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En 2019, 280 millones de personas padecían depresión, entre ellos 23 millones de niños
y adolescentes, la depresión es distinta de las alteraciones habituales del estado de
ánimo y de las respuestas emocionales breves a los problemas de la vida cotidiana. En
un episodio depresivo, la persona experimenta un estado de ánimo deprimido (tristeza,
irritabilidad, sensación de vacío) o una pérdida del disfrute o del interés en actividades,
la mayor parte del día, casi todos los días, durante al menos dos semanas. Ocurren
varios otros síntomas, como dificultad de concentración, sentimiento de culpa excesiva
o de autoestima baja, falta de esperanza en el futuro, pensamientos de muerte o de
suicidio, alteraciones del sueño, cambios en el apetito o en el peso y sensación de
cansancio acusado o de falta de energía, las personas que padecen depresión tienen un
mayor riesgo de cometer suicidio.
Muchos son los factores que inciden en el bienestar y la salud mental de los
adolescentes. La violencia, la pobreza, la estigmatización, la exclusión y la vida en
entornos frágiles o de crisis humanitaria pueden aumentar el riesgo de que surjan
problemas de salud mental. El hecho de no ocuparse de los trastornos de salud mental
de los adolescentes tiene consecuencias que se extienden a la edad adulta, perjudican la
salud física y mental de la persona y restringen sus posibilidades de llevar una vida
plena en la edad adulta.
Los sistemas de salud todavía no han dado una respuesta adecuada a la carga de
trastornos men-tales; en consecuencia, la divergencia entre la necesidad de tratamiento y
su prestación es grande en todo el mundo, en los países de ingresos bajos y medios,
entre un 76% y un 85% de las personas con trastornos mentales graves no reciben
tratamiento; la cifra es alta también en los países de ingresos elevados: entre un 35% y
un 50%. El problema se complica aún más por la escasa calidad de la atención que
reciben los casos tratados. El Atlas de Salud Mental 2011 de la OMS aporta datos que
demuestran la escasez de recursos de los países para atender las necesidades de salud
mental y señalan la distribución inequitativa y el uso ineficiente de esos recursos, por
ejemplo, el gasto mundial anual en salud mental es inferior a US$ 2 por persona, e
inferior a US$ 0,25 por persona en los países de ingresos bajos; el 67% de esos recursos
económicos se asigna a hospitales exclusivamente psiquiátricos, pese a que se asocian a
malos resultados sanitarios y violaciones de los derechos humanos.
Según la intensidad y tipología de los episodios depresivos a lo largo del tiempo, los
proveedores de atención de salud pueden ofrecer tratamientos psicológicos, como la
activación conductual, la terapia cognitiva conductual y la psicoterapia interpersonal,
y/o medicamentos antidepresivos, como los inhibidores selectivos de la recaptación de
serotonina (ISRS) y los antidepresivos tricíclicos.