a la calle con
algo de comida y de bebida en la mochila, sin saber dónde íbamos a acabar,
era gloriosa.

Y después, ¿qué?
Mantén esa conexión
Una vez que te hayas reencontrado, es imprescindible que sigas
alimentando esa conexión con tu yo más profundo.
No necesitas dedicarle mucho tiempo, pero sí un poquito.
Tengo una amiga que vivió una vida sencilla y agradable hasta que su
hijo adolescente sufrió un accidente que pudo haber sido mortal y que lo
trastocó todo. Han pasado ya muchos años. Después de muchos esfuerzos y
de grandes dosis de entereza, todo volvió a su cauce. Me sorprendió
cuando, hace poco, nos explicaba que, a pesar de todo y en medio de la
situación, nunca dejó de dedicarse un tiempo a sí misma, ni siquiera en los
momentos más complicados. Decía que eso era lo que la había salvado.
Piensa en algo que te gusta hacer porque sí, algo que requiera de tu
concentración y que tengas que hacer a solas, y resérvate un espacio de
tiempo para practicarlo. Puede ser algo muy simple.
Mi hija adolescente se levanta cada mañana una hora antes de lo que
debería. Dice que lo hace porque no le gusta ir con prisas desde primera
hora de la mañana. Se prepara una taza de café con leche, un desayuno que
da gusto verlo, y se sienta en su mesa a leer. Cuando la veo, siento que todo
le va a ir bien, porque día a día, ese pequeño espacio de tiempo va
fortaleciendo su espíritu, reforzando su conexión. Pase lo que le pase, eso la
va a ayudar siempre.
Mi padre decía que una vez que aprendes a tocar un instrumento, ya
nunca más estás solo. Creo que se refería a lo mismo que estoy tratando de
explicarte aquí.
Quizás lo que te permita conectar contigo mismo sea algo que hayas
hecho en el pasado y que tengas olvidado, o puede que sea algo nuevo que
llame tu atención. Si no se te ocurre qué puede ser, ve probando. La música,
la lectura, escribir, pintar, hacer alguna manualidad, disfrutar del silencio o
del contacto con la naturaleza, cuidar de una planta, tener un huerto, pasear
en bicicleta o con tu mascota. Nadie mejor que tú, sabrá qué te conviene
para conseguir el objetivo que buscamos.
En mi caso, son cosas tan básicas como preparar una buena cena,
limpiar la casa en silencio o poner orden en un armario. Mientras lo hago,
siento que además de poner las cosas en su sitio, mi mente se calma. Luego
puedo seguir estudiando, leyendo o hablando con quien sea, pero esos
instantes me han servido para cargar las pilas y volver a conectar con mi
interior.

Haz las cosas con cariño


La cantidad de tiempo que nos toca vivir es limitada, no podemos
escoger lo larga que va a ser nuestra vida. Lo que sí que está en nuestras
manos, es intentar sacarle el máximo partido posible al tiempo del que
disponemos.
¿Sabes por qué nuestra percepción del tiempo es tan diferente cuando
viajamos o los primeros días de vacaciones? Por la misma razón por la que
el tiempo transcurría mucho más despacio cuando éramos niños.
Cuando todo es nuevo, nuestros sentidos están más despiertos, todo
llama nuestra atención, nos sorprende. Pasan más cosas que nos interpelan y
eso hace que parezca que los días «cunden más».
¿Cómo conseguir que pase eso siempre? ¿Cómo hacer que nuestra
vida no vaya deslizándose cada vez más rápidamente, como por un
tobogán?
La única forma que he encontrado es practicando la meditación. Solo
cinco minutos por la mañana y ya notas sus beneficios durante todo el día.
Te abre la puerta a una dimensión que te permite ver las cosas con más
perspectiva, recuperar la calma más rápido o tomarte las cosas de una
manera más relajada.
Pero te tengo que confesar que pocas veces la practico. Supongo que
me aburre y por eso siempre encuentro algo mejor o más urgente que hacer.
Si te pasa como a mí, te alegrará saber que no hace falta estar sentado
y en silencio para disfrutar de algunos de los beneficios que nos ofrece.
Puedes conseguirlos siempre que pongas los cinco sentidos en lo que estés
haciendo, evitando convertirlo en un puro trámite.
Cuando voy a tope y mi mente me lleva a pensar en algo diferente de
lo que tengo entre manos, me ayuda parar dos segundos y decirme: «vale,
ahora voy a hacer esto», como si fuese un ritual. Esta frase tiene la
capacidad de darle a lo que voy a hacer, una importancia que, a priori, no
tiene. Eso me permite concentrarme en el momento y disfrutarlo.
Otro truco que me sirve es «darme permisos». Veinte minutos o media
hora no es mucho tiempo en medio de todo un día, pero es cierto que se
esfuma como por arte de magia cuando la llenamos de cosas diferentes.
Por eso, cuando quiero estudiar, escribir o hacer algo que me apetezca,
me «doy el permiso» de hacerlo durante ese tiempo concreto. Entonces,
aparco el móvil, cierro la puerta, me pongo los cascos o unos fantásticos
tapones en los oídos, y me regalo ese tiempo ininterrumpido antes de volver
de nuevo a la vorágine.

Cuídate
Conforme vayas conectando cada vez más contigo mismo, te será más
sencillo cuidarte. Te acostumbrarás a parar y a sentir, empezarás a ver con
qué te encuentras cómodo y con qué no, qué te funciona a corto plazo y con
qué experimentas un bienestar más profundo.
Hay gente que se casa consigo misma.
Si no te apetece, no hace falta que organices una ceremonia de ese
tipo, pero, en el fondo, lo que te estoy pidiendo es lo mismo: que te quieras,
en cualquiera de las circunstancias que te toque vivir, o hayas metido la pata
en lo que la hayas llegado a meter. No importa. Si haces siempre lo que
puedes, intentando que las cosas salgan lo mejor posible, es más que
suficiente.
Tienes el mismo derecho a la vida que todo lo que te rodea. Eres
especial solo por el hecho de existir, diferente a todo y a todos,
irremplazable. El mundo te necesita para ser entero, formas parte de él.
Igual que las estrellas y que los árboles que ves, igual que cualquiera de las
personas que quizás, en los momentos de bajón, puedan parecerte más
listas, más rápidas o maravillosas que tú.
Como leí hace un tiempo, si te comparas con los demás, siempre
encontrarás personas más pequeñas y más grandes que tú. Y ¿qué más da?
Si en el fondo, todos somos iguales. Si cuando nos acostamos y cerramos
los ojos por la noche, todos estamos solos.
Es bueno que te responsabilices de tu cuidado, porque nadie puede
saber mejor que tú, cómo te sientes, qué necesitas y por qué.
A veces nos molestamos cuando alguien a quien apreciamos no tiene
en cuenta nuestros gustos o nuestros deseos, pero no podemos pedir a los
demás que nos adivinen el pensamiento, bastante tienen con entender el
suyo. Si necesitamos ayuda o queremos algo, es necesario que vayamos
aprendiendo a pedirlo tranquila y claramente.
Además de cuidar nuestras emociones, no nos podemos olvidar de
nuestro cuerpo, que cada día nos presta sus servicios. Nuestros humildes
pies, que cargan con nuestro peso, nuestras piernas, nuestra espalda,
nuestras manos, que siempre están ahí para lo que haga falta.
Este no es el tema del libro, ni tampoco mi especialidad, pero no podía
dejar de recordarte su importancia.
En lo que se refiere al cuidado físico, hay tres aspectos que estoy
aprendiendo a tener en cuenta: la alimentación, el descanso y un poquito de
ejercicio. Creo que es esencial elegir unos básicos de cuidado para cada uno
de estos temas, algo que nos guste y que encaje con nuestra rutina diaria.
Es evidente que, si no disfrutamos con el tipo de ejercicio que
hacemos, o si nos autoimponemos un tipo de alimentación que nos suponga
una tortura, tarde o temprano dejaremos de hacerlo. Seguro que sabes a lo
que me refiero.
Mis básicos son muy sencillos y económicos: caminar, a veces ir en
bicicleta, alimentarme lo mejor posible (me encanta cocinar y comer bien,
aunque hasta hace poco estaba enganchadísima a las galletas de chocolate),
hacer estiramientos —casi— cada mañana, salir de vez en cuando de la
ciudad, e intentar no acostarme más tarde de las once de la noche. Estar en
silencio y descansar es mi forma particular de cargar las pilas.
Lo de una mente sana en un cuerpo sano, funciona en los dos sentidos.
Cuando estás bien contigo mismo, te pones enfermo menos veces de lo
habitual. No quiere decir que seas inmortal, pero las enfermedades sencillas
parece que te atacan menos.
Hace muchos años, tuve una conversación con una compañera de
trabajo que me sorprendió. Hablando de la típica gripe de cada invierno, me
dijo que ella nunca se ponía enferma «porque tenía hijos pequeños».
Yo, que todavía no los tenía, la miré extrañada. Entonces me explicó
que ella creía que, como los niños la necesitaban, su cuerpo estaba en alerta
para mantenerse lo más activa posible, y que esa era la razón por la que se
ponía enferma mucho menos de lo normal.
¿No te ha pasado más de una vez que empiezas a encontrarte mal nada
más coger las vacaciones? Parece como si el cuerpo hubiese ido aguantando
mientras lo necesitábamos, pero que al bajar la presión y relajamos,
reclamase su tiempo y nuestra atención.
Si estás atento a tu yo interior, podrás detectar todas esas necesidades
más fácilmente, y aliviarlas o intentar darles cauce lo antes posible.
Y, si eres de los míos, un detalle importante: tu cuidado debe ir por
delante del de los demás. Aunque de entrada pueda parecerte egoísta, solo
cuando estamos bien con nosotros mismos, podemos estar bien de verdad
por los demás.
Recuerda la consigna que nos dan siempre en los aviones: primero te
tienes que poner tu mascarilla, luego ya podrás ayudar a los demás a
ponerse la suya.

