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En la alcoba de un mundo
Una vida de Xavier Villaurrutia

Pedro Ángel'Palou

Library
DEBATE
En la alcoba de un mundo
Pedro Angel Palau
En la alcoba de un mundo
Una vida de Xavier Villaurrutia
En la alcoba de un mundo

Primera edición: enero de 2003

© 1992, Pedró Ángel Palou

© 2003, Plaza & Janés México, S.A. de C.V.


Av. Homero 544, Col. Chapultepec Morales,
Del. Miguel Hidalgo, 11570 México, D. F.

© De la presente edición, Editorial Debate, S. A., 2003


O'Donnell, 19, 28009 Madrid

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titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes,
la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o
procedimiento, comprendidas la reprografía y el tratamiento infor-
mático y la distribución de ejemplares de ella, mediante alquiler o
préstamo público.

ISBN: 968-11-0588-5

Composición tipográfica: Dos puntos editores

Impreso en México / Printed in Mexico


Para Indira, por supuesto,
para Victoria, Enrique, Juan Ignacio, Javier
A medida que envejecemos descubrimos que lo que
en un tiempo se nos antojaron intereses y ocupaciones
absorbentes que emprendimos y abandonamos, eran
en realidad apetitos o pasiones que se nos anegaron y
pasaron de alto, hasta que al fin llegamos a ver que
nuestra vida no tenía más continuidad que la que tiene
un charco entre las rocas que la marea llena de espuma
y que vacía luego. Nada queda por último salvo el se-
dimento que este flujo va dejando; ámbar gris que sólo
vale para quienes saben utilizarlo.
CYRIL CONNOLY
Primera versión-pe los hechos:
1903-1936
las cinco letras del deseo
r
,, !,I .,.,

Los que tenemos unas manos que no nos pertenecen,


grotescas para la caricia, inútiles para el taller o la aza-
da; largas y fláccidas como una flor privada de simien-
te ... Los que tenemos una mirada amarga y culpable
por donde mira la muerte no lograda del mundo ...
Los que hemos rodado por los siglos como una roca
desprendida del Génesis ... Los que vestimos cuerpos
como trajes envejecidos.
SALVADOR Novo
.r•
l. (De un cuaderno de viaje)
,, !,t ...,.

New Haven, 29 de octubre, 1935

Hay que perderse; es preciso hacerlo para dar al fin con uno
mismo. 1 Ni escribir, ni leer: un único viaje inmóvil alrededor
de esta alcoba habitada por la sombra. Travesía sin nombre
que se tornará búsqueda, indagación, pacto. Un preámbulo
necesario. Ni un pensamiento, ni un movimiento. Renunciar
incluso a la charla o a la comunicación epistolar y por una es-
pecie extraña de amor propio, ir entrando a una lucidez sólo
comparable con el sueño. Sin barreras, ese lugar nulificará di-
ferencias entre vida y muerte, entre el yo y el otro que me
persiguen, impidiéndome ser.
Me rodea un silencio atroz que algo tiene de hermoso.
Empiezo a acelerar mi respiración -consciente de ello- pa-
ra vencer el miedo de estar solo. Oírme y de esa forma des-
prender mi cuerpo del otro ser vivo, cambiante que llevo
dentro.
Este insomnio desespera, vence.
Y en la tumba del lecho sigo siendo una estatua; grito
para no sentirme vacío, pero esa voz ya no es mía y todo el
ser huye de mí, para poseerse desde fuera. El sueño enmude-
ce. Aguzo el oído y escucho en el cuarto de al lado la ron-
quera acompasada de alguien que se entrega al sueño despia-
dadamente, ¿liberándose?
Los brazos del amante en la memoria son polvo, son mar;
hieren la soledad de mis axilas sudorosas. El recuerdo de ese

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Pedro Ángel Palou

cuerpo me despierta a esta desnuda noche -larga y cruel-


que ya no es noche. Junto a un cuerpo nunca más mío. Nada
sino hueso, hueco. Abro los ojos y la sombra es más dura,
más extraña. No puedo dejar de moverme inmóvil, detenido
sobre este mundo en el que todo ha muerto.
En el insomnio, en la noche, en este terrible silencio, como
decía Wilde, el dolor es un instante inmenso. Sería mejor, mu-
cho mejor y más hermoso, viajar para no llegar. Salimos de
Veracruz en la tarde, con un tierno tiempo bello que acentua-
ba el rojo diluido del horizonte. El barco patinaba en la are-
na azul de desierto/mar tranquilo hasta la desesperación:
uniforme y desposeído, sin olas.
Salir de México, acceder a la travesía, al océano abrién-
dose absoluto, distante, único, no representó ninguna impre-
sión en mí. Ni siquiera se me quedaron grabadas imágenes
concretas.
Sólo el dolor es memorable.
Sólo se recuerda la soledad.
Con la llegada a Nueva York empezaron los problemas.
Ésta no es una ciudad sino una selva moderna, me decía al
atravesar un puente iluminado y ver los rascacielos alineán-
dose corno amantes sin consuelo. Formas fáciles, solitarias.
Todo esto acentuó una depresión que no deja de ser angus-
tia, terror a lo desconocido, a este viaje ya no inmóvil sino
real, tangible. Nunca haber salido de México, optando mas
bien por una estética Je lo estático y ahora aquí, dispuesto a
ser otro, alejado de mí mismo -de todo 10 que soy-, sin li-
bros, sin casa, sin diversiones. Apenas algún amigo y RoJol-
fo~ que me acompafü1 y co:nparte este desencuentro atroz.
Conseguimos un h0tel lindo, cómodo, ¡nada de Wa1dorf 1
Una pequeña rnsa cnn menos de 20 habitaciones. La nuestra
fue una buh ..,rdilla pequeña, íntima. Apenas cabían las dos ca-
mas con una mes,1 de noche di:! encino en medio. Bajo la venta-
na una mesita y dos .,mas. Encima una lámpara ort nouveau,
con una tulipa color turquesa en medio; em un ángel apoya-

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En la alcoba de un mundo

do en un arbusto pequeño. El sueño nos venció rápidamente;


recuerdo que conversamos sobre el viaje y luego Rodolfo ca-
yó en los brazos de la noche antes que yo.
Y es que me faltaba orden¡u un poco la mente. Esa que
.,. JI ...,
me permite a veces vivir, que se revuelve, revuelca, revolotea.
En la mañana la primera frustración: el agua helada, apenas
permitió que nos bañáramos. Siempre recordaré ese hotelito
mitad novela y mitad desolación; nunca se me olvidará el
agua fría contrastando con la íntima recepción del ángel so-
bre la mesa y el tapiz de flores pequeñas y naranjas. Después
de desayunar unos huevos con jamón que tampoco eran ape-
tecibles y un par de cafés muy cargados, éstos sí excelentes,
un viejo Packard azul nos llevó a la l,Jniversidad, a Yale, ese
gótico, tan moderno, imitación perfecta, preciosa simetría,
hermosísimos jardines. New Haven es apenas un pueblo si se
lo compara con Nueva York. Sus casas son rojas, laterales en-
sueños; sus tejados también en línea. Poco más de un día en
Estados Unidos y ya era otro; el inglés aprendido a fuerza en
casa, los textos leídos: innumerables; las conversaciones en el
tenis, en Chapultepec, me recordaban la facilidad con la que
me movía en ese idioma ajeno pero extraño. Y después aquel
cielo fácil, despejado, azul. Todo parecía prometer cosas nue-
vas. Experiencias, vidas, textos, acciones: el mundo apenas na-
cido para mí. Atrás quedaban las envidias, pero también las
tertulias apasionadas, los sábados en Sanborns, las largas par-
tidas de bridge. Salvador, Gilberto, Agustín; 3 el estudio de
las calle Donceles.
México; mi México.
Sin embargo esos primeros días fueron como la lectura:
nada seguro, nada real. El riesgo nos hizo ir y venir en busca
de la mejor posibilidad para habitar. En contramos, cerca de
la universidad, algo tranquilo, solitario, callado. Baño, cocina
y dos recámaras; lo justo. Claro que no necesitamos más el
caballero Rodolfo y yo. Mientras estoy aquí, intentando por
última vez vencer este insomnio terrible, él duerme en la ha-

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Pedro Ángel Palou

hitación de al lado. No lograr conciliación con el sueño per-


mite, al menos, el viaje. Recuerdo que Gide le hace decir al
Benjamín que su hermano ha renunciado a ser quien era, por-
que él, antes viajero, ha preferido quedarse, para así evitarle
el viaje ahorrándole la salida. Ahí está la clave: regresar año-
rando el lugar del que primeramente se huyó es igual a que-
darse. O peor, significa volver incesantemente a la herida:
abrirla, hacerla sangrar. Esto puede pasarme a mí, ahora que
en New Haven empiezo a despedirme del Xavier que era,
permitiéndome libertades antes nunca soñadas. Parece que
ahora ya no se trata de ser una personalidad, hacer una per-
sonalidad; sino tan sólo de ser, existir: apropiarse de todo,
hacerlo único, exprimirlo. Es demasiado lo que le pido a este
viaje -quizá porque no va a repetirse- y poco lo que le
doy, pero es todo: liberarme. Habría acaso una agravante en
el caso de regresar a México y añorar New Haven, sería el de
haber proscrito así la vida, que es el entorno, lo real y coti-
diano que conforma a la persona y la ubica. En ese mundo
de muerte sólo quedaría resignarse a ser un cadáver. La capi-
lla ardiente seguiría siendo la vida: un muerto continuamente
expuesto a los ojos de todos.
Hay algunos profesores excelentes en esta gótica Yale; en
especial Mr. Nicoll, un inglés que dirige la facultad y cuyo
estilo es lúcido, riguroso, amable. Tengo además otras asigna-
turas: Dirección, Vestuario, Iluminación de Escena. Le saco
jugo a todo lo que lo tiene, aunque a veces encuentro limo-
nes agrios, o secos. Rodolfo y yo asistimos con regularidad al
teatro Schubert; sin embargo, cada quien hace su vida, al mis-
mo tiempo independiente y propia, íntima, próxima y com-
partida.
¿Para qué escribir todos estos detalles cotidianos: bitáco-
ra de naufragio? No sé si es necesario perderse en corredores
accesorios. Queda además la angustia y su cuerpo de yeso.
La sombra de la angustia: una ligera opresión en el estóma-
go, ganas enormes de dormir, pero nulas expectativas de po-

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En la alcoba de un mundo

der lograrlo. Sólo sigue el insomnio. Un consuelo: duermen


los que no pueden gozar.
Habrá entonces que aceptar el insomnio como un nece-
sario preámbulo del naufragio total, como aquel momento en
el que el marino recoge sus ~p~rf~nencias importantes y las
ata para ver si así podrá salvar algo que le permita sobrevivir.
El momento también en el que se tira al mar todo lo que so-
bra, lo superfluo, innecesario, pero doloroso. Es un instante
en el que el insomnio desea cambiar de piel, incluso recibe al
otro: fantasma, ángel exterminador que se apoderará del
cuerpo llevándolo a la orilla, a una isla desierta a la que lle-
gará exhausto, apenas mero estrago escupido, esculpido por
el mar. Y en ese trayecto, en esa isla, mientras el náufrago
espera a que el sueño venga por él y lo regrese a su tierra, éste
tiene que hacerse de un mundo habitable, no mero asidero,
sino casa, lugar de acomodo, de asiento: innecesaria alcoba
solitaria. Nunca cuarto de reposo. El insomne no descansa:
se obstina por salir y cae, derrotado, y su fatiga será desalien-
to, suspiro. De tanto querer escapar al fin se liberará de sus
cadenas cayendo al sueño, esa otra forma de la muerte que lo
llevará a otra tierra, a otro mar,
ahí también naufragará ...
Eterno Simbad de la noche: zarparé siempre aun sabien-
do que el naufragio será absoluto. Ahora cierro los ojos. Es
cierto: nada me sostiene y caigo en el vacío: abandonado ante
la angustia, solo.
Ayer soñé con Roberto. 4 Me odiaba, ese sentimiento mez-
quino se volvía pintura, como todo en él: lo que siente es co-
lor. Así que el cuadro era terrible, yo aparecía como un
ángel, especie de fantasma, adolorido extrañamente y no ahí,
aunque no sea fácil de describir: en la ausencia: solo. Salvador
me escribió una carta larga y detallada que leí varias veces:
qué país el mío. Curiosamente, las cosas que cuenta no me
dan nostalgia, es como si de pronto pudiera verlas con tanta
amplitud que sólo me causan una sonrisa. Hasta los que me

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Pedro Ángel Palou

odian están lejos, pensé mientras leía esas amplias letras que
escribe Salvador. Por eso me acordé de un texto suyo que,
aunque escrito hace muchos años, no cambia su valor: "San-
borns, the house of tiles; se atesta de la misma gente. Hay
displicencia en los pedidos y en las actitudes. ¡Qué México!
Se aburre uno. ¡Todas las tardes té, mermelada! ¡Y ni siquie-
ra se puede hablar de algo nuevo que le haya sucedido a al-
guien! Fumar ... Esta boquilla está esmaltada. Parece que las
Pavas Reales van a poner entre las lámparas ... ". Todo parece
ser lo mismo, la vida sigue igual en su curso monótono, mo-
nocorde: compás millones de veces tocado, son de cuánto
tiempo, ritmo pasado de moda, imperante por el absoluto ana-
cronismo de todos. Y Estados Unidos es aún peor: más frívo-
lo, infantil, ingenuo, ensayado. México -es un consuelo-
todavía sigue siendo humano. No es una máquina.
Este cuerpo ya no es mío, la cama no me pertenece: la
comparto con algún ángel que se ha posado en ella. Ya no es
el miedo a estar solo, es la duda. Ruidos y silencios. La noche
como una larga calle por la que echamos a andar. Morir es
despertarse, y entonces ¿quién es este viento que ha venido a
posarse, a encontrarnos? ¿Por qué ya no se es más que un
cuerpo vacío que ese otro ocupa?
Esta piel desnuda, delgadísima que no sabe si podrá so-
portar la travesía, si acaso no quedará anclada en el mar de
la ansiedad, de su propia desesperación por llegar, cuando
lo que importa es el camino, no la meta. El sabio opone su
ser al del triunfador. El segundo ve sólo la meta, al primero
en cambio lo que le importa es la búsqueda, el trayecto: cami-
no en el que se enriquece. La duda también es un aprendi-
zaJe.
La duda que como una prostituta cobra el haber ocupa-
do el cuerpo y su precio es altísimo, irrespetuoso. Borra aque-
lla seguridad cómoda, desprovista de miedos y la llena de som-
bras que no conocen, que nada saben,
que nada dicen.

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En la alcoba de un mundo

El otro día, caminando, vi una mujer que empujaba un perro


pequeño, obstinado, que se g_uedaba oliendo el pasto. Cada
jalón representaba una entr~/'cfésmedida. La mujer sudaba,
su sombrero se movía y el vestido se doblaba. Luego seguía
una minuciosa operación para recomponer su maltrecho es-
tado. La mujer, sin embargo, volvía a jalar al perro y a que-
dar desaliñada. Por fin, el animal pudo liberarse de un tirón
y -ahora sin oler más la hierba- salió corriendo despavori-
do. La mujer chillaba pitudísima llamándolo y -desposeída
de su elegancia y decoro- se lanzó a correr tras él igual de
despavorida, con el rostro mismo de\ perro. Igual pasa con el
insomne que ha estado demasiado tiempo persiguiendo el
sueño: llega el momento en que gana. Su rostro será desfigu-
rado hasta convertirse en el del soñado y así, soñador y soña-
do se confundirán en un mismo cuerpo que volverá a perder
inevitablemente el rumbo.
¿No será éste también un sueño donde todo se escapa, to-
do nos huye, como si nuestra presencia fuera a privarle la vida,
a no dejar que oliera el aroma de la hierba: natural, espontánea?
¿No será la vida también un sueño en el que estamos pri-
sioneros?
Me levanto. En la mesa tengo un vaso de agua. Tomo un
poco y siento el alivio de pisar la tierra de nuevo, de volver a
la realidad. Del farol a la habitación hay un largo trecho que
no impide que este lado del cuarto tenga luz toda la noche.
No me molesta y no voy a poner una cortina más gruesa. Esa
luz, cada vez que la veo al voltear, me recuerda que existo
aún y que hay un mundo afuera de mí: tan fantasma, tan na-
da. Al volver a la cama siento que la piel húmeda de la espal-
da se pega demasiado a la tela. No había notado el sudor. Es-
toy empapado. Es quizá un símbolo de la lucha, en la que he
salido vencido. Aparto todo. Intento -¿será posible?- caer
en mi sueño.

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Pedro Ángel Palou

Nosotros conocimos a Xavier en el año 20, pero fue hasta el


25 cuando lo veíamos casi a diario, coincidíamos en el café Se-
lecty, sí, frente al hotel lturbide. Él tomaba té inglés con buns
y mermelada de naranja, era bajito, muy delgado. Cuidaba exa-
geradamente su aspecto: el traje casi siempre oscuro, de solapa
delgada; los zapatos brillosos; además, poseía unas manos lar-
gas y las movía mucho al hablar, como si necesitara de esas
manos expresivas, de aquellos ademanes para hacer verdaderas
sus frases. Lo acompañaban dos hombres casi siempre. Uno
era feo, con los ojos desorbitados. El señor Cuesta, creo. El
otro acababa de llegar a la capital y era más tímido. Gilberto se
llamaba. Los tres fueron poetas, ¿verdad? Lo que más impre-
sionaba de Xavier eran sus ojos grandes, atentos, inteligentes.
Nunca fuimos amigos, nosotros no estábamos en ninguna acti-
vidad cultural; simplemente era el Selecty el que nos reunía. Lo
conocí en una galería de arte, en una exposición a la que me
habían invitado por no sé qué razones. Bueno, a mí y a mi es-
posa, ve. Nosotros no éramos de ese medio, pero nos encan-
taba la vida social. Era la época en que el automóvil se ponía
de moda. En el cine vimos Traviesa juventud, Carnaval y La
verdad de la vida. Bailábamos charleston. Empezaba el peinado
a la Bob. No le cuento esto por mero afán costumbrista -me
dice el hombre acariciando la mano de su mujer- sino para
que se dé cuenta de lo importante que fue ese año. Además, de
lo único que puedo hablar acerca de Xavier es de sus visitas al
Selecty. No lo vi en otras ocasiones. Creo que él y su grupo de
escritores estaban en el salón México, un día del 29 en el que
fuimos a dar de juerga, a bailar danzón, a emborracharnos -y
el anciano parece sonrojarse ante la mirada de desaprobación
de su esposa que le sostiene unos ojos azules, fríos-, a buscar
pelea también, ¿usted sabe?, éramos jóvenes, despreocupados.
Nos importábamos nosotros mismos. La ciudad era chica. ¡La
gente iba de vacaciones a Tlalpan, imagínese! ¡Qué va usted a
poder imaginarlo!, el ritmo de la vida era otro, a pesar de las
noches de fin de semana en que caminábamos sus calles moja-
das, tropezándonos con algún sereno cómplice de nuestras
parrandas. En la presidencia estaba el general Calles. En el 26
empezó la persecución religiosa, claro que todavía sin armas,
con el cierre de colegios, la ira de los obispos, el fanatismo que
salía en defensa de la Iglesia. El pánico de los católicos. No sé

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En la alcoba de un mundo

para qué le cuento todo esto si usted ya lo habrá estudiado me-


jor; pero le insisto, era el momento ideal. Yo tenía 20 años y la
cabeza llena de ilusiones,

se alisa un poco el pelo b}1irkc5"que le queda, deja su mano


en la frente, su esposa me hace una seña y comprendo que
debo irme, que la nostalgia ha cansado a este hombre que cor-
ta de tajo su conversación, cierra los ojos y se estira un poco
en el sillón.
"Gracias", le digo sin obtener respuesta mientras su mujer
me acompaña amablemente hasta la puerta y musita un adiós
casi imperceptible, apenas un silbido que sale de sus labios
cerrados. Le hago un ademán con la mano y me alejo, tam-
bién cansado.

-El tema de la huida, del retorno, del naufragio. El hijo pró-


digo, en lo que tiene de metafórico, es el tema nuestro: desa-
rraigo, ausencia de tradición, rechazo. Se nos acusa de anti-
nacionalistas por lo que nosotros creemos que es nuestra
mayor virtud y nuestra mayor contribución al país; dotarlo
de una cultura, de un trabajo, de una pasión. Modernizar su
literatura ...
-Y su modo de ser, de pensar -le interrumpe el
hombre.
-Sí, también. En lo hondo ésa es la literatura que que-
remos.
-Una literatura que sustituya a la vida, Xavier.
-Claro, cualquiera con dos dedos de frente lo haría. Vol-
tea a tu alrededor, intenta extasiarte en tu realidad y la verás
vacía, hueca, pobre ...
-¿Pero no es eso una forma de evasión? -le increpa
nuevamente el hombre.
-Hay acaso otra salida que tomar al arte como forma de
vida -sigue Xavier como si no hiciera caso de la pregunta-,

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Pedro Ángel Palou

no como un sustituto de la realidad sino como la realidad.


He aquí lo que podría ser mi razón, mi modo, mi porqué.
-¿Qué es lo que te desencanta en la vida?
-Lo que me encanta del arte: su voluntad, su naufragio,
su sufrimiento.
- Y en la vida, en tus actos ...
-También sufro, pero de un modo diferente. He llorado
más por algunos personajes de la literatura que por seres de
carne y hueso. Llámalo evasión, desencanto o como quieras.
-Ya lo veo -resume aquel hombre, compañero del co-
legio Francés, casi cómplice de juego y ahora tan alejado, tan
diferente a Xavier, molesto por el encuentro, desesperado de
esta conversación que era más bien un desencuentro. Todo
empezó al preguntarle por qué los acusaban en los periódi-
cos de afeminados y traidores a la realidad.
-Lo ves, pero no estás seguro. En fin, esto es obra de la
pasión, de la paciencia. Ya se verá si tenemos o no razón. Aho-
ra es sólo lo que creemos, por lo que escribimos.
-Nos veremos pronto -le dice el hombre despidiéndose.
-Búscame cuando quieras.

En San Rafael, Xavier tenía una novia. Noemí, Noemí Tobías


Couto;5 salía todas las tardes de sus clases en la Preparatoria
Nacional y se iba a verla acompañado de un muchacho ...
No, no recuerdo su nombre; creo que ya estaban latentes sus
inclinaciones sexuales, que aquel compañero de la escuela le
agradaba a Xavier y por eso se hacía acompañar por él. Imagi-
no los regresos al centro -donde nos encontrábamos- co-
mo paseos lentos, melancólicos, arduos. Y es que en esos años
de la adolescencia siempre son más las preguntas que las res-
puestas. Luego nos veíamos en el Sanborns, tomábamos té
inglés y planeábamos largas horas. Teníamos muchas lecturas
comunes y eso nos daba bastante conversación. Fue el tiempo
en que descubrimos -qué bella palabra para esa fascina-

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En la alcoba de un mundo

ción- a Gide, a Cocteau, James, Maeterlinck. Nuestros li-


bros del Mercure de France, esas ediciones amarillas que que-
ría imitar Cvltvra aquí. También nos leíamos nuestros poemas.
Conversábamos más de lo 9ue asistíamos a clases. En esos
años conocimos a López Vela;~e:' que nos inspiraba una gran
admiración. Lo fuimos a visitar a sus clases y él, con su eter-
no jacquet, interrumpía para saludarnos, leer nuestros textos y
comentarnos algunas cosas. No llegamos a ser amigos. No sé si
por la timidez del poeta o por nuestra incapacidad de ado-
lescentes.
Lo que nos decía de nuestros poemas nos alentaba y por
eso nos atrevimos a pedirle a María Luisa Ross, la musa de
Urbina, 6 que nos publicara en El Unipersal Ilustrado. Xavier y
yo, entonces, nos iniciamos juntos, el 4 de diciembre de 1919.
Mi poema se llamaba "Parábola del hermano", muy influido
por González Martínez, no recuerdo más que su título. Xa-
vier entregó dos poemas pequeños; de uno me acuerdo que
terminaba: "aún en la noche no ha nacido la luna y en los
ojos se hielan las ansias de llorar" ¡Qué final! Apenas empe-
zaba Xavier a encontrarse con quien era, a sentirse rechazado,
poco después ya se aceptó creo que casi completamente. Es
más, Noemí fue su última mujer; si a ese noviazgo recatado
puede calificársele como algo de importancia. El momento
político era una locura, arrebatarse el poder entre caudillos y
generales. El asesinato de Carranza. De la Huerta, Vasconce-
los. En un tiempo hasta se militarizó la Preparatoria. Pero
no, creo que me equivoco, que eso fue antes. No sé. A veces
pienso que me traiciona la memoria. Antes de dejar la pluma
por un rato, olvidar estos recuerdos, tendré que apuntar el
hallazgo de Xavier en una frase que nos uniría: "Hay que
perderse para encontrarse, Salvador." Parece que lo estuviera
oyendo al decírmelo. Sus labios gruesos abriéndose y su voz
tenue, húmeda, fresca, de aquellos años que la nostalgia y la
vejez empañan. En fin.

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Pedro Ángel Paloo

Xavier está en su estudio de la calle Donceles, el número 11,


cerca de la Preparatoria. Ahí están sus libros, un escritorio pe-
queño de cedro. Papeles revueltos, cuadros, reproducciones,
dibujos en las paredes. Un cuarto barroco. Hay un pequeño
diván. La tarde se vence lentamente; sin embargo, el verano
parece haber querido permanecer en la ciudad. El calor es
apenas soportable. Xavier transpira y con su pañuelo enjuga
el sudor de la frente amplia. Está apoyado sobre el alféizar
de la ventana. Se lleva la mano al rostro, deteniendo la barbi-
lla con tres dedos doblados y acaricia con los otros dos el cu-
tis rasurado, limpio. Viste de traje azul marino. El saco está
desabotonado y permite ver una camisa color crema. La cor-
bata es de seda color granate y tiene unos pequeños puntos
azules. Sus ojos extasiados contemplan el cielo. Valdría la pe-
na decir: sus ojos atentos contemplan cualquier movimiento
en el cielo. Esta descripción es más exacta. El pantalón hol-
gado con valencianas cae en unos zapatos de punta delgada.
Xavier lleva así unos 15 minutos. Desde que salió aquel joven
irrespetuoso. De edad un poco menor que él. Desarreglado,
bajaba apenas escasos minutos las escaleras. Lo hacía veloz-
mente y su rostro enfurecido podía explotar en cualquier
momento. ¿De qué vale la pena decir que se llamaba Raúl
Carpinteiro o Fidel Correa o cualquier otro nombre de algu-
no de sus amantes ocasionales, torpes, descuidados y de-
primentes? Siempre después de sus escarceos inútiles Xavier
se quedaba con esa sensación de desasosiego, de vacío. ¿Qué
es la entrega si sólo satisface pero no llena? Es como aquella
comida que el hambriento devora hasta saciar su hambre pa-
ra darse cuenta, al final, cuando su apetito ha sido satisfecho,
que era horrible, sin sazón, pastosa. Esto piensa Xavier mien-
tras su mirada intenta perderse en el horizonte de ese cielo
un poco más oscuro por una noche más que abarca la vida.
Una más, se dice Xavier destrozado. No es amor, es tan sólo
placer. Es animal, es injusto. Y entonces recuerda cómo des-
pachó al muchacho aquel, era apenas la segunda vez que se

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En la alcoba de un mundo

veían. Él, fumando un cigarrillo mientras el joven se vestía


apresuradamente contra su voluntad refunfuñando mil cosas.
Hasta que tomó de los hombros a Xavier y se inclinó a darle
un beso lleno de rabia, diciéRd9l~ que al fin había encontra-
do un compañero, un cariño; una ternura. Xavier estalló ira-
cundo, deshaciendo el abrazo. Empujó al hombre increpán-
dole: que entendiera los estrictos términos de la relación que
habían tenido en ese par de entrevistas, que entendiera lo
fortuito del encuentro y que nunca podría haber una entrega
sentimental entre dos hombres tan diferentes, con distintas
versiones del mundo, con opuestas necesidades. Entonces
¿era puro juego?, le pregunta el muchacho, y Xavier le respon-
de que es mejor que se vaya y olvide todo lo ocurrido. Nada
pasó entre nosotros, salvo este azaroso apagarse de dos velas,
parece oír el joven que le grita algunas groserías y azota la
puerta para luego bajar corriendo, iracundo, unas escaleras
pequeñas, mal hechas, irregulares, que lo hacen trastabillar
un poco. En ese momento en el que el muchacho sale, Xa-
vier se vuelve hacia la ventana para no ver el portazo que es
un estruendo insoportable opacándolo todo. Luego se queda
así, quieto, casi sin pensar, por más de 15 minutos, apoyado en
el alféizar, contemplando el cielo caluroso de una tarde que
obstinada fue vencida sin embargo por la noche. Lo demás
es el silencio del cuarto y el ruido de la ciudad afuera. Mur-
mullos y pasos apenas perceptibles. Hasta que Xavier se vence
y vuelve a pensar porque no tiene otra salida que enfrentarse
ante esa actitud propia que llevaba un tiempo de considerar
injusta, desventajosa para el otro, para el que ofrece tan sólo
un cuerpo. ¿Qué le impide entregarse plenamente, gozar de
esa huida y abrirse al mundo que es el suyo, el único acepta-
ble? Pudor, discreción, recato, se contesta Xavier mientras
decide sentarse frente a su escritorio y jala la tela de unos
pantalones gruesos, impropios para el calor, que afortunada-
mente se empieza a desvanecer. Quedan al descubierto unos
calcetines azul marino con rombos grises y granate que com-

27
Pedro Ángel Palou

binan perfecto con su corbata. No es culpa, se dice, es temor,


desconocimiento, tanteo. Pero la excusa no le parece válida.
Se toma el rostro entre las manos, apresando, apretando los
pliegues de su piel tersa, apenas húmeda por la loción que
acaba de aplicarse. Sus lágrimas y la pequeña llovizna decla-
rada por el anterior bochorno empiezan parejas, logrando una
combinación hermosa. 7

28
II. (De un cmv:l~q10 de viaje)

New Haven, noviembre 18, 1935

Estoy aquí, sentado, escribiendo. No sé qué le pasa a mi plu-


ma fuente: gotea, escurre, se deja ir. Así estamos mi vida y yo
en Chapel Street 1231, para mayor indicación. Hace unos
minutos tuve clase de movimientos de escena. La clase, baste
decirlo, fue sólo de recetas útiles. Práctica. Nada más. Apenas
y ya está aquí la costumbre, los días que ya no son inhóspitos
paisajes desconocidos, sino treguas entre el sueño. La tarde
inmóvil, amarillenta, incrustada sobre un cielo desdibujado
en pinceladas de colores. El otoño tiñe los árboles de tonos
infinitos: nuevos y propios a la vez. Un otoño que permite
caminar entre hojas, arrastrando los pies al dejar la estela de
un solo sonido: el de nuestros pasos.
Cuántas veces platiqué con mis amigos, en ese México pe-
queño, neto: andando por sus calles, recorriéndolo íntegro.
Siempre quise ser el más coherente de todos los Ulises: el
sedentario, peregrino inmóvil, viajero desde la silla y ahora,
sin embargo, estoy aquí, sediento de cosas nuevas, abandona-
do a la experiencia. Náufrago. No sé.
Habría que decirlo: lo que impera en Yale es un dejo de
academicismo: ideas estrechas, de manual. Útiles recetarios y
estudiantes lentos y vacíos que enseguida enseñan el cobre.
¿Amigos?, muy pocos: Jim, un compañero de la facultad de
Drama, y nadie más de teatro; un historiador y un estudiante
de arquitectura. También un poeta que estuvo apenas ayer

29
Pedro Ángel Palo1.1

leyendo conmigo una traducción de Nuevo Amor, de Salva-


dor: hablamos en francés y demuestra ser fino y culto. Cada
quien cuenta su historia un poco en lo que platica y luego
caímos en la cuenta de que aunque el cuerpo aloje al ser éste
lo rebasa. Pocas caricias bastaron para una comunicación
estrecha: puro goce sensual. Claro que no estoy dispuesto a
comprometerme afectivamente con nadie. Lejos, asumo la
lejanía. Me veo así: New Haven es una pintura en la que es-
toy retratado, pero ausente. Apenas puesto ahí por descuido.
Nada me ata y todo es nuevo. Sin lazos, sin ataduras. No hay
amarre posible.
Recibo constantemente periódicos de México, aunque
huyo de amistades mexicanas. La impresión que tengo de mi
país es que en él hay un gran gusto por los discursos. Se ha-
bla y vuelve a hablar sin parar. No hay ninguna voluntad: só-
lo palabras dispersas, calientes. Pero como no entiendo nada
de política, mejor guardo silencio sobre lo que sucede. Veo,
en cambio, fotos de los amigos recibiendo premio o encabe-
zando esporádica columna. Nada fuera de lo común.
Vi Ímpetus de juventud, una película de Silvia Sidney, que
está basada en una bellísima obra de teatro que se estrenó el
año pasado: Accent on youth. Me gustó especialmente The Pe-
tri/ied Forest, con un guión estupendo y algunas magníficas
escenas. Hace unos días fuimos Rodolfo y yo a Boston. Es
una ciudad débil. Cómica por seria, le sucede lo que a esos
políticos mexicanos que por aparentar un tono retórico, so-
lemne y preocupado se vuelven grotescos simios. México en
los 30 es una gran farsa de simios. Pero sigo: acostumbrados
a los dos teatritos de New Haven la vida nocturna de Boston
nos desconcertó: cines numerosos, teatros con varios estrenos.
Hacía un frío terrible que nos obligó a entrar en un grillroom,
creo que se llama New Band. Hubo ahí un pleito de estudian-
tes. Todo empezó por una mujer más bien fea, tímida, que fu-
maba una boquilla negra larguísima y tenía un aire nostálgico
de Pola Negri -muy risible vamp, claro- que acentuaba su

30
En la alcoba de un mundo

aspecto siniestro. Como en una película: sillas, golpes, caídas


tremendas. Se hicieron dos grupos de contrincantes bastante
numerosos. La verdad es difícil saber si los muchachos dis-
tinguían a quién golpeaban; si a los suyos o a los otros. Quizá
no era importante, o lo era ~tn<Ss que el alcohol y el frío.
Fue una borrachera infantil de la que ni Rodolfo ni yo pudi-
mos escapar porque estábamos sentados, o escondidos, en un
rincón lejano de la puerta. A Rodolfo le tocó un golpe, aun-
que logramos esquivar las sillas y botellas que volaban sobre
nuestras cabezas.
Vi en Nueva York, de regreso: The Postman Always Rings
Twice, una obrita pequeña con Richard Barthelmess que ha-
cía su debut. Tiene bastante estilo el tipo. Varonil, nada afec-
tado de las poses de otros que terminan sobreactuando. El
play es muy bueno y recuerda a O'Neill, un buen texto que
traduje con Agustín, hace ya unos años para el teatro de Uli-
ses: no faltaba una palabra en esa obra. Sobria, de una arqui-
tectura clásica, precisa.
Si se quisiera resumir mi estancia en ese tiempo por Yale,
mis visitas a Bastan y Nueva York se les podría clasificar co-
mo el preámbulo de una liberación. Me siento nuevo, compro-
metido pero libre, dispuesto a todo: auténtico, espontáneo.
Nada más fácil. Claro que tengo sobresaltos, depresiones
cruentas me sumen en un estado deplorable y dos o tres días
ando irritado. Ni el caballero con su paciencia de santo Job
me aguanta y se sale a caminar. Solo, angustiado, dueño y es-
clavo de lo que soy; muchas veces inconsciente, nada seguro
de por qué me siento así. Pero cuando esos periodos pasan
vuelve la calma y la brisa me despeina, refresca. A pesar de
todos los esfuerzos, no logro, sin embargo, sentirme del todo
bien aquí. Paso la mañana en la universidad con cursos,
clases, prácticas. A las 9, 10 y 11, oigo en ellas muchas de las
cosas que ya sé. Palabras deshilachadas, desprovistas de hu-
manidad: seres desencantados -los habitantes de Yale-, se
antojan vacíos, silenciosos.

