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Entre los trastornos mentales comunes encontramos los trastornos depresivos y los

trastornos de ansiedad, estos trastornos son altamente prevalentes en la población (de


ahí que se consideren “comunes”) y repercuten en el estado de ánimo o los sentimientos
de las personas afectadas, los síntomas varían en cuanto a su intensidad de leves a
severos y duración de meses a años; estos trastornos son condiciones de salud
diagnosticables y se diferencian de los sentimientos de tristeza, estrés o temor que
cualquiera puede experimentar ocasionalmente en su vida.

En 2019, 280 millones de personas padecían depresión, entre ellos 23 millones de niños
y adolescentes, la depresión es distinta de las alteraciones habituales del estado de
ánimo y de las respuestas emocionales breves a los problemas de la vida cotidiana. En
un episodio depresivo, la persona experimenta un estado de ánimo deprimido (tristeza,
irritabilidad, sensación de vacío) o una pérdida del disfrute o del interés en actividades,
la mayor parte del día, casi todos los días, durante al menos dos semanas. Ocurren
varios otros síntomas, como dificultad de concentración, sentimiento de culpa excesiva
o de autoestima baja, falta de esperanza en el futuro, pensamientos de muerte o de
suicidio, alteraciones del sueño, cambios en el apetito o en el peso y sensación de
cansancio acusado o de falta de energía, las personas que padecen depresión tienen un
mayor riesgo de cometer suicidio.

La depresión es una de las principales causas de enfermedad y discapacidad en los


adolescentes y el suicidio es la segunda causa de defunción entre los 15 y los 19 años.
Los trastornos de salud mental explican un 16% de la carga mundial de morbilidad y
lesiones en las personas de entre 10 y 19 años. La mitad de todos los trastornos de salud
mental en la edad adulta comienzan antes de los 14 años, pero en la mayoría de los
casos no son detectados ni tratados.

Muchos son los factores que inciden en el bienestar y la salud mental de los
adolescentes. La violencia, la pobreza, la estigmatización, la exclusión y la vida en
entornos frágiles o de crisis humanitaria pueden aumentar el riesgo de que surjan
problemas de salud mental. El hecho de no ocuparse de los trastornos de salud mental
de los adolescentes tiene consecuencias que se extienden a la edad adulta, perjudican la
salud física y mental de la persona y restringen sus posibilidades de llevar una vida
plena en la edad adulta.
Los sistemas de salud todavía no han dado una respuesta adecuada a la carga de
trastornos men-tales; en consecuencia, la divergencia entre la necesidad de tratamiento y
su prestación es grande en todo el mundo, en los países de ingresos bajos y medios,
entre un 76% y un 85% de las personas con trastornos mentales graves no reciben
tratamiento; la cifra es alta también en los países de ingresos elevados: entre un 35% y
un 50%. El problema se complica aún más por la escasa calidad de la atención que
reciben los casos tratados. El Atlas de Salud Mental 2011 de la OMS aporta datos que
demuestran la escasez de recursos de los países para atender las necesidades de salud
mental y señalan la distribución inequitativa y el uso ineficiente de esos recursos, por
ejemplo, el gasto mundial anual en salud mental es inferior a US$ 2 por persona, e
inferior a US$ 0,25 por persona en los países de ingresos bajos; el 67% de esos recursos
económicos se asigna a hospitales exclusivamente psiquiátricos, pese a que se asocian a
malos resultados sanitarios y violaciones de los derechos humanos.

El número de profesionales sanitarios especializados y generales que se ocupan de la


salud men-tal es manifiestamente insuficiente en los países de ingresos bajos y medios.
Casi la mitad de la población mundial vive en países en los que, por término medio, hay
un psiquiatra para atender a 200 000 o más personas; otros prestadores de atención
sanitaria mental capacitados para utilizar las intervenciones psicosociales son aún más
escasos. Del mismo modo, la proporción de países que disponen de políticas, planes y
legislación sobre la salud mental es mucho más elevada entre los de ingresos elevados
que entre los de ingresos bajos; por ejemplo, solo el 36% de las personas que viven en
países de ingresos bajos están amparadas por una legislación en materia de salud
mental, en comparación con el 92% en los países de ingresos elevados.