Guíate por el corazón


No quiero decir que te dejes llevar por tu primer impulso. Lo que te
propongo es que primero reflexiones, luego sientas y, finalmente, hagas lo
que tu instinto o tu corazón te diga.
A la hora de tomar las principales decisiones de mi vida, siempre lo he
hecho así y siempre he acabado alegrándome de ello. Por eso, no puedo
dejar de recomendártelo, tanto en el terreno personal como en el
profesional.
Para mí tiene mucha lógica.
En la vida nunca sabes qué va a acabar siendo bueno o malo, porque el
futuro es imprevisible y no está en nuestras manos. Decidir pensando qué
nos va a reportar mayores beneficios, es como jugar a la lotería y creer que
nos va a tocar.
En la discusión típica sobre si conviene dejarse llevar por el corazón o
por la razón, pienso que este último acostumbra a ser un camino
equivocado, porque acaba trayendo incomodidades, desajustes. Quizás
haces lo que se supone que tienes que hacer en ese momento, lo razonable,
pero lo único importante es que hagas lo que encaje contigo y con lo que
sientes.
Cuando tengo que tomar una decisión, después de haberle dado unas
cuantas vueltas, de haberlo comentado, madurado, después de haber
sopesado factores a favor y en contra, paro, me olvido del tema, dejo a mi
subconsciente trabajar, y entonces, escucho lo que me pide el cuerpo. Y lo
que me dice, eso es lo que hago.
Nuestro subconsciente es nuestro mejor asistente. Si has logrado
reconectar contigo mismo y estás atento, siempre te mostrará el camino a
seguir.
Hay dos señales muy claras.
Cuando no para de venirte algo a la cabeza, es porque la solución que
estás barajando no te acaba de convencer. En cambio, si inconscientemente
te olvidas del tema, es que la decisión que has tomado es la que te conviene.
Por eso, tu cerebro se dedica a pensar en otras cosas: siempre intenta
economizar esfuerzos, porque para pensar necesita utilizar mucha energía.
La ilusión que te produce algo también es un buen indicador de que
ese es el camino «correcto». Es la mejor gasolina, un ingrediente
imprescindible para llevar a cabo lo que te propongas. Cuando te fallen las
fuerzas, será la encargada de darte el empujón que necesitas para seguir
adelante.
Es importante que procures no defraudarte, que intentes ser
consecuente y respetar lo que sientes, aunque te duela.
Y si crees que, por lo que sea, te has traicionado, tranquilo, siempre
estás a tiempo de rectificar. Haber decidido algo no quiere decir que tengas
que seguir con ello de por vida. A veces cambiamos, otras veces lo hacen
las circunstancias y, entonces, nuestra mirada es otra.
No pasa nada. Si sigues conectado contigo mismo, tu instinto te irá
guiando, déjate llevar por él.

2. Segunda clave: Conócete a ti mismo


Dicen que en la entrada del templo de Apolo en Delfos (Grecia) estaba
escrita esta frase: Conócete a ti mismo.
Además de ese «alma» que tenemos que ir nutriendo, tenemos una
personalidad, una estructura que nos ayuda a caminar por el mundo. Es a la
que hacemos referencia cuando decimos que somos perezosos, diligentes,
maniáticos o dominantes, lo que sea.
Conocernos, saber qué personalidad tenemos, es básico, porque nos
permite tener una especie de manual de instrucciones para saber cómo
funcionamos, un mapa para entender cómo nos movemos por la vida.

¿Cómo podemos conocernos?

Realmente es muy complicado. Quizás sea lo más difícil de todo lo


que te propongo. Pero, como en todo en la vida, hay grados. Nuestro
objetivo aquí va a ser conocernos un poco mejor. De momento, con eso va a
ser suficiente.
Nos cuesta identificar tanto nuestros defectos como nuestras virtudes
porque nos falta perspectiva. Tendríamos que poder vernos desde fuera para
ser capaces de describirnos de una manera objetiva. Lo ideal sería contar
con la ayuda de un profesional de la psicología, pero partimos de la base de
que no siempre tenemos el tiempo o el dinero necesario para hacerlo
cuando lo único que queremos es «sencillamente» conocernos.
Entonces, ¿cómo lo hacemos?, ¿por dónde empezamos?
Aunque he buscado cuestionarios y formas de conocerme a través de la
psicología, nunca he llegado a encontrar nada que me resultase práctico y
aplicable, efectivo. No digo que no exista, digo que yo no lo he encontrado.
En el mejor de los casos, después de contestar todas las preguntas, he
acabado teniendo alguna pista, algún indicio parcial, nada consistente ni,
por decirlo de alguna manera, global.
También probé a escribir un diario. Lo hice varias veces, pensando en
irlo releyendo para reconocerme en pautas y patrones. El proceso siempre
era el mismo. Me compraba una libreta monísima, y el primer día escribía
cinco páginas. El día siguiente, media; y al tercero, ya ni sabía dónde la
había guardado.
Si te encuentras tan perdido como estaba yo con en este tema, te
recomiendo que pruebes con el eneagrama. A mí me permitió darle la
vuelta al autoconocimiento.
No está basado en principios científicos, es importante que lo tengas
en cuenta.
No es una metodología que se haya comprobado que funcione de una
manera clara, se le puede acusar de ser demasiado ambigua o de dar lugar a
interpretaciones diferentes. Es probable que la mayoría de los psicólogos no
lo consideren la técnica de autoconocimiento ideal a seguir, aunque algunos
lo utilizan.
No obstante, si no te lo tomas como un dogma, sino como una puerta
abierta para empezar a conocerte, como una base a partir de la cual
reflexionar sobre tu manera de ver el mundo; como un instrumento, más
que como un principio, creo que te puede ser muy útil.
No te asustes, tampoco es una secta. Solo quería dimensionarlo para
que pudieses valorarlo en su justa medida.
Y si encuentras otra opción que pueda ser mejor para ti, adelante. La
clave es conocerte, cuanto más profundamente mejor, no tanto la forma en
que llegues a hacerlo.
Pero, ya que a mí me sirvió, voy a explicarte a grandes rasgos en qué
consiste.
El eneagrama considera que hay nueve tipos básicos de personalidad.
Se llaman eneatipos y se identifican con números que van del 1 al 9. Es una
simplificación de la realidad, un modelo que nos permite aproximarnos a un
tema tan complejo como el que nos ocupa.
La personalidad de cada uno de nosotros corresponde a uno de esos
eneatipos. Además de nuestro eneatipo dominante, tenemos tendencia a
parecernos a otro de los dos eneatipos vecinos en la tabla. Por ejemplo, yo
soy eneatipo 2 con «ala» 1. Podría tener «ala» 1 o 9, que es el otro eneatipo
que tengo más cerca; pero, en mi caso, tengo más tendencia al 1.
La personalidad o el eneatipo que tenemos nos hace ir con unas gafas
determinadas por la vida, ver las cosas de una manera concreta. ¿Recuerdas
aquello de «nada es verdad ni es mentira, sino que depende del color del
cristal con que se mira»?
Borja Vilaseca, uno de los divulgadores de esta metodología, lo
explica con un ejemplo muy sencillo.
Imagínate que estás en una conferencia y que, de repente, entra una
persona bebida en la sala y empieza a hacer tonterías, poniéndose en
evidencia e impidiendo que la conferencia siga su curso.
Cada uno de los asistentes reaccionará de una manera distinta. Habrá
quien, como yo (eneatipo 2), piense: «pobre hombre, está fatal, que pena».
Habrá otros (eneatipo 6) que se asustarán por lo que pueda llegar a pasar. Y
seguro que entre el público también hay alguien con el eneatipo 8, que
saldrá a enfrentarse con la persona borracha e intentará sacarlo de allí,
diciendo: «pero, bueno, ¿quién se habrá creído que es?».
La situación habrá sido la misma, pero cada uno de nosotros la habrá
vivido de forma diferente. Y ninguna es más real que las otras.
Los eneatipos básicos son estos:

1. El perfeccionista. Son personas autoexigentes. Las


cosas son de una manera y se hacen como se tienen que hacer.
Frase típica: Es que no lo entiendo (refiriéndose al
comportamiento de los demás).
2. El ayudador. Su tendencia natural es ayudar a los
demás. Mientras lo hacen, se olvidan de sí mismos. Frase típica:
¿Te puedo ayudar en algo?
3. El triunfador. Le importa sobre todo el qué dirán,
disfruta mostrando sus logros frente a los demás. Frase típica:
¿Hemos quedado bien?
4. El individualista. Se siente especial. Fomenta esa
singularidad que, a la vez, es la que le hace sufrir, porque cree que
le falta algo que los otros tienen y él o ella, no. Frase típica: Y yo,
¿qué?
5. El observador. Se aísla en su caparazón para
autoprotegerse, dedicándose a sus estudios, a sus cosas. Frase
típica: Silencio. Pensamiento: Lo paso fatal cuando tengo que
relacionarme con los demás.
6. El leal. Necesita aferrarse a algo o a alguien que le
dé seguridad, porque su tendencia natural es perderse en un mar
de dudas. Frase típica: Buf, no sé. ¿Estás seguro?
7. El entusiasta. Hay que vivir la vida a tope, sin
normas. Frase típica: Fue increíble.
8. El desafiador. Se siente atacado constantemente,
debe protegerse a sí mismo y a los suyos. Frase típica: A ver,
¿dónde está el problema?
9. El pacificador. Intenta evitar los conflictos,
sacrifica cosas con tal de que no le perturben y le dejen tranquilo.
Frase típica: A mí no me agobies.

Es muy útil averiguar cuál es tu eneatipo y qué tendencia añadida (ala)