31
Pedro Ángel Palou

Yo, Xavier el insociable, además no ayudo a lograr cierta


familiaridad, alguna comunicación. No hay entonces equili-
brio entre lo que pienso y hago, entre lo que digo y siento:
obra y vida se separan en mí por primera vez irremediable-
mente. La solución llegará cuando me estabilice en esta ciu-
dad, cuando encuentre mi propio reducto de soledad verda-
dero y entonces vuelvan a unirse mi sentido y mi pesar, mi
actuación y mi máscara: Xavier único, verdadero, trasparente.
Eso es lo que aspiro a ser, lo que quiero que Yale me deje ser.
En las tardes, como no tengo clases, me quedo leyendo.
Han pasado por mí, necias pupilas, Huxley, Eliot, las cartas de
D. H. Lawrence, alguna obrita de jóvenes que estudian arte
dramático. Pocas veces hago visitas y recibo menos. Cuando
salgo voy al cine, camino, me apropio de todo un poco. En-
cuentro casi siempre malas películas: Ana Karenina fue la
excepción. Cada que hay algo aceptable voy con Rodolfo al
teatro Schubert. Hemos visto lbsen y Shakespeare con grata
impresión por ambas puestas en escena. Fui al rugby sin que
Rodolfo quisiera porque andaba nostálgico y se quedó solo.
Gigante, el paisaje se apodera de mí. Voy al box los fines de
semana y extraño, eso sí enormemente, los toros.
¿Qué más decir? ¿Cómo ir anotando aquí impresiones
sin caer en la repetición, cuando la vida sí se repite insacia-
blemente?
Nada: calma un poco el recuerdo.
Me acordé de Frida8 hace poco en una conversación con
un pintor húngaro que expuso en la universidad.
Frida me simpatiza bastante, aun con su surrealismo a
toda prueba. Es una excelente mujer: antes de salir de Méxi-
co estuve con ella en una fiesta y charlamos amistosamente.
Estaba también María Félix. Creo que sufre demasiado y que
Diego no la ayuda mucho. Cada que pienso en Frida me vie-
ne a la memoria Wilde, en la cárcel, que dice: el dolor es un
instante inmenso. Sí, así son Frida y sus cuadros: inmóviles
paisajes, rotos porvenires, vidas paralizadas. No hay voluntad

32
En la alcoba de un mundo

de viaje. Todo regresa a su inicio. Serpiente que se muerde la


cola, su pintura y su carácter son voces inasibles. En ella y
Diego la pasión política, creo, mina un poco sus capacidades
artísticas, intensas pero cargadas de mensajes internos, que ora
desbastan, ora sirven para rea1zát"~u tensión plástica. Nunca
hablamos de política, claro. Quiero algo a esta mujer adolori-
da, injustamente enferma. Me parece muy agradable. También
estuvo en mi casa una vez, no recuerdo si en aquella gran
fiesta de despedida que organizó Agustín Lazo.
Recuerdo a México e inevitablemente me viene a la mente
la trayectoria de cada uno de mis amigos, su personalidad, sus
máscaras. Las afinidades y diferencias que nos unieron y se-
pararon. Nadie está libre de la nostalgia, a todos nos corroe
un poco este sentimiento que nubla y mina la objetividad so-
bre los hechos. Y entonces se esfuma la voluntad del viaje.
Quisiera estar allá, con todos mis amigos, ¿menos solo?
Interrumpí estas frases para recostarme un rato e intentar
dormir, pero nada. El insomnio sigue pudiendo más que yo.
Su fuerza me arrastra, naufrago en sus horas hasta dar con el
fantasma de mí mismo, con la sombra de mi cuerpo y enton-
ces, rendido, jadeante, sudoroso, "con miedo", regreso a la
cama, dormito, sueño, cierro los ojos un rato largo que se
rompe y vuelve a la carga el monstruo de la lucidez que me
deja dormir. Sus manos recubiertas con guantes de metal que
hacen un ruido odioso al golpear la superficie de la mesa,
torpemente. Mi cuerpo y yo entonces entablamos una lucha
desesperada, esquizofrénica. Cuando ya no queda mucho yo
de mí que destruir, entonces me dejan al arbitrio de la oscu-
ridad y puedo dormir un pequeño trecho. Intento abando-
narme entonces para descansar de la fatiga que ha propicia-
do la lucha. En uno de esos terribles momentos que
encuentro ahora, abandonado a la suerte de este juego dia-
bólico, vigilia y sueño se unen en un lúcido corredor intran-
sitable, en una fuerza magnética envidiada. ¿De dónde sale la
necesidad de luchar, abrirse paso entre la jungla, la espesura,

33
Pedro Ángel Palou

para caer, enfebrecido, a altas horas de la noche, en un es-


tado comparable al del suicida que está a punto de apretar el
gatillo?
¿De dónde esta voluntad de caer?
¿Por qué seguir siendo náufrago, por qué continúo permi-
tiendo que algo fuera de mí me haga sufrir, me deje presa de
pánico, anclado en el ataúd incómodo de mi propio cuerpo?
Se parece a un acto de amor en el que arrebatados, extasiados,
sudorosos, los amantes se piden un fuego que los quema:
duro y frío. Sin palabras, sin pausas, sin silencios se van des-
trozando el uno al otro. Cada vez que quieren, en cada acto,
mudo, destrozado. Bocas a flor de boca, pieles a flor de piel
los amantes diluyen la barrera entre sus cuerpos, la mentira
entre sus sexos y nada se distingue entre la tierna unión, el
firme abrazo que los ata. Y la piel dormida y la boca des-
pierta buscan la piel despierta y la boca dormida del otro. La
encuentran. Se quedan solos, autovejados. Y la angustia, la
duda, el goce, el delirio, se arrebatan la palabra, la posición,
la supremacía. El juego de esa entrega ya no es una caricia
sino la muerte.
¿No podrá ser, entonces, que la muerte es una prisión que
ya está en nosotros, en este cuarto, adherida a las cuatro pa-
redes que lo forman? Hace unos días, escribí:

Los dos sabemos que la muerte toma


la forma de la alcoba, y que en la alcoba
es el espacio frío que levanta
entre los dos un muro, un cristal, un silencio.

Entonces sólo yo sé que la muerte


es el hueco que dejas en el lecho
cuando de pronto y sin razón alguna
te incorporas o te pones de pie.

Y es el ruido de hojas calcinadas


que hacen tus pies desnudos al hundirse en la alfombra.

34
En la alcoba de un mundo

Y es el sudor que moja nuestros muslos


que se abrazan y luchan y que, luego, se rinden.

Y es la frase que dejas caer, fridem.impida.


Y es la pregunta mía que no' oyes,
que no comprendes o que no respondes.

Y es el silencio que cae y te sepulta


cuando velo tu sueño y lo interrogo.

Y solo, sólo yo sé que la muerte


es tu palabra trunca, tus gemidos ajenos
y tus involuntarios movimientos oscuros
cuando en el sueño luchas con el ángel del sueño.

La muerte es todo esto y más que nos circunda,


y nos une y separa alternativamente,
que nos deja confusos, atónitos, suspensos,
con una herida que no mana sangre.

Entonces, sólo entonces, los dos solos, sabemos


que no el amor sino la oscura muerte
nos precipita a vernos cara a cara a los ojos,
y a unirnos y a estrecharnos, más que solos y náufragos,
todavía más, y cada vez más todavía.

Este poema que vengo haciendo y rehaciendo desde hace


una semana, es todo mi estado de ánimo, es todo mi insom-
nio expresado, hecho consciente, es toda esta lucha en el
suelo con el ángel del sueño, es esta soledad de amantes rá-
pidos y huidizos, es la ausencia, el amor lejano, es el silencio
reencontrado, la frase trunca que quedó en el aire. La única
ventaja que tiene la llegada del día es su capacidad distrac-
tora. Ayer no pude dormir; sin embargo, al despertarme en la
mañana y después de unos prolongados minutos bajo el agua
caliente, reconfortante, la universidad me puso en las manos
todo lo necesario para olvidar las horas entregadas a la escru-

35
Pedro Ángel Palou

tación sin piedad de mí mismo que constituye el insomnio.


Mr. Nicoll me invitó un café y platicamos sobre O'Neill,
incluso en la tarde me llevó a ver una bahía descrita admi-
rablemente, una casa que fue suya. La presencia de Mr. Ni-
coll, a pesar de los años y las contradicciones que lleva en-
cima, es una presencia reconfortante: sabia. Discutimos, en
aquel café lleno de estudiantes con bandejas esparcidos anó-
nimamente entre más de 50 mesas, sobre una interpretación
que hizo el grupo de teatro experimental de El rey Lear y que
a mí me parecía poco apegada a la intención original, pero
Mr. Nicoll juzgaba como una atinada puesta en escena. Con-
fieso que al terminar la polémica estaba convencido de que
mi maestro tenía razón. La modernización del ambiente no
lo es de la tragedia, que mantiene intactos sus postulados.
-Los temas son muy pocos, 10 cuando mucho -decía
Mr. Nicoll, espaciando sus frases como si estuviera tomando
un aire necesario para decir sin apremio sus conceptos- y lo
que ha cambiado es la forma de tratarlos ...
-¿El ambiente? -interrumpí.
-No sólo el ambiente, también el mundo de las ideas se-
cundarias que lo rodean. En esencia, el peregrino Edipo y el
vago de The Postman Always Rings Twice son lo mismo, la
diferencia es la concepción del símbolo de mujer, del adul-
terio.
De esta última comparación yo no quedé tan seguro. Pe-
ro reservo mis opiniones, ya que el tema de la tragedia norte-
americana no se parece, a mi entender, al encuadre de Edipo.
En resumen, un día agitado me impidió recordar mis lucu-
braciones nocturnas. Fui requerido como actor en un ejem-
plo de movimientos escénicos y el maestro aplaudió la certe-
za con que mis pasos acompañaban sus indicaciones: al pie
de la letra, o/ course, decía a cada paso, o/ course, Xeivier (na-
die pronuncia siquiera decorosamente mi nombre). Luego,
en la tarde, un lento melodrama en el cine: pero igual de útil,
evasivo.

36
En la alcoba de un mundo

Y, ahora, sigo aquí, sentado, escribiendo. Llega la noche


inevitable y con ella el fantasma de estos pensamientos desa-
fortunados. El que sueña y el soñado: febriles, acechándose y
entre los dos un muro, un cr~tal,
y ...,
un silencio.

Yo era boletero del cine Alameda, ¿sabe usted?, así que,


pues, puedo hablar de ellos, a veces solitarios, otras en gru-
po, se dejaban llegar. Recuerdo al señor del que usted pre-
gunta: chaparrito, muy elegante, muy amable. Siempre me
decía: Hola, Panchito, cómo le ha ido, a veces platicaba de
algunas cosas, le contaba las calamidades, las representacio-
nes, le platicaba de la gente. Pero en ~lgunas ocasiones, espe-
cialmente cuando venía solo, sus ojos grandes y despiertos
veían hacia el suelo y al entregarme su boleto sólo hacía un
ademán de saludo y entraba sin decir nada. Venía mucho al
cine, incluso yo supe que él había adaptado una novela para
la película de ¡Vámonos con Pancho Villa! así que esa vez sí
que me apantalló en el estreno, junto a don Fernando de
Fuentes, el gringo Draper, que había hecho la fotografía y
mucha gente importante, sobre todo de la Casa que había
producido la película. Creo que el señor Alberto J. Pani y un
Elizondo. Me acuerdo de todo eso, fíjese. Es que tantos años,
de lo que pasaba en el cine, no me he olvidado. De otras co-
sas de mi vida sí. Pero del cine, nunca: fue la época más feliz.
Ahorita que recuerdo, la música la hizo otro grande, el señor
Silvestre Revueltas. Claro que el señor Xavier, que es el que a
usted le interesa, venía mucho con sus amigos, todos con su
traje, corbata, sombrero, ya le digo que eran muy elegantes.
Muy odiados por aquella época. "Entonces el hombre regresa
con una caja de zapatos atada con un cordón rojo. Va sacan-
do de ella sus recuerdos como quien expone su vida: recor-
tes, programas de mano, boletos, carteles pequeños, anuncios
en el periódico. Todos están agrupados por año, separados
por ligas bien colocadas. Hay una foto en la que Xavier apa-

37
Pedro Ángel Palou

rece junto a Fernando de Fuentes, abrazados. Arriba la mar-


quesina." "Ve cómo es cierto, me acordaba perfecto. Es que
diatiro fueron lindos esos días. La ciudad era más pequeña.
¿Me cree si le digo que todavía se veían los volcanes?"

-¿Cuál es la influencia de Gide en los escritores jóvenes?


-Todos estos escritores de mi generación, nuevos, amigos
míos, reciben de Gide sobre todo una influencia de estilo, de
forma. No de carácter estético, sino de carácter moral.
-¿ Una enseñanza ética?
-En parte es la moral de Gide lo que nos interesa, la
que a mí me interesa.
-¿Moral por humana, vital, fresca?
-Fíjese usted: Gide ayuda a vivir, su moral es humana,
profunda, valiente.
-¿Puede explicar mejor esto?
-Hazte quien eres, decía Nietzsche. Vive como quien
eres, dice Gide.
-¿Encuentran ustedes, jóvenes escritores, familiar la
obra de Gide?
-Encontramos familiar la moral de Gide, coincidimos
con los nuevos espíritus del mundo que, de igual manera, en-
contramos en su obra una incitación a la falta de hipocresía
moral.
-¿ Y para usted, qué es Gide?
-Antes de Gide parecía imposible hablar de uno mismo,
interesarse en uno mismo, decir lo íntimo y mostrarse tal cual
uno es.
-Entonces ...
-Entonces Gide hace que nuestra obra sea sincera.
-¿De qué forma se ve reflejado esto en su obra personal?
-Mi primer libro se llama Reflejos, y esto consecuente-
mente contesta a su pregunta, ¿no cree?
-Pasando a otro tema, sin ánimo de suscitar una vieja

38
En la alcoba de un mundo

polémica, ¿podría usted resumir las críticas que han recibido


como grupo, el llamado afeminamiento de la literatura me-
xicana?
-Silencioso morador, ustA'!q,d,ice que no quiere levantar
polémica y sin embargo trae á colación un tema que es sí un
enfrentamiento ...
-Si quiere pasamos a otra pregunta.
-No, le voy a contestar. Fíjese usted que a principio de
los veinte nace un movimiento autollamado estridentismo,
que contenía a un poeta renovador que despertó un letargo
lírico posmodernista, simbolista: Manuel Maples Arce. Sin
embargo, se ligó con un grupo de malos imitadores que, al
ver que a finales de esta década nuestra obra seguía viva, en
varias publicaciones, empezaron nuevamente su diatriba.
-¿En qué consiste la diferencia?
-No sé si llamarle diferencia. Pero sé que lo que ellos
llaman afeminamiento, falta de compromiso con la realidad,
intelectualización, es una mentira. Nuestro grupo sin grupo,
mera reunión de soledades, escribe sobre la vida, sobre su
vida.

-Pero se le reprocha el poder entre caciques y caudillos


que quieren de su país hacer su propio paisaje.
- ... Decíamos, su poesía, entonces, no es nacionalista.
-No en el sentido en que le dan los que crearon esta
polémica, pero sí habla sobre México. Es de este país y sólo
en él, dentro de él, puede entenderse.
-Podría ser más explícito.
-Jorge Cuesta respondió ya admirablemente a este pun-
to que hoy toca usted. Estamos en 1916, en un país sin tra-
dición literaria, de no ser los cenáculos bohemios y aislados
exponentes como López Velarde. Crecemos en un raquítico
medio cultural, aumentado por la muerte de los viejos.
-La ausencia de los mayores que por razones políticas
salen del país, ¿no?

39
Pedro Ángel Palou

-También; entonces los jóvenes accedemos a representar


la literatura, a hacerla. Pero nuestras influencias son muchas.
En el caso de Salvador, norteamericanas; en el mío, francesas.
Cuesta decía que ningún nacionalista entre comillas le iba a
quitar a Stendhal.
-Y esas influencias ustedes las trasladaron a México, co-
mo el caso de Gide, del que ya hablamos.
-No estrictamente. Entiéndame: que esas influencias son
la vida. No las traducciones porque ya están ahí, se confun-
den con nuestra propia realidad, haciéndola más rica, más
plena, menos desolada, desoladora.
-¿Qué opina de la política nacional?
-No sé nada de política. Creo que México se está hacien-
do a pesar de las pugnas políticas internas. Una prueba es su
arte plural. Lazo y sus pinturas íntimas, venidas del sueño.
Rivera y su arte oratorio, histórico: ambos tienen razón. Aho-
ra en este país ya coexisten formas contrapuestas pero válidas
de ver la vida.
-¿Y el cine, en poesía, pasa lo mismo?
-Lamentablemente el cine en México está en un
periodo de creación, de crecimiento: Santa, Cautiva, Náufragos
del deber, son películas demasiado lineales, melodramáticas.
La música de Lara también es cursi, demasiado plana. La
poesía en cambio con Gorostiza, Ortiz de Montellano, Novo
y otros gana consistencia, se vuelve, como la pintura, llena de
matices. Un único camino es parecido en los libros recientes
de estos autores: la desolación, en la soledad, el desarraigo. 9
-¿Este desarraigo es parte de lo que se les critica?
-Sí, pero es también la única forma de asumir el país en
el que vivimos, del que formamos parte y del que estamos,
paradójicamente, ausentes.
-Gracias.
-Por nada. A usted.

40
En la alcoba de un mundo

En la esquina que formaban las calles de San Ildefonso y Re-


pública de Argentina había un café pequeño, del cantonés
Alfonso Chiu, el café América; ahí se reunían en un principio
Owen, Cuesta y Xavier. Quizi. BQ.f su cercanía a la Prepara-
toria. Luego en el café París;· eI primero, que luego se cam-
biaría a la calle 5 de Mayo. Tal vez también hubo muchas
reuniones en La Flor de México, en la esquina que forman
Bolívar y Venustiano Carranza. Y en el Selecty, claro. Era el
jazz, Chaplin, el gran Charlot que a Xavier le gustaba tanto. El
shimmy, las películas de Griffit y Murnau. Ésos eran los es-
tímulos: danzón, jazz-bands, dancings nocturnos, automóviles,
pasiones encendidas, lecturas ardientes. Las reuniones eran
largas, a veces interminables. Todos los temas, las más diver-
sas opiniones. Contemporáneos fue un grupo que nunca qui-
so serlo, seres muy distintos, contrarios. Los grandes pleitos
que tuvieron eran casi siempre porque algunos querían for-
zosamente hacer un grupo y nunca pudieron. Yo nunca par-
ticipé directamente, aunque colaboraba con algunos materia-
les. Xavier y yo habíamos hecho en Ulises, nuestra revista, lo
que realmente deseábamos: un espacio de curiosidad y crí-
tica; teníamos un gran respeto por la duda, madre de todas
las búsquedas. Ulises nació después de la aventura teatral del
mismo nombre que patrocinaba Antonieta Rivas Mercado,
una mujer extraordinaria, bellísima, que se suicidó en Notre
Dame; ella prestaba incluso su casa para las primeras repre-
sentaciones: Mesones, núm. 42. La aventura fue fascinante;
nos reuníamos todas las noches en el Quick Lunch, donde
cenábamos hot cakes con miel y mantequilla. A veces, cuan-
do íbamos a ir al teatro, o al baile -¡qué bien bailaba Xa-
vier!- nos reuníamos en El Fénix, que estaba dividido en
tres partes. A mano izquierda se juntaban los escritores y
periodistas; a mano derecha, muy cerca de la entrada, había
toreros, novilleros, locutores en pequeños corrillos; cerca del
mostrador actores, cómicos, escribas de teatro, guionistas. Era
la época en que Xavier iba a jugar tenis a Chapultepec los

41
Pedro Ángel Palou

sábados, con sus hermanas y después comíamos en el San-


borns -¿ya dije esto antes?-. En casa de Agustín Lazo em-
prendían eternas partidas de bridge. Fue Xavier quien les en-
señó ese juego tan organizado en el que se subordina el azar
a la inteligencia, a la precisión, a la finura siempre presente.
Xavier me decía, entonces: "Hay que echar una bomba, ha-
cer un escándalo, una tormenta de esas que refrescan el aire y
ya no se ahoga el mundo con el bochorno." Nuestra oficina
estaba en Brasil núm. 42, departamento 10, que era un cuar-
to que yo había alquilado hacía tiempo junto con Xavier, que
guardaba en el 11 todas sus pertenencias que tenía en el es-
tudio de la calle Donceles. La aventura, el viaje, el regreso a
lo desconocido, resumen la actitud de Ulises, que tiene algo
de Simbad, por eso Xavier escogió este nombre, como antes
para el grupo de teatro en el que tradujimos, actuamos y
montamos a Cocteau, Gide, Dunsay, O'Neill, Wilde. ¿Cómo
lograr en esta carta resumir todo, contar qué hacíamos, cómo
y por qué éramos así, qué esperábamos? En principio nues-
tro grupo fue una reunión de personas ociosas que creían en
el tedio como algo útil, a todos nos habían expulsado de al-
guna parte, o nos sentíamos aislados, inconformes, desarrai-
gados. No había una meta, un objetivo, un destino en Ulises:
sólo la voluntad del viaje. Ése que tanto gustaba a Xavier,
aunque fuera alrededor de la alcoba, como él decía.
Entonces, en esas noches de Ulises, caminábamos por la
calle Bolívar desde el teatro Lírico, por el Iris, cruzando el
Fábregas y el Principal. Subíamos al tranvía para cruzar fren-
te al Ideal y todo esto para asegurarnos que no había nada
que ver, nada que hacer: desplantes iguales, nada nuevo.
Luego de Morones nos trasladamos al Fábregas, pero en el
teatro Principal, apenas a unas cuadras de éste, un tal Loyo
montó una obrita satírica para ridiculizarnos que se llamaba
El teatro de Ulises, y provocó un escándalo tal que la gente
iba a llenar el Fábregas para constatar lo visto en el Princi-
pal. Las escenografías de nuestras obras eran de Montenegro

42
En la alcoba de un mundo

o de Castellanos. Actuamos Owen, Xavier, Antonieta, Cle-


mentina Otero, yo y otros. Esa locura de Ulises en el 27 y 28
enconó las terribles antipatías que nos tenían algunos intelec-
tuales y periodistas; empezó J.a..faJDPªña en nuestra contra.
Esta experiencia fue sin dudfl capital para nosotros, yo he
seguido promoviendo el teatro, Xavier incluso fue a Yale con
Rodolfo Usigli a estudiarlo; escribió muchas obras de teatro,
dirigió otras tantas y dio un impulso maravilloso a todo lo
dramático; dando clases de dirección, actuación e historia. Es
cierto que la aventura de Ulises fue pequeña, pero marcó tras-
cendentalmente a muchos, modificando la forma de concebir
el teatro, de despertar a un público que fingía divertirse con
las mismas farsas tantas veces puestas, ejecutadas unánime-
mente, a un mismo tono: sin brillo. Pensé que iba a ser fácil
recordar todos estos datos que formaron parte de mí, que me
hicieron tal cual soy, pero no es cierto: los recuerdos son
muchas veces tragos amargos, duras polémicas, tremendos
enfrentamientos. Los años otorgan a esas aventuras casi ado-
lescentes, emprendidas con furor, creyendo que el mundo se
iba a terminar al día siguiente y que ese momento era el úni-
co, el último, para demostrar nuestras capacidades, un cierto
color nostálgico. Eran tiempos de reconocimientos, de du-
das, de búsquedas, de encuentros, de desencuentros.

Me viene entonces a la memoria nuestra primera incursión


juntos en el teatro, una travesura literaria al preparar una o dos
revistas para el teatro Lírico. Me acuerdo especialmente de
una: se llamaba Café negro. Las escribíamos así, anónimamen-
te, dejados, sin pena, como un ejercicio más. Fue esa época
en la que se anudó la gran amistad de tu vida con Agustín; tú
lo hiciste pintar, Xavier (perdón, no le estoy hablando a él,
aunque sea más fácil escribir sobre nosotros de esa forma).
Decía yo que Agustín estaba enconchado, que los pasos y la
voz de Xavier le restituyeron las ganas de vivir y por eso vol-

43
Pedro Ángel Palou

vió a pintar, a frecuentar un ambiente más o menos de traba-


jo, de creación.
Viajábamos seguido a Puebla, donde tú comprabas mu-
ñecas de porcelana y degustabas dulces típicos. El tren parecía
mágico para ti. Lo vivías como un sueño: su sonido monóto-
no, arrullador despertaba tu insomnio, esa enfermedad de la
que nunca te has podido curar y que ha dado tus mejores
poemas. (Pero ¿por qué me vuelvo a dirigir a un Xavier muer-
to, imposible, es que quizá ahora no debía seguir escribien-
do? Continuaré después.)
Acabo esta parte de mis recuerdos sobre Xavier con un
poema que escribí acerca de nuestra amistad:

No podemos abandonarnos,
nos aburrimos mucho juntos,
tenemos la misma edad,
gustos semejantes,
opiniones diversas por sistema.

Muchas horas, juntos,


apenas nos oíamos respirar
rumiando la misma paradoja
o a veces nos arrebatábamos
la propia nota inexpresada de la misma canción.
Ninguno de los dos, empero,
aceptaría los dudosos honores del proselitismos. 10

/Salooooón Méeeeexicoooo/ Bienvenidos señoras y seño-


res/ Esta noche música y baile/ hasta las cinco de la mañana/
tres orquestas tres/ éntrele al danzón/ escoja su pareja/ y dis-
frute como nunca de la música/ A bailar señores/ Y, aquí, en
el Salón Méxicooooo, tenemos el gusto de presentar aaaa ...
Xavier, con otros tres y sus parejas se lanza a la pista, bai-
la estupendamente, viendo hacia el techo que es el cielo de la
ciudad, de esa patria que los envuelve: la noche. La vida noc-
turna permite la apropiación de un espacio, de un modo de

44
En la alcoba de un mundo

ser. Ahí en las mesas del fondo la Mosquita y la Tacón de


Fierro intentan sacarle la bebida a los dandis sentados pláci-
damente. Más allá la Bugambilia embadurna a un señor con
barata pintura de labios. Todoy_un poco embrutecidos por el
alcohol, se dejan ir al compás,&" ún <lanzón que amuebla el
espacio. Los pies apenas se rozan, las cinturas sí definitiva-
mente adheridas a la de la compañera de baile, los brazos
suspendidos. Habanero y ficha, un ponche para las damas ...
algunas luces escondidas.
Humo, sombras bailan en las paredes. Xavier se goza a sí
mismo, moviéndose, experimentando, conteniendo, extraor-
dinariamente calculado, su paso sigue el ritmo inconsciente.
Los párpados entornados, mirando ligeramente al vacío. Su
compañera de baile mueve la cabeza y apoya un lado en el
brazo de Xavier que la recibe, conduciéndola por esas notas
melancólicas, llenas de sudor, de calor. Una mueca de gozo
en su cara. Xavier conoce el ritmo, lo disfruta.

/El mundo de dentro/ Sí/ Es el único modo de llegar a la


verdad exterior/ y tal vez/ quizá/ por qué no/ los dos mun-
dos podrán ser uno solo/ un nuevo hombre/ sisisí/ un alqui-
mista de sus mundos/ el más triste/ ¿No?/
/para ver las estrellas/ sí/ para entender por qué demo-
nios brillan/ hay que entrar en un pozo/ profundo/ oscuro/
/la música es la caricia más profunda/ déjate llevar/ huye
en ella/ con ella/ y di que no sabía a nada/ que no sabía, na-
da/ que no sabía nada/ que no sabía nadar/ Saloooón Méxi-
co/ tres orquestas tres/ esta noche amable auditorio nos hon-
ran con su presencia ...

La noche es un volcán encendido. Xavier sale con sus amigos


y tres mujeres jóvenes; ríen estruendosa, notoriamente. Su-
ben a un Cadillac negro que maneja un amigo de Xavier; em-

45
Pedro Ángel Palou

prenden la huida por una ciudad húmeda, limpia, con sabor


a iniciática. Comentan el baile. Son las tres de la mañana y el
mundo no les corre prisa; hay tiempo aún para ser, para de-
jarse ser. Cruzan la estatua del Caballito, mientras la ciudad
encendida, viva, nueva, los recibe por Paseo de la Reforma y
los árboles enmarcan su paso arrogante, orgulloso, frenético.
Xavier se asoma a la ventanilla y le parece que el mundo, en
sentido contrario, corre demasiado rápido.
Desesperanzado, quieto, absorto en su interior, Xavier
camina por una calle estrecha. Hay varios Ford estacionados;
un compañero pasa de largo y lo saluda. La mañana es de una
brillantez cegadora, como si el Sol hubiera decidido aplastar
los cuerpos contra las paredes, quemarlos, calcinarlos. Él se
ajusta la corbata y entra al pasaje de Bolívar, a la librería
Biblos. No hay nadie dentro, más que el viejo dependiente
que lo reconoce y le extiende un libro que acaba de llegar.
Xavier lo hojea displicentemente. Con curiosidad toma otros
ejemplares y los revisa. No encuentra nada interesante. No
son aquellos libros sino él mismo. Sale sin haber comprado
nada. Su pantalón muy holgado roza entre las piernas, acom-
pasando su caminar lento, desesperadamente lento. ¿Cómo
existir, dejar pasar las horas sin importar nada? No hay adón-
de ir, qué hacer. Leer sólo para evadirse. Apura el paso, ansio-
so, buscando en la contraesquina. Saluda a Gilberto y a Jorge
que van juntos platicando; caminan un rato, sin hablarse más.
Entran por fin a la librería de Gabilondo, Xavier escoge un
ejemplar del Mercure de France. Gilberto compra algo sobre
Góngora. Los tres reciben su ejemplar, encargado previamen-
te, de la Revista de Occidente. Xavier es el que está más fas-
cinado con la publicación y quiere hacer algo así en México.
Un verdadero proyecto de revista, una publicación que aglu-
tine los mejores trabajos del país, que tenga poesía, teatro, en-
sayo, crítica, pintura. Una revista que sea el mundo, se dice
Xavier. Gilberto saca a colación una vieja polémica en torno
a La deshumanización del arte, de Ortega. "No creo que la

46
En la alcoba de un mundo

búsqueda de la perfección estética implique un desentendi-


miento del hombre, de lo humano", recuerda Gilberto haber
dicho en esa comida de literatos en que todos se manifesta-
ron contra algunas de las tesis del libro. "La llama /ría fue tu
mejor respuesta", le dice Jorg~ ~rt'ando una herida que el jo-
ven volvió a abrir al leer un artículo en El Universal que lo
acusaba de aristócrata, apartado de la realidad y desenfocado.
Algún chiste irónico de Xavier puso fin al tema que lo apa-
sionaba. La tarde se consumía para un Xavier estricto, seco,
que al llegar Salvador y saludarlos se puso a charlar de toros,
Villaurrutia creía estar perdiendo sus mejores años. Como
siempre que empezaba el caos, cuando los amigos no pudie-
ron ponerse de acuerdo sobre sus comentarios de la corrida
pasada, Xavier se despidió afectuosamente y salió caminando
hacia su cuarto en Brasil núm. 42, donde Agustín había pues-
to unos cojines de terciopelo para recostarse y estaban las
estanterías llenas de sus muñecas de porcelana.
El lugar permanecía solo, húmedo, triste. Llevaba una se-
mana revuelto el tiempo en la ciudad: los días calurosos, in-
soportables; las tardes enteras una lluvia que ensordecía. La
noche un frío aumentado por el aire cortante que se adhería
a la piel.
Xavier se recostó, tomando en sus manos unas cuartillas
que habían estado traduciendo Agustín y él: "la noche hermo-
sa como las caras de los míos" Tachó hermosa, y el poema
quedó "la noche es bella como las caras de los míos" Em-
pujó a un lado esos textos de Hughes y, poniéndose las ma-
nos sobre los ojos, intentó dormir.

El bridge es una denominación común a tres juegos de cartas


que derivan del whist, aunque dentro de la evolución del whist
es el bridge contrato la última y aceptada modalidad.
El whist fue un término genérico usado para aglutinar a
un grupo de juegos de cartas que tienen elementos comunes:

47
Pedro Ángel Palou

cuatro jugadores, dos contra dos y 52 cartas, 13 para cada


uno. Su origen es inglés. En 1529 se habla de él en un ser-
món de Hugh Latimer, y también se menciona en Antonio y
Cleopatra de Shakespeare. Fue un juego para las clases altas,
aunque se empezó a popularizar en el siglo XVIII, cuando se
propagó por el continente americano. Existe históricamente,
en 1742, un Short Treatise on Whist, elaborado por E. Hoyle.
En este libro se dan las 14 leyes del juego. Luego, en 1760,
1864 y 1893, el juego experimenta cambios considerables,
hasta darnos el bridge propiamente dicho, el bridge contrato
propuesto por Harold Vanderbildt en el principio de este
siglo.

1. El bridge, jugado por cuatro personas, dividida~ en dos gru-


pos (norte-sur, NS, y este-oeste, EO), mediante 52 cartas, tiene
como objeto alcanzar el mayor número de bazas y cumplir el
contrato anunciado en la subasta. (Por baza se entiende cada
uno de los conjuntos de cuatro cartas que pueden formarse
tomando una carta de cada participante.) Toda partida se
compone de 13 bazas.
2. Una baraja tiene 26 cartas con las figuras rojas y 26
cartas con las figuras negras. Las rojas son corazones y dia-
mantes y las negras picas y tréboles. Por lo que existen cua-
tro palos de 13 cartas cada uno. Los palos de picas y cora-
zones se llaman ricos, nobles o mayores y los diamantes y
tréboles, pobres o menores. El orden jerárquico decreciente
es: picas, corazones, diamantes, tréboles.
3. Las cartas se distribuyen dando una a cada uno, las
dos más altas designan a los jugadores NS y el dador será el
que posea la carta más alta o, si son iguales, la de palo más
valioso. Las dos cartas más bajas designan el equipo EO. La
posición alrededor de la mesa debe ser la de la rosa de los
vientos.
4. Las cartas ordenadas según su valor decreciente son:

48
En la alcoba de un mundo

as, rey, quina, joto, 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2. A, K, Q, J son los


honores principales o mayores y 10, el honor menor.
5. De la subasta puede surgir un palo que se denomina
triunfo y cuyas cartas tienen 1~ propiedad de ganar la baza
frente a otras tres cartas cuai:S~féra de palos distintos. Por
ejemplo, si el triunfador es trébol y se empieza con un as de
corazones y los demás jugadores echan 3 de corazones, 9 de co-
razones y 2 de trébol, respectivamente, la baza será de quien
haya puesto el 2 de tréboles.
Cuando el contrato se juega sin triunfo, no existe esto y
las bazas se ganan mediante el valor superior de la carta fren-
te a otras del mismo palo, por ejemplo, si se empieza con el 3
de corazones y K de diamantes, ganar~ el 3 de corazones.
6. Un contrato, que surge de la subasta, se cumplirá cuan-
do se haga un número de bazas igual a seis más el número
indicado al finalizar la subasta; por ejemplo, si se anuncia a
nivel de 3 se deberán ganar 6 más 3 igual a nueve bazas.

Xavier en Cuautla, de vacaciones, quiere escribir un relato so-


bre sus días en esa ciudad. El tema: la pereza. Proust idónea-
mente se coloca en ese lugar: hay vicios por hipersensibilidad
como los hay por falta de sensibilidad. Entonces, piensa Xa-
vier, el tedio puede tener un sentido nuevo, de sanidad. 11

49
III. (De un cuad;tJlO de viaje)

New Haven, 17 de enero, 1936

Después de unos meses, vuelvo a necesitar este alivio; escribir


cada dos o tres meses un diario es una tontería, así que estos
papeles no aspiran a serlo; son una posibilidad de recuento,
de escapatoria ante el fantasma del insomnio. Y aparecen en
ellos datos, hechos, pensamientos, sensaciones, porque son
las armas que uno tiene contra el sueño. Nadie, en la vida,
puede ser como en el toreo, burlador de la muerte. En el
ruedo, misteriosamente, el toro es el hombre y el torero la
muerte, que a veces en una cornada está en peligro también.
Yale se me antoja muerta, asunto terminado. Todo lo que
podría haber aprendido ya pasó por mis ojos.
Nuevas seguridades: ya no hay miedo a la dirección escé-
nica. Sé que podría dirigir, técnica y profesionalmente, cual-
quier obra. Leo, analizo el teatro desde el punto de vista del
director.
Yale: falso gótico, exceso de imitación, británica, atraso,
nada de teatro de vanguardia, apenas si se sabe quiénes fue-
ron Lope, Calderón; la Comedia del Arte italiana es un hue-
co vacío, en cuanto a teatro antiguo.
Teatro: una forma de vida y no una pedagogía muerta.
Necesito regresar a México a poner todo esto en práctica.
Yale: falso compañerismo, alumnos obligados a ser falsos,
hipócritas, refugiados en la soledad.
¿ Y qué otra escapatoria existe? Ninguna, la soledad es la

51
Pedro Ángel Palau

única forma de vencer el tedio, los terrores ilusorios de la


comunicación humana, sus grietas, sus baches. Son las dos
de la mañana. La noche es fría, plena de aire, propia para un
cuento de misterio. Esta habitación la tienen secuestrada el
sueño y la muerte. Yo divago como un espectro nocturno a
su arbitrio. La alcoba toma la forma del mundo, laberíntica.
De México dos recuerdos, la matanza que provocaron los
"camisas rojas" a la salida de la iglesia de Coyoacán el 10 de
diciembre del 34, en enero Cárdenas insistía: el PNR debería
ser el partido que se pronunciara por darle "el clima de afian-
zamiento a las ideas" que eran la bandera de la Revolución y
por eso se prohibió a los empleados el uso de camisas rojas.
Eso es viejo, yo aún estaba en el país. En el verano, Emilio
Portes Gil toma posesión como nuevo presidente del Comité
Ejecutivo Nacional del PNR y declara que el partido tenía un
programa que no era otro que el del gobierno y lo apoyaba
"en todos los casos" Esto significó un uso indiscriminado de
la propaganda. Así es. La Revista y México de Hoy y Mañana,
así como la estación de radio XEFO, sirvieron durante todo
este tiempo en el que se consolida el PNR y Calles sufre todas
las críticas posibles del mismo partido aun siendo su funda-
dor. Rodolfo, el caballero, opina que porque siempre quiso,
con Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez, mandar en el país y
lo logró. No entiendo nada de política, insisto en que son no-
ticias por las que algunos en Yale nos preguntan y sobre las
que conversamos el otro día Usigli y yo -él insiste en seguir
jugando a la política aunque yo la detesto- y otros compa-
ñeros de los cursos. Eso es todo lo que sé. Parece que esto en
México ya termina con las luchas entre caudillos que se arre-
batan y apropian la Revolución. Insisto: de eso no entiendo
nada, sólo rememoro.
El insomnio es un tigre que no avisa su presencia.
Hemos asistido a algunas representaciones. Aquí un alum-
no puso Murder in the Cathedral y luego el profesor de direc-
ción, un Monsieur de Charlus americano, la volvió a montar.