Por último, la disponibilidad de medicamentos básicos para los trastornos mentales en la


aten-ción primaria es considerablemente baja (en comparación con los medicamentos
disponibles para las enfermedades infecciosas o incluso para otras enfermedades no
transmisibles), y su uso se ve limitado por la falta de profesionales sanitarios
cualificados con las facultades necesarias para prescribir medicamentos. Además,
tampoco hay disponibilidad de tratamientos no farmacológicos ni de personal
cualificado para ofrecer estas intervenciones, estos factores constituyen obstáculos
importantes a la atención adecuada de muchas personas con trastornos mentales.
La depresión puede causar gran sufrimiento a la persona afectada y alterar sus
actividades laborales, escolares y familiares. En el peor de los casos, puede llevar al
suicidio, cada año se suicidan más de 700 000 personas. El suicidio es la cuarta causa de
muerte en el grupo etario de 15 a 29 años.

En un episodio depresivo, la persona experimenta un estado de ánimo deprimido


(tristeza, irritabilidad, sensación de vacío) o una pérdida del disfrute o del interés en
actividades, la mayor parte del día, casi todos los días, durante al menos dos semanas.
Se presentan varios otros síntomas, entre los que se incluyen la dificultad de
concentración, el sentimiento de culpa excesiva o de autoestima baja, la falta de
esperanza en el futuro, pensamientos de muerte o de suicidio, alteraciones del sueño,
cambios en el apetito o en el peso y sensación de cansancio acusado o de falta de
energía.

En determinados contextos culturales, algunas personas pueden expresar más fácilmente


sus cambios de estado de ánimo en forma de síntomas somáticos (por ejemplo, dolor,
cansancio, astenia), pese a que esos síntomas físicos no se deben a otra afección médica.

Durante un episodio depresivo, la persona afectada experimenta dificultades


considerables en su funcionamiento personal, familiar, social, educativo, ocupacional y
en otros ámbitos importantes, los episodios depresivos pueden clasificarse en leves,
moderados o graves, en función del número y la intensidad de los síntomas, así como de
las repercusiones en el funcionamiento de la persona.

Hay diferentes tipologías de trastornos del estado de ánimo:

El trastorno depresivo de un solo episodio: la persona experimenta un primer y único


episodio; trastorno depresivo recurrente: la persona ha padecido ya al menos dos
episodios depresivos; y trastorno bipolar: los episodios depresivos alternan con periodos
de episodios maníacos, que incluyen euforia o irritabilidad, mayor actividad o energía, y
otros síntomas como, pensamientos acelerados, mayor autoestima, menor necesidad de
dormir, distracción y comportamiento impulsivo e imprudente.
El cultivo de las aptitudes socioemocionales de niños y adolescentes y el hecho de
proporcionarles apoyo psicosocial en la escuela y otros espacios comunitarios puede
ayudar a promover un buen estado de salud mental, también son importantes los
programas que ayudan a reforzar el vínculo entre los adolescentes y su familia y a
mejorar la calidad de su entorno doméstico, en caso de que surjan problemas, estos
deben ser detectados y manejados a tiempo por profesionales sanitarios competentes y
solícitos.

Según la intensidad y tipología de los episodios depresivos a lo largo del tiempo, los
proveedores de atención de salud pueden ofrecer tratamientos psicológicos, como la
activación conductual, la terapia cognitiva conductual y la psicoterapia interpersonal,
y/o medicamentos antidepresivos, como los inhibidores selectivos de la recaptación de
serotonina (ISRS) y los antidepresivos tricíclicos.

Para el trastorno bipolar se utilizan diferentes medicamentos, los proveedores de


atención de salud deben tener presentes los posibles efectos adversos de los
antidepresivos, las posibilidades de llevar a cabo uno u otro tipo de intervención (por
disponibilidad de conocimientos técnicos o del tratamiento en cuestión) y las
preferencias individuales, entre los diferentes tratamientos psicológicos que pueden
tenerse en cuenta se encuentran los tratamientos psicológicos cara a cara, individuales o
en grupo, dispensados por profesionales y por terapeutas no especializados
supervisados.

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