tienes. No obstante, lo interesante empieza a partir de ahí, cuando tienes la
posibilidad de aprender cómo se mueve ese perfil: cuáles son sus miedos,
sus anhelos, sus fortalezas y sus debilidades. Porque mientras aprendes
sobre él, te vas conociendo.
Es increíble cómo llega a coincidir. Ves cuál es tu lado más luminoso,
y también el más oscuro.
Aunque te parezca que no encajas con ningún eneatipo en concreto o
te cueste ver cuál es el tuyo, leer sobre ellos te ayudará a identificar
pensamientos y formas de actuar que reconocerás en ti. Te fijarás más en
qué ideas te vienen habitualmente a la mente, qué actitudes acostumbras a
repetir; empezarás a entender cómo es tu manera de comportarte, y verás
que hay unos esquemas que aparecen constantemente.
También es útil para conocer a las personas con las que te relacionas,
incluso para gestionar equipos.
Para acabar con la explicación del eneagrama, y esto es fundamental,
tienes que saber que no hay eneatipos mejores ni peores.
Cada tipo de personalidad, como cada uno de nosotros, tiene sus
puntos fuertes y sus puntos débiles. Te haya tocado el eneatipo que te haya
tocado, lo importante es buscar el equilibrio y aprovechar el potencial que
tienes, lo que yo llamo tus superpoderes.
Con un par de ejemplos, lo verás más claro.
Mi eneatipo es el 2. Es el que caracteriza a la persona que tiene
tendencia a ayudar a los demás, a pensar en los otros. Visto así, podrías
creer que es un eneatipo «bueno». Pero la verdad es que depende de cómo
lo mires.
Cuando ayudas a los demás en exceso, les impides crecer, les ahogas,
no les haces ningún favor. Además, cuando te vuelcas en los otros más de lo
necesario, te olvidas de ti y luego les recriminas que no te tengan en
consideración lo suficiente. Un lío, vamos.
En cambio, si eres consciente de que tu tendencia es esa y vigilas que
no se te vaya de la mano, puedes aprovechar la facilidad que tienes de
empatizar con los demás para construir algo juntos.
Otro ejemplo.
El 8, a priori, podría parecer un poco antipático. Puede llegar a tener
tintes agresivos. Pero tiene mucha fuerza, una energía de la que no todos
disponemos; bien canalizada, puede utilizarla para defender o poner en
marcha proyectos de todo tipo.
Como te decía al principio, independientemente de que decidas usar el
eneagrama o cualquier otro método para conocer tu personalidad, saber que
tienes una estructura mental que modula tu manera de ver las cosas, te abre
un mundo.
En primer lugar, al saber cómo actúa tu piloto automático, puedes tener
una señal de alerta activada que te permite hacer una parada de tres
microsegundos, tomar conciencia de lo que vas a hacer o decir, y decidir
seguir adelante con ello o no.
En segundo lugar, te ayuda a relativizar tu visión. Comprendes por qué
los demás se comportan de una forma distinta a la tuya, por qué ven las
cosas de una manera diferente, tan válida y evidente para ellos, como lo es
la tuya para ti.
Antes de conocer el eneagrama, yo decía a menudo: «es que no lo
entiendo», al hablar de un comportamiento o un comentario ajeno. Con el
eneagrama me di cuenta de que no hay nada que entender, solo tengo que
aceptar que esa persona ve las cosas de otra forma.
Más allá de todo esto, saber que tienes una personalidad que funciona
como una trama, tiene el potencial de transformarte a un nivel mucho más
profundo; es como un torbellino.
La imagen más clara con la que puedo expresarlo es que sientes que se
te cae una máscara. En un primer momento, te avergüenzas. No te gustas
nada, lo que ves te parece horrible.
Al menos, así fue como me sentí yo. Al entender cómo me había
estado comportando hasta entonces, qué fuerza me había movido, sentí
mucha, mucha vergüenza.
Después, empecé a sentir compasión por mí misma, también cariño.
Diría que me perdoné. Durante toda mi vida, había intentado navegar con la
cáscara de nuez que me había tocado. Era una cosa muy pequeñita en medio
de la tormenta. A pesar de eso, había intentado hacer siempre lo que había
podido, lo que en cada momento creía que era la mejor opción.
Ahora tenía que empezar desde cero, sintiéndome mucho más humilde,
más frágil, más desnuda. Era como si me hubiesen quitado el esqueleto, una
estructura que me había sido muy útil hasta ese momento. Al conocer mi
disfraz, ya no podía comportarme de la misma manera sin sentirme una
farsante; eso hacía que me sintiera desprotegida, insegura.
Lo mejor fue que, igual que perdí, también gané. Sentirme así de
vulnerable me permitió conectar con la fragilidad de los demás.
Frente a mí, el resto de las personas mantienen esa misma capa que les
protege, ese esquema mental que les permite moverse por el mundo. Pero
ahora sé, y puedo sentir, que detrás de esa protección hay algo tan delicado
y necesitado de cuidado como lo estoy yo, algo hecho de la misma pasta
que lo mío. Hablo, claro está, en un sentido figurado.
En ese lugar no funcionan las personalidades ni los eneatipos, nadie es
demasiado ni demasiado poco, todos somos iguales, por eso resulta tan fácil
comunicarnos en esa frecuencia.
Cuando se presenta una enfermedad grave, una muerte o un proceso
traumático, nos saltamos todos los pasos previos y vamos directos al
corazón, o al alma. Es allí donde nos encontramos.
Si sabemos y sentimos que esto funciona así, no hace falta esperar a
que lleguen esos momentos para buscar esa conexión con los demás,
podemos intentar activarla siempre que lo consideremos oportuno.

Y después ¿qué?
Acéptate y quiérete
Conocernos es importante. Sin duda, es el primer paso. Pero solo es
eso, el primero. Los que vienen después son todavía mejores.
Conforme te vayas conociendo, es necesario que empieces un proceso
de aceptación, casi de perdón, de reconocimiento y de cariño. Es como si te
reencontrases con un viejo amigo.
Creo que si entiendes la personalidad tal como te la he explicado,
como algo que nos ha sido dado, te será más fácil avanzar en este punto,
porque habrás visto que, en gran parte, ser como somos no es algo que
hayamos escogido.
Salimos de fábrica con un talante determinado, que es el que nos ha
ido marcando la pauta, condicionando la mirada. No hemos sido tan
autónomos como pensábamos, ni nuestra visión ha resultado ser la única
posible; eso implica una cura de humildad.
Otra cosa que nos debemos a nosotros mismos es un reconocimiento.
Todos hemos ido buscando, como mejor hemos sabido, nuestra manera
particular de relacionarnos con los demás y de movernos por el mundo.
Quizás has sido capaz de encontrar tu propia vía para conseguir la
aceptación, el cariño y el reconocimiento de los demás, que es lo que todos
perseguimos. Ese esfuerzo titánico merece un abrazo grande y tierno.
Pero, aunque suene duro, la única aceptación, cariño y reconocimiento
que puedes tener siempre asegurado, es el tuyo. También es el que te
producirá una satisfacción interna más profunda. Además, es el único que
está en tus manos conseguir. Por lo tanto, debes empezar por ahí.
Si te cuesta ser amable contigo mismo, intenta pensar en tu ego o en tu
personalidad como si fuese un compañero de viaje. Para él, o ella, tampoco
debe ser fácil, porque a menudo las emociones nos llevan por donde no
queremos ir. Necesita su espacio, sentirse reconocido, como todos. Debes
tener paciencia, formáis parte del mismo equipo y seguro que te aporta
muchas cosas buenas, ¡no todo va a ser malo!
Hablarte bien, te ayudará. No hay mejor masaje para el alma.
Tenía una compañera de trabajo que era especialista en eso. Me
maravillaba escucharla, porque a menudo lo hacía en voz alta.
Si se equivocaba en algo, nunca se oía una frase tipo: «es que soy
imbécil» (que es lo que acostumbro a decirme yo). Era más bien una
expresión cariñosa, decía: «María, cómo estás hoy…». ¿No debe ser
maravilloso tratarse así?

Si no te sientes cómodo, trabaja por cambiar lo que no te gusta de ti


Que te reconozcas, entiendas tu personalidad y la aceptes, no quiere
decir que no haya aspectos de ella con los que no te sientas cómodo, y que
no puedas intentar cambiar.
Como te expliqué antes, una cosa es la personalidad, el talante; y otra,
el carácter. Así lo entendían los griegos y así lo interpretan también los
psicólogos.
El talante nos viene dado, el carácter lo vamos construyendo día a día,
con los hábitos que adquirimos y con las decisiones que tomamos. Este, sí
que es responsabilidad nuestra.
Nuestra mirada está condicionada, pero nosotros elegimos si
escuchamos activamente a los demás para entender la suya, si cerramos los
ojos, o si nos compramos unos prismáticos para ver más allá.
No vale escudarse en la cómoda frase del «es que yo soy así». Desde el
momento en el que tenemos la capacidad de pensar, podemos decidir
trabajar para mejorar aquello que no nos gusta de nosotros.
No aspiramos a ser perfectos, solo a sentirnos lo suficientemente
cómodos.
Si este es tu caso, puedes marcarte objetivos y practicar unos hábitos
que te ayuden a mejorar aquellos aspectos de tu carácter que no te acaban
de gustar.
No aspires a hacer todos los cambios de golpe; es mejor ir poquito a
poco, pero hacerlo de una manera constante.
Los japoneses lo llaman el método kaizen. La idea es sencilla. Cuando
el objetivo es ambicioso, intentar abordarlo de golpe es imposible. El
trabajo se nos hace una montaña, no sabemos por dónde empezar. Es tan
alta, que mejor lo dejamos para otro día en el que tengamos más tiempo o
más ganas.
Pero, en una vida real, ese tiempo o esas ganas nunca llegan, porque
no caben.
Por lo tanto, es mucho más fácil hacer un poquito cada día. Puede ser
algo tan pequeño que, visto desde fuera, parecería que no vale la pena.
En realidad, es todo lo contrario; vale la pena y mucho. Cuando pasen
los días, te sorprenderás de todo lo que has logrado sumando esos pequeños
esfuerzos.
Así he escrito yo este libro y así hago muchas otras cosas. ¿Cómo
podría hacerlo, si no?
Depende de cómo seas, quizás te resulte más estimulante subir esa
montaña en compañía, sintiendo a tu lado el apoyo de alguien que te guíe o
la energía de otras personas que busquen lo mismo que tú.
Seguro que te será fácil encontrar algún grupo presencial o virtual que
coincida con tus intereses.
Te animo a buscarlo por internet y a aparcar tu posible timidez o
inseguridad. Prueba a unirte a uno de ellos, verás cómo enseguida quedará
recompensado ese pequeño acto de valentía. Además de ofrecerte unas
pautas para lograr lo que persigues, podrás compartir tu evolución y
aprendizaje con gente que entenderá cómo te sientes, porque estarán
pasando o acabarán de pasar por lo mismo que tú; es muy gratificante.

Valora y agradece tus superpoderes


La mayoría de las personas tenemos tendencia a detectar con ojo
clínico lo que no nos gusta de nosotros y de los demás. Pero también
podemos cambiar el foco, y empezar a valorar y a aprovechar los aspectos
positivos que hay en cualquier personalidad.
La psicología positiva es una rama de la psicología que se ha
especializado en estudiar las bases del bienestar psicológico y de la
felicidad, poniendo el acento en desarrollar las fortalezas y las virtudes del
ser humano.
Soy fan de esta rama de la psicología. No implica olvidarse de nuestras
dificultades, pero su mirada me parece mucho más motivadora. Me gusta
pensar que, bien orientadas, nuestras habilidades pueden ayudarnos a
compensar nuestras carencias.
Si profundizas en el eneagrama, estoy segura de que descubrirás cuáles
son tus puntos fuertes.
No los desestimes en absoluto, no caigas en el error de creer que no
son importantes, simplemente porque estás acostumbrado a convivir con
ellos. ¡El resto de los mortales no los tenemos! Disfrútalos y sácales todo el
partido que puedas, imagínate que son algo así como tus superpoderes.
Por si todavía no los has identificado, te voy a dar un par de ideas que
a lo mejor te sirven para hacerlo.
En un curso que hice recientemente, nos propusieron dos ejercicios
que van como anillo al dedo para detectar esos aspectos positivos de tu
manera de ser, que quizás hayan quedado camuflados entre todo lo que no
te gusta de ti.
Uno de ellos consistía en recordar en qué asuntos te suelen pedir ayuda
los demás, qué tipo de consejos te solicitan, qué actividades son las que a
los demás les cuesta mucho realizar, y para nosotros son sencillas de llevar
a cabo.
Piensa cuáles son en tu caso, siempre hay algo.
En el segundo ejercicio se trataba de pedir a unas 5 o 10 personas
cercanas, que describiesen por escrito algunos momentos de tu vida en los
que creyesen que habías dado tu mejor versión. Era importante que
correspondieran a diferentes épocas y entornos, por aquello de que no
siempre nos comportamos igual.
Recomendaban que, mientras esperabas las respuestas, tú también te
hicieses esa misma reflexión. Finalmente, se trataba de analizar todas las
historias recopiladas para identificar temas y patrones comunes.
Te invito a superar el pudor inicial que pueda suponer para ti hacer este
tipo de peticiones. A mí también me dio mucha vergüenza al principio,
hasta que cerré los ojos y empecé a enviar un correo electrónico detrás de
otro. Resulta una práctica muy reveladora, mucho más rica y objetiva que
intentar hacer una lista aproximada de tus cualidades.
Al final, acabó convirtiéndose en una excusa como cualquier otra para
pasar un buen rato y recordar, junto con personas a las que aprecio, algunos
de los mejores momentos compartidos.
En mi caso, descubrí que todo lo que me gusta está relacionado con la
VIDA, con la capacidad de ver las cosas en perspectiva, de apreciar y
valorar los distintos momentos y las circunstancias que la conforman. Lo
que más me gusta es vivir y reflexionar sobre cuál es la mejor manera de
hacerlo. ¿Te puedes creer que hasta entonces no me había dado cuenta?
Gracias a las respuestas que obtuve, también fui consciente de que
tenía los recursos y la capacidad de acompañar a otras personas en su
propio camino. Todo esto me llevó, entre otras cosas, a ponerme a escribir
este libro.
Ya ves, la vida es una caja llena de sorpresas. No esperes demasiado a
abrir la tuya.