52
En la alcoba de un mundo

La obra es excelente, lo más poético del teatro inglés, según


creo. Espectros de lbsen, puesta por Nazimova es magnífica.
Y luego algo de cine, todo cada día más perfecto en téc-
nica y sin nada que decir; se salva Kind Lady, en el que te en-
redas en la pantalla como si fµeká~ también la víctima y -al
gusto del director- como el protagonista también vas en-
trando en peligro.
Bastante alivio me han causado las excursiones al gimna-
sio de Yale, donde nado con cierta regularidad. Claro que es-
tar en una alberca dentro de un recinto gótico hasta la exa-
cerbación es algo fenomenal.
El frío es cada vez más frío.
Bassols ha sido nombrado ministro en Londres. 12
La nieve borra cualquier desagradable sensación física y
me hundo en ella, hasta donde me lo permite mi estatura y lo
impide mi peso.
Flaco, malhumorado, nostálgico: vivo.
Son las tres de la mañana.
Fuimos al Richman, donde Rodolfo, curioso impertinen-
te, le preguntó al maitre si había señoras de verdad.
"Moral reasons", comentó flemático, señalándole que en
el penúltimo piso podría encontrar un show igual de fino,
pero donde las mujeres aparecían desnudas. Claro que fue en
la madrugada del 31 de diciembre, ¿o ya eran las primeras
horas de 1936? En fin, fue divertida la cara de Rodolfo ante
la contestación del maitre y nada más.
En algunas salas de espera, comedores elegantes o bares
de alcurnia se juega al bridge, pero ninguno de mis amigos lo
practica, así que me limito a ver a esos silenciosos jugadores.
Aquí la tarde entera la pasan escuchando música. ¡Qué deses-
perante tener que oír toda la Séptima de Beethoven, la Cuarta
de Mahler ! Se acostumbra el cuerpo, el oído acepta y ya está.
Aunque desespera que fumen, hablen, lean mientras oyen
música.
Aragón Leiva me llama en un periódico de México: el

53
Pedro Ángel Palou

crítico libidinoso. Me fascina el apelativo y lo repito muy se-


guido.
Nieve y más nieve: tocarla, verla, sentir cómo se derrite
en la piel.
De política, nada: igual que nuestros políticos.
La soledad se hace más insoportable, crece sobre la mesa
en donde escribo, abarca el pálido tono del papel, el pulso
que sostiene la pluma fuente. Primero escribir, luego filoso/ar,
decía Nietzsche. No es fácil cuando el demonio de la soledad
se apodera del cuerpo y lo hace temblar. Son las cuatro y me-
dia. Llevaba una hora sin escribir, tendido en la cama, con
los ojos cerrados sin poder entrar en el sueño, dejarme llevar
por él. Al fin, me vuelvo a decidir y escribo, arar en el desier-
to de la página en blanco, casi una escritura automática, no
dictada ni correspondiente a ningún plan: lisa, llana, tal y co-
mo sale y la mano la lleva. Ahora que releo lo que escribí, lo
que he escrito esta noche, capto el por qué de su sentido
fragmentario, puras ideas deshilvanadas, sin orden. Es natu-
ral: así salen desesperadas, despiertas por culpa del insom-
nio. Apenas visible ímpetu de dejar salir el alma: dejarse ir.
No hay otra forma de comprender su razón, salvo en ese es-
píritu inconcluso, móvil. El maullido de un gato me sobresal-
ta, me pone incómodo su insistencia. ¿A quién llama en su
celo impotente, exasperado? Y la soledad se vuelve insopor-
table, me regresa a esa inhóspita región de mi sentir que es la
nostalgia: pasan por la mente los rostros de Salvador tan
lejano, igual el de Delfino, nuestro amigo íntimo de Puebla.
Corren en hilera las imágenes de esa sierra dispareja donde
pasábamos las tardes en el pueblo de Delfino. También re-
cuerdo a Agustín y nuestras violentas traducciones. Gilberto,
más angustiado, se podría pasar horas enteras sin hablar, ab-
sorto, contemplando su ruina y extasiado con ella. Esos ros-
tros desaparecen y vuelvo a esta noche gris en la que el frío
es insoportable. Sé que no puedo empezar de nuevo, aunque
me sienta diferente. Ilusión óptica del viaje: eres distinto

54
En la alcoba de un mundo

mientras estás lejos; tan pronto regreses, camaleón domesti-


cado, volverás a tu carpa rugosa, tus domadores imberbes,
tus luces de colores y el gran público que recibe el anuncio de
que vienes llegando. Desciendo poco a poco en la escalera
inmotivada, inmotivante de i:ii ~ir, me hundo en peldaños
accesorios, que fueron míos. Me desquito: veo todo, siento
todo, escribo todo. Maldita lucidez del insomne.

He ido al baño a lavarme el rostro. Me he sentido la piel car-


comida, seca, estéril. Y el agua ha reavivado un poco la con-
ciencia de ser. ¿De ser mero fantasma? Existen los poetas del
sueño y los de la vigilia, los del campq y los de la ciudad, los
de la vida y los de la muerte. ¿Cómo sentir y plasmar, por su-
puesto, el momento de la contradicción, la lúcida paradoja
del cambio, el tránsito? Insomnio, inteligencia, astucia, no bas-
tan para captar ese espacio entre los opuestos porque para
sentirlo en forma es necesario vivir sus consecuencias. Este
terrible dolor de cabeza, las ojeras anchas, profundas, verdo-
sas; el miedo y este cutis seco. Y entonces, oculto en la fuga
de un hueco, más pequeño que la nada, escondido en una
sábana sudada de temores, en la flor marchita, seudo román-
tica, encontrada en un libro y su consiguiente recuerdo: la
habré depositado hace tantos años ... Ahí, en ese espacio
encuentro el entre, lo vivo, lo pervivo, lo sobrevivo. Huyo en-
tonces de su forma y me oculto en estas palabras, sin saber
qué decir, cómo decirlo. Pero he encontrado su vano crepús-
culo, su fugitiva sombra que me huía. La página blanca, páli-
da, me invita a ser un fantasma; me insiste: estás solo.
Vives sin mí, dentro de mí, insomne. Te persigo y te hu-
yo, secreto, martirio, duda. Interrogación, espera, vacío. Sue-
ño, espanto, desvelo. Un grito iluminado. Un hilo tendido. Y
no hay nada. Nada es sino la fatiga en la que persigo ese otro
cuerpo que, en mí, me habita en noches. Llevo horas indeci-
so, entre el sueño y la respiración. Hay que despertar para

55
Pedro Ángel Palou

caer completamente en el sueño; pero sigo en duermevela,


plácido e inconforme en semisoñar.
Nada es salvo el miedo,
el olvido.
Frente al espejo de la noche que es el sueño, el alma to-
ma dos caminos contradictorios, dejarse llevar en un viaje
desquiciado, sin tregua: duerme. O jugar con el sueño, estirar-
lo, ver hasta dónde aguanta el cuerpo, resiste la voluntad sui-
cida del insomnio: aguarda. ¿Duermo o aguardo? Es el cuer-
po el que elige, tú deberías permanecer en silencio. Alguien
camina en la calle. Me asomo un poco para darme cuenta de
que está amaneciendo. De un lado un Sol mustio, frío, ape-
nas perceptible a causa del invierno; del otro una Luna que
quiere ser nube, vaho, niebla; una Luna desdibujada, mustia,
helada. ¡Qué día nos espera, si los astros no quieren aparecer
del todo! Hipócritas se medio asoman, inconformes estando
juntos.
Hace demasiado frío. Voy a acostarme.
Unas líneas antes de salir rumbo a la universidad. He dor-
mido aproximadamente dos horas. Algo, en fin. En el sueño,
ese viaje involuntario en el que siempre el yo se pierde, esta-
ba en un bosque profundo, tan lleno de árboles que casi no
se podía caminar, espeso como la selva. Frío como un ice-
berg. Caminaba cansado, cada vez con mayor urgencia de
acabar con esa prisión de árboles, cada vez más necesitado
de salir. Pero no avanzaba. Entonces decidí caminar en línea
recta marcando los árboles por los que pasaba. Siempre re-
gresaría -era inútil- al primer árbol; daba vueltas imposi-
bles, sin escapatoria. Pero estaba seguro de ir en línea recta,
de adelantar algo. Marqué 3 500 troncos, sin salida alguna.
Tenía las manos enrojecidas, congestionadas. El cuerpo hela-
do. Y tenía un miedo enorme de permanecer para siempre
en la espesura. Al fin me senté, quizá a punto de dormir para
darme cuenta de que ni siquiera había entrado al bosque, de
que seguía contemplándolo impávido desde fuera, ¡pero nun-

56
En la alcoba de un mundo

ca había estado ahí! En el sueño nunca existían esas imáge-


nes; casas afiladas, cabañas rústicas.
En eso comenzó a nevar. Corrí hacia las casas en sentido
contrario al bosque, para ref~iarme en alguna de esas casi-
1,/ ..,.
tas; como es natura1, tampoco avanzaba en mi huida. Las ca-
sas seguían lejanas, inalcanzables. Después desperté.
Sólo hay una tregua para no sentirse perseguido, acosado:
la repe~ición cotidiana, la distracción. Huir del sueño, vivir,
apostar por la duda de ser o no ser realidad. Se resume en
una frase cara a Lawrence: hay que tolerar, aunque no se dis-
frute, la estupidez humana.

A la vejez viruela. Sí señor, yo siempre lo he dicho: de


qué carajo sirve llegar a viejo si no se llega feliz. No faltan los
achaques, claro, pero ahí los va llevando uno, ¿no?" El hom-
bre usa unos lentes oscuros que me impiden apreciar su mi-
rada, imagino que me ve como a un tipo raro, que hace mu-
chas preguntas sin importancia: "En los años que usted me
pregunta estaban de moda Barcelata, Agustín Lara, Curiel; se
oía mucho radio. Yo trabajaba como mensajero en la jefatura
de Salubridad. No, todavía no era Secretaría; el doctor Gas-
télum la llevaba, era un tipo extraño, dicen que se cambiaba
hasta tres veces al día, quién sabe; el caso es que era alto,
usaba unos lentecitos redondos y se peinaba de raya en me-
dio con el pelo untado con stacomb. Con él trabajaban el
señor Xavier y Enrique González Rojo, en el departamento
editorial; el señor Ortiz de Montellano y Pepe Gorostiza en
la biblioteca. Los cuatro salían juntos, eran muy amigos, aun-
que en esa época se hablaba de usted la gente. Me acuerdo
que el señor Bernardo Ortiz decía: 'Oiga Pepe, me hace el fa-
vor de pasar a la administración', y el señor Gorostiza se iba.
Ahora suena raro, tanta familiaridad con el nombre y luego
el usted; pero qué se le va a hacer, ahora cualquier hijo de ve-
cina lo pisotea tuteándolo. Ya no se puede, ¿hasta dónde va-

57
Pedro Ángel Palou

mos a llegar? Ya no hay valores", el hombre me mira inquisi-


torialmente, pero no puedo responderle. "¿De qué le estaba
hablando? Ah, sí, recuerdo. Perdóneme, es que no siempre
se acuerda uno de las cosas. Han de haber trabajado ahí
cuatro años, creo yo. Luego vino el asesinato de Obregón en
La Bombilla, ¿sabe usted?, y pues el país se vino para abajo,
hubo un chorro de presidentes en pocos años y ya compren-
derá que cada jefe máximo cambiaba a todos los empleados
de confianza. El país estaba hecho un relajo. Bueno, eso
creo. Mire, la mera verdad, yo no sé si estábamos mejor con
don Porfirio, ahora es lo mismo, son los del gobierno los que
se reparten el dinero." Hay calma en su mirada, se detiene en
la mesa y vuelve a ponerse unos innecesarios lentes oscuros.
"En esa época era militante, estuve en el PNR, participé en
varias organizaciones de la CTM, con el seflor Lombardo, ése
sí que era bueno. Se acordó siempre de mi nombre, me de-
cía: 'Oiga, don Cherna, cómo van las cosas, su hijito ya ha de
estar muy grandote, ¿verdad?' Y yo me ponía muy contento,
¿no? Luego, mi hijo fue profesor en la universidad, enseñaba
Economía, ve. Así como me ve, lo saqué solito, pero luego le
entró la locura y que se mete en líos. Me lo mataron en el
68"; calla, y saca de su bolsa un paliacate arrugado y se lim-
pia las lágrimas. "Dispense usted, pero pus qué le va a hacer
uno, la vida no siempre es tan buena. A propósito, ¿sabe
usted si el señor Villaurrutia se suicidó?"

-¿Y ahora cómo te sientes?


-Mejor, gracias -contesta sentándose sobre la cama,
apenas cubierta por un edredón pálido, acariciante.
-Ay, hermanito, esto te pasa por estar tan delgado.
-Flaco, malhumorado, noctámbulo.
- Y además descuidado, todas esas horas leyendo, cada
vez vas menos a hacer deporte con nosotros a Chapultepec, po-
nes de pretexto un bridge, alguna conversación, cualquier cosa.

58
En la alcoba de un mundo

-Esto es algo que comí y me hizo mal, no te preocupes.


-¿Cómo no me voy a preocupar, si la semana anterior
estuviste también dos días en cama?
-Son sanos, hasta higiénicos.
-Deja de ser irónico, Xaviéf...,.
-Está bien, ¿quieres que te diga qué dijo el doctor?
-Sí.
-Pues que con unos días de reposo todo se arreglará ...
-Unos días, oíste bien.
-Mañana nos vamos, mamá y yo a Cuautla tres días, así
que tengo suficiente tiempo para descansar.
-Aunque luego la misma vida, las mismas dolencias. Eres
incorregible.
-Soy un cuerpo que lucha con su alma.
-Que combate, estaría mejor --dice y acomoda los almo-
hadones para que Xavier esté más cómodo. Se hace un silen-
cio largo, difícil. Ella da vueltas alrededor de la cama, quisie-
ra proseguir su conversación, pero no encuentra qué decir;
Xavier siempre le responde con sarcasmo, pocas veces le da
consejos. No sabe cómo abrirse ante él.
-Y tú, ¿ya no me cuentas nada?
-Sí Xavier, cuando sé que te puede interesar, que no te
vas a burlar de mí.
-Uno se burla sólo de la gente que quiere, que ama.
-Pero duelen tus mordacidades.
-Está bien, hermanita, soy todo oídos, ¿qué te pasa?
-Soy un cuerpo que lucha con su alma ...

Xavier, evoco tu nombre, las caminatas nocturnas, las noches


de jazz en el Salón Rojo, las tardes enteras en la biblioteca,
traduciendo, las comidas entre mi madre, tú y yo. Las tantas
invitaciones al viaje que sucedieron después de nuestra revis-
ta Ulises, nuestras soberbias discusiones en torno a una taza
de té. El teatro, la pasión de tu vida. Y al tratar de tener a

59
Pedro Ángel Palou

Xavier de nuevo, sé que me repito infaliblemente, mas él se


libró de la vejez en este mundo donde la vida sólo puede so-
portarse con la mentira, donde la astucia es el único sistema
de fidelidad. Luego, mi viaje a Hawai, el contacto con el mar.
Tenía 23 años, estaba lleno de inquietudes, de sueños larga-
mente acariciados. Mientras estaba en el viaje, Xavier se en-
cargaba de los detalles de la revista Ulis es que salió en 1927
Nuestros textos eran juguetones, experimentales, petulantes
a veces, snobs a ratos: siempre nuevos, siempre renovadores.
Nuestra revista lo anunciaba: era de curiosidad y crítica, cos-
taba 50 centavos. Los jóvenes navegábamos en Ulises, era
una aventura sin regreso y quizá sin punto de llegada: sólo
había que partir, navegar, lanzarse a la búsqueda. Por eso,
colaborar en Contemporáneos nunca me fue grato: ésa era
una revista con objetivos, demasiado seria, molesta. Imagino
al grupo: Ortiz de Montellano y Torres Bodet por un lado:
oficialistas, maniáticos; del otro, Villaurrutia y yo, siempre
viajeros, desordenados, entregados muchas veces a la pereza,
vivos. Y con nosotros Jorge Cuesta y Owen, esos dos jóvenes
delgados que Xavier encontró en el Café América. Nadie más.
Pero ¿es posible hablar de un grupo? No creo, nada afines
los dos primeros de los siguientes, celosos, intransigentes, per-
sonalidades fuertes todos, eran más los pleitos y los sinsabo-
res, las altas polémicas, todos alzando la voz, los colores que
subían. Nadie imagine que todo era un lecho de flores, que
nos llevábamos bien. Todo lo contrario; fuera de las amista-
des primordiales, el núcleo se resentía, explotaba. Aunque
siempre me negaré a hablar de núcleo donde no lo hubo.
Eramos de la misma época, a veces coincidíamos en las lectu-
ras, aunque nos guiaran a ellas impulsos diferentes, teníamos
ganas de llevar el peso de la cultura sobre nuestras espaldas o
como alguien dijo irónicamente: dictar desde Salubridad el
tono y la forma de la cultura en México. Los 20 y los 30; ésa
fue nuestra época. Ya en los años 40 los pocos que seguíamos
en México y que no pertenecían al servicio exterior, cada uno

60
En la alcoba de un mundo

hacía lo mejor que podía por defenderse solo. Xavier entró a


El hijo pródigo, una revista cuyo nombre tanto le debe y tanto
le gustaba. Yo seguí en mis puestos de funcionario. Si hubo
alguna vez ~n núcleo, en 193),_f.Q.Il la desaparición de Exa-
men, la revista de Cuesta, fue el último año de la reunión.
Miente quien dice que no discutíamos: ése era el ingrediente
primordial de la receta.
Me aparto a veces demasiado en el recuerdo de Xavier y
evoco nombres, lugares, canciones, lecturas, seres humanos,
sombras ya casi todos, lejanos, dormidos. La fraternidad ado-
lescente entre Xavier y yo nunca termin~, teñidos los años
por una amistad enorme, por su personalidad redonda, per-
fecta, clásica. Lo sedujo el tenis y luego la natación, yo lo se-
guí desde la poltrona de biblioteca. A Xavier lo siguen res-
petando, yo creo que no ha muerto. La soledad es terrible y
los dos siempre lo comprendimos aunque nunca llegamos a
remediarla. Xavier fue un tipo más bien solo, interior. Sus
mejores poemas son los de la noche, en los que el alma y el
cuerpo, encarnizados, luchan por unirse, extasiados en su in-
somnio permanente, en su fuga eterna. No echar raíces en la
noche y sin embargo viviría, qué ardua elaboración del su-
frimiento.
¿ Y México? Era un país que iba cambiando con nosotros,
lo que no quiere decir que para nosotros. Fuimos una gene-
ración que de niños vivió batallas, cambios, armas, guerras:
una revolución social, cambios, distancias, encuentros. Cuan-
do adolescentes nos dimos cuenta de que eran pocos los
adultos (los que no habían muerto se habían alejado del país
por una u otra razón). Entonces, casi inconscientemente nos
apoderamos de los espacios destinados para hombres con
más experiencia. Gide, el eterno joven, nos hacía sentirnos
igual. Algunos de nosotros -y yo mismo- ocupamos car-
gos, jefaturas, ayudantías apenas a los 20 años, en los que ya
habíamos publicado algunas cosas. Llegamos a los 30 años
un poco exprimidos de esta vida que no era la que un joven

61
Pedro Ángel Palou

acostumbraba. Algunos simplemente se secaron en esos años,


no volvieron a escribir nada interesante cuando pasaron de
esa edad: el idilio de la juventud había pasado. México era
más estable, si aún no lo lograba; Calles en la presidencia tra-
tó de unificar a los revolucionarios en un solo partido, apre-
suró la entrega de tierras, atacó a la Iglesia decididamente,
rompió con el caudillismo aunque se volviera un eterno
caudillo. Luego asesinan a Obregón, el maximato desestabili-
za, un concepto de nación, un modelo de Estado que se esta-
ba gestando y que llega con Cárdenas a su culminación, en la
cual, muchos de nosotros, conocemos el exilio voluntario y
algunos se van a puestos consulares sin importancia, a emba-
jadas y representaciones. Xavier insiste en quedarse; él es un
viajero inmóvil, un náufrago de su colchón, de su alcoba.
Sólo en el 35 se va con Rodolfo Usigli a Yale a estudiar tea-
tro. (De esa época guardo unas cartas exquisitas, humanas,
vívidas que algún día publicaré, aunque censuradas, pues tie-
nen cosas muy íntimas que a Xavier nunca le hubiera gusta-
do -siempre tan discreto- que anduvieran por ahí en boca
de todos.) El gobierno de Cárdenas aceptó a los exiliados de
esa barbarie que fue la Guerra Civil española, los incorporó
al Estado, a la universidad, a la cultura: les dio manga ancha.
Xavier estaba con la República -él siempre tan parco para
esto de la política-, pero a pesar de que apoyaba que México
abriera sus puertas a los exiliados, siempre criticó ese malin-
chismo que nos llevaría en este caso -así lo pensaba Xa-
vier- a volver a los españoles los árbitros de nuestras deci-
siones, de nuestra cultura, de nuestras instituciones y relegar
a los mexicanos a un segundo plano. Eso no quiere decir que
negara el gran impulso y las ventajas, el aire fresco que los
extranjeros exiliados nos podrían brindar. Convivió con Ber-
gamín y León Felipe. En ello no sólo demostró su conoci-
miento de la poesía española sino su aceptación de este río
de sangre hermana. El malinchismo -su idea de malinchis-
mo- lo enfermaba, amaba a su patria sin provincialismo, sin

62
En la alcoba de un mundo

regionalismos estériles. Alguna vez dijo que sus poemas eran


mexicanos aunque no tuvieran una etiqueta que dijera: Made
in Mexico. Pero eso fue antes, cuando se desató la polémica
e~ nuestra _contra y se _nos ata>Ó_J>Rr e~tranje~izantes, exqui-
sitos, afeminados. Traidores a- la patria. Xavier quería para
México la gran poesía de vanguardia del mundo, no la quería
para sí. Por eso sus empresas, sus revistas, sus impulsos.
Recordar a Xavier es, ineludiblemente, recordarme a mí
mismo, sumirme en depresiones difíciles, en recuerdos amar-
gos. Me cansa, me agota pensar en mí mismo. Pongo punto
final, dondequiera que esté Xavier le mando un abrazo, lo
quiero, lo admiro. Una parte de mí es suya y está intacta,
esperando el reencuentro.

La angustia es veneno, el precio que se paga por querer ser


verdaderos. La noche cae como un telón de fondo. La Luna
parece un follaje de escenografía barata. El aire corta, mien-
tras un verano agitado se va escapando poco a poco en la
certeza terrible de un otoño que promete ser frío, nostálgico.
Una sinfonía de claxons en la calle anuncia la ciudad que se
mueve como un insecto inquieto. La ciudad y su piel brillosa
y húmeda como hoja de navaja. Luego, el silencio: nada se
oye. Unos pasos, quizá. Una mujer que se pelea con su aman-
te y él que le susurra desconsoladamente pidiéndole perdón.
Tal vez un ladrido opaco, un grito seco. Luego, nada. Sólo la
noche de este teatro, el de todos los días. Xavier no ha podi-
do dormir, sigue en los cojines de su estudio, con las manos
tapándose los ojos. Los textos de Hughes esparcidos. El
cuarto no parece un estudio sino un refugio, un bunker con-
tra la realidad. El fonógrafo deja escapar un tango meloso,
corto. La espera distrae, sostiene, juguetea. El derecho de la
pereza, de la entrega al tedio, al sueño, quizá el cuerpo sim-
plemente. Ni un pensamiento, ni un movimiento. Xavier
piensa en Flaubert: basta pensar mucho tiempo en un mismo

63
Pedro Ángel Palou

objeto para que éste se vuelva interesante. Luego recuerda a


D'Ors, sus frases cortas, precisas, puñales certerísimos; sus
largas digresiones netas, claras: prescribo la única medida para
la salvación: el tedio. Sin conversaciones ni caminatas fati-
gantes: silencio y quietud. Ninguna lectura, reposo, abando-
no, entrega. Cerrar los ojos e intentar esa entrega, dormitar,
igual da abrir los ojos y quedarse contemplando un
aguafuerte en la pared, chueco, malcolgado. Una mancha en
la alfombra que adquiere postura, posición, movimiento: que
deja de ser mancha y se vuelve forma y se torna animada,
ágil, felina: se pone en pie, mueve sus extremidades, corre,
salta, juega, se transforma: vuelve a ser mancha.
Nada que sostenga, hundirse abandonado, náufrago de
su tedio.
Desconcierto de voces tipludas en el pasillo, quizá Xavier
se distrae un poco, pero no debe. Vuelve a su estado habitual
de letargo. Un cuerpo tendido, una queja, el acomodo de un
brazo que se detiene en un granito de la piel, juega con él, lo
aprieta, lo rasca, lo tortura, hasta que el dolor lo detiene. La
lucidez empieza: un arma, una entrega, un olor, un sonido.
Xavier dice cuarto y ve una pared blanca. Dice fuego y se
detiene en los cojines sobre los que se ha acostado, acaricia el
terciopelo y como un adolescente que roza la mano de su
amada, un temblor lo recorre de pies a cabeza. Cierra enton-
ces los párpados y aprieta con sus manos las circunferencias
de sus ojos. El negro empieza a adquirir tonos, hay formas
que se mueven elásticas en la cárcel de esos ojos cerrados,
apretados sin piedad. Una mancha blanca en el centro da lu-
gar a un cuadrado simétrico, figuras geométricas que se des-
lizan por la superficie. Aquí un dolor se torna luz, un apre-
tón se vuelve pasión, conocimiento, imagen. Una línea que
quiere ser verdosa recorre la superficie del ojo. Hasta que los
abre y con la visión borrosa se vuelve a apoderar de su es-
pacio: la pared blanca enfrente.
¿Tiene algo de provecho estar tirado así, sin hacer nada,

64
En la alcoba de un mundo

jugando a sentir tantas cosas, a variar la entrega de tantos


sentimientos y de tantas sensaciones encontradas? Xavier no
contesta a su propia pregunta, prefiere no pensar, poder que-
darse todo el tiempo inmóvil, como le gustaría el mundo a
veces: quieto, distante, flojo, pd(dtente de un hilo. Como el
caballo maligno en Cocteau, entrega un mundo mágico, pero
un sueño del que Orfeo no volverá a salir ni cuando regrese
del infierno, ni cuando le corten la cabeza. Xavier vuelve a la
pared, al aguafuerte, a la mancha.
Junto, alguien azota una puerta y el muro se mueve, vi-
bra. ¿En este estado de tedio absoluto es posible generar una
ira tal que cierre por sí misma la puerta, sin moverse siquiera.
Un enojo inmotivado, salido del propio cuerpo, sin otra ca-
pacidad que la de ser, existir? No: las circunstancias, el re-
cuerdo puede también provocar la ira. El abandono no lo lo-
graría.
Ni un pensamiento: la dejación lo elimina. Entonces es
positivo el tedio, el letargo: dejarse llevar por una gama de
excesos, de reacciones, de estímulos. Poner en juego los sen-
tidos y escapar lúcidamente del mundo.
Así la pereza se torna rescatable.
El fonógrafo se paró ya hace tiempo, sin cuerda. El silen-
cio puede ser atroz. Cuando Agustín abre la puerta Xavier
salta, temeroso, demasiado sensible después de las horas tum-
bado ahí. Él entra y se abrazan, se besan apresuradamente.
Xavier le acomoda el cabello que el aire ha dejado revuelto.
La espera ha cesado, Agustín trae sus cuartillas y, por ese
amor, o por un cariño todavía más grande, lo saca de su abu-
lia y se ponen a traducir La vida que te di de Luigi Pirande-
llo. Su último hallazgo juntos es la prosa italiana.
Los invade un gozo adolescente, enfebrecido. Ambos se
miran entre los ojos diciendo -mintiéndose- que la entrega
es absoluta, posible, íntegra. Los distrae una ventana que se
abre; cristalino su sonido golpea contra el muro. La Luna si-
gue siendo falsa y la noche burda, de tramoya corriente.

65
Pedro Ángel Palou

En el bridge la subasta es la fase del juego en la cual los juga-


dores van anunciando su fuerza mediante pujas o declaracio-
nes sucesivas; la declaración más elevada determina el con-
trato.
Cada jugador tiene la facultad de anunciar "Paso" o bien
un número (1, 2, 3, 4, 5, 6, 7) seguido del nombre de uno de
los palos (trébol, diamante, corazón, pica) o de la expresión
"Sin triunfo"; por ejemplo: 2 trébol, 3 pica, 6 sin triunfo,
etcétera. Esta facultad queda restringida por la obligación
que tiene cada jugador, en caso de pasar, de efectuar una de-
claración que supere la última (sin contar los "Paso"), y queda
ampliada por la posibilidad de decir "Doblo" a la declara-
ción de uno de los medios del equipo adversario, que signifi-
ca "no creo que puedas cumplir ese contrato"
Contra el "Doblo" un jugador del equipo doblado puede
replicar "Redoblo", que significa confianza en que la marca
anunciada será cumplida.
La subasta termina cuando tres jugadores han dicho "Pa-
so" Si en la primera vuelta de declaraciones todos dicen
"Paso", se reparten de nuevo las cartas. El dador será quien
repartiera en caso de que se hubiera jugado normalmente.
Eso para no hablar de la plusvalía del valor de un palo
ganado en la subasta y que hará su aparición al ganarse las
bazas sucesivas.

Mi corazón duele, mis sentidos se embotan. Iba creciendo


entonces un penoso silencio que sus palabras rompían a sa-
cudidas, pero que después volvía a hacerse más profundo,
mientras se oían atrás los acordes de una música tenue, sil-
bante casi. Xavier se divertía traduciendo. La noche era joven,
los esperaba una revista en el Lírico, alguna caminata por la
Alameda, paseos y más silencio. Ya sólo aguardaban la llega-

66
En la alcoba de un mundo

da de Salvador y Jorge. A pesar del aburrimiento, los esperaba


una sensación de respiro. Relajar el cuerpo con un danzón,
dejarse ir, sin importar ya nada. Si la ciudad estaba movién-
dose, ellos no podían quedarse quietos.
-¿Cómo decías? -preg~t-ií Agustín apoyando su mano
afilada en el escritorio.
-Nada; me siento ansioso. La noche me cansa.
-¿Por qué no puedes estar a gusto?
-No puedo, de verdad. Nada me satisface, además.
Luego el silencio, el vacío de nuevo. Nadie habla. Los
dos escriben. Pasan minutos, tiempo que podía ser horas a
juzgar por la presión del ambiente, por lo tenso de las cosas.
Alguien dice: "Arréglate, no tardan en llegar", y sorpresiva-
mente el mundo se recompone. ·

67
IV. (De un cuaderno
,, !,; ,.,. de viaje)

New Haven, 28 de marzo, 1936

Una laguna de silencio que no es de sueño. Mis correspon-


sales se van reduciendo: Agustín, Salvador, Jorge 13 -aunque
él no me ha escrito nada-; algunos más quizá olvidados. He
ido a Boston dos veces en febrero para hablar de Yale, el 9 y
luego el 26 para discutir sobre teatro norteamericano. El
mismo insoportable insomnio me hace escribir hoy, aunque
me había faltado decisión para hacerlo. Si no escribo, la nos-
talgia tiñe los tonos de mi mente y tengo más vivas, más pre-
sentes a todas las personas que dejé, que quiero: imagino diá-
logos, paseos, juegos. Escribir estas líneas, fijar sus retratos,
hacerlos imperfectos, mutilar mi sueño.
También es un alivio secreto dejarse llevar por la letra que
se desboca como un animal herido. En México se ha inaugu-
rado el Grillon y por ahí nos dejaremos llegar en poco tiem-
po. Salvador me mandó su himno y una preciosa historia del
cabaret. Además de un programa de mano de las primeras
funciones.
Estoy resfriado y dejé de fumar, lo cual en alguien que no
tiene marca de cigarrillos es prueba de ser mal fumador. En
cine The Ghost Goes West, una buena impresión. En teatro re-
husé ver Cyrano porque Rostand me revienta. En bridge nada,
a pesar de que en México mis amigos siguen practicándolo;
deben estar hechos unas hachas. En poesía: algunos noctur-
nos muy trabajados, intensos, lúcidos sin luz: son poemas noc-

69
Pedro Ángel Palou

támbulos, de tiniebla. En amor nada: unas cuantas aventuras


sin importancia. La nostalgia sí va en serio. En lecturas Nature
in English Literature, un ensayo bueno con cierto dejo de aca-
demicismo, y mucho O'Neill, una relectura de su marinero que
me inspiró algún poema. Rodolfo está quieto, más a gusto que
yo, más contento. Duerme mejor, se siente mejor, gusta más
de las clases que yo. Le ha servido enormidades este viaje. A
mí también, no tengo por qué negarlo: el precio de estos in-
somnios es haber aprendido a dirigir y sentirme libre, maduro,
sin esa excitación adolescente, forzada, que tenía en México.
Si allá el tiempo era una sucesión lineal de acontecimientos,
aquí se hace elástico, poético, propenso al sueño.
Gide: me encontré, si no robusto todavía, capaz de llegar
a serlo: armonioso, sensual, casi bello.
En medio de un silencio desierto como la calle antes del
crimen, sin respirar siquiera para que nada turbe mi muerte
en esta soledad sin paredes, en este cuarto sin fronteras, en
esta alcoba de un mundo que está deshecho. En el silencio
que mi cuerpo deja ha venido a posarse el llanto de una mu-
jer -¿abajo, arriba, al lado de este pequeño departamen-
to?- cuyas lágrimas me miran. Hago que no la oigo para
estar más tranquilo, pero no puedo: un instante basta para
que sus gemidos se apoderen de mi cuerpo. La imagino be-
lla, rubia, alta; la creo abandonada; se ha echado sobre la
cama y estruja la almohada aniquilándola. Me la figuro sola,
terriblemente sola. Su alma discute la prisión de un cuerpo
que la encadena. Nada puede hacer. Una puerta se abre. Creo
ver un abrazo, alguien ha entrado y la cobija con sus brazos
que sueño fuertes, varoniles. El llanto cesa, creo en una mira-
da turbia que se oculta en el pecho del hombre. Él segura-
mente toma su rostro y la besa, sin amargura. La puerta se
cierra. ¿Salen? Sí, unas pisadas habitan la escalera y la luz de
dos cuerpos unidos se apodera de la noche. Los imagino muy
juntos, jugando por la calle, con frío pero con desvelo. Insóli-
tos amantes reencontrados.

70
En la alcoba de un mundo

Lo demás sigue siendo el silencio.


Todo yo me arrastro por la fuerza del deseo, de ese insom-
nio que me maltrata, luego me besa, se va, retorna: juega
conmigo pensando que así de~e v-'-t, ser.
.., ¿Por qué no? Le digo
que estoy harto. Responde con un claxon. La noche sigue
siendo su espacio, el territorio, sí, el lugar de un insomnio
que no está dispuesto a dejarme ganar. Pellicer: cómo hablar
de este amor que es de otro modo. La sombra es líquida, en
ella me hundo pensando en mí y en los otros que he amado:
veo sus rostros, ni siquiera una voz, entre ellos, que los de-
fina. Y las sombras de las palabras le salen al paso a la noche.
Quieren habitarla y no lo logran.
Memoria, temor, mar de sueño antiguo. Amargura, unos
párpados, el mar que inunda mis oídos. La muerte, la noche
habla de la muerte:

NOCTURNO EN QUE HABLA LA MUERTE

Si la muerte hubiera venido aquí, a New Haven,


escondida en un hueco de mi ropa en la maleta,
en el bolsillo de uno de mis trajes,
entre las páginas de un libro
como la señal que ya no me recuerda nada;
si mi muerte particular estuviera esperando
una fecha, un instante que sólo ella conoce
para decirme: "Aquí estoy.
Te he seguido como la sombra
que no es posible dejar así nomás en casa;
como un poco de aire cálido e invisible
mezclado en el aire duro y frío que respiras;
como el recuerdo de lo que más quieres;
como el olvido, sí, como el olvido
que has dejado caer sobre las cosas
que no quisieras recordar ahora.
Y es inútil que vuelvas la cabeza en mi busca:
estoy tan cerca que no puedes verme,
estoy fuera de ti y a un tiempo dentro.

71
Pedro Ángel Palou

Nada es el mar que como a un dios quisiste


poner entre los dos;
nada es la tierra que los hombres miden
y por la que matan y mueren;
ni el sueño en que quisieras creer que vives
sin mí, cuando yo misma lo dibujo y lo borro;
ni los días que cuentas
una vez y otra vez a todas horas,
ni las horas que matas con orgullo
sin pensar que renacen fuera de ti.
Nada son estas cosas ni los innumerables
lazos que me tendiste,
ni las infantiles argucias con que has querido dejarme
engañada, olvidada.
Aquí estoy, ¿no me sientes?
Abre los ojos; ciérralos, si quieres."

Y me pregunto ahora,
si nadie entró en la pieza contigua,
¿quién cerró cautelosamente la puerta?
¿Qué misteriosa fuerza de gravedad
hizo caer la hoja de papel que estaba en la mesa?
¿Por qué se instala aquí, de pronto, y sin que yo la invite,
la voz de una mujer que habla en la calle?

Y al oprimir la pluma,
algo como la sangre late y circula en ella,
y siento que las letras desiguales
que escribo ahora,
más pequeñas, más trémulas, más débiles,
ya no son de mi mano solamente.