Ten paciencia contigo mismo y con los demás


¿Te has dado cuenta de que, cuando estás bien, todo te parece perfecto
y de que cuando tienes un mal día, puedes mirar mil veces el mismo
paisaje, el mismo restaurante o la misma situación, y no le encuentras
ninguna gracia?
Yo creo que en la relación con los demás, pasa lo mismo.
Si atraviesas un buen momento, entiendes o te esfuerzas por entender
al otro, le disculpas, buscas la manera de acercar posturas.
En cambio, cuando estás fatal, ves enemigos y complots por todas
partes; te conviertes en una especie de Don Quijote luchando contra los
molinos.
Sentirse así es agotador.
Para mí es la peor forma de perder el tiempo y la energía. A pesar de
que puedan existir enemigos y de que ignorar esa realidad puede parecer
poco hábil, la alternativa de sentirse siempre amenazado no me compensa,
me parece la manera más fácil de amargarse la vida.
Por eso, los días en los que siento que nada va bien, me paro a pensar
si no seré yo la que está mal. Es poco probable que todo el mundo se haya
aliado en mi contra. Posiblemente necesito descansar.
En lo que se refiere a nuestra relación con los demás, hay un
pensamiento de Kant que me gusta mucho.
Él decía que no debemos considerar nunca a los demás, ni a nosotros
mismos, como un medio para conseguir algo, sino como un fin en sí
mismos.
Todos tenemos nuestros sueños, nuestros miedos, nuestras vergüenzas
y nuestros sentimientos. Cualquier persona que te encuentras en la calle, la
que te atiende en el supermercado, con quien te discutes en el trabajo,
nuestros hijos, nuestros padres, nuestra pareja.
A veces, las prisas, las exigencias y el estrés del día a día, nos llevan a
olvidarnos de algo tan obvio como esto.
Sin darnos cuenta, vemos a los otros, a la naturaleza y al mundo en
general, como si existiesen solo a partir de nuestra mirada, como si no
fuesen más que algo que nos ayuda o nos estorba para conseguir lo que
buscamos: el instrumento al que se refería Kant.
En el libro Lecciones de vida, de Elisabeth Kübler Ross, hay un
capítulo que trata precisamente de eso.
Caroline, la protagonista del testimonio que nos ofrece la autora, nos
explica cómo, en un momento dado, tenía que ir a una fiesta. Estaba
acostumbrada a sentirse insatisfecha en sus relaciones personales, a menudo
se descubría a sí misma buscando algo más.
Aquel día su decisión fue: «hoy voy a disfrutar de los encuentros con
todas las personas, sean las que sean».
En la fiesta, en lugar de estar pendiente de qué estaba pasando al otro
lado de la sala, de estar mirando dónde podría estar más a gusto o pasárselo
mejor, se relajó y saboreó cada una de las conversaciones que mantuvo. Se
«dejó llevar».
Se dio cuenta de que este pequeño, pero importante cambio de actitud
había hecho que se lo pasase mucho mejor.
Cuando recuerdo esta historia, intento ponerla en práctica. Me
propongo vivir conscientemente los diferentes encuentros que tengo a lo
largo del día, en cualquier contexto. Lo que podía haber sido un saludo o
una conversación anodina, acaba convirtiéndose, la mayoría de las veces, en
un auténtico regalo.

3. Tercera clave: Dale un propósito a tu vida

Viktor Frankl llegó a la conclusión de que lo que le había mantenido en


pie mientras estaba en los campos de concentración, había sido tener un
propósito de vida. En su caso, explicar los horrores que estaba viviendo
para que los conociesen las generaciones futuras.
Observó cómo, dentro del campo de concentración, aquellos que
tenían una razón para seguir adelante, intentaban cuidarse más, porque
tenían algo que les ayudaba a pensar que no todo daba igual, que no todo
estaba perdido. Eso hacía que se mantuviesen en un mejor estado, tanto
físico como emocional; lo que, a su vez, hacía más improbable que su
nombre apareciese en la lista de condenados a morir en la cámara de gas.
Cuando acabó la guerra y Frankl abrió de nuevo su consulta como
psiquiatra, siguió profundizando en su teoría y empezó a aplicarla también
en el tratamiento con sus pacientes.
Les preguntaba cuál era la razón que tenían para levantarse cada
mañana, qué era lo que hacían a lo largo del día, quién los necesitaba; les
hacía cuestionarse por qué vivían.
En algunos casos eran los hijos, en otros el cuidado de los padres, una
pareja, una mascota, un huerto, una afición. Frankl intentaba cimentar la
vida de sus clientes a partir de esa base.
Dedicarnos profesionalmente a aquello que nos gusta, tiene muchas
ventajas. Nos pasamos muchas horas trabajando, si esa labor nos llena o
está alineada con nuestros gustos y nuestros valores, la vida —sobre todo
los domingos por la tarde— es mucho más agradable.
Pero cuando Frankl hablaba de tener un propósito de vida, no se refería
únicamente al ámbito profesional, se refería a la vida en general.
Y ese es, desde mi punto de vista, el tercer ingrediente para vivir una
vida plena, la tercera pata que le faltaba a nuestro taburete.

¿Cómo encontrar un propósito para tu vida?

Si crees que este es uno de los aspectos que necesitas desarrollar,


analiza en primer lugar tu día a día para asegurarte de que no cuentas ya con
un objetivo que te satisfaga. Puede que lo tengas y no seas consciente de
ello, o que hasta ahora no le hayas dado la importancia que tiene. Esto es
algo que pasa bastante a menudo.
Empieza por hacerte preguntas similares a las que Viktor Frankl hacía
a sus pacientes:

¿Qué es lo que te hace levantarte cada mañana?


¿Qué haces a lo largo del día?
¿Quién te espera y por qué te necesita?
¿Qué te carga emocionalmente las pilas, aunque te agote
físicamente?
¿En qué piensas por la noche, cuando haces repaso de cómo
ha ido el día?

Cuando vayas a responder, procura hacerlo con la mirada bien alta. Te


voy a explicar a qué me refiero.
En algún libro leí esta historia: Una persona estaba poniendo ladrillos.
Era muy duro, hacía calor y el trabajo se le hacía muy pesado. Entonces,
alguien le preguntó qué estaba haciendo. Su respuesta fue: «poner
ladrillos». A su lado, había otra persona haciendo lo mismo. Cuando le
preguntaron por lo que hacía, respondió que estaba: «construyendo una
pared». Finalmente, le hicieron la misma pregunta a un tercer trabajador. Su
respuesta fue muy distinta. Dijo que estaba: «¡construyendo una catedral!».
¿Realmente no estás construyendo nada «importante»? Puede haber
grandeza en cada uno de los gestos que hagas.
La quiosquera que había cerca de casa era un ejemplo para mí cada
mañana. Junto con el periódico, siempre te regalaba algo: una pregunta que
esperaba respuesta, un comentario amable, una sonrisa. El periódico o la
revista que vendía eran solo una excusa. Estoy convencida de que su actitud
tenía una función terapéutica para muchas de las personas que se acercaban
a comprarle. Quizás era la única persona que les prestaba un poco de
atención en todo el día. En sus caras se veía reflejado el agradecimiento por
sentirse acogidos durante esos minutos.
¿Sigues sin encontrar tu catedral? ¿Sientes que nada de lo que haces te
satisface de una manera profunda?
Entonces, es el momento de empezar buscarlo.
Porque una vida plena es también una vida comprometida, una vida en
la que construyes algo, en la que los días no pasan en balde.
Martin Seligman, uno de los pioneros de la psicología positiva,
distingue en su libro La auténtica felicidad, entre placeres y gratificaciones.
Los placeres son fantásticos, pero las gratificaciones lo son aún más, porque
conllevan un premio añadido.
Seligman define las gratificaciones como el resultado de poner en
práctica algunas de nuestras fortalezas personales. Nos dice que se obtienen
con esfuerzo, no siempre son placenteras. Pueden, incluso, llegar a ser
estresantes, ya que suponen para nosotros un desafío, un reto. De hecho,
tienen un final incierto, pueden acabar saliendo bien o mal. Pero esforzarse
por llevarlas a cabo es, según él, lo que da autenticidad y sentido a nuestra
vida.
El psicólogo nos ofrece una pista para distinguir las gratificaciones de
otras actividades que realizamos a lo largo del día.
Dice que cuando estamos enfrascados en ellas nos concentramos,
implicándonos profundamente en lo que estamos haciendo, olvidándonos de
nosotros mismos y del paso del tiempo.
Seligman las diferencia también de los placeres por lo siguiente: con el
placer consumimos, con las gratificaciones fluimos, construimos; en cierto
modo, invertimos, obteniendo de ellas un rendimiento a medio o largo
plazo. Ese es el premio añadido del que te hablaba.
Lo que buscamos como propósito de vida es eso, una gratificación.
Hay personas que tienen un don especial para hacer algo. Desde
siempre han tenido claro qué era lo que les gustaba y, a menudo, estaban
dotadas para ello.
La mayoría no nos encontramos dentro de esa categoría. No tenemos
ninguna habilidad concreta que nos diferencie y nos cuesta más que al resto
saber qué es ese algo que nos gusta.
Parto de la base de que formas parte de este grupo y por eso te interesa
seguir leyendo este apartado del libro. Quizás estar dentro de esta categoría
te haya hecho sentir, en algún momento, un poco anodino. La buena noticia
es que ser normal en este sentido puede tener muchos aspectos positivos.
No tener un perfil muy definido puede ayudarte a ir probando cosas
diferentes a lo largo de tu vida. Y, a partir de la combinación de disciplinas
y de actividades diversas, de la mezcla de mundos y de capacidades que no
tienen nada que ver entre sí, acostumbran a salir resultados muy
interesantes. Puedes aportar mucho yendo de un sitio a otro con tu bagaje
distinto, como las abejas que polinizan al ir de flor en flor. Además, no
tener que dedicarte a una vocación determinada, te quita presión.
No buscamos descubrir una pasión oculta, algo que vaya a definir tu
vida a partir de ahora. Se trata solamente de encontrar algo que te motive en
este momento de tu vida.
Para saber de qué se trata, te será muy útil el proceso de reflexión que
has seguido hasta ahora: estar en conexión contigo mismo para saber cómo
te sientes cuando lo practicas y conocer tus puntos fuertes, aquello en lo que
te sientes más cómodo.
Tienes que estar atento y abierto a todo.
Cuando se jubiló Angela Merkel, la que fue canciller de Alemania
durante más de quince años, le preguntaron a qué se iba a dedicar a partir de
entonces. Ella dijo que lo primero que haría, sería dejarse un tiempo de
descanso, en el que no programaría nada, «solo» estaría atenta a escucharse
y a dejarse llevar, a ver qué surgía.
Eso es precisamente lo que tienes que hacer. Tener la antena conectada
y dejar que tu subconsciente trabaje por ti. Él se fijará en aquello que te
llama la atención y te pondrá sobre aviso, como cuando no recuerdas de
algo y, de repente, te viene a la cabeza. Déjale un tiempo y confía en él.
Pero para que pueda trabajar, antes tienes que hacer dos cosas: bajar
las barreras y los miedos que puedas tener, y alimentar tu mente, darle algo
sobre lo que pensar.
Vamos primero a por las barreras.
Es fundamental que, si la tienes, dejes a un lado la idea de que hay
temas que no son para ti, por falta de capacidad, de conocimientos o por lo
que sea. No es cierto. Hoy en día tienes la posibilidad de introducirte en
cualquier ámbito que te apetezca, cualquier cosa. Sí, me estás leyendo bien.
No te estoy diciendo que puedas dedicarte profesionalmente a todo lo
que te imagines. Eso, en cualquier caso, ya se verá. Lo que intento
transmitirte es que, en la actualidad y en nuestro contexto, hay muchas
maneras de formarse y de colaborar en todo lo que te puedas imaginar. Solo
necesitas tener a mano una biblioteca o una conexión a internet, perder el
miedo y la vergüenza, lanzarte a la piscina e ir probando.
Se trate de lo que se trate, siempre vas a encontrar un libro, un blog o
un podcast que te hable sobre ese tema, un grupo de personas interesadas en
lo mismo que tú, una formación, un voluntariado, una posibilidad de
colaborar en algo para lo que ni te has formado, ni tienes idea, hasta ahora,
de cómo funciona.
Una persona que rondaba la cincuentena me dijo, cuando yo todavía
no había llegado a los cuarenta, que lo mejor de esa época de la vida era que
te dabas cuenta de que podías hacer lo que quisieras. Pues bien, no esperes
a tener edad para llegar a la misma conclusión. Aprovecha ya para hacer lo
que te apetezca, que luego las energías o los remos, como diría mi abuelo,
empiezan a fallar.
Tengo una amiga que acaba de hacer un curso sobre comunicación con
animales. ¿Alguna vez habías pensado que podía existir algo así? Estudió
historia conmigo y ahora trabaja en una empresa que no tiene nada que ver
con lo que te explico. Pero, como muchas otras personas, tiene una vida y
unos intereses que van más allá de su jornada laboral. ¿Por qué no
probarlo? ¿Qué se lo impide? Seguro que ya sabes la respuesta: nada.
Otro ejemplo. Hace poco hice una formación sobre cómo acompañar a
personas que están atravesando por una situación de sufrimiento, y me he
apuntado en la lista (sí, ¡hay una lista de espera!) para hacer un voluntariado
con enfermos que están en un proceso de final de vida. ¿Podías imaginarte
que hay personas que desean formarse y realizar este tipo de voluntariados?
Las hay y ha sido muy enriquecedor empezar a conocerlas.
Ese es otro plus de entrar en un ámbito totalmente diferente al tuyo:
conocerás gente muy distinta de la que forma parte de tu entorno habitual,
gente que, sin embargo, tendrá unos intereses más afines a los tuyos que
muchas de las personas a las que conoces y aprecias. No tardarás en sentirte
muy cómodo en este nuevo núcleo, porque compartiréis pensamientos y
sensaciones que identificarás fácilmente, podrás crecer y disfrutar.
La otra barrera que tienes que bajar para encontrar un propósito en tu
vida, es pensar que solo hay un camino correcto para ti y que, si te
equivocas al escogerlo, puedes echarlo todo a perder. Nada más lejos de la
realidad.
Como te decía al principio del libro, saber si todo tiene un sentido o
no, es imposible. Siempre encontrarás señales a favor y en contra de esta
teoría, dependerá de cómo las quieras interpretar. Por eso, si lo que buscas
es adivinar cuál es la opción correcta, lo único que harás será entrar en un
bucle y desesperarte. Mejor que cambies de enfoque.
Si todo está escrito, hagas lo que hagas, acertarás. Y, si no lo está,
puedes relajarte y disfrutar con cualquier cosa que quieras hacer, la que te
apetezca. Todo te va a servir, cualquier experiencia que decidas tener será
un aprendizaje que te permitirá avanzar.
Seguramente ya conoces la historia de cómo Steve Jobs dejó la
universidad y se puso a estudiar caligrafía, solo por el placer de hacerlo.
Después acabo dedicándose a la informática. Nada que ver, a priori, con esa
afición. Pero ¿no crees que los diseños de sus productos se beneficiaron de
todo lo que aprendió en aquella época? Él lo entendió así.
Por último, si el problema es que te aterra dar un salto a un terreno
desconocido, plantéatelo como un juego. Solamente vamos a probar un
poquito, a ver qué pasa.
Una vez que hayas bajado las barreras que tenías, es necesario que
alimentes tu subconsciente dándole materia prima para que pueda trabajar
por ti.
Para ayudarle, te propongo que hagas dos viajes: uno al pasado y otro
al futuro:
Recuerda, en primer lugar, qué te gustaba hacer de pequeño o cuando
eras más joven. ¿Cuáles eran tus sueños? ¿Cómo te gustaba imaginarte?
Ahora, trasládate al futuro y piensa que ya eres muy mayor y estás a
punto de morir ¿Cómo te gustaría que hubiese sido tu vida? ¿Qué te hubiera
gustado haber hecho, aprendido, conocido?
Ve apuntando lo que se te ocurra y aprovecha para hacer una lista de
los temas que te interesan, el tipo de libros que lees, las webs que miras, los
podcasts que escuchas, etc. ¿Qué llama tu atención? ¿Qué te inspira?
No esperes encontrar una respuesta unívoca. Simplemente, hazte estas
preguntas para ir abriendo tu mente y sigue apuntando todo lo que te salga,
sin filtros.
Para acabar, te explico otro ejercicio que a mí me fue útil y que te
ayudará, de paso, a ordenar tus cosas.
Sí, me refiero al famoso libro de Marie Kondo, La magia del orden.
Su método consiste en enfrentarse a la tarea de poner orden en casa,
haciéndolo, no por habitaciones o por armarios, sino por categorías: ropa,
libros, papeles, recuerdos, etc.
El proceso que se sigue con cada uno de estos bloques es el mismo:
juntas todo en un único espacio —una montaña de ropa, de libros, de
recuerdos…— y decides, con el corazón, con qué te quedas y con qué no.
Ir decidiendo objeto a objeto, y hacerlo a partir de lo que sientes
cuando lo coges o lo miras, son dos cuestiones clave, la única forma de
saber si aquello que en su momento compraste o te regalaron, continúa
siendo importante para ti, o ha dejado ya de serlo.
Al final del libro, Marie dice que mientras nos deshacemos de todo lo
que ya no nos interesa y recolocamos nuestras cosas, experimentamos una
especie de proceso espiritual.
Cuando dejas en la estantería solo aquellos libros que quieres tener
cerca o los apuntes que no querrías perder y te desprendes de todo lo demás,
tienes la sensación de soltar lastre.
A veces, el resultado no es el que te esperas.
Yo nunca hubiese pensado que dejaría en un lugar privilegiado de mi
estantería los libros que acabé dejando. Visto en perspectiva, todo tiene
sentido, pero en ese momento me sorprendió muchísimo. Me hizo
recapacitar, cuando yo lo único que buscaba en aquel momento era ordenar
a casa.
Si no sabes cuál es actualmente tu propósito en la vida, o el que tienes
no te acaba de convencer, prueba a organizar tus cosas, a ver qué pasa.
Una vez que tengas una lista más o menos larga de temas que te
interesan, tendrás que ir escogiendo con cuál te quedas en este momento.
Elegir es complicado, sobre todo si has conseguido tener muchas opciones.
Para rebajar la presión, recuerda que no estamos tomando ninguna
decisión transcendental que deba marcar a partir de ahora el rumbo de tus
días. Solo vamos a escoger algo que te apetezca hacer a partir de ahora. Si
no sabes con cuál de las posibilidades quedarte, prueba con estos dos
trucos.
El primero es hacerte la pregunta al revés.
En lugar de pensar: ¿qué voy a hacer?, ¿cuál va a ser la siguiente
aventura en la que me voy a meter?, pregúntate: ¿cuál de todas estas cosas
no voy a hacer? Así irás descartando las que sientas que menos te interesan.
El segundo truco que utilizo a menudo es ir probando en pequeñito lo
que me llama la atención. Puedes hacer un curso gratuito, buscar
información por internet, hablar con alguien que haga algo parecido,
consultar algún libro de la biblioteca. A la vez que te permite conocer
algunos aspectos de esa opción, te sirve para ver si te apetece seguir
profundizando en ella o no.
No olvides que el miedo, la vergüenza o la falta de confianza no son
un criterio para descartar algo. Lo que buscamos detectar es la emoción, la
ilusión y las cosquillas en el cuerpo. Esas son las señales.

Y después ¿qué?
Busca la manera de incorporarlo en tu vida
Cuando ya tengas claro qué es lo que quieres hacer, es básico que
destines un tiempo a investigar cómo llevarlo a cabo. Tienes que encontrar
la mejor forma de incorporarlo en tu vida.
A veces podemos llegar a desistir de hacer algo que nos motiva «solo»
porque no sabemos de dónde sacar el tiempo o el dinero que necesitamos
para hacerlo. Especialmente si tu vida es ajetreada, el qué es tan importante
como el cómo.
El inglés es mi asignatura pendiente.
Hace unos años, cuando llegó el mes de julio, me dije por enésima vez
que debería aprovechar para hacer un curso intensivo. Me acerqué a una
academia que me gustaba para pedir precios, horarios y hacer un examen de
nivel. Iba lanzada.
Pero tuve un momento de lucidez y pensé que no tenía ningún sentido
pegarme el gran atracón de clases en un mes, para después pasarme el resto
del año sin hacer nada.
Así que decidí relajarme, disfrutar del mes de julio y dedicarlo a
buscar una forma de aprender inglés que fuese sostenible para mí durante
todo el curso. Acabé encontrando un método que me encajaba, y sigo con
él. Decir que sé inglés es un poco excesivo, pero ha resultado ser una muy
buena opción.
Te explico esta anécdota para que seas consciente de que el primer
paso antes de escribir algo, será siempre sacarle punta al lápiz. Requiere su
tiempo, pero es imprescindible hacerlo.
Ten en cuenta también que el inicio de cualquier actividad es la parte
más complicada. Necesita un esfuerzo adicional: tenemos que situarnos,
entender, practicar.
Son las primeras curvas, forman parte de la ruta. Hay que dedicarles
más tiempo y atención, pero pasarán.