¿De dónde sale todo este río de palabras, cómo recuerdo


el borrador que escribí hace dos días, y lo reconstruyo, lo
rehago tan fácil, velozmente? Es real la frase: hay otra mano
que me guía, hay otro ser dentro de mi que me consume. És-
te es el insomnio: un deambular esquizofrénico en el que no
se sabe quién sueña y quién es el soñado porque los dos es-
tán dentro de ti, te forman. Y el insomnio no impide el rigor,

72
En la alcoba de un mundo

la búsqueda del equilibrio entre la inteligencia y la sensuali-


dad. Íntimo, habitable, sincero, el poema se vuelve un terri-
torio de la persona -no de la personalidad-, un espacio de
búsqueda, un ente que explorj Ji 1,ransición, el lazo que me-
dia el sueño y la vigilia, la noch/'y el día, la vida y la muerte.
El insomnio es su catapulta.
Viajar en el poema, nutrir la quietud, habitar la inmovili-
dad del viaje: un movimiento lento, corto, intenso. La poesía
debe tener la forma de los objetos que describe, la forma de
su pasión que ya es un viaje.
Escribir sobre el insomnio es inevitablemente hacer que
el poema tenga la forma del insomnio. Sólo así será verdade-
ro, sincero, íntimo. Aspiro a una poesía íntima, de estado de
ánimo ... La nieve es silenciosa, escribir sobre ella es adquirir
su forma, comunicar su silencio. La primavera la derrite, pero
no puede llevarse su mudez.
La noche es un agujero enorme.
Rodolfo sigue en sus juegos de política, que si Cárdenas,
que si Calles, que su amigo resucitado en la política, en el
poder. México se mueve, al alejarme lo observo: es un reptil
que se arrastra, que para evolucionar en el reino de las espe-
cies debe hacer evolucionar a sus hombres: actualizarlos, po-
nerlos al día de este vertiginoso día que es el tiempo. Abrir la
vida y abrirse a ella, a pesar de todo.
Estas palabras están condenadas, además, a ser fragmen-
tarias, como la vida misma.
Antenoche fuimos a cenar con unos amigos norteameri-
canos que estudian en Yale. La conversación era nutrida, es-
pectacular. ¿Cómo podía ser posible que en un mismo lugar
se hablara de Mann, Mahler, Nietzsche, Henry James, O'Neill,
pero lo peor: al mismo tiempo? Al poco rato dolía la cabeza;
la cultura no es una casa de citas. X dijo, Y le contestó, W
piensa, Z comenta. El exceso de nombres conduce a la hipo-
cresía: ellos dicen, yo sólo comento ... En esencia es un pro-
blema de educación, de índole pedagógica: en Estados Uni-

73
Pedro Ángel Palou

dos no se enseña a pensar sino a repetir. Yo opino, pero


como sé que otros lo hacen por mí y los uso, sería el resumen
de la conversación. Nada nuevo bajo el Sol. Rodolfo y yo de-
cidimos caminar un rato, dar vueltas por la calle antes de
meternos a la casa. Caminar es un ejercicio mental: obliga a
poner en orden. Rodolfo quería saber qué pensaba yo del
viaje, si no veía yo a México desde otra perspectiva; cuánto
me había enriquecido; cuánto no. No podía darle a leer mis
palabras escritas en estos insomnios, pero las resumí, menos
objetivas, empapadas por la nostalgia de una conversación
con un amigo, en medio de la noche, en una ciudad desierta.
Algo nuevo que surgió en mí mientras al hablar ponía en
orden mis impresiones: todos los ataques que recibimos, pri-
mero cuando éramos sólo extranjerizantes y exquisitos, luego
afeminados y por último al cierre de la revista de Jorge Cues-
ta, Examen, inmorales; todos esos ataques, decía, no iban con-
tra nosotros solamente sino también contra todos los mismos
prejuicios que encarnaba la sociedad porfiriana, con su es-
tratificación social, donde para ser aceptado la receta era se-
guir al pie de la letra el Manual de urbanidad, su falso deco-
ro, su impostada hipocresía. En los que nos atacaban estaban
latentes todos los traumas y complejos que nos hacían lo
peor para sus valores; por eso éramos objeto de sus burlas.
La actitud provocativa de algunos terminó cuando por fin
salió el número 43 de Contemporáneos y se acabó la pesadilla
que se había vuelto. Eran más las cosas que nos separaban
ya; la revista dejó de tener cohesión, no había un proyecto,
una línea que la consolidara como hubo con Ulises. Se había
acabado el periodo de grupo, empezaba el de la soledad, la
obra personal, las largas horas silenciosas y solitarias, las lec-
turas privadas. El grupo sin grupo, como alguna vez lo llamé,
se desunió, se desperdigó: los que no salieron en sus carreras
diplomáticas, se aislaron en sus puestos de burócratas; algu-
no hasta renegó de la revista y de ser escritor. El falso perio-
dismo de El Universal y sus encuestas enconaron aún más

74
En la alcoba de un mundo

nuestras rivalidades. Se acabaron nuestras reuniones en la


calle de Independencia y se terminó esa oficina destartalada,
con sillas de petatillo, que eran una ruina, preferíamos sen-
tarnos en el suelo. Y esa mesa enJP')nde nadie podía escribir;
las estanterías para almacenar' y llevar las revistas. Sobria y
seca como nuestra amistad resquebrajada. Sólo las alianzas
internas, los pactos de sangre previos a la revista, ésos queda-
ron intactos. Rodolfo preguntó si estaba yo decepcionado en-
tonces. No, porque nuestro trabajo en grupo dejó frutos, la
generación que nos continúa ya tiene su revista, o ya la tuvo,
y en ella -aunque a veces se nos contradiga- se nos con-
tinúa. No todo fue en vano. Duele la ausencia de amigos.
¿Eran todos realmente amigos?

El insomnio se empieza a vencer, agraciadamente. El fantas-


ma del sueño ronda en mis párpados ya pesados, semicerra-
dos. Nada hay que consuele esta existencia que el insomnio
divide en dos, que petrifica, que separa. No es la falta de
unión entre soñar y ser soñado, ser o no ser realidad. Es la
duda, la melancólica avaricia de saberlo todo, de entenderlo
todo. Es la incertidumbre, el miedo, la angustia: es la cólera,
la ausencia, el frío.
Recuerdo mal la forma del día, habito la noche. La lumi-
nosidad del Sol me empaña la visión, aplasta los colores. En
las noches es más fácil la memoria. El negro lejos con el
cielo, detrás de las capas de niebla, de frío. Denso, opaco, el
halo de la noche cubre el mundo. Un cielo triste, que obliga
a verlo en oleadas, chorros de agua. Trombas de luz despren-
didas de la Luna. Silencio. Quietud. La noche cabe en la
palma de mi mano. La tomo. La duda se vuelve una palpi-
tación que conjunta la blancura de la noche con la negrura
de la Luna e ilumina el pulso acelerándolo. Cada noche es un
mundo. Cada noche es diferente. Cada noche dura un tiem-
po distinto. Cada noche tiene un sonido diferente: de ladrido

75
Pedro Ángel Palou

de perro, de llanto de mujer, de alegría de ebrio, de silencio de


alma. Las noches se hablan, se contestan de estación a esta-
ción. Nunca se consumen: su tiempo y su espacio son el
cuerpo de un hombre flaco, solitario, malhumorado: insom-
ne, ojeroso. Un día la noche no será: estará.
En la noche no cabe ser mustio, mentiroso. El cielo todo
lo sabe. La Luna conoce todos los sueños. La noche es cóm-
plice del secreto de los cuerpos que se rozan, del amor que
no se puede dejar en otro país y persigue, ata, envenena,
acecha. El amor, la separación, la ausencia. El amor como
algo demasiado nuevo, demasiado fuerte aún. El amor, dema-
siado terrible separarse. Cuerpo, alma. Eso es lo que veo, en
el desierto de mi insomnio. Mi vida se aparece en trazos: am-
plia, dolorosa, viva ...

Mira, jovencito, ustedes son muy idealistas; a su edad yo lo


era también, 14 pero con los años se da uno cuenta de que el
mundo ya está hecho, las opciones creadas, los espacios cerra-
dos. Ser jóvenes no es ningún consuelo: se los usa como carne
de cañón, se les programa para incorporarse a un Estado que
no cambia, aunque el poder pase de unas a otras manos. ¿Crees
en tu país, en la Revolución, en el Progreso? Claro que sí, por-
que has sido educado para eso, pero estás metido dentro de
una gran ilusión ¡Qué carajo le importas tú al país, a la Revo-
lución, al Progreso! No te culpo, cuando los de mi generación
éramos jóvenes nos pasó igual: creímos para ser usados. La ju-
ventud es esencialmente contradictoria. El ser humano es una
mierda plagada de contradicciones. Cuando envejeces te das
cuenta, niñito, por fin, del abismo que separa tus sueños e ju-
ventud de tus realidades y miserias. Los jóvenes sufrieron, su-
fren y sufrirán. A tu edad interiorizamos las contradicciones de
esta vida, aunque cualquier camino que se emprenda será final-
mente arrebatado. Yo pertenecía, como me preguntas, un poco
de forma marginal, al grupo de Contemporáneos, conocía a
Xavier, publiqué con Jorge Cuesta en Examen y por culpa de
mi novela Cariátide cerraron la revista, así que ya ves si tengo
armas para hablar, no me faltan argumentos. Todos nosotros
apostamos todas las cartas, ¿sabes?

76
En la alcoba de un mundo

Queríamos ver sobre la tierra, sobre México, el paraíso, la


realización de la cultura y el arte; queríamos transformar el
mundo desde sus raíces. Defendíamos a capa y espada ese de-
recho: éramos jóvenes, qué carajo. Creo que fue a partir del cie-
rre de Examen cuando nos di'frts,s-euenta, al fin, de nuestra va-
na ilusión. Jorge se suicidó 10 años después, cortándose los
genitales. Fue monstruoso, pero quizá necesario. Él era el más
lúcido de nosotros; no esperó a que la vejez lo venciera. Se
sabía dentro de un mundo de muerte, equivocado, injusto. Su-
po que no podría cambiarlo solo. No se puede decir que murió
joven, él había envejecido mentalmente, era terriblemente in-
teligente, era un enemigo. Por eso lo criticaron tanto, lo cerce-
naron, lo castraron; no podían darse el lujo de aceptarlo. Nun-
ca estuvo con nadie; hablaba de la crisis crítica, de la muerte
del arte, de una sociedad que no lo necesitaba, donde la poesía
no era sagrada, sino más bien prescindible. Al menos que fuera
para propaganda, entonces sí le era útil a la Revolución, al
Progreso. ¿Entiendes, chingaos, entiendes?

Su mirada es lacónica; su cuerpo envejecido se cierra so-


bre sí mismo como un caracol. Toma ron desaforadamente.
Estamos en Cuautla, en un "Encuentro de narradores" don-
de le ha mentado la madre al Presidente. Nada le importa ya,
sigue siendo fiel a su afán provocativo; el mismo con el que
construyó Cariátide y se burló de una sociedad mojigata,
reprimida.

Así es jovencito, Xavier también terminó mal, harto del mun-


do, de su país; descontento de la vida, de todo. Yo creo que se
suicidó. Eso fue ocho años después de que Jorge decidiera
matarse. Ser poeta era un ejercicio de la voluntad; para ellos
era también mantenerse fieles a sí mismos. La Libertad y la
Salvación -si es que existen- estaban en ellos mismos, no en
la sociedad ni en el arte siquiera. Antes de que desvaríe, por-
que a los viejos se nos van las palabras, déjame decirte que por
eso eran totalmente comprensibles las crisis de Xavier (o el
hecho de que el trabajo de Jorge nunca en su vida se haya reu-
nido en un libro, porque era fragmentario, dispar). En noso-

77
Pedro Ángel Palou

tros, a diferencia de todos los convencidos de la Revolución y


el Progreso, se daba esa comprensión que da ser poetas y a la
vez no querer serlo: negar la posibilidad, atacar de tajo el ho-
rror que es el desierto de una página en blanco. Luchábamos
contra la poesía no por ir en contra de nosotros mismos, sino
para evadir toda responsabilidad de situar la ausencia de sue-
ño, lo imposible de la vida, frente al rostro de los demás. Tam-
bién ésa era la razón por la cual nos enfrentamos a un mundo
supuestamente proletario, de salones de baile, <lanzones, revis-
tas frívolas; eran contrapartidas de ese exceso de lucidez que
sólo podía conducir a la locura, al silencio, a la muerte. ¿Para
qué te lo digo si tú no entiendes un carajo?

dice Rubén Salazar Mallén mirándome como a un insecto


y apurando su trago de ron; luego, para que no dude que es
tan disidente como sus amigos, me pide: "Vámonos de pedo,
ya no aguanto esta silla." Y echamos a andar por las cantinas
de Cuautla; esa ciudad misteriosa y cerrada, provinciana y
antigua donde Xavier iba de vacaciones con su mamá. Antes
de dejarlo en la puerta de su cuarto del hotel, y sin saber que
su muerte me privaría de volver a verle, me dijo: "Mira, jo-
vencito, a la mierda la poesía: la vida está ausente, déjate de
pendejadas", y me dio un abrazo que iba a ser un adiós.

-¡Carajo! -ronronea el hombre grande, estupefacto. El obre-


ro se echa a reír-. Éste es un chingón que hasta los elotes mas-
ca -maúlla quedamente.
Estalla un escándalo. Dos hombres jalonean a una mujer
que se resiste a ir con ellos. Chilla y patalea.
-¡Cabrones! ¡Suelten, cabrones! -bufa. Pero la vencen,
la arrastran. El peludo sonríe.
- ¡Bah! -piensa-. ¡Ni que fuera señorita! ¡Todas las
vergas son iguales!
Cariátide, 1932

jamás en la historia de las letras impresas en México se ha-


bía estampado un lenguaje de tal procacidad ni de la más cíni-
ca expresión.

78
En la alcoba de un mundo

un incalificable desacato a los más rudimentarios principios


de decoro, con expresiones de una crudeza tal que se resistiría
a repetirlas el más soez carretonero.
,. ·v ..,
Licenciado José Elguero, en su exhortación y denuncia al Co-
mité de Salud Pública sobre quien financia el pasquín titulado
Examen. 15

"Procederemos conforme a la Ley", procurador del Distrito, li-


cenciado J. Trinidad Sánchez Benítez.

Jamás en la historia del periodismo mexicano habíanse dado a


la luz pública palabras más soeces como las que leímos en la
novela de Examen. Ni en los teatros de la más baja categoría,
destinados a representaciones obscenas, se pronuncian voca-
blos tan canallescos y mal sonantes, y sería necesario buscar un
léxico igual en las pulquerías y en los lumpanares de la ciudad
[ ... ] Se trata de un verdadero delito y de poner a salvo la mo-
ralidad y la decencia gravemente ofendidas.
Excélsior

En todos los tiempos y en todos los países el pueblo ha sido


objeto de la atención de sus escritores. Mejor que desterrar de
la literatura que retrata el léxico que usa el proletariado, sería
suprimir la condición de proletario que sufre el pueblo que el
escritor no hace sino retratar.
Es imposible suprimir la influencia del texto que dimana
tantos factores represivos Y que no son sino un pobre y dolo-
roso escape de la miseria, si ha de haber literatura sobre el
pueblo, y es necesario que la haya. Existe una gran diferencia
entre las palabras folklóricas y la verdadera procacidad como
ya existe entre el legítimo ejercicio sexual y la prostitución
reglamentada.
Examen (una carta de su consejo de redacción al
procurador del Distrito)

¿Dónde está la belleza literaria de estos escritores? ¿Dónde el


arte que blasonan? Para despertar su inspiración han tenido

79
Pedro Ángel Palou

necesidad de acudir a esas letrinas de nuestras vecindades a


que antes nos referíamos [. .. ]
Puede calcularse lo que será de la República con esas
inundaciones que vienen de las letrinas literarias. Es el resulta-
do del afeminamiento de las letras. Éstas, para ser robustas,
necesitan siempre un ideal superior propio de los hombres.
El Naciona/ 16

Cuesta lo resume biee:

Es por esto por lo que el arte se ha convertido en abastecedor


de realidades, como si la realidad nos hubiese fallado de repen-
te. Es el arte lo que nos ha fallado desde entonces. Incapaces de
vaciar en sus obras las ideas y sentimientos que suplan nuestra
miseria interior y, abandonados a nuestra propia realidad, exi-
gimos a la obra de arte que nos traiga otra versión del mundo
que nos permita despojarla y atribuírnosla momentáneamente,
aunque sea para abandonarla enseguida.

-¿ Y existe una crisis en nuestra supuesta literatura de


vanguardia?
-Somos pesimistas por la época pero apasionados de la
vida, entonces, no podemos dejar de sentirnos satisfechos de
un trabajo que ha recuperado lo mejor de la literatura mun-
dial para México, y que además la ha difundido.
-¿Se consideran vanguardistas?
-Sí, pero en el entendido de que el amor loco es van-
guardista, la pasión y la entrega, pero el matrimonio es con-
vencional, si de algo sirve la metáfora.
-¿ Y qué puede decirnos del cierre de Examen?
-Responde a una campaña contra el licenciado Bassols
que se apoya en nosotros -que siempre hemos sido objeto de
los más virulentos ataques-, y en Jorge, que es el más lúcido
y el más incómodo para las buenas conciencias. Cuesta vive la
vida como un juego en donde las contradicciones tienen un
especial placer. Su filosofía de la vida está fuertemente ligada
a la soledad, al escepticismo. Su existencia es a veces solipsis-

80
En la alcoba de un mundo

ta; apunta, en otros casos, a hacerse real apuntalándose tan


sólo en el vacío espiritual que lo rodea.
-¿Será ese retraimiento la principal objeción que inter-
ponen sus detractores? ,, !,, ,.
-Sí, porque esa posición -incómoda para el poder esta-
blecido, para la izquierda y la derecha, no es permisible. Él
opta por lo que llama una crisis crítica, y su soledad es una
respuesta a la inútil socialización que vive el país.
-¿Comparte usted esta posición?
-Para nosotros la pregunta básica sigue siendo cómo
habitar solitariamente el mundo; parece que en esta historia
que es más olvido que memoria, la única salida -por eso
comparto la idea de Jorge- es el camino individual.
-¿Su escepticismo los hace no creer en nada?
-Nuestra historia como grupo sin grupo, que alguna vez
llamé, es la historia de un desencanto; la soledad, aboliendo
toda esperanza entonces es el fruto de la experiencia.
-No le entiendo bien ...
-Es bastante claro; si este mundo es incorregible, el po-
der sólo cambia de manos, entonces es que seguimos siendo
imperfectos y debemos aceptar esa condición humana que es
encerrarse en uno mismo.
-¿Aunque sea muy egoísta?
-Sí, pero no es un encierro de ermitaño medieval, de
místico que sueña sólo con el contacto divino; es el encierro
que piensa en la crisis y la racionaliza, que hace una crisis crí-
tica de su mundo.
-Y ese drama de la humanidad, del que usted habla ...
-Es un drama que nos arrastra irremediablemente. Es
una forma de vivir en el desencanto.
-Gracias.

Pasaban de las 11 de la noche y la neblina y el frío conjuraban


todas las pesadillas. Las nubes apiñadas esperaron paciente-

81
Pedro Ángd Palou

mente a que Xavier y Jorge salieran del estudio, y caminaran,


hasta llegar a la avenida Juárez, frente al hotel St. Francis,
simplemente por dar la vuelta. Cuesta acababa de ser absuel-
to en el proceso de la revista y lo festejaba con una sonrisa
inconforme y con un cierto lloriqueo en ese ojo siempre más
alto que el otro. Flacos, los dos hombres caminaban con des-
gano, para ambos empezaba a hacerse patente una decepción
que se había ido generando poco a poco y que el problema de
la revista no había hecho sino acentuar. No hay espacio, no se
respira, hay que encerrarse, parecen decir los dos mientras se
dirigen con pasos cortos, meditados, a buscar a Rubén Salazar.
¿Quién les quita lo patéticos, quién apuesta por ellos ahora?
La ciudad se encargaba de devorarlos. La juventud empezaba
a quedarse atrás, no con sus preguntas y sueños sino con su
pasión por modificar, transformar. Si algún transeúnte fijado
nos hubiera podido describir los rostros de estos hombres, sin
duda hubiera mencionado que eran dos fracasados. Nada me-
nos cierto y, aunque suene contradictorio, nada más real. Cues-
ta poco a poco se iría apagando, Xavier empezaría sin tregua
una vida pública, de teatro. Enfundado en su gabán de crítico
no dejaría una exposición de pintura, una película, un libro:
lo criticaría todo. Xavier llegó a ser una moda en los círculos
intelectuales. Entraría a los cines con Dolores del Río, enca-
bezaría con Agustín y otros las listas de críticos, de hombres
comprometidos con el arte. Nunca más que en estos años Xa-
vier tomó el arte como un escape de la realidad. La poesía fue
su compañía, con la que a solas hablaba con el mundo. El
mundo su pesadilla. Y luego siempre la duda: el que nada se
oye es o no realidad. Mientras hemos discutido todo esto ya
entran a la carpa, ya disfrutan de la música, se dejan ir en los
contoneos de Tongolele, acompasados por el ritmo del Cara
de Foca, Dámaso Pérez Prado. El mambo se vuelve su reali-
dad y la viven, la gozan, amueblan el mambo con sus cuerpos:
son el ritmo y sus caderas lo sienten. La música sigue siendo
el reducto de sus almas. Un espacio, al menos.

82
En la alcoba de un mundo

Después de la subasta, una vez que todos los jugadores han


hablado, ya sea indicando palo o diciendo "Paso", el abridor
conoce con cierta aproximacipÍYet reparto de puntos y debe
plantearse (si la respuesta de su compañero no es de /orcing)
la conveniencia de seguir pujando para mejorar el contrato y
llegar, si ello es posible, a manga.
Lo primero que el abridor ha de saber es que con al me-
nos 26 puntos (conjuntamente) existen posibilidades de con-
seguir game jugando a ST, pica o corazón. Y que si el contra-
to es de diamantes o tréboles, se requiere un mínimo de 29
puntos. Sin embargo, no basta la puntuación, debe haber un
/it, es decir, las dos manos han de completarse (por ejemplo
N, posee las cartas A, Q, XX del palo tréboles y su compañe-
ro las K, 10, XX en el mismo palo).
Una última cuestión: anunciar por segunda vez un palo
significa que de él se poseen, al menos, cinco cartas.

5. No estará admitido el nombre, en sociedad, de los diferentes


miembros o lugares del cuerpo, con excepción de aquellos que
nunca están cubiertos. Podemos, no obstante, nombrar los pies,
aunque de ninguna manera una parte de ellos, como los dedos,
las uñas.
9. Respecto de las interjecciones y de toda palabra con que
hayamos de expresar la admiración, la sorpresa o cualquier
afecto del ánimo, cuidemos igualmente de no emplear jamás
aquellas que la buena sociedad tiene proscritas, como caramba,
diablo, demonio, y otras semejantes. 17

83
V. (De un cua;Jerno
},Is,,.,. de viaJ'e)

San Francisco, julio 3 de 1936

Mucho que escribir, poco tiempo, nada de ganas para hacer-


lo. Dejé Yale, a finales de mayo; el 18,estuve en Nueva York
para ultimar los detalles de un viaje lindísimo, en tren, pasan-
do por grandes estaciones y deteniéndome en varios lugares
que quería conocer: Filadelfia, Carolina del Norte, Nueva
Orleáns, donde me quedé una semana, Nuevo México, Pasa-
dena. En esta última ciudad, que ya queda a unos cuantos
minutos de Los Ángeles, pasé el mayor tiempo estudiando en
el teatro Gilmour Brown, tal y como la fundación lo propuso.
En marzo, por cierto, se representó en ese teatro aquella obri-
ta mía: Parece mentira, en inglés, por supuesto.
Lo peor de la huida de Yale: noticias, algunas, de mis fa-
miliares en México; volver a verlos, además. Luego el desa-
rraigo nuevamente, la angustia del viaje y por último las es-
pantosas despedidas. Últimamente he escrito en esta horrible
máquina de Rodolfo que hace un ruido insoportable; la mía,
ociosa y arrinconada desde el principio del viaje en el que se
le acabó la cinta y no quise cambiarla. Estoy neurasténico.
Cine: un último consuelo, Gary Cooper y Mr. Deeds va a la
ciudad. Un último paisaje de Vale, también: árboles llenos de
magnolias y lilas, aunque si yo atribuía el frío como pretexto
para beber, se ve que todas las estaciones son difíciles; en ple-
na primavera los estudiantes seguían llegando a clases sonám-
bulos, dormidos. Las aspirinas fluyeron como gotas de rocío.

85
Pedro Ángel Palou

Prensa de México, ya tan cercano: Lombardo vocifera que


Jesucristo no le contesta aquella carta abierta que le ha man-
dado. Además, a algunos políticos los han operado de apen-
dejitis. Calles está fuera de México, expulsado por su gran
amigo, el presidente Cárdenas. ¿Se acabó el caciquismo?
Recuerdo gastronómico: lo que la gente gasta de tiempo
en México para comer prójimo, aquí lo ocupan en devorar
hamburguesas.
De Pasadena iba a Los Ángeles todos los fines de sema-
na, a las playas en la mañana y a los night clubs al anochecer.
Descansaba tomando cerveza para ascender al cielo de mi
cuarto, en el noveno piso. Los Ángeles son azules, en esa
magnífica ciudad de la noche escribí:

NOCTURNO DE Los ÁNGELES

A Agustín Fink
(mí cicerone sorprendido de
cómo solté el hilo del ovillo)

Se diría que las calles fluyen dulcemente en la noche.


Las luces no son tan vivas que logren desvelar el secreto,
el secreto que los hombres que van y vienen conocen,
porque todos están en el secreto
y nada se ganaría con partirlo en mil pedazos
si, por el contrario, es tan dulce guardarlo
y compartirlo sólo con la persona elegida.

Si cada uno dijera en un momento dado,


en sólo una palabra, lo que piensa,
las cinco letras del DESEO formarían una enorme cicatriz
[luminosa,

una constelación más antigua, más viva aún que las otras.
Y esa constelación sería como un ardiente sexo
en el profundo cuerpo de la noche,
o, mejor, como los Gemelos que por vez primera en la vida
se miraran de frente, a los ojos, y se abrazaran ya para siempre.

86
En la alcoba de un mundo

De pronto el río de la calle se puebla de sedientos seres,


caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas,
forman imprevistas parejas.< ·v ...,

Hay recodos y bancos de sombra,


orillas de indefinibles formas profundas
y súbitos huecos de luz que ciega
y puertas que ceden a la presión más leve.

El río de la calle queda desierto un instante.


Luego parece remontar de sí mismo
deseoso de volver a empezar.
Queda un momento paralizado, mudo, anhelante
como el corazón entre dos espasmos.

Pero una nueva pulsación, un nuevo latido


arroja al río de la calle nuevos sedientos seres.
Se cruzan, se entrecruzan y suben.
Vuelan a ras de tierra.
Nadan de pie, tan milagrosamente
que nadie se atrevería a decir que no caminan.

¡Son los ángeles!


Han bajado a la tierra
por invisibles escalas.
Vienen del mar, que es el espejo del cielo,
en barcos de humo y sombra,
a fundirse y confundirse con los mortales,
a rendir sus frentes en los muslos de las mujeres,
a dejar que otras manos palpen sus cuerpos febrilmente,
y que otros cuerpos busquen los suyos hasta encontrarlos
como se encuentran al cerrarse los labios de una misma boca,
a fatigar su boca tanto tiempo inactiva,
a poner en libertad sus lenguas de fuego,
a decir las canciones, los juramentos, las malas palabras
en que los hombres concentran el antiguo misterio
de la carne, la sangre y el deseo.

87
Pedro Ángel Palou

Tienen nombres supuestos, divinamente sencillos.


Se llaman Dick o John, o Marvin o Louis,
En nada sino en la belleza se distinguen de los mortales.
Caminan, se detienen, prosiguen.
Cambian miradas, atreven sonrisas.
Forman imprevistas parejas.

Sonríen maliciosamente al subir en los ascensores de los


[hoteles
donde aún se practica el vuelo lento y vertical.
En sus cuerpos desnudos hay huellas celestiales;
signos, estrellas y letras azules.
Se dejan caer en las camas, se hunden en las almohadas
que los hacen pensar todavía un momento en las nubes.
Pero cierran los ojos para entregarse mejor a los goces de su
[encarnación misteriosa,
y, cuando duermen, sueñan no con los ángeles sino con los
[mortales. 18

El deseo fluye como lo único importante y hace que la


ciudad, fea en el día, se transforme.
En Pasadena, mucho teatro, la parte griega de Shakes-
peare, una verdadera lucha, en este grupo se trabaja sin can-
sancio, todos los días, pero inevitablemente hay un dejo de
cursilería que anuncia la cercanía con México.
Otro anuncio: el consulado en Los Ángeles, atendido por
un negrito de Guerrero, cursi, romántico, orador, proletario
y caballo al mismo tiempo que cónsul, como aquel de Ca-
lígula.
Y ahora: San Francisco, la menos franciscana de las ciu-
dades del mundo.
Y ahora: robándole al día el sueño que no concilio en las
noches, temo llegar a México como la sombra de un fan-
tasma.
Presión, tiempo extraordinariamente móvil, ciudades y ciu-
dades, amigos, y nuevos conocidos. Me doy miedo. ¿Qué

88
En la alcoba de un mundo

pasará con mi regreso? No pienso, intento no hacerlo, acerca


de México, del destino que se me depara. Si no voy a contra-
decirlo para qué hacer predicciones sobre el futuro quesean-
toja a un paso, cercano, azul, cqmo el mar. Sí: inmenso como
el mar. ,,, Y ..,
Estoy desnudo. Los nervios no me dejan. El deseo de es-
cribir al fin qué me pasa, dónde estoy, qué pienso, puede más
que mi cansancio.
La vida no se detiene ni un momento, nos llega por frag-
mentos a veces irreconciliables, absolutos. Me han contado
que Agustín y Salvador se pelearon, espero que sus diferen-
cias hayan desaparecido con mi regreso; no soportaría sepa-
rados a dos de mis mejores amigos.
El día 20 salgo a México, vuelve el desarraigo. Ya lo de-
cía, salir para añorar el paisaje del lugar al que se huyó, es es-
tar condenado al naufragio absoluto de la existencia.
No sé más quién soy. ¿Estoy liberado, soy otro? El Xa-
vier de ayer y el de mañana admiran, aplauden, envidian, todo
al mismo tiempo, juntamente, al Xavier de hoy que ha supe-
rado algunos de sus complejos y temores que lo ataban irre-
mediablemente al secreto.
¿No es un vano optimismo, no voy a regresar acaso al
mismo lugar que me desató la rabia, que decepcionó mi ser?
Viejo, joven, inteligente, como nunca antes. El regreso es
irremediable, es la única forma de cerrar el círculo sin que-
dar fuera de él, lo cual sería condenarme al silencio y a la
muerte.
El insomnio no me deja, es un fantasma, ahora recuerdo
algo que escribía casi al llegar a New Haven:

hay que perderse, es preciso hacerlo para dar al fin con uno
mismo. Ni escribir, ni leer: un único viaje inmóvil alrededor de
esta alcoba habitada por la sombra. Así, esta travesía sin nom-
bre se volverá búsqueda, indagación, pacto: preámbulo necesa-
rio. Ni un pensamiento, ni un movimiento. Renunciar incluso a

89
Pedro Ángel Palou

la charla o la comunicación epistolar y entrar entonces, por


una especie extraña de amor propio, a un estado de lucidez
sólo comparable con el sueño.

¿Lo habré cumplido? ¿He logrado ese viaje de quietud


por mí mismo: encuentro, salvación, crecimiento?
Este náufrago regresa. Eso es todo. Va a enfrentarse al fin
con el verdadero soporte de su vida -¿para qué escapar de
nosotros mismos?-, la única forma de que el sueño y el al-
ma que pelean se unifiquen sin fragmentos de locura.
Un náufrago que regresa -sin estar derrotado- al asi-
dero de su realidad ...

90
Segunda versión <je.Jos hechos:
1936:1949
el que nada se oye
aun cada hombre mata las cosas que
ama, el cobarde lo hace con un beso, el
hombre bravo con una espada.
ÜSCAR WILDE
Sirvió de mucho el viaje a Cuautla, porque, salvo demasiado
desorden en el "Encuentro de narradores" 1 pude discutir
con Salazar Mallén acerca de México y de Villaurrutia. No sé
cuánto de lo que pienso ahora se debe a mis lecturas o a esa
charla, pero en este cuaderno de notas voy a intentar recupe-
rarlo para la próxima novela, que debería llamarse el que nada
se oye, tomado de un verso de Villaurrutia. Suficiente prólo-
go. Mejor empiezo: creo que hay tres sucesos en la historia
de México que se unen formando una trenza; tres momentos
que se tocan y confunden, que se repelen y excluyen, pero
sin los cuales sería imposible comprender la vida que los ha
continuado. El primero es en La Bombilla; la orquesta típica
de Esparza Oteo tocaba "El limoncito", Obregón era nueva-
mente el triunfador, había logrado que Calles modificara la
Constitución para poder reelegirse y ahora era fuerte de nue-
vo, señor máximo de los destinos de México. Su victoria so-
bre las circunstancias era aclamada en ese banquete. Intentaba
incluso rejuvenecer, aunque desde que le habían amputado el
brazo perdió el equilibrio cayendo en un abismo. El contacto
salado y amargo con el poder volvía ese hombre prematura-
mente un anciano sin serlo.
Mientras esto sucedía, un hombre pálido, desgarbado, se
acercó al presidente electo mostrándole unos dibujos que lle-
vaba en las manos; Obregón estaba que no cabía en sí y vol-
teó a ver lo que sería su retrato, sin importarle el mundo, sin
preocuparse del atentado reciente, aún sintiendo que lo iban
a matar. León Toral -el de los dibujos- sacó entonces la pis-

95
Pedro Ángel Palou

tola descargando mientras el manco de Celaya se desplomaba


herido de muerte. Los amigos empezaron a golpear a Toral y
éste, después de ser encarcelado, escupido lastimado por los
obregonistas, ya casi sin vida, exclamó: " ¡Viva Cristo Rey! "
Este hecho, si bien debilitó por completo al gobierno y
puso en jaque piezas que ya habían sido apostadas, dejó en
México a un Calles solo, fuerte, y con las riendas del poder
bien sostenidas. A ese gobierno tras la silla se le conoce como
Maximato. Pero el segundo hecho de esta tríada llega cuando
sube al poder su íntimo Lázaro Cárdenas, el divisionario de
Jiquilpan, que acababa de dejar la presidencia del PNR (Parti-
do Nacional Revolucionario), el gran unificador de la familia
revolucionaria. Este puesto le había permitido a Tata Lázaro
darse cuenta del poder de las instituciones sobre los hom-
bres. Calles iba a Estados Unidos, regresaba a su hacienda El
Tambor y, enardecido por sus seguidores, regresaba a México.
En su país se manifestaban en contra del gobierno y quería
seguir siendo el jefe máximo de la Revolución. Las declara-
ciones de Calles subían de tono y le empezaban a costar el
poder, aunque él no se daba cuenta. El 9 de abril de 1936, a
las 11:30 de la noche, el general Navarro, acompañado de
unos 20 soldados del decimonoveno regimiento, y de ocho
agentes de la Jefatura de Policía, se presentó en la hacienda
Santa Bárbara, situada sobre la carretera a Puebla y rodearon
la casa campestre del general Calles. Éste, al ver entrar en su
dormitorio al general Navarro, puso a un lado su ejemplar
empastado en rojo de la biografía de Hitler, Mein Kamp/, que
estaba leyendo y dijo: "A sus órdenes" "Por mandato del se-
ñor presidente de la República, queda usted arrestado -con-
testó Navarro--, "deberá usted abandonar el país a las siete
de la mañana, para lo cual dispondrá de un avión especial
que lo conducirá hasta la frontera." Navarro no ocultaba, ni
con tanta solemnidad, su nerviosismo. Calles entonces habló
de nuevo: "¿Puedo preguntar la razón de la orden?" "Las con-
diciones del país así lo exigen", repuso Navarro, y entonces

96
En la alcoba de un mundo

el ex presidente sentenció: "Me considero su prisionero" Na-


varro salió del dormitorio y sus hombres rodearon la casa. A
las seis de la mañana volvió por él para llevárselo al aeropuer-
to. Con esto, Cárdenas afianzó un poder que la aplacada re-
belión de Cedillo y la expropiáéf<Srr petrolera reafirmarían.
El tercer acto que cierra la trenza se da en la sucesión del
presidente Cárdenas. Aún ahora la historia se pregunta el por-
qué del preciso acto que hace a Cárdenas renunciar a la con-
tinuidad de su proyecto reformador en el que se sustentaba
institucionalmente la Revolución, para descartar a su amigo
Francisco Múgica y destapar como su sucesor a un moderado,
el general Manuel Ávila Camacho. Cárdenas al ser inquirido
posteriormente justificaba su decisión diciendo que los pro-
blemas internacionales así lo requerían y que no quería que
las fuerzas externas actuaran en contra de otro sucesor radi-
cal. ¿Qué quiso decir?, ¿que había cedido a la presión de Es-
tados Unidos ante la inminencia de la segunda Guerra Mun-
dial?, ¿Roosevelt así lo quiso? La incógnita no puede ser
despejada, pero lo cierto es que Ávila Camacho no toleró los
desvíos del gobierno cardenista y neutralizó a los intelectua-
les reincorporándolos al Estado -y a algunos haciéndoles
asumir labores de partido- en diversas dependencias. Desde
ese momento los gobernantes de México, a imagen de Ávila
Camacho, no han hecho sino conciliar intereses aun cuando
aquéllos no estén de acuerdo ni con el partido, ni con la Re-
volución que se murió en ese mismo momento. 2
Pero este proceso, que ya había comenzado con la muer-
te de Obregón, el exilio de Calles la atenuó y la elección de
un conservador -moderado y timorato- lo justificó.
Creo oír a Rubén Salazar Mallén que me dice todo esto
tomando ron. La historia es memoria y olvido. Hoy recorda-
mos a Obregón, a Calles y a Cárdenas tal y como el poder
oficial quiere que los retengamos. Héroes que no van al baño
y que no aman locamente ... Su lugar es inhumano, inaccesi-
ble y, por lo tanto, el del olvidado.