Ve paso a paso, solo se trata de saber cuál es el siguiente


Está bien que seas consciente de todo el camino que quieres recorrer,
pero intenta no quedar colapsado por las dimensiones de la tragedia.
Mira bien cuál es el primer paso que tienes que dar y preocúpate de
reunir las fuerzas y el valor que necesitas para ese paso en concreto. No
necesitas nada más, el resto ya vendrá después. Así, día a día. Hagas lo que
hagas, todo consiste en eso.
No te equivoques al seleccionar el paso. Como dice Stephen R. Covey
en 7 hábitos de las personas altamente efectivas, a veces perdemos mucho
tiempo ahí. Si la primera cosa que tienes que hacer es una llamada, el
primer paso no es ese, sino conseguir el número de teléfono que necesitas o
asegurarte de que ya lo tienes. Parece una tontería, pero no lo es.
Cuando la pereza o el miedo a no ser capaz te esté ganando el pulso,
prueba a engañar a tu mente y a decirle que solo te vas a poner un poquito,
que enseguida lo dejarás.
La mayoría de las veces no será así y continuarás un buen rato; pero
para entonces, ya habrás vencido esa pequeña resistencia que te impedía
ponerte manos a la obra.

Concéntrate en lo esencial
A veces decimos que no tenemos tiempo; pero mientras estamos vivos,
lo único que tenemos es tiempo. Lo que sí es cierto es que no tenemos
tiempo para todo, por eso es tan importante invertirlo en aquello que sea
esencial para nosotros.
Si quieres tener una vida plena, intenta no perder tiempo y la energía
en cosas que no te aportan. No me refiero a aburrirte o a descansar, hablo de
darle vueltas a conflictos sin importancia o a dejar que los días se te
escapen sin más.
Mi prima dice que hay que llenarlos. Creo que tiene razón. Si no, son
tan ligeros que pasan volando.
En una charla TED ejemplificaban la necesidad de reservar tiempo
para hacer aquello que para nosotros fuese lo más relevante, mediante un
recipiente transparente y un montón de bolas grandes, medianas y arena. Si
empezamos por poner primero la arena y las bolas medianas —decían—,
cuando les llegue el turno a las bolas más grandes —las que
verdaderamente importan—, no tendremos dónde meterlas.
En cambio, si lo hacemos justo al revés, e introducimos primero las
bolas más grandes, a continuación, las medianas y, finalmente, la arena, si
esta no cabe en el recipiente, no pasará nada, porque nos habremos
asegurado de tener dentro todo lo que tiene valor para nosotros.
Si eres de los que, como a mí, se le ocurren siempre más cosas que
hacer de las que puede, recuerda que puedes usar de nuevo el truco que ya
te comenté: hazte la pregunta ¿qué no voy a hacer? Tu cerebro localizará
enseguida aquello que tiene menos importancia para ti. Así, podrás
descartarlo para concentrarte y disfrutar de lo que sí has decidido hacer.
Lo de trasladarte al futuro es otro truco que también utilizo a menudo.
Si tengo una lista demasiado larga de tareas para el día, pienso qué me
gustaría más haber hecho al acabar la jornada, y empiezo por ahí.
Por supuesto, también hay que aprender a decir no a algunas
propuestas ajenas sin sentirse culpable. Si acabamos haciendo todo lo que
nos llega, nos convertiremos en una veleta andante.
En la vida hay que tener presente lo que en economía llaman el coste
de oportunidad.
Esta mañana he escuchado cómo Iñaki Gabilondo lo aplicaba a su
vida.
Decía que era muy consciente de que a lo largo de los años solo va a
poder hacer un número limitado de viajes, leer un número limitado de
libros, beber un número limitado de vinos. Eso le hace escoger esos viajes,
esos libros y esos vinos con mucho cariño, y valorar y saborear a conciencia
los que selecciona.

No lo hagas esperando nada a cambio


Esto es muy importante.
Cuando escojas cuál va a ser tu propósito de vida, no lo hagas
esperando nada a cambio.
Es cierto que, cuando haces las cosas con cariño, si además es algo que
te gusta y acaba dándosete bien, pasarán cosas. Y si estás abierto a lo que
venga, es muy probable que aparezcan oportunidades, que podrás decidir
aprovechar o no.
Pero no empieces a hacer algo pensando en lo que te vas a encontrar.
Entre otras cosas, porque si no encuentras nada, te decepcionarás. Tienes
que escoger algo que para ti tenga un valor por sí mismo.
¿Sabes que Sócrates se pasó la noche antes de morir aprendiendo a
tocar un aria, simplemente por el placer de hacerlo? ¿Qué importaba que le
hubiesen condenado a morir al día siguiente y que supiese que ya no iba a
poder tocarla nunca más, si aquella noche pudo disfrutar del placer de
hacerlo?
Cuando aprendes algo o participas en un proyecto, cuanto más
esfuerzo pones de tu parte, más obtienes a cambio. Es una ley tan sólida
como cualquier principio de la termodinámica. La habrás comprobado mil
veces.
Estoy convencida de que pasa lo mismo con la vida. Por eso estoy
intentando escribir este libro lo mejor posible y por eso te imagino a ti
leyéndolo con interés detrás de la pantalla de mi ordenador.

Y esto es todo lo que te quería explicar.


Solo te he marcado los primeros pasos de cada una de las tres claves
porque es lo único que necesitas. A partir de ahí, serás capaz de ir
escogiendo tu propio camino y de marcar tu propio ritmo. Verás que no hay
vuelta atrás.
Igual que cuando aprendes a montar en bicicleta, ya no se te va a
olvidar nunca. Te puedes caer, pero cuando pase, te levantarás y seguirás
pedaleando.
Como puedes imaginar, este es un proceso que no se acaba nunca. No
hay una meta donde ponga en letras doradas «felicidad». No vas a llegar a
ningún sitio definitivo.
Pero pronto empezarás a notar los beneficios de echar a andar.
Al principio, casi no te darás ni cuenta. Luego, cada vez tendrás más
momentos de tranquilidad interna, de alegría y de conexión profunda
contigo mismo y con los demás.
Nada será perfecto a partir de entonces.
Todo seguirá siendo tan imperfecto como hasta ahora, pero habrás
aprendido a convivir con la imperfección.
La aceptarás y, en tus mejores momentos, te nutrirás de ella.
En otros, menos gloriosos, seguirás teniendo ganas de mandarlo todo a
freír espárragos.
No te preocupes, forma parte del juego; nos pasa a todos.
Seguirás adelante, y ya está ;)
TERCERA PARTE

PARA CUANDO TE FALLEN LAS FUERZAS

Hay veces en las que todo se nos hace más cuesta arriba. Tenemos un mal
día y es difícil encontrar un rayito de sol que nos ilumine y nos dé un poco
de calor. O peor aún, la vida se complica definitivamente y necesitamos
sacar fuerzas de donde no las hay.
Lou Marinoff publicó hace algunos años Más Platón y menos Prozak,
un libro en el que invitaba a usar la filosofía como remedio para enfrentarse
a las situaciones problemáticas de la vida. En mi caso, la filosofía actúa
como un bálsamo. No me soluciona los problemas, pero me aporta una
mirada lúcida que me ayuda a encararlos mejor.
Por eso, en esta parte del libro —que imagino como una caja de
herramientas a la que podrás echar mano cuando lo necesites—, he
incorporado las reflexiones de algunos de mis filósofos de cabecera, porque
creo que también te pueden ser de utilidad.
Es bueno que tengas siempre presentes estas reflexiones y que te vayas
ejercitando en ellas. La vida da un vuelco cuando menos te lo esperas, y hay
que aprovechar las épocas de tranquilidad para nutrir nuestro espíritu, que
será el encargado de sostenernos cuando todo falle.

Mira las cosas con perspectiva

Una de mis amigas me dice siempre que hay que mirar las cosas «con
ojos de Dios».
Abrir el zoom nos ayuda a poner la situación en contexto, a darle
sentido y a valorarla en su justa medida.
En las buenas ocasiones, nos lleva a ser más conscientes del momento
y a saborearlo en toda su plenitud, evitando que pase de largo sin más. Y, si
tenemos un mal día, nos invita a relativizar.
Cuando los niños son pequeños y trabajas fuera de casa, todo es muy
difícil de gestionar. La adolescencia tampoco es fácil. Es garantía casi
segura de que van a pasar cosas que no van a ser muy agradables. Todavía
no sabes cuáles, pero pasarán.
Sin embargo, todo ese período incluye también otros muchos
momentos que no volverán, y que, seguro que cuando pasen, vas a echar de
menos.
Cuando me desespero viendo las habitaciones de mis hijos, intento
tenerlo presente. Pienso que, cuando esté todo siempre ordenado, cuando
me vaya de casa dejando las cosas en su sitio, y vuelva y sigan estando ahí,
querrá decir que han volado. Sé que entonces añoraré revivir alguna de sus
peleas por ver a quién le toca recoger la cocina o sacar los platos del
lavavajillas.
Hace poco, mi madre me contaba que unos amigos suyos, ya mayores,
habían disfrutado mucho cuando su hija, de casi cincuenta años, se había
quedado a dormir una noche en su casa. Me decía que no sabían cuántas
veces se habían acercado a su habitación para verla dormir.
Un beso de buenas noches, una mirada a los ojos para saber cómo se
sienten las personas que tienes más cerca, una confidencia o una petición de
consejo cuando menos te la esperas, son regalos que compensan todo lo
demás.
Pero para saborearlos, tenemos que ser capaces de levantar la mirada y
ver más allá de los platos sucios.
Cuando sientas que estás sin fuerza, valora si se trata solo de un
problema de cansancio o de soledad. Puede que te estés exigiendo más de la
cuenta. Quizás necesitas una charla o descansar. ¿Lo que te preocupa tiene
realmente la importancia que le estás dando?
A veces, nuestra mente se enzarza en problemas que no son tales,
bolas que van creciendo en nuestra cabeza sin ton ni son.
Aunque la mente es muy compleja, en determinados aspectos no deja
de ser bastante básica. Es como un mono que siempre necesita estar
entretenido con algo. Sabiéndolo, puedes escoger el hueso que le das a roer,
porque habrás notado que solo puede roer de uno en uno. Esa es una gran
ventaja que puedes aprovechar.
Así que, si ves que estás entrando en un bucle que no te lleva a ningún
sitio, prueba a tratarla con cariño, a agradecerle los servicios prestados por
avisarte de aquel peligro inminente y a darle otro tema más agradable en el
que pensar.
Si no funciona a la primera, insiste. Busca otro asunto con el que
puedas distraerla. Verás como consigues salir de ahí.

Sé consciente de que habrá cosas que no podrás cambiar

Hay una plegaria que recomienda tener la serenidad para aceptar las
cosas que no puedes cambiar, el valor para cambiar las que sí puedes y la
sabiduría para distinguir unas de las otras.
Epícteto fue un filósofo griego que vivió parte de su vida como
esclavo en Roma. Ya liberado, fundó su propia escuela, que tuvo una gran
repercusión. Es uno de los maestros de la filosofía estoica. Mira lo que dice:
«La felicidad y la libertad comienzan con la clara comprensión de un
principio: algunas cosas están bajo nuestro control y otras no. Solo tras
haber hecho frente a esta regla fundamental y haber aprendido a distinguir
entre lo que podemos controlar y lo que no, serán posibles la tranquilidad
interior y la eficacia exterior.
Bajo control están las opiniones, las aspiraciones, los deseos y las
cosas que nos repelen. Estas áreas constituyen básicamente con exactitud
nuestra preocupación, porque están directamente sujetas a nuestra
influencia. Siempre tenemos la posibilidad de elegir los contenidos y el
carácter de nuestra vida interior.
Fuera de control, sin embargo, hay cosas como el tipo de cuerpo que
tenemos, el haber nacido en la riqueza o el tener que hacernos ricos, la
forma en que nos ven los demás y nuestra posición en la sociedad.
Debemos recordar que estas cosas son externas y, por tanto, no constituyen
nuestra preocupación.
Intentar controlar o cambiar lo que no podemos tiene como único
resultado el tormento». (Disponible en:
https://grandeseducadores.files.wordpress.com/2015/09/epicteto_manualde
vida_sharon-lebell.pdf).
Marco Aurelio es otro filósofo estoico que nos enseña a mirar con un
poco de distancia la situación que atravesamos. Al final de su vida, escribió
unas reflexiones que me acompañan a menudo.
Lo hacía por las noches, después de haberse pasado el día defendiendo
la frontera romana frente a los bárbaros. Era el emperador. Para que luego
digamos nosotros que no tenemos tiempo.
Escribió:
"Cuán ridículo y extraño el que se asombra de cualquiera de los
acontecimientos de la vida." (Libro XII, 13).
"Rememora sin cesar a los que se indignaron en exceso por algún
motivo, a los que alcanzaron la plenitud de la fama, de las desgracias, de los
odios o de los azares de toda índole. Seguidamente, haz un alto en el
camino y pregúntate: «¿Dónde está ahora todo aquello?». Humo, ceniza,
leyenda o ni siquiera leyenda." (Libro XII, 27).
"Piensa, por ejemplo, en los tiempos de Vespasiano. Verás siempre las
mismas cosas: personas que se casan, crían hijos, enferman, mueren, hacen
la guerra, celebran fiestas, comercian, cultivan la tierra, adulan, son
orgullosos, recelan, conspiran, desean que algunos mueran, murmuran
contra la situación presente, aman, atesoran, ambicionan los consulados, los
poderes reales. Pues bien, la vida de aquellos ya no existe en ninguna parte.
(Libro IV, 32)."
(Meditaciones, Marco Aurelio, Alianza Editorial, S.A., Madrid, 2005).

Es cierto que la vida es cambio y que hay muchas circunstancias que


se escapan a nuestro control. Preocuparnos por ellas no tiene mucho
sentido. Es mejor trabajar para ir aceptándolas poco a poco.

Acepta lo que no puedas cambiar

Desgraciadamente, hay ocasiones en las que tenemos un problema


serio que hay que asumir, atravesamos por uno de esos momentos en que
los que luchar no tiene sentido, porque sabemos que lo único que nos queda
es aceptar algo que nos duele terriblemente. ¿Cómo hacerlo?
Escuché a Juan Carlos Unzúe, el futbolista y entrenador al que le
diagnosticaron ELA, decir que, a la hora de aceptar su situación, le ayudó
ser consciente de que a lo largo de la vida también le había tocado vivir
muchas circunstancias afortunadas. Cuando se presentaron, no se planteó
por qué le habían tocado a él y no a algún otro. Llegó a la conclusión de que
todo formaba parte de su vida, tanto los buenos momentos como esa grave
enfermedad con la que ahora tenía que aprender a convivir. Y así, poco a
poco, empezó a aceptarla.
Es posible que no sea la primera vez que vives una circunstancia
complicada. Quizás tú también hayas superado en el pasado, momentos que
fueron muy duros para ti. ¿Recuerdas cómo fuiste capaz de hacerlo? ¿En
qué recursos te apoyaste para cruzar ese bache? Puede que también te
sirvan esta vez.
Necesitarás un tiempo para recomponerte. Probablemente, al principio
lo único que querrás es estar solo y llorar. Tu cuerpo, tu alma y tu mente
reclamarán ese espacio. Ofréceselo, qué menos que eso.
Después, los días irán pasando. Lentamente, pero pasarán. Y llegará un
momento en el que ya podrás compartir tu carga. En ese momento habla,
des-ahógate. Será difícil que no encuentres a nadie que, haciéndole ver tu
necesidad, no esté dispuesto a escucharte.
Estamos acostumbramos a mostrar a los demás únicamente la parte
más luminosa de nuestra existencia, y a disimular o a pasar de puntillas por
la más oscura. Lo hacemos por orgullo, por no molestar, por no generar
preocupación. Pero todos nos sentimos más humanos cuando tenemos la
valentía de compartir nuestra debilidad y nuestra desazón.
Y, ¿hasta cuándo llorar? ¿Cuánto dejarse arrastrar por la pena?
Hasta que lo necesites, tu cuerpo te lo dirá. Mientras tanto, intenta
cuidarte y concentrarte en superar cada día.
Márcate pequeños objetivos que sean asumibles y te permitan tener
algo a lo que anclarte; mantener un ritmo, una rutina. En la medida de lo
posible, permítete disfrutar de todo lo que esté en tu mano.

Valora todo lo bueno que tienes

Aunque estés pasando por una fase difícil, es muy probable que
encuentres en tu vida algo positivo a lo que puedas agarrarte para subir el
ánimo. Identificarlo y agradecerlo te puede ayudar, porque el sentimiento de
agradecimiento es tan potente que tiene la capacidad de anular todo lo
demás. Cuando lo experimentamos, nuestra mirada cambia a mejor,
sentimos que se nos hincha el alma.
Mi padre padeció durante muchos años una enfermedad. Estaba en
casa, cada vez podía salir menos. Mi madre le cuidó durante ese tiempo.
¿Crees que fueron infelices durante aquellos años?
Todo lo contrario.
Cuando le visitaba el médico, le decía que era el enfermo con más
suerte del mundo. Tenía a su mujer al lado, que le quería y lo cuidaba como
a un bonsái; tenía cerca a sus hijos y a sus nietos; vivía en un piso amplio
desde el que podía mirar el cielo. ¿Qué más podía pedir? El médico no
podía hacer otra cosa que darle la razón.
Por supuesto, su barrio también era el mejor del mundo: aceras anchas,
bancos donde sentarse, todos los servicios y transportes a mano… ¿Sabes
dónde vivía? En una de las avenidas con más tráfico de la ciudad.
Mi madre no le iba a la zaga.
Ninguno de los dos dejó de ser consciente de la situación por la que
atravesaban. No pienses que eran unos ingenuos. Precisamente porque
sabían cuál era el final, disfrutaban de estar juntos y de hacer aquello que
todavía estaba en su mano: cocinar y comer bien, hacer membrillo en otoño
y arroz con leche todo el año, reunir a la familia, tumbarse en el sofá a ver
la tele, o salir a hablar con los vecinos.
¿Qué tienes a tu alrededor que te haga sentir afortunado?

Disfruta de los placeres de la vida

Cuando empecé a escribir este libro, pensé que todo lo que te


propusiese tenía que ser alcanzable y posibilista. Estoy convencida de que
los mejores placeres de la vida, también lo son.
Epicuro, que está considerado el gran filósofo del placer, decía que
para ser feliz hacían falta muy pocas cosas: un trozo de pan para no tener
hambre, agua para no tener sed y algo para abrigarse y no pasar frío. Según
él, la persona sabia es la que sabe distinguir entre los placeres que nos
convienen —los que escogemos y disfrutamos sin más—, y los que nos
tiranizan, porque nos enganchan sin que los podamos evitar. Recomendaba
disfrutar de los primeros y desestimar estos últimos, ya que nos impiden
conseguir la autonomía que necesitamos para ser felices.
Tener presente cuáles son para ti los mejores placeres, y procurarte
alguno de ellos, saboreándolo de forma consciente, puede subirte el ánimo y
reconciliarte de nuevo con la vida.
Hace poco, una amiga me comentaba que había empezado a disfrutar
de los atardeceres.
Cada tarde se repetían, me decía, y cada día eran distintos, a cuál más
bonito. Y todos estaban ahí, gratis, a nuestra disposición.
¿Puede haber mayor lujo que ese?
Aquí tienes la lista de mis placeres preferidos:

comer un trozo de buen pan —del crujiente, bien cocido—


con un poco de aceite de oliva virgen

• disfrutar de estar con las personas a las que quiero, tocarlos,


abrazarlos
• mirarnos a los ojos
• acariciarnos
• abrigarnos cuando hace frío
• sentir el calor del sol
• observar el detalle de la perfección de una flor
• mirar el cielo por la noche y buscar estrellas
• pasear por el campo con luna llena
• bañarme en un río en verano, escuchar el rumor del agua
• estar junto al mar en s’hora baixa
• ver salir el sol
• disfrutar del espectáculo de los colores del atardecer
• caminar
• hacer ejercicio y, después, darme una ducha con agua bien
caliente
• leer un buen libro
• beber una copa de buen vino
• ver pasar las nubes
• encender fuego en una chimenea, escuchar cómo crepita y
quedarme hipnotizada mirando sus formas
• contar historias de miedo
• reír
• pasear por el bosque
• oler el campo a primera hora de la mañana, sobre todo si ha
llovido
• escuchar música
• cantar en compañía
• ir al mercado, comprar cuatro ingredientes sencillos de
temporada y preparar una buena comida
• dormir la siesta en pijama y, si es invierno, con calcetines
• taparme con una manta mientras está lloviendo fuera

¿Cuál es tu lista?, ¿la tienes a mano?