97
IT.
:, J; ..,

En sus Suspiria de Pro/undis, Thomas de Quincey acuñó el


término involutas, que eran para él cristalizaciones de recuer-
dos concatenados por asociaciones libres, o, para decirlo de
otro modo, que nuestras ideas y sentimientos más profundos
llegan a nosotros en intrincadas combinaciones de objetos
concretos, en experiencias compuestas de partes inseparables,
mucho más de los que nos llegan directamente y en sus pro-
pias formas abstractas. Con esta teoría, Quincey trataba de
explicar(se) por qué la muerte es más dolorosa en verano que
en las otras estaciones. Nada más ajeno a Xavier que las
ideas, las escuelas y los sistemas, de los que desconfiaba enor-
memente; sin embargo, para él también los sentimientos, las
sensaciones, llegaban en involutas. Ante el estímulo de ciertas
páginas de Gide venía la amistad, la tertulia, los primeros es-
carceos eróticos, alguna confusión amorosa. Ante el jazz, en
cambio, se enfilaba una sensación de madurez seguida de un
amor estable -con todo lo que tiene de duda, de cólera se-
creta con Agustín. Ante los días helados con niebla, venían las
épocas de clausura de Examen, venía la impotencia, la pluto-
cracia zafia, el desencanto.
Para él, la neblina y el frío eran sinónimos de desarraigo,
de desasosiego. La trenza de obstáculos que estancaron la
Revolución: la muerte de Obregón, la expulsión de Calles y
la sucesión de Ávila Camacho no eran para él hechos aisla-
dos, separables, analizables como objetos reales. Eran la repre-
sentación más clara de ese desencanto.

99
Pedro Angel Palou

La niebla, el frío, la muerte, el más alto grado de decep-


ción, eran una involuta.
Otra podía ser la pereza, la asedia: periodos de esterili-
dad en los que la página en blanco se le presentaba como un
territorio de fatiga, de abulia. Todos éstos se unen con una
idea de viaje inmóvil que tanto hemos expresado: un naufra-
gio desde la alcoba. Y por tanto, al insomnio, a la duda. La
noche trae consigo, para Xavier, inevitablemente, un saco lle-
no de desolación, de tedio. Desesperante abulia interior, otra
in voluta.
Y alguna ligada con los sábados, quizá no tan importante
pero real y existente, que ligaba ese día con un cúmulo de
experiencias relajantes: tenis, natación, bridge: entrega a un
mundo lúdico e irreverente. El sábado también le recordaba
la calle de Mina de su infancia y los juegos con sus hermanas,
a aquella tarde en que se le escapó el deseo adolescente atra-
pado derramándose como un acto de escritura automática.
¿Se llamaba Teresa aquella muchacha que causó ese dejarse
ir en un solo tiempo, sin compás ni ritmo?
En cambio, el tren, con su monótono ruido que arrulla y
va diciéndole: eres-eres-eres-eres no-eres-no-eres-no-eres, le
trae inevitable y mágicamente a su madre, aquellas tempora-
das de vacación en Cuautla. El tren es sinónimo de búsqueda,
de pasión, de entrega.
Es una involuta del retorno al seno materno, es una pro-
tección inefable, un arrullo incansable. Madre e hijo reunidos
por un transcurrir monótono, acompasado, lento. Una espe-
cie de entrega sexual sin mancha, inocente. ¿Xavier pensaba
que la inocencia no puede ser cruel? ¿Se daba cuenta de la
crueldad de su recuerdo?
No es posible, las involutas escapan a las ideas y las refle-
xiones son simples cadenas de sucesos, emociones, sensacio-
nes que se unen en la mente porque han quedado indelebles,
marcadas ahí, y no hay otro escape que dejarse ir en ellas.
¿Y la involuta del tiempo?

100
En la alcoba de un mundo

El tiempo en el recuerdo se divide en dos partes. Un tiem-


po lineal que no es otra cosa que lo cotidiano, la repetición del
instante, la costumbre. Plano, nada poético, es el tiempo de
la vida exterior, para Xavier, de la vida en México.
Sin embargo, en su viaje a:'~l¿' apuntaba que ese tiempo
se puede volver, si no circular, sí elástico y multiforme. Es un
tiempo con subidas y bajadas, es lo cotidiano y lo mágico, lo
real y el sueño, el recuerdo y el día que transcurre lento y rá-
pido y nuevamente lento. A la velocidad del tiempo interior.
¿ Y a su regreso, no se confunden esos dos tiempos en
uno solo? Sí, en el tiempo de las involutas, en el que para exis-
tir Xavier necesita de todos los componentes de su existencia
vivos, al mismo tiempo, no separados, lo cual conduciría a la
locura, sino concatenados, fluidos, como los minutos, como
las horas.
Para soportar a México se ha creado -no sólo Xavier-
un tiempo artificial, un refugio de recuerdos. Nada nostálgi-
co, porque no rememora el pasado, sino vívido, porque es un
presente sólo así concebible.

101
III

En los últimos años de la década de los 30, a pesar de que el


grupo estaba desperdigado, que cada quien realizaba labores
independientes y se habían ocultado -la mayoría- en sus
puestos burocráticos, aún realizaban espléndidas comidas
mensuales en El Cisne, un restaurante a la entrada del bos-
que de Chapultepec. Mientras degustaban comida española:
caldo gallego, paella valenciana, riñones encebollados, callos
a la madrileña, que eran las especialidades, y apuraban inter-
minables botellas de vino tinto, platicaban de innumerables
temas; ahí estaban Ortiz de Montellano, Torres Bodet, José
Gorostiza, Elías Nandino, Samuel Ramos, Enrique González
Rojo, Octavio G. Barreda, Jorge Cuesta y Xavier. Gilberto
Owen ya vivía en Colombia. El grupo no se abría y, quizá, de
vez en cuando iniciaban a algún otro en la cerrada tertulia.
Prevalecía la camaradería juvenil, los años de preparatoria,
los cursos de Relaciones Exteriores que casi todos tomaron y,
sobre todo, el trabajo en común de varias revistas, en especial
los 43 números de Contemporáneos. 3
Eran los primeros días de diciembre de 1939, así que Xa-
vier fue a la esquina de Gante y 16 de Septiembre, a la ofici-
na donde -para una compañía azucarera- trabajaba Jorge
Cuesta. Tomaron un taxi que los llevó cerca del mercado de
flores y entraron al restaurante.
-El más triste de los alquimistas.
-Acompañado para variar del crítico libidinoso.
-¿Cómo has estado Xavier? -pregunta Ramos, que no

103
Pedro Ángel Palou

lo veía en más de una semana, un récord en una ciudad peque-


ña, elitista, de grupúsculos.
-Flaco -contestó Xavier, parco, seco, preocupado por
la conversación íntima de Jorge en el coche. Es la tercera vez
que le habla de suicidio.
Se habla de la República española, de la que todos eran
partidarios, de la guerra cruenta y desigual, Xavier dice:
-Estoy de acuerdo -¿cómo no habría de estarlo?- con
que se les reciba a todos los exiliados. Los perseguidos polí-
ticos pueden sentir que ésta es su casa, pero aunque su pre-
sencia de intelectuales de mérito es benéfica, ésta va a desper-
tar el trato favorable de políticos iletrados, analfabetos que
los subirán a un pedestal, desdeñando a los mexicanos igual
de distinguidos y serios.
-Hablas como derechista, Xavier.
-Bien sabes que no profeso ninguna ideología política,
pero me gustaría que el gobierno sí mantuviera un naciona-
lismo inteligente, de apoyo a los mexicanos inteligentes.
-Ahora vienes utópico -contesta Jorge, sonriendo ma-
liciosamente.
Pero el tema de moda -puesto en boga por la guerra, los
viajes de escritores a países socialistas- de la literatura com-
prometida, y del realismo socialista, fue aplastado por todos en
defensa de la imaginación, en contra del arte propagandístico.
-Es el viejo y manido ataque en contra de la universali-
dad y del extranjerismo que tanto sudor nos costó. En aras de
una supuesta idea de patria el arte se vuelve panfleto, consig-
na de partido, pierde su capacidad crítica, su rigor -men-
cionó Cuesta, que en esa reunión volvía a retomar el hilo de
sus conversaciones a pesar de que llevaba varios días en que
no hablaba con nadie, sumido en su silencio se limitaba a es-
cuchar a sus interlocutores.
-El verdadero compromiso del artista es con el material
que trabaja, en este caso con el lenguaje, ésa es su patria, su
nación.

104
En la alcoba de un mundo

-¿Por qué hemos recibido los ataques que se nos han


impugnado?, por defender un postulado ético, estético. Un ri-
gor. La Religión Política que Calles estableció al desterrar la
Política Religiosa es igual queJaJª!lta Inquisición: el fuego, la
quema, el olvido, la necesidad-de perder la memoria para per-
petrar un poder absoluto.
Jorge había escrito recientemente sobre esto y dominaba
su voz, su implacable tino:

El fondo sentimental de todo puritanismo es una repugnancia


por la experiencia y por la realidad. Abomina todo lo que no
es, aparentemente, ideal y puro. Todo lo quiere burocrático,
planificado. La penosa adhesión a un "Plan Sexenal" no fue si-
no (y empezó con Calles) un principio antirrevolucionario. La
técnica sustituye a la experiencia. De ahí sus ataques a un arte
que no se compromete con la Revolución, que está aislado de
ella y cree en el suelto como realidad. Pero sobre todo que,
desde esa postura, critica, decepciona.

Y luego claro, los chismes intelectuales, políticos; se ha-


bló algo de Whitman, a quien Xavier creía un poeta para hoy
scouts, se recitaron epigramas satíricos implacables. La risa
afloró, como otra forma de la inteligencia.
Ya en el café, después de haberlo removido -según su
costumbre- durante largos e impacientes minutos, Xavier
empezó a hablar de teatro, de una última obra que estaba es-
cribiendo en donde quería retratar los vicios y las costumbres
morales de la clase media, a partir de una caótica relación
amorosa, la infidelidad.
Jorge, que en estas cosas nunca se expresaba públicamen-
te, pensó que Xavier realmente estaba viviendo ese caos, pero
que su decoro, su preservación de la intimidad le impedía
contar su fracaso. Pensó en Agustín y en que verdaderamen-
te llevaba una semana sin verlos juntos. Ahora caía en la cuen-
ta de algunas frases de Xavier soltadas como quien no quiere
la cosa. Todas hablaban de soledad, de ausencia, de la imposi-

105
Pedro Ángel Palou

bilidad del amor. Citó incluso a Lawrence y su desesperación


por no poder vivir con una persona, por no tolerar las rela-
ciones humanas. Se iría platicando con él, para ver si, solos,
desahogaba ese destrozo interior que le hacía apretar las man-
díbulas como un niño haciendo una rabieta.
Salieron a una calle desierta y se fueron caminando jun-
tos, sin explicar el porqué de su huida. Sólo Jorge le dijo en
voz baja a Xavier que necesitaba hablar con él. ¿Por qué tan
apresurado, qué nuevo affaire necesitas contarme Jorge?
-No es de mí de quien quiero hablar.
-Uy, me voy a perder otro enredo de faldas perseguido-
ras, como las que no se cansan de acecharte.
-¿Qué te sucede Xavier?, te noto muy deprimido.
-Es como con los alcohólicos, la depresión se vuelve ya
no algo fuera de lo común sino la única forma de sobriedad
posible.
-Es con Agustín.
-Sí, diablos, claro que es con Agustín, pero no es culpa
de él, es culpa mía, es miedo, es desgano.
-Pero ¿que pasó concretamente?
-Que le dije un día que estaba cansado y que no quería
verlo; y era cierto, necesitaba estar solo, tú me conoces.
- Y entonces no te ha vuelto a visitar.
-Además, no me he atrevido a buscarlo, si hay alguien
sentido es él; no me lo va a perdonar, estará seguramente en-
cerrado en su casa, habrá tirado por nonagésima ocasión los
pinceles y no ha de recibir a nadie.
-Parecen niños, los dos. Me extraña que se comporten
así. Sus rabietas son infantiles.
-¿ Y qué propones, que me haga el disimulado, que le
diga que sí quiero verlo, que sacrifique una soledad necesa-
ria, vital?
-No propongo nada, pero si sabes cómo es, no entiendo
para qué se lo dices de ese modo, como queriendo herir una
susceptibilidad ya de sobra comprobada.

106
En la alcoba de un mundo

-Lo más fácil es que te pongas de su lado.


-No me estoy poniendo de parte de nadie, Xavier, no di-
gas estupideces, me molesta verte así, es todo.
-Ahora lo único que me,, (alta
f¡; "',
es que tú te enojes.
-Pues entonces entiende lo que te digo.
-Hace dos horas que me hablas de suicidio y ahora me
quieres dar una lección de comportamiento, mira qué bien.
-No metas mi asunto, que no tiene nada que ver, te su-
plico que seas maduro un poco.
-Es que si a esas vamos, a mí tampoco me gusta verte
así, también me preocupas.
-Pero no puedes hacer nada, porque no es una crisis con-
creta, producida por un acto solucioQable, es un desencanto
absoluto, una juventud ampliamente desbordada, malograda.
-Está bien, pero vamos a jugar parejo. Yo descarto y tú
descartas, nada de guardar ases bajo la manga.
-De acuerdo.
La conversación se fue nutriendo de sobresaltos, sinsabo-
res, lágrimas, entregas, abrazos, separaciones en el trayecto,
que manifestaban repulsión o algo que se estaba diciendo.
Mientras tanto, caía una tarde melancólica, fresca. El Sol ma-
jestuoso accedía a irse ocultando a cambio de un horizonte
rojo, ardiente, que desdibujaba el azul brillante del cielo. Sín-
toma de que haría frío en la noche, y de que los cuerpos ne-
cesitarían calor, unión, entrega. ¿Reconciliación? También,
una sabia y cándida absolución nada ecuménica. La tarde todo
lo consume.

107
En el sueño las imágenes se pierden, Xavier va en un vagón de
pullman y la desesperación, el paisaje, le hacen arrojar las
mantas y recostarse, aunque esté dormido. Los débiles se
quedan siempre, es preciso saber huir, oye lo que le dice una
voz que sale de quién sabe dónde. El tren no tiene tiempo de
arrepentirse, así que arranca de la estación en la que ha pa-
rado. Xavier abre la persiana y ve luces que se alejan tenues,
crepusculares, mustias estrellas arrepentidas. En el sueño tam-
bién se está solo y la voz que antes le habló ahora se aleja
irremediablemente como un eco, ir, ir, ir, ir, se va perdiendo
ese susurro en la noche. Siente que cierra los ojos para no
desesperarse con el ruido e inmediatamente cambia el paisa-
je: ahora está sumido en el pánico, se encuentra en la cubier-
ta de un barco que zozobra, entre las olas que lo cubren, que
empapan su cuerpo y sus ropas, y lo azotan contra la cabina
de mando, ora contra el mástil de donde se agarra desespera-
do. El miedo vuelve a ser el de estar solo. Busca un marinero
que se acerque, pero no llega ninguna imagen sino la de una
tormenta irascible que lo circunda y lo consume. Al final,
agotado, deshecho, despierta acostado sobre la playa de una
isla, como Robinson, y a su alrededor algunos restos del na-
vío. Se incorpora como puede y empieza a caminar por esas
tierras, buscando compañía, aun a sabiendas de que está irre-
mediablemente solo, perdido, ajeno, ausente de memoria, ol-
vidado y olvidadizo. Reencontrado con un mundo que lo vio
nacer, un universo abierto pero nada poblado, lleno de au-

109
Pedro Ángel Palou

sencias. Come algunas frutas tropicales y raras que siente


maduras, se disgusta con el sabor de una bolita parecida al
níspero que es amarga y terrible. Los nervios de presentir
que es una planta venenosa lo hacen alucinar y aunque está
recostado sobre el tronco incómodo de una palmera se ve a
sí mismo -soñando dentro de su pesadilla- en una ciudad
enorme, llena de automóviles, de gente que transita de un la-
do a otro de la acera sin percatarse de que nadie camina junto
a ellos. Busca calles, casas, cafés, amigos, pero se da cuenta
de que está en una ciudad desconocida, solo, ausente, olvida-
do y olvidadizo. Entra en un café al fin y se sienta en un rin-
cón. Una mesera asiente y se aleja. Pasan instantes aterrado-
res, junto a rostros desconocidos, acechantes, violentos, que
lo miran incrédulos, amenazantes. La mesera regresa con su
café y él puede, al menos, aislarse dentro de la taza, como si
buceara, y agacha todo su cuerpo para casi sumirse en ese
líquido que le depara una peor excitación: ve en el líquido la
forma de un hombre grotesco, picado por la viruela, con hi-
drocefalia o alguna enfermedad que ha abultado su cabeza
enormemente. El hombre lo ve y se ríe, lo señala y se burla
de él, recriminándolo, gritándole insultos inaudibles, ininteli-
gibles. Xavier sale corriendo del café sin decir nada. Sólo sa-
be que corre apresuradamente -¿hacia dónde?- se pregun-
ta, y da vueltas a calles y callejones, durante una persecución
interminable en la que nadie lo sigue sino el terror de estar
solo. Cuando, cansado, se detiene al fin, se da cuenta de que
aún está frente al café del que salió huyendo y siente las mi-
radas de todos los parroquianos que se dirigen a él, que lo
increpan. No sabe qué hacer y sólo se oye a sí mismo gritan-
do lejanamente no, no, no, no, no. Y el propio terror de su
grito lo despierta en esa playa desierta en donde ha caído.
¿Cuál de esas pesadillas es peor, si en ambas estoy solo,
rodeado de sombras, de fantasmas, de miedos?, se pregunta
mientras camina, vuelve a reconocer el lugar, junta varas y
cañas para construir un remedo de casa en la cual pueda pro-

110
En la alcoba de un mundo

tegerse de un tiempo que empieza a parecer inclemente. Rá-


fagas de aire mueven los árboles que ondean como papalotes
mentirosos, colores dispersos en la tarde.
Siente que pasan muchos ,,,.J,
dfas,...,pero cómo precisarlo; ape-
nas sobrevive, hasta que ve pasar un barco lejano y hace un
fuego, salta, intenta señalarles su existencia desconsolada y
desconsolante. Pero el barco pasa de largo, sin percatarse y Xa-
vier vuelve a la soledad de su sueño, que lo deposita,
lo arroja,
lo destroza sobre su propio cuerpo que se debate, arran-
cándose la piel, jalándose la cara desesperadamente.
Hasta en los sueños se está solo de quién huyo por qué
escapo para qué no regreso cuál es m_i único fin pasa un pá-
jaro que no canta hace un ruido horrible y el estómago ruge
las tripas saltan recuerdo a mi madre enferma que me llama y
no puedo llegar a mis amigos que no vienen y la soledad que
se hace inhabitable, cruda, insoportable como el tren por don-
de voy el barco en donde naufrago la ciudad en la que me
persiguen qué difícil es estar aquí el baño está lejos tengo
hambre estoy solo me siento cansado y duele la espalda por-
qué este afán de reconquistar el cuerpo de debatirse solo con
el alma que no acepta reconciliación y Agustín que está eno-
jado y no quiere hablar conmigo y soy yo el que no desea ha-
cerlo quién sabe las olas suben como todas las noches la
marea se vuelve loca impetuosa viva ávida de soñar también
que su continuo lamer la arena no es en vano sino que des-
truye lleva conlleva asusta y el tranvía amarillo que me lleva-
ba a las Lomas desde donde podía ver toda mi ciudad
abriéndose como un campo majestuoso limpio puro real pe-
ro nada de esto es cierto sino que estoy solo en una isla que
los barcos no conocen o no reconocen y el fuego no sirve a
pesar del esfuerzo la casa se siente frágil se deshace poco a po-
co y mi madre lejos enferma quizá muerta no puedo hacer
nada sino llorar desconsolado cuándo acabará este infierno
quién al fin podrá salvarme de este destierro involuntario

111
Pedro Ángel Palou

Agustín dónde estás por qué no vienes para qué sirve enton-
ces tanto amor y tanta entrega si al final te quedas solo y el
hambre que no aguantas esta ropa está sucia y rota no tengo
qué ponerme ni modo qué voy a hacer ya estoy harto de la
fruta insípida que hay en esta isla del demonio y no puedo ha-
cer nada a pesar de la noche siento que sudo transpiro huelo
horrible he de estar haciendo el ridículo hecho una facha pe-
ro qué voy a hacer si estoy condenado para siempre en esta
isla de la que nadie me sacará aquí voy a morir sin ver a mi
madre ni nada ni nadie qué calor qué bochorno seguramente
va a volver una tormenta insoportable la noche no refresca ya
no se puede Agustín Agustín ¿vas a venir o no?
Lo despierta su propia agitación y prende la lamparilla de
la mesa de noche, verdaderamente está sudoroso, jadeando.
Estira la mano y toma un vaso que apurará sin tregua, asién-
dose a la vida, resistiéndose de la pesadilla. En el cuarto tam-
poco hay nadie, está solo, irremediablemente.

112
Estar sin máscara, sin más cara que ésta con la que camina y
se encamina hacia casa de Agustín. ¿Qué decir? ¿Disculparse?
¿Increpar? ¿Establecer un diálogo? Cuanto más sincero es el
amante, más superior es el amado, quien se permite todo lujo
de tretas para mantener ese estado; la indiferencia es la única
forma de retener el amor, la desventaja es que esa necesidad
de ser sinceros es la que mueve el amor y no la indiferencia.
En eso piensa Xavier, y en que si se afana por ocultarle a
Agustín la alegría de ese reencuentro, podrá retenerlo, pero
si demuestra su necesidad de él, Agustín podrá vengarse, pre-
textando ser clásico, y el pensamiento lo sorprende frente a
la puerta de la casa, lo cual no deja de hacerle sentir un gran
temor que se refleja en un nerviosismo inseguro. ¿Hay otra
forma de ser nervioso?
-¡Qué bueno que viene, joven Xavier, ya ve usted que el
niño Agustinito se encierra y ni quién pueda hablar con él!
-¿Cómo está, Lupe?
-Bien, joven, pero igual de preocupada que hace dos me-
ses, cuando se puso igual el niño.
-¿No ha comido bien?
-No, viera usted las muinas que me hace pegar, ni siquie-
ra me contesta.
-¿Pero no ha venido nadie a verlo, no se ha distraído?
-Cómo cree usted si no deja que nadie entre, se ha nega-
do a recibir a sus amigos, quién sabe si a usted quiera verlo.
-A mí menos que a ninguno, Lupe.

113
Pedro Ángel Palou

-Uy joven, no me diga que se pelearon de nuevo.


-Tonterías, no haga mucho caso.
-¡Niño Agustinito, lo busca el joven Xavier!

-Será mejor que suba usted porque no va a contestar,


entre usted por la fuerza, sáquelo, hágame ese favor.
-Está bien, Lupe, gracias.
Mientras la criada se aleja contoneando sus espléndidas
caderas, Xavier sube la escalerita que lo conduce al cuarto de
Agustín; ha cruzado un patio con muchas macetas llenas de
geranios y hortensias. Siente un alivio al girar el picaporte y
darse cuenta de que no está cerrado. Duda un momento, ¿y
si después de oír a Lupe, Agustín abrió por dentro a propó-
sito, iniciando una posible trampa? ¿Qué demonios si lo hizo
así, es sólo este sufrimiento, esta duda que se acrecienta con
el tiempo? ¿Cuántas veces ha estado en esta situación, giran-
do el picaporte que está abierto y elucubrando un discurso
de culpa? ¿Por qué si el hecho que nos hace sufrir se repro-
duce -idéntico- ese sufrimiento se vuelve atroz, fatal? Pero
no tiene tiempo de responderse a ninguna de estas pregun-
tas, cuando siente que una lamparilla se prende desde el in-
terior y una voz que quiere ser queja, le dice:
"Pasa de una vez, Xavier."
Agustín tumbado en la cama, sin afeitar, como si necesi-
tara hacer notar que ha sufrido, hacerse ver como objeto de
la más cruel de las desventuras y así, generar un sentimiento
de culpa que va a ser un elemento para sojuzgar magistral-
mente al otro. No hay libros cerca, ni siquiera pinceles o te-
las. Todo lo que Agustín sabe que Xavier puede interpretar
como signos de una vida normal, es decir, de felicidad cotidia-
na, lúcida, colmilludamente han sido removidos del lugar que
se antoja desolado, invisible. Más bien, ha logrado lo mismo
que en sus cuadros: al no haber paisaje exterior, objetos aje-
nos, vida compartible, sólo sufrimiento, oscuridad -no, me-
jor claroscuro-, los personajes se ven privados del mundo y

114
En la alcoba de un mundo

reducidos a otro mundo más corto y mucho más oprimente.


El espacio del cuarto asfixia. Lo importante es que en uno y
otro caso -en los cuadros y en la recámara- ha sido el im-
pulso de hacer sentir un sufri91is;n,to el que ha guiado el acto.
La voluntad, en fin, y no el senffrr{iento.
-¿Ya quieres verme?
-Si no fuera así, ¿estaría aquí?
-Probablemente no.
-¿No has salido?
-Se nota ¿no es así?
-Sí.
-¿Cómo es que deseas seguir solo?
-Pues, ya ves, simplemente porque sí.
-Apuesto a que si Lupe no te hubiera sermoneado, tú
no estarías aquí, habrías desistido fácilmente.
- Ya perdiste la apuesta, tenía ganas de verte y con o sin
Lupe lo hubiera conseguido.
-Pero no con o sin Agustín. Si yo no hubiera querido
no estaríamos hablando.
-Gracias por el favor.

-Y en todo caso podría haber forzado la puerta pretex-


tando que podrías estar enfermo o haberte suicidado.
-Mi amigo está patético.
-Y tú estás sentido y no puedes entender que hoy tengo
ganas de verte ...
-A tus órdenes, puedo ser tu hetaira favorita.
-Carajo, Agustín, no es eso. Quiero decir que ese otro
día también tenía ganas de verte pero necesitaba estar solo,
sentirme solo. No puedes ser tan necio cuando tú mismo has
sentido alguna vez esa necesidad.
-Por lo que dijiste parecía más bien que querías que me
fuera.
-Parecemos unos chiquillos estúpidos, ¿qué no me co-
noces?

115
Pedro Ángd Palou

-Demasiado.
-Entonces ...
-Entonces no entiendo tu postura del otro día y por eso
no he querido ir a verte, porque no sabría el momento en
que tú estarías dispuesto a verme, a concederme una entre-
vista.
-Parece mentira que no entiendas.
-No, sí entiendo perfectamente Xavier. El señor tiene
sus amigos, sus momentos, sus libertades, sus gustos. Así que
puede escoger a cualquiera de ellos, desechar a los otros y sa-
tisfacer su egoísta hedonismo. Los demás por un cuerno, es lo
de menos. Después, cuando el efluvio alegre le haya pasado al
señor, éste podrá visitar y seleccionar a sus amigos melancó-
licos, para no sentirse solo. Y entonces poder escribir su gran
obra, sus grandes textos inspirados en el goce sensual, en la
pura puesta en juego de los sentidos y sus virtudes. Lo demás
es vano, superfluo.
-¿Has acabado o quieres continuar con tu perorata?
-No, señor, es todo.
-Punto primero, tú también tienes tus amigos, tus
gustos, tus etcéteras y los escoges dependiendo de tu estado
de ánimo, lo cual es lo más normal del mundo. Punto segun-
do: ese día yo no te corté porque iba a escoger a un amigo
más apto y no quisiera escucharte, estrecharte aun, sino por-
que deseaba estar solo y escribir.
-Lo hubieras dicho.
-¡Déjame terminar, demonios!

-Claro que con la cara que pusiste y la manera no sólo


seria, también infantil y tonta en la que tomaste mis palabras,
no pude escribir, pensando en ti y en cómo estarías.
-¡Qué bien! Ahora el chantaje, yo soy el culpable de que
no hayas escrito el gran poema que te hará pasar a la posteri-
dad. Discúlpame, amigo, no lo hice consciente de lo que es-
taba impidiendo.

116
En la alcoba de un mundo

-Así que no piensas oírme.


-¿Oírte?
-Sí. Mejor espero a que te recuperes de tu enfermedad,
de tus maniáticas dolencias. ,, !,I ,.~

117
VI

Después del portazo y la carrera hacia la calle, Xavier ahora


sí estaba verdaderamente dolido, inconforme. Agustín nunca
había estado así de irónico y cerrado. Pero, claro, pensó mien-
tras se dirigía al café París a encontrarse con los amigos y
distraer su mente confusa, Agustín lo hace para justificarse,
para no ceder un palmo y que yo sea el inferior. Su arma es,
ahora sí, la indiferencia ¿real?, hacia mí, como infalible mé-
todo de retenerme. Si hubiera cedido y reflejado su alegría
por verme, por sentirme cerca nuevamente, habría perdido el
espacio de su campo de batalla, pero al hacerlo así, sigue
siendo el vencedor.
Derrotado y culpable.
¿Qué es lo que quiso decir Agustín al increparle lo de su
poema para la posteridad?
En todo caso que él no era capaz de colmar la relación
-erótica, vivencial- y por tanto insatisfacción del amor, no
podía ser sustituida con la vana quimera de una poesía. Pero
en las poesías y en el amor el engaño es el mismo: nunca sa-
bremos si nuestra alegría interior es compartida.
Mientras camina, sin embargo, lo embriaga una sensación
de libertad cuya única imperfección es la culpa. En la vida, de
cualquier modo, no podemos negar el pasado, pero sí borrar
o atenuar los matices de algunos capítulos que no nos gusta-
ron, así que el olvido de la culpa, o la forma de hacerla tenue,
permiten la sensación de libertad.
La duda empaña, porque seguramente Agustín es un cí-
nico, no reconoce su culpa, que también es grande.

119
VII
,.!,t ...,

Probablemente se equivoca, no es cinismo lo que le impide


ver a Agustín, la razón de su amigo, es un miedo personal ante
un acto que él no puede resolver y se oculta a sí mismo.
Porque, seguramente, Agustín ha sentido el remordimien-
to, y mientras Xavier camina, ya un tanto rápido y desemba-
razado de la duda, Agustín permanece en la cama, y llora.
Pero entiéndase, esas lágrimas no son de coraje ante el
amigo que lo traiciona, del que está celoso porque lo deja en
la calle y lo corre. Llora por impotencia, por no haberle po-
dido decir a Xavier que lo quiere y que todo lo demás es una
mierda.

121
VIII
,.!,t ,.,.

Hay una enfermedad dentro de todos los hombres y ésta,


tarde o temprano, los corroe. Todos diariamente van al baño,
desechan su excremento, pero esto no basta, hay una mierda
que es más una letra o un pagaré vencido y que, en esencia,
devela la infinita complejidad de la vida. Tarde o temprano,
también todos los hombres se dan cuenta de esta enferme-
dad interior, que, como en los códigos civiles, es un deber
irrenunciable. Entonces, cuando surge el momento de la du-
da, de la avaricia por darse cuenta, empieza un proceso de
excavación que no conoce piedad. Nadie se da cuenta de que
hace la digestión, de que su corazón está latiendo, de que co-
rre sangre por sus venas, y, sin embargo, ocurre. Igualmente,
nadie se percata de que hay un mal moral, una afección es-
piritual que lo destruye. Sólo el enfermo toma conciencia de
este estado interior de sus cosas, aunque, casi siempre, el
remedio llega demasiado tarde. Lo mismo sucede entonces
con aquella súbita punzada que despierta la conciencia del
mal y que mueve a escarbar hasta en las más profundas
aguas del inconsciente, en los terrores de la infancia, las in-
satisfacciones de la adolescencia. Indagar retrospectivamen-
te sobre la derrota de uno mismo no puede sino conducir al
asentamiento de esa destrucción, aunque de forma más or-
denada y a la luz. Pavores primigenios aparecen entonces y
develan al hombre en toda su indefensión; eres un secreto
lleno de miserias, le dice esa conciencia. El horror de verse
como se ha sido y se tiene que seguir siendo, es demasiado

123
Pedro Ángel Palou

terrible para que lo soporten sin una aguda crisis el cerebro,


el cuerpo y el alma.
Si el corazón es un músculo, entonces deberá quedar asen-
tado que el exceso de ejercicio que se practique sobre él de
un jalón, en un solo día, sin ejercitación, sin costumbre,
produce invariablemente un infarto.
Ventaja aquí de aquellos que siempre piensan en sí mis-
mos y ejercitan esa defensa que es la introspección, porque
llegado el caso su corazón aguantará la terrible certeza de no
ser nada.

124
Llegados a este punto habríamos de preguntarnos si enton-
ces es cierto que la historia progresa. Si hacemos un análisis
de lo que en estas líneas se puede considerar progreso, no.
Los valores morales se estancan y pierden sus dimensiones,
pero no progresan en sentido proporcional al avance tecnoló-
gico, al confort de una civilización más artificial que entiende
por progreso el bienestar. Entonces, esos hechos históricos
que -al igual que los individuales- son producto concreto
del azar y la casualidad, no modifican el absoluto de los valo-
res morales sino que consiguen una fuerza técnica que se tor-
na comodidad. Nadie puede dudar que la vestimenta de hoy
es más cómoda que los trajes de la época de los luises, que
hay más confort en la vivienda del siglo XX que en la caverna
prehistórica, con todo y búfalos altamíricos. En fin, sería ab-
surdo proponer una teoría en donde no se tomara en cuenta
que se ha avanzado considerablemente en la creación de re-
cursos y modos de vida menos precarios y difíciles. Pero nada
ha pasado con la vida interior, con el desarrollo del espíritu
-que es una palabra pasada de moda- o con la esperanza
de una vida más justa y de formas de gobierno menos abso-
lutas y diferenciadoras. Pero si algo nos ha dejado este no-pro-
greso es la conciencia de su negación. Hoy ningún idealista
-de orientación teológica o materialista- deja de sentir
cierta pena cuando, enrojecido, expresa sus teorías. Y el pu-
dor viene de la inseguridad. Nadie puede creer por comple-
to, como en Civitas Dei o Utopía, que hay posibilidades de

125
Pedro Ángel Palou

transformar al mundo, de mejorar la vida -en el terreno in-


terior y moral- o las condiciones éticas de ésta.
Entonces, para ser claros, que el azar haya matado a Obre-
gón, exiliado a Calles y hecho sucesor de Cárdenas a Ávila
Camacho, no representa un progreso vital -cosa imposi-
ble-, aunque desarrolle un progreso material, cree un Esta-
do, solidifique un proyecto de nación, vincule religión y polí-
tica y eleve a monumento nacional una batalla -absurda-
donde murieron más de 30 000 campesinos. ¿Qué heroísmo
tiene haber condenado a muerte si esto no representa, in stric-
tu sensu, sino un cambio de poder que repetirá las mismas
atrocidades sólo que en nombre de otro ideal?
Pero, he aquí lo rescatable, esto es una enseñanza. No
creer, ni esperar nada de la sociedad, del Estado, de la Ley, de
la Verdad, no es condenarse a un nihilismo estéril, sino optar
por un anarquismo socrático que reflexione sobre la crisis mo-
ral, el destino del mundo y la miseria del hombre. Entonces
se encontrará una salvación, un escape -para usar un térmi-
no anterior al cristianismo- en el individuo, en la libertad,
en impedir cosas dignas de creerse; no ser incrédulo por sis-
tema, lo cual constreñía enormemente su libertad.
De eso se desprende que todo hombre solo, único en el
mundo, solo, solo, solo, reconoce que la soledad es autoim-
puesta; un acto de voluntad que responde a la socialización
de la vida y la pérdida de la heroicidad. Nadie con dos dedos
de frente puede seguir sintiéndose -hoy- redentor de la hu-
manidad y pedir una corona de laurel que toque su frente
semidivínizada por la pasión de su sacrificio. Todos nos per-
demos en la nada y no nos queda sino habitar solitariamente
en el mundo sin otros ideales que dejar que la vida fluya y
pase.
Así que de la pregunta primera se desprende una segun-
da: ¿existe el progreso individual? Sí, en los mismos términos
que nos llevaron, hace un momento, a conclusiones individua-
les. Es decir, tecnológicamente hablando, el hombre progresa,

126
En la alcoba de un mundo

adquiere mayor comodidad, astucia, precisión. Experiencia


tras experiencia acumula un modo, una técnica (techné, arte)
para habitar el mundo, para hacerlo más confortable e inclu-
so para hacer menos pesadas.-6~ ~argas morales. El progreso
de la vida es aquel que permíte, por qué no, hacer cualquier
"cerdada" sin remordimiento. Traicionar, desechar pasiones,
cambiar de amor como de corbata. El progreso individual es
utilitario.