No dejes de aprender

No hace mucho, un gran profesor me dijo: «Conozco mucha gente a la


que no le gusta estudiar, pero no conozco a nadie a quien no le guste
aprender».
Estoy de acuerdo. A todos nos gusta aprender, aunque sea sobre cosas
muy diferentes. Aprender algo nuevo, además de abrir nuestra mente y de
hacer trabajar a nuestras neuronas, alimenta nuestro espíritu, nos traslada a
un estadio diferente que da paso a nuevas satisfacciones.
De repente, hacemos una conexión y entendemos algo, lo que a su vez
nos permite ver cosas que teníamos delante y que, hasta entonces, ni
siquiera mirábamos. ¿No has tenido alguna vez esa sensación? ¿Ese
momento «¡ajá!»? Si no lo conoces, prueba a leer el libro La memoria
secreta de las hojas, de Hope Jahren. Te aseguro que, después de disfrutar
con su lectura, no podrás cruzarte con un árbol sin verlo de otra manera.
Para aprender no es necesario hacer ningún curso, solo hay que estar
atentos y tener los ojos y los poros bien abiertos. A uno le gustará cuidar
plantas, y disfrutará aprendiendo de ellas. Otro preferirá probar nuevos
vinos, o cocinar y buscar nuevos platos con los que deleitarse.
Cuando perdemos el interés por lo que nos rodea y dejamos de dar
entrada a cosas nuevas, en cierta forma, estamos empezando a morir en
vida. Aprender nos ayuda a no caer en esa espiral absorbente que es la
monotonía, nos nutre y nos ensancha la mirada.

No dejes de asombrarte

Mantener la capacidad de asombro es otra de las cosas que nos hacen


sentir vivos y que nos alimentan el espíritu.
Cuando las piezas no encajan, o lo hacen de una forma diferente a
como tenemos previsto, nos damos cuenta de que la realidad va más allá de
lo que percibimos o somos capaces de asimilar.
La naturaleza nos ofrece mil y una escenas para sorprendernos.
Creo que las primeras veces que conecté con la inmensidad, lo hice
mirando las estrellas. En el pueblo en el que veraneo desde pequeña, uno de
los entretenimientos de las noches de verano era ir a contemplar el cielo.
Era bien sencillo y económico. Se trataba de tumbarse en la carretera y
sentir como ese manto inmenso, cruzado por la vía láctea, estaba a punto de
caérsete encima. Para más goce y disfrute, de vez en cuando tenías la suerte
de ver el rastro de una estrella fugaz. Entonces, podías pedir un deseo. En
una buena noche, podías llegar a ver hasta seis o siete estrellas atravesando
el cielo.
Hace un tiempo, me pasé bastantes ratos leyendo y resumiendo el libro
El cielo entre tus manos, de Christophe Galfard. Además de estar
considerado el mejor discípulo de Stephen Hawking, Galfard es un gran
divulgador. Describe el universo con una claridad asombrosa. Lo que
explica es tan alucinante que, en más de una ocasión, sentía que la cabeza
me iba a estallar intentando imaginar las dimensiones de las que hablaba.
Está claro que no iba para física.
Siempre lo leía antes de ir a trabajar. Me di cuenta de que, después de
haber estado leyendo sobre galaxias lejanas y de intentar descifrar medidas
en años luz, todos los problemas que me encontraba a lo largo del día me
parecían insignificantes. ¿Qué valor podían tener frente a todo aquello?
¿No has sentido alguna vez una mezcla de vértigo y placidez ante la
belleza inconmensurable de un paisaje?
Creo que mantener los ojos bien abiertos a las maravillas del mundo,
apreciar la perfección, la delicadeza y la elegancia de la naturaleza, nos
conecta con nuestra dimensión espiritual, la fortalece.
¿Y si no sale bien?

La respuesta es fácil: habrá que volverlo a intentar.


Una psicóloga especialista en cuidados paliativos me dijo dos frases
que repetía siempre a sus pacientes y que creo que voy a enmarcar: «El día
acaba cuando nos vamos a dormir. Cada día nos trae una nueva
oportunidad». Una oportunidad de enfocar mejor las cosas, de hacer aquello
que el día anterior no fuimos capaces de llevar a cabo, de intentarlo una vez
más.
Si hablamos de esperanza, Ernst Bloch es mi filósofo de referencia. No
es que le tocase vivir una vida fácil. Era judío y tuvo que huir de Alemania
durante el nazismo. Ya en Nueva York, se dedicó a escribir su obra por las
noches, después de estar fregando platos en los hoteles. Otro al que le
sobraba el tiempo. Pese a todo, él defendía lo que llamaba el «principio
esperanza». Decía que era una actitud que se podía aprender y que convenía
practicar.
Se resume en que no podemos saber qué va a pasar, ni con nuestra vida
ni con el curso general de la historia, ni con nosotros mismos como
humanidad. Es cierto que todo puede ir muy mal. Pero, desde el momento
en el que todavía no ha pasado, también puede ir muy bien. Precisamente
porque el futuro está abierto, todo es posible. Por eso, decía Bloch, es
nuestra responsabilidad no perder la esperanza y seguir trabajando por
enderezar el rumbo de los acontecimientos.

Echemos a andar
El día acaba cuando nos vamos a dormir. Cada día nos trae una nueva
oportunidad.
Nos equivocaremos. No pasa nada, no somos perfectos ni estamos
obligados a serlo.
Nos pasarán cosas. Tendremos que asumirlas, forman parte de la vida.
Cuando lleguen, intentaremos buscar apoyo y llevarlas lo mejor
posible. Mientras tanto, disfrutemos del privilegio de estar vivos e
intentemos hacer las cosas lo mejor posible.
Intentemos
y lo mejor posible.
Con eso es suficiente.
Ya está.
Epílogo

"Tú cambiarás el mundo"

Gracias a empezar este proyecto pude conocer a una persona fantástica,


Xusa Serra.
Es enfermera de profesión. Estando en primera línea, se dio cuenta de
la importancia que tiene hacer un buen duelo. En su experiencia diaria
trabajando en un hospital, veía que muchos niños y adolescentes no tenían
este tema bien resuelto. Después de asesorarse con diferentes pedagogos,
montó un taller sobre el duelo que ahora imparte en las escuelas e institutos
que se lo solicitan.
Tuve el lujo de seguir uno de esos talleres sentada en la última fila de
una clase. Estaba dirigido a niños de entre ocho y nueve años. Lo que pasó
en aquellas tres horas fue catártico para ellos. No te puedes imaginar el
clima de compañerismo y de empatía que se generó allí, el sentimiento de
humanidad que tuvimos la suerte de compartir.
Xusa les dio un espacio para expresarse, para hablar entre ellos de algo
que no era habitual en sus conversaciones, pero que para todos era
importante: la muerte de sus abuelos, de sus tíos o de sus mascotas, la
separación de sus padres, y otros episodios de pérdida que habían vivido o
que estaban viviendo.
Durante aquel taller, hubo una frase que Xusa repitió cuatro o cinco
veces, que nos llegó al alma: «Tu canviaras el món». «Tú cambiarás el
mundo».
La mirada de los niños que la recibían era de incredulidad y de
interrogación. Parecían querer decir: «Pero ¿qué me estás contando? ¿Qué
tiene que ver lo que te estoy explicando con que yo cambiaré el mundo?
¿Cómo lo voy a hacer? ¿Seguro que me has entendido? Te estoy diciendo
que tengo un problema. Mírame. Solo soy yo».
Las palabras de Xusa eran claras y convincentes: «A ti te ha hecho
daño la actitud de esa persona, o ves que esa situación no te está haciendo
ningún bien. Has sido capaz de darte cuenta de que podía hacerse de otra
forma. Eso te da un poder, te permite romper el círculo. Si cuando seas
mayor te toca vivir algo así, podrás hacerlo de una manera diferente para
que la historia no se repita y las personas a las que les toque vivir ese
episodio contigo, no tengan que pasar por lo mismo que estás pasando tú».
De repente, la actitud de aquel niño, que hasta entonces se sentía una
víctima, cambiaba. Se quedaba pensativo y su mirada pasaba a ser mucho
más empoderada.
Seguía triste, pero estaba sereno.
Era consciente de que lo que le estaba pasando era una lección de vida.
Ahora sabía que ese sufrimiento podía ser útil. Porque él —o ella—
iba a poder utilizar su experiencia para hacer las cosas distintas, para
CAMBIAR EL MUNDO.
Yo también creo que cada uno de nosotros tenemos la capacidad de
cambiar el mundo rompiendo la cadena de malas vibraciones que nos va
llegando.
Podemos elegir entre seguir transmitiéndolas o transformarlas en otras
más positivas, más beneficiosas para todos. En primer lugar, para nosotros
mismos.
Para hacerlo, contamos con el poder de la palabra.
Lo que leemos o lo que escuchamos, pero sobre todo lo que nos dicen
y lo que decimos directamente, nos influye mucho.
Todos recordaremos momentos en los que una conversación o un
comentario, nos dio la fuerza que necesitábamos para seguir adelante.
Como la frase que Xusa les dijo a aquellos niños.
Seguro que también tenemos presentes otras palabras que tuvieron el
efecto contrario. Nos desarmaron y nos hicieron sentir pequeños y ridículos,
avergonzados en medio del desconcierto.
No tenemos que olvidar que nosotros tenemos esa misma capacidad de
influir en los demás y en nosotros mismos, a través de la manera en que nos
hablamos o de cómo callamos y somos capaces de escuchar al otro. Con
respeto y cariño, estando presente, acompañándonos mutuamente.
Termino con otra lección de mi maestra

En el último capítulo del libro Lecciones de vida, Elizabeth Kübler-


Ross nos habla de Patricia, una mujer de ochenta años que, según la
doctora, parecía la felicidad en persona.
Un día alguien le preguntó a Patricia si era tan feliz como parecía.
Ella sonrió y dijo que sí, que hacía años que había aprendido a elegir
las cosas de la vida con las que podía sentirse bien y que iban a perdurar.
Reconocía que eso era muy simple, pero decía que era tal cual.
Te invito a que leas en voz alta este texto y a que te escuches:
«Aprendí a elegir sentirme bien. Muchas situaciones se presentan
solas. Si las había experimentado antes, recordaba cómo me había sentido
después de vivirlas (…). Si no había experimentado antes una situación,
imaginaba cómo me sentiría más tarde, después de tomar una decisión.
Muchas veces cuando me sentía triste, me daba cuenta de que estaba a
punto de hacer una elección que posteriormente me haría sentir peor. Al
final aprendí a elegir lo que me hacía sentir bien respecto a la vida.
Si elegimos lo que nos produce bienestar por ser quienes somos, lo que
les produce bienestar a los demás, aquello de lo que podamos sentirnos
orgullosos y que es duradero, habremos elegido el amor, la vida y la
felicidad. Es así de sencillo».

Cuídate mucho. Feliz viaje.


Por último,

Gracias por haber llegado hasta aquí.

Como todo en mi vida, esto es una versión beta, es decir, que con el
tiempo y poquito a poco, espero ir completando y mejorando el contenido
de este libro.

Para ello me será muy útil contar con tu opinión.

Puedes enviármela a:
sonia@comovivirunavidaplena.com
o compartirla en Amazon.

Tanto en un caso, como en el otro, prometo contestarte siempre.

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