¿Es válida hoy una ética utilitarista? No, en los términos de


las conclusiones individuales que desprendimos como avance
moral del no-progreso histórico, es decir, para aquel anarquis-
ta socrático no es posible aceptar el hecho de que usar a los
demás sea válido. Siempre y cuando ese uso afecte moral-
mente. Todavía se cree, entonces, en un uso caritativo, en un
usufructo de la "mentira piadosa" del desahogo. Pero esto
no convalida el uso moral de una persona.
La política es acción, técnica. Por eso no se propone co-
mo una salida política sino como una salida ética. Esto se en-
sancha sin agravios al tomar en cuenta que la historia se pla-
gia incesantemente. Nada hay de diferente, fuera de algunos
aciertos, entre lo que pasó en México para lograr la Indepen-
dencia y la Revolución -claro que lo primero dio lugar a
una reforma, que fue un periodo clarificador y vivo y que lo
segundo dio pauta a una institucionalización ideológica del
liberalismo que fue bastante trascendental y que movilizó los
estratos sociales y otorgó mejores condiciones de vida. Es decir,
permitió un avance técnico-. Pero ambos fueron (Indepen-
dencia y Revolución) movimientos burgueses que estabiliza-
ron a la clase media y la dotaron de herramientas de solidez
que se creían, vanamente, perpetuas.
No hay una sombra, en la vida cotidiana, que nos permi-
ta recordar mal estos actos heroicos que nos dieron vida y li-
bertad. El fervor es unánime.

127
Pedro Ángel Palou

Ha sido borrada toda duda: la Revolución es el paraíso y


sólo los idiotas se salen de él.
Curioso, entonces, que por los siglos de los siglos, como
reza la canción, el hombre haya seguido optando por salirse
del paraíso, por renegar de ese territorio que él creó para su
absoluto bienestar.

¿El hombre no es otra cosa que un inconforme? Puede ser,


pero, sobre todo, es un inconforme que olvida, que permite
que se borre la razón de su inconformidad y, luego, la torne
estúpida y vuelva a creer en sus ideales.
Por lo mismo, vamos todos a retocar las fotografías vie-
jas, vamos a sacarlas y a contemplarnos extasiados. Creer que
somos lo máximo no es del todo estúpido, está condicionado.
Entonces, hay tres tipos de hombres: los que descreen de
todo posible progreso y sólo se salvan en ellos mismos; los
que creen hasta el delirio y la muerte en sus ideales y sólo se
salvan llevándolos a cabo. Por último, los que creen -sin
arrepentirse- que no existe salvación.

128
X

Entonces, Xavier se aleja de casa de Agustín creyendo que no


hay otra salvación que él mismo. Nadie sino él y su sueño, y
su muerte, y su delirio, y su entrega incondicional por la poe-
sía, podrán hacerle sentir bien.
Esto, porque la poesía viene como una ínvoluta, es la ma-
terialización de una red de conexiones poéticas, una cadena
que transmutó experiencias y sensaciones en imágenes y que
las guarda hasta que sea el momento de sacarlas a flote y
mostrar su intrincado y complejo mecanismo y compenetra-
ción. Porque para Xavier no vale la experiencia sólo como
sujeto, sino la experiencia interior, es decir, la conversión del
mundo sensible en imágenes.
Y de pronto, un resbalón elástico en la infancia seguido
de un ardor en la herida que se formó en el brazo, se liga in-
concebiblemente con una caída en los sentimientos amorosos
y el poeta dice: queda en mí el resabio de haber caído, no con
un estrujamiento, sino con el ardor inflamable de la herida.
Para decirlo de otro modo: Xavier está ya sentado en el
café París en una mesa donde fluyen miradas, risas, aunque a
veces la voz no se escucha, opacada por el bullicio y el albo-
roto del lugar atestado de soledades. Entonces, como si las
frases absolutas redimieran, Xavier se atreve:
-Hoy me he convencido de que el hombre no es sino
un sueño, un naufragio invisible del que sólo la muerte nos
separa. Habrá un día en que la noche no esté, en que la no-
che sea.

129
Aún hay otra posibilidad, la del tercero en discordia. Agus-
tín, que sigue sentado sobre la cama, le ha pedido a Lupe que
caliente agua y lo afeite. El amargo recuerdo de su impoten-
cia le hace sentir unas ganas locas de vivir, porque sólo en la
vida, en la consecución de sus ideales puede sentir que está
salvado.
Y una vuelta discreta por la recámara permite ver que ha
vuelto a sacar sus pinceles y en el caballete hay una tela a me-
dio pintar que tiene varios tonos de verde, aún no se pueden
precisar las formas que tendrán, esas pinceladas autónomas,
pero una sensación de frescor inminente hace que Lupe, al
entrar con la palangana de peltre y la navaja, exclame:
-Uy, niño Agustín, mire qué colores tan bonitos, hasta le
dan a una ganas de vivir al verlos.
La operación de afeite permite expurgar, con cada vello,
un rencor y a pesar de una cortada minúscula que lo hizo sal-
tar, cuando Lupe termina y le pasa la toalla para que se seque
y la loción de lavanda, Agustín se siente joven, nuevo, quisie-
ra ver a Xavier en ese momento, aunque se resigna a visitarlo
mañana. No deja de reconfortar a la criada que el niño le
diga:
-¡Qué bien me siento, Lupe, no sabe cómo se lo agra-
dezco! ¿Oiga, qué hizo de comer?
-Pues como a usted le gusta mucho el mole de chicha-
rrón.
-Qué excelente. Ahora me cambio y bajo.

131
Pedro Ángel Palou

-Gracias, niño, me da gusto verlo tan contento. Y alba-


jar las escaleras Lupe deja escapar una risita tímida, auto-
complacida.

132
El origen y causa de todas las formas de incomunicación y
violencia que existen y seguirán existiendo en las relaciones
humanas, especialmente en aquellas que insistimos en juzgar
íntimas, es que esas expresivas parej.as que forma la casuali-
dad nunca se ponen de acuerdo sobre qué atributo tiene tal
o cual acto, qué valor se le otorga a cualquier sentimiento.
Ante un mismo suceso uno llora y el otro ríe. No hay tragico-
media; el primero ve una tragedia y el segundo una comedia,
o viceversa.
No falta quien diga, para curarse de espanto, que está dis-
puesto a sentir y respetar las sensaciones del otro. Pero esas
leves diferencias de tono ni el mejor director de orquesta
puede compaginarlas.
Sólo la soledad permitiría, por ende, una versión propia
y que no diera lugar a polémicas, sobre las cosas. Pero no es
posible, necesitamos expresar lo que sentimos, que otros se-
pan y compartan esa experiencia.
La única soledad verdadera es el suicidio.

133
XIJJ ..,

Al, día siguiente, de éste en el que Xavier habló de la muerte


y Agustín de la vida, ambos coincidieron,, alrededor del me-
diodía, en la clínica del doctor Lavista, en Tlalpan, adonde
habían llevado a su amigo Jorge Cuesta, quien, a pesar de que
por una repetida crisis estaba encerrado en casa de unos ami-
gos de Córdoba, en el Desierto de los Leones, se acuchilló
los genitales. Con todo, se pudo retener la hemorragia, en una
clínica de urgencia y trasladarlo a Tlalpan.
O sea que la vida da las vueltas más absurdas, que Jorge
sabía que tampoco podría creerse en ningún tipo de salva-
ción. Y por ello poco después, el 13 de agosto de 1942, apro-
vechando una negligencia de los encargados del nosocomio,
se colgó de los barrotes de la cama, con sus sábanas.
El periódico del día siguiente, lacónico, diría: "Un cono-
cido escritor murió trágicamente. Se colgó de una reja don
Jorge Cuesta. Pudo ser descolgado aún con vida, pero falleció
unas horas después" A las 3:25 de la mañana de ayer falle-
ció en el sanatorio Doctor Lavista, ubicado en la vecina po-
blación de Tlalpan, el señor ingeniero Jorge Cuesta Porte Pe-
tít ... Los funerales del señor Cuesta se efectuaron ayer mismo
a las 16 horas en el panteón Francés.
Sin embargo, antes de esto, Cuesta capitula, cambia, se es-
trega a un idealismo inconsciente, que linda con el del héroe
y, después de pasar una hora arrodillado con los brazos en
cruz, escribe una plegaria en un papel:
"Señor, nuestro destino está escrito desde el principio.

135
Pedro Ángel Palou

¿Cómo hubiéramos podido negarnos a él? Sometidos a él es-


tábamos, y sin más abrigo que tu misericordia. ¡Oh, Dios,
nuestro Señor!, que quieres ampararnos con ella sin desam-
parar a ninguno de los que somos tus siervos."
¿Miedo? ¿Verdadero enfrentamiento a la noche que no
está, sino es? Quisiera interpretarlo como un arrebato com-
prensible, aun el más lúcido de los incrédulos, nihilistas, aun
el más convencido de que no hay salvación, quisiera tener la
esperanza de que, si existe, si hay la contingente posibilidad,
pueda sobrecogerse a ella, como un marino al mástil en el
momento del naufragio.
Xavier y Agustín volvieron a coincidir en el entierro de
su amigo. Se abrazaron fuertemente y mientras Agustín in-
tentaba consolarle, Xavier soltaba unas lágrimas calientes y
veloces que caían en su cuello blanquísimo, impecable.
¿Es la muerte, el temor, lo que puede reunir los contra-
rios? ¿Cómo explicar de otra forma esa reconciliación sin pa-
labras, ese abrazo tierno? No fue sólo que Agustín se com-
padeciera de la tristeza de su amigo que perdía a un viejo
compañero. Fue también un arrebato comprensible de amor,
como si en él cupiera entender que si existe reconciliación
posible, hay que sobrecogerse a su protección como un mari-
no al mástil en medio del naufragio.

136
x1y,.,

A la muerte ajena, cada quien asiste con un sentimiento dife-


rente, entremezclado, producto del terr~r y la conciencia de
que puede no estar tan lejano el día en que uno caiga en esa
misma fosa, sin ser ya nada. Xavier se acercó al hoyo y echó
un puñado de tierra en el que se fue la mitad de su vida, al
menos la mitad que se refería a los logros y los descubrimien-
tos, las decepciones y las desdichas, pero también el amor y
la entrega. Con Jorge moría él también decididamente. Y esa
muerte no sólo le dolía, lo cual era comprensible, también lo
dejaba anclado, jóven aún pero ya próximo a la consumación
de sus días.
Recordó entonces que el 31 de diciembre de 36, la cena
de Año Nuevo, Bernardo Ortiz de Montellano, Enrique Gon-
zález Rojo, Jorge y él, habían sido invitados a casa de Jaime
Torres Bodet y que la mujer de éste tenía un horripilante /ox
terrier. Después de un rato largo en el que Jorge se sintió
perseguido, ladrado por el perro que no lo dejaba, le dijo: no
me detesta, es sólo que me ha visto ya el resplandor del que
ustedes no se han percatado.
Xavier sabía que ese resplandor no era, ni fue, sólo el de
la inteligencia.

137
(
Se entiende que siguieron días pesados, imposibles y arduos.
Caminatas en el desierto de la depresión., Xavier no salió en
una semana, no podía enfrentarse con el mundo; cuando so-
brevenía el recuerdo de los dolores de cabeza intermitentes
de Jorge, y luego aquellas discusiones acaloradas, llenas de pa-
sión, las caminatas nocturnas, los juegos de casi adolescentes,
el trío con Gilberto y él. La búsqueda de sí mismos en la que
juntos habían participado.
La muerte de Jorge le había vuelto a revelar la soledad
que lo encerraba. Ya nada le haría olvidar que el hombre es
un conflicto irresoluble, una incógnita indespejable.
Pero aún peor que esa duda era la certeza pronta de que
Jorge había tenido razón, había optado por la mejor salida. A
ratos se contradecía y criticaba a su amigo por violento, por
desencantado.
Lo cual quiere decir que él mismo era un manojo de in-
certidumbres que la muerte había sacado a flote; le había
tocado el momento verdadero de sentir seriamente esa enfer-
medad interior que sobrecoge y roe el esqueleto, que destru-
ye porque empieza como un inminente pacto roto entre el
cuerpo y el alma, y continúa siendo un escarbar continuo en
las miserias propias, que son las más dolorosas.
Jorge representaba un instante de su felicidad, uno de los
encargados -aunque fuera sólo en el recuerdo de los momen-
tos de dicha- de ayudarle a construir su propia felicidad.
Pero después de su muerte, Xavier comprendió que Jorge era

139
Pedro Ángel Palou

libre de rebelarse, dejar de ser su ayuda para sentirse -ilu-


so- feliz, era un derecho que nadie le podía quitar. Él, en
cambio, no era libre, porque si no era capaz de realizar solo
su felicidad, esa dependencia era una disminución grande,
enorme, considerable, de su libertad.
¿Pero es cierto que el hombre es libre?
¿Cuánta adrenalina expulsó Xavier en esos días de en-
cierro y llanto, en el tiempo en que las lágrimas fluyeron co-
mo un río caudaloso? Y era también un llanto impotente, no
sólo por no poder hacer nada por Jorge, sino por él mismo,
que quedaba revelado en toda su miseria, indefenso, devuelto
a la nada.
Le pidieron un artículo sobre Jorge, ¿cómo escribir so-
bre él cuando hubiera escrito sólo sobre sí mismo, sobre el
cómo y el dónde lo depositaba la muerte de Cuesta? El en-
frentamiento con la muerte de los amigos es egoísta: no los
vemos a ellos sino a lo que nosotros somos sin ellos.
El tiempo huye irreparablemente y se está solo, solo,
solo.

140
XVI
,. y.-..,

Porque, decididamente, es la muerte el más absurdo de los


hechos, es la sinrazón absoluta; no tiene sentido, ni explica-
ción ni argumento que la salve y, sin embargo, ahí está espe-
rándonos, acechante, lista para caer en él momento menos
previsto, a pesar de que siempre se le,tenga en cuenta, a pe-
sar de que los actos completos de la vida estén orientados a
la muerte, sea para abolirla, sea para asumirla.
Xavier, al igual que Agustín en los días anteriores, se dejó
caer en la cama, vencido. No se afeitó, tampoco probó boca-
do en esas semanas. Nada que no fuera agua que le traía su
hermana y que, respetuosa, le dejaba sin decir palabra. En-
tregado al desgano y el absurdo de la muerte, él también la
aceptaba un poco en ese cuerpo que nunca se repuso ni vol-
vió a tener resortes o estabilidad en la medida que los poseía.
Nada podía seguir idéntico, era preciso dejarse llevar por el
sentimiento de la muerte. Gozarlo, aunque suene imposible,
tocarlo, oler su aroma fétido, gustar su sápido y amargo sa-
bor, verlo y quedarse en esa contemplación, oír su susurro
demediado. Todos los sentidos puestos en juego, verdadera-
mente entregarse a la muerte.
En vano, claro está. La única diferencia entre el abando-
no de Agustín y el de Xavier es que el primero era buscado,
premeditado: un acto de voluntad. Él, Xavier, había sido esco-
gido por la muerte para pensar en ella. Pero los dos eran unas
enormes defensas contra la realidad. Tapados de los ojos como
mulas de la Plaza México era seguro que el desasosiego se
cumpliría.

141
Pedro Ángel Palou

En ambos esto no pudo ser por completo. También el


abandono cansa y hay que recuperarse, pintar un cuadro en
tonos de verde; fuertes, juveniles, que den ganas de vivir o
vestirse, de plano, para la clase de Técnica Dramática en el
Instituto Cinematográfico.
Vivir, a pesar de todo, como la única forma de justificar
nuestra presencia en el mundo. Aunque la vida, inexorable-
mente, sea un anticipo doloroso y cruel de la muerte.

142
XVII

Todos los días, al igual que hoy, Xavier se levantaba tempra-


no para asistir a su clase de las nueve en el Instituto Cinema-
tográfico. ¿Cómo impartir la materia de Técnica Dramática,
evitando el estéril teoricismo imperante? Volver a los peripa-
téticos, darle vueltas al tema, rodearlo, para dejar que su nú-
cleo se prefigure en la mente del que escucha. Clase, no con-
ferencia; charla, no cátedra. Hacer de la exposición una obra
de arte, regodearse en las palabras, habitar el lenguaje.
El método, en esencia, funcionaba; después del segundo
periodo, los alumnos llevaban sus obras escritas, repartían co-
pias a sus compañeros y leían juntos para después todos cri-
ticar y juzgar sin que el autor pudiera defenderse. Al final se
sacaban conclusiones generales. Algunos de esos textos, ex-
celentes, fueron publicados en El hijo pródigo, la revista de
Octavio G. Barreda, en la que Xavier colaboraba. Algunos
otros les sirvieron a sus autores para desistir del teatro. Dejar
la pasión de lo individual.
No se trata de enseñar teatro, sino de vivir el teatro, de
conocer a fondo sus trucos, sus resortes, las recetas del oficio,
y luego navegar.
Xavier lo dice, hoy, frente a sus alumnos: para quebran-
tar las reglas literarias, para evadir las leyes dramáticas, pri-
mero es preciso conocerlas a fondo, haberlas practicado; en-
tonces la libertad no es un caos imposible, sino un orden
arbitrario.
El teatro es el pequeño mundo donde algunos, como lo

143
Pedro Ángel Palou

hizo Xavier todos estos últimos años, se olvidan del otro tea-
tro, el de siempre. Suplen sus ineficiencias, lo vuelven pleno,
vital, íntegro.

144
El amor, igual que la política, es contradictorio, mira eterna-
mente hacia el porvenir, se deleita en planes y proyectos, en
opciones nuevas: condena el pasado irremediable, lo delega al
olvido: al menos ese pasado molesto que no permite pensar
en el futuro como si éste fuera el gran paraíso al que -des-
terrados o no- al fin regresaremos. Y mientras piensa esto,
Xavier camina hacia casa de Agustín sabiendo que aunque
verbalmente no llegaron a reconciliarse, sí están disculpados
el uno del otro. Así, sin palabras. Y por eso el amor -que
siempre calla lo más importante- se parece a la política:
oculta las miserias, devela el mundo (su mundo) como per-
fecto, transparente, aunque lo recubra de olvido, de silencio.
Si fuera más fácil decirle a Agustín nuevamente la razón
por la cual él quería estar solo y que lo dejara en paz aquella
noche del pleito, y Agustín discutiera sin celos ni estupide-
ces, ambos podrían llegar a un acuerdo verdaderamente sin-
cero. Pero si esto fuera fácil no tendrían necesidad de ocultar
el problema, porque el hombre, cuando ama, no puede tole-
rar el amor: necesita la indiferencia, el maltrato, la duda; si
todo fuera certeza nada retendría a los amantes, piensa Xa-
vier. Es irónico, pero sucede: si muestro poca importancia
hacia el amado, éste buscará notarse, aunque para ello tenga
que olvidar que su vida amorosa está hecha más de frustra-
ciones y fracasos que de logros y triunfos.
A pesar de que el amor es la única posibilidad de liber-
tad individual, de indiferenciarnos, para regresar a la eterni-

145
Pedro Ángel Palou

dad, a lo inmortal: olvidar la desdicha de la muerte, el terror


de ser un punto minúsculo, totalmente indiferente, impres-
cindible.
Así que cuando se topa con él en la puerta, y lo abraza,
siente, como cuando tenía 15 años, que un temblor se apode-
ra de todo su cuerpo que goza profundamente con el contac-
to -mínimo- de la piel de Agustín. El día anterior Agustín
había copulado con un joven casi desconocido y ante el te-
rror de ese abrazo, veía el pene ya fláccido, de su compañero,
los vellos crespos y sus músculos fuertes y moldeados. Recor-
dó aún más la presión de ese sexo entrando ansioso, jadean-
te, y le dio asco, sintió unas terribles náuseas, que desconcer-
taron a Xavier, mientras lo detenía -apenas sosteniéndolo-
en un desmayo producido por la repugnancia.
Lupe y Xavier lo subieron a su cuarto. Después de volver
en sí, y disculparse apenadísimo, aprovechó una huida de la
criada para acariciar la mano de Xavier, para mover apenas
sus dedos trémulos bordeando las venas, deteniéndose en la
mirada de su amante -sosteniéndose, entiéndase-y besan-
do su piel fresca, perfumada, limpia. Apenas ese sutil contac-
to lo volvió a un mundo, le hizo recuperar su individualidad,
toda la "ternura"
-Xavier, je t 'aime.
-Oui, tres bien, Agustín, pero qué demonios, acaso no
has dormido, sigues enfermo, por qué no me dices nada.
-Fue un mareo repentino, como producido por un sus-
to, un recuerdo desagradable, no tu abrazo tierno, esencial:
ése me otorgó mi mundo, me dio fuerza. Soy un océano de
contradicciones.
-Ya veo.

-¿Quieres salir o quedarte a descansar?


-No te preocupes, vamos al cine, dan La mujer sin ca-
beza, quiero ver qué tal salió tu adaptación.
-Bueno, está en el Latino.

146
En la alcoba de un mundo

-Otra vez Medel y Fu-man-chú, cómo me dieron risa la


otra vez. Necesito divertirme.
-Está bien, te espero allá abajo, voy a despedirme de
Lupe. ,,,, !,f",

147
r--
Xavier entonces baja la escalera y piensa que el amor es la
constatación de una falta, de una carencia, por lo que, a pesar
de más y más búsquedas, el objeto de nu~stro amor siempre
escapará a nuestra aprehensión.
Gracias al amor imaginamos cuál pudo ser la vida que no
elegimos, las opciones que dejamos pasar, en fin, el mundo que
pudimos tener y más grande se vuelve nuestra cólera ante lo
que tenemos, lo que nos hace más débiles y dependientes.
-Ay, joven Xavier, qué sustos nos pega el niño Agus-
tinito.
-Oiga, Lupe ¿no ha estado malo?
-No que yo me acuerde, quizá le hizo mal algo que co-
mió ¿no?
-Puede ser, pero ahí le encargo que vigile si no se me
desmaya de nuevo.
-Sí, quién sabe qué haya podido ser, pero mejor lo
cuidamos.
-Está bien, Lupe; no sabe lo que le agradezco que se
porte tan bien con nosotros.
-Uy, pues es lo menos que puedo hacer, si usted es un
joven tan fino, y tan bueno.
-Gracias, Lupe ...
-Bueno, ya déjense de chismes, ¿nos vamos, Xavier?
-Está bien, adiós, Lupe.
-Hasta Jueguito joven Xavier, no venga tarde y cuídese
niño Agustín.
-Pierda cuidado, Lupe, hasta la noche.

149
r
XX
,, y ...., .

Y, con la noche, extinguieron su deseo.


No es un epitafio, sino la frase que resume el ajetreo de
las almas y los cuerpos que inundó el ambiente entre Xavier
y Agustín. Corno si no quedara nada de odio ni rencor, se
acercaron aproximándose así, corno pocas veces lo logran dos
seres.
Ya en su habitación, corno a las dos de la madrugada, el
insomnio vence a Xavier. ¿Por qué es tan fácil introducirse al
ambiente de bacanal que genera el amor, con todo lo que tie-
ne de ilusión, de ilusorio, de magia barata? ¿Es que el amor
no deja de ser sino un escape al ahogo individual que nos
consume? ¿Es que el amor existe indiferenciado del mundo,
o nosotros, gracias a ese sentimiento de éxtasis que produce
estar enamorados, nos dejarnos guiar hacia un mundo impo-
sible? ¿Por qué entonces, después del goce y el secreto que-
da el dolor y el vacío: la impotencia? ¿Por qué demonios este
sabor amargo en la boca? ¿Este cuerpo cansado, ahogado,
harto? ¿Por qué esta alma peleada consigo misma, contradic-
toria, infame? ¿Por qué el dolor, aún?
Nada lo deja dormir. Esto le impide dormir.
Y es que está el ejemplo de Jorge que lo jala, que lo tienta;
no fue su salida más coherente, menos ficticia: no es morir,
sino por fin vencerse al sueño. Hay algunos -como Jorge-
que se saben expulsados de todo paraíso y por eso no optan
por él, no lo necesitan, ni lo buscan. La voluntad mesiánica
del amor y la política les es ajena: su infierno después de

151
Pedro Ángel Palou

todo es cómodo, caliente, justo. No hay salvación, lo saben y


no se desvelan por hallarla. No hay necesidad, la única salida
es uno mismo.
Se dice estas frases y siente que es Jorge el que se las lanza
como dagas y su doble filo hiere, haciéndolo sangrar irreme-
diablemente. Jorge, de nuevo y su párpado caído regresan: es
una caminata por las Lomas, contemplando la ciudad y su
carga de triste esperanza.
-No hay salida, Xavier, y tampoco es importante bus-
carla.
-¿Otra vez con tus depresiones estériles?
-Ni son depresiones, ni son estériles. Forman mi único
estado de ánimo y me permiten crear.
-Es cierto, el más triste de los alquimistas es también el
más escéptico.
- Ya alguna vez discutimos el término que no me gusta,
porque no se trata sólo de creer en nada, sino de saber que
no hay nada digno de creerse.
-¿Y entonces?
-Entonces, sólo la muerte.
Un escalofrío lo invade y ahí, revolviéndose en su cama,
insomne, puede oír la voz de Jorge, que ya no camina, que
casi le echa vapor a la cara, mientras habla:
-No es cierto, Xavier, no la muerte, sino la crítica: en to-
dos los niveles, hay que impugnarlo todo, dudar de todo.
-¿ Y sobre qué seguridad va uno a poder existir, me
quieres decir?
-Sobre uno mismo: la salida es individual.
-¿Egoísta?
-Sí, pero como la vida -y esto recuerda que te lo dice
un fantasma- se nos escapa siempre, fluye, huye, se diluye,
entonces no es la muerte, sino la insuficiencia para compren-
derla la que nos hace inseguros y torpes.
-¿Y entonces?
-¿Qué no puedes entender?

152
En la alcoba de un mundo

-No.
-Pues que no hay entonces, sólo hay aquí y ahora, no pa-
sado que chantajea ni futuro que exprime: sólo un presente
eterno, criticable pero propio,. intenso: único.
-¿Y cómo puedo vivir en fs; presente inmortal?
-Ya lo haces, de hecho, pero te sientes culpable de que
sea así.
-¿Cómo?
-Amas y creas, que son los únicos absolutos posibles,
las mejores salidas, los más idóneos antídotos contra la espe-
ranza.
-No hay esperanza.
-No.
Y la noche, con su prisa, extinguió la sombra de la duda.

153
Ni pensar, ni sentir, ni tener esperanzas o deseos: sólo vivir.
Soñarse tangibles, corpóreos, contingentes. Indiferenciables,
creer que somos individuales, que podem,os ser únicos: que
nuestro sufrimiento es solo y nuestro.
Todo esto es salida en donde no la hay, posibilidades en
un mundo donde ya nada, ni nadie, existe: lo único que vive
es él: sus engranes y tornillos, sus pistones y bandas.
Motores, combustibles, energía, herramientas: todo es ac-
cesorio.
Dejar el presente, vivirlo, aceptarse dentro de él y sólo en
uno mismo: soñar que la noche es sólo mía y que el dolor es
sólo mío y soy solo, al fin diferente, individual, verdadero.
A pesar de ser polvo, nada, sueño.
No creerse necesario, útil, imprescindible, lo cual ya sería
el colmo. Simplemente sonar la posibilidad de ser, al fin, in-
dividuales y corpóreos, únicos y bellos: solos.

155
Después de todo, las cosas no son tan fáciles como se dicen; si
así fuera, sería incomprensible esta necesidad de ver a Agus-
tín, esta necesidad de verme con él, de ser en él, dice Xavier.
Comprendo sus dudas, y es que el ~mor, con todo lo que
tiene de riesgo, es la única posibilidad, como le dijo Jorge
Cuesta en el sueño, de sentirse no sólo individualizados sino
también --esto es muy importante- absolutos, eternos, in-
mortales.
Y si así es, hay que hacer un esfuerzo mucho mayor por
mantener la llama encendida, por ceder para que permanez-
can unidos dos deseos, dos bocas, dos alientos, dos almas. Y
si no se piensa igual no discutir por ello, poniendo toda la ira
en el argumento. Dejar en claro la posición, pero no ser ne-
cios. La inteligencia del que deja un hueco para que entre el
enemigo y por ahí lo embosca, lo asesina. Lo toma prisionero.
¿Cómo crear ese hueco?
-Xavier, no me gustó tu guión, es muy flojo y en algu-
nos casos no usas la gracia de Medel, dejas escapar sus cua-
lidades -le comenta Agustín al salir del cine; fueron a ver, si
se recuerda, La mujer sin cabeza.
-Sabes que lo que más trabajo me cuesta es ser humo-
rista.
-Pero tus actores son cómicos; hay que explotarlos,
tener al público a gusto en el asiento, sin ganas de levan-
tarse ...
-¿ Y no lo logro?

157
Pedro Ángel Palou

-No, hay grandes trechos sumamente aburridos. A esto


contribuye el director, que no lo acelera en imágenes, pero
esencialmente es un problema de guión.

-¿Qué te pasa?, no me digas que te molestó lo que co-


menté.
-Sí, me gusta, pero no es lo tuyo, eres más capaz, pue-
des hacer mejores cosas.
-¿Qué propones?
-No sé. Que le dediques mayor esfuerzo al guión, lo
pienses más, lo estructures, que logres mayor tensión, más
orientación con respecto a tus personajes.

-Bueno, Xavier, pero ¿por qué esa cara?, no te entiendo,


siempre nos criticamos las cosas que hacemos. Nunca hemos
dejado de ser sinceros. ¿O sí?
-No es eso.
-¿Entonces?
-Quizá no estaba de buen humor, necesitaba que me
subieras la moral. No sobre la película. Sino ... No me hagas
caso.
-Xavier, no te deprimas, por favor, sabes que me conta-
gias rápido tus estados de ánimo.
-Bien, hagamos un esfuerzo los dos por estar de mejor
humor, y vamos a divertirnos.
-¿Hay otra salida?
-No.
Los hombres se carcajean y estrechan más el abrazo. Qui-
zá tienen razón: por qué no divertirse, disfrutar, gozar. ¿Por
qué la tortura cotidiana? ¿Sirve de algo negar todo?
Sólo hay una manera de vivir la vida: vivirla.

158
La involuta del frío que se apodera de los cuerpos y los hace
tiritar muy en el fondo: tocando cada fib~a, sensibilízándola.
Esa sensación viene acompañada no sólo de la necesidad de
arroparse cuidadosamente: llega también el desarraigo, la pér-
dida, el desasosiego. Y también las trampas que, para Salazar
Mallén, obstaculizaron la Revolución y la mataron: esa transa
que se une y repele y que desencanta a los hombres.
La niebla, el frío, la muerte.
Porque la noche ha caído así: irresistiblemente fría. Xavier
va enfundado en un traje de lana gris, lleva un abrigo negro,
forrado por dentro con borrega. Se ha calado su sombrero
Tardán. Respira y sale vapor de su boca: un humito tierno,
solitario. Nada lo logra abrigar aún; el frío se cuela por su
piel, traspasa el hueso y lo hace débil, endeble. La ciudad es
un reptil venenoso. Habla por teléfono. Cita a Agustín, a Sal-
vador, a un muchacho de Filosofía que le mostró unos poe-
mas la semana pasada, y a Delfino que está viviendo en casa
de Salvador.
Salen del café, rumbo a casa de Xavier, para jugar bridge.
Saben todos que el juego no los consumirá, y que pasarán
toda la noche en él, refugiándose. Miedosos, necesitarán del
poder que les otorgan las cartas: la vida les ha quitado toda
fuerza, todo empuje, cada día son más solos, menos grupo.
El juego despierta sus otros apetitos, los enfurece.
Son las cinco de la mañana, quizá.
Todos se han ido apenas hace un cuarto de hora. No

159
Pedro Ángel Palou

más. Xavier sube a su recámara y se desviste. Está solo. Se


siente solo. La piyama de franela a rayas, el edredón de seda,
varios cobertores. Una lamparilla permanece encendida mu-
chas horas, hasta que amanece y se hace innecesaria.
Xavier lee, tal vez.
El amor, con todo, es un fantasma: está sentado frente a
Xavier y ha cruzado una pierna para sentirse más cómodo
mientras habla. Hay un dejo de calidez en su mirada, que ha-
ce sentir el cuarto menos frío, más habitable. El amor habla.
Durante muchos minutos monologa, propone, dice, se retrac-
ta, define, canta. El amor, con todo, es un fantasma.
Y Xavier lo entiende, tal vez.
Apaga la lamparilla y se recuesta. Hay que dormir, dejarse
vencer por el demonio del sueño, habitar el espacio de ese te-
rritorio antes inhabitable. Y además, hacerlo amorosamente.
Xavier sueña con Agustín, probablemente.

160
XXIV

En la vida siempre hay un momento de reproche, un lugar en


el que, angustiados por lo que somos, fatalmente revisamos
lo que pudimos ser. El chantaje de esa vida, posiblemente vi-
vida, y que ya no puede recuperarse, es doloroso, pero nece-
sario: todo hombre necesita saber que quizá habría sido mu-
chos hombres más.
Aunque en la elección definitiva se le haya ido la vida.
Lo mismo pasa en una novela; llegado a cierto punto el
narrador se pregunta: ¿Qué novela pude haber sido? ¿Cómo
podría haber llegado a este momento de otro modo? ¿Por
qué no llegué a tal o cual cosa que estaba latente, que quedó
inconclusa? Y el chantaje es por estar aquí, habiendo dese-
chado otras posibilidades.
Pero la única forma de estar aquí es a partir de esas suce-
sivas elecciones. Tal o cual episodio, algún bar, tal sentimien-
to se pierde y el novelista naufraga.
O sea que en la vida y en la novela, al final nos damos
cuenta de la imposibilidad de nuestra empresa, la vemos caer-
se, deshecha. Más que un recuento de éxitos, una estructura
pulida o un espacio perfecto; la novela es la bitácora de ese
naufragio en la que el narrador, a fin de cuentas, interioriza
su nulidad.
Y la asume.
Por eso la vida es muchas vidas, y esta novela es muchas
novelas. Quiso ser un mosaico urbano, un espacio íntimo, un
poema, un ensayo, un dolor: no hay géneros sino formas de

161
Pedro Ángel Palou

narrar. Quiso ser abiertamente pesimista y deja espacios para


agarrarse. Quizá se traicionó. Como la vida. ¿Con base en qué
cantidad de cerdadas y tonterías la novela está donde está?
El novelista sabe que sus personajes no son seres huma-
nos: son su creacion y así los trata: como si fueran suyos:
ahora ven para acá, ahora di esto, vístete así, camina hacia
acá. Hasta el día en que uno de ellos se voltea y le escupe,
diciéndole:
-Mire, mi querido creador, no creo en usted. No hay
Dios. Yo me valgo por mí mismo.
Y se suelte a sentir, a vestir, a decir lo que le da la gana.
Lo peor es que a los otros personajes les gusta, que al narra-
dor le gusta.
Y, al rato, ya cada quien se gobierna por sí mismo, em-
pieza el caos, y una mano -¿cuál?- le dicta al narrador que
no elige los libros que escribe, sino que ellos lo escogen a él:
es un médium.
A nadie le extrañe entonces que Xavier esté vistiéndose
en este momento y hable por teléfono con Agustín sólo para
decirle:
-Agustín, je t'aime, beaucoup.
-Et moi aussi -contesta la voz del otro lado.
-Cada vez que me despido de ti ya no aguanto, te veo
alejarte y me dan ganas de llorar, se me ponen los ojos lloro-
sos, siento tu ausencia, te necesito.
-Yo también, descuida Xavier. A mí, además, me pasa
que reconstruyo tus pasos, cuando te alejas. Quiero olerte en
la sombra donde no estás, adivinarte en la forma donde ya
no existes.
-Y tenernos -Xavier se sienta, cruza la pierna. Está feliz
con lo que oye, con lo que dice a Agustín, con la fuerza que
demuestran ambos.
-Claro, ser uno para el otro, aunque suene melodramá-
tico, cursi, insoportable.
-Y después, ¿qué vendrá?

162
En la alcoba de un mundo

-La duda, la pregunta.


-¿Nos vemos en la tarde, Agustín?
-Bueno, pasa por mí.
-Hasta el rato.
""·y ..,
-Te voy a estar esperande, au revoir.
-Au revoir.
Y entonces, también sin decir agua va, Xavier saca un poe-
ma que ha estado escribiendo y lo corrige. Su lucidez es asom-
brosa: el amor no lo traiciona. Aquella cosa dice:

AMOR CONDUSSE NOI AD UNA MORTE

Amar es una angustia, una pregunta,


una suspensa y luminosa duda;
es un querer saber todo lo tuyo
y a la vez un temor de al fin saberlo.

Amar es reconstruir, cuando te alejas,


tus pasos, tus silencios, tus palabras,
y pretender seguir tu pensamiento
cuando a mi lado, al fin inmóvil, callas.

Amar es una cólera secreta,


una helada y diabólica soberbia.

Amar es no dormir cuando en mi lecho


sueñas entre mis brazos que te ciñen,
y odiar el sueño en que, bajo tu frente,
acaso en otros brazos te abandonas.

Amar es escuchar sobre tu pecho,


hasta colmar la oreja codiciosa,
el rumor de tu sangre y la marea
de tu respiración acompasada.

Amar es absorber tu joven savia


y juntar nuestras bocas en un cauce
hasta que de la brisa de tu aliento
se impregnen para siempre mis entrañas.

163
Pedro Ángel Palou

Amar es una envidia verde y muda,


una sutil y lúcida avaricia.

Amar es provocar el dulce instante


en que tu piel busca mi piel despierta;
saciar a un tiempo la avidez nocturna
y morir otra vez la misma muerte
provisional, desgarradora, oscura.

Amar es una sed, la de la llaga


que arde sin consumirse ni cerrarse,
y el hambre de una boca atormentada
que pide más y más y no se sacia.

Amar es una insólita lujuria


y una gula voraz, siempre desierta.

Pero amar es también cerrar los ojos,


dejar que el sueño invada nuestro cuerpo
como un río de olvido y de tinieblas,
y navegar sin rumbo, a la deriva:
porque amar es, al fin, una indolencia.

164
XXV~,

Y cómo es entonces que Agustín está con Mario, que se asus-


tan de que los sorprenda Xavier otra vez jµntos, riéndose, fe-
lices, despiertos. No lo invitan, le rehúyen, miran hacia otro
lado. ¿Cómo es posible que a Xavier se le ocurriera regresar
a ese café de la época de preparatoria, y que haya sido justo
cuando Mario y Agustín se habían citado? La vida es una se-
rie -una cadena- de coincidencias, donde el azar determi-
na el rumbo y lo mueve, lo hace ondear como palmera en
medio de un ciclón. Y Xavier tampoco les pone atención a
los dos amantes; se sienta casi a la entrada, sin verlos y finge
leer un periódico. No quiere que los celos lo delaten y pide
un café express mientras distrae su vista en los titulares que
no le dicen nada. Quiere apurar el café de un solo trago y el
líquido le quema la lengua. Quisiera soltar una carcajada,
sumirse en su propia risa, de la misma forma que está aho-
gado en el propio ridículo de sentir celos, ocultarlos, hacer
que no ve a su amigo sentado con otro, y dolerse del calor en
la lengua. Tiene prisa, deja un billete, sale.
No sin antes observar de reojo a los dos hombres al fon-
do, totalmente desubicados: ya no ríen, no sienten. El pro-
blema de la fidelidad amorosa es grave: si se identifica el al-
ma con el cuerpo, el amor con la sexualidad -y no tenemos
otra escapatoria, ya que así está constituida nuestra compleja
química interna-, habremos de identificar la infidelidad se-
xual con la infidelidad en el amor. Xavier se sostenía un poco
en el amor -que parecía firme y únic~ de Agustín; al ver

165
Pedro Ángel Palou

que se va perdiendo, es como si él también se cayera un po-


co, como si el bastón no fuera lo suficientemente largo para
apoyarse en él. Y la calle entonces le parece un desierto inha-
bitable, su propio cuerpo le repugna.
Concebir la desentrega amorosa como una forma de au-
sencia, de deterioro consciente, propiciado, rígido, es enten-
der la vida como un compromiso, como una responsabilidad
y no como un juego plenamente vivible. Xavier parece estar
firmando la última letra de cambio de ese contrato indisolu-
ble: invierno de 1949. Este pequeño capítulo quiere ser una
instantánea de ese momento y la fecha sirve de pie de foto.

166
Supongamos entonces que a la tarde siguiente Agustín va a
casa de Xavier con la firme intención de explicar qué pasó en
el café, y por qué estaba con Mario, visiblemente turbado. Si
hacemos caso a los reportes del tiempo aparecidos en los pe-
riódicos de la época, tenemos que ponerle a Agustín un abri-
go y sombrero. La tarde es un aire frío que llega hasta los hue-
sos. Autos, mujeres que caminan, un perro distraído.
-Xavier, ¿puedo pasar?
-Qué bueno que viniste, Agustín -hipócrita sale el hi-
lillo de voz que no siente- ¿quieres un té?
-Un té -repite Agustín sin saber qué decir, cómo em-
pezar: no esperaba que lo recibiera así; ¿y si verdaderamente
Xavier no los vio, sólo estuvo un pequeño rato en el café y
salió sin decir nada? Entonces mejor no hablarle, no hacer
una tempestad en un vaso de agua.
Ya una vez sentados en el estudio de Xavier, éste le dice:
-Se te ve contento, hombre. ¿Algo bueno te sucedió?
-No, todo sigue igual que siempre -y ahora esa espini-
lla que le suelta así nomás, como que no quiere la cosa, pero
para picarlo y que hable. Entonces quiere decir que sí nos vio,
piensa Agustín, que se hizo el disimulado, pero estaba cons-
ciente de qué pasaba y por qué estaban Mario y él juntos.
-¿A qué viniste? -pregunta Xavier, complacido con el
juego de turbar a su compañero al que le sube el color.
-Solamente a saludarte; además, hoy cenamos en casa
de Dolores, ¿recuerdas?

167
Pedro Ángel Palou

-Sí, va a ir toda la farándula en pleno. Hasta mis ene-


migos.
-Bueno, pero qué importa, también van a estar Salva-
dor y los otros. Así que ...
-Cierto.
Y la pregunta ¿a qué viniste? iba a quedar inconclusa
hasta el final de la noche en que al llegar a su casa, Xavier,
como despedida, sólo le diga:
-Oye, ¿y Mario te mandó saludos para mí?

168
Teresa, con meticulosidad y paciencia, había cambiado las vio-
letas del jarrón por unas gardenias que perfumaban la estan-
cia, dejándole un hálito de romanticismo imperdonable. Xa-
vier agradece el gesto de su hermana al entrar a su estudio y
percibir el aroma: un poco perturbado se deja caer en el si-
llón y piensa que también ese perfume es una involuta: la de la
desdicha amorosa, el desencuentro total, como el último viaje
a Puebla y sus consabidas decepciones. ¿Qué era, en cambio,
lo que lo tenía ahora así, despreocupado, sin tristezas, ninguna
pena rondándole la cabeza con sus almas de humo? ¿Por qué
no podía odiar a Agustín, ni sentir celos de Mario? ¿Por qué el
amor de pronto se le revelaba como un sentimiento super-
ficial?
Desde ese día, y hasta el final, Xavier elaboraría esa tác-
tica de defensa: no interesarse, no comprometerse con nadie:
no exigir a los amantes nada más que su propio desenfreno,
su entrega momentánea, volátil, olvidable. Agustín pasó a ser
uno más en la lista, alguien por el que sentía un profundo
aprecio, además. Pero desde este día pudo hacer una división
que no le está dada comúnmente a los hombres, la de separar
la sexualidad del amor, desgranar sus partículas y, por lo mis-
mo, descreer de la infidelidad o la firmeza.
Xavier asoma la nariz junto a las flores y se deja ir en el
recuerdo de esos días de Puebla, cálidos, sobrios, cargados de
amor. Toma una hoja y la pluma fuente. Escribe. La tinta corre
como la sangre, habitando la página blanca que se llena de

169
Pedro Ángel Palou

signos negros, de animales con patas y puntos, y comas, y es-


pacios blancos, ventanitas para que entre el silencio y se pose
sobre el papel, desnudándolo. El trazo es una caricia, la escri-
tura un orgasmo fino, suavísimo. Una entrega absoluta, pasio-
nal, secreta, íntima. Xavier detiene el proceso y se ve -¿cómo
es posible?- a sí mismo escribiéndose sin tregua, sin pausa:
los diálogos fluyen y los movimientos van saliendo como si
los actores estuvieran ya en el papel, caminando, dando vuel-
tas, llevándose las manos a la cara y gritando extasiados un
conjuro de amor, una entrega parecida a la del que escribe.
Vuelve a tomar la pluma (ni siquiera se nota presión en los
dedos sobre el metal), apenas y detienen el cuerpo de ese ser
que permite la escritura.
Así, durante muchas horas, hasta que -probablemen-
te- un cucú da las tres de la mañana.

170
XXV:Ul

Lo terrible de la condición humana -y disculpen aquí la nue-


va intromisión de este narrador juez que quiere saberlo y va-
lorarlo todo como si pudiera erguirse ilusamente en concien-
cia- es que nos deja definitivamente· anclados en nuestras
propias contradicciones.
Supongamos que por un momento las cosas no hubieran
sido así, que Xavier hubiera armado una escena de celos es-
candalosa y turbia en el café de chinos. ¿Agustín por ello se
hubiera vuelto más dócil? ¿Mario se habría lanzado a golpes?
Aunque el más profundo de los cambios se habría seguramen-
te producido en Xavier, quien entonces creería en el amor, y
en la fidelidad y por tanto, al hacer una escena de celos,
intentaría salvar lo que quedaba de unión entre Agustín y él.
Pero la vida está hecha de esas pequeñas decisiones en
las cuales preferimos no hacer la escena de celos, sentarnos
tímidamente a tomar un express mientras fingimos leer el
periódico, aunque verdaderamente se sientan celos, el hecho
de reprimirlos modifica definitivamente la idea que se tenía
sobre el amor.
Lo cual quiere decir -vuelvo a pontificar- que el co-
razón humano es un mecanismo inentendible, más complejo
que un laberinto medieval y con más trampas que el mejor
ladrón del país. ¿Qué trampa se puso Xavier?

171
XXIX
,, 'J; ,.,

Xavier se entrega, desde este momento -aunque quizá muy


tarde- al puro instinto, regresa al mundo de la pasión que
quería Nietzsche, hacer lo que le da la gana, y escribe:

porque vida silencio piel y boca


y soledad recuerdo cielo y humo
nada son sino sombras de palabras
que nos salen al paso de la noche.

Y con estas palabras acaba su Nocturno eterno. Regresa-


mos a su estudio y él sigue embebido con las gardenias, flau-
bertianamente pensando que mirar mucho una cosa la hace
interesante: la belleza contemplativa. Xavier entonces dice
muy alto, como para oírlo al fin él mismo:
-¿Para qué demonios torturarse y no acceder a la expe-
riencia de la vida?

173
XXX

Otro apunte -aunque un poco fuera de lugar-, me insiste Sa-


lazar Mallén hablando de mi idea de novela sobre Villaurrutia:
-Mire, joven, yo creo que está correcto su plan, porque
con los Contemporáneos se ha procedido muy injustamente,
se les ha condenado al olvido por reacéionarios elitistas, pero
eso ha producido una desvalorización de su obra en lo que
tiene de literaria, rica, nueva. Ahora yo soy escéptico y no
creo que pueda usted escribir algo con la vida de Xavier ni
con la de ninguno de nosotros.

-No me interrumpa. Por eso es cierta la idea de Platón:


existe un mundo real, que es el de los pensamientos universa-
les, que son proyectados a esta vida ficticia y controlados por
un demiurgo que filtra las ideas y permite que se corporicen.
Entre los hechos y el sueño siempre hay un gran abismo. En
teoría, niño, tu idea de novela es acertada, pero no podrás lo-
grarla.
-Le sirvo de nuevo, Rubén -inquiero llenándole la copa
sin esperar su respuesta.
-Gracias -traga un poco de saliva para responderme.
-Lástima que a mí me va a llevar el carajo antes de que
termines tu novela. Pero no dejes de apuntar eso que te
expliqué de la Revolución. Es muy esquemático pero real.
Xavier y yo platicamos varias veces. Después de la segunda
guerra lo único que nos queda es el silencio.
Los años le han dado una costumbre rara: menearse en la

175
Pedro Ángel Palou

silla hasta encontrar acomodo. Esta idea me queda de Rubén.


¿Habrá platicado esto con Xavier Villaurrutia o es una lectu-
ra posterior de George Steiner de donde lo parafrasea? Eso
no es lo importante, sino el hecho verdadero de que hubo
una época en que Rubén empieza con el avilacamachismo, en
la cual la Revolución se murió y murieron las expectativas de
esos mexicanos cursis, amanerados, elitistas, dandis, moder-
nos, extranjerizantes, pero nacionalistas, populacheros, varo-
niles, democráticos y contradictorios que se llamaron los
Contemporáneos.
-Mire, joven, de qué chingaos sirve que llenemos de pa-
labras un mundo que no las necesita -continúa Salazar Ma-
llén- y si antes los griegos consideraban al arte un elemento
divino y el poeta cumplía con una función social, ahora no sir-
ve para un carajo. Ahora hay que hacerla de burócrata, perio-
dista, gato de burdel para poder sobrevivir.
-Pero ésa no fue la actitud del grupo, para qué publi-
caron revistas, mantuvieron una difusión cultural notable y
constante.
-No te cabe en la cabeza, ¿verdad?
-No. Además, Xavier entre tantas cosas fundó el primer
cine-club del país, no cesó de producir, promover, fomentar
el arte.
-Ya acabaste. ¡Qué bueno!, entiende que en esa época
éramos jóvenes como tú. Creíamos en cambiar las cosas.
- Ya vámonos, va a ser hora -le digo y lo veo ponerse
de pie dificultosamente rumbo a la Casa de Cultura, donde
nos toca la mesa redonda. El calor, la bebida, hacen monóto-
no el atardecer rojísimo que se pierde en los tejados. El Sol
no quiere irse. Igual que Salazar que sigue con su actitud de
siempre: impugnándolo todo.
Suficientes notas. Hay que dejarlas reposar. Bebo un vaso
de ron en mi escritorio y oigo como si una voz me dijera: hay
que perderse para encontrarse. Mientras, un carro de camo-
tes silba, pitudísimo. 4

176
Tercera versión g.e.Jos hechos:
diciembre 1950
pero amar es también cerrar los ojos
Un hombre que renuncia a su sociedad está
en condiciones de comprenderla.
PAUL VALÉRY
19 de diciembre, 19501

Querido Delfino: 2

¡Hace ya tan to tiempo que quería escribirte esta carta, dejar-


me llevar por el recuerdo de la plática que tuvimos en Puebla
y contarte por qué me siento así de mal! Pero en fin, primero
deberían ir todas las formalidades del caso, ¿cómo te ha ido?,
esperemos que bien, por aquí todo va rumbo al caos, etcétera.
No, Delfino, ya en serio; desde hace unos días he vivido la
idea del suicidio y la he ido madurando poco a poco; no creo
pasar ya de este año. Ya lo platicamos en tu casa: me siento
derruido, como si la pieza clave dentro de mí se hubiera roto
para siempre. ¿Qué es? ¿De dónde proviene esta angustia que
es como un hilillo de cáñamo atado en la manzana de Adán y
la boca del estómago y que jala sin piedad el vientre, deján-
dolo casi sin respiración? No sé realmente qué es ni cuándo
llegó para quedarse.
¡Cuidado que ésta amenaza con ser una larga carta!
Sí puedo dar un dato cronológico que ayude a situar la
fecha casi con exactitud: después del suicidio de Jorge. Hace
ya ocho años, entonces, que me he ido desgastando, empol-
vándome inútilmente. Me considero de verdad muerto. ¿Es
que me he perdido dentro de mí, aislado por completo? Como
ves, tengo más preguntas que respuestas. Tengo más dudas
tormentosas.

181
Pedro Ángel Palou

¿Te has preguntado alguna vez qué es el destino? Yo sí,


dudando casi siempre de su existencia, de que pueda entre-
garte de pronto un amor tan intenso que se nutra en la indife-
rencia. Pero no. ¿De qué sirve, Delfino, que tengas la más
absoluta esperanza de hacer algo si ese algo se va a realizar
porque tu destino ya lo tiene previsto? ¿Vale la pena derro-
char la vida entera en intentos que son en sí un regodeo con
el fracaso, o al menos con la impotencia por no poder arre-
glar las cosas que son y se quedan como les da la gana?
La esperanza no ha cambiado ni siquiera la temperatura
de un día, no ha logrado modificar un ciclón destructor que
se avecina, arrasa y corrompe. Menos será entonces posible
que todas las buenas intenciones del mundo logren transfor-
mar un instante de desamor que se pierde inevitablemente.
Pero estamos ya muy lejos de Werthers y Nervals; es mu-
cho más profundo lo que me tiene así que una depresión
amorosa. ¡En la mitad del siglo XX nadie se suicida por amor,
sino porque encuentra todo muerto rodeándolo!
En Puebla, después de innumerables copas platiqué con-
tigo de la que era mi última obsesión: el hombre se ha pasa-
do toda la historia -y por tanto toda su vida individual-
juzgando las cosas: tal sentimiento es malo, esa relación es
buena, la vida es regular. Hasta el mínimo y más cotidiano
detalle va seguido de un juicio de valor que lo adjetiva y aca-
ba por ser tan importante como el suceso mismo: mal senti-
miento, buena relación, regular vida: metáforas de la fatalidad.
De ahí la vigencia de comentarios tales como: ¡qué mal te ha
tratado la vida, hermano!, y ese tipo de frases hechas en las
que todos hemos caído. ¿Por qué? La vida no trata a nadie,
somos nosotros los que determinamos las condiciones de
nuestra existencia.
No es que me contradiga con respecto a lo que dije acer-
ca del destino; creo entrever tu sonrisa irónica al leer estas
palabras, pero no, Delfino, no la vida en bruto, sino las ac-
ciones cotidianas: ésas sí las podemos determinar: ahí está

182
En la alcoba de un mundo

nuestra capacidad electiva en juego. Entonces las cosas no


valen por ser buenas o malas, más bien por la intensidad con
la que se viven. En eso, lo sabes bien, no me puedo quejar.
En el fondo no es sino el viejo,> problema
!,l. ,.
del que habla Lope
de Vega: las cosas son del colen 3e1 cristal con que se miran:
positivas, regulares o negativas, con toda la gama de matices
intermedios. Mi mente y mis sentimientos, como puedes ver,
son un desastre: el caos más burdo y absoluto.
Tú sabes casi mejor que nadie cómo soy; conoces mi tem-
peramento; has comprobado que no exijo gran cosa de mis
amantes: que me den lo que quiero y no se comprometan.
Entiendes mi relación con Agustín y sabes que no hemos ro-
to por completo, pero que ya no tolei:o su presencia mucho
rato: todo por el conflicto que es en sí la fidelidad sexual,
una aparente nadería.
¡Ay, Delfino, qué bueno que entiendes mi confusión! Tan
fácil que es recibir amor, darlo, satisfacerse y se acabó. Pero
tenemos que complicarlo todo enrolándonos sentimental-
mente; mostramos una absoluta necesidad de saberlo todo
del otro, de ser lo mejor con el otro hasta que éste se dé
cuenta, nos mande por un tubo y se aproveche de esa debili-
dad para volverse superior y decidir de qué se trata. El amor
se parece un poco a la política, es un juego peligrosísimo en
el que alguien tiene que acabar llevando el mando aun a cos-
ta de muchas cosas asquerosas con su propia pareja.
No sabes cómo me afectó ver a Agustín y Mario en ese
café, esperando tranquilamente para unirse, después de que
Agustín me había llorado como una mujercita suplicándome
amor y comprensión, diciéndome que me quería. Sí, ya lo
veo, pensé en ese momento. Uno no es tan rápido, me quedé
sin saber qué hacer y si no salí del café fue sólo para tortu-
rarlos y que sufrieran un poco con la duda de si los había
visto. Ya me lo dijiste esa noche: no tiene importancia. Sin
embargo, sí la tuvo -así, en pasado- porque cambió por
completo mi idea del amor, y por tanto de la vida entera.

183
Pedro Ángel Palou

Hoy ya no soy sino un vegetal esperando a que se le acabe el


agua y muera.
No tiene nada de malo, después de todo. Hasta lo más
pequeño cumple un ciclo en la vida. El mío ya está dando de
sí. Creo haber hecho ya todo lo que podría haber realizado.
El fin será algo plácido, además. Es una certeza.
La vida es -y ha sido-- un juego fugaz; rechaza toda de-
finición, de nada sirve etiquetarla, Delfino: la única realidad
es que estamos dentro de ella. No tiene otro sentido que el
que logremos infundirle. Algunos se sustentan con la religión
o con la militancia, otros necesitan encontrar una verdadera
vocación que los justifique y redima. Habemos algunos otros
a los que no nos importa nada de esto: nuestro único asidero
para agarrarnos de la vida es la vida misma: vivirla, asumirla,
gozarla o sufrirla.
Escribiéndola.
¿Qué experiencia me he negado alguna vez, Delfino?
¿No probamos hasta la heroína cuando la mariguana se nos
hizo tonta porque el efecto se pasaba demasiado rápido? ¿No
concedí mi cuerpo a varias mujeres a las que les estaba agra-
decido? ¿No amé locamente a cuántos hombres, de todas las
formas posibles, sin negarme a nada, en todos los roles, bajo
todas las circunstancias? ¿No participé en cada uno de los
movimientos más importantes de ese medio siglo en México?
¿No aparecí en todas las últimas promociones de la cultura,
fuera cine, literatura, plástica o teatro? ¿No he dado clases
para dejar algo de mi paso por el mundo en otros hombres?
¿No he, pues, compartido insaciablemente mi vida con tan-
tos y tantos otros? Experiencias, lecturas, hallazgos, emocio-
nes: todo ha entrado a un saco abierto y en el fondo se ha
desperdigado en todas las personas que he querido. Este cha-
parro y flaco ha amado mucho, ha soportado los Cacarrutia
de Salvador. Con todo, puedo decirte que mi vida ha sido
hermosa, plena, verdadera. He gozado la alegría, pero tam-
bién el sufrimiento; lo cual es algo que no todos los hombres

184
En la alcoba de un mundo

pueden afirmar. Que muy pocos, es más. No me arrepiento


de nada.
Y sin embargo, estoy aquí, contemplando la posibilidad
del suicidio. Quizá como otra fxperiencia más. Un último ac-
to de voluntad: quitarme la vida ~u'"indo yo quiera, no cuando
el destino así lo haya previsto. ¿No será, qué demonios, que
de eso se trata, que ya estaba pactada esta muerte mía, así
lograda, perpetrada por mí?
Entonces no tiene ningún mérito, no ratifica ninguna vo-
luntad: ¿cumple tan sólo con los designios ya establecidos
sobre mi vida? ¿Quién puede saberlo de todos modos?
Estoy hundido en el insomnio, para variar. Habitándolo.
Copulando con mi silencio. Recuerdo aquel: es necesario per-
derse para encontrarse de Fenelon que tanto citábamos Salva-
dor y yo en la adolescencia. Lo recuerdo y no puedo más que
hacer una mueca de desagrado al comprobar que he podido
hacer mía la consigna. Me he perdido por completo, pero eso
aún no ha sido muy placentero, la confusión interna que hay
en mí puede más que la capacidad de goce. Mi mente no sa-
be si siente placer o asco ante cualquier nuevo estímulo, que
le llega seguro como una desagradable descarga eléctrica.
No cabe duda, Delfino, soy un puñado de contradiccio-
nes. Perdón por la tortura, es que tú eres, en cambio, el úni-
co que me puede comprender porque oíste estas palabras
con otro ritmo, con la lentitud y torpeza del alcohol. Pero la
mente que las dijo estaba sobriamente confusa: aún hoy pue-
de expresar en los mismos términos idénticas angustias.
Escribo estas líneas bajo el poder un poco lejano pero
aún torturante del alcohol. Dejé la carta en la mañana y aho-
ra la retomo, casi siendo las diez de la noche. ¿El día, unas
copas, los amigos, cambian en algo las reflexiones tortuosas y
pesimistas de hoy temprano? No. Un no rotundo.
Sigo creyendo en todo lo que escribí. Es más, se me ocu-
rre que tú estás secretamente de acuerdo y que hoy más que
nunca cuando lees estas líneas sientes su verdad y ya no te

185
Pedro Ángel Palou

duele tanto mi muerte. Mi huida que esta tinta prefigura en


tus pupilas, Delfino. En Puebla, varias de las confidencias
que me hiciste iban en el mismo tenor que las mías, sólo que
tú eres más atrevido, menos pesimista, menos escéptico. ¿Sa-
bes que el término molestaba a Cuesta? Me acuerdo que re-
negaba profundamente del apelativo porque él decía que su
no creer en nada estaba justificado: no había nada digno de
creerse. Por ahí van mis pensamientos: nada es lo suficiente-
mente válido como para asirse de él, así que queda la muerte
como salida posible, constante, voluntariosa y clemente.
Los homosexuales -es la primera vez que escribo la pa-
labra sin pudor, para designarme- nos pasamos la vida jus-
tificando nuestras elecciones sexuales; lo que debería ser una
mera diferencia sin problemas se vuelve una afinidad electiva
rota por el abismo de la necesidad. No es que sintamos inte-
riormente la obligación de justificar nuestros actos, es que ex-
teriormente todo se nos niega, todo se nos imposibilita: nuestra
diferencia es vista como una traición social que nos condena
al ostracismo espiritual: nos volvemos seres retorcidos, difíci-
les, incomunicables, abúlicos, torpes, inconsistentes, apena-
dos eternamente por ser como somos; nos dolemos de nues-
tra condición y la proscribimos sicológicamente, lo cual nos
vuelve culpables de un crimen inexistente pero igual de tor-
tuoso: nos escondemos, no queremos ser vistos, somos fu-
gitivos de nuestras conciencias que nos persiguen.
El sentido común -que es el más común y corriente de
los sentidos- nos dice que el amor tiene como fin último la
reproducción de la vida en la tierra. El más absurdo hecho
condena entonces la homosexualidad y la vuelve una traición
al objetivo de la existencia. Amamos, pero no reproducimos,
luego nuestro amor contiene la muerte y la aumenta. Tánatos
triunfa sobre Eros y lo condena a la esterilidad espiritual.
Amar así no tiene sentido. No logra nada. No es nada. Sólo
es muerte.
Acabamos entonces por sentirnos proscritos, desechados:

186
En la alcoba de un mundo

mera basura social. Además, a mi grupo intelectual se le ha


condenado también eternamente al ostracismo de la inteligen-
cia. ¡Qué bueno que piensen!, nos dice el poder, pero piensen
para ustedes. Y después se iniE:j¡i,Ja desintegración, la sole-
dad, el romper una amistad qúe era fuego y comunicación y
que ahora es polvo y silencio.
Otra cosa, Delfino, que me hace aún más desdichado, me-
nos feliz. No escribo nada que me guste. Tengo 47 años y he
escrito tres obras este año; estrenado una y publicado un
libro. ¿Qué más puedes pedirle a la vida? ¿No te conformas
con todo esto? No, no es lo que yo hubier~ podido hacer; na-
da me complace después de la serie de mis nocturnos. Todo
se ha vuelto sin yo quererlo repetición, basura, soledad.
¡Lápidas de mentira que anteceden mi muerte! ¡Ya nadie
me necesita!
Pero perdón, esto no intenta ser un chantaje, así que no
es válido que me ponga a autocompadecerme. No sirvo por
mí mismo. Y eso que tú has sido testigo de mi despliegue ab-
soluto. No ha habido actividad cultural en la capital en la
que no haya estado involucrado. Todas las exposiciones de
pintura de ese año han merecido un prólogo mío; he iniciado
y fundado el primer cine-club de la República, donde hemos
traído lo mejor del mundo. He estado en las revistas literarias
actuales y en todas me piden y exigen mis consejos. ¿Soy im-
prescindible, sin embargo? No. Me voy a ir, ay, nadie se acor-
dará de mí. Tú lo sabes. Una o dos lágrimas de compasión.
¿Cuántos de mis amigos seguirán siéndolo, Delfina? ¿Qué
cantidad de gente irá a mi entierro a verme y cuántos a que
los vean y admiren? Luego, nada: el silencio, la disolución, el
olvido.
¿Quién fue Xavier Villaurrutia? Quién sabe, dirán con sus
lenguas mustias. Nadie ni nada me recordará nuevamente.
¿Y tus textos?, me podrás decir, Delfina. Mis textos no son
nada en los siglos de la lengua española. También, aunque
más lejos quizá, serán condenados al olvido. Ya no seré nada,

187
Pedro Ángel Palou

porque además no tengo nada. Nada sino estas manos que


me permiten escribir que no tengo nada.
Algo me falta, pero no puedo precisar qué es. Te voy a
reescribir aquí este poema, que quizá tengas ya, para que lo
juzgues junto a mis otras palabras:

DESEO

Amarte con un fuego duro y frío.


Amarte sin palabras, sin pausas ni silencios.

Amarte sólo cada vez que quieras,


y sólo con la muda presencia de mis actos.

Amarte a flor de boca y mientras la mentira


no se distinga en ti de la ternura.

Amarte cuando finges toda la indiferencia


que tu abandono niega, que funde tu calor.

Amarte cada vez que tu piel y tu boca


busquen mi piel dormida y mi boca despierta.

Amarte por la soledad, si en ella me dejas.


Amarte por la ira en que mi razón enciendes.

Y, más que por el goce y el delirio,


amarte por la angustia y por la duda.

¿Te había leído esto antes? No lo sé, pero felizmente creo


que puedes darte cuenta, por copiártelo en el estado en que
me encuentro, la soledad a la que ya pertenezco, la muerte a la
que sin reservas ya me entrego. Sin miedo, con el temor úni-
co de que sea lento y doloroso ese pacto secreto que al fin me
devolverá la conciencia. La muerte en sí, no es más que eso.
Elías y los amigos van a pasar la Navidad a Veracruz,
pero yo me quedo, no me interesa. No quiero que me vean

188
En la alcoba de un mundo

hacer el ridículo allá, prefiero que sepan la noticia de por


qué no fui, estando yo en mi ciudad y sin tener que rendirle
cuentas a nadie.
Me vas a decir sin duda que- JPÍ.,madre estará consternada,
que no sabrá qué hacer. No me importa ya ni que se culpe.
Estarán Teresa y los demás para consolarla. Y para suplirme
a mí cuando desaparezca. No sé más. No quiero, saber más.
Todo lo otro dejará de existir cuando yo muera. No ha-
brá nada. Un oscuro interminable y húmedo quizá.
Esta carta -no quiero sonar melancólico ni solemne- te
llegará cuando sea demasiado tarde para cualquier movimien-
to que se considere ayuda. Considero un acto de amistad que
me dejes y me permitan hacer mi voluntad y se contenten
con lo propio por más poco atractivo que parezca.
Estoy muy agradecido Delfino, por todo lo que hemos
compartido durante estos años de amistad. Te agradezco el
silencio que guardes y te quiero lo suficiente como para ha-
certe el único depositario de estas locuras,

XAVIER

189
p.!,, ,.,

21 de diciembre, 1950

7:50

El espejo es una mirada cínica y perturbante. Cada arruga


-ésas que apenas se notan en la piel- es una incertidum-
bre; cada surco es una mueca siniestra. Las ojeras se hunden
como madrigueras oscuras y hostiles; los ojos pequeños, ahí
arribita, son calaveras frías, rígidas, impenetrables: casi cuen-
cas vacías y sin sentido. Los labios están secos y tienen infini-
dad de pellejos: cada uno es un beso menos, una separación
más. ¿Hacia dónde ven esos ojos que se miran al espejo? Las
cejas están exageradamente caídas sobre el rostro, vencidas.
Xavier se pasa una mano -larga, afilada, de uñas cuidadísi-
mas y brillantes- por el rostro y se detiene en la mejilla. To-
ma la piel y la estira, la arruga, juega con ella; la exprime, la
odia. Su rostro sugiere muerte y deseo roto y frío y quizá do-
lor. Pero también hay crueldad en esa mano que corrompe la
piel y la deshace. Hay un hombre muriéndose dentro de sí.
Se ha pasado más de media hora, mirando mirarse con unos
ojos tristes, brillosos. Respira con dificultad y cada paso del
oxígeno por la nariz implica un ruido intenso y molesto. Xa-
vier recuerda su rostro de joven y piensa que ha pasado
mucho tiempo. Nada ha sido más martirio, más amargo que
el propio mar que llevo dentro, se dice Xavier; el mar, anti-
guo Edipo que me recorre a tientas, desde todos los siglos,

191
Pedro Ángel Palou

cuando mi sangre aún no era mi sangre, cuando mi piel cre-


cía en la piel de otro cuerpo, cuando alguien respiraba por
mí que aún no nacía. Nada sino la tortura misma de haber
nacido y llevar un océano que sube hasta mis labios, mudo,
se satura con el mortal veneno que no mata pues prolonga la
vida y duele más que el dolor. Cada arruga es una ola y cada
surco la espuma: el mar haciendo su lento trabajo, forjando
en la caverna del pecho un corazón que late corno un puño y
golpea y vuelve a golpear insistentemente. Mar sin viento ni
cielo, sin olas: desolado; nocturno mar sin espuma en los la-
bios, nocturno mar sin cólera, se conforma con lamer las pa-
redes que lo tienen preso y esclavo que no rompe sus riberas
y ciego que no busca la luz que le robaron y amante que no
quiere sino su desamor, y amante que no quiere sino su desa-
mor, repite Xavier corno una letanía que se va quedando
grabada en la profundidad de su ser: y amante que no quiere
sino su desamor. Mar que arrastra despojos silenciosos, olvi-
dos y rencores ahogados, sueños de recién nacido, perfiles y
perfumes mutilados, fibras de luz y náufragos cabellos. Sí,
carajo, sí, sí: nocturno mar amargo que circula en estrechos
corredores de corales, arterias y raíces y venas y medusas ca-
pilares, y amantes que no quieren sino su desamor. Ahí está
el rostro corno prueba final, corno clave principal del crimen
del tiempo; ahí está una mueca grotesca, deslavada, llena de
desamor y tristeza; un rostro que es pena, y llanto y soledad.
Mar que teje en la sombra su tejido flotante, con azules agu-
jas ensartadas con hilos nervios y tensos cordones. Nocturno
mar amargo que humedece mi lengua con su lenta saliva -y
Xavier recuerda, gime, implora, mantiene sus manos crispa-
das, corno si fueran la expresión de un artrítico; recuerda y
se moja la lengua con su mar, y lo siente- hace crecer mis
uñas con su fuerza, con su marea oscura. La ventana del ba-
ño en el que está Xavier es amarilla, y la luz que deja pasar
inunda todo con una respiración de hepatitis: enferma, maci-
lenta, estéril. Ha quedado entreabierta, además, y el aire que

192
En la alcoba de un mundo

entra mueve los cabellos despeinados de Xavier que aún está


en piyama. Mi oreja -suspira, murmura, implora Xavier-
sigue su rumor secreto, oigo crecer sus rocas y sus plantas
que alargan más y más sus labios dedos. Ahí está el mar, lo
puede ver, amargo y difícil, vio1eKtéf y picado frente al espejo:
es un mar que desea morir y le dice: lo llevo en mí como un
remordimiento, pecado ajeno y sueño misterioso, y lo arrullo
y lo duermo, y lo escondo y lo cuido y le guardo el secreto.
La mañana es un acantilado; Xavier, sin más, se avienta al
mar.

5:20

Xavier entró al consultorio de Elías a que le revisara una he-


rida en la frente que fue causada por un cajón de bolero que
el propietario estrelló contra Xavier cuando él quiso retener-
lo en su cuarto después de copular amarga y rápidamente. La
historia había empezado dos semanas antes cuando a Xavier
le gustó el bolerito y llegaba al extremo de cambiarse tres ve-
ces los zapatos para llegar afuera del Sanborns y bolearse,
viendo al hombre que se le había metido en la mente. La cri-
sis de conciencia del enamorado y los reproches que le hizo
exaltaron a Xavier, quien empezó a gritarle, echándolo de su
estudio. El pleito después de estrellarle el cajón fue terrible,
así que tuvieron que ir a la delegación donde el licenciado del
Ministerio Público conocía a Xavier y la cosa no pasó a mayo-
res. El caso es que la herida aún no le cicatrizaba y se hizo ver
por su amigo que le recordó el viaje que harían a Córdoba a
poner un "Nacimiento" en casa de otro amigo, y luego segui-
rían hasta Veracruz, pero Xavier le contestó que él no iría.
-Hombre, vamos a quedar mal, va a venir una camione-
ta de Veracruz por nosotros, anda.
-¡No puedo ir y no puedo darte las razones! ¡Además,
no me gusta ser interrogado!

193
Pedro Ángel Palou

-Bueno, está bien, si no puedes ir, no vayas -alcanzó a


decir Elías confundido, temeroso. Luego, Xavier se acercó a
la pared y la golpeó con los nudillos, llorando en silencio, en-
cogido sobre sí mismo. Elías no podía creerlo, en tantos años
de amistad él siempre había sido el más controlado; ni en las
peores separaciones o problemas emocionales de su vida ha-
bía cedido un poco comunicándolo así. Elías dejó a su amigo
solo para que se calmara y entró al consultorio; al regresar se
encontró con un Xavier más solemne y tranquilo, que se arre-
glaba la corbata frente al espejo del baño.
-Perdóname, Elías. Hay cosas que a veces le vienen a
uno en la vida que ... no sé, no puedo explicarte, pero el caso
es que a ese viaje no puedo ir.
-Pues no vayas, hombre. Yo te disculpo con los demás.
-Prométeme que el último día del año vamos a cenar
juntos y solos.
-Sí, está bien, cenamos solos- contestó Elías.
-Vamos a recordar esas noches en que también íbamos
solos a esos lugares pelados, los cabaretuchos de nuestra ju-
ventud ...
Luego los amigos se despidieron para no volver a verse.
Xavier salió a una tarde desierta, pues probablemente todos
los capitalinos estaban de vacaciones, se dijo. Hacía un aire
terrible y el abrigo de lana no tapaba todas sus inclemencias.
Xavier, sin embargo, tenía ganas de caminar y se dio a la fuga
por las calles y barrios perdidos, pensando, dándole vueltas a
las cosas. Creyendo y descreyendo, amando y desamando,
muriendo y desmuriendo. La noche le llegó por Santa María,
y sus nostalgias porfirianas, su quiosco ahora a veces poblado
por bandas populares. Ahí la ciudad estaba densamente po-
blada de hombres y mujeres que compran y venden el deseo,
que lo intercambian o lo donan, que cohabitan con él en ha-
bitaciones baratas y malolientes donde un niño -casi- en-
tra con una cubeta y papel de baño para que la mujer se lave
al final del acto. Habitaciones podridas que Xavier se imagina-

194
En la alcoba de un mundo

ha sin fragancia, sin chiste. Y ya su mente era una sucesión in-


terminable de fragmentos -de ellos está compuesta la vida-
incoherentes y desunidos que caen como uvas sin racimos,
como gotas suplicantes de una llovizna de enero. ¿Quién ter-
miné siendo?, se dice: este c~&'pó maltrecho, estas piernas
temblando, esta conciencia deshecha que ya no cree en nada,
que ya no crea nada, que ya no cree nadar en su propio fango.
Y la noche -nocturna evocación de arena o hielo- le
trae canciones y poemas, música y locura y entonces la muer-
te toma siempre la forma de la alcoba que nos contiene. Es
cóncava y oscura y tibia y silenciosa, se pliega en las cortinas
en que anida la sombra, es dura en el espejo y tensa y con-
gelada; profunda en las almohadas y t;n las sábanas blancas.
Luego Xavier casi le grita a alguien inexistente, fantasma ino-
portuno: los dos sabemos que la muerte toma la forma de
alcoba, y que la alcoba es el espacio frío que levanta entre los
dos un muro, un cristal, un silencio. El aire es inclemente;
Xavier caminaba rápido, para guarecerse en algún lado. En-
tonces sólo yo sé que la muerte es el hueco que dejas en el
lecho cuando de pronto y sin razón alguna te incorporas o te
pones de pie.
Y no sólo eso; es el ruido de hojas calcinadas que hacen
tus pies desnudos al hundirse en la alfombra. Y es el sudor
que moja nuestros muslos que se abrazan y luchan y que,
luego, se rinden. Y es la frase que dejas caer, interrumpida. Y
la pregunta mía que no oyes, que no comprendes o que no
respondes. Y el silencio que cae y te sepulta cuando velo tu
sueño y lo interrogo. Y sólo, sólo yo sé que la muerte es una
palabra trunca, tus gemidos ajenos y tus involuntarios
movimientos oscuros cuando en el sueño luchas con el ángel
del sueño. ¿Soy muerte yo también?, se pregunta Xavier al
tiempo en que deja caer dos pesos en el mostrador y recoge
la llave del cuarto que ha pedido en ese burdel barato, seña-
lando a una mujer cualquiera: la primera que vio. La muerte
es todo esto y más que nos circunda, y nos une y nos separa

195
Pedro Ángel Palou

alternativamente, que nos deja confusos, atónitos, suspensos,


con una herida que no mana sangre. Pero cómo duele, qué te
deja, cómo es amarga, carajo. Cierra la puerta después de la
mujer que ha entrado desvistiéndose rápidamente. Entonces,
sólo entonces, los dos solos, sabemos que no el amor sino la
oscura muerte nos precipita a vernos cara a cara a los ojos, y
a unirnos y a estrecharnos, más que solos y náufragos, todavía
más, y cada vez más todavía. Y la mujer se pone de espaldas,
siguiendo las indicaciones de Xavier que la coloca en cuatro
patas y la penetra dolorosamente. La mujer grita, finge un
placer que no siente, un ansia que ha olvidado muchos años
atrás, cuando la violaron su padre y sus tíos, quizá. Él apura
un movimiento que ya es involuntario, animal, forzoso. Pero
que le da asco. Suda, jadea, imprime toda la fuerza que pue-
de a su espasmo. Cuando acaba rompe a llorar mientras la
mujer se lava en una cubeta y no intenta comprenderlo. Ella
sale, cierra la puerta con cautela, sin perturbar. Xavier se
queda solo nuevamente; siente la inconsciencia del acto que
acaba de perpetrar; la nada, el vacío en el estómago. Y un
agudo arrepentimiento que le dice eres un cobarde, no pue-
des más.
"Me estoy ahogando. Me asfixio", grita, al tiempo que por
fin se siente cayendo desde el acantilado que lo vio saltar en
la mañana.
Y el mar, amargo y sediento, lo recibe al fin.

196
23 de diciembre, 1950

12:16

Ya no hay nadie en la estancia. Todos están dormidos. La no-


che es un acompasado fluir de suspiros, ronquidos y gemidos:
cada quien se entrega al sueño despiadado de estar soñando.
Xavier y su insomnio. Permanece sentado en una poltrona
con flores. Se ha puesto un suéter grueso, de lana. Sus ojos si-
guen hundidos; ven hacia ningún lado. Se levanta hacia la
chimenea y tira descuidadamente dos leños para que el fuego
no se consuma y siga ardiendo en lo que se quema su insom-
nio. La noche se vuelve entonces una sucesión de imágenes
que van poblando la mente de Xavier y la despiertan: un río
de recuerdos en donde su cuerpo frágil naufraga. Están los
viajes a Cuautla con su madre, que quedará sola, miserable;
están también los paseos con Salvador por las calles de la
ciudad que iban encendiéndose como un vapor del Mississi-
ppi. Las discusiones acaloradísimas con Jorge, sobre mil y un
temas en los que Xavier acababa dándole la razón -mil y un
argumentos de por medio-. La amistad sincera y absoluta
de Guillermo; sus versos bíblicos y herméticos, dulces y tier-
nos. Las largas cabelleras de árboles en el otoño de Yale, des-
peinándose hasta quedar completamente calvas. Las largas y
crueles noches -como ésta- de insomnio ininterrumpible.
Los <lanzones y las rumbas en viejos y polvosos cabaretuchos,

197
Pedro Ángel Palou

en amplios salones donde el cuerpo habitaba la música, se


unía a ella cachondeándola, midiéndola. Las largas tardes en
la oficina de Brasil, en el estudio de Donceles, en las oficinas
de Contemporáneos, sentados en el suelo dadas las pésimas
condiciones de las sillas -cuatro- y la horrible mesa que aún
nadie ha sabido cómo se mantuvo en pie. Bernardo Ortiz y
su oficio de archivista, su razón sin argumentos imponiéndo-
le criterios, seleccionando textos. Minutos densos y llenos de
humo en el café París, con tantos y tantos otros nombres y
hombres que hoy se pierden en una confusión de brazos que
se destrenzan, de dolores que se comunican. Y el sudor de
muslos ansiosos, de amantes desesperados. Y el rompimiento
pausado y destructor con Agustín, y sus súplicas de adoles-
cente desilusionado que no sabe qué demonios hacer con la
bomba que ha explotado. El amor siempre es peligroso, nun-
ca será algo seguro, normal -se dice Xavier, quien se lo ima-
gina casi como una enfermedad incurable, que corrompe
hasta el más pequeño de los músculos. El amor es la amenaza
del desahucio, la antesala de la muerte -vuelve a pensar al
acomodarse en el sillón y sorber una copa de anís dulce que
se le pega cariñosa al paladar. Elías y su coche que le presta-
ba, y Xavier lo recogía en el hospital para ir a comer juntos,
a rondar la tarde entera. Están también -y llegan a su mente
como un ejército prusiano que toca tambores y trompetas y
despliega la infantería aniquilante- todas las obras de teatro
que ha visto, leído, escrito, interpretado, pensado: su tanto de
magia, de catarsis colectiva frente a la crisis. Está entonces la
crisis crítica de la que tanto habló Jorge Cuesta; está repensar
la propia obra como si fuera la vida. ¿O es que acaso obra y
vida son diferentes? No, son un solo continuum que se funde
y confunde con la facilidad del café y el agua.
¿Qué gran capacidad de contradicción, de confusión? No
me gusta nada de lo que escribo, descreo de cada verso, de ca-
da sílaba, cada involuntaria sinalefa. Y sin embargo, le escribo
a Delfino y le copio un poema un poco viejo, como si fuera

198
En la alcoba de un mundo

una de las formas de expresarme. No me gusta, pero es lo


que mejor hago: escribir. Y hablar, desechar, contribuir a lle-
nar de sonidos incoherentes e inermes el vacío del espacio,
dice Xavier, que ha corrido la~mf!llt1t de la chimenea después
de acomodar los troncos que despiden un fuego bello, móvil,
ilusorio. Tengo esas palabras escritas, borroneadas, vueltas a
escribir como única razón de ser de estos imbéciles 47 años.
Son mi único asidero a la tierra que se desvanece poco a po-
co debajo de mis pies cansados que ya no quieren siquiera
pisarla. No camino. Vuelvo a ser un peregrino inmóvil, ni un
pensamiento, ni un movimiento, como decía D'Ors. El tedio,
el abandono, la nada. Y la voluntad, sin embargo, de seguir
diciendo que yo también hablo de la rósa. Pero mi rosa no es
la rosa fría ni la piel de niño, ni la rosa que gira tan lentamen-
te que su movimiento es una misteriosa forma de quietud. Así,
yo, lentamente giro mi cuerpo delgadísimo y pequeño hacia
el lado de la muerte: y casi no me muevo, apenas lo perciben
pero ya está hecho. No es la rosa sedienta, ni la sangrante lla-
ga, ni la rosa coronada sin espinas, ni la rosa de la resurrec-
ción. No puede ser impulso salvador, ni herida abierta, sino
estancamiento, verde el agua donde los nenúfares del dolor
se posan encantados. Tampoco es la rosa de pétalos desnudos,
ni la rosa encerada, ni la llama de seda, ni tampoco la rosa lla-
marada. ¡Qué más quisiera que coronarla con la excelsitud
de nombres ampulosos y llenos de pátina! No es la rosa vele-
ta, ni la úlcera secreta, ni rosa la puntual que da la hora, ni la
brújula rosa marinera. No, no, no, no, no es la rosa rosa sino
la rosa increada, la sumergida rosa, la nocturna, la rosa inma-
terial, la rosa hueca. Vacía, seca y otra vez vacía: nada en sus
entrañas plagadas de absoluto. Mi rosa es otra. Es la rosa del
tacto en las tinieblas, es la rosa que avanza endurecida, la ro-
sa de rosadas uñas, la rosa yema de los dedos ávidos, la rosa
digital, la rosa ciega. Pero ésa, la verdadera, la única, la que
me tiene aquí postrado frente al crepitar fulgurante del fuego
y de mi mente que se pierde ya, al fin, poco a poco. Es la ro-

199
Pedro Ángel Palou

sa moldura del oído, la rosa oreja, la espiral del ruido, la rosa


concha siempre abandonada en la más alta espuma de la al-
mohada. Es la rosa deseo, anhelo, fuego, sudor. Es la rosa
encarnada de la boca, la rosa que habla despierta como si es-
tuviera dormida. Es la rosa entreabierta de la que mana som-
bra, la rosa entraña que se pliega y expande evocada, invoca-
da, abocada, es la rosa labial, la rosa herida. Y no otra que
este tedio: la rosa insomnio. Es la rosa que abre los párpados,
la rosa vigilante, desvelada, la rosa del insomnio deshojada. Y
no otra que este mar abierto: la rosa entrega. Es la rosa del
humo, la rosa ceniza, la negra rosa de carbón diamante que
silenciosa horada en las tinieblas y no ocupa lugar en el espa-
cio. Y no otra que esta separación desesperada: la rosa rota.
Luego del pensamiento se detiene como un tren, silba, fre-
na: para. Xavier cabecea. "El curioso impertinente", le pusie-
ron Salvador y él a una sección de Ulises. Eso es lo que ha sido
toda la vida, un crítico contumaz, dirían los reportes de so-
ciales. Un molesto enemigo, dirían los de México Moderno, o
los estridentistas. Un amanerado, dirían los resentidos, los que
juzgan a vuelo de pájaro, los que nada saben sino el vano ve-
lo de sus apariencias. Y haciendo de su ideología una moneda
de dos caras: a cual el mejor postor.
Cuando el pensamiento se detiene, Xavier cabecea, dor-
mita, murmura: estoy perdido y luego también el insomnio le
concede una tregua, pequeñísima, para que pueda deambular
a su gusto por los párpados del sueño que lo vence, al fin y
lo sostiene.

5:20 (fría madrugada)

El insomnio vuelve a posar sus párpados oscuros, helados,


sombríos, sobre las pestañas curvas de Xavier que siente cos-
quillas y ríe un poco, mustiamente. Repasa las películas que
ha visto en la semana: Tiempos modernos, cine Rex; Mundos

200
En la alcoba de un mundo

opuestos, con Bárbara Stanwick, James Mason, Ava Gardner,


cine Margerit Lido; Arroz amargo, con Silvana Mangano, en
el cine Arcadia; Abbot y Costello, La legión, cine Orfeón. Na-
da maravilloso, fuera de las aetuaáones de Mason y Stanwick
y de la belleza de la Mangan'o. Repasa las galerías y exposi-
ciones; también las tres obras de teatro y las dos revistas mu-
sicales. ¡Qué agitación para ser diciembre! Se contesta mien-
tras siente, ya dura y pesada, la nostalgia de Elías y los demás
que estarían divirtiéndose en Córdoba, ¿Y si hubiera acaso
alterado en algo mi decisión? No creo, pero quién puede sa-
berlo, la única realidad es que estoy solo; en una noche hela-
da, la chimenea tiene unas pequeñas brasas y me va a costar
trabajo volver a prenderla.
Señas de identidad para un posible pasaporte. l. Xavier
Villaurrutia González, hijo de Julia González viuda de Villa-
urrutia. 2. Hermanos: Félix, Rafael, Carmen y Teresa. 3. Di-
rección: calle Puebla, núm. 247. 4. Señas personales: una
herida de dos pulgadas en la frente. 5. Afecciones: padece
desde hace varios años una afección cardiaca que no se ha po-
dido localizar favorablemente y que le hace repetir ante sus
amigos que sus únicos males son del corazón.
Xavier ríe, ahora sí estruendosamente, en carcajadas casi
frenéticas, hileras de ruidos que salen catapultados de su len-
gua. Al borde de la muerte y dictándole a la Parca los datos
de un pasaporte innecesario. Donde voy no hay aduanas, ni
policía, ni amigos: un vacío interminable, quizá. Y luego nada.
Por Gide, recuerda Xavier la frase de san Mateo: "Aquel
que quiera salvar la vida la perderá, y sólo el que la pierda la
hará verdaderamente viva"
Pero nadie puede soportarla, se dice y ahora rompe a llo-
rar sin ninguna otra razón que ser y estar ahí en una poltrona
con la cabeza entre las manos y el corazón abierto, desnudo,
débil, deshecho. Porque de pronto -se dice- entiendes
que no hay nada. Cuando los hombres alzan los hombros y
pasan, o cuando dejan caer sus nombres hasta que la sombra

201
Pedro Ángel Palou

se asombra, cuando un polvo más fino aún que el humo se


adhiere a los cristales de la voz y la piel de los rostros y las
cosas, como una invisible capa de polvo que no deja respirar,
que no permite que el oxígeno pase y circule por los poros, y
la piel se agrieta, arruga, envejece, se seca, esteriliza, muere.
Cuando los ojos cierran sus ventanas al rayo del Sol pródigo
y prefieren la ceguera al perdón y el silencio al sollozo, ahí
exactamente, en ese resquicio que deja la conciencia viva de
estar muerto eternamente en el ataúd que forman un montón
de huesos oxidados. Cuando la vida, o lo que así llamamos
inútilmente y que no llega sino con un nombre innombrable,
se desnuda para saltar al lecho y ahogarse en el alcohol o
quemarse en la nieve. Nada más en ese momento en que ya se
está seguro de que nada existe y todo va muriendo hasta vol-
verse polvo y aire, agua y fuego; y lo decía Jorge, la materia
no desaparece, sólo cambia de forma, y entonces, cuando la
vi, cuando la vid, cuando la vida quiere entregarse cobarde-
mente y a oscuras sin decirnos siquiera el precio de su nom-
bre, cuando en la soledad de un cielo muerto brillan unas
estrellas olvidadas y es tan grande el silencio del silencio que
pronto quisiéramos que hablara.

O cuando de una boca que no existe sale un grito inaudito


que nos echa en la cara su luz viva y se apaga y nos deja una
ciega sordera. Varados en la propia inminencia de nuestra so-
ledad lloramos, y berreamos, maldiciendo, moqueando -di-
ce Xavier- y se levanta, golpea la pared de la chimenea una
y otra vez con la palma abierta, hasta que la piel se pone roja
y unos puntitos saltan en ella por los vasos internos que se
han roto en tanto y tanto inútil golpe que repite el eco incan-
sablemente: o cuando todo ha muerto tan dura y lentamente
que da miedo alzar la voz y preguntar "quién vive" Dudo si
responder a la muda pregunta con un grito por temor de sa-
ber, carajo, que ya no existo.

202
En la alcoba de un mundo

Porque acaso la voz tampoco vive sino como un recuerdo


en la garganta y no es la noche sino la ceguera lo que llena de
sombra nuestros ojos. Y porque acaso el grito es la presencia
de una palabra antigua opaca J fltnda que de pronto grita.

Porque vida silencio piel y boca


y soledad recuerdo cielo y humo
nada son sino sombras de palabras
que nos salen al paso de la noche.

Vida. Silencio. Piel. Boca. Soledad. Recuerdo. Cielo y Hu-


mo. No otra cosa que niebla dispersa, vaporcito cálido, an-
gustia tierna, dulce, nuestra.
Ahora sí me voy a entregar a la muerte. Sí, no hay pro-
blema, nada se mueve y ya nada me conmueve al fin llegó la
noche con sus largos silencios con las húmedas sombras que
todo lo amortiguan y el más ligero ruido crece de pronto y
luego muere sin agonía nomás como quien no quiere la cosa
y el oído entonces se aguza para ensartar un eco lejano o el
rumor de unas voces que dejan al pasar una huella de vocales
perdidas de sílabas dispersas de palabras muertas en el cora-
zón meros cadáveres de sonidos ya casi sin vida expiran mue-
ren se deshacen desaparecen porque al fin llegó la noche, al
fin, al fin y llegó tendiendo cenicientas alfombras apagando
luego luces ventanas últimas y porque el silencio alarga lentas
manos de sombra y la sombra es silenciosa tanto que no sa-
bemos dónde empieza o dónde acaba ni si empieza o acaba y
entonces ya qué de qué sirve para qué demonios si es inútil
que encienda a mí lado una lámpara: la luz hace más honda
la mina del silencio y por ella desciendo, inmóvil, de mí
mismo.
Al fin llegó la noche a despertar palabras ajenas desusa-
das propias desvanecidas tinieblas corazón misterio plenilu-
nio ... Al fin sí, hombre, después de tanta espera, al fin llegó
la noche la soledad y la muerte porque la noche es siempre el
mar de un sueño antiguo de un sueño hueco y frío en el que

203
Pedro Ángel Palou

ya no quedan del mar sino los restos de un naufragio de ol-


vidos.

de un naufragio de olvidos de un naufragio de olvidos de un


naufragio de olvidos de un naufragio de olvidos de un naufra-
gio de olvidos de un naufragio de olvidos.

Porque la noche arrastra con su baja marea memorias an-


gustiosas y temores congelados y la sed de algo que trémulos
apuramos en un día y la amargura de lo que ya no recor-
damos.

y la amargura que ya no recordamos y la amargura que ya no


recordamos y la amargura de lo que ya no recordamos y la
amargura de lo que ya no recordamos y la amargura.

Porque, óiganlo todos y apréstense a cambiar de lado sus


conciencias y sus sueños sus deseos más vivos y más ocultos y
sus temores más muertos y más a flor de piel a boca de flor:

¡Al fin llegó la noche a inundar mis oídos con una silenciosa
marea inesperada, a poner en mis ojos unos párpados muertos,
a dejar en mis manos un mensaje vacío:

Hoy es el día, la noche ya no será: es.

204
d

25 de diciembre, 1950

[en un periódico]

XAVIER VILLAURRUTIA MURIÓ SÚBITAMENTE

Ayer 25 de diciembre, murió súbitamente el escritor Xavier Vi-


llaurrutia, de un paro cardiaco.
Hoy, se velará su cadáver en la capilla ardiente que para el mis-
mo fin se ha instalado en el Palacio de Bellas Artes, donde sus ami-
gos y autoridades harán las guardias respectivas.
El cuerpo se enterrará en el panteón Francés el día de mañana.
Así mismo, estarán diciéndole el último adiós su madre y sus
hermanos, así como sus más íntimos amigos.
El mencionado escritor había pertenecido al grupo denomina-
do Contemporáneos y publicado los siguientes libros: poesía: Re/le-
jos, Nostalgia de la muerte, Canto a la primavera, entre otros. Teatro:
La hiedra, La mujer legítima, Parece mentira y La mulata de Córdo-
ba. Así mismo, publicaba artículos de crítica cinematográfica y
plástica en diversos diarios de la capital. Era profesor del Instituto
de Estudios Cinematográficos y prolífico traductor del inglés, fran-
cés e italiano.
Los más importantes intelectuales coinciden en señalar que
ésta ha sido una gran pérdida para las letras mexicanas.

205
e

27 de diciembre, 1950

Querido Delfino:

Te necesitamos aquí, los amigos, para reponernos juntos de


la pérdida de Xavier, a quien tú tantó querías. Yo no sé qué
me pasa, pero ya no soporto a nadie ni a nada, y no creo que
la cuestión sea nada pasajera. Algunos piensan que lo de Xa-
vier no fue un mero problema cardiaco, creen que se suicidó.
Yo creo que tú tienes la clave porque sé que fuiste el último
que habló seria y largamente con él. Te envidio por eso, pero
sabes bien cómo terminaron las relaciones entre Xavier y yo.
Casi no nos veíamos, habíamos roto por una tontería de la
que tú te enteraste, seguro, y nada nos ha podido juntar. Per-
dón. Nada nos pudo juntar. ¿Ves cómo gramaticalmente no
me puedo hacer a la idea de la muerte de Xavier? Es ina-
guantable: un vacío completo, una nada absoluta que te in-
vade, dejándote empapado. Por favor, Delfino, si sabes algo,
comunícanoslo, nosotros también quisimos a Xavier y nece-
sitamos igual saber cómo terminó, por qué de pronto dejó de
existir, carajo, como si fuera tan fácil dejarnos aquí tan de-
samparados y solos sin poder ya más.
Delfino, de cualquier manera, nada será igual sin él, sin
importar la forma en que murió. La causa, si es que la hubo.
Ésta va a empezar a ser una serie prolongada de homenajes,
lecturas, conferencias: todos se van a acordar de que Xavier
existía y de que -por qué no decirlo- era imprescindible.

207
Pedro Ángel Palou

Tú lo viste en Puebla, él habló mucho contigo, según dice


Salvador. ¿Sabes tú la causa por la que murió? ¿Fue natural?
¿Debo estar tranquilo? ¿Debo culparme? ¿Debo sentirme un
cobarde, estúpido? No sé ya nada. No tengo ganas de hacer
nada, tampoco. Desde hoy y para siempre -aunque suene so-
lemne, eso no importa en lo más mínimo- me encerraré en
esta casa, los pinceles y los cuadros los romperé en uno y mil
pedazos y ya del pasado no quedará nada sino el recuerdo.
Y la soledad, la culpa, el reproche interno de no haber si-
do quien debí, de no haber hecho lo que tenía que hacer.
¿De qué me sirve existir si Xavier no está?
Si acaso él se suicidó -lo cual yo dudo mucho- yo no
soy tan fuerte como para seguirlo; simplemente evadiré mi
responsabilidad no volviendo a la calle, no regresando a pin-
tar: muriendo aquí, en esta casa, que es, yo lo sé, como un
suicidio, sólo que más fácil, menos riesgoso.
No puedo siquiera escribir bien sin Xavier, ni ver sin Xa-
vier, ni oír, ni nada, nada, nada: en serio, Delfina.
¿Te acuerdas que Xavier decía: escribir o pintar, debe ser
como vivir, dejar que los colores y las palabras entren a la
mente, se agolpen, se encadenen, se confundan: descubran, re-
cuerden, ondulen, iluminen? ¿Te acuerdas que decía que nos
inventábamos a través de las palabras, de los colores, de las
formas, de las estructuras, que nos evocábamos eternamente
mintiéndonos?
Entonces, sin él, sin su voz grave, caliente, tersa, ¿de qué
sirve hacerse luz, inventar el infierno o tocar -apenas- lo di-
vino? La pintura me unía, ataba mi piel a la existencia: llora-
ba o cantaba pero al fin era un caballo desbocado, en busca
de mí mismo. Ahora nada. Un oscuro humedísimo, tal vez.
Te agradecería, entonces, me contestaras lo más pronto
posible y espero que recuerdes y ames a Xavier como yo:
absolutamente.
Con aprecio,
AGUSTÍN

208
29 de diciembre de 1950 1

Agustín se sueña a sí mismo cumpliendo el rito de iniciación


de los templarios. Un vertedero de semillas místicas. Está
frente al superior, el gran iniciado y se hinca; el hombre -un
sabio anciano-- le toma la cabeza entre las manos y le coloca
un miembro fláccido en la boca. Agustín empieza el acto con
paciencia; poco a poco vuelve al cuerpo haciéndolo llenarse
de sangre, expandirse, entrar a la boca y salir una y otra vez.
Bordeando los bordes del glande mientras el viejo siente que
se va, y empieza por lo mismo un jadeo anormal, sin ritmo,
que acaba con el miembro del hombre ya seco en la boca y
Agustín tragándose hasta la última gota de ese semen, como
marcaba la regla: sin que el líquido tocara el paladar. Hasta
que el hombre acaba y extrae un pellejo rojísimo de la boca
de Agustín que se levanta iluminado con la maravilla de la
iniciación. Ya es un templario: ha recibido hasta la última
gota de la semilla divina, del sueño eterno. Es un santo.
Suda, se revuelve en la cama. Luego se deja llevar aún más
allá por el sueño y resulta que el iniciador no es un anciano
sabio, sino Xavier que se acerca y lo abraza, gritándole: al
fin, esto es lo que esperaba de ti. Eres uno de los míos.

Agustín sabe que el semen tiene un contenido meramente


reproductor -y esto lo leyó ya hace mucho, en París, en un

209
Pedro Ángel Palou

texto sobre los templarios-; los herejes medievales conside-


raban que al usarlo para la iniciación cumplían con algo más
divino y menos carnal, mundano, que la reproducción de los
hombres. Así que con ello Agustín justificaba -en el sue-
ño- su homosexualidad y la hacía verdadera, grata, libre de
culpa: el semen de una relación homosexual tiene un fin más
bello que la reproducción: el placer, la satisfacción del deseo.
Todo esto se lo ha dicho a Xavier que lo abraza, sonríe y
vuelve a abrazarlo.
Luego Agustín despierta cansado y siente una culpa te-
rrible por lo que ha hecho. Nada lo justifica aún. Todo fue
un sueño: Xavier está lejos y él lo dejó irse cuando estaban
peleados tontamente, cuando por culpa suya el amor había
terminado en ese saludo cortés cuando se encontraban en la
calle o en ese pararse pretextando algún trabajo cuando co-
incidían en la misma reunión.

La muerte, en fin, durante la vida: eso es la separación que ya


no tiene remedio alguno, dice Agustín, y de pronto recuerda
su sueño y le da asco verse a sí mismo junto al anciano que
luego fue Xavier, y se da asco todo.
"Me odio, me odio."
Se oye su grito y Lupe se espanta, corre a la cocina, se
refugia entre cacerolas y especias, sabiendo que después de
la muerte de su amigo el niño Agustinito no volverá a ser el
mismo.
Y es que nadie puede ser el mismo si ya ha muerto. Y
Agustín está absolutamente perdido en su cadáver, aunque se
despierte en las mañanas y vuelva a dormir -un rato- en la
noche.
Esto no pasará -se dice- no es una depresión normal,
un enojo, alguna riña, algo que no ha salido bien. Es que nada
está bien ya. ¡Cómo puede decirle alguien simplemente que
Xavier murió! Y ya, como si fuera fácil, algo normal, pues. Y

210
En la alcoba de un mundo

luego simplemente decir lo de capilla ardiente y el panteón y


enumerar sus libros. ¡Cómo puede alguien ser el mismo si
Xavier ha muerto! Agustín sigue gritando, tira todo, rompe
cuadros a patadas, deshace Ji~n~os interminados, pinceles,
tira pinturas. Y deshoja y vuelJé á deshojar sus libros, mien-
tras todo lo va juntando en el centro del patio. ¡Váyanse to-
dos al carajo!, acepten la muerte de Xavier, véanlo hecho ce-
nizas, porque yo no puedo, yo no lo voy a hacer, para mí está
aquí, no se ha ido. ¡Entienden! ¡No se ha ido!
Pero no es cierto: está bien muerto, le dice una voz que
no sabe de dónde demonios sale. Murió y ya todo es abismo,
nada, vacío, todo se derrumba: todo se 'te derrumba, Agus-
tín. ¿Cómo van a saber lo que Xavier, y yo sentíamos uno por
el otro? ¿Cómo? Si todos están en otro lado, nadie está
dentro de nuestro amor. Y ése es inmodificable, ése es mag-
nífico. Nuestro amor puede contra todo. Y por eso me encie-
rro para siempre, por eso me ato a mí mismo para siempre:
porque así vamos a estar solos, para siempre, Xavier y yo.
Luego de encender la hoguera con todo y sentirse desgra-
ciado, Agustín vio su pasado quemándose para siempre. Aho-
ra sólo Xavier y él: nadie más. Cuando Lupe se atravesó im-
pertinente, asombrada por el fuego, Agustín -ya con todas
las fuerzas que iba a contener hasta su muerte, tantos años
después- le gritó:
"Nada quieras saber de mi pasado. Despertar es morir.
¡No me despiertes!" 2

211
PRIMERA VERSIÓN DE LOS HECHOS

l. Este cuaderno, los diarios, entrevistas y reportajes (e


incluso textos de ficción apócrifos, cuyo narrador se exhibe
ingenuamente) irán apareciendo a lo largo de esta primera
parte ubicada entre la primera y la cuarta décadas del siglo;
fueron compiladas para hacer más amplia la visión sobre Xa-
vier Villaurrutia. Tantas veces como sea necesario se interrum-
pirá el fluido del texto para aclarar. El que junta no escribe,
no interpreta; sólo le está dado reordenar. [T.]

2. Se refiere a Rodolfo Usigli (1905-1979); ambos recibie-


ron la beca de la Fundación Rockefeller para estudiar com-
posición dramática en Yale, entre 1935 y 1936. [T.]

3. Se refiere a Salvador Novo (1904-1974), a Gilberto


Owen (1905-1952) y a Agustín Lazo (1898-1971), tres de sus
más íntimos amigos cuya proximidad se nota en las páginas
siguientes. [T.]

4. Probablemente se refiera a Roberto Montenegro (1885-


1968), pintor mexicano. [T.]

5. Quizá el autor de esto sea Salvador Novo, pero es di-


fícil de probar a pesar de todas las referencias. [T.]

213
Pedro Ángel Palou

6. Se refiere a Luis Gonzaga Urbina (1864-1934), poeta


nacido en la ciudad de México. Escribió varios libros de poe-
sía como: Ingenuas y Lámparas en agonía. Redactó la introduc-
ción de la Antología del Centenario.

7. Si hubiera que resumir de alguna forma estos años de


espera que este obsoleto narrador quiere narrar/juzgar, ha-
bría que verlos como búsqueda, tanteo. Caería como anillo al
dedo una frase de Eugenio D'Ors que Villaurrutia repasó
tantas veces; quizá hasta subrayándola, asimilando lo que era
suyo de estas palabras hoy tan develadoras: "Y sabemos, a
despecho de todo el ascetismo de los reglamentos, buscarnos
y encontrarnos. Las afinidades electivas juegan su juego, y los
encendidos ojos en el fondo de las cuencas violetas, y hay la-
bios exangües que reconocen en otros labios exangües el sa-
bor perfumado de la misma poción. La roja Pasión, frecuen-
ta también las blancas celdas sin ángulo del sanatorio. La
roja Pasión de que nosotros huíamos y que nos persigue has-
ta cerca de las nieves que nos deshacen." [T.]

8. Frida Kahlo, pintora surrealista mexicana (1907-1954),


esposa de Diego Rivera, a quien el texto también alude.

9. Aquí, en esta entrevista de procedencia dudosa, se


apunta un tema que va a ser determinante: ¿vivían Villaurru-
tia y su grupo un mando ficticio, su no-patria, o los hacían
vivirla? [T.]

10. Dado que este poema es de Novo, vuelve la duda so-


bre lo que parece ser una carta para hablar de Villaurrutia,
que aunque no es posible identificar en su correspondencia,
aporta datos preciosos. [T.]

11. Estos últimos fragmentos, incluyendo la narración y el


manual sobre bridge, fueron encontrados como notas sueltas

214
En la alcoba de un mundo

en los escombros de un departamento destruido por el tem-


blor del 19 de septiembre de 1985. Por su contenido, y por
la exhaustiva investigación que contienen, a pesar de sus jui-
cios insistentes, es que fueroq. incluidos
y , en esta sección. Por
más investigaciones no hemos·dado con el autor apócrifo que
más adelante incluso entrevista a Rubén Salazar Mallén, es-
critor mexicano que colaboró con Jorge Cuesta (1903-1942)
y que nació en Coatzacoakos en 1905 y murió en 1986 en el
D.F. [T.]

12. Se refiere a Narciso Bassols, políti~o mexicano (1897-


1959) que ayudó en forma determinante al grupo con todo
tipo de apoyos. [T.]

13. Jorge Cuesta, véase la nota 11. [T.]

14. Ésta es la mencionada entrevista con Salazar Mallén,


cuya autenticidad no puede verificarse por la muerte de los
dos interlocutores. [T.]

15. La Secretaría de Educación Pública, según Elguero,


sostenía a todos los responsables: Jorge Cuesta, Samuel Ra-
mos -oficial mayor- y José Gorostiza, jefe del departamen-
to de Bellas Artes, Pellicer y Xavier Villaurrutia. [T.]

16. Todos solicitaron licencia para separarse de la SEP.


Pero en una caricatura del "Chango" García Cabral, aparece
un hombre diciéndole a otro: "Con ese lenguaje de taberna
que te traes, no vas a encontrar chamba", a lo que el segundo
contesta: "Te equivocas, mano: ya la encontré, voy a colabo-
rar en Examen" Por ultraje a la moral se consigna a los re-
dactores y se dan largas judiciales.

17. Incluyo aquí un fragmento del manual de Carreño pa-


ra compararse con todas las críticas a Cuesta y a Cariátide. Es

215
Pedro Ángel Palou

importante señalar que Villaurrutia sufrió mucho con este


golpe bajo y que se repuso difícilmente de él. El texto de Ca-
rreño dice ser para jóvenes de uno u otro sexo, no hermafro-
ditas, ¿o sí? Y muestra lo complejo de la época. [T.]

18. Ninguno de los poemas tiene referencia, pero pueden


verse las Obras completas editadas por el Fondo de Cultura
Económica, recopilación de Luis Mario Schneider y Miguel
Capistrán, prólogo de Alí Chumacero. [T.]

SEGUNDA VERSIÓN DE LOS HECHOS

1. Aquí -en toda esta segunda parte- utilizamos todo el


texto del mismo narrador apócrifo muerto en 85. Acotamos
muy pocas veces, aunque no compartimos las afirmaciones
que se hacen Sin embargo, es una valiosa investigación que
esclarece puntos fundamentales de la vida de Villaurrutia. [T.]

2. Agrupamos las notas en 30 capítulos reordenándolas.


La escritura y el estilo no sufrieron modificación alguna. [T.]

3. Véase: Guillermo Sheridan: Los Contemporáneos ayer,


Fondo de Cultura Económica. [T.]

4. Treinta fragmentos para recomponer la realidad; el


trecho que va desde el regreso de Villaurrutia de New Haven
hasta el fin de 1949. Segunda versión de los hechos, porque
cada parte de esta recopilación es un tríptico independiente.
En estas páginas Xavier no es un personaje de carne y hueso
sino una mentira de papel. Mientras termina esta nota, Sala-
zar Mallén y Villaurrutia, además del anónimo novelista que
nos legó estas notas, estarán riéndose estruendosamente al
oír los golpes de tecla que intentan revivirlos. Algo hay de
cierto, sin embargo, en todas estas mentiras. [T.]

216
En la alcoba de un mundo

TERCERA VERSIÓN DE LOS HECHOS


y,.,
1. En esta parte incluirnos algunas cartas y recortes en-
contrados, además de una especie de guía diaria con horario
que parece escrita por Villaurrutia, aunque está en tercera
persona. Insisto en que al acopiar todo este material, los se-
res restrictos y reacomodados han ganado una vida ficticia,
autónoma a la historia y ya los personajes reales no tienen la
culpa de lo que aquí les sucede a los otros. [T.]

2. El Delfino aquí mencionado es un amigo común de él


y Novo que vivía en Puebla, donde Villaurrutia compraba
muñecas de porcelana. No se ha podido averiguar más de él.
[T.]

EMPIEZA OTRA NUMERACIÓN

1. Guardamos para el final una nota de aquel narrador


anónimo que tanto hemos usado y que podría haber sido,
también, el final de la novela que proyectaba. Por su intensi-
dad y verosimilitud es un documento imprescindible. [T.]

2. Esta transcripción fue hecha con material biográfico,


bibliográfico, literario, oral y hasta electrónico. Se puede no-
tar que eso hace muy diferente este libro. Pastiche, rompeca-
bezas, reordenación. Están y no están miles de seres, de his-
torias: todo acto de escritura y de copia es arbitrario, cruel y
dudoso. Mentiras de papel frente a los ojos de un lector in-
ventado también. Al final, ¿qué es real, si todo pertenece al
(a lo) imaginario? [Nota última del transcriptor.]

217
Íq,dice
:,,, .,...,

Primera versión de los hechos: 1903-193 6


las cinco letras del deseo........................ 11
Segunda versión de los hechos: 1936-i949
el que nada se oye................................. 91
Tercera versión de los hechos: diciembre 1950
pero amar es también cerrar los ojos ......... 177
En la alcoba de un mundo, de Pedro Angel Palou,
se terminó de imprimir en enero de 2003 en
Impresiones Gráficas de Arte Mexicano, S.A. de C.V
Venado N° 104, Col. Los Olivos
México D.F.

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